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“LA TAMBORA” DE LA INDEPENDENCIA

Por
Ildefonso Gutiérrez Azopardo*

La conmemoración y celebración del Bicentenario de la Independencia


de Colombia ha traído a mi recuerdo un canto del baile de La Tambora
que escuché muchas veces durante mi estancia en el pueblo de San Martín
de Loba. Dentro del rico y variado folklor, durante la popular novena del
Aguinaldo, en vísperas de la Navidad, el baile de La Tambora tenía un lugar
preferente. De noche o al amanecer, cantadoras y tamboreros, hombres y
mujeres, al ritmo africano de los tambores, continuaban con una tradición
ancestral cuyos orígenes desconocían pero que llevaban dentro del alma y
expresaban en sus cantos, hoy recuperados en los festivales de la tambora
que cada año se realizan en el pueblo.

La región de Loba
Fue hacia el año 1636 cuando el alcalde de Mompox, alférez Diego Or-
tiz Nieto, tras debelar a los cimarrones de Norosí al sur de la gobernación,
consiguió de Nicolás de Raspug, gobernador de Cartagena, la merced de las
tierras de esa región en reconocimiento de las expediciones hechas por su
cuenta contra los cimarrones. Con el fin de administrar tan extensa propiedad
construyó casa y ermita en una zona alta, lejos del río de La Magdalena y
cerca del actual pueblo de Barranco de Loba. Allí alojó a sus esclavos para
atender a las miles de cabezas de ganado que se habían reproducido en sus
playones. Este hato-hacienda fue creciendo y al mismos tiempo vincularon a
otras gentes: concertados, terrajeros, jornaleros y esclavos. Pero, Ortiz Nieto

*
Antropólogo, Universidad de los Andes, Bogotá.
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no fue el único poseedor y habitante de esas tierras, grupos de cimarrones


sobrevivientes de los palenques debelados, vecinos libres de otros pueblos
y colonos indios, mestizos, negros y mulatos fueron ocupando las riberas
del caño de Comemiel e instalándose en lo que se llamó Loba la Nueva
que dio origen, en el año 1660, a lo que hoy es San Martín de Loba. Al
morir don Diego heredó la propiedad doña María Ortiz Nieto que según la
tradición introdujo en el pueblo la imagen de San Martín de Tours, luego
construyó una pequeña iglesia y comenzó a explotar las minas de oro. Tras
su muerte, la herencia pasó por diferentes manos durante la época colonial
para finalizar en las de Pantaleón Germán Ribón, mártir de la Independencia,
en Cartagena en 1814. Sobre San Martín de Loba encontramos estos datos
de la visita pastoral del obispo de Cartagena, don Diego de Peredo, que
fuera años antes, en 1772: “Loba feligresía de libres, situada a una legua
internada a orillas de ciénaga del caño de Loba. Tiene 118 familias, 385
almas y 24 esclavos. Su terreno y dilatada jurisdicción es en la mayor parte
de oro que comúnmente se saca de baja calidad; es trabajado de pobres
que llaman mazamorreros aunque en lo antiguo fue asiento de mina rica”.
San Martín de Loba, Barranco y Hatillo son los tres pueblos represen-
tativos de las que fueron las famosas tierras de Loba. Hoy el municipio de
San Martín de Loba con más de 14.000 habitantes es uno de los municipios
más prósperos del sur del departamento de Bolívar.

La Tambora
En toda la región de Loba como en numerosos poblados vecinos el “baile
cantao” ha tenido un representante mayor: La Tambora. Mi experiencia de
La Tambora data de los años 1955 a 1960. Silenciada durante el resto del año
“se rompía La Tambora”: fiesta, baile y canto, la víspera de Santa Catalina,
el 25 de noviembre, la segunda tambora se celebraba en las vísperas de la
Inmaculada Concepción, el 7 de diciembre. No recuerdo las letras, pero en
ambas se hacía alusión a las fiestas religiosas que se conmemoraban. Final-
mente, La Tambora volvía el día 16 de diciembre al comenzar la Novena
del Aguinaldo. A las cuatro de la mañana los vecinos de la calle a quien
correspondía ese día la novena se acercaban a la casa cural para despertar
al sacerdote entre cantos y algarabías al son de los tambores. De noche y en
el atrio de la iglesia, La Tambora hacía acto de presencia. La mujer vestida
de falda larga hasta el tobillo adornada con encajes sin brillos y lentejuelas;
la blusa con manga hasta el codo o sin ella, adornada con encajes y boleros
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alrededor del cuello, bailaba erguida con mucha picardía, los pies a ras del
suelo, la falda a una altura media y el movimiento de cadera cadencioso. El
hombre vestía de blanco con la camisa por fuera y el sombrero típico de la
región. Al bailar movía el tronco inclinado, alzando y bajando los brazos.
La pareja se desplazaba en forma circular, lineal y en espiral. Ambos, mujer
y hombre, bailaban a pie descalzo.
Los instrumentos eran el tambor o “currulao” que se tocaba con las
manos y la tambora de dos parches que se tocaba con un par de baquetas.
Acompañaban un coro mixto que respondía y sonaba las manos mientras que
la voz principal, que podía ser masculina o femenina, entonaba los cantos.
No podía faltar el licor para animar a tamboreros y cantadoras a costa de
alguno de los asistentes a quien “picaba la culebra” colocándole una toalla
encima de los hombros y cuya respuesta eran unos pesos para comprar una
botella de ron.
La Iglesia y La Tambora cada una con sus fiestas religiosas, han sabido
fortalecerse mutuamente resistiendo a su desaparición; hoy, La Tambora
sigue viva como lo demuestran los festivales que se celebran desde hace
veinte años.

El canto
El canto que hasta hoy me ha llamado poderosamente la atención, dice
así en su estribillo:
Que viva la guerra patriota,
Que muera Napoleón,
Que viva la Independencia
La justicia y la razón.
No se necesitan explicaciones para apreciar que esa letra responde a la
situación y a las condiciones que se vivían en España en los años de 1808
a 1814. Secuestrados en Bayona el rey Carlos IV y su hijo Fernando por
Napoleón, el pueblo español se echó a la calle contra la invasión de los
franceses y la imposición como rey de España de José Bonaparte, hermano
de Napoleón. La guerra patriota, Napoleón y la Independencia fueron los
tres ejes sobre los que giró la repulsa del pueblo español para rechazar
abiertamente los planes imperiales. Esa letra fue la manifestación popular,
como otras muchas que surgieron en coplas y cantos expresando su rechazo
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y desprecio hacia los invasores y resaltando la actitud heroica y objetivos


del pueblo: guerra e independencia.
Estos versos los hemos encontrado en Colombia como parte del rico
folclor de la región Momposina, que se vio afectada por los acontecimientos
que ocurrieron en España. ¿Cómo llegaron hasta aquí esas letras y cómo se
integraron en un canto y baile popular? Las Juntas de Gobierno que surgieron
en todos los territorios americanos bajo la Corona de España fueron un eco
de la reacción de la Metrópoli por el que aceptaron los mismos principios
del pueblo español: reconocimiento del legítimo rey, enfrentamiento contra
los invasores e independencia de la pretendida soberanía francesa. ¿Quién
las trajo y cómo atravesaron el mar? Talvez no lo sabremos. Lo cierto es
que en la tradición popular americana figuran también otras muchas can-
ciones de la época de la Revolución Francesa que fueron trasladadas al
ámbito latinoamericano, como las que se cantaban y bailaban en la Caracas
revolucionaria en 1811 en el “ Club de los sin camisa”, coreadas y tomadas
como suyas por el pueblo venezolano.
No es raro que al declarar abiertamente el Libertador la independencia
del pueblo que lo siguió, aquellos que eran parte de sus tropas y ejércitos,
él hiciese también suyos esas coplas, pues suyas eran la guerra patriota y
la Independencia absoluta que habían declarado de España. No olvidemos
que Bolívar en su Campaña Admirable, en 1813, pasó por El Banco en
Magdalena, cerca de Loba, sometiendo y derrotando a los realistas en su
camino hacia Venezuela. Sus soldados, pertenecientes muchos de ellos a las
“castas de negros, pardos y morenos”, al calor de los fuegos de campamento,
entre batalla y batalla, pusieron la música y el ritmo con los instrumentos
que tenían más a mano: los tambores, y añadieron esas jocosas y pícaras
estrofas que todavía perviven en el canto del baile:
Anoche me enamoré
de una muchacha bonita
y al verla por la mañana
era tuerta la maldita
y esta otra,
Si el tabaco se te apaga
no lo vuelvas a encender,
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si la mujer te desprecia
no la vuelvas a querer.
De la guerra pasó el canto al pueblo en paz, que lo integró en su folclor
con ese gracejo que le da el costeño colombiano en su pronunciación y sus
gestos.
Estaríamos pues ante un “canto bailao” que cumple doscientos años y
ante la que pudiera ser la única manifestación folclórica que se conserva
en la actualidad de nuestra gesta de Independencia. Los habitantes de San
Martín de Loba pueden sentirse muy orgullosos por mantener y fomentar
esa tradición que los une a un pasado tan glorioso.
Mis agradecimientos al musicólogo Guillermo Carbó, a doña Martina
Camargo Centeno, excelente cantadora de La Tambora y heredera de quienes
han mantenido esa tradición en San Martín de Loba, lugar donde pasé los
primeros felices años de mi vida en Colombia.

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