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La Tambora de La Independencia PDF
La Tambora de La Independencia PDF
Por
Ildefonso Gutiérrez Azopardo*
La región de Loba
Fue hacia el año 1636 cuando el alcalde de Mompox, alférez Diego Or-
tiz Nieto, tras debelar a los cimarrones de Norosí al sur de la gobernación,
consiguió de Nicolás de Raspug, gobernador de Cartagena, la merced de las
tierras de esa región en reconocimiento de las expediciones hechas por su
cuenta contra los cimarrones. Con el fin de administrar tan extensa propiedad
construyó casa y ermita en una zona alta, lejos del río de La Magdalena y
cerca del actual pueblo de Barranco de Loba. Allí alojó a sus esclavos para
atender a las miles de cabezas de ganado que se habían reproducido en sus
playones. Este hato-hacienda fue creciendo y al mismos tiempo vincularon a
otras gentes: concertados, terrajeros, jornaleros y esclavos. Pero, Ortiz Nieto
*
Antropólogo, Universidad de los Andes, Bogotá.
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La Tambora
En toda la región de Loba como en numerosos poblados vecinos el “baile
cantao” ha tenido un representante mayor: La Tambora. Mi experiencia de
La Tambora data de los años 1955 a 1960. Silenciada durante el resto del año
“se rompía La Tambora”: fiesta, baile y canto, la víspera de Santa Catalina,
el 25 de noviembre, la segunda tambora se celebraba en las vísperas de la
Inmaculada Concepción, el 7 de diciembre. No recuerdo las letras, pero en
ambas se hacía alusión a las fiestas religiosas que se conmemoraban. Final-
mente, La Tambora volvía el día 16 de diciembre al comenzar la Novena
del Aguinaldo. A las cuatro de la mañana los vecinos de la calle a quien
correspondía ese día la novena se acercaban a la casa cural para despertar
al sacerdote entre cantos y algarabías al son de los tambores. De noche y en
el atrio de la iglesia, La Tambora hacía acto de presencia. La mujer vestida
de falda larga hasta el tobillo adornada con encajes sin brillos y lentejuelas;
la blusa con manga hasta el codo o sin ella, adornada con encajes y boleros
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alrededor del cuello, bailaba erguida con mucha picardía, los pies a ras del
suelo, la falda a una altura media y el movimiento de cadera cadencioso. El
hombre vestía de blanco con la camisa por fuera y el sombrero típico de la
región. Al bailar movía el tronco inclinado, alzando y bajando los brazos.
La pareja se desplazaba en forma circular, lineal y en espiral. Ambos, mujer
y hombre, bailaban a pie descalzo.
Los instrumentos eran el tambor o “currulao” que se tocaba con las
manos y la tambora de dos parches que se tocaba con un par de baquetas.
Acompañaban un coro mixto que respondía y sonaba las manos mientras que
la voz principal, que podía ser masculina o femenina, entonaba los cantos.
No podía faltar el licor para animar a tamboreros y cantadoras a costa de
alguno de los asistentes a quien “picaba la culebra” colocándole una toalla
encima de los hombros y cuya respuesta eran unos pesos para comprar una
botella de ron.
La Iglesia y La Tambora cada una con sus fiestas religiosas, han sabido
fortalecerse mutuamente resistiendo a su desaparición; hoy, La Tambora
sigue viva como lo demuestran los festivales que se celebran desde hace
veinte años.
El canto
El canto que hasta hoy me ha llamado poderosamente la atención, dice
así en su estribillo:
Que viva la guerra patriota,
Que muera Napoleón,
Que viva la Independencia
La justicia y la razón.
No se necesitan explicaciones para apreciar que esa letra responde a la
situación y a las condiciones que se vivían en España en los años de 1808
a 1814. Secuestrados en Bayona el rey Carlos IV y su hijo Fernando por
Napoleón, el pueblo español se echó a la calle contra la invasión de los
franceses y la imposición como rey de España de José Bonaparte, hermano
de Napoleón. La guerra patriota, Napoleón y la Independencia fueron los
tres ejes sobre los que giró la repulsa del pueblo español para rechazar
abiertamente los planes imperiales. Esa letra fue la manifestación popular,
como otras muchas que surgieron en coplas y cantos expresando su rechazo
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si la mujer te desprecia
no la vuelvas a querer.
De la guerra pasó el canto al pueblo en paz, que lo integró en su folclor
con ese gracejo que le da el costeño colombiano en su pronunciación y sus
gestos.
Estaríamos pues ante un “canto bailao” que cumple doscientos años y
ante la que pudiera ser la única manifestación folclórica que se conserva
en la actualidad de nuestra gesta de Independencia. Los habitantes de San
Martín de Loba pueden sentirse muy orgullosos por mantener y fomentar
esa tradición que los une a un pasado tan glorioso.
Mis agradecimientos al musicólogo Guillermo Carbó, a doña Martina
Camargo Centeno, excelente cantadora de La Tambora y heredera de quienes
han mantenido esa tradición en San Martín de Loba, lugar donde pasé los
primeros felices años de mi vida en Colombia.