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TRABAJO PRESENTADO POR JUNE DORA LAZO DAVILA CON DNI 29415953 CELULAR
948728791 CORREO junelazodav@gmail.com
Más tarde, los incas —quienes reunieron los avances y saberes de las sociedades andinas a las
que conquistaron— crearon el api, postre elaborado a partir del hervor del maíz morado o
cualquier fruto espesado con harina de chuño.
El virreinato
Con el arribo de los europeos al continente americano, llegó también un insumo indispensable
para los actuales postres peruanos, el azúcar. Procedente del Viejo Mundo, pronto empezó a
combinarse con los productos autóctonos para sentar las bases de la riquísima y variada
repostería que disfrutamos hoy en día.
A esta diversidad también contribuyeron otros productos foráneos (los guindones, la manzana,
el membrillo), así como la maravillosa hibridación que la cocina ibérica experimentó tras su
contacto con los árabes. Durante la Conquista y la Colonia, calaron en la cocina de esta parte
del mundo los al-fenid o alfeñiques y esa joya de circunferencia perfecta llamada alfajor.
En este periodo fue fundamental el papel de los conventos, recintos en los que nuestro
incipiente caudal de postres se robusteció gracias a la dedicación y entrega casi mística de las
monjas. Ellas eran las encargadas de idear y preparar con sus hábiles manos varios de los
manjares que hasta la actualidad nos sorprenden y cautivan.
Cuando la tradición que tal era la pasión gastronómica de los pobladores de las ciudades
coloniales que, para saber la hora, las personas no consultaban reloj alguno, sino que se
guiaban por los pregones de los vendedores ambulantes: la lechera indicaba las seis de la
mañana; el bizcochero, las ocho; la tamalera, las diez; a las once de la mañana pasaba la
mulata del convento vendiendo ranfañote, cocadas, bocado de rey, chancaquitas de maní y
frejoles colados; a la una de la tarde circulaban el vendedor de "ante con ante", la arrocera y el
alfajorero; a las dos, la picaronera y el humitero; a las tres, el melcochero y la turronera; a las
siete de la noche pasaban pregonando el caramelo, la mazamorrera y la champucera; y así
hasta las nueve, entre platillos dulces y salados.
La etapa republicana
En 1821, el proceso independentista puso fin al régimen virreinal y cambió de manera radical
el modelo político, económico y social de nuestro país; pero no los gustos de la gente. El buen
paladar se conservó intacto y, de hecho, la repostería fue convirtiéndose poco a poco en un
importante factor de identidad nacional para la joven república llamada Perú.
En esos años, además, la llegada de migrantes chinos, italianos y japoneses dio un nuevo
impulso al desarrollo gastronómico local, pues trajeron consigo sus propios productos y
técnicas, lo cual devino en la aparición de novedosas preparaciones, producto del sincretismo
cultural. Estas se seguirían refinando y encontrarían variantes en las primeras décadas del siglo
XX, de la mano del crecimiento de las industrias alimentarias, que ofrecían mas insumos en el
mercado peruano.
La actualidad
El turrón de Doña Pepa, desde luego, es indesligable de la devoción por el Señor de los
Milagros, y es consumido masivamente en el mes de octubre. Del mismo modo ocurre con las
empanadas de Santa Clara, ofrecidas en la Fiesta del Carmen (Piura); las conservas de Semana
Santa, servidas en la misma localidad; las guaguas de pan, conocidas por su forma de bebé y
preparadas principalmente en el Día de Todos los Santos; y la bola de oro, otro postre
imprescindible en la celebración de bautizos, primeras comuniones y matrimonios.
En general, postres como los picarones, el suspiro a la limeña y la mazamorra morada son
sinónimo de alegría y forman parte esencial de nuestras más significativas fiestas nacionales.