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Acompañamiento Terapeutico La Locura Es Soledad Rossi
Acompañamiento Terapeutico La Locura Es Soledad Rossi
¿Es el acompañamiento terapéutico una herramienta eficaz para restablecer esos lazos con
el territorio público? En algunos momentos y en determinados casos, lo es. No como
recurso exclusivo sino que toma su valor en esa construcción artesanal de un equipo que da
algún lugar en su estrategia de abordaje a lo que suceda con esos vínculos, esas redes, esa
agresión, para que pueda reubicarse sin dejar librado esto a una supuesta evolución
espontánea. Cuando resulta indicado, el acompañante terapéutico (AT) se ubica ante un
sujeto que ha perdido su orientación temporoespacial, en un momento de crisis, y va a
ofrecerse como mediador, como guía, como amistoso componedor en ese
encuentro/desencuentro entre alguien aquejado por la locura (que es singular) y su prójimo,
su barrio, su ciudad, los lugares donde podría estudiar, trabajar o divertirse pero que, en la
coyuntura crítica que está atravesando, le resultan intolerables.
Brevemente entonces, ante la fuerte exclusión social actual, el acceso al circuito laboral y a
los lazos sociales que conlleva se presenta casi inalcanzable para quien atraviesa un
padecimiento psíquico importante. El acompañamiento tiene una vía sobresaliente de
intervención, en su posibilidad de articulación con las redes comunitarias (sin perjuicio de
los deficits en las políticas públicas al respecto) y con los recursos laborales-educativos,
que deben re-crearse para cada caso. No se trata de imponerle un standard de rehabilitación,
para que transite por círculos recreativos cerrados o que se adapte en un aislamiento
circunscripto a actividades institucionales con una utilidad –subjetiva– muchas veces
dudosa, sino de diseñar una estrategia multidisciplinaria que pueda prestar atención a las
consecuencias que tiene para cada paciente la competencia desmesurada a la que fuerza el
mercado, al empujarlo hacia un margen, cuando no al encierro que llega a suprimir sus
derechos civiles bajo la etiqueta de la enfermedad mental.
¿Es necesario ser psicólogo, para ser acompañante terapéutico? Mi respuesta es que su
formación, sea la de psicólogo, estudiante avanzado de psicología o psicoanalista, no es
condición necesaria, pero tampoco suficiente, para considerar a alguien con una
capacitación adecuada en el tema. Marco así la necesidad de una capacitación específica en
la formación del AT. En esta actividad se interviene con otra presencia, desde lo corporal, y
el ámbito/encuadre está lejos de aquella relativa asepsia que puede brindar el consultorio.
Frecuentemente la presencia del entorno social y familiar es casi inmediata: pacientes que
gritan en un bar donde las mesas se encuentran a escasa distancia una de otra, cuentan sus
intimidades a viva voz en medio de una función de cine, o escenas donde el
acompañamiento se desarrolla en un ámbito familiar, con la presencia angustiada de la
esposa, los hijos o el padre de un sujeto en crisis. Además, el tiempo de duración del
acompañamiento está pautado de antemano y con una extensión que habitualmente es de
varias horas cada vez (puede llegar hasta turnos de 6 a 8 horas en las internaciones
domiciliarias). Despejar estas cuestiones nos remite al trabajo en equipo y bajo supervisión.
Es característico de esta actividad llegar a compartir muchas horas con un paciente, con lo
cual se generan diálogos que a veces tocan aspectos de la vida privada del acompañante, de
sus actividades, de sus gustos; es decir, de cuestiones que habitualmente quedan por fuera
del vínculo paciente-profesional de la salud mental. No se trata de que el AT no pueda decir
nada acerca de su vida personal, o no haya de dar cierta opinión, ante preguntas del sujeto
acompañado o de su familia, sobre tal cual hecho de la realidad social o suceso de la
actualidad, cuando no del cuidado en el aspecto físico del paciente, de sus vínculos
grupales, de amistad, etcétera. Pero el AT tiene que saber mensurar lo que manifieste, tiene
que saber qué no debe hacer, y tomar con cautela situaciones que pueden llevar a
intervenciones inoportunas (Augé M. y otros; El Hostal, una experiencia en tratamientos sin
encierro en psicopatologías graves. Bs. As., 1993). Aunque sabemos que no puede
prevenirse un acto, ni podemos asegurarnos de que no aparezca un acting, ni programar
estereotipadamente una forma de intervención del acompañante, consideramos fundamental
contar con un espacio donde esos inconvenientes sean dialectizados, y orientados en una
dirección que otorga el dispositivo de tratamiento. Esta supervisión se ubica en un circuito
de intersecciones en el cual incluyo al terapeuta que indica el acompañamiento terapéutico,
la estrategia de ese tratamiento y el trabajo en equipo para la construcción de un dispositivo
caso por caso.
Jugar por jugar
En cuanto al agobio de la acompañante reflejado como queja por las caminatas “sin
rumbo”, el resultado del trabajo en equipo no fue tratar de establecer un rumbo (¿quien
sabría decir cuál tiene que ser?), sino más bien sostener esa caminata, mantener esa charla,
ese juego –al menos para el momento en que se encontraba el caso–. Esto es, se trataba de
soportar algo de ese sin, precisamente para darle algún sentido, alguna orientación, a su
función. Porque se advertía que el dispositivo construido tenía sus efectos terapéuticos.