Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
relación compleja.
Joaquín Pérez Pariente. Instituto de Catálisis y Petroleoquímica. CSIC.
Introducción
Estudios recientes han puesto de manifiesto la especificidad de las
investigaciones alquímicas y su diferenciación de otras prácticas de
transformación química de la materia, abandonando la concepción habitual
que consideraba a la alquimia simplemente como la precursora de la
química moderna 1 . No obstante, aún subsiste una notable confusión en
cuanto a la pertenencia a uno u otro campo del conocimiento humano de las
obras de naturaleza química de la época que nos ocupa. En efecto, la
similitud de equipos y técnicas de laboratorio, materiales y en muchas
ocasiones también de la terminología e incluso de conceptos teóricos de la
alquimia con los de otras prácticas químicas, ha conducido a la propuesta
del término chymico para designar ese conjunto de prácticas vigentes en
Europa hasta mediados del siglo XVIII aproximadamente 2 . Aunque esta
precisión terminológica ha tenido como virtud principal la de subrayar el
carácter experimental de la alquimia, sustrayéndola así de otras
interpretaciones que hacían de ella poco más que un conjunto de
especulaciones filosóficas impregnadas de misticismo, ha difuminado sin
embargo la frontera entre la alquimia y lo que podríamos denominar
química aplicada de la época. Esta situación no es sorprendente, teniendo
en cuenta que la química es una ciencia cuyo proceso histórico de
construcción tuvo lugar lentamente, a lo largo de un extenso periodo que
culminó en el siglo XVIII, en el que se asiste a la emergencia no sólo de la
ciencia de la química, sino también de los químicos, con un estatus similar
al que poseen los especialistas de otras áreas del conocimiento científico.
Antes de esa época, ¿Cómo distinguir la alquimia de otras prácticas de
manipulación de la materia que también conllevan alteraciones químicas de
la misma, de la química aplicada?. Encontrar una respuesta a esa pregunta
es sin embargo imprescindible si se desea trazar, siquiera a grandes rasgos,
un cuadro realista de la evolución histórica de la tecnología química en la
Europa pre-ilustrada.
El estudio de los documentos de naturaleza química más antiguos
que han llegado hasta nosotros, los del Egipto grecolatino, nos permite sin
embargo definir un parámetro sencillo para diferenciar la literatura de
carácter alquímico de aquella otra que no lo es: la naturaleza de los
1
NEWMAN, W.R. y PRINCIPE, L.M. (2002), Alchemy Tried in the Fire. Starkey, Boyle and the Fate of
Helmontian Chymistry, Chicago & London, University of Chicago Pres.
2
PRINCIPE, L.M. y NEWMAN, W.R. “Some Problems with the Historiography of Alchemy”, en:
NEWMAN, W.R. y GRAFTON, A. (eds.) (2001), Secrets of Nature: Astrology and Alchemy in Early
Modern Europe. Cambridge (Mass.) & London, pp 385-431. NEWMAN, W.R y PRINCIPE, L.M.
(1998), “Alchemy vs, Chemistry: the Etimologycal Origins of a Historiographic Mistake”, Early Science
and Medicine, 3, 32-65.
procesos químicos que se describen en ella, más concretamente, el
propósito o finalidad de esos procesos químicos. En el caso de las obras
alquímicas, son los procesos de transmutación o “ennoblecimiento” de los
metales “impuros” en los metales nobles oro y plata su señal de identidad
característica 3 . Partiendo de este punto de vista, se descubre además que la
naturaleza de los materiales empleados, procedimientos y equipamiento de
laboratorio descritos en los textos se encuentran todos ellos condicionados
por la finalidad del proceso al que sirven.
La aplicación de este enfoque al análisis de los textos químicos del
Egipto grecolatino de los siglos II-IV d. C. nos permite diferenciar los
documentos de naturaleza técnica de aquellos otros que podemos definir
como propiamente alquímicos. En efecto, entre los documentos técnicos de
ese origen destacan los que se conocen como papiro X de Leiden y los
papiros de Estocolmo 4. Ambos contienen colecciones de recetas, de las
cuales las del primero describen procedimientos para la preparación de
aleaciones metálicas, imitación de oro y plata (dorado y plateado),
soldaduras metálicas y ensayos de metales preciosos, mientras que las del
segundo tratan sobre todo de la preparación de piedras preciosas
artificiales. En ambos documentos no existe ninguna mención a la
transmutación metálica, ni se expone ninguna teoría en la que esos
procedimientos puedan encuadrarse eventualmente. Podemos considerar
esas colecciones de recetas como una herencia de los conocimientos
tecnológicos del Egipto faraónico.
De características totalmente distintas a las que presentan los textos
de ambos papiros, se conservan en diversas bibliotecas europeas varios
manuscritos griegos, el más antiguo de los cuales pertenece a la biblioteca
de la catedral de San Marcos (Venecia), datado en los siglos X-XI, que
tratan sobre la transmutación de los metales, y cuyos textos fueron
compuestos en el Egipto grecolatino muy probablemente hacia los siglos
III-IV de la Era Cristiana 5 . Aunque los textos mencionan diversos autores,
el más importante de todos ellos es Zósimo de Panópolis. En esos
manuscritos se encuentran descritos por primera vez los elementos
característicos de la literatura alquímica de siglos posteriores: la
asimilación del proceso alquímico a una generación, el papel central de los
“espíritus” en la “vitalización” de la materia, y el objetivo final de obtener
una sustancia semejante a un fermento, denominado Xerion (que se
convertiría más tarde en el Elixir de la alquimia árabe), la Piedra Filosofal
de los alquimistas europeos medievales, la materia capaz de transmutar
metales comunes en metales noble, particularmente en oro 6. Aunque los
materiales y sustancias químicas mencionadas en los textos alquímicos
3
BERTHELOT, M. (1885), Les origines de l’alchimie, Paris, 1885. Ed. española : mra ed., Barcelona,
2001.
4
BERTHELOT, M. (1889), Introduction a l’étude de la chimie des anciens et du moyen age, Paris.
5
Op. cit. 3.
greco-egipcios son prácticamente idénticos a los de los textos técnicos, el
método de tratamiento de los mismos es totalmente distinto. Aunque un
análisis detallado de esos procedimientos está fuera de los objetivos de este
estudio 7 , podemos decir que tienen como objetivo conseguir una
purificación progresiva de la materia mineral, partiendo de una aleación de
metales comunes, generalmente plomo, estaño, cobre y hierro, cuya
evolución hacia la plata y el oro se lleva a cabo con la ayuda de “espíritus”,
sustancias en cuya composición entra a formar parte el azufre o compuestos
de azufre (el arsénico y sus compuestos volátiles, como los óxidos, y el
mercurio también estaban considerados como ”espíritus”), que activan las
semillas de “plata” y “oro” incorporadas durante el proceso. Ese proceso
transcurre a través de una secuencia de colores, negro, blanco, amarillo y
finalmente rojo o púrpura, y el producto final es el Xerion, o Piedra
Filosofal.
Artes aplicadas.
Cuando los primeros textos de alquimia árabe son traducidos al latín
a mediados del siglo XII, lo que podemos tomar como el punto de partida
de la alquimia europea, la química aplicada en el continente había
alcanzado ya un cierto grado de sofisticación, tal y como lo refleja no sólo
los restos materiales de la época, sino también las colecciones de recetas
recogidas en diversos manuscritos, de los que los más antiguos datan de los
siglos VIII al X 10 y que alcanzan su culminación con la obra Schedula
diversarum artis (Sobre artes diversas) , escrita por el monje Teófilo en el
siglo XII. Estas obras dedican buena parte a las artes decorativas, pero
también al refinado de oro y plata, a la obtención de aleaciones metálicas y
a la manufactura de vidrio, de la que Teófilo describe además los hornos
especiales empleados para ello.
9
La relación entre las prácticas destilatorias y la alquimia es tan estrecha, que aún en el siglo
XVI se consideraba como “cosa de alquimistas” el recurso a la destilación o la sublimación en
operaciones de laboratorio, como indica Conrad Gesner en su Tesoro de los remedios secretos de
Evónimo Filiatro, 1ª ed, 1552, Zurich; traducción española: MANRIQUE, A y FERNÁNDEZ, A, (1996),
Instituto de Estudios Superiores del Escorial, El Escorial.
10
Estos tratados, de los que se conocen muchas versiones manuscritas, son esencialmente Compositiones
ad tinguenda; Mappae clavicula y De coloribus et artibus Romanorum. Para una discusión general sobre
el contenido de estas obras, ver: MULTHAUF, R.P. (1966), The origins of chemistry, Londres,
Oldbourne, pp 153-160.
Nos encontramos, por lo tanto, ante una situación similar a la que se
produjo un milenio antes, cuando la alquimia greco-egipcia surge y se
desarrolla en un medio cultural en el que ya existían amplios conocimientos
acerca de la aplicación de la química al tratamiento de materiales diversos.
Uno de los temas a los que se dedica mayor atención en esos textos
de química aplicada es la manufactura de pigmentos. De entre ellos, uno de
los más apreciados por su intenso color rojo y su inalterabilidad era el
sulfuro de mercurio sintético, ó bermellón, que constituía, junto con el azul
ultramar, el pigmento más apreciado de la paleta del artista. El proceso de
obtención del bermellón no es sencillo, ya que el azufre y el mercurio
reaccionan en primer lugar para formar un sulfuro de mercurio negro,
denominado etíope mineral, que sublima al calentar transformándose en la
variedad roja o bermellón. La primera referencia a este pigmento en la
Europa medieval se encuentra en un manuscrito de finales del siglo VIII,
Compositiones ad tingenda, una colección de recetas sobre la química de
las artes decorativas. La síntesis de este material también aparece en los
escritos del alquimista árabe Razhés, en el siglo IX, pero no hay ninguna
evidencia de influencia árabe en el manuscrito medieval latino. Sin
embargo, este último es de influencia greco-bizantina, y de hecho una de
las recetas parece ser una traducción de una de las recetas del papiro X de
Leiden. Otros autores han señalado que los manuscritos alquímicos greco-
egipcios mencionan la “fijación” (o pérdida del estado líquido) del
mercurio, lo que podría interpretarse como evidencia de la conversión de
este metal en su sulfuro 11. En efecto, los alquimistas griegos, en particular
la alquimista conocida como María la Judía 12 , describe el uso de un
aparato especial para tratar sustancias de origen mineral, en particular
metales, con vapores de azufre o compuestos volátiles de arsénico,
conocido como Kerotakis. El proceso alquímico que hace uso del
Kerotakis tiene como objeto “reincrudar” o volver a su estado original a los
metales, es decir, similar al estado vegetativo que poseían en el interior de
la tierra, mediante la formación de los correspondientes sulfuros 13.
Siglos más tarde, el artista florentino Cennino Cennini 14 describe a
finales del siglo XIV o comienzo del XV que “el cinabrio se obtiene por
alquimia, elaborado por alambique”. Esta expresión, que aplica también a
la elaboración de otros pigmentos artificiales, revela, por una parte, la
estrecha asociación que aún tenía en esa época la destilación y sublimación
con la alquimia, y, por otra, que el término “alquimia” se refiere
11
Estos hechos podrían sugerir una vía de llegada de información químico-alquímica desde Oriente
Medio a Europa a través de Bizancio, anterior a la difusión en Europa de los textos alquímicos árabes a
través de sus traducciones latinas.
12
PATAI, R. (1994), The Jewish Alchemists, Princeton University Press.
13
Podría considerarse que los alquimistas greco-egipcios estaban reproduciendo a escala de laboratorio lo
que ocurre en el interior de la tierra, empleando el azufre a modo de la “exhalación seca” propuesta por
Aristóteles en su teoría de la generación de los cuerpos metálicos.
14
CENNINO CENNINI, El Libro del Arte, traducción española: editorial Akal, 1988.
simplemente a una operación que hoy denominaríamos química,
desprovista totalmente de toda vinculación con las especulaciones
filosóficas de los alquimistas.
Otro producto de valor usado en artes decorativas es el pigmento
amarillo conocido como “oro mosaico”, denominado también purpurino,
que es esencialmente sulfuro estánnico 15 . Las recetas de preparación del
pigmento, de las cuales la más antigua conocida procede de un manuscrito
italiano del siglo XIV, prescriben el uso, además de azufre y estaño, de
mercurio y cloruro amónico, que han de ser calentados en ciertas
condiciones para obtener el producto deseado. Las recetas son
probablemente de origen árabe, y se ha señalado que parece probable que
deriven de modificaciones del método para obtener cinabrio. Así, se habría
sustituido parte del mercurio por estaño, y parte del azufre, uno de los
“espíritus” de los alquimistas griegos, por otro “espíritu” introducido por
los alquimistas árabes, el cloruro amónico. Es probable que ello responda a
intentos de purificar o “revivificar” un metal como el estaño, próximo al
mercurio por su bajo punto de fusión, mediante su interacción con tres
“espíritus” simultáneamente (el mercurio no se consideraba un metal, sino
también un “espíritu”).
16
Es interesante observar que los comienzos de las investigaciones alquímicas de Newton también
estuvieron marcados por el estudio de la reactividad química de los cloruros metálicos, y con el mismo
objetivo que los alquimistas medievales que le precedieron: lograr la disociación de los cuerpos metálicos
en sus partes constituyentes (proceso de “sutilización”), con el fin de producir su transformación posterior
en otra materia, su evolución. DOBBS, B.J.T. (1975), The foundations of the Newton’s alchemy: the
hunting of the Green Lyon. C.U.P. PÉREZ-PARIENTE, J. (2005), “La alquimia de Newton y Boyle”,
Anales de la Real Sociedad Española de Química, 101, 63-69.
17
Op. cit. 10, p. 173.
18
Mencionado en: SHERWOOD TAYLOR, F. (1957), A History of Industrial Chemistry, Londres,
Heineman, p. 45.
como mordiente en el proceso de teñido de tejidos con el colorante de la
cochinilla producía un brillante color rojo escarlata 19 .
25
Biringuccio recomienda disolver plata en la disolución del ácido, con el fin de separar los posibles
cloruros mediante la precipitación de cloruro de plata. Estos cloruros proceden del cloruro potásico que
siempre acompaña al nitrato potásico natural, y conducen a la formación de pequeñas cantidades de ácido
clorhídrico durante el proceso de obtención del ácido nítrico. Por otra parte, dado que la aleación de plata
y oro con un contenido de éste último superior al 25% es difícilmente atacable por el ácido nítrico, se
utilizaba el procedimiento denominado “incuartación”, es decir, añadir tres partes de plata pura a una
parte de la aleación a ensayar, con lo que el contenido de oro nunca seria superior a la “cuarta parte” del
peso total.
26
Op. cit. 9, pp 525-528.
27
Ver KARPENKO, op. cit. 21, y referencias allí citadas. Este autor expone algunos aspectos que aún no
han sido aclarados respecto a la naturaleza exacta de los productos obtenidos en la antigüedad al destilar
vitriolos. Varios autores mencionan la formación de líquidos rojos, que el autor del artículo sugiere que
pueden ser debidos a impurezas de selenio presentes en el vitriolo de partida. Sobre el papel de las
impurezas en alquimia, ver: PRINCIPE, L. (1987), “Chemical translation and the role of impurities in
alchemy: examples from Basil Valentine’s Triumph-Wagen”, Ambix, 23, 21-30. Michael Scot en su
tratado Ars Alchemia comenta extensamente acerca de las propiedades del vitriolo y del alumbre, y
menciona el “vitriolo sublimado” conocido por los “Sarracenos de África”. (en: THOMSOM, A.H.
(1939), “The texts of Michael Scot’s Ars Alchemia”, Osiris, 5, 523-559). Ver discusión sobre este punto
en op. cit. 10, pp 168-170. Scot falleció en 1232, así que su tratado es al menos medio siglo anterior a la
Summa.
que se recogía en un recipiente con agua, tal y como se observa en la figura
3. 28
28
Op. cit. 9, ed. 1554.
29
Op. cit. 9, pp 515-524. Valerius Cordus también prescribe su uso como medicina en su De Artificiosis
Extractionibus, 1561 (citado así en op. cit. 18, p 95). Gesner también da en su libro (p. 510) una de las
primeras descripciones claras para preparar lo que se conocía como “aceite de azufre”, una disolución
diluida de ácido sulfúrico que se obtenía quemando azufre debajo de una gran campana de vidrio. El
trióxido de azufre que se formaba como resultado de la combustión se combinaba con la humedad
atmosférica y escurría por la parte interior de la campana, recogiéndose en un recipiente adecuado.
30
MULTHAUF, op. cit. 10, p 208.
31
Op. cit. 9, pp 527-528.
32
Op. cit. 29.
por alquimistas árabes como latinos 33 , aunque no fuese reconocido como
un compuesto químico definido.
Teniendo en consideración todas esas observaciones, podríamos
concluir que hacia finales del siglo XV, si no antes, se preparaban y usaban
corrientemente diferentes tipos de “aguas corrosivas” tanto en trabajos
metalúrgicos como en terapéutica, aunque la naturaleza química de esas
“aguas” variaba en función del campo de aplicación. En todo caso, esos
procedimientos provenían directamente de experiencias de laboratorio
realizadas en contextos claramente alquímicos, y los compuestos químicos
esenciales alrededor de los que gravitaban todas ellas eran los sulfatos
metálicos, en particular los de hierro y cobre conocidos como vitriolos 34 .
Es interesante también constatar cómo en ese proceso de “exportación” de
procedimientos alquímicos, éstos pierden prácticamente en su totalidad
toda referencia al papel que desempeñaban en la Gran Obra alquímica, el
proceso de recreación a escala humana del Génesis. Algunos autores han
señalado el empleo de los vitriolos por parte de los alquimistas greco-
egipcios 35 , y teniendo en cuenta el papel preponderante que desempeñaba
en su práctica operativa el azufre y algunos de sus compuestos volátiles,
podríamos preguntarnos si no habrían reconocido ya entonces que el azufre
entra a formar parte esencial de la composición de los vitriolos, y que
además está asociado a los sulfuros metálicos. En efecto, la tostación de los
sulfuros y el calentamiento moderado de los vitriolos da lugar al
desprendimiento de dióxido de azufre, fácilmente reconocible por sus
propiedades sensoriales. Ello habría conducido a su empleo también como
“catalizador” de la génesis mineral que constituye el objetivo de la práctica
operativa de la alquimia. Los alquimistas árabes desarrollaron más
intensamente el empleo de los sulfatos (alumbre y vitriolos) en las
experiencias de laboratorio, y la inclusión de nuevos compuestos salinos,
como el cloruro amónico primero y el nitrato potásico después, condujo
primeramente al aislamiento de los cloruros metálicos, cuando se añadían
metales a la mezcla de reacción, y posteriormente y en ausencia de
metales, a los ácidos minerales, al ser capaces de aislar y disolver en agua
los compuestos gaseosos que se forman como consecuencia de la
descomposición de las correspondientes sales.
36
Sobre los métodos de trabajo y de laboratorio en general, de la alquimia, ver PRIESNER, C y FIGALA,
K. (ed.) (2001), Alquimia. Enciclopedia de una ciencia hermética, Barcelona, Herder.
37
GLASER, C. (1668), Traité de la Chymie, 2ª ed., p. 64.
38
Sobre el significado alquímico del “fuego”, ver op. cit. 35, p. 334, y sobre el de los hornos se puede
consultar: NORTON, T, en ASHMOLE, E. (1652), Theatrum Chemicum Britannicum, cap. 6, pp 96-98.
39
LE FEVRE, N. (1660), Traicté de la Chymie . Citado en: READ, J. (1947), Humour and Humanism in
Chemistry, Londres, p. 107.
Figura 4. Calcinación del antimonio con una lupa (Le Fevre, 1664)
40
Esa caracterización del antimonio metálico como un “Imán celestial” parece estar directamente
inspirada por el tratado La Nueva Luz Química (1604), del alquimista polaco Michael Sendivogius
(Szydlo, op. cit. 19). Esta era una posible explicación para el aumento de peso de los metales que se
discutió ampliamente hasta bien entrado el siglo XVIII, y que no se abandonó definitivamente hasta que
se aportaron pruebas experimentales decisivas que demostraban la participación del oxígeno del aire en el
proceso.
41
Los químicos de la época eran sobre todo y casi en su totalidad médicos y farmacéuticos.
42
Op. cit. 39, p. 109.
43
READ, op. cit. 39, p. 110
Figura 5. Horno de lámpara (Le Fevre, 1664)
44
ARNALDO DE VILANOVA, Rosarius philosophorum, Venecia, alrededor de 1500. D. I. Duveen
reproduce esta ilustración en su Biblioteca alchemica et chemica, London, 1949, p. 638.
45
SHERWOOD TAYLOR, F. (1946), “Thomas Charnock”, Ambix 2, 148-176. Un resumen en castellano
de lo esencial de ese artículo se puede encontrar en: SHERWOOD TAYLOR, F. (1954), La alquimia y
los alquimistas, Barcelona, AHR, pp 155-164. Merece la pena leer su relato sobre las dificultades que
encontró para llevar a cabo los trabajos de la Gran Obra.
se denomina en los textos como “asación” 46 . Es interesante señalar en
este sentido que ese término se relaciona con la sublimación, la cocción y
46
Se puede consultar sobre este asunto la obra del alquimista francés CANSELIET, E. (1899-1982)
(1981), La alquimia explicada según sus textos clásicos, Madrid, Luis Cárcamo, pp 123-125. Isaac
Newton también se refiere en sus tratados alquímicos a ese tratamiento de la materia con un calor
moderado, con el fin de “reincrudarla”, o regresarla al estado “vital” o “vegetativo”, como él decía, que
poseía la materia mineral en el interior de la Tierra.
Figura 7. Horno de lámpara de Charnock
47
PERNETY, A. J. (1758), Dictionnaire Mito-Hermétique. Reimpresión : ed. Arché, Milán, 1980. El
término “sublimación” solía incluir también la destilación convencional.
48
Op. cit. 45. Esa ilustración proviene de una recopilación de manuscritos lulianos del siglo XV entonces
en poder de D.I. Duveen.
Figura 8. Atanor de un manuscrito de tratados lulianos del siglo XV