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Alquimia y tecnología química de la Edad Media al Barroco: una

relación compleja.
Joaquín Pérez Pariente. Instituto de Catálisis y Petroleoquímica. CSIC.

Introducción
Estudios recientes han puesto de manifiesto la especificidad de las
investigaciones alquímicas y su diferenciación de otras prácticas de
transformación química de la materia, abandonando la concepción habitual
que consideraba a la alquimia simplemente como la precursora de la
química moderna 1 . No obstante, aún subsiste una notable confusión en
cuanto a la pertenencia a uno u otro campo del conocimiento humano de las
obras de naturaleza química de la época que nos ocupa. En efecto, la
similitud de equipos y técnicas de laboratorio, materiales y en muchas
ocasiones también de la terminología e incluso de conceptos teóricos de la
alquimia con los de otras prácticas químicas, ha conducido a la propuesta
del término chymico para designar ese conjunto de prácticas vigentes en
Europa hasta mediados del siglo XVIII aproximadamente 2 . Aunque esta
precisión terminológica ha tenido como virtud principal la de subrayar el
carácter experimental de la alquimia, sustrayéndola así de otras
interpretaciones que hacían de ella poco más que un conjunto de
especulaciones filosóficas impregnadas de misticismo, ha difuminado sin
embargo la frontera entre la alquimia y lo que podríamos denominar
química aplicada de la época. Esta situación no es sorprendente, teniendo
en cuenta que la química es una ciencia cuyo proceso histórico de
construcción tuvo lugar lentamente, a lo largo de un extenso periodo que
culminó en el siglo XVIII, en el que se asiste a la emergencia no sólo de la
ciencia de la química, sino también de los químicos, con un estatus similar
al que poseen los especialistas de otras áreas del conocimiento científico.
Antes de esa época, ¿Cómo distinguir la alquimia de otras prácticas de
manipulación de la materia que también conllevan alteraciones químicas de
la misma, de la química aplicada?. Encontrar una respuesta a esa pregunta
es sin embargo imprescindible si se desea trazar, siquiera a grandes rasgos,
un cuadro realista de la evolución histórica de la tecnología química en la
Europa pre-ilustrada.
El estudio de los documentos de naturaleza química más antiguos
que han llegado hasta nosotros, los del Egipto grecolatino, nos permite sin
embargo definir un parámetro sencillo para diferenciar la literatura de
carácter alquímico de aquella otra que no lo es: la naturaleza de los
1
NEWMAN, W.R. y PRINCIPE, L.M. (2002), Alchemy Tried in the Fire. Starkey, Boyle and the Fate of
Helmontian Chymistry, Chicago & London, University of Chicago Pres.
2
PRINCIPE, L.M. y NEWMAN, W.R. “Some Problems with the Historiography of Alchemy”, en:
NEWMAN, W.R. y GRAFTON, A. (eds.) (2001), Secrets of Nature: Astrology and Alchemy in Early
Modern Europe. Cambridge (Mass.) & London, pp 385-431. NEWMAN, W.R y PRINCIPE, L.M.
(1998), “Alchemy vs, Chemistry: the Etimologycal Origins of a Historiographic Mistake”, Early Science
and Medicine, 3, 32-65.
procesos químicos que se describen en ella, más concretamente, el
propósito o finalidad de esos procesos químicos. En el caso de las obras
alquímicas, son los procesos de transmutación o “ennoblecimiento” de los
metales “impuros” en los metales nobles oro y plata su señal de identidad
característica 3 . Partiendo de este punto de vista, se descubre además que la
naturaleza de los materiales empleados, procedimientos y equipamiento de
laboratorio descritos en los textos se encuentran todos ellos condicionados
por la finalidad del proceso al que sirven.
La aplicación de este enfoque al análisis de los textos químicos del
Egipto grecolatino de los siglos II-IV d. C. nos permite diferenciar los
documentos de naturaleza técnica de aquellos otros que podemos definir
como propiamente alquímicos. En efecto, entre los documentos técnicos de
ese origen destacan los que se conocen como papiro X de Leiden y los
papiros de Estocolmo 4. Ambos contienen colecciones de recetas, de las
cuales las del primero describen procedimientos para la preparación de
aleaciones metálicas, imitación de oro y plata (dorado y plateado),
soldaduras metálicas y ensayos de metales preciosos, mientras que las del
segundo tratan sobre todo de la preparación de piedras preciosas
artificiales. En ambos documentos no existe ninguna mención a la
transmutación metálica, ni se expone ninguna teoría en la que esos
procedimientos puedan encuadrarse eventualmente. Podemos considerar
esas colecciones de recetas como una herencia de los conocimientos
tecnológicos del Egipto faraónico.
De características totalmente distintas a las que presentan los textos
de ambos papiros, se conservan en diversas bibliotecas europeas varios
manuscritos griegos, el más antiguo de los cuales pertenece a la biblioteca
de la catedral de San Marcos (Venecia), datado en los siglos X-XI, que
tratan sobre la transmutación de los metales, y cuyos textos fueron
compuestos en el Egipto grecolatino muy probablemente hacia los siglos
III-IV de la Era Cristiana 5 . Aunque los textos mencionan diversos autores,
el más importante de todos ellos es Zósimo de Panópolis. En esos
manuscritos se encuentran descritos por primera vez los elementos
característicos de la literatura alquímica de siglos posteriores: la
asimilación del proceso alquímico a una generación, el papel central de los
“espíritus” en la “vitalización” de la materia, y el objetivo final de obtener
una sustancia semejante a un fermento, denominado Xerion (que se
convertiría más tarde en el Elixir de la alquimia árabe), la Piedra Filosofal
de los alquimistas europeos medievales, la materia capaz de transmutar
metales comunes en metales noble, particularmente en oro 6. Aunque los
materiales y sustancias químicas mencionadas en los textos alquímicos
3
BERTHELOT, M. (1885), Les origines de l’alchimie, Paris, 1885. Ed. española : mra ed., Barcelona,
2001.
4
BERTHELOT, M. (1889), Introduction a l’étude de la chimie des anciens et du moyen age, Paris.
5
Op. cit. 3.
greco-egipcios son prácticamente idénticos a los de los textos técnicos, el
método de tratamiento de los mismos es totalmente distinto. Aunque un
análisis detallado de esos procedimientos está fuera de los objetivos de este
estudio 7 , podemos decir que tienen como objetivo conseguir una
purificación progresiva de la materia mineral, partiendo de una aleación de
metales comunes, generalmente plomo, estaño, cobre y hierro, cuya
evolución hacia la plata y el oro se lleva a cabo con la ayuda de “espíritus”,
sustancias en cuya composición entra a formar parte el azufre o compuestos
de azufre (el arsénico y sus compuestos volátiles, como los óxidos, y el
mercurio también estaban considerados como ”espíritus”), que activan las
semillas de “plata” y “oro” incorporadas durante el proceso. Ese proceso
transcurre a través de una secuencia de colores, negro, blanco, amarillo y
finalmente rojo o púrpura, y el producto final es el Xerion, o Piedra
Filosofal.

Figura 1. Aparatos de destilación de manuscritos alquímicos


greco-egipcios

La característica más notable de la alquimia greco-egipcia, desde un


punto de vista experimental, es el empleo sistemático de la destilación y
sublimación en las operaciones químicas, para lo cual se inventaron una
6
Ms 2.327, fol 110, de la Biblioteca Nacional de Francia. Op. cit. 3. La consideración del Elixir como
remedio para el cuerpo humano es mucho más tardía, y se elabora en Europa a partir del siglo XIII:
PEREIRA, M. “Elixir Vitae. Los orígenes de la farmacología alquímica”, en : PUERTO SARMIENTO,
J., ALEGRE PÉREZ, M.E., REY BUENO, M., LÓPEZ PÉREZ, M. (ed.), (2001), Los Hijos de Hermes,
Madrid, Corona Boreales.
7
HOPKINS, A.J. (1967), Alchemy, child of Greek philosophy, Nueva York, AMS Press, (1ª ed. 1933).
serie de instrumentos y aparatos de laboratorio, muchos de los cuales
aparecen representados en los manuscritos con las características esenciales
con las que los conocemos hoy en día, figura 1. Es importante señalar que
los equipos de destilación aparecen descritos y representados por primera
vez en la historia en esos manuscritos alquímicos, y no son mencionados ni
en los papiros de Leiden y Estocolmo ni en ninguna otra fuente literaria de
la época. Por lo tanto, podemos concluir que aquellos alquimistas
inventaron deliberadamente el instrumental de laboratorio necesario para
llevar a cabo las destilaciones y sublimaciones necesarias para la
consecución de la Obra alquímica. Ambas son técnicas subsidiarias de la
Obra, cuyo objetivo es incorporar “espíritu” o pneuma en la materia
mineral, con el fin de catalizar su evolución. Se creía que los vapores o
sustancias liquidas que contienen azufre o compuestos de azufre, eran los
vehículos materiales idóneos que facilitaban el acceso del pneuma a la
materia. Por lo tanto, el empleo de ambas técnicas, destilación y
sublimación, estaba al servicio de una concepción filosófica de la
naturaleza del mundo físico 8.
La aportación más genuina de la alquimia a la historia de la
tecnología química está vinculada al empleo sistemático de la destilación y
sublimación en operaciones de laboratorio. Esta contribución presenta
varios aspectos distintos: el uso de ambas técnicas para preparar sustancias
químicas nuevas; el empleo de esas sustancias en nuevos procesos
químicos; el desarrollo de nuevas áreas de aplicación de sustancias
químicas gracias a una reinterpretación del aparato teórico de la alquimia, y
finalmente el estímulo para el estudio y empleo de materiales específicos.
El proceso de transferencia e integración de algunas de las técnicas
operativas de la alquimia a la tecnología química en sus diversos aspectos
se extendió a lo largo de un milenio aproximadamente, desarrollándose
primero en la civilización islámica, cuyo punto culminante se puede situar
en los siglos X-XI, y posteriormente en la Europa Occidental, a partir del
siglo XII, primeramente a través de traducciones de textos árabes al latín, y
luego de manera autónoma. Se trata por tanto de un proceso lento en el que
las técnicas y métodos importados de la alquimia van nutriendo distintos
campos de la química aplicada, a la vez que, en general, se debilita
progresivamente su relación con los aspectos teóricos y filosóficos propios
de la alquimia. Ese proceso de disociación de la práctica operativa de su
soporte teórico transcurrió a distinta velocidad en diferentes áreas
tecnológicas, pero puede decirse que, como se verá más adelante, en el
siglo XVI sólo la aplicación de las técnicas de destilación a la preparación
de medicamentos se encuadra aún dentro de un aparato teórico que es en
cierta medida deudor de la filosofía de la naturaleza profesada por la
8
Sobre la alquimia como una replicación de la creación a escala local, consultar: CLULEE, N.H. (2005),
“The Monas Hieroglyphica and the alchemical thread of John Dee’s career”, Ambix, 52, 197-215.
alquimia, aunque no propiamente alquímico. A partir de esa época, la
preparación de medicamentos químicos mediante técnicas destilatorias va
perdiendo progresivamente toda referencia a la filosofía vitalista de la
alquimia, hasta desaparecer casi totalmente a lo largo del siglo XVIII 9 .
Se van a exponer a continuación algunos ejemplos de la influencia de
las técnicas y teorías alquímicas en tres áreas tecnológicas específicas, que
comprenden la mayoría de los procesos químicos conocidos en la época
que nos ocupa: las artes aplicadas, entendiendo por tales la manufactura de
colorantes y métodos de teñido de tejidos, las técnicas de dorado y
plateado, coloreado de aleaciones metálicas, la fabricación de vidrio, tanto
incoloro como de color; la metalurgia, y finalmente la medicina. Se
mostrará cómo cada uno de los aspectos mencionados anteriormente está
presente, aunque con distinta intensidad, en cada una de esas áreas
tecnológicas.
Creo necesario resaltar que, teniendo en cuenta la diferencia que
existe entre los procesos de tecnología química y los propiamente
alquímicos, sólo serán expuestos aquellos casos en los que se puede
establecer una relación clara y directa entre la práctica alquímica y las
aplicaciones tecnológicas a las que esa práctica ha dado lugar. Este es un
aspecto de la alquimia poco explorado, en el que queda mucho trabajo de
investigación por hacer.

Artes aplicadas.
Cuando los primeros textos de alquimia árabe son traducidos al latín
a mediados del siglo XII, lo que podemos tomar como el punto de partida
de la alquimia europea, la química aplicada en el continente había
alcanzado ya un cierto grado de sofisticación, tal y como lo refleja no sólo
los restos materiales de la época, sino también las colecciones de recetas
recogidas en diversos manuscritos, de los que los más antiguos datan de los
siglos VIII al X 10 y que alcanzan su culminación con la obra Schedula
diversarum artis (Sobre artes diversas) , escrita por el monje Teófilo en el
siglo XII. Estas obras dedican buena parte a las artes decorativas, pero
también al refinado de oro y plata, a la obtención de aleaciones metálicas y
a la manufactura de vidrio, de la que Teófilo describe además los hornos
especiales empleados para ello.

9
La relación entre las prácticas destilatorias y la alquimia es tan estrecha, que aún en el siglo
XVI se consideraba como “cosa de alquimistas” el recurso a la destilación o la sublimación en
operaciones de laboratorio, como indica Conrad Gesner en su Tesoro de los remedios secretos de
Evónimo Filiatro, 1ª ed, 1552, Zurich; traducción española: MANRIQUE, A y FERNÁNDEZ, A, (1996),
Instituto de Estudios Superiores del Escorial, El Escorial.
10
Estos tratados, de los que se conocen muchas versiones manuscritas, son esencialmente Compositiones
ad tinguenda; Mappae clavicula y De coloribus et artibus Romanorum. Para una discusión general sobre
el contenido de estas obras, ver: MULTHAUF, R.P. (1966), The origins of chemistry, Londres,
Oldbourne, pp 153-160.
Nos encontramos, por lo tanto, ante una situación similar a la que se
produjo un milenio antes, cuando la alquimia greco-egipcia surge y se
desarrolla en un medio cultural en el que ya existían amplios conocimientos
acerca de la aplicación de la química al tratamiento de materiales diversos.
Uno de los temas a los que se dedica mayor atención en esos textos
de química aplicada es la manufactura de pigmentos. De entre ellos, uno de
los más apreciados por su intenso color rojo y su inalterabilidad era el
sulfuro de mercurio sintético, ó bermellón, que constituía, junto con el azul
ultramar, el pigmento más apreciado de la paleta del artista. El proceso de
obtención del bermellón no es sencillo, ya que el azufre y el mercurio
reaccionan en primer lugar para formar un sulfuro de mercurio negro,
denominado etíope mineral, que sublima al calentar transformándose en la
variedad roja o bermellón. La primera referencia a este pigmento en la
Europa medieval se encuentra en un manuscrito de finales del siglo VIII,
Compositiones ad tingenda, una colección de recetas sobre la química de
las artes decorativas. La síntesis de este material también aparece en los
escritos del alquimista árabe Razhés, en el siglo IX, pero no hay ninguna
evidencia de influencia árabe en el manuscrito medieval latino. Sin
embargo, este último es de influencia greco-bizantina, y de hecho una de
las recetas parece ser una traducción de una de las recetas del papiro X de
Leiden. Otros autores han señalado que los manuscritos alquímicos greco-
egipcios mencionan la “fijación” (o pérdida del estado líquido) del
mercurio, lo que podría interpretarse como evidencia de la conversión de
este metal en su sulfuro 11. En efecto, los alquimistas griegos, en particular
la alquimista conocida como María la Judía 12 , describe el uso de un
aparato especial para tratar sustancias de origen mineral, en particular
metales, con vapores de azufre o compuestos volátiles de arsénico,
conocido como Kerotakis. El proceso alquímico que hace uso del
Kerotakis tiene como objeto “reincrudar” o volver a su estado original a los
metales, es decir, similar al estado vegetativo que poseían en el interior de
la tierra, mediante la formación de los correspondientes sulfuros 13.
Siglos más tarde, el artista florentino Cennino Cennini 14 describe a
finales del siglo XIV o comienzo del XV que “el cinabrio se obtiene por
alquimia, elaborado por alambique”. Esta expresión, que aplica también a
la elaboración de otros pigmentos artificiales, revela, por una parte, la
estrecha asociación que aún tenía en esa época la destilación y sublimación
con la alquimia, y, por otra, que el término “alquimia” se refiere
11
Estos hechos podrían sugerir una vía de llegada de información químico-alquímica desde Oriente
Medio a Europa a través de Bizancio, anterior a la difusión en Europa de los textos alquímicos árabes a
través de sus traducciones latinas.
12
PATAI, R. (1994), The Jewish Alchemists, Princeton University Press.
13
Podría considerarse que los alquimistas greco-egipcios estaban reproduciendo a escala de laboratorio lo
que ocurre en el interior de la tierra, empleando el azufre a modo de la “exhalación seca” propuesta por
Aristóteles en su teoría de la generación de los cuerpos metálicos.
14
CENNINO CENNINI, El Libro del Arte, traducción española: editorial Akal, 1988.
simplemente a una operación que hoy denominaríamos química,
desprovista totalmente de toda vinculación con las especulaciones
filosóficas de los alquimistas.
Otro producto de valor usado en artes decorativas es el pigmento
amarillo conocido como “oro mosaico”, denominado también purpurino,
que es esencialmente sulfuro estánnico 15 . Las recetas de preparación del
pigmento, de las cuales la más antigua conocida procede de un manuscrito
italiano del siglo XIV, prescriben el uso, además de azufre y estaño, de
mercurio y cloruro amónico, que han de ser calentados en ciertas
condiciones para obtener el producto deseado. Las recetas son
probablemente de origen árabe, y se ha señalado que parece probable que
deriven de modificaciones del método para obtener cinabrio. Así, se habría
sustituido parte del mercurio por estaño, y parte del azufre, uno de los
“espíritus” de los alquimistas griegos, por otro “espíritu” introducido por
los alquimistas árabes, el cloruro amónico. Es probable que ello responda a
intentos de purificar o “revivificar” un metal como el estaño, próximo al
mercurio por su bajo punto de fusión, mediante su interacción con tres
“espíritus” simultáneamente (el mercurio no se consideraba un metal, sino
también un “espíritu”).

Síntesis de los cloruros metálicos.


El número de sustancias químicas conocidas en la antigüedad era
escaso, y de origen natural en su mayoría, como los compuestos metálicos
usados como menas para la obtención de los correspondientes metales en
procesos de metalurgia extractiva, tales como los sulfuros de plomo, cobre,
hierro y antimonio, o los óxidos de arsénico. A estos habría que añadir los
sulfatos de hierro y cobre (vitriolo verde y azul, respectivamente), la sal
común, el alumbre (sulfato de aluminio y potasio), utilizado desde la
antigüedad como mordiente en el teñido de tejidos, el carbonato sódico o
natrón, y el azufre, entre otros. El alquimista árabe Razhes (s. IX) incorpora
también el cloruro amónico, que se podía extraer de terrenos volcánicos,
pero que también obtuvo por primera vez mediante la destilación de pelo
animal. La importancia alquímica de esta nueva sal reside en su carácter
volátil, y en su efecto sobre los metales en estado vapor, lo que le valió ser
incluida entre los “espíritus”, sumándose a los tres descritos por los
alquimistas greco-egipcios, el mercurio, el azufre y los compuestos
volátiles de arsénico. El tratamiento prolongado de metales con cloruro
amónico a alta temperatura puede dar lugar a la formación de los
correspondientes cloruros. Siguiendo esta línea experimental, el empleo de
cloruro amónico como vehículo portador de “espíritu”, la obra de alquimia
latina De aluminibus et salibus, del s. XII, describe por primera vez la
15
PARTINGTON, J. R. (1934), “The discovery of Mosaic Gold”, Isis, 21 (1), 203-206.
obtención de cloruro mercúrico mediante dos procedimientos:
calentamiento de una mezcla de mercurio, sal amoniaco y alumbre, o
calentando vitriolo, mercurio y sal común. En ambos casos se genera ácido
clorhídrico in situ, que reacciona con el mercurio para dar el
correspondiente cloruro volátil, (funde a 280 ºC y hierve a 306 ºC) que se
destila de la mezcla de reacción a medida que se forma. Hacia el final del
siglo XIII, las obras del que se conoce como Geber latino prosiguen el
mismo programa experimental, con el propósito declarado de lograr la
“sutilización” de los metales, incluido el oro, una etapa necesaria para la
obtención del Elixir transmutatorio o “fermento”, empleando para ello los
cloruros amónico y mercúrico 16. De esta forma se pudo obtener el
bicloruro de estaño 17 y los cloruros de plomo, plata y cobre. Es interesante
señalar que la formación del cloruro mercúrico es vista por el autor de De
Aluminibus como una verdadera disolución del metal. El poder clorante
del cloruro mercúrico fue usado posteriormente por Andreas Libavius
(1540-1616) para obtener el cloruro estánnico calentando la sal de mercurio
con estaño.
Las obras de alquimia primero árabes y posteriormente latinas
divulgaron el conocimiento de los cloruros amónico y mercúrico,
reconocido ya entonces como una sustancia con propiedades bien
definidas. A pesar de la complejidad de esas obras y de las consiguientes
dificultades para interpretar en sentido químico los textos, se puede
concluir sin embargo que la obtención de esos compuestos químicos fue
una consecuencia de la aplicación deliberada de un programa experimental
guiado por una filosofía natural que hacía concebible la obtención de ese
fermento o Elixir capaz de curar los metales comunes (no nobles) de sus
imperfecciones, y no el fruto de una experimentación empírica alejada de
todo marco conceptual.
Los cloruros amónico y estánnico encontraron aplicaciones prácticas.
El primero se empleaba para limpiar las superficies de los metales en
procesos de soldadura. Agrícola recomienda su uso junto vinagre para
limpiar el hierro antes de someterlo al estañado (recubrimiento con una
delgada capa de estaño) 18. Además, se usaba junto con ácido nítrico para
obtener agua regia, que se empleaba en procesos de refinación de metales.
Respecto al cloruro de estaño, el holandés Drebbel descubrió que su uso

16
Es interesante observar que los comienzos de las investigaciones alquímicas de Newton también
estuvieron marcados por el estudio de la reactividad química de los cloruros metálicos, y con el mismo
objetivo que los alquimistas medievales que le precedieron: lograr la disociación de los cuerpos metálicos
en sus partes constituyentes (proceso de “sutilización”), con el fin de producir su transformación posterior
en otra materia, su evolución. DOBBS, B.J.T. (1975), The foundations of the Newton’s alchemy: the
hunting of the Green Lyon. C.U.P. PÉREZ-PARIENTE, J. (2005), “La alquimia de Newton y Boyle”,
Anales de la Real Sociedad Española de Química, 101, 63-69.
17
Op. cit. 10, p. 173.
18
Mencionado en: SHERWOOD TAYLOR, F. (1957), A History of Industrial Chemistry, Londres,
Heineman, p. 45.
como mordiente en el proceso de teñido de tejidos con el colorante de la
cochinilla producía un brillante color rojo escarlata 19 .

El descubrimiento de los ácidos minerales y su aplicación en


metalurgia y medicina.

A lo largo del siglo XVI se publicaron una serie de tratados de


química práctica, relacionados tanto con la metalurgia como con la
preparación de medicamentos mediante técnicas destilatorias, en los que se
describen distintos procedimientos de obtención de los tres principales
ácidos minerales fuertes: ácido nítrico, sulfúrico y clorhídrico. De los tres,
el ácido nítrico es el que tuvo con diferencia mayor impacto tecnológico.
La receta conocida más antigua para la preparación de este ácido
aparece en un texto del alquimista conocido como Geber, De inventione
veritatis. Se conocen varios manuscritos latinos de este autor, escritos a
finales de la Edad Media, que durante mucho tiempo se identificó con el
alquimista árabe Jabir, que vivió en el siglo VIII. Estudios más recientes
ponen en duda esta atribución, y se refieren a él como el Geber latino o
pseudo-Geber 20 . La obra más conocida de este autor es la Summa
perfectionis magisterii, escrita a finales del siglo XIII, fecha probable
también para los otros escritos del Geber latino, incluido De inventione
veritatis. La receta dice así 21 : Toma una libra de vitriolo de Chipre
(sulfato de hierro y cobre), una libra y media de salitre (nitrato potásico), y
un cuarto de libra de alumbre (sulfato de aluminio y potasio). Somete el
conjunto a la destilación, con el fin de extraer un licor que posee una gran
acción disolvente. El poder disolvente del ácido se incrementa
grandemente si se mezcla con sal amoniaco (cloruro amónico), porque
entonces disolverá oro, plata y azufre. Otros autores, como Agrícola en su
De re metallica y Biringuccio en Pirotechnia 22 , emplean diferentes
proporciones de esos ingredientes, pero el procedimiento conduce en todo
19
Cornelis Drebbel (1572-1633) poseyó una notable reputación como inventor y tecnólogo, además de
alquimista, siendo empleado como tal por los reyes de diversas cortes europeas, entre ellas la del
emperador Rodolfo II entre 1610 y 1612. Ver a este respecto: EVANS, R. J. W. (1997), Rudolf II and his
World, Spain, Thames & Hudson, pp 189-190. Uno de sus biógrafos, G. Tierie, afirma en su obra
Cornelis Drebbel, Amsterdam, 1932, pp 86-90, que Drebbel sabía como obtener oxígeno a partir del
nitrato potásico, tal y como lo sugiere un pasaje de una de sus dos únicas obras publicadas, el Tratado
sobre los elementos de la Naturaleza, 1608. Z. Szydlo reproduce este pasaje (en inglés) en su libro Water
which does not wet hands, Varsovia, Polish Academy of Sciences, 1994, p.85, y sitúa a este hombre en la
línea de chymicos interesados en las propiedades del nitro, que culminaría en los trabajos del alquimista
polaco Michael Sendivogius, analizado en su obra.
20
NEWMAN, W. R. (1991), The Summa Perfectionis of Pseudo-Geber. A Critical Edition, Translation
and Study, Leiden. Este autor atribuye la Summa al franciscano Paolo de Taranto.
21
Traducción de la receta en inglés que aparece en : KARPENKO, V. y NORRIS, J. A. (2002), “Vitriol in
the history of chemistry”, Chem. Listy, 96, 997-1005. La traducción inglesa de De inventioni veritatis
aparece en : RUSSELL, R. (trad.) (1678), The alchemical Works of Geber, Londres. (Reimpresión:
Samuel Weiser Ed., 1994).
22
Biringuccio no recomienda el uso de vitriolo, BIRINGUCCIO, V. (1540), Pirotecnia. (traducción al
inglés: SMITH, C. S. y HUNDÍ, M. T. ed. y Trad. (1990), Dover, p. 187).
caso a la obtención de lo que los autores llamaban aqua fortis 23,
disoluciones de ácido nítrico con contenido variable de ácido. La
reproducción moderna de la receta dada por Agrícola en su libro conduce a
la obtención de aproximadamente 70 gramos de una disolución de ácido
nítrico con un contenido de ácido del 51% en peso, y 0,4 % de ácido
nitroso, a partir de 150 gramos de nitrato potásico 24 . Al calentar la mezcla
de reacción (la destilación mencionada en la receta), se liberan óxidos de
azufre que reaccionan con el nitrato potásico para formar óxidos de
nitrógeno, que a su vez reaccionan con oxígeno y agua para dar finalmente
ácido nítrico. La adición de cloruro amónico al destilado daría lugar a la
formación de agua regia, que, efectivamente, tal y como indica la receta es
capaz de disolver el oro. En la figura 2 se muestra el dispositivo

Figura 2. Destilación del ácido nítrico (Ercker, 1574)

experimental, horno y recipientes, utilizados para obtener aqua fortis,


según un grabado del libro de Lazarus Ercker Tratado sobre menas y
refinación (1574)
Geber latino es el alquimista más antiguo en mencionar el salitre, un
ingrediente esencial en la producción de ácido nítrico. El otro ingrediente
básico es un sulfato, vitriolo o alumbre. Como se comentó anteriormente,
los dos últimos eran conocidos y utilizados por los alquimistas árabes y los
23
Agrícola utiliza el término aqua valens. AGRÍCOLA (1556), De re metallica. (traducción al inglés:
HOOVER, H. C. y HOOVER, L. H. trad, (1950) Dover).
24
Ver KARPENKO, op. cit. 21, p. 1002, y referencias allí citadas, para el conjunto de reacciones
químicas que conducen a la formación de ácido nítrico.
primeros alquimistas latinos en los procesos de “sutilización” de los
metales, que conducen a la obtención de los correspondientes cloruros.
Geber describe en su obra la preparación del aqua fortis en un contexto
alquímico, con el propósito de obtener el Elixir transmutatorio, y lejos de
toda intención tecnológica. Sin embargo, alrededor de dos siglos después
de que fuera reportado por primera vez, este producto encontró una
aplicación tecnológica importante en los procesos de refinación y ensayo
(“separación”) de metales preciosos, en particular de oro, y para ser
utilizado con este fin se describe su preparación en los tratados
metalúrgicos del siglo XVI que se han mencionado anteriormente. Para
determinar el contenido de oro y poderlo separar de la plata en una aleación
de ambos metales, ésta se trataba con aqua fortis exenta de cloruros (de lo
contrario, también disolvería el oro) 25 . Es interesante subrayar que el aqua
fortis también se empleó como remedio terapéutico para tratar diversas
afecciones. Así, Conrad Gesner prescribe su uso para tratar verrugas y
úlceras del aparato bucal 26 .
La importancia tecnológica del ácido sulfúrico fue muy inferior a la
del ácido nítrico hasta bien entrado el siglo XVIII, y no se conocen recetas
detalladas para su preparación anteriores al siglo XVI. Se considera
generalmente que un pasaje del texto alquímico Summa perfectionis
magisterii del Geber latino contiene la receta más antigua para la
preparación del ácido sulfúrico 27, y consiste básicamente en el
calentamiento de vitriolos (sulfatos de hierro o cobre) a alta temperatura,
con el fin de descomponerlos primeramente en óxido sulfuroso, que se
oxida en el aire para formar anhídrido sulfúrico, y posteriormente a medida
que se incrementa la temperatura, los sulfatos se descomponen
directamente en el correspondiente óxido metálico y el anhídrido sulfúrico,

25
Biringuccio recomienda disolver plata en la disolución del ácido, con el fin de separar los posibles
cloruros mediante la precipitación de cloruro de plata. Estos cloruros proceden del cloruro potásico que
siempre acompaña al nitrato potásico natural, y conducen a la formación de pequeñas cantidades de ácido
clorhídrico durante el proceso de obtención del ácido nítrico. Por otra parte, dado que la aleación de plata
y oro con un contenido de éste último superior al 25% es difícilmente atacable por el ácido nítrico, se
utilizaba el procedimiento denominado “incuartación”, es decir, añadir tres partes de plata pura a una
parte de la aleación a ensayar, con lo que el contenido de oro nunca seria superior a la “cuarta parte” del
peso total.
26
Op. cit. 9, pp 525-528.
27
Ver KARPENKO, op. cit. 21, y referencias allí citadas. Este autor expone algunos aspectos que aún no
han sido aclarados respecto a la naturaleza exacta de los productos obtenidos en la antigüedad al destilar
vitriolos. Varios autores mencionan la formación de líquidos rojos, que el autor del artículo sugiere que
pueden ser debidos a impurezas de selenio presentes en el vitriolo de partida. Sobre el papel de las
impurezas en alquimia, ver: PRINCIPE, L. (1987), “Chemical translation and the role of impurities in
alchemy: examples from Basil Valentine’s Triumph-Wagen”, Ambix, 23, 21-30. Michael Scot en su
tratado Ars Alchemia comenta extensamente acerca de las propiedades del vitriolo y del alumbre, y
menciona el “vitriolo sublimado” conocido por los “Sarracenos de África”. (en: THOMSOM, A.H.
(1939), “The texts of Michael Scot’s Ars Alchemia”, Osiris, 5, 523-559). Ver discusión sobre este punto
en op. cit. 10, pp 168-170. Scot falleció en 1232, así que su tratado es al menos medio siglo anterior a la
Summa.
que se recogía en un recipiente con agua, tal y como se observa en la figura
3. 28

Figura 3. Destilación del aceite de vitriolo (ácido sulfúrico)

El producto obtenido de esa manera se denominaba aceite de


vitriolo. Este ácido no se empleó inicialmente en procesos metalúrgicos,
sino que se usó como medicamento. Gesner describe en su obra un gran
número de usos terapéuticos de esta sustancia, tanto internos como
externos, y alaba sus excelencias como medicina, comparándolo incluso
con el oro potable29.
La historia de la obtención del ácido clorhídrico es aún más confusa
que la del ácido sulfúrico. Multhauf 30 cita la edición de 1589 de Magia
Naturalis de J.B. Porta, como la referencia más antigua por él conocida
sobre la preparación de “aceite de sal”, ó ácido clorhídrico. Sin embargo,
ya a mediados de aquel siglo Gesner da en su obra dos recetas para obtener
este ácido, mediante destilación de una mezcla de sal común y alumbre 31 .
Además, indica que Isabel de Aragón, duquesa de Milán, lo utilizaba para
blanquear los dientes, hacia 1489. Más tarde, Libavius, Van Helmont,
Glauber y Beguin dan recetas similares 32. Es muy probable que este ácido
se obtuviera en repetidas ocasiones en el curso de las investigaciones de
laboratorio acerca de las propiedades de los vitriolos llevadas a cabo tanto

28
Op. cit. 9, ed. 1554.
29
Op. cit. 9, pp 515-524. Valerius Cordus también prescribe su uso como medicina en su De Artificiosis
Extractionibus, 1561 (citado así en op. cit. 18, p 95). Gesner también da en su libro (p. 510) una de las
primeras descripciones claras para preparar lo que se conocía como “aceite de azufre”, una disolución
diluida de ácido sulfúrico que se obtenía quemando azufre debajo de una gran campana de vidrio. El
trióxido de azufre que se formaba como resultado de la combustión se combinaba con la humedad
atmosférica y escurría por la parte interior de la campana, recogiéndose en un recipiente adecuado.
30
MULTHAUF, op. cit. 10, p 208.
31
Op. cit. 9, pp 527-528.
32
Op. cit. 29.
por alquimistas árabes como latinos 33 , aunque no fuese reconocido como
un compuesto químico definido.
Teniendo en consideración todas esas observaciones, podríamos
concluir que hacia finales del siglo XV, si no antes, se preparaban y usaban
corrientemente diferentes tipos de “aguas corrosivas” tanto en trabajos
metalúrgicos como en terapéutica, aunque la naturaleza química de esas
“aguas” variaba en función del campo de aplicación. En todo caso, esos
procedimientos provenían directamente de experiencias de laboratorio
realizadas en contextos claramente alquímicos, y los compuestos químicos
esenciales alrededor de los que gravitaban todas ellas eran los sulfatos
metálicos, en particular los de hierro y cobre conocidos como vitriolos 34 .
Es interesante también constatar cómo en ese proceso de “exportación” de
procedimientos alquímicos, éstos pierden prácticamente en su totalidad
toda referencia al papel que desempeñaban en la Gran Obra alquímica, el
proceso de recreación a escala humana del Génesis. Algunos autores han
señalado el empleo de los vitriolos por parte de los alquimistas greco-
egipcios 35 , y teniendo en cuenta el papel preponderante que desempeñaba
en su práctica operativa el azufre y algunos de sus compuestos volátiles,
podríamos preguntarnos si no habrían reconocido ya entonces que el azufre
entra a formar parte esencial de la composición de los vitriolos, y que
además está asociado a los sulfuros metálicos. En efecto, la tostación de los
sulfuros y el calentamiento moderado de los vitriolos da lugar al
desprendimiento de dióxido de azufre, fácilmente reconocible por sus
propiedades sensoriales. Ello habría conducido a su empleo también como
“catalizador” de la génesis mineral que constituye el objetivo de la práctica
operativa de la alquimia. Los alquimistas árabes desarrollaron más
intensamente el empleo de los sulfatos (alumbre y vitriolos) en las
experiencias de laboratorio, y la inclusión de nuevos compuestos salinos,
como el cloruro amónico primero y el nitrato potásico después, condujo
primeramente al aislamiento de los cloruros metálicos, cuando se añadían
metales a la mezcla de reacción, y posteriormente y en ausencia de
metales, a los ácidos minerales, al ser capaces de aislar y disolver en agua
los compuestos gaseosos que se forman como consecuencia de la
descomposición de las correspondientes sales.

El Horno de los Filósofos.


33
El tratado Liber claritatis, del siglo XIII, escrito con posterioridad a los de Scot pero anterior a los del
Geber latino o pseudoGeber, contiene al menos una receta que podría haber producido ácido clorhídrico,
según Darmstaedter, que reprodujo en el laboratorio las recetas de esa obra en la década de los veinte del
siglo pasado (op. cit. 10, p. 170, n. 80).
34
Ver op. cit. 21 acerca del vitriolo en la historia de la química.
35
VON LIPPMANN, E.O. (1919), Enststehung und Ausbreitung der Alchemie. Citado en op. cit. 9.
La práctica totalidad de los procesos descritos en los textos
alquímicos y chymicos requiere el tratamiento de materiales minerales o
biológicos a temperaturas elevadas. Por lo tanto, una parte importante de
esos tratados está dedicada a la descripción del instrumental de laboratorio
necesario para las diversas operaciones químicas 36 , entre el que destacan
los hornos. En general, el empleo de uno u otro tipo de horno está
determinado por el tipo de operación, y sobre todo por la temperatura que
se precisa alcanzar. Glaser, en su Traité de la Chymie (1668) 37 , describe
distintos tipos de hornos, que ilustra mediante los correspondientes
grabados, y termina su explicación con el siguiente comentario: “Hay otros
fuegos además de éstos [vapor, baño María, cenizas, arena, limaduras de
hierro, reverbero y llama, en orden creciente de temperatura ], como el de
lámpara, de estiércol, de espejos ardientes, y otros, pero como todas las
operaciones que deseamos describir pueden llevarse a cabo mediante los
fuegos de los que hemos hablado, no diremos nada de los otros” 38 . Glaser
menciona en ese texto algunos de los procedimientos utilizados durante
siglos para calentar determinadas sustancias químicas a temperaturas
distintas en función de la manera de suministrar calor, y sugiere que
algunos de ellos pueden ser sustituidos por los otros más convencionales
que describe en su libro. Glaser representa un punto de vista que se
convertirá en dominante entre los chymicos en las décadas siguientes, pero
en su tiempo no era ni mucho menos unánimemente compartido. Es
interesante comparar esta opinión de Glaser respecto al empleo de distintos
tipos de fuegos en las diversas operaciones de la Chymia con la de un
contemporáneo suyo, Nicolás Le Fevre, que le precedió como demostrador
de química en el Jardín del Rey en París, cuyo puesto ocupó hasta 1660.
Comencemos por los “espejos ardientes”. Le Fevre se refiere a la
calcinación del sulfuro de antimonio natural (el mineral stibnita) y del
antimonio metálico empleando una gran lupa (Figura 4) como una
“Calcinación Filosófica”, “la calcinación solar del Antimonio por medio
del Fuego Mágico y Celestial extraído de los rayos del Sol” 39 . Además, Le
Fevre notó un aumento de peso del metal, que atribuyó a la fijación de la
luz del sol, expresándolo de esta manera: “Este noble mineral posee un
tipo de Imán natural en sí mismo, que le hace capaz de atraer de lo más
alto de los Cielos esta noble y similar Luz, por la cual es producido y

36
Sobre los métodos de trabajo y de laboratorio en general, de la alquimia, ver PRIESNER, C y FIGALA,
K. (ed.) (2001), Alquimia. Enciclopedia de una ciencia hermética, Barcelona, Herder.
37
GLASER, C. (1668), Traité de la Chymie, 2ª ed., p. 64.
38
Sobre el significado alquímico del “fuego”, ver op. cit. 35, p. 334, y sobre el de los hornos se puede
consultar: NORTON, T, en ASHMOLE, E. (1652), Theatrum Chemicum Britannicum, cap. 6, pp 96-98.
39
LE FEVRE, N. (1660), Traicté de la Chymie . Citado en: READ, J. (1947), Humour and Humanism in
Chemistry, Londres, p. 107.
Figura 4. Calcinación del antimonio con una lupa (Le Fevre, 1664)

suplementado con su virtud” 40 . No debería subestimarse la


influencia de esta opinión acerca de las propiedades especiales de las que
parecía gozar la radiación solar y su efecto en las operaciones químicas,
compartida por otra parte por numerosos autores de la época, ya que el
tratado de Le Fevre fue considerando durante un siglo como un libro de
referencia de chymica, dedicado sobre todo a los farmacéuticos, que aún se
reeditó en francés en 1751, en cinco pequeños volúmenes 41 .
Analicemos ahora el “fuego de lámpara” al que se refiere Glaser. Le
Fevre escribe de él en estos términos: “Horno de lámpara, usado por los
más cuidadosos Artistas para muchas operaciones químicas”. 42 El horno
de Le Fevre contenía una lámpara de aceite sujeta a un tornillo móvil, que
se aproximaba o alejaba del recipiente en función de la temperatura que se
deseaba alcanzar, figura 5 43 , e incluía además un termómetro de agua para

40
Esa caracterización del antimonio metálico como un “Imán celestial” parece estar directamente
inspirada por el tratado La Nueva Luz Química (1604), del alquimista polaco Michael Sendivogius
(Szydlo, op. cit. 19). Esta era una posible explicación para el aumento de peso de los metales que se
discutió ampliamente hasta bien entrado el siglo XVIII, y que no se abandonó definitivamente hasta que
se aportaron pruebas experimentales decisivas que demostraban la participación del oxígeno del aire en el
proceso.
41
Los químicos de la época eran sobre todo y casi en su totalidad médicos y farmacéuticos.
42
Op. cit. 39, p. 109.
43
READ, op. cit. 39, p. 110
Figura 5. Horno de lámpara (Le Fevre, 1664)

controlar mejor la temperatura. En conjunto, este dispositivo permitía


alcanzar y controlar con relativa precisión una temperatura moderada. Es
necesario resaltar que tanto Glaser como Le Fevre son esencialmente
boticarios que escriben sus tratados con la pretensión de poner a
disposición del cuerpo médico y farmacéutico recetas prácticas, claras y
reproducibles para la síntesis de numerosas sustancias de interés
terapéutico, y en ningún modo pueden considerarse como alquimistas.
Sin embargo, los hornos de lámpara tienen una sólida tradición en
alquimia, muy anterior a su aparición en los textos chymicos del siglo
XVII. Aparece como la única ilustración del primer libro de alquimia en
lengua vernácula ilustrado, figura 6 44 , acompañado de la correspondiente
explicación acerca de su uso en la Gran Obra alquímica. Una de las
representaciones más explícitas de este tipo de horno se encuentra en un
manuscrito del alquimista inglés del siglo XVI Thomas Charnock (1524-
1581), figura 7 45 .
El diseño de un horno de lámpara no permitía alcanzar temperaturas
muy elevadas, y podemos preguntarnos acerca de su uso en operaciones
verdaderamente alquímicas. No es fácil responder a esa pregunta, a falta de
un análisis detallado de las mismas, algo que está fuera de los objetivos de
este estudio, pero podría estar relacionado, entre otros posibles usos, con el
sometimiento de la materia prima mineral empleada en los comienzos de
las labores alquímicas a un calor moderado, uniforme y prolongado, lo que

44
ARNALDO DE VILANOVA, Rosarius philosophorum, Venecia, alrededor de 1500. D. I. Duveen
reproduce esta ilustración en su Biblioteca alchemica et chemica, London, 1949, p. 638.
45
SHERWOOD TAYLOR, F. (1946), “Thomas Charnock”, Ambix 2, 148-176. Un resumen en castellano
de lo esencial de ese artículo se puede encontrar en: SHERWOOD TAYLOR, F. (1954), La alquimia y
los alquimistas, Barcelona, AHR, pp 155-164. Merece la pena leer su relato sobre las dificultades que
encontró para llevar a cabo los trabajos de la Gran Obra.
se denomina en los textos como “asación” 46 . Es interesante señalar en
este sentido que ese término se relaciona con la sublimación, la cocción y

Figura 6. Horno de lámpara de Arnaldo de Vilanova

46
Se puede consultar sobre este asunto la obra del alquimista francés CANSELIET, E. (1899-1982)
(1981), La alquimia explicada según sus textos clásicos, Madrid, Luis Cárcamo, pp 123-125. Isaac
Newton también se refiere en sus tratados alquímicos a ese tratamiento de la materia con un calor
moderado, con el fin de “reincrudarla”, o regresarla al estado “vital” o “vegetativo”, como él decía, que
poseía la materia mineral en el interior de la Tierra.
Figura 7. Horno de lámpara de Charnock

la digestión de la materia 47 , y puede observarse la frase “para la


sublimación” escrita en la parte superior del horno de lámpara de la figura
7. El estudio del profesor Taylor sobre Charnock le permite concluir que su
procedimiento alquímico estaba basado en manuscritos de los tratados de
Raimundo Lulio, y consistía esencialmente en el empleo de
“circulaciones”, y sugiere que esta palabra podría ser aplicada a lo que hoy
día denominamos “reflujo”, la evaporación y condensación de un líquido
en una vasija cerrada. No obstante, hay que tener en cuenta que la
uniformidad de temperatura de un recipiente introducido en un horno como
el de la figura 7 hace difícil que se produzca una verdadera condensación
de materias volátiles. Esa uniformidad de temperatura es otra característica
de los hornos alquímicos que aparecen frecuentemente representados tanto
en manuscritos como en obras impresas. Así, en los manuscritos de
Charnock también se encuentran ilustraciones de hornos copiadas de
manuscritos lulianos, tal y como se muestra en la figura 8 48 . La materia
encerrada en la vasija interior se encuentra en realidad rodeada por tres
recipientes. Esta característica, y la referencia a su empleo en procesos
“circulatorios”, los emparenta directamente con algunos de los aparatos que
aparecen en los manuscritos alquímicos greco-egipcios señalados
anteriormente, como el de la figura 9, que a su vez deriva del instrumento
denominado kerotakis. Este aparato, que aparece descrito en los textos
alquímicos atribuidos a la alquimista María la Judía, se empleaba para
tratar sustancias sólidas, generalmente metales, colocados en la parte
superior, con vapores de sustancias volátiles, generalmente azufre,
mercurio o compuestos de arsénico. Los compuestos formados en la parte
superior fluían a la parte inferior, donde eran sublimados de nuevo. El
aparato de la figura 9 se relaciona directamente con vasijas de digestión

47
PERNETY, A. J. (1758), Dictionnaire Mito-Hermétique. Reimpresión : ed. Arché, Milán, 1980. El
término “sublimación” solía incluir también la destilación convencional.
48
Op. cit. 45. Esa ilustración proviene de una recopilación de manuscritos lulianos del siglo XV entonces
en poder de D.I. Duveen.
Figura 8. Atanor de un manuscrito de tratados lulianos del siglo XV

Figura 9. Vasija relacionada con el Figura 10. Vasija de digestión


kerotakis

que aparecen representadas en otros manuscritos alquímicos griegos, como


la de la figura 10, y constituyen el nexo de unión con el instrumento
conocido como aludel en los manuscritos árabes, como los del pseudo-
Geber 49 , según Berthelot.
Este autor señala también que “esa envoltura general parece haber
sido simbolizada por la denominación Huevo Filosófico” 50 . Encontramos
aquí, pues, una filiación directa entre los instrumentos de laboratorio
desarrollados por los alquimistas greco-egipcios, y los que se encuentran
posteriormente representados en manuscritos árabes y latinos medievales, y
más tarde en numerosas obras impresas pertenecientes al ámbito de la
Chymia, pero sin ninguna relación ya con la alquimia.
49
Op. cit. 4, p 145 y ss.
50
Op. cit. 4, p. 170.
Por lo tanto, se produce en el ámbito del equipamiento de laboratorio
la misma tendencia analizada anteriormente en lo que respecta a las
sustancias químicas: esos instrumentos se inventaron y construyeron con el
propósito de que cumpliesen una función específica dentro de la práctica
alquímica, pero una vez que son utilizados con otros fines distintos a los de
la alquimia, sufren procesos de transformación para adaptarlos a las nuevas
necesidades, y en algún caso son simplemente sustituidos por otros
instrumentos más específicos.

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