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Introducción
Desde nuestra infancia se nos ha enseñado a tratar la sexualidad como un
tema vedado. Hablar del tema hasta el día de hoy sigue siendo un asunto es-
pinoso, del cual como integrantes de este sistema social no podemos escapar.
En sociedades como la peruana, hondamente patriarcales y altamente do-
minadas por una sexualidad retenida, muda e hipócrita (Foucault 1985) es
difícil reunir testimonios que nos acerquen a la historia de manifestaciones
sociales tales como la prostitución. El ordenamiento que aplicó la moderni-
dad se exteriorizó en ese silencio cómplice e hizo que no se hallasen registros
bibliográficos específicos acerca del tema para el caso peruano hasta ya co-
menzado el siglo XX (Dávalos y Lisson 1900) Aunque uno de nuestros más
representativos historiadores opinó con anterioridad que puede existir un
texto perdido sobre esta problemática para la época virreinal, pero escrito en
la época republicana (Macera 1977). Sin embargo estos indicios no nos ayu-
daban en gran medida a resolver los interrogantes sobre el comercio sexual
en la Lima Borbónica. Es decir ¿por qué siendo Lima la capital del imperio
español de ultramar en América no encontramos datos sobre un fenóme-
no que afectó grandemente a otras ciudades del orbe en el mismo espacio
temporal? ¿Por qué los pocos datos conocidos hasta hoy aluden solamente a
las clases populares –la plebe– como productora y consumidora de esta pro-
blemática? ¿Es que acaso las clases acomodadas de Lima no fueron afectas
a este flagelo social? ¿Fueron las meretrices solamente las mulatas empobre-
cidas o las negras sensuales que denunciaban las autoridades coloniales? En
las siguientes páginas intentaremos establecer algunas respuestas acerca de
estos ítems. Obviamente este artículo no pretende cubrir todo el espectro de
la prostitución colonial en Lima, pues nos vemos limitados por la carencia
de fuentes, pero lo que si nos permitimos hacer es dar algunos alcances con
respecto a este fenómeno considerando las particulares circunstancias del
hallazgo de algunos documentos que describiremos a continuación.
* Historiador por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima-Perú. Agradezco las
recomendaciones y apoyo de colegas como Sandro Covarrubias Llerena, Antonio Coello
Rodríguez y el Dr. Efraín Trelles Aréstegui con quien sostuviéramos una charla sobre el tema
para el programa El Perú y sus raíces que se transmite en Radio Programas del Perú (RPP).
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1 “Plebe” es un término que se solía usar en la época colonial para referirse a los estratos bajos
de la sociedad. Agrupaba tanto a la gente más miserable de la ciudad como a los que traba-
jaban en oficios manuales que les ocupaban pocas horas, producto de lo cual tenían mucho
tiempo libre dedicado al ocio. En el siglo XVIII no es difícil encontrar manifestaciones con
respecto a este grupo social con epítetos descalificadores como “gente vil de la plebe” o “des-
carriada plebe”.
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cultural que ella significó, adquiriría una dimensión particular y trágica para las
mujeres peruanas.
Melchor de Liñán y Cisneros, virrey del Perú entre 1678 y 1681, en su re-
cuento de gobierno entregado a su sucesor el Duque de la Palata, le recomienda
poner mucho empeño en “remediar los escándalos y pecados públicos que suelen
ocasionar algunas mujeres de licenciosa y desenvuelta vida, especialmente mulatas de
que abunda esta ciudad”. Añade que las soluciones que dieron sus antecesores
para castigar este hecho fueron la cárcel y en ocasiones el destierro, pero que
fue contraproducente pues al parecer dichas mujeres no moderaron su con-
ducta en prisión, donde solían compartir los mismos ambientes que los presos
varones. Para ello precisa que su idea fue construir un espacio especial en el
segundo piso de la Cárcel de Corte donde se les pusiera a trabajar “distribuyén-
doles costura y otras tareas para el servicio de los hospitales”, pues pensaba que de
esta forma se podía mantenerlas alejadas de su oficio y “por lo menos todo aquel
tiempo de la prisión se evitarían muchos pecados que ejecutaron sueltas”3.
2 Memoria de los Virreyes que han gobernado el Perú durante el tiempo del coloniaje español. Tomo
Primero, Felipe Bailly (Editor) Lima, 1859: p. 36.
3 Ídem: 294-295
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Sin embargo, unos años antes ya se había hecho un esfuerzo por contener a
ciertas “mujeres públicas”. Fue el sacerdote jesuita Francisco del Castillo, quien en
1668, movido por sentimientos propios de su catolicismo, propuso al virrey Pedro
Fernández de Castro, Conde de Lemos, un proyecto para la fundación de una casa
de recogidas, lo que consideraba un esfuerzo que, debía hacerse para lograr la salva-
ción de las almas de aquellas mujeres que arrastradas por la pobreza, se prostituían.
Cabe agregar que el padre Castillo solía predicar en El Baratillo, área ubicada en la
zona de “Abajo el Puente”, lugar habitual de reunión de la plebe limeña, rodeado de
chinganas y pulperías, donde se refugiaba gran parte de la población delincuencial
de la ciudad. La casa de recogimiento obtuvo la aprobación real en 30 de septiembre
de 1670 y se pasó a llamar Beaterio de las Amparadas de la Purísima Concepción4.
En 1690 el virrey Don Melchor Portocarrero, Conde de la Monclova, ordenó que el
beaterio incorpore la recolección forzosa de “mujeres escandalosas”, las mismas que
fueron depositadas en una cárcel dentro de dicha institución (Martín 1983).
4 Memorias del Virrey del Perú Marques de Avilés. Publicado por Carlos A. Romero. Imprenta del
Estado. Lima, 1901: p. 14.
5 Jorge Juan y Santacilia y Antonio de Ulloa. Relación histórica del viaje a la América meridional.
Segunda parte. Impreso en Madrid por Antonio Marín, Año de 1748: p. 119.
6 Wolfang Bayern. “Viaje por el Perú de 1751”. En 4 Cronistas Alemanes en el Perú. Estuardo
Núñez (Compilador). UNMSM. Lima, 1971: p. 31.
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7 Tadeo Haenke. Descripción del Perú. Editorial El Ateneo, Lima, 1901: p. 27.
8 Memoria de los Virreyes que han gobernado el Perú durante el tiempo del coloniaje español. Tomo
Sexto. Felipe Bailly (Editor) Lima, 1859: p. 80.
9 Archivo General de la Nación (en adelante AGN) Superior Gobierno – Gobierno – Conten-
cioso (GO BI 5) Caja 150, Documento 304. 1774, Lima, fojas 24. Juan Ignacio de Saavedra y
Delgado contra su esposa María del Carmen de la Torre sobre su reclusión en el Beaterio de
Amparadas de Lima por observar una conducta licenciosa. Ante Manuel de Amat y Junient,
virrey del Perú.
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10 En el caso de María era lo que correspondía por haber sido criada en casa de una familia pu-
diente como lo era la familia Ortiz de Foronda. Las familias pobres y las mujeres viudas podían
solicitar esta ayuda para sus hijas a las distintas obras pías existentes en la ciudad, bien para
profesar su vocación religiosa, para su manutención o para un anhelado matrimonio.
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cubiertos, cama y a lo mejor una mesa, todo lo cual significaba que la mujer
había sido entregada por el padre “completamente equipada”11.
Una vez casada, prosigue María, los problemas continuaron, pues la vio-
lencia y los malos tratos eran propinados ahora por su esposo. De esta forma
describe cómo, a pocos días de ese involuntario matrimonio, experimentó los
más rigorosos tratamientos:
“Trate de evitar sus violencias las que con todo no era bastante, antes si con
estas mi sumisión mas enardecía su depravado genio hasta obligarme a res-
ponderle y suplicarle se sosegase y en lugar de moderarse mas se exasperaba y
violentaba sin que yo encontrase medio alguno a reprimir su orgullo y violencia
de manos con que me castigaba con golpes y empujones sacándome sangre de
la boca y narices de suerte que la vida que he pasado y me ha dado el dicho mi
marido ha sido no como el de una esclava con su amo mas cruel y sin temor de
Dios sino como el mas impío tirano sin fe.”
Agrega que “toleró todo esto con la esperanza de que su prudencia le sirviere
de freno a sus excesos”. No fue este el caso y advirtiendo María que su vida
estaba en peligro al lado de un hombre “imprudente, temerario y tan desaforado
que a cada paso le infería crueles golpes y le amenazaba con la muerte que pensaba
darle” acudió al remedio que en semejantes circunstancias le era permitido por
el derecho colonial: entabló una demanda de divorcio ante el Tribunal Ecle-
siástico.
Pero Juan Ignacio de Saavedra no era un hombre de escasos recursos y de
pocas conexiones. Valiéndose de la cercanía de las personas que criaron a María,
busco encerrarla. A este efecto consiguió que el alcalde Juan Ortiz de Foronda,
hermano de su padrino de matrimonio, ordenara que se la pusiera depositada en
el Real Beaterio de las Amparadas. Esta institución, que como ya detallamos fue
creada en 1668 a instancias del padre Francisco del Castillo, recibía mujeres que
habían sido puestas bajo su custodia por maridos que se iban de viaje, o por es-
tar en proceso de divorcio. También albergaba mujeres de conducta licenciosa o
“arrepentidas” (Van Deusen 2007). Su local tuvo muchas ubicaciones, para 1774
se ubicaba en el primitivo local de la Congregación del Oratorio de San Felipe
Neri12, antes sede del Hospital de San Pedro, de clérigos. Una parte del mismo
se usó luego como hospital de mujeres y cárcel para el recogimiento de “mujeres
escandalosas”. Por su lado, los padres que la habitaban antes habían pasado a
tomar posesión de la principal iglesia de la orden jesuita recién expulsada: San
Pablo, conocida hoy como San Pedro (Bromley 1945).
Juan Ignacio también nos dio su punto de vista acerca de la reclusión de su
púber esposa. Cuenta que ella empezó a ausentarse de su domicilio conyugal a los
pocos días de casados, sin más fundamento que “el deseo de tener una amplia liber-
tad para seguir un desenfrenado modo de vida”. Ante sus repetidas fugas no bastaron
los consejos dados por personas piadosas para que modere su conducta y por ello
11 Archivo Arzobispal de Lima (en adelante AAL), Divorcios, Legajo 87, 1819. Citado por
Cosamalón (1999 b).
12 Actual jirón Ayacucho, cuadra dos, Cercado de Lima.
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13 Archivo Histórico Municipal de Lima (en adelante AHML), Libros de Cédulas y Provisiones
Reales. Libro 3, Folio 397, 1620.
14 Ordenanzas para el Régimen interior y exterior del Real Coliseo de Comedias de esta capital.
Lima, 22 de diciembre de 1786.
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trimonio como para que con poco acuerdo y sin mas intento que en el que quedar libre y
desembarazada pretende aquel efugio para con el mayor descaro seguir el desenfrenado
camino de la prostitución… últimamente Excmo. Sr. V.E. con su superior prudencia y
caritativa consideración se hará cargo de todo lo que lleva expuesto y no ha de permitir
que esta ovejita quede abandonada, ni expuesta a peligrar en las garras de lobos carnice-
ros, cuando todavía esta en estado de guardarla y recogerla y hay la probable esperanza
de su enmienda devolviéndola al deposito”.
María se defendió exponiendo más detalles de la forma en la cual su es-
poso la había varias veces violentado: en dos ocasiones la había encerrado en
su casa, en la primera le amarro las manos y le corto el pelo con, unas tijeras
“dejándome imperfecta y afrentosa”, en la segunda extendió mas el castigo pues
llegó a azotarla severamente “hasta abrirme las carnes como si fuera algún reo que
hubiera cometido el mas atroz delito”. Es interesante la descripción anterior pues
ambas estan relacionadas a prácticas según las cuales se solían castigar a las
mujeres que habian tenido contacto con prostitutas o en palabras del propio
Juan Ignacio “ilegalidades mujeriles”. El trasquilar a las mujeres sospechosas de
vida licenciosa ya lo vemos reflejado tempranamente en un escrito del Inca
Garcilaso de la Vega, refiriéndose a las primeras prostitutas indígenas que vio
en su Cuzco natal: “Pampayruna…en suma quiere decir mujer pública…Los hom-
bres las trataban con grandísimo menosprecio. Las mujeres no hablaban con ellas, so
pena de llevar el mismo nombre y ser trasquilada y en público y dadas por infames y
ser repudiadas de los maridos si eran casadas. No las llamaban por su nombre propio,
sino pampairuna, que es ramera”15. A este respecto debemos recordar que María
describió a su esposo en muchas ocasiones como indígena. No nos debe extra-
ñar que él le hubiera aplicado el mismo castigo que éstos muchos años antes
solían dar a las mujeres con malas juntas. A su vez, los azotes también eran un
escarmiento usual (aunque no permitido por la ley) para corregir algunos deva-
neos de las mujeres, líneas adelante abordaremos con más amplitud este tema.
Nunca podremos saber si María obtuvo el divorcio que anhelaba o si Juan
Ignacio logro, en base a la fuerza de sus influencias, retenerla consigo. El fiscal
decidió que la citada causa, si bien es cierto se había iniciado en el fuero real
–por haber pedido el esposo la corrección de su mujer– luego había mudado de
naturaleza para convertirse en un litigio entre cónyuges (divorcio) por lo que el
juicio debía ser seguido ahora en la jurisdicción privativa del fuero eclesiástico.
En el Archivo Arzobispal no hemos encontrado registrado este caso, por lo que
nos es difícil establecer el fin de esta historia. Sin embargo con lo que hemos
podido describir hasta aquí se puede establecer una introducción a los patrones
de conducta moral del siglo XVIII y la realidad de la sojuzgación femenina,
muchas veces totalmente brutal. Cabría señalar además que el adulterio, como
bien lo ha sostenido Socolow en su obra anteriormente citada, fue también
creído como el primer paso para que una mujer se convirtiera en prostituta.
Unos años después, en 1780, y ya siendo alcalde Francisco Ortiz de Foron-
da, se presentó una denuncia muy seria por parte de doña Tomasa Espinoza de
15 Garcilaso Inca de la Vega. Comentarios Reales de los Incas. Lib. IV, Cap. XVI. Madrid, BAE,
1960.
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16 AGN Cabildo – Justicia Ordinaria – Causas Civiles (CA JO 1) Caja 96, Documento 1476.
1780, Lima, fojas 5. Tomasa Espinoza de los Monteros, contra Bernardo Marconies y Juan
Santos Fidriani, sobre cantidad de pesos por préstamo para encontrar a su hija, la cual había
sido prostituida por los demandados. Incluye pagarés.
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17 Mercurio Peruano, Tomo I, 10 de Febrero de 1791. Pág. 110. “Rasgo histórico y filosófico
sobre los cafés en Lima”.
18 AGN Cabildo - Administración – Archivo (CA AD 3) Caja 9, Documento 225. 1786, Lima.
Testimonio seguido por los recauderos de la Plaza Mayor de Lima, sobre prohibición a los
negros, zambos y mulatos jugar con apuestas en esa plaza, donde pierden el dinero que le en-
tregan sus amos viéndose obligados a robar para recuperarlo. AHML, Cedulas y Provisiones
Reales, Libro 5, foja 147, Año 1619. Comisión dada por S.E. á Bartolomé de Paz, alguacil del
campo, para que visite el cementerio (atrio) de la santa iglesia y se castiguen los negros que se
hallaren jugando en él.
19 AGN Cabildo – Justicia Ordinaria – Causas Criminales (CA JO 2) Caja 205, Documento 385,
1807. Autos de oficio seguidos por Antonio Álvarez del Villar, alcalde ordinario de Lima, contra
Manuel Amenz y Antonio el Porteño, patrón y mayordomo respectivamente del café de San
Agustín, sobre lesiones por heridas que infirieron a José Cárdenas. AGN Cabildo – Justicia
Ordinaria – Causas Criminales (CA JO 2) Caja 206, Documento 405, 1808, Lima. Bartolomé
Gerzi, dueño de una cafetería en la esquina de las ánimas, vecino de Lima, contra Clemente
Castro, mozo de esa cafetería, sobre robo de dinero, reloj y otras prendas de su tienda.
20 AGN Cabildo – Gobierno de la Ciudad – Control de Abastos (CA GC 2) Caja 25, Documen-
to 243. 1816, Lima. Julián Pizarro con Juan Bautista Baudino, dueño de café en la plazuela
de San Agustín, sobre licencia para abrir una chingana inmediata al referido café por los
perjuicios que ocasiona a este último. La Calle de San Agustín se ubica en la actual cuadra 2
del jirón Ica, Cercado de Lima.
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los clientes habituales de los cafés, una vez instalados, se les permitiera beber
licor y, por qué no, a la luz de las evidencias, tener tratos con mujeres. Terralla
y Landa también nos ha dejado sus impresiones acerca de esta realidad al co-
mentar: “Que pasas por un café, y dices ¿acá fe? Niego; Porque acá fe no se halla,
ni en uno ni en otro sexo”21. El café era, en suma, un espacio en el que las clases
acomodadas podían obtener un momento de relax, en el cual se les permitían
ciertas libertades que las autoridades tolerarían, haciéndose de la vista gorda,
pues estos lugares estaban acordes a los nuevos preceptos de la modernidad
ilustrada que trataron de imponer los gobernantes Borbones.
Pero, volviendo al caso de la hija de Tomasa, ella procuró recogerla ni
bien se enteró de su triste situación, evitando hacer escándalo de ello “por no
hacer notorio su desorden que recae sobre otros hermanos que tiene afuera”, procu-
rando así resguardar el honor del resto de la familia. Pero la mujer que tenía a su
hija la ocultó e instó para que se quejara de su progenitora ante el alcalde don
Francisco Ortiz de Foronda. Sin embargo la prudencia del alcalde se impuso y
este dispuso que obedeciese a su madre, dándose orden para que se le sacase del
lugar en donde la tenían escondida.
Unos días después, aprovechando que el alcalde Ortiz de Foronda se
había retirado a su hacienda y había dejado en su reemplazo al Marqués de
Castellón, la proxeneta presentó una queja acusando a Tomasa de insultarla y
querer “atropellar su casa”. El Marqués no la conocía y dispuso que se encarcele
a Tomasa. Ante este hecho su hija “que se acordó que lo era” no soportó ver los
trances de su madre y se presentó ante el juez, llorando su yerro, volviendo de
esta manera al hogar familiar.
El testimonio culmina con la petición de Tomasa para que se castigue a
los autores de este hecho pues ellos “me burlan, pifian y atropellan”. Asimismo
denuncia que Bernardo Marconies se desempeñaba como trabajador del Es-
tanco del Tabaco como guardia en dicha dependencia. Sobre esto cabría co-
mentar que fue una realidad constantemente citada el que los hispanos que se
asentaban en Lima rápidamente se ganaban la simpatía de los encargados de la
administración colonial en detrimento de los criollos, consiguiendo empleo fá-
cilmente, lo cual molestaba a la población limeña que se refería a ellos en forma
despectiva como “chapetones”22. Por otro lado es importante señalar también
la implementación de las políticas ilustradas de erradicación de indeseables
(gente de la clase baja) que empleó para el caso de Nueva España el virrey
Teodoro de Croix (posteriormente también Virrey del Perú), donde dispuso un
programa destinado a promover el empleo entre la gente necesitada (Haslip
Viera 1993). De esta forma, en México, se ejecutó la colocación de emplea-
dos provenientes de los estratos con menos recursos económicos en el Estanco
del Tabaco. Para el caso peruano, también es cierto que la Administración de
21 Esteban de Terralla y Landa (o Simón Ayanque) “Lima por Dentro y por fuera”. Madrid,
Imprenta de Villalpando, 1798. Pág. 11.
22 Amadee Francois Frezier. Relación del viaje por el mar del sur a las costas de Chile y el Perú du-
rante los años de 1712, 1713 y 1714. Caracas, Editorial Arte, 1982: p. 214.
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Tabacos empleó tanto a hombres como mujeres pobres para la venta de este
producto23.
El Estanco del Tabaco a fines del siglo XVIII estuvo ubicado en el solar
contiguo a la Casa de Huérfanos, en la antigua calle de la Chacarilla de San
Bernardo24. También se conocen testimonios acerca de que dicha zona estaba
considerada un lugar peligroso y desolado, donde los limeños tenían mucho cui-
dado al pasar. A fines del siglo XVII los integrantes de algunas de las cofradías
de la Iglesia de los Huérfanos (Nuestro Amo Sacramentado, Bautismo de San
Juan, Santa Catalina de Sena, Nuestra Señora del Amparo, por citar algunas),
solicitaron su reubicación para pasar a ser adscritas a la Catedral de Lima, argu-
mentando la peligrosidad del lugar, considerada por muchos como parte de los
extramuros de la ciudad25. En 1806, Juan José Cavero, cura administrador de este
hospicio colonial expuso algunas obras ejecutadas por su gestión para mejorar la
Casa del total abandono en que estaba sumida luego del terremoto de 174626. De
esta forma narró como cuando el asumió el cargo encontró que los pobres niños
eran amontonados en un lugar denominado “la Canoa”, en el cual se dejaba a los
párvulos por días, pues las amas de leche que los tenían a su cuidado los abando-
naban al no recibir sus pagos, por estar la Casa de Expósitos en ruina luego del
cataclismo. De esto al parecer también se aprovecharon muchas personas que eli-
gieron dicho lugar como espacio de reunión para desarrollar sus ilícitos amoríos,
en palabras del propio Cavero: “influían por otra parte no poco en tal fatal resultado
el pésimo ejemplo y la escuela de prostitución que se abría a sus ojos diariamente. Porque
había venido a tal extremo el abuso… que no era mas un monumento levantado a la
perpetuidad de la beneficencia limeña, era si un nefando asilo en que gentes perdidísimas
e indignas de substraerse a los cuidados de una policía vigilante, iban favorecidas de la
noche a ponerse bajo la salvaguardia de las paredes sus inculpables cómplices y aban-
23 AGN, Superior Gobierno – Gobierno – Político Administrativo (GO BI 1). Caja 39, Do-
cumento 416. Lima, 1789. Melchora Buitrón y otras solicitan que se les restituya el trabajo que
desempeñaban en la fábrica de cigarros de la real renta de estancos. Ante Teodoro de Croix, caballero
de Croix, virrey del Perú. AGN, Superior Gobierno – Gobierno – Político Administrativo (GO
BI 1). Caja 41, Documento 463. Lima, 1790. María Mercedes de Eyzaguirre, viuda de Fermín
Tarón, sobre asignación de un estanquillo de tabaco para poder subsistir. Ante Teodoro de Croix,
caballero de Croix, virrey del Perú. AGN, Superior Gobierno – Gobierno – Político Administra-
tivo (GO BI 1). Caja 41, Documento 464. Lima, 1790. María Eufemia Suárez, viuda de Juan
de Pasos, estanquera del estanquillo de la esquina del Tigre, solicita seguir desempeñando la venta
de tabaco por ser viuda y tener que mantener una hija. AGN, Superior Gobierno – Gobierno –
Político Administrativo (GO BI 1). Caja 49, Documento 765. Lima, 1790. Antonia Ron, viuda
de Manuel de Rocha, estanquero del estanquillo en la calle La Merced, solicita la asignación de un
estanquillo de tabaco en rama, que se han de repartir en Lima. Ante Francisco de Gil de Taboada y
Lemos, virrey del Perú.
24 AGN, Cabildo – Gobierno de la ciudad – Propios y rentas. (CA GC 1). Caja 18, Documento
150, 1790. Mariano de Peña, vecino de Lima, sobre compra de un sitio llamado el Corralón, en la
Chacarilla de San Bernardo para fabricar tiendas, destinado para ampliación de las oficinas de la
Real Renta de Tabacos. La Chacarilla de San Bernardo queda ubicada en el actual Jirón Apu-
rimac cuadra 4, cercado de Lima.
25 AAL, Cofradías. Legajos: LV (5,7-17,20-16), LXXIII (34), XXXVII-A(16), LVI-A(7).
26 AGN, CA-GC 4, Caja 30, Documento 67, Año 1806. Autos seguidos por Don Juan Cavero,
clérigo presbítero mayordomo administrador de la Real Casa de Niños Expósitos, para que se le
reconozca, previa presentación de testigos, la labor que ha desarrollado en la organización de la
dicha casa que se encontraba en deplorable estado de atención.
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donarse en secreto a todos los excesos de la licencia mas desenfrenada”. Don Antonio
Espinoza, ecónomo de la Real Casa de Niños Expósitos, cita cómo una de las
primeras disposiciones del citado Cavero fue “fue hacer cerco de toda la casa para
evitar el comercio franco que había de los Barrios de la Chacarilla y Santa Teresa que
se pasaban a tener sus devaneos y festejos”.
No podemos afirmar ligeramente que las mujeres que laboraban en la
Casa de Tabacos o la visitaban fueran las mismas que aprovechando la cercanía
del lugar se prostituyeran, pero queda la sospecha, más aun conociéndose que
cierto personal de dicha casa, como lo es el caso del citado Marconies, eran en
realidad reputados proxenetas que pudieron aprovecharse de sus necesidades
económicas para arrástralas hacia el camino del mal.
27 AHML. Libros de Cédulas y Provisiones Reales. Libro 5, Folio 51, 1619; Libro 3, Folio 388,
1624; Libro 8, Folio 44, 1631; Libro 9, Folio 377, 1639, respectivamente.
28 AHML. Libros de Cédulas y Provisiones Reales. Libro 8, Folio 41, 1617.
29 Julian Mellet. Viajes por el interior de América Meridional 1808-1820. Santiago de Chile, Ed.
Del Pacífico S.A. 1959.
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30 Gabriel Lafond. Voyages autour du monde et naufrages célebres. París, Imp. Dóndrey-Dupre,
1843. Vol II, 1843: 133-144, 275-298.
31 “Tapadas”. en El Comercio. Lima, 21 de agosto 21 de 1866, p. 3.
32 Su hermano fue otro famoso personaje: Isidro de Abarca, el IV Conde de San Isidro, quien fuera
alcalde de la ciudad en 1779 y cuyo hijo Isidro Cortazar de Abarca, lo fuera también en 1817,
1818 y 1821, cuando se proclamara la independencia del Perú. El primer Conde de San Isidro
fue Isidro Gutiérrez Cossio y fue declarado así por Felipe II en 1744 (Rizo Patrón, 2002).
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33 AGN, Superior Gobierno – Gobierno – Político Administrativo (GO BI 1). Caja 37, Docu-
mento 360. Lima, 1783. Joaquín Abarca, alcalde ordinario de Lima, informa sobre su renuncia a
ese cargo en salvaguarda de su honor al habérsele enjuiciado por los azotes que mandó dar a unas
mujeres dedicadas a la prostitución. Ante Agustín de Jáuregui y Aldecoa, virrey del Perú.
34 AGN, Cabildo – Gobierno de la ciudad – Propios y rentas (CA GC 1). Caja 17, Documento
77. Lima, 1782. Juan Canel, mayordomo de los propios y rentas de Lima sobre cantidad de pesos
que anualmente entrega a Valerio Gasol, capitán de la guardia del virrey por su trabajo de vigilar la
ciudad.
35 Hipólito Unanue. Guía Política, Eclesiástica y Militar del Virreynato del Perú para el año de 1793.
Publicada por la Sociedad Amantes del País en la Imprenta Real de los Huérfanos. Pág. 48.
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noche y logre aprender a las tres en el Chingote con dos hombres”. Puestas nueva-
mente en prisión, y en vista de “los particulares encargos que sobre este punto me
había hecho el Excelentísimo Sr. Virrey Jáuregui como a que era materia de buen
gobierno el castigo y extirpación de este gran desorden” se procedió a darle cuenta
al gobernante, y a decir de Joaquín de Abarca, este vio con buenos ojos la
propuesta de castigo pensada para las prostitutas por su reiterada falta. Así nos
manifiesta que “su excelencia aprobó mis modos de pensar y me ordeno que proce-
diese a castigar con azotes en el interior de la Cárcel a las tres mujeres y destinarlas
después a servir a los Hospitales y Beaterios encargándome la pronta ejecución para
su justo escarmiento”.
El argumento que trataba de esgrimir el alcalde Abarca era no haber ac-
tuado de propia voluntad o por capricho sino contando con la aprobación su-
perior del Virrey. Agrega que tampoco actuó con ligereza sino usando todos los
medios que la prudencia y la equidad recomendaban, es por ello que esperó la
reincidencia de dichas mujeres para azotarlas. Dicha reincidencia además po-
día ser constatada en los apuntes de su libro de rondas. Aseveró también, que
“hice lo mismo y sin duda mucho menos de lo que a ciencia y paciencia de Vuestra
Excelencia han hecho mis antecesores”. Cuenta, por ejemplo, como su hermano,
el Conde de San Isidro, rondó incesantemente, castigó con azotes en el interior
de la cárcel, penó con prisión y carcelaje a proporción de los delitos y en virtud
a dicho proceder se hizo acreedor no solo de la superior aprobación, sino de
mucho elogio, y esto era de amplio conocimiento público.
Lo cierto es que, al parecer, el alcalde –aunque él trató de ocultarlo– no
solo las había azotado sino que las había paseado en “vergüenza pública”, des-
nudas dentro de la cárcel y esto fue lo que desencadenó el repudio general en la
población, que rechazó esta decisión. El alcalde jamás pensó que por estas ac-
ciones en contra de aquellas mujeres, que él consideraba “indignas y viles, tanto
por su extracción como por su prostitución y abandono”, se le formara un proceso;
más aun considerando que el castigo de carcelería según el derecho de la época
era mucho menor que lo que la ley Real de Castilla imponía a las amancebadas:
“la pena del marco”36.
También dijo el alcalde Abarca que era falso que al momento de azotarlas
se las hubiera dejado desnudas pues “siempre se les ha dejado con aquel ropaje
interior llamado fustán”. Asimismo, detalló que en la vestimenta de cierto sector
de las mujeres limeñas existía el uso de un armazón conocido por el apelativo
de “postizo o suplemento”. Las mujeres usaban dicho aditamento “con el cual
abultando el anca y aliuecando la falda levantan el faldellín a tanta altura que se les
ven las piernas y los muslos, lo cual entre la gente vil sube a más alto punto, porque
es menor la vergüenza y mayor la disolución”. Abarca aseguró que las mujeres de
los chingotes y otras prostitutas que llego a aprehender en sus rondas, siempre
usaban de este modo de vestir y por lo tanto, para evitar el mal ejemplo e infun-
dirles “algo de vergüenza”, ordenó que al momento de ejecutarse los azotes se le
36 La pena del marco alude a un castigo pecuniario, una multa. En España en 1448 en la región
de Zaragoza a las mujeres casadas “que viven con sus amigos” se les pide que dejen esa vida y
retornen con sus esposos so pena de multa de 500 sueldos jaqueses o 500 azotes (García He-
rrero 1989)
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C oloquio de L ima
retiraran dichos “postizos”. Agrega que “si en alguna ocasión que no me acuerdo
he hecho andar dentro de la cárcel a alguna de esas mujeres a presencia de los concu-
rrentes había sido para que mas avergonzadas se logre en ellas mayor escarmiento”.
Tomando en cuenta todo lo expuesto se decidió que el alcalde se había
comportado en forma abusiva en sus acciones, si bien es cierto a las presas se les
consideró el delito flagrante y se les apercibió nuevamente para que no vuelvan
a incurrir en su escandalosa vida, dejándolas en libertad. El alcalde fue multado
con 300 pesos y le ordenaron que antes de ejecutar cualquier castigo físico se le
consultara primero a la Real Sala del Crimen37.
Sobre los azotes, como ya se comentó en líneas anteriores, al parecer fue
una práctica habitual para corregir a mujeres que habían tenido algún tipo de
inconducta sexual, aunque para el caso peruano no estuvo regulado por algún
tipo de legislación que lo respalde, todo lo contrario el caso de Abarca al pa-
recer sentó jurisprudencia en el sentido de que los alcaldes no debían azotar
a nadie sin antes informar de ello. En 1789 una mujer indígena del pueblo de
Surco nombrada Rosa Zavala entabló una denuncia contra José Toribio de Je-
sús, alcalde ordinario del primer voto de dicha jurisdicción38 por los azotes que
este le había propinado en la chichería y picantería que regentaba en su casa,
al encontrarla encerrada de noche con 2 hombres y una mujer que respondían
a los nombres de Melchora Celis, José Lumbreras y Apolinario Vixoran. Ella
comenta cómo los integrantes de dicha ronda procedieron “excediéndose en el
acto a tenderme en mi mismo rancho y descubriéndome la mayor honestidad de mi
cuerpo me castigaron cruelmente con azotes. El delito no puede ser más atroz ya que
considere la violencia con que lo ejecutaron y al modo como lo perpetraron ya a mi
inocencia y principalmente a la contravención del auto acordado y proveído por esta
Real Sala para que en ninguna persona se ejecute pena corporal o aflictiva sin que se
le de parte y se le consulte”.
En su declaración, el alcalde cita que efectivamente solía rondar el pobla-
do de Surco por las noches y “que es cierto que la noche del día seis del corriente
mes de mayo cumpliendo con los deberes de mi obligación a cosa de las diez, auxi-
liado del ministro salí a rondar el pueblo a fin de ahuyentar y aprehender a tantos
malhechores y del mismo modo evitar las ofensas a Dios”. Asimismo agrega que
introduciéndose al interior de dicha vivienda, halló primero a la “india viuda
Melchora Celis que estaba durmiendo emparejada con su amacio Apolinario Vixo-
ran, que asegurados estos mando dirigirse a la cama de la citada Rosa que estaba en
otro cuarto accesorio a la que encontró levantada con tan solo su faldellín puesto, y
registrando su cama con una luz debajo de ella se saco al indio José Lumbreras su
amacio. Que habiendo hecho vestir a todos cuatro cómplices para llevarlos a la cárcel
entro en acuerdo de dejar en su misma habitación a la sobredicha Rosa Zavala rece-
lando no se divulgase su honor, dándole por pena 4 o 5 latigazos que mando dar con el
regidor Manuel Luyon, sobre la ropa”. Rosa argumenta que en realidad fueron 12
37 La versión teatralizada de este expediente fue difundida el sábado 20 de Setiembre del 2009,
vía RPP. <http://www.youtube.com/watch?v=ILYxGFIu-mw>.
38 AGN, Real Audiencia, Causas Criminales. Legajo 65, Cuaderno 761. Lima, 1789. Causa se-
guida por Rosa Zavala contra el alcalde y regidores del Pueblo de Surco por los azotes que le
propinaron.
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latigazos los que se le aplicaron, presentando por testigos a otros dos indígenas
vecinos suyos y a un cirujano que constató las cicatrices de las heridas, pero
su caso se agravó al saberse de que ella estaba casada con Pablo Ruiz, a quien
había abandonado para tener “escandaloso concubinato” con Lumbreras, y que
ambos ya habían sido reconvenidos frecuentemente por los anteriores alcaldes
del pueblo sin lograr su separación. Por los tanto a Lumbreras se le castigó con
ocho meses de trabajo a favor de la administración virreinal en el Lanchón
del Callao, destino que no corrió la otra pareja, pues optaron por casarse en el
transcurso del juicio, con lo cual remediaban en cierto modo su falta.
Los azotes cuando eran aplicados a las esclavas eran tomados por sevicia,
y aunque estas presentaran sus reclamos para su libertad inmediata como lo dic-
taba la ley, por lo general sólo lograban el cambio de amo (Arrelucea 2007). La
misma autora cita el caso de Juana Gorochátegui, una mulata de 16 años, quien
denunció a su amo José Antonio Pando, por haberla flagelado y también porque
“el castigó no solo fue de azotes sino también en tenerla con las faldas levantadas por
espacio de dos horas sin reparar siquiera en su estado virginal39. Es importante resaltar
el hecho de que la esclava agrega a los conceptos de vergüenza pública el énfasis
que puso en la denuncia sobre la exposición de sus zonas íntimas pues esto ponía
en entredicho su honor sexual.
Similar caso era el de las hechiceras amancebadas, las que en el siglo
XVII recibían azotes o ramalazos por sus actos (Sánchez, 1991). Así tomamos
conocimiento de la hechicera María Inés del corregimiento de Chancay, quien
juzgada en 1662 por “facilitar hierbas para que los hombres y las mujeres se comu-
niquen ilícitamente” fue primeramente castigada exponiéndola públicamente y
aplicándole 4 varazos y luego enviada a servir por espacio de dos años a servir
al hospital de indígenas de Lima: el hospital de Santa Ana. Sobre el mismo
caso también encontramos referencias explicitas en un recuento de los autos
de la Santa Inquisición de Lima40. Así por ejemplo en 1742, María Teresa de
Malavia, esclava mulata de 28 años, fue azotada por ser encontrada culpable
de “hechicera y mal entretenida”, desterrada posteriormente a Arequipa. En la
misma ocasión una mulata limeña llamada Antonia Osorio y que era conocida
por el apelativo de “La Manchada” fue acusada de llevar ilícita vida y de re-
gentar una casa de prostitución en el Callao. Fue condenada a ser paseada en
las calles sobre una bestia, con el torso desnudo y sufrir 200 azotes previos a su
destierro a Guayaquil.
Esta pena también fue habitual contra la población homosexual, los “ma-
ricones” a los que se refería el Mercurio Peruano41 y sobre los cuales el testimonio
del alcalde Abarca también nos dejó algo. Refiriéndose a la gestión anterior de
su hermano el Conde de San Isidro en el mismo cargo, señala: “Siempre se han
tenido por castigos ligeros y proporcionados a las facultades de un alcalde ordinario
los azotes en el interior de la cárcel y con tan buen suceso que por medio de ello logró
39 AGN, Real Audiencia, Causas Civiles. Legajo 235, Cuaderno 2020. Lima, 1783. Autos segui-
dos por Juana Gorrochategui contra J. A. Pando sobre sevicia.
40 Ricardo Palma. Anales de la Inquisición de Lima. Madrid, 1897. Tercera Edición.
41 Mercurio Peruano, Tomo III, 17 de Noviembre de 1791, Pág. 230. “Carta sobre los maricones”.
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42 AGN Superior Gobierno – Gobierno – Político Administrativo (GO BI 1). Caja 56, Cuaderno
1044. Lima, 1818. Joaquín de la Pezuela y Sánchez de Aragón, virrey del Perú emite un bando
sobre el buen gobierno, conteniendo instrucciones y reglamentos de la policía para el mejor
desempeño de la administración pública.
43 El Investigador 18. VI. 1814.
44 AGN Cabildo – Justicia Ordinaria – Causas Criminales (CA JO 2) Caja 210, Documento
497. Lima, 1816. Rosa Guzmán, viuda de Vicente Lafora, vecina de Lambayeque, residente
en Lima, contra Manuela Montero y María Magdalena Cabello, sobre daños y perjuicios que
puedan causar a sus hijos, como prostitutas que son.
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Richard Chuhue / Plebe, prostitución y conducta sexual en Lima del siglo XVIII
45 AGN Cabildo – Justicia Ordinaria – Causas Civiles (CA JO 1) Caja 136, Documento 2439.
Lima, 1797. Juan Guerrero, contra Josefa Castillo, su madre natural, sobre oponerse al matri-
monio que pretende contraer su hijo con Gertrudis Vélez, a quien no acepta.
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de 1776, que otorgó derechos a los familiares para exigir que los alcaldes im-
pidieran una unión que desluciera su calidad (Rodríguez, 2001); asimismo se
tenía como objetivo prevenir los matrimonios desiguales, es decir se trató de
evitar que contraigan matrimonio dos personas que en opinión de los padres,
tutores e incluso autoridades coloniales, manifestaran desigualdad, entendida
principalmente bajo términos raciales (Cosamalon 1999), aunque como vemos
el aspecto de la reputación sexual también tenía mucho que ver.
Conclusiones
Por lo expuesto en estas páginas y a la luz de las evidencias y registro docu-
mental se puede afirmar que en realidad no existió en Lima un apogeo de la
prostitución que pudiera tener un símil al de las grandes ciudades europeas
como Madrid, París o Ámsterdam en el siglo XVIII (Fuchs 1996) donde las
mancebías con autorización estatal funcionaron de manera regulada (ejemplo
que seguiría el Perú ya instaurada la República). En el Perú virreinal existió la
prostitución, es un hecho demostrado, pero en niveles e intensidad que estaban
por debajo de otro tipo de manifestaciones sociales más visibles como el aman-
cebamiento, el libertinaje y la relajación de costumbres morales, el aprovecha-
miento sexual de las esclavas y la vieja institución de las “queridas”, por usar un
término coloquial. El hecho de que un hombre tuviera una esposa oficial y una
o varias amantes no era algo que las leyes o la iglesia aceptaran pero socialmen-
te resultaba un hecho muy recurrente y con el cual el hombre demostraba no
solamente su masculinidad sino su estatus y poder económico.
Constantemente se suelen repetir términos que definen como prostitu-
ción lo que es en verdad la ligereza, ya sea de carácter sexual o moral, de ciertas
féminas para acceder a los deseos varoniles, pero no se especifica que sea un
intercambio de dinero por sexo. Así llevar una vida prostituida o licenciosa se
podía aplicar también al caso de varones que no se aplicaban al trabajo, que se
dedicaban al juego y a la bebida, o de mujeres que querían liberarse del yugo pa-
triarcal o marital, que frecuentaban compañías dudosas o extrema coquetería.
Es por ello que surge la idea del encierro y el control sobre estos grupos subal-
ternos. El diccionario de la Real Academia Española no define como prostituta
a la mujer pública sino hasta 180346. Hasta antes de ello se tenía el concepto
de prostituir como el acto de “Exponer públicamente a todo genero de torpeza y
sensualidad” y prostituido(a) a: “lo así expuesto al público y entregado a todos”47.
En lo que respecta al papel jugado por la Ilustración, si bien es cierto
se trato de reglamentar y corregir las conductas de relajamiento moral y so-
cial, como por ejemplo a los grupos de vagos que llenaban la ciudad (Chuhue,
2008), fomentando el amor al trabajo como correctivo a este modo de vida,
estas no se llegaron a aplicar de manera efectiva, menos aun con las mujeres
pobres, que debido a su situación miserable estuvieron más propensas a caer en
las garras de la prostitución. Así lo expreso por ejemplo en 1794 Joseph Ignacio
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Richard Chuhue / Plebe, prostitución y conducta sexual en Lima del siglo XVIII
de Lequanda cuando señalaba que “cuando las mujeres se hallaban en una situa-
ción económica lamentable se empleaban en los oficios mas indecorosos, y hacían en
la sociedad el papel más despreciable y criminal”48. Proponía la instalación de tela-
res en donde las mujeres pobres pudieran trabajar y aliviar en algo su miserable
situación. Esta también fue la idea de un grupo de vecinos notables limeños que
en 1799 solicitaron autorización para fundar una “Sociedad de beneficencia”49
para darles trabajo a dichas féminas pues la necesidad laboral “es bastante no-
toria y se eleva de punto al recordarse que cuando se practicaba de cuenta del rey la
fábrica de cigarros ocurrían las mujeres a tropel para ser preferidas en este género de
labores.” El Rey no aprobó esta petición y de esta forma en 1804 se da por extin-
guida dicha Sociedad, con gran pena por parte de la población pues no se daban
soluciones a su pobreza, por ello no debe extrañarnos que años después la plebe
limeña haya apoyado la causa libertaria al ver que la Monarquía desatendía sus
problemas y se hacía de la vista gorda ante problemas como la prostitución, el
adulterio o la vagancia.
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