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La primera infancia se define como un periodo que constituye un momento único del crecimiento en que el cerebro se

desarrolla notablemente. Indiscutiblemente, la primera infancia es una etapa crucial en el desarrollo vital del ser humano.
En ella se asientan todos los cimientos para los aprendizajes posteriores, dado que el crecimiento y desarrollo cerebral,
resultantes de la correlación entre un código genético y las experiencias de interacción con el ambiente, van a permitir un
incomparable aprendizaje y el desarrollo de habilidades sociales, emocionales, cognitivas, sensoperceptivas y motoras, que
serán la base de toda una vida. Los primeros años de vida son esenciales para el desarrollo del ser humano debido a que
las experiencias tempranas perfilan la arquitectura del cerebro y diseñan el futuro comportamiento. En esta etapa, el
cerebro experimenta varios tipos de cambios : crece, se desarrolla y pasa por periodos sensibles para algunos aprendizajes,
por lo que requiere de un entorno con experiencias significativas, estímulos multisensoriales, recursos físicos adecuados;
pero, principalmente, necesita de un entorno potenciado por el cuidado, la responsabilidad y el afecto de un adulto
comprometido

La primera infancia ofrece una oportunidad decisiva para configurar la trayectoria del desarrollo integral de niños y
niñas y sentar las bases de su futuro. Para que alcancen su pleno potencial, que es uno de sus derechos humanos, es
necesario que sus progenitores y cuidadores les demuestren amor y ofrezcan atención de la salud y nutrición,
protección contra daños, seguridad, oportunidades para el aprendizaje temprano y cuidados que impulsen su
desarrollo, como hablar, cantar y jugar. Todos estos factores son necesarios para nutrir el cerebro en evolución y
alimentar el cuerpo en crecimiento.
• Cuando damos a niños y niñas el mejor comienzo en la vida, los beneficios son
enormes tanto para ellos como para las sociedades que todos compartimos.
Ofrecer intervenciones para el desarrollo en la primera infancia es uno de los
factores más poderosos y rentables que tenemos a nuestra disposición para
favorecer la igualdad y garantizar que aquellos más vulnerables consigan alcanzar
su pleno potencial.

Millones de niños y niñas no reciben la nutrición ni atención de la salud que necesitan, y crecen expuestos a la
violencia, entornos contaminados y formas extremas de estrés. Pierden oportunidades de aprender y carecen de la
estimulación que sus cerebros en desarrollo necesitan para prosperar. Sus progenitores y cuidadores luchan por
conseguir el tiempo, los recursos y servicios necesarios para proporcionar a sus hijos e hijas una atención de calidad en
estos contextos.
Cuando niños y niñas pierden esta oportunidad única en la vida, pagan el precio que supone la pérdida de potencial:
mueren antes de tener la oportunidad de crecer, o carecen de buena salud física y mental; luchan por aprender y, más
tarde, por ganarse la vida. Como consecuencia de ello, todos pagamos también ese mismo precio. No darles el mejor
comienzo en la vida perpetúa los ciclos de pobreza y desigualdad que pueden durar generaciones, socavando la
fortaleza y estabilidad de nuestras sociedades.

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