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Dra.

Denise Najmanovich

El lado oscuro de la prevención

En este trabajo la autora se propone explorar aquello de lo que no se suele hablar:


el lado “oscuro” de la prevención. Así como pensar sus límites y riesgos. No está
de más aclarar que la misma no considera que los programas preventivos sean
negativos “per se”, pero tampoco le parece adecuado suponerlos positivos “en sí”
y pienso que se ha descuidado mucho el análisis del significado, los alcances, los
límites e incluso los peligros de la “prevención”.
Para explorar estas cuestiones consideró con cierto detalle un caso que se podría
llamar típico de campañas masivas de prevención: el de la fiebre amarilla lo eligió
porque reúne todos los ingredientes necesarios para desplegar una metodología
multidimensional que de lugar a la complejidad que la cuestión merece. Entre
elementos que examinó se destacan:
 Los presupuestos cientificistas que reducen las problemáticas a un
conjunto de variables “técnicas”, supuestamente independientes y
“objetivas”.
 Los factores culturales, sociales y políticos que atraviesan las campañas
masivas de prevención.
 Las diversas formas de gestión social de los riesgos.
Como el caso de la fiebre amarilla no presenta algunas de las artistas más
controvertidas en relación a la problemática planteada, la autora complementará el
análisis tomando en cuenta los “programas eugenésicos”.
La diferencia fundamental de la eugenesia con la erradicación de la fiebre amarilla
radica que muchas personas no coinciden en la definición de lo que es un “riesgo”
o “enfermedad” o “problema”.

El caso de la fiebre amarilla: prevención y autoritarismo


La fiebre amarilla es una enfermedad transmitida por un mosquito el Aedes
Aegypti. Una vez que fue claramente definida la vía de trasmisión de la
enfermedad a finales del siglo pasado, quedó claro que era “necesaria” una
política de interrupción de la misma.
El objetivo entonces, fue disminuir la densidad de los mosquitos y evitar así que
estos propagasen el vector infeccioso. Aquí se sale raudamente del laboratorio y
se entra de lleno en la arena social.
Además, es interesante tener en cuenta que la “necesidad” de combatir la fiebre
amarilla tiene una correlación directa con el hecho de que era considerada un
obstáculo para la colonización.
La fiebre amarilla se propagaba de forma epidémica y afectaba a todas las clases
sociales incluidos los extranjeros. La diarrea infantil o el tifus, en cambio, afectan
endémicamente a las poblaciones autóctonas, sobre todo a los sectores de bajos
recursos, y no resultaron ser blancos de las campañas de prevención de la misma
trascendencia que la mencionada. Esto muestra el sesgo particular que toman las
campañas de prevención en función de consideraciones socio-políticas.
Las consideraciones “puramente” técnicas respecto a la enfermedad están
siempre ligadas a otras de carácter económico, político, ético, cultural y
pragmático, formando un complejo “multidimensional” que debe ser tenido en
cuenta en su articulación y dinámica.
La campaña de erradicación comenzó en 1930 y se basó en el planteo de que los
habitantes de las localidades infectadas eran los responsables de la eliminación
de las lavas de los mosquitos y que los inspectores del Servicio de fiebre amarilla
serían los encargados de vigilarlos. El “servicio” tenía el derecho a examinar todas
las casas, incluidos dormitorios, cuartos de baño y retretes. También podían
reglamentar múltiples detalles de la vida cotidiana de los habitantes, llegando a
constituirse en una verdadera policía sanitaria, con derecho a castigar a quienes
no los obedecieran.
Hacia finales de 1933 el éxito en la erradicación del mosquito había superado las
previsiones más optimistas. A partir de la década del 40 comenzó a extenderse el
“exitoso” modelo preventivo al resto de América, con los mismos resultados. El
mosquito desapareció del continente, con una sola excepción: los Estados Unidos
de Norteamérica.
¿A qué se debió el fracaso del programa de prevención en la mismísima “cede
central de los promotores de la campaña? Pues simplemente al hecho de que el
pueblo norteamericano no veía con muy buenos ojos los métodos empleados e
América Latina. No creían en absoluto que inspectores sanitarios tuvieran derecho
a entrar en sus casas y regimentar sus vidas. Tampoco consideraban de la misma
manera que los “expertos” de la fundación, los riesgos asociados a las
enfermedades transmitidas por el mosquito.
Los éxitos de la campaña en Brasil y en el resto del continente no fueron
suficientes para que los norteamericanos considerasen adecuado cambiar sus
valores o formas de vida.

La eugenesia: ¿una política de prevención de la degeneración social?


Para los daneses el eugenismo era “un conjunto de medidas mediante las cuales
se trataba de mejorar las cualidades de la población danesa”.
Esta política que se ha definido como “eugenismo negativo” no trata de mejorar la
raza sino de eliminar lo que consideraban como “degeneraciones sociales”.
Las medidas implementadas fueron: la castración, la esterilización y el
aislamiento.
Todas ellas instrumentadas y planificadas desde el Estado, legitimadas por la Ley
y avaladas y promovidas por las sociedades médicas y científicas.
Los razonamientos económicos no estaban ausentes de estos debates “técnicos”:
la esterilización de los “enfermos” ahorraría ingentes al estado (a muy pocos
políticos se les ocurriría discutir las “bondades del ahorro).
La mayoría de los propulsores de las medidas eugenésicas, ya sean
conservadores o socialdemócratas, consideraban que esta era una cuestión de
expertos y que por lo tanto no debía llevarse a la discusión política general.
Como se puede ver otro de los peligros que yacen en el lado “oscuro” de la
prevención está en qué definir es lo que consideramos un riesgo, y cómo nos
parece adecuado evitarlo.
Desde luego que la categoría de “riesgo” es borrosa, y tiene límites difusos, está
definida culturalmente y lograr un amplio consenso social al respecto no resulta
simple, ni lineal, aún en aquellos donde la percepción de peligro es muy amplia.
La experiencia eugenista danesa muestra los peligros y las dificultades implícitas
en la definición de “riesgos”, “enfermedades” o “problemas” que una sociedad
desea prevenir.
El hecho de que se trate de una de las sociedades más democráticas y que no
perseguían un objetivo directamente racista, sino lo que ellos consideraban una
“mejora social”, nos muestra cuán insidiosas y sutiles pueden ser las formas en
que la discriminación se cuela detrás de las mejores intervenciones preventivas.

¿Es saludable una tiranía de los expertos?


Uno de los mayores peligros de la mirada “buenoide” sobre la prevención estriba
en la consideración unilateral tanto del riesgo como de la bondad. Desde una ética
de aceptación de la diversidad y la legitimidad del otro, es fundamental extremar la
sutileza en los análisis de la complejidad implicados en cada una de las campañas
de prevención antes de derramar nuestras mejores intenciones sobre la sociedad.
Para ello es fundamental entender que en ningún caso son exclusivamente los
“técnicos” o “expertos” los que deben tener la palabra, ni el poder de decisión.
La democratización de la sociedad hoy pasa por asumir colectivamente las
responsabilidades que nos competen como ciudadanos de un mundo globalizado,
altamente interconectado y atravesado por una tecnología de gran poder, así
como asimétrico en acceso y disfrute, en capacidad de opción y de proposición.
La simplicidad y las mejores intenciones no alcanzan para pensar políticas
preventivas, ni para controlarlas. Los expertos pueden darnos informes técnicos
pero no deben apropiarse de nuestra vida. Es hora de avanzar hacia una gestión
pluralista de los riesgos en el marco del reconocimiento de la legitimidad del otro y
de la necesidad de abordar las cuestiones que nos preocupan desde un enfoque
multidimensional que da lugar a la complejidad. De no hacerlo la prevención
perecerá en un mar de eslóganes y trivialidades.

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