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Teoría Anarquista del

Conocimiento

PAUL FEYERABEND:
Todo Vale
Una de las concepciones
contemporáneas de la ciencia
más estimulante y
provocadora es la presentada
por Paul Feyerabend, tal como
aparece, sobre todo, en su
libro: “Tratado Contra el
Método”.
No hay espacio para una teoría general de la
ciencia; no hay un método ni un conjunto de
reglas o criterios metodológicos fijos e
invariables que sirvan de guía al científico en
la formulación de hipótesis. En este sentido,
carece de relevancia metodológica la
distinción de contexto de descubrimiento y
contexto de justificación que defendió el
empirismo lógico.
Cuando Feyerabend dice “Todo vale” no
quiere decir que el científico haga lo
que quiera, sino que la ciencia no tiene
métodos universales, y en cada caso
pone en práctica métodos específicos.
No podemos elaborar grandes modelos de
ciencia, no hay una evaluación lógico-
metodológica de teorías ni normas
abstractas, por lo tanto, para Feyerabend no
es factible hacer una evaluación racional del
cambio. Dos teorías generales, cuyas leyes
son incompatibles, son en algunas de sus
interpretaciones, tan inconmensurables
como pueden ser dos ideologías diferentes y
no puede existir entre ellas relaciones de
inclusión, exclusión o solapamiento, como
suponía Lakatos al hablar de comparación de
los contenidos empíricos de dos teorías
diferentes.
El discurso normativo es parasitario. Un
recetario no existe para el científico y si existe
es para otros fines.
La historia de la ciencia no está gobernada
por la razón pura, sino que es una más entre
las tradiciones, pero puede ser peligrosa,
porque está fuera del control democrático.
Hay que estar prevenido de la ciencia en una
sociedad libre.
Para Feyerabend el pluralismo, el liberalismo,
o mejor dicho, el anarquismo metodológico
garantizan el desarrollo científico.
Para Feyerabend el conocimiento no avanza por
una sucesión de teorías consistentes entre sí,
sino a través del contraste entre perspectivas
diferentes e incluso incompatibles, de modo que
exigir a una nueva hipótesis consistencia con las
teorías aceptadas equivale a favorecer éstas por
el simple hecho de ser más antiguas y
familiares. Tampoco se puede exigir a una
nueva hipótesis que concuerde con los hechos
puesto que ninguna cumpliría con tal requisito
ya que no existen observaciones y experimentos
neutros, en consecuencia, lo más aconsejable
es desobedecer esta regla metodológica y
actuar contrainductivamente.
Feyerabend sostiene que hay dos
problemas relativos a la ciencia:
a)   ¿Cuál es su estructura, cómo se
construye y evoluciona?
b)   ¿Cuál es su peso comparado con el
de otras tradiciones y cómo hemos de
juzgar sus aplicaciones sociales?
Como respuesta al primer problema,
Feyerabend dice que la ciencia no presenta
una estructura, es decir, que no existen
metodologías que le den al desarrollo
científico cierto éxito.
Para él no hay una racionalidad científica que
pueda considerarse como guía para cada
investigación; pero sí hay normas obtenidas
de experiencias heurísticas, concepciones del
método, disparates metafísicos, restos y
fragmentos de teorías abandonadas, y de
todos ellos hará uso el científico en su
investigación.
Por supuesto que esto no quiere decir que no
sean posibles teorías racionales que faciliten
modelos sencillos para la resolución de
problemas científicos (de hecho existen). Pero
pretender que son la base de toda la ciencia
sería lo mismo que pretender que los pasos
del ballet son la base de toda locomoción.
En consecuencia la ciencia se encuentra
mucho más cerca de las artes y/o las
humanidades de lo que se afirma en nuestras
teorías del conocimiento favoritas.
La respuesta al segundo problema es una
consecuencia de la respuesta al primero. Si
la razón científica no puede separarse de
la práctica de la ciencia, si es inmanente a
la investigación, entonces tampoco puede
ser formulada ni entendida fuera de
situaciones específicas de la investigación.
Para comprender la razón científica uno
tiene que convertirse en parte de la propia
ciencia.
No debemos pasar por alto el hecho de
que la ciencia es parte de tradiciones
más amplias. (tradiciones de las
sociedades a las cuales pertenecen) y
de las correspondientes instituciones.
Por ello, tanto los problemas como los
resultados científicos se evaluarán
según los acontecimientos que se
produzcan en esas tradiciones más
amplias; se tratará de un hecho político.
Se entiende que el estudio del método ha
cubierto dos actividades aparentemente
distintas. Uno de estos estudios comprendería
un intento por descubrir reglas o técnicas a
emplear en el descubrimiento de teorías. El otro
estudio trataría de desvelar principios
objetivamente justificables para la evaluación de
teorías rivales a la luz de la evidencia disponible.
De estas dos actividades, la que en general se
considera sospechosa es la primera. La mayoría
de los filósofos de la ciencia sostiene que,
mientras que el estudio de la justificación
constituye una actividad legítima e importante,
no hay en cambio estudio sistemático y útil de la
construcción o descubrimiento de teorías.
Feyerabend niega que haya alguna distinción
entre estos dos estudios aparentemente
diferentes y además, niega que haya método
en la ciencia.
Este autor se levanta contra la venerable
tradición de buscar un sistema de reglas que
según cree, debe guiar a los científicos en la
tarea de elegir una teoría. Según Feyerabend,
es imposible hallar tal sistema, y la adopción
de cualquier regla metodología particular sólo
puede tener como consecuencia la
obstaculización del progreso científico: "He
aquí el único principio que no inhibe el
progreso: Todo vale”.
Con todo esto, el autor quiere decir que
si se quiere tener reglas sin excepciones
que puedan aplicarse indistintamente a
cualquier cosa, serán tan vacías e
indefinidas que nada podrá excluirse.
Para Feyerabend, por otro lado, es
imposible extraer de la práctica
científica ninguna regla con contenido
o fuerza reales.
Feyerabend dice que “es muy difícil
encontrar argumentos
independientes del deseo que
abona su aceptabilidad”. En
consecuencia la explicación del
cambio científico debe hacerse en
términos externos en referencia a
preferencias subjetivas,
propaganda, etc.
Para Feyerabend, los individuos son
autónomos respecto de las ideologías en el
sentido de que la aceptación o rechazo de
una ideología es una cuestión de elección
individual. No hay argumento que pueda
proporcionar una razón a nadie para
adoptar una ideología que sea a su vez una
razón igualmente válida para cualquiera,
con independencia de sus inclinaciones.
En consecuencia, cuando nos
enfrentamos con un conflicto entre
teorías científicas que implican un
choque ideológico, no hay nada que
pueda constituir una razón para adoptar
una teoría y no otra y que sea también
una razón válida para cualquier
individuo al margen de su propia
perspectiva ideológica.
Feyerabend parece admitir una
excepción. Se puede mostrar que una
teoría o ideología es objetivamente
deficiente si se puede mostrar que en la
teoría o en la ideología hay
inconsistencia. Es claro que si la filosofía
es ideología en el sentido que
Feyerabend da al término, este autor no
puede proporcionar una razón para creer
que su argumento filosófico sea una
razón para cualquiera, con
independencia de su perspectiva
ideológica.
En una democracia, por ejemplo, los
resultados científicos serán evaluados
por consejos de ciudadanos
debidamente elegidos; no son los
expertos, sino los comités democráticos
quienes se constituyen en autoridad
definitiva para todas las cuestiones de
tipo científico. No es “la verdad” quien
decide, sino las opiniones que proceden
de estos comités.
Es interesante observar que este punto de vista
plantea muchas objeciones, siendo la principal la
de que el lego cometerá errores; sin embargo,
podemos responder a esto, que los expertos se
equivocan continuamente e imponen sus errores
a los ciudadanos, y no existe la menor garantía
de que la ciencia rectifique sus propias
equivocaciones.
La ciencia se apoya en el pluralismo de ideas, al
que no puede limitarse en modo alguno, lo que
quiere decir que las ideas de los ciudadanos
adquieren una importancia teórica. Las filosofías
de la ciencia y las teorías del conocimiento y
políticas, cuales quieran que sean, resultan ser
absolutamente superfluas.
Para la filosofía, la ciencia es una empresa
esencialmente anarquista; el anarquismo
teórico es más humanista y más adecuado
para estimular el progreso, que sus
alternativas basadas en la ley y en el orden.
Esto se demuestra tanto por un examen de
episodios históricos como por un análisis
abstracto de la relación entre idea y acción. El
único principio que no inhibe el progreso es:
TODO SIRVE, pues no hay ninguna regla, por
plausible que sea, que no sea infringida en
una ocasión u otra, y es evidente que esas
infracciones son necesarias para el progreso.
Un científico que desee maximizar el contenido
empírico de los puntos de vista que sustenta y
que quiera comprenderlos tan claramente como
sea posible, tiene que introducir otros puntos de
vista, es decir, que debe adoptar una
“metodología pluralista”. El conocimiento es un
“océano” siempre en aumento, de alternativas
incompatibles entre sí (y tal vez
inconmensurables); toda teoría particular, todo
cuento de hadas, todo mito, forma parte del
conjunto que obliga al resto a una articulación
mayor, y todos ellos contribuyen, por medio de
este proceso competitivo, al desarrollo de
nuestro conocimiento.
La intención de Feyerabend es convencer de
que todas las metodologías, incluidas las más
obvias, tienen sus límites. La proliferación de
teorías es beneficiosa para la ciencia,
mientras que la uniformidad, pone en peligro
el libre desarrollo del individuo.
Los métodos “irracionales”, según él, de
apoyo, son necesarios debido al desarrollo
“desigual” de las distintas partes de la
ciencia. La ciencia moderna sobrevivió sólo
porque, a lo largo de su historia, la razón fue
dejada de lado con frecuencia.
Feyerabend aconseja abolir un contexto del
descubrimiento y un contexto de la justificación
y prescindir de la diferencia afín entre términos
teóricos. Ninguna de estas distinciones
desempeña papel alguno en la práctica científica
y los intentos de reforzarlas tendrían en
consecuencia un fin desastroso.
Dada la ciencia, la razón no puede ser universal
y la sinrazón no puede excluirse. Esta es la
característica de la ciencia que reclama una
epistemología anarquista. La constatación de
que la ciencia no es sagrada y de que el debate
entre ciencia y mito ha terminado, sin que
ninguna de las partes se levantara con la
victoria, fortalece aún la causa del anarquismo.
Incluso el ingenioso intento de Lakatos
de construir una metodología que no
dicta órdenes pero que aún establece
restricciones a las actividades que
aumentan el conocimiento, no escapa a
esta conclusión. La filosofía de Lakatos
parece liberal sólo porque es un
anarquismo disfrazado, y sus criterios
no pueden tomarse como árbitros
neutrales en el debate entre la ciencia
moderna y la ciencia aristotélica, mito,
magia, religión, etc.
La ciencia según Feyerabend,
es mucho más semejante al
mito de lo que cualquier
filosofía científica está
dispuesta a reconocer.
La ciencia constituye una de las muchas
formas de pensamiento desarrolladas por el
hombre, pero no necesariamente la mejor. “Es
una forma de pensamiento conspicua,
estrepitosa e insolente, pero sólo
intrínsecamente superior a las demás para
aquellos que ya hayan decidido a favor de
cierta ideología, o bien que la han aceptado sin
haber examinado sus ventajas y sus límites, y
puesto que la aceptación y rechazo de
ideologías debería dejarse en manos del
individuo, resulta que la separación de Iglesia y
Estado debe complementarse con la separación
de Estado y Ciencia: la institución religiosa más
reciente, más agresiva y más dogmática.
Método contraproducente.
El ataque de Feyerabend al método
comienza con la observación de que la
idea de un método que contenga
principios firmes, inamovibles y
absolutamente obligatorios para
conducir la actividad científica tropieza
con grandes dificultades cuando se la
confrontan con los resultados de la
investigación histórica.
Entonces nos encontramos con que no
hay una regla, por plausible que sea,
por firmes que sean sus fundamentos
epistemológicos, que no sea restringida
en una o otra ocasión. Es evidente que
tales infracciones no son
acontecimiento meramente
accidentales, no son resultado de la
insuficiencia del conocimiento o de
descuido que pudieran haberse evitado.
Si en la ciencia hay algún método, dice
Feyerabend, tendríamos que conocerlo.
No hay ninguna razón para suponer que
se trate de una eliminación
íntegramente revelada por Dios en un
momento dado. En el campo de la
metodología podemos realizar
descubrimientos exactamente de la
misma manera que en el de la ciencia
misma. Como Feyerabend nos
recuerda, entre razón e investigación
hay interacción.
Convenir que el método cambia no
constituye ninguna amenaza para la
perspectiva racionalista, ni necesita
exigir que las reglas sean
absolutamente obligatorias y que no
presentan excepciones, pues en
realidad se trata de reglas inductivas
que nos, aconsejan, ante la evidencia
disponible, cuál es mejor adoptar de un
par de teorías rivales.
Proliferación.
“No deberían cambiarse las teorías a menos
que haya poderosas razones para hacerlo. La
única razón poderosa para cambiar una teoría
es la discrepancia con los hechos. De aquí
que, incrementar la cantidad de hechos
pertinentes sea sensato. No es sensato el
procedimiento que consiste en incrementar la
cantidad de alternativas fácticamente
adecuadas, pero incompatibles.”
“Pero, en todo tema acerca del cual sea
posible la diferencia de opinión, la verdad
depende del logro de equilibrio entre dos
conjuntos de razones en conflicto. Inclusive
en la filosofía natural, siempre hay una
explicación posible de los mismos hechos:
una teoría geocéntrica en lugar de la
heliocéntrica, una del flogisto en lugar del
oxígeno. El problema consiste, pues en
mostrar porqué esta otra teoría no puede ser
verdadera y mientras esto no se muestre,
mientras no sepamos cómo se muestra, no
comprenderemos los fundamentos de nuestra
opinión.”
Feyerabend ha puntualizado que él no
ha dicho que deba estimularse la
proliferación, sino tan sólo que el
racionalista no puede excluirla. Pero el
racionalista, como muestra Mill tiene
buenas razones para estimular un cierto
grado de proliferación. Esta
proliferación sería incompatible con la
improbable condición de inconsistencia
de Feyerabend.
El fracaso de la estrategia
general.
“Incidentalmente, habría que apuntar que mi
uso frecuente de palabras tales como
“progreso”, “avance” “mejoramiento”, etc. no
significa que pretendía yo poseer ningún
conocimiento especial acerca de lo que es
bueno y de lo que es malo en la ciencia, ni
que desee yo imponer este conocimiento a
mis lectores. Todo el mundo puede leer esos
términos a su manera y de acuerdo con la
tradición a la que pertenece”.
Así, para un empirista progreso significará
transición que proporciona pruebas empíricas
directa de la mayor parte de sus supuestos
básicos. Hay quien cree que la teoría cuántica
es una teoría de esta clase. Para otros,
“progreso” puede significar “progreso
armonis”, incluso tal vez a expensas de la
adecuidad empírica. Es así como Einstein veía
la teoría de la relatividad general. Lo que yo
sostengo es que el anarquismo ayuda al
progreso en todo sentido en que se prefiera
entenderlo. Inclusive una ciencia de la ley y el
orden sólo tendrá éxito si cada tanto se
permiten en ella actitudes anarquistas.
Contrainducción frente a
hechos.
Nuestra ingenua opinión de que las
teorías deben adaptarse al resultado de
la observación es, según Feyerabend,
un lastre en el navío del progreso. Para
desembarazarnos de ese obstáculo,
basta con abrazar la segunda
contrarregla:
“La segunda contrarregla que favorece
hipótesis inconsistentes con las
observaciones, hechos y resultados
experimentales, no requiere defensa especial,
pues no hay una sola teoría interesante que
concuerde con todos los hechos conocidos en
su dominio. En consecuencia, la cuestión no
reside en saber si habría que admitir en la
ciencia las teorías contra inductivas, sino en
saber si habría que aumentar o disminuir las
discrepancias existentes entre teorías y
hecho, o qué habría que hacer con ellas.
Feyerabend pretende fustigar la idea de que hay
hechos objetivos a los que tenemos acceso a
través de la observación y el experimento:
“Es este carácter histórico-psicológico de la
evidencia el hecho de que no se limite a
describir un estado objetivo de las cosas, sino
que también exprese cierta visión subjetivista,
mítica y tiempo olvidada, nos obliga a una
consideración renovada de la metodología. Nos
muestra que sería extremadamente imprudente
y sin más, un juicio directo y sin cualificación de
las teorías por los hechos; está condenado a
eliminar ideas por la simple razón de que no se
adaptan al marco de alguna cosmología más
antigua.
Dar por supuesto los resultados y las
observaciones experimentales y hacer recaer
el peso de la prueba sobre la teoría significa
dar por supuesta la ideología observacional
sin haberla examinado jamás.
Para Feyerabend, el desarrollo de teorías
incompatibles con nuestros juicios bien
ponderados acerca de los hechos
observacionales nos ayudará a mejorar los
juicios a través de la exposición de supuestos
insostenibles que podrían hallarse implícitos
en esos juicios.
En consecuencia, el primer paso en nuestra
crítica a los conceptos y reacciones habituales
es salirse del circulo o bien inventar un nuevo
sistema conceptual, por ejemplo una nueva
teoría que choque con los resultados
observacionales más cuidadosamente
establecidos y confunda los principios teóricos
más plausibles, o bien importar tal sistema
desde fuera de la ciencia desde la religión, la
mitología, las ideas de incompetentes o los
desvaríos de locos. Una vez más este
proceder es contrainductivo.
La contrainducción es a la vez un hecho: la
ciencia no podría existir sin ella y es un
movimiento legítimo y muy necesario en el
juego de la ciencia.
Feyerabend nos dice que los juicios
observacionales no describen estados
meramente objetivos de las cosas, sino que
también contienen “puntos de vista
subjetivos, míticos y tiempo olvidados” para
este autor no se trata de que nuestros juicios
observacionales tengan un componente
ideológico, sino de que nuestros juicios
observacionales no tienen ningún
componente que no sea ideológico.
El ejemplo de Feyerabend sobre el
distanciamiento no contribuye para nada al
apuntalamiento de su afirmación más
extrema de que todo juicio observacional es
esencialmente ideológico.
El proceso de distanciamiento tiene como
finalidad la de ayudarnos a desvelar lo que
Feyerabend llama “interpretaciones
naturales,” ideas tan estrechamente
conectadas con la observación que hace falta
un esfuerzo para advertir su existencia y
determinar su contenido.
Feyerabend intenta ilustrar la importancia del
distanciamiento con un análisis de los
intentos de Galileo para divulgar el sistema
copernicano. La interpretación natural
implícita en los juicios observacionales
anteriores a Galileo era que todo movimiento
es en el espacio absoluto y que el movimiento
es operativo. Por operativo Feyerabend
entiende que todo movimiento ha de tener
efectos detectables. Lo que él sugiere es que
dentro de este marco, el experimento de la
torre arroja experiencias que contradicen la
hipótesis del movimiento de la tierra.
Porque si la tierra se mueve, debe moverse
de manera absoluta, lo cual debe tener algún
efecto sobre a caída de la piedra, a saber, la
piedra caerá oblicuamente. Puesto que esto
no ocurre, la experiencia descripta en el seno
de este marco desautoriza la hipótesis del
movimiento de la tierra.
Feyerabend sostiene que no todo movimiento
se veía como operativo. Sugiere que había un
paradigma rival del movimiento, ilustrado por
el movimiento de los objetos en los navíos,
los carruajes y otros sistemas de movimiento.
Feyerabend interpreta a Galileo tratando de
convenir la experiencia de refutación en una
experiencia confirmatoria gracias a la
sustitución del lenguaje observacional que se
utiliza en la primera caracterización de la
experiencia por un lenguaje observacional
diferente. En este nuevo lenguaje, la
interpretación natural implica el movimiento
relativo, que no es operativo. El movimiento de
la tierra significa que no hay movimiento
relativo entre el punto de partida y la piedra en
la dirección horizontal. Se supone que Galileo
difundió entre sus contemporáneos la adopción
de este lenguaje observacional y que, en
consecuencia, los llevó por la senda del
copernicanismo.
Se propone un argumento que refuta a
Copérnico mediante la observación. El argumento
se invierte a fin de descubrir las interpretaciones
naturales responsables de la contradicción. Se
reemplazan las interpretaciones ofensivas por
otras, la propaganda y el recurso a sectores
lejanos y enormemente teóricos del sentido
común se emplean para desactivar antiguos
hábitos y entronizar otros nuevos. Las nuevas
interpretaciones naturales, que también se
formulan explícitamente, como hipótesis
auxiliares, se establecen en parte debido al
apoyo que prestan a Copérnico y en parte
debido a consideraciones de plausibilidad y a
hipótesis oportunistas. De esa manera surge una
“experiencia” eternamente nueva.
El llamado modelo racionalista de la ciencia
tiene dos aspectos distintos. Por un lado, el
racionalista sostiene que hay principios
objetivamente justificables de comparación de
teorías que él espera poder articular. En ningún
momento el ataque de Feyerabend a este
supuesto hace que sea insostenible. En verdad,
se podría pensar que, al desarrollar el argumento
a favor de la regla de proliferación, ha
contribuido al programa racionalista. Por otro
lado, el racionalista espera explicar el cambio
científico en término de modelo. Este autor ha
sostenido de modo convincente que en el triunfo
de la revolución copernicana han desempeñado
su papel multitud de factores, muchos de los
cuales no tenían nada que ver con la ciencia:
La “revolución copernicana” no fue el
fruto de una sola razón ni de un sólo
método, sino de una variedad de
razones cuya actividad deriva de una
variedad de actitudes. Las razones y las
actitudes convergieron, pero la
convergencia fue accidental y es inútil
tratar de explicar la totalidad del
proceso como consecuencia de la
aplicación de ingenuas reglas
metodológicas.
Inconmensurabilidad.
Lo mismo que Khun Feyerabend apoya en
parte su argumento contra el racionalista
sobre la supuesta existencia de teorías
inconmensurables. En tales casos, es
imposible aplicar ninguno de los métodos que
los racionalistas desean “utilizar para
racionalizar los cambios científicos” .No todo
cambio teórico genera inconmensurabilidad.
El contexto en el que se dice que surge se
describe de la siguiente manera.
“Tenemos una visión (teorías, marcos de
referencia, como modos de representación)
cuyos elementos (conceptos, hechos,
cuadros) se construyen de acuerdo con
determinado principio de construcción.
Llamemos a esos principios universales de la
teorías en cuestión. La suspensión de los
principios universales significa la suspensión
de todos los hechos y todos los conceptos.
Por último, llamemos inconmensurable con el
cosmos (la teoría, el marco) a un
adiestramiento, un enunciado o una actitud si
pone en suspenso algunos de sus principios
universales.”
La ideología de la ciencia.
Para Feyerabend la ciencia no es más que
una ideología entre otras. La única limitación
que tiene una ideología o teoría o tradición es
la coherencia.
“Sólo podemos exigir legítimamente a la
teoría una sola tarea, a saber, que nos dé
una explicación correcta del mundo, es decir,
de la totalidad de los hechos, como
constituidos por sus propios conceptos
básicos”.
Las teorías inconmensurables, pueden
refutarse a través de la referencia a sus
propios tipos respectivos de experiencia, es
decir, a través del descubrimiento de
contradicciones internas que las aquejan. Sus
contenidos son incomparables. Tampoco es
posible formular un juicio de verosimilitud
salvo dentro de los límites de una teoría
particular. Ninguno de los métodos que
Carnap, Hempel, Nagel Popper o incluso
Lakatos utilizan gustosos para racionalizar los
cambios científicos, encuentra aquí aplicación,
y el único que sí puede ser aplicado, la
refutación, tiene fuerza muy reducida.
Quedan los juicios estéticos, los juicios de
preferencia, los prejuicios metafísicos, los
religiosos; en resumen, lo que queda son
nuestros deseos subjetivos: la ciencia en sus
manifestaciones más avanzadas y generales,
devuelve al individuo una libertad que éste
parece perder cuando, al adentrarse en sus
partes más pedestres, e inclusive en su
imagen “tercermundista”, el desarrollo de
concepto deja de ser racional.
“Naturalmente, la razón que nos asiste
para dar a la ciencia tratamiento
especial es nuestro pequeño cuento de
hadas (el mito del método). Si la ciencia
ha encontrado un método que convierte
en verdad y en teoría útiles ideas con
contaminación ideológica, es porque en
verdad la ciencia no es mera ideología
sino una medida objetiva de toda
ideología.
Pero el cuento de hadas, como hemos
dicho es falso. No hay método especial
alguno que garantice el éxito o lo haga
probable.
Esto plantea las cosas exactamente al
revés. Ha sido la creencia en el valor de
sus productos lo que ha hecho alcanzar
a la ciencia su posición privilegiada. En
la medida que creemos que hay algo
especial en sus resultados, creemos que
hay algo especial en sus métodos
Hasta el propio Feyerabend concede
que la ciencia ha realizado
“Contribuciones maravillosas a nuestra
comprensión del mundo y que esta
comprensión ha llevado a logros
prácticos más maravillosos aún”. Es
consciente del hecho de que alguien
podría desear explicar porqué ha
llegado a esta posición con referencia a
resultados.
La respuesta de Feyerabend a los
resultados de sus reflexiones es la de
hacerse dadaísta:
“El dadaísta está convencido de que una vida que
valga la pena vivir sólo podrá darse cuando
comencemos a tomarnos frívolamente las cosas y
cuando eliminemos de nuestro lenguaje los
significados profundos, pero ya podridos, que éste
ha acumulado a lo largo de los siglos...Espero
que ,tras haber leído el panfleto, el lector me
recuerde como un dadaísta petulante y no como un
anarquista serio”.

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