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Parte V: Principales modelos y paradigmas epistemológicos

mundo en el que los dragones son reales para demostrar que no hay
dragones, se hace necesario recurrir a “sucesos parcialmente extrapolíticos
o extrainstitucionales”. Cada partido o grupo se vale de los presupuestos
e instituciones en las que cree para argumentar en favor de su propio
paradigma. Finalmente, “como en las revoluciones políticas sucede en
la elección de un paradigma: no hay ninguna norma más elevada que la
aceptación de la comunidad pertinente”.

Estas objeciones a la concepción de la ciencia y de la labor de investigación


científica no se dan, como ya se mencionó, solamente en relación con el
modelo de progreso científico y una determinada posición respecto de la
historia, sino que, además, se presentan ante la necesidad de ampliar el
concepto de racionalidad positivista. Como hemos visto en Lakatos, la historia
“real” quedaba fuera de la prioridad del discurso epistemológico debido a
que no era completamente racionalizable. Así como Kuhn intenta proponer
una conceptualización de la ciencia que se presente como alternativa a
la racionalidad entendida únicamente como lógico-metodológica, Paul
Feyerabend realiza un examen crítico de la reconstrucción epistemológica
de la historia de la ciencia desde lo que él mismo denomina una perspectiva
“anarquista”.

Por último, podríamos agregar una síntesis que Feyerabend hace sobre el
concepto de inconmensurabilidad en Kuhn (concepto que Feyerabend no
comparte plenamente) cuya exposición resulta clarificadora. Esta síntesis
está expuesta en un apartado denominado “inconmensurabilidad”, en La
ciencia en una sociedad libre, y dice:

Kuhn ha observado que los diferentes paradigmas (A) emplean conceptos


que no pueden reducirse a las habituales relaciones lógicas de inclusión,
exclusión e intersección; (B) hacen que veamos las cosas de forma distinta
(quienes trabajan en paradigmas diferentes no sólo tienen conceptos
diferentes, sino también percepciones diferentes); y (C) contienen métodos
diferentes (instrumentos tanto intelectuales como materiales) para impulsar
la investigación y evaluar sus resultados.

5.2 El “anarquismo” epistemológico en Feyerabend


El argumento fundamental, análogamente a lo que dijimos a propósito de
Kuhn, consiste en afirmar que la práctica real de las ciencias —así como de

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Epistemología y fundamentos de la investigación científica

cualquier actividad humana— es infinitamente más rica que lo que pretenden


las reconstrucciones metodológicas. Más aún, Feyerabend llega a sostener
no sólo que las reglas normativas de la investigación han sido violadas, de
hecho, en muchos casos históricos, sino además que esta transgresión o
ignorancia de las reglas ha sido condición de progreso de las ciencias: “nos
encontramos con que no hay una sola regla, por plausible que sea, ni por
firmemente basada en la epistemología que venga, que no sea infringida en
una ocasión o en otra. Llega a ser evidente que tales infracciones no ocurren
accidentalmente... [sino] que son necesarias para el progreso”.

De este modo se justifica el rechazo de una interpretación de la ciencia que


reduzca tanto sus procedimientos como su historia. Si se abordara la historia
y la labor científica en toda su complejidad, “la historia de la ciencia será
tan compleja, tan caótica, tan llena de error y tan divertida como las ideas
que contenga, y estas ideas serán a su vez tan complejas, tan caóticas, tan
llenas de error y tan divertidas como las mentes de quienes las inventaron”.
Sin embargo, añade Feyerabend, la tradición científica realiza un “lavado de
cerebros” mediante el cual se opera una “simplificación racionalista” y se
excluye del modelo del “buen científico” todo rasgo de “irracionalidad”, en
especial a través de la educación. Este proceso es brevemente descrito del
modo siguiente:

Primeramente, se define un dominio de investigación. A continuación, el


dominio se separa del resto de la historia (la física, por ejemplo, se separa
de la metafísica y de la teología) y recibe una “lógica” propia. Después, un
entrenamiento completo en esa lógica condiciona a aquellos que trabajan en
el dominio en cuestión para que no puedan enturbiar involuntariamente la
pureza (léase la esterilidad) que han conseguido.

Es decir, se trata de un proceso de eliminación de rasgos “psicologistas” (por


recordar las consideraciones popperianas) y los nexos sociales dentro de
la comunidad científica y en relación con las otras comunidades también.
Como consecuencia del mismo, “la religión de una persona, por ejemplo, o
su metafísica o su sentido del humor no deben tener el más ligero contacto
con su actividad científica. Su imaginación queda restringida e incluso su
lenguaje deja de ser el que le es propio”.

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5.2.1 El método contrainductivo

No obstante, esta crítica de la forma tradicional (empirista-positivista) de


concebir cómo la labor de investigación debería desarrollarse (recordemos
la distinción lakatosiana entre lo que la historia real es y lo que debería ser)
no implica que Feyerabend rechace toda normatividad ni toda metodología.
Es importante insistir en que la crítica se dirige a las limitaciones de la
concepción racionalista más rigurosa. “No hay nada, así como un “método
científico”, o un “modo científico de trabajo” que guiaría todas las etapas de
la empresa científica”. Por otra parte, observa que “las leyes de todo sistema
lógico se aplican solamente en la medida en que los conceptos se mantienen
estables a través de una argumentación: condición raramente cumplida en
un debate científico de interés”.

Así, a cambio del conjunto lógico-metodológico, Feyerabend propone


una metodología que denomina “contrainducción” y un principio de
“proliferación”. Ambos garantizarían que la potencialidad y flexibilidad de
la racionalidad ampliada sean “legítimamente aplicadas” en el proceso de
elaboración y selección de teorías. “Mi intención —escribe Feyerabend—
no es sustituir un conjunto de reglas generales por otro conjunto; por el
contrario, mi intención es convencer al lector de que todas las metodologías,
incluidas las más obvias, tienen sus límites”. En virtud de la consideración de
estos límites se hace necesario no sólo transgredirlos sino, eventualmente,
hacer precisamente lo contrario de lo que las prescripciones metodológicas
aconsejan.

Un ejemplo de ello es la contrainducción. Recordemos que, al enumerar


algunas de las causas por las cuales una teoría puede ser rechazada,
mencionamos su contenido empírico, es decir, su coherencia con los datos
de la observación empírica, luego de recorrer el modelo kuhneano de
percepción y de experiencia, resulta que en esta última no hay nada
semejante a “datos puros” o “hechos”. Esto significa que siempre que se tenga
en cuenta un hecho se estará teniendo en cuenta, más o menos explícitamente,
la teoría que permite percibir ese hecho. Es por esto que Feyerabend sugiere
mediante la contrainducción “la introducción, elaboración y propagación de
hipótesis que sean inconsistentes o con teorías bien establecidas o con hechos
bien establecidos”. En esto consistiría proceder contrainductivamente;
proceder que, por otra parte, no desplaza necesaria ni completamente todo
comportamiento inductivo o deductivo.

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Epistemología y fundamentos de la investigación científica

Por su parte, el principio de proliferación consistirá entonces en “inventar y


elaborar teorías que sean inconsistentes con el punto de vista comúnmente
aceptado, aun en el supuesto de que éste venga altamente confirmado y goce
de general aceptación”.

5.2.2 Ciencia y poder

Si recordamos las características del proceder de la ciencia normal bajo


la dirección de un paradigma, veremos que es vano esperar del mismo un
procedimiento contrainductivo. No obstante, podemos decir que ambos
autores sí tienen en común la aceptación de metodologías pluralistas y
perspectivas diversas.

La concepción de la ciencia que se desprende de estos principios puede


ser sintetizada por esta afirmación: “la ciencia, en cuanto es practicada por
nuestros grandes científicos, es una habilidad, o un arte, pero no una ciencia
en el sentido de una empresa «racional» que obedece estándares inalterables
de la razón y que sus conceptos bien definidos, estables, «objetivos» y por
esto también independientes de la práctica”. Y continúa diciendo acerca
de la diferenciación entre ciencias del espíritu y ciencias de la naturaleza,
“no existen «ciencias» en el sentido de nuestros racionalistas; sólo hay
humanidades. Las «ciencias» en cuanto opuestas a las humanidades sólo
existen en las cabezas de los filósofos cabalgadas por los sueños”.

Una ciencia que insistiera en conservar sus estándares de racionalidad por


sobre la evidencia histórica de su eventual prescindencia —y de la fertilidad
de tal prescindencia— sí pecaría de irracionalidad y dogmatismo. De hecho,
Feyerabend afirma que “no hay nada inherente a la ciencia o ninguna otra
ideología que la haga esencialmente liberadora. Las ideologías pueden
deteriorarse y convertirse en estúpidas religiones”. Y éste es el riesgo que
la ciencia corre si mantiene, entre otras estrecheces, la concepción limitada
de la racionalidad: “no hay razones —argumenta— que obliguen a preferir
la ciencia y el racionalismo occidental a otras tradiciones, o que le presten
mayor peso”. Y el dogmatismo se manifiesta en el hecho de que “hoy se
acepta el veredicto de científicos o de otros expertos con la misma reverencia
propia de débiles mentales que se reservaba antes a obispos y cardenales,
y los filósofos, en lugar de criticar este proceso, intentan demostrar su
«racionalidad» interna”.

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