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El mundo de la escena es un universo de supersticiones, pero si

hay una obra que se lleve la palma en este sentido es «Macbeth»,


considerada «maldita». En el Reino Unido se evita incluso citarla
por su título, y mucha gente se refiere a ella como «la obra
escocesa».
No se trata de una superstición menor; de hecho, en los países
anglosajones está «prohibido» pronunciar el nombre de Macbeth
dentro de los teatros. Hace unos años, en la puerta del Barrymore
Theatre, en Nueva York, se podía leer este aviso: «Está usted a
punto de entrar en el Barrymore Theatre. Los productores le
ruegan que se abstenga de pronunciar el nombre de la obra que
va usted a ver mientas se encuentre entre estas cuatro paredes».
La Royal Shakespeare Company prevé incluso un
remedio para evitar la catástrofe si alguien rompe esta
norma: «Salga del teatro, dé tres vueltas, escupa,
maldiga y entonces llame a la puerta del teatro para que le
permitan entrar de nuevo».
Pero ¿de dónde viene esta maldición? La explicación,
según los estudiosos de Shakespeare, tiene su origen en la
época en la que el dramaturgo situó la obra, la Escocia del
siglo XVI, en la que reinaba James VI. El monarca
estaba obsesionado con la brujería desde la muerte de su
madre, María Reina de Escocia, y eran frecuentes las
Cuando, en 1589, el Rey viajaba desde Dinamarca a
Escocia junto a Anne, su nueva esposa, estuvo a punto de
naufragar, y James VI culpó a los conjuros y
brujerías. Ordenó una caza de brujas en la ciudad costera
de North Berwick y escribió un tratado, titulado
«Daemonologie», un tratado en el que alentaba la
persecución de estos seres.
En todo este ambiente, del que se había contagiado
Inglaterra, bebió Shakespeare, que escribió «Macbeth» en
1606 (se publicó en 1623) y que incluyó referencias
directas a la desgraciada navegación del Rey James.
La historia de la maldición de «Macbeth» comenzó en su propio estreno.
Según la leyenda, el actor que debía interpretar al protagonista murió
repentinamente y el propio Shakespeare debió asumir el papel; se
rumoreó que en las representaciones se usaron dagas reales en vez de las
de guardarropía, y que eso habría causado la muerte del actor.
Se habla también de una maldición arrojada sobre la obra por brujas
reales de la época a quienes no gustó que Shakespeare las retratara en
escena.
El caso es que las representaciones de «Macbeth» han sido a menudo
accidentadas. en 1849, el alboroto que causaron en el Astor Palace de
Nueva York los partidarios de dos actores rivales, Edwin
Forrest y William Charles Mcready (que interpretaban la obra en dos
producciones distintas), causó al menos veinte muertos y más de un
centenar de heridos.
Más leña que aviva la maldición de la obra: un actor que intepretaba a Duncan
en una representación en Amsterdam en el siglo XVII murió al recibir una
cuchillada de una daga real; durante un combate en escena en 1947, Harold
Norman, el actor que interpretaba a Macbeth, murió; el legendario Laurence
Olivier estuvo a punto de morir en escena al caer un contrapeso al escenario a
escasos centímetros de donde él estaba; durante el tiempo en que se
presentaba una producción de la obra en 1942, dirigida por John Gielgud,
murieron tres actores, el intérprete de Duncan y dos de las brujas; en 1948, la
actriz Diana Wynyard, que encarnaba a Lady Macbeth, cayó al foso de la
orquesta desde una altura de cuatro metros y medio; para burlarse de la
supuesta maldición, había dedicido hacer la escena de su sonambulismo con
los ojos cerrados.
Una de las últimas víctimas de la maldición de «Macbeth» fue un actor que
participaba en una producción protagonizada por Kenneth Brannagh; resultó
herido, precisamente, en una escena de lucha con el respetado intérprete

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