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MORAL

FUNDAMENTAL

UD 4.- EL PECADO Y EL
PERDÓN: ‘misterio de iniquidad’ y
de ‘piedad’
1. El pecado: “mysterium iniquitatis”
1) No hay moral cristiana sin pecado (mysterium iniquitatis) y redención
(mysterium pietatis): el pecado constituye una amenaza permanente y
dramática de la libertad humana, llamada una plena y feliz comunión
con Dios y misteriosamente inclinada al mal→ concupiscencia (Rm 7):
NEGACIÓN (alienación)→ DEFORMACIÓN (vicio)→ PERDICIÓN (condenación)

2) No es sólo que actuemos mal, sino que estamos ‘caídos’ en el pecado y


‘necesitados’ de redención (perdón): un «misterio de iniquidad» que
supera nuestra comprensión y que sólo puede entenderse a la luz de la
Revelación, desde el Amor Crucificado de Xto. (cf. Rm 5,20):
«El pecado es el “mysterium iniquitatis”. Pero en esta economía (de salvación) el
pecado no es protagonista, ni mucho menos vencedor. Contrasta como antago-
nista con otro principio operante, que -empleando una bella y sugestiva expresión
de san Pablo- podemos llamar “mysterium o sacramentum pietatis”… insertado en
la dinámica de la Historia para vencer el pecado del hombre» (RP 19).

 No se trata sólo de una culpa, sino de una verdadera ruptura con Dios.
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3) Todos somos “hijos pródigos” (Lc 15) y «reconocer el propio pecado, es


más –yendo más a fondo–, reconocerse pecador, capaz de pecado e
inclinado a él, es el principio indispensable para volver a Dios» (RP 13)

1.1. El “pecado” en la Biblia


1) El pecado original es un “relato dramático y paradigmático” de un
acto que rompe la relación ‘creatural’ con Dios (Gn 3): un acto de
sospecha, rebeldía, desobediencia e infidelidad a su Amor, y tb. una
necedad, una abominación y una ofensa a Dios –no sólo un “error”
ético– (Sal 50):
 En el Pentateuco, la Alianza es compromiso de fidelidad (mandamientos) en respuesta a la
Santidad de Dios: el pecado es colectivo y el castigo pedagógico, para la conversión.
 Los Profetas revelan al pueblo la injusticia de su pecado (en sentido moral, no sólo ritual)
y la justicia de Dios, que castiga al pecador y defiende al pobre y al justo.
 El Destierro aparece como un castigo temporal y una llamada a volver a Dios, que es fiel
(‘emet) y misericordioso (hesed, rahum): aparece la promesa de la Nueva Alianza -sellada
en el corazón-, el sentido del pecado personal -fruto de la libertad humana- y la humilde
confesión de la culpa: “contra ti solo pequé” (contricción-arrepentimiento) (cf. 2Sam 11).
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2) No se trata de la violación de un tabú, sino de un abuso de la libertad,


que se ‘curva’ sobre sí misma queriendo ‘hacerse’ y no ‘dejarse hacer’,
pervirtiendo el deseo al negar el don (la ‘dimensión extática’ del amor):
une la dimensión vertical (impiedad) y horizontal (injusticia) del
pecado.

1.2. El pecado y el Evangelio


1) Ante el Amor hasta el extremo revelado en Xto, el pecado aparece
como un rechazo absoluto del amor del Padre que brota del corazón –
de la libre elección del pecador–, ante la oferta de gracia y amistad de
Dios.
2) Pero así también se une a la posibilidad de conversión, por la llamada y
la gracia de Cristo (Mc 1,15). Jesús significa salvación: es el ‘enviado’
del Padre para reconciliarnos con Él y con los hermanos (cf. Lc 15).
3) Juan y Pablo hablan de “pecado” en singular, o sea, la incredulidad, la
anomía y la enemistad con Dios, que exige la gracia de la justificación:
la reconciliación y rehabilitación del pecador. El ‘indicativo’ de la vida
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1.3. El “pecado” en la Tradición de la Iglesia


 Los Padres Apostólicos siguen la visión del NT: la doctrina de las “dos
vías”, la del bien (virtudes) y la del mal (vicios), subrayando la maldad del
pecado.
 Los Apologistas aluden al pecado original, del que deriva la condición
pecadora del hombre, sin negar la libertad del pecado personal como
desobediencia a Dios de menor o mayor gravedad (contra naturam).
 San Jerónimo, contra Joviniano, distingue pecados graves, que causan la
muerte espiritual, y leves, que pueden ser purificados, pues “no es lo
mismo una palabra ociosa, que un adulterio”.
 Para San Agustín, «es toda acción, palabra o deseo (materia) contra la ley
eterna (forma)», o sea, contra «la razón divina que manda respetar el
‘orden creacional’ y prohíbe perturbarlo». Así, niega el auténtico bien del
hombre.
Es «la aversión del Bien inmutable (fin) y la conversión a los bienes mutables
(medios)». Supone «usar de lo que sólo deberíamos gozar y gozar de lo que sólo
deberíamos usar», es decir, ‘abusar’ o ‘idolatrizar’ lo que no es Dios, trastocar
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 San Gregorio Magno recoge esta noción y clasificación del pecado y la


trasmite a la Edad Media, junto a los pecados capitales (enfermedades
del alma) que nacen de la soberbia, «reina de todos los vicios»:
«Son siete los principales vicios que brotan de esta virulenta raíz, a saber: la
vanagloria, la envidia, la ira, la tristeza, la avaricia, la gula, la lujuria… Todos los
vicios capitales dan lugar a actos pecaminosos correspondientes».

 Sto. Tomás define el pecado como un “acto humano malo” que nace de
la voluntad (acto humano) y se opone a la razón humana (ley natural) y
a la sabiduría divina (ley eterna) trastocando medios y fines: uso-abuso.
 El Concilio Vaticano II, con una visión integral -teológica y
antropológica- describe el pecado como el reverso de la vocación y la
dignidad del hombre en cuanto “imagen y semejanza” de Dios y como
la explicación última de los desórdenes e injusticias que afligen a la
humanidad y hacen tan desgraciada la vida de los hombres y de los
pueblos:
«Pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e
inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que es bueno…
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Negándose a reconocer a Dios como su principio, rompió el orden debido con respecto a
su fin último y, al mismo tiempo, su ordenación en relación consigo mismo, con todos los
hombres y con todas las cosas creadas. De ahí que el hombre esté dividido en su interior.
Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente
dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas» (GS 13).

 Subraya también la “dimensión eclesial” del pecado, que, ofendiendo a Dios,


«hiere a la Iglesia» (LG 11): el pecado -el más secreto- no sólo afecta al pecador,
sino a toda la Iglesia, Esposa fiel y Madre fecunda, y tiene un “valor sacrílego”
para quien, por el Bautismo, es «cuerpo de Cristo» y «templo del Espíritu».
 Y, por último, su “dimensión social”, porque “vicia” el mundo de los hombres
(GS 25; 39-40): frente al “individualismo” luterano, nominalista y puritano, la
Iglesia une la dimensión ‘personal’ y ‘social’ de la conducta y del pecado:
 La Iglesia ha reconocido la existencia de “estructuras de pecado” (cf. SRS 36s; EV
24; 59), que pervierten la ‘conciencia moral’ de los hombres y los pueblos: la “ley del
descenso” vs. la “ley del ascenso” que frena o impide la realización del bien común.
 Pero esta conciencia gradual de la dimensión social del pecado y su permanencia en
estructuras injustas, no niega la dimensión y responsabilidad personal del mismo,
como su “analogado principal” (RP 16) y causa última de esos “pecados sociales”.
2. División ‘antropológica’ y ‘teológica’
 El ‘pecado’ es ofensa a Dios (rechazo de su Amor), desobediencia a su
Voluntad, ruptura de la relación filial y transgresión de la ley moral:
“Toda acción, palabra o deseo contra la ley eterna” (S. Agustín):
 «Es la aversión del Bien inmutable y la conversión a los bienes mutables»
(S. Agustín): no un “rechazo directo” de Dios (opción fundamental), sino
un modo desordenado e irracional -desligado del fin- de querer el bien.
 «Consiste en usar de lo que sólo deberíamos gozar, y en gozar de lo que sólo
deberíamos usar» (“desorden del amor”): «gozar de una cosa es amarla
por sí misma; usar de una cosa es emplearla con miras a conseguir el
objeto amado, si éste es digno de amor, pues el uso ilícito más bien merece
el nombre de abuso» (S. Agustín).
 Daña nuestra relación con Dios, con nosotros mismos y con los otros:
«Viola el pacto de amistad entre Dios y el hombre y entre el hombre y el
hombre, contradiciendo así los dos preceptos de la caridad, que es la vida
del alma» (Sto. Tomás): la comunión del bien y el bien de la comunión.
UD 4. EL PECADO Y EL PERDÓN 2. División antropológica y teológica del pecado - 2

2.1. División ‘teológica’: ‘mortal’ y ‘venial’


1) Dada la persistencia del pecado en el cristiano (vs. gnosticismo), surgió
el deseo de aclarar qué pecados impiden la gracia, la comunión con
Dios y la vida eterna, desde la esencia del pecado en su dimensión:
a) material («conversio ad creaturas»): define su gravedad (grave-leve) por
la ‘malicia objetiva’ –no ordenable al fin– del pecado y la ‘implicación
subjetiva’ –inteligencia y voluntad– en él, debida a la relación entre los
bienes esenciales y el bien integral de la persona (antropológica).
b) formal («aversio a Deo»): define su mortalidad (mortal-venial): el
mortal (‘analogado principal’) se equipara a la muerte, la pena capital
o la exclusión de la Alianza (AT y NT). Los Padres lo distinguen del
venial, que no priva de la comunión eucarística ni exige penitencia
laboriosa:
 Sto.Tomás alude al desorden respecto al fin último (bien supremo: Dios)
 Trento lo sitúa en “infidelidades concretas” graves (no sólo en renegar de la
fe): conlleva la pérdida de la gracia, la caridad y la bienaventuranza (cf. VS
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 El pecado “mortal”, «por su naturaleza, viola el pacto de amistad entre


Dios y el hombre y entre el hombre y el hombre, contradiciendo así los
dos preceptos de la caridad, que es la vida del alma» (Sto. Tomás): mide
la ‘dimensión teologal’ del pecado, porque separa de Dios (fin).
«Esto puede ocurrir de modo directo y formal, como en pecados de idolatría,
apostasía y ateísmo [opción fundamental], o de modo equivalente, como en todos los
actos de desobediencia a los mandamientos de Dios en materia grave» (RP 17).

 El pecado “venial”, aunque es un mal moral -que puede acumularse-,


no rompe la amistad con Dios: es pecado en sentido analógico, porque
debilita la caridad, como una herida y una culpa ‘perdonable’ (merece
‘venia’) o la enfermedad que un organismo sano supera por sí mismo:
«El hombre sabe bien, por experiencia, que en el camino de fe y justicia que lo lleva
al conocimiento y al amor de Dios en esta vida y hacia la perfecta unión con él en la
eternidad, puede detenerse o distanciarse, sin por ello abandonar la vida de Dios; en
este caso se da el pecado venial, que, sin embargo, no deberá ser atenuado como si
automáticamente se convirtiera en algo secundario o en un “pecado de poca
importancia”» (RP 17): si es pequeño en gravedad, no lo es en cantidad.
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 Así se confirma la división bipartita del pecado (mortal-venial) frente a


la errónea división tripartita: mortal (rompe la OF), grave (no la rompe,
aun cometiendo un pecado grave con conciencia y libertad) y venial
(tampoco), que confunde la vida y la muerte, relativiza la malicia
propia del acto y olvida la ‘fragilidad del don’: la amistad y la alianza
con Dios.
 Los criterios de discernimiento: 1) materia grave (“intrinsece malum”):
con intencionalidad real; 2) pleno conocimiento: sin error invencible; y
3) deliberado consentimiento: sin violencia o temor (cf. VS 70).
Puede ser difícil discernir en concreto en la práctica cuándo se da un pecado
mortal (gravedad, advertencia y consentimiento), pero eso no elimina el valor de
un ‘juicio objetivo’, aunque el ‘juicio subjetivo’ corresponda sólo a Dios.

2.2. División ‘antropológica’: ‘grave’ y ‘leve’


1) La gravedad del pecado se refiere, no a las ‘consecuencias teologales’
(mérito-demérito), sino al ‘grado de culpa’ de la persona que lo comete:
la materia grave refleja también normalmente una mayor culpabilidad.
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 Por eso, la gravedad objetiva debe valorarse desde la perspectiva personalista de


la acción: la persona hace suyo el acto que elige y queda irremisiblemente
marcada por él, sobre todo, si contradice gravemente su dignidad o la de otros
–se expresa y realiza -bien o mal- a través de sus actos voluntarios–. Por eso:
Todo acto moralmente malo –realizado consciente y libremente- conlleva también una
autodeterminación contra Dios: «La percepción del valor moral equivale a la percepción
de Dios, no como objeto de intuición, sino como término de intención» (C. Caffarra).

 Y esto explica tb la posibilidad de cometer un pecado grave en materia


leve, por el grado de compromiso negativo de la libertad: una mirada
de odio o de deseo pueden equivaler al homicidio o al adulterio (Mt
5,28).

2.3. El “pecado” en la vida cristiana


1) El pecado es una realidad en nuestra vida, como la concupiscencia, esa
‘curvatura egocéntrica’ de nuestra libertad que nos inclina al mal:
«La lucha que la "carne" sostiene contra el "espíritu" (cf. Gal 5,16.17.24; Ef 2,3).
Procede de la desobediencia del primer pecado (Gn 3,11). Trastorna las facultades
morales del hombre y, sin ser una falta en sí misma, le inclina a cometer pecados» (CEC
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2) Nos tientan nuestras pasiones (viciosamente configuradas), el mundo


(“estructuras de pecado”) y el diablo (“sub angelo lucis”): la
conciencia y la libertad personal pueden estar debilitadas. Y ello hace
necesario:
«sin disminuir el valor del ideal evangélico,… acompañar con misericordia y paciencia
las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día»
(AL).

3) Además, la tradición eclesial ha reconocido ciertos pecados capitales,


cabeza (capita) o fuente de otros, que requieren una atención especial:
• Soberbia: amor desordenado de sí mismo que lleva al alejamiento de Dios y a todos los
vicios y que está en la raíz de todo pecado: “seréis como Dios” (delirio de omnipotencia).
• Avaricia: amor desordenado de los bienes materiales que niega su valor comunional.
• Lujuria: deseo inmoderado de placer sexual que niega el significado esponsal del cuerpo.
• Gula: apetito desordenado –en cuanto a la cantidad o la calidad– en el beber y el comer.
• Acedia o pereza: falta de gusto, de atracción y de esfuerzo por el bien moral o espiritual.
• Envidia: tristeza por el bien ajeno y deseo desordenado y violento de apropiarse de él.
• Ira: intolerancia desproporcionada, irracional y agresiva ante la contrariedad o la
ofensa.
3. El pecado a la luz de la ‘misericordia’
3.1. Una ‘ética secularizada’: sin Dios y sin perdón
1) Evangelizar no supone justificar el pecado, sino al pecador: denunciar
y redimir al pecador con la misericordia de Dios, sin la desesperación,
la justificación o la resignación de vivirlo “de espaldas a Él”. Por eso:
«El confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del
Señor que nos estimula a hacer el bien posible… y que obra misteriosamente en cada
persona, más allá de sus defectos y caídas» (EG 44).
 Es la tentación de una ética secularizada, que separa el orden ético-categorial
y el salvífico-trascendental y acrecienta la soledad y la responsabilidad moral:
el pecado se vuelve inasumible y se tiende incluso a negar casi su existencia.
 Sin la misericordia de Dios, es imposible para el hombre pecador la fidelidad
al Creador y, sin la luz del Evangelio, la conciencia moral corre el riesgo de
oscurecerse y no iluminar la vida concreta en su grandeza y exigencia
(‘ideal’).
 La conciencia penitente (publicano) –vs. la conciencia satisfecha (fariseo)–
reconoce su debilidad y pide misericordia por sus propias culpas, pero no
hace de su debilidad el criterio de la verdad sobre el bien (“gradualidad de la
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2) La auténtica comprensión del pecado pasa por poner la libertad ante su


destino eterno: en cada elección nos jugamos la vida, la salvación o la
perdición definitiva. Lo que elegimos y realizamos es ‘trascendente’. Es
el “teodrama” de la libertad (Balthasar), que nos abre al Infinito:
«Las exigencias morales se presentan con un carácter absoluto e incondicional, dimensión
que en sentido propio sólo se puede aplicar a Dios… un “carácter divino”, que quizá no se
vea como divino, pero que ciertamente se considera como absoluto» (Colom-Rodríguez).

 Pero el Absoluto “se ha hecho carne”: en Jesús, se nos ha revelado la Voluntad


del Padre. Ante Él, la libertad humana “se decide por el Infinito en el instante”
(Kierkegaard) y un ‘gesto trivial’ –dar un vaso de agua–nos sitúa ante el
Eterno:
«Allí donde el amor de Dios “ha llegado hasta el extremo”, la falta humana se presenta
como pecado… como proveniente de un espíritu abiertamente opuesto a Dios»
(Balthasar).

 Por eso, no podemos prescindir de Dios, el Único Necesario, el Único Bueno y


nuestro Fin Último, en la Moral. Ni del “rostro humano” de Dios: Jesucristo,
que nos llama a su “seguimiento” (imitación) y nos revela el camino del
Evangelio.
UD 4. EL PECADO Y EL PERDÓN 3. El pecado a la luz de la misericordia de Dios - 3

a) Un amor fingido, en el que nadie ofrece nada al otro: «fingen que se quieren, pero no se
quieren; se engañan el uno al otro con palabras y demostraciones amorosas. Profanan la
virtud, la verdad y santidad de amor… pero ninguno tiene que quejarse de su compañero,
porque en fingir y mentirse van parejos».

b) Un amor no correspondido: «una de las partes ama de verdad y la parte amada muestra
quererle y responder, mas de hecho no le responde»; un amor de engaño, mentira y pena:
«el que ama hace una cesión y entrega de todos sus bienes en el amado, desposeyéndose
así de sí mismo y perdiéndose en el otro sin que éste le corresponda»; un amor de culpa:
«aprovechar el don del otro, robarle amor sin responderle con la gracia de la propia vida.
De ésta forma miente al otro, usurpándole el bien supremo de su gracia, su libertad, su
misma vida. Es la mayor desgracia en esta vida, pues une en sí culpa y pena»;
c) Un amor de comunión, en el que ambos se entregan mutuamente: «es la mayor felicidad
en esta tierra, que asemeja mucho la del cielo» (Fray Luis de León).

3.2. La esperanza del hombre: el perdón y la reconciliación


1) Sólo el perdón y la reconciliación, como don de Cristo y del Espíritu que
se actualiza sacramental y existencialmente en la Iglesia, es el espacio
donde el pecado puede ser reconocido y redimido por la Misericordia.
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2) De esta forma, el pecado se convierte en ocasión de un amor más


humilde y agradecido a Cristo, que nos ha redimido por su sangre (cf.
Lc 7,36-50): «¡Oh feliz culpa que mereció tan gran redentor!».
3) Dios nos crea previendo nuestro pecado y nos precede y previene con su
misericordia, para que el mal no prevalezca sobre el bien. Y así nos
libra de la desesperación, la “enfermedad mortal”: el “pecado contra el
Espíritu Santo” (Mt 12,31) que nos cierra al perdón y a la
misericordia:
«¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido con la muerte de Cristo? Por esto…
ya no me atemoriza ninguna dolencia, por maligna que sea» (San Bernardo).

4) Los actos del penitente (contrición-confesión-satisfacción) expresan el


amor de amistad que se renueva en la sinergia de Dios y del hombre en
el seno de la Iglesia, que actúa como Esposa de Cristo y Madre
nuestra:
«Nada podría perdonar la Iglesia sin Cristo; nada quiere perdonar Cristo sin la Iglesia.
Nada puede perdonar la Iglesia sino al que se arrepiente, o sea, al que ha sido tocado por
Cristo. Nada quiere mantener perdonado Cristo al que desprecia a la Iglesia. Pues “lo
que Dios ha unido que no lo separe el hombre; y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia”»

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