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Tema: Seres limitados y en creación: conciencia de pecado.

Dios nos ama y su Hijo entregó su vida por nosotros.


Seres limitados y en creación:
conciencia de pecado
Seres limitados y en creación
Planteamiento doctrinal
 La Biblia muestra reiteradamente que, cuando Dios creó el mundo con su Palabra, expresó
satisfacción diciendo que era “bueno” (Gn 1,21), y, cuando creó al ser humano con el
aliento de su boca, varón y mujer, dijo que “era muy bueno” (Gn 1,31). El mundo creado
por Dios es hermoso. Procedemos de un designio divino de sabiduría y amor.
Pero, por el pecado, se mancilló esta belleza originaria y fue herida esta bondad. Dios,
por nuestro Señor Jesucristo en su misterio pascual, ha recreado al hombre haciéndolo hijo
y le ha dado la garantía de unos cielos nuevos y de una tierra nueva (Ap. 21,1). La creación
lleva la marca del Creador y desea ser liberada y “participar en la gloriosa libertad de los
hijos de Dios” (Rm 8,21) (Aparecida, 27).
 La historia de la humanidad, a la que Dios nunca abandona, trascurre bajo su mirada
compasiva. Dios ha amado tanto nuestro mundo que nos ha dado a su Hijo. Él anuncia la
buena noticia del Reino a los pobres y a los pecadores. Anunciamos a nuestros pueblos que
Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el
poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta
incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas. Los cristianos somos
portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras.
(Aparecida, 30).
Recreados en Cristo
 En el rostro de Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por
nuestros pecados y glorificados por el Padre, en ese rostro doliente y
glorioso, podemos ver, con la mirada de la fe el rostro humillado de
tantos hombres y mujeres de nuestros pueblos y, al mismo tiempo, su
vocación a la libertad de los hijos de Dios, a la plena realización de
su dignidad personal y a la fraternidad entre todos. (Aparecida, 32).
 Nuestra alegría, pues, se basa en el amor del Padre, en la
participación en el misterio pascual de Jesucristo quien, por el Espíritu
Santo, nos hace pasar de la muerte a la vida, de la tristeza al gozo,
del absurdo al hondo sentido de la existencia, del desaliento a la
esperanza que no defrauda. Esta alegría no es un sentimiento
artificialmente provocada ni un estado de ánimo pasajero. El amor
del Padre nos ha sido revelado en Cristo que nos ha invitado a entrar
en su reino. Él nos ha enseñado a orar diciendo “Abba, Padre” (Rm
8,15). (Aparecida, 18).
El pecado según los términos del AT
 Vocabulario bíblico: Es interesante notar que ninguna de las palabras empleadas en la Biblia
para indicar el pecado tiene etimológicamente este sentido exclusivamente moral con el que
tantos siglos de Cristianismo nos han familiarizado.
 La palabra hebrea usada más comúnmente por pecado es hattah y su raíz awon. Significa
literalmente errar el blanco. Este fallo no es necesariamente un defecto moral. En Prov 19, 2 se
emplea este término a propósito del viajero precipitado que se desvía de su camino por no
fijarse en las señales de la carretera.
 El segundo más común del vocabulario bíblico del pecado es pesa. Significa excederse o
rebelarse. En 2 Re 8, 20 cuando se dice que Edom se rebeló contra Judá, no se da un juicio
moral sobre el levantamiento, sino simplemente se narra un hecho político.
 También se emplea el verbo griego hamartano. Equivale exactamente a hattah: errar el
blanco, perder el camino.
 El profeta Amós emplea el término “pesa” para referirse a las transgresiones de inhumanidad,
crueldad, injusticia social, violación de contratos, aceptación de sobornos, violación de la
fidelidad pública, codicia, lujuria e hipocresía, tanto por parte de gentiles como de israelitas.
No se trata de una mera violación material de la ley. Pesa es para Amós una trasgresión de la
ley, una rebelión contra la voluntad de Dios, conocida por los gentiles como la norma del recto
obrar. El pecado es para el israelita la violación de la voluntad y ley divinas.
Noción bíblica del pecado en el periodo antiguo
 La Biblia tiene una noción esencialmente religiosa del pecado, cuya gravedad se sitúa en el
orden de la acción. El pecado es un acto, o más hondamente, una actitud del hombre ante
Dios. Para calificar esta actitud del hombre hay que referirse necesariamente a la voluntad
objetiva de Dios, que se manifiesta en su ley. Esta noción del pecado tiene como fundamento
la historia de la Alianza: Dios por su propia iniciativa entra en relación religiosa con el hombre
fijando unas condiciones; el cumplimiento de su Ley. Al apartarse el hombre de esta Ley,
peca.
 De ahí, el extravío del buen camino, será salirse de las prescripciones de la ley de Dios. La
palabra pésa indica la infidelidad a Dios. El pecado manifiesta, pues, la conducta del hombre
contraria a los mandatos del Dios de la Alianza. La novedad de esta concepción radica en
que se acentúan la intención y la responsabilidad del hombre que peca. El pecado es el
drama íntimo y personal del hombre ante Dios. Por eso para borrarlo no basta, aunque es
necesaria, la purificación ritual; se exige la conversión del corazón.
 El pecado no es un accidente fortuito, sino que nace del corazón malo del hombre: "los
deseos del corazón humano, desde la adolescencia tienden al mal" (Gen 8,21). Concepción
realista de la naturaleza humana que ve el mal como anclado en la sociedad y en el
individuo.
 Por el pecado del primer hombre todas las generaciones quedan marcadas por la cólera de
Dios: desde entonces el sufrimiento y la muerte gravitan sobre nosotros.
El drama del pecado en el periodo profético
 Los profetas anteriores al exilio subrayan el triunfo escatológico de Dios sobre el pecado. Muchos
discursos proféticos denuncian los pecados de Israel, pero contrariamente a los escritos sacerdotales lo
hacen sin una referencia explícita a la ley.
 Los profetas insisten en la responsabilidad del pecador: anuncian el castigo a los culpables y la
necesidad de la conversión. Conversión moral, puesto que los pecados son de orden moral, pero más
profundamente conversión religiosa, ya que se trata de verdaderas infidelidades al Dios de la alianza. La
comparación con las relaciones padre-hijo y esposo-esposa destacan la naturaleza profunda y la
malicia del pecado (Os 11,1-6; 2; Is 1,2-4; Ez 16).
 Los profetas se fijan más en la realidad actual del pecado en la historia, que en su origen; ven en el
pecado la presencia activa del misterio del mal en el corazón humano. "No hay en la tierra sinceridad,
ni amor, ni conocimiento de Dios" (Os 4,1). El pueblo de la alianza y de la ley se entrega voluntariamente
al mal, no escucha la voz de los profetas. Su endurecimiento es trágico. La doctrina profética llega a
una paradoja: la responsabilidad del pecador y la imposibilidad de que el hombre por sus propias
fuerzas se convierta. El drama del pecador no tiene solución... humana.
 Triunfo escatológico de Dios sobre el pecado. La escatología describe la transformación del ser humano
por la gracia, es la nueva alianza entre Dios y el hombre (Os 2,16-22; Jer 31,31-34; Ez 36,25-28). Dios da a
los hombres la justicia, la fidelidad y el amor que les exige (Oseas); inscribe la ley en sus corazones
(Jeremías); envía el espíritu para su cumplimiento (Ezequiel). Así se obtiene el perdón de los pecados, la
conversión del corazón que sólo Dios puede realizar. Este es el don escatológico de la salvación, que
viene en la figura de un salvador, mediador de esta nueva alianza (ls 42,6-7). El participará de la
condición humana, dolor y muerte, y realizará la purificación del pecado. La teología del pecado y de
la salvación son correlativas.
La doctrina del pecado en los textos del pos-exilio
 Los sabios y salmistas del post-exilio acentúan los aspectos religiosos y morales del pecado. Su
ley está centrada en la fidelidad y el cumplimiento del decálogo. Son conscientes, sin embargo,
del mal interior que afecta al hombre. La corrupción es universal. El pecado anida en el ser
humano. Dos actitudes son necesarias en el hombre: la conversión y la gracia. El salmista
implora la purificación interior y el espíritu divino que vence al mal. En esto sigue las enseñanzas
proféticas.
 Algunos textos del Qumrán dejan entrever que el pertenecer a la secta y la misma observancia
de la ley basten para asegurar la salvación. Los fariseos forzarán esta actitud hasta el legalismo
superficial que define el pecado por su materia, el ritualismo que perjudica la conversión interior
y la excesiva confianza en la fuerza de la voluntad que justifica al hombre. Estas tentaciones son
permanentes en la conciencia humana.
PECADO EN EL NUEVO TESTAMENTO
 El Nuevo Testamento nos revela el pecado humano desde el misterio de la cruz y resurrección.
 El pecado humano en los sinópticos. Jesús esclarece el misterio del pecado cuando habla
explícitamente de él, e implícitamente cuando anuncia la redención. La insistencia de Cristo sobre la
ley recae más en la intencionalidad que en su observancia material (Mt 5,20-48). El mismo subordina
todos los preceptos de la ley al mandamiento del amor que los sintetiza (Mt 22,34-40), y prohíbe
apartarse de él para mantener la tradición superficial (Mc 7,8-13). La esencia del pecado, según Cristo,
está en la intención y en el corazón del hombre: la violación de los preceptos está en la voluntad
humana. Se peca por deseo y la intención: “les digo que todo el que mira a una mujer deseándola ya
adulteró con ella en su corazón" (Mt 5,28).
 Además del corazón humano, Jesús presenta a Satán como responsable del mal. El induce al hombre a
pecar e impide que la palabra de Dios fructifique (Me 4,15). Los males que afligen a la humanidad se
deben a su presencia. Su acción no suprime la responsabilidad personal del hombre. El tienta pero el
hombre es culpable si le sigue. Judas escuchó la voz de Satán y traicionó a su Maestro: "desdichado de
aquel por quien el Hijo del hombre será entregado; ¡mejor le fuera a ése no haber nacido!" (Mt 26,24).
Aparece el misterio de la libertad humana: el hombre oye la llamada de la gracia y de Satán, y su
destino dependerá de la elección que haga.
 El pecado trae consigo consecuencias graves, y Cristo nos pone ante los ojos la principal: apartarse de
Dios. Con el tema del hijo pródigo, nos presenta la ruptura de las relaciones personales entre Dios y los
hombres. El pecado aleja al pecador de la intimidad y amistad divina. El pecado, aparta a las ovejas
de su pastor (Lc 15,4). Esta es la verdadera gravedad del pecado, el separar al hombre de Dios, ya que
fuera de Dios no hay salvación.
El perdón del pecado

 La salvación y el reino de Dios iluminan el concepto del pecado. Cristo llama a los pecadores a
quienes salva y perdona gratuitamente. Se aparta de los que confían en sus propias obras. El
Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido (Lc 19,10).
 La salvación del pecador exige su conversión interior. Las parábolas de la misericordia que
acentúan la iniciativa divina, no olvidan esta conversión interior. El hijo pródigo pensaba: "me
levantaré y diré: padre, he pecado contra el cielo y contra ti" (Lc 15,18- 20). Cristo dice de la
pecadora: "le son perdonados sus muchos pecados, porque amó mucho" (Lc 7,47-48). Con la
conversión, la gracia del perdón está asegurada. Sólo la blasfemia contra el Espíritu es un
obstáculo.
 El que se niega deliberadamente a obedecer la llamada interior del Espíritu que lleva a Cristo,
permanece en el pecado. La idea no es nueva: el AT nos hablaba del endurecimiento
voluntario de los corazones que los fija en el pecado. Por otro lado se señala que la conversión
interior del hombre es gracia de Dios. El, como pastor, busca sus ovejas y las ama tanto que
entrega a su propio Hijo. El pecado es un mal muy grave, pues el Hijo de Dios, para rescatarnos
de él, ha de sujetarse a lo peor.
El pecado en los escritos de san Pablo
 Pablo, judío de nacimiento, tiene conciencia de que no es un pecador procedente de la gentilidad
(Gál 2,15) sino, según la justicia de la ley, irreprensible (Flp 3,6). Dentro de este marco judío recibe la
revelación de que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales él es el primero (1 Tim
1,15), y que la justificación no viene por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo (Gál 2,16). Su
doctrina está relacionada con esta experiencia personal suya.
 La expresión "Cristo murió por nosotros" (1 Cor 15,3; Rom 5,8) sintetiza los datos de la tradición primitiva.
En Rom 4,15 habla de una transgresión voluntaria a la ley divina que pone de relieve la responsabilidad
personal del pecador. Por esta transgresión desde Adán reinó la muerte sobre todos e incluso sobre los
que no habían pecado (Rom 5, 14). Por ella vino también Cristo al mundo (Rom 4,25). La ley determina
la materia y el conocimiento del pecado, pero no redime al hombre. Pablo da como una realidad la
universalidad del mal y la necesidad, también universal, de la redención. Desde esta visión general
examina Pablo el drama del pecado en su perspectiva histórica, esbozando las etapas del plan salvífico
de Dios desde los orígenes hasta su realización en Cristo (Rom 5-6).
 El pecado se personifica: un poder demoníaco que arrastra al hombre hacia la perdición. Por Adán el
pecado entra en la historia (Rom 5,12) y en la humanidad (5,19). Los hombres seguirían esclavos del
pecado si la gracia de Dios no les redimiera. Dios actúa en dos tiempos: la ley y Cristo. Por la ley sólo nos
viene el conocimiento del pecado (Gál 3,20) sin dominio sobre él. Dios no se sirve de esta ley más que
para "encerrarlo todo bajo el pecado" (Gál 3,22) y para que aparezca la gratuidad de la elevación en
Cristo.
 Por la muerte de Cristo el pecado es vencido (Rom 5,15-21). La gracia justifica a los hombres no en virtud
de sus obras sino por la fe en Cristo. Esta fe obra sacramentalmente en el bautismo la muerte al pecado
y la vida en Dios por Cristo, (Rom 6,1-11). Es el desenlace del drama provocado por la transgresión
original: las promesas escatológicas de los profetas se han cumplido y podemos reanudar la amistad e
intimidad divinas. En esta visión integra Pablo todos los elementos esenciales de los autores sagrados
anteriores.
El drama del pecado en la conciencia humana
 Pablo no ignora que en cada individuo se renueva el drama cuyo desenlace será la salvación
o la perdición personal. El hombre nace esclavo del pecado (Rom 6, 17-20). Su libertad no
queda suprimida -pues es responsable- pero, herida por el pecado, le inclina hacia el mal. A
esta disposición espontánea de la voluntad humana, san Pablo la llama carne. Cuando el
hombre vive según la carne, las pasiones de los pecados obran en sus miembros (Rom 7,5-6).
La ley no es pecado, pero por ella se conoce el pecado y éste alcanza la raíz misma de la
libertad humana. El hombre es un ser dividido, empujado hacia direcciones opuestas por la
carne y el espíritu: "si, pues, hago lo que no quiero, reconozco que la Ley es buena. Pero
entonces ya no soy yo quien obra esto, sino el pecado que mora en mí" (Rom 7,16-17). ¿Cómo
escapar de este drama interior?
 Dios envió a su hijo en carne semejante a la del pecado, y condenó así al pecado en la carne
(Rom 8,3-4). No hay, pues, ya condenación alguna para los que son de Cristo, porque la ley del
espíritu de vida en Cristo nos libró de la ley del pecado y de la muerte (Rom 8,1-2). El espíritu ha
sanado la libertad humana en su misma raíz: le ha dado poder para cumplir la ley de Dios,
obrar el bien y vencer ,el mundo de la carne. En cualquier momento se nos ofrece a nuestra
conciencia una elección: la esclavitud del pecado de la carne y de la muerte, hacia la cual
nos inclina nuestra espontaneidad, o la auténtica libertad en el servicio de Dios, llevados por la
fuerza del Espíritu. De esta íntima elección depende nuestro destino, según las palabras de San
Pablo: "la soldada del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna en Nuestro
Señor Jesucristo" (Rom 6,23).
El pecado en las cartas de San Juan
 Cristo nos purificó de todo pecado (1 Jn 1,7) siendo él propiciación no sólo por los nuestros, sino
por los de todo el mundo (2,2). Para el cristiano purificado por el bautismo el problema del pecado
adquiere una importancia particular. El sigue también entre el espíritu de la verdad y el espíritu del error
y será de Dios o del mundo, según su actitud frente a este doble espíritu (4,4-6). Interesa, pues, que el
bautizado, nacido de Dios, no peque (5,18), porque la semilla de Dios depositada en él es
incompatible con el pecado (3,9), y que no ame al mundo, ni lo que hay en él, concupiscencia de la
carne, de los ojos, orgullo de la vida (2,15-17). Esta actitud fundamental debe dominar la vida cristiana:
apartarse del mal (para Pablo, la carne) y adherirse al espíritu de Dios (para Pablo, docilidad al
Espíritu).
 Esta actitud cristiana radical, en la práctica, se traduce en obediencia a los preceptos de Dios. Lo
contrario sería mentir (2,4). Es verdad que la Ley se resume en el mandamiento único del amor (2,7-11),
pero el amor y la fe en Cristo -síntesis de toda ley- implica el cumplimiento de todos los preceptos (5,3).
Es necesario adoptar esta actitud para que el pecado salga definitivamente de nuestra existencia.
Todos somos pecadores, incluso bautizados hemos de confesar nuestra debilidad y nuestro pecado
dentro ya del camino del Espíritu. Así nuestra conversión obrada radicalmente por el bautismo se
actualiza mediante nuestros actos concretos, como la redención del pecado, obtenida por Cristo una
vez y para siempre, se actualiza en el marco de la historia cristiana. Por la fe nuestra vida, ya desde el
bautismo, vence al mundo (5,4). Sólo por la infidelidad al Espíritu viene el pecado irremisible: no se
puede ir a la vida si se escoge voluntariamente permanecer en las tinieblas, cerrándose al amor, a la
fe y a la salvación.
 La espiritualidad juanea muestra este punto paradójico del hombre: su debilidad y su responsabilidad,
que le pueden llevar a la perdición o a la salvación. Se trata de una libertad necesitada de una gracia
más fuerte que ella, y dotada al mismo tiempo de una posibilidad de elección frente al doble espíritu.
El mismo Dios, en el desarrollo histórico del ser del hombre, le propondrá una decisión fundamental, de
la que dependerá su destino. Este es el punto difícil de la vida cristiana.
El drama del pecado en torno a Cristo
 En la vida cristiana, todo gira alrededor de la opción que el hombre toma frente a Dios. Lo
mismo sucede en la historia de Cristo. Los hombres, ante este Cristo, luz y vida del mundo, se
dividen en creyentes o incrédulos. Los primeros son llamados hijos de Dios y los segundos
constituyen " el mundo" por quien Jesús no ruega, "no ruego por el mundo, sino por los que tú
me enviaste" (Jn 17,9). Al ser Cristo luz, vida y salvación de los hombres, cordero que quita el
pecado del mundo, su sola presencia divide el corazón humano, forzándolo a una elección:
con él o contra él, fe o incredulidad. Por esto Cristo, juzgando, salva al mundo. Este juicio se
opera según la decisión libre del hombre: "el que cree en él no será juzgado; el que no cree,
ya está juzgado" (Jn 3,18).
 Este es el pecado típico de los que rehúsan voluntariamente al que podía salvarles. El
evangelio nos señala la culpabilidad de esta incredulidad: pretender ver sin la luz de Cristo:
"han visto mis obras pero me aborrecieron a mí y a mi Padre" (Jn 15,24). Esta actitud pone de
relieve la libertad humana que puede elegir o rechazar a Cristo, luz en medio de las tinieblas
del mundo: "la luz vino, pero los hombres abrazaron las tinieblas". Esta libre elección es la
esencia del pecado. Los sinópticos al referirse a ella hablan del pecado contra el Espíritu y
san Pablo del endurecimiento de los corazones. Juan presenta este misterio del pecado
teniendo ante sus ojos el testimonio vivo de los judíos que llevan a Cristo a la muerte. Sabe
que el drama de la incredulidad judía se realizará mientras en la historia va anunciándose el
evangelio de Cristo. "En viniendo el Espíritu, éste argüirá al mundo de pecado... porque no
creyeron en mí" (Jn 16,8-9).
El drama del pecado entre Judas y Pedro
 La violación de los preceptos y las transgresiones particulares de la ley, no son simplemente rasgos de la miseria
humana, que Jesús quiso subsanar, como el paralítico (Jn 5) o el ciego de nacimiento (Jn 9) y la resurrección de Lázaro
(Jn 11), sino la actualización concreta de la libre decisión del hombre frente a Cristo. Esta descubre el camino secreto
que conduce el alma hacia las tinieblas. Es el caso de Judas. Empieza en la multiplicación de los panes y le siguen los
signos claros de murmuración y queja del Maestro. Cede a la tentación (Jn 13,2) y se esconde en la noche más
profunda del pecado (Jn 13,30). Su contraste es Pedro pecador (Jn 13,36-38) que niega al Maestro: su afecto, su
corazón, no obstante, permanece en Cristo hasta llegar a la sinceridad más profunda en su conversión, por la que se le
confiere el mando de la Iglesia. Vemos la debilidad humana junto al corazón endurecido, ante Cristo. ¡Qué desenlace
tan distinto para ambas actitudes!
 Aquí entra en escena el misterio del mal, cuyo descubrimiento se ha hecho progresivamente en el curso de la
revelación bíblica. El NT lo ha puesto en una evidencia total. Este misterio del mal, este peso del pecado, es mayor que
el poder del hombre, sus propias fuerzas no bastan para vencerlo. Es preciso el sacrificio de Cristo. Es el Espíritu de Dios
que le libera del pecado, obrando en él una transformación interior que le permite llamarle Padre (Rom 8,1417) y le
posibilita la observancia de sus preceptos (Rom 5,5). Esta victoria práctica sobre el pecado supone la decisión humana
pero es un fruto del Espíritu (Gál 5, 22-23).
 Visto así, el problema del pecado es esencialmente espiritual: es una opción contra Dios. Ya desde el AT se va
delineando con claridad el drama de la libertad que rechaza a Dios. Es el caso de Adán y Eva o el endurecimiento de
los corazones que hace fracasar la alianza del Sinal. El pecado, además de debilitar la voluntad, es un peso que la
inclina a decidirse contra Dios, pero la gracia divina viene a contrapesar esta influencia: "donde abundó el pecado
sobreabundó la gracia" (Rom 5,20).
 La lucha del hombre contra el pecado se desarrolla en dos planos distintos. En un primer nivel el hombre se esfuerza en
amar a Dios respondiendo a sus fracasos y caldas con una confesión sincera y un deseo de conversión en continua
renovación. En un segundo nivel se destaca la opción esencial: su adhesión a Cristo y su decisión de fe. Mientras el
hombre vive en este mundo, el pecado y el Espíritu de Dios se disputan su corazón. En la existencia que Dios le da aquí,
el hombre ha de decidirse, en la penumbra de la fe, antes de la visión cara a cara definitiva donde encontrará toda su
alegría.
LAS FÓRMULAS DE TRENTO SOBRE EL PECADO ORIGINAL
 Si hoy nos preguntamos con insistencia por la doctrina sobre el pecado original es porque algunas
teorías modernas se juzgan incompatibles o difícilmente conciliables con la definición tridentina.
 Los puntos doctrinales en tensión con la visión contemporánea: 1) la importancia que se da al pecado
del primer hombre, sin tener en cuenta el posible influjo de los demás pecados de la humanidad, y el
considerar el pecado original como un verdadero pecado y muerte del alma, aunque esto nunca se
haya definido con precisión; y 2) la transmisión del pecado original por generación, como una herencia
de la naturaleza viciada desde su origen, y la muerte biológica como consecuencia del pecado del
primer hombre.
 Pecado original y pecados de los hombres. En Trento se suponía como la cosa más natural que Adán
era un hombre histórico singular, se admitía la realidad del paraíso y no se dudaba de nuestra común
descendencia de una sola pareja humana. Todos estos presupuestos se reflejan en la proposición del
dogma, pero ninguno de ellos ha sido definido. Todos se pueden desligar de la doctrina del pecado
original, sin que por esto pierda nada su realidad.
 Lo único que puede ofrecer dificultad es prescindir del monogenismo antropológico: toda la
predicación de la Iglesia sobre el pecado original da como supuesto que Adán es cabeza de la
humanidad entera y la posición oficial del magisterio favorece sin duda el monogenismo. Pero éste
nunca ha sido objeto de definición. La cuestión del monogenismo, pues, ni siquiera se planteaba. En
Trento, como en Pablo, se trata de un presupuesto, pero no de un objeto de definición.
 Es cierto también que, para Trento, el pecado original se transmite por generación o propagación. Pero
estas expresiones entran sólo como medio para rechazar el error de que se transmite solamente por
influjo moral del mal ejemplo. No es, pues, necesario darles un valor absoluto, como si se hubiera
querido definir en ellas que la generación es causa física del pecado. "Por generación" y otras
expresiones equivalentes sólo se usan para establecer la realidad del pecado original con anterioridad
a cualquier decisión libre nuestra o al influjo moral del mal ejemplo.
EL PECADO SOCIAL, DEFORMACIÓN DE LA ACTIVIDAD HUMANA
 La Constitución Gaudium et Spes describe, a partir de una valoración del hombre como individuo
y como miembro de la sociedad, la actividad del hombre, señor del mundo. Para comprender mejor el
sentido del pecado en el mundo, es preciso recorrer las principales características de la actividad del
hombre en el mundo de hoy y los elementos teológicos del pecado recogidos en la Constitución.
 Para poder hablar de un posible pecado en el ámbito de la actividad humana bastará subrayar las
características recogidas en la Constitución: el dominio del hombre sobre las fuerzas de la naturaleza y la
más intima comunión humana. El desarrollo técnico ha necesitado la unión de los hombres y esta misma
conciencia de comunidad humana es efecto del desarrollo. La humanidad parece poder esperarlo
todo de sí misma, gracias a su progreso técnico y comunitario. Sin embargo, el cristianismo afirma que
esta obra actualmente humana es radicalmente divina, y constituye una fase en el despliegue de las
energías que Dios encerró en la Creación. La humanidad alcanza las metas que Dios le fijó. Podemos
afirmar que toda la actividad humana tiene una dimensión divina, responde al plan y a la voluntad de
Dios y no debe, por tanto, torcer aquel plan, consciente de que la voluntad divina responde a las
exigencias de la naturaleza y a la dignidad de la persona.
 La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado a imagen de Dios. Ser imagen de Dios no sólo quiere
decir ser capaz de conocer y amar a Dios, sino que importa también la posibilidad y el deber de reflejar
la bondad divina en las relaciones con los demás seres humanos y con todo el mundo creado.
 La visión que el Concilio tiene del quehacer humano es optimista: el hombre, imagen de Dios, está
realizando el plan de Dios. La Iglesia está lejos de concebir este mundo, que el hombre domina y en el
que vive, como la fuente de la infidelidad a Dios. Este mundo es el que Dios amó de tal manera que no
dudó en entregarle a su Hijo. Tratar, pues, del pecado no significa retroceder hacia una visión pesimista
del mundo, sino considerar la posibilidad de una frustración del plan divino.
El pecado, corruptor del plan de Dios en el mundo
 Incurriríamos en un irreal idealismo si no tuviéramos en cuenta los males que aquejan a la
sociedad humana y que parecen frutos del mundo de la técnica y de la socialización: desigualdades
sociales, privación de derechos personales, amenaza de destrucción humana provocada por las fuerzas
de la naturaleza dominadas por el hombre.
 Dicha situación, sin embargo, no es simple consecuencia de la actividad del hombre en el mundo, sino
que nace de la raíz profunda del egoísmo humano. A este egoísmo le conviene el nombre de pecado,
fruto de la victoria del poder de las tinieblas. Hay aquí, en este egoísmo, en este pecado, una relación
con Dios que conocemos por la Revelación; los hombres hablaríamos de disturbios, desequilibrios,
males y no tanto de pecado. En este punto de vista se coloca el Concilio cuando se plantea el pecado,
que corrompe la actividad humana, como culpa teológica. Al tratar de pecado nos insertamos en el
misterio de la pecaminosidad humana y en el de la historia de salvación.
 El hombre es capaz de conseguir sus múltiples posibilidades por ser persona, y persona dice libertad;
pero no puede rechazar al Ser que le ha dado la posibilidad de existir y que le invita a realizar su
semejanza con Él, porque no puede desprenderse de su condición de creatura. El pecado es, pues, un
acto libre del hombre que importa una posición negativa respecto a Dios, su Creador, manifestada
mediante acciones o actitudes concretas, signos constitutivos y manifestativos de la culpa teológica
radical.
 En estos presupuestos tendremos que entender e interpretar la posibilidad de un pecado que pervierta el
sentido de la actividad del hombre en el mundo y en la sociedad. Pues el quehacer humano tiene
como dimensión divina la realización del plan de Dios, y con ella, la mayor semejanza con el Creador.
El pecado social en la Constitución Gaudium et Spes
 El pecado social es fruto del egoísmo: "el hombre mira sólo lo suyo con olvido de lo ajeno" (GS 37). Puede
ser un acto de un individuo concreto que repercute en todo o en una parte del cuerpo social, o bien el
acto de un grupo que repercute en otros individuos o en otros grupos sociales.
 El individuo busca su provecho personal aunque de ello resulte la merma de los derechos de otros
dentro de la sociedad. Se trata, evidentemente, de una toma de posición del individuo frente a sus
semejantes, pero radicalmente -y por esto es pecado - encierra una postura frente a Dios, dado que el
dominio del mundo y la constitución de la familia humana entra en los designios de Dios en su Creación.
El desorden en el desarrollo de este plan divino es el signo de que el hombre se sustrae al dominio de
Dios. Así pues, la acción del hombre en la sociedad es uno de los modos de realizar su opción respecto a
Dios. Nos atreveríamos a decir que estos desórdenes constituyen la mayoría de los pecados de los
hombres. En no pocas ocasiones la actitud del individuo ante Dios se valorará por su actitud respecto a
sus semejantes; y el amor al prójimo será la regla para medir el amor a Dios (Mt 22, 34-40). Cuando el
hombre busca su propia felicidad como único fin de sus acciones deja de realizar una de las principales
tareas que Dios le ha encomendado: colaborar a que todos los hombres puedan usar y gozar del
mundo según los planes de Dios y las exigencias de la persona humana.
 Al descubrirnos este egoísmo, el Concilio nos da la dimensión exacta de lo que llamamos pecado social.
Allí donde, por la índole social de la persona, el yo debería ceder el paso al nosotros, se invierte el orden
de valores y el individuo olvida que vive en una comunidad de mutuo servicio.
 Es inmensa la gama de actitudes que se da en el mundo de hoy y en las que se manifiesta esta situación
de pecado. "Cuanto atenta contra la vida; cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por
ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente
ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las
detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución..., o las condiciones laborales
degradantes..., todas estas prácticas... degradan la civilización humana... y son totalmente contrarias al
honor debido al Creador" (GS 27).
La situación del hombre latinoamericano
según el Episcopado Latinoamericano en Medellín, 1968

 La falta de solidaridad, que lleva, en el plano individual y social, a cometer verdaderos pecados, cuya
cristalización aparece evidente en las estructuras injustas que caracterizan la situación de América
Latina (Medellín, 123,2).
 La Iglesia Latinoamericana tiene un mensaje para todos los hombres que en este continente, tienen
“hambre y sed de justicia”. El mismo Dios que crea al hombre a su imagen y semejanza, crea la “tierra y
todo lo que en ella se contiene para uso de todos los hombres y de todos los pueblos, de modo que los
bienes creados puedan llegar a todos en forma más justa” (GS 69), y le da poder para que
solidariamente transforme y perfeccione el mundo. Es el mismo Dios quien, en la plenitud de los tiempos,
envía a su Hijo para que hecho carne, venga a liberar a todos los hombres de todas las esclavitudes a
que los tiene sujetos el pecado, la ignorancia, el hambre, la miseria y la opresión, en una palabra, la
injusticia y el odio que tienen su origen en el egoísmo humano (Medellín, 124,3).
 Por eso, para nuestra verdadera liberación, todos los hombres necesitamos de una profunda
conversión, a fin de que llegue a nosotros el “Reino de Justicia, de amor y paz”. El origen de todo
menosprecio del hombre, de toda injusticia debe ser buscado en el desequilibrio interior de la libertad
humana, que necesitará siempre, en la historia, una permanente labor de rectificación. La originalidad
del mensaje cristiano no consiste directamente en la afirmación de la necesidad de un cambio de
estructuras, sino en la insistencia, en la conversión del hombre, que exige luego este cambio. No
tendremos un continente nuevo sin hombres nuevos, que a la luz del Evangelio sepan ser
verdaderamente libres y responsables (Medellín, 125).
 Solo a la luz de Cristo se esclarece verdaderamente el misterio del hombre. El hombre es “creado en
Cristo Jesús” (GS 38), hecho en Él “criatura nueva” (2Cor 15,17) (Medellín, 126,4).
La situación del hombre latinoamericano
según el Episcopado Latinoamericano en Puebla, 1979

 La Iglesia en América Latina ha tratado de ayudar al hombre a “pasar de situaciones menos


humanas a más humanas” (PP 20). Se ha esforzado por llamar a una continua conversión
individual y social. Pide a los cristianos que colaboren en el cambio de las estructuras injustas;
comuniquen valores cristianos a la cultura global en que viven (Puebla, 561, 16).
 Vemos a la luz de la fe, como un escándalo y una contradicción con el ser cristiano, la
creciente brecha entre ricos y pobres. El lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la
miseria de las grandes masas (Populorum Progressio 3, Desarrollo de los Pueblo, P. Pablo VI,
1967). En esta angustia y dolor, la Iglesia discierne una situación de pecado social, de
gravedad tanto mayor por darse en países que se llaman católicos y que tienen la
capacidad de cambiar. (Puebla, 573, 28).
 Al analizar más a fondo tal situación, descubrimos que esta pobreza no es una etapa casual
sino el producto de situaciones y estructuras económicas, sociales y políticas, aunque haya
también otras causas de la miseria. Esta realidad exige, pues, conversión personal y cambios
profundos de las estructuras, que respondan a las legítimas aspiraciones del pueblo hacia una
verdadera justicia social. (Puebla, 575, 30).
 Vemos que en lo más profundo de las raíces existe un misterio de pecado, cuando la persona
humana, llamada a dominar el mundo, impregna los mecanismos de la sociedad de valores
materialistas. (Puebla, 615, 70).
Dios nos ama y su Hijo
entregó su vida por nosotros
Tanto Dios amó el mundo que envió a su Hijo JC

 La historia de la humanidad, a la que Dios nunca abandona, trascurre bajo su mirada


compasiva. Dios ha amado tanto nuestro mundo que nos ha dado a su Hijo. Él anuncia la
buena noticia del Reino a los pobres y a los pecadores. Anunciamos a nuestros pueblos que
Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el
poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta
incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas. Los cristianos somos
portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras. (Aparecida,
30).
 En el rostro de Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por nuestros pecados y glorificados
por el Padre, en ese rostro doliente y glorioso, podemos ver, con la mirada de la fe el rostro
humillado de tantos hombres y mujeres de nuestros pueblos y, al mismo tiempo, su vocación a
la libertad de los hijos de Dios, a la plena realización de su dignidad personal y a la
fraternidad entre todos. (Aparecida, 32).
 La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el
Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres
heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios,
de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde
del camino, pidiendo limosna y compasión (Lc 10,29-37). (Aparecida, 29a).
En el rostro de Cristo, la libertad de los hijos de Dios
 En el rostro de Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por nuestros pecados y
glorificados por el Padre, en ese rostro doliente y glorioso, podemos ver, con la mirada de la fe el
rostro humillado de tantos hombres y mujeres de nuestros pueblos y, al mismo tiempo, su vocación
a la libertad de los hijos de Dios, a la plena realización de su dignidad personal y a la fraternidad
entre todos. (Aparecida, 32).
 Nuestra alegría, pues, se basa en el amor del Padre, en la participación en el misterio pascual de
Jesucristo quien, por el Espíritu Santo, nos hace pasar de la muerte a la vida, de la tristeza al gozo,
del absurdo al hondo sentido de la existencia, del desaliento a la esperanza que no defrauda.
Esta alegría no es un sentimiento artificialmente provocada ni un estado de ánimo pasajero. El
amor del Padre nos ha sido revelado en Cristo que nos ha invitado a entrar en su reino. Él nos ha
enseñado a orar diciendo “Abba, Padre” (Rm 8,15). (Aparecida, 18).
 De la filiación en Cristo nace la fraternidad cristiana. El hombre moderno no ha logrado construir
una fraternidad universal sobre la tierra, porque busca una fraternidad sin centro ni origen común.
Ha olvidado que la única forma de ser hermanos es reconocer la procedencia de un mismo
Padre (Puebla, 786, 241)
 La Iglesia, Familia de Dios, es hogar donde cada hijo y hermano es también señor, destinado a
participar del señorío de Cristo sobre la creación y la historia. Señorío que debe aprenderse y
conquistarse mediante un continuo proceso de conversión y asimilación al Señor (Puebla, 787,
242)
¿En qué consiste la salvación?
 ¿Pero en qué consiste esta salvación? Es llamativo que Jesús concentre las múltiples
esperanzas de salvación en una sola, en la participación en el reino de Dios. Para él éste es
idéntico con la vida (Mc 9, 43. 45; 10,17; Lc 18, 18).
 Para Jesús el tiempo de salvación se manifiesta, realiza y actualiza ya ahora. Lo dicen los
prodigios y curaciones de Jesús; en ellos se adentra el reino de Dios en el presente curando y
redimiendo; en ellos se muestra que la salvación del reino de Dios es la salvación total del
hombre en cuerpo y alma.
 Las parábolas de los dos deudores (Lc 7, 41-43), del siervo cruel (Mt 18, 23-35), del hijo
pródigo (Lc 15, 11, 32) muestran que el mensaje de salvación de la llegada del reino de Dios
tiene como contenido el perdón de la culpa. El reencuentro de lo perdido causa alegría (Lc
15, 4-10. 22-24. 31-32). Por eso, el mensaje de salvación es al mismo tiempo mensaje de
alegría. De modo que la salvación del reino de Dios consiste en primer lugar en el perdón de
los pecados y en la alegría que causa el haberse encontrado con la misericordia infinita e
inmerecida de Dios.
 Pues experimentar el amor de Dios significa sentir que se es aceptado absolutamente, que se
es reconocido y amado infinitamente, y que se puede y se debe uno aceptar a sí mismo y al
otro. Salvación es alegría por Dios, que se traduce en alegría a causa del prójimo y con el
prójimo.
Salvación manifestada en el perdón
 La salvación del reino de Dios se manifiesta también en que el amor de Dios llega a imperar
entre los hombres. Si Dios nos perdona una culpa enorme que nosotros no podríamos expiar,
entonces tenemos que estar dispuestos nosotros también por nuestra parte a perdonar a
nuestros prójimos pequeñas culpas (Mt 18, 23-34). El perdón de Dios nos capacita para un
perdonar sin límites (Lc 17, 3 s).
 La disponibilidad para el perdón es asimismo la condición (Mc 11, 25; Mt 6, 12), y la medida (Mc
4, 24; Mt 7, 2; Lc 6, 38) para que el Señor nos perdone y para la magnitud de su perdón. A los
misericordiosos se les promete la salvación (Mt 5, 7). Puesto que esta salvación está
inmediatamente próxima, no queda tiempo ni es posible retraso alguno (Lc 12, 58 s).
 El tiempo del reino de Dios que llega es el tiempo del amor, que exige el aceptarse mutua e
incondicionalmente. Tal amor, que no rechaza ni niega nada, vence al mal que hay en el
mundo (Mt 5, 39 s; Lc 6, 29). Rompe el círculo diabólico de violencia y contra-violencia, culpa y
venganza. El amor es el nuevo comienzo y la concretización de la salvación. En nuestra
cohumanidad tenemos que sintonizar con la alegría de Dios sobre la vuelta de los pecadores
(Lc 7, 36-47; 15, 11-32; 19, 1-10). El amor de Dios que todo lo supera se traduce en la aceptación
del hombre por el hombre, en la destrucción de prejuicios y barreras sociales, en una
comunicación nueva, espontánea entre los hombres, en la cordialidad fraternal, en la
comunión del sufrimiento y la alegría.
Superación de todos los poderes del mal
 La llegada del reino de Dios significa la superación y el fin de los poderes demoníacos (Mt 12,
28; Lc 11, 20). Por tanto, la salvación del reino de Dios significa la superación de los poderes del
mal, destructores, enemigos de la creación y el comienzo de una nueva. Esta nueva creación
lleva la impronta de la vida, la libertad, la paz, la reconciliación, el amor.
 En consecuencia podemos decir: la salvación del reino de Dios consiste en que llega a imperar
en el hombre y por el hombre el amor de Dios que se auto-comunica. El amor se manifiesta
como el sentido del ser. Únicamente en el amor encuentran su plenitud mundo y hombre.
 Donde la base definitiva de toda realidad, donde el amor de Dios se vuelve a imponer y llega a
dominar, el mundo llega de nuevo al orden y a la salvación. Puesto que cada uno puede
saberse aceptado y reconocido, se hace libre para la comunión con otros.
 La llegada del señorío del amor de Dios significa, pues, salvación del mundo en su totalidad y
de cada uno en particular. Cada individuo puede esperar que el amor sea lo último y definitivo,
que sea más fuerte que la muerte, que el odio y la injusticia.
 El mensaje de la llegada del señorío de Dios representa, pues, una promesa para todo lo que se
hace por amor en el mundo: lo que se hace por amor tendrá consistencia para siempre contra
toda apariencia; aún más, es lo único que existe para siempre.
Amor y justicia
 Un principio del amor visto como llegada del Reino de Dios tiene, por supuesto,
consecuencias para la conducta cristiana respecto al mundo. Con él se abre una
posibilidad más allá de las alternativas que suponen un cambio violento del mundo o una
no-violencia que huye de él; tal posibilidad es el cambio y humanización del mundo por el
camino de empeño por hacer realidad el amor.
 Amor no es un sustitutivo de justicia; amor es más bien el colmo en el cumplimiento de la
justicia. Pues, en definitiva, somos justos con el otro, si no sólo le damos esto o aquello, que
puede exigir, cuando lo aceptamos y reconocemos como hombre, si nos damos nosotros
mismos a él.
 El amor incluye las exigencias de la justicia para cada individuo, superándola y
colmándola al mismo tiempo.
 El amor es la fuerza y la luz para reconocer en las situaciones cambiantes las exigencias de
la justicia, cumpliéndolas siempre de nuevo. En este sentido el amor es el alma de la
justicia. Asimismo el amor constituye la respuesta a la pregunta por un mundo justo y
humano; representa la solución del enigma de la historia.
 El amor es la salvación del hombre y del mundo.
En los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola:
 El pecado situado entre la bondad de la creación y el bien deseable al que
somos llamados
(P. Diego Fares sj)
Llamados a entrar en la gloria del Padre
 En el esquema dinámico de los Ejercicios San Ignacio sitúa el pecado, con toda la crudeza de
su negatividad y de su poder destructivo, entre dos momentos muy positivos: uno es el de la
creación -«somos creados» para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor(Principio
y Fundamento, EE 23)-; el otro es el del llamamiento: Jesús llama a todos -«al universo mundo y
a cada uno en particular- a su seguimiento, para «entrar en la gloria del Padre» (Llamiento del
Rey Eterno, EE 95).
 Como dice el Génesis, «Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien» (Gn 1, 31). Hay
en el interior más hondo de cada ser una «bondad creatural» que el pecado no logró dañar;
hay también una vocación a la santidad y a la vida eterna que siempre se renueva por parte
del Señor: «Vengan a mí todos…» (Mt 11, 28); «al que viene a mí no lo rechazaré» (Jn 6, 37).
 El Papa Francisco, en Gaudete et exsultate, hace ver estas dos realidades desde el comienzo
mismo de su Exhortación, cuando nos recuerda que hemos sido creados para la felicidad y
que el Señor nos llama a todos a la santidad: «Alegraos y regocijaos» (Mt 5,12), dice Jesús a los
que son perseguidos o humillados por su causa. El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la
verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera que
nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada.
El pecado puesto frente a la Misericordia de Dios
 Dice Francisco: «Mirar y actuar con misericordia (con los demás y con uno mismo), esto es santidad»
(GE 82). Es que: «La misericordia es ‹el corazón palpitante del Evangelio›» (GE 97). Por qué? Porque la
misericordia nos da el criterio para discernir «si nuestro camino de oración es auténtico», si somos
verdaderamente «hijos del Padre»; la misericordia -en definitiva- es la llave del cielo» (GE 105).
 Situar el pecado ante la misericordia es lo único que nos permite encontrar paz. Si somos
conscientes de nuestros pecados y de los del mundo, experimentaremos que no basta con la
justicia. (GE 121).
 La misericordia nos permite «aprender de nuestros errores» gracias a que el Señor es capaz de
transformarlos en fuente de bien. El Papa invita a arriesgar sin miedo: «El amor que se da y que obra,
tantas veces se equivoca. El que actúa, el que arriesga, quizás comete errores. Aquí, en este
momento, puede resultar de interés traer el testimonio de María Gabriela Perin, huérfana de padre
desde recién nacida que reflexiona cómo esto influyó en su vida, en una relación que no duró pero
que la hizo madre y ahora abuela: «Lo que yo sé es que Dios crea historias. En su genialidad y su
misericordia, Él toma nuestros triunfos y fracasos y teje hermosos tapices que están llenos de ironía. El
reverso del tejido puede parecer desordenado con sus hilos enredados –los acontecimientos de
nuestra vida– y tal vez sea ese lado con el que nos obsesionamos cuando tenemos dudas. Sin
embargo, el lado bueno del tapiz muestra una historia magnífica, y ese es el lado que ve Dios».
Cuando las personas mayores miran atentamente la vida, a menudo saben de modo instintivo lo
que hay detrás de los hilos enredados y reconocen lo que Dios hace creativamente aun con
nuestros errores» (VC 198).
Dei Verbum 2: Consortes de la naturaleza divina
 Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su
voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen
acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En
consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos,
movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y
recibirlos en su compañía.
 Este plan de la revelación se realiza con gestos y palabras intrínsecamente conexos
entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación
manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las
palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas.
 Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta
por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la
revelación
BIBLIOGRAFÍA
 BRUCE VAWTER, Sentido bíblico del pecado, Selecciones de Teología, núm. 6. Missing
the Mark, The Way, 2 (1962), 19-27.
 P. Diego Fares sj, El pecado situado entre la bondad de la creación y el bien deseable
al que somos llamados. https://ejerciciosespirituales.wordpress.com/tag/pecado/
 DOMICIANO FERNÁNDEZ, Las fórmulas de Trento sobre el pecado original, Selecciones
de Teología, núm. 29. Ponencia leída en la XXIX Semana Española de Teología. Madrid,
septiembre 1969. También, A. Vanneste, El Decreto del Concilio de Trento sobre el
pecado original, Selecciones de Teología 29 (1969) 59-60.
 Episcopado Latinoamericano, Conferencias Generales CELAM, San Pablo, Santiago de
Chile, 1993.
 JORGE ESCUDÉ, El pecado social, deformación de la actividad humana, Selecciones de
Teología, núm. 29. Anales de moral social y económica, 18 (1968) 85-106.
 Walter KASPER, El mensaje de Jesús, el Reino de Dios, Carácter soteriológico del Reino
de Dios, in: Jesús el Cristo, Sígueme, Salamanca, 1978, pp. 86-107.
 PIERRE GRELOT, Teología bíblica del pecado, Selecciones de Teología, núm. 21.
Théologie biblique du péché, Supplément de la Vie Spirituelle,15 (1962) 203-241.

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