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Puede haber obras que

no sean obras de arte?


Marcel Duchamp

El arte conceptual supone una carga intelectual tan grande e "importante", que con
frecuencia se olvida la dimensión lúdica que con mucha fuerza estuvo presente en
la obra de su inventor, Marcel Duchamp. Es justo esta dimensión la que, en
nuestra opinión, convierte sus piezas en vehículo más que propicio para enseñar
los rudimentos de este movimiento artístico en un público no especializado, a
saber, los niños. A tal efecto nos referiremos a varias obras que forman parte de la
colección del Philadelphia Museum of Art, considerada la más importante del
artista francés.

¿Qué niño no ha puesto bigotes y lentes a las personas retratadas en fotos de


revistas o libros? Pues bien: Duchamp lo hizo, en calidad de artista, transformando
a la venerada Mona Lisa en una hilarante dama, cuyos rasgos, de extrema
delicadeza, contrastan burlonamente con un bigotito de caballero.

Es quizás, por efecto de una elegante inversión dialéctica, que obras de una
enorme complejidad, sean a su vez una abierta invitación al juego y al humor.
Piénsese en el Finnegans Wake, de James Joyce o en el Gran Vidrio, del propio
Duchamp.

La primera pieza elegida, aunque no forma parte de nuestra colección, nos parece
fundamental para nuestra tesis. Se trata de un Ready-made malheureux (Ready-
made desdichado) que Duchamp envió desde Argentina a su hermana recién
casada y que consistía de unas instrucciones para colgar un tratado de geometría
de un cordel.

Duchamp ordena poner a la intemperie un libro, estableciendo así una relación


entre un artefacto cultural y los elementos de la naturaleza. La interacción entre
ambos deriva en juego: juego mortal para el libro, que sufrirá los embates de la
intemperie, para lo que no está concebido. Esta broma colosal podría tener en los
niños, quizás, un efecto aligerador frente al terror que inspiran las matemáticas en
la mayoría de ellos -y en la mayoría de los mortales.

El propio artista confesó a un entrevistador entrevistor el haber disfrutado


desacreditando: "la seriedad de un libro cargado de principios" y que, por fin: "el
tratado había captado por fin cuatro cosas de la vida." (p. 239).

Air de Paris (1919)

Esta obra posee su mayor fuerza conceptual en la pretensión de retener un


determinado elemento, en este caso, el aire, lo que en el fondo no es más que la
pretensión de retener el tiempo, aprisionarlo a través de las cosas, como hacen los
niños cuando entierran juguetes medio rotos, cartas, hojas de un árbol, en las
llamadas cápsulas de tiempo, que después, a la manera proustian, les devolverán
un mundo ya lejano y una de las más rotundas lecciones de la niñez: el inexorable
paso del tiempo.

- In Advance of the broken arm (1916)

- Why not Sneeze, Rrose Sekavy? (1921)

Como es sabido, el dadaísmo constituyó una de las mayores influencias en la obra


de Duchamp. Estos dos ready-mades, con títulos completamente no referenciales
e independientes de las piezas a las que sin embargo nombran, están
completamente a tono con la desconfianza dadaísta en el lenguaje y su función de
significar. Ahora bien, los niños son dadaístas per se, en su relación con el
lenguaje, al que añaden y sustraen significados todo el tiempo, ampliando la
potencia de las palabras más allá, e independientemente de aquello que
representan, como hace la poesía.
Le Grand Verre (1915-1923)

Resulta difícil entender que muchos críticos no hayan sabido captar en esta pieza toda la
potencia humorística de Marcel Duchamp. El título completo La Mariée à nu par sea
célibataires, (La novia desnuda por sus solteros), debería bastar para darnos cuenta que
estamos ante una obra donde lo lúdico tiene un papel importante.

Al respecto, Calvin Tomkins señala:

En los diversos análisis y disecciones de los juegos de palabras de Duchamp suele pasarse
por alto que se trataba de un juego: jugaba con palabras, hacía malabarismos con un
sinfín de sentidos y sinsentidos y disfrutaba con su "materialización inconclusa". (p. 11).

No es difícil entonces imaginar a los niños divertidísimos con las historias de unos
solterones que, por mucho que se esfuerzan, no logran alcanzar nunca a lo novia,
tal como en sus juegos siempre hay alguno o alguna -el más listo, el más rápido,
el que mejor se esconde- que nunca se deja atrapar.

Rrose Sélavi (1921)

Este retrato de Man Ray es la imagen más conocida del alter ego de Duchamp:
Rrose Sélavi. Desde Freud conocemos que nada hay menos natural que la
sexualidad, sino que, por el contrario, es un constructo cultural al que nos
apegamos a partir de cierto momento de nuestra infancia, por lo que una niña o un
niño están bien provistos de comprensión ante una obra como esta, ya que la
exploración de la propia identidad sexual forma parte de sus inquietudes,
expresados en juegos de roles u otras actividades. Es importante señalar que en
Duchamp esta exploración no estaba ligada a la homosexualidad sino a una
necesidad, como artista, de desestabilizar y cuestionar las certezas sobre las que
se construye la vida social, en este caso la identidad sexual del individuo.
El arte conceptual ha resultado en ocasiones oscurecido por una excesiva
verborrea académica y crítica, lo que ha provocado reacciones de amilanamiento
o rechazo en el público no especialista en arte contemporáneo. Por eso resulta
gratificante encontrar en Marcel Duchamp algunas claves que ayuden a acercar su
obra, tomando como punto de partida el tono juguetón, hilarante y sarcástico con
el que impregnó las mismas. Más gratificante aún resulta que, quizás, el público
más talentoso para apreciar el humor duchampiano sean los niños de quién,
quienes seguramente enseñarán "cuatro cosas de la vida" a quienes le presenten
la colección que hemos tratado.

Bibliografía

Cabanne, Pierre. (1972) Conversaciones con Marcel Duchamp. Barcelona:


Editorial Anagrama.

Tomkins, Calvin. (2006) Duchamp. Barcelona: Editorial Anagrama.

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