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La Revolución Negra triunfante: Haití, 1791-1804

Hace dos siglos, Haití era la colonia más rica de Francia. Y en trece años de luchas, una
revuelta de esclavos negros consiguió la libertad para Haití en batalla contra los imperios
más poderosos de la época: Francia, España, Inglaterra. La Revolución Haitiana de 1791-
1804 desencadenó una ola de alzamientos de esclavos en el Caribe e inspiró a los negros en
el Sur de Estados Unidos. Esta revolución fue un faro en la lucha contra la esclavitud y por
la independencia nacional a lo largo del siglo XIX. Pero la abolición de la esclavitud a través
de una revolución social, que surgía de los sectores más bajos de la sociedad, atemorizó a los
esclavistas y propietarios en todo el mundo. Cuando en agosto de 1791 los esclavos se alzaron
en Saint-Domingue, la parte francesa de la isla de Hispaniola (hoy conocida como la isla de
Santo Domingo que incluye a Haití y la República Dominicana) los Estados Unidos se
apresuraron a enviar armas para aplastar el movimiento. George Washington escribió. “Qué
deplorable es ver tal espíritu de rebelión entre los negros”. En Estados Unidos, la Revolución
Haitiana inspiró levantamientos de esclavos en todo el Sur esclavista. Como dijo el
combatiente abolicionista Frederick Douglas: “Cuando pelearon por la libertad, lo hicieron
mejor de lo que imaginaron. Sus espadas no fueron desenvainadas por ellos solos. Se
vincularon con su raza, y al luchar por su libertad, lucharon por la libertad de cada negro en
el mundo”.

La colonia azucarera más rica

A fines del siglo XVIII, Saint Domingue fue descripta por el economista escocés Adam Smith
como “la más importante de las colonias azucareras del Caribe”. Representaba más de la
tercera parte del comercio de Francia con el exterior, y más de dos veces el valor del comercio
de Inglaterra con todas sus colonias. Al comenzar la Revolución, había alrededor de 800
plantaciones de azúcar, más de 2.000 plantaciones de café y 3.000 de índigo (extracto vegetal
que servía para tinturas textiles)

En términos generales, la sociedad estaba dividida en tres estratos fundamentales: en la cima


estaban los hacendados blancos (unos 40.000), que dependían económicamente de los
mercaderes de Bordeaux y Marsella en Francia, pero que al ser amos en la sociedad esclavista
se encontraban ligados a privilegios equivalentes a los de una aristocracia feudal. En la base
estaban los esclavos negros (unos 500.000). En medio estaban los mulatos (unos 30.000),
muchos de los cuales eran libertos (esclavos que habían sido dejados en libertad), pequeños
comerciantes y hacendados; no eran pocos los mulatos que poseían esclavos y eran cada vez
más ricos.

Los mulatos jugaban un papel fluctuante, cambiando rápidamente sus lealtades según la
situación. Cuando la Revolución burguesa francesa de 1789 rehusó otorgarles derechos
políticos y amenazó sus derechos existentes a causa de su color, los mulatos se aliaron con
los esclavos negros. Pero cuando la burguesía francesa buscó una alianza con ellos, basada
en la propiedad privada (es decir, la esclavitud) se volvieron contra los esclavos. Y es que la
preocupación central de la sociedad colonial francesa era mantener sometidos al medio
millón de esclavos negros. Ya había habido alzamientos de los esclavos en décadas
anteriores, todas reprimidas a sangre y fuego, e incluso había grupos de esclavos que habían
escapado a las montañas y eran llamados los marrons (cimarrones en español). El 60 por
ciento de los esclavos había nacido en África. Así, en Saint-Domingue las cuestiones de color
y clase estaban directamente relacionadas, y los cambios de posición de los mulatos eran un
reflejo inmediato de esto.

El inicio de la Revolución Haitiana

La Revolución burguesa francesa de 1789 derribó a la monarquía y a la aristocracia


terrateniente y llevó al poder a la burguesía mercantil. Proclamó las consignas de “Libertad,
Igualdad y Fraternidad” y, dos años después, emitió la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano. Sin embargo, esos mismos burgueses se resistían a reconocer la
igualdad de los libertos y veían con horror la idea de abolir la esclavitud en las colonias. ¿Por
qué? Porque la riqueza de los mayores capitalistas de la época –constructores de barcos,
mercaderes y traficantes de esclavos de Bordeaux, Nantes y Marsella- dependía de las
enormes ganancias que venían de las islas azucareras de las Antillas. Por ello, al momento
de la insurrección de los esclavos negros, esa revolución francesa sólo les otorgará derechos
políticos a los mulatos haitianos para ponerlos de su lado, pero mantendrá la esclavitud. El
reconocimiento del fin de la esclavitud llegó a regañadientes recién en 1794 y ello, sólo frente
al alzamiento negro y para evitar un ataque inglés a la más lucrativa colonia de Francia.

Efectivamente, el 14 de agosto de 1791, los esclavos iniciaron el levantamiento que incluyó


la destrucción de plantaciones azucareras y cafeteras donde los negros eran considerados
fuera de la ley y tratados como tales:

“Acaso no han colgado a los hombres con las cabezas hacia abajo? … ¿No los han colgado
y crucificado sobre tablas de madera, enterrados vivos … dejado en carne viva con el látigo
…atados a estacas en los pantanos para que sean devorados por los mosquitos … echado a
calderas de jarabe de caña hirviente …y han puesto a hombres y mujeres dentro de barriles
con grandes clavos dentro, echándolos a rodar por las montañas hasta el abismo …arrojado
a esos negros miserables a los perros para que los coman vivos?”

El carácter de la Revolución: raza, clase y política

Rápidamente, los esclavos negros rebelados contra esa situación, se conformaron como
ejército de liberación: de su condición de esclavitud primero (luchar por la abolición de la
esclavitud) a liberarse de la clase propietaria de las plantaciones (revolución social). Y lo
hicieron enfrentando no sólo a Francia sino también a Inglaterra que veía la posibilidad de
recuperar el monopolio del comercio de algodón, índigo, café y ¡esclavos! para lo cual
también envió tropas a Saint Domingue. Con Toussaint L’Ouverture a la cabeza de un
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ejército de negros dispuestos a no volver atrás en su situación, y ante la invasión inglesa a la


isla, Francia se apresuró finalmente a reconocer la abolición de la esclavitud en 1794. La
misma se concretó en los hechos con la derrota de la invasión inglesa por parte de los ejércitos
de ex-esclavos.

“Hermanos y amigos, Yo soy Toussaint L’Ouberture, mi nombre quizás les resulte conocido.
Quiero que la libertad y la Igualdad reinen en Saint Domingue. Me esfuerzo para hacer que
esto ocurra. Únanse a nosotros, hermanos, y luchen con nosotros en la causa común” fue la
proclama con que Toussaint inició el camino de unir a negros y mulatos en esa causa común.

Pero claro, Francia vio que el rumbo lógico de Toussaint conducía a la independencia política
de la isla y no estaba dispuesta a aceptar eso. Por ello, procedió a enturbiar la unidad de
negros y mulatos y hacia 1797 consiguió una separación de hecho de la isla en dos partes:
Toussaint en las ricas plantaciones del Norte, abrumadoramente negro, y Rigaud (el líder
mulato, comisionado enviado por París) en el Sur, el histórico centro del poder mulato.
Francia veía en los mulatos la vía para comenzar la restitución de su dominio y, finalmente,
restaurar la esclavitud. Lo que sobrevino fue una guerra civil entre negros y mulatos que duró
un año hasta el triunfo de los primeros. Con el Sur ya integrado, y contra la opinión de Francia
en contrario, Toussaint marchó sobre la mitad española y esclavista de la isla (lo que hoy es
República Dominicana), la tomó y proclamó también ahí la liberación de los esclavos. La
cuestión de la raza, la liberación de la esclavitud, iba más allá del dominio político de las
potencias europeas y eso mismo producía grandes cambios en la estructura social y
económica a favor de los trabajadores en general.

Gobernante de una rica y unificada isla, Toussaint enfrentaba ahora problemas más espinosos
que los planteados por invasiones de tropas extranjeras. Once años de guerra y luchas internas
habían devastado la economía de la isla. Un tercio de la población negra había muerto, un
cuarto de mulatos también y dos terceras partes de los blancos se habían ido o habían muerto.
Las plantaciones estaban en ruinas. Para recuperar la productividad, conservó las grandes
plantaciones prohibiendo el uso del látigo, símbolo de la esclavitud, y decretó que los
trabajadores debían recibir una cuarta parte de la producción. Dándose cuenta que necesitaba
las habilidades que sólo los blancos y mulatos poseían, Toussiant los dejó a cargo de las
plantaciones pero directamente responsables ante el ejército negro. En los dos años de su
gobierno, y aún sin declarar la independencia política de la isla, la economía de la isla mejoró
notablemente. Hubo un notable descenso en la hostilidad entre negros y mulatos y un
floreciente comercio con Estados Unidos. Y bajo las nuevas condiciones sociales de la
Revolución los trabajadores negros eran libres, y aunque podía haber cierto grado de
insatisfacción todavía, no había pesar por el viejo régimen. Donde los trabajadores antes
trabajaban desde el amanecer hasta muy avanzada la noche, ahora el trabajo empezaba a las
cinco y terminaba a las cinco.

Pero los ataques hacia Toussaint y su proyecto de liberación no cesarían. En 1802, una nueva
fuerza de invasión ancló en la costa oeste de la Hispaniola, la más grande expedición jamás
enviada desde Francia que, según Napoleón Bonaparte era enviada “para aniquilar al
gobierno de los negros en Saint-Domingue”. Esta firme intención la quiso ocultar mediante
la proclamación de un decreto que decía: “Valientes negros, acordaos de que sólo el pueblo
francés reconoce vuestra libertad y que la igualdad de vuestros derechos, serán escritos en
letras de oro sobre todas las banderas de los batallones de la guardia nacional de la colonia
de Santo Domingo”. Toussaint sabía que esta fuerza naval había venido para re-esclavizar a
los negros, tan claramente como Napoleón pudo ver que la política de Toussaint conduciría
inexorablemente a la independencia de Haití. Aun así, las mejores tropas no pudieron vencer
al ejército revolucionario negro, que luchaba literalmente por “Libertad o Muerte”. Con
dignidad Toussaint protestó: “Lo que queremos no es una libertad de circunstancia concedida
a nosotros solos, lo que queremos es la adopción absoluta del principio de que todo hombre
nacido rojo, negro o blanco no puede ser la propiedad de su prójimo. Hoy somos libres porque
somos los más fuertes. El cónsul francés mantiene la esclavitud en la Martinica y en la isla
Bourbon; por tanto, seremos esclavos cuando él sea el más fuerte”.

Toussaint L`Ouverture aunque no confiaba en Napoleón, al mismo tiempo no pudo decidirse


a negar sus orígenes políticos y romper tajantemente con Francia. Toussaint gobernaba lo
que era, de facto, un país independiente. Firmó tratados con los ingleses y los
norteamericanos. En mayo de 1801 promulgó la constitución proclamando al país una
“colonia independiente de Francia” y a él mismo, gobernador general.

La campaña del ejército francés duró de febrero a junio de 1802. Durante ese tiempo las
fuerzas de Toussaint superaron militarmente a los franceses, pero el hecho de que no movilizó
a los negros para una resistencia total desarmó políticamente a sus seguidores. Conforme sus
generales clave -Christophe, Maurepas y los mulatos Rigaud y Pétion- se pasaron del lado
francés, Toussaint hizo una tregua. Poco después fue secuestrado por los franceses, fue
deportado a Francia y encerrado en una celda donde fue maltratado y desprovisto de atención
médica hasta su muerte en abril de 1803, a la edad de 55 años.

Después de la muerte de Toussaint, Dessalines rompió con los franceses y empezó la lucha
por la independencia. Esta fue declarada el 1º de enero 1804, y el nuevo estado fue llamado
Haití (Aytí es una palabra de los indígenas arawaks, que significa montañas). Un año más
tarde, en 1805 se aprobó una nueva Constitución-la segunda, pero la primera del país
independiente (la primera en 1801).-que ratificó la abolición de la esclavitud “para siempre”.

La Revolución Haitiana y la emancipación de los negros


Desde el principio del sistema de plantaciones, los esclavos se habían levantado para destruir
sus cadenas de servidumbre. El primer levantamiento de esclavos negros está documentado
en 1522, cuando en la isla de Hispaniola, los wolofs, orginarios de África Occidental,
huyeron de la hacienda azucarera del almirante Diego Colón. De ahí en adelante, ocurrieron
casi cada año levantamientos de esclavos durante los siglos XVI y XVII en una u otra de las
islas del Caribe.

Ese acumulado de luchas llevó a que cuando estalla la Revolución Haitiana, ésta cambió la
meta anterior de las revueltas: de la restauración de las relaciones sociales africanas
comunales se pasó a la expansión de la revolución social (del intento de liberarse de la
esclavitud a la pretensión de derrocarla como sistema social). Y esto fue posible gracias a la
más grande revuelta de esclavos jamás vista que aprovechó la coyuntura política de la
revolución burguesa de Francia en 1789. Incluso la abolición del comercio de esclavos en
1807 por parte de Inglaterra, aunque reflejaba los intereses comerciales de la burguesía
inglesa, cuyas colonias caribeñas estaban en decadencia, estuvo muy influida por el miedo a
la influencia de la revolución haitiana en sus propias colonias.

La Revolución Haitiana también tuvo impacto en las luchas independentistas de Abya Yala.
Después de que Simón Bolívar había sufrido una serie de derrotas en Venezuela en 1815-16,
Haití le otorgó refugio dos veces, y le dio dinero y armas para que regresara a tierra firme a
luchar. A petición de Haití, Bolívar proclamó la abolición de la esclavitud en la América
española.

Las noticias de la revolución negra en Saint-Domingue se extendieron también al Sur de


Estados Unidos. Como resultado de la insurrección de esclavos, gran número de hacendados
franceses huyeron a Norteamérica, principalmente a Nueva Orleans y Charleston, llevando
consigo a sus esclavos. Desde principios de la década de 1790, las revueltas de esclavos
fueron achacadas a la influencia de la Revolución haitiana. Charles Deslondes, uno de los
líderes de la revuelta de esclavos en el sur de Luisiana en 1811, la más grande en la historia
norteamericana, era un mulato libre de Saint-Domingue. En muchas partes del Sur de Estados
Unidos, negros libres se rehusan a celebrar el 4 de julio [Día de la Independencia de Estados
Unidos, en 1776], celebrando en cambio el día de la Independencia de Haití (el 1° de enero).

Haití era un faro para los oprimidos de todos los países. Y su impacto fue, sobre todo, el unir
la lucha por la liberación negra a una transformación de las estructuras sociales. Frederick
Douglas, el gran abolicionista negro, sintetizó el impacto de la Revolución Haitiana en 1893,
después de pasar varios años en Puerto Príncipe como cónsul de los EE.UU.:

“No debemos olvidar que la libertad que ustedes y yo disfrutamos hoy; que la libertad que
gozan ochocientas mil personas de color en las Indias Occidentales británicas; la libertad que
existe para la raza de color en todo el mundo, se debe, en gran medida, a la valiente lucha de
los hijos negros de Haití, noventa años atrás.” Haití ha “enseñado al mundo el peligro de la
esclavitud y el valor de la libertad”, continuó, y los haitianos, “al luchar por su libertad,
lucharon por la libertad de cada negro en el mundo.”

La Constitución de 1801 y la Constitución de 1805

Ya en 1801, una asamblea de diputados de los departamentos de la colonia de Saint-


Domingue (Haití) había aprobado la Constitución que mantuvo la condición colonial como
“parte del Imperio francés”, si bien sometida a “leyes particulares” (art. 1). También abolió
la esclavitud “para siempre” y dispuso que en el territorio de la colonia “todos los hombres
nacen, viven y mueren libres y franceses” (art.3). En materia de creencias estableció el
monopolio de la fe católica, apostólica y romana, la única que podía profesarse públicamente
(art. 6), al tiempo que negó la posibilidad del divorcio (art.10), el cual en cambio, fue
reconocido en la Constitución de 1805. La propiedad fue declarada “sagrada e inviolable”
(art.13) y las viviendas de todas las personas se consideraron “un asilo inviolable” (art. 63).
En materia económica, se estableció la prohibición de importar productos similares a los
producidos en la colonia. En el plano político, el artículo 19 dispuso que las leyes serían
“propuestas por el gobernador y aprobadas por una asamblea de habitantes, que se reunirán
en épocas fijas, en el centro de esta colonia, con el título de Asamblea Central de Santo
Domingo” (art. 19)

En 1805, un año después de la Declaración de la Independencia de Haití por Dessalines, se


aprobó una nueva Constitución -la segunda, pero la primera del país independiente- que
ratificó la abolición de la esclavitud “para siempre” y la vigencia de los principios de libertad,
igualdad y fraternidad, como también la sacralidad de la propiedad. Dos artículos fueron
especialmente novedosos y significativos, el 12 y el 14. El primero estableció: “Ninguna
persona blanca, de cualquier nacionalidad, pondrá pie en este territorio con el título de amo
o propietario ni, en el futuro, podrá adquirir propiedad aquí”, mientras que el segundo fue
más allá: “Todas las distinciones de color desaparecerán necesariamente entre los hijos de
una y la misma familia de la cual el jefe de Estado es el padre. Los haitianos serán conocidos
de ahora en más por la denominación genérica de Negros”. Al analizar agudamente el
significado de este párrafo final, en primer lugar, el “todos somos negros” es una inversión
del afán clasificatorio occidental que había creído detectar más de cien tonalidades diferentes
de ’no blancura’. Pero no por ello este enunciado implica una completa homogeneización,
un nuevo universal abstracto. El color negro del artículo 14 es político porque es el color de
una piel que viene pegado a una carne. En rigor, lo que aconteció es que los afroamericanos
devenidos haitianos se apropiaron del “universalismo” proclamado por los 17 artículos de la
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1791) y mediante ese gesto de
apropiación desnudaron el carácter ideológico de dicho documento, que por supuesto
otorgaba unos derechos que no alcanzaban a los esclavos afroamericanos, demostrando
entonces que el pretendido ‘universalismo’ no era sino un particularismo europeo que, por
haberse hecho hegemónico en tanto ideología de la nueva clase dominante, la burguesía,
podía presentarse ilusoriamente como ‘universal’. Al particularismo universalista del
pensamiento burgués occidental europeo se opone, pues, el universalismo particularista de
los ex esclavos.

Desde una perspectiva en clave de género

La misma Revolución Francesa no radicalizó los postulados de libertad e igualdad de tal


modo de incluir a las propias mujeres francesas y sus demandas y críticas del patriarcado. En
cambio, la Constitución haitiana de 1805, la misma que sancionó aquel artículo 14, estableció
que “ningún blanco”, sea cual fuere su nacionalidad, pisaría territorio haitiano “con el título
de amo o de propietario” ni podría en el futuro “adquirir propiedad alguna” (art.12), pero
dejó sin efecto esa cláusula respecto de las “mujeres blancas que han sido naturalizadas
haitianas por el Gobierno como con respecto a los hijos que de ellas han nacido o están por
nacer” (art.13). De este modo, se preservaba la vida y el patrimonio de las mujeres blancas
casadas con oficiales negros o de las viudas y disponibles en el mercado matrimonial.

Haití y las nuevas subjetividades sociales

La particularidad de Haití en los procesos revolucionarios de Abya Yala es que, al tratarse


de la emancipación de los esclavos negros, puso en cuestión el problema de la raza junto al
consecuente conflicto de clases entre propietarios y no propietarios. Incluso al interior de
estos últimos, los mulatos propietarios y comerciantes eran discriminados por los blancos
propietarios y comerciantes.

La profunda significación del artículo 14 de la Constitución de 1805 que decreta que de allí
en más todos los haitianos serán denominados negros puso en cuestión el “falso
universalismo” occidental, incluido el de una Revolución Francesa que tuvo que ser
“persuadida” por otra revolución -la haitiana- de que la particularidad negra merecía ser
comprendida en los “derechos universales del Hombre”.

La Revolución Haitiana no sólo fue la más radical de todas las americanas, sino, incluso,
“más ‘francesa’ que la francesa”, en tanto sí se propuso realizar (concretar) la “universalidad”
(abstracta) de los principios proclamados por la burguesía francesa al postular la plena
emancipación y otorgar igualmente plena ciudadanía a los esclavos afroamericanos. Y es que
la revolución haitiana fue una revolución política, social y racial.

Ya en la Constitución de 1801, el artículo 3 había declarado la abolición de la esclavitud


presente y futura: “La esclavitud queda abolida para siempre; aquí todos los hombres nacen,
viven y mueren libres y franceses”. La ciudadanía –todavía “francesa”– es inmediatamente
asociada a la libertad concreta que implica la prohibición de la esclavitud: no se trata tan sólo
de la libertad jurídica en abstracto, sino de la cuestión social. Los conceptos de ciudadanía y
libertad dependen directamente de la eliminación de una clase: la de los esclavos. Lo cual
significa, en los hechos, la eliminación de dos clases: también la de los amos. Junto con la
esclavitud, por lo tanto, ha quedado abolida la distinción liberal entre lo “político” y lo
“social”.

El 1º de enero de 1804, Dessalines declara la independencia y en la Constitución de 1805 los


“negros” nacen, viven y mueren libres, sí, pero ya no más franceses, sino haitianos. Nace una
república negra con un nombre indígena –nueva manifestación de pluralidades cruzadas-. Y
esto sólo ya habla de otra tensión: el mito del retorno a África sigue vigente; “Hayti” es el
nombre de esta tierra que perteneció alguna vez a los arawak o a los taínos. Ahora bien, los
ex esclavos, aun cuando una parte de ellos haya ya nacido –por varias generaciones– en
América, no son “aborígenes”, sino que han sido, y contra su voluntad, “trasplantados”. Sin
embargo, la elección para el nuevo Estado negro de un antiguo nombre taíno, ¿no está
indicando una voluntad de arraigo? Pero es un arraigo plural, tanto en términos étnico-
culturales (“africanos” con “aborígenes”, aunque sea mediante el simbolismo del nombre, ya
que los indígenas originarios han sido exterminados) como de clase: son los anteriores
“vencidos de la Historia” los que están fundando la nueva Nación. Podríamos decir que la
revolución haitiana revoluciona la francesa, al introducir en su modernidad una
“tradicionalidad” que no implica un retroceso, sino una nueva combinación que se hace cargo
de la desigualdad.

La revolución de Haití y el eurocentrismo

En el siglo XVIII, la esclavitud se había convertido en la metáfora principal de la filosofía


política de Occidente para connotar todo lo negativo de las relaciones de poder: la esclavitud
como degradación del espíritu humano. La libertad, su antítesis conceptual, era para los
pensadores del llamado “Iluminismo” el más alto y universal de los valores políticos. Sin
embargo, esta metáfora política comenzó a arraigarse en una época en que la práctica
económica de la esclavitud -la sistemática y altamente sofisticada esclavitud capitalista de
pueblos no europeos como fuerza de trabajo en las colonias- se iba incrementando
cuantitativamente e intensificando cualitativamente, hasta el punto que a mediados del siglo
XVIII todo el sistema económico de Occidente estaba basado en ella, facilitando la difusión
global de los llamados “ideales iluministas”. El proyecto de modernidad formulado por los
filósofos del “iluminismo” en el siglo XVIII organizó la totalidad del espacio y el tiempo -
todas las culturas, pueblos y territorios del planeta, pasados y presentes- en una gran narrativa
universal. El “iluminismo” contribuyó decididamente a la organización colonial del mundo
por el cual, los saberes, los lenguajes, las memorias y los imaginarios de los pueblos
conquistados violentamente por el capital mercantil europeo, fueron negados, silenciados,
inferiorizados y/o excluidos de esa “gran narrativa universal”. En esa narrativa “iluminista”,
la experiencia particular de Europa se constituye en una idea universalista donde los tiempos
y espacios de otras particularidades (Oriente, África, América) son inferiorizados y/o
excluidos. Esa conformación colonial del mundo establece un occidente europeo como lo
moderno y avanzado y los “Otros”, como el resto de los pueblos y culturas del planeta
“atrasados, bárbaros”. En esta narrativa universalista, se niegan los derechos de los pueblos
conquistados a partir de afirmar los derechos del conquistador, es decir, del capital mercantil
europeo. Y ese derecho del conquistador se concibe como derecho de propiedad, como
propiedad privada. Es este, entonces, un universalismo no-universal en la medida que niega
todo derecho diferente al derecho capitalista liberal, que está sustentado en la propiedad
privada. La explotación de millones de trabajadores esclavos en las colonias fue aceptada
como parte de una realidad dada por los mismos pensadores que proclamaban que la libertad
era el estado natural del hombre y su derecho inalienable. Aun cuando los reclamos teóricos
de libertad para la burguesía europea se transformaron en acción revolucionaria sobre la
escena política de sus países, la economía esclavista de las colonias permaneció en la
oscuridad.

El azúcar transformó las plantaciones coloniales en Abya Yala, tanto en términos de capital
como de trabajo intensivo, provocando un aumento precipitado en la importación de esclavos
africanos y una intensificación brutal de su explotación laboral para satisfacer la nueva y
aparentemente insaciable demanda europea de la dulzura adictiva del azúcar. A la cabeza del
boom caribeño del azúcar se encontraba la colonia de Santo Domingo y en Francia, más del
veinte por ciento de la burguesía dependía de alguna actividad comercial relacionada con el
esclavismo.

En el caso de la Revolución Francesa, los diferentes sentidos de la esclavitud se confundieron


irremediablemente cuando debieron enfrentar la contradicción fundamental entre el
desarrollo revolucionario de la burguesía en el interior de Francia y el desarrollo fuera de
ella, en las colonias francesas. Fueron necesarios varios años de derramamiento de sangre
antes de que la esclavitud -la esclavitud concreta, no su mera analogía metafórica- fuera
abolida en las colonias francesas. La abolición de la esclavitud no se produjo a través de las
ideas revolucionarias o incluso de las acciones revolucionarios de Francia, sino a través de
los esclavos mismos contra la propia Francia. La colonia de Santo Domingo (Haití) fue el
epicentro de esta lucha y lo que los revolucionarios haitianos hicieron fue “aprovecharse” de
la coyuntura política que ofrecía la revolución burguesa en Francia. Es totalmente
eurocéntrico pensar que los esclavizados africanos se dieron cuenta que eran esclavos y que
podían liberarse porque lo hicieron los franceses. Los esclavizados africanos sabían desde el
momento en que los capturan en África que una posibilidad era liberarse, y sus esfuerzos
hasta ese momento los habían conducido al marronaje, hasta que en 1791 construyen la
decisión política de su emancipación.
La propagación de la lógica de la libertad en las colonias, amenazaba con desbaratar el marco
institucional de la economía esclavista sobre la que se apoyaba una parte tan importante de
la burguesía francesa. La Revolución Haitiana fue la prueba de fuego que comprobó, que los
ideales del “Iluminismo” francés, eran parte de esa narrativa universalista de carácter
occidental, blanco, burgués y patriarcal.

Los límites de la Revolución burguesa francesa de 1789: la cuestión de género

Olimpia de Gouges

“Si la mujer tiene el derecho a ser llevada al cadalso, del mismo modo tiene el derecho a
subir a la tribuna”. Defender estas ideas en la Francia de la Revolución podía costar la vida.
Olimpia de Gouges, nacida en aquella Francia, representa un paradigma de la “in”-justicia
patriarcal: fue asesinada por hablar y escribir contra el histórico dominio de los hombres. La
mentada “Liberté, Egalité, Fraternité” fue puesta en cuestión por Olimpia y otras mujeres de
los clubes revolucionarios. Amparados en la idea de la igualdad natural de los seres humanos,
los revolucionarios de la Asamblea Nacional proclamaron en 1791 los Derechos del Hombre
y el Ciudadano que, al negar el acceso de las mujeres a los derechos políticos, en realidad le
negaba libertad e igualdad. De Gouges (nacida Marie Gouzé en Montauban) era hija de un
carnicero y una lavandera y a los 16 años se casó con un cocinero mucho mayor que ella con
quien tuvo dos hijos. Pronto quedó viuda y cambió su nombre por el de Olimpia de Gouges.
En Parìs se integró al mundo del teatro y las letras y se convirtió en una “intelectual
independiente”.

Atrevida, escribió sobre la abolición de la esclavitud y la situación de las mujeres y redactó


textos revolucionarios muy comprometidos. El más rupturista, la Declaración de los
Derechos de la Mujer y la Ciudadana de 1792, sostiene que “la ignorancia, el olvido o el
desprecio de los derechos de la mujer son las únicas causas de la desgracias públicas y la
corrupción de los gobiernos” y que existen derechos “inalienables y sagrados” para las
mujeres. La defensa de esta Declaración y su oposición a la pena de muerte le costó la vida
bajo la guillotina de Robespierre en noviembre de 1793. Sus compañeras fueron recluidas en
hospicios para enfermos mentales. De este modo, quedaba claro que la libertad, la igualdad
y la fraternidad que proclamaba la revolución francesa era sólo para hombres, blancos y
propietarios.

La vida de Olimpia y de otras tantas mujeres de las que ni siquiera conocemos sus nombres
revela que la lucha por los derechos de las mujeres ha tenido siempre un costo demasiado
alto en un mundo regido por la lógica patriarcal.
DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DE LA MUJER Y DE LA CIUDADANA
(Redactada en 1792 por Olympe de Gouges y otras mujeres para ser decretada por la
Asamblea nacional Francesa)

Preámbulo: Las madres, hijas, hermanas, representantes de la nación, piden que se las
constituya en asamblea nacional. Por considerar que la ignorancia, el olvido o el desprecio
de los derechos de la mujer son las únicas causas de los males públicos y de la corrupción de
105 gobiernos, han resuelto exponer en una declaración solemne, los derechos naturales,
inalienables y sagrados de la mujer a fin de que esta declaración, constantemente presente
para todos los miembros del cuerpo social les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes,
a fin de que los actos del poder de las mujeres y los del poder de los hombres puedan ser, en
todo instante, comparados con el objetivo de toda institución política y sean más respetados
por ella, a fin de que las reclamaciones de las ciudadanas, fundadas a partir de ahora en
principios simples e indiscutibles, se dirijan siempre al mantenimiento de la constitución, de
las buenas costumbres y de la felicidad de todos. En consecuencia, el sexo superior tanto en
belleza como en coraje, en los sufrimientos maternos, reconoce y declara, en presencia y bajo
los auspicios del Ser supremo, los Derechos siguientes de la Mujer y de la Ciudadana:

La mujer nace, permanece y muere libre al igual que el hombre en derechos.

El objetivo de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e


imprescriptibles de la Mujer y del Hombre; estos derechos son la libertad, la propiedad, la
seguridad y, sobre todo, la resistencia a la opresión.

El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación que no es más que la reunión
de la Mujer y el Hombre: ningún cuerpo, ningún individuo, puede ejercer autoridad que no
emane de ellos.

La libertad y la justicia consisten en devolver todo lo que pertenece a los otros; así, el ejercicio
de los derechos naturales de la mujer solo tiene por límites la tiranía perpetua que el hombre
le opone; estos límites deben ser corregidos por las leyes de la naturaleza y de la razón.

Las leyes de la naturaleza y de la razón prohíben todas las acciones perjudiciales para la
Sociedad: todo lo que no esté prohibido por estas leyes, prudentes y divinas, no puede ser
impedido y nadie puede ser obligado a hacer lo que ellas no ordenan.

La ley debe ser la expresión de la voluntad general; todas las Ciudadanas y Ciudadanos deben
participar en su formación personalmente o por medio de sus representantes. Debe ser la
misma para todos; todas las ciudadanas y todos los ciudadanos, por ser iguales a sus ojos,
deben ser igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según
sus capacidades y sin más distinción que la de sus virtudes y sus talentos.

Ninguna mujer se halla eximida de ser acusada, detenida y encarcelada en los casos
determinados por la Ley. Las mujeres obedecen como los hombres a esta Ley rigurosa.

La Ley solo debe establecer penas estrictas y evidentemente necesarias y nadie puede ser
castigado más que en virtud de una Ley establecida y promulgada anteriormente al delito y
legalmente aplicada a las mujeres.

Sobre toda mujer que haya sido declarada culpable caerá todo el rigor de la Ley.

Nadie debe ser molestado por sus opiniones incluso fundamentales; si la mujer tiene el
derecho de subir al cadalso, debe tener también igualmente el de subir a la Tribuna con tal
que sus manifestaciones no alteren el orden público establecido por la Ley.

La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los derechos más
preciosos de la mujer, puesto que esta libertad asegura la legitimidad de los padres con
relación a los hijos. Toda ciudadana puede, pues, decir libremente, soy madre de un hijo que
os pertenece, sin que un prejuicio bárbaro la fuerce a disimular la verdad; con la salvedad de
responder por el abuso de esta libertad en los casos determinados por la Ley.

La garantía de los derechos de la mujer y de la ciudadana implica una utilidad mayor; esta
garantía debe ser instituida para ventaja de todos y no para utilidad particular de aquellas a
quienes es confiada.

Para el mantenimiento de la fuerza pública y para los gastos de administración, las


contribuciones de la mujer y del hombre son las mismas; ella participa en todas las
prestaciones personales, en todas las tareas penosas, por lo tanto, debe participar en la
distribución de los puestos, empleos, cargos, dignidades y otras actividades.

Las Ciudadanas y Ciudadanos tienen el derecho de comprobar, por sí mismos o por medio
de sus representantes, la necesidad de la contribución pública. Las Ciudadanas únicamente
pueden aprobarla si se admite un reparto igual, no solo en la fortuna sino también en la
administración pública, y si determinan la cuota, la base tributaria, la recaudación y la
duración del impuesto.

La masa de las mujeres, agrupada con la de los hombres para la contribución, tiene el derecho
de pedir cuentas de su administración a todo agente público.
Toda sociedad en la que la garantía de los derechos no esté asegurada, ni la separación de los
poderes determinada, no tiene constitución; la constitución es nula si la mayoría de los
individuos que componen la Nación no ha cooperado en su redacción.

Las propiedades pertenecen a todos los sexos reunidos o separados; son, para cada uno, un
derecho inviolable y sagrado; nadie puede ser privado de ella como verdadero patrimonio de
la naturaleza a no ser que la necesidad pública, legalmente constatada, lo exija de manera
evidente y bajo la condición de una justa y previa indemnización.

Epílogo: Mujer, despierta; el rebato de la razón se hace oír en todo el universo; reconoce tus
derechos. El potente imperio de la naturaleza ha dejado de estar rodeado de prejuicios,
fanatismo, superstición y mentiras. La antorcha de la verdad ha disipado todas las nubes de
la necedad y la usurpación. El hombre esclavo ha redoblado sus fuerzas y ha necesitado apelar
a las tuyas para romper sus cadenas. Pero una vez en libertad, ha sido injusto con su
compañera. ¡Oh, mujeres! ¡Mujeres! ¿Cuándo dejaréis de estar ciegas? ¿Qué ventajas habéis
obtenido de la revolución? Un desprecio más marcado, un desdén más visible. [...]
Cualesquiera sean los obstáculos que os opongan, podéis superarlos; os basta con desearlo.

Haití hoy

«Como mínimo Francia debería reembolsar más de 28.000 millones de dólares americanos a
Haití»

Por Thomas Lalime | 29/01/2020 | América Latina y Caribe

Le Nouvelliste publica en esta edición una entrevista realizada por el Doctor en Economía
Thomas Lalime, cronista de la sección Economía del periódico, con el célebre economista
francés Thomas Piketty sobre en qué forma sus trabajos podrían ayudar a esclarecer la
elección de las políticas públicas en Haití. El director de los estudios en la Escuela de Altos
Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) y eminente profesor de la Escuela de Economía de
París, Piketty, respondió de manera transparente y sin maquillajes a sus preguntas.

Thomas Lalime (T.L): Después de El Capital en el siglo XXI en 2013, usted presenta al gran
público Capital e ideología en 2019 con el fin de presentar un cuadro bastante fiel de las
desigualdades. Haití, antigua colonia francesa, permanece aún como uno de los países más
desiguales del mundo. ¿Ocupó Haití un lugar importante en sus investigaciones?

Thomas Piketti (T.P): Mi nuevo libre, Capital e ideología, presenta una historia de los
regímenes de desigualdades, en particular los sistemas de justificación ideológica de las
desigualdades. El caso de Haití juega un rol muy importante en mi libro, pues la manera en
que la isla ha sido tratada por la potencia colonial francesa y los antiguos propietarios de
esclavos ilustra de manera extrema (pero desgraciadamente representativa) la brutalidad de
la ideología propietarista en vigor en el siglo XIX, teniendo como fundamento una cuasi-
sacralización de los derechos de los propietarios, cualesquiera sean los orígenes y las formas
de la propiedad.

¿Cuál es el rol de la herencia colonial en la emergencia, la agravación y la persistencia de


esas desigualdades de riquezas en Haití?

La monarquía francesa impuso en 1825 una muy dura deuda a Haití con el fin de compensar
a los propietarios de esclavos despojados de su derecho de propiedad. Esta deuda injusta pesó
gravemente en el desarrollo económico, político, y humano de la isla. La deuda fue
oficialmente pagada hasta la mitad del siglo XX. En realidad, es hasta nuestros días que esta
pesada herencia esclavista y colonial ha hecho sentir sus efectos.

T.L: Haití fue forzada a pagar una deuda de la independencia de 150 millones de francos-oro
en 1825, o sea un monto capitalizado de más de 21.000 millones de dólares hoy, lo que en
gran parte hundió la posibilidad de su despegue económico. ¿Piensa usted que Haití tiene
derecho hoy a una reparación por parte de Francia?

T.P: Esta deuda representaba en 1825 el equivalente de alrededor de tres años de producción
de Haití (300% del PBI con el lenguaje de hoy) Esto sin tomar en cuenta siquiera los intereses
que los banqueros franceses, y anglo-sajones no dejaron de hacer pagar hasta 1950 a cambio
del «refinanciamiento de esta deuda». Francia debería hoy reembolsar a Haití, mínimamente
con el equivalente de tres años del PBI haitiano actual.

En mi libro, estudio igualmente formas más ambiciosas de justicia trasnacional fundada en


la desigualdad de acceso a la educación y a los otros bienes fundamentales, en dondequiera
uno haya nacido, independientemente de los orígenes de los unos y los otros y de toda lógica
de solidaridad inter generacional. Esto conduciría en la práctica a retribuciones mucho más
importantes todavía en beneficio de los jóvenes Haitianos. Pero a partir del momento en que
no se instrumente una norma de justicia de este tipo, hay que aceptar entonces la lógica de
las reparaciones.

Fuente: http://lenouvelliste.com/article/211316/au-minimum-la-france-devrait-rembourser-
plus-de-28-milliards-de-dollars-americains-a-haiti-aujourdhui-soutient-le-celebre-
economiste-francais-thomas-piketty

Bibliografía

JAMES, C.L.R. (1938). Los jacobinos negros. Toussaint L’overture y la Revolución de Haití;
Colección: Socialismo y Libertad; Nº 110; Traducción de Ramón García. Primera edición en
inglés.

GRÜNER, E. La oscuridad y las luces. Capitalismo, Cultura y Revolución. Bs. As., Edhasa,
2010.

GRÚNER, E. Haití: una (olvidada) revolución filosófica. Revista Sociedad Nº 28, Facultad
de Ciencias Sociales, UBA, 2010.

“El nacimiento de la primera república negra, 1791-1804. Toussaint L’ouverture y la


Revolución Haitiana”; Artículo histórico traducido del folleto Black History and Class
Struggle (La historia de los negros y la lucha de clases); Nº 6, publicado en 1989.

1 Esclavo negro que adquirió conocimientos sobre plantas medicinales, el idioma francés y la religión católica,
convirtiéndose en el cochero de su amo.

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