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Desde fines del siglo XVII hasta la segunda mitad del dieciocho, una
minoría de pobladores franceses y blancos criollos (grand blancs) se fue
adueñando de la floreciente colonia de Saint-Domingue, acaparando buena
parte de su riqueza agrícola y comercial. También se apoderó de la gran
mayoría de los puestos principales en la administración civil, eclesiástica y
militar colonial. El establecimiento del sistema de plantaciones azucareras
operadas con trabajadores subyugados —compuesta mayormente de
africanos— contribuyó poderosamente a consolidar su dominio. Sin
embargo, ese control tuvo sus limitaciones y contradicciones, y desde el
punto de vista de los hacendados ninguna fue más perjudicial que su
subordinación a los intereses mercantiles metropolitanos. El monopolio
presidió sobre el intercambio comercial entre Saint-Domingue y Francia,
para el lucro de las grandes casas mercantes francesas del otro lado del
Atlántico que generalmente controlaban los productos importados a la
posesión antillana. Este régimen desigual comprendía también a la trata
negrera, el eje central de la economía colonial y foco de numerosas
protestas por parte de la clase terrateniente que interesaba abaratar el
precio, optimizar la calidad y acrecentar la cantidad de los cautivos
requeridos para abastecer sus propiedades agrícolas.
Para los súbditos «de color» libres (gens de couleur), cuyos números
habían aumentado de unos 7,000 en 1775 a 22,000 diez años después, el
giro que había tomado la colonia no fue del todo favorable. Como
descendientes de africanos en menor o mayor grado, comúnmente fueron
víctimas del perjuicio y discriminación racial, legal o de hecho. Aun así,
existieron divisiones considerables entre sus filas. La jerarquización socio-
racial imperante privilegiaba a los integrantes de las llamadas «castas»
métis («mulatos-pardos libres») sobre los affranchis («negros libres»).
Entre aquellos, algunos mantuvieron vínculos financieros y personales con
los plantadores blancos, con quienes se identificaban. A mediados de siglo,
un sector empresarial de los mulatos pardos libres había logrado establecer
haciendas cafetaleras, lo que les permitió una situación socioeconómica
desahogada. Componentes del grupo de los negros libres se integraron a los
oficios artesanales, marítimos y militares, desde los cuales intentaron
mejorar su posición. A pesar de las dificultades que enfrentaron, se estima
que ambos grupos colectivamente poseían entre la tercera a la cuarta parte
de la tierra y de los esclavos de la colonia al estallar la insurrección de
1791.