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Sotelo, gracias K.

Cross
SUCK AND BLOW

JENIKA SNOW

Sotelo, gracias K. Cross


Empezó como una fiesta de empresa con temática de disfraces.
Acabó conmigo bebiendo demasiadas copas de champán y
teniendo una aventura de una noche con un desconocido
enmascarado en una habitación trasera.
El sexo había sido sucio, pervertido, y me había corrido tres
veces. Y todo eso ocurrió sin que me quitara el vestido.
No me avergoncé de haberme dejado follar por un completo
desconocido. De hecho, me excitaba más.
No fue hasta la mañana siguiente, cuando la niebla del alcohol
se disipó, que miré la galería de la cámara de mi teléfono.
Lo que me impactó no fueron las fotos explícitas que nos había
hecho.
Fue el hecho de que me había acostado con... mi jefe.

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Capítulo 1
PYPER

Había bebido demasiadas copas de champán. Lo supe porque


sentí calor en la cara y un pequeño aleteo en el vientre.
Levanté la mano y pasé los dedos alrededor de las plumas que
recubrían mi máscara. La fiesta de la empresa fue un baile de
máscaras, y todos los empleados estábamos presentes en un enorme
salón de banquetes de un lujoso hotel del centro.
Las puertas francesas estaban abiertas y daban a los jardines,
donde unas cuerdas de luces rodeaban el patio de piedra. Una gran
lámpara de araña colgaba sobre la pulida pista de baile. La barra libre
estaba a un lado, donde siempre parecía haber una cola de gente.
No me molesté en probar las bebidas combinadas y me limité a
coger copas de champán de las bandejas de los camareros.
La empresa para la que trabajaba se dedicaba a organizar
eventos corporativos, subastas, fiestas de fin de año y otras
celebraciones profesionales. Conseguimos una cuenta bastante
importante con uno de los mayores centros de banquetes de
Norteamérica. Y por ello, los jefes habían organizado una fiesta en toda
la empresa para celebrarlo. Era un pequeño “gracias” a todos los
empleados por ayudar a hacerlo posible.
Yo personalmente no tuve nada que ver en hacer posible nada
de esto. Me quedé en mi pequeño cubículo introduciendo datos. Pero
no iba a dejar pasar comida de calidad o champán gratis.
Y si no estuviera aquí, estaría en casa viendo reposiciones y
comiendo comida para llevar, que era lo que más me gustaba hacer,
si te soy sincera.
Pero una chica tenía que salir y no ser introvertida todo el
tiempo.

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Casi siempre podía saber quién era quién en la empresa...
bueno, al menos su rango.
Los CEO, los ejecutivos y hasta sus secretarias personales
llevaban vestidos extravagantes, trajes a medida, máscaras de lujo y
joyas demasiado llamativas, incluso para un evento como éste.
Los empleados como yo, los que estábamos más abajo en el
tótem social de la empresa, no llevábamos trajes ostentosos. Nuestras
máscaras eran de las que se compran en las tiendas de artículos para
fiestas o, en mi caso, de las que yo misma me hago.
Pero Dios, mi máscara tenía clase, con cristales, plumas y
adornos de satén.
Solo llevaba seis meses en la empresa, así que me sentía fuera
de lugar para celebrar una nueva cuenta que llevaba más de un año
en preparación. Pero mi culo no iba a rechazar un bufete y bebida
gratis.
No era estúpida.
Terminé mi copa de champán y la dejé a un lado antes de coger
un aperitivo de un camarero que pasaba por ahí. En el techo sonaba
una música suave y mi atención se centró en la mesa de postres del
otro lado de la sala.
No conocía a nadie, y no porque todos llevaran máscaras y no
pudiera distinguir sus identidades. Mi puesto me retenía en mi propio
cubículo, en una pequeña oficina de la tercera planta del edificio de la
empresa. Todos los que trabajaban conmigo eran muy reservados. A
decir verdad, no era una persona muy sociable. Aparte de mi mejor
amiga y de mi madre y mi padre, a quienes veía con frecuencia, no me
interesaba mucho la interacción con el mundo exterior.
Prefería quedarme en casa, ver la tele y comer comida para
llevar.
Llegué a la sección de postres. Había un expositor de cuatro
pisos con macarons, fruta recubierta de caramelo, parfaits, mini
pasteles, cupcakes y cerezas cubiertas de chocolate con licor. Creo que
cogí varios de estos últimos, junto con los macarons y los pasteles.

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El ambiente se estaba volviendo denso y sofocante, pero lo
achacaba al alcohol y no tanto a los cuerpos hacinados en la sala de
banquetes. El aire se sentía sofocante y recalentado. Salí al patio y me
senté en el banco de piedra, contemplando los jardines.
Las luces del jardín iluminaban lo suficiente como para
distinguir las formas de los árboles, los arbustos y lo que parecía una
rosaleda a lo lejos. Y luego me comí el postre, escuché música, dejé
que el aire de la noche me refrescara y me convencí a mí misma para
quedarme media hora más antes de irme en silencio.
Este suceso estaba reafirmando rápidamente que no soportaba
estas malditas cosas.
Una voz grave habló desde el otro lado del patio, sacándome de
mi ensoñación, y levanté la vista, sin ver a nadie de inmediato. Fue
entonces cuando me di cuenta de que un gran cuerpo se desplegaba
desde el banco de piedra que había frente a mí. Llevaba una máscara
completa, a diferencia de la mía, que solo me rodeaba los ojos.
Miré a mí alrededor. Seguramente, no me hablaba a mí. En ese
momento, mi zumbido se había convertido en intoxicación total. El
calor me recorría a un ritmo constante y sentía un hormigueo en los
dedos de manos y pies. Mi cara estaba caliente al tacto y, en general,
me sentía libre y ligera.
Así que cuando se acercó lo suficiente a mí, apoyado en la
barandilla del patio ajardinado, no me moví. Su presencia me afectó
al instante de una manera que nunca antes había sentido. Sonaba
muy cliché, pero la verdad era la verdad.
La noche era un poco ventosa, así que su olor flotaba en el aire.
Parecía rodearme, e inhalé profundamente antes de dar otro largo
trago a mi vaso. Podía oler su colonia, que me erizaba la piel y me
ponía los pelos de punta.
Ah, sí... el champán era champán.
No me miraba, así que me permití apreciar su tamaño. Tenía los
hombros anchos y un cuerpo macizo y fuerte. El traje que llevaba no
ocultaba el físico tan claro, musculoso y masculino que lucía.
Yo no solía medir a los demás, pero aquel hombre debía de medir
1,80 m y ser como un defensa.

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La tenue luz del patio me permitió ver con suficiente claridad que
llevaba el pelo corto, con más sal que pimienta en las hebras.
Por alguna razón, tuve una reacción visceral al verlo, al olor de
la colonia que llevaba.
Sentí que se me calentaba la cara, y no tenía nada que ver con
el alcohol.
Giró la cabeza en mi dirección y contuve la respiración, una
respuesta involuntaria. Y entonces me miró de frente, apoyándose en
la barandilla y con las manos en la espalda. Cada músculo de su
cuerpo decidió apretarse y abultarse en ese momento.
Dios, olía realmente bien. Tan bien que mi coño se apretó como
si la zorra necesitara que se lo llenara ahí mismo. Exhalé bruscamente
ante la idea de que ese desconocido me hiciera todo tipo de cosas
inapropiadas.
— ¿Cómo te llamas? —Su voz era grave y áspera, como si hubiera
bebido alcohol toda la noche.
—Pyper. — dije enseguida, ignorando todo lo que mi madre me
había dicho sobre hablar con extraños. — ¿Y el tuyo?

Chica, no soy una niña, y realmente no quiero que este hombre sea un extraño.

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Capítulo 2
PYPER

Sentí que se me calentaba la cara por muchas otras razones que


no tenían nada que ver con el champán.
Después de eso, no habló durante largos segundos, pero me miró
fijamente. Las sombras ocultaban lo poco que podía ver de su rostro
enmascarado. Pero cuanto más tiempo me observaba, más
intensamente sentía que sus ojos me penetraban.
Era como si intentara descifrarme. Pero no tuve ninguna
sensación rara con él. No había banderas rojas, ni señales de alarma.
Solo culpaba de esta excitación loca que sentía al champán y al
hecho de que hacía años que no follaba.
—Anthony. — dijo finalmente.
Tardé un momento en darme cuenta de que me estaba
respondiendo.
Se acercó y se sentó a mi lado. El aroma concentrado de su
colonia era agradablemente abrumador, y de hecho me balanceé
ligeramente.
El banco en el que me senté era bastante grande. Podría haber
dejado suficiente espacio entre nosotros para que no nos tocáramos.
Pero estaba tan cerca de mí que su brazo estaba presionado contra el
mío, su muslo añadiendo presión a mi pierna.
No podía mentir. Me sentía muy bien.
— ¿Cuánto tiempo llevas trabajando para la empresa?
Todavía podía sentir que me miraba, aunque yo estaba mirando
fijamente la sala de banquetes y observando a toda la gente para
distraerme del hombre sexy sentado a mi lado.
No sabía por qué ese hombre me ponía tan nerviosa. Era como
si algo se hubiera encendido dentro de mí, como si mi libido muerta y

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ausente se hubiera despertado por fin y hubiera dicho: ¡Perra, alerta!
Hombre follable y ardiente sentado a tu lado.
Me aclaré la garganta y me pasé las manos por el vestido antes
de mirarlo. —Seis meses. Trabajo en entrada de datos, así que me
siento un poco fuera de lugar aquí, ya que no interactúo con nadie
excepto con los pocos de mi oficina.
No estaba segura de por qué había admitido esa última parte o
le había dicho en qué departamento trabajaba.
Lo miré de arriba abajo, el resplandor de la luz de la sala de
banquetes me permitía verlo ahora con un poco más de claridad. Su
máscara le cubría desde los ojos hasta la barbilla. Era completamente
negra, salvo por la filigrana dorada que bordeaba la máscara.
—Todos en una empresa son parte integrante del
funcionamiento de la máquina.
Sus palabras parecían... auténticas.
Me concentré en todo lo que veía delante de mí en lugar de en
cómo me hacían sentir sus palabras.
Pude ver que tenía barba, la misma mezcla de sal y pimienta que
su pelo. Parecía espesa pero bien cuidada. Sentí un hormigueo en los
dedos y me entraron ganas de levantar la mano y bajarle la máscara.
Tenía que saber qué aspecto tenía.
No es que fuera a cambiar nada, porque no conocía a ningún
Anthony en la empresa.
Se movió para que su cuerpo quedara un poco más frente a mí.
La posición era perezosa. Casi arrogante.
—Pyper. — dijo mi nombre en un ronroneo bajo, con un
profundo tono ronco. —Te he visto ahí adentro. — Inclinó la barbilla
hacia la fiesta. —Estabas sola, bebiendo champán con esas pequeñas
manitos de uñas pintadas de rojo.
Me miré los dedos y la manicura que me había hecho ayer porque
sabía que iría a la fiesta. Los curvé en mis palmas, una repentina
oleada de timidez se apoderó de mí.
—No hace falta que te escondas. — me dijo perezosamente.

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Este hombre exudaba whisky y seda, caoba y gamuza.

Joder. ¿Ahora lo comparo con la mierda?


No me cabía duda de que era importante para la empresa.
Obviamente, era el jefe de alguien. Hola, tenía esa fanfarronería y
arrogancia que lo decían.
—Te he observado lo suficiente como para saber que estás aquí
sola. Que no llevas ninguna joya de un novio. Ni anillo de esposo.
Mi corazón se aceleraba ahora. Dios, ¿cuánto tiempo llevaba
observándome? Eso debería haberme dado un susto de muerte y
haberme hecho levantarme y volver a entrar en aquella sala
abarrotada de gente. Había seguridad en los números.
Pero me quedé donde estaba, y cuando se inclinó hacia mí, sentí
que mis párpados se caían un poco, sentí que mi respiración
aumentaba.
—Eres soltera. — dijo con naturalidad, como si me conociera
mejor que yo misma.
— ¿Cómo dices?— Me senté más erguida, sintiendo cómo se me
fruncían las cejas bajo la máscara.
—Soy soltero.
No me extrañó que pasara por encima de mi pregunta. Tampoco
me paré a pensar por qué esa frase tan corta que soltó hizo que mis
muslos se apretaran por sí solos y mi pulso palpitara entre mis
piernas.
— ¿Normalmente te acercas así a mujeres al azar y les cuentas
tu situación sentimental? — Mis palabras fueron ligeras, pero con el
trasfondo de hacerle saber que si pensaba que yo era un polvo fácil,
se equivocaba.
¿Lo estaba? ¡Cállate!
Se rió profundamente. Más o menos. Maldito sea por la forma en
que me hizo iluminar por dentro.
—Eres ingeniosa. — dijo, sin humor en su voz. —Eso me excita.
— Más fornido ahora. Más serio.

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Me sorprendió de la mejor manera, si fuera totalmente honesta.
No habló. No durante un buen rato. Tanto que me moví en el
banco, intentando que su sola presencia no me afectara tanto.
—Dime que lo estás. — exigió en voz baja.
Tardé un momento en darme cuenta de lo que quería decir.
Luego me di cuenta. Se me secó la boca y me lamí los labios. No
debería haberle dicho nada, pero al mismo tiempo, nunca me había
sentido tan bien. Me sentía colocada, borracha y como si estuviera
viviendo otra vida. Nunca había pensado en hacer cosas
imprudentemente, pero sabía sin duda lo que este hombre quería.
A mí.
Exudaba eso como la colonia adictiva que llevaba.
Tomé una decisión en una fracción de segundo, una que sabía
que cambiaría todo en el futuro. Tal vez para mejor. Tal vez para peor.
En cualquier caso, iba por ello.
—Sí, a mí también me excita. — susurré.
El sonido que salió de él no se parecía a nada que pudiera haber
descrito aparte de decir que era masculino y necesitado.
—Ven conmigo. — ordenó, como si hubiera estado esperando esa
respuesta. Cuando se puso de pie y me tendió la mano, deslicé la mía
en la suya y dejé que me ayudara a levantarme.
Aquello era surrealista.
Me sentía mareada, me temblaban las rodillas, pero nunca me
había sentido tan viva en toda mi vida.
Y mientras seguía a Anthony afuera, la única sensación que
sentía era la de verme convertida en otra persona.
Alguien a quien estaba deseando conocer.

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Capítulo 3
PYPER

Tenía el corazón en un puño mientras seguía a Anthony a través


de la sala de banquetes, salía por las puertas dobles y recorría el
pasillo.
No había nerviosismo en mí. Solo sentía una excitación cargada.
Cuando llegamos a una puerta negra acolchada y tachonada,
una pequeña parte de mí se tensó. Por supuesto, no esperaba una
especie de mazmorra sexual, pero había algo en este hombre que
gritaba dominación.
Cuando se dio la vuelta y me miró, mi vientre se agitó. No podía
verle la boca, pero sabía que estaba sonriendo. Empujó la puerta y el
olor a especias antiguas, humo de puro y aromas masculinos inundó
mis fosas nasales de inmediato.
La habitación estaba decorada como me imaginaba que sería el
estudio de un hombre rico. Había una chimenea en la pared del fondo.
Los sillones y sofás de cuero estaban colocados esporádicamente, la
iluminación era escasa y una densa y rica nube de humo llenaba el
interior.
Nadie nos prestó atención mientras atravesábamos la sala
principal y seguíamos hacia la parte trasera. Anthony me condujo a
una pequeña alcoba, que ofrecía total intimidad pero mantenía la
estética de la sala de puros. Había una silla grande en la esquina de
la alcoba, y parecía lo suficientemente grande para un hombre de la
talla de Anthony. Junto a la silla había una pequeña mesa de madera
con un delicado diseño en el borde superior. La lámpara de la mesa
tenía una pantalla verde que recordaba a las de las bibliotecas, lo que
le daba un toque antiguo.
Me fijé en una jarra de cristal llena de líquido ámbar sobre una
bandeja de plata que contenía un puro y la parafernalia que lo
acompañaba. Cuando Anthony se sentó, me quedé un momento frente

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a él. No sabía exactamente qué debía hacer. Estaba tan nerviosa que
me sudaban las palmas de las manos y tenía la boca seca. Estaba
bastante segura de que mi cuerpo reaccionaba así porque estaba
trabajando puramente en modo supervivencia.
Ni siquiera sabía por qué me había traído aquí.
Así que me quedé ahí de pie, sin decir nada, sintiendo que la
excitación aumentaba en mí, porque este hombre no dejaba de
observarme con tanta atención que me sentía como si estuviera
desnuda en una subasta para su tasación.
El hecho de que no pudiera verle la cara ni su expresión me
volvía loca de la mejor manera.
Abrí la boca, pero no salieron palabras. Por suerte, un hombre
vestido de blanco y negro entró en la pequeña alcoba. No dijo nada
mientras servía una copa a Anthony, y cuando inclinó la barbilla en
mi dirección, el camarero me sirvió una copa a mí también, y luego se
fue.
En el techo sonaba una música suave, pero mi pulso latía
rápidamente en mis oídos. Aun así, Anthony no dijo nada, sus dedos
alisaban suavemente el material oscuro y claramente caro que cubría
su muslo.
—Siéntate aquí. —Acarició el lugar en cuestión, su voz tan
profunda y rica como el bourbon que tenía a su lado.
Sentí que mi cuerpo se movía por sí solo hasta que me senté
lentamente donde él quería. Me agarré al brazo de la silla para
estabilizarme, sabiendo que si no lo hacía, me temblaría la mano.
Me sentí delicada en su regazo. Su cuerpo era tan grande y duro
que me hacía sentir suave en todos los lugares adecuados. Se acercó
y cogió el puro, lo enrolló entre sus dedos, el acto me excitó
muchísimo, pero no entendía por qué.
Quizá porque el puro era grueso y tenía una forma obscena. O
tal vez porque mi mente ya estaba en la cuneta y lo había estado desde
que conocí a este hombre. Pero se limitó a mirarme mientras seguía
haciéndolo rodar de un lado a otro, y no pude evitar imaginármelo
haciendo eso con su polla.

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Me di cuenta de que respiraba con más dificultad, incapaz de
controlar hasta el más simple de los actos, porque nunca me había
sentido tan al límite.
— ¿Hasta dónde quieres llevar las cosas?
La pregunta de él parecía bastante simple, pero conocía el
subtexto de lo que preguntaba... el consentimiento que quería de mí.
Me lamí los labios y sentí su mirada posarse en ellos, aunque no
pude distinguir realmente sus ojos rastreándolos.
—Lejos. — susurré, sin darme cuenta de que había dicho esa
única palabra hasta que quedó suspendida entre nosotros.
Emitió un sonido desde lo más profundo de su pecho. —Súbete
el vestido como una buena chica.
Me mordí el labio y me encontré haciendo exactamente lo que él
quería. Dios, no tenía vergüenza, y estaba aquí para ello.
Los sonidos de los hombres a la vuelta de la esquina de este
pequeño rincón escondido parecían tan fuertes ahora. Pero, de nuevo,
hacer algo que no debería al aire libre y prácticamente en público
tendía a hacer eso.
Cuando descubrió la parte superior de mis muslos, se movió y
me agarró una pierna, haciéndome jadear mientras la levantaba y me
giraba hacia él, dejándola caer sobre el otro lado de la silla hasta que
mis piernas se abrieron lascivamente. Fue entonces cuando sentí lo
duro que estaba.
— ¿Alguna vez te han metido un puro en ese pequeño coño tan
estrecho que tienes? — Deslizó el borde del puro por la parte interior
de mi muslo y me estremecí. Apoyé las manos en sus hombros para
mantenerme firme mientras él seguía subiendo, cada vez más, hasta
que me acarició el borde del tanga. Me estremecí sin control. Estaba
tan mojada que el pequeño trozo de material sedoso que cubría mi
coño estaba húmedo.
¿Podía sentir la humedad que lo empapaba? ¿Sabía que si seguía
así no habría forma de detener el flujo de mi excitación que cubría el
interior de mis muslos y su pantalón?

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Empecé a sentir la cabeza demasiado pesada y la dejé caer hacia
atrás, cerrando los ojos y gimiendo suavemente. No podría haber
dejado de hacer ninguna de las dos cosas aunque lo intentara.
—Eso es. — retumbó suavemente, y me di cuenta de que se
inclinaba más hacia mí, las vibraciones de su voz moviéndose a lo
largo de la concha de mi oreja y directamente hacia abajo para
asentarse en mi clítoris.
Anthony seguía frotando suavemente el puro en el punto en que
se unían mi muslo y mi coño. Mis músculos internos se contraían
dolorosamente, y no había forma de detener los excitados sonidos que
salían de mí.
Con los ojos cerrados y los demás sentidos agudizados, pasó la
otra mano alrededor de mi cadera, apretando el delicado hueso antes
de acercarse más.
Más cerca aún.
Y entonces enganchó el dedo bajo el borde de mis bragas, las
apartó y dejó que el dedo rozara mi piel desnuda.

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Capítulo 4
PYPER

Un cálido aliento me recorrió los labios entreabiertos mientras


me pasaba lentamente un dedo por el labio del coño. Podía sentir mi
pulso palpitar entre mis muslos, mi carne tierna e íntima hinchándose
por mi mayor excitación.
—Mírame.
Abrí los ojos, sin darme cuenta de que los había cerrado hasta
que me quedé mirando las oscuras profundidades de los suyos. No
sabía por qué la máscara lo hacía mucho más atractivo. Mucho más
excitante.
—Te voy a follar con este puro y luego me lo voy a fumar, Pyper.
Solo tuve tiempo de inhalar un fuerte suspiro antes de sentir la
punta del puro acariciando el agujero de mi coño.
Mientras sostenía mi mirada con la suya, Anthony empezó a
empujar lentamente aquel grosor dentro de mí. Tenía una mano
apretada contra su hombro y mis uñas rozaban el material de la
chaqueta de su traje.
No metió el puro hasta el fondo, solo unos centímetros, antes de
sacarlo y pasarlo por mi abertura. Repitió el proceso una y otra vez
hasta que estuve a punto de rogarle que me follara ahí mismo.
Nunca había sido una mujer que quisiera explorar su sexualidad
al máximo. Nunca había tenido una aventura de una noche. Pero
quería experimentar esta situación desencadenada, caótica y
excitante que solo este momento podía proporcionarme.
Aparté todos los pensamientos de mi cabeza y me concentré en
lo que Anthony estaba haciendo. Me follaba superficial y lentamente,
repitiendo el proceso de provocarme y empujarlo de nuevo dentro de
mí.

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Yo jadeaba y empezaba a mover las caderas, o lo intentaba
sentada en su regazo, pero no conseguía que me lo metiera más
adentro. No conseguía que hiciera lo que quería: que me follara de
verdad.
Gemí fuerte antes de controlarme. Fue entonces cuando sacó el
puro y me lo enseñó.
—Mira esto, preciosa.
Mi cara se calentó más al ver que el puro estaba más oscuro y
brillante donde había estado en mi coño.
—Tan mojada para mí, y ni siquiera he metido mi polla en tu
pequeño coño. — Anthony empujó la parte inferior de su máscara de
cuero hacia arriba lo suficiente para que pudiera ver su boca. Tenía
los labios carnosos y la barba que los enmarcaba era espesa y
masculina. Arrastró la lengua por la punta del puro que acababa de
meterme y emitió unos ruidos roncos y animales en lo más profundo
de su pecho, que me hicieron vibrar. —Tan jodidamente bueno. Me
encanta tu sabor.
Sus palabras y sus actos obscenos me hicieron palpitar el clítoris
y morderme el labio inferior. Todavía tenía la mano puesta en la parte
interior de mi muslo, manteniendo mis bragas apartadas y mis piernas
abiertas. Anthony pasó el pulgar por mi piel.
Cuando terminó de sorber los jugos del puro, me pasó los dedos
por la raja antes de coger el cortapuros. Cortó el extremo antes de tirar
la herramienta a un lado.
Aunque ya no me tocaba, mi cuerpo seguía ardiendo.
Cogió una cerilla y la encendió con pericia y facilidad. Me di
cuenta de que se aseguraba de que la llama no tocara directamente el
cigarro y me excité viéndolo girar lentamente, y una vez que los bordes
de la envoltura estuvieron ligeramente ennegrecidos, se lo llevó a la
boca y dio la primera calada.
Sentí un cosquilleo en los labios mientras giraba el puro una vez
en la boca. No sabía por qué era tan metódico, pero me resultaba
embriagador.

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Anthony se echó hacia atrás, equilibrándome sobre su regazo, y
soltó lánguidamente el humo, creando una adictiva nube de
sensualidad entre nosotros.
—Quiero follarte, Pyper. — Dio otra calada, la mantuvo en la
boca y luego la soltó. —Y me lo vas a permitir aquí mismo. Ahora
mismo.

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Capítulo 5
ANTHONY

La había visto en aquella sala abarrotada y al instante se me


había puesto dura. No sabía qué tenía, pero no había podido dejar de
mirarla en toda la noche.
Esa posesividad se movió a través de mí. Nunca había mirado a
una mujer como la miraba a ella. Me había consumido con solo verla.
Si no hubiera salido al balcón, la habría acechado hasta
acorralarla, hasta que pudiera hacer un movimiento sobre Pyper y
convencerla de que necesitaba mi polla.
Y así estábamos, en la sala de puros del hotel de lujo,
demostrándome que Pyper era un poco más dadivosa gracias a la
intimidad que nos proporcionaba esta pequeña alcoba. Tuve que
preguntarme si me daría lo que quería si tuviéramos espectadores.
Diablos, no podía mentir y decir que eso no me excitaba. Tal vez una
vez que tuviera mi polla dentro de su pequeño y apretado coño, el
ruido atraería a un par de testigos.
Estarían celosos de que me la estuviera follando. Era el culo más
caliente que había visto en todo el hotel, y no necesitaba quitarle la
máscara ni verla totalmente desnuda para afirmarlo.
Tenerla en mi regazo era increíble. Tenía el tamaño perfecto...
sus curvas, su peso, su... todo tan condenadamente perfecto para mí.
Saber que me la había follado con el puro entre los labios tenía
mi polla más dura que el maldito granito. Mi polla se sacudió, y la
sensación del presemen humedeciendo mis calzoncillos no pasó
desapercibida.
Le acaricié la cara interna del muslo, con la piel cálida y suave,
ligeramente húmeda por los jugos de su coño. Joder, el hecho de que
la excitara tanto que su coño goteara para mí era tan jodidamente
sexy.

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A regañadientes, retiré la mano de su pierna y le aparté el pelo
del hombro. Joder, me encantó que reaccionara con tanta fuerza ante
mí.
Podría haberme tomado las cosas con calma. Podría haberla
agasajado. Sin duda se lo merecía, pero estaba tan ansioso por ella, lo
había estado al instante, que no iba a esperar. No podía esperar.
—Anthony. — Susurró mi nombre, y mis pelotas se erizaron, y
mi polla palpitó.
Me quedé mirando sus labios. Estaban rojos y carnosos,
manchados por las bayas que había estado comiendo con su
champán, probablemente con el sabor dulce de los postres que había
dejado derretir en su lengua.
Yo no era el tipo de hombre que se rinde ante nada ni ante nadie.
Me gustaban las cosas de una determinada manera. Tenía lo que
quería, cuando quería. Y aquí estaba... yendo tras lo que quería.
Pyper.
—No deberíamos hacer esto... aquí.
Me reí profundamente. Oscuramente. —Tú y yo sabemos que
deberíamos hacerlo, muñeca. — Acaricié su mejilla y le pasé el pulgar
por la mandíbula. Joder, su piel era tan suave. — ¿No se siente bien?—
Susurré. La engatusé. Asintió. —Piensa en lo bien que te sentirás, en
lo jodidamente bien que te sentirás cuando esté hasta las pelotas en
ese pequeño y apretado coño tuyo.
Suspiró. —Nunca nadie me había hablado tan crudamente.
Volví a reírme y le acaricié el labio inferior. —Y jodidamente te
encanta.
Asintió, respirando más rápido.
No dejé de tocarle la cara. Quería tocar más de ella... toda ella.
Pyper sacó la lengua y se la pasó por el borde del labio inferior,
justo donde yo la había estado acariciando. Y fue esa visión la que me
arrancó violentamente todo atisbo de autocontrol que tenía.

Sotelo, gracias K. Cross


Me incliné hacia ella y, sin dejar de mirarla a los ojos, le di una
calada al puro. Lo mantuve en la boca un segundo antes de exhalar,
envolviéndonos a los dos en el fragante humo.
Gimió. —Huele muy dulce. Un poco picante. Me excita. —
susurró la última parte.
Dejé el puro a un lado y separé nuestras bocas unos centímetros.
—Dime que quieres mi polla grande y gruesa metida en tu pequeño
coño. Dime que quieres que te incline sobre esta silla y te folle, aunque
alguien pueda mirar a la vuelta de la esquina y vernos.
Respiró aún más fuerte, y el aire perfumado de bayas y champán
recorrió mi boca.
—Puedes decir que no en cualquier momento, pero te deseo. Y
tú me deseas a mí, Pyper. Nada más importa. — Le cogí la nuca y, con
la máscara de cuero aún enrollada sobre la boca, apreté los labios
contra los suyos.
Jadeó al instante y aproveché para lamerle los labios antes de
penetrarla. Solo se resistió un segundo, pero luego se ablandó. Sentí
el momento en que cedía, su resistencia se esfumaba mientras gemía
y se abría más para mí.
La moví para que quedara pegada a mí mientras me inclinaba
hacia atrás, con las piernas aun colgando de los brazos de la silla y el
vestido subido hasta la cintura. Incliné la cabeza para profundizar el
beso y gemí por lo bien que sabía. Todavía tenía el sabor de su coño
en la lengua y la obligué a probarlo también.
La necesitaba desesperadamente. Su aroma me embriagó y metí
los dedos en su pelo, quitándole las pocas horquillas que lo mantenían
alejado de la cara. Los mechones cayeron a nuestro alrededor y enredé
los dedos en su cuero cabelludo, follándola con la boca como haría
con su coño.
Ella rompió el beso y yo agarré un trozo de las sedosas ondas
detrás de su cabeza. —Eso es, muñeca. — Tiré de su cabeza hacia
atrás e inmediatamente fui por su garganta. Joder, sabía tan bien
mientras lamía su suave piel.
—Te sientes tan bien. — gimió.

Sotelo, gracias K. Cross


—Nah, nena. — gemí y chupé con fuerza la base de su garganta,
sabiendo que dejaría una pequeña marca ahí. —Nada se ha sentido
tan bien como tú.
Y ese fue el momento en que mi control se rompió por completo.
Agarré su boca con más fuerza al mismo tiempo que ella ponía
sus manos en mis bíceps, clavando sus uñas en mis brazos. Mi traje
era una barrera que quería que desapareciera.
—Dime quién te hace sentir tan jodidamente bien. — le exigí,
usando mi mano en su pelo para inclinar su cabeza hacia atrás y hacia
un lado. Arrastré la lengua por el delgado arco, deslizándola desde la
clavícula hasta la mandíbula.
Era un hombre poseído por esta mujer.
—Nunca me había sentido tan bien. — admitió, dándome lo que
quería.
Y entonces me levanté con ella en brazos, la puse en pie, le di la
vuelta y la empujé hacia delante. Apoyó las manos en la silla y le subí
el vestido, dejando al descubierto los gloriosos montículos de su
perfecto culo en forma de melocotón.

—Jesucristo. — maldije, y no dejé de bajarle la palma de la mano


a la mejilla desnuda; el pequeño tanga que llevaba me provocó hasta
que sentí que me estaba volviendo loco. —Me estás volviendo loco,
muñeca.
El sonido de mi palma haciendo contacto con su piel desnuda
fue lo suficientemente fuerte como para saber que los hombres de la
esquina podrían oírlo. Que lo hicieran. Quería que supieran que me
estaba follando el culo más caliente que jamás hubieran visto.
Su bolso estaba en el suelo y dudaba que se hubiera dado cuenta
de que se le había caído.
— ¿Tienes el móvil en el bolso, nena?
— ¿Qu-qué? — preguntó con voz entrecortada. —Sí. —
respondió, dándose cuenta de lo que le había preguntado.
—Voy a sacarlo. ¿Te parece bien?

Sotelo, gracias K. Cross


Asintió, separándose más, como si no le importara qué demonios
estaba pasando mientras me la follara.
—Maldita sea, eres tan jodidamente caliente. — Le volví a dar
una palmada en el culo, luego me agaché y saqué el móvil.
— ¿Qué estás haciendo? — preguntó y miró por encima del
hombro cuando oyó que se disparaba la cámara.
—Dándote algo para que recuerdes esta noche, nena. — No le
hice saber que no necesitaba jodidas fotos para recordarla. Ya estaba
jodidamente obsesionado, y ni siquiera había metido mi polla dentro
de ella todavía.
Y sabía que una vez que la tuviera... estaba jodido de la mejor
manera.

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 6
PYPER

Sabía que me estaba haciendo fotos con mi teléfono. Diablos,


podría haber estado usando su propio teléfono y guardado las fotos
para masturbarse, y no me habría importado.
Me habría excitado más.
El corazón me latía rápido y fuerte, y me temblaban las manos
al agarrarme al respaldo del sillón de cuero.
—Eres jodidamente perfecta.
Volvió a darme una palmada en el culo, y gotas de sudor se
alinearon en la zona entre mis pechos y la longitud de mi columna
vertebral.
—Coño perfecto, muñeca. — Sus dedos eran grandes y
ligeramente callosos cuando los pasó entre mis piernas, presionando
el tanga contra mi raja, arrancándome un grito ahogado por lo
sensible que estaba. —Mírame. — me ordenó en voz baja, y volví a
asomarme por encima del hombro. —Esta noche eres mía, Pyper. —
Me apartó el tanga y me tocó el coño desnudo. — ¿Verdad?
Me pasó un dedo por el contorno de los labios, luego frotó con el
pulgar la parte inferior y tiró suavemente hacia abajo.
Me soltó la carnosidad y no pude evitar el sonido de necesidad
en el fondo de mi garganta.
—No puedo dejar de pensar en todo lo que quiero hacerte. —
Deslizó su pulgar en mi boca, obligándome a tomarlo, haciéndome
desearlo como si estuviera hambrienta.
Chupé el dedo, gimiendo mientras levantaba aún más las
caderas, rogándole en silencio que me diera ya su polla. Moví mi
lengua a lo largo de su piel, y cuando apretó contra mí, sentí su polla
sacudirse.

Sotelo, gracias K. Cross


—Fóllame, Anthony. — Todavía lo miraba por encima del hombro
y veía cómo se agachaba, agarraba el fino material justo entre las
nalgas y me arrancaba el tanga.
—Anthony...
Fue el sonido justo antes de que me escupiera en la raja lo que
me hizo jadear y maldecir.
—Tan rosa. — gimió mientras agarraba cada lado de mi coño y
separaba mis labios, mostrando mi coño. —Joder. Tienes un coño de
espectáculo, muñeca. Como el mejor de la puta clase. — Volvió a
escupirme en el coño y alisó la saliva antes de rozarme el agujero con
el pulgar. —Voy a estirar este coñito hasta que mañana no puedas
sentarte cómodamente. — Me dio un azote entre las piernas y gemí. —
Te voy a destrozar de la mejor puta manera, Pyper.
— ¿Sí?— Me burlé. —Entonces ponte a ello y fóllame.
Sonrió como un tiburón, se levantó lentamente y se bajó la
cremallera de los pantalones. Con su mirada oculta clavada en la mía,
metió la mano en la bragueta y sacó su polla.
No era una mojigata, pero, maldita sea, aquel hombre estaba
colgado como un caballo, con una polla descomunal que tenía una
enorme vena que recorría la parte inferior, y unos huevos que parecían
enormes pesas gemelas.
Empecé a mover las caderas, deseando que Anthony me llenara.
Y él me llenó en ese momento, muy bien. Con sus dedos. Tres para ser
exactos, y Dios, eran gruesos y grandes y dolían tan bien.
Los bombeó dentro y fuera, y me mordí el labio lo bastante fuerte
como para saber que estaría magullado. Podría haberme corrido, pero
los sacó demasiado pronto. Anthony me rodeó y me agarró entre la
garganta y la barbilla con una fuerza casi dolorosa para tirarme hacia
atrás, hasta que quedé de pie, con la parte superior de la cabeza
apoyada en su pecho. Me hizo saborearlos, empujándolos a lo largo de
mi lengua hasta el fondo y luego tirando de ellos hasta casi liberarlos.
—Eso es, dulzura. Chúpalos hasta dejarlos limpios.
Pasé la lengua por sus dedos, gimiendo suavemente.

Sotelo, gracias K. Cross


— ¿Saben bien, nena? — Levantó la mano y me mostró los dedos
brillantes. Luego Anthony se los llevó a la boca y los chupó, gimiendo.
Tarareó: —Oh, sí, muñeca. Sabes jodidamente increíble.
Con su mano aun agarrando mi mandíbula, me ordenó que me
abriera más. Y cuando lo hice, Anthony se inclinó sobre mí, tan alto
que solo tenía que mirar hacia abajo, y... me escupió en la boca.
Mis ojos se agrandaron, mi corazón se aceleró, y lo miré
directamente a los ojos, que apenas podía ver tan de cerca, y le exigí
sin decir una palabra que me follara.
Anthony se agarró y acarició aquella enorme polla entre
nosotros, luego separó aún más mis pies antes de inclinarme una vez
más.
—No te muevas. — me ordenó. —Aunque te duela, dulzura.
Solo pasó un segundo antes de que sintiera una brisa seguida
de la bofetada dura y punzante de su mano en la mejilla desnuda de
mi culo.
—Oh Dios. — jadeé por el dolor, pero pronto me invadieron el
calor y el placer, y fue entonces cuando volvió a azotarme. Me dio dos
bofetadas más, cada vez más cerca del coño.
Anthony tenía sus manos en mi cintura, apretando sus dedos
con fuerza, hasta que cerré los ojos, el dolor se sentía tan
condenadamente bien.
Me tiró hacia atrás, de modo que mi culo se apretó contra su
polla dura. Dios, era enorme. Tan gruesa y larga que solo podía pensar
en lo bien que se sentaría metida en mi coño.
Giró las caderas y se apretó más contra mí. —Joder, muñeca. —
Me golpeó en seco y gruñó: — Eso se siente tan jodidamente bien.
Anthony me pasó las manos por las nalgas y luego me subió los
dedos por la columna. La tela de mi vestido le impedía tocarme la piel
desnuda, pero no quería tomarme el tiempo de desnudarme del todo.
—Quiero que me folles aquí y ahora, con el vestido hasta la
cintura y la gente a la vuelta de la esquina.

Sotelo, gracias K. Cross


No me di cuenta de que había dicho las palabras hasta que
salieron de mi boca.
—Tu culo está hecho para mí, Pyper. Fuiste hecha para todo
para mí... mis manos, mi boca y, lo más importante... mi gran polla.
— Sus palabras me llenaron de calor y la sangre corrió por todo mi
cuerpo. —Te voy a follar tan fuerte, que tu pequeño coño estará tan
crudo y usado, que lo sentirás mañana cuando te sientes. Sentirás ese
dolor. Esa ternura de tener mi enorme polla dentro de ti. — Tenía su
boca justo al lado de mi oreja y siseó: —Nunca te olvidarás de mí,
nena.
Y entonces me agarró por la nuca, me empujó hacia delante
hasta que mi boca quedó pegada al cuero de la silla, y me agarró el
culo. Me inclinó las caderas, de modo que la carne se sacudió y mi
culo salió disparado. El sonido que hizo fue una mezcla de animal y
hombre perdiendo el poco control que le quedaba.
Anthony separó las nalgas y deslizó los dedos entre mis muslos.
Un gemido me abandonó ante la sensación de sus gruesos dedos
deslizándose por mi carne empapada.
—Sí, estás bien preparada para mí. Toda lista para mi polla,
Pyper.
Cuando retiró la mano, la sustituyó por la gruesa y bulbosa
cabeza de su polla. Tuve que enrollar las manos alrededor del respaldo
de la silla y agarrarme.
—Aguanta, muñeca. Estoy a punto de follarte.
En un movimiento rápido, Anthony me enterró toda la polla.
Jadeé y sentí que mis ojos se abrían de par en par por la intrusión y
la penetración. Estaba tan tensa que el dolor era inmenso.
No había tenido sexo en mucho tiempo, y Anthony era
demasiado grande. Demasiado grueso. Tenerlo dentro de mí dolía,
pero se sentía tan bien.
Cuando se retiró lentamente y empujó de nuevo un segundo
después, la incomodidad terminó transformándose en algo feroz. Algo
aún más loco que el deseo que me recorría.
—Esto es lo más lento que puedo ir, Pyper nena.

Sotelo, gracias K. Cross


Miré a Anthony por encima del hombro. Parecía un Dios
mientras me follaba. Incluso a través de su traje, podía ver lo
musculoso y fuerte que era, lo masculino y poderoso. Lo sentía en
cada empujón, en cada centímetro que me obligaba a tomar.
Sacó la polla hasta que solo quedó la punta alojada en mi coño
y volvió a metérmela hasta el fondo con tanta fuerza y rapidez que
sentí que me faltaba el aire. Mis músculos internos se apretaban
rítmicamente, como si mi cuerpo deseara que aquel hombre me
penetrara hasta el fondo.
Los minutos pasaban y Anthony aumentaba la velocidad y la
potencia con la que me follaba.
—Maldita sea, dulce chica. Te sientes tan bien. — gimió.
Lo único que podía hacer era aguantar mientras me penetraba
como un poseso, como si me hubiera estado esperando toda la vida y
ahora que estaba aquí... se estaba saciando.
Anthony bajó las manos por la parte exterior de mis muslos y
luego volvió a subirlas para agarrarme el culo y apretarme con fuerza
las nalgas.
—El culo más bonito que he visto nunca. — susurró como si solo
quisiera oírlo él.
Estaba como loco, follándome con desenfreno, profiriendo
gruñidos y gruñidos que me recordaban a los de un animal salvaje.
Todo lo que podía hacer era aguantar y dejar que este hombre
poderoso me follara como si no estuviéramos a un paso de estar al aire
libre y montar un espectáculo.
Experimentar el exhibicionismo.
—Te gusta saber que están ahí, mientras estás inclinada sobre
esta silla, mi gran polla entre tus muslos, mis dedos clavándose en ti.
— No era una pregunta. Era una afirmación posesiva, de macho alfa.
Y me pregunté cómo podía saber que eso estaba en mi mente.
Me penetró de golpe y jadeé, con todo el cuerpo apoyado en el
cuero y el culo levantado mientras él me penetraba.

Sotelo, gracias K. Cross


Gimió. —Tu coño está tan apretado y húmedo. Estás hecha para
mí.
No quería que esto terminara, pero no podía controlarme. Ni
siquiera pude evitar correrme. —Me voy a correr. — Las palabras eran
agudas mientras salían de mí. El sonido de su polla entrando en mi
coño empapado fue fuerte, erótico y tan obsceno que me llevó al límite.
Y cuando se retiró y lo oí escupir en el lugar donde su polla se había
fundido con mi coño, me corrí para él.
Eché la cabeza hacia atrás, cerré los ojos y sentí el escozor de
sus dientes clavados en mi cuello.
—Dios, joder, sí. — gruñó contra mi garganta, se echó hacia
atrás y empezó a meterme la polla de golpe.
—Voy a llenarte. Voy a disparar una enorme carga tan profundo
en tu coño que cuando salga, mi semen goteará de tu coño durante
días.
Sentí su sudor en mi nuca y gemí cuando su lengua lamió el
mordisco que acababa de darme.
—Cristo. Quiero que esto dure, pero no puedo aguantar mucho,
muñeca. Tengo que correrme.
Mi coño succionó su polla y el placer me recorrió de arriba a
abajo.
En ese momento supe que no estaba lista para que esto
terminara.

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 7
ANTHONY

Jesucristo.
...ver a mi pequeña muñequita correrse era casi tan bueno como
correrse uno mismo. Pero había estado al borde todo el tiempo, tan a
punto de correrme que no podía controlar ni mis palabras, ni mis
pensamientos, ni mis acciones.
La sentí correrse, su coño apretando mi gran polla y haciéndome
maldecir por lo bien que se sentía. Le golpeé el culo lo bastante fuerte
como para dejar la huella de mi mano en la suave carne con un
contorno rosa vibrante.
El sonido que emitió fue un maullido, una súplica, y yo me
aparté y vi cómo mi polla entraba y salía de su apretado coño. Su
carne estaba roja, húmeda e hinchada, y todo por mi culpa.
—Joder, cariño. — Estaba sudando, la puta máscara me
irritaba, pero no dejé de penetrarla para limpiarme. Me retiré y escupí
donde nuestras carnes se encontraban de nuevo, amando el rastro
resbaladizo que dejaba antes de empujarla dentro de su cuerpo con
mi polla. —Me corro. Te estoy llenando.
Y entonces no pude contenerme más. Me la follé bien duro hasta
que se me hincharon las pelotas y me rendí.
Una vez, dos veces, y a la tercera, me enterré dentro de ella todo
lo que pude. Me corrí tan fuerte que la llené con mi semen, haciendo
que lo tomara todo. Ni siquiera podía ver bien de lo bien que me sentía.
Mis músculos se tensaron, mi polla palpitó, y me aseguré de que
ella tomara hasta la última gota.
Me dejó seco.
Me desplomé sobre su espalda, su sudor era tan jodidamente
dulce que no pude evitar arrastrar mi lengua por sus omóplatos para
absorberlo.

Sotelo, gracias K. Cross


Mi cuerpo se estremeció y me retiré, viendo cómo mi semen
empezaba a salir de su agujero. Utilicé el dedo para volver a metérselo.
—Todavía no, dulce chica. Quiero que te guardes cada puta gota en el
coño por ahora, para recordarte lo que pusiste ahí cuando te moje las
bragas más tarde.
Oí pasos, y una parte de mí quería que quienquiera que viniera
por esa esquina viera que acababa de estar hasta las pelotas de Pyper.
Pero mientras miraba la elegante línea de su espalda, sabiendo que
estaba demasiado avanzada en su subidón post-orgásmico para
permitirlo conscientemente, volví a meterme en los pantalones y le
puse el vestido en su lugar.
Murmuró algo, y yo estaba con ella lo suficiente como para
ayudarla, por lo que ahora estaba sentada en la silla mientras yo la
bloqueaba de la vista. Había un lado posesivo en mí que se levantaba
con tanta fuerza que la idea de que alguien la viera después de que
acabara de correrse me daba ganas de cortarle el cuello.
Cuando el camarero dio la vuelta a la alcoba, se detuvo,
sorprendido por la escena que tenía delante. Su expresión de sorpresa
me dijo que no era estúpido. Sabía lo que habíamos estado haciendo.
Diablos, probablemente podía oler el sexo persistente en el aire.
El sonido que salió de mí fue inhumano y me dejó atónito. El
camarero fue lo bastante listo como para dejar la jarra rellenada sobre
la mesa, así como otro puro. Luego se largó de ahí.
Me giré lentamente al cabo de un segundo para ver a Pyper ya
levantada y reajustándose el vestido.
— ¿Huyendo, conejita?
Levantó la vista, con una expresión de sorpresa en el rostro. Su
máscara estaba fuera de su cara, inclinada hacia un lado. Se dio
cuenta y giró rápidamente para enderezarla, pero ya había visto su
rostro perfectamente hermoso. No la conocía, no sabía nada aparte de
su nombre de pila y el hecho de que acababa de tener el mejor puto
sexo de mi vida.
Pero nada de eso importaba, porque la idea de que me
abandonara me parecía jodidamente miserable.

Sotelo, gracias K. Cross


—Yo... — susurró, luego se aclaró la garganta, se ajustó los
zapatos y se giró hacia mí. —Tengo que irme. — Su voz sonó un poco
más fuerte esta vez, pero noté cómo le temblaban los dedos y lo tenso
que estaba su cuerpo.
Podría mentir ahora mismo y decir que no sentía nada más que
un deseo pasajero de ser follada por un desconocido. Pero su lenguaje
corporal decía la verdad. La afectaba de la misma manera que ella me
afectaba a mí.
Cuando no dije nada, exhaló e hizo ademán de pasar a mi lado.
Por instinto, la agarré de la muñeca, deteniéndola, y esperé a que me
mirara.
En ese momento se me pasaron un millón de cosas por la cabeza.
Cosas que quería decirle y que se me congelaron en la lengua.

Si crees que esto ha sido cosa de una sola vez, te equivocas, muñeca.

Aún no he terminado contigo.

Quiero más de ti, Pyper. Y lo tendré. Lo tendré todo de ti.


Pero no dije nada en absoluto. En su lugar, pasé mi pulgar sobre
su punto de pulso, uno que estaba acelerado debajo de él. Y cuando
la solté, se echó a correr, trastabilló un segundo, antes de doblar la
esquina y desaparecer de mi vista.

Oh... dulce chica. ¿Crees que esto ha terminado? Eso es lindo.

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 8
PYPER

Lo que me despertó a la mañana siguiente fue un fuerte dolor de


cabeza, seguido de una sensación de dolor entre los muslos.
Me di la vuelta, con los acontecimientos de la noche anterior
repitiéndose en mi mente incluso antes de levantarme de la cama.
Con un gemido de aturdimiento, me incorporé y me senté en el
borde de la cama, mirando las persianas parcialmente abiertas que
mostraban la ciudad justo al otro lado de los cristales.
Un rubor ya empezaba a cubrirme la cara mientras los recuerdos
de la noche anterior seguían rodando por mi cabeza.
El sexo había sido increíble. Y me atrevería a decir... el mejor
sexo de mi vida.
Anthony había sido tan grande. Tan musculoso. Me sentía como
una cosita delicada comparada con él.
¿Estaba avergonzada porque tuve una aventura de una noche
con un hombre que ni siquiera conocía? ¿Un hombre al que solo
conocía por su nombre de pila?
No. No, no lo estaba. Había sido lo más estimulante,
emocionante y excitante que había hecho en mi vida.
Acostarme con un desconocido no era algo que me hubiera
imaginado haciendo. Como introvertida, no era como si me pusiera a
experimentar algo que siquiera se acercara a lo que estaba sucediendo
ahora.
Debería haber sentido vergüenza y un poco de juicio hacia mí
misma por haberme acostado con alguien que trabajaba donde yo lo
hacía. ¿Qué era ese dicho?
¿No cagas donde comes?
Eso era buscarse problemas.

Sotelo, gracias K. Cross


Pero solo intercambiamos nombres de pila, así que no era como
si Anthony fuera a encontrarme. Bueno, tal vez... ya que Pyper no era
el nombre más común del mundo. Pero por lo que yo sabía, él era de
una rama diferente en la empresa en una ciudad diferente. Tal vez
incluso estados de distancia.
Además, ¿realmente pensé que vendría a buscarme? No. No me
hacía ilusiones de que ambos no supiéramos lo que había sido la
noche anterior. Y fue una noche increíble de follar en público de forma
brusca y sin sentido.
Coloqué la mano entre mis muslos y presioné suavemente, la
sensibilidad y el dolor fueron suficientes para dejarme sin aliento.
También sentí los restos secos de nuestros fluidos combinados
que aún cubrían el interior de mis muslos.
Otra oleada de calor me invadió.
Anoche había llegado tarde a casa. Estaba agotada y solo
pensaba en dormir, así que me fui directamente a la cama.
Ahora, todo eso me parecía un sueño febril mientras me dirigía
al baño y me daba la ducha más caliente imaginable. Olía a lavanda y
vainilla, y mi piel tenía un tono rosado intenso cuando salí.
Cuando me sequé con la toalla y miré mi cuerpo, me di cuenta
de los moretones en forma de huellas dactilares que tenía en las
caderas. Marcas negras y azules que me recordaban a Anthony.
De cuando me abrazaba con fuerza y me follaba.
Apoyé las manos en el borde del lavabo después de envolverme
el cuerpo con la toalla, el agua goteando de los mechones de mi pelo y
resbalando por mis brazos y mi pecho. Otro gemido áspero me fue
arrancado mientras la sangre se me agolpaba en la frente, haciendo
palpitar aún más el dolor de cabeza que ya me latía con fuerza.
El sonido de mi teléfono sonando era como clavos en una pizarra,
pero sabía que era mi madre. Cenaba con mis padres todos los
domingos. Ella siempre llamaba por la mañana para comprobar las
cosas y preguntarme qué me apetecía.

Sotelo, gracias K. Cross


Pero yo no estaba de humor para hablar, y fue en ese momento,
cuando el teléfono dejó de sonar, cuando recordé un trozo de la noche
más vívidamente que ningún otro.
Anthony había sacado mi teléfono y había hecho fotos. Y no lo
había recordado hasta ahora.
Tenía la lengua espesa, la boca seca y la garganta tan apretada
que no podía tragar. Un segundo después estaba en mi habitación y
sacaba el teléfono del cargador. Se me aceleró el corazón cuando abrí
la aplicación de fotos y me quedé helada, con todos los músculos del
cuerpo en tensión al ver una foto tras otra.
Fotos de mi culo desnudo.
Fotos de mi coño depilado.
Y luego estaban las realmente explícitas, que parecían salvajes,
dadas las que acababa de ver.
Eran imágenes que mostraban la mano gruesa y masculina de
Anthony envolviendo la base de su polla. Otra en la que alineaba la
cabeza de su polla con el agujero de mi coño.
Otra era de él a medio camino dentro de mí, mi excitación
brillando a lo largo de su longitud.
Mi culo mostraba las huellas de sus manos, huellas rojas de lo
viciosa que había sido su pasión. Aquellos recuerdos resurgieron y me
hicieron desearlo de nuevo.
Y entonces apareció un vídeo, y me temblaron las rodillas
cuando me dejé caer al borde de la cama para verlo.
Podía oír mi respiración agitada a través del altavoz, seguida de
sus profundos gruñidos. Se oía el sonido lejano de una charla a la
vuelta de la esquina de la alcoba en la que estábamos.
Al principio, todo aquello era como ver mi propia película porno.
Pero entonces giró la cámara, de modo que estaba mirando hacia él.
Seguía con la máscara sobre los labios. Miró fijamente a la pantalla,
con una sonrisa arrogante en los labios.
Luego levantó el cuero, mostrándome completamente su cara, y
me guiñó un ojo.

Sotelo, gracias K. Cross


Dios, era aún más guapo de lo que podía imaginar.
El vídeo terminó en ese momento, con la máscara levantada, la
cara completamente visible y congelada en el tiempo. Pero supe que
debió de volver a colocársela rápidamente y dejar caer mi teléfono
sobre mi bolso, ya que nuestra follada continuó mucho después de ese
momento, y ahí fue donde encontré mi móvil cuando me recogí al
terminar. Aunque su identidad ya no estaba oculta, no sabía quién
era, pero... me resultaba familiar.
No sabía qué me había poseído para abrir la página web de la
empresa o hacer clic en el directorio de personal, pero cuando llegué
a la página en la que aparecían los nombres, cargos y fotos de todos
los que trabajaban en la empresa, respiré hondo.
El corazón se me subió a la garganta y tuve que morderme la
lengua para reprimir el sonido que estaba a punto de salir de mí.
Justo ahí, en el centro, al principio de la lista, mirándome
fijamente con una expresión estoica que emanaba autoridad y poder,
estaba Anthony Blackwell.
CEO.
Propietario de la empresa.
Multimillonario.
Y el hombre con el que me acosté la noche anterior.
Como si mi cuerpo quisiera recordarme lo que había hecho, mi
coño empezó a palpitar y me encontré colocando los dedos justo sobre
la zona sensible, aun recordando lo que sentía cuando él estaba muy
dentro de mí.
El teléfono se me escapó de los dedos y cayó al colchón, a mi
lado. Buen Dios. He follado al jefe.
Estaba mirando fijamente a la pared, cuando mi teléfono empezó
a sonar de nuevo. Con los ojos cerrados y un gemido brotando de mis
labios, cogí el móvil y contesté, sabiendo que era mi madre.
—Hola, mamá.
— ¿Qué pasa? — preguntó, con el sonido de las cacerolas
golpeando tan fuerte que me estremecí y me froté los ojos.

Sotelo, gracias K. Cross


Esta vez contuve el gemido y me dejé caer en la cama, con el
agua ya seca en el cuerpo y la toalla suelta mientras me dejaba caer
como un pez muerto. —Estoy bien. Solo bebí demasiado anoche en la
fiesta de la empresa y ahora me duele la cabeza.
Hizo un gesto de asco, pero no hizo ningún comentario. —
Escucha, tu padre ha pedido lasaña para cenar. ¿Te parece bien? Voy
a hacer tiramisú de postre, y ha cogido un poco de ese pan de ajo
casero de la panadería del pueblo.
—Todo suena genial, mamá.
—Maldita sea. — maldijo.
— ¿Estás bien?
—El vapor de los fideos está muy caliente.
Me reí, imaginándola vertiendo el agua de la pasta y una nube
de vapor subiendo. Nunca aprendía. La recordaba en la misma
situación muchas veces mientras crecía.
—No lo digas. — dijo, y la oí sonreír.
—No iba a decirlo.
Se echó a reír, y oí a mi padre gritar de fondo, seguramente por
algo que estaba pasando en la televisión.
—Díselo, Darlene. — La voz apagada de mi padre sonó más
cerca, como si estuviera caminando hacia ella.
Mi madre exhaló. —Pyper, para empezar, quiero decirte que no
tuve nada que ver con esto.
Abrí los ojos y miré al techo. —Suena prometedor. — respondí
con sarcasmo.
Se oyó un ruido y supe que mi padre estaba cogiendo el teléfono.
—Hola, cariño.
—Hola, papá.
— ¿Te parece bien que tengamos un invitado esta noche?
Negué, aunque él no pudiera verme. —Por favor, dime que no
estás intentando tenderme una trampa. — Me froté los ojos, el dolor

Sotelo, gracias K. Cross


de cabeza era aún peor. Mis padres siempre habían tenido buenas
intenciones, pero lo último que quería era que uno de ellos intentara
tenderme una trampa.
No, gracias.
—Um…
Papá interrumpió a mi mamá: —Cena con él. Es el hijo del señor
Borowski. ¿Te acuerdas de él de cuando tuvimos la cubierta
construida?
—No, papá.
—De todos modos —continuó— su hijo tiene tu edad. Tiene una
buena cabeza sobre los hombros. Trabaja con su padre en el negocio
familiar. — Ante mi silencio, dijo: —Es solo una cena, Pyper. Una
noche. A ver si te gusta. Tal vez congenien.
Lo último que necesitaba ahora mismo era una cita a ciegas,
pero mi padre sonaba tan sincero, y podía imaginármelo ahí de pie,
con cara de esperanza.
—De acuerdo, papá. — murmuré finalmente tras una larga
pausa. —Pero, por favor, no lo hagamos raro.
—Yo no hago cosas raras, cariño.
Resoplé y me incorporé en la cama. —Nada de contar historias
de cuando era más joven y se me pegó un chicle en el pelo y acabé
haciéndome un salmonete intentando quitármelo.
Soltó una carcajada. —Pero son historias tan bonitas.
—Estaré ahí a las seis... con las campanas puestas. — dije con
un grueso sarcasmo entrelazado en mis palabras.
—Te quiero. — gritó mamá.
—Te quiero, cariño. Nos vemos.
Desconecté la llamada y me quedé sentada un momento, sin
pensar en el desastre que sería esta cita a ciegas. Todos mis
pensamientos seguían centrados en Anthony Blackwell y en cómo iba
a afrontar exactamente el hecho de haberme acostado con el hombre
más poderoso que conocía.

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 9
PYPER

Me pregunté si mi cita a ciegas se sentiría tan incómoda como


yo en aquel momento.
El silencio en la mesa era intermitente, solo interrumpido por
uno de mis padres que preguntaba a Leland sobre el “negocio familiar”
o intentaba entablar conversación entre nosotros dos.
La conversación era forzada, y lo único que deseaba era irme a
casa a dormir la resaca.
—Cariño, trae el tiramisú. — dijo mi madre mientras se servía
otra copa de vino. — ¿Pyper?— Levantó la botella e hice una mueca.
—No, gracias. —Cogí mi vaso de agua y di un largo trago.
—Te has acostado tarde, ¿eh? —preguntó Leland y me guiñó un
ojo. Cogió su cerveza, la que mi padre le acababa de traer cuando cogió
una para él.
Leland era bastante agradable. Se portó bien cuando estaba
claro que mis padres intentaban meternos en una conversación. Pero
yo no podía dejar de pensar en Anthony, y eso me irritaba.
En realidad me estaba enojando conmigo misma por dejar que
esto me consumiera tanto. Era mi culpa por buscarlo en Internet.
Porque ahora no podía concentrarme en nada más.
Mi padre volvió a sentarse con el postre y el café, pero antes de
que pudiera hincarle el diente, mi madre dijo: —Cariño, vamos a
darles tiempo a los dos para que hablen. — y entonces ella y papá
cogieron su tiramisú y su taza de café y se fueron.
Por un momento, Leland y yo nos quedamos sentados en una
pausa de incomodidad e incomodidad.
—Si te hace sentir mejor, mi padre fue quien propuso esta cena.
— dijo y se echó hacia atrás.

Sotelo, gracias K. Cross


Era un hombre corpulento, más parecido a un leñador que a un
obrero de la construcción. Llevaba una bonita camisa de franela con
una camiseta blanca debajo, con los primeros botones desabrochados.
Tenía la complexión de un lineman ofensivo, bíceps del tamaño de un
tronco de árbol y un cuerpo de padre que seguro que le granjeaba el
aprecio de muchas mujeres.
Ladeé una ceja al oír lo que decía. Me sorprendió que fuera su
padre quien organizara todo esto. Mi padre había actuado como si
hubiera colocado todas las piezas del rompecabezas en su lugar.
Leland se pasó la mano por las mejillas y la mandíbula
desaliñadas y sonrió. Sus dientes blancos y rectos brillaban detrás de
sus labios. —Nuestros padres se parecen mucho.
Resoplé y cogí mi vaso de agua, dando un largo trago. — ¿Así
que a tus padres también les gusta meterse en tus asuntos?
Soltó una carcajada y cogió su cerveza para darle un buen trago
antes de contestar. —No tienes ni idea. Solo somos mi padre, mi
hermano pequeño y yo. Mi madre falleció hace varios años. Nuestros
padres se entrometen, pero por una buena razón. Solo quieren que
seamos felices.
No pude discutir ese punto.
Continuó: —Ninguno de mis padres tuvo hermanos, así que
estamos solos. Y mi hermano pequeño ha dejado claro que no tiene
planes de tener una relación a corto plazo. Está centrado en su
carrera. — Se encogió de hombros. —Así que mi padre ha convertido
en la misión de su vida hacer de Cupido para mí. Cree que me estoy
haciendo mayor. — Se rió entre dientes. —Unas cuantas canas no
significan que sea tan viejo. — Me guiñó un ojo y me reí.
Hubo un momento de silencio y luego dije en voz baja: —Siento
mucho lo de tu madre.
Me dedicó una dulce sonrisa y se encogió de hombros. —Gracias.
Fue hace mucho tiempo. A la mierda el cáncer, ¿no?
Levanté mi vaso de agua. —Brindo por eso. — Chocamos
nuestros vasos.

Sotelo, gracias K. Cross


—Mis padres son entrometidos en lo que respecta a mi vida, pero
nunca han llegado al extremo de juntarme. Es la primera vez.
No respondió, pero yo no estaba buscando una. Intentaba no
pensar en Anthony y en lo que compartimos anoche. Ni siquiera
estaba centrada en el hecho de que era el CEO de donde trabajaba.
Aunque esto último me sorprendió, estaba más centrada en
cómo me había sentido cuando había estado con él.
Libre. Emocionada. Eufórica.
Y mientras miraba a Leland, supe que no quería esto. Era guapo
y parecía inteligente e ingenioso. Era fuerte y tenía ambición. Pero él
no era Anthony, y yo quería explorar por qué pensaba eso.
—Entonces, Leland. — dije suavemente.
Volvió a reírse. —Puedo decir en esas dos palabras y en ese tono
hacia dónde se dirige esto. — Esbozó una pequeña sonrisa.
Para ser sincera, nunca había rechazado a nadie. A mí siempre
me dejaban, sobre todo por “aburrida”, porque no quería salir ni hacer
locuras. Era una persona hogareña. Tampoco había sido nunca una
persona que se esforzara por ser extrovertida y dar el primer paso.
Pero la verdad era que la forma en que pensaba constantemente
en Anthony me hacía querer explorar esos sentimientos. Nunca había
hecho algo tan atrevido en mi vida, así que no sabía si el hecho de que
él consumiera mis pensamientos era algo normal.
Pero en cualquier caso, estaría haciendo un flaco favor tanto a
Leland como a mí si no intentaba al menos dar sentido a lo que sentía
por Anthony. Y algo dentro de mí me decía que también lamentaría no
intentarlo... aunque no me llevara a ninguna parte.
Leland se levantó antes de que pudiera volver a hablar y lo miré.
—Ha sido un placer cenar contigo, Pyper. Me alegro de que nos
hayamos conocido. Si las cosas no funcionan con el hombre que
consume tus pensamientos, llámame. Me encantaría invitarte a salir.
Abrí la boca, pero no salieron palabras. Me guiñó un ojo más y
se marchó, murmurando de pasada un adiós a mis padres, que
seguían en el salón, antes de que oyera abrirse y cerrarse la puerta
principal.

Sotelo, gracias K. Cross


Me quedé un momento mirando mi vaso de agua.
Tres. Dos…
— ¿Qué tal ha ido?
Me reí entre dientes después de oír a mi madre, sabiendo que
estaría aquí antes de que pudiera siquiera formar un pensamiento. La
miré y sonreí. —Estuvo bien. Es un tipo realmente agradable. — Miré
mi teléfono y vi la hora. —Te ayudaré a limpiar, pero tengo que irme a
casa. Tengo que madrugar para trabajar. — La mirada que le dirigí a
mi madre habló lo suficientemente alto como para que no indagara.
Y menos mal, porque lo último que quería era tener un desliz y
que mamá supiera que sentía algo por mi jefe, un hombre al que no
conocía... y que anoche me folló hasta dejarme sin sentido.

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 10
ANTHONY

Tap. Tap. Tap.


—Tenemos que mirar las existencias y los márgenes.

Tap. Tap. Tap.


—Y ese contrato tiene que estar finalizado para el final de la
semana.

Tap. Tap. Tap.


— ¿Sr. Blackwell?
Dejé el bolígrafo que había estado golpeando contra la mesa de
conferencias y me centré en los dos hombres apostados a ambos lados
de mí.
—Haga lo que tenga que hacer. — No había oído una puta
palabra de lo que decían, mi mente estaba concentrada en... otras
cosas. Confiaba en que los hombres de esta sala tomaran las
decisiones correctas en lo que se refería al negocio. Tenía que hacerlo
si quería asegurarme de que mi empresa no se hundiera. Mi instinto
nunca me llevó por mal camino. Elegí a cada uno de ellos, porque
sabía que tenían el mismo objetivo que yo.
Hacer dinero.
Eso no era lo único en la vida, pero era lo que hacía que todo
funcionara. Te guste o no, así funcionaba el mundo, y o jugabas el
juego o eras el perdedor.
Y a la mierda perder. Conseguía lo que quería, cuando quería y
como quería. Siempre ganaba.
Y es por eso que sabía que tenía que ver a Pyper de nuevo. Ella
había estado en mi mente desde el sábado por la noche, y durante el
último día y medio, no había sido capaz de quitármela de encima. Se

Sotelo, gracias K. Cross


había clavado en mí con sus afiladas garras pintadas de rojo. Sabía
que no podía alejarme. Sabía que no podía dejarla ir, no hasta que la
tuviera de nuevo y viera si esto era algo más que yo necesitando otra
muestra del culo más caliente que jamás había tenido.
— ¿Eso es todo?— Los hombres a mi alrededor se miraron entre
sí, no acostumbrados a verme nervioso… no así. Me sentía
jodidamente inquieto, como si me hubiera tomado una cafetera y me
hubiera metido algún energizante.
No esperé a que me respondieran, me levanté, salí de la sala de
juntas y me dirigí a mi despacho. Lo primero que hice esta mañana
fue buscar a Pyper en el directorio de personal. Dejé que se me metiera
en la cabeza durante todo el domingo, para ver si podía quitármela de
encima, y cuando no pude, cuando solo podía pensar en ella, aceché
su precioso trasero.
Pyper Hawthorn. Trabajaba en la división de entrada de datos,
solo llevaba seis meses aquí, pero su supervisor la elogiaba en su
expediente por su trabajo rápido y eficaz. No es que me importara una
mierda. La quería a toda costa, aunque mandara a la mierda el trabajo
y todo lo que conllevaba.
Me recosté en la silla y me quedé mirando la pantalla del portátil.
Su foto. Dios, incluso su foto de empleada era jodidamente sexy.
Parecía tan tímida mientras sonreía a la cámara. Una sonrisita.
Recordé sus labios y cómo se sentían. Fantaseé con su sabor y su
tacto mientras me masturbaba esta mañana.
Joder, me corrí tan fuerte. También había sido largo, uno que
parecía eterno, pero aun así no me había sentido tan bien como
enterrado profundamente dentro de Pyper.
Quería llenarla de nuevo. Sí, eso es lo que quería hacer. Eso es
lo que haría. Se me puso dura de nuevo solo de pensar en ella,
pensando en la cantidad de semen que pondría dentro de ella. Sería
tanto que gotearía de su apretado y pequeño coño rosado durante
horas, tal y como imaginé que había hecho ella al despertarse ayer.
Cuando llamaron a mi puerta, levanté la vista y, después de
pedirle que entrara -porque sabía quién era, ya que era el único que
podía llamar a mi puerta-, mi asistente personal la abrió de un
empujón y asomó la cabeza por la esquina. Sabía que nunca debía

Sotelo, gracias K. Cross


abrir a menos que le dieran el visto bueno. —Matt McMillian, de
McMillian and Son, quiere saber si estás disponible para comer hoy
más tarde.
Miré fijamente a Michael y luego volví a mirar la pantalla del
ordenador. —Hoy no. Ya tengo planes para comer.
Lo supiera Pyper o no... Iba a comer conmigo esta tarde.

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Capítulo 11
PYPER

Cuando recibí la nota de que había una comida de empresa esta


tarde, mi reacción inicial fue de confusión. Yo no estaba en posición
de que me invitaran a almuerzos de empresa a menos que estuvieran
planificados de antemano y fueran para toda la empresa.
Luego, cuando se me pasó la confusión, pregunté si habían
invitado a alguien más a la comida. El pánico se apoderó de mí, porque
nadie más había recibido la nota.
Era solo para mí.
Y supe sin lugar a dudas que se trataba de Anthony.
Honestamente no había pensado que me buscaría. Por lo que yo
sabía, él hacía cosas como ésta —follarse mujeres con puros y
fumárselos después— todo el tiempo.
Así que cuando entré en el exclusivo restaurante italiano a las
doce en punto, tenía el corazón acelerado, las palmas de las manos
sudorosas y estaba segura de que mi respiración caótica era visible
para cualquiera que me mirara.
Le di el nombre de la empresa a la camarera, que enseguida me
condujo a uno de los reservados de la parte trasera del restaurante.
Era un lugar apartado, privado, que me recordaba a la alcoba del salón
de fumadores de las dos noches anteriores.
No vi a nadie en la mesa, pero había dos copas de vino tinto
colocadas una enfrente de la otra. Tomé asiento, con la falda subida,
de modo que el asiento de cuero se sentía fresco bajo la parte posterior
de mis muslos, que ahora solo estaban cubiertos por una capa
transparente de medias.
Y luego esperé con el corazón en la garganta.
Cerré los ojos y exhalé lentamente antes de inhalar. Me
temblaban las manos, así que las junté y las coloqué sobre mi regazo.

Sotelo, gracias K. Cross


Dios, nunca había estado tan nerviosa.
Cuando levanté la cabeza y abrí los ojos, mirando mi copa de
vino, supe que no estaba sola. Pude ver en mi visión periférica un gran
cuerpo de pie junto a mí. Estaba envuelto en ropa oscura y olía a
colonia cara... una que me resultaba familiar como si fuera ahora un
recuerdo esencial.
Era un aroma que hizo que cada parte de mi cuerpo se
encendiera al instante. Era un aroma que mi cuerpo reconocía muy
íntimamente desde el sábado.
No sabía por qué me había quedado helada. Por qué no lo miré
de inmediato. Pero los nervios hacían que cada célula de mí se
paralizara, tropezando unas con otras.
—Me alegro de volver a verte, Pyper.
Tragué saliva, pero sentí como si mi corazón estuviera
literalmente en el centro de mi garganta, y me atraganté un poco. Cogí
mi copa de vino y bebí un largo trago del cristal antes de volver a
dejarla.
¿Se daba cuenta de que me temblaban los dedos? ¿Podía oler la
adrenalina y la ansiedad que desprendía?
Entonces lo miré, empezando por los botones de su traje de
sastrería cara, recorriendo la enorme extensión de su pecho y
continuando hacia arriba hasta sus anchos hombros. Sabía que el
material ocultaba un cuerpo fuerte, masculino y musculoso.
Y luego subí más por su cuello bronceado y acordonado y me
quedé mirando fijamente un rostro que solo había visto parcialmente,
ya que una máscara lo había estado cubriendo la única vez que
estuvimos el uno en presencia del otro.
Ni la foto de la página web ni el vídeo que me dejó en el móvil le
hacían justicia; nada comparado con contemplar su atractivo rostro
en persona.
Reconocí sus labios carnosos y la barba recortada me resultó
familiar. Mi cuerpo recordaba perfectamente cómo se sentía cuando
me escupía en el coño y luego lamía los dedos y el puro.
Y la forma en que me gruñía esas cosas obscenas.

Sotelo, gracias K. Cross


El calor me consumía.
Juraba que aún sentía la abrasión de aquellos bigotes en mi
cuello, y mis músculos se apretaron internamente, sintiendo el
recuerdo de lo cálido que había sido su aliento cuando me lo susurró
al oído.
—Hola. — susurré, y mis mejillas se calentaron.
No sabía qué más decir. ¿Cómo te dirigías al enmascarado que
te había follado hasta la saciedad apenas dos días antes? Desde luego,
no había pensado que volvería a ver a Anthony, a menos que nos
encontráramos por casualidad.
No respondió, se limitó a sentarse en la mesa de enfrente. Dios,
qué buen aspecto tenía, llenaba el asiento de cuero porque era tan
corpulento que, aunque yo quisiera estar a su lado, no habría espacio
suficiente para sentarnos cómodamente juntos.
Extendió la mano y sus largos y gruesos dedos se enroscaron en
el tallo de la copa de vino. Como eran tan grandes, parecía que iba a
partir el cristal por la mitad como si fuera un palillo de dientes.
Vi cómo se llevaba la copa a los labios, unos labios carnosos y
masculinos que me habían besado tan a fondo que pensé que me
volvería loca.
Anthony bebió un largo trago, sin apartar su mirada de la mía.
Sus ojos eran oscuros, y la luz del restaurante dejaba ver las motas
de ámbar que se entretejían en sus profundidades casi color ébano.
Llevaba el pelo corto y rubio peinado con elegancia, pero
ligeramente despeinado sobre la frente, como si hubiera estado
pasándose los dedos por él durante toda la mañana, sentado en una
reunión del consejo de administración.
Después de volver a dejar el vino, ninguno de los dos dijo nada
durante lo que nos pareció una eternidad. Debía de haber pedido ya
por nosotros, porque en lugar de preguntarnos qué queríamos, el
camarero se acercó y nos sirvió una fuente familiar de espaguetis con
albóndigas, un plato de pan de ajo y dos ensaladas.
Miré la comida y luego a él. —Te has tomado libertades, por lo
que veo. — Mi voz era suave, carente de verdadero calor.

Sotelo, gracias K. Cross


Me dedicó una sonrisita que me hizo arder por dentro. — ¿Has
estado aquí antes?
Negué.
—Tienen los mejores espaguetis con albóndigas de la ciudad. Te
he hecho un favor.
Resoplé sorprendida por su arrogancia, pero no me molesté en
responder. Me lamí los labios y me miré las manos que aún tenía en
el regazo, con los dedos entrelazados nerviosamente, porque si no me
rasgaría la ropa.
—Te dije que no había terminado contigo, Pyper.
Levanté la cabeza al oír su tono autoritario. Mis ojos se abrieron
de par en par ante la autoridad de su voz. La posesividad. —Ni siquiera
sé lo que eso significa —respondí, mi voz no era más que un suave
susurro que hizo que su sonrisa de satisfacción se hiciera más
intensa.
Había algo extraño y enigmático en este hombre. Algo peligroso
que hizo saltar las alarmas en mi interior. Debía de ser veinte años
mayor que yo, y nunca había deseado a nadie tanto como a él.
Y por su declaración, estaba claro que este hombre estaba
acostumbrado a conseguir lo que quería cuando lo quería.
Probablemente no oía la palabra “no” muy a menudo, si es que la oía.
¿Qué tenía Anthony Blackwell que me hizo esta cosa extraña?
¿Cómo podía una persona solitaria consumirte tan completamente en
tan poco tiempo?
—Sabes lo que significa. — Dejó que esas palabras calaran
hondo. —Soy un hombre que va directo al grano. Cuando digo algo, lo
digo en serio, Pyper. Y cuando dije que esto no había terminado, lo
dije en todos los sentidos. — Se inclinó hacia mí, apoyando los
antebrazos en la mesa.
Pude ver cómo los músculos se abultaban contra el costoso
material, recordando cómo me agarraba las caderas cuando me daba
duro y rápido con la polla, follándome por detrás. La fuerza y la
potencia de sus brazos me excitaban tanto que probablemente habría
llegado al orgasmo solo con verlos.

Sotelo, gracias K. Cross


—Me invitaste aquí, y estoy segura de que no fue por pasta. Eso
no es ir directo al grano.
Anthony se me quedó mirando un momento, con los labios
crispados como si tratara de contener una sonrisa, antes de coger el
tenedor, ponerse la servilleta sobre el regazo y empezar a comer, como
si quisiera fingir que me equivocaba. Yo, en cambio, estaba demasiado
cohibida y nerviosa por la conversación como para comer de
inmediato. Pero cuando me señaló el plato, pensé que un poco de
comida me ayudaría a aclarar las ideas.
Como mínimo, me nivelaría el azúcar en sangre y me aliviaría el
mareo. Me sentía a punto de desmayarme, a pesar de estar sentada.
Doy un bocado, mastico y trago. Lo repetí, sin apenas saborear
la comida, tan apretada. Finalmente, pregunté: — ¿Qué es
exactamente lo que quiere, señor Blackwell?
Sonrió, pero en cierto modo parecía irritado. —Creo que tener mi
polla en tu apretado, húmedo y rosado coño y follarte hasta que eches
crema por todo mi tronco hace que las cosas sean lo bastante íntimas
entre nosotros como para que podamos saltarnos las formalidades,
muñeca. — Dio un mordisco y masticó despacio. — ¿No crees, Pyper?
Miré a mi alrededor, nerviosa. Había hablado tan alto que era
imposible que los camareros que pasaban a toda prisa hacia el
comedor principal no lo hubieran oído. — ¿Podrías decir esa mierda
más alto?— Mi voz era un susurro lleno de sorpresa y mi propia
irritación.
—Que se jodan los demás. — Anthony me miró fijamente con tal
intensidad que exhalé lentamente. —No he podido dejar de pensar en
ti. — dijo finalmente después de varios largos segundos.
Se recostó contra la cabina con su copa de vino en la mano. Dejó
que colgara entre nosotros mientras bebía un sorbo de vino, mientras
yo hacía los movimientos de comer y tragar, y luego me limpiaba la
boca. Necesitaba más vino.
—Los pensamientos sobre ti no han dejado de acosarme en los
últimos dos días. Crecieron hasta que empezaron a enojarme.
Me atraganté con lo que acababa de beber, sorprendida por sus
palabras.

Sotelo, gracias K. Cross


¿Enojándolo? ¿Enojándolo?
—Suena como un problema personal. — repliqué, sintiendo
mucho fuego en las venas.
Por un segundo, Anthony no respondió, ni siquiera mostró
expresión alguna en su rostro. Luego soltó una risita grave que me
hizo estremecer. —Nada es personal para mí... a menos que te esté
follando. Entonces sí que es personal, Pyper.
Sentí que mis mejillas se calentaban, sabía que probablemente
estaban rojas como tomates. Este hombre tenía un don con las
palabras, del tipo que le robaba el aliento a una mujer, le aceleraba el
corazón y hacía que se le humedecieran las bragas.
—Dime, muñeca. — dijo en voz baja, con un tono cargado de
intenciones sexuales. — ¿Salió mi semen de ti durante horas como te
dije que haría?
Me mordí el interior de la mejilla para contener el gemido que
habría escapado de mis labios ante sus palabras tan crudas y
excitantes.
—Por tus bonitas mejillas rosadas y el hecho de que intentas no
volver a emitir esos maullidos sexys para mí, voy a suponer que tus
bragas han estado mojadas desde que te llené de mí.
Cerré los ojos y aparté la mirada, demasiado avergonzada y
excitada para mirarlo a los ojos.
Apreté los muslos, sabiendo que no podía ocultar cómo me
afectaba. Anthony Blackwell podía leer mi lenguaje corporal como si
tuviera un doctorado en la materia.
—Tengo una proposición para ti, Pyper, y no aceptaré un no por
respuesta.

Sotelo, gracias K. Cross


Capítulo 12
ANTHONY

Habían pasado dos jodidos días desde que Pyper aceptó ser mía.
Cuarenta y ocho malditas horas desde que cerramos el trato con
un rapidito antes de volver al trabajo, donde yo había estado en
reunión tras reunión, y luego muerto para el mundo al final de esos
largos días, cuando me había estrellado.
Pero aquí estaba yo, sentado en mi despacho, mirando fijamente
la pantalla del ordenador, sabiendo que solo podía concentrarme en
una cosa, y con toda seguridad no era trabajar de verdad.
Llamé a mi asistente personal, le pedí una cosa y esperé.
Cinco minutos más tarde, tres suaves golpes llamaron a mi
puerta. Me enderecé en la silla, cerré el portátil y me agaché para
agarrarme la polla, que ya estaba dura como una piedra.
—Adelante. — grité, pero hubo una larga vacilación antes de que
obedecieran mi orden.
Por fin se abrió la puerta y entró lo único en lo que había podido
pensar desde que la vi.
Pyper entró, con aspecto de acercarse a la muerte. Parecía
asustada e insegura de lo que iba a pasar exactamente.
Estaba a punto de averiguarlo.
—Cierra la puerta. — Estaba acariciando mi polla dura que
empujaba contra mis pantalones, la longitud frotando a lo largo de la
cremallera y me enojaba. Solo quería la longitud fuera y enterrada en
uno de los agujeros de Pyper.
Cuando la puerta se cerró y nos quedamos solos, no dije nada
durante un minuto. Me excitaba mirarla a los ojos mientras recorría
mi despacho, se relamía los labios y me miraba fijamente.
— ¿Querías hablar conmigo?

Sotelo, gracias K. Cross


Me reí entre dientes. —No creas que utilicé la palabra ‘hablar’
cuando le pedí a mi asistente que fuera a buscarte y te trajera a mi
despacho. — Le hice un gesto para que se acercara. —Le dije que
quería que vinieras a mi despacho, muñeca. — Le guiñé un ojo, me
puse en pie para que viera lo duro que estaba y rodeé mi escritorio.
Miró hacia abajo y sus ojos se abrieron aún más al ver la enorme
erección que tenía.
—Nuestro acuerdo empieza ahora. — El sonido de mi cremallera
bajándose siguió a mis palabras.
—La puerta no está cerrada. — susurró.
—Aquí no entra nadie a menos que yo lo diga. — Me saqué la
polla y me acaricié. —Como dije... empezamos hoy, dulce chica.
Empezó a respirar más deprisa, sus pechos empujando contra
la blusa, sus pezones lo bastante duros como para que viera los
contornos a través del sedoso material.
Estaba duro como un tubo de acero, el presemen era una gota
constante en la punta de mi polla y se deslizaba por la parte inferior
de mi longitud. Lo utilicé como lubricante mientras me masturbaba.
Joder, se veía bien. Llevaba una falda lápiz oscuro y una blusa
blanca abotonada que se había metido, mostrando su forma de reloj
de arena. Estaban pesados y doloridos, tan dispuestos a vaciarse
mientras llenaban a mi muñequita con mi semen.
—Acércate. — le ordené, pero con voz suave. Seductora.
Negó, y ese gruñido bajo y animal me abandonó. Su intento de
decirme que no hizo que mi lado primitivo y depredador se alzara como
una bestia viciosa.
—Acércate. — Mi voz era más grave. Más dura. Era un tono que
hablaba “acércate de una puta vez y no me hagas ir por ti”.
Y finalmente dio el primer paso. Luego otro. Estaba a pocos
centímetros de mí cuando estiré la mano y la rodeé por la cintura,
empujándola hacia mí. Apreté mi polla contra su vientre y jadeó.
—Sé que estás nerviosa, así que te diré lo que va a pasar, dulce
chica. Así no tendrás que preocuparte más por no saber lo que te

Sotelo, gracias K. Cross


espera. — Mi tono era suave, tranquilizador, incluso cuando enrosqué
los dedos alrededor de su pelo y le eché la cabeza hacia atrás, dejando
al descubierto su garganta y obligándola a mirarme fijamente a los
ojos.
Exhaló un suspiro tembloroso.
—Tan hermosa. — murmuré. —Estarás aún más hermosa de
rodillas, atragantándote con mi polla.
Tenía los ojos como platos gemelos y sentí que su cuerpo
temblaba.
—Quiero ver cómo te cae la saliva por la barbilla mientras me
miras, con los labios bien abiertos mientras intentas tragarte toda mi
polla. — Le puse una mano en el hombro, pero antes de empujarla
hasta ponerla de rodillas, utilicé la otra para desabrocharle algunos
botones superiores de la blusa, dejando al descubierto su escote.
Joder, sus pechos tenían el tamaño perfecto, subían y bajaban con
fuerza a medida que su respiración se aceleraba.
Dios, podría haberme excitado solo con mirarla.
Retrocedió un paso y su mirada se posó inmediatamente en la
gruesa polla que sostenía en la palma de mi mano. Sus ojos
expresaban tanta vacilación, como si no supiera lo grande que era mi
polla, como si no supiera lo gruesa que la sentía encajada en su bonito
y perfecto coño.
Como si no hubiera sentido ya los chorros calientes de mi semen
llenando su apretado agujero mientras me corría.
—Sigue mirando, Pyper. Me excita saber que me miras la polla
mientras la masturbo al verte.
Me acaricié desde la raíz hasta la punta, girando la palma de la
mano para untar la corona con el semen antes de volver a bajar la
mano hasta la base.
Estaba peligrosamente cerca de vomitar semen por toda mi puta
oficina.
—Ponte de rodillas, dulzura, y ábrete bien para recibir mi polla
hasta el fondo de tu garganta.

Sotelo, gracias K. Cross


Apreté la base de mi polla y arrastré la mano hacia arriba,
expulsando más presemen. Joder... nunca había deseado tanto
correrme sin estar enterrado hasta las pelotas.
—Tengo una carga enorme para ti, nena. Te voy a dar gruesas y
blancas cuerdas hasta que te ahogues con todo. — Incliné la cabeza
de mi polla hacia el suelo, y su mirada siguió un hilo de color lechoso
de líquido pegajoso mientras goteaba de la punta.
Mi semen seguía conectado a mi polla mientras se filtraba
lentamente, un desastre obscenamente erótico. Y cuando llegó al
suelo, la empujé de rodillas con la mano en el hombro.
—Lámelo, Pyper. — le ordené, y me miró fijamente, luego miró al
suelo, al pequeño charco de semen que se acumulaba en el granito. —
Vamos. Pon las manos en el suelo e inclínate. Te dije que te pusieras
de rodillas y te abrieras bien, pero no me hiciste caso. Así que como
no te la has metido en la boca como podrías, como una buena chica,
tienes que metértelo de otra manera. Ahora. Déjame ver cómo se te
levanta el culo mientras te inclinas, arrastras tu lengüita rosa sobre
mi semen y limpias mi desastre.
—Eres asqueroso. — susurró, pero oí el calor en su voz mientras
se colocaba sobre manos y rodillas y hacía exactamente lo que yo
decía.
Me incliné un poco hacia atrás para mirarla, mi polla palpitando
mientras aquella lengua sexy se deslizaba y arrastraba sobre el
granito, lamiendo obedientemente mi semen.
—Mi jodida chica sucia, tan hermosa mientras te degrado y te
hago lamer mi semen del suelo.
Gimió ante el elogio, y yo gruñí mientras me masturbaba con
más fuerza.
Cuando suspiró al tragar lo último del charco salado y se
incorporó, le rocé los labios con la punta de la polla. —Abre, linda
chica.
Jadeaba, gemía, y pude ver cómo apretaba los muslos, mientras
gemía: —No deberíamos hacer esto aquí. No podemos.

Sotelo, gracias K. Cross


Gruñí por lo bajo al oír sus palabras. —Cierra la puta boca y
chupa esta polla como una buena chica.
Mis palabras degradantes deberían haberla enfurecido. Eran
groseras, burdas y humillantes. Pero cuando mi hermosa putita jadeó,
luego emitió un gemido de gatita sexual y abrió aún más la boca, no
dudé en meterle la polla hasta el fondo.
— ¿Ves lo que me haces?— Empujé hasta el fondo de su
garganta, haciéndola amordazar, amando el sonido que me rodeaba.
—Chúpame la polla como una buena putita. — Nunca había sentido
mi corazón tan acelerado, nunca había sentido el tipo de subidón que
Pyper me dio.
Inhalé profundamente, mi gruesa polla se sacudió en mi puño
por su adictivo aroma.
Joder, era curvilínea y femenina, y mucho más pequeña que yo.
Parecía que tenía una perversión con la diferencia de tamaño. Al igual
que mi nueva perversión de degradación, que surgió en cuanto vi su
reacción a las primeras órdenes que le di en la fiesta. Con cada orden
y pregunta, yo iba más lejos en mi obscenidad, y ella se sonrojaba y
excitaba más. Hasta el punto de que sus instintos se apoderaron de
ella y siguió cada instrucción sin vacilar. Era sin duda inocente, no
virgen pero inexperta, así que para que ella me permitiera de buena
gana follar con mi puro, se encendió un letrero de neón sobre su
cabeza que decía Por favor, humíllame. Aparentemente, ¡me gusta!
Y el mero hecho de saber que le gustaba me hizo querer darle
más, hasta el punto de que me encontré desafiando al sádico que hay
en mí, para ver hasta qué punto quería que la follara. La forma en que
seguía mis vergonzosas órdenes, tan obediente, tan ansiosa,
obviamente sorprendiéndose incluso a sí misma cuando no se negaba,
era lo más sexy que había experimentado en mi vida.
Ahora, la forma en que adoraba mi polla con sus labios y su
lengua me estaba volviendo jodidamente loco. Me retiré lo justo para
volver a pasar la punta por sus labios. Volví a apretar la base de la
polla, forzando otro chorro de semen hacia arriba y hacia fuera, y luego
la mantuve firme, apuntando con la punta rubicunda, hinchada y
resbaladiza hacia su boca.

Sotelo, gracias K. Cross


—Lamela hasta dejarla limpia. — le ordené con dureza, y gemí
cuando su pequeña lengua rosada se lanzó a recorrer mi raja y
absorber el semen. No dudó. Ni siquiera pensó en negarse. —Apuesto
a que estás hambrienta de que esta polla te llene ese hambriento coño,
¿verdad? —Todavía tenía los ojos muy grandes, sorprendida por el
placer que le producía que le hablaran con tanta rudeza, y cuando
asintió, lamiéndose los labios con ansia antes de hacer lo mismo con
mi polla, se me tensaron las pelotas.
Su pecho subía y bajaba tan deprisa que sus tetas perfectas
temblaban por la fuerza. Quería coger esos duros pezones entre los
dientes y chuparlos con fuerza, morderlos hasta que dolieran mientras
me suplicaba más.
—No juegues más. — gruñí con dureza cuando empezó a lamer
la cabeza de nuevo. —Esto no es para tu placer. Es para mí. Ahora
llévame hasta el fondo.
Gimió con fuerza y se abrió lo suficiente como para que no
esperara ni un segundo más para deslizarme en su boca, apretando
los dientes por lo bien que me sentí al golpear el fondo de su garganta.
Estiré la mano y la enredé en el pelo, tirando de su cabeza hacia
atrás para abrirle más la garganta. El movimiento sacó mi polla,
dejando solo la cabeza dentro de su boca. Cuando me acerqué para
que mi polla apuntara hacia abajo mientras me alzaba sobre ella,
chupó desesperadamente la punta, tratando de meter más de mí en
su boca. En este ángulo, sus ojos miraban directamente a los míos
mientras yo miraba el miedo y la excitada anticipación de lo que podría
venir a continuación. Estaba a mi merced, con la cabeza atrapada
donde no tendría adónde ir si de repente la empalaba desde arriba. Y
el hecho de que pudiera verla claramente suplicándome con los ojos
que hiciera precisamente eso hizo que mi polla se sacudiera entre sus
labios.
—Acordaste que lo querías a mi manera, ¿sí? — le pregunté,
asegurándome de que el consentimiento que me había dado en la
comida de hacía dos días seguía siendo cierto.
Gimió suavemente y sacó la lengua, tratando de alcanzar la parte
inferior de mi polla para acariciar la gruesa vena que latía ahí. Un sí
inequívoco. Así que le di lo que quería, introduciéndome cada vez más

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profundamente en su boca y observando cómo entornaba los ojos
mientras me deslizaba por su garganta. Al detectar ese placer, al sentir
esa rendición, dejé que la parte más nueva y oscura de mí tomara el
control para darle lo que ansiaba.
—Eres una chica tan buena, Pyper. Haces muy bien dejando que
te folle la garganta aquí mismo, en mi despacho. — Apreté mi mano
en su pelo. —Sabes que cualquiera podría entrar ahora mismo. — Era
mentira. Nadie se atrevía a irrumpir en mi despacho. Michael los
tiraba literalmente al suelo si intentaban burlarlo. Pero me gustaba
jugar con ella, plantar esa amenaza para que se sintiera aún más
nerviosa, lo que para ella se transformó en una excitación innegable.
La saliva empezó a escurrirse por las comisuras de sus labios
cuando se le hizo la boca agua al tratar de absorberme por completo.
Yo no cejaba en mi empeño, no le daba tiempo a adaptarse, y ahora la
agarraba por la cabeza y utilizaba su boca y su garganta para mi
placer.
Tenía la mandíbula apretada mientras empujaba dentro y fuera,
sabiendo que su boca estaba estirada sin duda incómodamente para
acomodar mi enorme grosor. Fui un sucio cabrón, porque me pareció
muy excitante que ella se esforzara por tragarme y se hiciera un
desastre con la saliva que ahora le corría por la blusa.
Oí sus arcadas y miré desde su escote cubierto de saliva hasta
sus ojos, viéndolos llorosos.
Pero ni siquiera intentó apartarse.
Me aparté de su garganta para dejarla recuperar el aliento, y
entonces Pyper me suplicó con aquellos ojos llorosos que se lo
devolviera, y luego gimió mientras volvía a tomar todo de mí.
Empujé mis caderas hacia abajo y retrocedí. Abajo y arriba, más
rápido y un poco más fuerte.
—Eso es. Chúpame la polla bien y profundo, muñeca. — Pyper
escuchó como una buena chica y ahuecó las mejillas para hacer lo
que le decía. —Eso es. Sí, tan buena zorra. — Apenas me aferraba al
control. Una lágrima gorda resbaló por su mejilla, pero la expresión de
felicidad en su cara me dijo que no era demasiado, y gruñí. —Ver tus
lágrimas hace que mi polla palpite. ¿Puedes sentirlo, dulzura?

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Ella gimió y trató de asentir, el sonido confuso, porque su boca
estaba llena de mi polla.
—Lo estás haciendo tan perfecto, haciéndome sentir tan bien, mi
propia putita.
Ante su gemido de placer, mi orgasmo se acercaba rápidamente,
y no iba a detenerlo. Entonces la follé realmente con la boca,
necesitando alcanzar mi punto máximo. Mis huevos estaban
dolorosamente contraídos, los pesos gemelos que me apretaban con
mi polla en ese ángulo, y tan llenos de semen que nada me apetecía
más que disparárselo directamente a su garganta.
Y le haría tragar hasta la última gota.
—Mejor prepárate, sucia nena. Me voy a correr, y esta vez te voy
a llenar la barriga como te llené el coño. Tan llena que no tendrás
hambre en días. — Hizo un buen trabajo manteniendo sus ojos
goteantes clavados en los míos, y cuando levantó la mano y me
acarició los huevos, un movimiento para mostrar su propio poder
entre nosotros, perdí el control y me rendí.
Mi agarre sobre su cabeza era brutal. Lo sabía. Pero no pude
evitarlo, porque el éxtasis que ese agarre provocaba en su cara era una
droga en sí misma, y yo era oficialmente adicto. Me corrí largo y
tendido, y Pyper se tomó cada gota que le di, con arcadas mientras
intentaba tragarse mi gran carga antes de recuperar el aliento y darse
un festín con el resto.
—Tan jodidamente bueno, Pyper. Jesús, lo estás haciendo tan
bien. — Sentí que se me ponían los ojos en blanco porque el placer era
indescriptible.
Mi cuerpo temblaba mientras ella chupaba mi polla como si
todavía tuviera hambre de ella. Y cuando me dejó los huevos secos, di
un paso atrás y mi polla se liberó de la apretada succión de sus labios
hinchados. Saliva y restos de mi semen resbalaron por su barbilla.
Lo recogí todo, le ordené que se abriera y la obligué a lamerme
los dedos, cosa que hizo como una voraz fiera sexual.
—No voy a desperdiciar ni una gota, cariño. Mi semen se queda
en ti, ya sea en tu boca, en ese dulce coño o en ese culito tan apretado

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que tienes. — Me incliné hacia ella, cogí su labio inferior entre los
dientes y tiré de él con fuerza, hasta que gimió.
Cuando retrocedí, ya me estaba metiendo la polla en los
pantalones.
—Será mejor que vuelvas a ello, dulce chica. — Se levantó
lentamente y se pasó el dorso de la mano por la boca. —Saber que tus
bragas están sin duda mojadas y que tienes que trabajar así el resto
del día hace que la sangre fluya de nuevo hacia mi polla. — Le indiqué
el estado de su top empapado de saliva y demostré que lo que decía
era cierto presionando mis pantalones sobre el contorno de mi polla,
mostrándole que ya estaba semiduro.
Pyper se lamió los labios y se pasó las manos por la falda para
intentar alisar las arrugas, pero fue inútil. Tenía el pelo enmarañado,
las mejillas rojas y los labios hinchados de chupármela.
Era jodidamente preciosa.
—Hasta la próxima, muñeca.
No respondió mientras se daba la vuelta y se iba, pero antes de
que abriera la puerta, la llamé por su nombre. Quería poner a prueba
su obediencia una vez más, ver hasta dónde era capaz de llegar y
disfrutar siendo humillada, y parecía que iba incluso más lejos de lo
que podía permitir en conciencia. O tal vez era esa posesividad que se
apoderaba de mí, que no podía dejar que la vieran así. Solo yo podría
verla feliz por haber sido utilizada.
Esperé hasta que me miró por encima del hombro. —La próxima
vez será esta noche. Haré que un coche te recoja en casa y te lleve a
mi casa. — Me arreglé la corbata, luego los gemelos y le sonreí
mientras señalaba la puerta de la pared izquierda. —Hay un secador
de manos en mi baño privado. Has sido muy desordenada comiendo,
dulzura, tanto que la saliva te ha dejado la camisa blanca
transparente. Sé una buena chica y arréglalo para que nadie más vea
esas tetas. Ahora me pertenecen. Me aseguraré de que tengas varios
conjuntos nuevos en el armario de ahí adentro la próxima vez que te
llame a mi despacho.
Justo antes de que se encerrara en el cuarto de baño, añadí: —
No te pongas bragas esta noche, Pyper. Solo te estorbarán.

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Hizo un suave sonido y cerró la puerta, y no pude evitar que se
me dibujara una sonrisa al tiempo que mi polla se ponía aún más
dura.

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Capítulo 13
ANTHONY

Un mes después…
Había pasado un mes desde que Pyper y yo empezamos esta
relación cargada de erotismo.
Sabía que quería algo más que estar enterrado entre sus muslos.
Lo quería todo.
Había sido una atracción instantánea, una obsesión que lo
consumía todo. Y cada día que pasaba, cada momento que me
cambiaba el alma cuando estaba con ella, sentía que esa realidad se
instalaba en mí.
Era indescriptible, como si me faltara algo. Como si saliera de
casa y olvidara algo crucial. Y no necesitaba pensar qué era.
Sabía que era ella. Todavía no le había dicho que quería algo más
que un juguete sexual. Quiero decir, se lo había dicho con tantas
palabras esa primera noche en la sala de cigarros, y luego cuando la
tuve apretada contra el lateral del edificio después de nuestro primer
almuerzo juntos.
Pero esto... esto era real, y quería que ella lo tuviera claro.
No se trataba de estar hasta las pelotas en su pequeño y
apretado coño, que era el paraíso en sí mismo. Se trataba de encontrar
a alguien que me complementara tan perfectamente. Y esa era Pyper.
A decir verdad, no podía creer que hubiera sobrevivido cincuenta
años en este puto mundo sin tenerla en mi vida.
Y después de un mes follando como conejos -y yo cada vez más
necesitado y obsesionado con todo lo que formaba Pyper- sabía que la
complejidad de nuestra situación estaba a punto de hacerse aún más
profunda.
Y yo iba a asegurarme de que se volviera jodidamente profunda.

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Ella iba a saber exactamente cómo me hizo sentir, cómo cambió
mi vida de una forma que nunca pensé que pudiera ocurrir.
Había sido un lobo solitario, solitario en todos los sentidos. Sin
embargo, aquí estaba yo, queriendo tener a Pyper en todos los
sentidos.
Mía irrevocablemente.
Mi compañera de por vida. Mi esposa. La madre de mis hijos.
Pyper iba a entender perfectamente que yo nunca me iba a ir.
Podía decir que no -cosa que nunca hizo- e incluso podía huir mientras
intentaba negarme -cosa que ni una sola vez se había acercado a
intentar-, pero yo la perseguiría hasta los confines de la puta tierra.
No pararía hasta que fuera mía.
Durante los últimos treinta días, hemos pasado nuestro tiempo
juntos en privado en mi oficina, en mi casa y, demonios, la semana
pasada incluso le metí el dedo en el restaurante italiano, mientras los
clientes bebían vino y comían raviolis.
Pero aunque me encantaba follarla, quería más.
Así que empecé a salir más con ella, lo que sabía que la
confundía, porque me miraba con el ceño fruncido y los labios rosados
y carnosos fruncidos mientras intentaba entenderlo todo. Pero quería
demostrarle que esto era algo más que una necesidad física para
cualquiera de los dos.
Sabía que también tenía que serlo para ella. Eso era lo que me
decía a mí mismo. Por lo que sabía, me diría que solo quería mi polla
y ya está.
Me di cuenta de que necesitaba más interacción con ella, más
conversación, más... todo.
Demonios, me conformaría con tenerla en mis brazos.
Me apoyé en la encimera de la cocina de mi ático y le di un sorbo
al whisky que me había servido momentos antes, esperando a que
llegara. Cuando le di la tarjeta de acceso a mi ascensor privado y al
vestíbulo, vi la sorpresa inicial en su cara. Incluso me preguntó si la

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razón por la que le había dado acceso a mi casa con tanta facilidad
era porque no quería que nadie se diera cuenta de sus idas y venidas.
Decir que me invadió una rabia instantánea porque pensara tal
cosa era quedarse corto.
Pronto sabría que quería que todo el mundo supiera que era mía.
Miré mi reloj de pulsera, esperándola en cualquier momento.
Aunque no necesitaba beber para mantener esta conversación con
ella, me bebí el resto de mi whisky de veinte años y me serví otro.
No entendía lo que sentía, no al principio. No fue hasta que
diseccioné realmente mis pensamientos y emociones que llegué a la
conclusión de que, ahora mismo, me sentía... nervioso.
Joder, hacía mucho tiempo que no sentía ansiedad.
Probablemente no desde que era un niño con mis padres ausentes,
más preocupados por ganar dinero y asistir a reuniones sociales que
por pasar tiempo conmigo.
Había aprendido de ellos. Mantuve la apatía que me
caracterizaba. Alguien en mi poder, en mi posición, tenía que hacerlo.
No podía mostrar debilidad, no cuando dirigía la empresa y mantenía
a todos a raya. No cuando me miraban para asegurarse de que la
mierda no golpeara el ventilador.
Tenían que ver que una montaña dirigía el espectáculo.
Inamovible. Indestructible.
A su vez, les daba confianza, y eso se notaba en la forma en que
se enorgullecían de su trabajo y ayudaban a dirigir una empresa
multimillonaria.
Así que sí, estaba nerviosísimo. Me serví otra copa justo cuando
oí que llamaban a la puerta principal.
Aunque mi tarjeta me permitía acceder no solo a mi ático, sino
también a la puerta principal, Pyper nunca había querido entrar.
Mantenía las cosas formales en ese sentido, a pesar de que yo la
follaba con regularidad hasta que se corría a chorros sobre mí.
Su vacilación para estar más cerca era linda. Incluso entrañable.
Sobre todo porque nunca dudaba en hacer nada físico que yo le
ordenara.

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Un segundo después tenía la puerta abierta y a Pyper en mis
brazos. Le pasé la lengua por la comisura de los labios y la besé como
hacía una década que no la veía.
Cuando me aparté, soltó un suave suspiro, con los ojos
ligeramente entrecerrados y los labios entreabiertos, como si quisiera
más. Me dio una expresión casi soñadora, pero luego, como si se
sorprendiera a sí misma mostrándome lo que realmente sentía —
porque yo sabía que estaba tan metida en esto como yo—, se enderezó
y dio un paso atrás.
— ¿A qué ha venido eso?
Pensé en cientos de maneras diferentes de abordar el tema. No
era un hombre de muchas palabras... bueno... a menos que le dijera
lo buena zorra que era. No endulzaba las cosas. Iba directo al grano,
aunque fuera profundo.
Pero mi tiempo con Pyper me hizo darme cuenta que quería ser
gentil y dulce.
Y lo fui con ella. Solo con ella.
—Fue porque cada vez que te miro, que pienso en ti, me vuelvo
loco. No puedo evitarlo, Pyper. — Tomé cada lado de su cara y empecé
a acribillarla a besos. Nunca había sido tan... suave. Al igual que
nunca había sido tan degradante antes de descubrir cuánto la
complacía. Siempre había estado en el medio, neutral... sin
emociones. Sin embargo, solo de pensar en ella me volvía del revés.
No dijo nada, pero no necesitaba que respondiera. Pude ver en
su cara que sentía mis palabras. Las sintió profundamente. ¿Cómo no
iba a sentirlo por la forma en que la miraba, la tocaba y la hacía mía?
—Lo sé. — dijo por fin después de que se cerrara la puerta, y me
miró como si hubiera visto algo que yo ni siquiera intentaba ocultar.
— ¿Sabes qué, muñeca?
Exhaló, pero la tomé de la mano y la llevé hasta el sofá, donde
tiré de ella para que se sentara a mi lado. Pero Pyper no me miraba.
Miraba a todas partes menos a mi cara, y eso empezaba a
preocuparme.

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No, no me gustaba esa sensación, esa sensación de inquietud de
que mi mundo estaba a punto de derrumbarse a mí alrededor. Joder,
estaba nerviosa, así que me levanté, cogí mi whisky —que dejé en la
encimera antes de abrir la puerta— y me lo acabé.
—Nena, me estás matando. — Volví a estar a su lado un segundo
después, y entonces me miró. La expresión de su cara hizo que algo
en mí se iluminara.
—Sé lo profundo que es, porque... — Se lamió los labios y volvió
a mirarme. —Porque estoy tan profundo como tú, y me da mucho
miedo, Anthony.
La forma en que dijo mi nombre hizo que todo mi cuerpo se
tensara de la mejor manera.
—Pero siento que esto es tan rápido...
Sacudí la cabeza, haciendo que se detuviera. —Siento como si
hubiera tardado una eternidad en encontrarte, Pyper. A pesar de lo
increíble que es el sexo, el mejor sexo que he tenido en mi vida... —
Eso hizo que sus mejillas se sonrosaran. —Quiero más. Quiero todo
contigo.
—Sé que hemos hablado de... — Se rió suavemente, como si
estuviera a punto de decir una pequeña broma en la que solo ella
estaba metida. —Bueno, exigiste lo que iba a pasar, es más exacto. —
Eso me hizo sonreír. Inhaló lentamente y exhaló con fuerza. —Pero yo
estaba en ello desde el principio.
Cuando Pyper me miró, cuando dijo esas palabras, sentí que el
mundo se inclinaba sobre su eje.
—Me haces débil. — Las palabras salieron de mis labios antes
de darme cuenta de que las había dicho. Ante su mirada confusa, casi
dolida, sacudí la cabeza y volví a hablar. —Siempre pensé que la
debilidad era una maldición, un trozo de la armadura que mostraste
al mundo. — Acaricié su mejilla y pasé un pulgar por su suave piel. —
Estaba muy equivocado. La debilidad te hace humano. Te hace ver las
cosas como un mortal, sabiendo que la vida es corta y que tienes que
aprovechar cada segundo, porque puede acabarse en un abrir y cerrar
de ojos.

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Me senté, sorprendiéndome, porque ¿quién era yo? ¿En quién
me había convertido? Nunca en mi vida pensé que me expondría de
tal manera a otra persona. Demonios, nunca había desnudado mis
emociones ante nadie.
Ni siquiera las mostraba a... mí. Sin embargo, aquí estaba yo,
exponiéndolo todo para que Pyper lo examinara. Me arranqué el
corazón y se lo ofrecí en bandeja de plata, porque era la única parte
vulnerable de mí.
Y la sola idea de perderla... de perder cómo me hacía sentir, era
un dolor como nunca había querido experimentar.
—No sé qué decir. — Tenía los ojos enrojecidos y brillantes. La
emoción que sentía era tan fuerte como la que yo sentía. Era
humillante, real y cruda, pero por fin estaba experimentando lo que
había visto innumerables veces a mi alrededor.
—No digas nada todavía. Solo escucha. — Tomé aire, queriendo
otro whisky, porque estaba ansioso como el demonio. —No puedo
prometerte que no te irritaré, diablos, incluso que no te enojaré hasta
el punto de que quieras tirar y romper mierda. — Se rió suavemente
de mi humor nervioso. —Sé que soy un hombre difícil en los mejores
momentos. Mi educación me endureció contra el mundo. El éxito fue
todo lo que me enseñaron. Hasta ahora. Ahora, te miro a los ojos y veo
un futuro. Mi futuro. Si me das la oportunidad de demostrarte lo feliz
que puedo hacerte.
Mi corazón se aceleraba mientras continuaba: —Así que puedes
decir que no. Puedes decirme que te deje en paz. Pero no me
avergüenza admitir que no puedo dejarte ir, Pyper. No te dejaré. No
cuando haya probado lo que es la verdadera felicidad.
El silencio se alargó y, cuando sus labios se separaron, tuve
demasiado miedo de lo que diría como respuesta. La besé como si
fuera la última vez... como si fuera la primera. Devoré su boca en un
juramento silencioso de que nunca la dejaría ir.
—De acuerdo. — murmuró contra mí. —De acuerdo, hagámoslo.
Quiero ver hasta dónde llega esto, Anthony.
Sonreí contra sus labios y la besé más fuerte.

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Quería decirle que la amaba muchísimo, pero esas palabras me
daban mucho miedo y sabía cómo la harían sentir. Así que me lo
guardé para mí, solo por ahora.
Cuando dijera esas palabras, quería asegurarme de que me las
respondiera. Y lo haría.
Porque no iba a ninguna parte. Y me iba a asegurar de que ella
tampoco.
Era mía.

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Epílogo
PYPER

Fue la sensación de una lengua recorriendo mi columna


vertebral lo que me despertó. Parpadeé perezosamente y miré a la
ventana. Las persianas estaban lo bastante abiertas como para que la
luz de primera hora de la mañana apenas se asomara y bañara la
habitación con tonalidades rosas y anaranjadas.
No me moví ni dije nada al darme cuenta de que no era la lengua
en mi espalda lo que me despertaba, sino los dos dedos que
bombeaban lenta y perezosamente dentro de mi coño.
—Ábrete más para mí, muñeca. — Su voz era ronca, y me recordó
a la primera vez que estuve con él cuando había estado bebiendo
whisky.
Aquella primera noche juntos pasó por mi mente. Sonaba igual.
Ansioso. Deseoso de mí, incluso mientras me daba órdenes.
Yo seguía sin decir nada, sin moverme ni obedecer. Anthony
gruñó por lo bajo y deslizó la mano por mi cadera hasta agarrarme por
la cintura, apretando suavemente antes de bajar hasta mi rodilla. Me
rodeó con los dedos y levantó mi pierna, colocándola sobre su muslo
mientras seguía metiéndome los dedos en el coño.
Estaba mojada y los sonidos de mi excitación llenaban la
habitación y se mezclaban con su respiración agitada. Pero no me
metió los dedos mucho tiempo. Anthony los sacó y pude oler la crema
de mi coño en los dedos cuando me los llevó a la cara y me pasó las
yemas por los labios.
Y aun así, me quedé callada e inmóvil.
Sabía que le excitaba... jugar conmigo mientras yo fingía dormir.
Jugaba con mi cuerpo flexible como le parecía.
— ¿Mi pequeña quiere jugar?— No era realmente una pregunta,
y ciertamente no una que él quisiera responder. —Me muero por

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lamerte el culo, por pasar la lengua por ese agujerito apretado y
perfecto justo antes de follarte.
No pude contener el gemido cuando se bajó de la cama, me
agarró las nalgas con sus grandes palmas y me las separó. Me puso
boca abajo, deslizó una palma por debajo de mí, presionándola contra
mi vientre, y me levantó el culo.
Y luego me agarró las nalgas una vez más, sabiendo que me
quedaría exactamente donde él quería, y procedió a soplarme aire
caliente en el culo.
— ¿Serás la chica buena de papi y me dejarás comerte el culo
antes de que te lo folle?
Un gemido salió de mis labios entreabiertos, amortiguado por la
almohada bajo mi cara. Su aliento era cálido, su lengua suave
mientras lamía cada nalga, acercándose cada vez más hasta que
finalmente arrastró aquel músculo por mi agujero fruncido.
Nunca había pensado que algo pudiera sentirse tan bien, un acto
prohibido, casi tabú, que hacía que mi coño se humedeciera y mis
músculos internos se contrajeran.
Deseaba con todas mis fuerzas que Anthony me follara, que me
frotara el clítoris mientras empujaba todos esos centímetros dentro de
mí, haciéndome tragar su enorme y gorda polla.
Gemía detrás de mí mientras retrocedía y escupía en aquel
apretado agujero, lubricándolo para poder arrastrar su lengua sobre
él y luego empujar adentro.
El acto me pareció tan malo, algo sucio en el mejor de los
sentidos.
Me comió el culo como si estuviera hambriento de mí, como si le
encantara el sabor de mi piel en su lengua, como si le excitaran los
gemidos que arrancaba de mis labios.
Con una última vuelta sobre mi culo, Anthony movió su lengua
a lo largo de la parte baja de mi espalda y a lo largo de mi columna
vertebral. Me agarró por la nuca, empujando mi cabeza hacia abajo,
pero inclinándola para que pudiera seguir respirando. Su otra mano

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estaba ahora firmemente colocada sobre mi vientre, manteniendo mi
culo levantado.
Deseaba tanto que me follara el culo, rezando para que no me
hiciera esperar, para que no me hiciera rogar. Anthony se apartó de
mí un segundo después, pero no me moví.
Fui lo bastante lista, lo bastante ansiosa, como para
mantenerme en mi posición mientras él cogía el lubricante y lo
esparcía por todo aquel apretado agujero y, presumiblemente, a lo
largo de su gruesa polla. Y entonces oí cómo tiraba el frasco a un lado
antes de clavarme la punta en el culo.
—Eso es, dulzura. Joder, eso es. — Empezó a empujar
lentamente. Sus palmas en mis mejillas me mantenían abierta
mientras empujaba suavemente centímetro a centímetro dentro de mi
apretado agujero.
La sensación era como la de estar asfixiada hasta el punto de no
poder respirar, estaba arañando en busca de oxígeno. Me dolía, pero
estaba ansiosa por el dolor. Estaba deseando sentir sus pelotas
apretadas contra mi clítoris porque estaba enterrado hasta el fondo.
—Cristo, muñeca. Tu culo está tan jodidamente apretado y me
está exprimiendo la maldita vida. — Deslizó sus manos hasta mi
cintura y empezó a usarme para follarse a sí mismo. Me empujaba y
me tiraba de su larga y gruesa polla.
Me quedé sin aliento, sin sentido y entumecida por el placer y el
dolor que sentía.
—Vas a hacer que me corra como si fuera un maldito
adolescente, como si no tuviera control sobre mí mismo. — Se inclinó
hacia mí y me mordió el hombro; sus dientes se clavaron en mi carne
con la fuerza suficiente para dolerme, pero sin llegar a romper la piel.
—Me voy a correr, pero no en tu culo, querida. Voy a sacarla y a
esparcir mi enorme carga por todo tu precioso culo.
Entonces empezó a follarme, no con fuerza ni brutalidad, pero sí
a fondo, como si supiera exactamente el punto exacto en el que
golpear. Como si supiera exactamente lo profundo, rápido y fuerte que
tenía que ir para llevarme al límite. Volvió a meter la mano entre mi
cuerpo y el colchón. Sus dedos masculinos encontraron mi clítoris y

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frotaron ese pequeño bulto hasta que mi coño se llenó y se estremeció
por algo sustancial que lo llenara.
Pero sabía que ahora no me follaría por ese agujero.
Anthony iba a tomar lo que quisiera, donde quisiera, y yo se lo
iba a dar.
Sabía lo que quería: mi orgasmo antes de que me siguiera.
Y cuanto más frotaba mi clítoris, más rápido llegaba al borde.
— ¿Vas a ser la chica buena de papi y te vas a correr por mí? —
Gemí y maullé, incapaz de fingir sueño. Quería que supiera lo
bien que me hacía sentir.
—Siempre seré la chica de papi. — gemí.
Me dio una palmada en el culo. —A menos que seas mi mocosa
y me hagas abofetear tu culo y tu coño perfecto. — Me mordió el
omóplato, luego el costado de la garganta, sabiendo qué hacer cuando
necesitaba un empujoncito extra para caerme de una vez.
Eso fue todo lo que pude aguantar, porque el placer y el dolor
que me dio me inundaron hasta que él lo captó y me gruñó al oído: —
Eso es. Dame ese orgasmo. Empapa mi mano como la hermosa putita
que eres. Mi hermosa puta.
Me corrí tan fuerte que las estrellas me cegaron; la oscuridad me
amenazaba. El orgasmo me robó el aliento, me hizo arañar las sábanas
y apretarme contra su mano, apretando al mismo tiempo su polla
dentro de mi culo. Mi coño se derramó por todo el colchón, haciendo
un desastre.
Pero sabía que Anthony quería que estuviera toda pegajosa y
necesitada de él. Solo para él.
—Mi chica perfecta. Eres tan hermosa. — Deslizó su polla dentro
y fuera de mi culo, y por mucho que sabía que quería follarme duro,
estaba siendo suave y dejándome montar la ola. —Joder, eres la mejor
que he tenido nunca. Eres tan perfecta. La mejor. — Empujó hasta el
fondo y luego salió. Lo hizo una vez más y luego se retiró por completo.
Miré por encima de mi hombro y vi cómo se agarraba la polla lubricada
y empezaba a masturbarse.

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—Dios, nunca he sentido nada tan bueno como tú, Pyper. Me
pones más alto que una puta cometa, dulzura.
Me quedé boquiabierta al ver cómo se le subían los huevos, oír
sus gruñidos y gemidos, y luego nos miramos fijamente mientras se
corría.
Apuntó su brillante polla a mi culo, enseñó los dientes y eyaculó
su semen blanco y caliente sobre mis mejillas y la parte baja de mi
espalda. Unas cremosas hileras de semen me salpicaron la piel,
haciendo que mi coño se apretara de nuevo.
Cuando se estremeció y los últimos chorros de su semen me
cubrieron, Anthony apretó su polla de la base a la punta, expulsando
otra gota y sacudiendo luego la longitud para liberar la corona.
Cuando me dio una palmada en el culo, la humedad me salpicó
aún más, pero no frotó su semilla como había hecho muchas veces
antes. En lugar de eso, recogió su semen con dos dedos de su mano
limpia, me dio la vuelta y me agarró la mandíbula, abriéndome.
—Chupa. — Llevó sus dedos cubiertos de semen a mi boca y
goteó lo que había recogido en mi boca antes de empujarlos hacia
abajo sobre mi lengua.
Me lo bebí todo. Todo. Chupé hasta la última gota. Sabía salado
y masculino y todo mío.
—Dios, eres jodidamente hermosa, mi buena chica que es una
pequeña zorra solo para mí.
Me hundí contra la cama y exhalé. Anthony se desplomó a mi
lado, y juntos nos quedamos tumbados.
Contentos.
Relajados.
Como si estuviera exactamente donde debía estar.

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ANTHONY
Arrastré a Pyper, y luego la incliné para que quedara sobre mi
pecho.
Dios, estar enterrado profundamente en ella era como la primera
puta vez cada vez.
Era perfecta para mí.
Su cuerpo estaba caliente y húmedo por la follada, y arrastré mi
lengua por su garganta, lamiendo el sudor salado y dulce de su piel.
Deslizó la mano por mi costado y la apoyó junto a su cara, justo
sobre mi corazón. Me quedé mirando su delicada mano y el maldito
diamante que le había puesto en el dedo anular el mes pasado.
Diablos, había querido casarme con ella cuando entró en mi
despacho hacía tantos meses, cuando estaba de rodillas, chupándome
la polla y mirándome con los ojos llorosos más bonitos que jamás
había visto.
—Te amo. — susurró.
—Te amo más.
Se rió suavemente y cerré los ojos. Nunca me cansaría de oírla
decir esas palabras. Siempre estaría ansioso y hambriento por ella,
por más de lo que mi chica podía darme.
—No puedo esperar a que seas mía.
—Ya soy tuya.
Sonreí. —Ya lo eres. Pero quiero que sea oficial. Quiero que
tengas mi apellido. Quiero mirarte y ver a mi esposa y a la futura
madre de mis hijos. — Sentí que su cuerpo se tensaba, y fue como si
me hubieran echado agua fría por encima.
Tiré suavemente de ella hacia atrás, pero no me miraba. Con un
dedo bajo la barbilla, giré su cabeza hacia mí. —Mírame, nena. —
Tardó un segundo, pero obedeció. — ¿Qué está pasando?— Una piedra
se asentó en mi vientre ante lo que ella diría, cómo respondería.
— ¿Quieres bebés conmigo?

Sotelo, gracias K. Cross


Sentí que se me fruncían las cejas. —Bueno, sí. — dije, con un
“duh” implícito en mi tono. Me miró con ojos grandes, sorprendida. —
Joder, sí, lo hago, dulzura. — le dije, con voz fuerte y rotunda.
Pyper volvió a apartar la mirada, con las mejillas sonrojadas. —
Eso está bien. — dijo en voz casi demasiado baja para que la oyera. —
Porque va a ocurrir más pronto que tarde.
Hubo un momento en el que me sentí confuso, como si fuera un
imbécil que no sabía de qué demonios estaba hablando. Pero entonces
la realidad cayó sobre mí, cuando su significado tuvo sentido.
Controlándome mientras la empujaba suavemente hacia atrás y
me sentaba en la cama, la miré de arriba abajo. Estaba desnuda, su
cuerpo glorioso aún tenía un ligero brillo de sudor. Quería lamérselo
todo.
Mi mirada se posó en su vientre. Tenía unas curvas femeninas
que me volvían jodidamente loco, y la idea de que mi bebé creciera
seguro justo ahí... justo donde puse mi po... Su piel estaba caliente, y
mi polla empezó a ponerse dura. Se dio cuenta y arqueó una ceja
mientras miraba mi gruesa polla.
— ¿En serio?— Se rió suavemente y me miró a los ojos.
—No lo sé, muñeca. La sola idea de que te haya dejado
embarazada me provoca algo primitivo. — Agarré su mano y la coloqué
sobre mi polla, dejando que sintiera cómo palpitaba. Me apretó la polla
y, por mucho que me apetecía hacer el segundo asalto, tenía otros
planes.
Me levanté y me puse la ropa mientras ella me miraba con una
sonrisita en la cara. — ¿Qué demonios estás haciendo?— Tiró de la
sábana hacia sus pechos y gruñí. Puso los ojos en blanco y empujó la
sábana hasta el vientre.
—Sabes que no debes hacer eso.
Sonrió despacio y se quitó la sábana, apoyó las piernas en el
colchón y se abrió para que pudiera mirarle el coño mientras me
vestía.
—Voy a tener que cambiar las sábanas, Anthony. Tu semen me
cubrió el culo y la espalda y ahora está esparcido por toda la cama.

Sotelo, gracias K. Cross


Gruñí. —Bien. Quiero que todo lo que tengas cerca huela a mí,
para que a su vez huelas a mí. — Sus mejillas se sonrojaron y supe
que se estaba excitando de nuevo. —Por mucho que quiera follarte
otra vez, tenemos planes.
Se quedó confusa.
Le cogí un vestido, bonito y largo, pero a propósito no le puse
sujetador.
— ¿Adónde vamos? — preguntó mientras se levantaba y
empezaba a vestirse.
Esperé a responder hasta que estuvo vestida, entonces la
acerqué y le besé la frente mientras sujetaba sus mejillas con mis dos
manos. —El año que viene vas a tener la boda más jodidamente
grande, dulzura. Será la ceremonia del maldito siglo. — Me aparté y la
miré. —Pero ahora necesito hacerlo oficial. — Le puse la mano en el
vientre y ella se apartó inmediatamente, mirando hacia otro lado con
timidez.
—No quiero casarme solo porque estoy embarazada.
— ¿Qué demonios, Pyper?— Le levanté la mano y le enseñé el
anillo. —Te lo propuse antes de saber que estabas embarazada.
—No quiero precipitarme si no es lo que quieres.
Oh... mi dulce chica. —Mírame. — Esperé hasta que lo hizo. —
Quise hacerte mi esposa la primera noche que te conocí. Sabía que no
había otra mujer que me hiciera sentir como tú.
Vi cómo se le humedecían los ojos y, cuando una lágrima se
escapó por el rabillo, me incliné hacia ella y se la lamí en la mejilla.
—Nunca he sido tan... suave...
Se rió y yo gruñí fingidamente.
— ¿Qué es tan gracioso, muñeca?
—Es gracioso que pienses que necesitas decirme lo dulce que
eres conmigo. — Se puso de puntillas y me besó. —Pero solo conmigo.

Sotelo, gracias K. Cross


Agarré su pelo por detrás y gruñí, profundizando el beso. —Es
verdad. Solo soy dulce contigo. — Con todos los demás, era un hijo de
puta. Despiadado. Un cabrón. Alguien con quien no se jodía.
—Pero si quieres esperar a hacer esto oficial hasta la boda el año
que viene, haré lo que quieras. Tú tienes el poder. — Le mordí el labio
inferior. —Pero no en el dormitorio.
Se rió suavemente, pero gimió cuando le pasé la lengua por los
labios. Pasó un momento de silencio antes de que se hundiera contra
mí, me rodeara el cuello con los brazos y me presionara la oreja con la
boca.
—Hazme la señora Blackwell.
La alcé en mis brazos, adorando cómo chillaba, y salí de nuestra
casa.
Y será mejor que creas que hice exactamente lo que ella quería.

Fin…

Sotelo, gracias K. Cross

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