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¿QUÉ ES LA ÉTICA?

La ética es la parte de la filosofía que tiene por objeto la moral; de allí que el término
ética y la expresión filosofía moral pueden entenderse como sinónimos. La palabra moral tiene
su origen en el vocablo latino mor – en plural mores – que significa “costumbre” o “forma de
conducta de una persona o un pueblo”. En español, moral se emplea como adjetivo y como
sustantivo. Se usa como adjetivo con el propósito de valorar las acciones humanas deliberadas
como morales o inmorales; por ejemplo, cuando se califica la acción de ayudar a una persona
en peligro como una acción moralmente correcta. En cambio, se emplea como sustantivo en
referencia a las formas de comportamiento, los valores o las normas de un individuo o un
conjunto de individuos, por ejemplo, cuando se afirma que la moral de una sociedad considera
sagrados determinados animales, cuya vida debe preservarse en cualquier circunstancia.

La ética se plantea el problema de cómo se debe vivir, es decir, cómo se debe actuar
en el mundo en el que se vive. Esta pregunta lleva a otras; por ejemplo, en qué consiste el
bien, qué es un deber o una obligación moral, qué relación existe entre la libertad y la acción
moral, etc. En el transcurso de la historia, los filósofos han ofrecido muchas respuestas a estos
interrogantes.

La ética es una disciplina filosófica que reflexiona sobre el obrar humano. Es un saber
práctico que tiene por objeto las acciones de los hombres en tanto requieren ser
fundamentadas con sensatez.

El hombre es un ser libre y por eso puede actuar de diversas maneras. La ética nace de
la preocupación por realizar el bien. Como este obrar no está referido sólo a sí mismo, sino
además a otras personas, posee una dimensión social. De allí su íntima relación con la vida
ciudadana o política.

Sócrates destacó el carácter individual de la moral y a diferencia de él, Platón y


Aristóteles concibieron la ética en relación con la política. La búsqueda del bien propio y del
bien común constituyen un problema ético que resurge constantemente en la historia de la
filosofía. Por ejemplo, Kant y Hegel revivirán esta cuestión en el mundo moderno, y el debate
continúa hasta nuestros días con posiciones diversas entre universalistas y comunitaristas.

En muchos sentidos la tarea ética es inagotable y cobra vigencia en las deliberaciones


de los hombres que se preguntan: ¿qué debo hacer? El esfuerzo consiste en argumentar
racionalmente en cuestiones morales, a través de un diálogo pluralista que permita la
formulación de principios universales. Un ejemplo contemporáneo son los Derechos Humanos,
los cuales constituyen principios de valoración comunes a todos los hombres.

Por eso, la ética no nos resulta ajena a ninguno de nosotros en tanto somos capaces de
hacernos responsables de nuestras acciones. Se trata entonces de la formación de un carácter
moral que nos permite obrar bien y ser buenos, a diferencia de los escépticos, que relativizan
el alcance de esta tarea, y de los fundamentalistas, que creen resolver la moral en la mera
aplicación de sus convicciones. La ética nos enseña a hacernos cargo del sentido de nuestras
acciones, sus motivaciones y consecuencias, para no obrar como un zombie para quien nunca
hay problemas y que va donde lo lleva la corriente, ni como un fanático que absolutiza su
convicción y se niega a una actitud reflexiva.

¿DE DÓNDE PROVIENE LA PALABRA ÉTICA?

Si entendemos que el mundo es nuestra casa, podemos abordar una primera


definición de la ética desde el desafío de aprender a habitarla. La ética surge de la reflexión
acerca de nuestros modos de habitar el mundo. Nace de la preocupación y el cuidado de
nuestro modo de obrar; en casa, en el barrio, en la escuela, en la universidad. Este cuidado y
esta preocupación son éticos en tanto que, a través de nuestra deliberación, deseamos hacer
las cosas bien.

Desde los filósofos griegos, podemos aprender cómo el bien introduce en nuestras
vidas la reflexión ética. No nos alcanza con la mera intención de querer hacer el bien, sino que
es necesario preocuparse por encontrar los modos efectivos para hacerlo.

Ética y moral son palabras que se usan indistintamente, pero que a la hora de
considerarlas en sí mismas tienen sus diferencias. La palabra ética proviene de dos acepciones
del término griego ethos. En primer lugar significa habitar, morar, lugar donde se habita. Según
esto podemos definir la ética como el aprender a habitar, a ser habitantes de esta casa, de esta
ciudad, de este mundo. Pero además significa carácter, costumbre, hábito. Como vemos, estos
dos vocablos no están tan alejados uno del otro. El carácter se logra mediante el habitar.

En la ética se configuran las primeras formas de la libertar a partir de las cuales nos
vamos volviendo capaces de gobernarnos a nosotros mismos. Éste era el antiguo significado de
la palabra autarquía. La ética nos enseña a ser libres, es decir, a tener en nosotros mismos el
gobierno de nuestras acciones, y a descubrir cómo nuestras acciones van conformando
nuestro ser. De este modo, aprender a habitar significa también aprender a practicar los
hábitos que nos permiten realizar el bien y ser buenos. Es la formación de un carácter moral
que, desde su opción por el bien, pueda hacer frente a los cambios y conflictos que se van
presentando a lo largo de la vida.

Habitar el mundo aprendiendo a elegir es aprender a ser sabios. La sabiduría y la


prudencia son las que nos permiten determinar qué es lo que debe ser hecho, y cuándo y
cómo corresponde hacerlo.

En este sentido, podemos afirmar que el hombre es moral en tanto es libre. En tanto
se hace cargo de su libertad comienza su reflexión sobre el bien. Podríamos decir que quiere
que su libertad lo haga feliz, con lo cual existe la ética en tanto existan hombres que deseen
ser felices.
TENER UNA BUENA VIDA
En el siglo IV a.c. el filósofo griego Aristóteles, consideraba que la reflexión ética ayuda
a mejorar las vidas de las personas, puesto que la ética se ocupa, precisamente, de estudiar la
naturaleza de la buena vida. Para Aristóteles, una buena vida es aquélla orientada hacia la
felicidad como bien supremo. Sin embargo, en este caso, por felicidad no debe entenderse un
estado psicológico de satisfacción, sino el uso de la razón para resolver todos los asuntos
vitales; es decir que, si usamos la razón, estamos en condiciones de llevar una buena vida.
Pero, según Aristóteles, el empleo de la razón requiere virtudes, por ejemplo, el coraje, la
templanza, el honor, la prudencia. Por lo tanto, vivir una buena vida consiste en actual según
la razón y de acuerdo con las virtudes.

Vivir una buena vida requiere mucho entrenamiento práctico para percibir en cada
ocasión qué es el curso de acción que está justificado por la razón. No se trata de un asunto
teórico, sino de disponer de sabiduría práctica y emocional par actuar según lo que significa, en
cada ocasión, crecer y enriquecerse en todas las dimensiones humanas. Esta sabiduría práctica
se obtiene mediante los hábitos y la socialización; y si bien los amigos y la familia pueden ser
de gran ayuda, la mayor responsabilidad para adquirir y ejercer racionalmente las virtudes, le
corresponde a cada persona.

EL DEBER POR SÍ MISMO

Otro pensador muy importante en la historia de la filosofía moral es el alemán


Immanuel Kant, que vivió durante el siglo XVIII. Como Aristóteles, Kant creía que una vida
moralmente correcta debía ser vivida de acuerdo con la razón. Sin embargo, le otorgaba a esta
idea otro significado. Según Kant, actuar moralmente es actuar de acuerdo con el deber por sí
mismo, es decir, sin tener como motivación ningún interés particular. Por ejemplo, si alguien
salva a una persona que se está ahogando porque espera obtener una recompensa, esa acción
no es moralmente correcta, puesto que ha sido motivada por el interés.

Una acción moralmente correcta es, para Kant, aquella que está causada por una
voluntad buena – o puramente moral-, que decide en forma autónoma actuar de acuerdo con
el cumplimiento del deber. Sólo cuando se actúa inspirado por una voluntad de esta clase, se
es realmente racional para actuar y, por ende, digno de respeto. Por consiguiente, el núcleo de
la moralidad reside para Kant, no tanto en qué se hace, sino en los motivos para hacerlo; en
esto reside la excelencia moral de una persona.

El núcleo de la ética de Kan reside en su formulación del llamado imperativo


categórico, la máxima que ha de guiar las acciones humanas. El imperativo categórico se
formula del siguiente modo: “Actúa de manera tal que la máxima de tu acción pueda
convertirse, por tu propia voluntad, en ley general”. ¿Qué significa esta frase? Significa que,
para evaluar la moralidad de una acción, hay que poner a prueba la posibilidad de
universalizarla. Entonces, ante cada acción posible, habría que plantearse la siguiente
pregunta: “¿Qué sucedería si todo el mundo se comportara de tal manera?.” Supongamos que
una persona no cumple sus promesas. La pregunta que corresponde es, entonces: “¿Qué
sucedería si nadie cumpliera sus promesas?”. El resultado sería que las personas se dañarían
unas a otras y no habría vida social posible. Es decir, la acción de no cumplir las promesas no
pasa la prueba de universalización, por lo tanto, para Kant, es una acción moralmente
incorrecta.

MODERNIDAD Y POSMODERNIDAD.

Como señalamos anteriormente, la ética no puede ser comprendida genuinamente


sino a través de su historia. Esta afirmación se vuelve relevante para nosotros, los habitantes
de este
mundo en este inicio de milenio, no tanto porque cambiaron en el año 2000 cuatro números
en el calendario, sino porque esto coincide con un cambio de época.

Muchos intelectuales y filósofos llaman a este cambio de época el pasaje de la


modernidad a la posmodernidad. ¿Cómo entender este cambio? Gran parte de la bibliografía
de los últimos veinte años ha sido dedicada a ello. Aquí trataremos de plantear el tema en sus
líneas generales.

Con el nombre de posmodernidad, se hace referencia a una nueva época de la


humanidad. En ella las características principales del mundo moderno se encuentran sujetas a
una profunda crisis, a tal punto que podríamos definir la posmodernidad como la modernidad
en crisis.

Bastaría con preguntarnos si creemos que el progreso de la ciencia, de la economía, del


arte, le permitirá a la humanidad vivir en un mundo mejor. Sin duda esta pregunta es muy
difícil de responder, pero nos puede servir como test para entender una primera gran
diferencia entre la modernidad y la posmodernidad.

El prototipo de hombre moderno es aquel que confía en que el curso de la historia


debe estar orientado por el progreso, vive y proyecta su vida para ello. Para él, el progreso
garantiza que el día de mañana será mejor que el de hoy. En cambio, la posmodernidad surge
del descreimiento, de la desconfianza y hasta del escepticismo. Ya no se cree que el progreso
constituye necesariamente un bien para la humanidad. “El progreso se ha vuelto rutina”, dice
el filósofo italiano Gianni Vattimo en su libro El fin de la modernidad.

En la posmodernidad se desvalorizan todos los ideales y expectativas. La falta de


confianza en el futuro, junto con la desaparición de los grandes proyectos comunes (ideologías
de la emancipación, utopías), dejan un vacío que a menudo es llenado por el pesimismo o el
desinterés, que conducen al hombre actual hacia el proceso de creciente aislamiento.

Jean Francois Lyotard, otro filósofo que se ha ocupado de pensar la posmodernidad,


sostiene que ella resulta del desarrollo de la modernidad. Dice que “la posmodernidad es cosa
moderna”, y describe “la condición posmoderna” como la instancia en la que el hombre se ve
cada vez más lejos de poder incidir con sus acciones en el curso de la historia. Experimenta la
sensación de que los acontecimientos se han vuelto independientes respecto de sus actos, y
que lo que cada hombre puede hacer es demasiado poco.

A diferencia de Lyotard, Jürgen Habermas defiende la vigencia del proyecto moderno


que debe ser completado, y destaca que la modernidad se asienta sobre el proyecto de
libertad fundado en la razón.

Defender el proyecto moderno es defender la necesidad de fundamentar


racionalmente nuestras acciones, mantener la autonomía del arte, la ciencia y la moral. En
definitiva, seguir sosteniendo que la racionalidad es la condición de posibilidad de un mundo
donde todos y cada uno de los hombres puedan llegar a ser libres.

La transformación consiste en pasar de la filosofía del sujeto a una filosofía de la acción


intersubjetiva. Todo el trabajo de Habermas se orienta hacia este fin: pasar del paradigma
físico
– matemático que ha dominado en la modernidad, al paradigma de las ciencias sociales, y
desarrollar una teoría de la comunicación entre sujetos, a diferencia del sujeto cartesiano, al
cual nos referimos la hablar del método de Kant (“El deber en sí mismo”).

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