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Al retirar ese montón de ramas con que una estación entera cubrió el las chacras.

s chacras. Lo sabe el santo cura, lo sabe el zapatero, que por devoción le


muro del corral de las gallinas encontraron los hombres un nudo de compone los zapatos, y doña Paula, que asegura haber sentido sus
culebras plomo oscuro. manitas tibias al momento de ponerle ropa nueva para su fiesta.
¡Qué horrible! Desparramadas habían invadido la casa. Venancio
partió a hachazos una que reptaba suelta, pero cada pedazo siguió En el altar, tiene siempre bajo sus plantas flores silvestres y velas
moviéndose a manera de resorte. encendidas. Ella nos mira con sus ojazos negros y su boca sonrosada,
como sonriéndonos.
Aterrados, Pedro, el Molinerito, Juanina, Lucha y yo trepamos al alero
que tenía el corral a manera de balcón: erizados los pelos, esperábamos Pero Carbón no entiende de estas cosas. Se trepó al altar en un descuido
el desbande.
mientras el señor cura predicaba acerca del infierno y ¡zas! echó por
Justino encendió la hojarasca y gritó: tierra velas y floreros.
—¡Niños, no se muevan de allí!
Todos pegamos un grito espantoso, parecía que el infierno se hacía visible
Pedro empezó a llorar y tenía náuseas del susto. No podíamos bajar. Mi a nuestros ojos.
mamá nos mantenía vigilados a distancia con mil promesas y mil
súplicas: El señor cura lo echó a palos con la vara de encender las velas:
—¡No se muevan, por favor! ¡Sólo un ratito! Cuida a tu hermano. Han
—¡Fuera de aquí, trotón! ¡Fuera!
de quemar las ramas...
Carbón, como siempre, se metió de novelero y salió de allí hecho un Carbón vino a refugiarse junto a mí con la lengua afuera, le zapateaba el
asco: el pelaje chamuscado, oliendo a quemado y con una cara de susto corazón, síntoma de que estaba en culpa.
que daba risa.
Toda colorada lo saqué del templo entre las risas de los otros chicos y la
Después del humo y del incendio, Justino vino a rescatamos.
voz patriarcal y amenazante del santo predicador. Le hice comprender
—Eran serpientes, culebras. La culebra es el diablo que engañó a que este sitio no es para los perros. Carbón, con sus ojos enormes, me
nuestra madre Eva en el paraíso. Las hemos quemado a todas. miró regresar al templo avergonzada.
Mamá nos hacía señas para no replicarle.
Desde entonces se queda afuera, en el enrejado, esperando que termine el
—Es cierto —dijo, cuando estuvimos a su lado—. Justino aprendió esto catecismo. Ya no mete las narices en el templo.
de niño y esa verdad guía su vida. ¿No es así, Justino?

—Así es, mamita —contestó el hombre satisfecho de ver que entre las
cenizas estaban calcinadas las culebras.

La gente dice que está viva, que ha hablado con los pobres muchas veces y
que gasta zapatos en las noches caminando los rastrojos de las granjas y
Ahora Carbón cuida el ganado y la casa, y acompaña a mi padre en el
trabajo. Le gusta tomar el desayuno muy temprano y no se harta. Parece
que tuviera cuatro estómagos vacíos.

Mi padre dice muy serio:

—Me resultó un tragaldabas. Ahora tengo que trabajar más para


alimentar a este muchacho. ¿Sabes cuánto cuesta la libra de carne,
Carbón? ¿Y la arroba de harina, y dar de comer a las vacas para que nos
den leche? ¿Y no saben cuánto comen las gallinas para poner huevos?

Carbón parece entender el sentido de sus palabras. Salta hasta el cuello


de mi padre como diciéndole:

—Todo esto lo pagaré después con mi trabajo.

—Carbón —le digo, levantándolo en mis brazos—. No te resientas, es una


broma de papá. ¿Verdad, papá?

—Lo digo en serio —me responde sonriendo, y ambos se alejan por el


sendero: mi padre silbando viejas tonadas y Carbón adelantándole el
camino, pero sólo hasta la salida. Después regresa a casa como alma que
lleva el diablo.

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