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Los sábados por la tarde vamos con Pedro al catecismo del pueblo.

El Hoy día han abierto los ojitos a la vida catorce pollitos: ocho de la gallina
señor cura es un anciano venerable, parece un santo que baja del altar negra, seis de la jergona.
para hablarnos. Nos reúne a todos los chicos como si reuniera y acallara
vientos: ¡Pasen, pasen, pajaritos del Señor! Mi madre pensó que faltaban y cascó los huevos. Los pollitos de adentro
estaban muertos.
Entramos como un torrente para ganar sitio en las tres únicas bancas de
la iglesia. El resultado sería infernal si él no empezara solemnemente sus Llevó a Carbón con engaños hasta el gallinero. Le hizo mirar los nidos y
preguntas: los huevos rotos: los pollitos corrieron a esconderse debajo del plumón de
—Chicos, ¿dónde está Dios?... ¡Silencio! la mamá, lo mismo que cuando los gavilanes en vuelo cruzan el cielo del
corral. Las dos gallinas esponjadas y bravas cacarearon y toda la
Todo el coro repite: asamblea protestó contra el intruso: los pavos y los patos fueron los que
más escándalo metieron.
—Dios está en el cielo, en la Tierra y en todo lugar.
—¿Podemos ver a Dios?... Tú, más junto al otro chico: tú pasa aquí, y Lo reprendió severamente por haberlos levantado del nido tantas veces,
este en otro lugar. como se reprende a los chicos malos para que no vuelvan a cometer
diabluras.
—No podemos ver a Dios porque es espíritu purísimo.
—¿Dios lo ve todo?... ¡Arrímate! ¿No me has escuchado? —Mira —le dijo—, debiera castigarte como mereces: pero como es la
primera vez sólo es una advertencia. No vuelvas a estorbar a las gallinas.
—Sí, Dios lo ve todo, aun nuestros propios pensamientos.
Carbón, con las orejas gachas y el hocico bajo, como rumiando un dolor
Con este diálogo repetido dos veces, la clase queda muda escuchando al
muy grande, fue a meterse debajo de mi cama como un pollito desvalido y
padre, en cuyas manos sarmentosas el rosario parece tardar mucho en
no apareció hasta después del almuerzo, cuando fuimos por encargo de
llegar al cielo.
papá a buscarlo.
—Dios nos está mirando. Te voy a colocar delante —dice cada vez que
alguien se descompone, empuja o pellizca y lo pone de golpe, solo, de
rodillas delante del altar para que sea mirado más intensamente por el
Señor.
Este castigo es terrible. Nos encarruja el alma. Pero cada tarde hay por
lo menos tres chicos castigados.
Al final salimos cantando para no romper la disciplina, con un caramelo
en la mano y la verdad del catecismo alumbrando nuestras almas.
En el altar de en medio está la Virgencita del Pilar, la Mama Linda,
como le dice el pueblo.

Carbón ha quebrado ochenta cañas de maíz persiguiendo un zorrillo


—dijo Justino, bajando la carga de sus hombros y poniéndola en tierra.
Mis padres castigaron a Carbón, sentimos su aullido lastimero pidiendo Carbón hoy no jugará con nosotros. Será un día negro. Pero a nuestros
protección. Saltamos de la cama como movidos por un terremoto. Desde ruegos se quedará en casa. Eso es lo que interesa.
la puerta, Pedro y yo miramos el drama. Nos dolía en el alma verlo
Desde mi exilio escribo una carta a mi maestra, llena de protestas.
castigado otra vez, tal vez sin culpa.
¡Qué raro! Me contesta lo mismo que dijo Justino.
¿Qué puede saber él de la importancia del maíz? ¡Tan chico! ¿Quién ha
podido descubrirle el secreto que encierra el maíz para el hombre? Ni Maruja:
siquiera sabrá que se llama maíz y que se come.
Me apena que estés castigada sin poder venir a la escuela.
Carbón recibió el castigo con los ojos extrañamente largos, la mirada Pero debes saber que los perros son como los niños, les vamos enseñando a
perdida entre nosotros y el plato de leche espumosa que hoy no le vivir poco a poco. Cuando grande, ya verás cómo Carbón es un hermoso
apetece. Carbón respetable.
Mamá dice: Tus padres tienen razón. ¿Tú sabes lo que valen ochenta cañas de maíz
deshechas que no volverán a crecer? Es una gran pérdida para ellos y sobre
—Hoy mismo hay que hacerlo desaparecer antes de que los niños se todo para ti. ¿Has pensado en esto, hija mía? Es una gran pérdida para ti.
levanten.
En cambio, Carbón sigue vivo con su lección delante. El castigo que ha
—¡Pobre Carbón! —grité, interponiéndome entre mi madre y Justino, recibido es justo y no lo daña físicamente. ¿Está sin orejas? ¿Le falta la
que bien comprenden mi dolor. cola o un ojo?

—Que no lo hagan desaparecer —dice Pedro, echándose a los brazos de Ojalá, ambos, tú y Carbón, y el pequeño Pedro, hayan aprendido la lección.
mi padre. Espero verlos llegar mañana muy temprano. Pídeles perdón a tus padres.
—Tal vez piensa que no lo queremos, que está de más entre nosotros: Cariñosamente,
pero no es cierto, Pedro y yo lo queremos de verdad —agrego.
tu maestra Margarita
Pobrecito, es mucho lo que sufre. Trato de acariciar al perro, mi madre
me riñe.

Justino nos consuela diciendo:


—Es perrito chico, niños. Entiende todo, sólo le falta hablar. Se le
castiga para que aprenda.

Me quejo:
—Si hablara nos diría que todos somos unos malos, que extraña la casa
de donde vino.
Me mandan a la cama otra vez.

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