EL DESEO DE INOCENCIO
Cuentan que lo que es verdadero,
se resguarda en la nobleza,
siendo el alma de los niños
la que alberga tal belleza.
Mas la envidia siempre busca,
emponzoñar con tristeza,
la ilusión que se dibuja
cuando un deseo se pide,
en la fe de la pureza.
Casí al llegar Nochebuena
esta bella historia empieza,
en un humilde pesebre
rodeado de pobreza.
Cantando antiguos villancicos
en un pueblo de Andalucía,
Inocencio limpiaba el establo
del monasterio en el que vivía.
Entregado fue al nacer
por su familia paterna.
pues fue fruto del amor
entre su hijo y la sirvienta.
La pobre muchacha parturienta,
perdió la vida en el alumbramiento.
Así quedó solo Inocencio
que fue llevado a una inclusa,
sin el menor remordimiento.
De ese día se alejó el tiempo
e Inocencio fue creciendo,
junto a los frailes que le criaban.
Por ello a Dios las gracias daba,
mas no podía olvidar,
lo que su alma anhelaba.
Así fervoroso cantaba
mientras miraba el pesebre
pensado que el niño Dios,
podría oir su plegaría
si la hacía con mucho amor.
¡Buen Jesús que nacerás!
Solo quisiera una cosa,
al llegar la Navidad.
Se que lo que yo deseo
es cosa de gran tamaño.
Quisiera tener unos padres
antes de cumplir siete años.
Terminaba su así su oración
al toque de los maitines,
primoroso en el trabajo
ponía su alegria en tales fines.
Fray Florencio lo miraba
lleno de compasión.
Más rápido lo reclamaba
a cumplir otra función.
-¡Llegan los muchachos ya
A las clases que comienzan!
Prepara bien los pupitres
limpia bien el encerado,
y ordena muy bien mi mesa.
Tras tomar el desayuno,
los jóvenes llenaban las aulas,
Pues el vetusto monasterio
también era un internado
donde se educaban varones,
a un nivel de secundaria.
La carestía acechaba
y la orden se organizó
para salvar su existencia.
Educaban a los chicos
de las familias pudientes
en letras y también en ciencias.
Rozando la adolescencia,
encontraban los jovenes diversión,
en la crueldad encubierta
de hacer dudar a Inocencio
sobre su propia ilusión.
-¡Canta mas alto Inocencio!
y así Dios quizás escuchará,
lo que cada año pides
al llegar la Navidad.
Mientras tu cantas canciones
volveremos con nuestras familias,
quedado tu con el esticércol
del sucio pesebre que limpias.
Fray Florencio regañaba,
al ver salir de la clase
tan triste al pobre Inocencio,
pues lo que en verdad tenían
era envidia a su gran latento.
La voz del niño era un portento,
blanca como luz angelical,
siendo su Adeste fideles
digno de un coro celestial.
Proseguía con sus labores
agradecído a su vida,
mas de nuevo deseaba
saber que era tener una madre,
al rezarle a la Virgen Maria.
Tomando su nombre de ejemplo
pensaron los muchachos internos
gastarle una inocentada.
Jugando con lo que mas queria
lo llamaron desde el coro,
mientras la iglesia limpiaba.
Fingiedo una voz muy gruesa
con autoridad llamaron,
al chiquillo que nervioso
quedó en el suelo postrado.
-¡Inocencio escucha ahora!
Que el buen Dios te esta llamando.
Si quieres que realice tu anhelo
habrás de cumplir mi mandato.
Deberás ser obediente
y no poner pegas a lo que ordenaré.
Pues si haces lo que digo
a una familia te entregaré.
Dos lágrimas de alegría
corrieron por el rostro del chiquillo,
que asintió sin tener poner trabas
a aquel falso teatrillo.
Aguantándose las risas,
entonarón los muchachos con voz potente:
-¡Deberás de rendirme homenaje
el 28 de Diciembre!
Harás así unas jugarretas
a los monjes que te han educado,
pues aunque tu no lo sabes
mucho este año han pecado.
Serás así mi herramienta
ayuándome en la tribulación,
para hacer pagar los males
de los que han caído en la tentación.
Asi planeban los estudiantes
vengarse por los suspensos
haciendo pagar a los frailes
con Inocencio como instrumento:
Deberás de preparar ,
esta mezacla con atención:
Realiza un unguento con miel,
almendras y pan rayado,
canela y clavos de olor.
Deberás de incorporar
agua y azúcar glas,
cubriendo con ello las aulas
que en castigo limpiaran.
Purificarán sus almas
y al lograr sus contricción,
te llevaré hasta unos padres,
creándose una nueva unión.
Creyendo en ello el chiquillo
preparó la bribonada,
dejando en la cocina muestra
de la receta preparada.
Muy enfadados los frailes,
obligarón a Inocencio
a limpiar el estropicio,
que ya reveló la trastada.
Consternado pidio perdón,
descubriendo que su acción
fue fruto de una mala jugada.
Una carta sería escrita
a las familias implicadas,
pagrando los estudiantes,
el precio de su inocentada.
Fray Florencio consoló
a Inocencio que mostró,
lo que inutil malgastó
para preparar aquello.
Quisó el azar que hornearan
la mezcla con sumos candores.
Surgiría así una delicia,
que hizó famoso el convento,
al fabricar unos dulces
que llamaron alfajores.
Para llevar tal empresa,
precisarían del mejor aceite
que en la zona se molia.
Trayendo con ello la suerte,
de cumplir así el deseo
de aquel que lo llevaría.
Al igual que el chiquitillo
unos padres deseaba,
El aceitero y su esposa
a Dios un hijo imploraban.
Se escuchó aquel canto humilde
realizado en el pesebre.
Forjandose así una familia
que se quisieron por siempre.
Los caminos que se hicieron
con agua, con viento y con frio,
se llenarón de un amor
como el que nunca se ha visto.
Realizándose el deseo
que tanto habían pedido
cada áño en el pesebre
se escucha cantar a Jesús,
cuando sonrie algún niño.

Presevermos su pureza,
Pues será de obligarón,
cumplir lo que mandán los reyes
para evitar el carbón.
Abramos nuestro corazón
y demos gracias en verdad,
recordando que hay quien sufre
aunque sea Navidad.
Seamos pues generosos
tengamos nuestras almas abiertas,
para ayudar al que viene
con la sonrisa dispuesta.
Esperemos que les gustara
esta historia que se les muestra
con la que Jose María y Nicolás,
les quieren felicitar las fiestas.