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Salmo 123 - P. Fidel Oñoro
Salmo 123 - P. Fidel Oñoro
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Canto de las subidas.
Situémoslo primero dentro del itinerario que viene trazando esta pequeña colección sálmica
(ver la ficha introductoria).
Toda la subida había comenzado en el corazón: “A Yahvé (o Hacia Yahvé, en hebreo ֶאל־
) ֭ ְיהָוהgrité en mi angustia y me escuchó” (Salmo 120,1). En medio de un contexto de
violencia, el peregrino emprendió su camino hacia el monte Sión.
Después de haber elevado los ojos a los montes de Judea (Salmo 121,1) y hacia Jerusalén
(Salmo 122), ahora los eleva hacia el Señor (como en el Salmo 25,14 y 141,8), hacia el Señor
que habita en los cielos y está asentado en su trono santo (Salmo 2,4; 11,4; 29,40; 47,9…).
Por primera vez, en este itinerario, el orante le habla directamente al Señor. Hasta ahora las
referencias a Dios aparecían en tercera persona, en este Salmo se le habla a un “Tú”: “A ti
levanto mis ojos… A ti…” (v.1).
Como siempre, los dos protagonistas de la oración se ponen frente a frente: Dios y el orante.
Y como siempre también, aparece en medio un tercer personaje que se interpone o que es la
causa de la súplica; en este caso “los soberbios”.
A pesar de haber quedado maravillado por la belleza de la ciudad santa bien construida
(Salmo 122), el orante no puede olvidar los sufrimientos personales y comunitarios debidos
al desprecio y a la burla de los arrogantes.
Mientras aspira a la paz, el orante reflexiona sobre su situación que parece estar muy distante
de la realidad descrita en el Salmo 122.
Estamos ante una súplica de ayuda pronunciada desde una profunda actitud de humildad.
Esta es una oración ferviente, insistente y cargada de expectativa que clama por el socorro
divino en un día de angustia.
Es desde este punto de partida que el Salmo 123 le da voz a una experiencia más bien
personal, si bien no pierde de vista el horizonte comunitario, como se evidencia en el paso
del “mis ojos” (v.1) al “nuestros ojos” (v.2).
El orante habla en nombre propio, pero también de todo el pueblo de Dios que pasa por una
crisis. La integridad soñada (Salmo 122) parece desmentida por la realidad actual en la cual
el orante se encuentra con el desprecio y la burla de gente picarona y arrogante.
¿Quiénes podrían ser esos “soberbios”, “arrogantes”? Ese desprecio podría provenir de los
paganos que se burlan de la pobreza o de las desgracias de un israelita echándole en cara que
su Dios no los cuida así como los ídolos los cuidan a ellos. Otra hipótesis es que quizás se
trate de los samaritanos: cuando el pueblo regresa a la tierra después del exilio un grupo de
samaritanos la emprendió contra ese grupo de Israelitas piadosos que venía a reconstruir la
ciudad y el país (de esto habla Nehemías 1,3; 2,19).
En realidad, el lenguaje utilizado no nos permite captar en detalle en qué consista la dificultad
por la cual se atraviesa. Lo anterior son meras hipótesis que se han planteado. Lo importante
es que, como ocurre también con otros Salmos, esta indeterminación favorece el proceso de
relectura por parte del lector de esta oración, quien podría pasar por una situación parecida.
En otras palabras cada orante tiene la oportunidad de leer allí sus propias aflicciones.
El salmo tiene dos estrofas, cada una con dos versos (v.1-2 y v.3-4)
La primera y la última frase se correlacionan. Al inicio, los ojos del orante se elevan a Dios,
“al que está sentado en los cielos” (v.1), una imagen que contrapone la necesidad del orante
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con los recursos infinitos que están en las manos de Dios, así como su soberanía mundial. Al
final de la estrofa es la comunidad la que mira “hasta que tenga misericordia de nosotros”
(v.2).
Luego tenemos las dos frases del medio. Se trata de dos comparaciones que ilustran o que
apoyan la súplica de piedad: “así como… los esclavos… las esclavas”. Podemos notar la
figura masculina y la femenina.
El salmista compara la humildad de la comunidad orante con la de los esclavos que miran la
mano de su amo, o las de las siervas ante la mano de su patrona, esperando de ellos la comida,
el refugio o la respuesta a otras necesidades básicas. En la metáfora el orante se compara con
el esclavo y Dios es representado como el patrón.
De nuevo se hace notar una contraposición. En la primera frase “A ti levanto mis ojos, a ti
que estás sentado en los cielos” (v.1) se contraponen el “levantar” (los ojos) y el “asentar”
(de Dios). Tenemos entonces dos posturas y una correlación, una gran distancia y al mismo
tiempo los ojos elevados unen el abismo del orante con la grandeza de Dios.
Aquí hay un detalle que afecta la traducción. La versión litúrgica dice “A ti que habitas en el
cielo”. De hecho, el verbo hebreo “Yahsav” ( ;ָיַשׁבliteralmente), significa “plantar la tienda”
o “habitar”. Pero no siempre es así, como ocurre en este caso en el que el contexto autoriza
una metonimia o transnominación para referirse más bien al “estar sentado en el trono” o
“entronizar” (así también en los Salmos 9,8; 29,10; 55,19; 102,12).
Como ya dicho, la metáfora del ojo puesto en las manos de los patrones aquí simboliza
anhelo, necesidad, expectativa. De esta manera se expresan la deferencia, la sumisión y la
confianza por parte del orante.
Para entender esto ayuda conocer el contexto. En Oriente, los sirvientes que atienden a sus
amos son dirigidos casi en su totalidad por las señas que estos les dan. Por tanto, se requiere
de una observación estricta de las manos de las manos de sus patrones.
Con estas indicaciones retomemos esta primera estrofa: estamos ante un cruce de miradas.
Los ojos de los siervos espían con atención las manos de sus patrones para tratar de captar en
sus movimientos más mínimos una señal de su voluntad y de su benevolencia, pero sobre
todo de su “piedad”.
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Una imagen lo puede ilustrar: la figura del escriba sentado que se encuentra en el Museo del
Cairo. Está representado con la mano lista sobre el papiro, pero con los ojos puestos en los
de su Señor.
En el caso del Salmo 123 se trata de la esperanza del pobre y desvalido. Él sabe que las manos
del Señor, apenas se muevan, crearán justicia y libertad, destruirán a los poderosos que los
oprimen.
Tenemos paralelos en otros Salmos, como el 25,15: “Mis ojos están siempre fijos en el
Señor, pues Él saca mis pies de las redes.”. O el 69,4: “Mis ojos desfallecen a la espera de
mi Dios”.
La súplica de piedad con la que termina el v. 2 (“Hasta que se apiade de nosotros”) se repite
dos veces más en el v. 3, convirtiéndose en la bisagra y el centro del salmo: “Ten piedad de
nosotros… Ten piedad de nosotros”.
El triple clamor por la misericordia, que es gracia para los que no tienen mérito, no se quedará
sin respuesta. Se requiere, eso sí, mantener la mirada fija en él, aunque sea fuera de horario.
El orante se ha presentado humilde ante Dios. Pero, por otra parte, ha sido humillado
perversamente por un grupo de personas que califica de poderes “arrogantes y orgullosos”.
En las traducciones falta colocar ese nivel alto al que se ha llegado y que está descrito en el
adverbio hebreo rav y rabbat (=mucho), que es como decir “el colmo”. Si miramos el texto
hebreo veremos que literalmente dice: “porque en gran manera estamos llenos [de]
desprecios” (v.3), “nuestro nefesh está muy lleno de las burlas de los superficiales y del
desprecio de los orgullosos”.
Por otra parte se dice que el causante de esta situación es el lanza sarcasmos, el burlón que
humilla a otros. La terminología destaca la autocomplacencia pagana de los que están bien y
cómodos, lo cual les hace sentirse superiores. Estos no tienen en cuenta la Ley de Dios y
desprecian a su pueblo cuando sufre.
Los antiguos valores culturales del honor y la vergüenza yacen detrás de este salmo. El salmo
le ruega a Dios que revierta las condiciones injustas del mundo y que actúe en favor de los
humildes.
(1) El “Ten piedad” (“Hanan”, en hebreo), que es el segundo atributo del Nombre del Señor
(Ex 34,6), indica literalmente la acción del plegarse, del inclinarse, para respetar a su
interlocutor y darle la oportunidad de entrar en acción. Es lo contrario del soberbio, del que
se engrandece para humillar a otros.
(2) Este “Ten piedad” repetido tres veces (v.2-3) tiene una razón de ser bien precisa, la cual
está expresada en el símbolo de la “saciedad” (el “colmo”: v.3-4). No se trata de la saciedad
de años propia de los patriarcas, ni de la saciedad de mosto o de placer según el colorido
lenguaje de oriental de la bendición. Es más bien una saciedad de desprecio y de “Bullyng”,
una saciedad que ya llegó al punto de la explosión de la nausea, como quien dice: “Esto es
demasiado…”.
(3) Delante del arca del Templo, que representa el pedestal del trono de Dios, el orante saca
fuera lo que lo tiene saturado por dentro y espera una liberación de la opresión de los
“lig’eonim”, los “arrogantes”.
Valga notar que durante la opresión helenística que combatían los Macabeos (siglo II aC), se
leían esta última palabra partiéndola en dos: lig’e – jomim (los arrogantes griegos). En ese
momento esta súplica personal se convirtió en una súplica plenamente nacional.
Esto último ayuda a entender por qué en las Biblias se encuentra la siguiente frase al final
del Salmo: “Los soberbios merecen el desprecio”. Hay que notar que está entre paréntesis.
La nota de la Biblia de Jerusalén (quinta edición) lo explica así: “Adición del período
macabeo, quizás bajo la persecución de Antíoco Epífanes” (se sugiere ver la nota completa,
se trata de un juego de palabras).
Pues bien, el Salmo fue releído en una circunstancia histórica de Israel, cuando fue humillado
por una invasión griega. Pero si quitamos el paréntesis final y nos quedamos con el texto tal
como lo acabamos de leer contaremos con un buen esquema oracional para acompañar
cualquier otra circunstancia crítica.
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El término ‘eḇed se puede traducir como “siervo” o como “esclavo”. En todo caso designa
una condición de sumisión. Pero, sobre todo, en el contexto religioso, expresa el vínculo más
estrecho y profundo que se puede dar entre el orante y Dios. No se trata, por tanto, de una
condición ignominiosa, sino de una condición eminente de libertad y de comunión con el
Señor, de obediencia a su voz para llevar a cabo su querer.
Dentro de este concepto de “Siervo” se insta la responsabilidad de los patrones hacia ellos.
En este Salmo en particular: así como los siervos pueden contar con sus patrones, así los
peregrinos esperan que “el Señor Dios nuestro” se muestre benévolo con ellos y piden que
así suceda.
En el AT:
Abraham (Gn 26,24)
Moisés (Ex 14,31; Dt 34,5)
David (2 Sm 6,5.8)
Profetas (Jer 25,4; Am 3,7)
Siervo de Yahvé (Is 42,1-7; 49,1-6; 50,4-11; 52,13-53,12)
En el NT:
María (1,38)
Jesús (Hch 3,13.26; 4,27.30)
Por otra parte, también Jesús ha elevado los ojos en oración, en diálogo con el Padre: Mc
6,41; Jn 11,41.17,1. Por eso se ha dicho que este Salmo 123 puede ser leído como “Voz de
Cristo al Padre”: Oración de Cristo, el Siervo del Señor, capaz de vivir un abandono
plenamente confiado en Dios y, al mismo tiempo, inmerso en el sufrimiento injusto al que lo
ha conducido la maldad de quien no soportaba su narración novedosa del rostro de Dios.
Quizás el mejor comentario de este Salmo sea un oráculo de Isaías, el cual explicita la
respuesta esperada con confianza por el peregrino. El profeta enseña que hay una expectativa
todavía mayor, la que es nutrida por el Señor:
2.2. Patrística
San Agustín
“‘Miren, como los ojos de los siervos miran a las manos de sus patrones, como los ojos de la
sierva miran a la mano de su patrona, así nuestros ojos miran al Señor nuestro Dios, hasta
que tenga piedad de nosotros’ (Salmo 123,2). Nosotros somos los siervos y la sierva; él es el
patrón y la patrona… Para (entender que cómo) el pueblo se hace siervo (de Dios) y la Iglesia
su sierva, (nota cómo) ‘Cristo’ es ‘la potencia y la sabiduría de Dios’ (1 Cor 1,24)… Oyendo
mencionar a Cristo, eleva tus ojos a las manos de tu Señor; escuchando que él es la potencia
de Dios y la sabiduría de Dios, eleva tus ojos a las manos de tu patrona. Porque tú eres al
mismo tiempo siervo y sierva: siervo en cuanto pueblo, sierva en cuanto Iglesia. Esta sierva
ha conseguido una gran dignidad ante Dios: se ha convertido en esposa”.
(Exposición de los Salmos, 123,5, CCSL 40, pg. 1818)
Casiodoro
“El profeta… apenas llega a su nueva grada, se entrega con fidelidad a la oración
perseverante… Luego suplica al Señor que le conceda la misericordia… Contemplamos al
hombre admirable en la perseverancia de la oración y para nada intimidado ante las
humillaciones, sino capaz de sanar las adversidades y heridas de todo tipo con una sola
medicina: elevar siempre los propios ojos al Señor”
(Comentario de los Salmos, 123, CCSL 98, pgs. 1156, 1159)
San Benito
En la Regla propone un “cuarto abismo: el abandono confiado en el Padre”, hasta “no
desesperar nunca de la misericordia de Dios”
(Regla 4,74; SC 181, pg.462)
“Que el Señor nos dé la gracia de sentirnos descartados, porque no tenemos ningún mérito.
Solamente Él nos da la misericordia y la gracia. Y para acercarnos a esa gracia tenemos que
acercarnos a los descartados, a los pobres, a los que tienen más necesidad. Porque seremos
juzgados por esta cercanía. Que el Señor hoy, abriendo esta puerta, done esta gracia a toda
Roma, a cada habitante de Roma, para poder seguir adelante en ese abrazo de la
misericordia, donde el padre abraza al hijo herido, pero el herido es el padre: Dios está
herido de amor, y por esto es capaz de salvarnos a todos”
(Apertura de la Puerta Santa de la Caridad, Roma 18 de diciembre de 2015)
3. Oración
Con esta confianza elevemos juntos nuestros ojos al Señor con la oración más elemental,
pero la más completa: “Señor, ten piedad”.
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5. Relee el Salmo