Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
De Roma a Berlín La protestantización de la Iglesia -- Gabriel Calvo Zarraute
De Roma a Berlín La protestantización de la Iglesia -- Gabriel Calvo Zarraute
De Roma a Berlín
Volumen I
La protestantización de la Iglesia
Católica
Prólogo
Javier Barraycoa Martínez
Epílogo
José Luis Pozo Fajarnés
BIBLIOTHECAHOMOLEGENS
© Homo Legens, 2022
Calle Nicasio Gallego, 9
28010 Madrid
91 005 35 54
www.homolegens.com
Prólogo: Javier Barraycoa Martínez
Epílogo: José Luis Pozo Fajarnés
ISBN: 978-84-19349-28-6
Maquetación y diseño de cubierta: Nacho Cascajero
Todos los derechos reservados.
Queda rigurosamente prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier
medio o procedimiento, incluidos la reprografía, el tratamiento informático y la distribución
de ejemplares mediante alquiler o préstamo público sin permiso previo y por escrito del
editor.
Índice
Prólogo
4. El delirio sinodal
Evangelización y secularismo
En lo referente a las estrategias para influir en la sociedad, a nivel
político, el Partido Popular se niega a enterarse de que ya no nos
encontramos en los tiempos del bipartidismo, en los que dicha
formación presuponía que el poder les caería en las manos, bien por
incomparecencia del adversario o por el resignado y asqueado voto
útil del español de a pie hastiado del sectarismo y la congénita
ineptitud económica de la izquierda. Pero, aunque errada, el PP que
solo aspira a ser el contable del PSOE para arreglar los desastres
económicos socialistas, al menos posee una estrategia. Mientras
que el episcopado carece por completo de ella, quedando retratado
en el espejo implacable de los hechos por estas palabras de
Newman, mostrando que, en más de 150 años, la situación no ha
cambiado excesivamente: «Los obispos se creen que lo mismo que
la justicia no existe entre Dios y sus creaturas, ni entre los hombres
y los brutos, de igual manera no la hay entre ellos y sus súbditos.
Así que toman decisiones fuertes o poco meditadas y solo se fijan
en cómo el clero o los fieles aceptan esas decisiones […] si el
agraviado las acepta como una forma de ganar en virtud, con
humildad, alegría sumisión, resignación, etc.»101.
Los que durante más de medio siglo no dejan de pedir perdón y
avergonzarse profundamente de la historia de la Evangelización de
América, las Cruzadas o la Inquisición, dictan normas arbitrarias sin
preocuparse por justificar sus decisiones, sino de imponer su
voluntad olvidando considerar las relaciones de justicia a la que
están obligados. Empeñándose así en ser obedecidos sin
posibilidad alguna de réplica. La mentalidad voluntarista-nominalista
jesuítica de dicha postura es evidente, de ahí que, históricamente su
presencia en el Tribunal de la Inquisición fuera, a Dios gracias,
bastante limitada102. Tras investigar en los archivos inquisitoriales
apabulla la seriedad de los procesos que dejan en muy mal lugar las
actuales y arbitrarias sentencias administrativas. Con la Inquisición
la Iglesia funda el primer pilar fundamental de la justicia moderna, el
creado para perseguir delitos de oficio103. Ha de partirse de los datos
ciertos y contrastados, a pesar de estar habituados a las
manipulaciones. En una entrevista televisiva, el teólogo perito del
Vaticano II, Hans Kung, reputado gurú del progresismo eclesial,
siempre muy bien considerado y remunerado, daba estas
alucinadas cifras en un intento solapado de equiparar la represión
nacional-socialista con la inquisitorial: «Hubo alrededor de 9
millones de víctimas de los juicios por bujería»104.
Jacques Le Goff, gran medievalista francés que no siente la
menor simpatía por la Iglesia, no puede por menos que reconocer
que en la Inquisición se encuentra toda la sabiduría legal y un
sentido de humanidad105 que es muy raro encontrar hoy en los
jueces modernos. Refiriéndose en concreto a la Inquisición
española, admite que las condenas a muerte fueron muy raras, en
comparación con las impuestas por cualquier tribunal penal ordinario
de la época en cualquier país europeo.
El Santo Oficio fue el cuerpo jurídico más objetivo de su tiempo,
como lo han confirmado las numerosas investigaciones
archivísticas, una institución capaz de desalentar las denuncias
arbitrarias y la acusación de delitos sin la carga de la prueba106. El
Derecho es siempre un instrumento de la justicia de cara a la
contención de las arbitrariedades y un ordenamiento legal, aún
como el actual pensado para favorecer al obispo y al papa a modo
de señores feudales que pueden ejercer su poder sin demasiados
escrúpulos en materia de derecho, siempre será preferible a la nada
jurídica. La ley no puede ser vista como un lastre sino como una
protección de los más débiles. De la aplicación del Derecho
Canónico con exactitud provendrá un factor clave para la
reconstrucción de la Iglesia, pues no han de olvidarse las posturas
antijurídicas de los modernistas en nombre de la primacía de la
persona. Desposeer a la Iglesia de su estructura jurídica y
dogmática era uno de los fines perseguidos por Lutero, y el tosco
desprecio de Bergoglio por las normas y los principios cardinales del
Derecho Canónico, es más que un motivo de preocupación para los
juristas. Según Suetonio107, Calígula quiso nombrar senador a su
caballo, Incitatus, para despreciar las leyes del senado romano, y es
que cuanto más cerca está la caída de un imperio, más demenciales
se tornan sus leyes.
En este sentido, resulta una lectura indispensable la famosa
tragedia Antígona a modo de introducción a la Filosofía de Derecho.
Su significado más profundo reside en el conflicto entre la ley moral
natural «establecida por los dioses»108, y la ley política positiva
inventada por los hombres. Ese conflicto hace surgir otros: el
individuo y la colectividad, la ley y el poder, el principio masculino y
el femenino. No obstante, el punto clave de toda la obra es la
existencia o no de una moral objetiva109. Si esta no existe, las leyes
humanas son simples imposiciones de alguna oligarquía sin otro
criterio que la fuerza coactiva que pueda emplear y su capacidad
por mantener cierta apariencia de un orden social. Si la ley no
tuviera otro referente real que la voluntad del gobernante, la historia
humana se convertiría en una sucesión de violencias sin otro
sentido que el triunfo, siempre pasajero, del más fuerte y cruel. Lo
que desemboca forzosamente en el nihilismo, que hunde sus raíces
en la filosofía kantiana110.
Para Heine, Kant es el «el Robespierre de la filosofía
alemana»111, que incluso superaría a Robespierre como
revolucionario, mientras que, para Russell, ha sido uno de los
infortunios de la filosofía. Kant es el filósofo que fascina a la
derechita cobarde española a causa de la herencia filosófica
trasmitida por Ortega y Gasset112 que pesa sobre ella, y por el
pleonasmo «Estado de Derecho», pero el Reich, idea de Federico el
Grande de Prusia113, no es más que una creación kantiana, y debe
su falso prestigio a que pasa por ser la versión continental del «Rule
os law» de los ingleses. En realidad, es la sociedad planificada por
el positivismo jurídico con la finalidad de acabar con la política para
instalar La paz perpetua, como titula Kant su manuscrito de filosofía
de la historia. Obra irónica para Arendt: «no en vano concebida
como un sueño de felicidad internacional a la vera de un
cementerio»114.
Si el Estado está limitado por la ley, pero no hay ley que no
pueda ser modificada siempre que se observen las formalidades
prevenidas en la correspondiente constitución, se habita en el
positivismo jurídico, en el que la ley, lejos de injertarse en un orden
natural, racional, es el puro mandato del soberano acompaño del
poder para imponerse efectivamente. Así el Estado de Derecho
constituye la aceptación de los principios del liberalismo filosófico. El
Estado revolucionario-moderno sustituyó, precisamente, todos los
métodos arcaicos que, si bien en su época cumplieron una función
histórica, en los tiempos actuales tienen que ser suplidos por las
doctrinas posmodernas.
La ideología materialista-secularista no ha destruido las cosas
divinas, porque «Dios no muere»115, pero ha destruido las realidades
naturales. Como nos recuerda la mitología clásica, los Titanes no
subieron al cielo, pero devastaron el mundo116. A este respecto, la
mitología griega constituye una fuente de sabiduría porque procede
de la propia experiencia de la vida del ser humano,
independientemente de los siglos que transcurran117. Nos
encontramos en tiempos de destrucción de la civilización occidental,
principalmente a través de dos instrumentos:
a. El individualismo social.
b. La secularización jurídica.
c. La imposición del laicismo educativo.
a. El feminismo doctrinario.
b. El ecologismo fanático.
c. La liquidación de los valores tradicionales (familia, patria,
propiedad, libertad).
d. La atenuación de la soberanía de los Estados
periféricos frente al refuerzo de los hegemónicos.
a. La independencia judicial.
b. El respeto del derecho de defensa de las partes.
En la controversia, la ley positiva, de suyo abstracta y genérica,
se aplica a la vida y es interpretada, puesto que no puede
identificarse con el derecho como realidad ontológica. Ningún
ordenamiento jurídico debe considerarse como definitivo y
exhaustivo, sino como fragmentario, sin que puedan preverse todas
las situaciones concretas que pueden verificarse, ni expresar
adecuadamente la exigencia moral de la justicia que sostiene toda la
experiencia jurídica.
Una vez violada una ley, para restablecer el equilibrio en la vida
social, se conmina una pena a través de una sentencia. Una ley se
violenta ya sea por un conflicto entre particulares, derecho privado,
ya sea por un conflicto de uno o varios sujetos con alguna autoridad
legítima. Es decir, el derecho público, en el que las penas no solo
restablecen la justicia conmutativa, sino que compensan el equilibrio
social previamente roto. En esto se manifiesta la coactividad de la
ley, que la hace aparecer en su carácter de heteronomicidad. En el
caso de conminación de una pena, la exigencia de justicia se
expresa en el hecho de que, cada uno en sus relaciones con los
demás, es considerado responsable de sus propios actos y sufre
sus consecuencias en la reparación del daño producido. A esta
responsabilidad obligante corresponde el derecho de pretender esa
reparación.
La aplicación de la coactividad de la ley se dirige a que el sujeto
perciba que su voluntad subjetiva tiene que objetivarse en la
voluntad general y universal. La pena debe tener una función
educativa y no solo punitiva y expiatoria, de forma que coopere a la
adquisición de una conciencia social por parte del sujeto. Si la pena
alcanza este fin, la ley heterónoma es interiorizada y el sujeto
acepta voluntariamente lo que antes era solo coacción para él, y se
abre a la obediencia, adhiriéndose a las cualidades sociales que
comporta la ley. La coacción no es una nota esencial de la
experiencia jurídica en cuanto al fin que se quiere perseguir con la
conminación de una pena. Es posible también alcanzarlo de otras
maneras. Incluso el perdón, judicial o no, no niega la exigencia de la
justicia y, por tanto, no niega el derecho como realidad ontológica, ni
la ley positiva que lo expresa. Ya que el perdón tiene sentido en
cuanto presupone la afirmación de la violación de un derecho y el
previo reconocimiento de la transgresión legal.
Hacia una estructuración protestante de la Iglesia
En su exhortación apostólica Evangelii gaudium de 2013, el papa
Francisco expresó su deseo de ver una «sana descentralización» en
la Iglesia Católica. Volvió a utilizar el término en sus últimos cambios
relativos al Derecho Canónico de las Iglesias latina y oriental. Los
cambios están contenidos en el motu proprio Assegnare alcune
competenze («Asignar algunas competencias»). Un motu proprio es
un documento emitido por el papa «por su propio impulso» y no a
petición de una oficina de la Curia Romana. Es a través de este
medio que el papa busca lograr la descentralización. En septiembre
de 2022, ya hay cincuenta y dos documentos en la sección del sitio
web del Vaticano dedicada a los motu proprios del papa Francisco.
En la práctica, Bergoglio ha impuesto la descentralización sí, pero
centralizando las decisiones sobre sí mismo, sin involucrar a la
Curia Romana, ni siquiera haciendo uso del consejo de los obispos
locales, que son los principales destinatarios de las medidas.
Formalmente, la consulta se realiza a través del Consejo de
Cardenales, creado por el papa Francisco al inicio de su pontificado,
precisamente para ayudarle en el gobierno de la Iglesia y para
perfilar una reforma general de la Curia. No obstante, el papa ha
tomado todas las decisiones al margen del Consejo de Cardenales y
no como parte de los trabajos del propio consejo. Los cambios del
papa en el Derecho Canónico son mucho más decisivos y
amedrentadores que la reforma de la Curia. Por ejemplo, la
diferencia sustancial entre la «aprobación» y la «confirmación» por
parte de la Santa Sede. La aprobación es la disposición por la cual
una autoridad superior, en este caso, la Santa Sede, habiendo
examinado la legitimidad y conveniencia de un acto de autoridad
inferior, permite su ejecución. En cambio, la confirmación es la
simple ratificación de la autoridad superior, que da mayor autoridad
a la disposición de la autoridad inferior. De esto se desprende que la
aprobación, en comparación con la confirmación, implica un mayor
compromiso e implicación de la autoridad superior. Por lo tanto, es
evidente que pasar de solicitar la aprobación a solicitar la
confirmación no es solo un cambio terminológico, sino sustancial,
que va precisamente en la dirección de la descentralización.
En 2017, el Papa Francisco publicó el motu proprio Magnum
principium, en el que se establecía que las traducciones de los
textos litúrgicos aprobadas por las conferencias episcopales
nacionales ya no debían ser objeto de revisión por parte de la Sede
Apostólica, que en el futuro solo las confirmaría. En su momento, el
cardenal Robert Sarah, entonces prefecto de la Congregación para
el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, redactó una nota
sobre el tema, que interpretaba la nueva legislación en sentido
restrictivo, subrayando que ésta: «no modificaba en absoluto la
responsabilidad de la Santa Sede, ni sus competencias en materia
de traducciones litúrgicas». Pero el reconocimiento y la
confirmación, respondió el Papa Francisco en una carta, no pueden
ponerse al mismo nivel, y de hecho Magnum principium: «ya no
sostiene que las traducciones deban ajustarse en todos los puntos a
las normas de Liturgiam authenticam [el documento de 2001 que
establece los criterios para las traducciones] como se hacía en el
pasado.
Bergoglio añadió que las conferencias episcopales pueden ahora
juzgar la bondad y coherencia de las traducciones del latín en
diálogo con la Santa Sede. Antes, era el dicasterio el que juzgaba la
fidelidad al latín, el idioma propio de la liturgia católica, y proponía
las correcciones necesarias. Mucho dependerá de cómo el Vaticano
decida aplicar su facultad de confirmación: si optará por confirmar
simplemente las decisiones o, en cambio, entrará más directamente
en las cuestiones, ofreciendo diversas observaciones. Al mismo
tiempo, las conferencias episcopales perderán la garantía de
comunión en las decisiones con la Sede Apostólica. Son más
autónomas en algunas opciones, pero siempre sujetas a la
confirmación de la Santa Sede. Tienen poder, pero de alguna
manera están bajo tutela. Al favorecer la descentralización, el papa
peronista quiere superar los impases que vivió como obispo en
Argentina, superando también la percepción de que Roma es
demasiado restrictiva y no aprecia las sensibilidades de las Iglesias
locales. En definitiva, se trata de copiar el modelo protestante de las
iglesias nacionales.
Un órgano legislativo centralizado garantiza la justicia, el
equilibrio y la armonía. El riesgo de perder esta armonía está
siempre a la vuelta de la esquina. Este punto también surgió cuando
Francisco cambió los procedimientos de nulidad matrimonial. Ya
entonces obligó de alguna manera a los obispos a asumir esta
responsabilidad. Un año después de la promulgación de los
documentos Mitis Iudex Dominus Iesus y Mitis et misericors Iesus, el
papa subrayó que el proceso de nulidad agilizado no podía confiarse
a un tribunal interdiocesano porque esto desvirtuaría: «la figura del
obispo, padre, cabeza y juez de sus fieles, convirtiéndolo en un
mero firmante de la sentencia»1032. Esta decisión creó dificultades
para los obispos en zonas donde los tribunales interdiocesanos
funcionaban correctamente, como es el caso Italia. Por ello, no fue
casualidad que Bergoglio, con otro motu proprio, creara una
comisión pontificia para garantizar la aplicación de los cambios en
Italia. La comisión se estableció directamente en el tribunal de la
Rota Romana, lo que indica que Francisco toma decisiones que
favorecen la autonomía de las Iglesias locales. Pero,
paradójicamente, lo hace centralizándolo todo en sus manos. Este
es el modus operandi con el que el papa argentino pretende
desarticular un sistema existente para crear otro nuevo. La clave
para entender dicho modus operandi es la consigna: «violencia
buena y suave»1033, que utilizó para describir sus numerosas
reformas.
Al final de este proceso, los obispos son menos autónomos, pero
también estarán más solos. Sin una guía armonizadora, se corre el
riesgo de que cada Iglesia particular adapte las decisiones a su
propio territorio y cree nuevas directrices doctrinales. De esta forma
no puede garantizarse que no se repita el episodio del Catecismo
holandés. En 1966, los obispos de los Países Bajos autorizaron la
publicación de un nuevo catecismo: Fe católica para adultos. El
texto fue tan controvertido que Pablo VI pidió a una comisión de
cardenales que examinara su presentación de la enseñanza
católica. Más tarde, Juan Pablo II convocó una asamblea especial
del Sínodo de los Obispos para discutir las cuestiones planteadas
por el episodio.
Así no puede garantizarse que los controvertidos y heréticos
textos producidos por el «Camino Sinodal» en Alemania no se
incluyan en la formación de los sacerdotes por parte de las
conferencias episcopales locales. Estas cuestiones siguen abiertas.
Si la Santa Sede aborda el proceso de «confirmación» en términos
duros, entonces nada habrá cambiado. Si adopta un enfoque más
relajado, existe el riesgo de que haya diferencias radicales entre las
iglesias particulares. La Iglesia Católica puede entonces parecerse a
una federación de conferencias episcopales, con poderes similares
y diferencias sustanciales: ya no la unidad en la diversidad, sino la
variedad conciliada por la gestión administrativa conjunta.
Sinodalidad: lingüística comunista y juridicidad kafkiana
Con motivo del sínodo para la sinodalidad, el Sumo Pontífice ha
establecido que, en todas las diócesis del mundo, se convoquen
asambleas para: «escuchar al pueblo de Dios». En otras palabras:
la Iglesia ha entrado en un estado deliberativo permanente a escala
planetaria, es decir, el sueño de Karl Rahner, Hans Kung y el resto
de fundadores de la revista de teología modernista Concilium: la
Iglesia en concilio permanente. Tres son las percepciones que se
siguen de esta medida:
a. Religiosa.
b. Psicológica.
c. Sociopolítica.
d. Jurídica.
a. La naturaleza de la religión.
b. La índole del Derecho.
c. El objeto del Estado.
a. La prevención.
b. La represión.
a. su carácter sacrificial1258.
b. la presencia real.
La unidad del rito romano debe preservarse mediante la misma
estructura litúrgica básica y la orientación precisa de las
traducciones del original latino. Ha constituido un gravísimo error
que Bergoglio traspasase la responsabilidad de la unidad en el culto
a las Conferencias Episcopales. Roma debe supervisar la traducción
de los textos normativos de la Misa nueva y de los textos bíblicos,
con los que tantas conferencias episcopales han conseguido
oscurecer los contenidos de la fe. Las presunciones de que se
puede «mejorar» el verba domini (por ejemplo, pro multis -«por
muchos»- en la consagración, el et ne nos inducas in
tentationem -«y no nos dejes caer en la tentación»- en el Padre
Nuestro), contradicen la verdad de la fe y la unidad de la Iglesia,
pero no celebrar la Misa tradicional. La clave de la comprensión
católica de la liturgia radica en la idea de que la sustancia de los
sacramentos es entregada por Nuestro Señor Jesucristo a la Iglesia
como signo visible y medio de la gracia invisible en virtud de la ley
divina, pero que corresponde a la Sede Apostólica y, de acuerdo con
la ley, a los obispos ordenar la forma externa de la liturgia1259. Las
disposiciones de la Traditionis Custodes son de carácter
disciplinario, no dogmático, luego pueden ser modificadas de nuevo
por cualquier papa futuro, lo que no hace más que proyectar la
imagen dialéctica de la Iglesia como sucede en el campo de los
partidos políticos1260.
Se puede medir la voluntad del papa Francisco de devolver a la
unidad a los deplorados tradicionalistas, con el grado de su
determinación de poner fin a los innumerables abusos progresistas
de la liturgia del Vaticano II, que equivalen a una blasfemia
continuada. La desacralización y paganización de la liturgia católica
-que en su esencia es el culto al Dios Uno y Trino- a través de la
mitologización de la naturaleza, la idolatría del medio ambiente y del
clima, así como el espectáculo de la Pachamama, son, más bien,
contraproducentes de cara a la restauración de una liturgia digna y
solemne que refleje la plenitud de la fe católica.
Resulta llamativo que, desde hace más de cincuenta años
incluso los sacerdotes que celebran la Misa nueva ateniéndose
fielmente a las rúbricas, hayan sido ampliamente tachados de
tradicionalistas. Al mismo tiempo, es paradójico que quienes
condenan a los tradicionalistas por su supuesta oposición las
enseñanzas del Vaticano II, precisamente, rechacen su doctrina
acerca de:
a. el nominalismo
a. el protestantismo
a. el Estado moderno
Por ello no han faltado aquellos que ven en este acto un nuevo
espaldarazo más de Bergoglio a los planes mundialistas, llamando a
Rusia a someterse a los mismos y a cancelar su historia e identidad
en obsequio de la paz que da el mundo, que no es sino la paz de los
cementerios y del repulsivo Imagine de John Lennon.
Retomando la perspectiva histórica, como la consagración
exigida no se realizó en tiempo y forma, Rusia acabó «esparciendo
sus errores por el mundo», según lo anticipado por la Virgen en
Fátima, en su aparición del 13 de julio de 1917. Pero debe
advertirse que esta profecía no toca solo al socialismo soviético, que
ya es historia, sino a ese muy vigente monstruo globalista que le es
consanguíneo y que busca avasallar las identidades personales y
nacionales para reducirlas a un magma definitivo y sin salida,
báratro metahistórico a la medida de los perversos designios del
hombre prometeico. Tal coincidencia en los errores con la Rusia
soviética, como son: i) el internacionalismo; ii) el materialismo; iii) la
secularización integral, hacen de las advertencias de la Virgen un
asunto aún no agotado. La «república universal» trasoñada desde
hace tres siglos por la masonería1374 y denunciada por el papa
Benedicto XV en su motu proprio Bonum sane (1920) como objetivo
de los agentes que operaron para consumar la Primera Guerra
Mundial y sacar de ella, abatidos los últimos obstáculos políticos,
una reorganización del mundo según el caletre laicista y
humanitario, tal como ya lo había previsto el mismo papa, no bien
comenzada la guerra, en Ad beatissimi (1914), esa república impía y
sin fronteras, es la que quieren terminar de cuajar los ejecutores
actuales de un propósito tan añejo como siniestro.
Condicionar hasta en sus menores detalles la política económica,
sanitaria y cultural de las naciones y hacer de la globalizada
intimidad de los sujetos, atomizados según el nuevo patrón de
conducta impuesto en pocos años por las redes sociales, otras
tantas res publicae, sin duda, es todo un jalón hacia la proclamación
pública y resonante del definitivo estado de cosas contenido en la
Agenda 2030 de la ONU que contiene, entre otras beldades,
cumplida o por cumplirse la liquidación de la institución familiar, la
abolición fáctica de la propiedad personal de los bienes: «no tendrás
nada y serás feliz». Nótese el carácter crasamente extemporáneo
de cualquier acusación de conspiracionismo contra quien traiga a
cuento estos datos: los planes de la agenda globalista hoy son
exhibidos a plena luz del día, y hasta se dan el lujo de ponerle fecha
a la prevista consumación de los mismos: 2030.
La consagración o lo que fuera, operada por Francisco, cumple el
cometido de desmentir oficialmente, de manera indirecta, la validez
de las realizadas por sus predecesores. Quedan por ver sus efectos,
si la explícita mención de Rusia y la unión con buena parte del
episcopado mundial, requeridas por la Virgen, alcanzan a suplir sus
calamitosas deficiencias. Parece obvio advertir que la conversión de
Rusia no puede suponer la mera recusación del comunismo
soviético, cosa ya cumplida, sino su redditus a la Roma eterna, es
decir, a la Roma católica, no a la actual modernista, pues los errores
modernos se esparcieron tan eficazmente por el mundo que
alcanzaron la mismísima Cátedra de San Pedro. Sobre esto mismo
Dios ya había advertido a la vidente, el 5 agosto de 1931, que: «mis
ministros […], siguiendo el ejemplo del Rey de Francia [Luis XIV,
que se había negado a consagrar su reino al Sagrado Corazón de
Jesús], retrasando la ejecución de mi pedido, seguirán a él en la
desgracia. El Santo Padre consagrará Rusia, pero será tarde».
Que la consagración de Rusia se haga tarde implica, por lo tanto,
y aunque Rusia retorne a la unidad de la Iglesia como efecto de tal
acto, el cumplimiento de ese castigo celestial sobre el mundo
entero, siendo aquella nación el instrumento del mismo. Aquel
pasaje conocido como el «tercer Secreto de Fátima»1375 y dado a
conocer de forma muy presumiblemente incompleta por el Vaticano
el 13 de mayo de 2000, parece precisar esto mismo, al aludir a:
«obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña
empinada en cuya cumbre había una gran Cruz […] El Santo Padre,
antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y
medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y
pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el
camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies
de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados».
Solo Dios, gobernando el tiempo con el imperio de su
Providencia1376, sabrá compaginar los hechos venideros con las
profecías escatológicas cuya concreta interpretación desafía a los
mismos exegetas. Sin despreciar la interpretación de las siete
trompetas del Apocalipsis que hace de las mismas símbolos de las
sucesivas herejías históricas con graves consecuencias en la vida
política de los pueblos, suponemos retratados en las mismas
algunos de los efectos de una conflagración nuclear de vasto
alcance. Pudiendo tener relación, por ejemplo, el oscurecimiento
parcial del sol, la luna y las estrellas con el llamado invierno nuclear,
susceptible de afectar incluso a aquellas áreas alejadas y no
siniestradas por las detonaciones. Adviértase que las trompetas
comienzan a sonar luego de producirse en el cielo un «silencio
como de media hora», el que podría aludir al desistimiento de la
Iglesia de su misión docente en los años que preceden a este
terrible castigo.
Aunque Bergoglio le confesara a su amiguito ateo, Eugenio
Scalfari, su convicción de que: «nuestra especie desaparecerá en
algún momento y Dios siempre creará otras especies a partir de su
semilla creadora» (29-III-2018), creemos firmemente que la estirpe
humana será preservada de su aniquilación por obvias razones
contenidas en fe católica. Un eventual big bang propiciado por el
hombre rehén de su técnica no podrá frustrar el reinado venidero de
Nuestro Señor Jesucristo, cuya fisonomía debiera coincidir con los
rasgos de aquel milenio metahistórico del que nos habla el capítulo
XX del Apocalipsis. Dios mismo, que creó todas las cosas de la
nada, se encarnó en el seno de una Virgen e hizo bailar al sol en
Fátima, disipará los efectos de la radiación atómica para renovar la
tierra y para que se cumpla, superados tan ingentes padecimientos,
el vaticinio de su Santísima Madre acerca de la conversión de Rusia
y de que: «le sea concedido al mundo un tiempo de paz»1377.
La mitología ecologista, religión posmoderna sustitutiva del
cristianismo
Puede comprobarse claramente la desaparición de las creencias
cristianas en Occidente desde hace ya varios siglos. Sin embargo,
hoy en día la caída de las prácticas religiosas es más que
significativa. La entrada en la posmodernidad no significa que el
hombre se haya convertido en ateo, todos los pueblos son religiosos
y ninguno puede prescindir de las creencias, aunque no sean
religiones constituidas. Para los católicos que piensan que después
de ellos llegará el nihilismo, la nada, se equivocan. Ninguna cultura
vive del nihilismo, porque no podría existir. Todas las sociedades
humanas paganas son politeístas, con múltiples creencias
inmanentes, mientras que el monoteísmo cristiano es la excepción,
con un Dios único y trascendente. Cuando el monoteísmo se
desvanece, la sociedad vuelve a las formas del paganismo, que
nacen por sí solas.
La ecología, una forma de cosmoteísmo, es la principal religión
de nuestro tiempo. Naturalmente, los graves problemas ecológicos
son cuestiones científicas, basadas en datos científicos, no
obstante, lo que ocurre es que esta ciencia da lugar a una religión
ecologista, o se transforma en una religión ecológica. Es decir, se ve
superada por creencias y miedos que la minan y la perjudican,
cuestionando su veracidad. Hoy en día, la ecología funciona como
un sucedáneo de religión: tiene sus sumos sacerdotes y sus misas,
su catecismo enseñado a los niños, su profetisa, sus excomuniones
y anatemas. El mero hecho de que se prohíba hablar a los
escépticos acerca del clima demuestra que las creencias religiosas
degeneradas están ocupando el lugar del pensamiento filosófico y
científico. En principio, la ciencia no teme a sus oponentes: discute
los argumentos, no lanza anatemas. La ecología ha sido convertida
en una religión para sustituir al cristianismo, que ha sido borrado del
horizonte occidental a nivel tanto intelectual y vital, tanto colectivo
como individual. Es una forma de panteísmo, y la religión común hoy
en día es el panteísmo, o el cosmoteísmo si se quiere: la gente
abraza a los árboles o adora a los animales, o se componen himnos
a la Madre Tierra o Pachamama hasta en el Vaticano (4-X-2019) con
el papa Francisco y su corte de macabros mandarines invertidos.
Por medio de la mitología ecologista, la contemporaneidad ha
borrado por completo la trascendencia y adora este mundo1378.
Pongámonos en perspectiva histórica. El culto a la naturaleza se
inició en la Ilustración. En la Revolución francesa los nombres de los
meses del año fueron cambiados por otros provenientes de
fenómenos atmosféricos o agrarios1379: brumario, pradial, germinal,
etc. La Ilustración se propuso demoler los restos del edificio,
decadente y esquebrajado, pero todavía operante, de la Cristiandad.
La Cristiandad es la civilización que tiene como fuente y fundamento
el catolicismo. Comenzó a finales del siglo IV con el reinado del
emperador Teodosio1380, que efectuó la adaptación de las leyes del
imperio al dogma y la moral cristiana. Terminó en la segunda mitad
del siglo XX, con las leyes de transformación social a raíz de la
revolución cultural de 1968. Incluso, hasta puede decirse que el
cristianismo contribuyó a producir la Ilustración y fue destruido por
ella, que es su hija salvaje e indomable. Se trata de aquellas:
«virtudes que se han vuelto locas», de las que hablaba
Chesterton1381. No existe la Ilustración en otras culturas, es un
subproducto cristiano, que mata a un padre porque le acusa de ser
anticuado. La posmodernidad es el despliegue exponencial,
aberrante y utópico, del espíritu emancipador de la Ilustración.
El cristianismo inculcó a la sociedad occidental la idea de una
dirección lineal del tiempo, que se convirtió en progreso con la
Ilustración, mientras que actualmente nos encontramos en proceso
de volver al tiempo cíclico, circular del paganismo, a los niños se les
enseña el próximo apocalipsis climático desde preescolar. El
cristianismo inculcó a la sociedad occidental el reconocimiento de la
dignidad humana sustancial, cuando hoy se cree y se trata a los
animales como si fueran seres humanos. El cristianismo inculcó a la
sociedad occidental la idea filosófica de la verdad, mientras que en
la hora presente se está volviendo a la era de los mitos. El proceso
secularizador que comenzó en el Renacimiento alcanzó un punto de
inflexión crítico en la época de la Ilustración y la Revolución
francesa, luego se ha venido confirmado paulatinamente en los dos
últimos siglos por medio del triunfo del naturalismo (la negación del
orden sobrenatural) en política, o sea, el liberalismo; y en teología, o
sea, el modernismo. Así, desde el Vaticano II, la misma Iglesia
renunció al catolicismo como religión política, renunció a su
Magisterio político, lo que conllevaba su avergonzamiento de las
conquistas cristianas históricas.
La consecuencia, como era de prever, ha sido la inversión de las
normas morales. Desde 1968 toda la ley natural y por extensión sus
expresiones legales se han invertido. El divorcio ha pasado de estar
prohibido a facilitarse más que un despido laboral. El aborto que
estaba penalizado ahora no es que esté legitimado, sino elevado a
la categoría de derecho, del mismo modo que se legitima la
aberrante homosexualidad. La Iglesia no ofrecía funerales a los
suicidas y prohibía la incineración salvo en caso de peste o guerra.
Ahora el al suicidio asistido también ha sido legitimado. Mientras la
pena de muerte siempre fue considerada legítima por la Iglesia1382,
ahora Bergoglio la considera criminal. La tortura era considerada un
último recurso, un parche, un daño colateral de la guerra o una
necesidad para conseguir información de los criminales, hoy es
intolerable. La pederastia considerada una abominación, en dos
décadas será prescriptible. Estas inversiones marcan el fin de las
creencias subyacentes, que eran las cristianas, sustituidas por la
imposición de la ideología progre o woke, que amalgama la
ideología de género, los colectivos LGTBI y la teoría crítica de la
raza. Así marca la entrada en una nueva sociedad, con creencias
opuestas e irreconciliables, puesto que las posmodernas son
deshumanizadoras. Como sostiene el semita y sodomita Harari en
su obra homónima: «El Homo sapiens es un algoritmo
obsoleto»1383. En la mentalidad posmoderna no hay cabida para
ningún tipo de humanismo, como el mito de la «nueva cristiandad»
de Maritain, porque la posmodernidad no dispone de antropología.
Max Scheler, hablaba de humanitarismo para describir esta moral
originada en el cristianismo pero que se había vuelto errática. Pero
mientras que el humanismo todavía creía en la primacía del hombre,
la posmodernidad ya no cree en que el hombre posea el menor
significado o «valor» en la terminología de Scheler, que es ajena al
catolicismo. Ya no hay hombre porque no hay nada que trascienda
al hombre.
No puede absolverse a Max Scheler del daño producido por sus
teorías a la fe católica. Así en la Iglesia del Vaticano II no se
escucha hablar del bien o del mal absolutos, ni de la virtud o el vicio,
ni del pecado ni de la Redención, sino de los valores que, sin mayor
precisión conceptual, encubren toda realidad que exceda del mundo
material del que se ocupa la ciencia fisicomatemática. José Antonio
Primo de Rivera, fundador de Falange Española, conoció esa vaga
idea de los valores mediante Ortega y Gasset, al que admiraba junto
con Mounier, y que, a su vez, bebió de la obra de Scheler. De ahí
provienen las reiteradas expresiones de José Antonio definiendo al
hombre como: «portador de valores eternos»1384.
En el siglo IV el cristianismo realizó la misma inversión, pero en
sentido contrario: penalizando el infanticidio y la homosexualidad, y
prohibiendo el divorcio. Lo que ocurre hoy no es una ruptura inédita,
es el cambio de creencias el que lleva al cambio de leyes sobre la
moral. Las reformas sociales actuales suponen una revisión, pues
durante las últimas décadas, las leyes de matriz cristiana se
aplicaban a mentes que ya no poseían las correspondientes
creencias cristianas. Pero también el movimiento se sucede a la
inversa, la legislación anticatólica, colaboraba a borrar la
cosmovisión cristiana de las sociedades. Como ya recordé en mi
anterior obra, la ley tiene una función pedagógica, educativa1385.
También cuando es una ley injusta, inicua y, en rigor, no es ley. La
mera apariencia de ley acaba transformando las mentalidades pues
no se puede evitar identificar la ley con lo bueno. Incluso cuando la
ley promueve algo manifiestamente malo, la mayoría, de las
personas acabarán considerando como bueno aquello que manda la
ley.
Los ejemplos históricos abundan. En la historia reciente ha
podido verse como leyes que no contaban con el apoyo de la
mayoría de la población, han cambiado en poco tiempo la
mentalidad de esa mayoría, que ha acabado aceptando lo que antes
rechazaba, como es el caso del aborto, la homosexualidad o la
eutanasia. La ley moldea las mentalidades, la ley transforma
sociedades. En la metáfora de la guerra cultural, la ley es el arma
definitiva, la bomba atómica que todo lo disuelve. Como comenta
R.R. Reno: «la política no es algo ajeno a la cultura y puede afectar
a las normas sociales de manera profunda, especialmente cuando
instituciones como los tribunales, investidos del prestigio de la ley,
se pronuncian sobre asuntos de importancia moral»1386.
De ahí la importancia de la filosofía jurídica y política. Ninguna
sociedad puede prescindir de la religión: el ser humano es una
criatura demasiado consciente de su propia tragedia como para no
imaginar misterios detrás de la muerte. Por eso, cuando tiene
necesidad de religión va a buscarla a otra parte. Hoy, con
el desvanecimiento de la religión de nuestros padres, las
espiritualidades asiáticas se encuentran en un lugar privilegiado
para ofrecer al hombre contemporáneo las recetas panteístas que
necesita para no suicidarse. Precisamente, es de ese panteísmo
oriental de donde proceden numerosos elementos de la mitología
ecologista.
Volvamos con el ecosostenible Bergoglio. Al leer las abundante
alocuciones y mensajes del papa sobre el medio ambiente,
especialmente los que prepararon la Cumbre Internacional del Clima
COP26 en Glasgow (13-XII-2021), se advierte inmediatamente dos
ideas: