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ETAPA MEDIEVAL

SAN AGUSTÍN DE HIPONA


I. PROBLEMA DE LA REALIDAD Y CONOCIMIENTO.
Las relaciones entre fe y razón
¿Qué relación existe entre la religión y la filosofía? San Agustín parte de un hecho: Dios es la verdad.
Ésta es la verdad que debería alcanzar el que busca la felicidad a través de la filosofía, y éste es el Dios que
habría de amar para cumplir con su religión. Pues bien, este amor (fe) y este saber (razón) se encuentran
estrechamente relacionados, complementándose mutuamente, son etapas de un único camino que conduce a
la sabiduría, la salvación y la felicidad. Y no es el saber (razón) el que conduce al amor, sino al contrario. Es
necesario creer para saber, sólo con la fe se logra alcanzar la sabiduría. Por tanto, en San Agustín hay una
clara prioridad de la fe (autoridad) respecto de la razón en la búsqueda de la sabiduría.
La falta de fe supone una imposibilidad para conocer. Así pues, el entender sigue al creer, porque la fe
no es entendimiento, pero muestra el camino y lo prepara para que sea posible entender. En Platón para
conocer las ideas es necesaria la purificación; para San Agustín, sin fe, no es posible alcanzar la verdad.
Conclusión, la fe antecede a la razón en el camino de la sabiduría, pero la razón no se confunde con la
fe. Agustín, como filósofo, aspiraba a comprender lo que creía como cristiano.
El problema del conocimiento
Conocer es la función que caracteriza a la realidad humana. Para San Agustín la meta de todo
conocimiento es alcanzar la verdad, pero ¿cómo y de qué manera el hombre puede alcanzar la verdad?
Distingue dos tipos de conocimiento (sensible e inteligible) y se pregunta cuál conduce a la verdad.
El alma racional humana alcanza verdadero conocimiento (la verdad) cuando alcanza verdades
eternas, inmutables y universales, pero esto no puede lograrse a partir del mundo material, hay que huir de lo
sensible, de lo corpóreo. En cierto modo es necesario purificarse, prescindir, despreciar lo percibido por los
sentidos: el alma debe alejarse de lo exterior y mirar en su propio interior, ahí habita la verdad.
El único tipo de conocimiento que nos permite alcanzar la verdad es el intelectual. Un conocimiento
que exige que el alma no se dirija a lo exterior y que, volviendo “su mirada” sobre sí (interiorización),
descubra y reconozca la verdad, que somete al alma y la lleva más allá de sí misma (auto-trascendimiento).
Ahora bien, ¿de qué modo puede el alma captar algo inmutable y eterno? ¿Cómo accede el alma a algo que
la trasciende?
La respuesta es la Teoría de la Iluminación: así como la luz del sol hace visibles al ojo las cosas
corpóreas, así la iluminación divina hace visibles a la mente las verdades eternas e inmutables. Dios sería la
“luz inteligible” en la que el intelecto capta las verdades y se somete a ellas. La “luz” que procede de Dios
capacita a la mente para que vea las características de inmutabilidad y necesidad de las verdades.

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II.- PROBLEMA DE DIOS
La existencia de Dios.
La prueba central de la existencia de Dios presentada por San Agustín se basa en el pensamiento, se
apoya en la presencia de conocimientos verdaderos (verdades) en nuestra alma (en la conciencia).
Toda verdad es necesaria, inmutable y eterna. No aceptar esto es negar la existencia de la verdad, ya
sea desde el relativismo ya sea desde el escepticismo. ¿Cómo explicar la presencia en nuestra alma de
verdades universales, necesarias y eternas? Las verdades conocidas no tienen su origen en la experiencia
sensible; tampoco en la propia mente, (nuestra alma), pues también nosotros somos contingentes,
cambiantes, pasajeros.
Así, si nuestra mente no puede ser la fuente de nuestros conocimientos verdaderos, si éstos se imponen
de forma necesaria y tengo que reconocerlos, para San Agustín la conclusión es evidente: la verdad es
superior a la mente, al alma en que aparece, y la trasciende.
El fundamento y el origen de todo conocimiento verdadero es Dios. Por esto, podemos decir que en el
hombre hay algo que lo trasciende, Dios mismo, fuente de toda verdad, el “Maestro interior, que responde
desde dentro a la razón que le interroga”, “vida de nuestra vida, más interior a nosotros mismos que nuestro
propio interior”.
En esta demostración agustiniana están muy presentes los elementos platónicos y neoplatónicos
(Plotino desarrollaba la tesis de la visión interior para poder alcanzar la belleza superando la mera
sensibilidad).
Este esquema es el que sigue San Agustín; primero hay que ir de lo exterior a lo interior
(interiorización) para en un segundo momento ir de lo interior a lo superior, que nos trasciende (auto-
trascendimiento).
Resumiendo, la prueba que utiliza San Agustín para demostrar la existencia de Dios consiste en
mostrar, mirando en nuestro interior, que hay algo superior a la razón humana misma, fundamento último de
ésta y de toda verdad: Dios.
La naturaleza de Dios
Indica Agustín qué podemos conocer de la naturaleza de Dios.
Dios, es un Ser inmutable y perfecto, infinito en su plenitud, en su bondad, en su belleza... es eterno,
es espiritual y es absolutamente simple. Frente a la mutabilidad, finitud, imperfección, temporalidad,
multiplicidad y complejidad de los seres, Dios es inmutable, infinito, perfecto, eterno, uno y simple.
Dios como creador: El problema del mal
Frente a los maniqueos, para quienes existía un doble principio (origen) de todo lo real, frente a
Platón, para quien existía una materia preexistente, frente el emanatismo neoplatónico (donde no cabe la
libertad de Dios), San Agustín defiende la existencia de un único origen, principio o causa de todo lo real,
que crea todo cuanto hay a partir de la nada (sin una materia preexistente), y crea por un acto de libre
voluntad: este es Dios
Desde la eternidad, Dios conoce todas las cosas, Él tiene en sí las ideas de todo lo que creará. Dios
conoce todas las cosas antes de la creación, tal y como están en Él, es decir, como ideas ejemplares.
Pero hay un problema verdaderamente importante por resolver: si Dios es perfecto e infinitamente
bueno, ¿cómo se explica el mal que experimentamos en el mundo?
Si Dios ha creado todo (incluida la materia), necesariamente todo lo que existe debe ser bueno. ¿Cómo
se explica el mal por tanto? La respuesta supone una clara oposición al maniqueísmo; para San Agustín,
como para Plotino, lo contrario del bien, el mal, no puede considerarse como ser: estrictamente hablando, el
mal no existe. Lo que llamamos mal es la ausencia de un determinado bien en un ser que podría poseerlo (del
mismo modo que la oscuridad no es más que la ausencia de luz o el frío no es otra cosa que la falta de calor).
Es absurdo preguntarse por el principio positivo del mal, pues todo lo que existe (es), es bueno. Si todo lo
creado es finito, mutable, entonces nada de lo creado es el ser pleno, perfecto, absoluto, y, por tanto, todo ser
tiene privación de ser; en esto consiste el mal en el mundo (mal metafísico). Si hablamos del mal natural, nos
falta perspectiva para entender la razón de ser de ese “mal”. Por último, si hablamos del mal moral, hay que
tener presente que es consecuencia del uso de nuestro libre albedrío, que es un bien.

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Esta concepción optimista del problema (este optimismo metafísico) se mantendrá a lo largo de la Edad
Media e influirá en la filosofía moderna en autores como Descartes o Leibniz.

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III. PROBLEMA DEL SER HUMANO (O ANTROPOLOGÍA)
Unidad de alma y cuerpo.
Aunque pesa mucho la idea platónica de que el hombre es un alma que se sirve de un cuerpo, para San
Agustín “el hombre no es ni el alma sola ni el cuerpo solo, sino el compuesto de alma y cuerpo”. El alma del
hombre no es todo el hombre, es la parte superior del mismo, siendo el cuerpo su parte inferior. Se llama
hombre a la unión simultánea de ambos elementos. San Agustín no defiende un “espiritualismo” respecto del
hombre (el hombre no es un ángel), pero afirma que lo que caracteriza o define propiamente la dignidad el
hombre es su alma (la noción de alma se aplica al alma racional, la humana -capaz de interiorización y auto-
trascendimiento-, una sustancia racional distinta del cuerpo, y no posee cantidad ni extensión).

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IV. PROBLEMA DE LA MORAL (O ÉTICA)
San Agustín considera indudable lo siguiente: 1º. El objetivo final de todo ser humano es ser feliz; 2º.
Para lograr la felicidad el hombre tiene que volverse hacia el bien, Dios, y amarlo; y 3º. Es la libertad lo que
hace al hombre capaz de dirigirse hacia Dios.
Para hacer el bien son necesarias dos condiciones: un don de Dios, que es la gracia, y el libre albedrío.
Porque el efecto de la gracia no es suprimir la voluntad, sino convertirla de mala (tal era su condición tras el
pecado original) en buena. Y este poder de usar bien el libre albedrío es la libertad. Poder no hacer el bien es
inseparable del libre albedrío, poder hacerlo es una señal de verdadera libertad. Hallarse en gracia, hasta el
punto de no poder hacer el mal, sería el grado supremo de libertad, porque sería el modo de alcanzar la plena
felicidad. El hombre en quien domina la gracia es el más libre y el más feliz.
La ética de San Agustín es, en parte, una ética eudemonista, pues propone un fin para la conducta
humana: la felicidad, en Dios. Y que es una ética del amor, ya que es la voluntad la que ha de llevar al
hombre hacia Dios (con el objeto de conocerlo y, sobre todo, amarlo). Es importante destacar que nada de
esto es posible sin la gracia, don gratuito del creador que nos capacita para amar lo digno de amarse.

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V. PROBLEMA DE LA SOCIEDAD Y/O POLÍTICA
Entender la filosofía de San Agustín exige comprender el papel central que desempeña el amor en su
pensamiento. El amor a Dios es lo que nos hace capaces de conocer la verdad, el amor a Dios es el que nos
da la felicidad, el amor es el que da sentido, dirige y orienta nuestras vidas..., y es también el concepto clave
para entender su teoría política y su consideración de la historia.
El amor une a los hombres entre sí. Una sociedad (un pueblo) es un conjunto de hombres unidos
porque coinciden en su amor a los mismos objetos. Y serán los objetos amados los que determinarán el tipo
de sociedad de que se trate.
A lo largo de la historia se han sucedido distintas sociedades, a cuyos miembros les unía el amor a
unos mismos objetos que buscaban conseguir: los bienes temporales necesarios para la vida. Ahora bien,
sean las que sean las sociedades en las que hayan vivido, vivan o vayan a vivir, todos los cristianos están
unidos por un mismo amor, su amor a Cristo. Y, por tanto, en un sentido muy profundo, todos los
auténticamente cristianos forman un solo pueblo; la llamada Ciudad de Dios.
En el mundo se pueden distinguir un gran número de sociedades, variadas en sus usos, ritos y
costumbres. Esa variedad se puede clasificar en dos tipos de sociedad humana: la de los que aman a Dios
(Cristo) por encima de cualquier otra cosa, y que recibe el nombre de Ciudad de Dios, y la de quienes
anteponen el amor propio y sus consecuencias, al amor a Dios, cuyo nombre sería el de Ciudad terrenal.
La ciudad de Dios busca la gloria de Dios y en ella la caridad es lo que mantiene unidos a sus
miembros, no la autoridad. Por su parte, la Ciudad terrenal asienta su unidad en la autoridad que logre
dominar los intereses particulares de sus ciudadanos.
La Ciudad de Dios es el modelo de toda sociedad, ya que sólo en ella puede reinar la justicia, el orden
y la paz verdaderas. Sólo el amor a Dios puede proporcionar paz y felicidad. Las sociedades que no
reconocen el amor a Dios como su amor, siguen siendo sociedades (es el caso de romanos, atenienses, etc.),
pero son incapaces de alcanzar la verdadera justicia, el orden y la paz.
Con todo lo visto podemos entender cómo logra San Agustín explicar qué sentido tiene la historia.
Como testigo de la desintegración del imperio romano, de una cultura y de una forma de vida que parecían
eternas, el verdadero sentido de la historia, una historia en la que Roma se derrumba, es una cuestión que
exige respuesta. Lo que da sentido a la Historia es la construcción progresiva de la Ciudad de Dios.
Todos los acontecimientos culminantes de la historia universal son momentos en la realización del
plan querido y previsto por Dios: la victoria final de la Ciudad de Dios; un plan divino, una providencia, que
no puede llevarse a cabo sin el hombre y sus decisiones libres (es el hombre el que ha de querer amar a
Dios). La historia es el camino de la humanidad hasta llegar a Dios.

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