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AGUSTÍN DE HIPONA (354-430)

1. PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO


San Agustín (354-430) es el principal representante de la Patrística, nombre
con el que se designa al período inicial de la filosofía cristiana hasta la caída del
Imperio Romano.
El pensamiento de la Patrística trató de fijar el contenido doctrinal y la
ortodoxia religiosa de la Iglesia para combatir las múltiples herejías surgidas en el
seno del propio cristianismo y defenderse de los ataques del paganismo.
La filosofía cristiana se desarrolló desde un principio bajo la influencia de la
filosofía griega. Las doctrinas de Platón se fundirán en la filosofía cristiana a través de
filósofos neoplatónicos como Plotino (203-269), cuyas doctrinas influyeron en San
Agustín.
Uno de los problemas fundamentales de la filosofía cristiana antigua y
medieval es el de las relaciones entre fe y razón, puesto que el cristianismo, como
la mayoría de las religiones, se basa en la aceptación por parte del creyente de unas
verdades reveladas por Dios a los hombres con el fin de alcanzar la salvación.
La razón es la fuente natural de conocimiento para el ser humano. Produce la
Filosofía, conjunto de verdades a las que se llega investigando por medio de nuestra
propia razón.
La fe es una fuente de conocimiento sobrenatural. Produce la Teología
Revelada, conjunto de verdades reveladas por la autoridad de los libros sagrados.
Para San Agustín razón y fe colaboran en el esclarecimiento de la única
verdad que existe, el cristianismo. Una verdad a la que se puede acceder por dos
caminos: la razón, que nos acerca a ella parcialmente, y la fe, que nos la da a
conocer en plenitud. Por lo tanto, fe y razón no sólo son compatibles sino que,
además, la verdadera religión es también la verdadera filosofía ya que la filosofía, si
es correcta y no se desvía de la verdad, estará necesariamente de acuerdo con los
contenidos de la fe. Esta colaboración se realiza del modo siguiente:
La fe ilumina a la razón (Cree para comprender) ya que es preciso creer
para poder entender, puesto que la razón humana es limitada y sólo la fe permite
entender todas las preguntas relativas a Dios, al mundo y al hombre.
Por otro lado, la fe se vale de la razón (comprende para creer) ya que la
comprensión racional de la doctrina cristiana es la forma más elevada y auténtica de
la fe. La verdadera fe del cristiano no debe limitarse a la fe ciega del ignorante.

San Agustín había simpatizado en su juventud con las tesis del escepticismo,
pero después consideró fundamental la crítica del mismo. Los escépticos niegan la
posibilidad de alcanzar certeza alguna. San Agustín replica afirmando la necesaria
certeza de la propia existencia. Aun en el caso de que me engañase en todos mis
juicios, no dejaría de existir (al menos el juicio si fallor, sum sería siempre
verdadero)

Para San Agustín, el logro de un conocimiento pleno y absoluto consiste en


una dialéctica ascendente que consta, como en Platón, de las siguientes etapas:
Conocimiento sensible: Compartido por el hombre con los animales, es el
grado más bajo del saber, no puede considerarse un conocimiento fiable y válido
debido a la inestabilidad de las cosas sensibles y a que los sentidos corporales son
imperfectos y engañosos.
Conocimiento racional inferior (Ciencia): Es el conocimiento propio de las
ciencias particulares (física, biología…). En parte es sensible ya que se refiere a las

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cosas del mundo y en parte es racional ya que aspira a verdades generales o
universales.
Conocimiento racional superior (Sabiduría): Es el conocimiento inteligible,
puramente racional. Trata sobre las esencias, verdades absolutas, necesarias y
eternas (Ideas)
San Agustín sitúa las Ideas o esencias eternas e inmutables en la mente de
Dios (Platón las había situado en el Mundo de las Ideas), ya que si son eternas e
inmutables, no pueden tener su origen en el alma humana, finita y limitada, sino sólo
en la inteligencia divina.
A diferencia del platonismo, San Agustín niega que el acceso a la verdad se
produzca a través del recuerdo o reminiscencia del alma. El acceso a la verdad se
produce por iluminación, esto es: mediante una intuición intelectual que el alma
descubre en su interior. Las ideas se encuentran en la mente de Dios. Dado su
alejamiento de lo sensible, realidad en la que se encuentra el hombre, las ideas sólo
se pueden conocer mediante esa especial iluminación que Dios concede a la actividad
superior de la razón. La teoría de la iluminación está inspirada en la Idea de Bien
platónica como el sol que ilumina el mundo inteligible.

2. PROBLEMA DE DIOS
El tema que más ocupa a San Agustín es el tema de Dios. Su filosofía es
predominantemente una teología, siendo Dios no sólo la verdad a la que aspira el
conocimiento sino el fin al que tiende la vida del hombre, que consiste en la visión
beatífica de Dios que alcanzarán los bienaventurados en la otra vida. Para alcanzar
ese fin será necesaria la gracia divina.
San Agustín no se preocupa de elaborar pruebas sistemáticas de la existencia
de Dios, aunque propone diversos argumentos que ponen de manifiesto su existencia.
Entre ellos se encuentran:
Argumento cosmológico: del orden observable en el mundo se deduce la
existencia de un Ser Supremo Ordenador.
Argumento basado en el consenso: se basa en que la mayoría de los
pueblos conocidos manifiestan algún tipo de creencia religiosa.
Argumento epistemológico: el fundamento de las Ideas (verdades eternas
e inmutables) no puede estar en las cosas creadas, que son cambiantes, sino que ha
de estar en un ser inmutable y eterno, a su vez, es decir, en Dios.
Argumento psicológico: El ser humano descubre con absoluta evidencia a
Dios en su alma, prueba segura y firme de su existencia.
La creación del mundo es el resultado de un acto libre de Dios. San Agustín
sostiene la doctrina del ejemplarismo: las esencias de todas las cosas creadas se
encontraban en la mente de Dios como ejemplares o modelos de las cosas, tanto
de las creadas en el momento original como de las que irían apareciendo con
posterioridad.
La doctrina del ejemplarismo se complementa con la teoría, de origen
estoico, de las razones seminales. En el momento de la creación Dios depositó en la
materia una especie de semillas, las razones seminales, que, dadas las
circunstancias necesarias, germinarían, dando lugar a la aparición de nuevos seres
que se irían desarrollando con posterioridad al momento de la creación. Esta doctrina
sobre la Creación está inspirada en Platón. Pero mientras que el Demiurgo platónico
tiene dos condicionamientos, la materia eterna y las ideas, en el caso de San Agustín
Dios no tiene ningún condicionamiento pues las ideas se encuentran en Él y la
materia es también creada por Él.

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3. PROBLEMA DEL HOMBRE: ANTROPOLOGÍA Y PSICOLOGÍA (ALMA)
En la estructura jerárquica de la creación, las más nobles criaturas creadas por
Dios son los ángeles y a continuación está el ser humano. Mientras que el ángel es
espíritu puro, el ser humano es un compuesto de cuerpo (materia) y alma (forma).
La realidad más importante es el alma, dentro de la más estricta tradición platónica,
concibiendo el cuerpo como un mero instrumento del alma.
El alma, lleva a cabo sus funciones mediante tres facultades: memoria, que
hace posible la reflexión; entendimiento, que permite la comprensión (incluye la
razón inferior y la razón superior) y voluntad, que permite el amor.
El alma es una sustancia espiritual, simple, indivisible e inmortal, pero no es
eterna. Los argumentos para defender la inmortalidad proceden del platonismo:
siendo el alma de naturaleza simple no puede descomponerse, ya que no tiene
partes, por lo que ha de ser indestructible.
San Agustín negó la teoría platónica de la preexistencia del alma y oscila entre
dos posiciones respecto a su origen: el creacionismo y el generacionismo o
traducianismo.
El creacionismo afirma que Dios crea el alma con ocasión del nacimiento de
un ser humano (lo que plantea problemas a la hora de explicar el pecado original,
pues parece sugerir que Dios crearía almas imperfectas, manchadas por el pecado
original)
El traducianismo sostiene que el alma se transmite de padres a hijos al ser
generada por los padres, igual que éstos generan el cuerpo (de este modo se podría
explicar la transmisión del pecado original, pero plantearía el problema de la unidad y
simplicidad del alma individual)
Al estar estrechamente unida al cuerpo el alma del hombre se halla en una
condición oscilante y ambigua entre la luz (Dios, el bien) y la oscuridad (el mal, el
pecado). Pero Agustín no responsabiliza a Dios del mal que hay en el mundo. El mal
no es ser, no es creación, sino defecto o ausencia de ser y de bien: todo lo creado es
bueno por su origen. Ahora bien, aunque el cuerpo no es malo, sí puede ser un
obstáculo para la salvación a consecuencia del pecado original. La salvación del
alma es el fin último del ser humano y se logra con la búsqueda y reencuentro con
Dios para lo cual hay que apartarse de los efectos moralmente perniciosos del pecado
original sobre el cuerpo.
El libre albedrío es la posibilidad de elegir voluntariamente el bien o el mal,
opción que tiende siempre hacia el polo negativo. Dios nos ha dado el libre albedrío
para poder elegir hacer el bien y esa es la razón de que se castigue con justicia al que
lo usa para pecar. Como consecuencia del pecado original y por estar el hombre
sujeto al dominio del cuerpo, es difícil que elija dejar de pecar. Por ello, sólo la
libertad, entendida como una gracia divina que nos empuja a hacer exclusivamente
el bien, puede redimirlo de su condición y hacerlo merecedor y capaz de buenas
obras.

4. PROBLEMA DE LA MORAL (ÉTICA): LA LIBERTAD


La ética agustiniana considera la conquista de la felicidad como o fin último
de la conducta humana. Este fin consiste en la salvación, objetivo inalcanzable en
esta vida, dado el carácter trascendente de la naturaleza humana, dotada de un alma
inmortal, por lo que sólo podrá ser alcanzado en la otra vida.
Para salvarse hay que practicar la virtud, que consiste en dar primacía al alma
sobre el cuerpo. La virtud se logra con el amor a Dios, del cual surge el amor a
nuestros semejantes, y con el conocimiento o esfuerzo permanente de la razón por
alcanzar las verdades eternas. Además para alcanzar la virtud se necesita la ayuda de

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la gracia divina, un don sobrenatural que Dios otorga gratuitamente a cambio de una
fe auténtica.
San Agustín se interesó también por el problema de la existencia del mal (en
qué consiste, de dónde proviene y por qué lo permite Dios). La solución se alejará del
maniqueísmo, para quien el mal era una cierta forma de ser que se oponía al bien;
para San Agustín el mal físico no es una forma de ser, sino su privación. Dios no
puede haber creado algo malo, Dios sólo crea cosas buenas, por tanto, lo que
llamamos mal es simplemente una carencia o privación de ser.
Respecto al mal moral, el que el hombre hace, es decir el pecado, es la
consecuencia del libre albedrío. El libre albedrío es la posibilidad de elegir
voluntariamente el bien o el mal, opción que tiende siempre hacia el polo negativo.
Dios nos ha dado el libre albedrío para poder elegir hacer el bien y esa es la razón
de que se castigue con justicia al que lo usa para pecar. Como consecuencia del
pecado original y por estar el hombre sujeto al dominio del cuerpo, es difícil que elija
dejar de pecar. Por ello, sólo la libertad, entendida como una gracia divina que nos
empuja a hacer exclusivamente el bien, puede redimirlo de su condición y hacerlo
merecedor y capaz de buenas obras.

5. PROBLEMA DE LA POLÍTICA (SOCIEDAD)


En cuanto a la sociedad y la política, San Agustín expone sus reflexiones en
La ciudad de Dios, obra escrita para defender al cristianismo de la acusación
formulada por los paganos de que la religión cristiana era la principal responsable de
la decadencia y desaparición del Imperio Romano. En esa obra San Agustín intenta
explicar tales hechos partiendo de la concepción de la historia como el resultado de la
lucha de dos ciudades, la del Bien (Ciudad de Dios) y la del Mal (Ciudad
terrenal)
Al igual que Platón, San Agustín comienza con un análisis de la naturaleza
humana: el ser humano está compuesto de cuerpo y alma; en consecuencia, hay en
el hombre unas tendencias e intereses terrenales y materiales, unidos al cuerpo; y
unos intereses espirituales y sobrenaturales, propios del alma.
La historia de la humanidad, sus sucesivas civilizaciones y Estados, siempre ha
estado dominada por este conflicto de intereses que San Agustín expresa con la
metáfora de las dos ciudades:
La Ciudad Terrena, basada en el predominio de los intereses mundanos,
formada por aquellos hombres que se aman exclusivamente a sí mismos y llegan
hasta el desprecio de Dios.
La Ciudad de Dios, basada en el predominio de los intereses espirituales,
formada por aquellos hombres que aman a Dios por encima de sí mismos. Está
representada por la Iglesia visible (jerarquía eclesiástica) e invisible (comunidad de
fieles) y, por último, como culminación, por el imperio cristiano.
La lucha entre las dos ciudades continuará hasta el final de los tiempos, en que
la Ciudad de Dios triunfará sobre la terrenal, apoyándose San Agustín en los textos
sagrados del Apocalipsis.
El providencialismo es la tesis que entiende el desarrollo de la historia como
un proceso en el que el hombre es movido por Dios para la consecución del bien
universal. La providencia divina lo abarca todo, la existencia del bien que Dios
quiere, y la presencia del mal que Dios permite para que se obtenga de él beneficios
mayores.
San Agustín no separa política y religión, ya que si un Estado aspira a la
justicia social debe convertirse en un Estado cristiano, pues sólo el cristianismo hace
buenos a los hombres. Añade que la Iglesia es la única comunidad perfecta y
claramente superior al Estado que debe inspirarse en ella.

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San Agustín admitió la legitimidad del Estado para exigir al cristiano obediencia
a las leyes civiles (de acuerdo con la máxima evangélica de dar al César lo que del
César y a Dios lo que es de Dios) Acepta que la sociedad es necesaria al individuo,
aunque no sea un bien perfecto; sus instituciones se derivan de la naturaleza
humana, siguiendo la teoría de la sociabilidad natural de Aristóteles. Además, el
poder de los gobernantes procede directamente de Dios. Sin embargo, su obra es el
punto de partida de una reivindicación que será fuente de constantes conflictos
históricos: la supremacía del poder espiritual sobre el temporal, es decir, la
superioridad del poder del Pontífice sobre el Emperador.

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