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San Agustín de Hipona

Agustín nació en el 354 en un lugar donde hoy es África. Su padre era pagano (no-
cristiano) (se convirtió al cristianismo al final de su vida), mientras que su madre Santa
Mónica, por el contrario, era una ferviente cristiana.

El filosofar en la fe
Agustín no se convirtió al cristianismo y su Iglesia hasta siendo un joven/adulto. Su
conversión cambio su modo de pensar y de vivir. La fe no era solo cuestión de vida
para él, sino también de pensamiento (comenzó a pensar en lo referente a lo
cristiano). Nacía la filosofía de la fe, la filosofía cristiana que solo Agustín lleva a su
perfecta maduración (por ello es considerado uno de los Padres de la Iglesia).
Por su parte, la fe no sustituye a la inteligencia, ni la elimina, sino que la estimula y
promueve. Y, por su parte, la inteligencia no elimina la fe, sino que la aclara (Creo para
entender y entiendo para creer)

Comentario: fe y razón están en armonía, no se eliminan unas a otras (como algunos


otros autores de su época proponían, como, por ejemplo, Tertuliano decía que había
que eliminar la razón). La fe estimula la inteligencia, mientras que la inteligencia la
aclara. Creo para entender y entiendo para creer es una frase muy famosa de él.

El descubrimiento de la persona y la metafísica de la interioridad


El gran misterio para Agustín no es el cosmos (como para los presocráticos el principio
de todas las cosas) sino nosotros. Plantea el problema por primera vez del “yo” como
persona única e irrepetible.
Para Agustín el hombre es alma y cuerpo, igual que para los griegos, pero toma una
dimensión distinta dada a su adhesión al cristianismo, debido al dogma de la creación,
la resurrección y de la encarnación de Cristo. La novedad reside en que el hombre es
en su interior imagen de Dios y la Trinidad.
Dios se encuentra en el alma, entonces lo encontramos no al investigar el mundo, sino
ahondando en el alma
Comentario: Agustín da por primera vez con el “yo” (antes se hablaba del “yo” pero no
de manera determinante). La cuestión es que el hombre es alma y cuerpo, pero a su
vez, esa alma es igual a Dios y la Trinidad. Entonces, si yo quiero buscar a Dios no
necesito irme más allá de mi mismo, al exterior, si lo tengo en mi propia alma. La
investigación, entonces, es interior.

La verdad y la iluminación
La verdad toma una nueva dimensión con esta idea de alma-Dios que vimos. Ahora la
verdad se encuentra en nuestro interior (dado que Dios está en nuestra alma)
Agustín interpreta el proceso de conocimiento así:
1. Primero las sensaciones
2. Luego, las juzga con la razón con criterio que tiene un plus en los objetos
corpóreos (ni idea que quiso decir con esto)

3. Surge entonces el problema acerca de dónde llegan al alma estos criterios de


conocimiento con los que juzga las cosas y que son superiores a las cosas. ¿Los
fabrica, quizás, el alma misma? No, sin duda, porque ésta —aunque sea
superior a los objetos físicos— es mudable, mientras que aquellos criterios son
inmutables y necesarios: «Mientras el principio valorativo... mencionado, que
preside el juicio... es inmutable, la mente humana, en cambio, aunque le sea
concedido elaborar tal principio, es susceptible de mudanza y de error. Por
tanto es preciso concluir que por encima de nuestra mente hay una Ley que se
llama Verdad, y no hay duda de que existe una naturaleza inmutable, superior
al alma humana... El alma, pues, aun sintiéndose superior a los objetos a los
que aplica su propio juicio, no puede ignorar que no ha sido ella quien ha
inventado y regulado el principio juzgador que le sirve para reconocer la forma
y los movimientos de los cuerpos. Además, debe inclinarse ante la superioridad
del valor del cual extrae el criterio de sus propios juicios y del que ella en
ningún caso puede constituirse en juez.» El intelecto humano, en consecuencia,
se encuentra con la verdad en cuanto objeto superior a él, y juzga a través de
ella, pero es asimismo juzgado por ella. La verdad es la medida de todas las
cosas y el intelecto mismo es medido con respecto a ella. (Tampoco tengo idea
que quiso decir acá)
4. Esta verdad que captamos por el intelecto esta constituidas por Ideas (que son
las Ideas supremas de Platón). Sin embargo, modifica esta noción en dos
sentidos:
a. Convierte las Ideas en pensamiento de Dios
b. Rechaza la idea de la reminiscencia (la idea de Platón que afirma que
conocemos recordando eso que nuestras almas vieron una vez liberada
del cuerpo en el mundo de las Ideas) y la cambia por la idea de la
iluminación que dice que es necesario considerar, en cambio, que la
naturaleza del alma intelectiva ha sido hecha de tal modo que estando
unida —según el orden natural dispuesto por el Creador— a las cosas
inteligibles, percibe a éstas mediante una especial luz incorpórea, del
mismo modo que el ojo carnal percibe lo que le circunda gracias a la luz
corpórea, habiendo sido creado capaz de percibir esta luz y ordenado
hacia ella.

Dios
1. La demostración de la existencia de la certeza y la verdad coincide con la
demostración de la existencia de Dios. Esto es asi porque, como vimos, pasamos de la
exterioridad a la interioridad, en donde habita Dios, y luego de las verdades que están
en el alma al principio de todas esas verdades que es Dios.
2. Otra demostración de la existencia de Dios es que vemos que el mundo esta tan
ordenado y funcionando perfectamente que es necesario que exista un artífice de todo
ello: Dios
3. Otra demostración es el consenso general. Que Dios no puede permanecer
oculto, de modo que todos los pensadores, exceptuando alguno corrompido por el
error, cuando utiliza la razón lo descubre.
4. Otra demostración son los grados de bien, en donde ascendemos desde los
inferiores hasta el primer grado de bien que es Dios
Agustín no demuestra a Dios, como Aristóteles, por fines puramente intelectivos. Sino
para gozar colmar su alma y ser feliz. La felicidad es en la otra vida, no en esta; pero
podemos tener una idea de lo que es conociendo a Dios.

Ser, verdad, bien (y amor) son los atributos de Dios

Para Agustín todo se ha creado de la nada (creación ex nihilo). En efecto, según Agustín
una realidad puede proceder de otra por tres vías: a) por generación, y en este caso se
deriva de la substancia misma del generador, como el hijo deriva del padre, y
constituye algo idéntico al que lo engendra; b) por fabricación, y en tal caso, la cosa
fabricada procede de algo que preexistía fuera del que la fábrica (de una materia),
como ocurre en todas las cosas que produce el hombre: c) por creación de la nada
absoluta, esto es, ni de la propia substancia ni de una substancia exterior.
El hombre sabe generar (los hijos) y sabe producir (las cosas artificiales, los artefactos),
pero no sabe crear, porque es un ser finito. Dios genera de su propia substancia al Hijo
que, como tal, es idéntico al Padre, pero crea el cosmos de la nada. Existe pues una
enorme diferencia entre «generación» y «creación», porque esta última supone, a
diferencia de aquélla, al venir (al ser) por una donación de ser que el que crea realiza a
aquello que no era en absoluto. Y dicha acción es un don divino gratuito, motivado por
la libre voluntad y por la bondad de Dios, además de a su infinito poder. Sin embargo,
Dios hace ser todo lo que es, sino no existiera nada.
Dios al crear el mundo, creo inmediatamente el tiempo, que es estructuralmente
movimiento. Dios además no crea de manera actual todo como esta, sino mediante
gérmenes o simientes (a esto le llamamos razones seminales) de todas las cosas
posibles. A medida que el mundo se desarrolla esos gérmenes brotan (Comentario:
pensa en que Dios puso semillas que con el tiempo fueron brotando diferentes cosas)

La estructura de la temporalidad y la eternidad


Antes de la creación del mundo, el tiempo no existía, como vimos. ¿Qué es el tiempo?
Es pasado, presente y futuro. Sin embargo, el pasado ya no es porque ya paso, el
futuro todavía no es, porque aún no sucedió. En cambio, el presente es un continuo
dejar de ser.
El tiempo es interior al hombre, es una extensión del alma y son tres: el pasado
presente que es la memoria, el presente presente que es la intuición y el futuro
presente que es la espera.

Comentario: El tiempo es una extensión del alma porque sino el pasado es algo que no
es, porque paso; el presente es un continuo dejar de ser, porque cada vez que digo
presente se transforma en pasado; mientras que el futuro es algo que todavía no es.
De este modo, el tiempo para Agustín es una extensión del alma compuesta de tres
partes:
1. Pasado del presente: que es la memoria dentro nuestro
2. Presente del presente: que es la intuición interna que tenemos del ahora
3. Futuro presente: que es la espera de lo que va a venir

El mal y su estatuto ontológico


El problema es simple. ¿Si todo proviene de Dios, que es el Bien, entonces de donde
sale el mal? Para Agustín el mal no es algo que tenga peso ontológico (quiere decir,
que exista), sino que mas bien es ausencia de bien. Allí donde el bien no llega, está el
mal.

La voluntad, la libertad, la gracia


En tanto a la voluntad, Agustín dice que se impone a la reflexión filosófica.
La libertad es algo propio de la voluntad y no de la razón. De este modo, la razón
puede conocer el bien, pero la voluntad rechazarlo. El pecado original fue el primer
pecado por soberbia y la primera desviación de la voluntad.
Para hacer el bien... se requieren dos condiciones: un don de Dios, consistente en la
gracia, y el libre arbitrio. Sin el libre arbitrio, no habría ningún problema; sin la gracia,
el libre arbitrio (después del pecado original) no querría el bien o, si lo quisiese, no
podría llevarlo a cabo. La gracia, pues, no tiene el efecto de suprimir la voluntad, sino
de convertirla en buena, de mala que había llegado a ser. La libertad consiste,
precisamente, en este poder de usar bien el libre arbitrio. La posibilidad de hacer el
mal es inseparable del libre arbitrio, pero poder no hacerlo es la contraseña de la
libertad, y hallarse confirmado en la gracia hasta el punto de ya no poder hacer el mal,
es el grado supremo de la libertad. El hombre que se encuentra dominado más
plenamente por la gracia de Cristo es, pues, el más libre.

La ciudad terrena y la ciudad divina


El mal es amor de sí (soberbia) y el bien es el amor de Dios, es decir, el amor al
verdadero bien. Esto se aplica al ser humano como individuo y al que vive en
comunidad con los demás. El conjunto de los hombres que viven para Dios constituye
la ciudad celestial. Agustín escribe: “Dos amores distintos generan las dos ciudades: el
amor de sí, llevado hasta el desprecio de Dios, generó la ciudad terrena; el amor a
Dios, llevado hasta el desprecio de sí mismo, generó la ciudad celestial. Aquélla se
gloría de sí misma, ésta lo hace en Dios. Aquélla busca la gloria de los hombres, ésta
tiene a Dios por máxima gloria”.

Comentario: En La ciudad de Dios Agustín nos habla de dos posibles ciudades:


1. La ciudad terrena: donde prevalece el amor a si mismo llevando al desprecio de
Dios
2. La ciudad de Dios: que es el conjunto de hombres que viven para Dios

La esencia del hombre es el amor


A partir de Sócrates, los filósofos griegos habían dicho que el hombre bueno es aquel
que sabe y conoce, y que el bien y la virtud consisten en la ciencia. Agustín, en cambio,
afirma que el hombre bueno es aquel que ama, aquel que ama lo que debe amar.
Cuando el amor del hombre se dirige hacia Dios (y ama a los hombres y las cosas en
función de Dios) es charitas; en cambio, cuando se dirige hacia sí mismo y hacia el
mundo y las cosas de este mundo, es cupiditas. Amarse a uno mismo y a los hombres
no según el juicio de los hombres, sino según el juicio de Dios, significa amar de la
manera justa.
Agustín también proporciona un criterio preciso para el amor, a través de la distinción
entre el uti y el fruí. Los bienes finitos son usados como medios y no se transforman en
objeto de fruición y de gozo, como si fuesen fines. Así, la virtud del hombre, que los
filósofos griegos habían determinado en función del conocimiento, a partir de Agustín
es reconsiderada en función del amor. La virtus es el ordo amoris, es decir, amarse a sí
mismo, a los demás y a las cosas según la dignidad ontológica que es propia de cada
uno de estos seres, en el sentido que ya antes hemos mencionado.

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