Está en la página 1de 392

Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por lo cual no tiene costo

alguno.

Es una traducción hecha por fans y para fans.

Si el libro logra llegar a tu país, te animamos a adquirirlo.

No olvides que también puedes apoyar a la autora siguiéndola en sus

redes sociales, recomendándola a tus amigos, promocionando a sus libros e


incluso haciendo una reseña en tu blog o foro.

2
Sinopsis
De la autora superventas del New York Times, The Love
Hypothesis, llega una colección de apasionantes novelas STEMinistas
que presenta a un trío de ingenieras y sus amores con odio, ¡con un
capítulo extra especial!

Under One Roof

Una ingeniera ambiental descubre que los científicos nunca deberían


convivir cuando se encuentra atrapada con el compañero de casa del
infierno: un detestable abogado de las grandes petroleras que no dejará en
paz al termostato.

Stuck with You

Una ingeniera civil y su némesis llevan su rivalidad y su amor al


siguiente nivel cuando quedan atrapados en un ascensor de Nueva York.

Below Zero

El corazón congelado de una ingeniera aeroespacial de la NASA se


derrite mientras yace herida y varada en una estación de investigación
remota del Ártico y la única persona dispuesta a emprender la peligrosa
misión de rescate es su rival de toda la vida.

3
Índice
Sinopsis __________________________________ 3 Capítulo 7 _____________________________ 183

Under One Roof __________________________ 5 Capítulo 8 _____________________________ 188

Prólogo ___________________________________ 7 Capítulo 9 _____________________________ 210

Capítulo 1 _______________________________ 10 Capítulo 10 ____________________________ 213

Capítulo 2 _______________________________ 24 Capítulo 11 ____________________________ 220

Capítulo 3 _______________________________ 30 Capítulo 12 ____________________________ 229

Capítulo 4 _______________________________ 47 Epílogo ________________________________ 245

Capítulo 5 _______________________________ 51 Below Zero ____________________________ 248

Capítulo 6 _______________________________ 70 Prólogo ________________________________ 250

Capítulo 7 _______________________________ 75 Capítulo 1 _____________________________ 253

Capítulo 8 _______________________________ 84 Capítulo 2 _____________________________ 261

Capítulo 9 _______________________________ 92 Capítulo 3 _____________________________ 299

Capítulo 10______________________________ 99 Capítulo 4 _____________________________ 304

Capítulo 11_____________________________ 104 Capítulo 5 _____________________________ 314

Capítulo 12_____________________________ 108 Capítulo 6 _____________________________ 318

Capítulo 13_____________________________ 116 Capítulo 7 _____________________________ 332

Epílogo _________________________________ 130 Capítulo 8 _____________________________ 348

Stuck with You ________________________ 132 Capítulo 9 _____________________________ 361

Capítulo 1 ______________________________ 134 Epílogo ________________________________ 375

Capítulo 2 ______________________________ 139 Capítulo Extra _________________________ 377

Capítulo 3 ______________________________ 149 Algún tiempo después __________________ 378

Capítulo 4 ______________________________ 154 Sobre la autora _________________________ 391

Capítulo 5 ______________________________ 162 Créditos _______________________________ 392

Capítulo 6 ______________________________ 167


4
Under One Roof

5
Para Becca, quien es la mejor y tuvo la mejor

idea.

6
Prólogo

Miro la pila de platos en el fregadero y me doy cuenta dolorosamente:


estoy mal.

De hecho, tacha eso. Ya sabía que estaba mal. Pero si no fuera así,
esto sería un claro indicio: el hecho de que no puedo mirar un colador y
doce tenedores sucios sin ver los ojos oscuros de Liam mientras se apoya
contra el mostrador, con los brazos cruzados sobre su pecho; sin escuchar
su voz severa pero burlona preguntándome: «¿Arte de instalación
posmoderna? ¿O simplemente nos quedamos sin jabón?».

Es lo que le sigue luego de llegar tarde a casa y darme cuenta de que


dejó la luz del porche encendida para mí. Eso… oh, eso siempre hace que
mi corazón se acelere de una manera mitad encantadora, mitad
desgarradora. También me provoca un traspié cardíaco: recuerdo apagarla
una vez que estoy dentro. Tan impropio de mí, y posiblemente una señal de
que el lodo de semillas de chía que me ha estado preparando para el
desayuno en las mañanas cuando llego tarde al trabajo en realidad está
haciendo que mi cerebro sea más inteligente.

Es bueno que haya decidido mudarme. Es lo mejor. Estos vuelcos


cardíacos no son sostenibles a largo plazo, ni para mi salud mental ni para
la cardiovascular. Solo soy una humilde principiante en todo este asunto de
la nostalgia, pero puedo afirmar con seguridad que vivir con un chico al que
solías odiar y del que de alguna manera terminaste enamorándote no es un
movimiento inteligente. Confía en mí, tengo un doctorado. 7
(En un campo totalmente ajeno, pero aun así).

¿Sabes lo que tiene de bueno el languidecer? La energía nerviosa


constante. Me hace mirar la pila de platos y pensar que limpiar la cocina
podría ser una actividad divertida. Cuando Liam entra en la habitación,
tengo la inesperada necesidad de cargar el lavavajillas todo lo que pueda. Lo
miro, noto la forma en que casi llena el marco de la puerta y le ordeno a mi
corazón que no dé un vuelco. Lo hace de todos modos, incluso agrega un
salto por si acaso.

Mi corazón es un idiota.

—Probablemente te estés preguntando si un francotirador me está


obligando a lavar los platos a punta de pistola. —Le sonrío a Liam sin
esperar realmente que me devuelva la sonrisa, porque… Liam. Es casi
imposible de leer, pero hace tiempo que dejé de tratar de ver su diversión, y
simplemente me permito sentirla. Es agradable y cálida, y quiero bañarme
en ella. Quiero hacerle mover la cabeza, y decir «Mara» en ese tono suyo, y
reírse contra su buen juicio. Quiero ponerme de puntillas, extender la mano
para arreglar el oscuro mechón de cabello en su frente, enterrarme en su
pecho para oler el olor limpio y delicioso de su piel.

Pero dudo que él quiera nada de eso. Así que vuelvo a enjuagar un
tazón de cereal escondido debajo del colador.

—Pensé que estabas siendo controlada mentalmente por esas esporas


parasitarias que vimos en ese documental. —Su voz es baja. Rica. La
extrañaré mucho, mucho.

—Esos eran percebes… ¿Ves?, sabía que te quedaste dormido a la


mitad. —Él no responde. Lo cual está bien, porque… Liam. Un hombre de
pocas sonrisas y aún menos palabras—. Entonces, ¿conoces al cachorro de
los vecinos? ¿Ese bulldog francés? Debió escaparse durante un paseo,
porque lo acabo de ver correr hacia mí en medio de la calle, la correa
colgando de su cuello y todo. —Alcanzo una toalla y mi mano choca con la
de él. Está parado justo detrás de mí ahora—. Ups. Lo siento. De todos
modos, lo llevé a casa y era tan lindo…
8
Me detengo. Porque, de repente, Liam no está solo de pie detrás de mí.
Me aprieta contra el fregadero, el borde de la encimera me presiona los
huesos de la cadera y hay una alta y cálida pared pegada a mi espalda.

Ay, dios mío.

¿Él… se tropezó? Debe haber tropezado. Esto es un accidente.

—¿Liam?

—¿Está bien, Mara? —pregunta, pero no se aleja. Se queda justo


donde está, con su parte frontal presionada contra mi espalda, las manos
contra la encimera a cada lado de mis caderas, y… ¿Es esto una especie de
sueño? ¿Es este un evento cardiovascular generado por mi vuelco cardíaco?
¿Mi cerebro está convirtiendo mis fantasías nocturnas más vergonzosas en
alucinaciones?

—¿Liam? —gimoteo, porque él está acariciando mi cabello. Justo


encima de mi sien, con su nariz y tal vez incluso con su boca, y parece
deliberado. Para nada accidental. ¿Él está…? No. No, seguro que no.

Pero sus manos se extienden sobre mi vientre, y eso es lo que me


indica que esto es diferente. Esto no se siente como uno de esos roces de
brazos accidentales en el pasillo, esos con los que me he estado diciendo
que debo dejar de obsesionarme. No se siente como esa vez que tropecé con
el cable de mi computadora y casi me caí en su regazo, y no se siente como
él cuando me sujetó suavemente la muñeca para comprobar cuánto me
quemé el pulgar mientras cocinaba en la estufa. Esto se siente…

—¿Liam?

—Shh. —Siento sus labios en mi sien, cálidos y tranquilizadores—.


Todo está bien, Mara.

Algo caliente y líquido comienza a enrollarse en el fondo de mi vientre.

9
Capítulo 1

Francamente, se llevan como una casa en llamas es el dicho más


engañoso en el idioma. ¿Cableado defectuoso? ¿Mal uso de los equipos de
calefacción? ¿Sospecha de incendio premeditado? No evoca a dos personas
que no se llevan bien en lo más mínimo. ¿Sabes lo que una casa en llamas
me hace imaginar? Bazucas. Lanzallamas. Sirenas en la distancia. Porque
nada garantiza más iniciar un incendio en una casa que dos enemigos
quemando la posesión más preciada del otro. ¿Quieres desencadenar una
explosión? Ser amable con tu compañero de casa no lo va a lograr. Encender
un fósforo encima de su edredón hecho a mano empapado en queroseno,
por otro lado…

—¿Señorita? —El conductor de Uber se da vuelta, luciendo culpable


por interrumpir mi perorata pre-apocalíptica—. Solo un aviso, estamos a
unos cinco minutos de su destino.

Sonrío a modo de disculpa un gracias y vuelvo a mirar mi teléfono.


Las caras de mis dos mejores amigas ocupan toda la pantalla. Luego, en la
esquina superior estoy yo: con el ceño más fruncido que de costumbre (bien
justificado), más pálida que de costumbre (¿es eso incluso posible?), más
pelirroja que de costumbre (debe ser el filtro, ¿no?).

—Esa es una opinión totalmente justa, Mara —dice Sadie con una
expresión desconcertada—, y te animo a que envíes tus, mmm, quejas muy
válidas a Madame Merriam-Webster o a quien esté a cargo de estos asuntos,
pero… literalmente solo te pregunté cómo estuvo el funeral. 10
—Sí, Mara… ¿cómo… estuvo… el funeral? —La calidad de la llamada
de Hannah es lamentable, pero así es siempre.

Esto, supongo, es lo que sucede cuando te encuentras con tus mejores


amigas en la escuela de posgrado: en un minuto estás feliz como una almeja,
agarrando tu brillante y nuevo diploma de ingeniería, riéndote tontamente
mientras tomas una quinta ronda de Midori sour. Al siguiente estás
llorando, porque todas van por caminos separados. FaceTime se vuelve tan
necesario como el oxígeno. No hay cócteles de color verde neón a la vista.
Tus monólogos ligeramente trastornados no suceden en la privacidad del
apartamento que comparten, sino en el asiento trasero semipúblico de un
Uber, mientras te diriges a tener una conversación muy, muy extraña.

Mira, esto es lo que más odio de la adultez: en algún momento, uno


tiene que empezar a hacerlo. Sadie está diseñando elegantes edificios
ecosostenibles en la ciudad de Nueva York. Hannah se está congelando el
trasero en una estación de investigación del Ártico que la NASA instaló en
Noruega. Y en cuanto a mí…

Estoy aquí. Mudándome a D.C. para comenzar el trabajo de mis


sueños: científica en la Agencia de Protección Ambiental. En los papeles1,
debería estar muy emocionada, pero el papel se quema muy rápido. Tan
rápido como una casa en llamas.

—El funeral de Helena fue… interesante. —Me recuesto contra el


asiento—. Supongo que esa es la ventaja de saber que estás a punto de
morir. Tienes la oportunidad de intimidar a la gente un poco. Decirles que
si no juegan al “Karma Chameleon” mientras bajan tu ataúd, tu fantasma
perseguirá a su descendencia durante generaciones.

—Me alegro de que hayas podido estar con ella en los últimos días —
dice Sadie.

Sonrío con nostalgia.

—Ella fue la peor hasta el final. Hizo trampa en nuestra última partida
de ajedrez. Como si no me hubiera destruido de todos modos. —La extraño.

1 On paper en el original, expresión que quiere decir “en teoría”. Realiza una analogía con
11
este término.
Una cantidad desmesurada. Helena Harding, doctora, mi consejera y
mentora durante los últimos ocho años, fue familia de una manera que a
mis fríos y distantes parientes de sangre nunca les importó serlo. Pero
también era anciana, sufría mucho y, como le gustaba decir, estaba ansiosa
por pasar a proyectos más grandes.

—Fue muy amable de su parte dejarte su casa en D.C. —dice Hannah.


Debe haberse movido a un mejor lugar, porque en realidad puedo entender
sus palabras—. Ahora tendrás un lugar donde estar, pase lo que pase.

Es cierto. Todo es verdad, y estoy inmensamente agradecida. El regalo


de Helena fue tan generoso como inesperado, sencillamente, lo más amable
que alguien haya hecho por mí. Pero la lectura del testamento fue hace una
semana, y hay algo que no he tenido la oportunidad de decirles a mis
amigas. Algo muy relacionado con las casas en llamas.

—Acerca de eso…

—Oh, oh. —Dos juegos de ceños se fruncen—. ¿Qué pasó?

—Es… complicado.

—Me encanta lo complicado —dice Sadie—. ¿También es dramático?


Déjame ir a buscar pañuelos.

—No estoy segura todavía. —Tomo una respiración fortificante—.


Resulta que la casa que Helena me dejó, en realidad no… me pertenece.

—¿Qué? —Sadie abandona la misión del pañuelo para fruncir el ceño.

—Bueno, ella era la dueña. Pero solo de una parte. Sólo… la mitad.

—¿Y a quién le pertenece la otra mitad? —Confío en Hannah para


siempre llegar al quid de la cuestión.

—Originalmente, al hermano de Helena, que murió y se lo dejó a sus


hijos. Luego, el hijo menor se la compró a los otros y ahora es el único
propietario. Bueno, conmigo. —Me aclaro la garganta—. Su nombre es Liam.
Liam Harding. Es un abogado de poco más de treinta años. Y actualmente
vive en la casa. Solo. 12
Los ojos de Sadie se abren como platos.

—Mierda. ¿Helena lo sabía?

—No tengo ni idea. Imagino que sí, pero los Harding son una familia
tan rara. —Me encojo de hombros—. De dinero heredado. Un montón de
ello. Piensa en Vanderbilts. Kennedys. ¿Qué hay en los cerebros de las
personas ricas?

—Probablemente monoculares —dice Hannah.

Asiento.

—O jardines podados de forma artística.

—Cocaína.

—Torneos de polo.

—Gemelos.

—Esperen —nos interrumpe Sadie—. ¿Qué dijo Liam Vanderbilt


Kennedy Harding sobre esto en el funeral?

—Excelente pregunta, pero: él no estuvo allí.

—¿Él no se presentó al funeral de su tía?

—Realmente no mantiene contacto con su familia. Mucho drama,


sospecho. —Toco mi barbilla—. ¿Tal vez son menos Vanderbilt, más
Kardashian?

—¿Estás diciendo que él no sabe que eres dueña de la otra mitad de


su casa?

—Alguien me dio su número y le dije que vendría. —Hago una pausa


antes de agregar—: Por mensaje de texto. Todavía no hemos hablado—. Otra
pausa—. Y él realmente no… respondió.

—No me gusta esto —dicen Sadie y Hannah al unísono. En cualquier


otro momento me reiría de su mente de colmena, pero hay algo más que
todavía no les he dicho. Algo que les gustará aún menos.
13
—Dato curioso sobre Liam Harding… ¿Saben cómo Helena era la
Oprah de la ciencia ambiental? —Me muerdo el labio inferior—. ¿Y siempre
bromeaba diciendo que todos en su familia eran en su mayoría académicos
de tendencia liberal para salvar al mundo de las garras de las grandes
corporaciones?

—¿Sí?

—Su sobrino es abogado corporativo de FGP Corp. —Solo decir las


palabras me dan ganas de hacer gárgaras con enjuague bucal. E hilo dental.
Mi dentista estará encantado.

—FGP Corp ¿la gente de los combustibles fósiles? —Una línea


profunda aparece en medio de la frente de Sadie—. ¿Las grandes petroleras?
¿Supermayores?

—Sip.

—Ay, Dios mío. ¿Él sabe que eres una científica ambiental?

—Bueno, le di mi nombre. Y mi perfil de LinkedIn está a solo una


búsqueda de Google de distancia. ¿Crees que la gente rica usa LinkedIn?

—Nadie usa LinkedIn, Mara. —Sadie se frota la sien—. Jesucristo,


esto es realmente malo.

—No está tan mal.

—No puedes reunirte con él sola.

—Estaré bien.

—Él te matará. Tú lo matarás. Se matarán el uno al otro.

—Yo… ¿tal vez? —Cierro los ojos y me recuesto en el asiento. Me he


estado disuadiendo del pánico durante setenta y dos horas, con resultados
mixtos. No puedo quebrarme ahora—. Créeme, él es la última persona con
la que quiero ser copropietaria de una casa. Pero Helena me dejó la mitad
¿y la necesito? Debo mil millones en préstamos estudiantiles, y D.C. es
increíblemente caro. ¿Quizás pueda quedarme allí un tiempo? Ahorrar en 14
alquiler. Es una decisión fiscalmente responsable, ¿no?
Sadie se da una palmada en la cara justo cuando Hannah dice
combativamente:

—Mara, eras una estudiante de posgrado hasta hace diez minutos.


Estás apenas por encima de la línea de pobreza. No dejes que te eche de esa
casa.

—¡Tal vez ni siquiera le importe! De hecho, estoy muy sorprendida de


que viva allí. No me malinterpreten, la casa es agradable, pero… —Me
detengo, pensando en las imágenes que he visto, las horas que pasé en
Google Street View desplazándome y volviendo a desplazarme por los
marcos, tratando de calmarme por el hecho de que Helena se preocupara
por mí lo suficiente como para dejarme una casa. Es una hermosa
propiedad, sin duda. Pero más que nada, una residencia familiar. No es lo
que esperaría de un abogado experto que probablemente gana el PBI anual
de un país europeo por hora facturable—. ¿Acaso los abogados de alto poder
no viven en lujosos penthouses en el piso cincuenta y nueve con bidés
dorados y bodegas de brandy y estatuas de ellos mismos? Por lo que sé,
apenas pasa tiempo en la casa. Así que voy a ser honesta con él. Explicarle
mi situación. Estoy segura de que podemos encontrar algún tipo de solución
que…

—Aquí estamos —me dice el conductor con una sonrisa. Le devuelvo


una, un poco débil.

—Si no nos envías un mensaje de texto dentro de media hora —dice


Hannah en un tono muy serio—, voy a asumir que Big Oil Liam te tiene
cautiva en su sótano y llamaré a la policía.

—Oh, no te preocupes por eso. ¿Recuerdas esa clase de kickboxing


que tomé en nuestro tercer año? ¿Y esa vez en el festival de la fresa, cuando
le pateé el trasero al tipo que intentó robarte el pastel?

—Era un niño de ocho años, Mara. Y no le pateaste el trasero… le diste


tu propio pastel y un beso en la frente. Envía un mensaje de texto en treinta
minutos o llamo a la policía.

La miro. 15
—Suponiendo que un oso polar no te haya asaltado mientras tanto.

—Sadie está en Nueva York y tiene a la policía de D.C. en marcado


rápido.

—Sí. —Sadie asiente—. Preparándolo ahora mismo.

Empiezo a sentirme nerviosa en el momento en que salgo del auto, y


empeora a medida que arrastro mi maleta por el camino: una pesada bola
de ansiedad se acurruca lentamente detrás de mi esternón. Me detengo a
mitad de camino para tomar una respiración profunda. Culpo a Hannah y
Sadie, que se preocupan demasiado y aparentemente son contagiosas.
Estaré bien. Esto estará bien. Liam Harding y yo tendremos una
conversación agradable y tranquila y encontraremos la mejor solución
posible que sea satisfactoria para…

Observo el jardín de principios de otoño a mi alrededor, y mi rastro de


pensamientos se desvanece.

Es una casa sencilla. Grande, pero nada de arbustos de mierda


podados artísticamente, cenadores rococó o esos gnomos espeluznantes.
Solo un césped bien cuidado con un rincón ajardinado ocasional, un puñado
de árboles que no reconozco y un gran patio de madera amueblado con
piezas que parecen cómodas. A la luz del sol de la tarde, los ladrillos rojos
dan a la casa un aspecto acogedor y hogareño. Y cada centímetro cuadrado
del lugar parece espolvoreado con el cálido amarillo de las hojas de ginkgo.

Inhalo el olor a hierba, corteza y sol, y cuando mis pulmones están


llenos, dejo escapar una risa suave. Podría enamorarme tan fácilmente de
este lugar. ¿Es posible que ya lo esté? ¿Mi primer amor a primera vista?

Tal vez por eso Helena me dejó la casa, porque sabía que formaría una
conexión inmediata. O tal vez saber que ella me quería aquí me tiene lista
para abrirle mi corazón. De cualquier manera, no importa: este lugar se
siente como si fuera un hogar, y Helena vuelve a ser su yo entrometido, esta
vez desde el más allá. Después de todo, ella siempre hablaba y hablaba sobre
cómo quería que yo realmente perteneciera a algo.
16
—Sabes, Mara, puedo decir que te sientes sola —me decía cada vez que
pasaba por su oficina para conversar.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque las personas que no se sienten solas no escriben fanfiction


para la franquicia de The Bachelor en su tiempo libre.

—No es fanfiction. Más bien un metacomentario sobre los temas


epistemológicos que surgen en cada episodio y, ¡mi blog tiene muchos lectores!

—Escucha, eres una joven brillante. Y todo el mundo ama a las


pelirrojas. ¿Por qué no sales con uno de los nerds de tu cohorte? Idealmente
el que no huele a compost.

—¿Porque son todos idiotas que siguen preguntando cuándo dejaré los
estudios para ir a obtener un título en economía doméstica?

—Mmm. Esa es una buena razón.

Tal vez Helena finalmente se dio cuenta de que cualquier esperanza


de que me estableciera con alguien era una causa perdida y decidió
canalizar sus esfuerzos para que me estableciera en algún lugar. Casi puedo
imaginarla, riéndose como una bruja satisfecha, y eso me hace extrañarla
un millón de veces más.

Sintiéndome mucho mejor, dejo mi maleta justo al lado del porche


(nadie me la va a robar, no cubierta como está con las pegatinas geek:
MANTÉN LA CALMA Y SIGUE RECICLANDO y LOS PLANETAS BUENOS SON DIFÍCILES DE
ENCONTRAR, y CONFÍA EN MÍ, SOY UNA INGENIERA AMBIENTAL). Paso una mano por
mis largos rizos, esperando que no estén demasiado desordenados
(probablemente lo estén). Me recuerdo a mí misma que es poco probable que
Liam Harding sea una amenaza, solo un hombre-niño rico y mimado con la
profundidad de una tabla de surf que no puede intimidarme, y levanto mi
brazo para tocar el timbre. Excepto que la puerta se abre antes de que pueda
llegar a él, y me encuentro de pie frente a…

Un pecho.
17
Un pecho amplio y bien definido debajo de una camisa abotonada. Y
una corbata. Y una chaqueta de traje oscuro.

El pecho está unido a otras partes del cuerpo, pero es tan ancho que
por un momento es todo lo que puedo ver. Luego me las arreglo para mover
mi mirada y finalmente me doy cuenta del resto: Piernas largas y
musculosas llenando lo que queda del traje. Hombros y brazos estirados por
millas. Mandíbula cuadrada y labios carnosos. Cabello corto y oscuro, y un
par de ojos apenas un poco más oscuros.

Están, me doy cuenta, fijos en mí. Estudiándome con el mismo interés


ávido y confuso que estoy experimentando. El hombre parece ser incapaz de
apartar la mirada, como si estuviera hechizado en algún nivel básico y
profundamente físico. Lo cual es un alivio, porque tampoco puedo apartar
la mirada. No quiero.

Es como un puñetazo en mi plexo solar, lo atractivo que lo encuentro.


Confunde mi cerebro y me hace olvidar que estoy parada justo en frente de
un extraño. Que probablemente debería decir algo. Que el calor que estoy
sintiendo es probablemente inapropiado.

Se aclara la garganta, luciendo tan nervioso como yo me siento.

Sonrío.

—Hola —digo, un poco sin aliento.

—Hola. —Suena exactamente igual. Se humedece los labios, como si


su boca estuviera repentinamente seca, y wow. Ese es un buen aspecto—.
Puedo… ¿Puedo ayudarte? —Su voz es hermosa. Profunda. Rica. Un poco
ronca. Podría casarme con esta voz. Podría revolcarme con esta voz. Podría
escuchar esta voz para siempre y renunciar a cualquier otro sonido. Pero tal
vez debería responder primero a la pregunta.

—¿Tú, mmm, vives aquí?

—Creo que sí —dice, como si estuviera demasiado asombrado para


recordarlo. Lo que me hace reír.
18
—Estupendo. Estoy aquí por… —¿Para qué estoy aquí? Ah. Sí—.
Estoy buscando, mmm, a Liam. Liam Harding. ¿Sabes dónde puedo
encontrarlo?

—Soy yo. Soy él. —Se aclara la garganta de nuevo. ¿Se está
sonrojando?—. Es decir, soy Liam.

—Oh. —Oh, no. Oh, no. No, no. No—. Soy Mara. Mara Floyd. La…
amiga de Helena. Estoy aquí por la casa.

El comportamiento de Liam cambia instantáneamente.

Cierra brevemente los ojos, como lo haría uno ante una noticia trágica
e insuperable. Por un momento parece traicionado, como si alguien le
hubiera dado un precioso regalo solo para robárselo de las manos en el
momento en que lo desenvolvió. Cuando dice:

—Eres tú. —Hay un matiz amargo en su hermosa voz.

Se da la vuelta y comienza a caminar por el pasillo. Dudo por un


momento, preguntándome qué hacer. No cerró la puerta, así que quiere que
lo siga. ¿Cierto? Ni idea. De cualquier manera, soy dueña de la mitad de la
casa, ¿así que probablemente no esté invadiendo? Me encojo de hombros y
me apresuro tras él, tratando de mantener el ritmo de sus piernas mucho
más largas, absorbiendo casi nada de mi entorno hasta que llegamos a una
sala de estar.

La cual es impresionante. Esta casa es toda ventanas grandes y pisos


de madera, oh Dios mío, ¿eso es una chimenea? Quiero hacer malvaviscos
en ella. Quiero asar un lechón entero. Con una manzana en la boca.

—Estoy tan contenta de que finalmente podamos hablar cara a cara


—le digo a Liam, un poco sin aliento. Finalmente me estoy recuperando de…
lo que sea que pasó en la puerta. Jugueteo con el brazalete en mi muñeca,
observándolo escribir algo en una hoja de papel—. Siento mucho tu pérdida.
Tu tía era mi persona favorita en todo el mundo. No estoy segura de por qué
decidió dejarme la casa, y entiendo que este negocio de copropiedad viene
un poco fuera de lugar, pero…
19
Me interrumpo cuando dobla el papel y me lo entrega. Es tan alto que
tengo que levantar conscientemente la barbilla para mirarlo a los ojos.

—¿Qué es esto? —No espero su respuesta y lo despliego.

Hay un número escrito en él. Un número con ceros. Muchos de ellos.


Miro hacia arriba, confundida.

—¿Qué significa esto?

Sostiene mi mirada. No hay rastro del hombre nervioso y vacilante que


me saludó unos momentos antes. Esta es la versión de Liam frío, guapo y
seguro de sí mismo.

—Dinero.

—¿Dinero?

Asiente.

—No entiendo.

—Por tu mitad de la casa —dice con impaciencia, y de repente me doy


cuenta: está tratando de comprarme.

Miro el papel. Es más dinero del que he tenido en mi vida, o del que
tendré. ¿Ingeniería Ambiental? Aparentemente no es una elección de carrera
lucrativa. Y no sé mucho sobre bienes raíces, pero supongo que esta suma
está muy por encima del valor real de la casa.

—Lo siento. Creo que hay un malentendido. No voy a… yo no… —


Respiro hondo—. No creo que quiera vender.

Liam me mira fijamente, sin expresión.

—¿No crees?

—No quiero vender, me refiero.

Él asiente una vez, cortante. Y luego pregunta:

—¿Cuánto más? 20
—¿Qué?

—¿Cuánto más quieres?

—No, yo… no me interesa vender la casa —repito—. Simplemente no


puedo. Helena…

—¿Es suficiente el doble?

—Doble… cómo siquiera… ¿tienes cadáveres enterrados debajo de los


macizos de flores?

Sus ojos son bloques de hielo.

—¿Cuánto más?

¿Me está escuchando? ¿Por qué está siendo tan insistente? ¿Dónde se
ha ido su lindo rubor juvenil? En la puerta, parecía tan…

Lo que sea. Estaba claramente equivocada.

—Simplemente no puedo vender. Lo siento. ¿Pero tal vez podamos


resolver algo más en los próximos días? No tengo un lugar para quedarme
en D.C., así que estaba pensando en mudarme por un tiempo…

Exhala una risa silenciosa. Luego se da cuenta de que hablo en serio


y niega con la cabeza.

—No.

—Bien. —Intento ser razonable—. La casa parece grande, y…

—No te vas a mudar.

Tomo una respiración profunda.

—Entiendo. Pero mi situación financiera es muy precaria. Voy a


empezar mi nuevo trabajo en dos días, y está muy cerca. A pie. Este es un
lugar perfecto para vivir por un tiempo, hasta que me recupere.

—Acabo de entregarte la solución a todos tus problemas financieros.


21
Hago una mueca.
—Realmente no es tan simple. —O tal vez lo sea. No lo sé, porque no
puedo dejar de recordar las hojas de ginkgo sobre las hortensias y me
pregunto cómo se verían en la primavera. Tal vez Helena hubiera querido
que yo viera el jardín en todas las estaciones. Si hubiera tenido la intención
de que yo vendiera, me habría dejado un montón de dinero en efectivo.
¿Cierto?—. Hay razones por las que preferiría no vender. Pero podemos
encontrar una solución. Por ejemplo ¿podría, mmm, alquilarte
temporalmente mi mitad de la casa y usar el dinero para quedarme en otro
lugar? —De esa manera, todavía me aferraría al regalo de Helena. Estaría
fuera del camino de Liam y por encima del umbral de indigencia. Bueno, un
poco por encima. Y en el futuro, una vez que Liam se case con su novia
(quien probablemente sea una directora ejecutiva de Fortune 5002 que
pueda incluir el Dow 303 por capitalización de mercado y tenga un artículo
favorito en el boletín de goop), se mude a una McMansion en Potomac, MD,
y comience una dinastía político-económica, podría volver a visitar este
lugar. Mudarme, como Helena parece haber querido. Si para entonces
obtengo un aumento y puedo pagar la factura del agua por mi cuenta, me
refiero.

Es una propuesta justa, ¿verdad? Equivocado. Porque la respuesta de


Liam es:

—No. —Vaya, le encanta la palabra.

—¿Pero por qué? Claramente tienes el dinero…

—Quiero que esto se resuelva de una vez por todas. ¿Quién es tu


abogado?

Estoy a punto de reírme en su cara y contarle una broma sobre mi


“equipo legal” cuando suena su iPhone. Comprueba el identificador de
llamadas y maldice en voz baja.

2 Fortune 500: Lista publicada de forma anual por la revista Fortune que presenta las 500
mayores empresas estadounidenses de capital abierto a cualquier inversor según su
volumen de ventas.
3 Dow 30: Las 30 mayores sociedades anónimas que cotizan en el mercado bursátil de
22
Estados Unidos.
—Necesito tomar esto. Quédate quieta —ordena, demasiado mandón
para mi gusto. Antes de salir de la sala de estar, me mira fijamente con sus
ojos fríos y severos y repite una vez más—: Esta no es y nunca será tu casa.

Y eso, creo, es todo.

Es esa última frase la que lo zanja. Bueno, junto con la forma


condescendiente, dominante y arrogante en que me habló en los últimos dos
minutos. Entré a esta casa completamente lista para tener una conversación
productiva. Le di varias opciones, pero me bloqueó y ahora me estoy
enojando. Tengo tanto derecho legal como él de estar aquí, y si se niega a
reconocerlo…

Bueno. Muy mal por él.

Con la ira burbujeando en mi garganta, rompo el papel que Liam me


dio en cuatro pedazos y lo dejo caer sobre la mesa de café para que lo
encuentre más tarde. Luego vuelvo al porche, recupero mi maleta y empiezo
a buscar un dormitorio sin usar.

¿Adivinen qué? Les envío un mensaje de texto a Sadie y Hannah. La


doctora Mara Floyd, acaba de mudarse a su nueva casa. Y definitivamente
está en llamas.

23
Capítulo 2

No tengo tiempo para esto.

Voy tarde al trabajo. Tengo una reunión en media hora. Todavía tengo
que cepillarme los dientes y el pelo.

Realmente no tengo tiempo para esto.

Y, sin embargo, como la tonta en la que me he convertido, cedo a la


tentación. Cierro la puerta del frigorífico, me doy la vuelta para apoyarme
en él, cruzo los brazos tan amenazadoramente como puedo y miro a Liam a
través de la cocina de concepto abierto.

—Sé que has estado usando mi crema para café.

Es energía desperdiciada. Porque Liam simplemente está de pie en el


costado de la isla, tan impasible como el granito de la encimera, untando
tranquilamente mantequilla en una tostada. Él no se defiende. No me mira.
Continúa con su mantequilla, sin molestias, y pregunta:

—¿Lo he estado?

—No eres tan sigiloso como crees, amigo. —Le doy mi mejor mirada—
. Y si se trata de algún tipo de táctica de intimidación, no está funcionando.

Él asiente. Todavía sin molestarse.

—¿Has informado a la policía? 24


—¿Qué?

Encoge sus estúpidos y anchos hombros. Lleva un traje, porque


siempre lleva un traje. Un traje de tres piezas gris carbón que le queda
perfecto, y sin embargo no del todo, porque en realidad no tiene el físico de
malvado hombre de negocios corporativo. ¿Quizás durante su
entrenamiento obligatorio de Mata a la Tierra hizo una pasantía como
perforador de plataformas petrolíferas?

—Este presunto robo de crema para café parece angustiarte mucho.


¿Le has dicho a la policía?

Respiraciones profundas. Necesito tomar respiraciones profundas. En


D.C, el asesinato puede ser castigado con hasta treinta años de prisión. Lo
sé, porque lo busqué el día después de mudarme. Por otra parte, un jurado
de mis pares nunca me condenaría, no si expusiera los horrores a los que
he sido sometida en las últimas semanas. Seguramente dictaminarían que
la muerte de Liam fue en defensa propia. Incluso podrían darme un trofeo.

—Liam, lo estoy intentando aquí. Realmente tratando de hacer que


esto funcione. ¿Alguna vez te detienes y te preguntas si tal vez estás siendo
un imbécil?

Esta vez levanta la vista. Sus ojos son tan fríos, todo mi cuerpo
tiembla.

—Lo intenté. Una vez. Y justo cuando estaba al borde de un gran


avance, alguien comenzó a tocar la banda sonora de Frozen a todo volumen.

Me sonrojo.

—Estaba limpiando mi habitación. No tenía idea de que estabas en


casa.

—Mmm. —Él asiente y luego hace algo que no esperaba: se acerca.


Da unos cuantos pasos pausados, abriéndose camino a través de la hermosa
combinación de electrodomésticos ultramodernos y muebles clásicos de la
cocina hasta que se eleva sobre mí. Mirando hacia abajo como si fuera un
problema de hormigas del que pensó que se había librado hace mucho 25
tiempo. Huele a champú y a tela cara, y todavía sostiene el cuchillo de la
mantequilla. ¿Puedes apuñalar a alguien con eso? No lo sé, pero parece que
Liam Harding sería capaz de asesinar a alguien (es decir, a mí) con una
pelota de playa—. ¿No es tu crema de apoyo emocional mala para el medio
ambiente, Mara? —pregunta, en voz baja y profunda—. Piensa en el impacto
de los alimentos ultraprocesados. Los ingredientes tóxicos. Todo ese
plástico.

Es tan condescendiente que podría morderlo. En lugar de eso, cuadro


los hombros y me acerco aún más.

—Hago algo de lo que probablemente nunca hayas oído hablar: se


llama reciclaje.

—¿Es así? —Deja el cuchillo en el mostrador y mira a mi lado, a los


contenedores que instalé después de mudarme. Están desbordados, pero
solo porque he estado demasiado ocupada para llevarlos al centro. Y él lo
sabe.

—No hay recolección en el vecindario. Pero planeo conducir hasta el…


¿Qué estás… —Las manos de Liam se cierran alrededor de mi cintura, sus
dedos son tan largos que se encuentran en mi espalda y sobre mi ombligo.
Mi cerebro tartamudea hasta detenerse. ¿Qué diablos está…?

Me levanta hasta que estoy flotando sobre el piso, luego me mueve sin
esfuerzo unos centímetros hacia el costado del refrigerador. Como si fuera
tan liviana como una caja de Amazon, esas gigantes que por alguna razón
solo tienen una barra de desodorante dentro. Farfullo tan indignada como
puedo, pero él no me presta atención. En cambio, me pone de pie, abre la
nevera, coge un tarro de compota de frambuesa y murmura: «Entonces será
mejor que te pongas a ello», con una última mirada larga e intensa.

Él vuelve a su tostada y yo vuelvo a no existir en su universo.

Hermoso.

Gruño mientras salgo de la habitación, medio nerviosa y


completamente homicida, todavía sintiendo las palmas de sus manos
presionando mi piel. Mientras duerme. Juro que lo voy a matar mientras
26
duerme. Cuando menos lo espere. Y luego lo celebraré arrojando botellas
vacías de crema a su cadáver.

Diez minutos más tarde estoy sudando de rabia, camino al trabajo


mientras estoy en una videollamada de emergencia (ventollamada) con
Sadie. Ha habido muchas de esas en las últimas semanas. Un montón.

—… ni siquiera bebe café. Lo que significa que tira la crema por el


inodoro para fastidiarme o la bebe como si fuera agua y, sinceramente, no
sé qué escenario sería peor, porque, por un lado, una porción equivale a
seiscientas cuarenta calorías. y Liam todavía se las arregla para tener solo
un tres por ciento de grasa corporal, pero por otro lado, tomarse un tiempo
de su apretada agenda para privarme a mí de mi crema es un gesto de
crueldad sin precedentes que nadie nunca debería… —Me detengo cuando
me doy cuenta de su expresión desconcertada—. ¿Qué?

—Nada.

Entrecierro los ojos.

—¿Me estás mirando raro?

—¡No! No. —Ella niega con la cabeza enfáticamente—. Es solo que…

—¿Qué?

—Has estado hablando de Liam sin parar durante… —Levanta una


ceja—, ocho minutos seguidos, Mara.

Mis mejillas arden.

—Lo siento mucho, yo…

—No me malinterpretes, me encanta esto. Escucharte quejarte es mi


placer, diez de diez, lo recomendaría. Siento que nunca te había visto así,
¿sabes? Vivimos juntas durante cinco años. Por lo general, te preocupas por
el compromiso, la armonía e Imagine all the people4.

27
4 Se refiere a la canción de John Lennon.
Trato de no vivir mi vida en un estado perenne de ira ardiente. Mis
padres eran el tipo de personas que probablemente no deberían haber tenido
hijos: desinteresados, poco cariñosos, impacientes porque me mudara para
que pudieran convertir el dormitorio de mi infancia en un armario de
zapatos. Sé cómo convivir con los demás y minimizar los conflictos, porque
lo he estado haciendo desde que tenía diecisiete años, hace diez años. Vive
y deja vivir es un conjunto de habilidades cruciales en cualquier espacio de
vida compartido, y tuve que dominarlas rápidamente. Y todavía las tengo
dominadas. Realmente lo hago. Simplemente no estoy segura de querer dejar
vivir a Liam Harding.

—Lo estoy intentando, Sadie, pero no soy yo quien sigue bajando el


maldito termostato a cero. Quien no se molesta en apagar las luces antes de
salir; nuestra factura de la luz es una locura. Hace dos días, llegué a casa
después del trabajo y la única persona en la casa era un tipo al azar sentado
en mi sofá que me ofreció mis propios Cheez-Its. ¡Pensé que era un asesino
a sueldo que Liam había contratado para matarme!

—Ay, dios mío. ¿Lo era?

—No. Era Calvin, el amigo de Liam, quien trágicamente es un millón


de veces más amable que él. El punto es que Liam es el tipo de compañero
de casa de mierda que invita a la gente cuando no está en casa, sin decírtelo.
Además, ¿por qué diablos no puede saludarme cuando me ve? ¿Y es
psicológicamente incapaz de cerrar los armarios? ¿Tiene algún trauma de
raíz que lo llevó a decorar la casa exclusivamente con estampados de árboles
en blanco y negro? ¿Es consciente de que no tiene que dar un portazo cada
vez que sale? ¿Y es absolutamente necesario que sus estúpidos amigos de
parranda vengan todos los fines de semana a jugar videojuegos en el… —
Termino de cruzar la calle y miro la pantalla. Sadie se está mordiendo el
labio inferior, pensativa—. ¿Qué pasa?

—No te callabas y realmente no parecías necesitarme, así que hice


algo.

—¿Algo?

—Busqué en Google a Liam. 28


—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque me gusta poner cara a las personas de las que hablo durante
varias horas a la semana.

—Hagas lo que hagas, no hagas clic en su página en el sitio web de


FGP Corp. ¡No les des las visitas!

—Demasiado tarde. Él realmente se ve…

—Como si el calentamiento global y el capitalismo tuvieran un hijo


amoroso que está pasando por una fase de culturismo.

—Um… iba a decir lindo.

Resoplo.

—Cuando lo miro, todo lo que puedo ver son todas las tazas de café
sin crema que he estado bebiendo desde el día que me mudé. —Y tal vez a
veces, solo a veces, recordaba esa mirada aturdida y asombrada que me dio
antes de saber quién era yo. La añoraba un poco. ¿Pero a quién estoy
engañando? Debo haberlo alucinado.

—¿Se ha ofrecido a comprarte otra vez? —pregunta Sadi.

—Él realmente no reconoce mi existencia. Bueno, excepto para


mirarme de vez en cuando como si fuera una cucaracha infestando su
prístino espacio vital. Pero su abogado me envía correos electrónicos con
ofertas de compra ridículas cada dos días. —Puedo ver mi edificio de trabajo,
a tres metros—. Pero no lo haré. Me quedaré con lo único que me dejó
Helena. Y una vez que esté financieramente en un lugar mejor, simplemente
me mudaré. No debería llevar mucho tiempo, unos meses como máximo. Y
mientras tanto…

—¿Café negro?

Suspiro.

—Mientras tanto, bebo un café amargo y repugnante.


29
Capítulo 3

Querida Helena,

Esto es raro.

¿Es esto raro?

Esto probablemente es raro.

Quiero decir, estás muerta. Y yo estoy aquí, escribiéndote una carta.


Cuando ni siquiera estoy segura de que creo en el más allá. La verdad es que
dejé de pensar en temas escatológicos en el bachillerato porque me ponían
ansiosa y hacían que me brotara urticaria en la axila izquierda (nunca en la
derecha, ¿qué pasa con eso?). Y no es como si alguna vez fuera a descifrar un
misterio que eludió a grandes pensadores como Foucault o Derrida o a ese
tipo alemán incomprensible con patillas pobladas y sífilis.

Pero divago.

Hace más de un mes que te fuiste, y las cosas son las mismas de
siempre. La humanidad todavía está en las garras de las cábalas
capitalistas; todavía tenemos que encontrar una manera de frenar la
catástrofe inminente que es el cambio climático antropogénico; siempre que
salgo a correr uso mi camiseta de “Salva a las abejas e Impuestos a los ricos”.
Lo normal. Me encanta el trabajo que estoy haciendo en la APA5 (muchas
gracias por esa carta de recomendación, por cierto; estoy muy agradecida de
30
5 APA: Agencia de Protección Ambiental.
que no hayas mencionado esa vez que nos sacaste a Sadie, a Hannah y a mí
de la cárcel después de esa protesta contra la represa. Al gobierno de los EE.
UU. no le hubiera gustado esa). Existe el pequeño problema de que soy la
única mujer en un equipo de seis, y que los tipos con los que trabajo parecen
creer que mi blando cerebro femenino es incapaz de captar conceptos
sofisticados como… la esfericidad de la Tierra, ¿supongo? El otro día, Sean,
el líder de mi equipo, dedicó treinta minutos a explicarme el contenido de mi
propia disertación. Tuve fantasías muy vívidas sobre golpearlo en la cabeza
y colocar su cadáver debajo de mi bañera, pero probablemente ya sepas todo
esto. Probablemente te sientas en una nube todo el día siendo omnisciente.
Comiendo galletas. De vez en cuando tocando el arpa. Vaga perezosa.

Creo que la razón por la que escribo esta carta que nunca leerás es
porque desearía poder hablar contigo. Si mi vida fuera una película, caminaría
hasta tu lápida y desnudaría mi corazón mientras una sinfonía de dominio
público en re menor suena de fondo. Pero te enterraron en California (¿un
tanto inconveniente?), lo que hace que escribir cartas sea la única opción
factible.

Todo esto es para decir: Primero, te extraño. Un montón. Un puto


montón. ¿Cómo pudiste dejarme aquí sin ti? Qué vergüenza, Helena. Qué
vergüenza.

Segundo: Estoy tan, tan agradecida de que me hayas dejado esta casa.
Es el mejor y más acogedor lugar en el que he vivido, sin duda alguna. He
estado pasando mis fines de semana leyendo en la terraza acristalada.
Honestamente, nunca pensé que pondría un pie en una casa con un vestíbulo
sin ser escoltada fuera de las instalaciones por seguridad. Yo solo… Nunca
había tenido un lugar que fuera mío. Un lugar que va a estar allí pase lo que
pase. Un puerto seguro, por así decirlo. Siento tu presencia cuando estoy en
casa, incluso si la última vez que pusiste un pie aquí fue probablemente en
los años 70 cuando regresabas de una marcha por la liberación de la mujer.
Y no te preocupes, recuerdo con cariño tu odio por lo cursi y casi puedo oírte
decir: Corta esta mierda. Así que lo haré.

Tercero, y esto es menos una declaración y más una pregunta: ¿Te


importaría si matara a tu sobrino? Porque estoy muy cerca de eso. Como, 31
taaan cerca. Básicamente lo estoy apuñalando con un pelador de papas
mientras hablamos. Aunque ahora se me ocurre que tal vez sea exactamente
lo que querías. Nunca mencionaste a Liam en todos los años que te conocí,
después de todo. Y trabaja para una empresa cuyo principal producto son los
gases de efecto invernadero, así que tal vez lo odiabas. Tal vez toda nuestra
amistad fue una larga estafa que sabías que terminaría en mí vertiendo
líquido de frenos en el té de tu pariente menos favorito. En cuyo caso, bien
hecho. Y te odio.

Podría dar una lista completa de su horrorosidad (hice una en mi


aplicación de Notas), pero me gusta agobiar a Sadie y Hannah con ella a
través de Zoom. Yo solo… supongo que desearía entender por qué me pusiste
en el camino de uno de los idiotas más idiotas del país. En el mundo. En toda
la maldita Vía Láctea. Solo la forma en que me mira, la forma en que no me
mira. Claramente piensa que está por encima de mí, y…

El timbre suena. Me detengo a mitad de la frase y corro hacia la


entrada. Lo que me toma como dos minutos enteros, probando mi punto de
que esta casa es bastante grande para dos personas.

Ojalá pudiera decir que Liam Harding tiene un gusto de mierda en la


decoración del hogar. Que abusa de las calcomanías con citas inspiradoras,
compra frutas de plástico en Ikea, pega luces de barra de neón por todas
partes. Lamentablemente, o sabe cómo armar un interior de casa bastante
agradable, o su dinero manchado de sangre de FPG Corp pagó para
contratar a alguien que lo hiciera. El lugar es una elegante combinación de
piezas tradicionales y modernas; estoy casi segura de que quienquiera que
lo haya amueblado puede usar correctamente la palabra paleta en una
oración, y que la forma en que los rojos profundos, los verdes bosque y los
grises suaves complementan los pisos de madera es un poco más que
accidental. Y está el hecho de que en todas partes se ve tan… sencillo. Con
una casa tan grande como esta, estaría tentada a llenar cada habitación con
mesas, aparadores y alfombras, pero Liam de alguna manera se limitó a las
necesidades básicas. Sofás, algunas sillas cómodas, estantes llenos de
libros. Eso es todo. La casa está aireada, llena de luz, escasamente decorada
en tonos cálidos, y aún más hermosa por ello. «Minimalista», me dijo Sadie
cuando le di un recorrido en video. «Muy bien hecho, también». Creo que mi
respuesta fue un gruñido. 32
Y luego está el arte en las paredes, que está gustándome
indeseablemente cada vez más. Imágenes de lagos al amanecer y cascadas
al atardecer, bosques espesos y árboles solitarios, terrenos congelados y
campos de flores. El animal salvaje ocasional haciendo su día, siempre en
blanco y negro. No sé por qué, pero me he estado sorprendiendo mirándolos.
El encuadre es simple, el tema mundano, pero hay algo en ellos. Como que
quien tomó esas fotos realmente conectó con las escenas. Como si tratara
de capturarlas verdaderamente, de llevarse a casa un pedazo de ellas.

Me pregunto quién es el fotógrafo, pero no puedo encontrar ninguna


firma. Probablemente sea algún hambriento graduado de Máster en Bellas
Artes de Georgetown, de todos modos. Vertieron su alma en la serie con la
esperanza de que alguien que apreciara el arte la comprara y, en cambio,
aquí está. Propiedad de un completo idiota. Apuesto a que Liam ni siquiera
los eligió. Apuesto a que solo fueron una compra deducible de impuestos
para él. Tal vez pensó que, a la larga, una buena colección es tan buena
como los dividendos en acciones.

—Necesitaré una firma —me dice el tipo de UPS cuando abro la


puerta. Masca chicle y aparenta unos quince años. Me siento decrépita por
dentro—. No eres William K. Harding, ¿verdad?

William K. Es casi lindo. Lo odio.

—No.

—¿Está en casa?

—No. —Gracias al cielo.

—¿Es tu marido?

Me río. Entonces me río un poco más. Entonces me doy cuenta de que


el tipo de UPS me mira con los ojos entrecerrados como si fuera la Bruja
Malvada del Oeste.

—Mmm no. Lo siento. Él es mi… compañero de casa.

—Claro. ¿Puedes firmar por tu compañero de casa?


33
—Por supuesto. —Alcanzo el bolígrafo, pero mi mano se detiene en el
aire cuando noto la insignia de FGP Corp en el sobre.

Los odio. Incluso más de lo que odio a Liam. No solo me hace sentir
miserable en casa cortando el césped a las siete y media de la mañana el
único día de la semana que puedo dormir tarde, pero él agrega sal a la herida
al trabajar para uno de mis némesis profesionales. FGP Corp es uno de esos
grandes conglomerados que siguen causando problemas ambientales: un
grupo de tipos sobreeducados con trajes de 7 mil dólares que diseminan
biotoxinas por todo el mundo sin tener en cuenta a los pelícanos marrones
(y todo el futuro de la humanidad, pero personalmente estoy más apegada
a los pelícanos, que no hicieron nada para merecer esto).

Observo el grueso sobre de burbujas. ¿Liam firmaría un sobre de la


APA en mi nombre? Lo dudo. O tal vez lo haría. Luego lo ataría a los globos
rojos que le proporcionó su amigo Pennywise y lo vería desaparecer en la
puesta de sol. Ya estoy un 73 por ciento segura de que ha estado
escondiendo mis calcetines. Me faltan cuatro pares iguales, por el amor de
dios.

—En realidad. —Doy un paso atrás, sonriendo, deleitándome con mi


propia mezquindad. Helena, estarías muy orgullosa—. Probablemente no
debería firmar por él. Apuesto a que es un delito federal o algo así.

El tipo de UPS niega con la cabeza.

—Realmente no lo es.

Me encojo de hombros.

—¿Quién lo sabe?

—Yo. Es literalmente mi trabajo.

—El cual estás realizando admirablemente —emito—. Pero sigo sin


firmar por el sobre. ¿Te gustaría una taza de té? ¿Una copa de vino? Cheez-
Its?

Él frunce el ceño.
34
—¿Estás segura de que no lo harás? Esto es envío exprés. Alguien
pagó mucho dinero por la entrega el mismo día. Probablemente sea una
mierda realmente urgente que William K. necesitará tan pronto como llegue
a casa.

—Cierto. Bueno, eso suena como un problema de William K.

Él silba.

—Eso es frío. —Suena admirado. O simplemente asustado—.


Entonces, ¿qué le pasa al pobre William K.? ¿Deja el asiento del inodoro
arriba?

—Tenemos baños separados —reflexiono—. Pero estoy segura de que


lo hace. En la remota posibilidad de que termine usando el suyo.

Asiente.

—Sabes, cuando mi hermana estaba en la universidad solía tener un


compañero de cuarto al que odiaba. Estoy hablando de guerra. Se gritaban
el uno al otro todo el tiempo. Una vez escribió una lista completa de todo lo
que odiaba de él en su teléfono y dañó su aplicación de Recordatorios. Fue
así de larga.

Oh-oh. Eso suena familiar.

—¿Qué le pasó a ella?

Cruzo los dedos para que la respuesta no sea: Está cumpliendo cadena
perpetua en un centro penitenciario cercano por afeitarle el cabello mientras
dormía y tatuarle «Soy una mala persona» en el cuero cabelludo. Y, sin
embargo, lo que acaba diciendo el tipo de UPS es diez veces más inquietante.

—Se casarán el próximo junio. —Sacude la cabeza y se da la vuelta


con un movimiento de la mano—. Imagínate.

35
Estoy soñando con un concierto, uno malo.

Más ruido que música, de verdad. El tipo de basura electrónica


alemana de los años 70 que Liam posee en forma de vinilo y que a veces
reproduce cuando uno de sus amigos viene a jugar videojuegos de disparos
en primera persona. Es ruidoso, desagradable e irritante, y continúa
durante lo que parecen horas. Hasta que me despierto y me doy cuenta de
tres cosas:

Primero, tengo un dolor de cabeza horrible.

Segundo, es la mitad de la noche.

Tercero, el ruido de la música es en realidad solo un ruido normal y


proviene de la planta baja.

Ladrones, creo. Entraron por la fuerza. Ni siquiera están tratando de


estar callados, probablemente tengan armas.

Tengo que salir. Llamar al 911. Tengo que advertirle a Liam y


asegurarme de que él...

Me siento con el ceño fruncido.

—Liam. —Pero por supuesto.

Me lanzo de la cama y salgo de mi habitación. Estoy a mitad de las


escaleras cuando se me ocurre: mis rizos están por todas partes, no llevo
sostén y mis pantalones cortos ya eran demasiado pequeños hace quince
años, cuando mi escuela secundaria me los entregó gratis como parte de mi
uniforme de lacrosse. Bueno. Muy mal. Liam tendrá que lidiar con eso y con
mi camiseta de «No hay planeta B». Eso podría enseñarle algo.

Para cuando llego a la cocina, estoy considerando comprarme un


megáfono para acercarme sigilosamente a él mientras duerme todas las
noches durante los próximos seis meses.

—Liam, ¿sabes qué hora es? —exploto—. ¿Qué estás incluso…?

No estoy segura de lo que esperaba. Definitivamente no encontrar el 36


contenido del refrigerador abarrotando cada centímetro del mostrador;
definitivamente no ver a Liam decidido a sacrificar un tallo de apio como si
le hubiera robado su lugar de estacionamiento; definitivamente no verlo
desnudo, muy desnudo, de cintura para arriba. Los pantalones de pijama a
cuadros que lleva puestos tienen cintura baja.

Muy baja.

—¿Podrías ponerte algo? ¿Como un abrigo de piel de cría de foca o


algo así?

No para de picar su apio. No me mira.

—No.

—¿No?

—No tengo frio. Y vivo aquí.

Yo también vivo aquí. Y tengo todo el derecho de no mirar esa pared


de ladrillos que él llama pecho en mi propia cocina, que se supone que es
un ambiente relajante donde puedo digerir la comida sin tener que mirar
pezones masculinos al azar. Aun así, decido dejar el asunto pasar y
empujarlo al fondo de mi mente. Para cuando esté lista para mudarme
necesitaré terapia de todos modos. ¿Qué es un trauma más con el que lidiar?
En este momento, solo quiero volver a dormir.

—¿Qué estás haciendo? —pregunto.

—Mi declaración de impuestos.

Parpadeo.

—¿Yo… qué?

—¿Qué parece que estoy haciendo?

Me pongo rígida.

—No sé qué parece, pero suena a que solo estás golpeando sartenes.

37
—El ruido es un desafortunado subproducto de mi preparación de la
cena. —Debe haber terminado con el apio, porque pasa a cortar un tomate
en rodajas (¿es ese mi tomate?), y vuelve a ignorarme.

—Oh, y eso es totalmente normal, ¿no? ¿Cocinar una comida de cinco


platos a la una y veintisiete de la mañana un día entre semana?

Liam finalmente levanta sus ojos hacia los míos, y hay algo
inquietante en su mirada. Parece tranquilo. Se ve tranquilo, pero sé que no
lo está. Está furioso, me digo. Está muy, muy furioso. Sal de aquí.

—¿Necesitabas algo? —Su tono es engañosamente cortés, y mi


autoconservación claramente todavía está dormida en la cama.

—Sí. Necesito que lo mantengas bajo. Y mejor que no sea mi tomate.

Se mete la mitad en la boca.

—Sabes —dice tranquilamente mientras mastica, arreglándoselas


para hablar con la boca llena y aun así parecer el producto aristocrático de
varias generaciones de riqueza—, por lo general no tengo la costumbre de
estar despierto a la una y veintiocho de la mañana.

—Qué casualidad. Yo tampoco, antes de conocerte.

—Pero hoy, es decir, ayer, todo el equipo legal que dirijo terminó
teniendo que trabajar hasta pasada la medianoche. Debido a algunos
documentos faltantes muy importantes.

Me tenso. Él no puede querer decir…

—No te preocupes, los documentos fueron encontrados.


Eventualmente. Después de que mi jefe nos enviara a mí y a mi equipo unos
nuevos. Parece que algo salió mal cuando se entregaron. —Si él pudiera
incinerar a la gente con láseres en los ojos, ya estaría hace rato incinerada.
Está claro que lo sabe todo sobre mi pequeño ataque de despecho
vespertino.

—Escucha. —Tomo una respiración profunda—. No fue mi momento


de mayor orgullo, pero no soy tu asistente personal. Y no veo cómo se 38
justifica que golpees todas las ollas de la casa en medio de la noche. Mañana
tengo un largo día, así que…

—Yo también. Y como puedes imaginar, he tenido un largo día hoy. Y


tengo hambre. Lo que significa que no voy a mantenerlo bajo. Al menos no
hasta que haya cenado.

Hasta hace unos diez segundos estaba enojada de una manera fría y
razonable. De repente, estoy lista para quitarle el cuchillo de la mano a Liam
y cortarle la yugular. Solo un poquito. Sólo para hacerlo sangrar. No lo haré,
porque no creo que prospere en la cárcel, pero tampoco voy a dejar pasar
esto. Traté de tener reacciones comedidas cuando se negó a dejarme instalar
paneles solares, cuando tiró mi salteado de brócoli porque olía a “pantano”,
cuando me dejó fuera de la casa mientras corría. Pero esta es la última gota.
He terminado. El lomo de mi camello está partido en dos.

—¿Estás bromeando?

Liam vierte aceite de oliva en una sartén, rompe un huevo y parece


volver a su estado predeterminado: olvidar que existo.

—Liam, te guste o no, Yo. Vivo. Aquí. ¡No puedes hacer lo que te dé la
gana!

—Interesante. Parece que estás haciendo exactamente eso.

—¿De qué estás hablando? Tú estás haciendo una tortilla a las dos de
la maldita mañana y yo te estoy pidiendo que no lo hagas.

—Verdad. Aunque está el hecho de que si hubieras lavado tus platos


esta semana, no tendría que lavarlos tan ruidosamente…

—Oh, cállate. No es como si no dejaras tus cosas por la casa todo el


tiempo.

—Al menos no amontono basura encima del bote como si fuera una
escultura dadaísta.

El sonido que sale de mi boca casi me asusta.


39
—Dios. ¡Es imposible tenerte cerca!
—Eso es una lástima, ya que estoy aquí.

—¡Entonces solo múdate maldita sea!

El silencio cae. Un silencio absoluto, pesado, muy incómodo. Justo lo


que ambos necesitamos para repetir mis palabras una y otra vez en nuestras
cabezas. Entonces Liam habla. Despacio. Cuidadosamente. Enojado de una
manera aterradora y helada.

—¿Disculpa?

Lo lamento de inmediato. Lo que dije y cómo lo dije. Alto. Vehemente.


Soy muchas cosas, pero cruel no es una de ellas. No importa que Liam
Harding haya mostrado el rango emocional de una nuez, dije algo hiriente y
le debo una disculpa. No es que particularmente quiera ofrecerle una, pero
debería hacerlo. El problema es que no puedo evitar continuar.

—¿Por qué estás aquí, Liam? La gente como tú vive en mansiones con
muebles beige incómodos y siete baños y obras de arte caras que no
entienden.

—¿Gente como yo?

—Sí. Gente como tú. ¡Gente sin moral y demasiado dinero!

—¿Por qué estás tú aquí? Me he ofrecido a comprar tu mitad unas mil


veces.

—Y dije que no, así que podrías haberte ahorrado unas novecientas
noventa y nueve de ellas. Liam, no hay razón para que quieras vivir en esta
casa.

—¡Esta es la casa de mi familia!

—Era la casa de Helena tanto como la tuya, y...

—Helena está malditamente muerta.

Toma unos momentos para que las palabras de Liam se registren por
completo. Abruptamente apaga la estufa y luego se queda allí, semidesnudo
frente al fregadero, con las manos apretadas alrededor del borde del 40
mostrador y los músculos tan tensos como cuerdas de guitarra. No puedo
dejar de mirarlo, esta… esta víbora que acaba de mencionar la muerte de
una de las personas más importantes de mi vida con tanta desdeñosa y
enojada despreocupación.

Voy a destruirlo. Voy a aniquilarlo. Voy a hacerlo sufrir, a escupir en


sus estúpidos batidos, a romper uno a uno sus vinilos.

Excepto que Liam hace algo que lo cambia todo. Aprieta los labios, se
aprieta la nariz y luego se pasa una mano grande y exhausta por la cara. De
repente, algo hace clic dentro de mi cabeza: Liam Harding, parado justo
frente a mí, está cansado. Y él odia esto, todo esto, tanto como yo.

Oh Dios. Tal vez mi salteado de brócoli realmente apestaba, y debería


haberlo puesto en un Tupperware. Tal vez la banda sonora de Frozen puede
ser un poco molesta. Tal vez podría haber firmado por ese estúpido paquete.
Tal vez tampoco reaccionaría bien si alguien viniera a vivir bajo mi techo,
especialmente si no tuviera voz en el asunto.

Presiono las palmas de mis manos en mis ojos. Tal vez yo soy la
imbécil. O al menos, una de ellos. Dios. Oh, Dios.

—Yo… —Me devano los sesos buscando algo que decir y no encuentro
nada. Entonces se rompe un dique dentro de mí y las palabras estallan—.
Helena era mi familia. Sé que no te llevas bien con tu familia, y… tal vez la
odiabas, no lo sé. De acuerdo, ella podría ser realmente gruñona y
entrometida, pero ella… ella me amaba. Y ella era el único hogar real que he
tenido. —Me atrevo a mirar a Liam, medio esperando una mueca de burla.
Un comentario sarcástico sobre Helena que me hará querer golpearlo de
nuevo. Pero él me está mirando, atento, y me obligo a apartar la mirada y
continuar antes de que pueda cambiar de opinión—. Creo que ella lo sabía.
Creo que tal vez por eso me dejó esta casa, para que tuviera algún tipo de…
de algo. Incluso después de que ella se fuera. —Mi voz se rompe en la última
palabra, y ahora estoy llorando. No lloriqueo intenso como cuando veo El
Rey León o los primeros diez minutos de Up, sino lágrimas silenciosas,
escasas e implacables que no tengo esperanzas de detener—. Sé que
probablemente me veas como algún… usurpador proletario que ha venido a
apoderarse de la fortuna de tu familia, y créeme, lo entiendo. —Me limpio la
41
mejilla con el dorso de la mano. Mi voz está perdiendo calor rápidamente—
. Pero tienes que entender que mientras vives aquí porque estás tratando de
probar algún punto, o por algún tipo de concurso de meadas, esta pila de
ladrillos significa el mundo para mí, y…

—Yo no odiaba a Helena.

Miro hacia arriba con sorpresa.

—¿Qué?

—Yo no odiaba a Helena. —Sus ojos están en su tortilla a medio hacer,


todavía chisporroteando en la estufa.

—Oh.

—Cada verano se iba de California por unas semanas. ¿A dónde crees


que iba?

—Yo… solo dijo que pasaba los veranos con su familia. Siempre
supuse que…

—Aquí, Mara. Ella venía aquí. Dormía en la habitación contigua a la


tuya. —La voz de Liam es entrecortada, pero su expresión se suaviza en algo
que nunca había visto. Una leve sonrisa—. Ella afirmaba que era para
comprobar mis planes de contaminación mundial. Sobre todo, me fastidiaba
sobre mis opciones de vida entre reunirse con viejos amigos. Y me pateaba
mucho el trasero en el ajedrez. —Él frunce el ceño—. Estoy seguro de que
hacía trampa, pero nunca pude probarlo.

—Yo… —Él debe estar inventando esto. Seguramente—. Ella nunca te


mencionó.

Su ceja se levanta.

—Ella nunca te mencionó. Y, sin embargo, estabas en su testamento.

—Pero… Pero espera. Espera un minuto. En el funeral… ¿pensé que


no te llevabas bien con tu familia?
42
—Oh, no lo hago. Son imbéciles pretenciosos, críticos y performativos,
y estoy citando a Helena aquí. Pero ella era diferente, y me llevaba bien con
ella. Me preocupaba por ella. Un montón. —Se aclara la garganta—. No estoy
seguro de dónde sacaste la idea de que no lo hacía.

—Bueno, el no ir al funeral me engañó.

—Conociendo a Helena, ¿crees que le hubiera importado?

Pienso en mi segundo año. La única vez que organicé una pequeña


fiesta sorpresa para el cumpleaños de Helena en el departamento, y ella
simplemente… se fue. Literalmente. Gritamos: ¡Sorpresa!, y dejamos caer
un puñado de globos. Helena nos lanzó una mirada mordaz, entró en la
habitación, cortó un trozo de su tarta de cumpleaños mientras nos
quedábamos en silencio y luego se fue a su oficina a comérsela sola. Se
encerró a sí misma.

—Está bien. Ese es un buen punto.

Liam asiente.

—¿Sabes por qué me dejó la casa?

—No. Al principio pensé que era algún tipo de broma. Uno de sus
caóticos juegos de poder. ¿Como cuando te hacía sentir culpable y te hacía
ver viejos programas con ella?

—Dios, ella siempre escogía…

—The Twilight Zone. A pesar de que ella ya sabía todos los finales
inesperados. —Él rueda los ojos. Entonces su expresión cambia—. No sabía
que su salud había empeorado tanto. La llamé dos días antes de que
muriera, exactamente dos días, y me dijo… no debería haberle creído.

Mi corazón se hunde. Yo estuve ahí. Sé exactamente a qué


conversación se refiere Liam, porque escuché la versión de Helena. La forma
en que respondía las preguntas y minimizaba las preocupaciones de la
persona al otro lado de la línea. Mintió durante una hora de charla; era obvio
que estaba feliz con la llamada, pero no fue honesta sobre lo mal que se
habían puesto las cosas, y me sentí incómoda por el engaño. Por otra parte,
43
ella hizo eso con todos. Habría hecho lo mismo conmigo si no hubiera sido
su transporte a las citas médicas.

—Desearía que me hubiera dejado estar allí. —El tono de Liam es


impersonal, pero puedo escuchar lo que no se dice. Cuán doloroso debe
haber sido ser mantenido en la oscuridad—. Pero no lo hizo, y fue su
decisión. Al igual que dejarte la casa fue su decisión, y… no estoy feliz por
eso. No lo entiendo. Pero lo acepto. O al menos, estoy tratando de hacerlo.

Por primera vez, me doy cuenta de cómo debe haber sido mi llegada a
D.C. desde la perspectiva de Liam: una chica de la que nunca había oído
hablar, una chica que había tenido el privilegio de estar con Helena durante
sus últimos días, y que de repente se mostraba y establecía a la fuerza su
lugar en su casa. Su vida. Mientras él intentaba aceptar su pérdida y llorar
al único pariente al que se sentía cercano.

Tal vez actuó como un imbécil. Tal vez nunca me hizo sentir
bienvenida o no fue particularmente agradable, pero estaba sufriendo, al
igual que yo, y…

Qué desastre total. Qué idiota obtusa he sido.

—Yo… lo siento por lo que dije antes. No quise decir nada de eso. No
te conozco en absoluto, y… —Me voy apagando, sin saber cómo continuar.

Liam asiente rígidamente.

—Yo también lo siento.

Nos quedamos allí, en silencio, durante largos latidos. Si vuelvo a mi


habitación ahora, Liam pedirá una pizza y podré conciliar el sueño sin tener
que buscar mi alijo de tapones para los oídos. Casi me voy para hacer
precisamente eso, pero se me ocurre algo: las cosas podrían ser mejores. Yo
podría ser mejor.

—¿Tal vez podría haber un… una especie de tregua?

Levanta una ceja.

—Una tregua. 44
—Sí. Quiero decir… yo podría… supongo que podría dejar de subir el
termostato a veinticinco grados tan pronto como te des la vuelta. Usar un
suéter, en su lugar.

—¿Veinticinco grados?

—Soy una científica. Realmente no usamos Fahrenheit, ya que es una


escala ridícula y… —Me está mirando con una expresión que no puedo
descifrar del todo, así que rápidamente cambio de tema—. ¿Y supongo que
podría dejar las bandas sonoras de Disney?

—¿Podrías?

—Sí.

—¿Incluso La Sirenita?

—Sí.

—¿Qué pasa con Moana?

—Liam, realmente lo estoy intentando, aquí. Si pudieras, por favor…


—Estoy lista para salir corriendo de la cocina cuando me doy cuenta de que
en realidad está sonriendo. Algo así. Con sus ojos. Oh Dios mío, ¿era una
broma? ¿Él bromea?—. No eres tan divertido como crees.

Él asiente y no dice nada por un momento o dos. Luego:

—Las bandas sonoras de Disney no son tan malas. —Suena dolido—


. Y trataré de ser mejor también. Regaré tus plantas cuando estés fuera de
la ciudad y estén a punto de morir. —Sabía que había dejado morir mi
pepino a propósito. Lo sabía—. Y tal vez haga un sándwich para la cena, si
tengo hambre pasada la medianoche.

Levanto mi ceja.

Liam suspira.

—¿Pasadas las diez de la noche?

—Eso sería perfecto. 45


Cruza sus enormes brazos sobre su igualmente enorme pecho aún
desnudo, y luego se balancea un poco sobre sus talones.

—Bien entonces.

—Okey.

El silencio se alarga. De repente, esta situación se siente… tensa.


Pegajosa. Una frontera de algún tipo. Un punto de inflexión.

Un buen momento para que me vaya.

—Voy a… —Señalo hacia las escaleras, donde está mi dormitorio—.


Que tengas una buena noche, Liam.

No me doy la vuelta cuando dice:

—Buenas noches, Mara.

46
Capítulo 4

Hay muchas cosas que no esperaría que haga Liam Harding cuando
entra a la cocina.

Por ejemplo, es poco probable que saque castañuelas y baile flamenco


alrededor de la isla. Que comience un éxito de Michael Bolton de los años
80. Que me venda un soplador de hojas y me reclute en una empresa de
MLM de herramientas de jardinería. Todos estos son eventos muy
improbables y, sin embargo, ninguno de ellos me sorprendería tanto como
lo que realmente hace. Que es mirarme y decir:

—Está… agradable afuera hoy.

No es que no lo esté. De hecho, está muy agradable. Inusualmente


cálido. Es porque la Tierra se está muriendo, por supuesto. El aumento de
las temperaturas promedio globales está asociado con fluctuaciones
generalizadas en los patrones climáticos, y es por eso por lo que todavía
usamos chaquetas livianas, aunque estamos a fines de noviembre en D.C.
y los árboles de Navidad han estado apareciendo durante semanas. Hace
unos años, Helena escribió un artículo sobre la forma en que la acción
humana está aumentando la periodicidad y la intensidad de los fenómenos
meteorológicos extremos. Se publicó en Nature Climate Change y tiene un
millón de citas.

Podría decirle todo esto a Liam. Podría ser mi yo más desagradable y


dar un sermón sobre el tema durante horas. Pero no lo hago, y la razón es
47
que incluso a través de su tono cortante y vacilante y su mirada actualmente
baja, puedo reconocer una rama de olivo cuando me muerde en el trasero.

La cual, en este momento, absolutamente lo hace. Morderme, me


refiero.

Han pasado unas dos semanas desde que me di cuenta por primera
vez de que Liam es capaz de sentir emociones humanas. Y resulta que estar
en una tregua mientras vivimos juntos significa tener significativamente
menos peleas a gritos, pero aun así no hace que encontrar temas de
conversación sea más fácil. Lo cual está bien. La mayor parte del tiempo. Es
una casa grande, después de todo. Pero en las contadas ocasiones en que
nuestros horarios se superponen y acabamos juntos en el salón o en la
cocina…

Resulta incómodo.

Terriblemente.

—Sí. —Mi asentimiento es entusiasta del tipo que podría torcerme el


cuello, compensando en exceso—. Es agradable. Tener buen clima, quiero
decir.

Liam también asiente (rígidamente, pero tal vez solo estoy


proyectando), y así, volvemos al punto de partida: silencio.

Me muerdo la uña del pulgar. Aparentemente no dejé de hacer eso


cuando cumplí catorce años. Necesito algo que decir. ¿Qué digo? Rápido,
Mara. Piensa.

—Ah… Entonces…

Sin pensamientos. Cabeza vacía.

Dejo que mi oración cuelgue como un fideo recocido e intento ganar


tiempo dándome la vuelta para agarrar un… ¿un qué? ¿Una espátula? ¿Una
tostadora? ¡Un bocadillo! Sí, tomaré un bocadillo. Creo que compré
porciones individuales de Cheez-Its. Tratando de recortar gastos y todo eso.
Excepto que no puedo encontrarlos en mi armario. Hay una caja familiar.
Otra. Una tercera, con sabor a queso cheddar: Jesús, tengo un problema.
48
Pero las bolsitas no están… Ah, ahí están. El estante más alto, por supuesto.
Recuerdo tirarlos allí, pensando que sería un problema para la Mara del
Futuro.

La Mara del Futuro lo intenta, pero no puede alcanzarlo. Entonces


vuelve la mirada para pedirle a Liam que tome uno para ella, y se me cae el
alma a los pies.

Está mirando fijamente donde mi camiseta se subió en la parte baja


de mi espalda, es decir, mi trasero.

Bueno, no. No lo hace. William K. Harding nunca se rebajaría tanto,


y la idea de que miraría voluntariamente mi trasero flacucho es risible. Pero
me está mirando, allí, con los labios entreabiertos y la mano olvidada en el
aire, lo que probablemente significa que está… ¿horrorizado? Por mis
pantalones deportivos de ocho años, apuesto. O por la explosión de pecas
en mi piel. O por… Dios, ¿qué bragas tengo puestas? Por favor, que no sean
las que tienen la cara de Jeff Goldblum que Hannah me consiguió el año
pasado. ¿Y cuántos agujeros tienen? Me va a denunciar a la policía de ropa
interior. Seré ejecutada por la mafia de Victoria’s Secret y…

Se aclara la garganta.

—Ten. —Valientemente supera su disgusto y viene a pararse detrás


de mí. Simplemente es inmenso. Tan grande que bloquea por completo la
luz del techo. Por un microsegundo siento un cálido y extraño hormigueo.
Luego deja caer una bolsa al lado de mi mano sin que yo tenga que preguntar
y dice:

—¿Debería moverlos a un estante más bajo para ti?

Su voz es un poco ronca. Tal vez se esté resfriando. Espero no


contagiarme.

—Ah, eso sería genial. Gracias. —Le toma alrededor de medio


segundo. Entonces los dos regresamos a nuestra posición original, yo con
mi café, Liam con su té, y me doy cuenta de que en las aventuras levemente
mortificantes del último minuto, olvidé pensar en un tema de conversación
decente para aligerar el ambiente. Fantástico. 49
Así que espeto:

—A los Nationals les está yendo bien esta temporada. —¿Creo?


Escuché a un tipo decirlo en el autobús. Liam siempre está jugando
videojuegos con sus amigos. Probablemente también le gusten los deportes.

—Oh. Eso es… bueno. —Liam asiente.

Asiento.

Más asentimientos incómodos y luego silencio. Otra vez.

De acuerdo. Esto es demasiado incómodo. Voy a instalar sensores de


movimiento en todas las habitaciones de la casa para asegurarme de que
nuestros caminos nunca se vuelvan a cruzar…

—¿Qué deporte es ese, me dices?

Levanto la vista del café que estoy revolviendo furiosamente.

—¿Mmm?

—Los Nationals. ¿Qué deporte?

—Ah… —Miro alrededor de la cocina, en busca de pistas. Encuentro


un gran total de ninguna—. No tengo ni idea.

Liam sumerge una bolsita de té en su taza, con un brillo de diversión


en sus ojos.

—Yo tampoco.

Salimos de la habitación por puertas opuestas. Me pregunto si es


consciente de que casi nos sonreímos.

50
Capítulo 5

Miro por la ventana, tratando de usar mi título de ingeniería para


aproximar cuántos metros de nieve cayeron durante la noche. ¿Uno?
¿Diecisiete? Lamentablemente, no había ningún Aproximación de Cuán
Atrapado en Nieve Estás 101 en mi plan de estudios de la escuela de
posgrado, así que me rindo y miro mi teléfono.

No hay forma de que pueda llegar al trabajo, y todo mi equipo en la


APA está en la misma situación. El auto de Sean está atascado en su camino
de entrada. Alec, Josh y Evan ni siquiera pueden llegar a su entrada. Ted
está en su quinto chiste sobre fenómenos meteorológicos extremos. El canal
de Slack suena con algunos mensajes más que maldicen todas las formas
de precipitación, y luego Sean hace la llamada de que todos deberíamos
trabajar desde casa. Acceder al servidor seguro desde nuestras
computadoras portátiles emitidas por la APA. Lo cual para mí es un poco
problemático.

Así que le envío un mensaje de texto a Sean:

Mara: Sean, no tengo mi computadora portátil emitida por la APA en


casa conmigo.

Sean: ¿Por qué?

Mara: Aún no me has emitido una.

Sean: Ya veo. 51
Sean: Bueno, entonces puedes tomarte el día para responder correos
electrónicos y cosas así. Solo vamos a intentar solucionar el problema del
rociador electrostático hoy, por lo que realmente no te necesitamos.

Sean: Y la próxima vez asegúrate de recordarme que aún no tienes una


computadora portátil.

¿Qué tan pasivo-agresivo sería reenviarle a Sean el correo electrónico


de recordatorio que le envié hace dos días? Mucho, me imagino.

Suspiro, le envío un mensaje de texto rápido de Lo haré y trato de no


rechinar los dientes por el hecho de que me encantaría dar mi opinión sobre
el tema del rociador electrostático. En realidad, está estrechamente
relacionado con mi trabajo de posgrado, pero ¿a quién engaño? Incluso si
yo estuviera presente, Sean actuaría como siempre lo hace: tararearía
cortésmente mis contribuciones, encontraría una razón trivial para
descartarlas y, quince minutos después, las parafrasearía y las reafirmaría
como si fueran sus propias ideas. Ted, mi aliado más cercano en el equipo,
me dice que no me lo tome como algo personal, porque Sean es un idiota
con casi todo el mundo. Pero sé que no me estoy imaginando que su
comportamiento más atroz siempre está dirigido a mí («Me pregunto por
qué», reflexiono para mí, acariciando mi barbilla de mujer en CTIM). Pero
Sean es el líder del equipo, así que…

¿Dije que me encanta mi nuevo trabajo en la APA? Tal vez mentí. O


tal vez me encanta, pero odio más a Sean. Difícil de decir.

Paso el día haciendo el trabajo que puedo sin acceso a información


clasificada, es decir, muy poco. Hablo brevemente por FaceTime con Sadie,
pero ella tiene una fecha límite para un proyecto ecosostenible en modo
hippy abraza-árboles («No he dormido en treinta y ocho horas. Por favor,
áteme un yunque al cuello y arrójeme al mar de los Sargazos».), Hannah es
inalcanzable (probablemente está retozando con las morsas en un bloque de
hielo) y… eso es todo. Realmente no tengo otros amigos.

Probablemente debería trabajar en eso.

A la una de la tarde estoy mortalmente aburrida. Tomo una siesta; veo 52


un video de YouTube sobre la disposición de las placas del estegosaurio; me
pinto las uñas de un bonito color rojo mate; escribo una publicación a
medias para mi blog de Bachelor sobre mis expectativas para la próxima
temporada; practico trenzar mi cabello en una corona; me pregunto si soy
una adicta al trabajo, decido que probablemente lo soy.

No puedo recordar la última vez que estuve dentro todo el día. Siempre
he sido un poco inquieta, un poco demasiado inquieta. Demasiado activa,
decían mis padres mientras trataban de inscribirme en todos los deportes
de equipo posibles para mantenerme ocupada. No son malas personas, pero
dudo que quisieran un hijo, y estoy segura de que no eran fanáticos de los
cambios que mi llegada trajo a su estilo de vida. Probablemente la razón por
la que nunca fueron grandes fanáticos. Hablamos tal vez una o dos veces al
año ahora, y siempre soy yo quien llama.

Oh bien.

Apoyo la frente contra el frío cristal de la ventana y siento una extraña


sensación de aislamiento, como si estuviera desconectada del mundo
entero, envuelta en un capullo blanco y sordo.

Debería empezar a salir de nuevo.

¿Debería empezar a salir de nuevo?

Sí. Debería. Excepto que… hombres. No gracias. Soy muy consciente


de que #NoTodosLosHombres son idiotas condescendientes como Sean, y he
tenido mi parte de novios perfectamente agradables que no sintieron la
necesidad de decirme En realidad cuando traté de tener una conversación.
Pero incluso en su mejor momento, todas mis relaciones románticas se
sintieron como un trabajo. En cierto modo, Sadie, Hannah y Helena nunca
lo hicieron. En cierto modo, el trabajo real nunca lo hizo. ¿Y para qué?
¿Sexo? El jurado aún no sabe si me importa eso.

Tal vez debería saltarme las citas y simplemente visitar a Sadie en


Nueva York tan pronto como mejore el tiempo. Sí, haré eso. Haremos un fin
de semana genial. Patinar sobre hielo. Conseguir ese chocolate caliente
congelado del que ha estado entusiasmada, el que insiste en que no es solo
un batido renombrado. Pero mientras tanto sigue nevando y yo sigo 53
atrapada aquí. Sola.
Bueno, no sola sola. Liam está cerca. Bajó las escaleras esta mañana,
su mano grande rozando la suave barandilla de madera, luciendo… no del
todo desarreglado. Pero no se molestó en ponerse su traje habitual. Los
jeans descoloridos y la camiseta desgastada lo hacían parecer más joven,
una versión más humana de su personalidad distante y severa. O tal vez era
el cabello, oscuro como siempre, pero un poco levantado en la parte de atrás.
Si nos odiáramos un poco menos, me habría acercado y lo hubiera arreglado
para él. En cambio lo vi entrar en la espaciosa entrada hasta que ya no se
sintió tan espaciosa. Ningún techo alto es tan alto cuando alguien tan alto
como Liam se para debajo de él, aparentemente. Lo miré medio hipnotizada
por unos momentos, hasta que me di cuenta de que él me estaba mirando.
Ups. Luego miró por la ventana, suspiró profundamente y volvió a subir las
escaleras. El teléfono ya estaba en su oído mientras daba instrucciones
tranquilas y detalladas sobre un proyecto que probablemente tiene como
objetivo liberar al planeta de las garras malvadas de las plantas
fotosintéticas.

No lo he visto desde entonces, pero lo escuché. Risas aquí. Pasos


descalzos allí. Madera crujiendo y el pitido del microondas. Nuestras
habitaciones están a un pasillo y medio de distancia. Sé que tiene una
oficina en casa, pero nunca he estado allí, una especie de situación tácita
de La Bella y la Bestia de no ir al ala oeste. Consideré husmear cuando se
fuera, pero ¿y si pone trampas vivas? Me lo imagino volviendo a casa,
encontrándome llorando, mi tobillo enredado en una trampa.
Probablemente me dejaría allí para que me muriera de hambre.

Además, no sale mucho. Están ese par de amigos suyos que vienen a
hacer cosas sorprendentemente nerds (lo que me recuerda demasiado a mí,
Sadie y Hannah haciendo brownies para un maratón de Parks and Rec, lo
cual a su vez es vagamente doloroso, así que finjo que no pasa). Sus días de
trabajo parecen ser de dieciséis horas, incluso cuando no estoy siendo un
gremlin mezquino respecto a firmar su correo, pero eso es todo. Me pregunto
si él sale. Me pregunto si mete a escondidas a una chica diferente en la casa
cada noche y le dice Shh, sé silenciosa. Mi pelirroja compañera de casa ocupa
pondrá bajo llave mi tocadiscos si hacemos demasiado ruido. Me pregunto si
simplemente no me doy cuenta de las orgías enmascaradas que tiene en la
cocina todos los fines de semana mientras estoy metida debajo de mi
54
edredón de abuela, redactando cuidadosamente las publicaciones de mi
blog.

Me pregunto por qué me pregunto.

Cuando bajo las escaleras para cenar, la casa está oscura y silenciosa.
Y fría. Honestamente, ¿cómo es que Liam no se está congelando? ¿Son las
setenta libras de músculos? ¿Se cubre con grasa de cría de foca? Sacudo la
cabeza mientras subo el termostato y caliento más comida de la que necesito
comer (pero, lo más importante: no más comida de la que puedo comer).

Hay algunas salas de estar / sentarse / al frente / salón / todo eso


en el primer piso, pero mi favorita es la que está conectada a la cocina. Tiene
un sofá grande y cómodo que probablemente cueste más que mi educación
de posgrado, una alfombra suave que me gusta acariciar sigilosamente
cuando estoy sola en casa y la pièce de résistance: un televisor gigante.
Muevo mis (muchos) recipientes de comida a la mesa de café de nogal y me
dejo caer en el sofá.

Por razones que no entiendo, Liam paga televisión por cable y unos
quince servicios de transmisión diferentes que nunca lo he visto usar. No
estoy de ninguna manera por encima de explotar el dinero manchado de
sangre de FGP Corp, así que encuentro una repetición de un episodio de la
temporada doce de The Bachelorette. No es mi favorito, por razones que
expliqué extensamente en mi blog (no me juzguen), pero decente. Me instalo.

Diez minutos más tarde, un idiota con una obvia adicción a las camas
de bronceado está peleando a puñetazos con un idiota que claramente
inhala proteína en polvo, todo bajo los ojos encantados de una chica, es
decir, la premisa del programa. Pero me doy cuenta de que no todos los
ruidos vienen del televisor. Cuando lo silencio, puedo escuchar otro
argumento. Desde arriba. En la voz de Liam.

No es lo suficientemente fuerte como para entender la esencia, pero


me las arreglo para escuchar las palabras ocasionales. Equivocado. Poco
ético. ¿Opuesto, tal vez? Bastantes No firmes, pero eso es todo. Después de
un breve momento, los sonidos vuelven a amortiguarse. Otro minuto, y una
puerta se cierra con fuerza; los pies bajan rápidamente los escalones. 55
Mierda.

Considero cambiar rápidamente a una película de Lars von Trier, pero


Liam llega antes de que pueda engañarlo haciéndole creer que soy una
intelectual. Levanto la vista de mi rollo de huevo y él está allí, en la porción
de cocina que puedo ver desde el sofá, luciendo como… a punto de matar.

Es decir: más de lo habitual.

Mi primer instinto es aplanarme contra el sofá, seguir viendo mi


programa basura y comiendo mi excelente comida. Pero se da vuelta,
nuestros ojos se encuentran, y no tengo más remedio que saludarlo
vacilante. Él responde con un breve asentimiento, y… se ve melancólico y
oscuro, como si hubiera tenido diez minutos terribles, tal vez un día terrible.
Peor aún, parece que está listo para desquitarse con la primera persona que
encuentre en su camino, que, dadas las condiciones climáticas,
lamentablemente seré yo. Parece que necesita una distracción, y una idea
muy estúpida me viene a la cabeza.

No lo hagas Mara. No lo hagas. Te vas a arrepentir.

Pero Liam está visiblemente apretando los dientes. La forma en que


mira el refrigerador abierto sugiere que le gustaría estrangular a todos y
cada uno de los frascos de salsa tártara (por razones desconocidas, tiene
tres). Tal vez el kétchup también. La línea de sus hombros demasiado
anchos está tan tensa que podría usarla como un nivel de burbuja y...

Ah. A la mierda.

—Bueno. —Me aclaro la garganta—. Pedí mucha más comida de la


que necesito. —Resisto el impulso de cubrir mi incomodidad con una risa
nerviosa. Probablemente pueda olerlo, mi terror abyecto—. ¿Te gustaría,
hum, algo?

Cierra lentamente la puerta del frigorífico y se da la vuelta.

—¿Perdona? —Me mira como si me hubiera ofrecido a robar un banco


juntos. Registrarnos como amigos en yoga aéreo. Pasar el resto de la noche
observando polillas. 56
—Para llevar. China. ¿Quieres un poco?

Él mira por la ventana. Sí, todavía está nevando. Somos oficialmente


el Polo Norte.

—Pediste comida para llevar —suena dudoso.

—Hoy no. Hace dos días. Siempre pido demasiado, porque las sobras
saben mejor. Especialmente el lo mein, realmente necesita empaparse en la
salsa para… —Me detengo. Y me sonrojo—. De todos modos, ¿te gustaría
un poco?

—Estamos en medio de una tormenta de nieve, Mara. —¿Por qué estoy


temblando de repente? Ah, sí. Porque hace frío. No porque dijo mi nombre—
. Deberías estar acaparando tu comida.

Sí, debería.

—Está a punto de ponerse mala. Y estoy feliz de compartir.

Le toma a Liam una cantidad excesiva de tiempo responder. Diez


buenos segundos de él mirándome con escepticismo, tal vez sospechando
que soy una asesina trastornada al acecho de compañeros de casa para
envenenar. Finalmente dice:

—Claro.

Suena todo menos seguro. Muy prudente. Parece cauteloso, también,


mientras se dirige hacia mí. Desliza sus manos en los bolsillos traseros de
sus jeans y mira a su alrededor malhumorado, y es obvio que no tiene idea
de qué hacer: sentarse en el sofá, la silla, el piso. Comer de pie en medio de
la sala de estar. Se me ocurre por primera vez que toda su personalidad
distante y severa podría esconder una pizca de incomodidad. ¿Podría ser
una de esas personas híper-seguras en el ámbito profesional y todo lo
contrario en su vida social? No. Improbable.

Toco un lugar junto al mío, ya lamentando esto. Nunca nos hemos


sentado juntos antes. Hasta ahora, cada interacción entre nosotros ha sido
circunstancial. El acto de sentarse uno al lado del otro implica
intencionalidad y una mayor duración. Un nuevo territorio.
57
Extraño.

Liam es tan pesado y alto que el cojín se hunde cuando se sienta, y


tengo que tensar mis abdominales y reajustarlos para evitar deslizarme
hacia él. Le entrego un plato y un par de palillos, fingiendo que nada de esto
es inusual. Él hace lo mismo mientras los acepta con un breve asentimiento,
sus dedos nunca tocan los míos accidentalmente.

—¿Qué estás viendo? —pregunta.

—The Bachelorette. —Ni rastro de reconocimiento—. Es este


espectáculo estúpido e increíble. Un reality. No tienes que mirar conmigo.
Sálvate mientras puedas. —Sorprendentemente, Liam se queda. Todavía
parece un poco que no le importaría destrozar toda la casa, pero su
expresión es un poco menos sedienta de sangre. ¿Progreso?—. Entonces,
Sheryl, la chica del vestido verde, la única chica, tiene algunas semanas
para elegir marido entre todos los chicos.

Liam entrecierra los ojos hacia la televisión por un momento.

—¿Basada en qué? Todos ellos parecen iguales.

—Se parecen, ¿no? —Me encojo de hombros—. La llevan a citas. Y


charlan. Hacia el final, incluso podrían tener sexo.

¿Se está sonrojando? No. Es solo la luz.

—¿En pantalla?

—Oye, es ABC, no HBO. —Pongo un rollito primavera en su plato.


Luego lo miro: sus brazos llenando su camisa, su pecho, su general…
inmensidad, y añado dos más. ¿Cuántos millones de calorías necesita al
día? Debería averiguarlo. En nombre de la ciencia—. ¿Ves al tipo usando
anteojos que obviamente no necesita con la vana esperanza de parecer
menos imbécil?

—¿Camisa azul?

—Sí. Lo apoyamos.
58
—Lo hacemos.
—Sí. Porque es de Michigan. Y fui a la U de M para mis estudios de
grado —explico, lamiendo una gota de salsa hoisin de mi pulgar. Sus ojos
se demoran en mis labios por un momento demasiado largo, luego se alejan
abruptamente.

—Ya veo.

—Es un sitio genial. ¿Alguna vez has ido?

—No lo creo, no. —Todavía no me mira. ¿Quizás siente un odio


profundo e irracional por Ann Arbor?

—¿A dónde fuiste a la escuela?

Parece un poco sorprendido de que le pregunte. Justo, ya que no he


sobresalido exactamente en tomar turnos y entablar conversaciones en el
pasado.

—Dartmouth. Luego, la Facultad de Derecho de Harvard.

—Claro. —Asiento a sabiendas—. Eso suena… barato.

Tiene la decencia de parecer avergonzado, así que me compadezco de


él.

—¿Quieres un poco de pollo con anacardos?

—Ah… Sí, por favor.

—Aquí. Puedes terminarlo, ya he comido como diez libras de eso.

Él asiente.

—Gracias.

Liam Harding. Siendo cortés. Guau.

—De nada.

Durante un par de minutos nos quedamos en silencio: Liam mira la


televisión, yo observo a escondidas a Liam mientras come vorazmente,
59
grandes bocados rápidos que son juvenilmente adorables. Luego se vuelve
hacia mí.

—Mara.

—¿Sí?

—Claramente eres una especie de genio.

¿Oh? ¿Lo soy?

—¿Esto… te estás burlando de mí?

Se ve muy serio y levemente ofendido ante la idea.

—Eres básicamente un científica espacial.

—Básicamente siendo la palabra operativa.

—Y Helena, que tenía unos estándares ridículos, te eligió a ti para


trabajar con ella. Eres obviamente extraordinaria.

Oh Dios. ¿Es esto un cumplido? ¿Me voy a sonrojar?

—Hum… ¿Gracias?

Él asiente.

—Lo que no entiendo es, ¿por qué alguien tan inteligente como tú está
viendo esta mierda?

Sonrío en mi arroz frito.

—Ya verás.

Una hora más tarde, cuando Sheryl dice: «Creo que nuestra relación
ha avanzado mucho, pero no estoy convencida de que pueda desarrollarse
más…», golpeo mi mano en mi reposabrazos y grito: «Oh, vamos, Sheryl»
justo cuando Liam golpea su reposabrazos y grita: «Sheryl. ¿Qué
demonios?».

60
Nos volvemos el uno al otro e intercambiamos una mirada breve y
desconcertada. Te lo dije, pienso hacia él con una sonrisa. Su boca se tuerce,
como si me hubiera escuchado alto y claro.

«… en este punto, solo sé que no va a funcionar entre nosotros. ¿Puedo


acompañarte?»

Liam niega con la cabeza, horrorizado.

—Esa es justo una mala decisión.

—Lo sé.

—Es el mejor de todos.

—Tan estúpido, ¿verdad? Ella se va a arrepentir tanto de esto. Lo sé,


porque ya he visto la temporada. —Varias veces. Alcanzo una de las cervezas
que Liam sacó de la nevera hace unos minutos—. ¿Quieres otro rangoon de
cangrejo? —pregunto.

Él asiente y se recuesta, sus largas piernas estiradas junto a las mías


sobre la mesa de café. La nieve fuera sigue cayendo, y esperamos a que
comience el próximo episodio.

Palea nieve como si fuera su única vocación.

Tal vez sea la locura inducida por el aislamiento la que habla, pero
hay algo hipnótico al respecto. El rítmico ascenso y descenso de sus
hombros bajo el vellón negro. La forma aparentemente sin esfuerzo en que
lo ha estado haciendo durante horas, deteniéndose ocasionalmente para
secarse el sudor de la frente con la parte posterior de la manga. Presiono mi
frente contra la ventana y solo… miro fijamente. Casi puedo escuchar la voz
61
de Helena en mi cabeza (¿Te gustaría tomar prestados mis binoculares de
observación de aves?). La ignoro alegremente.

Tal vez eso es en lo que se especializó en Dartmouth: palear nieve.


Muy bien complementado con una especialización en Músculos. Su tesis de
honor se tituló La importancia de los bíceps en la excavación ergonómica.
Luego se cambió a la escuela de posgrado para estudiar la ley de Cómo-
hacer-que-una-mundana-tarea-de-invierno-se-vea-atractiva. Y aquí estoy,
incapaz de apartar la vista de una década de educación superior sobre
pagada.

Esto se está poniendo raro. Me está dando recuerdos de la primera


vez que lo vi, cuando sus ojos oscuros y esos hombros (francamente
ridículos) me golpearon como un ladrillo en la cabeza. No es un recuerdo
que quiera volver a visitar, así que miro hacia otro lado y bajo las escaleras
para hacer el almuerzo, culpando a mi locura temporal por saltarme el
desayuno. Esto es lo que me pasa por irme a dormir tarde anoche, a la mitad
del final, en medio de explicarle a Liam entre bostezos que los concursantes
de Bachelor y Bachelorette se someten a exámenes de detección de
enfermedades de transmisión sexual obligatorios. Lo que obtuve por
despertarme esta mañana en el sofá: una suave manta con un olor celestial
sobre mí. Me pregunto de dónde vino, de todos modos. No del salón. Estoy
segura de que no había una alrededor.

No es que Liam y yo seamos amigos ahora. No lo conozco mejor que


ayer, excepto, supongo, que tiene algunas opiniones sorprendentemente
válidas en lo que respecta a los reality shows. Pero por alguna razón
imposible de analizar, cuando empiezo a trabajar en mi sopa me encuentro
haciendo suficiente para dos.

Ves, esta es la razón por la cual los humanos no están destinados a


ser secuestrados en casa. El aburrimiento y la soledad convierten sus
mentes en avena blanda, y comienzan a imponer su comida mal cocinada a
los desprevenidos Abogados de la Nieve. Y aparentemente estoy aceptando
mi rareza, porque cuando Liam entra, el cabello oscuro húmedo y rizado por
los copos de nieve que se derriten, las mejillas brillantes por el ejercicio, le
digo: 62
—Hice el almuerzo.

Él mira fijamente, con los brazos colgando a los costados, como si no


supiera cómo responder. Así que agrego:

—Para los dos. Como agradecimiento. Por hacer eso. La paleada,


quiero decir. —Él mira un poco más—. Si quieres. No es obligatorio.

—No. No yo… —No termina. Pero cuando se da cuenta de que me


estiro hacia los tazones en un estante alto, viene detrás de mí y deja dos en
el mostrador.

—Gracias.

—No hay problema. —Podría estar imaginándome esto, pero creo que
lo escucho inhalar lentamente antes de alejarse. ¿Mi cabello huele mal? Lo
lavé ayer. ¿Me ha fallado finalmente Garnier Fructis después de años de fiel
servicio? Me pregunto si es hora de cambiar a Pantene para cuando estamos
comiendo cortésmente en la mesa de la cocina, uno frente al otro, como si
fuéramos una familia joven en un comercial de Campbell.

Problema: sin la televisión encendida, se nota bastante que no


tenemos nada de qué hablar. Liam me mira cada pocos segundos, como si
el hecho de que me llene la cara sea algo que le gusta mirar o algo totalmente
horrible, ¿quién puede decirlo? A medida que el silencio se extiende, una vez
más me arrepiento de cada elección que he hecho. Y cuando suena su
teléfono, me siento tan aliviada que podría levantar el puño.

Excepto que él no contesta. Comprueba el identificador de llamadas


(FGP Corp—Mitch), pone los ojos en blanco y luego gira el teléfono en un
movimiento desdeñoso que me hace reír.

Liam me da una mirada perpleja.

—Lo siento. No pretendía… Sólo… —Me encojo de hombros—. Es


bueno saber que también odias a tus colegas.

Levanta una ceja.

—¿Tú odias a tus colegas? 63


—Bueno no. No los odio. Quiero decir, a veces los odio, pero… —¿Por
qué se trata de mí?—. De todos modos, ¿crees que la nieve ha terminado por
completo?

—¿Por qué a veces odias a tus colegas?

—No lo hago. Me equivoqué. Es solo… —Liam ha dejado de comer y


me mira como si realmente estuviera interesado. Argh—. Son todos
hombres. Todos ingenieros. Y los hombres ingenieros pueden ser… sí. Y yo
soy la recién llegada, y ya son todos amigos. Y estoy bastante segura de que
Sean, mi jefe, piensa que soy una especie de contratación de diversidad por
lástima. Lo cual no soy. De hecho, soy una muy buena ingeniera. Tengo que
serlo, o Helena me habría masacrado mientras dormía.

Él asiente como si entendiera.

—Te habría masacrado despierta.

—¿Verdad? Ella no era exactamente indulgente. Y no me quejo, le


debo mucho. Realmente me ayudó a convertirme en una mejor científica,
pero todos en mi equipo me tratan como si fuera una ingeniera en ciernes
que no sabe lo que es un ohmio y… —¿Por qué sigo hablando?—. Bueno,
todos excepto Ted, pero no estoy segura de si realmente me respeta o solo
está tratando de tener sexo, ya que ya me invitó a salir tres veces, lo que
hace que las cosas sean un poco incómodas…

El rostro de Liam se endurece instantáneamente. Su cuchara se


asienta en el cuenco con un fuerte tintineo.

—Esto es acoso sexual.

—Oh, no.

—Por lo menos, es muy inapropiado.

—No, no es así…

—Puedo hablar con él.

Parpadeo. 64
—¿Qué?

—¿Cuál es su apellido? —pregunta Liam, como si fuera una pregunta


totalmente normal—. Puedo hablar con él. Explicarle que te ha hecho sentir
incómoda y que debería dejar de…

—¿Qué? —Suelto una carcajada—. Liam, no voy a decirte su apellido.


¿Qué vas a hacer, verter un barril de petróleo en su casa?

Mira hacia otro lado. Como si fuera una opción.

—No yo… de hecho, me gusta Ted. Él es agradable. Quiero decir,


incluso he considerado decir que sí. ¿Por qué no, verdad? —¿Por qué no? es
lo que diría Helena, pero la expresión de Liam se oscurece ante eso. O tal
vez es solo mi alma entera, oscureciéndose ante la idea de ponerme
delineador para salir con un chico que está perfectamente bien y me excita
tanto como las espinacas hervidas—. Es solo que… —Me encojo de hombros.
¿Cómo explicar que nunca me inspiro en los hombres que conozco? Ni
siquiera me molestaré. No es como si le importara—. Gracias, sin embargo
—agrego.

Parece que quisiera insistir, pero solo dice:

—Avísame si cambias de opinión.

—Hum. Okey. —¿Supongo que ahora tengo una montaña de


músculos de metro noventa en mi esquina? Es un poco agradable. Debería
hacer sopa más a menudo—. Entonces, ya que te tengo aquí —Y para evitar
volver a caer en un silencio incómodo—, ¿qué pasa con las fotos?

—¿Las fotos?

—Las fotos en blanco y negro de árboles, lagos y esas cosas. Colgando


literalmente de cada pared.

—Simplemente me gusta tomarlas.

—Espera. ¿Tomaste las fotos tú mismo?

—Sí. 65
—¿Significa que en realidad has estado en todos esos lugares?

Traga una cucharada de sopa, asintiendo.

—Son principalmente parques nacionales. Unos cuantos estatales.


Canadá también.

Estoy un poco sorprendida. No solo las imágenes son buenas, de nivel


profesional, sino que también…

—De acuerdo, —Señalo el marco detrás de la mesa, un arco de Mobius


en lo que parece Sierra Nevada—, este no es el trabajo de alguien que odia
el medio ambiente.

Me da una mirada perpleja.

—¿Y yo odio el medio ambiente?

—¡Sí! —Parpadeo—. ¿No?

Se encoge de hombros.

—Puede que no haga abono con mis propias heces ni aguante la


respiración para evitar emitir CO2, pero me gusta la naturaleza.

Estoy un poco estupefacta.

—¿Liam? ¿Puedo hacerte una pregunta que posiblemente haga que


quieras tirarme el cuenco?

—No lo hará.

—No has escuchado la pregunta.

—Pero la sopa es realmente buena.

Sonrío. Y luego inmediatamente me siento cohibida por la oleada de


calidez que surge al saber que le gusta mi cocina. ¿A quién le importa si lo
hace? Es un tipo al azar. Él es Liam Harding. En teoría, lo odio.

66
—Dijiste que realmente respetabas el trabajo de Helena. Y que ella era
tu tía favorita. Y que eran cercanos. Pero trabajas en FGP Corp, y me he
estado preguntando…

—¿Cómo sigo vivo?

Me río.

—Bastante.

—No estoy muy seguro de por qué me perdonó.

—Un poco fuera de lugar, ¿no?

—Escondía los cuchillos afilados cada vez que ella me visitaba. Pero
ella se centró principalmente en enviarme mensajes de texto diarios sobre
todo el mal que FGP Corp está haciendo en el mundo. ¿Tal vez ella iba por
una rutina lenta?

—Yo solo… no entiendo cómo amas a Helena y la naturaleza y trabajas


en una empresa que presiona para eliminar los impuestos al carbono como
si su objetivo fuera sumergir a la civilización en una oscuridad ardiente.

Él suelta una carcajada.

—¿Crees que disfruto trabajando allí?

—Supuse que lo harías. Porque parece que trabajas todo el tiempo. —


Me sonrojo, está bien, noté sus horarios, demándenme; pero a él no parece
importarle—. Tú… ¿no?

—No. Es una empresa de mierda y odio todo lo que representa.

—Vaya. Entonces por qué… —Me rasco la nariz. Vaya. No esperaba


eso—. Eres abogado. ¿No puedes, hum, ser abogado en otra parte?

—Es complicado.

—¿Complicado?

La cuchara raspa el fondo del recipiente por un momento.


67
—Mi mentor me reclutó.

—¿Tu mentor?

—Fue uno de mis profesores. Le debo mucho: me ayudó a organizar


todas mis pasantías, me aconsejó durante la facultad de derecho. Cuando
me pidió que aceptara este trabajo, no sentí que pudiera decir que no. Él es
mi jefe ahora, y… —Se recuesta en su silla y se pasa una mano por el
cabello. Cansado. Se ve muy cansado—. Tengo muchos sentimientos
complicados sobre lo que hace FGP Corp. Y no me gusta la empresa, ni su
misión. Pero al final, es bueno que esté cerca. Si no fuera yo, otra persona
haría mi trabajo igual de bien. Y al menos puedo estar allí para el equipo
que dirijo. E interferir entre ellos y mi jefe cuando sea necesario.

Pienso en las palabras que escuché anoche. Poco ético. Equivocado.

—¿Es él con quien estabas discutiendo? ¿Por teléfono? —Levanta una


ceja y mis mejillas se calientan—. ¡Te prometo que no estaba escuchando a
escondidas! —Pero Liam se encoge de hombros como si no le importara. Así
que sonrío, inclinándome hacia adelante sobre la mesa—. Está bien, tal vez
lo estaba. Solo un poco. Entonces, ¿cuál es su apellido?

—¿El de quién?

—Tu jefe. ¿Tal vez yo pueda hablar con él mientras tú hablas con Ted?
¿Alguna buena y vieja intimidación poderosa recíproca? ¿Advertencia
mutua? ¿Deja a mi amigo en paz?

Él me sonríe entonces, una sonrisa completa y real. Su primera en mi


presencia, creo, y hace que la respiración sea mucho más difícil, la
temperatura de la habitación mucho más caliente. ¿Cómo… por qué es tan
guapo? Lo miro fijamente, sin habla, incapaz de hacer otra cosa que notar
el marrón claro de sus ojos, la forma torcida en que se estiran sus labios, el
hecho de que parece estar estudiándome con una expresión cálida y amable,
y…

Nuestros ojos se lanzan a su teléfono. Que vuelve a sonar.

—¿Trabajo? —pregunto. Mi voz es ronca. 68


—No. Es… —Se levanta de la mesa y se aclara la garganta—. Disculpa.
Vuelvo enseguida.

Mientras sale, lo escucho reírse. Al otro lado del teléfono, una voz
femenina dice su nombre.

69
Capítulo 6

Doy un paso cuidadoso fuera de la ducha, dejando que los dedos de


mis pies se claven profundamente en la alfombrilla gruesa y suave. Resulta
ser una elección letalmente mala, porque lo hago en el mismo momento
exacto en que Liam abre la puerta del baño para dar un paso dentro.

Me lleva a saltar. Y agitarme. Y gritar:

—¡Aaaaaaaaah!

—¿Mara? Qué…

—¡Aaah!

—Lo siento, yo no...

Todo mi cuerpo está resbaladizo y frenético, no es una buena


combinación. Casi pierdo el equilibrio tratando de envolverme con la cortina
de la ducha. Luego pierdo el equilibrio y estoy segura de que Liam puede
verlo todo.

El ombligo salido del que Hannah siempre se burla.

La cicatriz de lacrosse en forma de hoz sobre mi seno derecho.

El seno derecho, y el izquierdo.

Por una fracción de segundo ambos permanecemos inmóviles.


Mirándonos el uno al otro. Incapaces de reaccionar. Entonces digo: 70
—¿Puedes… podrías, hum, pasarme esa toalla de allí?

—Ah, seguro. Aquí tienes. Yo…

Extiende su brazo y gira hacia el otro lado mientras envuelvo la toalla


(su toalla, la toalla de Liam) a mi alrededor. Es esponjosa, limpia y huele
bien y, de todos modos, ¿quién usa toallas negras? ¿Quién las produce?
¿Dónde las compra, Bloodbath and Beyond?

—¿Mara? —Está parado debajo del marco de la puerta,


deliberadamente apartando la mirada de mí.

—¿Sí?

—¿Por qué estás en mi baño?

Mierda.

—Lo siento. Lo siento mucho. Mi ducha no funciona, y… creo que hay


algo mal con una tubería, y… no lo sé, pero llamé a Bob.

—¿Bob?

—El fontanero. Bueno, un fontanero. Vendrá mañana por la mañana.

—Oh.

—Pero salí a correr antes, y estaba toda sudorosa y maloliente, así


que…

—Ya veo.

—Lo siento. Debería haber preguntado antes. Puedes girarte ahora,


por cierto. Estoy decente.

Liam se gira. Pero solo después de unos diez segundos de lo que


parece un debate interno bastante intenso. Sus expresiones nunca son las
más fáciles de leer, pero parece un poco nervioso.

Mucho, en realidad. Como en, incluso más de lo que yo lo estoy.


71
Lo cual es extraño. Soy la que mostró las tetas, y probablemente Liam
esté muy acostumbrado a estar con mujeres desnudas. Es decir, mujeres
realmente desnudas. Mucho más desnudas de lo que lo estoy actualmente.
Seamos realistas: es probable que su ex sea un ángel de Victoria's Secret
que recientemente dejó de modelar para terminar un doctorado en historia
del arte y convertirse en curadora junior en el Smithsonian. Tiene un
ombligo impecable y sabe qué botón de PlayStation apretar para lanzar una
granada. ¿Dije su ex? Todavía están saliendo, por todo lo que sé. Teniendo
una vida sexual muy atlética. Estoy hablando de juegos de rol y juguetes.
Acción a tope. Mucho oral, en lo que ambos sobresalen. Está bien, este tren
de pensamiento necesita estrellarse ahora mismo.

¿Quizás solo está avergonzado por mí? No es que deba estarlo. Soy
bonita. Quiero decir, creo que soy bonita. Linda, pecosa, desearía-ser-dos-
pulgadas-más-alta, un poco-consciente-de-esa-joroba-en-mi-nariz. A veces,
normalmente después de que Sadie me ha puesto delineador de ojos, incluso
creo que soy hermosa. Pero nunca seré tan atractiva como Liam. ¿Es por
eso por lo que está haciendo esta cosa extraña, mirando mientras
obviamente hace todo lo posible por no mirar?

—Siento mucho no haberte advertido. Pensé que estabas fuera de la


ciudad o algo así. Porque no viniste a casa anoche, y… —Me siento un poco
avergonzada de haberlo notado. Pero ¿cómo podría no hacerlo? Desde la
tormenta de nieve, nos hemos metido en este ritmo extraño. Cenar juntos a
las siete. No es que haya un acuerdo reconocido ni nada, pero sé desde antes
que él solía comer un poco más tarde, y sé por toda mi vida que yo solía
comer un poco antes, y de alguna manera convergimos en un momento que
funciona para ambos... Tal vez estuve cerca de enviarle un mensaje de texto
anoche. Pero decidí no hacerlo, porque parecía cruzar algún tipo de línea
tácita.

—No, yo solo… Tenía que estar en el trabajo. Por un plazo. Iba a


advertirte, pero… —¿No querías cruzar algún tipo de línea tácita? Quiero
preguntar. Pero uno no habla de cosas tácitas, así que solo voy con:

—Por supuesto. —Me aclaro la garganta—. Iré a mi habitación. A


vestirme. 72
—Claro.

Hago intento de irme. Excepto que Liam todavía está parado allí,
bloqueando la salida. La única salida, si no se cuenta la ventana, que
considero brevemente antes de reconocer que no es una opción factible. No
en mi actual estado de desaliño.

—Estás… —No parece entender dónde está. Hago gestos y lo señalo,


pero tengo que agarrar mi toalla con ambas manos para evitar mostrarle
todo, y…

—Oh. Oh, cierto, yo… —Da un gran paso hacia un lado. Demasiado
grande, básicamente está pegado al lavabo ahora.

—Okey. Gracias de nuevo por dejarme usar tu baño.

—No hay problema.

Realmente debería irme ahora.

—Y tomé prestado un poco de tu champú. Bueno, robé. No es como si


alguna vez fuera a devolverlo. Pero tú sabes.

—Está bien.

—Me encanta Old Spice, por cierto. Elección sólida.

—Oh. —Liam mira a todos lados menos a mí—. Solo tomo el primero
que veo en la tienda.

Sé en ese momento, simplemente sé, que Old Spice es la marca


favorita de productos de higiene personal de William K. Harding, y que sufre
una profunda vergüenza por ello.

—Claro. Por supuesto. —Puede ser adorable, a veces—. Oye, solo para
tu información, no estoy avergonzada. Así que tú tampoco deberías estarlo.

—¿Qué?

—No me importa que me hayas visto desnuda. Porque sé que no te


importa. Solo digo que no necesitamos ser raros al respecto. Créeme, —Me 73
río—, sé que no vas a usar las diminutas tetas pecosas de tu molesta
compañera de piso pelirroja como material para el auto placer.

Espero que responda con una broma, como suele hacer, pero no lo
hace. Él no responde en absoluto, de hecho. Simplemente aprieta los labios,
asiente una vez y, de repente, las cosas se sienten aún más incómodas.
Mierda.

—De todas formas. Gracias de nuevo.

—De nada.

Salgo con un pequeño saludo y me doy cuenta de dos cosas: está


mirando fijamente a sus pies, y su mano izquierda es un puño apretado a
su lado.

74
Capítulo 7

No hay nada malo con la guía de ondas. Eso, lo sé con certeza. El


transformador y el agitador también parecen estar bien, lo que me hace
pensar que el problema está en el magnetrón. Ahora, no soy realmente una
experta, pero espero que si jugueteo con el filamento, el ensamblaje se
arreglará solo y…

—¿Esto es porque anoche vimos Transformers?

Levanto mi mirada. Liam, con una suave sonrisa en su rostro, está


parado al otro lado de la isla de la cocina, observando las partes del horno
de microondas que meticulosamente coloqué sobre la encimera de mármol.

Puede que haya hecho un lío.

—Era esto o escribir fanfiction de Optimus Prime.

Asiente.

—Buena elección, entonces.

—Pero también, tu microondas no funciona. Estoy tratando de


arreglarlo.

—Puedo comprar uno nuevo. —Su cabeza se inclina. Estudia los


componentes con el ceño ligeramente fruncido—. ¿Esto es seguro?

Me pongo rígida. 75
—¿Estás preguntando porque soy mujer y, por lo tanto, no puedo
hacer nada remotamente científico sin causar contaminación radioactiva?
Porque si es así, yo…

—Pregunto porque no sabría por dónde empezar, y porque soy tan


ignorante acerca de cualquier cosa remotamente científica que podrías estar
construyendo una bomba atómica y no sería capaz de decirlo —dice con
calma. Como si ni siquiera necesitara ponerse a la defensiva, porque la idea
de que yo sea una chica de cerebro insignificante ni siquiera se le pasó por
la cabeza—. Pero claramente tú puedes. —Una pausa—. Por favor, no
construyas una bomba atómica.

—No me digas qué hacer.

Suspira.

—Haré sitio para el plutonio en el cajón del queso.

Me río y me doy cuenta de que es la primera vez que lo hago en horas.


Lo que, a su vez, me hace suspirar.

—Es solo… Sean está siendo un completo idiota. Otra vez.

Su expresión se oscurece con comprensión.

—¿Qué hizo?

—Lo normal. ¿Ese proyecto de deco del que te hablé? Le estaba


explicando esta idea realmente genial sobre cómo solucionarlo, pero solo me
dejó hablar durante medio minuto antes de decirme por qué no funcionaría.
—Jugueteo con el magnetrón y empiezo a montar el horno. En el momento
en que ambas manos están ocupadas, un mechón de cabello decide caer en
mi ojo izquierdo. Lo soplo—. La cuestión es que ya había considerado todas
sus objeciones y encontrado soluciones. ¿Pero me dejó continuar? No. Así
que ahora vamos con un método mucho menos elegante y… —Me callo. En
este punto, Liam recibe de mí de dos a cuatro diatribas relacionadas con
Sean a la semana. Lo menos que puedo hacer es mantenerlas breves—. De
todas formas. Lo siento por estar a la defensiva.

—Mara. Deberías reportarlo.


76
—Lo sé. Es solo… este comportamiento de menosprecio constante es
tan difícil de probar, y… —Me encojo de hombros, mala idea, ya que mi
cabello ahora está de vuelta en mis ojos. Me siento un poco atascada. Muy
atascada.

—Entonces, ¿cuál es el apellido de Sean? —pregunta Liam.

—¿Por qué?

—Sólo tengo curiosidad. —Intenta sonar casual, pero es muy malo en


eso. Claramente es el peor mentiroso del mundo. ¿Cómo pasó por la facultad
de derecho? Me hace sonreír cada vez.

—Tienes que practicar —digo, apuntándolo con mi destornillador.

—¿Practicar?

—Practicar decir…

Mi voz se calla. Porque Liam está estirándose para rozar sus dedos
contra mi pómulo, con una leve sonrisa en sus labios. Mi cerebro tiene un
cortocircuito. ¿Qué…? ¿Él…?

Oh. Oh. Mi cabello. Mi mechón de cabello perdido y rebelde. Lo metió


detrás de mi oreja. Solo está siendo amable y ayudando a su compañera de
casa pelirroja y torpe, quien a su vez está teniendo un gran pedo cerebral.
Elegante, Mara. Muy elegante.

—¿Practicar diciendo qué? —pregunta, sin dejar de mirar la concha


de mi oreja. Probablemente esté deforme, y nunca lo supe.

—Nada. Mentiras. Yo… —Me aclaro la garganta. Contrólate, Floyd—.


Oye, ¿sabes qué? —Trato de mantener mi tono ligero. Cambiar de tema—.
El comienzo de esta convivencia fue una absoluta pesadilla, pero esto me
gusta mucho.

—¿Esto?

—Esta cosa. —Comienzo a atornillar la placa trasera del microondas—


. Donde conversamos sin tirarnos sillas y tú despreocupadamente preguntas 77
los apellidos de los tipos que son malos conmigo con la idea obvia de cometer
actos no autorizados de justicia por mano propia contra ellos.

—Eso no es lo que yo…

Levanto mi ceja. Se sonroja y aparta la mirada.

—De todos modos, me gusta mucho más esto. Ser amigos, supongo.

Me mira con enfado.

—No soy tu amigo.

—Oh. —Casi retrocedo. Casi—. Oh. Yo… lo siento. No quise dar a


entender que…

—La otra noche, Eileen le dio una rosa a Bernie y dijiste que era una
buena jugada. Eso no es algo que pueda aceptar de un amigo.

Me echo a reír.

—Vamos, es lindo. Es un entrenador de perros. ¡Le gusta el K-pop!

—¿Ves? La razón por la que eres mi enemiga jurada. —Sacude la


cabeza hacia mí, y me río con más fuerza, y luego mi risa muere y por un
segundo solo estamos sonriéndonos mutuamente y una calidez líquida
desconocida se derrama dentro de mí.

—Estoy segura de que Helena habría apoyado a Bernie.

Él resopla.

—Lo dices como si fuera una garantía. Como si ella no hubiera


intentado constantemente arreglarme citas con personas al azar que no me
importaban.

—¡Ella hizo lo mismo conmigo!

—Y cuando yo era adolescente, salió con un sujeto que había estado


en huelga de duchas durante cuatro meses.

—Oh, Dios. ¿Por qué? 78


—No estoy seguro. ¿El ambiente?

—No, ¿por qué estaba saliendo con él?

Liam se estremece.

—Aparentemente, y cito textualmente: «química carnal asombrosa».

Contemplo morbosamente la vida sexual de Helena hasta que Liam


rompe el silencio y pregunta:

—¿Alguna vez pensaste en cambiar de trabajo?

Niego con la cabeza.

—Es la APA. Donde siempre quise estar. En serio, la Mara de quince


años, viajaría a través del tiempo para darme una paliza si fuera a renunciar.
—Sin embargo, creo que capté una nota extraña en su pregunta—. ¿Por qué
preguntaste? ¿Alguna vez tú piensas en cambiar de trabajo?

Él también niega con la cabeza.

—No podría —dice. Pero estoy empezando a conocerlo, un poco. Estoy


más en sintonía con sus estados de ánimo, sus pensamientos, la forma en
que se vuelve hacia sí mismo cada vez que considera algo serio. Hay una
especie de muro que construye entre él y todos los que intentan conocerlo.
A veces desearía que no estuviera allí. Así que lo empujo suavemente y
pregunto:

—¿Cómo van las cosas en el trabajo?

Se queda en silencio durante un rato, con las manos bien apretadas


contra la isla, mirándome en silencio mientras termino de atornillar las
piezas. Mi cabello permanece escondido de forma segura detrás de mi oreja.

—Él me pidió que despidiera a alguien hoy.

—Oh. —Ya sé quién es él. Mitch. El jefe de Liam. A quien odio en


privado con la intensidad de mil hornos de microondas. Quien es la razón
por la que Liam siente que no puede empacar sus títulos de posgrado a
79
precio de órgano del mercado negro y sus años de experiencia como un
malvado corporativo y encontrar otro trabajo—. ¿Por qué?

—Alguien en mi equipo cometió un error realmente estúpido. Pero


reparable. Y aun así… es solo un error. Todos la cagamos, sé que yo sí. —
Se frota distraídamente el dorso de la mano contra los labios—. Realmente
pensé que podría disuadirlo. —Niega con la cabeza y frunzo el ceño. Presiono
mis labios juntos. Y me ordeno contar hasta cinco antes de decir algo, solo
para evitar ser intrusiva o agresiva. Cinco, cuatro, tres…

—Honestamente, tu jefe es una pepita de mierda y no te merece y


deberías renunciar y dejar que revuelva su caldo de mierda.

Liam mira hacia arriba, sorprendido. Y divertido, creo.

—¿Una pepita de mierda?

Me sonrojo.

—Un insulto valioso pero subestimado. Pero Liam, de verdad, mereces


tener un mejor trabajo. Y antes de que señale que es hipócrita de mi parte
decirte que cambies de trabajo cuando no lo haré yo misma, permíteme
decirte que es una situación totalmente diferente. Amo mi trabajo,
simplemente odio a las personas con las que tengo que hacerlo. Incluyendo
a Sean. Especialmente a Sean. Realmente, sobre todo a Sean. —Oh, cómo
me encantaría hervir mis calcetines después de correr, hacer una sopa con
ellos y luego dársela a Sean.

—Podrías pedir una transferencia.

—Planeo hacerlo. Pero no ayudará. —Me encojo de hombros y vuelvo


a enchufar el microondas—. La APA va a abrir una nueva unidad. Voy a
solicitar ser transferida, pero Sean el Imbécil también lo hará. —Pongo los
ojos en blanco—. Es imposible deshacerme de él. Como un hongo parásito
en las uñas de los pies.

—¿Así que estarás compitiendo con él por el puesto?

—Bueno, no. Está solicitando ser líder. Yo estaría entre la plebe, una
humilde miembro del equipo.
80
—¿No puedes liderar porque no tienes suficiente antigüedad?

—Oh, no creo que haya requisitos de antigüedad.

—Entonces, ¿por qué no te postulas para liderarlo?

—Porque… —Cierro la boca y miro mi destornillador. Sí. ¿Por qué?


¿Por qué no solicitaría un puesto de líder? ¿Qué está mal conmigo? No es
que Sean sea más inteligente que yo. Le encanta imponer el sonido de su
propia voz a los transeúntes desprevenidos. Y tal vez no tengo suficiente
experiencia en liderazgo para saber que seré una buena jefa, pero tengo
suficiente experiencia en Sean para saber que él no lo será. Sigue
llamándome Lara, por el amor de Dios. En correos electrónicos. Que me
escribe a mi dirección de correo electrónico, marafloyd@epa.gov. Amigo,
¿puedes literalmente copiar y pegar?

Levanto la mirada. Liam me mira con una expresión tranquila, como


si esperara pacientemente a que llegara a esta conclusión exacta: soy mejor
que Sean. Porque todos son mejores que Sean, y eso me incluye a mí.

Siento un escalofrío de algo cálido que me recorre la columna, como


si estuviera siendo sostenida. Lo cual es raro, ya que no he abrazado a nadie
en… Dios, meses. No desde Helena.

—Te diré qué. —Pongo mis manos en mis caderas, repentinamente


decidida—. Voy a postularme para el puesto de líder.

—Eso es exactamente lo que deberías…

—Si dejas tu trabajo.

Hace una pausa, luego exhala una carcajada.

—Si dejo mi trabajo, ¿quién te mantendrá en el costoso estilo de vida


de papel higiénico de varias capas al que estás acostumbrada?

—Lo harás, ya que probablemente estás sentado sobre montones


generacionales de dinero antiguo de Nueva Inglaterra. Además, podrías
seguir siendo abogado de otras corporaciones un poco menos repugnantes.
81
Si hay alguna, me refiero. Y si hacemos este pacto de sangre y consigo el
trabajo, habrá algo aún mejor para ti.

—¿Me dejas sostener la cabeza de Sean en la taza del inodoro?

—No. Bueno, sí. Pero también, si obtengo una posición de líder de


equipo, estaría ganando más dinero. Y finalmente podré mudarme. —Sin
necesidad de vender mi mitad de la casa.

La expresión de Liam cambia abruptamente.

—Mara…

—¡Piénsalo! Tú, caminando desnudo en una casa agradablemente


helada, rascándote el trasero frente a una nevera llena de salsa tártara,
cocinando tacos a las tres de la mañana mientras escuchas pop industrial
posmoderno en tu gramófono. A tu alrededor pantallas gigantes que
transmiten partidas de videojuegos las veinticuatro horas del día, los siete
días de la semana. Suena bien, ¿eh?

—No —dice rotundamente.

—Eso es porque olvidé mencionar la mejor parte: tu molesta ex


compañera de casa se ha ido, no se ve por ningún lado. —Sonrío—. Ahora,
dime que no vas a amar cada segundo de…

—No lo haré, Mara. Yo… —Se da la vuelta, y puedo ver que su


mandíbula se aprieta como solía hacerlo antes, cuando mi presencia en esta
casa lo molestaba y me consideraba la ruina de todo lo bueno. Pero su mano
se aprieta alrededor del borde del mostrador una vez, y parece recuperarse.
Me estudia durante un largo momento.

—Por favor —presiono—. No aplicaré si no lo haces. ¿De verdad


quieres condenarme a una vida de Sean?

Cierra los ojos. Luego los abre y asiente. Una vez.

—No dejaré mi trabajo…

—¡Oh vamos! 82
—… hasta que tenga otro en fila. Pero empezaré a buscar.

Sonrío lentamente.

—Espera… ¿en serio? —No pensé que esto funcionaría.

—Solo si solicitas el puesto de líder.

—¡Sí! —Aplaudo—. Liam, te ayudaré. ¿Estás en LinkedIn? Apuesto a


que los reclutadores estarían sobre ti.

—¿Qué es LinkedIn?

—Ugh. ¿Tienes al menos una foto de cara reciente?

Me mira sin comprender.

—Bien, te tomaré una foto. En el jardín. Donde hay una buena luz
natural. Ponte el traje de tres piezas color carbón y esa camisa azul, te queda
genial. —Arquea una ceja, e instantáneamente me arrepiento de haber dicho
eso, pero estoy demasiado emocionada con la idea de este extraño pacto de
suicidio profesional como para sonrojarme demasiado—. Esto es increíble.
Tenemos un trato.

Extiendo mi mano, y la toma de inmediato, la suya firme, cálida y


grande alrededor de la mía, y, podría ser la primera vez que nos tocamos a
propósito, a diferencia del roce de brazos mientras estamos trabajando en
la estufa, o dedos rozando mientras ordena mi correo. Se siente… bien. Y
correcto. Y natural. Me gusta, y miro la cara de Liam para ver si a él también
le gusta, y… hay mil expresiones diferentes pasando por su rostro. Un millón
de emociones diferentes.

No puedo empezar a analizar ni siquiera una.

—Trato —dice, con la voz profunda y un poco ronca.

Utiliza su mano libre para encender el microondas, que, he aquí, está


funcionando de nuevo.

83
Capítulo 8

La lluvia es mi tipo de clima favorito.

Lo que más me gusta son las tormentas de verano, sus fuertes vientos
y su aire caliente, la forma en que me hacen sentir como si estuviera sentada
en el interior húmedo de un globo a punto de estallar. Cuando era niña,
salía corriendo en cuanto empezaba a llover para mojarme, lo que parecía
indignar a mi madre sin remedio alguno.

Pero no me siento tentada a ello. Apenas es febrero, a primera hora de


la noche y las duras gotas que golpean un tatuaje en el plástico de mi
paraguas, simplemente me hacen feliz. Sonrío cuando abro la puerta
principal. También tarareo. Camino por el pasillo, escuchando la lluvia en
lugar de lo que ocurre dentro de la casa y esa debe ser la razón por la que
no los oigo.

Liam y una chica. No: una mujer. Están en la cocina. Juntos. Él está
apoyado en la encimera. Ella está sentada en ella, a su lado, lo
suficientemente cerca como para apoyar su mejilla en su hombro mientras
le muestra algo en su teléfono que los tiene a ambos sonriendo. Es lo más
relajado que he visto a Liam con alguien. Claramente es un momento muy
íntimo que no debería interrumpir, salvo que no me atrevo a moverme.
Siento que se me hunde el estómago y permanezco clavada en el suelo,
incapaz de retroceder mientras la mujer sacude la cabeza y murmura algo
en el oído de Liam que no puedo escuchar, algo que hace que él se ría en
tonos bajos y profundos y... 84
Debo jadear. O hacer algún tipo de ruido, porque en un momento se
están riendo, con los brazos apretados el uno contra el otro y al siguiente
ambos están mirando hacia arriba. A mí.

Mierda.

Intento con todas mis fuerzas no dejar que mis ojos se fijen en lo
acogedor y cómodo que luce, tan familiar y tranquilo. No se parece en nada
a lo que ocurre cuando él y yo chocamos accidentalmente en el pasillo, a esa
tensión cargada de electricidad que parece crepitar entre nosotros cuando
nos olvidamos de nosotros mismos y nuestras manos se rozan. Pero de eso
se trata, ¿no? Cualquier contacto físico entre Liam y yo es probablemente
no deseado por su parte, mientras que esto...

Esto es mortificante. Quiero salir de esta habitación y no volver jamás.


Comprar una bolsa aislante para el almuerzo y un hornillo de camping,
meterlos en mi habitación y ser completamente autosuficiente.

La mujer, sin embargo, no parece tan intranquila, ni cohibida por el


hecho de estar sentada sobre un mueble en una casa que no es la suya, con
la falda levantada para mostrar unas piernas largas y tonificadas. Me sonríe
y de alguna manera, en algún lugar, encuentro mi voz.

—Lo siento. Lo siento mucho, no quería interrumpir... Quería algo


para beber y yo... —¿Y yo? Y ahora iré a mi habitación a tirarme por el retrete.
Adiós, mundo cruel.

—Pensé que estarías... —La voz de Liam parece más grave de lo


habitual. Me pregunto si estaban a punto de llevar lo que sea que fuera esto
a su habitación. Oh, Dios. Oh, Dios, acabo de interrumpir a mi compañero de
habitación y a su novia. Soy una perdedora—. Fuera. Pensé que estarías
fuera.

Oh. Claro. Se suponía que yo también iba a tener una cita. Con Ted.
Algo que acepté hacer el otro día bajo el impulso de: meh, ¿por qué no? Esta
mañana le dije a Liam por qué llegaría tarde a casa, excepto que terminé
cancelando porque… realmente no tenía ganas de ir.

Por alguna razón. 85


Eso no lo tengo claro.

—No. Quiero decir, sí. Sí, lo iba a hacer. Pero... —Hago un gesto vago
en el aire. Es la mejor explicación que se me ocurre.

—Oh.

—Sí. Yo... —Realmente debería ir a mi habitación y hacer eso de


lanzarme por el inodoro. Pero es difícil, con Liam mirándome así. Medio
curioso, medio feliz de verme, medio otra cosa. Es la primera vez que lo
encuentro con alguien que no es Calvin u otro de sus amigos que obviamente
conoce desde siempre, alguien que claramente... Bien. Está en una cita. Con
una mujer. A punto de acostarse con ella, probablemente. Y yo interrumpí.
Mierda.

—Yo... Me voy a ir ahora, para que ustedes puedan...

—No es necesario —dice una voz.

¿Una voz? Ah. Sí. Cierto. Hay una tercera persona en la habitación.
Una hermosa mujer de cabello largo y oscuro, que sigue sentada en el
mostrador, mirando con cautivador interés entre Liam y yo y...

—Estaba a punto de irme —dice ella. Pero es mentira. Definitivamente


no estaba a punto de irse—. ¿Verdad, Liam? —Ella y Liam intercambian una
mirada silenciosa y cargada por la que daría medio riñón para ser capaz de
descifrar.

—Oh, no. No tienes que irte —digo débilmente—. Yo...

—Por cierto, voy a presentarme, dado que claramente Liam no va a


hacerlo. —Se baja de un salto con una gracia que solo he visto antes en
bailarinas de ballet y gimnastas olímpicas y me tiende la mano. Me odio por
intentar recordar si es la misma mano que rodeaba el brazo de Liam
mientras ella tenía la cabeza sobre su hombro—. Soy Emma. Tú debes ser
la famosa Mara.

Por qué iba a saber mi nombre es un absoluto misterio. A no ser que


Emma y Liam vayan muy en serio y entonces Liam habría mencionado a su
86
molesta compañera de casa una o dos veces y mira eso. Parece que
simplemente no puedo soportar esa idea.

—Sí. Um... Encantada de conocerte.

El apretón de manos de Emma es frío y firme. Sonríe brevemente,


amable y segura de sí misma y luego se gira para tomar su chaqueta de un
taburete.

—Bueno. Esto ha sido divertido. Y también informativo. Mara, espero


que nos encontremos un montón de veces más. Y tú... —Se vuelve hacia
Liam. Su voz baja, pero todavía puedo distinguir las palabras—. Anímate,
amigo. No creo que estés tan condenado a una vida de añoranzas como tú
crees. Te llamaré mañana. —Ella no es muy alta y tiene que ponerse de
puntillas para besarlo en la mejilla, con una mano presionando sus
abdominales para mantener el equilibrio y si a Liam le molesta tenerla en
su espacio, no lo demuestra. Luego hay un saludo amistoso, dirigido a mí
esta vez, un alegre «Buenas noches», el sonido de sus tacones contra el
parqué en su camino hacia la entrada, y luego...

Se ha ido.

Ese ruido fue el de la puerta principal abriéndose y cerrándose, lo que


significa que Liam y yo estamos solos.

—Liam, lo siento mucho. No era mi intención...

—¿Qué? —Se rasca la nuca, con cara de confusión por mi reacción.


Sigue apoyado en el mostrador y yo no puedo apartarme de la entrada. No
puedo obligarme a continuar y disculparme por interrumpir su cita. Me iba
a ir. Lo prometo. Podrían haber continuado en su habitación, Liam. No me
habría importado.

De verdad.

—¿Cómo fue la presentación?

Levanto la vista de inspeccionar mis zapatos.

—¿Qué? 87
—¿Tu presentación, hoy? ¿Para el puesto de líder?

—Ah. —Cierto. La presentación. De la que me he estado quejando


durante días. La que practiqué con él ayer. Y el día anterior. La que
probablemente se sabe de memoria—. Um, bastante bien. Muy bien. Bueno,
bien. Pasable.

—Está empeorando con cada palabra.

Hago una mueca.

—Fue... Tartamudeé un poco.

—Ya veo.

—¿Pero tal vez aun así lo hice mejor que Sean?

—¿Tal vez?

—Probablemente.

Liam sonríe.

—¿Probablemente?

Le devuelvo la sonrisa.

—Casi seguro.

—Qué mejora tan rápida.

Me río y él se aparta del mostrador y se coloca justo delante de mí.


Como si quisiera estar más cerca para esta conversación. Más cerca de mí.

—Aunque eso es una mala noticia para ti —digo.

—¿Lo es?

—Si consigo este puesto, tú también vas a tener que dar un paso
adelante y buscar un nuevo trabajo.

—Ah. Sí.
88
—Hicimos un trato.
—Un trato es un trato.

—Además, después de la entrevista nos dieron información sobre el


salario. Es un gran aumento. Definitivamente podré mudarme.

Sus ojos se endurecen, luego cambian a una máscara neutral.

—Claro.

—¿Qué? —Me burlo de él—. ¿Tienes miedo de no poder comprarte tu


propia crema? —¿Para qué la usa? Todavía no lo sé.

—Lo único que me preocupa es tener que ver cómo Eileen toma
terribles decisiones yo solo.

—Eileen sabe lo que hace. Como expliqué en mi última entrada del


blog.

—Que, por supuesto, ya he leído.

No es gracioso. No es tan gracioso. No estoy ni medio enamorada de


su extraño sentido del humor.

—No puedo creer que hayas comentado «borra tu cuenta». Eso es


ciberacoso, Liam.

Sigue sonriendo y ahora hay algo cálido que se despliega en mi pecho.


Que realmente no debería estar ahí, porque... Porque.

—¿Tú y tu amiga están...? —pregunto.

—¿Mi amiga?

—Emma.

—Ah.

Silencio. Me retuerzo las manos, dándome cuenta de que no he


formulado realmente una pregunta. ¿Es ella tu...? No. Demasiado directo.
¿Están saliendo? ¿Y qué es este hipo en mi corazón mientras contemplo la
idea? Quizás Liam nunca ha mencionado a una novia. O a alguna chica.
89
Pero ¿qué pensaba yo? ¿Que vivía en el celibato? De todos modos, no es
asunto mío. Solo somos amigos. Buenos amigos. Pero amigos.

—¿Qué? —Me mira largamente, como si acabara de hacer una


pregunta absurda que no se basa en la realidad. La realidad de que acabo
de verlo teniendo demostraciones amorosas en público con ella.

—Pensé que ustedes dos...

—No. —Sacude la cabeza una vez. Luego la sacude de nuevo—. No,


Emma es... Estuvimos juntos en el jardín de infancia. Y ella... No. Somos
amigos, buenos amigos, pero nada más que eso.

—Oh. —¿Oh? ¿En serio? De ninguna manera. ¿O sí?

—Solo somos amigos —repite de nuevo. Como si quisiera asegurarse


de que lo sepa. Como si tuviera miedo de que no le creyera. Lo cual, para
ser justos, no hago. Mírala. Míralo—. Ella realmente... Sabe que yo... —Se
pasa una mano por el rostro, como siempre hace cuando está agobiado o
cansado. Es un gesto que estoy viendo más a menudo últimamente. Porque
Liam me ha dejado ver más de él. No todos son malos, los bordes afilados y
los surcos profundos de la personalidad de este hombre. Inesperados, pero
no malos en absoluto.

—¿Sabe que tú?

—Que no suelo... nunca... Bueno, casi nunca, aparentemente... —


Liam sacude la cabeza, como si dijera no importa y yo sigo sin saber qué es
lo que casi nunca hace, porque no continúa y no estoy segura de querer
indagar. Además, me está mirando de una manera que no puedo entender,
y de repente siento que es hora de salir corriendo—. Me voy a dormir, ¿está
bien? —Sonrío—. Mañana tengo que madrugar.

Él asiente.

—Está bien. Claro. —Pero cuando estoy casi fuera de la habitación,


me llama—: ¿Mara?

Me detengo. No me doy la vuelta.


90
—¿Sí?

—Yo... Que tengas una buena noche.

No parece lo que quería decir en un principio. Pero respondo:

—Tú también. —Y de todas formas corro de regreso a mi habitación.

91
Capítulo 9

—Me divertí mucho esta noche.

—Bueno. Gracias. Quiero decir... —Me aclaro la garganta—. Yo


también.

Ted no es más que predecible. Me llevó al restaurante etíope que le


dije que tenía ganas de probar (excelente); planteó temas de conversación
sobre los que sé lo suficiente como para sentirme cómoda, pero no tan
familiares como para aburrirme en unos minutos; y ahora, ahora que me ha
acompañado hasta la puerta, se inclinará y me besará, tal como podría
haber anticipado cuando me recogió hace exactamente tres horas.

Es, previsiblemente, un buen beso. Un beso sólido. Probablemente


podría conducir a un buen sexo si decidiera invitarlo a tomar una copa. Sexo
sólido. Mucho tiempo sin tener sexo. Estamos hablando de años, aquí.
Helena abriría el champán y me recordaría que desempolve las telarañas.

Y aun así.

No tengo intención de invitarlo a entrar. En realidad han pasado años,


pero esto con Ted es solo... no.

Es un buen tipo, pero esto no va a funcionar, por una variedad de


razones. Eso, me digo a mí misma, no tiene nada que ver con la cantidad de
tiempo que Liam me estuvo observando hoy más temprano, antes de que
Ted se detuviera en nuestra entrada. O con la forma en que 92
instantáneamente desvió la mirada cuando lo atrapé. O con la calidad ronca
de su voz cuando miró mi vestido y dijo:

—Yo... Estás preciosa.

Sonaba como si quisiera decir algo más. Un poco melancólico. Casi


disculpándose. Me hizo arrepentirme de pasar treinta minutos
maquillándome para salir con otra persona, un pobre chico al que ni
siquiera quiero impresionar por la sencilla razón de que no es...

Sí.

—Yo... —Respiro hondo y doy un paso alejándome de Ted, cuyo único


defecto es... no ser otro chico. No puedo imaginármelo viendo The Bachelor
conmigo, lo que aparentemente es un factor decisivo. Cuanto más sabes,
¿eh?—. Ahora voy a entrar. Pero gracias por todo. Tuve una velada
encantadora.

Si Ted está decepcionado, no lo noto. Para su crédito, duda solo


brevemente. Luego sonríe y se retira a su auto sin ningún Te llamo después
o Hasta la próxima, que ambos sabemos que no serían más que mentiras de
cortesía. Agradezco en silencio a los dioses de la APA por transferirlo a otro
equipo la semana pasada, y entro.

Me sorprende encontrar a Liam en la sala de estar, sentado en el sofá


con una cerveza en una mano, una pila de papeles en la otra, ridículamente
lindos anteojos para leer posados en su nariz. O tal vez no lo estoy. Es
sábado por la noche, después de todo. Solemos pasar las noches de los
sábados en ese mismo sofá, viendo la tele, hablando de todo y de nada. Tiene
sentido que él esté aquí, aunque yo no estuviera.

Por mi vida, no puedo recordar una actividad mejor que quedarme en


casa en pijama y pasar el rato con mi compañero de casa.

—¿Qué estás leyendo?

Liam me mira, se fija en mi vestido corto pero no demasiado corto, mi


cabello suelto, mis labios rojos, e inmediatamente vuelve a mirar sus
papeles. 93
—Solo un documento de orientación para el trabajo.

—¿Cómo lograr su propio derrame de petróleo en diez sencillos pasos?

Sus labios se curvan hacia arriba.

—Creo que solo necesitas uno.

—Escucha, ya hemos pasado por esto. Está bien si todavía no quieres


renunciar, pero lo mínimo que puedes hacer es no trabajar los fines de
semana. Vamos, Liam. Hazlo por el medio ambiente.

Suspira, pero se quita las gafas y guarda los papeles. Sonrío y me


acerco para agarrar su cerveza y tomo un sorbo sin molestarme en
preguntar. Liam me estudia en silencio, pero no comienza a leer de nuevo.
Cuando levanto una ceja, ¿Qué?, él se derrumba y pregunta:

—¿No va a entrar?

—¿Quién?

Liam mira hacia la entrada.

—Ah. —Cierto. También existen otros hombres. Difícil de recordar, a


veces—. No. Ted no... se fue a casa.

—Oh.

—No estoy... No somos... —¿Cómo decirlo?—. No hemos...

Liam asiente, aunque es posible que no haya entendido lo que acabo


de murmurar. Y luego no dice nada. Y entonces las cosas parecen ponerse
un poco raras. Hay una extraña tensión en la habitación. Como si los dos
estuviéramos ocultando algo. Preferiría no buscar dentro de mí misma para
averiguar qué.

—Debería irme a la cama.

—Okey. —Traga—. Buenas noches.

Puede ser que dos tragos fueran demasiados, o tal vez nunca me
acostumbré a los tacones altos. El hecho es que pierdo el equilibrio y
94
tropiezo justo cuando trato de pasar junto a él. Sus manos, grandes, sólidas
y cálidas incluso a través de mi vestido, se cierran alrededor de mis caderas
hasta que estoy estable de nuevo. Estoy de pie, y él está sentado, y así soy
varios centímetros más alta que él, y... es nuevo, verlo desde esta
perspectiva. Se ve más joven, casi más suave, y mi primer instinto de
borracha es acunarle la cara, trazar la línea de su nariz, pasar el pulgar por
su labio inferior.

Me detengo, pero mi lento y fallido cerebro no lo hace. Me ofrece una


imagen extraña: Liam sonriendo y sentándome en su regazo. Empujando
entre mis rodillas. Sus manos rozándome los muslos, por debajo de mi
vestido, haciéndome cosquillas en la piel, haciéndome reír. Alcanza mi
espalda baja y su agarre se aprieta, dedos largos deslizándose bajo el
elástico de mis bragas, acunando mi trasero para presionarme... Oh. Está
duro. Es grande. Insistente. Él me posiciona exactamente como me desea y
exhalo justo cuando gime en mi oído:

—Cuidado, Mara.

Espera. ¿Qué?

Parpadeo para salir de lo que sea que haya sido eso, justo mientras
Liam me suelta. Dice: «Cuidado, Mara», y doy un paso atrás antes de que
pueda humillarme con algo estúpido y completamente vergonzoso.

—Gracias. —Nuestras miradas se sostienen durante lo que parece


demasiado tiempo. Me aclaro la garganta—. ¿También te vas a la cama?

—Todavía no.

—No tienes permitido leer más cosas sobre derrames de petróleo,


Liam.

—Entonces tal vez juegue un poco.

—¿Sin Calvin? —Ladeo la cabeza—. ¿No dijiste que Calvin vendría?

—Se suponía que iba a hacerlo.

95
—¿Sabes qué? —Me paso una mano por el cabello. Es una decisión
de una fracción de segundo—. En realidad, tampoco tengo tanto sueño.
¿Debería jugar contigo?

Él ríe.

—¿De verdad?

—Sí. ¿Qué? —Me quito los zapatos, agarro una manta, la que me puso
la primera noche, la que ha estado en esta habitación desde entonces, y me
dejo caer en el sofá, justo a su lado. Un poco demasiado cerca, tal vez, pero
Liam no se queja—. Tengo un doctorado. Puedo hacer de cuenta que mato
a los malos usando un... ¿joystick?

—Control. —Sacude la cabeza, pero parece... feliz, creo—. ¿Alguna vez


has jugado un videojuego?

—No. Revelación completa, se ven horribles y no estoy segura de por


qué una persona obviamente inteligente con un montón de títulos de las
Universidades de la Ivy League que cuestan más que mis órganos internos
podría estar tan metido en esta mierda de piú-piú, pero yo tengo un blog
sobre Bachelor, así que no tengo derecho de juzgar. —Me encojo de
hombros—. Entonces, ¿qué le pasó a Calvin?

—No pudo venir.

—¿Está jugando con alguien más?

—Una cita.

Tarareo.

—Tal vez deberías haberte unido a él. ¿Emma estaba ocupada?

Me lanza una mirada que no puedo descifrar del todo. Como si hubiera
algo catastróficamente mal en lo que dije.

—Te lo dije, Emma no quiere salir conmigo más de lo que yo quiero


salir con ella.
96
Lo dudo. ¿Quién no lo haría? Además, ¿qué tan asustado estarías si te
dijera que la otra noche soñé contigo y Emma, sentados uno al lado del otro
en la cocina, y me entristeció? Pero solo por un rato. Porque después de un
tiempo ya no eran tú y Emma. Éramos tú y yo, y tú estabas parado entre mis
piernas y pusiste las manos en la parte interna de mis muslos y los abriste
más, para hacerte espacio y…

—Entonces podrías salir con alguien más —le espeto. Para poner fin
a lo que está pasando en mi cabeza.

—No creo que quiera hacerlo, Mara.

—Cierto. —Mi corazón da un salto—. No disfrutarías de una buena


comida, una conversación agradable y echar un polvo.

—¿Así estuvo tu cita? —pregunta suavemente, ya sin mirarme.

—Solo quise decir… —Estoy nerviosa—. Puede que disfrutes salir con
la persona adecuada.

—Deja de canalizar a Helena.

Me río.

—Tengo que mantener la tradición familiar de entrometerme en la vida


personal de las personas. —Se me ocurre algo y jadeo—. ¿Sabes lo que es
realmente impactante?

—¿Qué?

—Que Helena nunca intentó juntarnos. Como, tú y yo. Juntos.

—Sí, eso es… —Liam se queda en silencio abruptamente, como si a él


también se le hubiera ocurrido algo. Mira a lo lejos por un momento y luego
deja escapar una risa baja y profunda—. Helena.

—¿Qué? —No me contesta. Así que repito—: ¿Liam? ¿Qué?

—Me acabo de dar cuenta de que... —Sacude la cabeza, divertido—.


Nada, Mara. —Quiero insistir hasta que me explique a qué revelación parece
haber llegado, pero me pone un mando en la mano y me dice—: Juguemos. 97
—Está bien. ¿A quién se supone que debo matar y cómo lo hago?

Él me sonríe, y un millón de chispas chisporrotean por mi columna.

—Pensé que nunca lo preguntarías.

98
Capítulo 10

Cuando Liam llega a casa, apenas puedo sentir los dedos de mis pies,
me castañetean los dientes y soy más una manta que un ser humano. Me
estudia desde la entrada de la sala de estar mientras se quita la corbata,
con los labios apretados en lo que se parece mucho a diversión.

Imbécil.

Me observa durante un largo rato antes de acercarse. Luego se agacha


frente a mí, amplía el espacio entre las capas de mantas para ver mejor mis
ojos y dice:

—Tengo miedo de preguntar.

—L-L-la calefacción no funciona. Ya le eché un vistazo… creo que se


ha fu-fundido un fusible. Llamé al tipo que lo arregló la última vez, debería
estar aquí en media hora.

Liam ladea la cabeza.

—Estás debajo de tres batamantas. ¿Por qué tus labios están azules?

—¡Hace mucho frío! No puedo entrar en calor.

—No hace tanto frío.

—Tal vez no hace tanto frío cuando tienes trescientos kilos de


músculos para aislarte, pero yo voy a mo-mo-morir. 99
—Vas a morir.

—De hipotermia.

Definitivamente está presionando sus labios para evitar sonreír.

—¿Te gustaría tomar prestado mi abrigo de piel de foca bebé?

Vacilo.

—¿En verdad tienes uno?

—¿Lo querrías si lo tuviera?

—Tengo miedo de averiguarlo.

Niega con la cabeza y se sienta a mi lado en el sofá.

—Ven aquí.

—¿Qué?

—Ven aquí.

—No. ¿Por qué? ¿Planeas robar mi asiento? Retrocede. Me tomó


mucho tiempo calentarlo…

No llego a terminar la oración. Porque me levanta, batamantas y todo,


y me levanta sobre su regazo hasta que mi trasero descansa sobre sus
muslos. Lo cual…

Oh.

Esto es nuevo.

Por un momento, mi columna se pone rígida y mis músculos se tensan


por la sorpresa. Pero es muy breve, porque está tan deliciosamente
calientito. Mucho más acogedor que mi estúpido lugar en el sofá y su piel…
huele familiar y bien. Muy, muy bien.

—Eres tan cálido. —Dejo que mi frente caiga contra su mejilla—. Es


como si generaras calor. 100
—Creo que todos los humanos lo hacen. —Su nariz toca la punta
helada de mi oreja—. Es física, o algo así.

—Primera ley de la te-termodinámica. La energía no se crea ni se


destruye.

Su mano sube por mi columna hasta mi nuca, y de repente la


temperatura sube cinco o diez grados. El calor lame mi columna y se
extiende alrededor de mi torso. Mis senos. Mi barriga. Casi lloro.

—Excepto por ti, al parecer —dice.

—Es tan injusto. —El pulgar de Liam está trazando patrones en la piel
de mi garganta, y no tengo más remedio que suspirar. Ya me siento mejor.
Estoy brillando.

—¿Que eres donde el calor va a morir?

—Sí. —Me entierro más cerca de su pecho—. Tal vez mis padres son
en secreto cambiaformas de tiburones. De la variedad poiquilotérmica de
sangre fría. Se olvidaron de advertirme que heredé cero habilidades de
termorregulación y que nunca debería vivir en tierra firme.

—Es la única explicación posible. —Su aliento resopla contra mis


sienes, una picazón fina y agradable.

—¿Por mi incapacidad patológica para mantener la homeostasis


térmica?

—Por lo poco que te aprecian. —De repente me está abrazando un


poco más fuerte. Un poco más cerca—. Además, por lo raro que te gusta el
bistec.

—Yo… a medio cocer. —Mi voz tiembla. Me digo que es por el frío y no
porque se acuerde de las cosas que le conté de mi familia.

—Por favor. Básicamente crudo.

—Jum. —No tiene sentido discutir con él, no cuando tiene razón. No
cuando su mano sube y baja por mi brazo; un gesto cálido y tranquilizador, 101
incluso a través de las mantas—. ¿Crees que podrá arreglar el fusible esta
noche?

—Eso espero. Si no, iré corriendo a la tienda y te compraré un


calentador.

—¿Tú harías eso?

Se encoge de hombros. Hay alrededor de diez capas entre nosotros


(Liam subestimó enormemente las batamantas que puedo ponerme a la vez)
pero se siente tan cálido y firme. Hace unos meses, lo creía frío, en todos los
sentidos posibles. Cuando solía creer que lo odiaba.

—Se siente menos trabajo que llevarte a la sala de emergencias para


recibir tratamiento por congelación. —Su mejilla se curva contra mi frente.

—No eres tan cruel como crees, Liam.

—No soy tan cruel como tú crees.

Me río y me reclino para mirarlo, porque se siente como si estuviera


sonriendo, con una amplia sonrisa, y ese es un fenómeno raro y maravilloso
que quiero saborear. Sin embargo, no lo hace. Él también me está mirando,
estudiándome de esa forma grave y seria en la que a veces lo hace. Primero
mis ojos, luego mis labios, y ¿qué es esto, este momento de pesado y
completo silencio que hace que mi corazón se acelere y mi piel hormiguee?

—Mara. —Su garganta se mueve mientras traga—. Yo…

Unos golpes fuertes nos asustan.

—El electricista.

—Oh. Sí. —Mi voz es a la vez estridente y sin aliento.

—Abriré la puerta, ¿de acuerdo?

Por favor, no. Quédate.

—De acuerdo.

—¿Crees que puedes evitar la hipotermia si te suelto?


102
—Sí. Probablemente. —No—. ¿Quizás?

Pone los ojos en blanco de esa manera que me recuerda tanto a


Helena. Pero su sonrisa, la que estaba buscando antes, aquí está. Por fin.

—Muy bien, entonces. —Sin soltarme, se pone de pie y me lleva hasta


la entrada.

Escondo mi cara en su cuello, tarareando con calidez y algo más,


desconocido e inidentificable.

103
Capítulo 11

Recibo la llamada telefónica un miércoles por la noche, antes de la


cena, pero después de haber regresado del trabajo.

Estoy notablemente serena en todo momento: digo oh y ah en todos


los lugares correctos; Hago preguntas pertinentes e importantes; Incluso
recuerdo agradecer a la persona que llamó por compartir la noticia conmigo.
Pero después de que ambos colgamos, pierdo el control.

No llamo a Sadie. No le envío un mensaje de texto a Hannah con la


esperanza de que tenga recepción en el vientre de cualquier cachalote
nórdico que sea su residencia actual. Corro escaleras arriba, casi
tropezando con alfombras y muebles que han pertenecido a la familia
Harding durante cinco generaciones, y una vez que estoy frente a la oficina
de Liam, abro la puerta sin llamar.

Lo cual, en retrospectiva, no es mi momento más educado. Y tampoco


lo es el siguiente, cuando corro hacia Liam (que está hablando por teléfono
junto a la ventana), tiro mis brazos alrededor de su cintura sin tener en
cuenta lo que sea que esté haciendo, y grito:

—¡Lo tengo! Liam, ¡conseguí el trabajo!

No se le escapa nada.

—¿La posición de líder del equipo?

—Sí.
104
Su sonrisa es cegadora. Luego dice: «Te devolveré la llamada», a
quienquiera que esté en la línea, ignora por completo el hecho de que su
respuesta es: «Señor, este es un problema urgente…» y arroja el teléfono en
la silla más cercana.

Luego me devuelve el abrazo. Me levanta como si estuviera demasiado


feliz por mí para considerar siquiera detenerse, como si esta llamada
telefónica que acabo de tener y que ha cambiado mi vida también hubiera
cambiado la suya, como si hubiera estado deseando esto tanto y tan
intensamente como yo. Y cuando me da vueltas por la habitación, un solo y
perfecto torbellino de pura felicidad, es cuando me doy cuenta.

Qué increíble y completamente perdida estoy por este hombre.

Ha estado ahí durante semanas. Meses. Susurrando en mi oído,


arrastrándose hacia mí, golpeándome en la cara como un tren en una vía
de hierro. Se ha vuelto demasiado formidable y luminoso para que lo ignore,
pero está bien.

No quiero ignorarlo.

Liam me pone de pie. Sus manos se demoran sobre mí antes de dar


un paso atrás, una mano arrastrándose por mi brazo, la otra empujando un
mechón de cabello más allá de mi sien, detrás de mi oreja. Cuando me
suelta, quiero seguirlo. Quiero rogarle que no lo haga.

—Mara, eres fantástica. Brillante.

Me siento fantástica. Me siento brillante, cuando estoy contigo. Y quiero


que tú sientas lo mismo.

—Claramente merezco elegir qué ver en la televisión esta noche.

—Tú eliges qué ver en la televisión todas las noches.

—Pero esta noche en realidad me lo merezco.

Se ríe, sacudiendo la cabeza, sosteniendo mis ojos. El tiempo se estira.


La tensión pesada y dulce se espesa entre nosotros. Quiero besarlo. Quiero
besarlo tanto, tanto. ¿Debería preguntarle? ¿Me alejaría? ¿O me empujaría, 105
me presionaría contra su escritorio, me daría la vuelta y me sujetaría con
una mano abierta entre mis omóplatos y me susurraría Finalmente, y
Quédate quieta, y Celebremos y...?

No, detente.

Jadeo.

—Oh, Dios mío, ¿qué crees que está haciendo Sean en este momento?

—Llorar en el baño, espero.

—Ojalá esté tuiteando su desesperación y escuchando una lista de


reproducción de My Chemical Romance en Spotify. Debo ir a acecharlo en
las redes sociales. Vuelvo enseguida. —Trato de salir de la oficina de Liam
tan rápido como entré corriendo. Sin embargo, él me detiene con una mano
en mi muñeca.

—¿Mara?

—¿Sí?

Me doy la vuelta. Su cara feliz e inusualmente abierta se ha derretido


en otra cosa. Algo más tenue. Opaco.

—Dijiste… Hace unas semanas, dijiste que si conseguías el trabajo, te


mudarías.

Oh.

Oh.

El recuerdo apuñala como un cuchillo entre mis costillas. Yo dije eso.


Lo hice. Pero han sido semanas. Semanas de robar comida de los platos del
otro y enviar mensajes de texto a la mitad del día para discutir sobre la vida
amorosa de Eileen y esa vez que me hizo reír tanto que no pude respirar
durante diez minutos.

Las cosas… ¿No han cambiado las cosas con nosotros? ¿Entre
nosotros?
106
Por un momento, no puedo hablar. No sé qué decir ante el hecho de
que su primer pensamiento fue que me mudaría… No, eso es poco caritativo.
Él estaba feliz por mí. Genuinamente feliz. Su segundo pensamiento fue que
finalmente volvería a vivir solo.

Trato de hacer una broma.

—¿Por qué? ¿Me estás echando?

—No. No, Mara, no es lo que yo… —Su teléfono suena,


interrumpiéndolo. Liam le da una mirada de frustración, pero cuando sus
ojos están sobre mí otra vez me he recuperado.

Si Liam quiere vivir solo, está bien. Le gusto a él. Él se preocupa por
mí. Es un gran tipo… sé todo eso. Pero ser amigo de alguien no equivale a
querer pasar cada momento de tu vida con esa persona y... sí.

Supongo que ese es mi propio problema por resolver. Algo en lo que


trabajar una vez que me mude y esta parte de mi vida termine.

—Por supuesto que voy a buscar un nuevo lugar. —Trato de sonar


alegre. Con malos resultados—. No puedo esperar para caminar desnuda y
atiborrarme de crema para celebrar las excelentes elecciones de vida de
Eileen y… —No puedo obligarme a continuar, y mi voz se apaga.

Los ojos de Liam permanecen retraídos. Ausentes, casi. Pero después


de un rato dice en un tono amable y gentil:

—Lo que quieras, Mara.

Logro una última sonrisa y salgo de su oficina cuando la primera


lágrima golpea mi clavícula.

107
Capítulo 12

No existe ningún plano dimensional en el que la búsqueda de


apartamentos (más exactamente: la búsqueda de apartamentos mientras se
tiene el corazón roto) pueda ser agradable. Sin embargo, tengo que admitir
que mirar Craigslist en el teléfono con mis amigas mientras bebo a sorbos
el vino tinto sobrevalorado que Liam consiguió en un retiro de FGP Corp
ayuda a mitigar el dolor del calvario.

Sadie acaba de pasarse una hora contando con todo lujo de detalles
que hace poco tuvo una cita con un ingeniero que luego resultó ser un
completo idiota, un problema, dado que a ella le gustaba el tipo (realmente
le gustaba mucho, mucho). Aunque ella está siendo inusualmente esquiva
al respecto, estoy 97 por ciento segura de que hubo sexo, 98 por ciento
segura de que el sexo fue excelente, 99 por ciento segura de que el sexo fue
el mejor de su vida. Parece que está alimentando sus planes de mezclar el
café del tipo con veneno de sapo, lo cual, si conoces a Sadie, es bastante
natural en ella.

Hannah regresó a Houston, lo que es bueno para su conexión a


Internet, pero malo para su paz mental. Ha estado teniendo enfrentamientos
con una persona importante de la NASA que ha estado vetando su proyecto
de investigación sin ninguna razón. Hannah está, por supuesto, preparada
para el asesinato. No puedo ver sus manos a través de FaceTime, pero estoy
casi segura de que está afilando un cuchillo.

Hay algo tranquilizador en escuchar sobre sus vidas. Me recuerda a 108


la escuela de posgrado, cuando no podíamos permitirnos una terapia y nos
dedicábamos a quejarnos en común cada dos noches, solo para sobrevivir a
la locura. Hubo algunos momentos malos, era la escuela de posgrado: había
muchos momentos malos; pero al final, estábamos juntas. Al final, todo salió
bien.

Así que tal vez eso sea lo que ocurra también esta vez. Estoy a punto
de quedarme sin hogar, mi corazón se siente como una piedra, y quiero estar
con alguien mucho más de lo que ese alguien quiere estar conmigo. Pero
Sadie y Hannah están (más o menos) aquí y por lo tanto las cosas saldrán
(más o menos) bien.

—Los hombres fueron un error —dice Sadie.

—Un gran error —añade Hannah.

—Enorme. —Me hundo más en el sofá de la sala de estar,


preguntándome si Liam, mi error personal, vendrá a casa esta noche. Ya
son más de las nueve. Tal vez haya salido a cenar. Tal vez, si tiene algo que
celebrar, dormirá en otro sitio. En casa de Emma, quizás.

—A veces son útiles —señala Sadie—. Como aquel tipo con una
camiseta de Korn que me ayudó a abrir un bote de rábanos en vinagre en
2018.

—Ah, sí. —Asiento con la cabeza—. Me acuerdo de eso.

—Sin duda, mi experiencia más profunda con un hombre.

—En retrospectiva, deberías haberle pedido matrimonio.

—Una oportunidad perdida.

— ¿Podría ser que hayamos sido excepcionalmente desafortunadas?


—Hay algo de ruido en el lado de la línea de Hannah. Quizá sí esté afilando
un cuchillo—. ¿Podría ser que las mareas cambien y que finalmente
conozcamos a tipos que no merecen ser alimentados con un tazón de
tachuelas?

109
—Podría ser —digo. Sé positiva, solía decirme Helena. La negatividad
es para los viejos como yo—. Realmente, todo podría ser. Podría ser que nos
seleccionaran al azar para un suministro de Nutella de por vida.

Sadie resopla.

—Puede ser que el poema surrealista que escribí en tercer grado me


haga ganar el Premio Nobel de Literatura.

—Que mi cactus florezca este año.

—Que empezarán a producir helados de Twizzlers.

—Que Firefly tendrá la temporada final que se merece.

Nadie habla durante unos segundos. Hasta que Hannah dice:

—Mara, has interrumpido el flujo. Inventa algo delicioso y a la vez


inalcanzable.

—Oh, claro. Umm, podría ser que Liam viniera a casa y me pidiera
que no me mudara y luego me doblara sobre el mueble más cercano y me
follara duro y rápido. —Para cuando he terminado la frase, Sadie se está
riendo y Hannah está silbando.

—Duro y rápido, ¿eh?

—Sí. —Sacudo la cabeza—. Aunque eso es absolutamente absurdo.

—No. Bueno, no más que mi poema slam6 —reconoce Sadie—.


Entonces, ¿cómo va el enamoramiento no correspondido?

—No es realmente un enamoramiento. —Sin embargo, es muy poco


correspondido.

—Creía que habíamos acordado que fantasear con ser doblada sobre
el fregadero de la cocina sí constituye, de hecho, un enamoramiento.

6 Slam: Consiste en un formato recital competitivo que implica al público y que se

celebra a micrófono abierto para cualquier tipo de poeta. El público se implica de dos
formas: primero, forman el jurado, segundo, el micrófono abierto hace que todos tengan la
110
oportunidad de recitar.
Resoplo.

—Vale. Está... bien. Apenas existe, en realidad. No sueño despierta


con tener sexo con él tan a menudo. —Mentirosa. Qué gran mentirosa—.
Todavía está en la etapa larval. —Está llegando a la adolescencia y es fuerte
como un buey—. Creo que algo de distancia será bueno. Tengo una pista
sobre un apartamento barato en el centro. —Extrañaré este lugar. Echaré
de menos sentirme cerca de Helena. Echaré de menos el modo en que Liam
se burla de mí por ser incapaz de aprenderme los botones de los estúpidos
controles de la PlayStation. Tanto, tanto.

—¿Y estás segura de que a Liam le parece bien que te vayas?

—Es lo que él quiere. —Las cosas han estado un poco raras en la


última semana. Incómodas. Un poco de retroceso para nosotros, pero...
Estaré bien. Todo estará bien—. Creo que desaparecerá. El enamoramiento.

—Claro —asiente Sadie, sin que parezca que esté muy de acuerdo.

—Muy pronto —añado.

—Estoy segura.

—Solo necesito que él... nunca se entere de las fantasías con los
muebles —explico.

—Mm.

—Porque haría las cosas raras para nosotros —explico—. Para él.

—Sí.

—Y no se lo merece.

—No.

—Es un buen amigo. Además, está en medio de un montón de


cambios en su vida. Quiero apoyarlo. Y me gusta pasar el rato con él.

—Sí.

—Básicamente, no quiero que se sienta incómodo alrededor mío.


111
—No.

—De todos modos. —Mis mejillas se sienten calientes. Debe ser todo
el vino—. Deberíamos hablar de otra cosa.

—De acuerdo.

—Como. Literalmente cualquier otra cosa.

—Bien.

—Una de ustedes debería proponer un tema.

Si estuvieran aquí en persona, Sadie y Hannah intercambiarían una


mirada larga y cargada. Tal como está, se quedan en silencio durante unos
momentos. Entonces Hannah dice:

—¿Puedo contarte una historia?

—Claro.

—Es sobre un amiga mía.

Frunzo el ceño.

—¿Qué amiga?

—Ah... Sarah.

—¿Sarah?

—Sarah.

—Creo que no la conozco. ¿Desde cuándo tienes amigas que no


conozco?

—No es importante. Así que, hace un par de años mi amiga Sarah se


mudó con este tipo, eh... Will. Y al principio realmente se odiaban mucho el
uno al otro, pero luego se dieron cuenta de que eran más parecidos de lo
que pensaban y ella empezó a hablar de él cada vez más y más, en términos
cada vez más positivos. Así que Sadie y yo, Sadie también la conoce, bueno,
nos preguntábamos: Vaya, ¿se estará enamorando de este tipo? Y entonces 112
una noche mi amiga me confesó que tenía fantasías muy indecentes y
elaboradas sobre Will inclinándola sobre la mesa de la cocina y...

—Adiós, Hannah.

—Espera —dice Sadie—, ¡no hemos escuchado el final!

—Son unas amigas de mierda y no sé por qué las quiero tanto. —Les
cuelgo, riéndome a pesar de querer evitarlo. Tiro el teléfono lejos y me
levanto para rellenar mi copa de vino, pensando que cuando Hannah y Sadie
se enamoren de alguien me burlaré de ellas sin piedad y me inventaré
historias falsas sobre gente falsa, y entonces sabrán lo que se siente, ser...

—Mara.

Liam está de pie en la entrada de la sala de estar, con la corbata en


una mano, luciendo cansado y guapo y alto y…

Oh, mierda.

—¿Liam?

—Hola.

—¿C-cuándo llegaste?

—Justo ahora.

—Oh. —Joder, gracias—. ¿Cómo fue tu... la entrevista, ¿cómo te fue?

—Bien, creo.

—Ah. Bien.

Acababa de llegar, dijo. No puede haberme escuchado. No he dicho


nada comprometedor en los últimos segundos. Y la imitación del cuento de
hadas de Hannah usaba nombres diferentes.

¿Por qué me mira así, entonces?

—¿Cuándo sabrás si has conseguido el trabajo?


113
Él se encoge de hombros.
—En unos días, supongo. —Se cortó el cabello la semana pasada. No
demasiado corto, pero sí más corto de lo que estaba antes. A veces, a
menudo, lo veo bajo cierta luz o lo sorprendo poniendo uno de esos gestos
que estoy segura de que no deja ver a nadie más y mi respiración se
entrecorta por el asombro.

—¿Tienes hambre? He hecho un salteado. Hay sobras.

Me estudia y no dice nada.

—Sin zanahorias. Lo prometo. —¿Qué voy a hacer con todo este


conocimiento que tengo de sus gustos y disgustos? ¿Este conocimiento
sobre él? ¿Adónde irá a parar cuando él ya no esté en mi vida?

—No tengo hambre, pero gracias.

—De acuerdo. —Rodeo el sofá, buscando algo que hacer conmigo y me


apoyo contra el marco de la puerta. A pocos metros de él—. Creo que he
encontrado un lugar. Para mudarme, quiero decir.

—¿Lo encontraste? —Es imposible de leer, su expresión.

—Sí. Pero no lo sabré hasta dentro de unos días.

Silencio. Y una mirada larga y pensativa.

—Todavía no venderé mi mitad. Lo siento, sé que quieres comprarla,


pero...

—No quiero.

Frunzo el ceño.

— ¿Cómo que no?

—No quiero.

Me río.

—Liam, llevas un millón de años ofreciendo comprar mi parte.

Su boca se tuerce. 114


—Hace un millón de años la casa no existía y este lugar era un
pantano, pero no es como si fueras un científica medioambiental y pudieras
saberlo...

—Oh, cállate. Todo lo que digo es que durante mucho tiempo... —


Aunque, ahora que lo pienso, su abogado no me ha enviado un correo
electrónico en... semanas. ¿Meses, tal vez?—. Oh, Dios mío. Liam, ¿estás en
bancarrota? —Me inclino hacia delante—. ¿Es el mercado de valores? ¿Has
apostado todo tu dinero? ¿Has apostado todos tus ahorros a que la selección
masculina de fútbol de Estados Unidos ganaría la Copa del Mundo y te has
dado cuenta tarde de que ni siquiera ha clasificado? ¿Te has metido en una
estafa piramidal de LuLaRoe y no puedes dejar de comprarte nuevos
leggins?

—¿Estás borracha?

—No. Bueno, tomé un poco de tu vino. Mucho. ¿Por qué?

—Eres molesta cuando estás borracha. —Hay un indicio de sonrisa


en sus ojos—. Pero linda.

Le saco la lengua.

—Tú eres molesto todo el tiempo. —Y también lindo.

La sonrisa de Liam se ensancha un poco y mira a sus pies. Luego:

—Buenas noches, Mara. —Se da la vuelta y se dirige a su habitación.


La luz amarilla de la lámpara proyecta un brillo cálido y dorado sobre la
anchura de sus hombros.

—Por cierto —le digo mientras se aleja—, he comprado una crema


nueva. Es de canela. ¡La vas a odiar!

Liam no contesta y no se detiene al salir. No lo veo hasta la noche


siguiente, y entonces...

Es entonces cuando sucede.

115
Capítulo 13

La parte más rara es lo rápido que todo cambia.

Un minuto, estoy en medio de la limpieza de la cocina, preguntándome


si la licuadora de frutas es apta para lavavajillas, pensando en mi añoranza
continua y mi próxima mudanza, en cuánto extrañaré esto: volver a casa
después del trabajo, encontrar doce tenedores y un colador en el fregadero,
preguntarme cuántos de ellos son de Liam.

A continuación, está de pie detrás de mí. Liam Harding está de pie


justo detrás de mí, a propósito, y me presiona contra el mostrador. Como si
quisiera estar aquí, cerca, tocándome, tanto como yo quiero que esté. Estoy
demasiado estupefacta para hacer algo con el agua que corre en la cocina,
pero él se inclina para cerrarla y, de repente, la habitación queda en silencio.

Su mano se cierra alrededor de mi cadera, y no puedo pensar. No


puedo comprender lo que está pasando. Estoy respirando. Él está
respirando. Estamos respirando juntos, el mismo ritmo, el mismo aire, y por
un momento lo siento. Esto. Es agradable. Es bueno. Es lo que he estado
deseando.

Luego me pasa el pelo por detrás del hombro y me descubre la base


de la garganta. Siento algo, ¿dientes, tal vez?, rozándome la piel.

—¿Liam? —medio gimo.

—Soy yo. —Me está besando. Allí—. ¿Esto está bien? 116
Estoy asintiendo. Sí, a qué, no lo sé. Sí, eres Liam. Sí, esto está bien.
Sí, estoy a punto de derretirme en el suelo.

—Hueles tan bien, Mara.

Gracias a Dios por el fregadero de la cocina para agarrarme, porque


mis rodillas están a punto de ceder. Gracias a Dios por las manos de Liam
también. Excepto que una se desliza por debajo de mi camisa. Nunca me
había considerado delicada, pero de alguna manera se las arregla para
cubrir todo mi torso y su pulgar...

Está rozando la parte inferior de mi pecho y...

Vaya.

Me lame el pulso en el fondo de la garganta, y me mortifica oírme


gemir.

—Eres tan suave. —Su aliento está caliente en mi oreja, y me


estremezco. Exactamente una vez—. Creo que imaginé que no lo serías.
Siempre estás corriendo, haciendo ejercicio. Siempre te ves tan fuerte,
pero...

Me suelta por una fracción de segundo, y cada célula de mi cuerpo se


rebela a la vez.

No.

Espera.

Quédate.

Pero solo me está acomodando. Su mano presiona mi espalda baja,


poniéndome justo en ese ángulo: ligeramente inclinada hacia adelante,
como... Dios, como si estuviera a punto de...

Está de nuevo sobre mí inmediatamente. Comienza a desabrochar la


cremallera de mis jeans, el sonido como un tambor en el silencio. El aire
sale de mis pulmones en una fuerte exhalación.
117
—¿Está bien? —pregunta de nuevo, suave, ensordecedor, y está bien.
Incluso si mis jeans se deslizan por mis muslos, y nunca, nunca me he
sentido menos en control. Creo que estamos a punto de tener sexo, pero el
sexo no es así. El sexo es quitarse la ropa torpemente, negociar posiciones
y horas de juegos previos salpicados de ¿Estás seguro de que no deberías
estar encima? y Espera, ese es mi codo. El sexo no va de cero a un millón de
esta manera. No para mí. No es agarrarme al borde del fregadero para
evitarme gemir, o la necesidad de frotarme contra algo, lo que sea, o sentir
que mis rodillas se debilitan hasta convertirse en gelatina.

—¿Es esto lo que querías, Mara? —Desliza un dedo debajo de mis


bragas y separa mis pliegues. Un solo dedo—. Lo que tú… Oh.

Por un momento, entro en pánico. No puedo estar mojada, todavía no.


Pero luego me doy cuenta de que lo estoy, y puedo sentirlo y escucharlo, el
deslizamiento resbaladizo de piel contra piel, mi propio cuerpo ya comienza
a revolotear.

Y Liam deja claro que le gusta.

—Tú —gruñe en mi oído—. No te creerías, las cosas que he pensado


en hacer.

—¿Las...?

—¿Es así como lo querías?

—Quería... ¿qué?

—Dijiste que querías ser follada. Duro y rápido. —¿He dicho eso? No
puedo recordar No puedo recordar mi propio nombre, y luego las cosas
empeoran aún más: detrás de mí, él se arrodilla. ¿Qué está por…?— Fuera.
—Liam tira de mis jeans y bragas hasta que se acumulan alrededor de mis
tobillos, luego los arroja al otro lado de la habitación una vez salgo de ellos—
. Buena chica.

Jadeo. ¿Acaba de decir eso? ¿A mí? Pero no puedo pedirle que lo


repita, ya que claramente se distrajo un poco en su camino hacia arriba. Su
mano viaja a lo largo de la parte interna de mi muslo, sus largos dedos 118
agarran la suave piel de mi trasero. En ese momento se me ocurre que ahora
estoy desnuda. Completamente desnuda excepto por una camiseta endeble
y un sostén aún más endeble. Y que esta persona que muerde suavemente
la carne de mi trasero como si fuera una fruta madura, esta persona es Liam
Harding.

Liam. Harding. Que me toca como si ya conociera mi cuerpo. Que me


separa como si fuera un libro de derecho y entierra el rostro en mí. Que gime
en mi carne y murmura:

—Lo siento. —Se las arregla para sonar genuinamente arrepentido


mientras se retira para lamer y chupar la piel de mi nalga derecha—. Sé que
lo quieres duro y rápido. Es solo que, pienso mucho en esto. En ti. —Un
segundo, y está de pie otra vez, con el pecho presionado contra mi espalda.
Una mano se aprieta dulcemente alrededor de mi cadera, y empuja una
rodilla entre mis piernas, hasta que la mayor parte de mi peso descansa
sobre su muslo. Escucho sonidos vagamente lujuriosos: algo tintineando,
algo tanteando, algo siendo empujado a un lado. Entonces es carne caliente
empujando contra la mía y un murmurado: «¿Está bien?», al que debo haber
asentido, porque…

Fricción.

Mi visión se vuelve borrosa en los bordes. Liam está dentro de mí.


Apenas. Solo la punta. También es enorme, no hay espacio, no hay espacio,
implacable, encantador, magnífico. Profundo.

—Joder, Mara. Esto es irreal.

Hay mucha respiración áspera, y: «Solo un poco más», y músculos


tensos que se contraen y se relajan, pero toca fondo, y está justo de este
lado de ser demasiado. Sería demasiado, pero ayuda que Liam se aferre a
mí como si soltarme lo mataría, o que sus dedos son poco firmes mientras
me aparta el cabello del hombro. Pero mi cuerpo parece estar de acuerdo
con esto, espacios ocultos, sin usar, repletos, revoloteando alrededor de...
Dios.

Alrededor de la polla de Liam.


119
—No puedo pensar cuando estás cerca. —Su voz es áspera. Se
mantiene quieto dentro de mí, como si no tuviera prisa por comenzar, pero
puedo sentirlo vibrar por la tensión. La base de su palma se desliza hacia
abajo para descansar contra mi clítoris—. No puedo pensar cuando no estás
cerca. Ha sido un problema. Siento que no he formulado un pensamiento
coherente en meses. Siento que no dejarás de estar en mi cabeza y…

Así, sin más, todo ha terminado. Liam ni siquiera se ha movido


todavía, pero mi mente se queda en blanco. El mundo retrocede y empiezo
a correrme sin previo aviso, arqueándome contra él, mordiéndome el labio
para silenciar un grito. El placer se hunde en mí y soy incapaz de detenerlo.

No sé cuánto tiempo pasa hasta que vuelvo a ser yo misma, su aliento


agudo en mi oído.

—¿Acabas de…? —Liam suena adolorido—. ¿Realmente te viniste,


solo porque yo…?

Estoy aturdida. Mis terminaciones nerviosas todavía están


hormigueando. Cierro los ojos con fuerza y asiento con vergüenza justo
cuando sus dientes se cierran alrededor de la parte carnosa de mi hombro.
Gruñe como un animal, como si estuviera desesperado por mantener todo
el control que pueda.

—Joder, Mara, tú... ¿puedo llevarte a la cama?

Su tono es diferente a todo lo que he escuchado de él, suplicante y un


poco crudo. Todavía está retorciéndose dentro de mí; cada pocos segundos
más o menos parece perder el control que tiene sobre sí mismo y gira las
caderas. No ayuda a mi concentración. O su enfoque. Nuestro enfoque.

Que tal vez deberíamos mantener. Esto debería parar ahora mismo,
tal vez. Tan bueno como ha sido, y acabando de redefinir el sexo para mí,
no estoy muy segura de por qué Liam quiere esto, y si es solo un polvo
improvisado que no significa nada para él, pero que me tiene reservado un
montón de angustias... ¿Quizás deberíamos parar aquí?

— Intentaré que sea rápido. —Está lamiendo el aguijón de su


mordisco anterior—. Pero déjame llevarte a la cama. 120
La cosa es que no quiero parar. Ya me corrí una vez, solo porque él se
deslizó dentro de mí y me estiró muy fuerte, por la sensación de su mano
agarrando el hueso de mi cadera, un pequeño milagro en sí mismo, porque
generalmente me lleva una eternidad. Pero si dejo que me lleve a la cama,
me destrozará. Me va a arruinar para cualquier otra persona. Me va a
destruir de todas y cada una de las formas posibles.

—Por favor —murmura.

En realidad no tengo elección: quiero decir que sí, así que asiento con
la cabeza. Lo que quieras, puedes tenerlo, Liam.

No es bonito, cuando se retira. Jadea un suspiro de pura frustración


y está claro que lo odia. Yo también lo odio, y soy la que acaba de tener un
orgasmo que me ha cambiado la vida. Liam es el que me lo dio y se llevó
muy poco para él, lo que ni siquiera es una sorpresa.

No me habría enamorado de un hombre desagradable.

Me quita la blusa y el sostén, y estoy demasiado tonta con las réplicas


de placer como para hacer algo más que quedarme allí y dejarlo, verlo
mirarme fijamente hasta saciarse, con ojos oscuros e ilegibles, a pesar de
que estoy completamente desnuda y mi ombligo sigue salido y la cicatriz de
lacrosse está allí, brillando blanca en las luces tenues de la habitación.

—Ven aquí. Mara, tú... mierda. Ven aquí. —Su mandíbula está tensa
mientras me levanta y me lleva a su habitación. Mi primera vez aquí, pero
conozco este lugar porque conozco a Liam. Colores oscuros. Fotografías
enmarcadas de naturaleza medio hostil de los viajes de los que me habló.
Muebles escasos. Una pila de libros en su mesita de noche. Los anteojos
para leer, con los que me burlo de él, están desplegados en medio de su
escritorio. Quiero explorar cada rincón, pero no hay tiempo. El colchón
rebota debajo de mi espalda y luego él ocupa todo mi campo de visión.

—¿Puedo besarte? —Su boca se cierne unos centímetros por encima


de la mía, así que presiono mis manos en su nuca y me arqueo hacia él,
besándolo yo misma.
121
Es lento, cálido y dolorosamente cuidadoso. Me estaba follando hace
menos de un minuto. Estaba tan dentro de mí que me sentí deliciosamente
partida en dos. Pero ahora está este suave deslizamiento de labios y lenguas,
Liam mordisqueándome, sosteniendo primero mi barbilla, luego la parte
posterior de mi cabeza, y mi corazón canta para él.

Estoy catastrófica y ruinosamente enamorada de ti.

—Me encanta besarte —suspiro en su boca.

—Mara. —Sus labios. Su voz—. Quiero besarte por todas partes. —


Retrocede, como si algo se le ocurriera en ese momento—. ¿Puedo ir abajo
en ti?

Siento mis mejillas calentarse. ¿De verdad quiere?

—Solo por un minuto —agrega, y luego... Increíble, cómo está


esperando mi respuesta. Me inclinó sobre el fregadero de la cocina y se
deslizó dentro de mí y me hizo correrme sobre su polla, pero me está
pidiendo permiso para comerme como si yo le estuviera haciendo un favor a
él.

—¿Estás seguro?

—Treinta segundos. Por favor.

—Sí. Quiero decir, si... si estás seguro de que... Oh.

Es muy bueno en eso. No... Tal vez no muy hábil, pero está
completamente perdido en ello, tan minucioso, tan ruidoso en su absoluto
y asombrado disfrute del acto, de mí. Mis caderas se arquean y él tiene que
sujetarme, llevarme a través del placer. Dura más de treinta segundos. Dura
más de tres minutos, tal vez más de diez, pero mis muslos están temblando
y mi coño tiene espasmos y empiezo a correrme como una ola del océano, y
cuando creo que el placer finalmente está disminuyendo, desliza dos dedos
dentro de mí y mis caderas se estiran hacia arriba, porque no ha terminado.
Mi mundo entero da vueltas. Oficialmente he tenido más orgasmos en los
últimos veinte minutos que en el último año.
122
Con los dedos todavía dentro de mí, mira hacia arriba, los ojos suaves
y serios y tragados por sus pupilas.

—Gracias.

Vaya.

—Creo... —Me aclaro la garganta. Mi voz sigue siendo áspera—. Tal


vez debería ser yo quien te debería agradecer.

Sacude la cabeza y se levanta sobre mí, en equilibrio sobre un brazo,


y mis ojos se abren como platos. Se acaricia con la otra mano mientras mira
mis pechos con una expresión de asombro.

—Esto es tan bueno, Mara. Tú eres muy buena. ¿Por qué quieres que
sea rápido? —Se inclina para besarme de nuevo, lamiendo el interior de mi
boca, mordisqueándome la garganta—. Yo solo quiero hacer que dure —
raspa contra mi piel.

No tengo idea de a qué se refiere. No quiero que esto sea rápido. Nunca
he dicho que lo quisiera, pero él sigue diciéndome eso...

Excepto que sí lo dije. Mierda, sí lo dije. Solo que no a él.

—Me escuchaste.

Liam está ocupado. Lamiéndome uno de mis pezones. Mordiendo


suavemente. Lamiendo de nuevo. Haciendo un trabajo fantástico.

—Me escuchaste —repito. Enrosco un dedo en su cabello para


frenarlo—. En el teléfono.

Se detiene, pero no levanta la cabeza. Su aliento, cálido contra mi


pecho, me hace temblar.

—¿Recuerdas cuando te encontré en mi baño? No he dejado de pensar


en tus tetas desde…

—Liam, me escuchaste contarles a mis amigas sobre... —Actualmente


está ocupado chupando la parte inferior de mi pecho, pero por alguna razón
123
no me atrevo a repetir las palabras—. Sobre lo que quería que hicieras. Me
escuchaste.

Levanta la mirada. Está sonrojado, excitado y más hermoso que


nunca.

—Puedo hacerlo, Mara. Lo puedo hacer por ti. Lo que quieras.

—Yo no… —Esto es mortificante. Lo empujo, pero apenas se mueve—


. Si esto es algún tipo de caridad, no necesito una follada por lástima. Soy
perfectamente capaz de…

Me toma la palma y la arrastra por su pecho, más allá de su abdomen,


hasta que su polla está caliente en mi mano. Es enorme, y casi
automáticamente mis dedos se cierran alrededor de él. Liam hace una
mueca, se muerde el labio inferior y de pronto me doy cuenta de que me ha
estado tocando de muchas maneras, pero yo todavía no lo he tocado, en
absoluto. Parece triste, injusto e insoportablemente estúpido. Algo que hay
que remediar.

—¿Se siente como si te estuviera dando una follada por lástima?

No. No, definitivamente no lo parece. Pero.

—No sé.

Por su propia voluntad, mi mano comienza a moverse hacia arriba y


hacia abajo, movimientos simples que lo hacen jadear y cerrar los ojos. Sus
labios se abren mientras rodeo la cabeza húmeda con mi pulgar. El brazo
en el que se apoya tiembla. Visiblemente.

—Vamos, Mara. —Ahora, sus caderas están empujando. Dentro y


fuera de mi puño. Se está acercando. Más cerca de algo—. Debes saber.

—¿Saber qué?

—Qué difícil ha sido, joder, mantener mis manos lejos de ti. Cuánto
he querido esto, casi desde el principio.

Vaya. 124
Oh, Dios.

Sus ojos están vidriosos, los músculos tensos. Está a punto de


venirse, eso es obvio. Tan obvio que me sorprende cuando sus dedos se
envuelven alrededor de mi muñeca para detenerme.

—Por favor, déjame follarte. Déjame darte lo que necesitas. Déjame


intentarlo, al menos. —Besa un lugar debajo de mi mandíbula—. Duro y
rápido.

No voy a decirle que no. No voy a decirme a mí misma que no. En lugar
de eso, sonrío y tiro de él sobre mí, con los brazos entrelazados alrededor de
su cuello mientras digo en silencio contra la carne de su hombro cuánto me
gusta, cuánto amo esto, y Liam nos acomoda y se inclina hasta que está
casi dentro de nuevo, caliente y húmedo y... se me ocurre el pensamiento
más molesto. Mierda.

—¡Condón! Necesitamos… ¿tú…?

Liam gime.

—Mierda. —Sus bíceps están temblando, los dedos blancos mientras


se cierran en puños sobre las sábanas. Luego respira hondo y cambia de
posición, reorganizándose hasta que puede deslizar un dedo, dos,
profundamente dentro de mí, curvándolos hacia arriba para que estén
tamborileando exactamente donde lo necesito.

—¿Qué estás…? —Dios, esto se siente increíblemente bien.

—No tengo condones. —Sus palabras son un poco arrastradas—. Solo


voy a hacer que te vengas así y luego me voy a correr. —Suena como si
estuviera haciendo lo más difícil de su vida y, sin embargo, está claro que
está absolutamente de acuerdo con eso. Lo cual... No. No, no, no, no.

—Liam, ¿estás… eh… estás limpio? —Su pulgar roza mi clítoris.


Gimo—Porque estoy tomando la píldora, y...

—No tengo ni idea.

125
¿Cómo es que no lo sabe? Estiro el brazo para mantener quieto su
antebrazo. El problema es que todavía puede curvar los dedos. Sus largos y
hermosos dedos.

—¿Te han hecho análisis, desde la última vez que... ?

Me preparo para todo tipo de respuestas horribles, que van desde


Claro, por supuesto que no, mi última aventura de una noche fue ayer, hasta
De todos modos, todo el mundo tiene VPH. Pero lo que viene es:

—Me han hecho un montón de exámenes físicos anuales para el


trabajo. Yo... Mara, no importa. —Me besa en la mejilla, y un astuto giro de
su muñeca hace que mi cerebro se quede en blanco—. Creo que puedo hacer
que te corras con mis dedos. Eso es seguro. Y no tienes que estar aquí
después, cuando yo...

¿Exámenes físicos anuales? ¿En plural?

—¿Cuándo fue la última vez que tuviste sexo? ¿Puedes... eh, por favor,
por favor, dejar de hacer eso?

—No tengo ni idea. —Liam saca sus dedos. Por un segundo, la fricción
me distrae. Entonces mi coño se aprieta en señal de protesta—. No tengo
sexo, Mara.

—Tú... ¿Tú qué?

Mira hacia otro lado. Los dos respiramos demasiado fuerte.

—No me gusta el sexo.

Miro hacia abajo. Él está tan duro. Su polla es tan pesada en mi


muslo. Hay liquido preseminal sobre mi piel.

—Parece... eh, parece que te gusta bastante.

—Sí. Pero en realidad no. Es solo... —Me sostiene la mirada. Sus ojos
son de un marrón oscuro y hermoso—. Tú me gustas mucho, Mara. Me
gusta hablar contigo. Me gusta verte hacer yoga. Me gusta la forma en que
siempre hueles a protector solar. Me gusta cómo te las arreglas para decir 126
casi todo lo que quieres sin dejar de ser increíblemente amable. Me gusta
estar en esta casa contigo y todo lo que hacemos aquí. —Su garganta se
mueve—. No creo que sea una sorpresa que de verdad, de verdad me guste
la idea de follarte.

Ay, dios mío. Ay, Dios mío, ay, Dios mío, ay, Dios mío, ay, Dios mío…

—Pero no necesito... Estoy disfrutando esto. —Hace una mueca, como


si estuviera horrorizado por el eufemismo—. Tal vez demasiado, ya que casi
me pierdo... varias veces, solo por estar cerca de ti, así que estaré más que
bien si me dejas encargarme de ti y…

No.

Empujo su hombro, su pecho, y luego sigo empujando a través de su


primera expresión resignada, luego confusa y sorprendida. Una vez que su
espalda está sobre el colchón, me deja montarlo a horcajadas sobre las
caderas y gime.

—¿Qué estás haciendo?

Me inclino y le susurro al oído:

—Duro y rápido, Liam.

Hay un largo momento en el que solo me mira, desorientado. Entonces


debe darse cuenta: estamos perfectamente alineados. Estoy esforzándome
para llevarlo adentro, luchando un poco, porque es tan grande de esta
manera. Pero ahora me estoy moviendo, balanceando las palmas sobre su
pecho, arriba y abajo y otra vez arriba, y unos minutos más tarde, en el
movimiento descendente, está completamente encajado dentro de mí.

El ángulo es tan profundo que en mi visión aparecen lunares. El


agarre de Liam se clava casi dolorosamente alrededor de mi cintura.

—Mara. —Está jadeando—. No voy a poder retirarme.

—Está bien. —Está perfecto—. Solo haz lo que se sienta bien.

Todo se siente así, de todos modos. El deslizamiento de la carne, la


fricción húmeda, incluso dentro del desorden torpe de nuestros 127
movimientos, cuando él se sale y tiene que empujarse de nuevo hacia
adentro, esto se siente como la perfección. La forma en que me mira el
rostro, los senos, el subir y bajar de mis caderas, viéndose atónito; los
sonidos húmedos y calientes de nosotros moviéndonos juntos; las cosas que
dice sobre cuán hermosa soy, cuán preciosa, sobre todas las veces que se
ha imaginado haciendo esto, y hay tantas.

Siento mi pulso acelerarse, y le sonrío mientras me inclino hacia


adelante. Te amo, pienso. Y sospecho que tú también me amas. Y no puedo
esperar a que nos lo admitamos el uno al otro. No puedo esperar a ver qué
sucede después.

—Creo —gruñe contra mi garganta—. Mara, creo que me voy a correr


ahora.

Asiento, demasiado cerca para hablar, y dejo que nos haga rodar.

—Bueno. Eso fue sin duda rápido. —Liam aún no ha recuperado el


aliento. Su tono es ligeramente autocrítico.

—Sí. —Delicioso. Fue delicioso.

—Puedo hacerlo mejor —dice. Estoy bastante segura de que no tiene


ni idea de que esto fue mejor. Lo mejor. De todos los tiempos—. Creo. Tal
vez con la práctica.

Ni siquiera estoy segura de que todavía haya terminado. Mis


terminaciones nerviosas todavía se contraen. Todo mi cuerpo está inundado
con una especie de placer eléctrico, que me es arrancado y luego vertido otra
vez.

—No fue tan rápido —digo.


128
Liam entierra el rostro en mi cuello y se enrosca a mi alrededor,
empequeñeciéndome. Sí. Eso fue rápido.

—Quiero decir —murmuro contra su pecho— que no fue demasiado


rápido. Fue... —Extraordinario. Espectacular. Trascendente—. Bueno. Muy
bueno. —Presiona un beso en mi garganta y agrego—: Pero tampoco fue tan
duro.

Se tensa.

—Lo siento. ¿Quieres…?

—Es decir, deberíamos hacerlo de nuevo. —Se aparta para mirarme a


los ojos. Se ve muy, muy serio. Me siento claramente menos—. Y otra vez. Y
otra vez. Hasta que lo hagamos bien. Perfectamente duro y rápido. ¿Sabes?

Su sonrisa se despliega lentamente.

—¿Sí? —Esperanzado y feliz, se ve más joven que nunca. Sonrío y tiro


de él para darle un beso.

—Sí, Liam.

129
Epílogo

—De todos modos, ¿quién pone crema de café en sus batidos?

—Gente.

—No puede ser.

—Mucha gente.

—Nombra una.

—Yo.

Pongo los ojos en blanco.

—Nombra dos.

Silencio.

—¿Ves?

Liam suspira.

—No significa nada, Mara. La gente normal no tiene conversaciones


sobre la crema de café.

—Tú y yo ciertamente sí. ¿Avellana o vainilla?

—Vainilla.
130
Pongo dos botellas en el carrito. Luego me pongo de puntillas y planto
un beso en la boca de Liam, breve y fuerte. Liam me sigue un poco cuando
doy un paso atrás, como si no quisiera dejarme ir.

—De acuerdo. —Sonrío. Últimamente, siempre estoy sonriendo—.


¿Qué más?

Liam examina la lista que escribí hoy, sentada entre sus muslos
mientras estaba ocupado matando a los malos en la PlayStation. Él
entrecierra un poco los ojos ante mi terrible letra y trato de no reírme.

—Creo que hemos terminado. ¿A menos que necesites unas cuantas


cajas más de Cheez-It de tamaño familiar?

Le saco la lengua. Mi mano cae a mi costado, hasta que roza la suya.


Empieza a empujar el carrito de la compra y entrelaza nuestros dedos.

—¿Lista para irnos? —pregunta.

—Sí. —Sonrío—. Vayamos a casa.

131
Stuck with You

132
Para Marie, mi Elizabeth Swann favorita.

133
Capítulo 1

Mi mundo llega a su fin a las 10:43 de la noche de un viernes, cuando


el ascensor se detiene entre el octavo y el séptimo piso del edificio que
alberga la empresa de ingeniería donde trabajo. Las luces del techo
parpadean. Entonces se apagan por completo. Luego, después de un periodo
que dura unos cinco segundos pero se siente como varias décadas, regresan
con el tinte ligeramente más amarillo de la bombilla de emergencia.

Mierda.

Dato curioso: esta es la segunda vez que mi mundo llega a su fin esta
noche. La primera fue hace menos de un minuto. Cuando el ascensor en el
que viajo se detuvo en el decimotercer piso, y Erik Nowak, la última persona
que quería ver, apareció en toda su gloria rubia, grande y vikinga. Me
estudió por lo que pareció demasiado tiempo, dio un paso adentro y luego
me estudió un poco más mientras yo inspeccionaba con avidez las puntas
de mis zapatos.

Re-mierda.

Es una situación un poco complicada. Trabajo en la ciudad de Nueva


York y mi empresa, GreenFrame, alquila una pequeña oficina en el piso 18
de un edificio de Manhattan. Muy pequeña. Tiene que ser muy pequeña,
porque somos una empresa bebé, todavía estableciéndonos en un mercado
bastante despiadado, y no siempre ganamos mucho dinero. Supongo que
eso es lo que sucede cuando valoras cosas como la sostenibilidad, la
protección del medio ambiente, la viabilidad y eficiencia económica, la
134
renovación en lugar de desechar, la minimización de la exposición a peligros
potenciales como materiales tóxicos y… bueno, no los aburriré con la
entrada de Wikipedia sobre ingeniería verde. Baste decir que mi jefa, Gianna
(que casualmente es la única otra ingeniera que trabaja a tiempo completo
en la empresa), fundó GreenFrame con el objetivo de crear grandes
estructuras que realmente tengan sentido dentro de su entorno, y que sean
deliciosa y crujientemente acérrimas al respecto. Desafortunadamente, eso
no siempre paga muy bien. O bien.

O en absoluto.

Así que sí. Como dije, una situación un poco complicada,


especialmente cuando se compara con empresas de ingeniería más
tradicionales que no se enfocan tanto en la conservación y el control de la
contaminación. Como ProBld. La firma gigante donde trabaja Erik Nowak.
La que ocupa todo el piso trece. Y el duodécimo. ¿Quizás el undécimo
también? Perdí la pista.

Así que cuando el ascensor empezó a reducir la velocidad en el piso


catorce, sentí una oleada de aprensión, que ingenuamente descarté como
mera paranoia. No tienes de qué preocuparte, Sadie, me dije. ProBld tiene
toneladas de oficinas. Siempre se están expandiendo. Orquestando
“fusiones” y devorando empresas más pequeñas. Como La mancha voraz7.
Son realmente la entidad ameboide alienígena corrosiva del negocio, lo que
se traduce en cientos de personas trabajando para ellos, lo que a su vez
significa que cualquiera de esos cientos de personas podría estar llamando
al ascensor. Cualquiera. No hay forma de que sea Erik Nowak.

Sí. No.

Era Erik Nowak, de acuerdo. Con su presencia masiva y colosal. Erik


Nowak, quien pasó la totalidad de nuestro viaje de cinco pisos mirándome
con esos ojos azules despiadados y helados suyos. Erik Nowak, que

7 La mancha voraz: Es una película independiente estadounidense de los géneros

de terror y ciencia ficción del año 1958 que presenta un gigantesco alien similar a una
135
ameba que aterroriza las comunidades rurales de Downingtown y Phoenixville, Pensilvania.
actualmente mira hacia la luz de emergencia con el ceño ligeramente
fruncido.

—No hay electricidad —dice, una declaración obvia, con esa voz
estúpidamente profunda que tiene. No ha cambiado ni un ápice desde la
última vez que hablamos. Ni desde esa cadena de mensajes que dejó en mi
teléfono antes de que bloqueara su número. Los que nunca me molesté en
responder, pero tampoco me atreví a borrar. Los que no podía dejar de
escuchar, una y otra vez.

Y otra vez.

Sigue siendo una voz estúpida. Estúpida e insidiosa, rica y precisa,


recortada y baja, con propiedades acústicas propias. «Me mudé aquí desde
Dinamarca cuando tenía catorce años», me dijo en la cena cuando le
pregunté sobre su acento, leve, difícil de detectar, pero definitivamente allí.
«Mis hermanos menores se deshicieron de él, pero yo nunca lo logré». Su
rostro era tan severo como siempre, pero pude ver que su boca se suavizaba,
un leve arqueo en la comisura que se sentía como una sonrisa. «Como
puedes imaginar, hubo muchas burlas mientras crecía».

Después de la noche que pasamos juntos, después de todo lo que pasó


entre nosotros, sentía que no podía quitarme de la cabeza la forma en que
pronunciaba las palabras. Durante días me retorcí constantemente,
dándome la vuelta porque pensaba que lo había oído en algún lugar cerca
de mí. Pensaba que tal vez estaba cerca, aunque yo estaba haciendo jogging
en el parque, sola en la oficina, en la fila del supermercado. Simplemente se
me pegó, cubrió el caparazón de mis oídos y el interior de mi...

—¿Sadie? —La infame voz de Erik atraviesa mis pensamientos. Tiene


ese tono, el de alguien que se repite, y quizás no solo por primera vez—. ¿Lo
hace?

—Hace… ¿qué? —Levanto la vista y lo encuentro junto al panel de


control. En las sombras descarnadas de la luz de emergencia sigue siendo
tan... Dios. Mirar su hermoso rostro es un error. Él es un error—. Lo siento…
¿qué dijiste?
136
—¿Tu teléfono funciona? —pregunta de nuevo, paciente. Amable.
¿Por qué es tan amable? Se suponía que nunca fuera amable.
Después de lo que pasó entre nosotros, decidí torturarme preguntando por
ahí sobre él, y la palabra amable nunca apareció. Ni una sola vez. Uno de
los mejores ingenieros de Nueva York, diría la gente a menudo. Conocido
por ser tan bueno en su trabajo como hosco. Práctico, distante, poco
amigable. Aunque él nunca fue ninguna de estas cosas conmigo. Hasta que
lo fue, por supuesto.

—Um. —Saco mi teléfono del bolsillo trasero de mis pantalones negros


y presiono el botón de inicio—. Sin servicio. Pero esto es una jaula de
Faraday8 —pienso en voz alta—, y el hueco del ascensor es de acero.
Ninguna señal de RF9 podrá hacer un bucle y… —Me doy cuenta de la forma
en que Erik me mira y me callo abruptamente. Cierto. También es ingeniero.
Él ya sabe todo esto. Me aclaro la garganta—. Sin señal, no.

Erik asiente.

—El Wi-Fi debería funcionar, pero no lo hace. Así que tal vez esto es…

—¿… un corte de energía en todo el edificio?

—Tal vez incluso toda la cuadra.

Mierda.

Mierda, mierda, mierda. Mierda.

Erik parece estar leyendo mi mente, porque me estudia por un


momento y me dice tranquilizadoramente:

—Podría ser lo mejor. Alguien está obligado a revisar los ascensores


si saben que no hay energía. —Hace una pausa antes de agregar—: Aunque
podría llevar un tiempo. —Dolorosamente honesto. Como siempre.

—¿Cuánto tiempo?

Se encoge de hombros.

8 Jaula de Faraday: efecto por el cual el campo electromagnético en el interior de un


conductor en equilibrio es nulo, anulando el efecto de los campos externos.
137
9 Señal de RF: Señal de radiofrecuencia.
—¿Unas pocas horas?

¿Unas pocas qué? ¿Unas pocas horas? ¿En un ascensor que es más
pequeño que mi ya minúsculo baño? ¿Con Erik Nowak, la más melancólica
de las montañas escandinavas? Erik Nowak, el hombre que yo…

No, no hay manera.

—Debe haber algo que podamos hacer —digo, tratando de sonar


serena. Juro que no estoy entrando en pánico. No más que mucho.

—Nada en lo que pueda pensar.

—Pero… ¿qué hacemos ahora, entonces? —pregunto, odiando lo


quejumbrosa que es mi voz.

Erik deja caer su bolsa de mensajero al suelo con un golpe. Se apoya


contra la pared opuesta a la mía, lo que teóricamente debería darme un poco
de espacio para respirar, aunque por alguna razón que desafía la física
todavía se siente demasiado cerca. Lo observo deslizar su teléfono en el
bolsillo delantero de sus jeans y cruzar los brazos sobre su pecho. Sus ojos
son fríos, ilegibles, pero hay un leve brillo en ellos que hace que un escalofrío
me recorra la espalda.

—Ahora —dice, su mirada fija en la mía—, esperamos.

Son las 10:45 de un viernes por la noche. Y por tercera vez en menos
de diez minutos, mi mundo se derrumba.

138
Capítulo 2

Hay cosas peores en el mundo.

Hay, sin duda alguna, montones gigantes de cosas peores en el


mundo. Calcetines mojados, síndrome premenstrual, las precuelas de Star
Wars, las galletas de avena con pasas que se hacen pasar por chispas de
chocolate, Wi-Fi lento, el cambio climático y la desigualdad de ingresos,
caspa, tráfico, el final de Game of Thrones, tarántulas, jabón con olor a
comida, gente que odia el fútbol, horario de verano (cuando se adelanta una
hora, no se retrasa), la masculinidad tóxica, la vida injustamente corta de
los conejillos de indias; todas estas, solo por nombrar unas pocas, son cosas
realmente terribles, espantosas y horribles. Porque así es el universo: está
lleno de circunstancias malas, tristes, inquietantes, injustas y enfurecidas,
y debería saberlo mejor en lugar de hacer pucheros como una niña de diez
años que es media pulgada demasiado baja para la montaña rusa cuando
Faye me dice desde detrás del mostrador de su pequeña cafetería:

—Lo siento, cariño, nos quedamos sin croissants.

Para ser clara: ni siquiera quiero un croissant. Sé que suena raro (todo
el mundo siempre debería querer un croissant; es una ley de la física, como

139
la paradoja de Fermi10 o la ecuación de campo de Einstein11), pero la verdad
es que me gustaría prescindir de este croissant específico, si fuera un martes
normal por la mañana.

Desafortunadamente, hoy es el día de lanzamiento. Lo que significa


que me reuniré con posibles futuros clientes de GreenFrame. Hablaré con
ellos, les contaré los cientos de pequeñas cosas que puedo hacer para
ayudarlos a gestionar proyectos de construcción sostenible a gran escala y
espero que decidan contratarnos. Es lo que he estado haciendo durante
unos ocho meses, desde que terminé mi doctorado: trato de atraer nuevos
clientes; trato de mantener los que ya tenemos; trato de aliviar la carga de
trabajo de Gianna, ya que acaba de tener a su primer bebé, que, por cierto,
en realidad fueron tres bebés. Aparentemente, los trillizos ocurren. Y son
adorables, pero también se despiertan en medio de la noche en una espiral
interminable de insomnio y agotamiento. ¿Quién lo hubiera pensado? Pero
volvamos a los clientes: GreenFrame se ha estado aventurando
peligrosamente cerca de un territorio que no está del todo en negro, y la
reunión de lanzamiento de hoy es fundamental para mantener los rojos a
raya.

Introduzcan los croissants. Y ese otro pequeño problema que tengo:


soy un poco supersticiosa. Solo un poco. Solo un poco crédula. He
desarrollado un complejo sistema de rituales y gestos apotropaicos12 que
deben realizarse para garantizar que mis reuniones de lanzamiento se
desarrollen según lo planeado. Tengo más años de educación científica de
los que nadie jamás haya necesitado, y probablemente debería saber mejor

10 La paradoja de Fermi: aparente contradicción que hay entre las estimaciones que
afirman que hay una alta probabilidad de que existan otras civilizaciones inteligentes en el
universo observable y la ausencia de evidencia de dichas civilizaciones.
11 Ecuaciones de campo de Einstein: conjunto de diez ecuaciones de la teoría de la

relatividad general de Albert Einstein que relacionan la presencia de materia con la


curvatura del espacio-tiempo.
12 Efecto apotropaico: término antropológico para describir un fenómeno cultural que se

expresa como mecanismo de defensa mágico o sobrenatural evidenciado en determinados


actos, rituales, objetos o frases formularias, consistente en alejar el mal o protegerse de él,
de los malos espíritus o de una acción mágica maligna en particular, purificándose
140
(catarsis) con este rito u objeto ritual.
que no debo creer que el color de mis calcetines predice de alguna manera
mi éxito profesional. ¿Pero yo?

No.

En la universidad, eran exactamente tres trenzas en mi cabello por


cada partido de fútbol (más dos capas de rímel L'Oréal si jugábamos fuera
de casa) y tenía que escuchar “Dancing Queen” y “My Immortal” antes de
cada final, estrictamente en ese orden. Gracias a Dios logré graduarme a
tiempo, porque el latigazo emocional comenzaba a golpearme.

No es que este tema mío sea algo que me guste admitir ampliamente.
En su mayoría solo a Mara y Hannah, mis supuestas mejores amigas. Nos
conocimos durante el primer año de nuestros doctorados y desde entonces
hemos estado luchando juntas a través de las tribulaciones de la academia
CTIM. En su mayor parte, tenerlas en mi vida ha sido mi única y verdadera
alegría, pero ha habido aspectos menos que sobresalientes. Por ejemplo, el
hecho de que durante los cuatro años que vivimos juntas ellas oscilaron
entre realizar intervenciones antisuperstición y bromear invitando gatos
negros callejeros a nuestro apartamento todos los viernes 13, (Incluso
terminamos adoptando uno durante unos meses, JimBob, hasta que nos
dimos cuenta de que el gatito de los folletos de Desaparecidos por todo el
vecindario se parecía sospechosamente a él; JimBob era, de hecho, la Sra.
Fluffpuff, y la devolvimos en silencio, en la mitad de la noche. Desde
entonces se la ha echado mucho de menos). De todos modos, sí: tengo
mejores amigas horribles, asombrosas y que no apoyan las supersticiones.
Pero ya no vivimos juntas. Ni siquiera vivimos en la misma ciudad: Mara
está en D.C. en la APA y Hannah ha estado trabajando para la NASA y
viajando entre Texas y Noruega. Puedo tirar sal por encima del hombro y
buscar frenéticamente madera para tocar a mi gusto.

¿Por qué, por qué soy así? No tengo ni idea. Solo culpemos a mi madre
agresivamente italiana.

Pero volvamos a este martes por la mañana: el quid de mi problema,


verás, es que en el invierno, antes de mi discurso para clientes más exitoso
hasta la fecha, me dio un poco de hambre. Así que entré en la cafetería de
Faye que tiene un agujero en la pared y, en lugar de simplemente pedir lo
141
usual —castigador café solo: sin azúcar, sin crema, solo el amargo olvido de
la oscuridad—, agregué un croissant a mi pedido. Era tan bueno como el
café (es decir, a la vez rancio y poco cocido; el sabor oscilaba entre el almidón
y la salmonella) y, para mi eterna consternación, pronto obtuve el contrato
más lucrativo que GreenFrame haya visto en su joven historia.

Gianna estaba encantada. Y yo también, hasta que mi cerebro mitad


italiano comenzó a formar un millón de pequeñas conexiones entre el
croissant del infierno y mi gran victoria profesional. Ya sabes a dónde va
esto: sí, ahora siento desesperadamente que debo comer uno de los
croissants de Faye antes de cada reunión de lanzamiento, de lo contrario
sucederá lo impensable. Y no, no tengo ni idea de cómo reaccionar ante su
amable pero definitivo:

—Lo siento, cariño, nos quedamos sin croissants.

¿Dije que hay cosas peores en el mundo? Mentí. Esto es un desastre.


Mi carrera ha terminado. ¿Esas son sirenas en la distancia?

—Ya veo. —Me muerdo el labio inferior, le ordeno a mi mala cara que
se deshaga y me obligo a sonreír. Después de todo, no es culpa de Faye si
mi mamá me inculcó en las neuronas de bebé que caminar debajo de las
escaleras es una manera segura de vivir una vida de desesperación. Voy a
terapia por eso. O lo haré. En algún momento—. ¿Estás, um, haciendo más?

Ella mira la vitrina.

—Me quedan muffins. Arándano. Glaseado de limón.

Vaya. Eso realmente suena bien. Pero.

—¿Sin croissants, entonces?

—Puedo hacerte un bagel. ¿Canela? ¿Arándano? ¿Solo?

—¿Eso es un no a los croissants?

Faye inclina la cabeza con una expresión complacida.

—Realmente te gustan mis croissants, ¿no? 142


¿A mí?

—Son tan, um… —Agarro la correa de mi bolsa de mensajero de cuero


falso—. Únicos.

—Bueno, desafortunadamente le acabo de dar el último a Erik. —Faye


señala a su izquierda, hacia el final del mostrador, pero apenas miro a Erik
(un hombre alto, de hombros anchos, que viste traje, aburrido), demasiado
ocupada maldiciendo mi propia sincronización. No debería haber pasado
veinte minutos haciéndole cosquillas a la majestuosa belleza de la cola del
conejillo de indias de Ozzy. Ahora estoy pagando legítimamente por mis
errores, y Faye me está evaluando con la mirada—. Te voy a hacer un bagel.
Estás demasiado flaca para saltarte el desayuno. Come más y también
podrías crecer un poco más.

Dudo que finalmente logre superar el metro y medio a la avanzada


edad de veintisiete años, pero quién puede decirlo.

—Solo para recapitular —digo, en un último intento suplicante y


quejumbroso de salvar mi futuro profesional—. ¿No vas a hacer más
croissants hoy?

Los ojos de Faye se estrechan.

—Cariño, es posible que te gusten demasiado mis croissants…

—Aquí.

La voz —no la de Faye—, es profunda y de tono bajo, y proviene de


algún lugar por encima de mi cabeza. Pero apenas le presto atención porque
estoy demasiado ocupada mirando el croissant que apareció
milagrosamente frente a mis ojos. Todavía está entero, colocado encima de
una servilleta, algunos copos de masa sueltos se desmoronan lentamente
de la parte superior. He probado los croissants de Faye antes, y sé que lo
que les falta en sabor lo compensan en tamaño. Son muy, muy grandes.

Incluso cuando lo entrega una mano muy, muy grande.

143
Parpadeo durante varios segundos, preguntándome si se trata de un
espejismo inducido por la superstición. Luego me giro lentamente para
mirar al hombre que depositó el croissant en el mostrador.

Él ya se ha ido. Está a la mitad de la puerta, y todo lo que obtengo es


una breve impresión de hombros anchos y cabello claro.

—¿Qué…? —Parpadeo hacia Faye, señalando al hombre—. ¿Qué…?

—Supongo que Erik decidió que deberías tener el último croissant.

—¿Por qué?

Ella se encoge de hombros.

—Si fuera tú, no miraría los dientes de un croissant regalado13.

Croissant regalado.

Me encojo de hombros para salir de mi estupor, tiro un billete de cinco


dólares en el tarro de propinas y salgo corriendo del café.

—¡Oye! —lo llamo. El hombre está a unos veinte pasos por delante de
mí. Bueno, veinte pasos con mis piernas diminutas. Podría ser menos de
cinco con las suyas—. Oye, ¿podrías esperar un…?

Él no se detiene, así que agarro mi croissant y me apresuro tras él.


Canalizo mi mejor versión de ex-chica becaria de fútbol y esquivo a una
mujer que pasea a su perro, luego a su perro, luego a dos adolescentes que
se besan en la acera. Lo alcanzo a la vuelta de la esquina, cuando me
detengo frente a él.

—Oye. —Sonrío. Y arriba y arriba y arriba. Es más alto de lo que


calculé. Y estoy más sin aliento de lo que me gustaría. Necesito hacer más
ejercicio—. ¡Muchas gracias! Realmente no tenías que hacerlo… —Me quedo
en silencio, sin ninguna razón real más que por lo llamativo que se ve. Él es
tan…

144
13 Juego de palabras con el dicho popular “A caballo regalado no se le miran los dientes”.
Escandinavo, tal vez. Al estilo vikingo. Nórdico. Como sus ancestros
que retozaban bajo la aurora boreal en su camino hacia la financiación de
Ikea. Es tan grande como un yeti, con ojos azul claro y cabello rubio pálido
corto, y apostaría mi croissant de regalo a que su nombre contiene una de
esas geniales letras nórdicas. La a y la e aplastadas juntas; esa extraña o
cortada por la mitad; la gran b que en realidad son dos s apiladas una
encima de la otra. Algo que requiere mucho conocimiento de HTML para ser
escrito.

Me toma por sorpresa, eso es todo, y por un momento no estoy segura


de qué decir y solo miro hacia arriba. La mandíbula fuerte. Los ojos
hundidos. La forma en que las partes angulosas de su rostro se unen en
algo muy, muy atractivo.

Entonces me doy cuenta de que me está mirando y al instante me


vuelvo consciente de ello. Sé exactamente lo que está viendo: la camisa azul
que metí dentro de mis chinos14; el flequillo que realmente necesito recortar;
el cabello castaño hasta los hombros que también necesito recortar; y luego,
por supuesto, el croissant.

¡El croissant!

—¡Muchas gracias! —Sonrío—. No fue mi intención robarte la comida.

Ninguna respuesta.

—Podría devolverte el dinero.

Todavía no hay respuesta. Sólo esa mirada severa, germánica del


norte.

—O podría comprarte un muffin. O un bagel. Realmente no quise


interferir con tu desayuno.

Número de respuestas: cero. Intensidad de la mirada: muchos


millones. ¿Él siquiera entiende lo que…? Oh.

Ooooh.

145
14 Tipo de pantalón.
—Gra-cias —digo, muy, muy lentamente, como cuando el lado de la
familia de mi madre, el que nunca emigró a los EE. UU., intenta hablar
italiano conmigo—. Por… —Levanto el croissant frente a mi cara—, esto.
Gracias, —Señalo al vikingo—, a ti. Eres muy… —Inclino la cabeza y arrugo
la nariz felizmente—, agradable. —Él me mira aún más, pensativo. No creo
que lo entendiera—. No entiendes, ¿verdad? —murmuro para mí misma,
abatida—. Bueno, gracias de nuevo. Realmente me hiciste un favor allí. —
Levanto el croissant por última vez, como si estuviera brindando por él.
Luego me doy la vuelta y empiezo a alejarme.

—De nada. Aunque encontrarás que el croissant deja mucho que


desear.

Me giro hacia él. Rubito el Vikingo me mira con una expresión


indescifrable.

—¿A-acabas de hablar?

—Lo hice.

—¿En inglés?

—Así es, sí.

Siento que mi alma se arrastra fuera de mi cuerpo para proyectarse


astralmente en las llamas ardientes del infierno por pura vergüenza.

—Tú… no estabas diciendo nada. Antes.

Se encoge de hombros. Sus ojos son tranquilos y serios. La


envergadura de sus hombros podría fácilmente iluminarse como una meseta
en Eurasia.

—No hiciste una pregunta. —Su gramática es mejor que la mía y me


estoy marchitando por dentro.

—Pensé… Pareció… Yo… —Cierro los ojos, recordando la forma en la


que hice la mímica de la palabra agradable para él. Creo que quiero morir.
Quiero que esto termine. Sí, ha llegado mi hora—. Estoy muy agradecida.
146
—Probablemente no lo estarás, una vez que pruebes el croissant.
—No yo… —Me estremezco—. Sé que no es bueno.

—¿Lo sabes? —Cruza los brazos sobre su pecho y me da una mirada


curiosa. Lleva traje, como el 99 por ciento de los hombres que trabajan en
esta cuadra. Excepto que no se parece a cualquier otro hombre que haya
visto. Parece una versión corporativa de Thor. Como Platino Ragnarok.
Desearía que me sonriera, en lugar de solo observarme. Me sentiría menos
intimidada—. Podrías haberme engañado.

—Yo… La cosa es que realmente no quiero comerlo. Solo lo necesito


para una… para una cosa.

Su ceja se levanta.

—¿Una cosa?

—Es una larga historia. —Me rasco la nariz—. Algo vergonzoso, en


realidad.

—Ya veo. —Aprieta los labios y asiente pensativo—. ¿Más o menos


vergonzoso que tú asumiendo que no hablo inglés?

¿La muerte rápida y violenta de la que estaba hablando antes? La


necesito ahora.

—Lo siento mucho, mucho por eso. Realmente no…

—Cuidado.

Miro a mi alrededor para ver qué quiere decir justo cuando un tipo
casi me atropella con su patineta. Es una decisión difícil: entre el preciado
croissant sobre el que claramente me siento ambivalente y mi bolso, casi
pierdo el equilibrio, y ahí es donde interviene Thor Corporativo. Se mueve
mucho más rápido de lo que alguien de su tamaño debería ser capaz de
hacer y se desliza entre el chico de la patineta y yo, enderezándome con una
mano alrededor de mi bíceps.

Lo miro, casi sin aliento. Es tan imponente como una cadena


montañosa de Groenlandia, presionándome un poco contra la ventana de la
147
barbería de la esquina, y creo que me ha salvado la vida. Mi vida profesional,
por supuesto. Y ahora también mi vida vida.

Oh, mierda.

—¿Qué pasa con esta mañana? —murmuro a nadie.

—¿Estás bien?

—Sí. Quiero decir, claramente estoy en una espiral descendente de


lucha y mortificación, pero…

Mantiene sus ojos y los ángulos de su hermoso, agresivo e inusual


rostro en mí. Su expresión es grave, sin sonreír, pero por una fracción de
segundo un pensamiento pasa por mi cabeza.

Está entretenido. Me encuentra divertida.

Es una impresión fugaz. Permanece un breve momento y se disuelve


en el instante en que suelta mis bíceps. Pero creo que no me lo imaginé.
Estoy casi segura de que no lo hice, por lo que sucede a continuación.

—Creo —dice, su voz más deliciosa de lo que los croissants de Faye


podrían esperar ser—, que me gustaría escuchar esa larga y vergonzosa
historia tuya.

148
Capítulo 3

Estoy casi segura de que el ascensor se está encogiendo.

Nada dramático, de verdad. Pero calculo que cada minuto que


pasamos aquí, el ascensor se vuelve un par de milímetros más pequeño. Me
acurruco en un rincón, con los brazos alrededor de las piernas y la frente
sobre las rodillas. La última vez que levanté la vista, Erik estaba en la
esquina opuesta, luciendo bastante relajado. Piernas de una milla de largo
estiradas frente a él, bíceps del ancho de una secuoya cruzados sobre su
pecho.

Y, por supuesto, las paredes se ciernen sobre mí. Empujándonos más


y más juntos. Me estremezco y maldigo los cortes de energía. A los muros.
A Erik.

A mí misma.

—¿Tienes frío? —pregunta.

Levanto la cabeza. Estoy usando mi atuendo de trabajo habitual de


chinos y una bonita blusa. Colores sólidos y neutros. Suficientemente
profesional para ser tomada en serio; suficientemente modesto como para
convencer a los tipos que conozco en el trabajo de que mi presencia en
cualquier reunión es para evaluar la eficacia del diseño del sistema de
biofiltración y no para brindarles “algo lindo para mirar”. Ser mujer en
ingeniería puede tener toneladas y toneladas de diversión.
149
Erik, sin embargo… Erik se ve un poco diferente. Viste jeans y un
suéter oscuro y suave que se estira alrededor de su pecho, y parece inusual,
dado que en el pasado solo lo he visto en un traje. Por otra parte, solo he
visto a Erik dos veces antes, técnicamente en el mismo día.

(Es decir, si uno no cuenta las veces en el último mes que lo vislumbré
alrededor del edificio y rápidamente me di la vuelta para cambiar de
dirección. Lo cual no hago).

Aun así, no puedo evitar preguntarme si la razón por la que se ve


inusualmente informal es porque hoy temprano estaba trabajando en el
lugar. Supervisando. Consultando. Tal vez lo llamaron para dar
recomendaciones sobre el proyecto Milton, y... Sí. No voy allí.

Enderezo y cuadro mis hombros. Mi resentimiento por Erik Nowak, el


sentimiento que he estado acunando en mi bolsillo como un ratoncito
durante las últimas tres semanas, el que he estado alimentando con bilis y
sobras, despierta. Y, sinceramente, se siente bien. Familiar. Me recuerda
que a Erik realmente no le importa si tengo frío. Apuesto a que tiene motivos
ocultos para preguntar. Quizá quiera vender mis órganos. O está planeando
establecer un rincón para orinar en mi cadáver en descomposición.

—Estoy bien —digo.

—¿Estás segura? Puedo darte mi suéter.

Me lo imagino brevemente quitándoselo y entregándomelo. Lo he visto


hacerlo antes en carne y hueso, lo que significa que ni siquiera necesitaría
ser creativa. Recuerdo bien la forma en que agarró el cuello y se lo subió por
la cabeza, sus músculos se flexionaron y contrajeron, la repentina extensión
de carne pálida…

Me tendió su suéter y todavía estaba caliente. Tal vez incluso olía


como su piel, o como sus sábanas.

Wow. Wow wow wow. ¿Qué fue eso? He estado en este ascensor
durante aproximadamente nueve minutos y mi cerebro ya está
desarrollando agujeros tipo queso suizo. Agárrate fuerte, Sadie Grantham.
150
Felicidades por tu fortaleza emocional. La manera de estar excitada por una
persona realmente horrible.

—No es necesario —le digo, sacudiendo la cabeza demasiado


ansiosamente—. ¿Estás seguro de que deberíamos esperar? —pregunto—.
Solo, ¿no hacer nada y esperar?

Él asiente con calma, transmitiendo claramente que no es difícil para


él estar tranquilo en esta situación, que la idea de quedarse conmigo no le
molesta ni un poco y que, a diferencia de alguno de nosotros, no está tentado
a enterrar su cara en sus manos y llorar. Presumido.

—¿Y si gritamos? —pregunto.

—¿Gritar?

—Sí, ¿y si gritamos? Este es un edificio gigante. Alguien está obligado


a escucharnos, ¿verdad?

—¿A las once de la noche de un viernes? —Su respuesta es mucho


más amable de lo que merece mi estúpida pregunta—. ¿Mientras el ascensor
está atascado entre pisos? ¿Este ascensor?

Aparto la mirada porque es cierto. Frustrantemente cierto. Este


maldito ascensor en el que estamos está en la parte más profunda del
edificio, al lado de un pasillo por el que nadie pasaría de noche. Una
verdadera tragedia, solo eclipsada por el hecho de que también tiene la
cabina más estrecha que he visto en mi vida. Los invitados y clientes rara
vez lo usan, por lo que tiene la ventaja de ser más rápido y la desventaja de
ser pequeño.

Como: minúsculo. Sabía que era diminuto, pero no hay nada como
darse cuenta de que este podría ser el lugar donde moriré para registrar
cuán diminuto es. Si estiro los brazos, me choco con Erik. Si estiro las
piernas, me choco con Erik. Si me retuerzo en el suelo como deseo
desesperadamente, también chocaré con Erik. Qué dilema.

—¿Estás bien? —pregunta suavemente. Sus ojos también se ven


suaves. Una bola de algo que no puedo definir bien se anuda en mi pecho. 151
—Sí.

—Aquí. —Rebusca en su bolso por un momento. Luego me ofrece


algo—. Tiene un poco de agua.

No sé por qué acepto su botella de agua de la Liga de Fútbol Amateur


de Nueva York de 2019. No sé por qué mis dedos rozan los suyos por un
breve momento. Y no sé por qué, mientras bebo pequeños sorbos, me
estudia con algo que se asemeja a la preocupación.

No está realmente preocupado, porque Erik Nowak no es ese tipo de


persona. ¿El tipo de persona que realmente es? Un traidor. Un mentiroso.
Un McMansion humano consciente que solo valora su propio éxito
profesional. Un aficionado del F.C. de Copenhague, que, me complace
decirlo, es un equipo de fútbol mediocre en el mejor de los casos. Sí, dije lo
que dije.

—¿Mejor?

—Te lo dije, estoy bien. Estoy totalmente genial.

—Te ves pálida. —Su cabeza se inclina, como para observarme


mejor—. ¿Eres claustrofóbica?

—No. No lo creo. —¿Lo soy, sin embargo? Eso explicaría mucho. Las
paredes cerrándose. Esta sensación grasosa y vomitiva en mi estómago. La
forma en que me encantaría arañar este lugar porque es tan pequeño y Erik
ocupa mucho espacio dentro de mi cabeza y puedo oler su jabón y solo
quiero olvidar todo sobre él y tal vez pensé que lo había hecho pero ahora
está aquí y todo está volviendo y yo…

—Sadie. —Erik me mira como si supiera exactamente qué tipo de


espiral se está desarrollando actualmente en mi cerebro—. Toma una
respiración profunda.

—Lo sé. Estoy tomando respiraciones profundas, eso es. —O tal vez
no lo estaba. Porque ahora, con algo de aire en mis pulmones, mi cerebro
está un poco más tranquilo.

—¿Es tu primera vez?


152
Parpadeo hacia él.

—¿Respirando?

Él sonríe débilmente. Como si no le importara que vamos a morir aquí.

—Estando atrapada en un ascensor.

—Vaya. Sí. —Lo pienso por un momento—. Espera ¿no es la tuya?

—Tercera.

—¿Tercera?

Asiente.

—¿Estás… maldito, o algo?

—Veo que tus supersticiones se están volviendo fuertes —dice,


claramente bromeando, y la idea de que cree que me conoce, el hecho de que
después de todo lo que pasó se sienta autorizado a bromear conmigo…

Me pongo rígida.

Y a juzgar por su expresión, Erik se da cuenta.

—Sadie…

—Estoy bien —lo interrumpo—. Lo prometo. Pero ¿podríamos


callarnos, por favor? ¿Por un momento? —Odio lo débil que suena mi voz.

Dejo la botella de agua y escondo mi rostro entre mis rodillas. Escucho


su exhalación aguda, el silencio tenso e incómodo que cae entre nosotros, y
trato de no pensar en la última vez que estuve con él.

Cuando nunca quería dejar de hablar, ni por un segundo.

153
Capítulo 4

Tengo mi reunión de lanzamiento en una hora, una pequeña montaña


de gigabytes de archivos para revisar, y estoy bastante segura de que mis
becarios están actualmente dieciocho pisos más arriba, tratando de decidir
si los abandoné para unirme a un culto o si he sido secuestrada por un
Sasquatch urbano. Pero no puedo evitar mirar fijamente la boca del Thor
corporativo mientras me dice, con total naturalidad:

—Frente de lavado de dinero.

—¡De ninguna manera!

Se encoge de hombros. Estamos sentados uno al lado del otro en un


banco en un pequeño parque que, como resulta, está justo detrás de mi
edificio. El sol brilla, los pájaros cantan, he visto al menos tres mariposas y,
sin embargo, sigo vagamente intimidada por su tamaño. Y sus pómulos.

—Es la única explicación posible.

Muerdo mi labio, tratando de pensarlo bien.

—¿No podría Faye simplemente ser, ya sabes… ¿Una panadera


realmente mala?

—Ciertamente lo es. Su café también es cuestionable.

—Es muy parecido al líquido de frenos —concedo.


154
—Siempre pensé en el refrigerante de plasma. El caso es que ella
estaba aquí hace diez años, cuando comencé a trabajar en ese edificio, y
estará aquí mucho después de que tú y yo nos hayamos ido. A pesar de eso,
—Señala el croissant que todavía estoy agarrando. Honestamente, debería
morder la cosa y tragarla. El sudor de mi mano no lo hará más sabroso—,
no hay una razón empresarial válida para que ella siga en el negocio.

Asiento pensativamente. Él podría tener un punto.

—¿Aparte de operaciones de lavado de dinero y vínculos con el crimen


organizado?

—Precisamente. —De acuerdo, su gramática puede ser perfecta, pero


estoy empezando a captar un vago acento extranjero. Quiero hacer un millón
de preguntas al respecto, un deseo en competencia directa con mi deseo de
no parecer un bicho raro. Un objetivo elevado, ya que soy, de hecho, un
bicho raro.

—Veo tu teoría. Pero. Escúchame. —Soplo mi flequillo fuera de mis


ojos. La expresión de Erik no se mueve ni un nanómetro, pero sé que está
escuchando. Hay algo en él, como si su atención fuera algo físicamente
tangible, como si fuera bueno para ver, oír y saber—. Entonces, ¿recuerdas
cómo hablé sobre mi… problema?

—¿El de pensamiento mágico? ¿Dónde crees que tu éxito profesional


se relaciona con los artículos que comiste en el desayuno?

No puedo creer que lo admití. Dios, él ya sabe que soy un bicho raro.
Aunque, para su crédito, parece estar tomándoselo con calma.

—Está bien, escucha, sé que suena como si estuviera tontamente


agarrando los restos atávicos de la antigüedad.

—¿Suena? —Su ceja se levanta.

Podría estar sonrojándome.

—Me gusta pensar en ello como… más una forma de unirme y celebrar
las tradiciones de mis éxitos anteriores, ¿sabes? Y menos como establecer
155
una conexión causal empírica entre el color de mi ropa interior y los eventos
futuros.

—Ya veo. —La comisura de su boca se tuerce hacia arriba. Apenas,


sin embargo, todavía no una sonrisa. Tal vez no sea capaz. Tal vez tenga
una condición médica debilitante. Sonrisopatía: ahora con su propio código
ICD-10—. Entonces, ¿cuál es el color de la suerte?

—¿Qué?

—De ropa interior.

—Vaya. Um… lavanda.

Parece brevemente perplejo.

—¿Morado?

—Más o menos, sí. —Olvidé que la mayoría de los hombres no pueden


nombrar más de cinco colores—. Un poco más claro. Entre morado y rosa.
Pastel.

Él asiente lentamente, como si estuviera tratando de imaginárselo.

—Lindo —dice, y su tono es tan simple y directo como lo ha sido en


los últimos minutos. No hay absolutamente ninguna lascivia espeluznante,
como si estuviera halagando una flor o un cachorro. Mi corazón da un
vuelco, no obstante.

¿Él…? Si me viera usando mi… ¿Seguiría pensando que…?

Ay, Dios mío. ¿Qué está mal conmigo? Este pobre hombre me acaba
de dar su croissant.

—De todos modos —me apresuro a agregar—, tal vez hay mucha gente
comprando croissants de buena suerte, porque no estoy sola en mi…
pensamiento mágico, buena manera de decirlo, por cierto. Por ejemplo, mi
amiga Hannah trabaja en la NASA y dice que los ingenieros allí han tenido
rutinas complejas que involucran cacahuetes Planters y lanzamientos de
misiones durante los últimos cincuenta años. Y soy ingeniera. Básicamente, 156
estoy profesionalmente obligada a…
—¿Eres ingeniera? —Sus ojos se abren con sorpresa.

Mi corazón se hunde con la decepción. Oh, Dios. Él es uno de esos. No


puedo creer que sea uno de esos.

Frunzo el ceño y me levanto del banco, mirándolo con el ceño fruncido.

—Para tu información, en los EE. UU., el quince por ciento de la fuerza


laboral de ingeniería está compuesta por mujeres. Y ese número ha ido
aumentando constantemente, por lo que no hay necesidad de estar tan
sorprendido de que…

—No lo estoy.

Mi ceño se profundiza.

—Seguro que parecías…

—Yo también soy ingeniero, y parecía una especie de coincidencia. —


Su boca se tuerce de nuevo—. Pensé que tu pensamiento mágico podría
estar emocionado.

—Vaya. —Mis mejillas arden—. Vaya. —Wow. ¿Soy la imbécil de


Reddit? Bueno, lo eres, Sadie—. Lo siento, no quise insinuar…

—¿Dónde estudiaste? —pregunta, imperturbable, tirando de mi


muñeca hasta que me siento de nuevo. Termino un poco más cerca de él de
lo que estaba antes, pero está bien. Está bien. Siri, ¿cuántas veces puedo
humillarme por completo en el lapso de treinta minutos? ¿Infinitas, dices?
Gracias, eso es lo que pensé.

—Um, Caltech. Terminé mi doctorado el año pasado. ¿Tú?

—NYU. Obtuve mi maestría… ¿hace diez, once años?

Nos miramos el uno al otro, yo calculando su edad, él… no sé. Tal vez
él también esté calculando. Debe ser seis o siete años mayor que yo. No es
que sea de ninguna manera relevante. Solo estamos charlando. Nos iremos
por caminos separados en doce segundos.

—¿Dónde trabajas? —pregunta. 157


—GreenFrame. ¿Tú?

—ProBld.

Arrugo la nariz, reconociendo instantáneamente el nombre, tanto de


las placas en el vestíbulo de mi edificio de oficinas como de la vid de
ingeniería de Nueva York. Hay muchas firmas en esta área, y él trabaja en
mi menos favorita. La medusa grande que sigue expandiéndose al comerse
a las medusas más pequeñas. No es que sean terribles, están bien. Pero son
de la vieja escuela y no se enfocan en la sustentabilidad tanto como
nosotros. Pero tienen un representante sólido, y algunos de nuestros
clientes potenciales incluso los eligen por eso. Lo cual: bleh.

—¿Acabas de poner una cara de repulsión cuando mencioné mi


empresa?

—No. ¡No! Quiero decir, sí. Un poquito. Pero no lo dije de una manera
ofensiva. Simplemente no parecen adoptar un enfoque de sistemas
completos para la resolución de problemas cuando se trata de desafíos
ambientales… —Sus ojos brillan. ¿Se está burlando de mí? ¿Se burla Thor
Corporativo?—. Quiero decir, ahora voy más de veinte minutos tarde al
trabajo. Siendo realistas, probablemente me despedirán y terminaré
rogándoles un trabajo.

Él asiente, los labios apretados.

—Bueno. Tengo un acuerdo con los socios.

—¿Ah sí?

—Estoy seguro de que les encantaría tenerte a bordo. Desarrollar un


enfoque de sistemas completos para la resolución de problemas cuando se
trata de desafíos ambientales. —Saco la lengua, que él ignora—. ¿Qué
nombre debo dar cuando te recomiende?

—Vaya. Sadie Grantham. —Extiendo mi mano que no es la del


croissant. Él la mira por un largo momento, y de repente, inexplicablemente,
tengo un miedo terrible. Ay dios mío. ¿Y si no la acepta?
158
¿Sí, Sadie? Una voz sabia, mezquina y pragmática me susurra al oído.
¿Qué pasa si un extraño no quiere tomar tu mano? ¿Cómo lidiarás con el
impacto cero punto cero que tendrá en tu vida? Pero la voz es discutible,
porque la toma, y mi corazón galopa por lo bien que se siente su piel, sólida
y un poco áspera. Su mano se traga mis dedos, calentando mi carne y los
lindos y baratos anillos que me puse esta mañana.

—Encantado de conocerla, Dra. Grantham. —Mi respiración se


engancha. Mi corazón se derrite. He tenido mi doctorado por menos de un
año, así que todavía disfruto que me llamen doctora. Sobre todo porque
nadie lo hace nunca—. Erik Nowak.

Bueno. Nadie lo hace excepto Erik Nowak.

Erik Nowak.

—¿Puedo preguntarte algo un poco inapropiado?

Sacude la cabeza, lenta y gravemente.

—Desafortunadamente, no estoy usando ropa interior morada.

Me río.

—No es… cuando escribes tu apellido, ¿hay letras geniales y elegantes


en él? —Dejo escapar la pregunta y al instante me arrepiento. Ni siquiera
estoy segura de lo que estoy preguntando. Voy a rodar con eso, ¿supongo?

—Tiene una n. y una w. ¿Se consideran elegantes?

Realmente no. Bastante aburridas.

—Por supuesto.

Él asiente.

—¿Qué pasa con la k? Es mi carta favorita.

—Eh, sí. Esa también es elegante. —Todavía aburrido.

—Pero seguramente no la a?
159
—Uh, bueno, supongo que la a es…

Su boca está crispada. Otra vez. Me está tomando el pelo. Otra vez. Lo
odio.

—Maldito seas —digo en broma.

Está casi sonriendo.

—Sin diéresis. Sin signos diacríticos. Nada de Møller. O Kiærskou. O


Adelsköld. Aunque fui a la escuela con ellos. —Asiento, vagamente
decepcionada. Hasta que pregunta—: ¿Decepcionada? —Y luego no puedo
evitar esconderme detrás de mi croissant y reírme. Cuando termino,
definitivamente está sonriendo y dice—: Realmente deberías comer eso. O
perderás a tu cliente y el próximo cohete de la NASA explotará.

—Correcto, sí. —Arranco un trozo. Lo sostengo ante él—. ¿Quieres un


bocado? No me importa compartir.

—¿En serio? ¿No te importa compartir mi propio croissant famoso y


repugnante conmigo?

—¿Qué puedo decir? —Sonrío—. Soy un alma generosa.

Él niega con la cabeza. Y luego agrega, como si se le acabara de


ocurrir:

—Conozco un muy buen bistró francés.

Todo mi cuerpo se anima.

—¿Oh?

—También tienen una panadería.

Mi cuerpo se anima y hormiguea.

—¿Sí?

—Hacen croissants excelentes. Voy allí a menudo.


160
El sol sigue brillando, los pájaros siguen cantando, ahora he visto
cinco mariposas y… el ruido de fondo se desvanece lentamente. Miro a Erik,
estudio la forma en que la sombra de los árboles cae sobre su rostro, lo
estudio tan de cerca como él me está estudiando a mí.

En mi vida, me han invitado a tomar una copa suficientes conocidos


al azar que creo que tal vez, solo tal vez, podría saber a qué está tratando
de llegar. Y en mi vida, he querido decir no a las bebidas con cada uno de
esos conocidos al azar, por lo que he aprendido a evitar que me hagan la
pregunta. Soy buena transmitiendo desinterés e indisponibilidad. Muy muy
buena.

Y sin embargo, aquí estoy.

En un banco de Nueva York.

Agarrando un croissant.

Aguantando la respiración y… ¿esperando?

Pregúntame, pienso hacia él. Porque quiero probar ese bistró francés
que tú conoces. Contigo. Y hablar más sobre el lavado de dinero y un enfoque
de sistemas completos para la ingeniería ambiental y la ropa interior morada
que en realidad es lavanda.

Pregúntame, Erik Nowak. Pregúntame, pregúntame, pregúntame.


Pregúnteme.

Hay autos en la distancia, gente riéndose y correos electrónicos


amontonándose en mi bandeja de entrada, dieciocho pisos por encima de
nosotros. Pero mis ojos sostienen los de Erik por un largo y prolongado
momento, y cuando me sonríe, noto que sus ojos son tan azules como el
cielo.

161
Capítulo 5

De acuerdo con la placa sobre la consola de selección de piso (que,


por cierto, no incluye un botón de emergencia; estoy escribiendo
mentalmente un correo electrónico redactado enérgicamente que
probablemente nunca se enviará), el elevador tiene una capacidad de 1,400
libras. El interior, calculo, tiene unos quince pies cuadrados, catorce de los
cuales están ocupados por Erik. (Como de costumbre: gracias, Erik). Se
instaló un pasamanos de acero inoxidable en el lado más interno, y las
paredes son bastante bonitas, esmalte horneado blanco o algún material
similar que tal vez delata la antigüedad del compartimento, pero oye, es
mejor que espejos. Odio los espejos en los ascensores, y los odiaría más en
este ascensor. Sería tres veces más difícil de lo que ya es evitar vislumbrar
a Erik.

En el techo, entre las dos luces empotradas de bajo consumo


(¿espero?) que actualmente están apagadas, noté un gran panel de metal. Y
eso es lo que he estado mirando durante el último minuto más o menos. No
soy una experta en ascensores, pero estoy casi segura de que es la salida de
emergencia.

Desde mi punto de vista de metro cincuenta y dos, Erik está en algún


lugar entre metro noventa y dos metros. Con base en eso, calculo que el
compartimento mide unos dos metros de altura. Demasiado alto para
alcanzarlo por mi cuenta y demasiado alejado de la pared para usar el
pasamanos como punto de escalada. Pero. Pero estoy segura de que Erik
podría levantarme fácilmente. Quiero decir, lo ha hecho antes. En varias
162
ocasiones, en el lapso de las veinticuatro horas que pasamos juntos. Como
cuando nos dio hambre a mitad de la noche: me levantó como si fuera un
gatito de cuatro libras, me depositó en el mostrador de su cocina mientras
yo jadeaba con asombro ante su hermoso refrigerador lleno en exceso, y
luego procedió a inspeccionar una extensa serie de sobras chinas antes de
compartirlas conmigo. Sin mencionar esa otra vez, cuando estábamos en su
ducha y él puso una mano debajo de mi trasero para empujarme contra la
pared y…

El punto es: él podría ayudarme a alcanzar el panel. Podría


desalojarlo, salir del compartimento y, si estamos lo suficientemente cerca
del piso superior, podría abrir las puertas y sacarme. En ese momento, sería
libre. Libre para ir a casa y alimentar a Ozzy, quien sin duda está silbando
con todo su corazón como siempre lo hace cuando no ha comido en más de
dos horas. Me miraría como si fuera una horrible madre roedor, pero luego
aceptaría a regañadientes mi palito de zanahoria y se acurrucaría en mi
regazo. Y por supuesto, cuando mi teléfono tenga cobertura, pediré ayuda
para que alguien venga a encargarse de Erik. Pero no me quedaría para verlo
salir, porque ya he tenido un montón de...

—No.

Me sobresalto y miro a Erik. Todavía está en la esquina opuesta a la


mía, dándome una mirada fija.

—¿No qué?

—No va a suceder.

—Ni siquiera sabes qué…

—No vas a salir por la salida de emergencia.

Casi retrocedo, porque a pesar de mis tendencias de pensamiento


mágico, soy consciente de que leer la mente no es realmente algo que exista.
Por otra parte, también soy consciente de que esta no es la primera vez que
Erik parece saber exactamente lo que está pasando en mi cabeza. Fue
bastante bueno en eso durante nuestra cena juntos. Y luego más tarde,
claro. En la cama. 163
Pero en esta casa (es decir, mi cerebro) no lo reconocemos.

—Bueno —le digo—, eres mucho más grande y más pesado. Así que
tú no puedes hacerlo. —Además, no estoy segura de confiar en él para no
dejarme aquí. He confiado en él antes y lo he lamentado mucho.

—Tú tampoco, porque yo no te voy a dejar.

Arrugo la frente.

—Podría ser capaz de llegar a la salida por mí misma. En cuyo caso


técnicamente no tienes que dejarme.

—Si eso sucede, voy a impedir físicamente que lo hagas.

Lo odio. Mucho.

—Escucha, ¿y si nos quedamos atrapados aquí durante días? ¿Qué


pasa si salir es nuestra única oportunidad?

—No hay nada que sugiera que el ascensor no volverá a funcionar en


el momento en que se resuelva el corte de energía. Llevamos aquí unos
treinta minutos, que no es nada, teniendo en cuenta que el equipo de
reparación probablemente esté trabajando en la red para arreglar un apagón
en toda la manzana. Sin mencionar lo increíblemente peligroso que sería lo
que estás proponiendo.

Él tiene razón. Estoy siendo impaciente e irracional. Lo que me pone


nerviosa.

—Yo… solo para mí.

Su rostro se convierte en piedra.

—¿Solo para ti?

—Estarías a salvo aquí. Solo tendrías que esperar a que llame a ayuda,
y…

—¿Crees que yo estaría bien si te pusieras en peligro? —Como


referencia, Erik no es exactamente un tipo cálido y agradable, pero no tenía 164
idea de que pudiera sonar así. Engañosamente tranquilo, pero furiosa y
heladamente lívido. Se inclina hacia adelante como para mirarme mejor, y
su mano se estira para cerrarse alrededor del pasamanos, con los nudillos
estirados y blancos. Tengo una breve visión de él partiéndolo en dos.

Su ira, por supuesto, me da FOMO15 de ira y me enfada igual. Así que


también me inclino hacia adelante.

—No veo por qué no.

—¿En serio, Sadie? ¿No ves por qué no? No entiendes por qué no
estaría bien dejarte, de entre todas las personas… —Aparta la mirada
bruscamente, con la mandíbula tensa y un músculo palpitando en la mejilla.
Su cabello, me doy cuenta, es más corto que cuando lo toqué. Y creo que él
podría haber perdido un poco de peso. Y no puedo, realmente no puedo
soportar lo guapo que es—. ¿Realmente preferirías hacer algo tan idiota e
imprudente que estar aquí conmigo por unos minutos más? —pregunta,
volviéndose hacia mí, su voz helada y tranquila de nuevo.

Por supuesto que no, casi suelto. No soy una chica de película de terror
que no llega al final y que sigue el cartel de MUERTE AQUÍ solo para quedar
estupefacta cuando un asesino con hacha le corta la pierna. Usualmente
soy una persona responsable y sensata, usualmente siendo ser la palabra
clave, porque en este momento estoy un poco tentada de encontrarme con
el amoroso pecho de un asesino en serie que empuña un hacha.
Racionalmente, sé que Erik tiene razón: no estaremos atrapados aquí por
mucho tiempo, y alguien vendrá a buscarnos. Pero luego recuerdo lo
traicionada y decepcionada que me sentí en los días posteriores a lo que
hizo. Recuerdo llorar al teléfono con Mara. Llorar al teléfono con Hannah.
Llorar al teléfono con Mara y Hannah.

Estar aquí con él parece tan imprudente como cualquier otra cosa,
sinceramente. Así es como me encuentro encogiéndome de hombros y
diciendo:

15FOMO: patología psicológica descrita como «una aprensión generalizada de que otros
podrían estar teniendo experiencias gratificantes de las cuales uno está ausente». Este tipo
de ansiedad social se caracteriza por «un deseo de estar continuamente conectado con lo
165
que otros están haciendo».
—Más o menos, sí.

Espero que Erik se enfade de nuevo. Que me diga que estoy siendo
tonta. Que haga uno de esos chistes secos suyos que siempre me hacían
reír. En lugar de eso, me toma por sorpresa: aparta la mirada con aire de
culpabilidad. Luego se presiona los ojos con el índice y el pulgar, como si de
repente estuviera abrumadoramente exhausto, y murmura en voz baja:

—Mierda, Sadie. Lo siento.

166
Capítulo 6

Tengo una suma total de cero rituales supersticiosos centrados en las


citas.

Y juro que no digo esto para presumir. Hay una simple razón por la
que no me he convencido de que necesite tomar un Capri Sun o hacer siete
saltos de tijera antes de salir con alguien, y esa es que no tengo citas. Jamás.
Solía tenerlas, por supuesto. Hace tiempo. Con Oscar, el Amor de Mi Vida.

Como a menudo comenta Hannah, es un poco erróneo que me refiera


como el “Amor de Mi Vida” al tipo que conoció a otra mujer en un retiro de
vinculación corporativa de ciencia de datos y que me llamó dos semanas
después llorando para decirme que se estaba enamorando de ella. Y lo juro,
entiendo la ironía. Pero Oscar y yo éramos viejos conocidos. Me dio mi
primer beso (con lengua) cuando éramos estudiantes de segundo año en la
escuela secundaria. Fue mi cita para el baile de graduación, la primera
persona que no pertenecía a mi familia con la que fui de vacaciones, a quien
le lloré en el hombro cuando lo aceptaron en la escuela de sus sueños en el
Medio Oeste, exactamente a siete estados de distancia de mí.

De hecho, logramos que funcionara bastante bien durante los cuatro


años de la universidad estando a gran distancia. Y pasamos los veranos
juntos, excepto cuando yo tenía pasantías, que sucedió… bueno, sí, todos
los veranos excepto el penúltimo año, y tuve clases de entrenamiento de
codificación en UCSB entonces, por lo que… sí, todos los veranos. Así que,
tal vez, no hubo veranos juntos, pero terminé con un currículum genial, y 167
eso estaba bien. Muy bien, incluso.
Cuando nos graduamos de la universidad, a Oscar le ofrecieron un
trabajo en Portland, e iba a seguirlo y encontrar algo allí, pero me interesé
en el programa de doctorado de Caltech, que era una oportunidad
demasiado buena para dejarla pasar. En verdad pensé que podríamos tener
una relación a larga distancia cinco años más, porque Oscar era un gran
sujeto y muy, muy paciente y comprensivo, hasta el comienzo de mi tercer
año. Hasta el día que se conectó por FaceTime, llorando porque había
conocido a otra persona y no tenía más remedio que romper conmigo.

Lloré. Acosé a su nueva novia por Instagram. Comí mi peso en gelato


Talenti (trufa de caramelo salado, parfait de vainilla y zarzamora, y, en una
noche particularmente vergonzosa, sorbete de mango derretido en una olla
de Midori sour; estoy llena de arrepentimientos). Me corté el cabello corto, a
lo que mi peluquero denominó el corte bob más largo en la historia de los
bobs. No podía soportar estar sola, así que dormí en la cama de Mara por
una semana, porque Hannah da muchas vueltas y estoy bastante segura de
que cambió las sábanas dos veces en los cinco años que vivimos juntas. Por
unos diez días, tuve el corazón completa y totalmente roto. Y luego…

Entonces me encontraba más o menos bien.

En verdad, teniendo en cuenta que Oscar y yo habíamos estado juntos


por casi una década, mi reacción al ver que rompimos unilateralmente fue
nada más que milagrosa. Me fue excelente en todas mis clases y mi trabajo
de laboratorio, pasé el verano recorriendo Europa en tren con Mara y
Hannah, y un par de meses más tarde, me sorprendí al darme cuenta al no
haber revisado el Twitter de la novia de Oscar en semanas. Uh.

—¿Puede que no se haya tratado de amor verdadero? —me encontré


preguntando a mis amigas sobre Midori sour (sin sorbete de mango; para
entonces había recuperado mi dignidad).

—Creo que hay muchos tipos de amor —dijo Hannah. Estaba


acurrucada a mi lado en nuestro reservado favorito en Joe’s, el bar de
estudiantes de posgrado más cercano a nuestro apartamento—. ¿Quizás el
tuyo con Oscar se parecía más a la variedad de hermanos que a algo
parecido a una relación apasionada entre almas gemelas? Y siguen en
168
contacto. Sabes que aún se quieren como amigos, por lo que tu cerebro sabe
que no hay necesidad de llorarlo.

—Pero al principio estaba en verdad, en verdad devastada.

—Bueno, no quiero hacer de psicoanalista de pacotilla…

—Sin ninguna duda quieres analizarme.

Hannah sonrió, complacida.

—De acuerdo, si insistes. Me pregunto si quizás te devastó más la idea


de perder tu puerto seguro, la persona que estuvo ahí para ti desde que
fueron niños y prometió estar ahí para ti por siempre, que la idea de perder
al mismo Oscar. ¿Pude que fuera una especie de muleta?

—No lo sé. —Toqué mi cereza de decoración—. Me gustaba ser su


novia. Él estaba… allí, ¿sabes? Y cuando estábamos separados lo extrañaba,
pero no mucho. Era… sencillo, supongo.

—¿Puede que fuera demasiado sencillo? —preguntó Mara antes de


robarme la lima.

He meditado su pregunta desde entonces.

Pero no ha habido nadie después de Oscar. Lo que significa que


técnicamente aún conserva el título de Amor de Mi Vida, incluso si hace dos
meses recibí una invitación para su boda, una pista bastante notoria de que
no soy el Amor de la Suya. Supongo que podría haber salido más,
especialmente en la escuela de posgrado. Podría haberme esforzado más.
“Cuando una puerta se cierra, otra se abre” dirían Hannah y Mara. “Ahora
puedes tener citas. Te perdiste de tantos sujetos sexys en los últimos años,
¿recuerdas al chico que conocimos en Tucson? ¿O el que siempre te invita
a salir en las convenciones? Oh, Dios mío, ¿el chico de fluidodinámica que
claramente estaba enamorado de ti? ¡Deberías darle una oportunidad!”.

Por supuesto, cada vez que surge el tema de mi vida amorosa, y


porque darle largas al asunto es una parte sacrosanta del acuerdo de
amistad, nunca dudo en señalar que, aunque tanto Hannah como Mara han
sido solteras la mayor parte desde que comenzaron la escuela de posgrado,
169
apenas aprovechan sus increíbles oportunidades de citas. Por lo general,
termina con Mara murmurando a la defensiva que está ocupada, y Hannah
rebatiendo que se está tomando un tiempo a eso de ligar con la gente, porque
sus dos últimos compañeros de cama fueron ¿Puedo Acabar en tu Cabello?
y Cráneo Humano en la Mesita de Noche, Chica, y le quitarían a cualquiera
las ganas de tener sexo. Por lo general, termina con nosotras decidiendo
colectivamente que ninguna relación podría competir con nuestros trabajos,
conejillos de indias o… ¿Netflix, quizás? Si la idea de mirar planos me parece
más atractiva que ligar en un club (lo que sea que eso signifique; ¿qué es
un club, en realidad?), entonces tal vez debería pasar el tiempo con los
planos. No es que las cosas no puedan cambiar, ya que Mara ahora está
vergonzosa y estupendamente enamorada de su Antiguo Imbécil Compañero
de Casa.

Quizás los planos y yo demos el sí en el registro civil. ¿Quién sabe?

Pero bueno. Todo esto para decir: realmente no he tenido muchas


citas, que es la única razón por la que no he desarrollado hábitos extraños
y ritualistas en torno al proceso. O no lo había hecho. Hasta ahora.

Porque estoy a unos quince minutos de entrada la noche, y pienso que


tendré que conservar estos jeans negros por el resto de mi vida. ¿El suéter
verde ligero que me puse? No puedo deshacerme de él. Jamás. Este se ha
convertido en mi atuendo de citas de la suerte. Porque en cuanto nos
sentamos en el bistró, donde todo huele delicioso y nuestra estrecha mesa
junto a la ventana tiene la suculenta más linda en su centro, suena el
teléfono de Erik.

—Lo siento. Lo silenciaré. —Lo hace, pero no sin antes poner los ojos
en blanco. Lo cual está tan lejos de su onda estoica y desconcertada
habitual, que no puedo evitar estallar en carcajadas—. Por favor, no te
burles de mi dolor —dice inexpresivo, tomando asiento frente al mío. No
estoy segura de cómo, pero sé que está bromeando. Tal vez estoy
desarrollando poderes telepáticos.

—¿Trabajo? —pregunto.

—Ojalá fuera eso. —Niega con la cabeza, resignado—. Cosas mucho 170
más importantes.
Oh. Tal vez no bromeaba.

—¿Está todo bien?

—No. —Desliza su teléfono en su bolsillo y se reclina en su asiento—.


Mi hermano me envió un mensaje diciendo que mi equipo de fútbol acaba
de intercambiar a uno de nuestros mejores jugadores. Nunca volveremos a
ganar un juego.

Sonrío en mi agua. Realmente nunca me gustó mucho el fútbol


americano. Parece un poco aburrido, un grupo de tipos demasiado grandes
parados con hombreras de los 80 y golpeando sus cabezas hacia la
encefalopatía traumática crónica, pero soy una demente cuando se trata del
fútbol para juzgar a los fanáticos de otros deportes. Quizás Erik solía jugar.
Supongo que es lo bastante grande.

—Entonces, en verdad deberían invertir en ropa interior de la suerte.

Me da una mirada persistente.

—Morada.

—Lavanda.

—Cierto. Sí. —Aparta la mirada y creo que esto es agradable. Estoy


sentada frente a alguien que no es Oscar, y no me siento demasiado nerviosa
ni mucho más rara de lo habitual. A pesar de que es un rubio con una
montaña de músculos de acero, es sorprendentemente fácil estar cerca de
Erik.

—¿Cuál es tu equipo? ¿Los Giants? ¿Los Jets?

Niega con la cabeza.

—No es ese tipo de fútbol.

Ladeo mi cabeza.

—¿Es como una liga menor?

—No, es el fútbol europeo. Soccer, lo llamarías. Pero no necesitamos 171


hablar de…
Casi suelto un escupitajo.

—¿Sigues el fútbol?

—Una cantidad digna de intervención, según mi familia y amigos. Pero


no te preocupes, tengo otros temas de conversación. Como pasteles. O la
implementación práctica de la tecnología de fábrica inteligente. O… eso es
todo.

—¡No! No, yo… —Ni siquiera sé por dónde empezar—. Amo el futbol.
En verdad, amo amo. Me quedo despierta hasta horas ridículas para ver los
partidos de Europa. Mis padres siempre me regalan camisetas elegantes
para mi cumpleaños porque ese es, literalmente, mi único interés. Fui a la
universidad con una beca de fútbol.

Frunce el ceño.

—También yo.

—De ninguna manera. —Nos miramos mutuamente durante un largo


momento, un millón y una palabras se cruzan a través del contacto visual.
Imposible. Asombroso. ¿En serio? ¿De verdad, de verdad?—. ¿Solías jugar?

—Todavía juego. En su mayoría, los martes por la noche y fines de


semana. Hay muchos clubes de aficionados aquí.

—¡Lo sé! Los miércoles voy a este gimnasio cerca de mi casa y… El


fútbol fue mi primera opción profesional. El doctorado en ingeniería
definitivamente fue mi plan B. En verdad, en verdad deseaba ser una
profesional.

—¿Pero?

—No era lo bastante buena.

Asiente.

—Me hubiera encantado ser profesional también.

—¿Qué te detuvo?
172
Se ríe entre dientes. Suena como un abrazo.
—No fui lo bastante bueno.

Me río.

—Entonces, ¿cuál es tu equipo y a quién cambiaron?

—F.C. Copenhague. Y se deshicieron de…

—No digas Halvorsen.

Cierra los ojos.

—Halvorsen.

Hago una mueca.

—Sí, nunca van a ganar otro juego, ni por toda la ropa interior morada
del mundo. Pero no iban a ganar mucho con él, de todos modos.
Sinceramente, necesitan un mejor entrenador. Sin ofender.

—Ofende mucho. —Tiene una expresión de enfado.

—¿También sigues el fútbol femenino? —pregunto.

Asiente.

—Orgulloso partidario de OL Reign desde 2012.

—¡También yo! —Sonrío—. Así que no siempre tienes mal gusto.

—¿Cuál es tu equipo masculino? —Una linda y encantadora línea


vertical apareció entre sus cejas.

Apoyo mi barbilla en mis manos.

—Adivina. Te daré tres intentos.

—Sinceramente, puedo aceptar a cualquier club menos al Real


Madrid.

Sigo con las manos en la barbilla, imperturbable.

—Es el Real Madrid, ¿no? 173


—Sí.

—Indignante.

—Solo tienes celos porque podemos permitirnos comprar jugadores


decentes.

—Claro. —Suspira y me entrega uno de los menús que ni siquiera


noté que dejó el mesero—. Voy a necesitar comida para esta conversación.
Y tú también.

Pasamos el resto de la noche discutiendo, y es… fantástico. Lo mejor.


Sospecho que la comida es tan buena como prometió, pero no presto mucha
atención, porque Erik tiene opiniones increíblemente incorrectas sobre la
forma en que Orlando Pride está usando a Alex Morgan y sobre la trayectoria
de Liverpool en la Premier League, y debo dedicar todos mis esfuerzos para
disuadirlo de ellos.

Fallo. Mantiene sus ideas equivocadas y se abre paso


sistemáticamente a través del pan, luego un aperitivo, luego un plato
principal, como un hombre que está acostumbrado a consumir
cómodamente siete comidas grandes al día. Al final, cuando nuestros platos
están limpios y estoy demasiado llena para discutir con él sobre las reglas
de sanciones de fuera de juego, ambos nos recostamos en nuestras sillas y
nos quedamos en silencio por un momento.

Sonrío. Él… no sonríe, pero cerca, y eso me hace sonreír aún más.

Creo que esto podría haber sido lo más divertido que lo he pasado en
años. Está bien, falso: sé que lo es.

—Por cierto, ¿cómo te fue? —pregunta en voz baja.

—¿Qué?

—Tu discurso.

—Vaya. Bien, creo.

—¿Gracias al croissant de Faye? 174


Sonrío.

—Indudablemente. Y mi ropa interior lavanda.

Baja los ojos y se aclara la garganta.

—¿Quién es el cliente?

—Una cooperativa. Van a construir un centro recreativo en Nueva


Jersey y buscan consultores. Es una segunda ubicación para ellos, por lo
que compraron una vieja tienda de comestibles para convertirla en una
especie de gimnasio. Están buscando a alguien que les ayude a diseñarlo.

—¿Tú?

—Y mi jefa, sí. Aunque dos de sus hijos han tenido cólicos, así que
por ahora sobre todo yo.

—¿Qué les has dicho?

—Les hablé de mis planes para la independencia energética, los


estándares de construcción ecológica, la gestión inteligente del agua y la
reducción al mínimo de los productos químicos de los gases de escape…
Esas cosas. Iban por un borde verde, dijeron.

—¿Y cuáles son tus planes?

Vacilo. Realmente no quiero aburrir a Erik, y he recibido comentarios


de… literalmente todos que cuando empiezo a hablar de cosas de ingeniería,
me extiendo demasiado. Pero Erik parece más que un poco interesado, y
aunque parloteo sobre las materias primas, los límites federales y la
evaluación del ciclo de vida durante más de diez minutos, su atención nunca
parece vacilar. Simplemente asiente pensativamente, como si estuviera
archivando la información, y hace muchas preguntas ingeniosas.

—Entonces, ¿conseguiste el proyecto?

Me encojo de hombros.

—Se reunirán con alguien más mañana, así que aún no lo sé. Pero
dijeron que hasta ahora somos su primera opción, así que soy optimista. 175
Erik no responde. En lugar de eso, solo me estudia, serio, atento,
como si fuera un modelo particularmente intrigante. ¿Me hace sentir
incómoda? No lo sé. Debería. Estoy saliendo con un chico. Por primera vez
en un millón de años. Y él está mirando fijamente. Puaj, ¿verdad? Pero… No
me importa.

Sobre todo, me pregunto si le gusta lo que ve, que es un poco diferente.


Siento, a veces, que he perdido el hábito de preguntarme si estoy bastante
a favor de agonizar por otras cualidades. ¿Parezco profesional? ¿Inteligente?
¿Organizada? ¿Alguien a quien se debe tomar en serio, sea lo que sea que
eso signifique? En general, encuentro repulsiva la idea de que los hombres
comenten sobre mi atractivo, favorable o no. Pero esta noche, ahora
mismo… la posibilidad de que Erik pueda encontrarme hermosa se desata
cálidamente en la base de mi estómago.

Y luego se congela cuando considero que podría estar mirando


fijamente por la razón opuesta. ¿Podría estar mirando por la razón opuesta?
Bueno. Esto es… no. Tengo que dejar de reflexionar.

—¿Qué piensas? —pregunto.

Suelta una carcajada.

—Solo me preguntaba algo.

—¿Qué?

Tamborilea con sus dedos sobre la mesa.

—Si quieres un trabajo.

—Oh, todavía tengo uno. A pesar de mis esfuerzos esta mañana, en


realidad, no me despidieron.

—Lo sé. Y esto es muy inapropiado, lo sé. Pero me encantaría robarte.

—Ah. Yo… —De repente, siento calor y un extraño hormigueo—. Me


gusta mi trabajo. Paga bien. Y mi jefa es genial.

—Te pagaré más. Menciona un número. 176


—Yo… ¿qué?

—Y si hay algo que no te gusta de tu trabajo actual, estaría feliz de


llegar a un acuerdo sobre tus deberes. Estoy muy abierto a negociar.

—Espera… ¿tú?

—ProBld —corrige.

Frunzo el ceño. Habla de ProBld como si tuviera mucho que decir en


sus elecciones administrativas, y me pregunto si tiene un puesto gerencial.
Eso explicaría el traje. Y el hecho de que claramente vino a cenar
directamente del trabajo, a pesar de que nos conocimos a las ocho. Lleva la
misma ropa que esta mañana, aunque sin corbata ni chaqueta, y la camisa
arremangada hasta los antebrazos. Que se ven fuertes y extrañamente
masculinos, y he estado tratando de no mirarlos mucho. Estoy a punto de
preguntar cuál es exactamente la descripción de su trabajo, pero me
distraigo cuando el mesero trae la cuenta y se la entrega a Erik. Quien la
acepta fácilmente.

¿Va a pagar? Supongo que va a pagar. ¿Debo insistir cortésmente en


que la dividamos? ¿Debo insistir groseramente en que la dividamos? ¿Debo
ofrecer pagar por los dos? Compró el croissant esta mañana. ¿Cómo se cena
en compañía? No tengo ni idea.

—Gracias —dice el mesero antes de irse—. Siempre es un placer verte,


Erik.

—Vienes mucho aquí —le digo.

Se encoge de hombros, deslizando su tarjeta de crédito dentro del


libro. Bueno. El barco que paga ha zarpado. Mierda.

—Con grandes clientes, en su mayoría.

—Entonces, ¿no es tu lugar de cita predeterminado? —La pregunta


surge antes de que pueda girar las palabras en mi cabeza. Lo que significa
que no me doy cuenta de sus implicaciones hasta mucho después de que
persiste entre nosotros. Erik está mirando fijamente, otra vez, y de repente
estoy nerviosa—. No sé si… si no… No quise decir que esta sea una cita.
177
Su ceja se levanta.

—Quiero decir, tal vez solo querías… como amigos, y…

La ceja se eleva más.

Me aclaro la garganta.

—Yo… ¿Esto es una cita? —pregunto, mi voz pequeña,


repentinamente insegura.

—No lo sé —dice con cuidado, después de reflexionar por un segundo.

—Tal vez no lo sea. Yo… —No quería que fuera raro. Tal vez solo
piensas que soy una buena chica y deseabas a alguien con quien cenar y
entendí mal la situación y lo siento mucho. Es solo que creo que me gustas
mucho. ¿Más de lo que recuerdo que me gustara alguien? Es posible que haya
proyectado y…

El camarero viene a recoger la cuenta, lo que interrumpe mi espiral y


me da la oportunidad de respirar hondo. Está todo bien. Entonces, quizás,
no se trató de una cita. Está bien. Fue divertido, de todos modos. Buena
comida. Buena charla de fútbol. Hice un amigo.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Levanto la vista del retorcimiento de manos que se está produciendo


actualmente en mi regazo. ¿Es si soy una acosadora necesitada y peligrosa?

—Eh, claro.

—No sé si esto es una cita —dice, serio—, pero si no lo es, ¿irás a una
conmigo?

Sonrío tan ampliamente que casi me duelen las mejillas.

178
El helado de pistacho se derrite en mi cono mientras explico por qué
Neuer es mucho mejor portero de lo que parece. Caminamos alrededor de
Tribeca uno al lado del otro sin tocarnos ni una sola vez, cuadra tras cuadra
tras cuadra, el aire de la noche es agradable y las luces borrosas. Mis
zapatos no son nuevos, pero puedo sentir una desagradable ampolla
formándose lentamente en mi talón. No importa, porque no quiero parar.

Erik tampoco, no lo creo. Cada pocas palabras inclino el cuello para


mirarlo, y es tan guapo con la camisa de mangas largas y pantalones, tan
guapo cuando sacude la cabeza por algo que dije, tan guapo cuando
gesticula con sus grandes manos para describir una obra de teatro, tan
guapo cuando casi sonríe y le salen arruguitas en las comisuras de los ojos,
tan guapo que a veces lo siento, físicamente, visceralmente. Mi pulso se
acelera y no puedo respirar y empiezo a pensar en cosas desconcertantes.
Cosas como después. Lo escucho explicar por qué Neuer es un portero
increíblemente sobrevalorado y me río, amando genuinamente cada minuto.

En la heladería no pidió nada. Porque, dice, «no me gusta comer cosas


frías».

—Vaya. Esa podría ser la cosa menos danesa que he escuchado.

Debe ser una fibra sensible, porque entrecierra los ojos.

—Recuérdame que nunca te presente a mis hermanos.

—¿Por qué?

—No querría que formasen ninguna alianza.

—Ja. Así que eres un danés notoriamente malo. ¿También odias a


ABBA?

Parece brevemente confundido. Entonces su expresión se aclara.

—Son suecos.

—¿Qué hay de los tulipanes? ¿Odias los tulipanes?

—Eso sería Holanda.


179
—Maldita sea.

—No obstante, muy cerca. ¿Quieres intentarlo de nuevo? La tercera


es la vencida.

Lo miro con intensidad, lamiendo lo que queda del pegajoso pistacho


de mis dedos. Mira mi boca y luego aparta la mirada, a sus pies. Quiero
preguntarle qué le pasa, pero el dueño de la cafetería de la esquina sale a
buscar su letrero en la acera y me doy cuenta de algo.

Ya es tarde.

Muy tarde. En verdad tarde. Tarde como al final de la noche. Estamos


parados uno frente al otro en una acera, más de doce horas después de
conocernos por primera vez en… otra acera; Erik probablemente quiera irse
a casa. Y probablemente quiero estar con él un poco más.

—¿Qué tren tomas? —pregunto.

—En realidad, conduje.

Niego con la cabeza, desaprobándolo.

—¿Quién conduce en Nueva York?

—Personas que tienen que visitar sitios de construcción en todo el


triestado. Te llevaré a casa —ofrece, y sonrío.

—Genios. Genios amables que dan paseos. ¿Dónde estás estacionado?

Señala algún lugar detrás de mí y asiento, sabiendo que debería


darme la vuelta y empezar a caminar a su lado de nuevo. Pero parece que
estamos un poco atascados en este aquí y este ahora. De pie uno frente al
otro. Arraigados al suelo.

—Me divertí esta noche —digo.

No responde.

—Aunque nos olvidamos de comprar croissants en el bistró.

Aún sin respuesta.


180
—Y estoy muy tentada de comprarte una figura de cartón de tamaño
natural de Neuer y… Erik, ¿sigues haciendo eso de no hablar porque
técnicamente no te estoy haciendo una pregunta?

Se ríe en silencio y mi respiración se acelera en mi pecho.

—¿Dónde vives? —pregunta suavemente.

—En los confines más lejanos de Staten Island —miento.

Se supone que es mi venganza, pero se limita a decir:

—Bien.

—¿Bien?

—Bien.

Frunzo el ceño.

—Es un peaje de diecisiete dólares, amigo mío.

Se encoge de hombros.

—En un sentido, Erik.

—Está bien.

—¿Cómo está bien?

Se encoge de hombros de nuevo.

—Al menos tomará un tiempo llegar allí.

Mi corazón se detiene un latido. Y luego otro. Y luego todos laten a la


vez, un lío de golpes superpuestos, un pequeño animal salvaje enjaulado en
mi pecho, tratando de escapar.

No tengo idea de lo que estoy haciendo aquí. Ni idea. Pero Erik está
parado justo frente a mí, la farola brilla suavemente detrás de su cabeza, la
cálida brisa primaveral sopla suavemente entre nosotros, y algo hace clic
dentro de mí. 181
Sí. Bueno.

—De hecho —digo, y aunque mis mejillas están ardiendo, aunque no


puedo mirarlo a los ojos, aunque estoy moviéndome sobre mis pies y
pensando en huir, este es el momento más valiente de mi vida. Más valiente
que mudarme aquí sin Mara y Hannah. Más valiente que la vez que me
adelanté a esa mediocampista de la UCLA. Simplemente valiente—. De
hecho, si no te importa, prefiero saltarme Staten Island e ir a tu casa.

Me estudia durante un largo momento, y me pregunto si tal vez no


puede creer lo que acabo de decir, si su cerebro también está luchando por
ponerse al día, si tal vez esto le parece tan extraordinario como a mí.
Entonces asiente una vez, decidido.

—Muy bien —dice.

Antes de que empecemos a caminar, veo que su garganta se mueve al


tragar saliva.

182
Capítulo 7

En teoría, debería estar satisfecha.

Después de semanas de una ira intensa, a veces asesina, a menudo


deprimida, finalmente le dije a Erik que prefería arriesgarme y caerme por
el hueco de un ascensor, al estilo del emperador Palpatine en El retorno del
Jedi, que pasar un minuto más con él. Le dije, y por la forma en que sus
labios se apretaron, realmente odiaba escucharlo. Ahora tiene los ojos
cerrados y apoya la cabeza contra la pared. Lo cual, dados sus reservados
genes nórdicos, es probablemente el equivalente a una persona normal que
se pone de rodillas y grita de dolor.

Bien. Observo la línea de su mandíbula y la columna de su garganta,


me abstengo de recordar lo divertido que fue morder su piel áspera y sin
afeitar, y pienso, un poco salvajemente, Bien. Es bueno que se sienta mal
por lo que ha hecho, porque lo que hizo estuvo mal.

Realmente debería estar complacida. Y lo estoy, excepto por esta


sensación pesada y retorcida en el fondo de mi estómago, que no reconozco
de inmediato, pero me hace pensar en algo que Mara me dijo la noche
después de mi noche en casa de Erik. El extremo de la llamada de Hannah
se había perdido, presumiblemente cuando un carámbano que cayó cortó
cualquier cable de Internet que conecta a Noruega con el resto del mundo,
y estábamos solo nosotras dos en la línea.

—Él trató de llamarme —le dije—. Y me envió un mensaje de texto


183
preguntándome si podíamos cenar esta noche. Como si nada hubiera
pasado. Como si fuera demasiado estúpida para darme cuenta de lo que
hizo.

—La maldita audacia. —Mara estaba indignada, sus mejillas rojas de


ira, casi tan brillantes como su cabello—. ¿Quieres hablar con él?

—Yo… —Me sequé las lágrimas con el dorso de la mano—. No. No sé.

—Podrías gritarle. Llamarlo imbécil. ¿Amenazarlo con una demanda,


tal vez? ¿Es ilegal lo que hizo? Si es así, Liam es abogado. Él te representará
gratis.

—¿No hace cosas extrañas de corporación fiscal?

—Eh. Estoy segura de que la ley es la ley.

Me reí húmedamente.

—¿No deberías preguntarle primero?

—No te preocupes, parece ser físicamente incapaz de decirme que no.


La semana pasada me dejó colgar campanas de viento en el porche. La
pregunta es, ¿quieres hablar con Erik? ¿O preferirías olvidarte de él y fingir
que nunca existió?

—Yo… —Pensé en haber estado con él la noche anterior. Y luego, más


tarde, sobre descubrir lo que había hecho. ¿Podría olvidar? ¿Podría fingir?—
. Quiero hablar con el Erik con el que cené. Y desayuné. Antes de saber de
lo que era capaz.

Mara asintió, triste.

—Podrías contestar la próxima vez que llame. Y confrontarlo. Exigir


una explicación.

—¿Qué pasa si se ríe como algo que debería haber esperado?

—Es posible que esté tratando de llamarte para reconocer lo que hizo
y disculparse —dijo, pensativa—. Pero tal vez eso sería aún peor. Porque
entonces sabrías que él sabía exactamente el daño que estaba haciendo,
pero siguió adelante de todos modos. 184
Creo que eso es exactamente. Creo que por eso odiaba el “lo siento” de
Erik, y por eso odio que no me haya mirado en varios minutos. Me hace
preguntarme si es consciente de que arruinó algo que podría haber sido
grandioso por codicia. Y si ese es el caso, entonces no me lo imaginé: la
noche que pasamos juntos fue tan especial como la recuerdo, y él aun así
la tiró al vertedero de basura, al estilo de la princesa Leia en Una Nueva
Esperanza.

—Vi que Dinamarca ganó contra Alemania —digo, porque es preferible


a la alternativa. El silencio, y mis pensamientos muy ruidosos.

Se vuelve hacia mí y exhala una carcajada.

—¿En serio, Sadie?

—Sí. Hace dos, no, tres noches. —Bajo la mirada hacia mi mano,
raspando lo poco que queda del esmalte de uñas de la semana pasada—.
Dos uno. Así que tal vez tenías razón sobre Neuer…

—¿En serio? —repite, más duro esta vez. Lo ignoro.

—Aunque, si recuerdas, cuando comimos helado admití que su pie


izquierdo es un poco débil.

—Lo recuerdo —dice, un poco impaciente.

Dios. Estas uñas mías son simplemente vergonzosas.

—Incluso entonces, probablemente tuvo más que ver con Dinamarca


jugando excepcionalmente bien...

—Sadie.

—Y si ustedes pueden mantener este nivel de juego por un tiempo,


entonces…

Hay algo de crujido en su rincón del ascensor. Levanto la vista justo


a tiempo para ver a Erik en cuclillas frente a mí, sus rodillas rozando mis
piernas, sus ojos pálidos y serios. Mi corazón da un vuelco. Se ve más
delgado. Y tal vez un poco como si no hubiera tenido el mejor sueño de su 185
vida en las últimas semanas. Su cabello brilla dorado en la luz de
emergencia, y un breve recuerdo resurge, de tirar de él cuando…

—Sadie.

¿Qué? quiero gritar. ¿Qué más quieres? En lugar de eso, solo lo miro,
sintiendo como si el ascensor se hubiera encogido de nuevo, esta vez en el
espacio entre mis ojos y los suyos.

—Han pasado semanas, y… —Él niega con la cabeza—. ¿Podemos


hablar?

—Estamos hablando.

—Sadie.

—Estoy diciendo cosas. Y estás diciendo cosas.

—Sadie…

—Está bien, bien: tenías razón sobre Neuer. ¿Contento?

—No particularmente, no. —Me mira en silencio durante varios


segundos. Luego dice, tranquilo y serio—: Lo siento.

Es lo incorrecto. Siento una oleada de ira viajar por mi columna, más


grande incluso que cuando me enteré de su traición. Tengo un sabor amargo
y ácido en la boca cuando me inclino hacia delante y siseo:

—Te odio.

Cierra brevemente los ojos, resignado.

—Lo sé.

—¿Cómo pudiste hacer eso, Erik?

Él traga.

—No tenía ni idea.

Me río una vez. 186


—¿En serio? ¿Cómo… cómo te atreves?

—Asumo toda la responsabilidad por lo sucedido. Fue mi culpa. Yo…


me gustó, Sadie. Mucho. Tanto es así que leí completamente mal tus señales
y no me di cuenta de que a ti no.

—Bueno, lo que hiciste fue… —Me detengo abruptamente. Mi cerebro


se detiene y finalmente calcula las palabras de Erik. ¿Le gustó? ¿Leer mal?
¿Y eso qué significa?—. ¿Qué señales?

—Esa noche, yo… —Se muerde el interior de la mejilla y parece


retraerse—. Estuvo bien. Pienso… debo haber perdido el control.

Me congelo. Algo en esta conversación no está del todo bien.

—Cuando dijiste que lo sentías hace un minuto, ¿a qué te referías?

Parpadea dos veces.

—Las cosas que te hice. En mi apartamento.

—No. No, eso no es… —Mis mejillas están calientes y mi cabeza da


vueltas—. Erik, ¿por qué crees que dejé de contestar tus llamadas?

—Por la forma en que tuve sexo contigo. Estuve contigo toda la noche.
Pedí demasiado. No lo disfrutaste. —De repente, se ve tan confundido como
yo me siento. Como si ambos estuviéramos en medio de una historia que no
tiene mucho sentido narrativo—. Sadie. ¿No es esa la razón?

Sus ojos se clavan en los míos. Presiono la palma de mi mano contra


mi boca y sacudo lentamente la cabeza.

187
Capítulo 8

No nos hemos tocado en toda la noche.

Ni en el restaurante. Ni en el auto. Ni siquiera en el ascensor hasta su


apartamento de Brooklyn Heights, que es más grande que el mío pero no lo
parece porque Erik está de pie en él. Hemos estado conversando como lo
hicimos durante la cena, lo cual es divertido, genial y algo hilarante, pero
estoy empezando a preguntarme si cuando me engañé a mí misma creyendo
que estaba coqueteando valientemente con Erik, él realmente pensó que me
estaba invitando a jugar al videojuego FIFA. Él va a decir: Ven, quiero
enseñarte algo. Le seguiré por el pasillo con las rodillas flojas y, una vez que
esté al final, abrirá la puerta de la sala de la Xbox y me moriré en silencio.

Me quedo en la entrada mientras Erik cierra la puerta detrás de mí,


moviéndome torpemente sobre mis pies, contemplando mi propia
mortalidad y la posibilidad de intentar huir, cuando noto al gato. Está
posado en la impecable mesa del salón de Erik (que parece no ser un
depósito de pilas de correo y folletos de comida para llevar; eh). Es
anaranjado, redondo y nos mira amenazadoramente.

—Hola, tú. —Doy unos pasos, tendiéndole la mano con cautela. El


gato me mira más amenazante—. ¿No eres un lindo gatito?

—No lo es. —Erik se quita los zapatos y cuelga su chaqueta detrás de


mí—. Lindo, a eso me refiero.

—¿Cómo se llama? 188


—Gato.

—¿Gato? ¿Así como…?

—Gato —dice él, definitivo. Decido no presionarlo.

—No estoy segura del por qué, pero te consideraba más bien una
persona de perros.

—Lo soy.

Me volteo y lo miro con desconcierto.

—¿Pero tienes un gato?

—Mi hermano lo tiene.

—¿Cuál? —Tiene cuatro. Todos más jóvenes. Y está claro, por la forma
en que habla de ellos, a menudo y con ese tono medio malhumorado, medio
divertido, que son uña y mugre. Mi yo de hija única «Toma este libro para
colorear mientras mamá y papá ven El ala oeste de la Casa Blanca» arde de
envidia.

—Anders. El más joven. Se graduó en la universidad y ahora está...


en algún lugar. En Gales, creo. Descubriéndose a sí mismo. —Erik viene a
ponerse a mi lado. Él y Gato se miran fijamente—. Mientras yo cuido
temporalmente a su gato.

—¿Qué es temporalmente?

Aprieta los labios.

—Hasta ahora, un año y siete meses. —Intento mantener una cara


seria, de verdad, pero acabo sonriendo en mi mano y Erik me entrecierra los
ojos—. El comienzo de nuestra… relación fue duro, pero lentamente estamos
empezando a llegar a un acuerdo —dice, justo cuando Gato salta de la mesa
y se detiene para sisearle a Erik de camino a la cocina. Erik responde con
algo que suena muy severo y basado en consonantes, y luego me mira de
nuevo—. Lentamente.

—Muy lentamente. 189


—Sí.

—¿Cierras la puerta de tu habitación por la noche?

—Religiosamente.

—Bien.

Sonrío, él no, y nos sumimos en un silencio no muy cómodo. Lo lleno


mirando a mi alrededor y fingiendo que estoy fascinada con el mapa de
Copenhague que cuelga de la pared. Erik lo hace poniéndose a mi lado y
preguntando:

—¿Quieres beber algo? Creo que tengo cerveza. Y… —Una pausa—.


Leche, probablemente.

Me río suavemente.

—¿Dos por ciento?

—Entera. Y de chocolate —admite, un poco tímido. Lo que me hace


reír un poco más, Erik finalmente sonríe y luego… más silencio.

Estamos parados entre la entrada y el salón, uno frente al otro, él


estudiándome, yo estudiándolo a él y algo pesado se anuda en mi garganta.
No estoy segura de lo que está pasando. No estoy segura de lo que esperaba,
pero toda la noche fue tan sencilla y esto no lo es.

—¿Acaso yo… acaso entendí mal?

No finge no saber exactamente a qué me refiero.

—No lo hiciste. —Parece… no inseguro, sino cauteloso. Como si fuera


un científico a punto de mezclar dos sustancias muy volátiles. El producto
podría ser estupendo, pero es mejor que esté súper seguro. Usar equipo de
protección. Tomarse su tiempo—. No quiero asumir nada.

El nudo se aprieta.

—Si has cambiado de…

—No es eso.
190
Me muerdo el labio.

—Iba a decir que si no quieres…

—Es lo contrario, Sadie —dice en voz baja—. Exactamente lo


contrario. Tengo que ir con cuidado.

Bien, entonces. De acuerdo. Tomo una decisión en una fracción de


segundo, mi segundo acto de valentía de la noche: me acerco a él, hasta que
nuestros pies se tocan a través de los calcetines y empujo hasta quedar en
la punta de mis dedos.

Lo primero que percibo es lo bien que huele. Limpio, masculino,


cálido. Delicioso en general. Lo segundo: su clavícula es lo más lejos que
puedo alcanzar, lo que sería algo divertido si mi capacidad de respirar no se
hubiera disparado de repente. Si quiero que este beso ocurra, necesitaré su
cooperación. O un equipo de escalada.

—¿Podrías…? —Me río contra el cuello de su camisa sin poder


evitarlo—. ¿Por favor?

No lo hará. No lo hace. No durante mucho tiempo, sino que prefiere


rodear mi mandíbula con su mano, ahuecar mi rostro y mirarme fijamente.

—Creo que esto es —murmura, con el pulgar recorriendo mi pómulo,


los ojos pensativos, como si estuviera procesando una información
trascendental. Mi pulso se acelera. Estoy mareada.

—Yo… ¿Qué?

—Esto. —Sus ojos están en mis labios—. No creo que vaya a


apartarme de esto.

—No estoy segura de…

Se mueve tan rápido que apenas puedo seguirle la pista. Sus manos
se cierran alrededor de mi cintura, me levantan y un segundo después estoy
sentada en la estantería de la entrada. La diferencia de altura entre nosotros
es mucho menos dramática y…
191
Es el mejor beso de mi vida. No: es el mejor beso del mundo. Por la
forma en que presiona una mano en mi omóplato para arquearme hacia él.
Por como raspa su barba contra mis mejillas. Porque empieza lentamente,
sólo su boca sobre la mía, y se queda así por mucho tiempo. Incluso cuando
le rodeo el cuello con los brazos, incluso cuando se inclina hacia mí y empuja
mis muslos para abrirse espacio, incluso cuando estamos pegados el uno al
otro, con mi corazón latiendo como un tambor contra su pecho, sólo son sus
labios y los míos. Cerca, rozando, compartiendo aire y calor. Dolorosamente
cuidadoso.

Y entonces abro la boca y se convierte en algo totalmente distinto. La


suave presión de nuestras lenguas. Su gruñido. Mi gemido. Es nuevo, pero
también correcto. El olor de él. La forma en que sostiene mi cabeza con su
mano. El delicioso calor líquido extendiéndose por mi vientre, subiendo por
mis terminaciones nerviosas. Bueno. Es bueno, y estoy temblando y es real,
realmente bueno.

—Si… —Empiezo cuando se aparta para tomar aire, pero me detengo


inmediatamente cuando entierra su rostro en mi garganta.

—¿Esto está bien? —pregunta antes de inhalar profundamente contra


mi piel, como si mi gel de ducha de Target fuera una especie de droga
aletargante.

Mi “Sí” es débil, sin aliento. Cuando me muerde la clavícula, le rodeo


los hombros con los brazos y la cintura con las piernas, y el placer de estar
tan cerca me atraviesa como la hoja más afilada.

Está duro. Puedo sentir exactamente cuán duro. Creo que quiere que
lo sienta, porque su mano se desliza hasta mi trasero y me atrae hacia él.
Me retuerzo, girando las caderas de forma experimental y él gime con fuerza
en mi boca.

—Pórtate bien —me reprende, severo, un poco brusco. Me agarra con


fuerza, me mantiene quieta contra él e inesperadamente me estremezco ante
la orden de sus palabras.

Se intensifica rápidamente. Al menos para mí. Hay un tramo de 192


segundos, tal vez minutos, en el que sólo nos besamos y nos besamos y nos
besamos, Erik inclinándose más y yo siguiéndole, con un calor líquido
inundando mi interior. Y entonces empiezo a notarlos: los suaves gemidos.
El siseo agudo cuando su pene se frota contra el interior de mi muslo. La
forma en que sus dedos se clavan ávidamente en mis caderas, en mi nuca,
en la parte baja de mi espalda. Alterna entre aferrarme a él tan fuerte como
puede y evitar tocarme del todo, con las manos con los nudillos blancos
contra el borde de la estantería mientras pone algo de distancia entre
nosotros. Creo que está tratando de frenar esto. Controlar el ritmo, tal vez.

Creo que no lo está consiguiendo, no muy bien.

Me alejo y sus ojos se abren lentamente. Están vidriosos,


desenfocados, de un azul casi negro, fijos en mis labios. Cuando trata de
inclinarse para besarme de nuevo, lo detengo con una mano en el pecho.

—¿Dormitorio? —jadeo, porque parece que podría cogerme en el


pasillo y me temo que le dejaría con gusto—. O si quieres… aquí está… bien,
si tú…

Me pasa una mano por debajo del trasero y me lleva por el pasillo,
como si no pesara más que su gato. Cuando enciende el interruptor de la
luz, la cama es enorme y no está tendida, y la habitación huele tanto a él
que tengo que cerrar los ojos brevemente. Me pone de pie y estoy a punto de
preguntarle si esto es necesario, si por favor podríamos hacerlo en la
penumbra, pero ya se está desabrochando la camisa, con los ojos fijos en
mí. Se me seca la boca. Pensándolo bien, la luz está bien. Probablemente.

Erik es una montaña. Una gigantesca cúpula de carne y músculos,


no de corte GQ, ridículamente definidos, sino sólidos, del tamaño de un
roble, y puede que me haya quedado absorta mirando y haya perdido
catastróficamente la noción del tiempo porque:

—Quítate la ropa —dice, no, ordena, y me vuelvo a estremecer. Hay


algo en él. Algo dominante. Como si su primer instinto fuera hacerse cargo—
. Sadie —repite—. Quítatela.

Asiento y me quito primero los jeans y luego el suéter. Estoy buscando


frenéticamente el valor para continuar cuando oigo un «No es morada» en 193
voz baja y ronca.
Levanto la vista. Erik está de pie frente a mí, desnudo, alto y grande
y como... como una deidad menor de algún panteón nórdico, una deidad
reservada a la que le gusta ser retraída pero que aun así tendría un par de
islas del Mar Báltico con su nombre. Es gloriosamente poco consciente de
su desnudez. A mí, en cambio, me da demasiada vergüenza quitarme la
camiseta blanca de tirantes o mirar más abajo de su ombligo.

No es que él parezca darse cuenta. Sus ojos vuelven a estar vidriosos,


mirando la forma en que mis bragas negras se extienden alrededor de mis
caderas como si quisiera que se grabaran en sus retinas. Estoy tentada de
volver a ponerme los jeans.

—¿Qué?

—No es morada.

—Yo no… Oh. Fui a casa y me cambié. Y… ¿esto se considera una


reunión de presentación? —Igual debería haberme puesto algo más bonito.
Tal vez un sujetador a juego. El problema es que si hace cinco horas alguien
me hubiera dicho que acabaría en la habitación de Erik Nowak al final del
día, le habría echado la culpa a un sueño febril y le habría dado un poco de
Advil—. Y no es morada, es…

—Lavanda —dice con el mínimo gesto de una sonrisa y entonces no


tengo que pensar mucho más porque uno de sus muslos se desliza entre los
míos y me lleva caminando de espaldas a su cama. Hay un edredón de
plumas debajo de mi espalda y una erección bastante intimidante que aún
no me atrevo a mirar contra mi estómago, y un montón de kilos daneses
sobre mí. Erik está ansioso y decidido, y claramente es experimentado. Gime
en mi cuello, luego en mi esternón, murmurando algo que podría ser “joder”,
“perfecta” o mi nombre. La manera en cómo ha estado pensando en esto
todo el día durante las reuniones, todo el puto día. Sus manos se deslizan
por debajo de mi camiseta y suben: suaves masajes, más gemidos y unos
suaves joder, Sadie, joder, un ligero pellizco en mi pezón y un mordisco
codicioso a través de la tela, y se siente perfecto, aterrador, estimulante,
nuevo, indecente, correcto, bueno, húmedo, vergonzoso, excitante, rápido:
todas estas cosas, todas a la vez.
194
Luego, en la siguiente respiración, todas se disuelven. Excepto una:
aterrador.

Erik ha enganchado sus dedos en el elástico de mis bragas,


quitándomelas. Me está besando los huesos de la cadera, con los labios
llenos presionados en mi abdomen y sé exactamente lo que está planeando
hacer, pero no puedo dejar de pensar que él es…

Es realmente muy grande. Y su antebrazo está colocado sobre mi


estómago, inmovilizándome en la cama y lo conocí… mierda, conocí a este
sujeto esta mañana y aunque sí lo busqué brevemente en Google para
asegurarme de que su verdadero nombre no era Max McAsesino, no sé nada
de él y es mucho más grande y fuerte que yo, y acaso soy buena en esto, y
podría hacer lo que quisiera conmigo, podría obligarme, y siento calor, siento
frío, no puedo respirar y…

—¡Detente! Detente, detente, detente…

Erik se detiene. Al instante. Y al instante me retuerzo para salir de


debajo de él, arrastrándome hacia la cabecera, con las piernas recogidas y
los brazos alrededor de ellas. Sus ojos me miran, otra vez de color azul claro,
otra vez viendo. ¿Qué va a hacer? ¿Qué va a…?

—Oye —dice, echándose hacia atrás sobre sus rodillas como para
dejarme más espacio. Su tono es suave, como si se acercara a un animal
salvaje, asustado y herido. Una buena parte de mi pánico se desvanece y…
Ay por Dios. ¿Qué me pasa? Estábamos pasando un buen rato, él se estaba
comportando perfectamente bien, y tenía que ir yo y ser una jodida rara.

—Lo siento. Es que… No sé por qué estoy asustada. Es solo que eres
tan grande y yo apenas si… no estoy acostumbrada a esto. Lo siento.

—Oye —dice Erik de nuevo. Su mano se extiende para tocarme. Se


cierne sobre mi rodilla. Luego parece pensarlo mejor y la retira, lo que me
da ganas de llorar. Arruiné esto. Lo arruiné—. Está bien, Sadie.

—No. No, no lo está. Creo… creo que el problema es que sólo he hecho
esto con mi ex y yo…
195
—Ya veo. —Su rostro se vuelve pétreo de una manera impersonal y
aterradora—. ¿Te hizo daño?

—¡No! No, Oscar nunca lo haría. Era bueno. Es solo que él era…
diferente. A ti. —Me río nerviosamente. Espero no echarme a llorar—. No es
que sea malo. Quiero decir, todo el mundo es diferente. Es sólo que…

Asiente y creo que lo entiende, porque su expresión se aclara. Lo que


a su vez me ayuda a sentirme un poco menos ansiosa. Como si no necesitara
estar acurrucada lejos de él como si fuera un animal rabioso y contagioso.
Respiro profundamente y me vuelvo a acercar, hacia el centro de la cama.

—Lo siento —digo.

—¿Por qué lo sientes? —Parece genuinamente desconcertado.

—Es que no creí que esto fuera a ser… aterrador. Me imaginé que
sería mucho más genial. Más fácil, supongo

—Sadie, tú… —Exhala y se acerca a mí de nuevo. Esta vez no se


detiene y me aparta el cabello hacia atrás, metiéndomelo detrás de la oreja
como si quisiera verme el rostro completo. Como si quisiera que lo viera a
él—. No tienes que ser de ninguna manera. No te traje aquí para que actúes
para mí.

Trago contra el nudo en mi garganta.

—Cierto. Me trajiste aquí porque yo te hice una proposición y luego…

—Te traje aquí porque quería estar contigo. Habría seguido


caminando por la ciudad hasta el amanecer si eso era lo que querías. Así
que, este es el trato: podemos pasar la noche cogiendo y no te voy a mentir,
lo disfrutaría mucho, pero también podríamos jugar a Adivina Quién o
podrías ayudarme a darle al gato de mi hermano su tratamiento contra las
pulgas, ya que es un trabajo de dos, quizás tres personas. Cualquiera de las
anteriores funciona.

De verdad, de verdad no quiero llorar. En lugar de eso, me dejo caer


de nuevo en la cama, con la cabeza en su única almohada.
196
—¿Y si quisiera jugar al videojuego de la FIFA?

—Te pediría que te fueras.

—¿Por qué?

—Porque no tengo ninguna consola.

Me río, un poco llorosa.

—Sabía que eras demasiado bueno para ser verdad.

—Solía tener un Game Boy en los 90 —ofrece—. Quizá mi papá lo


conservó.

—Redención parcial. —Los dos sonreímos ahora y mi miedo a él se


licúa, como la nieve al sol. Sólo para congelarse de nuevo, en otra forma: el
miedo a no tenerlo—. ¿Arruiné esto?

—¿Arruinar qué?

Gesticulo en su dirección, luego en la mía. Nosotros, quiero decir, pero


me parece prematuro.

—Esta… esta cosa.

Se tumba a mi lado, de frente a mí. Deja a propósito unos centímetros


entre nosotros, pero por voluntad propia, como lianas que se enroscan en
los troncos de los árboles, mis piernas se desplazan por las sábanas y se
enredan holgadamente con las suyas. Esta vez el contacto no es aterrador,
sólo es correcto y natural. Él sigue siendo grande, diferente y un poco
alucinante, pero no está encima de mí y me siento más en control. Como si
pudiera alejarme en cualquier momento. Y ahora sé que él me dejaría.

—¿Quizás pueda desarruinarlo? —pregunto con esperanza.

Él suspira.

—Sadie, quiero decirte algo, pero me temo que no te va a gustar.

Ay no.
197
—¿Qué es?

Una pausa.

—Eres una ingeniera brillante que se sabe de memoria las estadísticas


de la Premier League de las últimas tres décadas. Físicamente, eres la
insólita combinación de cada una de las facciones que he encontrado
atractivas en mi vida… no, no ampliaré eso. Y me guardaste en tu teléfono
como Thor Corporativo, incluso después de que te diera mi nombre
completo.

—No estaba segura de cómo se escribía y… ¿viste eso?

—Sí. —Su mano se acerca a mi mejilla—. Esto es, Sadie. No creo que
se pueda arruinar esto.

Un millón de fuegos artificiales de esperanza explotan en mi cabeza.


Mi corazón se aprieta en mi pecho, pesado y dulce. De acuerdo. Está bien.

—¿Así que no te he matado para siempre el deseo por el sexo?

Él suelta una carcajada.

—Dudo que no querer tener sexo contigo sea algo de lo que tengamos
que preocuparnos, Sadie.

—¿Incluso si soy mala en eso?

—No lo eres.

—No lo creía. Pensaba que estaba bien. Quiero decir, normal. Pero tal
vez…

—Sadie. —Con una mano en mi cintura me acerca un poco más. Lo


suficiente para que sus ojos se encuentren con los míos y para que todo mi
mundo se enfoque en él—. Tomémoslo con calma. Ya llegaremos ahí —me
dice, como si supiera, solo supiera que ésta es la primera noche de muchas.

—¿Estás seguro?

—Una fuerte sospecha. ¿Te sentirías mejor si me volviera a poner la 198


ropa?
Niego con la cabeza y entonces, en un impulso, cierro la distancia
entre nosotros. Los otros besos los dirigía él, lo que me encantaba, pero con
este yo estoy a cargo y es exactamente lo que necesito. Él no intenta
profundizarlo hasta que yo lo hago. No se acerca hasta que yo me muevo
hacia él. No intenta tocarme hasta que tomo su mano y la pongo en mi
cadera, e incluso entonces es suave, los dedos subiendo y bajando por mi
muslo, recorriendo mi caja torácica costilla por costilla, mi columna
vertebral protuberancia por protuberancia.

Siento que me relajo. Que me dejo llevar. Que me expando, me


contraigo y olvido. Me humedezco y me vuelvo dócil, un calor hermoso y
delicioso extendiéndose hasta mi estómago. Cuando mi muslo roza
accidentalmente la erección de Erik, mi respiración se entrecorta y él hace
un ruido, profundo y bajo en el fondo de su garganta.

—Lo siento —dice roncamente, acomodándome para que me aleje.

Le detengo con una mano en el bíceps.

—Me gusta esto, en realidad.

—¿En serio?

—Sí. ¿A ti?

Exhala.

—No tienes ni idea, ¿verdad?

—¿De qué?

No se explica mejor.

—Estoy feliz de hacer esto hasta el amanecer.

—¿De verdad? —Suelto una carcajada—. ¿Estarías feliz de canalizar


a tu mejor yo de la secundaria y retozar?

Se encoge de hombros.

—Probablemente vaya a correrme en algún momento. Pero puedo 199


advertirte. No tienes que participar y hay un baño al otro lado del pasillo.
—¡No! No, estoy… —Muriendo de la vergüenza—. Me gustaría.
Participar, eso es. —Me aclaro la garganta—. Creo que deberíamos volver a
intentarlo. Lo que estábamos haciendo antes de que me asustara.

Veo cómo se desarrolla en su rostro: una fracción de segundo de


entusiasmo y luego una máscara de escepticismo insulso.

—Creo que deberíamos esperar para eso. Tomarlo con calma. Salir
unas cuantas veces más hasta que te acostumbres al hecho de que soy…
tan grande, aparentemente.

Me sonrojo.

—Pero estaba pensando… ¿y si estoy encima? ¿Así no me sentiré


atrapada?

Erik se queda quieto. Por un momento, deja de respirar. Luego


pregunta:

—¿Estás segura? —Sus pupilas están dilatadas.

—Creo que sí. ¿Te gustaría?

—Eso sería… —Traga con fuerza. Sus dedos aferran mis caderas como
si sencillamente no pudiera soltarlas—. Sí. Me gustaría. Si es que esa es la
palabra para ello.

No me doy cuenta inmediatamente del malentendido. Tal vez porque


estoy ocupada, primero moviéndome en el colchón y trepando por sus
caderas, luego deleitándome en el hecho de que estoy encima de él. Me
siento mucho mejor de esta manera. De acuerdo, pienso. Sí. Puedo hacer
esto, después de todo. Me encanta esto, de hecho. Me encanta sentarme a
horcajadas sobre Erik, mirar su piel pálida, trazar sus músculos. Me
encantan sus ojos posados en los puntos donde mis pezones empujan
contra mi camiseta. Me encanta la sensación de mis muslos siendo
separados por su torso, los vellos de su camino a la felicidad contra mis
pliegues. Después de todo, puedo tener sexo con él. Quiero tener sexo con
él. Podría morir si no tengo sexo con él, porque ahora mismo quiero que
estemos lo más cerca humanamente posible. 200
Pero entonces sus manos se cierran alrededor de mi cintura y me
eleva. Y me eleva. Y me eleva. Hasta que mis rodillas están apoyadas en el
colchón a cada lado de su cuello y recuerdo exactamente lo que él estaba a
punto de hacer cuando nos detuvimos. Se me prende un gran bombillo. Ay
por Dios. Él cree que quiero que…

—Erik, yo…

Empieza con una larga lamida por mi núcleo, separándome con su


lengua. Hago un vergonzoso sonido animal que es mitad jadeo, mitad
gemido y caigo hacia delante, agarrándome a la cabecera. Mi núcleo se agita.
Todo mi cuerpo se estremece, eléctrico.

—Joder, Sadie —dice guturalmente justo antes de volver a lamerme,


minucioso e impaciente de una forma que redefine la palabra entusiasmo.
Su lengua juega con mi entrada, empujando más allá de los músculos
tensos. El pulgar de la mano que no está enjaulando mi trasero sube para
hacer círculos alrededor de mi clítoris. Estoy temblando. Con espasmos.
Contrayéndome. De repente, me siento agonizantemente vacía.

—Ay por Dios —susurro en el dorso de mi mano. Luego la muerdo,


porque si no lo hago, gritaré. Tal vez grite de todos modos, porque él gruñe
y arquea la garganta para lamer dentro de mí, presionando mi pelvis contra
su boca, y los ruidos que hace (los ruidos que hacemos) son húmedos,
indecentes y obscenos—. Ay por Dios. Yo… —Estoy fuera de control. Mis
muslos empiezan a temblar. No tengo ni idea de lo que estoy haciendo, pero
no puedo dejar de balancearme, de frotarme contra su boca, su nariz y su
rostro, retorciéndome en busca de más contacto, más presión, más fricción,
queriendo estar llena…

—Lo estás haciendo muy bien, Sadie —murmura en mi núcleo y las


palabras vibran por toda mi columna vertebral. Sus dedos me aprietan el
trasero agresivamente y él es implacable, manteniéndome quieta,
inclinándome mejor, haciéndome saber que sabe lo que necesito… para que
lo deje hacer su trabajo. Entonces empieza a usar sus dientes en mí y
colapso.

Grito. 201
—No puedo creer que pensaras que eras mala en esto —me dice riendo
y siento todas y cada una de las sílabas atravesarme como un cuchillo. Me
obligo a respirar hondo, a mantenerme erguida, a mirarlo. Y es entonces
cuando sus ojos se encuentran con los míos y empieza a chupar con fuerza
mi clítoris.

Me corro con tanta fuerza que es casi doloroso. Siempre he sido


tranquila y silenciosa en la cama, pero el placer es como un dique
rompiéndose, cortante, abrasador y tan violento que mi cuerpo no tiene
esperanza de contenerlo. Sollozo y gimoteo en el dorso de mis manos,
impotente y confundida. Durante todo mi orgasmo Erik está ahí, sujetando
mis caderas, murmurando alabanzas y gemidos contra mis pliegues
hinchados, lamiéndome hasta que prácticamente es demasiado.

Entonces sus besos se vuelven más ligeros. Suaves. Se gira para


chupar el interior de mi muslo izquierdo y me pregunto si es suficiente para
dejar una marca. Erik Nowak estuvo aquí.

—Llevo todo el día pensando en comerte —dice contra mi piel, que


está pegajosa, empapada y… no puedo creer que esto esté ocurriendo. No
puedo creer que esto sea sexo—. Todo. El. Puto. Día.

De alguna manera, parece saber que estoy demasiado débil para


moverme. Me desliza de nuevo por su cuerpo y tal vez me lo estoy
imaginando, pero creo que está respirando tan pesadamente como yo y creo
que le tiemblan las manos. Quiero investigar, pero él me rodea el torso con
sus brazos y me estrecha contra su pecho hasta que estamos lo más cerca
posible. El latido acelerado de su corazón reverbera en mi piel y esto, esto,
este momento no podría ser más perfecto.

Hasta que me besa. Y me besa. Me besa la boca con la misma


determinación que utilizó para mi núcleo y cuando los latidos de mi corazón
se calman, cuando mis miembros dejan lentamente de temblar de placer,
empiezo a sonreír en sus labios.

—¿Erik?

—¿Sí? —Su mano se curva alrededor de mi trasero. 202


—¿Por qué lo compraste?

—¿Comprar qué?

—El croissant de Faye. Si sabías que era tan asqueroso, ¿por qué lo
compraste?

Sonríe en la línea de mi hombro.

—Soy parte de ello.

—¿De qué?

—De la trama de lavado de dinero.

Suelto una risita y lo abrazo con más fuerza mientras se hincha dentro
de mí, una oleada de felicidad, adoración y algo confuso, algo esperanzador
y joven que aún no puedo definir del todo. Su pene se estremece contra el
interior de mi muslo. Me eleva más para pretender que no ocurrió y me atrae
para darme otro beso perezoso. Mmm.

Intento contonearme y meter la mano entre nosotros, pero él detiene


mi mano entrelazando sus dedos con los míos.

—¿Acaso no…?

—Ignóralo —dice, acurrucando su rostro contra mi garganta. Me


muerde, firme, juguetón, casi distrayendo mi atención. Casi.

—Pero tú…

—Calla. Está bien, Sadie. Deberíamos retirarnos mientras vamos


ganando.

Frunzo el ceño, apoyándome en un codo para mirarlo.

—No vamos ganando. Yo voy ganando. Es un firme uno a cero. —


Probablemente sea más bien un doce-que-se-convierte-en-uno a cero. No
obstante.

Se ríe suavemente.
203
—Créeme, no se sintió como un cero…

Cierra la boca tan bruscamente que oigo el chasquido de su


mandíbula. Porque me estoy deslizando hacia atrás y su erección se
acurruca contra mí. Primero, en la curva de mi trasero. Luego, justo debajo
de mi núcleo.

Él inhala con fuerza. Sus dedos se clavan en mi cintura.

—Sadie…

—Creí que habías dicho que podía estar a cargo —lo provoco,
meciéndome en su pene como lo hice en su boca. Los labios de mi núcleo
rodean su eje, regordetes e hinchados. Miramos la escena al mismo tiempo.
El sonido que él suelta es feroz.

—Tenemos que parar —gruñe, pero su mano se extiende en la parte


baja de mi espalda y empuja hacia abajo para conseguir una mejor fricción.

—¿Por qué?

—Porque… —La cabeza de su pene golpea mi clítoris hinchado y una


fuerte punzada de placer sube por mi columna vertebral. Erik se arquea, me
abraza más a él y cierra los ojos—. Joder. Oh, joder —dice entre dientes—.
Voy a cogerte, ¿verdad? —Se le corta la respiración y casi nos alineamos.
Entonces estamos alineados, él duro contra mi entrada y empujo porque
quiero, quiero sentir esta deliciosa e inmensa presión que me reventará, y
se siente bien, tan bien, desbordante, intoxicante y abrumadoramente
bien...

—Condón —jadea en mi boca—. Si vamos a… necesitamos un


condón.

Me petrifico. Mierda.

—Yo… —Intento zafarme de él, pero Erik me sostiene en el lugar.


Todavía está casi dentro de mí. Sólo la punta—. ¿Acaso tú... Acaso tienes
uno?

—Creo que sí. En algún sitio. 204


En algún sitio es justo en el cajón de su mesita de noche, debajo de
una botella de pastillas para la alergia, un cargador de teléfono y dos libros
en lo que supongo que es danés. Me tiende el condón y lo acepto sin
pensarlo.

El empaque de papel aluminio es dorado. Dice Trojan. Y debajo:


Magnum. Lo que quizá explique muchas cosas.

—¿Debería…?

Asiente. Los dos estamos sonrojados, torpes y sin aliento, y no tengo


ni idea de cómo poner un condón. Pero no quiero decir: Por favor, hazlo tú
mismo, porque en mi escuela en realidad no se enseñaba la parte de las
bananas en la educación sexual y mi madre me puso un método
anticonceptivo en mi tercera cita con Oscar. Erik está mirando ansiosamente
el empaque de aluminio que tengo en la mano, como si fuera un regalo de
mirra para el rey recién nacido y creo que le gusta mucho la idea de que
haga esto por él.

Sonrío. Tengo un doctorado en ingeniería: si puedo construir


maquinaria sofisticada, puedo averiguar cómo poner un puto condón. Y hay
algo de ensayo y error, pero a Erik no parece importarle, hechizado por la
forma en que mis pequeños dedos trabajan en él. Cuando termino, su
respiración es más agitada. Más entrecortada.

—Vuelve aquí. —Me atrae hacia él.

—Yo… ¿Quieres estar encima, esta vez?

—No.

—¿Estás seguro? Creo que estoy bien con…

—Sadie. Quiero coger contigo y necesito que te guste que te coja. Así
que tú estás arriba por ahora.

No tengo ni idea de cuáles son los parámetros de la talla magnum,


pero entiendo por qué la necesita. Estoy más relajada y excitada que nunca,
pero todavía me toma un rato introducirlo, con pequeños incrementos y
falsos comienzos y muchas maniobras cuidadosas. Cuando ha entrado
205
hasta el fondo, estoy sudando y Erik está empapado. Huele delicioso, como
a sal, jabón y a su inmensa piel. Así que lamo el lugar de su mandíbula
donde se han estado acumulado las gotas.

—¿Puedes…? —Se arquea experimentalmente hacia mí. Ambos


soltamos un gemido.

—¿Qué quieres?

—Quiero sentir tus senos.

—Oh. —Me había olvidado de mi camiseta. Me enderezo para


quitármela, lo que implica algunas contorsiones y roces que tienen a Erik
jadeando y tratando de aquietar mis caderas de nuevo. No son gran cosa,
casi le advierto. Pero recuerdo algo que dijo antes. Una insólita combinación
de cada una de las características que he encontrado atractivas en mi vida—
. ¿Lo decías en serio? ¿Cuando dijiste que soy tu tipo, físicamente?

Sus pupilas siguen el progreso de mis manos, muy abiertas.

—Te he visto.

—¿Me has visto? —Me desabrocho el cierre del sujetador. Él se


estremece dentro de mí. Su mandíbula se sacude con represión.

—En el edificio. En el vestíbulo. —Cierra los ojos. Luego los abre—.


Una vez en el ascensor.

Me quito el sujetador, sintiéndome estúpida por haberme preocupado.


Está mirando fijamente mi cuerpo como si fuera algo entre sagrado y
absoluta, deliciosamente pornográfico.

—¿Qué viste?

—Sadie. —Su garganta se mueve—. Mucho.

—Y… —Aprieto las rodillas y muevo las caderas en círculo dos veces
para introducirlo un poco más. Una fracción de pulgada, pero la fricción, la
sensación de plenitud… mis ojos giran hacia atrás en mi cabeza. No sabía
que algo pudiera estar tan dentro de mí y sentirse tan bien. No podría 206
haberlo imaginado—. ¿Y qué pensaste?
—Oh, joder. —Un sonido desesperado sale de la garganta de Erik—.
Esto. Esto y más. —Traga—. Muchas otras cosas y… Sadie, vas a tener que
darme un minuto para adaptarme o voy a… —Erik parece tan sorprendido
como yo me siento. Tiene los ojos cerrados y sus manos me agarran con
fuerza, y sus dientes se hunden en mi hombro—. Sadie, estoy a punto de…

—No te preocupes. —Jadeo mi sonrisa contra su oído, revoloteando


como si estuviera a punto irme a pique—. Lo estás haciendo muy bien, Erik.

Me corro como una avalancha y entonces él lo hace, y cuando aprieto


mis brazos alrededor de su cuello, no pienso soltarlo nunca.

Por la mañana, le observo afeitarse frente al espejo sólo porque puedo


hacerlo.

Utiliza una maquinilla de afeitar parecida a las que compro para mis
piernas (es decir, la más barata del supermercado). Si le molesta la chica
soñolienta que ha dormido menos de dos horas y que en este momento está
sentada envuelta en una toalla en la encimera de su baño, lo disimula bien.
Pero estoy casi segura de que no lo hace. Sobre todo porque es él quien me
puso aquí.

—Eres tan alto —digo, un poco cansada, un poco estúpida,


apoyándome en el espejo.

Su boca se tuerce.

—Tú no.

—Lo sé. A eso le achaco el fin de mi carrera futbolística.

—¿Acaso Crystal Dunn no es bastante bajita? —pregunta, enjuagando


su maquinilla de afeitar. Se seca las manos en el pantalón del pijama, que 207
le cuelga deliciosamente bajo en las caderas—. Meghan Klingenberg
también. Y…

—Cállate —le digo suavemente, lo que sólo lo divierte aún más. Deja
la maquinilla de afeitar y se acerca, deslizando sus manos dentro de mi
toalla y colocándolas en la parte baja de mi espalda, cálidas, instintivas e
imposiblemente familiares. Como si fuera algo que ha estado haciendo todos
los días durante toda su vida. Como si fuera algo que planea hacer todos los
días durante lo que le queda de vida.

Me encanta esto. La forma en que me atrae hacia él. La forma en que


se pone duro pero parece contentarse con que esto no vaya a ninguna parte.
La forma en que su rostro se acurruca en mi garganta. Me encanta esto.
Pero...

—Creo que eres demasiado alto —le digo en la clavícula—. Preveo


problemas de cuello para los dos.

—Mmm. Probablemente necesitaremos cirugía dentro de unos años.


—Su sonrisa recorre mi piel—. ¿Cómo es tu seguro?

—Más o menos.

—El mío es bueno. Deberías contratarlo cuando… —Se detiene.


Vuelve a decir—: Almuerza conmigo hoy.

—No suelo almorzar —le digo—. Soy más bien del tipo “un gran
desayuno y luego cuarenta refrigerios repartidos a lo largo del día”.

—Desayuna mucho y come cuarenta refrigerios conmigo, entonces.

Me río. Sí. Sí. Sí.

—¿Cuál es la parada de metro más cercana?

—Te llevaré al trabajo.

—Necesito ir a casa primero. Alimentar a Ozzy. Recordarle mi amor


inquebrantable por él.
208
—Te llevaré a casa y luego te llevaré al trabajo. Puedes presentarme
al hámster.

—Conejillo de Indias.

—Seguro que son la misma cosa.

Vuelvo a reírme, agotada, somnolienta y henchida de felicidad, y no


puedo evitar preguntarme lo diferente que sería esta mañana si Erik no
hubiera sido el que comprara el croissant de Faye.

No puedo evitar preguntarme si éste es el primer día del resto de mi


vida.

209
Capítulo 9

—Yo no… no es eso… ni siquiera… si tu… —Estoy tartamudeando


como idiota, lo que es… genial. Fantástico. Empoderante. Soy un modelo a
seguir para todas las mujeres despechadas en el mundo.

Erik aún está en cuclillas enfrente de mí, como si estuviera planeando


completamente terminar esta conversación. Me enderezo, recargándome de
la pared del elevador, y tomo una respiración profunda. Recuperándome.

Voy a decir lo que pienso. Voy a decirle exactamente lo idiota que es.
Voy a liberar tres semanas de llanto en la ducha sobre él. Voy a destrozarlo
por arruinar el helado de pistache y los gatos naranjas para mí. Voy a
aniquilarlo.

Pero aparentemente, solo después de hacerle la pregunta más


estúpida de la historia de las preguntas estúpidas.

—¿En serio creíste que el sexo no fue bueno?

Wow, Sadie. Que forma de dejar que el punto de esta conversación


vuele por encima de tu cabeza.

Él se burla.

—Yo obviamente no lo creí.

—Entonces porque dirías eso…


210
—Sadie, —Me estudia por un momento—. ¿es en serio?
Me ruborizo.

—Tú eres el que sacó el tema.

—¿En verdad? Sabes qué… está bien. Correcto. Bueno. —Su garganta
se mueve. Luce… no exactamente molesto, pero definitivamente lo más
afectado que lo he visto. Algo molesto, tal vez—. Hace cerca de tres semanas
estoy tomando mi usual y ligeramente asqueroso desayuno, y conozco a esta
realmente hermosa y asombrosa mujer. Me salto mis reuniones matutinas
e ignoro mi teléfono (mi equipo esta así de cerca de enviar a un equipo de
búsqueda) porque todo en lo que puedo pensar es en lo divertido que sería
sentarme con ella en una banca de parque cubierta de mierda de pájaro y
hablar acerca de… ni siquiera lo sé. Ni siquiera importa. Es así de bueno
con ella. Y porque aparentemente es mi día de suerte, me las arreglo para
convencerla de salir a cenar conmigo, y no solo es adorable, inteligente y
divertida, también se siente que los dos tenemos más cosas en común de
las que creí posibles, y… bueno, es una primera vez para mí. No soy un
experto en relaciones, pero reconozco lo raro que es. Como algo de una vez
en la vida. Quiero tomarlo despacio porque la idea de arruinar esto me
aterra, pero ella me pide venir a mi casa —exhala una sola y amarga risa.

—Debería poner un freno, pero tengo cero autocontrol cuando se trata


de ella, así que digo que sí. Pasamos una noche juntos, y follamos, mucho,
y si, Sadie, es real y malditamente fenomenal de una forma altera vidas que
nunca pensé que tendría que explicar. Es obvio que ella no suele hacer esto,
hay algunos tropiezos, pero… sí. Estabas ahí. Tú sabes. —Presiona los
labios juntos y aleja la mirada—. Ella se queda dormida y yo la miro y
pienso, Esto no es como nada más. Casi aterrador.

»Pero entonces es de mañana y ella sigue ahí. Y cuando le digo adiós


ella en realidad corre detrás de mí y estamos en el trabajo, hay personas
alrededor, no podemos realmente besarnos o hacer algo así, pero ella se
estira, toma mi mano y la aprieta. Y creo que tal vez no tengo que estar
asustado. Va a estar bien. Ella no va a ningún lado. —Él se gira hacia mí.
Sus ojos ahora son fríos, oscuros en las luces amarillas—. Y entonces viene
la noche. El siguiente día. Y otro. Y no escucho de ella. Nunca más.
211
Miro a Erik por un largo rato, absorbiendo cada palabra, cada
pequeña pausa, cada significado sin decir. Entonces me acerco, y entre
dientes le digo:

—Te desprecio.

—¿Por qué? —Está fría y silenciosamente furioso, pero no le tengo


miedo. Solo quiero herirlo. Herirlo tanto como me hirió a mí.

—Porque eres un mentiroso.

—¿Lo soy?

—Del peor tipo.

—Sí. Por supuesto. —Nuestros rostros están a centímetros de


distancia. Puedo olerlo, y lo odio incluso más—. ¿Y sobre que mentí?

—Vamos Erik. Sabes exactamente lo que hiciste.

—Pensé que sí, pero aparentemente no, ¿Por qué no lo deletreas para
mí?

—Seguro. —Abruptamente me alejo, recargándome de la pared y


cruzando los brazos sobre el pecho—. Bien. Vamos a hablar sobre cómo me
usaste para robar clientes de GreenFrame.

212
Capítulo 10

—¿Te acabo de ver con Erik Nowak?

La voz de Gianna me saca del estado semicomatoso en el que he


estado por los últimos cinco minutos, lo que mayormente implica mirar
fijamente el funko pop de Megan Rapinoe en mi escritorio y… estar
extasiada.

Me siento drogada de una dulce y deliciosa forma. De falta de sueño,


asumo. Y el esponjoso y jugoso wafle que Erik me compró en el café cerca
de mi apartamento. Y la hilarante historia que me contó mientras sorbía su
café, de cómo hace dos semanas se quedó dormido en su sofá y despertó
con Gato lamiendo su axila.

Quiero enviarle un mensaje. Quiero llamarlo. Quiero tomar el elevador


e ir abajo a olerlo. Pero no voy a hacerlo. No soy así de rara. Abiertamente,
por lo menos.

—Me alegra ver que estás de vuelta. —Le sonrío a Gianna, que está
recargada de mi escritorio. Debe haber entrado a mi oficina mientras estaba
soñando despierta—. ¿Cómo está Presley?

—Mejor. Pero ahora Evan y Riley tienen algún tipo de bicho que
implica una cantidad muy divertida de diarrea. Pero te vi en el recibidor con
un chico alto… ¿era Erik Nowak?

—Oh. Um… —Creo que tal vez me estoy ruborizando. Realmente no 213
tengo una razón, Gianna es genial y no del tipo que juzga, pero lo que pasó
anoche se siente tan… privado. Y novedoso. Ni siquiera les he contado a
Hannah y Mara (si no cuentas los emojis de berenjena y corazones que envié
en respuesta a sus setenta «¿Cómo te fue?» que encontré esta mañana en
mi teléfono). Se siente extraño hablarlo con mi jefa. Aunque mentir al
respecto sería aún más extraño, ¿verdad?—. Sí, ¿lo conoces?

—¿Ese Erik Nowak? ¿el Erik Nowak de ProBld?

Ladeo la cabeza, ¿hay otros?

—¿Sí?

—¿Son amigos?

—Nos acabamos de conocer.

—Así que no son como, amigos —parece aliviada—. Está bien. Bueno.
Se estaban riendo juntos, así que quería asegurarme.

—Por qué… ¿sería un problema si lo fuéramos?

—No por completo, no. Quiero decir, ni soñaría con decirte con quién
deberías o no pasar el rato. Pero ustedes dos parecían… íntimos, y solo
quería asegurarme… tú sabes. —Mueve la mano restándole importancia—.
Si fueran amigos y hablaran regularmente, querría recordarte que estuvieras
a salvo y fueras muy, muy discreta cuando hables de la tienda con él. Pero
ya que solo son conocidos, entonces…

—¿Por qué tendría que… —Frunzo el ceño, girando mi silla para verla
mejor. Esta conversación es muy extraña, y me estoy preguntando si debería
tomarme otro café antes de que continúe—. ¿Qué quieres decir con a salvo
y discreta?

Ella abre la boca. Entonces la cierra, mira alrededor para asegurarse


de que ninguno de los internos está aquí, y la abre de nuevo.

—Hace un tiempo ProBld me hizo una oferta. Básicamente querían


comprar GreenFrame y su portafolio de clientes, e incorporarlo como una
división de su compañía.
214
—Oh. —Parpadeo. Erik no mencionó nada anoche. Pero, tampoco lo
había hecho Gianna, nunca—. No tenía idea.

—Bueno, fue antes de que te contratara. ¿Hace dos, tres años? Antes
de los niños. Y para ser honesta, no fue la primera ni última oferta que
recibí.

—Correcto. Supe que Innovous ofertó.

—Y JKC. Sí. Pero ProBld fue algo… insistente. —Rueda los ojos—. La
razón por la que nos querían a bordo es que están tratando muy duro de
expandirse al mercado ecológico y sustentable, pero no han tenido mucho
éxito en atraer a personas realmente calificadas como… bueno, como tú. Ya
que la mayoría prefiere ir a firmas más especializadas. No me
malinterpretes, han estado contratando ingenieros prometedores, pero no
tienen la experiencia que necesitan aún. Así que me hicieron una muy
buena oferta, dije no, gracias, prefiero ser mi propio jefe, y por unos meses
pareció que todo seguiría como siempre —se detiene—. Entonces comenzó.

Niego con la cabeza, confundida.

—¿Qué comenzó?

—Un montón de pequeñas cosas de mierda. La peor fue que trataron


de que algunos de nuestros clientes se cambiaran a ProBld. Escuché que
algunos de su equipo estaban merodeando en nuestros sitios, también. No
exactamente cosas honorables.

Me tenso. Eso suena… mal. Realmente mal.

—Gianna, solo para estar claras. —Tomo una respiración profunda—


. Anoche fui a cenar con Erik. Así que nosotros… supongo que somos
íntimos. Pero él es genial, y no haría nada como lo que mencionaste —digo
con más certeza de la que probablemente debería sentir, dado que lo conocí
exactamente hace veinticuatro horas. Pero es Erik. Confió en el—. No sé qué
están haciendo los socios o los altos mandos en ProBld, pero estoy segura
de que él nunca ha hecho nada así.

—Bueno, él es un socio. 215


Parpadeo.

—Él… ¿disculpa?

—Erik es uno de los socios.

De repente me siento fría. Y muy, muy mareada.

—Él es… ¿de qué estás hablando?

—Dijiste que fuiste a cenar con él. ¿me estás diciendo que no
mencionó que es uno de los socios fundadores? —Debe leer la respuesta en
mi rostro, porque su expresión cambia a algo que parece lástima—. Él
comenzó ProBld al salir de la escuela con dos de sus colegas. Y el resto es
historia.

«Me encantaría robarte… te pagaría más. Di una cifra… estoy muy


abierto a negociar».

«Espera… ¿tú?».

«ProBld».

—¿Sabe que eres una ingeniera? —está preguntando Gianna.

Me aclaro la garganta.

—Sí. Le dije que trabajaba para GreenFrame.

—¿Antes o después de que te pidiera salir?

—Yo… —Esa no fue la razón. No lo fue. No puede ser—. Antes.

—Oh, Sadie. —El mismo tono que antes, ahora con más lastima—.
Pero no le dijiste nada específico sobre nuestros proyectos, estrategias o
clientes, ¿verdad?

—Yo… —Masajeo mi frente, que de repente se siente a un segundo de


explotar—. No lo creo.

—¿Te preguntó algo?


216
—No, él…
Sí. Sí lo hizo.

Puedo verlo claramente, sentado frente a mí en el restaurante. Su casi


sonrisa. Su pulcra y voraz forma de comer.

«¿Cómo fue, por cierto?... Tu discurso».

«¿Quién es el cliente?».

«Entonces ¿conseguiste el proyecto?».

—Sadie, ¿estás bien?

No. No. Nope.

—Creo…temo que mencioné algo. Sobre el proyecto Milton. Salió en la


conversación y yo… sabía que era ingeniero así que entré en más detalles
de los que debería, y… —Gianna se cubre los ojos con la mano y quiero que
el piso me trague entera. La alegre sensación de esta mañana se ha disuelto,
remplazada con temor y un fuerte deseo de vomitar mi wafle por todo el
piso—. Gianna, sé que parece planeado, pero no creo que Erik haría nada
de lo que tú mencionaste. En serio nos llevamos bien anoche y… mi voz
muere, lo que bien podría hacer yo. No puedo soportar escucharme más.

Él no dijo que era socio. ¿Por qué? ¿Por qué me siento mareada?

—Espero que tengas razón —dice Gianna, incluso más de esa


inquietante compasión en sus ojos. Ella se aleja de mi escritorio, con sus
tacones resonando al entrar a su oficina, y no mira atrás.

Siento que podría llorar. Y también siento que este es un estúpido


malentendido del que me voy a reír. No tengo idea de que es lo correcto por
hacer, así que trato de enfocarme en el trabajo, pero estoy demasiado
cansada, o preocupada, o horrorizada para concentrarme. A las dos de la
tarde Erik me manda un mensaje: en reuniones hasta las 7, ¿puedo invitarte
a salir después? y pienso en nuestra cena anoche, en un restaurante donde
usualmente lleva a sus clientes, ¿soy trabajo para él?

Dos minutos después agrega: o podría cocinar para ti.


217
Y entonces: antes de que preguntes, no, no arenque.
Miro los mensajes por mucho tiempo, y entonces me levanto para ver
la copiadora, que ha estado sonando por su usual atasco de papel. Hago
bola la ofensiva hoja de papel y la lanzo al bote de reciclaje, sin ver lo que
está frente a mí.

Respondo correos electrónicos. Llamo a un arquitecto. Sonrió a los


internos y los pongo a ayudar con investigación. Espero por… no sé lo que
estoy esperando. Una señal. A que esta rara y apocalíptica confusión se
disipe. Vamos, Erik no salió conmigo como cubierta para algún tipo de…
mierda de espionaje corporativo, o lo que sea. Esto no es un libro de John
Grisham, y lo que le dije a Gianna se mantiene: mi instinto me dice que él
nunca, nunca haría algo así. Desafortunadamente no estoy segura de que
mi instinto no me esté mintiendo. Creo que puede que solo quiera
besuquearse con el hombre más atractivo del mundo durante el medio
tiempo de los partidos de fútbol.

La máquina copiadora suena tres veces, y después tres más.


Aparentemente, no arreglé absolutamente nada.

A las cinco treinta escucho sonar el teléfono de Gianna, y diez minutos


después sale de su oficina, viniendo a pararse frente a mi escritorio. Los
internos se han ido. Solo somos ella y yo en la oficina.

Mi interior está congelado. Mi estomago cae.

—Adivina qué proyecto no conseguimos —dice. Su tono es suave.


Gentil. Para su crédito, no hay ni rastro de te lo dije—. Y adivina con qué
otra firma decidieron ir.

Cierro los ojos. No puedo creer esto. No quiero creer esto.

—La gente de Milton dijo que tuvieron otro discurso hoy.


Sustentabilidad similar. Menor costo, sin embargo, ya que es una firma más
grande. Me preguntaron si podía igualar su oferta, y les dije que no podía.

Mis ojos se quedan cerrados. No los abro por un largo, largo tiempo.
Todo está girando. Solo estoy tratando de estar quieta.

218
—Yo… lo arruiné —digo, apenas un susurro. Estoy llorando. Por
supuesto que estoy llorando. Soy jodidamente estúpida y mi maldito corazón
está roto y por supuesto que estoy llorando.

—No podías saberlo Sadie.

La máquina copiadora suena de nuevo, seis veces seguidas. Asiento a


Gianna, la veo alejarse y pienso en cosas rotas, cosas rotas que a veces no
pueden ser arregladas.

219
Capítulo 11

Busco en mi cerebro, tratando de recordar si durante nuestra cena


Erik mencionó tomar clases de actuación. Quiero decir no, y vamos a ser
honestos, parecería fuera de carácter. Y, aun así, si no supiera lo que hizo,
casi podría comprarlo. Casi podría creer, por la forma en que está
parpadeando confundido hacia mí, que no tiene idea de lo que estoy
hablando.

Buen intento.

—Vamos Erik.

Su ceño se frunce. Él aún está en cuclillas frente a mí.

—¿Qué clientes?

—Puedes dejarlo.

—¿Qué clientes?

—Ambos sabemos que…

—¿Qué. Clientes?

Presiono los labios juntos.

—Milton.

220
Él niega con la cabeza, como si el nombre no le dijera nada. Si tuviera
un cuchillo a la mano probablemente lo apuñalaría. A través de los
músculos, justo hasta su corazón.

—El centro de recreación en Nueva Jersey.

Toma un segundo, pero puedo ver un brillo de reconocimiento.

—¿El discurso? ¿Por el que estabas en lo de Faye?

—Sí.

—Firmaste a ese cliente, ¿no?

Aprieto la mandíbula. Duro.

—Jódete Erik.

Él bufa impacientemente.

—Sadie, en serio estoy perdido aquí, así que si no me das algo de


contexto…

—Casi firmé a ese cliente. Como sea, cuando consiguieron una


propuesta casi idéntica a la mía, decidieron ir con ProBld, ¿te suena?

No lo hace. Bueno, estoy segura de que debe. Pero el talento de actuar


está volviendo de repente, y Erik parece completa y totalmente confundido.
Sus ojos se estrechan, y casi puedo verlo tratar de revisar sus recuerdos.

Suspiro.

—Esto es… muy extenuante, Erik. Gianna me dijo todo. Sé que ProBld
trató de comprar GreenFrame. No sé si saliste conmigo tratando de lastimar
a la compañía, o tomaste la oportunidad una vez que se te presentó, pero sé
que usaste lo que te dije en la cena para dar una propuesta muy similar a
la mía, porque el cliente, tu cliente, lo admitió.

—No lo hice.

—Sí. Seguro.
221
—En serio no.

—Por supuesto. —Ruedo los ojos.

—No, es en serio. ¿me estás diciendo que la razón por la que dejaste
de hablarme es que coincidentemente terminamos consiguiendo a uno de
tus clientes?

—Dos propuestas así de similares no son una coincidencia…

—Deben serlo. Ni siquiera sabía que teníamos a ese cliente hasta este
momento.

—¿Cómo puedes no saber qué proyectos se están desarrollando en la


firma que posees?

—Porque no soy un empleado menor. —Puedo decir por su tono que


se está comenzando a frustrar conmigo. Lo que está bien porque he estado
frustrada con él por semanas—. Tengo una posición de líder y manejo a
personas que manejan personas que manejan personas que manejan a más
personas. No somos GreenFrame, Sadie. Superviso diferentes equipos y
paso los días en malditamente aburridas juntas con abogados de patentes,
aseguradoras y gerentes de control de calidad. A menos que sea un trato de
alta prioridad o extremadamente lucrativo, puede que incluso no sea
informado hasta que ya está en desarrollo. Mi trabajo es hacer las decisiones
mayores y dar las líneas guías para que…

Se detiene y físicamente retrocede. Un segundo se está inclinando


hacia mí, el otro su espalda está recta y está pellizcando el puente de su
nariz entre pulgar e índice. Se queda así por varios segundos, ojos cerrados,
y entonces explota en un largo, sentido:

—Maldición.

Es mi turno de estar confundida.

—¿Qué?

—Mierda.
222
—¿Qué… por qué estás haciendo eso?
Me mira, sin un gramo de su previa exasperación en su expresión.

—Tienes razón.

—¿Sobre qué?

—Fui yo. Fue mi culpa que no consiguieras al cliente. Pero no por la


razón que crees.

—¿Qué?

—El día después de que nosotros… —Pasa una cansada mano por su
rostro—. Esa mañana tuve una reunión con uno de los gerentes ingenieros
que superviso. Me dijo que estaba refinando la propuesta de un proyecto
que específicamente había pedido rasgos sustentables. No dio detalles y no
los pedí, pero ya que no es nuestro fuerte quiso saber si yo tenía algunos
recursos. Le envié un artículo académico. —Su garganta se mueve—. Fue el
que tú escribiste.

Estoy mareada. Estoy sentada, pero creo que podría caerme.

—¿Mi artículo? ¿Mi doblemente revisado artículo de marcos para la


ingeniería sustentable?

Él asiente lentamente, indefenso.

—También mandé tu tesis en el email de la compañía y recomendé


altamente a los lideres de equipo que la leyeran. Aunque fue unos días
después, después de leerla yo mismo.

—¿Mi tesis? —Debo haberlo escuchado mal. Seguramente estoy en lo


alto de un evento cardiovascular—. ¿Mi disertación doctoral?

Él asiente, pareciendo arrepentido. Yo… ya ni siquiera creo estar


enojada. O tal vez lo estoy, pero está diluido en la sorpresa total de escuchar
que…

—¿Cómo conseguiste mi tesis? ¿Y mi artículo?

223
—El articulo estaba en Google Académico. Para la tesis… —Presiona
sus labios juntos—. Hice que alguien de la biblioteca de Caltech me enviara
un enlace de descarga.

—Hiciste que alguien de la biblioteca te enviara un enlace de descarga


—repito lentamente. Estoy habitando en una dimensión paralela. Donde los
átomos están hechos de caos—. ¿Cuándo?

—La mañana siguiente. Cuando llegué a mi oficina.

—¿Por qué?

—Porque quería leerla.

—Pero… ¿por qué?

Me mira como si fuera un poco lenta.

—Porque tú la escribiste.

Tal vez soy un poco lenta.

—Así que estabas tratando de… ¿descubrir la propuesta de


GreenFrame basado en mi trabajo publicado?

—No. —Su tono deja caer algo de culpa y vuelve a ser tres partes firme,
una parte indignada—. Quería leer lo que escribiste porque estoy interesado
en el tema, porque en la cena fue muy obvio que eres mejor ingeniera que la
mayoría de las personas en ProBld, incluido yo, y porque cerca de cinco
minutos en el trabajo me di cuenta de que, si no iba a dejar de pensar en ti,
bien podía ser de forma productiva. Y mientras leía, me di cuenta de que tu
trabajo es más que bueno, y compartirlo con los demás fue sin dudarlo. No
pensé que le estaba dando tu propuesta a toda mi compañía y… maldición.
No pensé. —Frota el dorso de su mano contra su boca—. Fue mi cupa. No
fue a propósito, pero tomo toda la responsabilidad. Voy a hablar con mi
gerente de ingeniería y con el cliente y… voy a resolver esto. Vamos a
encontrar la forma de asegurarnos de que obtengas el crédito que mereces.

224
Lo miro, estupefacta. Esto es… no se supone que esté diciendo esto.
Se supone que él… no lo sé. Lo niegue. Defienda sus propias acciones de
mierda. Me haga odiarlo más.

—Para el futuro, probablemente podamos hacer un acuerdo. Algo


acerca de no perseguir a tus clientes potenciales. No lo sé, pero lo revisaré
a través de Gianna.

¿Disculpa?

—Dudo que tus socios estén de acuerdo con ello.

—Lo estarán cuando les explique la situación —dice, como si fuera


una decisión tomada.

—Seguro, porque eres uno de ellos. —Mi ira está de regreso. Bien.
Perfecto—. Otra mentira tuya, por cierto.

Esta vez, él… ¿se está ruborizando?

—No mentí.

—Solo omitiste. Buena excusa.

—No es eso. Yo… —Por primera vez desde que lo conocí, este seguro
y severo hombre parece algo avergonzado, y yo… no puedo alejar la mirada—
. No estaba seguro de si sabías. La mayoría de las personas que conozco
parece ya saberlo… sí, se cómo suena. Y entonces en la cena me contaste lo
diferente que era de la vida académica trabajar para una firma. Cuánto
extrañabas a tus amigas. Me imaginé que presumir sobre cómo me gradué
y conseguí hacer la transición con mis amigos podría esperar un par de días.

—Eso suena realmente… —Creíble, en realidad. Algo considerado, ¿de


una forma un tanto desproporcionada?—. Incompleto.

Él deja salir una risa, como si estuviera siendo ridícula.

—Incompleto.

225
—Yo solo… —Levanto las manos—. ¿Por qué siquiera estamos
haciendo esto, Erik? Es obvio que tenías algún motivo oculto para pedirme
salir. ¡Incluso trataste de ofrecerme trabajo!

—Por supuesto que sí. Sadie, lo haría de nuevo. En este momento,


¿quieres venir a trabajar para mí? Porque la oferta sigue y…

—Detente. —Levanto la palma, a pongo entre nosotros como el muro


más inútil del mundo—. Por favor solo… detén esto.

—Está bien. —Erik toma una respiración profunda. Cuando habla, su


voz es calmada—. Está bien. Esto es lo que pasó, e interrúmpeme si me
equivoco: pensaste, basada en lo que te dijo alguien en quien confías, que
dormí contigo para robar a un cliente y vengarme de Gianna por no vender,
lo que suena un poco presuntuoso, pero… lo entiendo. Es a donde
apuntaban las pistas. ¿es correcto?

Asiento en silencio. Hay una picazón pesada detrás de mis ojos.

—Está bien —continua el pacientemente—. Es tu lado de lo que pasó.


Pero te estoy pidiendo que consideres el mío. que es que, incluso aunque la
jodí completamente enviándole tu trabajo a mi equipo, no supe las
consecuencias hasta hace cerca de cinco minutos. Porque te llamé, pero
nunca respondiste. Y cuando subí a hablar contigo Gianna dijo que estaba
segura de que no querías verme. Y me gusta pensar que no soy el tipo de
idiota que seguiría llamando a una mujer que le pidió que no lo hiciera, así
que me detuve. Pero tampoco fui capaz de dejar de pensar en ti, lo que me
tuvo buscando desesperadamente la razón por la que te alejaste, al punto
en que he estado repasando lo que pasó entre nosotros esa noche cada…
maldito… día, por las últimas tres semanas.

—Erik…

—No estoy exagerando. —Esto sería mucho más fácil si su tono fuera
acusador. Pero no. Tenía que sonar razonable, lógico, ansioso y sincero, y
quería gritar—. Desmenucé cada minuto, cada segundo de cada interacción,
y después de hacerlo pedazos, la única conclusión que pude alcanzar es que
lo que sea que hiciera mal debió haber pasado después de que me pediste 226
que te llevara a mi casa, lo que solo dejó en realidad lo que hicimos ahí.
—Eso no es…

—Y he estado asustado, asustado como nunca, de haberte lastimado.


—Levanta su mano. La curva alrededor de mi mejilla—. Que te había dejado
en algún, cualquier tipo de dolor. Que no podía arreglar las cosas. Lo que,
déjame decirte, no es divertido cuando sabes en tu cerebro de lagartija que
estás a cerca de cinco minutos de enamorarte de alguien. —Cierra los ojos—
. Tal vez pasó. No puedo decirlo.

Hacen que el piso se mueva y tiemble, las palabras de Erik. Hacen que
caiga duro y rápido debajo de mis pies, llenan mi cerebro con un cegador
rayo de luz, y ellas… espera.

Esperen.

—La energía regresó —digo con un jadeo, dándome cuenta de que el


elevador está funcionando de nuevo. Erik debe haberlo notado también,
pero no parece sorprendido, o hace un movimiento para alejarse de mí.
Sigue sosteniendo mi mirada, como si esperara una respuesta de mi parte,
por reconocimiento de lo que ha dicho, pero no puedo, no voy a dársela. Me
alejo de la mano en mi rostro y tomo mi bolso, saliendo de la esquina donde
me arrinconé.

—Sadie. —Cuando las puertas se abren en el primer piso, salgo


corriendo del cubo. Erik esta justo detrás de mí—. Sadie, ¿puedes…

—¡Erik! —llama alguien desde el otro lado del recibidor, el sonido


haciendo eco a través del mármol. Hay un pequeño grupo de gente
charlando con dos hombres en uniformes de mantenimiento—. ¿Estás bien?
—Estoy casi segura, (por investigar por odio a ProBld después de nuestro
rompimiento) que él es otro de los socios. Un tipo que trabaja hasta tarde,
claramente.

—Sí —dice Erik sin moverse en su dirección.

—¿Te quedaste atrapado en el elevador?

—En el más pequeño. —Hay un borde impaciente en el tono de Erik.


Se vuelve mucho más suave cuando se gira hacia mí y dice—: Sadie, vamos 227
a…
—¿Eran solo ustedes dos? —llama el hombre—. En realidad,
mantenimiento está tratando de asegurarse de que nadie de ProBld siga
atrapado, ¿puedes venir aquí por un segundo?

El «Claro, voy para allá» de Erik podría cortar diamantes.

Me giro para irme, pero su mano se cierra alrededor de mi bíceps, y


siento su agarre viajar a través de cada nervio que poseo.

—¿Quédate aquí, ¿sí? Solo necesito cinco minutos para hablar


contigo. ¿puedo tener cinco minutos? ¿Por favor? —Sostiene mi mirada
hasta que asiento.

Pero una vez que me da la espalda, no dudo por un segundo. Froto el


lugar donde me acaba de tocar hasta que ya no puedo sentirlo, y entonces
salgo al cálido aire de la noche.

228
Capítulo 12
—Esperen. Esperen, esperen, esperen, esperen, esperen. Esperen,
esperen, esperen. Esperen. —En el centro del monitor de mi Mac, Mara
levanta ambos dedos índices para llamar la atención de Hannah y mía. A
pesar de que ya la tenía—. Esperen. Lo que estás diciendo es que todo este
tiempo hemos estado haciendo círculos de invocación semanales para darle
a este tipo verrugas genitales que desfiguran, hongos en las uñas de los pies
y esos granos subcutáneos gigantes que la gente elimina quirúrgicamente
en YouTube... pero, en realidad, ¿no se merecía nada de eso?

Gimo

—No. No sé. Sí. ¿Quizás?

—Pregunta relacionada: ¿cuánto tiempo estuviste en ese ascensor? —


pregunta Hannah.

—No estoy segura. ¿Una hora? ¿Menos? ¿Por qué?

Se encoge de hombros.

—Solo me preguntaba si esto podría ser síndrome de Estocolmo.

Gimo de nuevo, dejándome caer en mi cama. Ozzy se acerca para


olerme, solo para asegurarse de que no me he convertido en un pepino desde
la última vez que revisó. Luego se escapa, decepcionado.

—Está bien —dice Mara—, retrocedamos. ¿Es creíble lo que te dijo?

—No. No sé. Sí. ¿Quizás?


229
—Te juro por Dios, Sadie, si tú...
—Sí. —Me enderezo—. Sí, tiene sentido. Sí detallé el marco para mis
propuestas de sustentabilidad en mi artículo publicado, y lo detallé aún más
en mi tesis...

—De la cual tal vez deberías haber prohibido su publicación —


interviene Hannah, jugando con su cabello oscuro.

—… de la cual definitivamente debería haber prohibido su


publicación, por lo que es posible que alguien que hubiera leído mis cosas
podría haberlas usado para imitar mi discurso. Por supuesto, cuando se
trata de hacer el trabajo, no tendrán la experiencia que tenemos Gianna o
yo, pero ese es un problema para más adelante. Supongo que lo que dijo
Erik es... concebible.

—Entonces, ¿nada de hongos genitales? —pregunta Mara—. Quiero


decir, parece justo, considerando que publicaste ese artículo y escribiste esa
tesis para alentar a las personas a adoptar tu enfoque.

—Cierto. Sí. —Cierro los ojos, deseando por decimoséptima vez en las
últimas dos horas poder desaparecer en la nada. Tal vez desde la última vez
que me fijé, apareció un portal a otra dimensión en mi armario. Tal vez
pueda viajar a Sinconsecuenciaspormispropiasaccioneslandia—. En
realidad no pensé que sería utilizado por mis competidores directos.

—Me doy cuenta de eso —dice, con un tono que sugiere un fuerte
pero—. Pero tampoco estoy segura de que sea culpa de Erik.

—Y se disculpó —agrega Hannah—. Además, el hecho de que haya


leído tu disertación es un poco lindo. ¿Cuántos de los chicos con los que me
he acostado han leído mis cosas, qué crees?

—Ni idea. ¿Cuántos?

—Bueno, como sabes, creo firmemente que el sexo y la conversación


no se mezclan bien, pero estimo que... ¿un sólido cero?

—Suena bien —dice Mara—. Además, dijiste que se ofreció a


encontrar una manera de arreglar la situación. Y eso no parece ser algo que
él haría si no se preocupara por ti. 230
—Acordado. —Hannah asiente—. Mi voto es por no tener granos
genitales.

—Yo igual. Estoy disolviendo el círculo de invocación mientras


hablamos.

—No, espera, nada de disolver, yo… —Me froto los ojos con las palmas
de las manos—. ¿De qué lado están?

—Del tuyo, Sadie.

—A diferencia de ti —agrega Hannah.

—Yo… ¿Qué significa eso?

Intercambian una mirada. Sé que estamos en una llamada de Zoom y


es técnicamente imposible para ellas intercambiar una mirada, pero están
intercambiando una maldita mirada. Puedo sentirlo.

—Bueno —dice Hannah—, esta es la cosa. Te encuentras con este


tipo. Y lo follas. Y es realmente bueno follando, ¡viva! Al día siguiente,
descubres que es un imbécil, lo que te envía a una espiral descendente de
lágrimas y helado Talenti de tres semanas que es unas doce veces más
intensa que la vez que rompiste con un tipo con el que habías estado
saliendo durante años. Pero luego descubres que todo fue un malentendido,
que las cosas podrían arreglarse y..... ¿te vas? Dijiste que él quería hablar
más, y es obvio que estás interesada en escuchar lo que dice. Entonces, ¿por
qué te fuiste, Sadie?

Observo los ojos implacables, prácticos y amables de Hannah, que van


muy bien con su voz implacable, práctica y amable, y murmuro:

—Me gustaba más cuando estabas en Laponia.

Ella sonríe.

—A mí también, por eso estoy tratando de volver allí, pero volvamos a


discutir tus terribles habilidades de comunicación.

—No son tan malas. 231


—Eh. Como que sí —dice Mara.

Miro intensamente también a Mara. Doy igualdad de oportunidades


con mis miradas intensas.

—¿Saben qué? Acepto que mis habilidades de comunicación son


deficientes, pero me niego a que me avergüence alguien que está a punto de
ir a comprar un anillo con el tipo por el que una vez casi llamó a la policía
porque dejó un recibo de CVS en la secadora.

—Pfft, no van a ir a comprar un anillo. —Hannah agita la mano con


desdén—. Apuesto a que va a recibir algún tipo de reliquia familiar.

—¿Él no tiene hermanos mayores? —pregunto—. Probablemente ya


se quedaron sin reliquias hace cuatro bodas.

—Oh, sí. Tal vez haya algo de compras. ¿Crees que él nos llamará
desde un Claire’s de algún centro comercial de D.C. para preguntarnos qué
anillo preferiría Mara?

—Oh, Dios mío, ¿saben qué? La semana pasada leí en alguna parte
que Costco vende anillos de compromiso. Oh, hola, Liam.

El novio de Mara entra en la pantalla y viene a quedarse de pie justo


detrás de ella. En las últimas semanas se ha convertido en una especie de
cuarto informal en nuestras llamadas, una estrella invitada ocasional, por
así decirlo, que busca historias vergonzosas de la escuela de posgrado sobre
Mara y se ofrece amablemente a asesinar a nuestros colegas imbéciles
masculinos cuando nos quejamos. Teniendo en cuenta que la primera vez
que fuimos presentados fue cuando Mara planeaba poner una trampa en su
baño, es sorprendentemente divertido tenerlo cerca.

—¿En serio, chicas? —pregunta, todo ceñudo, oscuro y con los brazos
cruzados—. ¿Claire’s? ¿Costco?

Hannah y yo jadeamos.

—Costco es increíble.

—Sí, Liam. ¿Qué tienes en contra de Costco? 232


Sacude la cabeza hacia nosotras, presiona un beso en la coronilla de
la cabeza de Mara y sale del marco. Soy su fan, debo decirlo.

—Está bien —dice Mara—, volviendo a tus pobres habilidades


comunicativas.

Pongo los ojos en blanco.

—¿Todavía estás enojada con Erik? —pregunta Hannah—. Porque


pasaste semanas triste, furiosa y tristemente furiosa. Incluso si ahora sabes
que tus razones no eran tan válidas, siento que de todos modos sería difícil
dejar eso de lado. Entonces, ¿quizás ese sea el problema?

Pienso en la mano de Erik cerrándose alrededor de mi brazo en el


vestíbulo. Sobre la forma en que siguió mirándome cuando el ascensor se
puso en marcha: concentrado, atento, como si el mundo pudiera girar el
doble de rápido de lo normal y aun así no le hubiera importado, no si yo
estuviera cerca. No me permito recordar las palabras que dijo, pero un
recuerdo resurge: de nosotros riéndonos, de pie en su cocina y comiendo
sobras de comida china, y no lo aparto. Por primera vez en semanas, no está
empapado de resentimiento y traición. Solo la dulzura dolorosa y
conmovedora de la noche que pasamos juntos. De Erik subiendo el
termostato cuando dije que tenía frío, y luego envolviendo sus grandes y
cálidas manos alrededor de las plantas de mis pies. Esa sensación de estar
justo ahí, al borde de algo.

No creo que esté enojada, ya no.

—No es eso —digo.

—De acuerdo. ¿Entonces el problema es que no le crees?

—Yo... No. Le creo. No creo que Gianna me mintiera deliberadamente,


pero no tenía todos los hechos.

—Entonces, ¿qué es?

Trago, tratando de dar con la razón por la que mi estómago se siente


pesado, la razón por la que me he estado sintiendo enferma por la decepción
y el miedo desde que descubrí la verdad. Y luego me golpea. Lo único que
233
he estado tratando activamente de no verbalizar me golpea justo cuando
digo:

—De todos modos, no importa.

—¿Por qué no importa?

Cierro los ojos. Sí. Es eso. Es por eso.

—Porque lo arruiné.

—Lo arruinaste, ¿cómo?

Ahora que puedo ponerle el nombre de lo que es, la horrible sensación


crece, ácida y amarga en mi garganta.

—Él no estará interesado en mí. Me conoció y pensó que era divertida,


que tenía un montón de cosas en común conmigo, que yo realmente le
gustaba, y luego... actué como una persona totalmente irracional, absurda
y trastornada, bloqueé su número y lo acusé de jodido espionaje corporativo,
y tal vez quiera dejar las cosas claras, tal vez odia la idea de que yo piense
que es una persona horrible, pero no hay forma de que quiera retomar donde
lo dejamos y… aaaagh. —Entierro el rostro en mi mano.

La jodí. Solo... la jodí. Y ahora tengo que vivir con esa certeza. Debo
continuar en un mundo en el que ningún hombre jamás se comparará con
Erik Nowak. Ningún hombre jamás me hará reír, y hará que mi cuerpo
cante, y que mi alma se indigne por completo con sus escandalosas
opiniones sobre el Galatasaray, todo a la vez.

—Oh, cariño. —Mara ladea la cabeza—. Tú no sabes eso.

—Lo sé. Es probable.

—Ese no es el punto. —Hannah se inclina más cerca de la pantalla


hasta que todo lo que puedo ver es su hermoso rostro y sus ojos oscuros—.
Está bien, entonces Erik ahora sabe que ocasionalmente muestras una
terrible falta de iniciativa para resolver conflictos.

Gimo. 234
—De verdad desearía tener la fortaleza emocional para colgarles.

—Pero no la tienes. Lo que digo es que tal vez Erik decida que eres
una terrible novia que reacciona de forma exagerada y es más problemática
de lo que vale. Tal vez decida que quiere quejarse de ti en el subreddit de
relaciones. Pero si lo eliminas como lo hiciste hace tres semanas, solo
estarías tomando esta decisión por él.

Parpadeo, confundida, de repente recordando por qué entré en


ingeniería. Las derivadas logarítmicas son mucho más fáciles que esta
mierda sobre relaciones.

—¿Qué quieres decir?

—Sadie, sé que te gusta mucho este chico. Sé que si él decide que no


te quiere en su vida, va a doler, y que estás tentada a retroceder de forma
preventiva para protegerte. Pero si no le das al menos la oportunidad de
elegirte, seguro que lo perderás.

Asiento lentamente, tratando de pensar más allá del duro nudo en mi


garganta. Dejar que la idea: ve a por ello, solo ve a por ello, pide lo que quieres,
sé valiente, se filtre a través de mí lentamente. Recordando a Erik.
Recordando la brisa flotando entre nosotros en un banco del parque, en una
acera desierta. La forma en que mi estómago se agitaba por los sentimientos
que acarreaba. De posibilidades. De tal vez

Este es mi nuevo lugar feliz, murmuró Erik en mi oreja la segunda vez


que tuvimos sexo esa noche. Y luego apartó mi cabello sudoroso de mi
frente, y levanté la mirada y pensé: Sus ojos son del color exacto del cielo
cuando brilla el sol. Y yo siempre, siempre amé el cielo.

—Tienes razón —digo—. Tienes toda la razón. Debería ir a él.

Hannah sonríe.

—Bueno, en realidad son las, ¿qué, una A.M. en Nueva York? Estaba
pensando más en una llamada telefónica mañana por la mañana.
Aproximadamente a las diez.

—Sí. Debería ir con él ahora mismo.


235
—Eso es exactamente lo contrario de...

—Me tengo que ir. Las amo.

Cuelgo y salto de la cama, buscando una chaqueta y mi teléfono.


Empiezo a pedir un Uber, excepto... mierda. Sé dónde vive Erik, pero no su
dirección. Corro hacia la puerta, al mismo tiempo que busco las llaves, y
escribo el punto de referencia más cercano a su apartamento que puedo
recordar. ¿Cómo diablos se escribe…?

—¿Sadie?

Levanto la mirada. Erik está de pie en mi puerta abierta. Erik, en todo


su alto y serio esplendor de Thor Corporativo. Con la misma ropa que tenía
puesta cuando lo dejé más una chaqueta ligera, con la mano en el aire y
claramente a punto de tocar.

—¿Vas a alguna parte?

—No. Sí. No. Yo... —Doy un paso atrás. Otro. Otro. Erik se queda justo
donde está y me arden las mejillas. ¿Lo estoy alucinando? ¿Está de verdad
aquí en Astoria? ¿En mi apartamento? Escucho un fuerte golpe y mis llaves
están en el suelo de linóleo. Necesito una siesta. Necesito una siesta de siete
años.

—Aquí. —Se agacha para recoger las llaves, hace una pausa por un
segundo para estudiar mi llavero con un balón de fútbol y me lo ofrece—.
¿Puedo entrar por cinco minutos? Solo para hablar. Si te sientes incómoda,
el pasillo también está bien…

—No. No yo... —Me aclaro la garganta—. Puedes pasar.

Una breve vacilación. Luego asiente mientras entra y cierra la puerta


detrás de él. Pero no se mueve más adentro, se detiene en la entrada y
simplemente dice:

—Gracias.

Estaba yendo hacia ti, abro la boca para decirlo. Iba de camino a
contarte muchas, muchas cosas confusas. Pero la sorpresa de verlo aquí ha 236
congelado mi valentía, y en lugar de inundarlo con el discurso apasionado
que habría escrito en mi aplicación de Notas en el Uber, solo lo miro.
Silenciosa.

Por el amor de Dios, ¿qué me pasa?

—Toma —dice, alcanzándome un teléfono. Su teléfono.

¿Eh?

—¿Por qué me das esto?

—Porque quiero que lo revises. El código de acceso es 1111.

Miro su rostro.

—¿1111? ¿Estás bromeando?

—Sí, lo sé. Simplemente ignóralo.

Bufo.

—No puedes pedirme eso.

Suspira.

—Bien. Se te permite un comentario.

—¿Qué tal si un un un un comentarios...?

—Eso es todo. Tu comentario, lo usaste. Ahora...

—Vamos, tengo muchos más que...

—… ¿podrías desbloquear el teléfono?

Hago un puchero pero hago lo que dice. Sobre todo por puro
desconcierto.

—Hecho.

Él asiente.
237
—Si haces clic en mi aplicación de correo electrónico, encontrarás mi
correspondencia de trabajo. La mayoría de esos mensajes son altamente
confidenciales, por lo que te pediré que no los leas. Pero quiero que busques
tu apellido.

—¿Por qué habría de hacer eso?

—Porque está todo ahí. Los mensajes de correo electrónico. Yo


solicitando tu tesis. Yo circulándola por ProBld como un imbécil. Un par de
instancias de mí discutiendo tu escritura en general. La línea de tiempo
debería confirmar lo que ya te dije. —Lo miro. Sin poder hablar. Luego
continúa, y se pone peor—: Esto es todo en lo que puedo pensar, pero si hay
algo más que pueda mostrarte que te ayude a creer que Gianna
malinterpretó las cosas, házmelo saber. Estoy dispuesto a dejar mi teléfono
aquí. Tómate el tiempo que quieras para revisarlo. Si alguien llama o envía
mensajes de texto, ignóralos.

Es la forma tranquila y seria en que me mira lo que lo logra. Rompe


lo que queda de mi terror a ser rechazada, y abruptamente le pongo fin a
cualquier tontería temerosa con la que mi cerebro esté tratando de
alimentarme.

Un nuevo conocimiento se desarrolla dentro de mí, e


instantáneamente sé qué hacer. Sé cómo hacerlo. Y comienzo tomando su
teléfono con fuerza, acercándome y deslizándolo en el bolsillo de su
chaqueta. Dejo que mi mano permanezca adentro por un segundo, sintiendo
el calor del cuerpo de Erik. El algodón limpio. Sin pelusas ni envoltorios de
caramelos ni tubos ChapStick vacíos.

Lo adoro. Me encanta. Mi mano quiere deslizarse dentro de este


bolsillo en las lluviosas tardes de otoño y las frías mañanas de primavera.
Mi mano quiere mudarse y vivir aquí, justo al lado de la de Erik.

Pero por ahora, hay algo más que necesito hacer. Lo que consiste en
ofrecerle mi propio teléfono. Lo mira con escepticismo, hasta que digo:

—Mi contraseña es 1930.

Su boca se tuerce. 238


—¿Año de la primera Copa Mundial de la FIFA?

Me río, porque... sí. De entre todos, él lo sabría. Y luego siento que


empiezo a llorar, porque por supuesto, de todos en el mundo entero, él lo
sabría.

—Desbloquéalo, por favor —digo entre sollozos. Erik tiene los ojos
muy abiertos, alarmado por las lágrimas, tratando de acercarse y atraerme
hacia él, pero no lo dejo—. Desbloquea mi teléfono, Erik. Por favor.

Rápidamente marca los números.

—Hecho. Sadie, ¿estás…?

—Ve a mis contactos. Encuentra el tuyo. Es... Lo cambié. A tu nombre


real. —Es difícil mantener niveles altos y prolongados de odio hacia alguien
que está guardado en tu teléfono con un apodo cursi, no agrego, pero el
pensamiento me hace reír, húmeda y acuosamente.

—Hecho. —Suena impaciente—. ¿Puedo...?

—Está bien. —Inspiro profundamente—. Ahora, por favor, desbloquea


tu número.

Una pausa. Luego:

—¿Qué?

—Bloqueé tu número. Porque yo... —Me limpio la mejilla con el dorso


de la mano, pero están saliendo más lágrimas—. Porque no podía soportar...
Porque. Pero creo que tú deberías desbloquearlo. —Vuelvo a sollozar.
Ruidosamente—. Entonces, si decidiste que no te importa el hecho de que a
veces puedo ser una lunática total, y si quieres llamarme y darle a... lo que
estábamos haciendo, otra oportunidad, entonces estaría feliz de atender y…

Me encuentro atraída hacia su cuerpo, abrazada con fuerza contra su


pecho, y probablemente debería insistir en disculparme adecuadamente y
ofrecer un informe detallado de todo lo que ha ocurrido, pero simplemente
me dejo hundir en él. Huelo su aroma familiar. Cuando me alisa el pelo
239
hacia atrás, entierro la cara en su camiseta y me derrito, sumergiéndome
en el silencio y el alivio.

—Creo que realmente apesto en las aventuras de una noche —le digo,
atenuada contra la suave tela.

—No tuvimos una aventura de una noche, Sadie.

—Está bien. Quiero decir, no lo sé. Nunca había...

—Yo he tenido suficientes por ambos, y algunas más. —Se aleja para
mirarme y repite—: Nosotros no tuvimos una aventura de una noche.

No tomo la decisión consciente de besarlo. Solo pasa. Un segundo nos


estamos mirando, al siguiente no. Erik sabe a sí mismo y a una noche de
finales de primavera en Nueva York. Sostiene mi cabeza en su palma, me
presiona contra él; gime, se inclina para empujarme contra la pared y lame
el interior de mi boca.

—¿Así que estamos bien? —pregunta, saliendo a tomar aire. Quiero


asentir, pero lo olvido cuando se inclina para otro beso, tan profundo como
el anterior. Luego recuerda su pregunta y repite—: ¿Sadie? ¿Estamos bien?

Cierro los ojos y muerdo su labio inferior. Es suave y regordete, y


recuerdo la forma paciente en que había trabajado entre mis piernas.
Recuerdo venirme una y otra vez, el placer tan fuerte que no podía
comprenderlo…

—Sadie. —No respira normalmente. Da un paso atrás, como si


necesitara un momento para controlarse—. ¿Estamos bien? Porque si crees
que esto es una aventura de una noche, entonces…

—No. Yo... —Alcanzo su rostro. Esta vez, cuando acerco su boca a la


mía, mi beso es lento y suave—. No. Estamos bien.

—¿Lo prometes? —pregunta contra mis labios.

Asiento con la cabeza. Y luego, porque parece importante:

—Lo prometo. 240


Es como accionar un interruptor. En un momento me mira
inquisitivamente, al siguiente nuestras manos están sobre el otro, yo
desabrochando sus jeans, él desabrochándome la blusa. Hay un calor que
crece entre nosotros, un calor que nos hace movernos frenéticamente,
torpemente y con demasiadas ganas. Cuando tiro hacia abajo de sus jeans
y calzoncillos, su polla salta, tirante, goteando y tan dura que tiene que
doler. Envuelvo la mano alrededor de él, bombeo hacia arriba y hacia abajo
un par de veces, y él gime, un sonido suave y gutural. Luego me aparta, me
sujeta la muñeca contra la pared y ataca mis pantalones.

Sus dedos rozan bajo el elástico de mi ropa interior, y cuando sus


nudillos rozan la tela húmeda de mis bragas, es todo lo que puedo hacer
para no abrir las piernas tanto como sea posible.

—Morado —dice con voz áspera cuando mis pantalones están


amontonados alrededor de mis tobillos—. Finalmente.

—El discurso de hoy. Ayer —corrijo, ayudándolo a deshacerse de mi


camiseta.

—Por cierto —dice, con la voz áspera—, la última vez te dejaste el


sostén en mi casa. —Traza la línea del que tengo puesto pero no me lo quita.
En su lugar, baja las copas de encaje y las mete bajo la curva de mis pechos.
Cuando mis pezones expuestos se endurecen hasta convertirse en puntas,
ambos hacemos ruidos ahogados y entrecortados.

—P-puedes quedártelo.

—Bueno.

—¿Bueno?

Su pulgar se mueve adelante y atrás a lo largo de mi pezón.

—No está en un estado exactamente... prístino.

Me río, sin aliento.

—¿Por qué? ¿Lo has estado usando?


241
No responde. En lugar de eso, me levanta hasta que mis piernas están
envueltas alrededor de sus caderas, sujetándome contra la pared al lado de
la puerta a pesar de que hay una cama, un sofá, una docena de muebles a
solo unos metros de distancia, y luego se detiene abruptamente.

—¿Tú… te sientes atrapada? Es esto...

—No, está bien. Perfecto. Por favor, sólo...

Engancha los dedos en la entrepierna de mis bragas, las empuja


descuidadamente hacia un lado, y prueba uno o dos ángulos que
posiblemente no funcionen, pero luego me acomoda, me inclina como si no
fuera más grande que una muñeca, y en el tercer intento solo...

Se desliza dentro. La presión es enorme, estira, quema y es familiar,


inexorable y encantadora, y todo en lo que puedo pensar es en lo mucho que
extrañaba esto, la aguda sensación de algo demasiado grande que de alguna
manera estaba destinado a caber dentro de mí, la forma en que murmura lo
siento, por favor, más, casi allí.

—Te extrañé —susurra contra mi sien cuando llega a acomodarse por


completo, sonando como si estuviera bajo una gran tensión—. Solo te conocí
durante veinticuatro horas, pero nunca había extrañado tanto a nadie.

Gimo. Un maullido vergonzoso que no puede ser que salga de mi boca.

—Para que quede asentado. —Me siento tan llena que apenas puedo
hablar—. Pensé que el sexo fue bueno. —Es un eufemismo. Es todo lo que
soy físicamente capaz de decir en este momento.

—¿Sí? —Me muerde la carne entre el cuello y el hombro, no lo


suficientemente fuerte como para rasgarme la piel, lo suficiente como para
sugerir que no tiene el control total. Me recuerda nuestra noche juntos, la
forma en que me mantuvo inmóvil para sus embestidas, la forma en que me
hizo sentir poderosa e impotente a la vez—. Eso es bueno. Porque yo no
puedo pensar en otra cosa. —Se mueve dentro de mí. Una vez dos veces.
Una vez más, un poco demasiado contundente, pero perfecto. Mi frente se
apoya contra la suya, y él jadea en mi boca—. Tres semanas, y solo pude
pensar en ti. 242
Dura menos de una docena de embestidas. Su boca está junto a mi
oído mientras me dice lo hermosa que soy, cómo quiere sentir todo de mí,
cómo podría follarme cada segundo de cada hora de cada día. Los espasmos
florecen en mi interior, me vuelven loca, y me aferro a sus hombros mientras
mi orgasmo explota a través de mi cuerpo, limpiándome la mente. Erik, digo
en silencio contra su cabello. Erik, Erik, Erik. Se queda quieto mientras lo
cabalgo, un gruñido casi silencioso en su garganta, la tensión en sus brazos
casi vibrando. Luego, cuando casi termino, me pregunta:

—¿Debería… joder, debería salirme?

—No —exhalo—. Estoy... estamos bien. Píldora.

Se corre dentro de mí antes de que termine de hablar, enterrando los


sonidos de su placer en la piel de mi garganta.

Después, nos quedamos así. Me sostiene, como si supiera que me


tambalearía sobre mis piernas si me soltara, y me besa durante largos
momentos. Castos besos dondequiera que puede alcanzar, largos lametones
en mi cuello sudoroso, suaves chupetones que me hacen retorcerme y
reírme entre sus brazos. Nunca, jamás quiero que este momento termine.
Quiero pintarlo, enmarcarlo y colgarlo en la pared, esta pared, atesorarlo y
hacer un millón más y...

—¿Sadie? —La voz de Erik es aún más grave de lo habitual. Estoy


feliz, flexible y relajada.

—¿Sí?

—¿Todavía tienes tu hámster?

—Conejillo de indias.

—La misma cosa. ¿Aún lo tienes?

—Sí. —Hago una pausa—¿Por qué?

—Solo me aseguro de que una rata gigante no esté tratando de


comerse mis jeans.
243
Miro por encima de su hombro y estallo en carcajadas por primera vez
en semanas.

244
Epílogo

—Está bien —le digo, decidida. Miro primero mi obra maestra y los
restos de mi arduo trabajo, y luego repito, más fuerte—: ¡Está bien, estoy
lista! ¡Prepárate para quedarte boquiabierto!

Erik aparece en la entrada de su cocina unos cinco segundos después,


luciendo somnoliento, relajado y guapo con su camiseta de Hanes y sus
pantalones de pijama a cuadros.

—Tienes masa en la nariz —dice, antes de inclinarse hacia adelante


para besármela. Luego se sienta frente a mí, al otro lado de la isla.

—De acuerdo. Momento de la verdad. —Deslizo un pequeño plato de


porcelana hacia él. Encima hay un croissant, el fruto de mis muchos,
muchos esfuerzos.

Tantos. Tantos. Esfuerzos.

—Se ve bien.

—Gracias. —Sonrío—. Hecho desde cero.

—Me doy cuenta. —Con una pequeña sonrisa, observa cómo las tres
cuartas partes de su cocina están cubiertas de harina.

—Aparentemente, mi genio culinario es un poco caótico. Vamos,


pruébalo.
245
Recoge el croissant con sus enormes manos y le da un mordisco.
Mastica durante uno, dos, tres, cuatro, cinco segundos, y probablemente
debería darle un poco más de tiempo, pero no puedo esperar para preguntar:

—¿Te gusta? ¿Está bien?

Mastica un poco más.

—¿Asombroso? ¿Fantástico? ¿Delicioso?

Más masticación.

—¿Comestible?

La masticación se detiene. Erik vuelve a dejar el croissant sobre la


mesa y lo traga una vez. Con notable dificultad. Luego lava todo con un
sorbo de café.

—¿Y bien? —pregunto.

—Está...

—No puede estar mal.

Silencio.

—¿Cierto?

Inclina el cabeza, pensativo.

—¿Es posible que hayas confundido sal con azúcar?

—¡No! Yo... ¿Es peor que el de Faye? —Él piensa en ello. Lo que es
toda la respuesta que necesito—. Te odio.

—Hay un poco de... ¿regusto avinagrado? ¿Tal vez agregaste eso en


lugar de agua?

—¿Qué? —Frunzo el ceño—. Creo que el problema eres tú. Creo que
simplemente no te gustan los croissants.

Se encoge de hombros. 246


—Sí, tal vez soy yo.

Gato salta a la isla. Con cautela esquiva nuestras tazas y con


expresión curiosa huele el croissant de Erik.

—Oh, amigo, no —susurra Erik—. No quieres hacer eso. —Gato lame


con delicadeza. Luego se vuelve hacia mí y me mira con expresión
horrorizada y traicionada.

Erik ni siquiera intenta no reírse.

—Te odio. —Cierro los ojos, planeando, en silencio, asesinato, caos y


muchos escenarios de truculenta venganza. Desfiguraré sus camisetas.
Verteré salsa de soya en su leche chocolatada. Me adueñaré del edredón de
plumas durante las próximas diez noches—. Te odio —repito—. Te odio
tanto, tanto.

—No. —Cuando abro los ojos, la sonrisa de Erik es cálida y suave—.


No creo que lo hagas, Sadie.

247
Below Zero

248
Para Shep y Celia.

Aún sin osos polares, pero con mucho amor.

249
Prólogo

Sueño con un océano.

No obstante, no se trata del Ártico. No es el que se encuentra aquí en


Noruega, con sus olas espumosas y compactas que chocan constantemente
contra las costas del archipiélago de Svalbard. Quizás sea un poco injusto
de mi parte: vale la pena soñar con el mar de Barents. También valen la
pena sus icebergs flotantes y sus inhóspitas costas de permafrost. A mi
alrededor no hay nada más que una belleza cruda y cerúlea, y si este es el
lugar donde muero, sola, temblorosa, magullada y condenadamente
hambrienta… Bueno, no tengo por qué quejarme.

Después de todo, el azul siempre fue mi color favorito.

Y, sin embargo, los sueños parecen discrepar. Me acuesto aquí, en mi


estado medio despierta, medio inconsciente. Siento que mi cuerpo arroja
preciosos grados de calor. Veo la luz ultravioleta de la mañana penetrar en
la grieta que me atrapó hace horas, y el único océano con el que puedo soñar
es el de Marte.

—¿Dra. Arroyo? ¿Puedes escucharme?

Quiero decir, todo esto es casi risible. Soy una científica de la NASA.
Tengo un doctorado en ingeniería aeroespacial y varias publicaciones en el
campo de la geología planetaria. En cualquier momento dado, mi cerebro es
250
un torbellino confuso de pensamientos perdidos sobre vulcanismo masivo,
dinámica de fluidos cristalinos y el tipo exacto de equipo anti-radiación que
uno necesitaría para comenzar una colonia humana de tamaño mediano en
Kepler-452b. Juro que no estoy siendo engreída cuando digo que sé
prácticamente todo lo que hay que saber sobre Marte. Incluyendo el hecho
de que no hay océanos en él, y la idea de que alguna vez los hubo es muy
controvertida entre los científicos.

Así que, sí. Mis sueños cercanos a la muerte son ridículos y


científicamente inexactos. Me reiría de eso, pero tengo un tobillo torcido y
estoy aproximadamente a tres metros bajo tierra. Parece mejor simplemente
guardar mi energía para lo que está por venir. En verdad, nunca creí en una
vida después de la muerte, pero ¿quién sabe? Mejor cubrir mis apuestas.

—Dra. Arroyo, ¿me copias?

El problema es, me llama, este océano inexistente en Marte. Siento su


atracción en lo más profundo de mi vientre, y me calienta incluso aquí, en
el extremo helado del mundo. Sus aguas turquesas y sus costas teñidas de
óxido están aproximadamente a 200 millones de kilómetros del lugar donde
moriré y me pudriré, pero no puedo quitarme la sensación de que me
quieren más cerca. Hay un océano, una red de barrancos, todo un planeta
gigante lleno de óxido de hierro, y todos me están llamando. Pidiéndome que
me dé por vencida. Que me apoye. Que me deje ir.

—Dra. Arroyo.

Y luego están las voces. Voces aleatorias e improbables de mi pasado.


Bueno, está bien: una voz. Siempre es la misma, profunda y estruendosa,
sin acento perceptible y consonantes bien pronunciadas. Debo decir que
realmente no me importa. No estoy segura de por qué mi cerebro ha decidido
imponérmelo en este momento, teniendo en cuenta que pertenece a alguien
a quien no le agrado mucho, alguien que podría gustarme aún menos, pero
es una voz bastante buena. Una puntuación excelente le doy. Vale la pena
escucharla en una situación a las puertas de la muerte. Aunque Ian Floyd
fue quien nunca quiso que viniera a Svalbard en primer lugar. A pesar de
que la última vez que estuvimos juntos fue terco, desagradable e
irrazonable, y ahora parece sonar solo…
251
—Hannah.

Cerca. ¿Realmente se trata de Ian Floyd? ¿Suena cerca?

Imposible. Mi cerebro se ha congelado hasta la estupidez. Realmente


debe ser el fin para mí. Ha llegado mi hora, el final está cerca y...

—Hannah. Voy por ti.

Mis ojos se abren de golpe. Ya no estoy soñando.

252
Capítulo 1

En mi primer día en la NASA, en algún momento entre la admisión de


Recursos Humanos y un recorrido por el edificio de Estudios de
Compatibilidad Electromagnética, un ingeniero recién contratado
demasiado entusiasta se vuelve hacia el resto de nosotros y pregunta:

—¿No sienten que toda su vida los ha conducido a este momento?


¿Como si estuvieran destinados a estar aquí?

Aparte de Eager Beaver, somos catorce los que comienzan a partir de


hoy. Catorce de nosotros, recién salidos de los cinco mejores programas de
posgrado, pasantías prestigiosas y trabajos en la industria que mejoran el
currículum, aceptados exclusivamente para parecer más atractivos durante
la próxima ronda de reclutamiento de la NASA. Somos catorce, y los trece
que no son yo asienten con entusiasmo.

—Siempre supe que terminaría en la NASA, desde que tenía cinco


años —dice una chica de apariencia tímida. Ha estado pegada a mi lado
durante toda la mañana, supongo que porque somos las únicas dos que no
son hombres en el grupo. Debo decir que no me importa demasiado. Quizás
sea porque ella es ingeniera informática mientras que yo soy aeroespacial,
lo que significa que hay muchas posibilidades de que no la vea mucho
después de hoy. Su nombre es Alexis y lleva un collar de la NASA encima de
una camiseta de la NASA que apenas cubre el tatuaje de la NASA en la parte 253
superior de su brazo—. Apuesto a que es lo mismo para ti, Hannah —agrega,
y le sonrío, porque Sadie y Mara insistieron en que no debería mostrar mi
expresión de perra inexpresiva ahora que vivimos en zonas horarias
diferentes. Están convencidas de que necesito hacer nuevos amigos, y he
accedido a regañadientes a hacer un gran esfuerzo solo para que se callen.
Así que asiento en dirección a Alexis como sé precisamente que quiere que
haga, mientras pienso en privado: De hecho, no.

Cuando la gente se entera de que tengo un doctorado, tiende a


suponer que siempre fui una niña motivada académicamente. Que pasé por
la escuela toda mi vida en un esfuerzo constante por superarme. Que me
fue tan bien como estudiante, que decidí seguir siendo estudiante mucho
después de haber podido ser contratada y liberarme de los grilletes de las
tareas y las noches estudiando para exámenes interminables. La gente
asume, y en su mayor parte los dejo creer lo que quieren. Preocuparse por
lo que otros piensan es mucho trabajo y, con algunas excepciones, no soy
una gran fanática del trabajo.

Sin embargo, la verdad es todo lo contrario. Odié la escuela a primera


vista, con la consecuencia directa de que la escuela odió a la niña hosca y
apática que fui en aquel entonces. En primer grado, me negué a aprender a
escribir mi nombre, a pesar de que Hannah solo tiene tres letras repetidas
dos veces. En la secundaria, establecí un récord escolar por el mayor
número de días de detención consecutivos: lo que sucede cuando decides
pronunciarte en contra de algo y no hacer la tarea para ninguna de tus
clases porque son demasiado aburridas, demasiado difíciles, demasiado
inútiles o todos los anteriores. Hasta el final de mi segundo año, no podía
esperar para graduarme y dejar atrás toda la escuela: los libros, los
maestros, las calificaciones, los grupos. Todo. Realmente no tenía un plan
para después, excepto dejar atrás el ahora.

Tuve este sentimiento, toda mi vida, de que nunca iba a ser suficiente.
Interioricé bastante pronto que nunca iba a ser tan buena, tan inteligente,
tan adorable, tan querida como mi perfecto hermano mayor y mi impecable
hermana mayor, y después de varios intentos fallidos de estar a la altura,
decidí dejar de intentarlo. También dejar de preocuparme. Cuando estaba
en mi adolescencia, solo deseaba… 254
Bueno. Hasta el día de hoy, no estoy segura de lo que deseaba a los
quince. Que mis padres dejaran de preocuparse por mis deficiencias, quizás.
Que mis compañeros dejaran de preguntarme cómo podía ser la hermana
de dos ex valedictorians estelares. Quería dejar de sentir que me estaba
pudriendo en mi propia falta de objetivos y quería que mi cabeza dejara de
dar vueltas todo el tiempo. Estaba confundida, contradictoria y, viéndolo
ahora, probablemente fui una adolescente de mierda con quien estar. Lo
siento, mamá, papá y el resto del mundo. Sin resentimientos, ¿eh?
De todos modos, fui una niña bastante perdida. Hasta que Brian McDonald,
un estudiante de tercer año, decidió que invitarme a la fiesta de bienvenida
comenzando con «Tus ojos son tan azules como una puesta de sol en Marte»
podría hacer que dijera que sí.

Para que conste, es una línea de ligue horrible. No la recomiendo.


Úsala con moderación. No la uses para nada, especialmente si, como yo, la
persona que estás tratando de ligar tiene ojos marrones y es plenamente
consciente de ello. Pero lo que fue un punto bajo innegable en la historia del
coqueteo terminó sirviendo, si me perdonan una metáfora muy
autoindulgente, como una especie de meteorito: se estrelló contra mi vida y
cambió su trayectoria.

En los años siguientes, descubrí que todos mis colegas de la NASA


tienen su propia historia de origen. Su propia roca espacial que alteró el
curso de su existencia y los empujó a convertirse en ingenieros, físicos,
biólogos, astronautas. Por lo general, es un viaje de la escuela primaria al
Centro Espacial Kennedy. Un libro de Carl Sagan bajo el árbol de Navidad.
Un profesor de ciencias particularmente inspirador en un campamento de
verano. Mi encuentro con Brian McDonald cae bajo ese paraguas. Sucede
que involucra a un tipo que (según se dice) pasó a moderar los foros de
mensajes de celibato involuntario en Reddit, lo que lo hace bastante
aburrido.

Las personas obsesionadas con el espacio se dividen en dos campos


distintos. Los que quieren ir al espacio y anhelan la gravedad cero, los trajes
espaciales, bebiendo su propia orina reciclada. Y la gente como yo: que lo
que queremos (a menudo lo que hemos querido desde que nuestros lóbulos
frontales aún no estaban lo suficientemente desarrollados como para 255
hacernos pensar que los zapatos de punta son una buena declaración de
moda) es saber sobre el espacio. Al principio es algo simple: ¿De qué está
hecho? ¿Dónde termina? ¿Por qué las estrellas no caen y chocan con
nuestras cabezas? Luego, una vez que has leído lo suficiente, vienen los
grandes temas: materia oscura. Multiverso. Agujeros negros. Ahí es cuando
te das cuenta de lo poco que entendemos sobre esta cosa gigante de la que
somos parte. Cuando empiezas a pensar si puedes ayudar a producir nuevos
conocimientos.

Y así es como terminas en la NASA.

Entonces, volvamos a Brian McDonald. No fui a la fiesta de bienvenida


con él. (No fui a la fiesta de bienvenida en absoluto, porque no era realmente
mi escena, y aunque lo hubiera sido, fui castigada por reprobar un examen
parcial de español, e incluso si no lo hubiera sido, que se jodan Brian
McDonald y sus líneas de ligue mal investigadas.) Sin embargo, algo sobre
todo el asunto se me quedó grabado. ¿Por qué una puesta de sol sería azul?
¿Y en un planeta rojo, nada menos? Parecía algo que valía la pena conocer.
Así que me pasé la noche en mi habitación, buscando en Google partículas
de polvo en la atmósfera marciana. Al final de la semana, me inscribí para
obtener una tarjeta de la biblioteca y devoré tres libros. Al final del mes,
estaba estudiando cálculo para comprender conceptos como empuje en el
tiempo y series armónicas. Al final del año, tenía una meta. Nebulosa,
confusa, aún no completamente definida, pero una meta al fin y al cabo.

Por primera vez en mi vida.

Te ahorraré la mayoría de los penosos detalles, pero pasé el resto de


la escuela secundaria rompiéndome el alma para compensar el alma que no
me había roto durante la década anterior. Imagínate un montaje de
entrenamiento de los años 80, pero en lugar de correr en la nieve y hacer
flexiones con un palo de escoba reutilizado, estaba trabajando duro con
libros y clases de YouTube. Y fue un trabajo duro: querer entender conceptos
como Diagrama de Hertzsprung-Russell o períodos sinódicos o sicigia no los
hizo más fáciles de comprender. Antes, nunca lo había intentado realmente.
Pero a la tierna edad de dieciséis años, me enfrenté a la insoportable
confusión que surge al dar lo mejor de mí y darme cuenta de que a veces 256
simplemente no es suficiente. Por mucho que me duela decirlo, no tengo un
coeficiente intelectual de 130. Para entender realmente los libros que quería
leer, tuve que repasar los mismos conceptos una y otra vez, y una maldita
vez más. ¡Inicialmente, subí sin descanso a la cima de descubrir cosas
nuevas!, pero después de un tiempo mi motivación comenzó a decaer, y
comencé a preguntarme qué estaba haciendo. Estaba estudiando un
montón de cosas de ciencias realmente básicas, para poder graduarme a
cosas de ciencias más avanzadas, para que un día realmente supiera todas
las cosas de ciencia sobre Marte y… ¿y luego qué? ¿¡Ir a jugar el Jeopardy!
y elegir la categoría de Espacio por $500? Realmente no parecía valer la
pena.

Entonces, pasó algo el agosto de 2012.

Cuando el rover Curiosity se acercó a la atmósfera marciana, me


quedé despierta hasta la una de la madrugada. Tomé dos botellas de Coca-
Cola Light, comí maní para la buena suerte y cuando comenzó la maniobra
de aterrizaje, me mordí el labio hasta que éste sangró. En el momento en
que tocó el suelo con seguridad, grité, reí, lloré y luego me castigaron
durante una semana por despertar a toda la casa la noche antes de que mi
hermano se fuera para su viaje del Cuerpo de Paz, pero no me importó.

En los meses siguientes, devoré cada pequeña noticia que la NASA


emitió sobre la misión del Curiosity, y mientras me preguntaba quién estaba
detrás de las imágenes del cráter Gale, la interpretación de los datos sin
procesar, los informes sobre la composición molecular del Aeolis Palus, mi
objetivo confuso e indefinible comenzó a solidificarse.

NASA.

La NASA era el lugar donde estar.

El verano entre undécimo y último grado, encontré una clasificación


de los cien mejores programas de ingeniería en los EEUU y decidí
postularme a los veinte primeros.

—Probablemente deberías extender tu alcance. Agregar algunas


universidades de seguridad —me dijo mi consejero vocacional—. Quiero
decir, tus exámenes de admisión son realmente buenos y tu promedio ha 257
mejorado mucho, pero tienes un montón de… —(pausa larga para aclararse
la garganta)—… banderas rojas académicas en tu registro permanente.

Lo pensé por un minuto. ¿Quién hubiera imaginado que por portarme


un poco mal durante la primera década y media de mi vida traería
consecuencias duraderas? Yo no.

—De acuerdo. Bien. Que sean las primeras treinta y cinco.

Resulta que no fue necesario. Me aceptaron sorprendentemente


(redoble de tambores, por favor)… en una de las veinte mejores escuelas.
Una verdadera ganadora, ¿eh? No sé si presentaron mal mi solicitud,
extraviaron la mitad de mis expedientes académicos o si tuvieron un
problema mental en el que toda la oficina de admisiones olvidó
temporalmente cómo se supone que debe lucir una estudiante prometedora.
Dejé mi depósito y aproximadamente cuarenta y cinco segundos después de
recibir mi carta le dije a Georgia Tech que asistiría.

No se aceptan devoluciones.

Así que me mudé a Atlanta y lo di todo. Elegí las especializaciones y


las asignaturas secundarias que sabía que la NASA querría ver en un
currículum. Conseguí las pasantías federales. Estudié lo suficiente para
aprobar los exámenes con buenas notas, hice el trabajo de campo, apliqué
a la escuela de posgrado, escribí la tesis. Cuando recuerdo los últimos diez
años, la escuela, el trabajo y el trabajo escolar son prácticamente todo lo
que se destaca, con la notable excepción de conocer a Sadie y Mara, y de
verlas a regañadientes labrarse un lugar en mi corazón. Dios, ocupan mucho
espacio.

—Es como si el espacio fuera toda tu personalidad —me dijo la chica


con la que me relacioné casualmente durante la mayor parte de mi segundo
año de licenciatura. Fue después de que le expliqué que no, gracias, que no
estaba interesada en salir a tomar un café con sus amigos debido a una
lección sobre Kalpana Chawla a la que planeaba asistir—. ¿Tienes otros
intereses? —preguntó. Le lancé un rápido «Nop» le dije adiós con la mano y
no me sorprendió mucho cuando, a la semana siguiente, no respondió a mi
oferta de encontrarnos. Después de todo, claramente no podía darle lo que 258
deseaba.
—¿Realmente esto es suficiente para ti? ¿Tener sexo conmigo cuando
te apetece e ignorarme el resto del tiempo? —preguntó el chico con el que
me acosté durante el último semestre de mi doctorado—. Simplemente
pareces… No lo sé. Extremadamente inaccesible emocionalmente. —Creo
que tal vez tenía razón, porque apenas ha pasado un año y no puedo
recordar bien su rostro.

Exactamente una década después de que Brian McDonald


confundiera mi color de ojos, solicité un puesto en la NASA. Conseguí una
entrevista, luego una oferta de trabajo y ahora estoy aquí. Pero a diferencia
de los otros nuevos empleados, no siento que Marte y yo siempre estuvimos
destinados a pasar. No hubo ninguna garantía, ninguna cuerda invisible del
destino que me atara a este trabajo, y estoy segura de que llegué hasta aquí
por pura fuerza bruta, pero ¿importa?

No. Ni siquiera un poquito.

Así que me giro para mirar a Alexis. Esta vez, su collar de la NASA, su
camiseta, su tatuaje, me sacan una sonrisa sincera. Ha sido un largo viaje
hasta aquí. El destino nunca fue algo seguro, pero he llegado, y estoy
atípicamente, sinceramente, satisfactoriamente feliz.

—Me siento como en casa —digo, y la forma entusiasta en que asiente


resuena en lo más profundo de mi pecho.

En un momento de la historia, todos los miembros del Programa de


Exploración de Marte también tuvieron su primer día en la NASA. Se
pararon en el mismo lugar donde estoy parada ahora. Dieron su información
bancaria para depósito directo, se tomaron una foto poco favorecedora para
sus credenciales, estrecharon la mano de los representantes de recursos
humanos. Se quejaron del clima de Houston, compraron un café terrible en
la cafetería, pusieron los ojos en blanco ante los visitantes que hacían cosas
turísticas, dejaron que el cohete Saturn V los dejara sin aliento. Cada uno
de los miembros del Programa de Exploración de Marte hizo esto, como lo
haré yo.

Entro en la sala de conferencias donde un pez gordo de la NASA está


concertado para hablar con nosotros, observo la vista de la ventana del 259
Centro Espacial Johnson y los restos de objetos que una vez fueron lanzados
a través de las estrellas, y siento que cada centímetro de este lugar es
emocionante, fascinante, electrizante, embriagador.

Perfecto.

Entonces me doy la vuelta. Y, por supuesto, encuentro a la última


persona que quería ver.

260
Capítulo 2

Estoy terminando mi semestre inicial de la escuela de posgrado


cuando conozco a Ian Floyd, y es culpa de Helena Harding.

La Dra. Harding es muchas cosas: la mentora de doctorado de mi


amiga Mara; una de las científicas ambientales más célebres del siglo XXI;
un ser humano generalmente malhumorado; y, por último pero no menos
importante, mi profesora de Ingeniería de Recursos Hídricos.

Es, sinceramente, una clase de mierda en todos los sentidos:


obligatoria; irrelevante para mis intereses académicos, profesionales o
personales; y altamente enfocada en la intersección del ciclo hidrológico y el
diseño de sistemas de alcantarillado pluvial urbano. En su mayor parte,
paso las conferencias deseando estar en cualquier otro lugar: en la fila del
Departamento Vehicular, en el mercado comprando frijoles mágicos,
tomando Aerodinámicas Analíticas Transónicas y Supersónicas. Hago lo
menos que puedo para sacar una B menos, que, en la estafa injusta de la
escuela de posgrado, es la calificación mínima para aprobar, hasta la
semana tres o cuatro de clases, cuando la Dra. Harding presenta una nueva
y cruel tarea que tiene todo malditamente que ver con el agua.

—Encuentren a alguien que tenga el trabajo de ingeniería que desean


al final de su doctorado y tengan una entrevista informativa con ellos —nos
dice—. Luego escriban un informe al respecto. Es para el final del semestre. 261
No vengan a quejarse durante el horario de oficina, porque llamaré a
seguridad para que los acompañen a la salida. —Tengo la sensación de que
me está mirando mientras lo dice. Probablemente sea solo mi conciencia
culpable.

—Honestamente, solo voy a preguntarle a Helena si puedo


entrevistarla. Pero si quieres, creo que tengo un primo o algo así en el
Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA —dice Mara
despreocupadamente más tarde ese día, mientras estamos sentadas en los
escalones afuera del Auditorio Beckman tomando un almuerzo rápido antes
de regresar a nuestros laboratorios.

No diría que somos cercanas, pero he decidido que me gusta. Mucho.


En este punto, mi actitud de la escuela de posgrado es una variante
moderada de No vine aquí para hacer amigos: no me siento en competencia
con el resto del programa, pero tampoco estoy particularmente interesada
en nada que no sea mi trabajo en el laboratorio de aeronáutica, incluyendo
familiarizarse con otros estudiantes, o, ya sabes… aprender sus nombres.
Estoy bastante segura de que mi falta de interés se transmite fuertemente,
pero Mara no captó la transmisión o la ignora alegremente. Ella y Sadie se
encontraron en los primeros días y luego, por razones que no entiendo del
todo, decidieron buscarme.

De ahí que Mara esté sentada a mi lado y me hable de sus contactos


en el JPL16.

—¿Un primo o algo así? —pregunto, curiosa. Parece un poco


sospechoso—. ¿Crees?

—Sí, no estoy segura. —Se encoge de hombros y sigue abriéndose


camino a través de un Tupperware de brócoli, una manzana y
aproximadamente dos jodidas toneladas de Cheez-Its—. Realmente no sé
mucho sobre él. Sus padres se divorciaron, luego la gente de mi familia
discutía y dejaban de hablarse. Ocurrieron muchas disfunciones principales
Floyd, por lo que en realidad no he hablado con él en años. Pero escuché de
uno de mis otros primos que estaba trabajando en esa cosa que aterrizó en

262
16 JPL: Siglas en inglés para Laboratorio de Propulsión a Chorro.
Marte cuando estábamos en la escuela secundaria. Se llamaba algo así
como… Contingencia, o Carpintería, o Crudeza…

—¿El rover Curiosity?

—¡Sí! ¿Quizás?

Dejo mi sándwich. Trago mi bocado. Aclaro mi garganta.

—Tu primo o algo así estaba en el equipo del rover Curiosity.

—Creo que sí. ¿Las fechas calzan? ¿Tal vez fue algún tipo de pasantía
de verano? Pero, sinceramente, podría ser solo la tradición de la familia
Floyd. Tengo una tía que insiste en que somos parientes de la realeza
finlandesa y, según Wikipedia, no hay miembros de la realeza finlandesa.
Así que. —Se encoge de hombros y se mete otro puñado de Cheez-Its en la
boca—. Sin embargo, ¿quieres que pregunte por ahí? ¿Para la tarea?

Asiento con la cabeza. Y no pienso mucho en ello hasta un mes más


tarde. Para entonces, a través de medios que todavía soy incapaz de
adivinar, Mara y Sadie lograron abrirse camino en mi corazón, lo que me
hizo enmendar mi postura anterior de No vine aquí para hacer amigos a una
postura ligeramente alterada No vine aquí para hacer amigos, pero lastima a
mi extraña amiga Cheez-It o a mi otra extraña amiga del fútbol y te golpearé
con un tubo de plomo hasta que orines sangre por el resto de tu vida.
¿Agresivo? Quizás. Siento poco, pero sorprendentemente profundo.

—Por cierto, te envié la información de contacto de mi primo o algo así


hace un tiempo —me dice Mara una noche. Estamos en la barra de
graduación más barata que hemos podido encontrar. Ella está en su
segundo Midori sour de la noche—. ¿La viste?

Levanto la ceja.

—¿Es esa la serie aleatoria de números que me enviaste por correo


electrónico hace tres días? ¿Sin asunto, sin texto, sin explicaciones? ¿El que
supuse que solo eras tú rastreando los números de lotería de tus sueños?

—Suena como eso, sí.


263
Sadie y yo intercambiamos una larga mirada.

—Oye, duende desagradecido, tuve que llamar a unas quince


personas con las que había jurado no volver a hablar para obtener el número
de Ian. Y tuve que hacer que mi malvada tía abuela Delphina prometiera
chantajearlo para que dijera que sí una vez que te comuniques para pedir
una reunión. Así que es mejor que uses ese número y que juegues al Mega
Millions.

—Si ganas —agregó Sadie—, lo dividiremos en tres.

—Por supuesto. —Escondo mi sonrisa en mi vaso—. ¿Cómo es él, de


todos modos?

—¿Quién?

—El primo o algo así. ¿Ian, dijiste?

—Sí. Ian Floyd. —Mara lo piensa por un segundo—. Realmente no


puedo decirlo, porque me encontré con él en dos Días de Acción de Gracias
hace quince años, antes de que sus padres se separaran. Luego su mamá
lo mudó a Canadá y… Ni siquiera lo sé, sinceramente. Lo único que recuerdo
es que era alto. ¿Pero también era unos años mayor que yo? Así que tal vez
en realidad mide un metro. Oh, también, ¿su cabello es más castaño? Lo
cual es un poco raro para un Floyd. Sé que es científicamente erróneo, pero
nuestra marca de pelo rojizo no es recesiva.

El juego de manipulación emocional de la tía abuela Delphina está


claramente en el punto, porque cuando se acerca la fecha límite de mi
asignación y le envío un mensaje de texto a Ian Floyd en pánico, pidiéndole
una entrevista informativa, sea lo que sea eso, él responde en cuestión de
horas con entusiasmo:

Ian: Claro

Hannah: Gracias. Asumo que estás en Houston. ¿Deberíamos hacerlo


virtual? ¿Skype? ¿Zoom? ¿FaceTime?

Ian: Estaré en Pasadena en el JPL durante los próximos tres días,


pero virtual funciona.
264
El Laboratorio de Propulsión a Chorro. Mmm.

Tamborileo con los dedos sobre el colchón, reflexionando. Virtual sería


mucho más fácil. Y sería más corto. Pero por mucho que odie la idea de
escribir un informe para la clase de Helena, quiero hacerle a este chico un
millón de preguntas sobre el Curiosity. Además, es el pariente misterioso de
Mara, y me ha picado la curiosidad.

Sin juego de palabras.

Hannah: Encontrémonos en persona. Lo menos que puedo hacer es


invitarte a un café. ¿Suena bien?

Sin respuesta durante unos minutos. Y luego, un muy sucinto Eso


funciona. Por alguna razón, me hace sonreír.

Lo primero que pienso al entrar en la cafetería es que Mara está llena


de mierda.

Hasta el borde.

Lo segundo: Realmente debería revisar dos veces el texto que Ian me


envió. Asegurarme de que realmente dijo: Usaré jeans y una camiseta gris
como creo recordar. Por supuesto, sería un poco redundante, especialmente
teniendo en cuenta que la cafetería donde pidió reunirse actualmente está
poblada por solo tres personas: un barista, ocupado haciendo un sudoku
de lápiz y papel como si fuera 2007; yo, parada en la entrada y mirando
alrededor, confundida; y un hombre, sentado en la mesa más cercana a la
entrada, mirando pensativo a través de las ventanas de vidrio.

Lleva jeans y una camiseta gris, lo que sugeriría: Ian. El problema…


265
Su pelo es el problema. Porque, a pesar de lo que dijo Mara,
definitivamente no es marrón. Tal vez una fracción de un tono más oscuro
que su brillante naranja zanahoria, pero… realmente no es marrón. Estoy
lista para marcar su número y exigir saber en qué ridícula escala de rojizo
operan los Floyd cuando el hombre se levanta lentamente y pregunta:

—¿Hannah?

No tengo idea de qué tan alto es Ian, pero está mucho más cerca de
los dos metros y medio que del metro. Y me parece muy interesante que
Mara diga que apenas lo conoce, considerando que parecen hermanos, no
solo por el pelo rojo agresivo, sino también por los ojos azul oscuro, las pecas
sobre la piel pálida y…

Parpadeo. Luego parpadeo de nuevo. Si hace tres segundos alguien


me hubiera preguntado si soy del tipo que parpadea varias veces al ver a un
tipo, me habría reído en su cara. Este tipo, sin embargo…

Supongo que me doy por corregida.

—¿Ian? —Sonrío, recuperándome de la sorpresa—. ¿El primo de


Mara?

Él frunce el ceño, como si momentáneamente se quedara en blanco


ante el nombre de Mara.

—Ah, sí. —Asiente. Sólo una vez—. Aparentemente —agrega, lo que


me hace reír. Espera a que tome asiento frente a él antes de recostarse en
su silla. Noto que no tiende la mano, ni sonríe. Interesante—. Gracias por
acceder a reunirte conmigo.

—No hay problema. —Su voz es grave pero clara. Timbre profundo.
Confidente; educado pero no demasiado amistoso. Por lo general, soy
bastante buena para leer a la gente, y supongo que él no está muy
entusiasmado por estar aquí. Probablemente preferiría estar haciendo lo que
sea que vino a hacer a California, pero es un buen tipo y está planeando
hacer un valiente esfuerzo para evitar que me entere.

Simplemente no parece ser particularmente bueno fingiendo, lo cual 266


es… un poco lindo.
—Espero no haber arruinado tu día.

Él niega con la cabeza, una mentira obvia, y aprovecho la oportunidad


para estudiarlo. El parece… tranquilo. El tipo silencioso, distante, un poco
rígido. Grande, más leñador que ingeniero. Me pregunto brevemente si es
personal militar, pero la barba de un día en su rostro me dice que es poco
probable.

Y es un rostro atractivo e intrigante. Su nariz parece haberse roto en


algún momento, tal vez en una pelea o una lesión deportiva, y nunca se
molestó en recuperarse perfectamente. Su cabello, rojo, es corto y un poco
desordenado, más he estado trabajando desde las seis de la mañana que un
estilo ingenioso. Lo observo rascarse el cuello (grande) y luego cruzar los
bíceps (anchos) sobre el pecho (amplio). Me da una mirada paciente y
expectante, como si estuviera completamente comprometido a responder
todas mis preguntas.

Él es, físicamente, mi opuesto. De mis huesitos y tez bronceada. Mi


cabello, ojos, a veces incluso mi alma, son oscuros como un agujero negro.
Y aquí está él, rojo marciano y azul océano.

—¿Qué puedo traerles? —pregunta una voz. Me giro y encuentro al


chico Sudoku parado justo al lado de nuestra mesa. cierto. Lugar de café.
Donde la gente consume bebidas.

—Té helado, por favor.

Se aleja sin decir una palabra y miro a Ian una vez más. Tengo ganas
de enviarle un mensaje de texto a Mara: Tu primo parece una versión un poco
jorobada del príncipe Harry. ¿Tal vez deberías haberte mantenido en
contacto?

—Entonces. —Cruzo las manos y apoyo los codos en la mesa—. ¿Qué


tiene ella sobre ti?

Inclina la cabeza.

—¿Ella?
267
—La tía abuela Delphina. —Parpadea dos veces. Sonrío y continúo—:
Quiero decir, es un jueves por la tarde. Estás en California por un puñado
de días. Estoy segura de que tienes algo mejor que hacer que reunirte con
la amiga de tu prima perdida hace mucho tiempo.

Sus ojos se abren por una fracción de segundo. Luego su expresión


vuelve a ser neutral.

—Está bien.

—¿Es una foto vergonzosa de bebé?

Él niega con la cabeza.

—No me importa ayudar.

—Ya veo. ¿Un video de bebés, entonces?

Se queda en silencio por un momento antes de decir:

—Como dije, no es un problema. —Parece que no está acostumbrado


a que la gente lo presione, lo cual no es sorprendente. Hay algo sutilmente
apagado en él. Vagamente distante e intimidante. Como si no fuera del todo
accesible. Me dan ganas de acercarme y pinchar.

—Un video de bebé tuyo… corriendo en la piscina para niños?


¿Hurgando tu nariz? ¿Rebuscando en la parte de atrás de tu pañal?

—Yo…

El chico Sudoku deja mi té helado en un vaso de plástico. Los ojos de


Ian lo siguen durante unos segundos, luego regresan a los míos con una
interesante mezcla de resignación estoica.

—Era más un video de niño pequeño —dice con cautela, como si se


sorprendiera incluso a sí mismo.

—Ah. —Sonrío en mi té. Es a la vez demasiado dulce y demasiado


amargo. Con un sutil regusto a asqueroso—. Dilo.

—No quieres saber. 268


—Oh, estoy segura de que sí.

—Es malo.

—Realmente me lo estás vendiendo.

La comisura izquierda de su boca se curva hacia arriba, un pequeño


indicio de diversión que aún no está del todo allí. Tengo un pensamiento
extraño: apuesto a que su sonrisa es torcida. Hermosa también.

—El video fue tomado en un Lowe’s. Con la videocámara nueva de mi


hermano mayor, en algún momento a finales de los 90 —me dice.

—¿En un Lowe’s? Entonces no puede ser tan malo.

Suspira, impasible.

—Tenía unos tres o cuatro años. Y tenían una de esas exhibiciones de


baño. Los que tienen lavabos modelo, duchas y tocadores. Y retretes,
naturalmente.

Presiono mis labios juntos. Esto va a ser divertido.

—Naturalmente.

—Realmente no recuerdo lo que pasó, pero aparentemente necesitaba


usar el baño. Y cuando vi la exhibición fui… inspirado.

—De ninguna manera.

—En mi defensa, yo era muy joven.

Se rasca la nariz y me río.

—Ay dios mío.

—Sin concepto de sistemas de alcantarillado.

—Claro. Por supuesto. Error honesto. —No puedo parar de reír—.


¿Cómo consiguió la tía abuela Delphina una copia del video?

—Oficialmente: poco claro. Pero estoy bastante seguro de que mi 269


hermano hizo CDs de eso. Fueron enviados a las estaciones de televisión
locales y todo eso. —Hace gestos vagos y tiene el antebrazo cubierto de pecas
y pelo rojo pálido. Quiero agarrar su muñeca, sostenerla frente a mis ojos,
estudiarla a mi antojo. Trazar, oler, tocar—. No he pasado unas vacaciones
con el lado Floyd de la familia en veinte años, pero me dijeron que el video
es una gran fuente de entretenimiento para todos los grupos de edad en el
Día de Acción de Gracias.

—Apuesto a que es la pièce de résistance. Apuesto a que presionan


reproducir justo después de que sale el pavo.

—Sí. Probablemente ganarías. —Parece tranquilamente resignado. Un


hombre corpulento con un aire fastidioso pero resistente. De una manera
absolutamente encantadora.

—Pero ¿cómo chantajeas a alguien con esto? ¿Cuánto peor puede ser?

Suspira de nuevo. Sus anchos hombros se levantan y luego caen.

—Cuando mi tía llamó, mencionó brevemente subirlo a Facebook.


Etiquetando a la página oficial de la NASA.

Jadeo en mi mano. No debería reírme. esto es horrible Pero aun así.

—¿En serio?

—No es una familia sana.

—Ni que lo digas.

Se encoge de hombros, como si ya no le importara.

—Al menos todavía no están tratando de extorsionarme.

—Cierto. —Asiento solemnemente y compongo mis rasgos en lo que


con suerte pasa por una expresión compasiva y respetuosa—. La tarea de la
que te hablé es para mi clase de Recursos Hídricos, así que esto es
sorprendentemente el tema. Y lamento mucho que te hayas quedado con la
amiga de tu prima pequeña porque orinaste públicamente en un Lowe's
cuando apenas sabías hablar.
270
Los ojos de Ian se posan en mí, como para evaluarme. Pensé que tenía
toda su atención desde el momento en que me senté, pero me doy cuenta de
que estaba equivocada. Por primera vez, me mira como si estuviera
interesado en verme de verdad. Me estudia, me evalúa, y mi primera
impresión de él (distante, indiferente) se evapora instantáneamente. Hay
algo casi palpable en su presencia: una cálida sensación de hormigueo que
me sube por la columna.

—No me importa —dice de nuevo. Sonrío, porque sé que esta vez lo


dice en serio.

—Bueno. —Empujo mi té a un lado—. Entonces, ¿qué estarías


haciendo ahora mismo, si el tú de tres años hubiera sabido sobre
alcantarillado sanitario?

Esta vez su sonrisa es un poco más definida. Lo estoy conquistando,


lo cual es bueno, muy bueno, porque estoy desarrollando rápidamente una
atracción por el contraste entre sus pestañas (¡rojas!) y sus ojos hundidos
(¡azules!).

—Probablemente estaría haciendo un montón de pruebas.

—¿En el Laboratorio de Propulsión a Chorro?

Él asiente.

—¿Pruebas en…?

—Un rover.

—Vaya. —Mi corazón salta tres latidos—. ¿Para exploración espacial?

—Marte.

Me inclino más cerca, sin siquiera molestarme en actuar como si no


estuviera ávidamente interesada.

—¿Es ese tu proyecto actual?

—Uno de ellos, sí.


271
—¿Y para qué son las pruebas?
—Principalmente actitud, descubrir dónde está posicionada la nave
en el espacio tridimensional. Señalamiento, también.

—¿Trabajas en un giroscopio?

—Sí. Mi equipo está perfeccionando el giroscopio para que, una vez


que el rover esté en Marte, sepa dónde está y qué está mirando. También
que informe a los otros sistemas sobre sus coordenadas y movimientos.

Mi corazón ahora está latiendo completamente. Esto suena… guau.


Pornográfico, casi. Exactamente mi debilidad.

—¿Y haces esto en Houston? ¿En el Centro Espacial?

—Normalmente. Pero vengo aquí cuando hay problemas. He estado


luchando con las imágenes, y la actualización de la retroalimentación sigue
retrasándose aunque no debería, y… —Sacude la cabeza, como si se
encontrara a sí mismo en medio de una diatriba que se ha estado
reproduciendo una y otra vez en su mente. Pero finalmente sé lo que
preferiría estar haciendo.

Y seguro que no puedo culparlo.

—¿Enviaron a todo tu equipo aquí? —pregunto.

Inclina la cabeza, como si no tuviera idea de adónde voy con esto.

—Sólo yo.

—Así que el líder de tu equipo no está cerca.

—¿El líder de mi equipo?

—Sí. ¿Está tu jefe por aquí?

Se queda en silencio por un segundo. Dos. Tres. ¿Cuatro? ¿Qué...?


Ah.

—Tú eres el líder del equipo —le digo.

Él asiente una vez. Un poco rígido. Casi disculpándose.


272
—¿Cuantos años tienes? —pregunto.

—Veinticinco. —Una pausa—. El próximo mes.

Vaya Tengo veintidós.

—¿No es demasiado pronto para ser un líder de equipo?

—Yo… no estoy seguro —dice, aunque puedo decir que está seguro, y
que es excepcional, y que aunque lo sabe, la idea lo incomoda un poco. Me
imagino diciéndole algo coqueto e inapropiado en respuesta (Guau, guapo e
inteligente) y me pregunto cómo reaccionaría. Probablemente no muy bien.

No es que vaya a ligar con mi entrevistado informativo. Incluso yo lo


sé mejor. Además, él no es realmente mi tipo.

—Está bien, ¿cómo es la seguridad en el JPL? —Nunca he estado. Sé


que está vagamente conectado con Caltech, pero eso es todo.

—Depende —dice con cautela, como si todavía no pudiera seguir mi


línea de pensamiento.

—¿Qué hay de tu oficina? ¿Es un área restringida?

—No. ¿Por qué…

—Impresionante, entonces. —Me pongo de pie, busco en mis bolsillos


algunos dólares para dejar junto a mi té sin terminar y luego cierro los dedos
alrededor de la muñeca de Ian. Su piel brilla con calor y músculos tensos
cuando lo levanto de la mesa, y aunque probablemente sea el doble de
grande y diez veces más fuerte que yo, me deja alejarlo de la mesa. Lo suelto
en el momento en que salimos de la cafetería, pero él continúa siguiéndome.

—¿Hannah? ¿Qué… dónde…

—No veo por qué no podemos hacer esta extraña entrevista


informativa, trabajar un poco y divertirnos.

—¿Qué?

Con una sonrisa, lo miro por encima de mis hombros. 273


—Piensa en ello como si te desquitaras de la malvada tía abuela
Delphina.

Dudo que lo entienda completamente, pero la comisura de su boca se


levanta de nuevo, y eso es suficiente para mí.

—¿Ves este hilo de aquí? Se trata principalmente del comportamiento


de uno de los sensores del rover, el LN-200. Combinamos su información
con la proporcionada por los codificadores en las ruedas para determinar el
posicionamiento.

—Eh. Entonces, ¿el sensor no funciona constantemente?

Ian se vuelve hacia mí, lejos del trozo de código de programación que
me ha estado mostrando. Estamos sentados frente a su computadora de
triple monitor, uno al lado del otro en su escritorio, que es una extensión
gigante y prístina con una vista impresionante de la llanura aluvial en la
que se construyó el JPL. Cuando mencioné lo limpio que estaba su espacio
de trabajo, señaló que es solo porque es una oficina para invitados. Pero
cuando le pregunté si su escritorio habitual en Houston estaba más
desordenado, desvió la mirada antes de que la comisura de su labio se
torciera.

Estoy casi segura de que está empezando a pensar que no soy una
total pérdida de tiempo.

—No, no funciona constantemente. ¿Cómo puedes saberlo?

Hago un gesto hacia las líneas de código y el dorso de mi mano roza


algo duro y cálido: el hombro de Ian. Estamos sentados más cerca de lo que
estábamos en la cafetería, pero no más cerca de lo que me sentiría cómoda
estando con uno de los chicos siempre desagradables, a menudo ofensivos, 274
en mi grupo de doctorado. Supongo que mis rodillas cruzadas presionaron
su pierna antes, pero eso es todo. No es gran cosa.

—Está ahí, ¿no?

La sección está en C++. Que resulta ser el primer lenguaje que aprendí
en la escuela secundaria, cuando cada búsqueda en Google de “Habilidades
+ Necesarias + NASA” llevó al triste resultado de “Programación”. Python
vino después. Luego SQL. Entonces HAL/S. Para cada lenguaje, comencé
convencido de que masticar vidrio seguramente sería preferible. Entonces,
en algún momento en el camino, comencé a pensar en términos de
funciones, variables, bucles condicionales. Un poco después de eso, leer el
código se volvió un poco como inspeccionar la etiqueta en la parte posterior
de la botella de acondicionador mientras te duchas: no es particularmente
divertido, pero en general es fácil. Aparentemente tengo algunos talentos.

—Sí. —Todavía me está mirando. No sorprendido, precisamente.


Tampoco impresionado. ¿Intrigado, tal vez?—. Sí, lo es.

Apoyo la barbilla en la palma de la mano y me muerdo el labio inferior,


considerando el código.

—¿Es por la cantidad limitada de energía solar?

—Sí.

—¿Y apuesto a que evita errores de deriva del giroscopio durante el


período estacionario?

—Correcto. —Él asiente y me distrae momentáneamente con su


mandíbula. O tal vez son los pómulos. Son definidos, angulares de una
manera que me hace desear tener un transportador en mi bolsillo.

—No todo está automatizado, ¿verdad? ¿El personal terrestre puede


dirigir las herramientas?

—Pueden, dependiendo de la actitud.

—¿El software de vuelo a bordo tiene requisitos específicos?


275
—La orientación de la antena en relación con la Tierra, y… —Él para.
Sus ojos caen sobre mi labio mordido, luego rápidamente se alejan—. Haces
muchas preguntas.

Inclino mi cabeza.

—¿Malas preguntas?

Silencio.

—No. —Más silencio mientras me estudia—. Extraordinariamente


buenas preguntas.

—¿Puedo preguntar un poco más, entonces? —Le sonrío, apuntando


a lo descarado, curiosa por ver a dónde nos llevará.

Duda antes de asentir.

—¿Puedo preguntarte algo también?

Me río.

—¿Cómo qué? ¿Te gustaría que enumerara las especificaciones del


bot para resolver laberintos que construí para mi clase de Introducción a la
Robótica en la universidad?

—¿Construiste un robot para resolver laberintos?

—Sí. Módulo Bluetooth todoterreno en las cuatro ruedas. Funciona


con energía solar. Su nombre era Ruthie, y cuando la dejé en un laberinto
de maíz cerca de Atlanta, salió en unos tres minutos. Asustó muchísimo a
los niños también.

Él está completamente sonriendo ahora. Tiene un hoyuelo de infarto


en la mejilla izquierda y… Está bien, de acuerdo: es agresivamente atractivo.
A pesar del pelo rojo, o por eso.

—¿Todavía la tienes?

—No. Para celebrarlo, me emborraché en un bar que no se molestó en


verificar las identificaciones y terminé dejándola en una fraternidad de la 276
Universidad de Georgia. No quería volver, porque esos lugares dan miedo,
así que renuncié a Ruthie y simplemente construí un brazo electrónico para
mi examen final de robótica. —Suspiro y miro a media distancia—.
Necesitaré mucha terapia antes de poder convertirme en madre.

Él se ríe. El sonido es bajo, cálido, tal vez incluso inductor de


escalofríos. Necesito un segundo para reagruparme.

He caído —en algún momento de nuestra caminata de cinco minutos


aquí, probablemente cuando frunció el ceño sin esfuerzo para intimidar al
guardia de seguridad para que me dejara entrar a pesar de mi falta de
identificación— en la razón por la que no puedo descifrar a Ian. Él es, muy
simplemente, una mezcla nunca experimentada de lindo y
abrumadoramente masculino. Con un aire complejo y estratificado a su
alrededor. Se deletrea simultáneamente No te metas conmigo porque no estoy
jugando y Señora, déjeme llevarle esos comestibles.

No es mi tipo habitual, en absoluto. Me gusta coquetear, me gusta el


sexo, y me gusta relacionarme con la gente, pero soy muy, muy exigente con
mis parejas. No hace falta mucho para rechazar a alguien, y gravito casi
exclusivamente hacia el tipo alegre, espontáneo y amante de la diversión.
Me gustan los extrovertidos que aman las bromas y es fácil hablar con ellos,
cuanto menos intensos, mejor. Ian parece ser el opuesto diametral de eso y,
sin embargo… Y, sin embargo, incluso yo puedo ver cómo hay algo
fundamentalmente atractivo en él. ¿Trataría de ligármelo en un bar? Hm.
Poco claro.

¿Trataré de ligármelo después del final de esta entrevista informativa?


Hm. Tampoco está claro. Sé que digo que no lo haría, pero… las cosas
cambian.

—De acuerdo. Mi pregunta ahora. Mara, Mara Floyd, tu prima o algo


así, ¿dijo que estabas trabajando directamente en el equipo del Curiosity?
Él asiente—. Pero tú tenías, ¿qué? ¿Dieciocho?

—Alrededor de esa edad, sí.

—¿Eras un interno?
277
Hace una pausa antes de negar con la cabeza, pero no da más
detalles.

—Así que tú solo… resultaste estar pasando el rato con el control de


la misión? ¿Relajándote con tus hermanos del espacio mientras aterrizan su
rover de control remoto en Marte?

Sus labios se contraen.

—Yo era un miembro del equipo.

—¿Un miembro del equipo a los dieciocho? —Levanto una ceja y él


mira hacia otro lado.

—Yo… me gradué temprano.

—¿Escuela secundaria? ¿O universidad?

Silencio.

—Ambas.

—Ya veo.

Se rasca brevemente un lado del cuello y ahí está de nuevo esta


sensación de que no está muy acostumbrado a que le hagan preguntas sobre
sí mismo. A que la mayoría de la gente lo mire, decida que es un poco
demasiado distante e indiferente, y deje de descifrarlo.

Lo estudio, más curiosa que nunca.

—Así que… ¿Eras uno de esos niños que estaban muy avanzados para
su edad y se saltaron media docena de grados? ¿Y luego terminaron
uniéndose a la fuerza laboral cuando todavía eran ridículamente jóvenes? Y
tal vez tu desarrollo psicosocial todavía estaba en curso, pero nunca
compartiste entornos profesionales o académicos con personas de tu grupo de
edad, solo con personas mucho mayores que probablemente te evitaban y
estaban un poco intimidados por tu inteligencia y éxito, lo cual significó ser el

278
hombre extraño durante la totalidad de tus años de formación y tener un
401(k)17 antes de tu primera cita?

Sus ojos se abren.

—Yo… Sí. ¿Tú también eras una?

Me río.

—Oh, no. Yo era una tonta total. Todavía lo soy, en su mayor parte.
Solo pensé que podría ser una buena suposición. —Se adapta a la persona,
también. No parece inseguro, no del todo, pero es cauteloso. Tímido.

Me recuesto en mi silla, sintiendo la emoción de haberlo descifrado un


poco más. Por lo general, no estoy tan dedicada a descubrir la historia de
fondo de todas las personas que conozco, pero Ian es simplemente
interesante.

No. Es fascinante.

—¿Entonces, cómo fue?

Él parpadea.

—¿Cómo fue qué?

—Estar allí con el control de la misión cuando aterrizó el Curiosity.


¿Cómo fue?

Su expresión se transforma instantáneamente.

—Fue… —Está mirando hacia abajo a sus pies, como si recordara. Se


ve asombrado.

—¿Así de bueno?

—Sí. Fue… Sí. —Se ríe de nuevo. Dios, realmente suena genial.

17 401(k): cuenta de pensión personal de contribución definida patrocinada por el


empleador, tal como se define en la subsección 401(k) del Código de Rentas Internas de los
279
Estados Unidos.
—Así se veía. En la televisión, quiero decir.

—¿Lo viste?

—Sí. Estaba en la costa este, así que me quedé despierta hasta tarde
y todo eso. Miré al cielo desde la ventana de mi habitación y lloré un poco.

Él asiente, y de repente me está estudiando.

—¿Es por eso por lo que estás en la escuela de posgrado? ¿Quieres


trabajar en futuros rovers?

—Eso sería sorprendente. Pero cualquier cosa que sea exploración


espacial servirá.

—La NASA puede hacer un gran uso de tus habilidades para resolver
laberintos. —Su hoyuelo está de vuelta, y me río.

—Oye, puedo hacer otras cosas. Por ejemplo… —Señalo el tercer


monitor sobre el escritorio, el más alejado de mí. Muestra un fragmento de
código que Ian aún no me ha explicado—. ¿Quieres que te ayude a depurar
eso? —Me da una mirada confusa—. ¿Qué? Es código Siempre es bueno
tener un segundo par de ojos.

—No tienes que…

—Hay un error en la quinta línea.

Él frunce el ceño. Luego escanea el código por un segundo. Luego se


vuelve hacia mí, hacia el monitor, hacia mí de nuevo con el ceño aún más
fruncido. Me preparo, medio esperando que se ponga a la defensiva y niegue
el error. Estoy familiarizada con los egos desmoronados de los hombres, y
estoy bastante segura de que es lo que cualquiera de los chicos de mi grupo
de doctorado haría. Pero Ian me sorprende: asiente, corrige el error que le
señalé y no parece más que agradecido.

Guau. Un ingeniero que no es un imbécil. El listón es bastante bajo,


pero no obstante estoy impresionada.

—¿De verdad estarías dispuesta a repasar el resto del código conmigo? 280
—pregunta con cautela, sorprendiéndome aún más. El contraste entre su
tono suave y cuán… grande y cauteloso es casi me hace sonreír—. Es el
método para solucionar el retraso de dos segundos en el problema de
señalamiento. Iba a pedirle a uno de mis ingenieros en Houston que hiciera
la depuración, pero...

—Yo te cubro. —Ruedo mi silla más cerca de la de Ian. Mi rodilla


presiona contra la suya, y casi la aparto automáticamente, pero en una
decisión de una fracción de segundo decido dejarla allí.

Una especie de experimento. Probando las aguas. Midiendo la


temperatura.

Espero a que se aparte, pero en lugar de eso me estudia y dice:

—Son unos cientos de líneas. Se supone que debo estar ayudándote.


Estás segura…

—Está bien. Cuando escriba mi informe, fingiré que te hice un montón


de preguntas sobre tu viaje e inventaré las respuestas. —Solo para
molestarlo, agrego—: No te preocupes, mencionaré que tener algo venéreo
no te retrasó en tu camino hacia la NASA. —Él frunce el ceño, lo que me
hace reír, y luego reviso el código con él durante cinco, diez minutos. Quince.
La luz se suaviza a los tonos del atardecer, y pasa más de una hora mientras
estamos uno al lado del otro, parpadeando en los monitores.

Honestamente, es una depuración bastante básica del patito de goma:


está explicando en voz alta lo que está tratando de hacer, lo que lo ayuda a
trabajar en partes críticas y también a encontrar mejores formas de hacerlo.
Pero soy un patito de goma bastante feliz. Me gusta escuchar su voz baja y
uniforme. Me gusta que parezca considerar cada cosa que digo y nunca
descarta nada por completo. Me gusta que cuando está pensando mucho,
cierra los ojos y sus pestañas son medias lunas carmesí contra su piel. Me
gusta que construya un código meticulosamente prístino sin pérdida de
memoria, y me gusta que cuando sus bíceps rozan mi hombro, todo lo que
siento es una calidez sólida. Me gustan sus funciones cortas y nítidas, y la
forma en que huele limpio, masculino y un poco oscuro.

Bueno. Así que no es mi tipo. 281


Aunque me gusta.

¿Le importaría a Mara si me ofreciera descaradamente a su familia en


la entrevista informativa que ella amablemente concertó? Normalmente lo
haría, pero este asunto de la amistad puede ser un poco pesado. Dicho esto,
tal vez puedo asumir con seguridad que a ella no le importará, considerando
que no parece saber exactamente cómo se relacionan ella e Ian.

Además, es un alma generosa. Ella querría que su amiga y su primo


o algo así tuvieran sexo.

—¿Te asignaron al azar al equipo de Actitud y Estimación de Posición?


—le pregunto cuando llegamos a las últimas líneas de código.

—No. —Él deja escapar una pequeña risa. Su perfil es un trabajo casi
perfecto, incluso con la nariz rota—. Arañé mi camino allí, en realidad.

—¿En serio?

Él guarda y cierra nuestro trabajo con unas pocas pulsaciones


rápidas.

—Para el Curiosity, me uní al equipo bastante tarde en la etapa de


desarrollo y me concentré principalmente en el lanzamiento.

—¿Te gustó?

—Mucho. —Inclina su silla para mirarme. Nuestras rodillas, codos y


hombros se han estado rozando tanto que la cercanía ya se siente familiar.
Lo mismo ocurre con el calor líquido debajo de mi ombligo—. Pero después
de eso comencé a trabajar en el Perseverance y pedí un cambio. Algo
realmente relacionado con que el rover estuviera en Marte en lugar de tres
horas en Cabo Cañaveral.

—¿Así que te pusieron en A & EP?

—Primero, me uní a la expedición de la NASA al sitio Análogo a Marte


de Noruega.

Inhalo audiblemente. 282


—¿AMASE? —La Arctic Mars Analog Svalbard Expedition (AMASE,
para los amigos) es lo que sucede cuando un grupo de nerds viaja a Noruega,
en el área de Bockfjorden en Svalbard. Uno podría pensar que el Polo Norte
no tiene nada que ver con el espacio, pero debido a toda la actividad
volcánica y los glaciares, en realidad es el lugar de la Tierra más similar a
Marte. Incluso tiene esférulas de carbonato únicas en su tipo que son casi
idénticas a las que encontramos en los meteoritos de origen marciano. A los
investigadores de la NASA les gusta usarlo como un lugar para probar la
funcionalidad del equipo que planean enviar en misiones de exploración
espacial, recolectar muestras, examinar preguntas científicas divertidas que
pueden preparar a los astronautas para futuras misiones espaciales.

Quiero tanto ser parte de esto que un escalofrío me recorre la espalda.

—Sí. Cuando regresé, pedí una colocación de A & EP, que


aparentemente todos querían. Hasta el punto de que el líder de la misión
envió un correo electrónico a toda la NASA preguntando si pensábamos que
obtendríamos doble paga y cerveza gratis.

—¿Tú sí?

Me río de la mirada que me da. Él es tan hilarante y deliciosamente


molestable.

—¿Por qué todos querían ser parte de ese equipo, de todos modos?

Se encoge de hombros.

—No estoy seguro de por qué todos los demás lo hicieron. Asumo que
porque es desafiante. Muchos proyectos de alto riesgo y alta recompensa.
Pero para mí fue… —Mira por la ventana, a un arce en el campus del JPL.
En realidad, no: creo que podría estar mirando hacia arriba. Al cielo—.
Simplemente se sintió como… —Se apaga, como si no estuviera seguro de
cómo continuar.

—¿Como si fuera lo más cerca posible de estar realmente en Marte?


¿Con el rover? —le pregunto.

Sus ojos vuelven a mí. 283


—Sí. —Parece sorprendido. Me las arreglé para poner algo esquivo en
palabras—. Sí, eso es exactamente.

Asiento, porque lo entiendo. La idea de ayudar a construir algo que


explorará Marte, la idea de poder controlar a dónde va y qué hace… eso es
por lo que lo haría, también.

Ian y yo nos estudiamos durante unos segundos en silencio, ambos


sonriendo levemente. El tiempo suficiente para que la idea que ha estado
dando vueltas en mi cabeza se solidifique de una vez por todas.

Sí. Voy a ir por ello. Lo siento, Mara. Me gusta demasiado tu primo o


algo así como para dejar pasar esto.

—Está bien, tengo una pregunta profesional para ti. Para guardar
nuestras apariencias en entrevistas informativas.

—Dispara.

—Entonces, me gradúo con mi doctorado. Lo que debería llevarme


unos cuatro años más.

—Eso es un tiempo —dice, su tono un poco ilegible.

Sí, se siente como una eternidad.

—No tanto. Así que me gradúo y decido que quiero trabajar en la NASA
y no para un bicho raro multimillonario que trata la exploración espacial
como si fuera su propio remedio casero para agrandar el pene.

Ian asiente con dolor.

—Sabio.

—¿Qué me haría parecer una candidata fuerte? ¿Cómo luce un buen


paquete de solicitudes?

Lo sopesa.

—No estoy seguro. Para mi equipo, normalmente contrataría


internamente. Pero estoy casi seguro de que todavía tengo mis materiales de 284
solicitud en mi vieja portátil. Podría enviártelos.
De acuerdo. Perfecto. Genial.

La oportunidad que estaba esperando.

Mi ritmo cardíaco aumenta. El calor se tuerce en la parte inferior de


mi estómago. Me inclino hacia adelante con una sonrisa, sintiendo que
finalmente estoy en mi elemento. Esto, esto, es lo que mejor conozco.
Dependiendo de lo ocupada que esté con la escuela, o el trabajo, o viendo
K-dramas en exceso, hago esto aproximadamente una vez a la semana. Lo
que equivale a un poco de práctica.

—¿Tal vez podría ir a tu casa? —digo, encontrando el punto dulce


entre lo cómicamente sugestivo y “Juntémonos a jugar Cartas Contra la
Humanidad”18—. ¿Y podrías mostrarme?

—Me refería… en Houston. Mi portátil está en Houston.

—¿Así que no trajiste tu portátil 2010 a Pasadena?

Sonríe.

—Sabía que había olvidado algo.

—Claro que sí. —Lo miro directamente a los ojos. Me inclino medio
centímetro más cerca—. Entonces, ¿tal vez aún pueda ir a tu casa, y
podríamos hacer algo más?

Me mira medio perplejo.

—¿Hacer qué?

Presiono mis labios. De acuerdo. Tal vez sobrestimé mis habilidades


de coqueteo. Sin embargo, ¿lo he hecho? No lo creo.

—¿En serio? —pregunto, divertida—. ¿Soy tan mala?

18Cards Against Humanity: juego de fiesta para adultos en el que los jugadores completan
declaraciones en blanco usando palabras o frases típicamente consideradas ofensivas,
285
atrevidas o políticamente incorrectas impresas en naipes.
—Lo siento, no te sigo. —La expresión de Ian es toda confusión
detenida, como si de repente hubiera empezado a hablar con acento
australiano—. ¿Mala en qué?

—En seducirte, Ian.

Puedo identificar el momento preciso y exacto en que el significado de


mis palabras se hunde en la parte lingüística de su cerebro. Parpadea un
par de veces. Entonces su gran cuerpo se queda quieto de una manera
tensa, imposible, vibrante, como si su software interno estuviera
almacenando en búfer a través de un conjunto impredecible de
actualizaciones.

Se ve absolutamente, casi encantadoramente desconcertado, y algo se


me ocurre: he entablado conversaciones coquetas con docenas de chicos y
chicas en fiestas, bares, lavanderías, gimnasios, librerías, seminarios,
carreras de obstáculos en el barro, invernaderos, incluso, en una ocasión
memorable, en la sala de espera de un servicio de planificación familiar, y...
nadie ha sido nunca tan despistado. Nadie. Así que tal vez solo estaba
fingiendo no entenderlo. Tal vez esperaba que yo retrocediera.

Mierda.

—Lo siento. —Me enderezo y ruedo mi silla hacia atrás, dándole unos
centímetros de espacio—. Te estoy haciendo sentir incómodo.

—No. No, yo… —Por fin se está reiniciando. Sacudiendo la cabeza—.


No, no lo estás, solo estoy...

—¿Un poco asustado? —Sonrío de manera tranquilizadora, tratando


de indicar que está bien. Puedo aceptar un no. Soy una chica grande—. Está
bien. Olvidemos que dije algo. Pero envíame por correo electrónico tu
material de solicitud una vez que regreses a casa, por favor. Prometo que no
responderé con desnudos no solicitados.

—No, no es eso... —Cierra los ojos y se pellizca el puente de la nariz.


Sus pómulos se ven más rosados que antes. Sus labios se mueven, tratando
de formar palabras durante unos segundos, hasta que se acomoda—: Es
solo... inesperado. 286
Oh. Inclino la cabeza.

—¿Por qué? —Pensaba que había sido demasiado exagerada.

—Porque... —Su gran mano gesticula en mi dirección. Traga y observo


su garganta—. Simplemente... mírate.

De hecho, lo hago. Me miro hacia abajo, observando mis piernas


cruzadas, mis pantalones cortos de color caqui, mi camiseta negra lisa. Mi
cuerpo presenta su estado habitual: alto. Enjuto. Un poco escuálido. Piel
aceitunada. Incluso me afeité esta mañana. Quizás. No me acuerdo. El
punto es que me veo bien. Así que lo digo: «Me veo bien». Que debería sonar
confiado pero sale un poco petulante. No es que piense que soy una mierda
caliente, pero me niego a sentirme insegura con mi aspecto. Me gusto.
Históricamente, a las personas con las que he querido acostarme también
les he gustado. Mi cuerpo hace su trabajo como un medio para un fin. Se
las arregla para permitirme navegar en kayak por los lagos de California sin
dolores musculares al día siguiente, y digiere la lactosa como si fuera una
disciplina olímpica. Eso es todo lo que importa.

Pero su respuesta es:

—No te ves bien.

Y... no.

—En serio. —Mi tono es helado. ¿Está Ian Floyd tratando de insinuar
que está fuera de mi alcance? Porque si es así, lo abofetearé—. ¿Cómo me
veo, entonces?

—Simplemente... —Vuelve a tragar—. Yo... Las mujeres como tú no


suelen...

—Las mujeres como yo. —Guau. Parece que en realidad tendré que
abofetearlo—. ¿Qué es eso? Porque…

—Hermosa. Eres muy, muy hermosa. Probablemente la más... Y


obviamente eres inteligente y divertida, así que... —Me mira con impotencia,
de repente se parece menos a un genio líder de equipo de la NASA construido
como un cedro y más... infantil. Joven—. ¿Es esto algún tipo de broma?
287
Lo estudio con los ojos entrecerrados, revisando mi evaluación
anterior. Quizás mis conclusiones fueron prematuras, y no es del todo
correcto que nadie pueda ser tan despistado. Tal vez alguien puede.

Ian, por ejemplo. Ian, que probablemente podría hacer buen dinero
como modelo fotográfico de colección, etiquetado: Tipo Caliente, Pelirrojo,
Macizo. He visto a unas cuatro personas mirarlo mientras veníamos hacia
aquí, pero aparentemente no tiene ni idea de que podría ser elegido por los
fanáticos para interpretar al hermano Weasley sexy. Absolutamente cero
conciencia de lo glorioso que es.

Sonrío, de repente encantada.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —Me acerco más, y no estoy segura


de cuándo ocurrió, pero él inclinó su silla para que mis rodillas terminaran
encajadas entre las suyas. Bien—. Es un poco atrevida.

Mira hacia abajo, a nuestras piernas que se tocan, y asiente. Como


siempre, solo una vez.

—¿Puedo besarte? ¿En este momento?

—Yo... —Me mira fijamente. Luego parpadea. Luego dice algo que no
es una palabra.

Mi sonrisa se ensancha.

—Eso no es un no, ¿verdad?

—No. —Sacude la cabeza. Sus ojos están fijos en mis labios, el negro
de sus pupilas tragando el azul—. No lo es.

—Está bien, entonces.

Es bastante sencillo, levantarme de mi silla e inclinarme hacia


adelante en la suya. Mis palmas encuentran los reposabrazos y presionan
contra ellos, y por un largo momento me quedo allí mismo, enjaulando a
este hombre del tamaño de un oso que podría alejarme con su dedo meñique
pero no lo hace. En cambio, me mira como si fuera maravillosa, hermosa e
288
impresionante, como si fuera un regalo, como si estuviera un poco
estupefacto.

Como si realmente quisiera que lo besara. Así que cierro ese último
centímetro y lo hago. Y es...

Un poco incómodo, para ser honesta. No malo. Solo un poco vacilante.


Sus labios se parten en un jadeo cuando tocan los míos, y durante una
fracción de segundo, se me ocurre un pensamiento aterrador.

Es su primer beso. ¿Lo es? Oh Dios mío, es su primer beso. ¿Realmente


le estoy dando a alguien su primer...?

Ian inclina su cabeza, empuja su boca contra la mía, y destruye mi


línea de pensamiento. No estoy segura de cómo se las arregla, pero lo que
sea que esté haciendo con sus labios y dientes se siente masiva y
agresivamente bien. Lloriqueo cuando su lengua se encuentra con la mía.
Gruñe en respuesta, algo retumbante y profundo en su garganta.

Bien. Este no es el primer beso. Esta es una maldita obra maestra.

Probablemente tenga noventa kilos de músculos y no tengo ni idea de


si la silla puede sostenernos a los dos, pero decido vivir peligrosamente: me
siento a horcajadas sobre el regazo de Ian, sintiendo que su aguda
inhalación vibra a través de mi cuerpo. Por un segundo suspendido,
nuestros labios se separan y sus ojos sostienen los míos, como si ambos
estuviéramos esperando que cada mueble de la habitación se derrumbe.
Pero el JPL debe invertir en una decoración robusta.

—Eso fue de alto riesgo y alta recompensa —digo, y me sorprende lo


corto que ya es mi aliento. La habitación está silenciosa, bañada por una
luz cálida. Dejo escapar una única risa temblorosa, y me doy cuenta de
dónde está la mano de Ian: flotando media pulgada por encima de mi
cintura. Cálido. Ansioso. Listo para encajar.

—¿Puedo? —pregunta.

—Sí. —Me río en su boca—. Puedes tocarme. Es toda la finalidad de...


289
No llego a terminar, porque en el momento en que tiene permiso sus
manos están por todas partes, una en mi nuca, metiendo mis labios en los
suyos, la otra en la parte baja de mi espalda. En el momento en que mi
pecho presiona contra el suyo, hace otro de esos sonidos bajos y ásperos,
pero diez veces más profundos, como si viniera de su propio núcleo. Es todo
rastrojo áspero, carne cálida y difícil de manejar, y por el rabillo del ojo solo
veo rojo, rojo, mucho rojo.

—Estoy enamorada de tus pecas —le digo, justo antes de mordisquear


una en su mandíbula—. Pensé en lamerlas en el momento en que te vi. —
Me dirijo al hueco de su oreja.

Exhala, agudo.

—Cuando te vi, yo... —Chupo la piel de su garganta y él tartamudea—


, pensé que eras un poco demasiado hermosa —termina, sin aliento. Sus
manos viajan debajo de mi camisa, por mi columna vertebral, trazando
cautelosamente los bordes de mi sostén. Huele magníficamente, limpio,
auténtico y cálido.

—¿Demasiado hermosa para qué?

—Para todo. Demasiado hermosa para mirarte, incluso. —Su agarre


en mi cintura se aprieta—. Hannah, tú...

Estoy moliendo mi ingle contra la suya. Que es probablemente la


razón por la que ambos sonamos como si estuviéramos corriendo un
maratón. Y en mi defensa, en realidad solo quería que fuera un beso, pero
sí. No. No voy a parar, y a juzgar por la forma en que sus dedos se sumergen
en la parte trasera de mis pantalones cortos para ahuecar la mejilla de mi
trasero y presionarme más contra su dura polla, él tampoco está planeando
hacerlo.

—¿Alguien más usa esta oficina? —pregunto. No soy tímida, pero esto
es... bueno. Bueno en el sentido: Sin interrupciones, por favor. No quiero
esperar hasta que lleguemos a casa. Voy a correrme en unos dos minutos.

Sacude la cabeza y yo podría llorar de felicidad, pero no tengo tiempo.


Es como si estuviéramos jugando antes, y ahora vamos en serio. Apenas nos 290
besamos, descoordinados, desconcentrados, solo moliendo el uno contra el
otro, y yo persigo la sensación de su cuerpo contra el mío, el subidón de
estar tan cerca, su erección entre mis piernas mientras ambos hacemos
ruidos silenciosos, gruñidos, sonidos obscenos, a medida que intentamos
acercarnos más, conseguir más contacto, piel, calor, fricción, fricción,
fricción, necesito más fricción…

—Mierda. —No puedo tener suficiente. No es una buena posición, y


odio esta estúpida silla, y esto me está volviendo loca. Dejo escapar un
gemido fuerte y enfurecido y hundo mis dientes profundamente en su cuello,
como si estuviera hecha de calor y frustración, y...

De alguna manera, Ian sabe exactamente lo que necesito. Porque se


levanta de la maldita silla con un silencioso: «Está bien, está bien, te tengo».
Me lleva con él y hace algo que técnicamente podría calificarse como destruir
la propiedad de la NASA para hacer suficiente espacio para nosotros. Un
momento después estoy sentada en el escritorio, y de repente ambos
podemos movernos como queremos. Abre mis piernas con las palmas de sus
manos y desliza las suyas justo entre ellas, y...

Finalmente. La fricción es… esto es precisamente lo que pedía,


precisamente lo que necesitaba…

—Sí —exhalo.

—¿Sí? —Ni siquiera necesito mover las caderas. Su mano se desliza


hacia abajo para agarrar mi trasero, y de alguna manera sabe exactamente
la forma de inclinarme, cómo el dobladillo de mis pantalones cortos puede
rozar mi clítoris—. ¿Te gusta esto? —Siento su polla dura en mi cadera y
hago sonidos de maullido, vergonzosos, suplicantes en el hueco de su
garganta, murmurando incomprensiblemente sobre lo bueno que es esto, lo
agradecida que estoy, cómo voy a hacer lo mismo por él cuando finalmente
follemos, cómo voy a hacer todo lo que él quiera...

—Detente —jadea en mi boca, urgente, un poco desesperado—. Tienes


que callarte, o voy a... solo quiero...

291
Me río contra su mejilla, con voz aflautada y baja. Mis muslos están
empezando a temblar. Hay un líquido, un calor apremiante que se expande
en mi abdomen.

—¿Quieres, ah, quieres qué?

—Solo quiero hacerte venir.

Me envía justo al límite. En algo que no se parece en nada a mi


orgasmo habitual y corriente. Esos tienden a comenzar como pequeñas
fracturas y luego lentamente, gradualmente se profundizan en algo
encantador y relajante. Esos son divertidos, muy divertidos, pero esto... Este
placer es repentino y violento. Se me clava como una maravillosa y terrible
explosión; nueva, aterradora y fantástica; y sigue y sigue, como si me
exprimieran cada segundo delicioso que me detiene el corazón. Cierro los
ojos, me agarro a los hombros de Ian y gimoteo en su garganta, escuchando
los silenciosos: «Joder. Joder», que me dice con la boca en la clavícula.
Estaba tan segura de que sabía de lo que era capaz mi cuerpo, pero esto se
siente mucho más allá.

Y de alguna manera, además de saber exactamente cómo llevarme allí,


Ian también sabe cuándo detenerse. En el mismo momento en que todo se
vuelve insoportable, sus brazos se tensan a mi alrededor y su muslo se
convierte en un peso sólido y quieto entre los míos. Abro mis brazos
alrededor de su cuello, escondo mi cara en su garganta y espero a que mi
cuerpo se recupere.

—Bueno —digo. Mi voz es más áspera de lo que recuerdo


haber escuchado. Hay un teclado inalámbrico en el suelo, cables colgando
de mi muslo, y si me muevo incluso medio centímetro hacia atrás, destruiré
uno, tal vez dos monitores—. Bueno —repito. Dejo escapar una carcajada
sin aliento contra su piel.

—¿Estás bien? —pregunta, retrocediendo para encontrarse con mis


ojos. Sus manos tiemblan ligeramente contra mi espalda. Porque, supongo,
me he corrido. Y él no. Lo cual es muy injusto. Acabo de tener un orgasmo
que define mi vida y realmente no puedo recordar mi propio nombre, pero
incluso en este estado puedo comprender la injusticia de todo. 292
—Estoy... de maravilla. —Vuelvo a reírme— ¿Tú?

Sonríe.

—Estoy bastante bien, para ser...

Arrastro mi mano entre nosotros, con la palma a ras de la parte


delantera de sus vaqueros, y su boca se cierra.

Está bien. Así que tiene una polla grande. Exactamente lo esperado.
Este hombre va a ser fantástico en la cama. Fenomenal. El mejor sexo que
he tenido con un tipo. Y he tenido mucho.

—¿Qué quieres? —pregunto. Sus ojos están oscuros, cómo si no viera.


Coloco mi mano alrededor del contorno de su erección, froto el talón de mi
palma contra la longitud, me arqueo para susurrar en la curva de su oreja—
: ¿Puedo bajar hacia ti?

El ruido que hace Ian es áspero y gutural, y me toma unos tres


segundos darme cuenta de que ya está llegando, gimiendo en mi piel,
atrapando mi mano entre nuestros cuerpos. Lo siento estremecerse, y este
gran hombre que se desmorona contra mí, totalmente perdido e indefenso
ante su propio placer, es de lejos la experiencia más erótica de toda mi vida.
Quiero meterlo en una cama. Quiero horas, días con él. Quiero hacerle
sentir como se siente en este momento, pero cien veces más fuerte, cien
millones de veces más.

—Lo siento —balbucea.

—¿Qué? —Me inclino hacia atrás para mirarlo a la cara—. ¿Por qué?

—Eso fue... lamentable. —Me empuja hacia atrás para enterrar su


cara en mi garganta. Es seguido por un lamido, y un mordisco, y oh Dios
mío, el sexo va a ser fuera de serie. Demoledor.

—Fue increíble. Hagámoslo de nuevo. Vamos a mi casa. O


simplemente cerremos la puerta.

Se ríe y me besa, de forma diferente a la anterior, profunda pero suave


y sinuosa, y... no es realmente, según mi experiencia, el tipo de beso que la 293
gente comparte después del sexo. En mi experiencia, después del sexo, la
gente se lava, se vuelve a poner la ropa, luego se despide y va al Starbucks
más cercano para comprar un cake pop19. Pero esto es agradable, porque
Ian es un excelente besador, y huele bien, sabe bien, se siente bien y...

—¿Puedo invitarte a cenar? —pregunta contra mis labios—. Antes de


que nosotros...

Sacudo la cabeza. Las puntas de nuestras narices se rozan entre sí.

—No es necesario.

—Yo... Me gustaría, Hannah.

—No. —Lo beso de nuevo. Una vez. Profundamente. Gloriosamente—


. No hago eso.

—No haces, —Otro beso—, ¿qué?

—Cenar —Beso. Otra vez—. Bueno —corrijo—, sí que como. Pero no


salgo a cenar.

Ian retrocede, su expresión curiosa.

—¿Por qué no tienes citas para cenar?

—Yo solo... —Me encojo de hombros, deseando que sigamos


besándonos—. No salgo con nadie, en general.

—No sales... en absoluto?

—No. —Una vez más, su expresión se retrae repentinamente, así que


sonrío y añado—: Pero, de todas formas, estoy muy contenta de ir a tu casa.
No hace falta salir para eso, ¿verdad?

19Cake pop: forma de pastel con el estilo de una piruleta. Las migas de pastel se mezclan
con glaseado o chocolate y se les da forma de pequeñas esferas o cubos de la misma manera
que las bolas de pastel, antes de cubrirlas con glaseado, chocolate u otras decoraciones y
294
unirlas a los palitos de piruleta.
Da un paso atrás, uno grande, como si quisiera poner un poco de
espacio físico entre nosotros. La parte delantera de sus jeans es... un
desastre. Quiero limpiarlo.

—¿Por qué... por qué no sales?

—¿De verdad? —Me río—. ¿Quieres escuchar sobre mi trauma


socioemocional después de que hiciéramos, —Hago un gesto entre
nosotros—, esto?

Asiente con la cabeza, serio, un poco rígido, y yo recobro la


compostura.

¿En serio? ¿Realmente quiere eso? ¿Quiere que le explique que


realmente no tengo el tiempo ni la disponibilidad emocional para ningún
tipo de enredo romántico? ¿Que no puedo imaginar que alguien se quede
para algo que no sea sexo una vez que me conozca de verdad? ¿Que hace
tiempo que me di cuenta de que cuanto más tiempo la gente está conmigo,
más probable es que descubran que no soy tan inteligente como piensan,
tan bonita, tan divertida? Francamente, sé que mi mejor opción es mantener
a la gente a distancia, para que nunca descubran como soy en realidad. Lo
cual es, por cierto: un poco perra. No se me da bien preocuparme por... nada,
en realidad. Tardé como una década y media en encontrar algo que me
apasionara de verdad. Este experimento de amistad que estoy haciendo con
Mara y Sadie sigue siendo eso, un experimento, y...

Dios. ¿Ian quiere salir? Ni siquiera vive aquí.

—Así que estás diciendo... —Me rasco las sienes, bajando


rápidamente de mi subidón posorgasmo—. ¿Estás diciendo que no te
interesa tener sexo?

Cierra los ojos con un gesto que realmente no parece un no.


Definitivamente no parece una falta de interés. Pero lo que dice es:

—Me gustas.

—Me di cuenta. —Me río.

—Es... raro. Para mí. Que alguien me guste tanto.


295
—También me gustas. —Me encojo de hombros—. ¿No deberíamos
pasar el rato, entonces? ¿No es eso lo suficientemente bueno?

Mira hacia otro lado. Hacia abajo, a sus zapatos.

—Si paso más tiempo contigo, solo me gustarás más.

—No —resoplo—. No es así como suele funcionar.

—Lo hace. Lo hará, para mí. —Suena tan sólido, innegablemente


seguro, que no puedo hacer nada más que mirarlo fijamente. Sus labios
sensuales hacen un puchero, y todo en él es hermoso, y parece tan
tranquilo, estoicamente devastado por la idea de follar conmigo sin
ataduras, que probablemente debería encontrarlo cómico, pero la verdad es
que no puedo recordar haber estado tan atraída por otra persona, y mi
cuerpo está vibrando por el suyo, y...

Tal vez podrías salir con él. Solo esta vez. Una excepción. Tal vez
podrías probarlo. Tal vez podría funcionar. Tal vez ustedes dos...

¿Qué? No. No. ¿Qué carajo? Sólo el hecho de contemplarlo me


aterroriza. No. No lo hago, no soy así. Estas cosas son una pérdida de tiempo
y energía. Estoy ocupada. No estoy hecha para estas cosas.

—Lo siento. —Me obligo a decir. Ni siquiera es mentira. Estoy


jodidamente arrepentida en este momento—. No creo que sea una buena
idea.

—De acuerdo —dice tras un largo momento. Aceptando. Un poco


triste—. De acuerdo. Si... si cambias de opinión. Sobre la cena, eso es.
Házmelo saber.

—Está bien. —Asiento—. ¿Cuándo te vas? ¿Cuál es mi fecha límite?


—Añado, intentando un poco de desenfado.

—No importa. Puedo... Viajo mucho para acá, y... —Sacude la


cabeza—. Puedes cambiar de opinión cuando quieras. Sin fecha límite.

Oh.
296
—Bueno, si tú cambias de opinión sobre follar...
Exhala una risa, que suena un poco como un gemido doloroso, y por
un momento siento la compulsión de explicarme. Quiero decirle: No eres tú.
Soy yo. Pero sé cómo sonaría eso, y sé que es mejor no soltar esas palabras.
Así que nos miramos durante unos segundos y luego... no hay nada más
que decir, ¿verdad? Mi cuerpo se mueve automáticamente. Me deslizo fuera
del escritorio, me tomo un momento para enderezar los monitores detrás de
mí, el ratón, los teclados, el cable, y cuando paso junto a Ian por la puerta,
él me sigue con sus ojos solemnes y tristes, pasándose la palma de la mano
por la mandíbula.

Las últimas palabras que escucho de él son:

—Ha sido un gran placer conocerte, Hannah.

Creo que debería decirlo de vuelta, pero hay un peso desconocido en


mi pecho, y no puedo hacerlo. Así que me conformo con una pequeña
sonrisa y un saludo a medias. Me meto las manos en los bolsillos mientras
mi cuerpo sigue palpitando por lo que he dejado atrás, y vuelvo a pasear
lentamente por el campus de Caltech, pensando en el pelo rojo y en las
oportunidades perdidas.

Esa noche, cuando recibo un correo electrónico de


IanFloyd@nasa.gov, mi corazón tropieza sobre sí mismo. Pero es solo un
correo electrónico vacío, sin texto, ni siquiera una firma automática. Solo
un archivo adjunto con su solicitud de la NASA de hace unos años, junto
con la de un puñado de otras personas. Más recientes que debe haber
obtenido de sus amigos y colegas, algunos ejemplos más para enviarme.

Bueno.

Será un gran novio, me digo, recostándome en la cama y mirando al


techo. Hay una extraña cosa verde en una esquina que sospecho que puede
ser moho. Mara sigue diciéndome que debería mudarme de este agujero de
mierda y buscar un lugar con ella y Sadie, pero no lo sé. Parece que nos
acercaríamos demasiado. Un gran compromiso. Podría ser un desastre. Será
un gran novio. Para alguien que merezca tener uno.

Al día siguiente, cuando Mara me pregunta sobre mi reunión con su 297


primo o algo así, solo digo: «Sin incidentes», y ni siquiera sé por qué. No me
gusta mentir, y me gusta aún menos mentir a alguien que se está
convirtiendo rápidamente en una amiga, pero no puedo obligarme a decir
más que eso. Dos semanas después, entrego un documento de reflexión
como parte de los requisitos de mi clase de Recursos Hídricos.

Debo admitir, Dra. Harding, que inicialmente pensé que esta


tarea sería una pérdida total de tiempo. Hace años que sabía que quería
acabar en la NASA, y hace el mismo tiempo que sabía que quería
trabajar en robótica y exploración espacial. Sin embargo, después de
reunirme con Ian Floyd, me he dado cuenta de que me encantaría
trabajar, en concreto, en la Actitud y Estimación de Posición de los
exploradores de Marte. En conclusión: no es una pérdida de tiempo, o
al menos no es una pérdida total.

Obtengo un sobresaliente en la clase. Y en los años siguientes, no me


permito pensar demasiado en Ian. Pero siempre que vuelvo a ver las
grabaciones de vídeo del control de la misión celebrando el aterrizaje del
Curiosity, no puedo evitar buscar al hombre alto y pelirrojo del fondo de la
sala. Y cada vez que lo encuentro, siento que el fantasma de algo se aprieta
dentro de mi pecho.

298
Capítulo 3

—¡Dijeron que no podían enviar a los socorristas!

Mi aliento, seco y blanco, empaña la carcasa negra de mi teléfono


satelital. Porque en Svalbard, en febrero, la temperatura está muy por
debajo de los cero grados centígrados. Inquietantemente también por debajo
de los cero grados Fahrenheit y esta mañana no es la excepción.

—Dijeron que era demasiado peligroso —continúo—, que los vientos


son demasiado extremos. —Como para demostrar mi punto, un sonido
medio silbante, medio aullante, atraviesa lo que he empezado a considerar
como mi grieta.

Y en lo que respecta a las grietas, esta es una buena para quedar


atrapada. Relativamente poco profunda. La pared occidental está muy bien
inclinada, lo suficiente como para permitir que la luz del sol se filtre, que es
probablemente la única razón por la que aún no he muerto de frío o me he
congelado. El inconveniente, sin embargo, es que en esta época del año solo
hay unas cinco horas de luz al día. Y están a punto de agotarse.

—El peligro de avalancha está en el nivel más alto y no es seguro que


nadie salga a buscarme —añado, hablando directamente por el micrófono
del teléfono satelital. Repitiendo lo que el Dr. Merel, mi jefe de equipo, me
dijo hace unas horas, durante mi última comunicación con AMASE, la base 299
de la NASA aquí en Noruega. Fue justo antes de que me recordara que yo
había sido quien había elegido esto. Que había sabido cuáles eran los riesgos
de mi misión y aun así decidí emprenderla. Que el camino de la exploración
espacial está lleno de dolor y sacrificio. Que la culpa fue mía por haberme
caído en un agujero helado en el suelo y haberme torcido el maldito tobillo.

Bueno, él no dijo eso. Maldito, ni culpa. Sin embargo, se aseguró de


que yo fuera consciente de que nadie podría venir a ayudarme hasta mañana
y que tenía que ser fuerte. Aunque, por supuesto, ambos sabíamos cuáles
serían los resultados de un encuentro entre una tormenta de nieve nocturna
y yo.

Tormenta: 100. Hannah Arroyo: muerta.

—El clima no es tan malo. —Una ola de estática casi agota la voz al
otro lado de la línea.

La voz de Ian Floyd.

Porque, por alguna razón, está aquí. Viniendo. Por mí.

—Es una... es una tormenta, Ian. Estás... por favor, dime que no estás
paseando al aire libre cuando la peor tormenta del año está a unas horas de
empezar.

—No lo estoy. —Una pausa—. Es más bien una caminata apresurada.

Cierro los ojos.

—En una tormenta. Una ventisca. Vientos de al menos cincuenta y


cinco kilómetros por hora. Una fuerte nevada y sin visibilidad.

—Podrías estar siendo un desperdicio en ingeniería.

—¿Qué?

—Eres muy buena en cosas de meteorología.

No puedo sentir las piernas; me castañetean los dientes; cada vez que
respiro, siento la piel como si la hubieran masticado una horda de pirañas.
Y, sin embargo, encuentro fuerzas para poner los ojos en blanco. Al menos,
la perra malhumorada que hay en mi corazón se mantiene firme. 300
—Te encantaría eso, ¿verdad? Si estuviera ocupada dando el tiempo
en las noticias locales en lugar de estar en la NASA contigo.

Los vientos están taladrándome los tímpanos. Sinceramente, no tengo


ni idea de cómo puedo oír una sonrisa en su: «Nah».

Está loco. No puede estar aquí en Noruega. Ni siquiera se supone que


esté en Europa.

—¿Cambió AMASE de opinión sobre el envío de ayuda? —pregunto—


. ¿Han cambiado las previsiones de la tormenta?

—No lo han hecho. —Cada vez que la estática baja, escucho un ruido
bajo y extrañamente familiar a través del teléfono satelital. La respiración
de Ian, sospecho, pesada, fuerte y más rápida de lo normal. Como si
estuviera gruñendo en un terreno peligroso—. Estás a unos treinta minutos
de mi ubicación actual. Una vez que llegue a ti, tendremos un trayecto de
sesenta minutos hasta la seguridad. Lo que significa que deberíamos ser
capaces de apenas evitar la tormenta.

En el momento en que dice la palabra “trayecto”, mi estúpido cerebro


decide intentar girar mi tobillo. Lo que me lleva a morderme los labios
agrietados y congelados para tragarme un gemido. Una idea terrible, como
resulta.

—Ian, nada de lo que acabas de decir tiene sentido.

—¿En serio? —Parece divertido. ¿Cómo? ¿Por qué?—. ¿Nada?

—¿Cómo sabes siquiera dónde estoy?

—Rastreador GPS. En tu teléfono Iridium.

—Es imposible. AMASE dijo que no podían activar el rastreador. Los


sensores no funcionan.

—AMASE no está dentro del alcance y la tormenta que se avecina


probablemente interfiera. —Una fuerte ráfaga de viento se levanta y por un
momento dolorosamente gélido está en todas partes: silbando a mi
alrededor, perforando dentro de mis pulmones, abriéndose paso hasta mis 301
oídos. Trato de alejar mi cuerpo, pero eso no impide que el aire se congele.
Solo me clavo más en la nieve y me lastimo más el estúpido tobillo.

Mierda.

—AMASE está a más de tres horas de mi grie... localización. Si


realmente llegas aquí en treinta minutos, no vamos a llegar a tiempo para
evitar la tormenta. No vas a llegar a tiempo y no voy a dejar que te pase algo
terrible solo porque yo...

—No vengo de AMASE —dice—. Y no es allí donde vamos.

—¿Pero cómo has accedido a mi rastreador GPS si no estás en


AMASE?

Una pausa.

—Soy bueno con las computadoras.

—Estás... ¿Estás diciendo que hackeaste tu camino hacia...?

—Mencionaron que estás herida. ¿Qué tan grave es?

Miro mis botas. Los cristales de hielo han comenzado a formar una
costra alrededor de las suelas.

—Solo unos rasguños. Y un esguince. Creo que podría caminar, pero...


no sé si sesenta minutos. —No sé si sesenta segundos—. Y en este terreno...

—No tendrás que caminar en absoluto.

Frunzo el ceño, aunque mi frente está casi congelada.

—¿Cómo voy a llegar a donde sea que vayamos si...?

—¿Tienes ascensores?

—Sí. Pero, de nuevo, no sé si puedo escalar...

—No hay problema. Te sacaré de ahí.

302
—Tú... Es demasiado peligroso. El terreno alrededor del borde podría
derrumbarse y tú también te caerías. —Dejo escapar una respiración
entrecortada—. Ian, no puedo dejarte.

—No te preocupes, no tengo la costumbre de caer dentro de las grietas.

—Yo tampoco.

—¿Estás segura de eso?

De acuerdo. Bien. Me metí de lleno en esta.

—Ian, no puedo dejar que hagas esto. Si esto... —Tomo un


estremecedor y frígido aliento—. Si es porque te sientes responsable de esto.
Si estás arriesgando tu vida porque crees que de alguna manera es tu culpa
que yo haya terminado aquí, entonces no deberías hacerlo. Sabes que no
tengo que culpar a nadie más por esto que a mí, y...

—Estoy a punto de empezar a escalar —interrumpe distraídamente,


como si no estuviera en medio de un apasionado discurso.

—¿Escalar? ¿Qué estás escalando?

—Voy a guardar mi teléfono, pero ponte en contacto si pasa algo.

—Ian, realmente no creo que debas...

—Hannah.

La conmoción de escuchar mi nombre, en la voz de Ian, envuelta por


el silbido del viento y a través de la línea metálica de mi teléfono satelital,
nada menos, me hace callar al instante. Hasta que él continúa.

—Solo relájate y piensa en Marte, ¿de acuerdo? Pronto estaré allí.

303
Capítulo 4

No es que me sorprenda verlo.

Eso sería, sinceramente, bastante idiota. Demasiado idiota incluso


para mí: una conocida idiota ocasional. Puede que no haya visto a Ian Floyd
en más de cuatro años; sí, desde el día en que tuve el mejor sexo y ni siquiera
fue sexo verdadero, Dios, que desperdicio de mi vida, y luego apenas me
obligué a decirle adiós con la mano mientras la caoba de la puerta de su
oficina se cerraba en mi rostro. Puede que haya pasado un tiempo, pero me
he mantenido al tanto de su paradero mediante el uso de tecnología muy
sofisticada y herramientas de investigación de vanguardia.
Es decir, Google.

Resulta que cuando eres uno de los mejores ingenieros de la NASA, la


gente escribe mierda sobre ti. Juro que no busco “Ian + Floyd” dos veces a
la semana ni nada parecido, pero sí que me pica la curiosidad de vez en
cuando y el Internet ofrece mucha información a cambio de muy poco
esfuerzo. Así es como me enteré de que cuando el anterior jefe dimitió por
motivos de salud, Ian fue elegido jefe de ingeniería de Tenacity, el rover que
aterrizó sano y salvo en el cráter de Vaucouleurs el año pasado. Incluso
concedió una entrevista a 60 Minutes, en la que se mostraba sobre todo
serio, competente, guapo, humilde y reservado.
304
Por alguna razón, me hizo pensar en la forma en que él había gemido
en mi piel. Su agarre primitivo en mis caderas, su muslo moviéndose entre
mis piernas. Me hizo recordar que había querido llevarme a cenar y que yo
había estado realmente, de manera increíble e insondable, tentada de decir
que sí. Lo vi entero en YouTube. Luego bajé para leer los comentarios y me
di cuenta de que dos tercios eran de usuarios que se habían dado cuenta de
lo serio, competente, guapo, humilde, reservado y probablemente bien
dotado que era Ian. Me apresuré a hacer clic para salir, sintiéndome
atrapada con todo el torso en el tarro de las galletas.

Lo que sea.

Creo que también esperaba que mi búsqueda en Google me llevara a


cosas más personales. Quizá una cuenta de Facebook con fotos de adorables
niños pelirrojos. O una de esas páginas web de bodas con fotos
sobreproducidas y la historia de cómo se conoció la pareja. Pero no. Lo más
parecido fue un triatlón que hizo hace unos dos años cerca de Houston. No
quedó especialmente bien, pero lo terminó. En lo que respecta a Google, esa
es la única actividad no relacionada con el trabajo que Ian ha realizado en
los últimos cuatro años.

Pero eso no viene al caso, el cual es: Sé bastante sobre los logros de
la carrera de Ian Floyd, y soy muy consciente de que todavía está en la NASA.
Por lo tanto, no tiene sentido que me sorprenda verlo. Y no lo hace.
Realmente no lo hace.

Es solo que con más de tres mil personas trabajando en el Centro


Espacial Johnson, me imaginé que me encontraría con él alrededor de mi
tercera semana en el trabajo. Tal vez incluso durante mi tercer mes.
Definitivamente no esperaba verlo en mi primer día, en medio de la maldita
orientación para nuevos empleados. Y definitivamente no esperaba que me
viera inmediatamente y se quedara mirando durante mucho, mucho tiempo,
como si recordara exactamente quién soy, no como si se preguntara por qué
le parezco familiar o se esforzara por ubicarme.

Lo cual... no hace. Está claro que no lo hace. Ian aparece en la entrada


de la sala de conferencias donde los nuevos empleados se han estacionado
para esperar al siguiente orador; con una expresión ligeramente agravada,
305
mira a su alrededor en busca de alguien y se fija en mí, que estoy charlando
con Alexis, aproximadamente un milisegundo después de que yo me fije en
él.

Se detiene un momento, con los ojos muy abiertos. Luego se abre paso
entre los grupos de personas que charlan alrededor de la mesa y se acerca
a mí a grandes zancadas. Sus ojos se quedan fijos en los míos y parece
confiado y agradablemente sorprendido, como un tipo que recoge a su novia
en el aeropuerto después de haber pasado cuatro meses en el extranjero
estudiando los hábitos de cortejo de la ballena jorobada. Pero no tiene nada
que ver conmigo. No es por mí.

No puede ser por mí, ¿cierto?

Pero Ian se detiene a un par de metros de Alexis, me estudia con una


pequeña sonrisa durante un par de segundos más de lo habitual y luego
dice:

—Hannah.

Eso es todo. Eso es todo lo que dice. Mi nombre. Y realmente no quería


verlo. Realmente me imaginé que sería raro estar con él de nuevo, después
de nuestro no tan agitado primer y único encuentro. Pero...

No lo es. No lo es en absoluto. Me resulta natural, casi irresistible,


sonreírle, apartarme de la mesa y ponerme de puntillas para abrazarlo,
llenarme las fosas nasales con su limpio aroma y decir contra su hombro:

—Hola, tú.

Sus manos se aprietan brevemente contra mi columna vertebral y


encajamos como hace cuatro años. Luego, un segundo después, ambos nos
retiramos. No me sonrojo, nunca, pero el corazón me late deprisa y un
curioso calor me sube por el pecho.

Quizá sea porque esto debería ser raro. ¿Cierto? Hace cuatro años, me
acerqué a él. Luego me acerqué hacia él. Luego lo rechacé cuando me pidió
que pasara un tiempo sin orgasmos ni exploración del espacio con él. Eso
es lo que quería evitar: la reacción masculina, torpe y con el ego herido que 306
estaba segura de que tendría Ian.
Pero ahora está aquí, sorprendentemente contento de verme y me
siento feliz de estar en su presencia, como cuando codificamos nuestra
tarde. Parece un poco más viejo; la barba de un día ya tiene una semana y
tal vez haya crecido aún más. Por lo demás, es él mismo. El cabello es rojo,
los ojos azules, las pecas están por todas partes. Forzosamente recuerdo su
inicialización uniforme en C++ y sus dientes en mi piel.

—Lo conseguiste —dice, como si realmente acabara de bajar de un


avión—. Estás aquí.

Sonríe. Yo también sonrío y frunzo el ceño.

—¿Qué? ¿No creías que me iba a graduar?

—No estaba seguro de que fueras a aprobar tu clase de Recursos


Hídricos.

Me echo a reír.

—¿Qué? ¿Solo porque me viste, con tus propios ojos, poner cero
esfuerzo en mi tarea?

—Eso jugó un papel, sí.

—Deberías leer las cosas que dije sobre ti en ese informe.

—Ah, sí. ¿Qué ETS tuve que combatir para llegar a donde estoy hoy?

—¿Qué ETS no tuviste?

Suspira. Alguien se aclara la garganta y ambos nos giramos... Ah,


claro. Alexis también está aquí. Mirando entre nosotros, por alguna razón
con ojos muy abiertos.

—Oh, Ian, esta es Alexis. Ella también empieza hoy. Alexis, este es...

—Ian Floyd —dice ella, sonando vagamente sin aliento—. Soy una
fanática.

Ian parece vagamente alarmado, como si la idea de tener “fans” le


desconcertara. Alexis no parece darse cuenta y me pregunta: 307
—¿Se conocen?

—Ah... sí, nos conocemos. Tuvimos una... —Hago un gesto vago—.


Una cosa. Hace años.

—¿Una cosa? —Los ojos de Alexis se abren aún más.

—Oh no, no me refería a ese tipo de cosa. Hicimos una especie de...
una de esas... ¿cómo se llaman...?

—Una entrevista informativa —proporciona Ian pacientemente.

—¿Una entrevista informativa? —Alexis parece escéptica. Se queda


mirando a Ian, que sigue mirándome a mí.

—Sí. Algo así. Se convirtió en un... —¿En un qué? ¿En que casi follamos
en la propiedad de la NASA? Ya quisieras, Hannah.

—Una sesión de depuración —dice Ian. Luego se aclara la garganta.

Suelto una carcajada.

—Claro. Eso.

—¿Sesión de depuración? —Alexis suena aún más escéptica—. Eso


no suena divertido.

—Oh, lo fue —dice Ian. Sigue mirándome fijamente. Como si hubiera


encontrado las llaves de su casa, perdidas hace tiempo y temiera volver a
perderlas si desvía la mirada.

—Sí. —No puedo evitar que mi sonrisa sea un poco sugerente. Un


experimento. Parece que hago muchos de esos cuando él está cerca—. Muy
divertido.

—Claro. —Ian finalmente mira hacia otro lado, sonriendo de la misma


manera—. Mucho.

—¿Cómo se conocieron? —pregunta Alexis, más suspicaz a cada


segundo.

—Oh, mi mejor amiga es la prima, o algo así, de Ian.


308
Ian asiente.

—¿Cómo está...? —Se tropieza brevemente con el nombre—. ¿...quiero


decir Melissa?

—Mara. Tu prima se llama Mara. Sigue el ritmo, ¿quieres? —No


consigo sonar severa—. ¿No has hablado con ella desde que nos puso en
contacto?

—Tampoco creo que hayamos hablado entonces. Todo pasó por...

—... La tía abuela Delphina, cierto. ¿Cómo está el video de Home


Depot?

—Lowe's. He oído que está resurgiendo desde que tío Mitch empezó a
organizar Acción de Gracias.

Me río.

—Bueno, Mara está genial. También se graduó con su doctorado y


recientemente se mudó a D.C. para trabajar en la APA. No le interesan las
cosas del espacio. Solo, ya sabes... salvar a la Tierra.

—Oh. —No parece muy impresionado—. Es una buena lucha.

—¿Pero te alegras de que sea otro el que la lleve mientras tú y yo nos


pasamos el día lanzando artilugios geniales al espacio?

Se ríe.

—Más o menos.

—Bien, esto es muy... —Alexis, de nuevo. Los dos nos volvemos hacia
ella: sus ojos están entrecerrados y suena estridente. Sinceramente, sigo
olvidando que está aquí—. Nunca he visto a dos personas... —Hace un gesto
entre nosotros—. Ustedes claramente están... —Ian y yo intercambiamos
una mirada de desconcierto—. Voy a dejarlos con ello —dice sin emoción.
Luego se da la vuelta y Ian y yo nos quedamos solos.

Más o menos. Estamos en una habitación llena de gente, pero... solos.


309
—Bueno... hola —digo.
—Hola. —El tono es más bajo. Más íntimo.

—Esperaba que esto fuera desagradable.

—¿Esto?

—Esto. —Señalo de ida y vuelta entre nosotros—. Verte de nuevo.


Después de como lo dejamos.

Ladea la cabeza.

—¿Por qué?

—Solo... —No estoy segura de cómo articularlo, que mi experiencia es


que los hombres que han sido rechazados por las mujeres a menudo pueden
dar miedo de un millón de maneras diferentes. De todos modos, no importa.
Parece que dejó atrás lo que pasó entre nosotros en el momento en que salí
de su oficina—. No importa. Ya que no lo es. Desagradable, me refiero.

Ian asiente una vez. Como recuerdo de hace años.

—¿A qué equipo te han asignado?

—A & EP.

—No me digas. —Suena complacido. Lo cual es... nuevo, sobre todo.


Mis padres reaccionaron a la noticia de que me habían contratado en la
NASA de la forma habitual: mostrando decepción por no haberme dedicado
a la medicina como mis hermanos. Sadie y Mara siempre me apoyaron y se
alegraron por mí cuando conseguí el trabajo de mis sueños, pero no se
preocupan lo suficiente por la exploración espacial como para comprender
la importancia de mi destino. Ian, sin embargo, lo sabe. Y aunque ahora es
un pez gordo, y A & EP ya no es su equipo, todavía me hace sentir calor y
cosquilleo.

—Sí, un tipo que conocí una vez me dijo que era el mejor equipo.

—Sabias palabras.

—Pero no voy a empezar con el equipo de inmediato, porque... he


conseguido que me elijan para AMASE. 310
Su sonrisa es tan descarada y genuinamente feliz por mí, que mi
corazón salta en mi garganta.

—AMASE.

—Sí.

—Hannah, eso es fantástico.

Lo es. AMASE es lo mejor y el proceso de selección para participar en


una expedición era brutal, hasta el punto de que no sé muy bien cómo
conseguí entrar. Probablemente fue pura suerte: el Dr. Merel, uno de los
líderes de la expedición, buscaba a alguien con experiencia en cromatografía
de gases y espectrometría de masas. Y resulta que yo la tenía, debido a
algunos proyectos paralelos que me impuso mi asesor de doctorado. En
aquel momento, me quejé y reclamé de forma agresiva. En retrospectiva, me
siento un poco culpable.

—¿Has estado allí? —pregunto a Ian, aunque ya sé la respuesta,


porque mencionó AMASE cuando nos conocimos. Además, he visto su
currículum y algunas fotos de expediciones anteriores. En una, tomada
durante el verano de 2019, lleva una camiseta térmica oscura y está
arrodillado frente a un rover, entrecerrando los ojos a su brazo robótico. Hay
una mujer joven y bonita de pie justo detrás de él, con los codos apoyados
en sus hombros, sonriendo en dirección a la cámara.

He pensado en esa foto más de un par de veces. He imaginado a Ian


invitando a la mujer a cenar. Me preguntaba si, a diferencia de mí, ella era
capaz de decir que sí.

—He estado allí dos veces, en invierno y en verano. Las dos fueron
geniales. El invierno fue considerablemente más miserable, pero... —Se
detiene—. Espera, ¿la próxima expedición no se va...?

—En tres días. Durante cinco meses. —Lo veo asentir y digerir la
información. Sigue pareciendo feliz por mí, pero está un poco... apagado.
¿Una fracción de segundo de decepción, tal vez?—. ¿Qué? —pregunto.

—Nada. —Sacude la cabeza—. Habría estado bien ponerse al día. 311


—Todavía podemos —digo, quizá demasiado rápido—. No me voy
hasta el jueves. ¿Quieres salir y...?

—No a cenar, seguramente. —Su sonrisa es burlona—. Recuerdo que


no... comes con otras personas.

—Claro. —La verdad es que las cosas han cambiado. No es que ahora
tenga citas, sigo sin tenerlas. Y no es que me haya convertido por arte de
magia en una persona emocionalmente disponible; sigo sin estarlo. Pero en
algún momento de los últimos dos años, todo el juego de Tinder se volvió...
primero un poco viejo; luego un poco fastidioso; luego, finalmente, un poco
solitario. En estos días, me concentro en el trabajo o en Mara y Sadie—. Sin
embargo, sí tomo café —digo por impulso. A pesar de que el café me da asco.

—Té helado —dice Ian, recordando de alguna manera mi pedido de


hace cuatro años—. Pero no puedo.

Mi corazón se hunde.

—¿No puedes? —¿Está saliendo con alguien? ¿No está interesado?—.


No tiene que... —ser una cita, me apresuro a decir, pero nos interrumpen.

—Ian, aquí estás. —El representante de RRHH que ha estado


mostrando los alrededores a los nuevos contratados aparece a su lado—.
Gracias por hacer tiempo, sé que tienes que estar en el JPL esta noche.
Todos. —Da una palmada—. Por favor, tomen asiento. Ian Floyd, el actual
jefe de ingeniería del Programa de Exploración de Marte, va a hablarles de
algunos de los proyectos en curso de la NASA.

Oh. Oh.

Ian y yo intercambiamos una larga mirada. Por un momento, parece


que quiere decirme una última cosa. Pero el representante de RR.HH. lo
lleva a la cabecera de la mesa de conferencias y, o bien no hay tiempo
suficiente o no es algo lo suficientemente importante como para decirlo.

Medio minuto después, me siento y escucho su voz clara y tranquila


mientras habla de los muchos proyectos que está supervisando, con el
corazón apretado y pesado en el pecho por razones que no puedo entender. 312
Veinte minutos más tarde, me encuentro con sus ojos por última vez
justo cuando alguien llama para recordarle que su avión embarcará en
menos de dos horas.

Y poco más de seis meses después, cuando por fin vuelvo a verlo, lo
odio.

Lo odio, lo odio, lo odio y no dudo en hacérselo saber.

313
Capítulo 5

La siguiente vez que vibra mi teléfono satelital, los vientos han


aumentado aún más. También está nevando. De alguna manera, me las
arreglé para acurrucarme en un pequeño rincón en la pared de mi grieta,
pero grandes ráfagas comienzan a adherirse felizmente al mini-rover que
traje conmigo.

Lo cual es, debo admitir, irónico en un sentido cósmico. La razón por


la que me aventuré aquí fue para probar cómo funcionaría el mini-rover que
diseñé en situaciones muy estresantes, con poca luz solar y con baja entrada
de comandos. Por supuesto, no se suponía que fuera a haber una tormenta.
Iba a dejar el equipo y luego regresar inmediatamente a la base central,
que… bueno. No funcionó así, obviamente.

Pero el equipo está siendo cubierto por una capa de nieve. Y el sol se
va a poner pronto. El mini-rover se encuentra en una situación muy
estresante, con poca luz solar y baja entrada de comandos, y desde un punto
de vista científico, esta misión no fue un completo desastre. En algún
momento de los próximos días, alguien en AMASE (probablemente el Dr.
Merel, ese imbécil) intentará activarlo, y entonces sabremos si mi trabajo fue
realmente consistente. Bueno, ellos lo sabrán. Para entonces,
probablemente solo seré una paleta helada con una expresión muy
cabreada, como Jack Torrance al final de El resplandor.
314
—¿Sigues bien?

La voz de Ian me saca de mi lloriqueo preapocalíptico. Mi corazón


revolotea como un colibrí, un colibrí enfermizo que se olvidó de migrar al
sur con sus amigos. No me molesto en responder, sino que
instantáneamente pregunto:

—¿Por qué estás aquí? —Sé que sueno como una perra desagradecida,
y aunque nunca me preocupé por parecer lo segundo, no pretendo ser lo
primero. El problema es que su presencia no tiene ningún maldito sentido.
He tenido veinte minutos para pensar en ello, y simplemente no lo tiene. Y
si este es el lugar y el momento donde finalmente estire la pata… Bueno, no
quiero morir confundida.

—Solo salí a pasear. —Suena un poco sin aliento, lo que significa que
la escalada debe haber sido difícil. Ian es muchas cosas, pero estar fuera de
forma no es una de ellas—. Contemplar el paisaje. ¿Y tú? ¿Qué te trae por
aquí?

—Lo digo en serio. ¿Por qué estás en Noruega?

—Sabes… —El sonido se corta brevemente, luego rebota con una


generosa porción de ruido blanco—, no todo el mundo va de vacaciones a
South Padre. Algunos disfrutamos de destinos más fríos. —El carraspeo y
resoplido a través de la tenue línea de satélite es casi… íntima. Estamos
expuestos a los mismos elementos, en el mismo terreno fuertemente
glaciado, mientras que el resto del mundo se ha refugiado. Estamos aquí
afuera, solos.

Y no tiene ningún sentido.

—¿Cuándo volaste a Svalbard? —No pudo haber sido en ningún


momento en los últimos tres días, porque no hubo vuelos entrantes.
Svalbard está bien conectado con Oslo y Tromsø en la temporada alta, pero
esa no comenzará hasta mediados de marzo.

Así que… Ian debe haber estado aquí por un puñado de días. ¿Pero
por qué? Es jefe de ingeniería en varios proyectos de rover, y el equipo de
Serendipity se acerca a la hora de la verdad. No tiene sentido que uno de 315
sus empleados clave esté en otro país en este momento. Además, el
componente de ingeniería de este AMASE es mínimo. De hecho, solo el Dr.
Merel y yo. Todos los demás miembros son geólogos y astrobiólogos, y…

¿Por qué diablos está Ian aquí? ¿Por qué diablos la NASA enviaría a
un ingeniero superior a una misión de rescate que ni siquiera se suponía
que iba a suceder?

—¿Sigues bien? —pregunta de nuevo. Cuando no respondo,


continúa—: Estoy cerca. A unos minutos de distancia.

Me quito los copos de nieve de mis pestañas.

—¿Cuándo cambió AMASE de opinión sobre el envío de tareas de


socorro?

Una breve vacilación.

—De hecho, podrían ser más de unos pocos minutos. La tormenta se


está intensificando y no puedo ver muy bien…

—Ian, ¿por qué te enviaron?

Una respiración profunda. O un suspiro. O una bocanada, más fuerte


que las demás.

—Haces muchas preguntas —dice. No por la primera vez.

—Sí. Pero son preguntas bastante buenas, así que seguiré


preguntando más. Por ejemplo, ¿cómo…

—Mientras pueda preguntar algo también.

Casi gimo.

—¿Qué quieres saber? ¿Mejor concierto? ¿Concierto favorito? ¿Una


descripción general de las comodidades de la grieta? Ofrece muy poco en
términos de vida nocturna…

—Necesito saber, Hannah, si estás bien.


316
Cierro mis ojos. El frío cortante es como un millón de agujas clavadas
bajo mi piel.

—Sí. Yo… Estoy bien.

De repente, la llamada cae. La estática, el ruido, todo desaparece, y


ya no puedo escuchar a Ian. Miro mi teléfono satelital y lo encuentro
encendido. Mierda. El problema está en su extremo. La nieve se está
poniendo más densa, estará completamente negro en minutos, y encima
estoy casi segura de que Ian ha sido atacado por un oso polar. Si algo le
sucede, nunca seré capaz de perdonarme…

Escucho pasos rompiendo la nieve y miro hacia el borde de la grieta.


La luz se atenúa por segundos, pero distingo la silueta alta y ancha de un
hombre con un pasamontañas. Me está mirando.

Oh Dios. ¿Realmente es él…?

—¿Lo ves? —dice la voz profunda de Ian, solo un poco sin aliento. Se
baja la cuellera antes de agregar—: Eso no fue tan difícil, ¿verdad?

317
Capítulo 6

Me sorprende lo mucho que me duele el correo electrónico, porque es


un montón.

No es que esperara alegrarme por ello. Es un hecho bien establecido


que oír que te han denegado la financiación de tu proyecto es tan agradable
como caerse en un retrete. Pero los rechazos son el pan nuestro de cada día
en todos los tramos académicos, y desde que empecé mi doctorado he tenido
aproximadamente mil doscientos chorrocientos billones de ellos. En los
últimos cinco años, me han rechazado publicaciones, presentaciones en
congresos, becas de investigación y de educación, membresías. Incluso
fracasé en mi intento de entrar en el programa de bebidas ilimitadas de
Bruegger, un revés devastador, teniendo en cuenta mi amor por los tés
helados.

Lo bueno es que cuantos más rechazos recibes, más fáciles son de


digerir. Lo que me hacía dar puñetazos a las almohadas y planear un
asesinato en el primer año de mi doctorado apenas me hacía mella en el
último. ¿Los de Progreso en Ciencias Aeroespaciales dijeron que mi tesis no
era digna de aparecer en sus páginas? Bien. ¿La Fundación Nacional de la
Ciencia se negó a patrocinar mis estudios postdoctorales? De acuerdo.
¿Mara insistiendo en que los bocadillos de Rice Krispies que hice para su
cumpleaños sabían a papel higiénico? Eh. Viviré.
318
Este rechazo específico, sin embargo, hiere muy hondo. Porque real,
realmente necesito el dinero de la subvención para lo que estoy planeando
hacer.

La mayor parte de la financiación de la NASA está vinculada a


proyectos específicos, pero todos los años hay un bote discrecional que está
disponible, normalmente para científicos jóvenes que presentan ideas de
investigación que parecen merecer ser exploradas. Y la mía, creo, es
bastante digna. Llevo más de seis meses en la NASA. Los he pasado casi
todos en Noruega, en el mejor análogo de Marte en la Tierra, metida hasta
las rodillas en un intenso trabajo de campo, pruebas de equipos y ejercicios
de muestreo. Desde hace un par de semanas, desde que volví a Houston, he
ocupado mi lugar en el equipo de A & EP, y ha sido muy, muy genial. Ian
tenía razón: el mejor equipo de la historia.

Pero. Cada descanso. Cada segundo libre. Cada fin de semana. Cada
pizca de tiempo que pude encontrar, me centré en finalizar la propuesta de
mi proyecto, creyendo que era una puta gran idea. Y ahora esa propuesta
ha sido rechazada. Lo que se siente como ser apuñalada con un cuchillo
santoku.

—¿Pasó algo? —pregunta Karl, mi compañero de oficina, desde el otro


lado del escritorio—. Parece que estás a punto de llorar. O tal vez lanzar algo
por la ventana, no lo sé.

No me molesto en mirarlo.

—No me he decidido, pero te mantendré informado. —Miro fijamente


el monitor de mi computadora, hojeando las cartas de respuesta de los
revisores internos.

Como todos sabemos, a principios de 2010, el rover Spirit

se quedó atascado en una trampa de arena, no pudo

reorientar sus paneles solares hacia el sol y murió

congelado como consecuencia de su falta de energía. Algo


319
muy parecido le ocurrió ocho años después al Opportunity,

que entró en hibernación cuando una vorágine bloqueó la

luz solar y le impidió recargar sus baterías. Obviamente,

el riesgo de perder el control de los rovers a causa de

fenómenos meteorológicos extremos es alto. Para hacer

frente a esto, la Dra. Arroyo ha diseñado un prometedor

sistema interno que tiene menos probabilidades de fallar

en caso de situaciones meteorológicas imprevisibles. Ella

propone construir un modelo y probar su eficacia en la

próxima expedición en el Arctic Mars Analog en Svalbard

(AMASE)…

El proyecto de la Dra. Arroyo es una brillante adición a

la lista actual de la NASA y debería ser aprobado para un

estudio más a fondo. El currículum de la Dra. Arroyo es

impresionante y ha acumulado suficiente experiencia para

llevar a cabo el trabajo propuesto…

Si tiene éxito, esta propuesta hará algo crítico para el

programa de exploración espacial de la NASA: disminuir la

experiencia de fallos por baja energía, fallos del reloj

320
de la misión y fallos del temporizador de recuperación de

pérdidas en las futuras misiones de exploración a Marte…

Esta es la cuestión: las críticas son… positivas. Abrumadoramente


positivas. Incluso de un grupo de científicos que, soy bien consciente, se
alimenta de ser mezquino y mordaz. La ciencia no parece ser un problema,
la relevancia para la misión de la NASA está ahí, mi CV es lo suficientemente
bueno y… esto no tiene sentido. Por lo que no voy a quedarme aquí sentada
y aguantarme esta porquería.

Cierro la portátil de golpe, me levanto agresivamente de mi escritorio


y salgo airadamente de mi oficina.

—¿Hannah? ¿A dónde…?

Ignoro a Karl y avanzo por los pasillos hasta encontrar la oficina que
busco.

—Pase —me dice una voz tras llamar a la puerta.

Conocí al Dr. Merel porque era mi superior directo durante AMASE y


él es… un sujeto raro, honestamente. Muy rígido. Muy empedernido. La
NASA está llena de gente ambiciosa, pero él parece estar casi obsesionado
con los resultados, con las publicaciones, con el tipo de ciencia sexy que da
lugar a grandes noticias llamativas. Al principio no era su admiradora, pero
debo admitir que como supervisor no ha hecho más que apoyarme. Para
empezar, fue él quien me seleccionó para la expedición y me animó a
solicitar financiación una vez que acudí a él con mi idea de proyecto.

—Hannah. Qué bueno verte.

—¿Tiene un minuto para hablar?

Probablemente tenga unos cuarenta años, pero hay algo de la vieja


escuela en él. Tal vez los chalecos o el hecho de que es literalmente la única
persona que he conocido en la NASA que no se presenta por su nombre. Se
quita las gafas de montura metálica, las deja sobre el escritorio y luego junta
las puntas de sus dedos para darme una larga mirada. 321
—Se trata de tu propuesta, ¿no?

No me ofrece un asiento y no me siento. Pero sí cierro la puerta detrás


de mí. Apoyo el hombro en el marco de la puerta y cruzo los brazos sobre mi
pecho, esperando no sonar como me siento, es decir, homicida.

—Acabo de recibir el correo electrónico de rechazo y me preguntaba si


tiene algún… conocimiento. Las críticas no destacaron las áreas que
necesitan mejorar, así que…

—Yo no me preocuparía por eso —dice con desdén.

Frunzo el ceño.

—¿A qué se refiere?

—Es intrascendente.

—Yo… ¿Lo es?

—Sí. Por supuesto que habría sido conveniente que hubieras tenido
esos fondos a tu disposición, pero ya lo he discutido con dos de mis colegas
que están de acuerdo en que tu trabajo es meritorio. Ellos tienen el control
de otros fondos que Floyd no será capaz de vetar, así que…

—¿Floyd? —Levanto el dedo. Debo haber escuchado mal—. Espere,


¿dijo Floyd? ¿Ian Floyd? —Intento recordar si he oído hablar de otros Floyd
trabajando aquí. Es un apellido común, pero…

El rostro de Merel no esconde mucho. Es obvio que se refería a Ian y


es obvio que no debía mencionarlo, la cagó haciéndolo de todos modos, y
ahora no tiene más remedio que explicarme lo que insinuó.

Tengo exactamente cero intenciones de sacarlo del apuro.

—Esto es, por supuesto, confidencial —dice tras una breve vacilación.

—Está bien —acuerdo apresuradamente.

—El proceso de revisión debería permanecer anónimo. Floyd no puede


saberlo. 322
—No lo hará —miento. No tengo ningún plan en este momento, pero
una parte de mí ya sabe que estoy mintiendo. No soy precisamente la clase
de persona que no discute.

—Muy bien. —Merel asiente—. Floyd formó parte del comité que cribó
tu solicitud y fue él quien decidió vetar tu proyecto.

Él… ¿qué?

¿Él qué?

No puede ser.

—Esto no parece correcto. Ian ni siquiera está aquí en Houston. —Lo


sé porque un par de días después de volver de Noruega, fui a buscarlo. Lo
busqué en el directorio de la NASA, compré una taza de café y otra de té en
la cafetería, luego fui a su oficina con sólo vagas ideas de lo que diría,
sintiéndome casi nerviosa, y…

La encontré cerrada.

—Está en el JPL —me dijo alguien con acento sudafricano cuando me


vio holgazaneando en el pasillo.

—Oh. De acuerdo. —Me di la vuelta. Me alejé dos pasos. Luego me


volteé para preguntar—: ¿Cuándo volverá?

—Es difícil de decir. Ha estado allí durante un mes más o menos para
trabajar en la herramienta de muestreo para Serendipity.

—Ya veo. —Le agradecí a la mujer y esta vez sí me fui.

Ha pasado poco más de una semana desde entonces y he ido a su


oficina… en varias ocasiones. Ni siquiera estoy segura de por qué. Y
realmente no importa, porque la puerta estaba cerrada cada vez. Por eso sé
que:

—Ian está en el JPL. No está aquí.

—Te equivocas —dice Merel—. Ha vuelto.


323
Me pongo rígida.
—¿Desde cuándo?

—Eso no sabría decírtelo, pero estuvo presente cuando el comité se


reunió para discutir tu propuesta. Y como dije, fue él quien la vetó.

Esto es imposible. Absurdo.

—¿Está seguro de que fue él?

Merel me mira con fastidio y trago con fuerza, sintiéndome


extrañamente… expuesta, estando de pie como estoy en esta oficina
mientras me dicen que Ian —¿Ian? ¿En serio?— es la razón por la que no
conseguí la financiación. Parece una mentira. ¿Pero Merel mentiría? Es
demasiado puritano para eso. Dudo que tenga la imaginación.

—¿Puede hacer eso? ¿Vetar un proyecto que por lo demás es bien


recibido?

—Teniendo en cuenta su posición y antigüedad, sí.

—Pero ¿por qué?

Suspira.

—Podría ser cualquier cosa. Quizá esté celoso de una propuesta


brillante o prefiera que la financiación se la den a otro. Supe que algunos de
sus colaboradores cercanos han hecho la solicitud. —Una pausa—. Algo que
dijo me hizo sospechar que…

—¿Qué?

—Que no te creía capaz de hacer el trabajo.

Me pongo rígida.

—¿Disculpe?

—No parecía encontrar fallas en la propuesta. Pero sí habló de tu papel


en ella en un tono poco halagador. Por supuesto, intenté diferir.

Cierro los ojos, de repente con náuseas. No puedo creer que Ian hiciera
esto. No puedo creer que fuera semejante imbécil traicionero y miserable.
324
Tal vez no seamos amigos cercanos, pero después de nuestro último
encuentro, pensé que él… No lo sé. No tengo ni idea. Creo que tal vez yo
tenía expectativas de algo, pero esto pone un rápido fin a ellas.

—Voy a apelar.

—No hay ninguna razón para hacer eso, Hannah.

—Hay muchas razones. Si Ian piensa que no soy lo suficientemente


buena a pesar de mi CV, yo…

—¿Lo conoces? —Merel me interrumpe.

—¿Qué?

—Me preguntaba si ustedes se conocen.

—No. No, yo… —Una vez monté su pierna. Fue fantástico—. Apenas.
Sólo de pasada.

—Ya veo. Sólo tenía curiosidad. Eso explicaría por qué estaba tan
decidido a negar tu proyecto. Nunca lo había visto tan… inflexible para que
una propuesta no fuera aceptada. —Agita la mano, como si esto no fuera
importante—. Pero no deberías preocuparte por esto, porque ya he
conseguido una financiación alternativa para tu proyecto.

Oh. Esto sí que no me lo esperaba.

—¿Financiación alternativa?

—Me puse en contacto con algunos jefes de equipo que me debían


favores. Les pregunté si tenían algún excedente presupuestario que
quisieran dedicar a tu proyecto y pude reunir lo suficiente para enviarte a
Noruega.

Medio jadeo, medio me rio.

—¿En serio?

—Por supuesto.

—¿En la próxima AMASE?


325
—La que sale en febrero del año que viene, sí.

—¿Y qué hay de la ayuda que pedí? Necesitaré otra persona que me
ayude a construir el mini-rover y que esté en el campo. Y tendré que viajar
bastante lejos de la base, lo que podría ser peligroso por mi cuenta.

—No creo que podamos financiar a otro miembro de la expedición.

Aprieto los labios y pienso en ello. Probablemente pueda hacer la


mayor parte del trabajo de preparación por mi cuenta. Si no duermo durante
los próximos meses, lo cual… ya lo he hecho antes. Estaré bien. El problema
sería cuando llegue a Svalbard. Es demasiado arriesgado para…

—Yo estaré allí, en el campo contigo, por supuesto —dice el Dr. Merel.
Estoy un poco sorprendida. En los meses que estuvimos en Noruega, lo vi
hacer muy poco en la recogida de muestras y en el laborioso trabajo en la
nieve. Siempre lo consideré más bien un coordinador. Pero si se ofreció, debe
ser en serio, y… sonrío.

—Perfecto, entonces. Gracias.

Salgo de la habitación y, durante unas dos semanas, me siento lo


suficientemente segura de que mi proyecto se llevará a cabo como para
hacer precisamente eso: no dejar que nadie lo sepa. Ni siquiera se lo digo a
Mara y a Sadie cuando hacemos FaceTime, porque… porque para explicar
el grado de traición de Ian, tendría que admitir la mentira que les dije hace
años. Porque me siento como una total idiota por confiar en alguien que no
merece nada de mí. Porque ser honesta con ellas requeriría primero ser
honesta conmigo misma y estoy demasiado enfadada, cansada y
decepcionada para eso. En mis diatribas, Ian se convierte en una figura
anónima sin rostro y hay algo liberador en eso. En no permitirme recordar
que solía pensar en él con cariño y por nombre.

Entonces, exactamente diecisiete días después, me encuentro con Ian


Floyd en el hueco de la escalera. Y ahí es cuando todo se va a la mierda.

326
Lo veo antes de que él me vea a mí, por el color rojo, por su tamaño
general y por el hecho de que está subiendo mientras yo estoy bajando. Hay
unos cinco ascensores aquí, y no sé por qué alguien elegiría voluntariamente
someter su cuerpo al estrés de las escaleras ascendentes, pero me sorprende
demasiado que sea Ian quien lo haga. Es el tipo de distinción sin gloria que
he llegado a esperar de él.

Mi primer instinto es empujarlo y verlo caer hacia la muerte. Excepto


que estoy casi segura de que es un delito. Además, Ian es considerablemente
más fuerte que yo, lo que significa que podría no ser factible. Aborta la
misión, me digo. Solo pasa de largo. Ignóralo. No merece tu tiempo.

Los problemas empiezan cuando levanta la vista y se fija en mí. Se


detiene exactamente dos pasos por debajo, lo que debería ponerlo en
desventaja pero, deprimente, injusta y trágicamente, no lo hace. Estamos a
la altura de los ojos cuando sus ojos se amplían y sus labios se curvan en
una sonrisa complacida. «Hannah» dice con un toque de algo en su voz que
reconozco pero que rechazo al instante y no tengo más remedio que
responderle.

La escalera está desierta y el sonido llega lejos.

—Vine a buscarte —dice en un profundo tono grave que vibra a través


de mí—. La semana pasada. Un sujeto en tu oficina me dijo que no
trabajabas mucho allí, pero…

—Vete a la mierda.

Las palabras se me escapan. Mi temperamento siempre ha sido


temerario, a ciento sesenta kilómetros por hora, y… bueno. Todavía lo es,
supongo.
327
La reacción de Ian es demasiado desconcertada como para estar
confundido. Me mira fijamente como si no estuviera seguro de lo que acaba
de oír y es la oportunidad perfecta para que me aleje antes de decir algo que
vaya a lamentar. Pero ver su rostro me hace recordar las palabras de Merel
y eso… eso realmente no es nada bueno.

No te creía capaz de hacer el trabajo.

La peor parte, la que realmente duele, es lo absolutamente mal que


juzgué a Ian. En realidad pensaba que era un buen tipo. Me gustaba mucho,
cuando nunca me permití que me gustara nadie, y… ¿cómo se atreve?
¿Cómo se atreve a apuñalarme por la espalda y luego dirigirse a mí como si
fuera mi amigo?

—¿Exactamente con qué es que tienes problemas, Ian? —Cuadro los


hombros para hacerme más grande. Quiero que me mire y piense en un
crucero de combate. Quiero que tema que vaya a saquearlo—. ¿Es que odias
la buena ciencia? ¿O es puramente personal?

Frunce el ceño. Tiene la audacia de fruncir el ceño.

—No tengo ni idea de qué estás hablando.

—Puedes parar con eso. Sé lo de la propuesta.

Durante un segundo se queda absolutamente quieto. Luego su mirada


se endurece y pregunta:

—¿Quién te lo dijo?

Al menos no está fingiendo no saber a qué me refiero.

—¿En serio? —Resoplo—. ¿Quién me lo dijo? ¿Eso es lo que parece


relevante?

Su expresión es pétrea.

—Los procedimientos relativos al desembolso de fondos internos no


son públicos. Una revisión interna anónima de los pares es necesaria para
garantizar… 328
—… para garantizar tu capacidad de asignar fondos a tus
colaboradores cercanos y joderle la carrera a los que no te sirven. ¿Cierto?
—Se echa para atrás. No es la reacción que esperaba, pero me llena de
alegría de todos modos—. A no ser que el motivo fuera personal. Y vetaste
mi propuesta porque no me acosté contigo, hace qué, cinco años.

No lo niega, no se defiende, no grita que estoy loca. Sus ojos se


estrechan hasta convertirse en rendijas azules y pregunta:

—Fue Merel, ¿no es así?

—¿Por qué te importa? Tú vetaste mi proyecto, así que…

—¿También te dijo por qué lo veté?

—Nunca dije que fuera Merel quien…

—Porque él estaba allí cuando expliqué mis objeciones, larga y


detalladamente. ¿Omitió eso? —Aprieto los labios. Lo que él parece
interpretar como una apertura—. Hannah. —Se inclina más cerca. Estamos
nariz con nariz, huelo su piel y su loción para después del afeitado, y odio
cada segundo de esto—. Tu proyecto es demasiado peligroso. Pide
específicamente que viajes a un lugar remoto para dejar el equipo en una
época del año en la que el clima es volátil y a menudo totalmente
impredecible. He estado en Longyearbyen en febrero y las avalanchas se
desarrollan de la nada. Sólo ha empeorado en los últimos…

—¿Cuántas veces?

Parpadea en mi dirección.

—¿Qué?

—¿Cuántas veces has estado en Longyearbyen?

—He estado en dos expediciones…

—Entonces entenderás por qué me quedo con la opinión de alguien


que ha estado en una docena de misiones y no con la tuya. Además, ambos
sabemos cuál fue el verdadero motivo del veto. 329
Ian abre y luego cierra la boca. Su mandíbula se endurece y por fin
estoy segura de ello: está enfadado. Enfurecido. Lo veo en la forma en que
aprieta el puño. Cómo se ensanchan sus fosas nasales. Su gran cuerpo está
a escasos centímetros del mío, brillando de ira.

—Hannah, Merel no siempre es de fiar. Ha habido incidentes bajo su


supervisión que…

—¿Qué incidentes?

Una pausa.

—No puedo revelar información que no es mía. Pero no deberías


confiarle tu…

—Claro —me burlo—. Por supuesto que debería aceptar la palabra del
tipo que fue a mis espaldas por encima de la palabra del tipo que salió en
mi defensa y se aseguró de que mi proyecto fuera financiado de todos modos.
Una elección muy difícil de hacer.

Su mano se levanta para cerrarse en la parte superior de mi brazo, a


la vez suave y urgente. Me niego a preocuparme lo suficiente como para
apartarme de su contacto.

—¿Qué acabas de decir?

Pongo los ojos en blanco.

—Dije un montón de cosas, Ian, pero lo esencial es que te vayas a la


mierda. Ahora, si me disculpas…

—¿Qué quieres decir con que Merel se aseguró de que tu proyecto


fuera financiado de todos modos? —Su agarre se hace más fuerte.

—Quiero decir exactamente lo que dije. —Me inclino hacia él, con los
ojos clavados en los suyos, y durante una fracción de segundo la sensación
familiar de estar cerca, aquí, junto a él, me invade como una ola. Pero se
desvanece con la misma rapidez y todo lo que queda es una extraña
combinación de tristeza vengativa. Tengo mi proyecto, lo que significa que
330
gané. Pero también... Sí. Él sí me gustaba. Y aunque siempre estuvo en la
periferia de mi vida, creo que tal vez había esperado…

Bueno. No importa ahora.

—Él encontró una alternativa, Ian —le digo—. Mi incapacidad para


llevar a cabo el proyecto y yo nos vamos a Noruega y no hay nada que puedas
hacer al respecto.

Cierra los ojos. Luego los abre y murmura en voz baja algo que suena
mucho a mierda, seguido de mi nombre y otras explicaciones apresuradas
que no me interesa escuchar. Libero mi brazo de sus dedos, lo miro a los
ojos por última vez y me alejo jurándome a mí misma que se acabó.

Nunca volveré a pensar en Ian Floyd.

331
Capítulo 7

No lleva equipo de la NASA.

A estas alturas ya está casi oscuro, la nieve cae sin cesar y cada vez
que miro hacia el borde de la grieta, enormes copos de nieve se lanzan
directamente a mis ojos. Pero incluso entonces, me doy cuenta: Ian no lleva
el equipo que la NASA suele entregar a los científicos de AMASE.

Su gorro y su abrigo son de The North Face, de un negro mate


espolvoreado de blanco, sólo interrumpido por el rojo de sus gafas y su
pasamontaña. Su teléfono, cuando lo saca para comunicarse conmigo desde
el borde de la grieta, no es el Iridium reglamentario, sino un modelo que no
reconozco. Se queda mirando durante un largo rato, como si evaluara la
situación de mierda en la que conseguí meterme. Las ráfagas lo rodean, pero
nunca llegan a tocarlo. Sus hombros suben y bajan. Una, dos, varias veces.
Luego, finalmente, se levanta las gafas y se lleva el teléfono a la boca.

—Enviaré la cuerda —dice, en lugar de un saludo.

Decir que estoy en un ligero aprieto en este momento o que tengo unos
cuantos problemas entre manos, sería una subestimación inmensa. Y sin
embargo, mirando fijamente desde el lugar donde estaba segura de que
estiraría la pata hasta hace unos cinco minutos, todo lo que puedo pensar
es que la última vez que hablé con este hombre, yo… 332
Le dije que se fuera a la mierda.

Repetidamente.

Y sí se lo merecía, al menos por decir que yo no era lo suficientemente


buena para llevar a cabo el proyecto. Pero en ese momento también
mencionó que mi misión iba a ser demasiado peligrosa. Y ahora se ha
aparecido en el Círculo Polar Ártico, con sus profundos ojos azules y su voz
aún más profunda, para apartarme de una muerte segura.

Siempre supe que era una imbécil, pero nunca me había dado cuenta
de hasta qué punto lo era.

—¿Este es el te lo dije más enorme de la historia? —pregunto,


intentando una broma.

Ian me ignora.

—Una vez que tengas la cuerda, haré un ancla —dice, con un tono
calmado y objetivo, sin ningún rastro de pánico. Es como si estuviera
enseñando a un niño a atarse los cordones de los zapatos. Ninguna urgencia
aquí, ninguna duda de que esto saldrá como está planeado y ambos
estaremos bien—. Prepararé el borde y te levantaré sobre mi hombro.
Asegúrate de que todo está enganchado a tu nudo de freno. ¿Puedes tirar
del lado fijo?

Lo miro fijamente. Me siento… No estoy segura de cómo. Confundida.


Asustada. Hambrienta. Culpable. Con frío. Después de lo que
probablemente sea demasiado tiempo, consigo asentir.

Él sonríe un poco antes de tirar la cuerda. Veo cómo se desenrolla, se


desliza hacia mí y se detiene a un par de centímetros de donde estoy
acurrucada. Entonces alargo la mano y cierro mi mano enguantada en el
extremo.

Sigo confundida, asustada, hambrienta y culpable. Pero cuando


levanto la vista hacia Ian, siento un poco menos de frío.

333
Es sólo un esguince, estoy bastante segura. Pero en lo que respecta a
los esguinces, este es uno malo.

Ian es fiel a sus promesas y consigue sacarme de la grieta en apenas


un par de minutos, pero en cuanto estoy en la superficie, intento cojear y…
no pinta bien. Mi pie toca el suelo y el dolor atraviesa todo mi cuerpo como
un rayo.

—Mier… —Aprieto una mano contra mis labios, intentando ocultar mi


jadeo en la tela de mis guantes, luchando por mantenerme erguida. Estoy
bastante segura de que las fuertes ráfagas de viento se tragan mi gemido,
pero no hay mucho que pueda hacer para evitar que las lágrimas inunden
mis ojos.

Por suerte, Ian está demasiado ocupado recogiendo la cuerda como


para darse cuenta.

—Sólo necesitaré un segundo —dice y agradezco el indulto. Puede que


acabara de rescatarme de convertirme en el postre de un oso polar, pero por
alguna razón odio la idea de que me vea toda llorosa y débil. De acuerdo,
bien: Necesitaba que me salvaran y tal vez no parezca gran cosa en este
momento. Pero mi umbral de dolor suele ser bastante alto y nunca he sido
una quejica. No quiero darle a Ian ninguna razón para creer lo contrario.

Excepto que.

Excepto que esas dos lágrimas solitarias han abierto las compuertas.
Detrás de mí, Ian mete su equipo de escalada en su mochila, sus
movimientos practicados y económicos y yo… no logro ofrecer ninguna
ayuda. Me limito a quedarme de pie torpemente, tratando de evitar mi tobillo
palpitante, sobre un pie, como un flamenco. Mis mejillas están calientes y
mojadas por la nieve que cae, y miro hacia abajo a mi estúpida grieta 334
pensando que hasta hace un minuto —hasta el jodido Ian Floyd— iba a ser
el último lugar que viera. El último trozo de cielo.

Y justo así, un terror apresurado me atraviesa. Derriba la tranquilidad


fabricada de mi océano marciano y la sola magnitud de lo que estuvo a punto
de suceder, de todas las cosas que amo y que me habría perdido si Ian no
hubiera venido por mí, arrasan mi cerebro como un rastrillo.

Perros. Las tres de la mañana en verano. Sadie y Mara siendo


absolutamente idiotas y yo riéndome de ellas. Viajes de senderismo, té
helado de kiwi, ese restaurante griego que nunca llegué a probar, código
elegante, la siguiente temporada de Stranger Things, sexo realmente bueno,
una publicación de Nature, ver humanos en Marte, el final de Canción de
Hielo y Fuego…

—Tenemos que seguir andando antes de que la tormenta empeore —


dice Ian—. ¿Estás…?

Ian me mira y ni siquiera intento ocultar mi rostro. Estoy más allá de


eso. Cuando se acerca, con un oscuro ceño en su rostro, dejo que me
sostenga la mirada, que me levante la barbilla con los dedos, que me
inspeccione las mejillas. Su expresión pasa de la urgencia y la preocupación
a la comprensión. Inhalo y se convierte en una bocanada. La bocanada, para
mi horror, se convierte en un sollozo. Dos. Tres. Cinco. Y luego…

Luego solo soy un maldito desastre. Sollozando lastimosamente, como


una niña, y cuando un cuerpo cálido y pesado me envuelve y me agarra con
fuerza, no ofrezco ninguna resistencia.

—Lo siento —murmuro en el nylon de la chaqueta de Ian—. Lo siento,


lo siento, lo siento. Yo… no tengo ni idea de lo que me pasa, yo… —Es que
simplemente no lo había sabido. Abajo, en la grieta, fui capaz de fingir que
no pasaba nada. Pero ahora que estoy fuera y que ya no me siento
entumecida, todo vuelve para abrumarme, y no puedo dejar de verlas, todas
las cosas, todas las cosas que casi…

—Calla. —Las manos de Ian se sienten increíblemente grandes


cuando suben y bajan por mi espalda, sosteniendo mi cabeza, 335
acariciándome el cabello mojado por la nieve donde se derrama por debajo
del gorro. Estamos en medio de una tormenta helada, pero tan cerca de él,
me siento casi en paz—. Calla. Está bien.

Me aferro a él. Me deja sollozar durante largos momentos que no


podemos permitirnos, apretándome contra él sin aire entre nosotros, hasta
que puedo sentir los latidos de su corazón a través de las gruesas capas de
nuestra ropa. Entonces murmura “Maldito Merel” con una furia apenas
contenida y pienso que sería muy fácil echarle la culpa a Merel, pero la
verdad es que todo es culpa mía.

Cuando me inclino hacia atrás para decírselo, me ahueca el rostro.

—En serio tenemos que irnos. Te cargaré a la costa. Tengo una férula
ligera para tu tobillo, solo para evitar estropearlo aún más.

—¿La costa?

—Mi bote está a menos de una hora.

—¿Tu bote?

—Vamos. Tenemos que irnos antes de que caiga más nieve.

—Yo… tal vez pueda caminar. Al menos puedo intentarlo…

Él sonríe y la idea de que podría haber muerto —podría haber


muerto— sin que este hombre me sonriera así, me hace temblar los labios.

—No me importa cargarte. —Aparece un hoyuelo—. Intenta contener


tu amor por las grietas, por favor.

Lo miro con furia a través de las lágrimas. Resulta que es exactamente


lo que quiere de mí.

336
Ian me carga casi todo el camino.

Decir que lo hace sin sudar, en la ventisca de una espesa tormenta de


nieve, con un clima de menos diez grados centígrados, sería probablemente
una exageración. Huele a sal y a calor mientras me deposita en una de las
literas de la cubierta inferior del bote, un pequeño barco de expedición
llamado M/S Sjøveien. Diviso pequeñas gotas de sudor aquí y allá, que
hacen brillar su frente y su labio superior antes de que se las limpie con las
mangas de su abrigo.

Aun así, no puedo olvidar la relativa facilidad con la que se abrió paso
a través de las mesetas glaciares durante más de una hora, vadeando la
nieve vieja y la fresca, esquivando las formaciones rocosas y las algas del
hielo, sin quejarse ni una sola vez de mis brazos fuertemente enroscados en
su cuello.

Casi resbaló dos veces. En ambas ocasiones, sentí el acero de sus


músculos al tensarse para evitar la caída, su gran cuerpo sólido y fiable
mientras se equilibraba y se reorientaba antes de retomar el ritmo. En
ambas ocasiones, me sentí extraña e incomprensiblemente segura.

—Necesito que le informes a AMASE que estás a salvo —me dice en


cuanto estamos en el bote. Miro a mi alrededor, dándome cuenta por
primera vez de que no hay más pasajeros a bordo—. Y que no necesitas que
los socorristas salgan una vez que la tormenta amaine.

Frunzo el ceño.

—¿No sabrían que tú ya…?

—Ahora mismo. Por favor. —Me mira fijamente hasta que compongo
y envío un mensaje a todo el grupo de AMASE, de una manera que me
recuerda que es todo un líder. Acostumbrado a que la gente haga lo que él
dice—. Tenemos un calentador, pero no va a hacer mucho con esta
temperatura. —Se quita la chaqueta, dejando al descubierto una prenda
térmica negra debajo. Su cabello está desordenado, brillante y hermoso. Ni
de lejos está tan asquerosamente espachurrado por el gorro como el mío, un
fenómeno inexplicable que debería ser objeto de varios estudios de 337
investigación. Quizá solicite una beca para investigarlo. Entonces Ian me
vetará y volveremos al punto de partida del Odio Mutuo—. Los vientos son
más fuertes de lo que me gustaría, pero a bordo sigue siendo una opción
más segura que en tierra. Estamos anclados, pero las olas podrían ponerse
feas. Hay medicamentos contra el mareo junto a tu litera y…

—Ian.

Se queda callado.

—¿Por qué no estás usando un traje de supervivencia de la NASA?

No me mira. En su lugar, se arrodilla frente a mí y comienza a trabajar


en mi férula. Sus grandes manos son firmes pero delicadas en mi
pantorrilla.

—¿Segura que no está roto? ¿Te duele?

—Sí. Y sí, pero mejorando. —El calor, o al menos la ausencia de


vientos helados, está ayudando. El agarre de Ian, reconfortante y cálido
alrededor de mi tobillo hinchado, tampoco duele—. Este tampoco es un bote
de la NASA. —No es que esperara que lo fuera. Creo que sé lo que está
pasando aquí.

—Es lo que teníamos a nuestra disposición.

—¿Teníamos?

Sigue sin mirarme a los ojos. En su lugar, aprieta la férula y me pone


un grueso calcetín de lana sobre el pie. Creo que siento los fantasmas de las
yemas de sus dedos recorriendo brevemente mi dedo, pero tal vez sea mi
impresión. Debe serlo.

—Deberías tomar algo. Y comer. —Se endereza—. Te traeré…

—Ian —interrumpo suavemente. Hace una pausa y ambos parecemos


sorprendidos a la vez por mi tono. Es… suplicante. Cansado. Normalmente
no me gustan las demostraciones de vulnerabilidad, pero… Ian ha venido
por mí, en un pequeño bote que se balancea, a través de los fiordos. Estamos
solos en la cuenca del Ártico, rodeados de glaciares de veinte mil años y
vientos chillones. No hay nada habitual en esto—. ¿Por qué estás aquí? 338
Levanta una ceja.

—¿Qué? ¿Extrañas tu grieta? Puedo llevarte de vuelta si…

—No, en serio… ¿por qué estás aquí? ¿En este bote? No eres parte de
AMASE de este año. Ni siquiera deberías estar en Noruega. ¿No te necesitan
en el JPL?

—Estarán bien. Además, navegar es una de mis pasiones. —


Obviamente está siendo evasivo, pero el frío debe haber congelado mis
neuronas, porque lo único que quiero ahora mismo es saber más sobre las
pasiones de Ian Floyd. Verdaderas o inventadas.

—¿De verdad lo es?

Se encoge de hombros, evasivo.

—Solíamos navegar mucho cuando era un niño.

—¿Solíamos?

—Mi papá y yo. —Se levanta y se aparta de mí, empezando a rebuscar


en los pequeños compartimentos del casco—. Me llevaba con él cuando tenía
que trabajar.

—Oh. ¿Era pescador?

Oigo un resoplido cariñoso.

—Contrabandeaba drogas.

—¿Que él qué?

—Contrabandeaba drogas. Marihuana, en su mayoría…

—No, te escuché la primera vez, pero... ¿en serio?

—Sí.

Frunzo el ceño.

—¿Estás… Estás bien? ¿Eso siquiera es…? ¿Eso existe, el 339


contrabando de marihuana en botes?
Está jugueteando con algo, dándome la espalda, pero se gira lo
suficiente para que pueda captar la curva de su sonrisa.

—Sí, es ilegal, pero existe.

—¿Y tu padre te llevaba?

—A veces. —Se da la vuelta, sosteniendo una pequeña bandeja.


Siempre parece grande, pero encorvado en la cubierta demasiado baja se
siente como la Gran Barrera de Coral—. Volvía loca a mi mamá.

Me río.

—¿No le gustaba que su hijo formara parte de la iniciativa criminal de


la familia?

—Imagínate. —Su hoyuelo desaparece—. Gritaban por eso durante


horas. No me extraña que Marte empezara a sonarme tan atractivo.

Ladeo la cabeza y estudio su expresión.

—¿Por eso creciste sin conocer a Mara?

—¿Quién es Ma…? Ah, sí. En su mayor parte. A mamá no le gusta


mucho el lado Floyd de la familia. Aunque estoy seguro de que él también
es la oveja negra para sus estándares. Realmente no se me permitía pasar
tiempo con él, así que… —Sacude la cabeza, como si quisiera cambiar de
tema—. Toma. No es mucho, pero deberías comer.

Tengo que forzarme a apartar la vista de su rostro, pero cuando veo


los sándwiches de mantequilla de maní y mermelada que preparó, se me
acalambra el estómago de felicidad. Me contoneo en la litera hasta que me
siento más erguida, me quito la chaqueta e inmediatamente ataco la comida.
Mi relación con la comida es mucho menos complicada que la que tengo con
Ian Floyd, después de todo, y me pierdo en el claro y relajante acto de
masticar durante… mucho tiempo, probablemente.

Cuando trago el último bocado, recuerdo que no estoy sola y lo noto


mirándome con expresión divertida.
340
—Lo siento. —Mis mejillas se calientan. Me sacudo las migas de la
camiseta térmica y lamo un poco de mermelada de la comisura de mi boca—
. Soy fan de la mantequilla de maní.

—Lo sé.

¿Lo sabe?

—¿Lo sabes?

—¿Tu pastel de graduación no era una taza gigante de Reese's?

Me muerdo el interior de la mejilla, sorprendida. Fue el que me


regalaron Mara y Sadie después de defender mi tesis. Se cansaron de que
lamiera el glaseado y el relleno de mantequilla de maní de los pasteles en
charola de Costco que solían comprar y me encargaron una taza gigante.
Pero no recuerdo habérselo dicho a Ian. Apenas pienso en ello,
sinceramente. Sólo me acuerdo de ello cuando me conecto a mi apenas
utilizado Instagram, porque la foto de las tres hurgando es lo último que he
publicado…

—Deberías descansar mientras puedas —me dice Ian—. La tormenta


debería amainar para mañana temprano y zarparemos. Necesitaré tu ayuda
en esta visibilidad de mierda.

—De acuerdo —acepto—. Sí. Pero sigo sin entender cómo puedes estar
aquí solo si…

—Iré a comprobar que todo está bien. Vuelvo en un minuto. —


Desaparece antes de que pueda preguntar exactamente qué necesita
comprobar. Y no vuelve en un minuto, ni siquiera antes de que me recueste
en la litera, decida descansar los ojos un par de minutos y me quede
dormida, muerta para el mundo.

341
El ladrido del viento y el rítmico balanceo del bote me sacan del sueño,
pero lo que me mantiene despierta es el frío.

Miro a mi alrededor bajo el resplandor azul de la lámpara de


emergencia y encuentro a Ian a unos metros de mí, durmiendo en la otra
litera. Es demasiado corta y apenas lo suficientemente ancha para
acomodarlo, pero él parece arreglárselas. Tiene las manos cruzadas
cuidadosamente sobre el estómago y empujó las mantas hasta los pies, lo
que me indica que probablemente el camarote no esté tan frío como yo me
siento.

No es que importe: es como si las horas pasadas afuera se hubieran


colado en mis huesos para seguir helándome desde adentro. Intento
acurrucarme bajo las sábanas durante unos minutos, pero los temblores
sólo empeoran. Tal vez lo suficientemente fuerte como para tumbar algún
tipo de vía cerebral importante, porque sin saber muy bien por qué, salgo
de mi litera, me envuelvo con la manta y cojeo por el suelo que se balancea
en dirección a Ian.

Cuando me acuesto a su lado, él parpadea, aturdido y ligeramente


asustado. Y, sin embargo, su primera reacción no es tirarme al mar, sino
empujarse hacia el mamparo para hacerme sitio.

Es mucho mejor persona de lo que yo nunca seré.

—¿Hannah?

—Yo sólo… —Me castañetean los dientes. Otra vez—. No puedo entrar
en calor.

Él no duda. O tal vez sí, pero sólo una fracción de segundo. Abre los
brazos y me atrae hacia su pecho y… encajo dentro de ellos tan
perfectamente, que es como si hubiera un lugar preparado para mí todo el
tiempo. Un lugar de cinco años, familiar y acogedor. Un rincón delicioso y
cálido que huele a jabón y a sueño, a pecas y a piel pálida y sudorosa.

Me dan ganas de volver a llorar. O reír. No puedo recordar la última


vez que me sentí tan frágil y confundida.
342
—¿Ian?
—¿Mmm? —Su voz es áspera, todo pecho. Así es como suena cuando
se despierta. Como habría sonado la mañana siguiente si hubiera aceptado
ir a cenar con él.

—¿Cuánto tiempo has estado en Svalbard?

Suspira, con un cálido resoplido en la coronilla de mi cabello. Debo


haberlo tomado por sorpresa, porque esta vez responde a la pregunta.

—Seis días.

Seis días. Eso es un día antes de que yo llegara.

—¿Por qué?

—Vacaciones. —Me acaricia la cabeza con la barbilla.

—Vacaciones —repito. Su ropa térmica es suave bajo mis labios.

—Sí. Tenía —bosteza contra mi cuero cabelludo—, mucho tiempo de


sobra.

—¿Y decidiste pasarlo en Noruega?

—¿Por qué suenas incrédula? Noruega es un buen lugar. Tiene


fiordos, estaciones de esquí y museos.

Excepto que ahí no es donde está. No en una estación de esquí y


definitivamente no en un museo.

—Ian. —Se siente tan íntimo, decir su nombre tan cerca de él.
Presionarlo en su pecho mientras mis dedos se curvan en su camisa—.
¿Cómo lo supiste?

—¿Supe qué?

—Que mi proyecto iba a ser semejante desastre. Que yo… que yo no


iba a ser capaz de terminar mi proyecto. —Voy a empezar a llorar de nuevo.
Posiblemente. Probablemente—. ¿Era… era tan obvio? ¿Sólo soy esta
completa imbécil, enorme e incompetente, que decidió hacer lo que se le dio
la gana a pesar de que todo el mundo le dijo que iba a…? 343
—No, no, calla. —Sus brazos se aprietan a mi alrededor y me doy
cuenta de que, de hecho, estoy llorando—. No eres una imbécil, Hannah. Y
eres todo lo contrario a incompetente.

—Pero me vetaste porque yo…

—Por el peligro intrínseco de un proyecto como el tuyo. Durante los


últimos meses, intenté que este proyecto se detuviera de unas diez maneras
diferentes. Reuniones personales, correos electrónicos, apelaciones… lo
intenté todo. Y ni siquiera las personas que estaban de acuerdo conmigo en
que era demasiado peligroso quisieron intervenir para impedirlo. Así que no,
no eres tú la imbécil, Hannah. Ellos lo son.

—¿Qué? —Me muevo sobre mi codo para mirarlo a los ojos. El azul es
negro como el carbón en la noche—. ¿Por qué?

—Porque es un gran proyecto. Es absolutamente brillante y tiene el


potencial de revolucionar las futuras misiones de exploración espacial. Alto
riesgo, alta recompensa. —Sus dedos empujan un mechón detrás de mi
oreja, luego bajan por mi cabello—. Muy alto riesgo.

—Pero Merel dijo que…

—Merel es un maldito idiota.

Mis ojos se ensanchan. El tono de Ian es exasperado y furioso, y no


es para nada lo que yo esperaría de su ser habitualmente tranquilo y
distante.

—Bueno, el Dr. Merel tiene un doctorado en Oxford y creo que es


miembro de MENSA, así que…

—Es un tarado. —No debería reírme, ni arrimarme aún más a Ian,


pero no puedo evitarlo—. Él estaba en AMASE cuando yo también estaba
aquí. Hubo dos lesiones graves durante mi segunda expedición y ambas
ocurrieron porque él presionó a los científicos a terminar el trabajo de campo
cuando las condiciones no eran óptimas.

—Espera, ¿en serio? —Asiente secamente—. ¿Por qué sigue en la


NASA?
344
—Porque su negligencia era difícil de probar y porque los miembros
de AMASE firman descargos de responsabilidad. Como hiciste tú. —Respira
profundamente, tratando de calmarse—. ¿Por qué estabas allí afuera sola?

—Necesitaba dejar el equipo. La tormenta no estaba prevista. Pero


entonces hubo una avalancha cerca, me asustó que mi mini-rover se
dañara, empecé a escapar sin mirar y…

—No… ¿por qué estabas sola, Hannah? Se suponía que debías tener
a alguien más contigo. Eso es lo que decía la propuesta.

—Oh. —Trago con fuerza—. Se suponía que Merel iba a venir como
refuerzo. Pero no se sentía bien. Me ofrecí a esperarlo, pero dijo que
perderíamos días valiosos de datos y que debería ir sola, y yo… —Aprieto
mis dedos alrededor de la tela de la camisa de Ian—. Yo fui. Y luego, cuando
pedí ayuda, me dijo que el clima estaba cambiando y…

—Mierda —murmura. Sus brazos se tensan alrededor de mí, casi


dolorosamente—. Mierda.

Hago una mueca de dolor.

—Sé que estás enfadado conmigo. Y tienes todo el derecho…

—No estoy enfadado contigo —dice, sonando enfadado conmigo—.


Estoy enfadado con el maldito… —Lo estudio, escéptica, mientras inhala
profundamente. Exhala. Inhala de nuevo. Parece transitar varias emociones
que no estoy segura de entender y termina con—: Lo siento. Me disculpo.
Normalmente no…

—¿Te enfadas?

Asiente.

—Suelo ser mejor en…

—¿Ser indiferente? —termino por él, y cierra los ojos y asiente de


nuevo.

De acuerdo. Esto empieza a tener sentido. 345


—AMASE no te envió —digo. No es una pregunta. Ian no me lo va a
admitir, pero en esta litera, a su lado, es tan obvio lo que pasó. Vino a
Noruega para mantenerme a salvo. A cada paso del camino, todo lo que hizo
fue para mantenerme a salvo—. ¿Cómo sabías que te iba a necesitar?

—No lo sabía, Hannah. —Su pecho sube y baja en un profundo


suspiro. Otro hombre ya estaría regodeándose. Ian… Creo que él solo
desearía haberme ahorrado esto—. Solo temía que algo pudiera pasarte. Y
no confío en Merel. No contigo. —Dice “contigo” como si yo fuera algo notable
e importante. El punto de datos más preciado; su ciudad favorita; el paisaje
marciano más bello e inhóspito. A pesar de que lo alejé, una y otra vez, aun
así vino navegando en un bote en mitad del océano más frío del planeta
Tierra, sólo para calentarme.

Intento levantar la cabeza y mirarlo, pero él la presiona suavemente y


sigue acariciando mi cabello.

—Realmente deberías descansar.

Tiene razón. Los dos deberíamos. Así que empujo una pierna entre las
suyas y él me deja. Como si su cuerpo fuera una cosa mía.

—Lo siento. Por lo que te dije en Houston.

—Calla.

—Y que te haya puesto en peligro…

—Calla, está bien. —Me besa la sien. Está húmeda por el


deslizamiento de mis lágrimas—. Está bien.

—No lo está. Podrías estar trabajando con tu equipo o durmiendo en


tu propia cama, pero estás aquí por mi culpa y…

—Hannah, no hay ningún otro lugar en el que preferiría estar.

Me río, llorosa.

—¿Ni siquiera, literalmente, ni siquiera en ningún otro lugar?

Le oigo reírse justo antes de quedarme dormida. 346


Capítulo 8
Antes de irnos a Houston, pasamos una noche en un hotel en
Longyearbyen, el principal asentamiento de Svalbard. Ofrece un buffet de
desayuno ilimitado y por precio fijo y mantiene la temperatura de las
habitaciones unos diez grados por encima de lo necesario para vivir
cómodamente en el interior: verdaderamente el material de los sueños de
Hannah después de la grieta. No estoy segura de si Ian comparte mi
felicidad, ya que desaparece tan pronto como me instalo. Sin embargo, está
bien, porque tengo cosas que hacer. Sobre todo escribir un informe detallado
que ponga al día a la NASA sobre lo sucedido, que no menciona a Ian (a
petición suya) pero que termina en una queja formal contra Merel. Después
de eso, me tropiezo con un raro momento de gracia: logro conectarme con el
mini explorador en el campo. Dejo escapar un chillido de deleite cuando me
doy cuenta de que está recogiendo el tipo preciso de datos que necesitaba.
Miro fijamente la entrada, recuerdo lo que Ian dijo en el barco sobre lo
valioso que sería mi proyecto para futuras misiones, y casi lloro.

No sé. Debo estar todavía conmocionada.

Salimos al día siguiente. He realizado lo que vine a hacer a AMASE


(sorprendentemente con éxito), e Ian tiene que estar en el JPL en tres días.
El primer viaje en avión es de Svalbard a Oslo, en uno de esos minúsculos
aviones que despegan de aeropuertos minúsculos con sus minúsculos
asientos y minúsculos bocadillos de cortesía. Ian y yo no podemos sentarnos
uno al lado del otro, ni tampoco desde Oslo hasta Frankfurt. Paso el tiempo
mirando por la ventana y viendo repeticiones de JAG20 con subtítulos

20 JAG: (En España: JAG: Alerta Roja, en Perú: JAG: Justicia Naval, y en Argentina

y otros países hispanoamericanos JAG: Justicia Militar), acrónimo de Judge Advocate


348
General (traducido como Abogacía General de la Marina de los Estados Unidos), es una
noruegos. Al final del tercer episodio, sospecho firmemente que skyldig
significa “culpable”.

—Supongo que ikke significa “no”, entonces —me dice Ian mientras
conduce a mi yo aún herido a través del aeropuerto de Frankfurt. Me vuelvo
para mirarlo, desconcertada—. ¿Qué? Yo también estaba viendo JAG. Es un
buen programa. Me recuerda a mi infancia.

—¿En serio? ¿Solías ver un programa sobre abogados militares con tu


extraño padre contrabandista?

Me da una mirada tímida y me echo a reír.

—¿Harm y Mac terminan juntos al final? —pregunto.

—Sin spoilers. —Sonríe a medias.

—Ah, por favor.

—Tendrás que mirar para averiguarlo.

—O podría buscarlo en Wikipedia.

Sigue sonriendo, como si pensara que no lo haré. Tiene razón.


Estamos juntos para la última etapa del viaje. Ian me cede el asiento de la
ventanilla sin que tenga que pedírselo, y se acomoda a mi lado después de
guardar nuestras maletas y colocar una almohada bajo mi aparato
ortopédico. Él es ancho y macizo, con las piernas encogidas y demasiado
largas para el poco espacio que tiene, y una vez que ambos estamos
abrochados, se siente como si estuviera bloqueando al resto del mundo. Una
pared, manteniéndome a salvo del ruido y la acción. He estado inquieta
desde el barco y no he logrado más que siestas muy breves, pero a los pocos
minutos de despegar, siento que empiezo a dormitar, agotada. Lo último que
hago antes de quedarme dormida es apoyar la cabeza contra el hombro de
Ian. Lo último que recuerdo que hace es desplazarse un poco más abajo,
para asegurarse de que estoy lo más cómoda posible.

serie de televisión estadounidense de aventura y drama, producida por Donald Bellisario,


349
en asociación con la Paramount. Estrenó en 1995 y terminó en 2005.
Me despierto en algún lugar sobre el Atlántico y me quedo
exactamente donde estoy durante varios minutos, mi sien contra su brazo,
el olor limpio de su ropa y piel en mis fosas nasales. Está mirando su tableta,
leyendo un artículo sobre propulsión por plasma. Hojeo algunas líneas en
la sección de métodos antes de decir:

—Por lo general, no soy así.

No parece sorprendido de que esté despierta.

—¿Así cómo?

Lo pienso.

—Necesitada. —Pienso un poco más—. Dependiente.

—Lo sé. —No puedo ver su rostro, pero su voz es baja y amable.

—¿Cómo lo sabes?

—Te conozco.

Mi primer instinto es erizarme y retroceder. Algo dentro de mí se niega


a ser conocida, porque ser conocida significa ser rechazada. ¿No es así?

—Sin embargo, no lo haces. De verdad conocerme. Quiero decir, ni


siquiera follamos.

—Cierto. —Asiente y su mandíbula roza mi cabello—. ¿Me habrías


dejado conocerte si hubiéramos follado?

—No. —Bostezo y me enderezo, arqueándome para estirar mi dolorida


espalda—. ¿Alguna vez piensas en ello?

—¿En qué?

—Hace cinco años. Aquella tarde.

—Pienso mucho en ello —dice de inmediato, sin dudarlo. Su expresión


es indescifrable para mí. Totalmente ilegible.
350
—¿Por eso has venido a rescatarme? —bromeo—. ¿Porque estabas
pensando en ello? ¿Porque has estado suspirando en secreto durante años?

Me mira directamente a los ojos.

—No sé si había algo secreto en eso.

Vuelve a su tableta, todavía tranquilo y relajado. Luego, tras varios


minutos y un par de bostezos, cierra los ojos e inclina la cabeza hacia atrás
contra el asiento. Esta vez es él quien se duerme, y yo me quedo despierta,
mirando la fuerte línea de su garganta, incapaz de evitar que mi cabeza gire
en un millón de direcciones diferentes.

Cuando salimos del sector de control de seguridad del aeropuerto de


Houston, hay un letrero en la multitud, similar a los que los conductores de
limusinas sostienen en las películas cuando recogen clientes importantes
que temen no reconocer.

HANNAH ARROYO, dice. Y debajo: QUIEN CASI MUERE Y NI SIQUIERA NOS LO


DIJO. ADEMÁS, SIEMPRE SE OLVIDA DE REEMPLAZAR EL ROLLO DE PAPEL HIGIÉNICO .
QUÉ MIERDECILLA.

Es un cartel bastante grande. Sobre todo porque lo sostienen dos


chicas no muy altas, una pelirroja y una morena, que obviamente me están
fulminando con la mirada.

Me vuelvo hacia Ian. Ha dormido de forma intermitente durante las


últimas cuatro horas y todavía parece aturdido, con la cara suave y relajada.
Lindo, pienso. E inmediatamente después: Delicioso. Guapo. Lo deseo. No
digo nada de eso y en su lugar pregunto:

—¿Qué hacen aquí mis amigas idiotas? 351


Se encoge de hombros.

—Pensé que tal vez quisieras hablar sobre tu experiencia cercana a la


muerte con alguien, así que decidí contarle a Mara lo que sucedió. No
esperaba que viniera en persona.

—Muy audaz de tu parte asumir que no se lo dije yo misma.

Su ceja se levanta.

—¿Lo hiciste?

—Iba a hacerlo. Una vez que me sintiera menos quejumbrosa. Y... lo


que sea. —Pongo los ojos en blanco. Vaya, qué madura soy—. ¿Cómo
pasaste de no recordar el nombre de Mara a tener su número?

—Tuve que hacer cosas indescriptibles.

—No la tía abuela Delphina —jadeo.

Aprieta los labios y asiente con la cabeza, lentamente,


miserablemente.

—Ian, lo sien...

No puedo terminar la frase, porque estoy siendo abordada por dos


duendes pequeños pero sorprendentemente fuertes. Me tambaleo en mi
único tobillo en funcionamiento, casi ahogándome cuando sus brazos se
aprietan alrededor de mi cuello.

—¿Por qué están aquí chicas?

—Porque sí —dice Mara contra mi hombro. Las dos están llorando a


pleno pulmón, tan débiles, tan tiernas.

—Chicas. Tranquilícense. Ni siquiera he muerto.

—¿Qué pasa con la congelación? —murmura Sadie en mi axila. Había


olvidado lo fantásticamente baja que es.

—No mucho.
352
—¿Cuántos dedos del pie amputados?

—Tres.

—No está mal —dice Mara con un resoplido—. Pedicuras más baratas.

Me río e inhalo profundamente. Huelen de maravilla, una mezcla de


mundano y familiar, como las terminales de los aeropuertos y sus champús
favoritos que solía robar y nuestro estrecho apartamento de Pasadena.

—De verdad, chicas, ¿qué están haciendo aquí? ¿No tienen, por
ejemplo, trabajo que hacer?

—Nos tomamos dos días libres, y mi vecino está cuidando a Ozzy, tú


bruja ingrata —me dice Sadie antes de empezar a llorar más fuerte. La acerco
aún más y le doy una palmadita en la espalda.

A pocos metros de nosotros, dos hombres altos hablan en voz baja


entre ellos. Reconozco a Liam y Erik por sus apariciones como invitados en
nuestros encuentros nocturnos por FaceTime, y los saludo con mi mejor
expresión: Estas dos, ¿verdad? Me devuelven el saludo y responden con un
gesto cariñoso que me indica que están 500 por ciento de acuerdo.

—Oh, ¿Ian? Eres Ian, ¿verdad? —Mara se separa de nuestro abrazo


de grupo—. Muchas gracias por llamarnos, esta imbécil nunca nos habría
dicho el alcance de lo que sucedió. Y, eh, lamento no haber estado en
contacto durante los últimos... ¿quince años?

—No te disculpes —le digo—. Pensó que tu nombre era Melissa hasta
hace veinte minutos.

Ella frunce el ceño.

—¿Qué? ¿De verdad?

Ian parpadea a mi lado, luciendo ligeramente avergonzado.

—Bueno, aun así. —Se encoge de hombros—. Te aseguro que no tengo


nada contra ti personalmente. En general, no soy fanática de la familia
Floyd. 353
—Yo tampoco.

Los ojos de Mara se iluminan.

—Son personas horribles, ¿verdad?

—Las peores.

—Gracias. ¡Oye, deberíamos separarnos! Formar nuestra propia rama


oficial de la familia. ¿Ese video de ti orinando en un Lowe's que me obligaron
a ver una y otra vez? No lo volvería a mencionar.

Ian sonríe.

—Suena genial.

Mara le devuelve la sonrisa, pero luego se inclina para abrazarme una


vez más y susurrarme al oído:

—Ni siquiera estoy segura de que sea realmente un Floyd. Su cabello


es apenas rojo.

Me echo a reír. Creo que estoy en casa de verdad.

Quiero mantenerme despierta y disfrutar de la alegría de tener a Sadie


y Mara en mi espacio vital de nuevo, pero fallo y me desmayo en el momento
en que llegamos a mi casa. Me despierto en mitad de la noche, con Sadie y
Mara a cada lado en mi cama doble, y mi corazón está tan lleno que temo
que se desborde. Aparentemente esto es lo que soy ahora, una criatura
gatito unicornio arco iris de malvavisco. Bah. Me pregunto atontada a dónde
fueron sus novios, rápidamente me vuelvo a dormir y descubro la respuesta
solo varias horas después, cuando el sol brilla en mi cocina y estamos
sentadas en mi mesa desordenada. 354
—Se iban a quedar en un hotel —dice Mara. Está desayunando
galletas saladas Cheez-Its sin siquiera molestarse en parecer avergonzada—
. Pero Ian les dijo que podían quedarse con él.

—¿Lo hizo? —Mi nevera está llena, a pesar de que la desenchufé antes
de irme a Noruega. Hay varias cajas nuevas de cereales encima, y fruta
fresca en una canasta que no sabía que tenía. Me pregunto cuál de los
adultos confiables en mi vida es responsable por esto—. ¿Tiene espacio?

—Dijo que tiene un lugar grande.

—Mmm. —No puedo creer que el novio vikingo de Sadie vea el


apartamento de Ian antes que yo. Oh bueno.

—Así que —dice—, esta parece la oportunidad perfecta para


interrogarte y averiguar si te estás tirando al pariente de Mara. Pero es obvio
que lo haces. Además, casi te convertiste en una paleta en el Polo Norte. Así
que seremos suaves contigo.

—Eso es muy considerado. —Arranco una uva del misterioso


cuenco—. Sin embargo, no lo estoy.

—Mentira.

—No, de verdad. Tonteamos hace cinco años, cuando quedamos para


la entrevista de Helena. Luego tuvimos una gran discusión hace seis meses,
cuando lo mandé a la mierda después de que vetara mi expedición porque
era demasiado peligrosa, no porque pensara que yo era una idiota, como
alguien me dijo. Luego vino a salvarme la vida cuando casi muero en dicha
expedición. —No menciono nuestra noche juntos en el barco, porque... no
hay nada que decir, en realidad. Técnicamente, no pasó nada.

—Por como funcionan los “Te lo dije”, este es uno excelente —dice
Mara.

—¿Verdad? ¡Fue lo que pensé!

—Espera —interviene Sadie—. ¿Sabíamos que fue él quien vetó tu


propuesta? ¿Y sabíamos sobre el tonteo de hace cinco años? ¿Lo olvidamos?
355
—No lo hicimos —dice Mara—. No lo hubiéramos olvidado. Gracias
por mantenernos actualizadas sobre tu vida, Hannah.

—¿Les habría importado saberlo?

Sus “Demonios, sí”, son simultáneos.

Sí, claro. Por supuesto.

—Bien, veamos. Nos enrollamos un poco en el JPL. Luego me invitó a


cenar. Le dije que no salía con nadie, pero que me lo follaría de todos modos.
No le interesó y nos fuimos por caminos distintos. —Me encojo de hombros—
. Ahora ya lo saben.

Mara me fulmina con la mirada.

—Vaya, qué oportuno.

Le mando un beso.

—Pero las cosas han cambiado, ¿verdad? —pregunta Sadie—. Quiero


decir... anoche te llevó escaleras arriba por siete pisos porque el ascensor
estaba roto. Es obvio que siente algo por ti.

—Sí —asiente Mara—. ¿Vas a romper el corazón de mi pariente


consanguíneo? No me entiendas mal, todavía me pondría de tu lado. Las
perras antes de los hermanos.

—Él no es tu hermano en ningún sentido de la palabra —señalo.

—Oye, es mi primo o algo así.

Sadie le da unas palmaditas en el hombro.

—Es el o algo así lo que me atrapa cada vez. Realmente puedes sentir
los lazos familiares inquebrantables.

—Nos escindimos anoche. Somos los fundadores de los Floyds 2.0. Y


tú, —Me señala—, podrías ser una de nosotros.

—¿Podría?
356
—Sí. Si le dieras una oportunidad a Ian.

—Yo... No lo sé. —Pienso en cómo me apretó la mano mientras el avión


aterrizaba. Sobre la forma en que pidió galletas en lugar de pretzels, porque
le dije que son mis favoritas. Sobre su brazo alrededor de mis hombros en
Noruega mientras el conserje nos registraba en nuestras habitaciones. De
que se quedara dormido a mi lado, y de que me diera cuenta de lo agotador
y exigente que debió ser físicamente venir a sacarme de la estúpida situación
en la que me había metido, sin importar que él ni siquiera pusiera los ojos
en blanco por la carga que suponía.

No me gusta la palabra citas. No me gusta la idea de ello. Pero con


Ian... No sé. Parece diferente con él.

—Supongo que veremos. No estoy segura de que él quiera tener una


cita —digo, mirando los cereales Froot Loops de Sadie. El silencio que sigue
se prolonga tanto que me veo obligada a levantar la vista. Ella y Mara me
miran como si acabara de anunciar que voy a dejar mi trabajo para
dedicarme al macramé a tiempo completo—. ¿Qué?

—¿De verdad acaba de simplemente usar el término cita? —le


pregunta Mara a Sadie, fingiendo que no estoy sentada justo aquí.

—Creo que sí. ¿Y sin referirse a la fruta asquerosa21?

Mara frunce el ceño.

—Hombre, los dátiles son increíbles.

—No, no lo son.

—Sí. Prueba envolverlos en tocino.

—Está bien —reconoce Sadie—, cualquier cosa es increíble si la


envuelves en tocino, pero...

Me aclaro la garganta. Se vuelven hacia mí.

—Entonces, ¿vas a salir con él?


357
21 Juego de palabras, ya que dátiles en inglés es dates, mismo término para cita.
Me encojo de hombros. Lo pienso. La idea es tan extraña que mi
cerebro se atasca por un momento. Pero recordar la forma en que Ian me
sonrió en Svalbard me ayuda a superarlo.

—Creo que se lo pediré. Si él quiere.

—Teniendo en cuenta que te salvó la vida, contactó con la tía abuela


Delphina y alojó a dos tíos que nunca había visto para que sus novias
pudieran pasar el rato contigo... creo que tal vez lo haga.

Asiento con la cabeza, con los ojos fijos a media distancia.

—Saben, cuando caí, mi líder de expedición dijo que nadie vendría a


rescatarme. Pero... él vino. Ian vino. Aunque se suponía que no debería estar
allí.

Sadie frunce el ceño.

—¿Estás diciendo que sientes que tienes que salir con él por eso?

—No. —Le sonrío—. Como sabes, es prácticamente imposible lograr


que haga algo que no quiero.

Sadie lanza sus ojos hacia mí.

—Siempre lo logro.

—No es cierto.

—Sí, lo hago. Por ejemplo, en diez minutos voy a llevarte al médico de


la NASA del que Ian anotó la dirección, y vamos a hacer que te revisen el
pie.

Frunzo el ceño.

—Ni hablar.

—Yo sí.

—Sadie, estoy bien.

—¿Realmente crees que vas a ganar esto? 358


—Joder, sí.

Se inclina hacia adelante sobre su tazón de cereal con una pequeña


sonrisa.

—Está en marcha, nena. Que gane la mejor perra.

Sadie, naturalmente, gana.

Después de que el médico me diga cosas que ya sabía, esguince alto,


bla, bla, y me dé una férula mejor con la que puedo caminar, llevo a Sadie
y a Mara a mi cafetería favorita. Sus aviones salen tarde esta noche, así que
aprovechamos el día al máximo. Cuando llegamos al apartamento de Ian,
espero...

No lo sé, en realidad. Basada en lo que conozco de la personalidad de


los chicos, me imaginé que los encontraríamos meditando en silencio,
revisando sus correos electrónicos de trabajo. Ocasionalmente aclarando
sus gargantas, tal vez. Pero Ian nos hace pasar a su casa, y cuando
entramos en el amplio salón, descubrimos a los tres desparramados en el
enorme sofá, cada uno con un mando de la PlayStation en la mano mientras
gritan en dirección a la televisión. Una inspección más detallada revela que
los avatares de Liam e Ian están disparando a algún monstruo gelatinoso,
mientras que el de Erik se acurruca en la esquina más alejada de la pantalla.
Está gritando algo que podría ser danés. O klingon.

No parece que ninguno de ellos se hubiera molestado en ducharse o


cambiarse el pijama. Hay dos cajas de pizza vacías sobre la mesa de café de
madera, latas de cerveza esparcidas por el suelo y estoy bastante segura de
que acabo de pisar un Cheeto. Nos detenemos en la entrada, pero si los
chicos se dan cuenta de nuestra llegada, no lo demuestran. Siguen jugando
359
hasta que Liam es alcanzado por una bala perdida y gruñe como un animal
herido.

—Odio amarlo —murmura Mara en voz baja.

—Al menos el tuyo no está chocando con la pared porque no puede


usar el mando —suspira Sadie.

—Chicas —les digo, sacudiendo la cabeza—, tal vez me equivoqué al


aprobar sus relaciones. Tal vez puedan hacerlo mejor.

—¿Perdón? ¿Es eso una rebanada de pepperoni en la camiseta de Ian?


—resopla Mara

Seguro que lo es.

—Touché.

Sadie se aclara la garganta.

—Oigan, chicos, es genial que se diviertan, pero deberíamos irnos si


queremos alcanzar nuestros vuelos...

Se quejan en coro. Como niños de diez años a los que se les pide que
limpien sus habitaciones.

—Yo solo... no puedo creer que realmente se gusten —dice Mara,


desconcertada.

Sadie asiente.

—No sé cómo me siento al respecto. Parece... ¿peligroso?

Me cubro la boca para amortiguar la risa.

360
Capítulo 9
Ian me lleva a casa después de dejar a todos en el aeropuerto, luego
de un inquietante intercambio de números de teléfono entre los chicos y
algunas lágrimas de Mara y Sadie. Definitivamente me siento más como yo
misma, porque las envío a través de TSA con un severo «Dejen de lloriquear»
y leves palmadas en sus traseros.

—Trata de no caer en un glaciar durante al menos seis meses, ¿de


acuerdo? —me grita Sadie desde dentro del área acordonada.
Le muestro mi dedo medio y vuelvo cojeando al auto de Ian.

—Ya veo por qué las amas tanto —me dice mientras conduce de
regreso a mi casa.

—No lo hago. Amarlas, me refiero. Solo pretendo evitar herir sus


sentimientos.

Sonríe como si supiera lo llena de mentiras que estoy, y nos quedamos


en silencio por el resto del viaje. La estación de radio de canciones viejitas
reproduce pop que recuerdo de principios de la década de los 2000, y miro
el brillo amarillo de las farolas, preguntándome si también soy una viejita.
Entonces, Ian reduce la velocidad para estacionar en mi lugar, y ese
sentimiento relajado y feliz se desvanece a medida que mi corazón se acelera.

Le dije a Sadie y Mara que vería si él estaba interesado en salir


conmigo, pero es más fácil decirlo que hacerlo. Le he hecho proposiciones a
mucha gente, pero esto… se siente diferente No voy a ser buena en eso. Voy
a ser una completa y total mierda. E Ian se dará cuenta de inmediato.
361
—Podrías… —empiezo. Luego me detengo. Mis rodillas de repente se
ven increíblemente interesantes. Obras de arte que requieren mi inspección
más dedicada—. Estaba pensando que…

—No te preocupes, te llevaré arriba —dice. Lleva jeans y una camiseta


azul marino que hace juego con sus ojos y contrasta con su cabello y…

Da miedo, lo atractivo que lo encuentro. La profundidad de este


enamoramiento mío. Me gustó desde el principio, pero mis sentimientos por
él han ido creciendo constantemente, luego exponencialmente, y… ¿Qué
hago con ellos? Es como si me dieran un instrumento que nunca aprendí a
tocar. Siendo invitada a subir al escenario en una sala de conciertos
completamente desprevenida.

Respiro hondo.

—De hecho, arreglaron el ascensor. Y es fácil de caminar con este


yeso. Entonces, no es necesario. Pero tu… —Puedes hacer esto, Hannah.
Vamos. Acabas de sobrevivir a los osos polares gracias a este tipo. Puedes
decir las palabras—. Podrías subir de todos modos.

Sigue un largo silencio, en el que siento los latidos de mi corazón en


cada centímetro de mi cuerpo. Se prolonga hasta que se vuelve insoportable,
y cuando no puedo evitar mirar hacia arriba, encuentro a Ian mirándome
con una expresión que solo puede describirse como… pena. Como si supiera
muy bien que va a tener que decepcionarme.

Mierda.

—Hannah —dice, disculpándose—. No creo que sea una buena idea.

—Cierto. —Trago saliva y asiento. Empujo el peso en mi pecho hacia


un lado para un inespecífico después. Dios, ese después va a ser malo—. De
acuerdo.

Él también asiente, aliviado por mi comprensión. Mi corazón se rompe


un poco.

—Pero si necesitas algo, lo que sea...


362
—… estarás allí. Cierto. —Sonrío, y… tal vez no estoy al 100 por ciento
todavía, porque estoy empezando a sentir lágrimas de nuevo—. Gracias, Ian.
Por todo. Absolutamente todo. Todavía no puedo creer que hayas venido por
mí.

Ladea la cabeza.

—¿Por qué?

—No lo sé. Solo… —Podría mentir una respuesta para él. Pero parece
injusto. Ha ganado más de mí—. Simplemente no puedo creer que alguien
haría eso por mí.

—Cierto. —Suspira y se muerde el labio inferior—. Hannah, si eso


cambia. Si alguna vez eres capaz de creer que alguien podría preocuparse
tanto por ti. Y si quisieras en realidad… cenar con ese alguien. —Deja
escapar una carcajada—. Bueno… Por favor, considérame. Sabes dónde
encontrarme.

—Oh. Oh, yo… —Siento calor subir por mi cara. ¿Me estoy
sonrojando? Ni siquiera sabía que mi cuerpo era capaz de hacer eso—. En
realidad, no te estaba pidiendo que vinieras solo por… Quiero decir, tal vez
eso también, pero sobre todo… —Cierro los ojos con fuerza—. Me expresé
mal. Te estaba invitando porque me encantaría cenar. Contigo —espeto.

Cuando encuentro la valentía para abrir los ojos, la expresión de Ian


es de asombro.

—¿Lo… —Creo que se olvidó de cómo respirar. Se aclara la garganta,


tose una vez, traga, vuelve a toser—. ¿Lo dices en serio?

—Sí. Quiero decir —me apresuro a añadir—, sigo pensando que no te


gustará. Sólo… realmente no soy ese tipo de persona.

—¿Qué tipo de persona?

—Del tipo con el que la gente disfruta estar por cualquier cosa que no
sea… bueno, sexo. O relacionadas con el sexo. O directamente conducentes
al sexo.
363
—Hannah. —Me da una mirada escéptica—. Tienes dos amigas que lo
dejaron todo para estar contigo. Y asumo que el sexo no estuvo involucrado.

—No lo estuvo. Y yo… yo dejaría todo por ellas, pero son diferentes.
Son mi gente, y… —Mierda, en verdad estoy a punto de llorar. ¿Qué diablos,
casi mueres una vez y tu estabilidad mental se jode?—. Hay mucha gente
que no estaría de acuerdo. Como mi familia. Y tú… Probablemente termine
sin que te guste.

Sonríe.

—Parece improbable, ya que ya me gustas.

—Entonces dejaré de gustarte. Tú… —Me paso una mano por el pelo,
deseando que lo entienda—. Cambiarás de opinión.

Me mira como si estuviera un poco loca.

—¿En el lapso de una cena?

—Sí. Pensarás que soy una pérdida de tiempo. Aburrida.

Está empezando a parecer… divertido. Como si fuera ridícula. Lo


que… No lo sé. A lo mejor sí lo soy.

—Si eso sucede, te pondré a trabajar. Tendrás que quitarle los errores
a parte de mi código.

Me río un poco y miro por la ventana. No hay vehículos a esta hora de


la noche, nadie paseando a su perro o dando una caminata. Sólo somos Ian
y yo en la calle. Lo amo y lo odio.

—Sigo pensando que sacarías el máximo provecho de esto si


folláramos —murmuro.

—Estoy de acuerdo.

Me giro hacia él, sorprendida.

—¿Lo estás?

—Por supuesto. ¿Crees que no quiero follarte?


364
—Yo… ¿Algo?

—Hannah. —Se desabrocha el cinturón de seguridad y se inclina


hacia mí, de modo que no tengo más remedio que mirarlo a los ojos. Tiene
una expresión seria y casi ofendida—. He pensado en lo que sucedió en mi
oficina todos los días durante los últimos cinco años. Te ofreciste a hacerme
una mamada, y yo solo… me avergoncé, y debería ser el recuerdo más
mortificante que tengo, pero por alguna razón se ha convertido en el eje
alrededor del cual gira cada fantasía mía, y… —Se estira para pellizcar el
puente de su nariz—, quiero follarte. Obviamente. Siempre lo he querido.
Simplemente no quiero follarte una vez. Quiero hacerlo mucho. Por mucho
tiempo. Quiero que acudas a mí para el sexo, pero también quiero que
acudas a mí cuando necesites ayuda con tus impuestos y con mover tus
muebles. Quiero que follar sea solo una de las millones de cosas que hago
por ti, y quiero ser… —Se detiene. Parece recuperarse y se endereza, como
para darme espacio. Para darnos espacio—. Lo siento. No quiero
presionarte. Puedes…

Se aleja unos centímetros y todo lo que puedo hacer es mirarlo con la


boca abierta. Sorprendida. Sin habla. Absolutamente… sí. ¿Esto realmente
sucedió? ¿Realmente va a suceder? Y lo peor es que estoy casi segura de que
sus palabras han desalojado algo en mi cerebro, porque lo único que se me
ocurre decir en respuesta a todo lo que dijo es:

—¿Es eso un sí a la cena?

Se ríe, bajo, hermoso y un poco arrepentido. Y después de mirarme


como nadie lo ha hecho antes, lo que dice es:

—Sí, Hannah. Es un sí a la cena.

365
—Um, podría hacernos un… —Me rasco la cabeza, estudiando el
contenido de mi nevera abierta. Bien, está repleta. El problema es que está
repleta exclusivamente de cosas que necesitan ser cocinadas, picadas,
horneadas, preparadas. Cosas que son saludables y no saben
particularmente bien. Ahora estoy 93 por ciento segura de que Mara fue la
que estuvo de compras, porque nadie más se atrevería a imponerme el
brócoli—. ¿Cómo puede uno siquiera… ¿Podría hervir el brócoli, supongo?
¿En una olla? ¿Con agua?

Ian está parado detrás de mí, su barbilla sobre mi cabeza, su pecho


justo detrás de mi espalda.

—Cocínalos en una olla con agua —repite.

—Los salaría después, por supuesto.

—¿Quieres comer brócoli? —Suena escéptico. ¿Debería estar


ofendida?

No, Ian. No quiero comer brócoli. Ni siquiera tengo hambre, para ser
honesta. Pero me he comprometido con esto. Soy una persona que es capaz
de cenar con otro humano. Y te lo demostraré.

—Entonces, podría hacer un sándwich. Allí hay jamón.

—Creo que son envoltorios de tortilla.

—No, son… Mierda. Tienes razón.

Suspiro, azoto la puerta y me doy la vuelta. Ian no da un paso atrás.


Tengo que apoyarme en la nevera para poder mirarlo.

—¿Cómo te sientes acerca de Froot Loops?

—¿El cereal?

—Sí. Desayuno para la cena. Si todavía tengo leche. Permíteme


comprobarlo…

No lo hace. Me refiero a que no me deja comprobarlo. En cambio,


envuelve mi cara con sus manos y se inclina hacia mí. 366
Nuestro primer beso, hace cinco años, fue todo mío. Yo alcanzándolo.
Yo iniciando. Yo guiándolo. Sin embargo, este… Ian establece todo. El ritmo,
el tempo, la forma en que su lengua lame mi boca, todo. Dura un minuto,
luego dos, luego un período de tiempo incontable que se desvanece en un
revoltijo de calor líquido, manos temblorosas y ruidos suaves y lujuriosos.
Mis brazos le rodean el cuello. Una de sus piernas se desliza entre las mías.
Me doy cuenta de que esto va a terminar exactamente como nuestra tarde
en el JPL. Los dos completamente fuera de control, y…

—Para —digo, apenas respirando.

Se retira.

—¿Que pare? —No está respirando en absoluto.

—Cena primero.

Exhala.

—¿En serio? ¿Ahora quieres cenar?

—Lo prometí.

—¿Lo hiciste?

—Sí. Estoy intentando… mostrarte que…

—Hannah. —Su frente toca la mía. Se ríe contra mi boca—. La cena


es… es simbólica. Una metáfora. Si me dices que estás dispuesta a ver a
dónde van las cosas, te creo y podemos…

—No —digo obstinadamente. El impulso de tocarlo es casi doloroso.


No recuerdo la última vez que estuve así de excitada—. Vamos a tener
nuestra cena simbólica. Voy a mostrarte que… ¿qué estás haciendo?

Creo que está dándose la vuelta para arrancar dos uvas del mismo
racimo que me comí a medias esta mañana. Presiona una contra mis labios
hasta que la muerdo, mete la otra en su boca. Ambos masticamos por un
instante, con los ojos cerrados. Aunque termina antes que yo, empieza a
besarme de nuevo y… un desastre. 367
Somos un desastre.

—¿Terminaste de comer tu cena? —pregunta contra mis labios.


Asiento—. ¿Todavía tienes hambre? —Niego con la cabeza y me levanta y me
lleva a la…

—¡Puerta equivocada! —digo cuando trata de entrar al baño, luego al


armario donde guardo la aspiradora que nunca uso y el único par de
sábanas de repuesto que tengo, y para cuando estamos en mi cama ambos
estamos riendo. Nuestros dientes chocan cuando intentamos y fallamos en
seguir besándonos a la vez que nos desnudamos, y no creo que nada haya
sido así antes, íntimo y dulce, y tan divertido al mismo tiempo.

—Solo… déjame… —Termino de quitarle la camisa y miro su torso,


hipnotizada. Es pálido y ancho, lleno de pecas y músculos grandes. Quiero
morderlo y lamerlo todo—. Eres tan…

Me ha quitado el yeso. Lo deja a un lado, junto a los pantalones del


pijama que tiré al suelo esta mañana, y luego me ayuda a quitarme los jeans.

—¿Pelirrojo? ¿Y pecoso?

Me río un poco más fuerte.

—Sí.

—Eso es lo que yo…

Lo presiono hacia abajo hasta que está acostado en la cama. Luego


me siento a horcajadas sobre él y me quito la camiseta, ignorando el leve
escozor en mi tobillo. Este debería ser un terreno familiar para mí: cuerpos
contra cuerpos, carne contra carne. Solo ver lo que se siente bien y luego
hacer más de eso. Debería ser familiar, pero no estoy segura de que lo sea.
Estar aquí con Ian es más como escuchar una canción que he escuchado
millones de veces, esta vez con un nuevo arreglo.

—Dios, te ves tan… ¿Qué funciona mejor para ti? —pregunta entre
respiraciones—. ¿Para tu tobillo?

368
—No te preocupes, en realidad no due… —Me detengo cuando se me
ocurre algo—. Tienes razón. Estoy lastimada.

Sus ojos se agrandan.

—No tenemos que…

—Lo que significa que probablemente debería estar a cargo.

Él asiente.

—Pero no tenemos que…

Se calla en cuanto mi mano alcanza la cremallera de sus jeans. Y se


queda en silencio, respirando bruscamente, mirando hipnotizado la forma
en que la bajo, lenta, metódica, decidida. Sus bóxer tienen una tienda de
campaña. Está duro y grande. Recuerdo tocarlo por primera vez y pensar en
lo bueno que sería el sexo.

Simplemente no pensé que nos llevaría cinco años llegar allí.

—Hannah —dice.

Alcanzo el interior de la abertura de sus bóxer para ahuecarlo. En el


segundo en que mis dedos se cierran alrededor de él, sus fosas nasales se
ensanchan.

—¿Sí?

—No creo que entiendas cómo… Joder.

Es caliente y enorme. Cerrando sus ojos, arquea el cuello antes de


mirarme de nuevo con una expresión mitad de advertencia, mitad de
súplica. Me encuentra sentada sobre sus rodillas, su pene contrayéndose
con espasmos en mi agarre mientras me inclino.

—Hannah —dice, incluso más profundo de lo habitual—. ¿Qué vas


a…

Comienzo lamiendo la cabeza, a fondo, con delicadeza. Pero se siente


suave y cálido contra mi lengua, e inmediatamente me impaciento. Aparto 369
mi cabello para que no estorbe y sello mis labios alrededor de él, chupo
suavemente una, dos y luego…

Escucho un gruñido. Luego el sonido de algo rasgándose. Con el


rabillo del ojo, noto la gran mano de Ian apretando la sábana. ¿Acaba de
rasgar mi…?

—Para —dice, suplica, me ordena.

Mi ceño se frunce.

—¿No te gusta?

—No es… —Aprieto mi agarre alrededor de su longitud, y casi puedo


escuchar sus dientes rechinar. Sus mejillas son de color rojo brillante. Rojo
Marte—. No podemos. No en la primera vez. Tenemos que hacerlo de una
manera que no me haga…

Presiono un beso suave y prolongado en la base. Inhala una vez,


audiblemente, por la nariz.

—Entonces, lo que estás diciendo es… ¿Qué no quieres correrte?

—Se trata más de… joder… mantener mi dignidad —dice


apresuradamente.

—La dignidad está sobrevalorada —digo antes de recorrer con los


dientes su longitud para volver a meterme la cabeza en la boca. Esta vez,
parece simplemente darse por vencido. Su mano se desliza a través de mi
cabello, acuna la parte posterior de mi cráneo y por un segundo me
mantiene allí. Me acerca más. Me presiona contra él hasta que siento la
punta de su polla golpeando el fondo de mi garganta. Me rindo ante Ian,
disfrutando la sensación de que pierda el control, el sabor salado, sus
muslos temblorosos, la forma impotente en que tira de mi cabello para que
tome más, más profundo, mejor…

De repente, todo está patas arriba. Estoy siendo arrastrada por su


cuerpo, volteada sobre mi espalda, sujeta contra la cama. Una de sus manos
puede sostener mis dos muñecas por encima de mi cabeza, y cuando miro
hacia arriba lo encuentro enjaulándome. Primero noto el pánico en sus ojos,
370
luego lo cerca que estuvo de correrse, luego el gran alivio de haber logrado
evitarlo.

—Hannah —dice. Su tono está mezclado con dominio.

—¿Qué?

Su polla se contrae contra mi abdomen.

—Creo que estaré a cargo ahora.

Hago un puchero.

—Pero yo…

—Lo siento, pero… va a suceder. Te voy a follar. No voy a correrme en


tu… —No termina la frase. Simplemente se inclina para besarme, y cuando
termina, estoy asintiendo, sin aliento.

—¿Tienes condones?

—No. Pero estoy tomando la píldora. Podemos hacerlo sin nada si no


vas a darme alguna asquerosa ETS. Pero confío en que no me salvarías de
las morsas solo para que muera de clamidia, así que…

Creo que le gusta la idea de que lo hagamos sin nada. Creo que le
encanta la idea, porque primero me besa hasta dejarme sin aliento, luego se
pone a trabajar en quitarnos todo, hasta la última capa, de los dos.

La verdad es que no puedo recordar la última vez que estuve


completamente desnuda con alguien. Cuando estoy teniendo sexo, el tipo
de sexo que suelo practicar, siempre tiende a haber una extraña capa
inamovible. Un sujetador, una camiseta sin mangas. Bragas no del todo
quitadas. Mis parejas han sido iguales, con bóxer torcidos en sus tobillos,
faldas levantadas, camisas abiertas todavía con los gemelos puestos.

Nunca me he detenido mucho en pensarlo, pero la falta de intimidad


detrás de los encuentros es muy evidente ahora. Ahora que Ian está sobre
mí, chupando mis pechos como si fueran frutas maduras, su lengua dulce
y áspera contra la parte inferior flexible, alternando entre demasiado y no lo 371
suficiente.
Abre mis piernas con su rodilla, se coloca justo entre ellas y espero
que se deslice con un movimiento suave. Ciertamente estoy lo
suficientemente mojada, y la forma en que agarra mi cintura traiciona su
entusiasmo. Pero durante largos momentos parece satisfecho con
mordisquear mis tetas. Aunque puedo sentir su erección, caliente y un poco
húmeda, frotándose contra el interior de mi muslo cada vez que se mueve.
Me lleva a jadear y a él a gemir, algo profundo y rico saliendo del fondo de
su pecho.

—¿Pensé que dijiste que querías follar? —susurro.

—Así es —dice con voz retumbante—. Pero esto… esto también es


bueno.

—No pueden… —una inhalación brusca—, no pueden gustarte tanto


mis tetas, Ian.

Un suave mordisco, justo alrededor del punto duro de mi pezón. Mi


columna se dispara desde la cama.

—¿Por qué?

—Porque son… Nadie nunca lo ha hecho. —No quiero mencionar que


mis pechos no son nada del otro mundo, probablemente él ya lo sabe, ya
que han estado en su boca durante la mayor parte de los últimos diez
minutos. De todos modos, él parece entenderlo.

—Tienes las tetas más perfectas. Siempre lo pensé. Desde la primera


vez que te conocí. Especialmente la primera vez que te conocí. —Chupa una
mientras pellizca la otra. Él es… preciso. Bueno. Entusiasta. Lujurioso—.
Son tan bonitas como las colinas de Columbia.

Se me escapa una risa ahogada. Es estúpidamente agradable que


alguien compare mi cuerpo con una característica topográfica de Marte. O
tal vez es bueno tener a alguien que conoce las colinas de Columbia tirando
de mis pezones y mirándolos como si fueran la octava y novena maravilla
del universo.

—Esto —murmura en la piel que llega hasta mi esternón—, esta es la 372


Medusae Fossae. Incluso tiene estas lindas pecas. —Sus dientes se cierran
alrededor de mi clavícula derecha. Estaría caliente incluso si la cabeza de
su polla no estuviera empezando a rozar mi coño. Es humedad
encontrándose con humedad, muchas ansias mutuas, un lío esperando a
suceder. Rodeo el cuello de Ian con mis brazos y tiro de sus enormes
hombros hacia mí, como si fuera el sol de mi propio sistema estelar.

—Hannah. No pensé que podría desearte más, pero el año pasado,


cuando te vi en la NASA, yo… —Está arrastrando las palabras. Ian Floyd,
siempre tranquilo, sensato, elocuente—. Pensé que moriría si no podía
follarte.

—Puedes follarme ahora —gimoteo, impaciente, tirando de su cabello


mientras se mueve hacia abajo—. Puedes follarme cómo y dónde quieras.

—Lo sé. Lo sé, me vas a dejar hacerlo todo. —Exhala y me provoca


cosquillas a lo largo de mi caja torácica—. Pero tal vez primero quiera jugar
con el cráter Herschel. —Su lengua se sumerge dentro de mi ombligo,
saboreando y sondeando; pero cuando empiezo a retorcerme y jalarlo hacia
arriba, me sigue dócilmente, como si fuera consciente de que no puedo
soportar mucho más. Tal vez él tampoco pueda soportar mucho más: su
dedo separa mis labios hinchados para deslizarse alrededor de mi clítoris,
un círculo lento con demasiada presión. Excepto que podría ser la cantidad
justa. Me estoy disolviendo ahora, en una piscina de músculos tensos y
placer pegajoso.

De acuerdo. Entonces, el sexo puede ser… así. Es bueno saberlo.

—Éste —jadea Ian contra mi boca, sin pretender besarme ahora. Mi


boca está floja de placer y solo me está robando el aire, chupando picaduras
de abejas en mis labios y gimiendo su aprobación en mi pómulo—. Este de
aquí es el Solis Lacus. El Ojo de Marte. Alterándose durante las tormentas
de polvo.

Tiene unas manos perfectas. Un toque perfecto. Voy a explotar y


esparcirme por todas partes, una lluvia de meteoritos por toda la cama.

—Y el Olympus Mons. —Es su palma masajeando mi clítoris ahora.


Sus dedos se deslizan dentro de mí cada vez que encuentran una abertura, 373
hasta que la tensión dentro de mí es tan dulce que me volveré loca—. Tengo
muchas ganas de correrme dentro de ti. ¿Puedo?

Cierro los ojos y gimo. Es un sí, y él debe ser capaz de notarlo. Porque
gruñe tan pronto como la cabeza de su polla comienza a empujar dentro de
mí, un poco demasiado grande para mi comodidad, pero muy decidido a
hacerse un hueco. Me ordeno relajarme. Y luego, cuando golpea un punto
perfecto dentro de mí, me ordeno no correrme de inmediato.

—O tal vez es el Vastitas Borealis. —Es apenas inteligible. Haciendo


esos pequeños empujones que están diseñados más para abrirme que para
follarme apropiadamente y, sin embargo, ambos estamos así de cerca del
orgasmo. Da un poco de miedo—. Los océanos que solían llenarlo, Hannah.

—No hay… —Trato de conectarme con la tierra. Encontrar un lugar


dentro de mí que esté a salvo del placer. Termino clavando solo mi talón
bueno en su muslo, tratando de comprender cómo puede existir una fricción
tan espectacular—. No sabemos si alguna vez hubo realmente un océano.
En Marte.

Los ojos de Ian pierden el foco. Se ensanchan y sostienen los míos, sin
ver. Y entonces sonríe y comienza a moverse de verdad, con un pequeño
susurro en mi oído.

—Apuesto a que lo hubo.

El placer se estrella sobre mí como un maremoto. Cierro los ojos, me


aferro a él lo más fuerte que puedo y dejo que el océano me atraviese.

374
Epílogo

La sala de control está en silencio. Inmóvil. Un mar de personas con


polos azul oscuro y cordones rojos del JPL que, de alguna manera,
consiguen respirar al unísono. Hasta hace unos cinco minutos, el puñado
de periodistas invitados a documentar este acontecimiento histórico se
aclaraban la garganta, barajaban sus equipos y hacían alguna que otra
pregunta en voz baja. Pero eso también ha cesado.

Ahora todos esperamos. En silencio.

—... esperen solo un contacto intermitente en este momento. Una caída


cuando el vehículo cambie de antena...

Miro a Ian, que se sienta en la silla junto a la mía. No se ha molestado


en encender su monitor. En cambio, ha estado observando el progreso del
vehículo en el mío, con el ceño fruncido y preocupado. Esta mañana, cuando
le enderecé el cuello de la camisa y le dije lo bien que le sienta el azul, no
respondió. Sinceramente, creo que ni siquiera me oyó. Ha estado muy, muy
preocupado durante toda la semana pasada. Lo cual me parece... algo lindo.

375
—Nos dirigimos directamente al objetivo. El rover está a unos quince
metros de la superficie, y... estamos recibiendo algunas señales de MRO. La
UHF se ve bien.

Alargo la mano para rozar mis dedos con los suyos por debajo de la
mesa. Se supone que sea solo un toque fugaz y tranquilizador, pero su mano
se cierra alrededor de la mía y decido quedarme.

Con Ian, siempre decido quedarme.

—¡Aterrizaje confirmado! ¡Serendipity ha aterrizado a salvo en la


superficie de Marte!

La sala estalla en vítores. Todo el mundo estalla fuera de sus asientos,


animando, aplaudiendo, riendo, saltando, abrazándose. Y dentro del
delicioso, triunfal y radiante caos del control de la misión, me vuelvo hacia
Ian y él se vuelve hacia mí con la más amplia y brillante de las sonrisas.

Al día siguiente, nuestro beso aparece en la portada del New York


Times.

376
Capítulo Extra

377
Algún tiempo después

Si se le pidiera a Liam que compilara una lista de los días más


trascendentales de su vida —los que seguramente pasarán ante sus ojos
cuando esté cerca de la muerte, aunque mientras tanto tendrá que
guardarlos en un rincón de su corazón, escondidos y seguros, porque
obcecarse con los sentimientos que provocan es abrumador, inmanejable y
simplemente peligroso— hoy llegaría a la cima.

No el número cinco, como aquel martes de hace dos años cuando


intentó proponerle matrimonio y Mara no lo dejó del todo, estallando con un
«¡Sí, sí, sí!» después de que apenas logró decir «¿Quieres c…?» (Le permitió
pasar la semana siguiente fingiendo que solo quería pedirle que completara
el formulario del censo: divertido para él, menos para ella).

Y no el número tres, como el día que Mara anunció que planeaba


mudarse a su habitación y convertir la suya en un “estudio de blogs de The
Bachelor”. Aproximadamente veinte minutos más tarde, las paredes de Liam
estaban llenas de fotos de dos chicas que nunca había conocido en persona
todavía, y su útil edredón gris había sido reemplazado por una colcha de
arcoíris de chevron que debería haberle dado dolor de cabeza, pero en lugar
de eso tuvo antojo de bolitas de pastel por primera vez en su vida.

Hoy… hoy es el número uno. El día más perfecto de su vida. Mara en


sus brazos, las palabras que acaba de decir en el aire entre ellos y la
promesa de lo que está por venir.

Podría ser un niño. O una niña. O ambos, o ninguno. No importa. A


Liam no podría importarle menos. Todo lo que espera es cabello rojo 378
zanahoria rizado y pecas. El bebé debería tener el aspecto de Mara. Y su
comprensión de los números. Y su temperamento. Su amor por el brócoli,
su habilidad para arreglar cosas, y de Liam…

Bueno. Lo ideal es que el bebé herede exclusivamente de Mara. Liam


estaría perfectamente bien si ninguno de sus alelos llegara a su cariotipo.
Liam es más alto, lo cual es útil cuando se trata de alcanzar estantes más
altos, pero el espacio para las piernas en los aviones es una mierda y media,
y realmente no le desearía los calambres a nadie, y mucho menos a su
descendencia.

—Hannah tenía razón.

Se aleja para mirar a Mara. Las piernas de ella están envueltas


alrededor de su cintura, porque él la recogió en el segundo en que llegó a
casa y ella usó la palabra con e. Hay algo alojado en el puño de Liam, ah, sí.
La prueba.

Ella se la mostró en el momento en que llegó a casa, meneándola


debajo de su nariz. Probablemente haya orina en ella, y probablemente
debería encontrarlo asqueroso, pero…

Sí. No.

—¿Hannah? ¿Sobre qué?

—Sobre tu reacción. —Mara le da un beso en la mejilla a Liam, luego


sonríe y luego se suelta de sus brazos. Un descenso constante y ágil—. Ella
dijo que ibas a quedarte en blanco durante quince minutos una vez que te
lo dijera.

—¿Cuando me dijeras…?

—Sobre esto. —Sus dedos se extienden contra su abdomen, y por una


fracción de segundo su cerebro hace cortocircuito de la mejor manera
posible. Está sucediendo. Esto va a pasar. Esta es su vida. No se la merece,
pero de alguna manera esta es su vida y...

379
—Espera. —Sacude la cabeza, persiguiendo el otro hilo de
pensamiento menos agradable—. ¿Cómo puede Hannah saber sobre el
bebé?

—Le dije, por supuesto. —Mara sonríe de nuevo y toma su mano,


empujándolo hacia la cocina. Ella también le quita la prueba y la tira al
basurero del pasillo. No es algo para lo que Liam esté listo, despedirse de la
única evidencia de que sí, esto está sucediendo, por lo que hace una nota
mental para recuperarla más tarde. Mientras tanto…

—¿Cuándo le dijiste?

—Más temprano esta mañana. Cuando me enteré.

—Más temprano esta…

Liam frunce el ceño. Luego pone mala cara. Luego un sonido sale de
él, y Mara se detiene en seco para mirarlo. Ella es hermosa y todavía se ve
feliz, pero también tiene los ojos entrecerrados de repente.

—¿Acabas de… gruñir? —pregunta.

—No. —Sí—. ¿Les contaste a tus amigas sobre el bebé antes de


decírmelo a mí?

—Sí. —Ella se encoge de hombros—. Tenía que decírselo a alguien.

—¿Consideraste… a mí?

—Estuviste en la corte. Todo el día.

—Podrías haberme llamado.

—No podía decírtelo por teléfono. —Sus manos llegan a sus caderas,
generalmente la señal de Liam para dejar de lado una discusión.

Él no la deja de lado.

—Le dijiste a tus amigas por teléfono. —Suena hosco.

380
—Es totalmente diferente. Y, de todos modos, Hannah y Sadie han
estado pidiendo actualizaciones todos los días desde que les dije que lo
habíamos estado intentando, así que…

—Sabían que nosotros… —El sonido se ahoga en algún lugar de su


tráquea. Liam se aclara la garganta. Dos veces—. ¿Sabían que lo estábamos
intentando?

—Sí. —Mara se sonroja un poco y Liam se acerca un paso más.

Esta vez, son las manos de él en sus caderas.

—¿Qué les has dicho?

—Solo… ya sabes… —La forma en que agita la mano es muy


sospechosa y revela algo:

Sus amigas saben todo sobre su vida sexual durante los últimos dos
meses.

Cada. Simple. Cosa.

—¿Qué pasa con Ian y Erik? ¿Saben que voy a tener un bebé?

—No estoy segura —dice Mara, evasiva.

Demasiado evasiva.

—Mara.

—Bueno, Erik envió croissants de celebración. Eran realmente


buenos. Te dejé uno, por cierto. Bueno, la mitad. E Ian me envió un mensaje
de texto para preguntarme si vamos a llamar al bebé X Æ A-Xii. Es una
broma de Elon Musk. Y Elon Musk es ingeniero, así que es un poco
divertido…

—Sé quién es Elon Musk.

Durante tal vez medio segundo, Mara parece arrepentida. Todo se


derrite cuando sus brazos se deslizan entre los de él y se abraza a sí misma
contra su pecho. 381
—Están muy felices por nosotros —murmura contra su camisa—. Yo
estoy muy feliz por nosotros.

Bueno. Bien. ¿A quién le importa? Así que todos conocen su horario


de sexo. Vaya cosa. ¿Qué es una charla sobre la vida reproductiva entre
amigos, después de todo?

—Yo estoy más feliz —murmura contra la coronilla de su cabello—.


Soy el más feliz.

Pero mientras Mara le trae la cena (medio croissant que se parece más
a un tercio), él revisa su teléfono, pasa por el chat grupal que comparte con
los amigos de Mara y sus parejas, y se concentra en el hilo de texto con Ian
y Erik. Estaba sonando hoy mientras estaba ocupado en la corte. Ian,
tratando de convencer a Erik de que compre una PS5 para jugar el juego
FIFA 22. Claro.

En primer lugar, ustedes cabrones podrían haber mencionado que


voy a tener un bebé.

Liam está demasiado feliz para enfadarse.

Pero lo más importante: FIFA 19 es un millón de veces mejor.

382
El teléfono vibra en el bolsillo de Erik, pero él no comprueba por qué.

Él no se mueve. No quita los ojos de Sadie. No se aparta de su posición


estratégica —apoyado en el refrigerador— que le permite tener una vista
completa de la cocina y, sobre todo, de su esposa.

No es porque ella sea bonita, fascinante o su lugar feliz, aunque ella


es todas estas cosas. No es porque esté enamorado de ella, o interesado en
lo que está haciendo, o cautivado por la forma en que se mueve, a pesar de
que él lo está.

La razón por la que no apartará la mirada de su amada esposa en esta


hermosa noche de abril es un poco más básica y vagamente vergonzosa:

Miedo abyecto.

No exactamente de Sadie, sino de lo que podría hacerle a su hermano.


Su pobre, desprevenido y claramente aterrorizado hermano.

Anders se ha estado “encontrando a sí mismo” en todo el mundo


durante los últimos años y, por lo tanto, nunca antes había conocido a la
esposa de Erik hasta hoy. Tal vez si se hubiera presentado a su boda en
Copenhague… pero estaba demasiado ocupado recogiendo ciruelas en
Australia. Lo que significa que su conocimiento de Sadie es sin duda de
segunda mano, muy probablemente a través de los padres de Erik. Y, oh,
Erik puede imaginarse la reseña de su madre. Qué novia tan amable,
radiante y encantadora. Una joven brillante y amable. Un poco supersticiosa:
prohibió que alguien regalara cuchillos y se metió seis centavos en el zapato,
que se cayó mientras caminaba hacia el altar, pero tan encantadora. El pastel
de bodas en forma de balón de fútbol en el que ella insistió: inusual, pero
encantador. Ella es perfecta para tu hermano.

383
Sí. Erik puede imaginarlo. Al igual que puede imaginarse a Anders
cagándose mientras Sadie se inclina sobre la mesa de la cocina para
sisearle:

—¿Quién diablos te crees que eres?

—Yo… soy… —Señala a Erik. Para sorpresa de nadie, su dedo está


temblando—. Su hermano menor…

—Sé quién eres. —Los ojos de Sadie se estrechan—. Lo que pregunté


es: «¿Quién te crees que eres para entrar en mi casa y robarme el gato?».

—Um, técnicamente, Garfield es mi…

—Su nombre es Gato.

Anders parpadea.

—Estoy bastante seguro de que lo nombré Garfield.

—Lo nombraste Garfield. Pasado. Entonces Erik lo acogió porque tú


estabas comiendo rezando amando tu paso por Europa. Erik abrió su hogar
y su corazón, y lo renombró Gato. Y Gato le gusta mucho más que Garfield.
¿No es así, bebé?

En el alféizar de la ventana, Gato se lame su pata naranja en lo que


casi parece un asentimiento. Mmm.

—Conociendo a Erik, dudo seriamente que haya abierto su corazón


a…

—Las cosas han cambiado por aquí, Anders. —El tono de Sadie es tan
cortante que el hermano de Erik, de un metro noventa y de ochenta kilos,
se acurruca más en la silla. Sí, piensa Erik, viendo pequeños mechones de
cabello que se sueltan de su moño y enmarcan su rostro. Ella es aterradora.
Y linda—. Especialmente entre Erik y Gato. Ahora están unidos.

Ellos no lo están. Gato odia a Erik, y Erik odia a Gato, especialmente


después de verlo deslizar su culo contra el cepillo de dientes de Erik hace
menos de doce horas. Sin embargo, ambos quieren mucho a Sadie y, por lo 384
tanto, han establecido una especie de tregua.
Para facilitar la convivencia pacífica, Erik ha repartido cepillos de
dientes señuelo por toda la casa.

—Está bien, escucha… —Anders se rasca el cuello—. ¿No tienen una


empresa de ingeniería en ciernes para dirigir? ¿Tienes tiempo para cuidar
de Garf… Gato?

—No tenemos nada más que tiempo —interrumpe Sadie, como si


Grantham & Nowak no estuviera creciendo exponencialmente, como si no
hubieran estado más ocupados que nunca. Erik recuerda con cariño lo
ansiosa que estaba Sadie cuando ambos dejaron sus trabajos anteriores. ¿Y
si con trabajar y vivir juntos te cansas de mí? Sonaba tan improbable que
solo podía reír—. Y como sabes, la casa que estamos construyendo en el
norte del estado está casi terminada. Gato podría venir con nosotros los
fines de semana. De hecho, hemos estado pensando en tener un perro, y
creo que todos podemos estar de acuerdo en que a Gato le encantaría
atormentar a un cachorro. ¿No es así, Gato?

—Maullar.

El teléfono de Erik vuelve a vibrar. Esta vez quita los ojos de Sadie
para revisar sus mensajes de texto.

Claramente, Mara le contó a Liam sobre el bebé. Claramente, ella le


dijo a él de último.

ERIK: Felicidades, hombre.

ERIK: Pregunta no relacionada: ¿Alguna vez tienen miedo de sus


esposas?

Las respuestas son instantáneas.

LIAM: 100%.

IAN: Hannah todavía no es mi esposa, pero sí. Mierda

Erik suspira, desliza su teléfono de nuevo en su bolsillo y decide


intervenir. Se acerca a Sadie y le rodea los hombros con el brazo. Su ligero
385
peso se acomoda en su costado. Lo siento, le dice Erik a su hermano con
una mirada. Pero ella es muy linda y muy aterradora.

—¿Qué tal la custodia compartida? —propone.

Anders lo mira y luego asiente, derrotado.

Sadie sonríe, triunfante.

Gato no se ve por ningún lado. Debe estar en el baño, piensa Erik.


Buscando cepillos de dientes.

386
Las palabras salen de la boca de Ian antes de que las haya procesado
por completo. Cuando se da cuenta de las cejas levantadas de Hannah y su
expresión dudosa, ya es demasiado tarde para retractarse.

Ella se detiene en medio del pasillo.

Ian también se detiene.

Ella lo mira, escéptica.

Ian intenta no desviar la mirada.

No es fácil: el Laboratorio de Propulsión a Chorro está repleto de


pasantes, estudiantes e ingenieros. Todos están al final de su jornada
laboral, y todos están tratando de salir del edificio por esa puerta de allí. La
que está tal vez a tres pies de distancia.

Y, aparentemente, Ian y Hannah están a punto de tener esta


conversación justo enfrente. Perfecto.

—¿Disculpa?

—Nada. —Él niega con la cabeza—. Vámonos a casa. Olvida que yo…

—¿Me acabas de preguntar por qué no estamos casados?

—No. Bueno, sí, pero…

—¿En respuesta a que te pregunté si deberíamos comer tailandesa


esta noche?

Ian se rasca la sien y se mira los pies.

—Quizás no sea mi mejor transición. —Él levanta la mano hacia la


espalda de ella, y trata de empujarla hacia el estacionamiento—. Vamos a
casa. 387
Hannah se queda quieta.

—¿De dónde viene esto? —pregunta, justo cuando el administrador


adjunto de la NASA entra y sale del campo de visión de Ian, saludando
alegremente. Los ojos de Hannah se posan en el teléfono que tiene en la
mano—. Ah.

—¿Ah?

—Ah. —Ella asiente a sabiendas—. Has estado hablando con Erik y


Liam.

Ian frunce el ceño.

—¿Qué tiene eso que ver con esto?

—Te pones así cuando hablas con ellos. —Ella sonríe y agarra su
manga, empujándolo hacia el estacionamiento.

—¿Me pongo cómo?

—Hogareño. Con ganas de casarte.

—No.

—Sí, lo haces.

—Estoy bastante seguro de que nunca he mencionado el matrimonio


antes. —De hecho, ha tenido mucho cuidado de no mencionar nada que esté
conectado remotamente. Todos saben que Ian y Hannah están juntos, pero
cuando el gerente de Ian le preguntó si llevaría a su “esposa” a su parrillada
—la Dra. Arroyo, cierto, ¿quien dirige el equipo de A & EP?— él se aseguró de
decir: «Sí, llevaré a mi pareja». Cuando Sadie colocó su ramo de novia de
lirios daneses en las manos poco receptivas y en su mayoría flojas de
Hannah, él se aseguró de asentir mientras Hannah enumeraba las razones
por las que el matrimonio es una institución arcaica basada en un paisaje
capitalista.

No es que no quiera casarse. Es más que él la conoce a ella y sus


problemas con el compromiso. Ella ya ha llegado tan lejos, y no es que Ian 388
no sienta cuánto lo ama cada minuto de cada día. Lo que significa que él
puede aceptar la forma en que ella es, y el hecho de que ella se reiría en su
cara si comprara un anillo, se arrodillara y le propusiera matrimonio.

—Nunca mencionaste el matrimonio y, sin embargo, aquí estás. —Los


ojos de Hannah son inescrutables mientras caminan hacia su auto—.
Pensando en proponer matrimonio porque mi mejor amiga va a tener un
bebé pelirrojo.

—El bebé podría no ser pelirrojo…

—Lo será.

—Está bien, lo será. Pero era una pregunta sin relación. Solo me
preguntaba si…

—¿Si? —El auto de Ian es… bueno, el auto de Ian. Pero Hannah le
arranca las llaves de los dedos y se desliza por el lado del conductor.

—Hipotéticamente —continúa, conformándose con el asiento del


pasajero.

—¿Hipotéticamente?

Él mira al frente. Traga. Traga de nuevo.

—Si preguntara. Hipotéticamente. ¿Qué dirías?

Hay un silencio espeso y sospechoso en el lado del conductor del


automóvil. Nada auspicioso. Y cuando atrae su mirada en dirección a
Hannah, su expresión no es seria, molesta o cualquier otra cosa que él
pueda discernir.

—Supongo que tendrás que probar y ver —es todo lo que dice.

Ian aprieta los labios y sonríe.

—Supongo que tendré que probar y ver.

Pero su mano libre se desliza hacia la de él inmediatamente mientras


se alejan, y él piensa que tal vez, tal vez, sabe cuál será la respuesta. Y tal
vez, tal vez, debería preguntar pronto. 389
Así que pasan por comida Thai esa noche. E Ian no vuelve a mirar su
teléfono.

390
Sobre la autora

Ali Hazelwood es una autora multipublicada, por desgracia, de


artículos revisados por pares sobre la ciencia del cerebro, en los que nadie
se besa y el para siempre no siempre es feliz. Originaria de Italia, vivió en
Alemania y Japón antes de mudarse a los Estados Unidos para realizar un
doctorado en neurociencia. Recientemente se convirtió en profesora, lo que
la aterroriza por completo. Cuando Ali no está en el trabajo, se la puede
encontrar corriendo, comiendo cake pops o viendo películas de ciencia
ficción con sus dos señores felinos (y su esposo un poco menos felino).

391
Créditos

Mari NC

Âmenoire Pole

Flochi Vero

Imma Marques lauuz

Mari NC Otravaga

Flochi Steefyyh

Imma Marques Vickyra

Mari NC

Mari NC

Bruja_Luna_

392
393

También podría gustarte