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Sinopsis
Solo hay una forma de actuar cuando tu padre quiere que te cases con
un pelele de manos sudorosas para hacer feliz a uno de los miembros de su
junta directiva: quedarte atrapada en un ascensor con un atractivo
desconocido y tener la sesión de besos más picante de tu vida. Años de
lecciones de etiqueta se fueron por la ventana gracias a Cameron Wilder,
que consiguió desatar a mi chica mala escondida con nada más que su
talentosa boca y sus manos deliciosamente ásperas.

Después, él volvió a su vida de pueblerino, y yo me fui a casa para


informarle a mi padre de que no habría nupcias centradas en los negocios.
Como castigo, me envió a Sisters, Oregon, y me exigió que obtuviera
ganancias saludables de una propiedad no tan saludable.

Ya ves a dónde quiero llegar: una elegante chica de ciudad atrapada en


un pueblo pequeño contrata a un constructor local para que la ayude... y él
es el desconocido atractivo del ascensor. Resulta que tengo debilidad por
los chicos buenos de hombros anchos que no lo son tanto a puerta cerrada.
Mantener la profesionalidad se vuelve más difícil cuanto más tiempo paso
en el pueblo, hasta que la única lección que me queda por aprender es
cómo evitar que nos rompan el corazón a los dos.

The Wilder Family Libro 2


Contenido
CAPÍTULO 1 CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 2 CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 3 CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 4 CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 5 CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 6 CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 7 CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 8 CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 9 CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 10 CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 11 CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 12 CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 13 CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 14 CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 15 CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 16 EPÍLOGO
CAPÍTULO 17 AGRADECIMIENTOS
CAPÍTULO 18 SOBRE LA AUTORA
Para lectores como Ivy
que esconde un corazón blando y tierno detrás de un poco de coraza y muchas
expectativas.
Te veo y espero que puedas encontrar a alguien que te permita dejar la armadura
por un tiempo.
1
Cameron
Tal vez tenía un complejo de héroe, alguna tontería del síndrome del
caballero blanco que siempre había estado arraigado en mí, o tal vez
cargaba con más peso del necesario, pero físicamente no podía imaginar
nada peor que tener que decepcionar a las mujeres de mi vida.
Y tenía muchas de ellas.
No tenía esposa ni novia, lo cual probablemente era lo mejor, pero tenía
un montón de hermanas (tenía cuatro, pero parecía que eran tres veces más
la mayoría de los días), y me mantenían alerta lo suficiente como para que
fuera imposible hacer espacio para cualquier otra persona que pudiera
reclamar más de mi ya enorme sentido de la responsabilidad.
La esquina de la calle frente a mi hotel en Portland estaba llena de
bullicio: autos, gente y la energía de una ciudad más grande que
generalmente me hacía evitarlas. En ese momento, sin embargo, quería que
esos ruidos de la ciudad fueran un poco más fuertes.
Tal vez ahogarían toda la mierda en mi cabeza.
Vi mi teléfono con una mueca sombría en la boca y un elefante
imaginario apiñándose para hacer espacio sobre mis hombros. En realidad,
dos elefantes.
De hecho, preferiría que alguien apareciera frente a mí y me golpeara
con una palanca para poder tener una distracción agradable de la tarea que
me esperaba.
Tal vez no era el hijo mayor de la familia, pero era el que dirigía el
negocio familiar, el que proclamaba nuestro apellido con orgullo, y acababa
de perder un contrato enorme que nos habría mantenido ocupados durante
al menos dieciocho meses.
Si pensaba demasiado en todos los trabajos a los que dijimos que no para
este...
No.
No podía ir ahí.
Mientras esperaba que mi socia comercial (y mi hermana) contestara el
teléfono, los elefantes ganaron algunos amigos hasta que no podía creer
que todavía estuviera de pie por cómo presionaban a mi alrededor.
Greer contestó al siguiente tono.
―Lo siento, estaba terminando en la otra línea. ¿Cómo estuvo la
reunión?
Me froté la frente.
―No salió bien.
Un silencio cargado recibió mi tensa respuesta.
Greer y yo habíamos trabajado juntos durante demasiado tiempo como
para fingir cualquier tipo de bromas: habíamos estado dirigiendo Wilder
Homes desde que teníamos poco más de veinte años. Ella se encargaba del
diseño, la mayoría de las interacciones iniciales con los clientes que fijaban
el cronograma, y mantenía la comunicación fluida mientras yo supervisaba
al equipo de construcción, administraba a todos los subcontratistas y
construía las malditas casas.
Y en casos raros como este, asistía a una reunión importante con un
cliente que estaba a punto de hacer estallar en pedazos el futuro previsible.
―¿Qué pasó? ―preguntó.
Antes de responder, me metí la lengua en el costado de la mejilla y vi
hacia el largo tramo de ventanas que cubrían el que era mi hotel desde la
noche anterior.
Greer reservó mi viaje y eligió un hotel antiguo con una arquitectura
interesante, mampostería curva alrededor de las ventanas y una decoración
ecléctica en el interior. Lo eligió, sin duda, porque sabía que yo me alojaría
en un lugar barato y sencillo, y que luego me enojaría tener que conducir
más lejos entre el tráfico del centro para mi reunión.
Bueno... ya estaba molesto porque hace unos días los periódicos de todo
el noroeste del Pacífico publicaron la historia de que nuestro cliente
enfrentaba acusaciones que iban desde evasión fiscal hasta agresión sexual.
No era el tipo de persona con la que estaría dispuesto a hacer negocios.
Pero no se trataba solo de mí.
Y como era masoquista, saqué a relucir los rostros de todas las personas
que trabajaban para nosotros, pensando en cómo podíamos hacer esto bien
para ellos.
Ya sabes, considerando que no sabía cómo darles trabajo.
Pero Greer quería saber qué pasó. Dejé escapar un suspiro áspero.
―Nuestra agenda está repentinamente abierta ―le dije.
―Mierda ―murmuró―. ¿Entonces la historia era cierta?
―Desafortunadamente. ―Me froté la cara con una mano―. No es que
admitiera nada en nuestra reunión, pero definitivamente tampoco estaba
proclamando su inocencia.
Si hubiera estado en un lugar más privado, habría pateado algo solo para
tener una salida.
―No parecía... criminal cuando nos contrató ―dijo―. Él fue tan amable.
―Lo sé. ―Mi mandíbula estaba apretada alrededor de las palabras―. Sé
que hice lo correcto, pero…
Ella interrumpió tan pronto como mi voz se apagó.
―No te atrevas a sentirte mal por esto, Cameron Marcus Wilder.
Ante el tono maternal (para ser honesto, mis hermanas no podían
evitarlo), puse los ojos en blanco un poco.
―El nombre completo no era necesario.
―Lo es si sientes aunque sea una pizca de culpa. ―Se aclaró la garganta
y se escuchó el sonido de una puerta cerrándose al otro lado del teléfono―.
Si esa historia es cierta y él está involucrado en la mitad de las cosas que
dicen los artículos, te sentirías aún peor si aceptaras un solo centavo del
dinero de ese hombre. Si tenemos que despedir a los chicos durante un par
de meses hasta que podamos encontrar una construcción para
reemplazarlos, se quedarán sin trabajo.
―Lo sé ―dije mientras mi estómago se revolvía. El viaje a Portland y el
encuentro de último minuto con el dulce y abuelo anciano que resultó estar
involucrado en numerosas actividades ilícitas y altamente ilegales, era lo
último que necesitaba meter en una semana ya de por sí loca.
De vuelta en casa, a unas pocas horas de distancia en Sisters, Oregon,
teníamos una familia desmoronada porque mi papá estaba enfermo. Su
declive tras su tercera ronda de cáncer se hacía cada vez más evidente.
Como el hijo mayor que todavía estaba en casa, yo también cargaba con ese
peso. Cómo intervenir donde mi papá y mi madrastra me necesitaban. Y,
en su mayor parte, eso mantenía a Wilder Homes funcionando como una
máquina sin problemas. Eran los ingresos de la mitad de nuestra familia,
prácticamente. No solo Greer y yo, sino que mi papá y Sheila seguían en
nómina como propietarios minoritarios: su participación valía el veinte por
ciento de la empresa, y Greer y yo nos dividíamos el ochenta por ciento
restante.
Semanas antes, le prometí a mi hermano mayor, Ian, un trabajo cuando
regresara de Londres. Quería regresar a Oregon por mi papá, y mi
hermana menor, Poppy, había empezado a ayudar en la oficina.
Nuestro dolor colectivo era suficiente para un día cualquiera, pero no
pude evitar sentir una asombrosa sensación de fracaso por haber sacado a
toda nuestra empresa de un trabajo que habría sido nuestro proyecto más
importante, grandioso y visible hasta la fecha.
Una joya de la corona de cuatro millones de dólares, escondida en una
exuberante propiedad en el oeste de Oregon.
―¿Cómo se lo tomó?
Mi risa de respuesta fue seca y sin humor.
―Puedo decir cómodamente que nunca me han insultado de una
manera tan creativa en toda mi vida.
Ella silbó.
―Así de bien, ¿eh?
―Sí.
―Bueno, es por eso que tenemos un contrato con un lenguaje muy
específico, ¿verdad? No puede demandarnos.
―Él ciertamente quiere ―dije―. Créeme, también amenazó con eso con
un lenguaje muy colorido.
La idea de eso, sin duda el peor encuentro que había tenido en mi vida,
dejó mis huesos fríos y mi piel incómoda.
Odié estar atrapado dentro de esa oficina, sabiendo las consecuencias
que conllevaba. Aunque sabía que hice lo correcto, me dejó inquieto. Una
picazón que no podía eliminar hasta que descubriera cómo hacer esto bien
para las personas que trabajaban para nosotros.
El sol estaba brillante y cálido, y levanté la cara, pero el agradable calor
en mi piel no ayudó mucho a calmar mis nervios.
Normalmente lo hacía.
Estar al aire libre y trabajar con las manos era lo que más me gustaba en
el mundo.
Pero ni siquiera el sol podía tocar lo que estaba sucediendo dentro de mí
en ese momento.
Aunque la decisión de abandonar la construcción fue correcta, el peso de
las consecuencias era impresionante.
Y nadie soportaría esa carga excepto yo.
―Bueno ―dijo Greer lentamente, y supe que estaba pensando en los
millones de problemas que surgirían como resultado de esto―. Me
quedaré en casa de mamá y papá por un par de días para ayudar, así que
empezaré a hacer números. Tuvimos que rechazar algunos trabajos debido
a nuestro calendario para los próximos años. Volveré a dar la vuelta y veré
si alguno de ellos todavía necesita un constructor.
¿Algunos trabajos? Rechazamos más que eso. Al menos una docena
preguntó, y les dijimos que no a todos y cada uno de ellos, pasándolos a los
competidores locales para empezar.
―Okey. Gracias, Greer.
Ella tarareó.
―Estaremos bien, Cameron. Hemos tenido años lentos antes.
Exhalé una risa.
―¿Cuándo?
―Okey, bien, no hemos tenido un año lento desde que tú y yo asumimos
el control, pero lo resolveremos.
La idea de regresar al hotel con aire acondicionado sonaba horrible y,
aunque era casi la hora de cenar, vi el grueso reloj negro que llevaba en la
muñeca.
―Podemos hablar de eso más tarde si quieres. Creo que volveré a casa
esta noche. No quiero quedarme aquí más tiempo del necesario.
―Okey, pero come algo en el hotel antes de irte. Eres una bestia cuando
tienes hambre, y no te hablaré de nada cuando regreses hasta que tengas
comida en el estómago.
―Sabes que tengo treinta y tantos, Greer. No necesito que mi hermana
me diga cuándo comer.
―Sin embargo, te olvidas de almorzar casi todos los días en el lugar de
trabajo ―dijo a la ligera―. Es por eso que necesitas una esposa, para que
cuidarte ya no sea mi responsabilidad.
Puse los ojos en blanco y vi hacia la entrada del hotel, un destello de
cabello dorado llamó mi atención. Ella no estaba haciendo nada más que
salir del edificio, pero mi garganta se secó de todos modos.
¿Cuándo fue la última vez que me quedé físicamente sin aliento al ver a
una mujer?
Sinceramente no lo recordaba.
Si fuera un montaje de película, una de las comedias románticas que
Poppy me obligaba a ver cuando estaba en casa con ella, harían algo
inteligente en un momento como este. Ralentizar el rodaje de todo lo que
nos rodeaba. Poner un poco de música de bajo pesado, llenar tus oídos con
un ritmo sensual que no dejaba nada a la imaginación sobre cuán
inmediata era mi respuesta.
Todo en ella parecía refinado: elegante, impecable y hecho a medida.
Sus piernas eran largas y bronceadas, ligeramente musculosas debajo de
la falda marfil que rodeaba sus muslos.
Llevaba el cabello recogido en una severa cola de caballo y alrededor de
su cuello llevaba una delicada cadena de oro que desaparecía en la V de su
blusa negra.
Greer seguía hablando, pero no podía apartar los ojos de esta mujer,
especialmente cuando se acercó a mí y se detuvo. Se protegió los ojos del
sol y vio hacia la calle con un gesto nervioso en los labios, y luego pasó su
mirada más allá de mí hacia el edificio justo al lado.
Debido a que me quedé ahí como un obstáculo gigante y estupefacto en
medio de la acera, fui el siguiente destinatario de su atención.
¿Quién tenía ojos así?
Nadie a quien hubiera visto nunca. No con ese tono particular de azul
oscuro con rayas verdes en el centro.
No podrían ser reales.
Estuve tentado de preguntar, pero no era un idiota, y además… sentí
como si alguien me hubiera metido aserrín en la boca mientras yo me
quedaba ahí mirándola.
Como un idiota.
―Disculpa ―dijo.
Mi boca se abrió, pero no salió absolutamente nada.
Luego sonrió, educada y reservada, y pasó, dejando atrás un breve olor a
aroma limpio y fresco y desapareció en la sastrería justo al lado del hotel.
―Cameron ―gritó Greer.
Parpadeé y encontré mi mano frotando inexplicablemente mi pecho.
―Lo siento. Me distraje.
―Está bien. Simplemente... no te castigues, ¿okey? Sé que te culparás si
estamos un poco apretados por un tiempo, pero todo estará bien. Lo
prometo.
―Correcto. ―Parpadeé de nuevo―. Gracias, Greer. Hablaré contigo
cuando llegue a casa.
Seguí mirando la ornamentada puerta negra de la sastrería, sin estar
muy seguro de lo que acababa de suceder.
No era como si fuera inmune a una mujer hermosa, pero durante años,
simplemente no tuve el espacio en mi cabeza para entablar una relación.
Tenía anteojeras para todo lo que no fuera trabajo o cuidar de mis papás
y hermanos.
Cuando vivías en un pueblo pequeño, cosa que hacíamos, la mayoría de
las mujeres solteras de ahí me conocían. Conocían a mi familia. El hecho de
que tuviera esas anteojeras puestas no pasó desapercibido para ninguna de
ellas.
Yo no era el tipo que se quedaba sin palabras al ver una cara bonita y
unos ojos hermosos.
Normalmente yo era el tipo que no los notaba en absoluto porque estaba
demasiado ocupado y demasiado cansado para pensar en eso.
Quizás eso era parte de mi problema. No lo había notado durante tanto
tiempo, que esta chica con el cabello dorado y los ojos azul oscuro, golpeó
exactamente en el momento en que me sentía un poco vulnerable.
Inestable.
Esa inestabilidad me hizo seguir el consejo de mi hermana (nunca se lo
admitiría) y pedir un sándwich en la cafetería del vestíbulo del hotel. Comí
la mitad mientras estaba sentado en una mesa que daba a la calle, pero el
estrés de la reunión, la agenda repentinamente vacía y lo extraño del
encuentro en la calle hicieron que mi apetito desapareciera rápidamente.
Envolví el resto del sándwich en papel, lo metí en la bolsa de mi
computadora portátil y regresé a mi habitación del hotel para empacar el
resto de mis cosas.
El ascensor, viejo e histórico como el resto del hotel, era terriblemente
lento, y vi la parte superior del recinto con cautela mientras subía hasta el
cuarto piso. Dentro de la habitación, dejé el bolso de mi computadora
portátil al lado de la puerta y arrojé mi teléfono sobre la cama.
Por un momento consideré plantarme de cara junto a mi teléfono y
tomar una siesta antes de conducir, pero la comezón de salir de Portland y
regresar a casa era demasiado fuerte.
Empaqué mi maleta de lona rápidamente, el resultado natural de llevar
conmigo lo menos posible cuando me veía obligado a viajar, pero en mi
prisa por regresar a casa, no hice un barrido de la habitación tan minucioso
como debería.
Estaba a mitad de camino hacia el vestíbulo, otro viaje lento y ruidoso en
el ascensor cuando busqué mi teléfono en el bolsillo y gemí.
―Mierda ―murmuré.
Todavía estaba sobre la cama.
La puerta del ascensor se abrió con un tintineo y, en lugar de salir,
simplemente presioné el botón del cuarto piso nuevamente.
Cuando los paneles de espejos comenzaron a cerrarse, una voz sin
aliento gritó:
―¡Detengan las puertas, por favor!
Me agarré al borde de la puerta para detenerla y exhalé lentamente
cuando escuché el sonido de pasos rápidos acercándose.
La puerta presionó contra mi mano y la empujé hacia atrás con un poco
más de fuerza de la necesaria.
―Ivy, espera ―gritó otra voz femenina.
Una mujer entró corriendo (con el cabello dorado recogido en una severa
cola de caballo, y con un golpe irregular en el pecho me di cuenta de que
era la misma mujer de fuera del hotel) y apartó mi mano de la puerta en el
mismo momento en que golpeaba el botón para cerrar las puertas.
La presión de sus dedos, fuerte y firme sobre mi brazo, se sintió
muchísimo como cuando accidentalmente toqué un cable con corriente en
la pared mientras estaba colocando azulejos en mi cocina.
Una rápida sacudida de calor involuntario, y luego desapareció de
nuevo, sin nada más que mostrar excepto un corazón acelerado y nervios
destrozados.
Cuando se echó hacia atrás, con el pecho agitado, tragando grandes
bocanadas de aire, se hundió en la esquina del ascensor. Me quedé con la
boca abierta porque era la misma mujer, pero llevaba un vestido de novia.
Un vestido de novia antiguo, por lo que se ve.
Esa cadena de oro todavía estaba alrededor de su cuello, desapareciendo
debajo del vestido.
Entonces sus ojos se encontraron con los míos y exhaló una risa de
asombro.
―Eso fue muy grosero. Lamento mucho haberte agarrado del brazo.
Yo no lo lamentaba.
¿Quería agarrarlo de nuevo?
Me aclaré la garganta y giré el cuello.
―Oh, está bien. ―Vi el vestido, el escote con volantes que cruzaba su
pecho, el corte de la falda y el aspecto ligeramente amarillento del
dobladillo. Brevemente, cerró los ojos y se llevó una mano al pecho como si
apenas pudiera aspirar oxígeno lo suficientemente rápido―. ¿Estás bien?
La mujer del vestido me vio fijamente durante un segundo, con el color
rosa en sus pómulos altos, y luego sacudió lentamente la cabeza.
―No… no tengo idea. ¿Qué acabo de hacer? ―susurró.
Mi ceño se frunció mientras las palabras susurradas colgaban en el
eternamente lento ascensor. Justo en ese momento, disminuyó aún más la
velocidad, emitiendo un gemido agudo, un chirrido que no podía significar
nada bueno y un golpe que sonaba sospechoso.
Luego se detuvo bruscamente, lanzándola hacia adelante desde su lugar
en la esquina. Apoyé mis pies y la atrapé con un brazo alrededor de la
cintura para evitar que se cayera, y una mano golpeó la barandilla del
costado para mantenernos en pie, y lo último que vi antes de que
oscureciera fue la mirada aterrorizada en sus ojos azules.
Fue entonces cuando se cortaron las luces.
2
Ivy
Prácticamente podía ver mi obituario ahora.
Ivy Lynch, hija de Richard Lynch III, muere en un extraño accidente de
ascensor, con un vestido de novia vintage y en brazos de un leñador.
No era una historia que me hiciera ningún tipo de justicia y me resultó
un poco más difícil respirar.
―¿Estás bien? ―me preguntó―. ¿Estás herida?
Olía a árboles, y aire fresco, y él era tan grande.
Sacudí la cabeza porque esos eran pensamientos tremendamente inútiles.
Era un extraño, por el amor de Dios, y no importaba que tuviera brazos
del tamaño de una jodida pitón.
―¿Estás herida? ―volvió a preguntar.
―No ―le dije―. No estoy herida.
¿Por qué diablos seguía aferrándome a él?
Los modales dictaban una gran cantidad de reacciones diferentes a ésta,
pero realmente no me importaba mucho lo que se requeriría de mí en esta
situación particular.
Sin embargo, no había forma de luchar contra los años de clases de
etiqueta. Prácticamente podía escuchar la voz remilgada de mi profesora
en mi cabeza.
No nos aferramos a extraños como un koala, Ivy. Es indecoroso.
Mi profesora de etiqueta también me dijo que decir malas palabras era
grosero y poco refinado y eso no detuvo el interminable flujo de malas
palabras que golpeaba implacablemente el filtro entre mi cerebro y mi
boca.
Si esa perra estuviera aquí, también se estaría aferrando a él. Yo también
me había visto obligada a escucharla durante mucho tiempo, porque por
mucho que me chirriara, me resistí a todas y cada una de sus lecciones
durante una década.
Suavemente, empujé contra su pecho, pero él apretó el brazo musculoso
que rodeaba mi cintura y, como resultado, mi estómago se hundió
agradablemente.
Dios, Ivy, pensé. Necesitaba tener sexo si esto se sentía en lo más mínimo
como un juego previo.
―Espera ―dijo, su voz era un ruido bajo y agradable junto a mi oído―.
Solo quiero asegurarme de que no vamos a caer. Lo último que
necesitamos es que te lastimes.
Respiré rápido y temblorosamente.
―Okey.
La posibilidad de una muerte en picado. No podía olvidar eso.
O por qué estaba en ese ascensor en primer lugar.
Si algo era indecoroso era eso.
El pánico se cristalizó en mis venas como pequeños trozos de hielo y mis
dedos hormiguearon siniestramente. ¿Qué demonios había hecho?
Cerré los ojos con fuerza y escuché la voz de Caroline en mi cabeza
mientras entraba corriendo al ascensor. Parecía asustada.
Por supuesto que sí.
A mi papá también le entraría pánico cuando se enterara de esto, pero tal
vez no debería haber asumido que me casaría con un amigo de la infancia
simplemente porque solidificaría sus dos negocios.
Mi corazón se aceleró al pensar en Ethan, y no porque fuera el tipo de
hombre que provocaba pensamientos acelerados con regularidad. En todo
caso, eso fue parte de nuestro problema.
Claro, fue amable. Tenía lindos ojos, pero sus brazos eran más delgados
que los míos, sus manos un poco demasiado húmedas, y la idea de tener
sexo con él (y mucho menos toda una vida de tener sexo con él) fue
suficiente para hacerme salir corriendo de la tienda de costura con el
vestido de novia de mi mamá arrastrándose por el cemento mientras corría
de regreso al hotel.
No quería casarme con Ethan.
Y tenía la sensación de que Ethan tampoco quería casarse conmigo.
¿Caroline ya llamó a su hijo y le dijo que me asusté al verme con el
vestido de novia de mi mamá?
Gemí.
Llamar.
Teléfono.
Dejé mi teléfono en mi bolso, sentado en el vestidor de la sastrería.
Me solté de sus brazos, sin hacer caso de su advertencia, y retrocedí
hasta la esquina, hundiéndome lentamente en el suelo alfombrado del
ascensor.
¿Qué hice?
―¿No llevas nada de alcohol encima?
―Ah, no. No puedo decir que sí.
Reprimí una risa de pánico porque si hubiera una botella de whisky
frente a mí, bebería directamente de esa perra y lo haría con una sonrisa en
mi cara.
Mi papá me iba a cortar el trasero por esto.
Mi enorme compañero, que olía bien, no era más que una débil silueta en
la débil luz que provenía del panel de la pared, y me observó durante un
minuto, luego se giró hacia el panel, aparentemente satisfecho de que no
estuviéramos colgando sobre el suelo por un cable de ascensor
deshilachado. Hundí la cabeza entre las manos y traté de concentrarme en
una respiración profunda y constante.
―¿Tienes tu teléfono contigo? ―preguntó.
Mantuve mi cabeza entre mis manos.
―Si lo tuviera, estaría en eso en este momento. Supongo que tú tampoco.
Se aclaró la garganta.
―Si lo tuviera, estaría en eso en este momento.
Levanté la cabeza y lo inmovilicé con una mirada inútil.
Continuó hablando probablemente porque no podía ver mi cara con
claridad para ver lo poco que me hacía gracia.
―Lo dejé en mi habitación de hotel, por eso no salí del ascensor en el
vestíbulo. Me dirigía de regreso ahí para buscarlo.
Mis ojos se habían acostumbrado lentamente a la luz del ascensor y vi su
duro perfil mientras él veía los botones. La masa inclinada de sus hombros
se encogió mientras intentaba encontrar el botón de ayuda.
Lo presionó y no pasó nada, luego lo presionó de nuevo.
No había ninguna voz incorpórea al otro lado de la línea que nos dijera
que la ayuda estaba en camino.
Esos trozos de hielo en mis venas se hicieron un poquito más grandes.
―Mierda. ―Se apartó del panel y examinó el pequeño recinto―. Mi
reino por una linterna ―murmuró.
Exhalé una risa áspera.
―Tengo una en mi bolso.
―¿Tu bolso está escondido debajo de esa falda?
―No que yo sepa ―respondí remilgadamente. Mi cara estaba caliente
porque estaba con un vestido de novia, en un ascensor, con un extraño alto y
leñador, y básicamente había hecho estallar una granada en mi vida
personal y familiar.
Y dejé mi bolso en la tienda de al lado en mi prisa por evitar un ataque
de pánico frente a mi futura suegra y la muy simpática costurera que tenía
muy buenos planes para alterar el muy bonito vestido de mi mamá.
Considerándolo todo, no era mi mejor día.
Sus grandes manos se posaron en los pliegues de las puertas y jaló con
un gruñido, pero no se movieron, luego las golpeó con dos puños gigantes.
―¡Hey! ―gritó―. ¿Hay alguien ahí? Estamos atrapados aquí.
Cerré los ojos cuando presionó su oreja contra la puerta, tratando de
escuchar una respuesta.
Lo hizo de nuevo, su voz profunda llenó el pequeño espacio.
Nada.
Unos cuantos golpes más en la puerta y otro grito de ayuda produjeron
resultados similares.
Los ascensores del hotel estaban ubicados en una esquina de la
recepción, y la arquitectura del edificio permitía múltiples ascensores en
múltiples áreas. Era muy posible que nadie supiera que estábamos aquí
todavía.
Él deslizó sus manos sobre el panel, buscando… algo, luego puso las
manos en sus esbeltas caderas y vio fijamente el techo del ascensor.
―Si puedo abrir esto, ¿qué te parece salir?
Una gran cantidad de fragmentos de películas pasaron por mi cabeza,
varias imágenes de ascensores estrellándose contra el suelo en una
desordenada explosión de vidrio y metal.
―No estoy particularmente emocionada ―admití―. Eventualmente
enviarán ayuda, ¿verdad?
Suspiró y la luz se reflejó en el borde de su mandíbula mientras se la
frotaba con una gran mano.
―Eso espero.
―Estoy intentando con todas mis fuerzas no asustarme en este momento
―le dije, con voz mortalmente tranquila.
Esa era siempre la señal, ¿no?
Cuanto peores eran las cosas, cuanto más pánico sentía, más quieta me
las arreglaba para quedarme. Todo se cristalizó, como hielo trepando por
una pared, y si alguien aplicaba demasiada presión, me rompería en un
millón de pedazos.
El chico se quedó quieto, mirando hacia donde yo estaba acurrucada en
un rincón, con las rodillas contra el pecho y los brazos alrededor de las
piernas.
Dejó escapar un suspiro lento, bajando su largo cuerpo para sentarse en
la esquina frente a mí. ¿Qué podía distinguir en esa penumbra?
¿Qué aspecto tenía yo para él?
Fue una reacción inmediata levantar mi mano y pasarla por mi cola de
caballo.
Cuando no encontré ningún cabello suelto, volví a colocar mis brazos
alrededor de mis piernas y apoyé mi barbilla en mis rodillas mientras él me
estudiaba.
―¿Claustrofóbica? ―me preguntó.
Negué con la cabeza.
―Solo tengo su aversión promedio a estar atrapada en un tubo de metal
gigante suspendido a unos pocos pisos del suelo.
Él se rio por lo bajo.
―Sí, igual.
Volvimos a quedarnos en silencio, pero estaba demasiado callado, era el
tipo de silencio que permitía pensamientos y miedos más fuertes. El tipo de
pensamientos en espiral que dificultaban la respiración.
Mi papá iba a perder la cabeza.
Mi pulso martilleaba en mis oídos, las lágrimas picaban en la parte
posterior de mis ojos y apreté con más fuerza mis piernas.
Me vi con ese vestido de novia, luciendo exactamente igual a mi mamá, y
cada instinto dentro de mí gritó que se suponía que no debía estar
haciendo esto.
No había decoro, nada de la etiqueta que me inculcaron toda mi vida,
ninguna conversación adulta sobre por qué Ethan y yo no deberíamos
casarnos y merecíamos algo mejor que un matrimonio arreglado
glorificado.
Jadeé, no puedo hacer esto.
Caroline, tan interesada en nuestro compromiso como lo estaba mi
propio papá, simplemente lo ignoró y me dijo que estaría bien una vez que
terminara.
Una vez hecho esto.
No quería ver mis nupcias inminentes como algo que debía tachar de
una lista. Una transacción por completar cuyas ramificaciones de por vida
no deberían procesarse hasta que se completara, hasta que se firmaran los
nombres y se presentaran los contratos.
Siempre hice lo que me dijeron.
Siempre.
Toda mi vida giró en torno a una sola cosa: el conocimiento de que algún
día yo me haría cargo del negocio de mi papá. En lugar de leerme cuentos
antes de dormir, solía sentarme en su regazo en su oficina y escuchar
informes sobre reuniones ejecutivas de finanzas y la viabilidad de su
próxima inversión.
Y cada fase consecutiva de la vida me acercó a ese final.
Primer paso: ser la mejor estudiante de preparatoria.
Segundo paso: Estar en la lista de favoritos del decano en la universidad.
Doble especialización en administración de empresas y marketing con
concentración en emprendimiento.
Tercer paso (y más reciente): Doble maestría: Administración y Bienes
Raíces Comerciales.
El hecho de que no tuviera vida social durante la última década era fácil
de entender, dado que estaba pegada a mi puto portátil. En su opinión, era
un sacrificio necesario, del tipo que hizo toda su vida.
Paso a paso, tuve un asiento en primera fila de su éxito y nunca fue una
cuestión de si asumiría el control.
Era cuándo.
Casarme con Ethan era uno de esos pasos, y yo lo sabía (los dos lo
sabíamos) desde que teníamos quince años.
Esa es mi niña, diría mi papá. No siempre es fácil hacer lo que hay que hacer,
pero un Lynch lo hace de todos modos.
¿No era tan fácil para mi papá decirlo?
Él no estaba encadenado a un niño llorón frágil como un palillo y con las
manos sudorosas.
Con la voz de mi papá resonando en mi cabeza, haría cualquier cosa
para descarrilar el tren desbocado de mis pensamientos.
Y la distracción más obvia estaba sentada justo frente a mí, con piernas
largas y hombros anchos envueltos en una Henley gris. Prácticamente
podía sentir su enorme brazo alrededor de mi cintura y mis mejillas se
pusieron sospechosamente calientes.
Sí.
Definitivamente necesitaba tener sexo una vez que saliera de aquí.
Una sequía de veinticinco años, puntuada por un mediocre intento único
de despojarme de mi tarjeta V, fue demasiado, dadas las circunstancias
actuales.
―¿Cómo te llamas? ―le pregunté.
Levantó la cabeza y el peso de sus ojos volvió a caer sobre mi rostro.
―Cameron.
Extendí la mano, asumiendo que podía verla.
―Es un placer conocerte.
Hubo un breve atisbo de dientes blancos mientras sonreía, y se movió
hacia adelante en el suelo, deslizando su mano cálida y seca en la mía.
Tenía una mano grande.
Era dura también.
No se pasaba el día sentado ante un escritorio removiendo papeles,
apostaría todo mi herencia a eso.
No estaba nada sudorosa y no se molestó en darle un apretón firme a mi
mano, lo que hizo que mi vientre se tensara agradablemente.
Me las arreglé para tragar ese pensamiento inútil.
―Ivy ―le dije.
Su palma todavía estaba presionada contra la mía, y mis dedos sobre los
suyos.
Se aclaró la garganta y lentamente apartó la mano.
―Ivy ―repitió―. Bonito nombre.
―Era el segundo nombre de mi mamá. ―Jugué con el dobladillo de la
falda, luego obligué a mis dedos a detenerse. Juguetear con los dedos era un
hábito terrible. Prácticamente podía escuchar a mi papá decirlo, tal como lo
hizo una y otra vez cuando yo era más joven. Fue lo que llevó a las clases
de etiqueta.
―¿Qué te trae a Portland?
Suspiré, dejando caer mi cabeza contra la pared del panel.
―¿Cuánto tiempo tienes?
Cameron extendió las manos.
―Mucho, aparentemente.
Mi risa de respuesta fue baja.
Estar atrapada en este ascensor era como si alguien me hubiera
empujado a un confesionario.
No éramos católicos ni nada por el estilo, pero siempre imaginé lo
liberador que debía ser esconderse en ese pequeño espacio oscuro y
tranquilo y no poder ver a la persona que estaba sentada al otro lado
escuchando.
Y purgar todos tus miedos y pecados, yéndote un poco más ligero de lo
que habías entrado.
Me hizo querer ser otra persona.
Alguien que se sentaría y hablaría fácilmente con el desconocido alto y
corpulento de manos ásperas. Solo tal vez podría fingir que quería estar
aquí. Como si yo fuera el tipo de mujer que podría aceptar lo que estaba
sucediendo y disfrutar conociendo a alguien que era, en un vistazo muy
breve, innegablemente guapo, con manos ásperas y brazos fuertes.
Se me secó un poco la garganta porque fingir ser otra persona era la
antítesis de mi educación. Siempre sentí que mi verdadera personalidad
burbujeaba peligrosamente debajo de la superficie de cada interacción.
No puedo ser demasiado habladora.
No puedo ser demasiado inteligente.
No puedo ser demasiado afilada, pero Dios no lo quiera que sea
demasiado blanda.
Los hombres que conocí en mi vida se sentían intimidados por mí (ya
fuera mi nombre, mi apariencia o mi educación) o querían conquistarme.
Esos imbéciles eran fáciles de ignorar.
¿Cuándo volvería a estar en una situación en la que mi reputación (y la
de mi familia) no me precediera?
Este hombre no tenía idea de quién era yo, y eso se parecía muchísimo a
la libertad.
No necesitaba cerrar la tapa sobre quién era. Por primera vez, podría ser
simplemente yo.
―Estaba aquí rediseñando el vestido de novia de mi mamá. Está
terriblemente pasado de moda. Lo odio, si soy honesta, pero se espera que
lo use de todos modos. La costurera de al lado del hotel fue en realidad
quien se lo hizo cuando mis papás se casaron ―le dije, pasando una mano
por la voluminosa falda.
―Ah. ¿Esa era la mujer que te llamaba? ¿Tu mamá?
Mi corazón se apretó un poco. Esa reacción hizo que se cerrara la tapa.
Sin piedad.
―No. Ella murió cuando yo era niña.
―Lo siento ―dijo, en voz baja y triste.
―Gracias. ―Luego me encogí de hombros y me decidí por otra
respuesta poco típica de Ivy. La honestidad era mucho más fácil de dar
cuando ambos estábamos sentados en la oscuridad―. Aunque en realidad
no la recuerdo.
―Aún así lamento que hayas perdido algo.
La forma directa en que lo dijo me tocó una fibra sensible debajo de las
costillas y, como resultado, sentí el surco en mi frente.
―¿Entonces estás a punto de casarte? ―preguntó.
Esa era una pregunta más difícil de responder.
Mi pulgar rodó sobre mi dedo anular muy vacío.
―Se suponía que debía hacerlo ―dije lentamente―. Pero no estoy
comprometida, no.
Cameron se quedó en silencio por unos momentos, sacando su pierna
hacia un lado. Me moví también, inclinando mi peso sobre una cadera para
poder estirar las piernas en el suelo.
―Pensé por un minuto que tenía una novia fugitiva atrapada aquí
conmigo. ―Había una sonrisa clara en su voz, seguida por un deseo casi
desesperado de verla.
Luego exhalé una risa suave, pensando en lo que dijo.
¿No lo era?
Yo estaba huyendo. Una fuga no planificada que probablemente debería
haber tenido cierta previsión y una mejor estrategia de salida.
Como resultado, es posible que mi papá nunca me perdone.
Presioné una mano temblorosa sobre mi pecho, la tela del vestido se
sentía áspera y caliente bajo mi palma.
―Oh, oh ―dijo―. ¿Dije algo que no debería haber dicho?
Sacudí la cabeza, las palabras se quedaron atrapadas en la base de mi
garganta. Era un extraño, no había manera de que pudiera descargar todo
esto sobre él, sin importar cómo se sintiera este ascensor.
Pero no había nadie más.
Nadie para escuchar lo que quería decir.
Cameron, mi amigo protector en el ascensor, era un confesor tan bueno
como cualquier otro.
El hombre tenía modales, de esos que me enseñó Emily Post. Memoricé
ese libro azul de etiqueta antes de ir a la preparatoria, y podía fácilmente
arrancar una línea que describiera perfectamente a Cameron el leñador.
Los modales son una conciencia sensible a los sentimientos de los demás. Si
tienes esa conciencia, tienes modales, sin importar qué tenedor uses.
―Él está bien. El hombre con el que se suponía que me casaría ―dije en
voz baja―. Nuestras familias siempre han querido que nos casemos. Lo
sabemos desde hace diez años.
―¿Pero no quieres? ―preguntó.
No respondí de inmediato. De alguna manera, decirle exactamente lo
mucho que me asustaba me parecía una confesión demasiado grande para
hacerla, que la vista de ese vestido de novia conjuró mágicamente la única
línea que no estaba dispuesta a cruzar para mantener feliz a mi papá.
Ni siquiera sabía que esa línea existía hasta hoy.
Así que me decidí por una verdad mucho más condensada y un poco
más sencilla de decir en voz alta.
―No lo creo, pero no se trata solo de mí ―dije en voz baja―. Nuestros
papás están muy convencidos de que sus respectivos negocios
permanezcan en la familia.
El sonido que hizo (una especie de zumbido grave) fue tan agradable
que reprimí un escalofrío.
―Puedo entender eso ―dijo.
Se escuchó un golpe desde lo alto del ascensor.
―¿Hay alguien ahí? ―gritó una voz apagada.
Cameron se puso de pie.
―Sí, somos dos.
―¿Están heridos?
―No, estamos bien ―respondió―. ¿Puedes sacarnos?
―Tenemos un ingeniero en camino, pero es posible que tengan que
ponerse cómodos ―gritó la voz―. Serán al menos un par de horas. Está en
Salem en este momento, pero está en camino.
―Maldita sea ―murmuró Cameron―. Está bien ―gritó de nuevo―.
Gracias.
Suspiré, levantándome y llevándome una mano a la boca.
―¿Disculpa? ―grité.
―¿Sí?
―Es Portland, hay cientos de hoteles en veinte minutos. Llama a uno de
ellos. No nos vamos a quedar sentados aquí durante horas mientras tú
estás feliz de esperar a que alguien conduzca desde el centro del estado.
Se hizo el silencio encima del ascensor.
―Estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo, señorita.
―¿De verdad? ―dije―. Porque si ese fuera el caso, tu ascensor tendría el
mantenimiento adecuado y dos de tus huéspedes no se hubieran quedado
atrapados dentro.
―Empezaremos a hacer algunas llamadas ―dijo.
―Gracias.
Cameron tosió y no pude decir si estaba reprimiendo una risa.
―Supongo que dejaré que tú te encargues de ahora en adelante ―dijo
fácilmente.
Giré la cabeza y lo vi por encima del hombro.
―No estaba diciendo que no pudieras manejarlo ―dije.
Él asintió.
―Lo sé.
Escuché a mi papá atacar a los empleados por mucho menos que esto y
me senté en la mesa de la sala de juntas cuando amenazaba los trabajos de
todos con tanta facilidad como respirar.
La frustración todavía flotaba como una nube oscura.
Cameron apoyó las manos en las caderas y murmuró otra maldición.
―Mi hermana estará preocupada le dije que me iría de inmediato.
Volví a sentarme en mi pequeño rincón y lo vi caminar un par de veces,
sus movimientos eran elegantes a pesar de su tamaño.
―Dios ―le dije―, vas a romper los cables con ese ritmo.
Finalmente, suspiró, frotándose la nuca y regresando a su lugar original
en el suelo.
―Lo siento ―dijo―. No me va bien cuando no puedo arreglar lo que
está mal.
Levanté una ceja. Esa era una declaración reveladora. Quizás también
sentía como si estuviera en un confesionario.
―¿Tienes una hermana? ―le pregunté cortésmente.
Él se rio.
También era una buena risa.
Cameron, con sus manos grandes y ásperas y sus reacciones rápidas, se
reía muy bien.
Los diminutos vellos de mi nuca se erizaron al oírlo. Si su risa era una
droga recreativa, se podría hacer una fortuna si se podía descubrir cómo
inhalarla o inhalarla.
Qué patético que pudiera drogarme fácilmente con las manos y la risa, y
sin ninguna de las otras partes buenas de él.
―Tengo mucho más de una ―dijo.
Mi estómago eligió ese momento exacto para emitir un estruendo muy
poco femenino. Mis ojos se cerraron con mortificación.
―Disculpa ―dije con voz tensa―. Supongo que tengo más hambre de lo
que pensaba.
―¿Cenaste? ―preguntó.
―No, quería esperar hasta que terminara la prueba del vestido ―dije.
Sacó una bolsa del otro lado del ascensor. Apenas me di cuenta con el
terror paralizante cuando pensé que podríamos morir. Cameron metió la
mano dentro y el revelador crujido del papel de delicatessen hizo que mi
estómago gruñera de nuevo.
―Toma ―dijo―. Pavo y jamón con trigo, si quieres el resto.
―Oh, no podría ―le dije―. Tú come.
―Comí la mitad justo antes de entrar.
Mi estómago volvió a rugir e hice una mueca.
―Tómalo ―dijo, con una sonrisa clara en su voz―. Nunca me
perdonaría si dejara que una dama pasara hambre en mi presencia.
―Qué caballeroso ―respondí a la ligera.
Cameron se rió de nuevo y cerré los ojos con fuerza, saboreando la dulce
ola de… algo… que vino con eso.
No me atrevía a nombrarlo.
Por un momento deseé tener miedo de la oscuridad, o ser claustrofóbica,
así tendría una razón para evitar las sutilezas sociales y acurrucarme a su
lado, permitirle hacerme sentir mejor sobre… todo.
Estaba haciendo esto demasiado fácil, fingir que era otra persona. ¿Quién
podría coquetear en una situación como ésta, conocer a alguien a quien
probablemente nunca volvería a ver?
Me acerqué y lo quité de su agarre, y nuestros dedos se rozaron cuando
lo hice. Me aclaré la garganta y separé con delicadeza el papel del
sándwich.
―Gracias.
Le di algunos bocados, tarareando apreciativamente.
Cameron me estaba mirando. Podía sentir su mirada en mi rostro
mientras intentaba masticar lo más silenciosamente posible.
Cuando terminé el sándwich, doblé con cuidado el papel y lo dejé en el
suelo.
―¿Mejor? ―preguntó.
―Mucho. ―Me recliné, estirando las piernas, con cuidado de no enredar
mis pies con los suyos―. Entonces... muchas más de una hermana ―dije.
Él asintió.
―Sí.
―¿Cuántos hermanos tienes? ―pregunté.
Él sonrió, esos dientes brillaron de nuevo en blanco.
―¿Cuánto tiempo tienes? ―preguntó.
Extendí mis manos.
―Mucho, aparentemente.
Su risa de respuesta calentó algo dentro de mí.
Interesante.
Tenía que ser la extraña situación en la que nos encontrábamos.
O tal vez la naturaleza de eso de lo que había estado huyendo me hizo
notar cosas que no esperaba.
Era un impulso para la atracción sexual, por así decirlo.
Excelente.
Justo lo que necesitaba.
Como si el universo hubiera decidido entregarme personalmente a un
hombre amable y atractivo frente a mi cara para decir: ¿ves? Si te hubieras
casado con Ethan, nunca experimentarías algo como esto.
―Bueno, Ivy ―dijo lentamente―, espero que seas de rápido aprendizaje
porque esto podría complicarse un poco.
Algo en la forma en que dijo mi nombre (cálida, divertida, un poco
coqueta) hizo que me diera un vuelco en el estómago, ese tipo de vuelco
agradable que se siente cuando se llega a la cima de la colina de una
carretera que va demasiado rápido.
Y eso me dio el rayo de verdad más extraño.
Por eso huiste, Ivy.
Por eso me arriesgaría a sufrir la decepción de mi papá por primera vez
en toda mi vida.
Quería capturar cada pedacito de este sentimiento. Embotellarlo y
apretarlo contra mi pecho.
Fue suficiente para que me sintiera mareada.
Quería ser la chica del ascensor que pudiera disfrutar de un momento
como este, en lugar de enumerar mil razones por las que era una mala idea.
Entonces no las enumeraría.
Era un día. Ni siquiera eso.
Un par de horas de un día y me permitiría tener esto.
No podía hacer nada más que cerrar los ojos otra vez y dejar que se
asentara en mis huesos, y sonreí mientras lo hacía.
―Creo que puedo seguir el ritmo.
3
Cameron
Este era mi ascensor favorito en todo el mundo.
Y lo odiaba.
Había suficiente luz en el inútil panel de la pared como para ver sus
expresiones faciales si entrecerraba los ojos un poco.
Sus ojos estaban cerrados ahora, pero estaba sonriendo, y no pude evitar
preguntarme qué diablos estaba pasando que me encontraba esperando
con ansias las próximas horas.
Había perdido la puta cabeza, eso es lo que estaba pasando. Cualquier
frustración que sentí después de escuchar que tendríamos que esperar
desapareció hacía mucho tiempo.
―Tu familia ―instó suavemente en el momento de silencio.
Me aclaré la garganta.
―Cierto. Bueno... ¿quieres la versión corta o la versión larga?
Ivy dejó escapar un zumbido pensativo y, lo juro por el cielo, se me
erizaron los pelitos de la nuca.
―¿Un término medio?
Dejé escapar un suspiro lento.
―Tengo tres hermanos y tres hermanas. En realidad, cuatro de cada uno,
si incluyes a mi cuñada y a mi cuñado, lo cual hago porque ambos me
joden como si fuéramos parientes desde que nacimos.
―Dios, tu pobre mamá ―dijo arrastrando las palabras―. ¿Hablas en
serio?
Con una sonrisa, recosté la cabeza en el panel del ascensor.
―Sí. Ah, y dos sobrinas. Esperemos que haya más de ellos en camino.
La sentí mirándome. Estudiándome.
―Tu mamá debe ser una santa ―dijo.
―Madrastra, en realidad ―corregí suavemente―. Mi mamá también
murió cuando yo era niño.
El rostro de Ivy se giró bruscamente en mi dirección y, santo infierno, le
habría arrojado una maleta entera llena de dinero a alguien si eso
significara que podía ver esos ojos azul oscuro.
―¿En serio? ¿Cuántos años tenías?
―Poco menos de ocho. Ella... tuvo una forma de cáncer muy agresiva.
Recuerdo fragmentos, su cama de hospital donde nos leía, ese tipo de
cosas.
El silencio entre nosotros era algo vivo que respiraba.
―Lo siento ―dijo en voz baja.
―Gracias. ―Ya no me dolía el pecho cuando le contaba a alguien sobre
ella. Eso era lo extraño de ser tan joven cuando la perdí. Fue una pieza tan
fundamental de cómo terminó nuestra familia, que se sintió un poco como
contar la historia de otra persona―. Mi papá, con sus tres hijos, se volvió a
casar con Sheila, con su niño y sus dos niñas, un par de años después, y
como si eso no fuera suficiente caos, agregaron a Poppy a la mezcla justo
después de casarse, y no estoy seguro de que alguna vez deje de
recordarnos que ella es la cereza de toda la pila de niños.
―Dios ―suspiró Ivy―. Te preguntaría sus nombres, pero tienes razón,
se necesita un doctorado para mantener todo eso claro.
―¿No tienes uno de esos? ¿Con qué tipo de mujer me quedé atrapado?
Cuando ella se rió (un pequeño sonido delicado y ofendido), sentí que
todo mi estómago se tensaba, una agradable contracción de mis músculos
directamente por el sonido grave y gutural.
Al menos ella se reía porque yo tuve que resistir el impulso de
golpearme la cabeza contra la pared del ascensor.
¿Ese fue mi mejor intento de coquetear? Buen señor. Ya no sabía cómo
hacer esto. Había pasado demasiado tiempo desde que quise hacerlo. Mis
mejillas se sentían sospechosamente calientes y, por primera vez, agradecí
la poca iluminación.
Ivy se movió, doblando las piernas hacia un lado, y eso atrajo más de su
rostro a la luz.
El borde afilado de su mandíbula, los pómulos altos y la línea de su
nariz.
Ella no era una belleza suave.
Había algo intimidante en eso: los ángulos de sus rasgos eran casi
severos, pero por eso no quería nada más que seguir estudiándolos.
Tal vez era la naturaleza de mi trabajo, descubrir cómo algo se unía de
una manera que funcionara, que fuera construido para durar, pero no
quería nada más que verla con suficiente claridad para comprender por
qué la encontraba tan jodidamente atractiva.
No era yo, y atrapado en el ascensor oscuro con una mujer hermosa, no
quería pelear más con eso. Era un descanso de mi realidad (llevar
anteojeras ante algo como esto) y me sentí bien al querer tomarlo.
―Sin doctorado ―dijo a la ligera, cruzando las manos recatadamente
sobre su regazo―. Solo unas viejas y aburridas maestrías.
Silbé.
―¿Unas?
―Dos.
―Qué floja ―murmuré. Ella se rió de nuevo, y maldita sea si no sentí
como si hubiera ganado la lotería cuando hizo eso.
―No creo que nadie me haya llamado así alguna vez ―dijo a la ligera.
Justo cuando estaba a punto de disculparme, ella volvió a hablar―.
Felicidades por ser el primero.
El subtexto me hizo soltar una risa incrédula.
No creía mucho en el destino, pero esto (estar atrapado ahí con ella,
después de verla afuera) se sentía como si estuviera destinado a ser, y no
sabía qué hacer con eso.
Todo lo que sabía, de lo único de lo que estaba seguro, era que quería
asimilar todo lo que pudiera mientras ella estuviera ahí.
―¿Me estás diciendo que nadie se burla de ti?
Hizo una pausa, inclinando la cabeza mientras consideraba la pregunta.
―No.
―Es una pena.
―La mayoría de los hombres se sienten demasiado intimidados para
burlarse de mí ―dijo con facilidad. Sus ojos nunca se apartaron de los
míos―. Y es una rareza cuando tienen las pelotas para coquetear conmigo.
Una aguda oleada de interés subió por mi garganta.
¿Quién era esta mujer?
―¿Eso es lo que estás haciendo? ―preguntó. Como si estuviera
preguntando sobre el clima, o lo que estaba comiendo, o alguna otra
pregunta mundana que realmente no importaba en el gran esquema de las
cosas.
Pero la honestidad no haría daño.
―Estoy tratando de decidir si es una buena idea o no ―respondí.
Ella tarareó pero no respondió, y me encontré sonriendo.
―¿A dónde fuiste a la escuela? ―le pregunté.
―Gonzaga para la licenciatura, y acabo de terminar mis estudios en
Stanford y en la Universidad de Indiana para obtener esas dos maestrías
más flojas. En línea todas ellas, aunque eso no lo hace más fácil.
Mis cejas se alzaron lentamente. Chica inteligente.
―Mi casi cuñado fue a Stanford. Creo que olvidé mencionarlo en el
recuento.
―Necesitaría tarjetas didácticas y una hoja de cálculo para realizar un
seguimiento ―me dijo.
―Supongo que no tienes una gran familia.
―Solo mi papá y yo.
Sonaba solitario, pero decidí guardarme esa pepita para mí por el
momento.
―Gonzaga ―dije en voz baja―. ¿Eso significa que eres de Spokane?
―No. Mi papá fue a Gonzaga, así que… ya sabes cómo es. En realidad
soy de Seattle. Era más conveniente hacer mis estudios en línea, así podía
quedarme en casa con mi papá. Somos solo nosotros dos.
Era más joven que yo entonces, por un puñado de años, y ella no vivía
cerca del lugar que yo llamaba hogar.
No es que importara dónde viviera, me dije con firmeza.
―¿Y tú? ―me preguntó―. ¿A dónde fuiste a la escuela?
Con una sonrisa autocrítica, yo también me moví en el suelo. Nuestras
rodillas se rozaron. Yo no me moví y ella tampoco.
―Esto te horrorizará, pero no lo hice.
―Oh. ―Parpadeó un par de veces―. Supongo que fue de mala
educación por mi parte asumirlo.
Lo descarté con la mano.
―Está bien. La universidad no era para mí y lo supe en la preparatoria.
Odio estar atrapado dentro, y la idea de trabajar en un escritorio me haría
perder la cabeza.
Se aclaró la garganta en un sonido remilgado e incómodo que me hizo
sonreír.
―No te sientas mal ―le dije―. Aprendí haciendo, ¿sabes? Mi papá nos
enseñó a mí y a mi hermana todo lo que necesitábamos. Ningún salón de
clases en el mundo podría haber hecho lo que él hizo con la mitad de
eficiencia. Me hice cargo de nuestro negocio familiar con uno de mis
hermanas. Hemos estado ejecutando esto durante los últimos... diez años
más o menos.
―Eso es maravilloso. Planeo hacerme cargo del negocio de mi papá
algún día, así que puedo apreciarlo.
―Sin el matrimonio concertado esta vez ―dije.
Ella se rio.
―Sí, precisamente.
Me gustaba que ella no estuviera realmente comprometida, o en realidad
a punto de caminar por el altar hacia alguien.
De hecho, cada aspecto de cómo nos encontramos aquí simplemente dio
peso a su naturaleza fugaz. Me encontraba preguntándome si ella tomaría
una copa conmigo una vez que saliéramos, sentarnos en un lugar tranquilo,
donde la iluminación fuera lo suficientemente baja como para ser
romántica, lo suficientemente alta como para poder verla con claridad.
―¿Y tú? ―me preguntó―. Mencionaste que tu hermana estaría
preocupada. ¿Nadie más se pregunta dónde estás?
Mi boca se curvó en una sonrisa de satisfacción.
―¿Esa es tu forma de preguntar si estoy soltero?
Por un momento, me pregunté si me había equivocado al decirlo en voz
alta, porque vi su boca abierta por la sorpresa.
Luego volvió a aclararse la garganta.
―Sí ―dijo―. Supongo que sí.
Se movió de nuevo, nuestras piernas ahora se tocaban más allá de las
rodillas. Mantuve mi mirada en su rostro, esperando que me mirara, y
después de un momento prolongado, lo hizo.
Sonreí.
―Casado con mi trabajo, por así decirlo ―dije―. No estoy seguro de
que haya una mujer que quiera lidiar con las horas que tengo porque mi
familia también me ocupa mucho tiempo.
―¿No te sientes solo?
Exhalé una risa irónica.
―Estoy demasiado ocupado para sentir algo parecido. Vivo
aproximadamente a un kilómetro de mis papás, por lo que estoy ahí la
mayoría de las noches para asegurarme de que no necesiten ayuda con
nada. Mi papá está enfermo y mi mamá solo puede manejar ciertas cosas
de la casa y la propiedad. Mis hermanas están constantemente metidas en
mis asuntos y mis hermanos, de alguna manera, son incluso peores.
Ella inclinó la cabeza.
―Los amas mucho.
―No les digas eso ―dije.
Ivy se rió.
―Creo que tu secreto está a salvo conmigo, Cameron.
Mi nombre en sus labios era poderoso.
Poderoso hasta un grado irracional.
Mi lado impulsivo quería avanzar y capturarla con mis labios, sin
importar lo loco que pudiera parecer. Casi no la conocía, pero la atracción
no siempre tenía en cuenta esos detalles mundanos.
Podrías querer a alguien de un solo vistazo, o después de una sola
conversación.
Siempre fui consciente de la verdad, incluso si personalmente nunca me
había pateado el trasero por ese tipo de deseo instantáneo.
Pero ahora lo hacía.
No, no llevaba anteojeras. Estaba viendo todo sobre esto claramente. Los
crudos detalles de lo imposible que era esto no se me escaparon.
Probablemente tampoco a ella.
―Es seguro contigo ―murmuré―. Estoy seguro de que podríamos
contarnos todo tipo de cosas aquí, sabiendo que nunca verán la luz del día.
Había un subtexto en eso también, y no estaba seguro de que ella lo
hubiera escuchado.
Estábamos bordeando una línea invisible: dos extraños atrapados en una
posición insostenible, pero no importa lo hermosa que la encontrara, lo
seguro que estaba de que terminamos aquí por una razón, nunca sería ese
hombre que iría demasiado lejos, demasiado rápido.
Pero si Ivy pasaba un solo dedo por encima de esa línea, no era tonto.
La encontraría ahí sin dudarlo.
―Entonces ―dijo―. No hay esposa en casa.
―No.
―Ninguna novia esperando junto al teléfono.
Sonreí.
―No.
Ella inhaló lentamente.
―¿Y ninguna presión familiar para casarte con alguien a quien no amas
porque eso los beneficia económicamente?
Su subtexto era un poco diferente al mío, pero estaba ahí.
¿Recuerdas ese síndrome del caballero blanco? Todo dentro de mí
gritaba para decirle que nunca debería tener que hacer eso, que merecía
algo mejor que un trato comercial por el resto de su vida. Que merecía la
oportunidad de enamorarse, y que si su papá la amaba, también querría
eso para ella.
Pero me lo tragué porque, aunque fuera más joven, Ivy era una extraña.
No sabía nada sobre su vida aparte de estos pequeños detalles que ella me
había dado.
―No ―respondí―. No puedo decir que mi familia sea muy partidaria
de presionarnos para algo así. Además, nadie me pregunta si estoy listo
para sentar cabeza porque tengo una hermana y un hermano casados y una
hermana comprometida.
―Y dos sobrinas ―añadió―. Con suerte, habrá más en camino.
―Exactamente.
―¿Qué es este negocio familiar? ―me preguntó―. Eso evita que te
quedes atrapado dentro y no espera que tomes una esposa para que siga
funcionando.
Había algo en la forma breve en que preguntaba las cosas, en la forma
precisa en que hablaba.
Supuse que había algo en ella.
Sonreí.
―Construimos casas. Por lo general, solo construcciones nuevas, apenas
renovaciones, pero antes también lo hacíamos. Soy de un pequeño pueblo
al oeste de aquí ―dije.
Ivy exhaló una risa tranquila por la nariz.
―¿Qué? ―pregunté.
Al principio no respondió, pero su estudio era algo tangible en la
oscuridad.
Empujé su rodilla con la mía.
―Vamos, suéltalo.
―Nada. Sonará intolerablemente atrevido.
―Oh, vamos ―la engatusé―. ¿Qué más tenemos que hacer?
Suspiró y se alisó la falda del vestido de novia.
―Estaba pensando en lo asquerosamente cliché que es esto.
Mis labios se curvaron en una sonrisa.
―¿Sí?
―Estoy atrapada en un ascensor con un constructor de un pueblo
robusto y guapo ―dijo con un acento burlón―. Estamos a un paso de una
película navideña cursi.
Mantuve mis ojos fijos en ella desde el otro lado del espacio.
―Crees que soy guapo, ¿eh?
―No seas grosero, sabes que lo eres. ―Exhaló lentamente, como si toda
esta conversación la hubiera molestado―. Los hombres siempre saben
cuando son guapos. Es por eso que a la mayoría de ustedes son odiosos al
respecto.
―¿Era guapo el casi prometido? ―pregunté.
Qué pregunta tan tonta era. Como si importara.
Pero de alguna manera sí importaba. Quería saber qué clase de hombre
la hizo huir.
Apoyó la cabeza contra el panel.
―Es lindo ―dijo con cuidado―. Piel pálida. Ojos azules. Hace
doscientos años, estoy segura de que las mujeres se habrían desmayado en
el momento en que él entraba en una habitación, pero él no es mi tipo.
Prefiero hombres que sean lo suficientemente altos como para poder usar
mis zapatos favoritos y no tener un conocimiento íntimo de la parte
superior de su cabeza. ―Ivy resopló―. Además, tenía brazos como palillos
de dientes y manos sudorosas.
―Ah, ahora sé por qué huiste.
Sus labios se curvaron en una sonrisa.
―Él no tenía tus manos ―añadió con picardía.
Mis cejas se alzaron.
―¿Qué significa eso?
―Nada.
―Oh, ¿quién está coqueteando ahora? ―pregunté.
Ivy no dijo una maldita palabra, simplemente me vio fijamente.
Gentilmente, empujé su rodilla con la mía.
―Vamos. Me debes esa explicación.
―¿Ah, sí?
Estaba arqueando una de esas cejas mientras lo decía. Conocía el tono
bastante bien por las millones de veces que mis hermanas hicieron esa
expresión facial.
―No ―respondí simplemente―. Me quedaré aquí sentado y agonizaré
sobre lo que podrías decir.
Ivy suspiró, como si estuviera terriblemente incómoda, y no pude evitar
sonreír. Enderezó su postura, luciendo tan majestuosa como cualquiera en
el piso de un ascensor con un vestido de novia vintage.
―Bien. Son tus palmas―afirmó con calma.
Se las ofrecí.
―Mis…
Sus ojos estaban fijos en los míos y no los bajó. Se me puso la piel de
gallina en los brazos.
―Tus manos, cuando estrechaste las mías, noté que eran…
―¿Qué?
La oí tragar. Registró la inclinación de su barbilla.
―Rudas. Eran duras. Nunca... nunca me ha tocado un hombre con
manos así.
El calor rugió, un rápido fuego recorrió mis venas, y tuve el deseo más
loco de preguntarle si quería que la tocaran más.
―Lo siento ―logré decir, pero mierda, eso era mentira.
No lo sentía en absoluto. No si a ella le gustaba.
―No deberías disculparte ―dijo con mucha calma―. Me gustó.
Mis ojos se dirigieron hacia los suyos. ¿Dijo esa última parte en voz alta?
La oscuridad parecía una maldición, algo con intenciones maliciosas de
impedirnos vernos con claridad.
Con cada confesión que salía de sus labios, esa línea entre nosotros se
desvanecía hasta convertirse en algo endeble e insustancial.
Ni siquiera estaba seguro de que la línea todavía estuviera ahí, pero a la
mierda si no iba a estar seguro.
Todo mi cuerpo estaba tenso, una mano invisible empujaba contra mi
pecho para que no me lanzara hacia ella y deslizara mis manos en su
cabello, a lo largo de su cara, por la línea de su cuello y hombros.
―¿Ah sí? ―pregunté, mi voz baja e inestable.
Áspera. Olvida mis manos, mi voz era áspera. Sonaba como si hubiera
masticado clavos oxidados y hubiera intentado escupirlos.
Ivy respiró hondo, sus manos se movían inquietas en su regazo y,
después de una pausa eterna, comenzó a moverse con cuidado. Mi corazón
latía salvaje y ferozmente en mi pecho mientras ella se arrodillaba,
acercándose a mí. La falda se abrió en abanico a su alrededor, y cuando
parte de ese encaje blanco cubrió mi pierna, pasé el pulgar por el borde.
Era tan delicado. Refinado.
Como ella.
Esta chica inteligente con hermosos ojos y rasgos afilados a quien quería
devorar entera. Quería encontrar sus partes suaves y ver a qué sabían sus
labios.
Una vez que Ivy se arrodilló, dejó escapar una profunda exhalación y
tomó mi mano. Le dio la vuelta, pasando las puntas de sus dedos a lo largo
de mi palma, luego a lo largo de mis dedos.
―Maldita sea ―susurré en voz baja. Me estaba poniendo duro cuando
una mujer me tocaba las manos. Mi otra mano se cerró en un puño cuando
Ivy levantó la mía y la colocó a lo largo de su cuello.
Su piel era cálida y suave, y mis dedos se amoldaron instantáneamente a
la parte posterior de su elegante cuello, su cabello rubio dorado de su cola
de caballo me hizo cosquillas en el dorso de los dedos.
―Ahí ―dijo temblorosamente―. Quería sentirla ahí.
Presioné mi pulgar, levantando su barbilla.
―¿Así? ―pregunté.
―Sí ―susurró. El movimiento de su trago bajo mi palma fue como una
maldita droga.
Lentamente, moví mis piernas hacia afuera, enderecé mi espalda donde
estaba apoyada contra la pared, deslizando mi palma hacia arriba,
permitiendo que mis dedos se deslizaran sobre su mandíbula y sobre esos
pómulos tallados. Sus ojos se cerraron.
¿Qué diablos estaba pasando?
―Ivy ―dije con urgencia―, no puedo verte muy bien, así que si esto es
algo que quieres de mí, será mejor que lo dejes muy claro.
Hubo un momento en el que se quedó paralizada y me preparé para que
se alejara. Que inevitablemente dijera en voz alta no puedo creer que haya
hecho esto y lo siento mucho.
Excepto que ella no lo hizo.
Se subió el vestido de novia y avanzó de rodillas, balanceando su pierna
sobre mi regazo, y yo dije una oración blasfema de agradecimiento por
cualquier cadena cósmica de eventos que terminara con nosotros aquí.
―Si no lo quisiera, ¿estaría haciendo esto? ―preguntó, mientras
colocaba su dulce peso sobre mí y yo la agarraba de la cintura para
abrazarla con fuerza.
Hizo un pequeño movimiento de balanceo con las caderas y soltó un
suspiro cuando me sintió entre sus piernas.
―Me alegro muchísimo de que lo hagas ―dije, justo cuando deslizaba
mi mano contra su mejilla. Hicimos una pausa ahí, un breve momento de
estudio en la oscuridad, y luego avancé y tomé su boca con la mía.
Dulces.
Suaves.
Peligrosos.
Y esos eran solo sus labios. Cuando los ella abrió inmediatamente, un
suspiro entrecortado escapó de su boca hacia la mía, lo tragué con un
profundo gemido y pasé mi lengua contra la suya.
Sus manos se deslizaron en mi cabello y agarraron los mechones con
fuerza mientras la besaba profundamente, memorizaba su sabor, la forma
en que sentía su lengua cuando se entrelazaba con la mía.
No se sintió como un primer beso.
Porque nada era tímido ni experimental.
Ella me besó como si lo hubiéramos hecho durante años, como si
supiéramos exactamente lo que quería la otra persona.
¿No era eso lo loco de seguir tus instintos?
No había una forma lógica para que supiera que a ella le gustaría cuando
volví a enrollar mis dedos alrededor de su cuello, usando mi pulgar debajo
del borde de su mandíbula para dirigir el beso, pero lo hizo. Estaba claro en
el ligero temblor de sus manos, los dulces gemidos que surgían de lo más
profundo de su garganta, y la forma en que presionaba tan fuerte contra mi
pecho como si no pudiera acercarse lo suficiente.
Lo cual era conveniente porque yo tampoco podía.
Con un brazo alrededor de su cintura y los dedos hundiéndose en su
vestido, marcó un ritmo lento y enloquecedor con sus caderas.
Ella se separó con un grito ahogado pero no retrocedió, así que enterré
mi nariz en la pendiente de su hombro y respiré con avidez.
―Hueles tan jodidamente bien ―gruñí―. Por favor, dime que esto está
bien.
―Por favor ―suplicó―. Oh, por favor no pares. Dios, necesitaba esto.
Con un gemido, chupé la piel debajo de mi boca, donde su cuello se
inclinaba hacia su hombro, y eso la hizo retorcerse encima de mí.
Nunca fui un tipo de aventuras de una noche. Nunca he sido un chico de
sexo casual.
Pero mis manos temblaron por el esfuerzo que hice para no empujar la
falda de su vestido, rasgar la cremallera de mis pantalones y ver cómo se
sentía ella apretada a mi alrededor, y lo bien tomaba cada centímetro de
mí.
Ella jaló mi cara y yo incliné mi boca sobre la suya otra vez, con nuestras
lenguas en duelo, algo desordenado y resbaladizo y mucho más caliente
que cualquier cosa que pensé que podría manejarse en el piso de un
ascensor.
Deslicé mi mano por su espalda, enredando las puntas de su cabello en
mis dedos, apretando mi agarre cuando hizo un sonido entrecortado de
alivio en mi boca.
Las puntas afiladas de sus uñas pincharon mi cuero cabelludo y gemí.
Ella era muy receptiva.
El sexo sería increíble.
Lo sabía. Lo sabía tan profundamente en mis huesos que quería
inclinarla hacia atrás y ver qué hacía falta para que sus piernas temblaran a
mi alrededor.
¿Podría hacerlo solo con mis manos?
¿Mi boca?
¿O haría falta todo lo posible para llevarla ahí?
Chupé su labio inferior, soltándolo con un pop, y ella echó la cabeza
hacia atrás con un suspiro entrecortado.
―Esto es una locura ―respiró―. ¿Por qué se siente tan bien? Ni siquiera
te conozco.
Desenredando mi mano de su cabello, la dejé deslizarse lentamente
sobre la línea de su brazo, mientras ella agarraba mi camisa hasta que mi
palma descansó sobre la firmeza de su muslo. Lentamente, recogí la tela de
su falda y ella se estremeció.
Su piel era suave y cálida. Mi palma se deslizó sobre su espinilla, su
rodilla, el firme músculo de su muslo, y mientras lo hacía, sorbí
delicadamente sus labios, con solo el susurro de besos, mientras ella
luchaba por recuperar el aliento.
―Por eso se siente bien ―dije contra su boca―. Es nuestro secreto, Ivy.
Nadie lo sabrá, y hay algo delicioso en eso, ¿no?
Ella asintió.
―Te irás a casa después de esto ―le dije, usando el borde de mis dientes
en su labio inferior―. Y pensarás en lo que estamos haciendo en este
momento.
Mis dedos apretaron su muslo, mi pulgar se hundió justo debajo de la
deliciosa curva de su trasero.
―Pensarás en mis manos ―susurré en su piel―, e intentarás tocarte de
la misma manera, pero no funcionará.
―Oh ―respiró, frotando su nariz contra la mía, nuestros labios se
rozaron―. Por favor, Cameron.
―¿Por favor qué? ―Le mordí la barbilla.
―Por favor, tócame ―suplicó.
―Lo hago. ―Mi pulgar rozó la parte interna de su muslo, de un lado a
otro, sin moverse más lejos, y ella se estremeció de nuevo―. ¿Alguna vez
has hecho esto con alguien que no conoces?
―No ―logró decir―. Nunca hago algo como esto. Todo es… planeado,
siempre tengo el control de lo que va a pasar, siempre sé lo que va a pasar.
―¿Y ahora no lo sabes? ―pregunté.
Ella sacudió su cabeza. A la débil luz del ascensor, me di cuenta de que
tenía los ojos cerrados y, de repente, los quería bien abiertos. Quería que
ella mirara, viera y supiera exactamente lo importante que era esto para mí.
―Mírame ―dije con voz firme, y sus ojos se abrieron de golpe―. Eso es
―murmuré―. ¿Qué quieres que pase, Ivy? Quiero que me digas.
―No puedo ―susurró―. Yo nunca…
Mi cuerpo se quedó quieto.
―¿Nunca... qué?
Ella sonrió.
―Lo he hecho ―dijo a la ligera, y mi cuerpo se hundió de alivio―. Una
vez.
―¿Con tu futuro esposo? ―pregunté. Mi pulgar nunca dejó de rozar
suavemente su piel. Negándose a acercarse al calor entre sus piernas.
Ivy sacudió la cabeza lentamente.
―¿Estuvo bien? ―pregunté bruscamente.
De nuevo, ella negó con la cabeza.
―Lo sería con nosotros ―le prometí, luego la besé, feroz, profundo y
caliente. Vertí mi maldita alma en ese beso, haciendo promesas que no
tenía derecho a hacer: sobre cómo la haría sentir, cómo nos brindaría a
ambos una cantidad impía de placer si tuviera la oportunidad. Mientras lo
hacía, apreté mi mano sobre su muslo hasta que estuve seguro de que
tendría marcas. Rompí el beso y hablé contra su boca―. Sería bueno, Ivy.
Ambos terminaríamos sudando y temblando y tan jodidamente agotados
que no podríamos movernos. Podría hacerte olvidar tu nombre si me lo
permitieras.
Ella suspiró temblorosamente, echando la cabeza hacia atrás mientras
agarraba mi muñeca debajo de su falda y trataba de acercar mi mano a
donde ambos la queríamos.
Justo cuando comencé a quitar la ropa interior de encaje del camino, con
nuestras bocas trabajando una contra la otra en un beso erótico que
realmente quería recrear donde estaba mi mano actualmente, el ascensor
hizo un fuerte ruido metálico y otro golpe vino desde arriba.
Ambos nos quedamos helados.
Los sonidos se hicieron más fuertes. Cerca.
―¿Todavía están bien ahí dentro? ―preguntó una voz―. Encontramos
otro ingeniero. Debería sacarlos pronto.
―Por el amor de Dios ―susurró ella―. ¿Estás bromeando?
Con nuestros ojos fijos el uno en el otro y mi mano entre sus piernas,
grité:
―Sí, estamos aquí.
Los ojos de Ivy se cerraron y dejó caer su frente contra la mía.
―Genial ―dijo él―. Deberíamos poder llevarlos al piso más cercano en
breve. Está trabajando en el tema en la planta baja.
―Gracias ―respondí.
Aunque no me sentía particularmente agradecido.
¿Estaría mal si le dijera al tipo que se fuera? ¿Qué nos diera unos veinte
minutos más así para que pudiera encontrar todos mis lugares favoritos
para tocarla?
Ivy se levantó lentamente de mi regazo y mi mano rozó su muslo
mientras regresaba a su lugar.
Mi cabeza golpeó contra la parte trasera de la pared.
―¿Está, mmm, Ivy ahí contigo? ―preguntó la voz.
Sus ojos se abrieron como platos.
―Estoy aquí.
―Tu suegra te está esperando. Ha estado muy preocupada. Ella solo
quería que te hiciera saber que todavía está aquí.
Ivy juntó las rodillas hasta el pecho y se cubrió la cara con las manos.
―Okey, gracias ―dijo.
Me pasé la mano por la boca.
Su suegra. Claro.
Parece que la cita había terminado.
Mis manos ansiaban alcanzarla, pero el momento estaba realmente roto.
No había forma de recuperarlo. No la invitaría a salir a tomar una copa
después de esto, ni habría momento en el que pudiera darle otro beso y
esperar otra cita. Una llamada telefónica. Cualquier cosa.
―Probablemente sea lo mejor ―dijo con rigidez.
Tenía los ojos cerrados de nuevo.
No dije una mierda porque no confiaba en mí mismo para hablar.
―No debería haber... ―Su voz se apagó―. Nunca puedes pretender ser
alguien diferente, y esa no soy yo ―dijo―. Yo no… yo no hago cosas así.
Apreté la mandíbula con fuerza.
―Tengo responsabilidades ―continuó―. Expectativas, y no puedo
solo... no puedo ignorarlas solo porque nosotros...
―¿Casi follamos en el piso de un ascensor? ―Terminé amablemente.
Ella dejó escapar un suspiro de sorpresa.
Era lo opuesto al caballero blanco, pero no podía arrepentirme de
haberlo dicho.
―Yo tampoco hago mierdas como esta, Ivy ―le dije―. No me acuesto
con extrañas por costumbre, y definitivamente no rompo compromisos.
―No estoy comprometida, no importa cómo se llame ―dijo Ivy
acaloradamente.
La chispa de mal genio fue suficiente para ahuyentar a la bestia que
gruñía y caminaba detrás de mis costillas. No estaba solo en esto. La única
razón por la que se sentía tan enojada como yo era por la frustración sexual
de lo anterior.
Con el ruido metálico y las herramientas de fondo, volví a golpear la
nuca contra la pared.
―No pretendías ser alguien diferente ―le dije―. Tú querías esto. Tú.
Nadie más. Te subiste a mi regazo y trataste de meter mi mano debajo de
esas bragas de encaje tuyas porque nunca alguien como yo te tocó o te
habló sucio. No te mientas diciendo que eras alguien diferente porque
querías que yo hiciera todas esas cosas.
No dijo nada, solo me vio fijamente y luego se puso de pie con gracia. Yo
hice lo mismo y me tomé un momento de satisfacción porque ella tuvo que
inclinar la cabeza hacia atrás para mirarme a los ojos.
―¿Estás tratando de hacer que te odie? ―preguntó sedosamente―. ¿Eso
hará que sea más fácil cuando ambos salgamos de aquí?
―Por supuesto que no. ―Levanté mi bolso de lona del suelo y me lo
puse al hombro, luego tomé el bolso de mi computadora portátil con la otra
mano―. Simplemente me niego a aceptar que te cuentes alguna historia de
que no estabas actuando como tú misma. Creo que el hecho de que
corrieras y de que sucediera esto es exactamente lo que necesitabas, y
simplemente no puedes admitirlo.
―No sabes nada sobre mí ―dijo con calma.
Mientras lo decía, las luces del ascensor volvieron a encenderse, y ambos
hicimos una mueca ante la repentina intrusión de luz.
Pero fue solo un momento y nuestras miradas se encontraron.
Era tan hermosa que era difícil mirarla directamente.
Pero me negué a bajar la mirada.
―Tienes razón ―le dije―. No te conozco, aunque desearía hacerlo.
Su boca se abrió levemente.
Se nos acababa el tiempo y decidí correr el riesgo. Gentilmente, toqué
con mi pulgar la curva de su labio inferior.
―No tienes idea de cuánto desearía hacerlo ―dije en voz baja y urgente.
Ella contuvo el aliento como si fuera a responder.
El ascensor empezó a moverse y sus ojos parpadearon.
No podría definir lo que vi ahí, hizo un buen trabajo cerrándolo
inmediatamente.
Esta era la mujer que vi en la calle. Seria, afilada e imposible de abordar.
Mis entrañas gritaron con una necesidad desesperada de besarla de
nuevo, solo para poder verla mientras lo hacía. Ver sus párpados cerrarse y
el rubor subir a sus mejillas de cerca.
Pensé en pedirle su número. Pensé en lo mucho que no quería que esta
fuera la última vez que la viera, pero las puertas del cuarto piso se abrieron
y una multitud de personas inmediatamente exhaló aliviada al vernos.
Una mujer en la parte de atrás gritó el nombre de Ivy, con un celular
pegado a su oreja.
―Sí, ella está bien, la veo ahora.
Con otra mirada a Ivy, me pregunté si alguien más notaría la ligera
hinchazón de sus labios, los cabellos sueltos a lo largo de su cara debido a
mis manos en su cola de caballo.
Ella levantó la barbilla.
―Adiós ―dijo Ivy.
―Buena suerte con... todo ―le dije.
Luego me abrí paso entre la multitud, decidido a olvidarla.
4
Ivy
En general, era muy buena siguiendo instrucciones, haciendo lo que me
decían.
Haciendo lo que me criaron para hacer.
Pero hubo algunas excepciones. Momentos en los que me sentí como si
fuera una botella de champán que había sido agitada demasiadas veces y
alguien presionara el corcho a la perfección.
Ese era mi secreto. Siempre sentí la tensión cocinándose a fuego lento bajo
la superficie. Nunca fue una sorpresa para mi. Mi piel, la mayoría de los
días, estaba a rebosar de todas las cosas que quería decir y hacer.
Ese era mi secreto. Siempre sentía la tensión hirviendo debajo de la
superficie. Nunca fue una sorpresa para mí. La mayoría de los días, sentía
que mi piel estaba a punto de estallar con todas las cosas que quería decir y
hacer.
Pero para reprimir ese impulso me había entrenado muchísimo.
Creía firmemente que la mayoría de las mujeres tenían una capa oscura.
Algunas la mantenían oculta mejor que otras, con dulces sonrisas y
disculpas. Algunas nunca la mostraban en absoluto, pero Dios,
probablemente terminaban en un episodio de Snapped.
Pero debajo del dulce y femenino deseo de complacer, de ser querida,
amada y adorada universalmente, había un tacón de aguja, un lápiz labial
rojo sangre y una chica ruda que quería dominar cada puta habitación en la
que entraba.
Esa mujer quería ser temida. Porque si ella era temida, entonces nadie la
lastimaría.
Y cuando se volvía demasiado difícil seguir desempeñando ese papel,
cuando alguien apretaba justo, cuando se apretaba el moretón correcto, era
cuando la mierda se volvía loca. El recipiente no podía soportar la presión,
y cuando disponía de la más mínima liberación, seguía cada instinto de
grito dentro de mi cabeza, sin importar las consecuencias.
Hace menos de una semana, fue el incidente del vestido de novia.
Seguido rápidamente por la debilidad momentánea en el ascensor.
Todavía estaba trabajando para borrar eso de mi memoria, lo cual era
difícil porque si hubiéramos estado en ese ascensor por otros diez minutos,
habría dejado que ese hombre me atravesara contra la pared.
No es la rebelión más fácil de olvidar.
En la universidad, fue mi aventura de una noche con mi compañero de
estudio. Relativamente leve y completamente comprensible en el gran
esquema de las cosas.
En la preparatoria, me colé en la sala de vinos de mi papá en la planta
baja y saqué un Chateau Petris 2008 de la enorme pared, por un desafío de
un grupo de chicas que decían que nunca hice nada divertido.
Eso no valió la pena porque a la mierda con esas perras por presionarme
y a mí por ceder tan fácilmente cuando lo único que realmente querían era
algo de alcohol gratis. Resultó que esa botella de vino tinto oscuro sabía a
tierra y valía cerca de seis mil dólares. Mi papá notó el lugar vacío
inmediatamente y me castigó durante un mes.
Fue la primera vez que me dijo que estaba decepcionado de mí. Me sentí
como si me hubiera abofeteado, considerando lo mucho que me dolió.
Y cuando estaba en la preparatoria, le di un puñetazo a un chico que
intimidaba a uno de mis compañeros de clase, a pesar de que nunca fui
propensa a tener arrebatos violentos. Nadie hacía nada contra él porque
sus papás eran aparentemente más ricos que Dios mismo. Los profesores
nunca hicieron nada porque era uno de esos matones inteligentes, del peor
tipo.
Intenté decírselo a mi papá una vez durante la cena.
―Es injusto ―le dije―. ¿No puedes hacer nada al respecto? ―exigí.
Nunca olvidaré cómo tranquilamente dejó su tenedor para ensalada y
juntó las manos frente a su cara.
―Ivy, durante el resto de tu vida verás cómo se desarrolla la injusticia
frente a ti. Cuando eres adulto, puedes elegir cómo reaccionar cuando le
sucede a otra persona y el resultado está dentro de tu esfera de control.
―Bajó las cejas y colocó con cuidado las manos sobre la mesa―. Esto está
fuera de mi esfera de control. No puedo hacer nada con este niño, sin
importar lo que esté haciendo en la escuela.
―¿Eso significa que yo puedo hacer algo al respecto? ―pregunté.
Papá no respondió de inmediato.
―Lo pensaría detenidamente. Una de esas cosas injustas a las que te
enfrentarás es ser una mujer poderosa en un mundo de hombres. Te estoy
criando para que seas ese tipo de mujer en tu esfera de control, que es esta
familia y mi negocio. Hombres y mujeres desafiarán tu autoridad porque
confían menos en ti, simplemente por la naturaleza de quién eres. Si eres
demasiado emocional, te llamarán histérica. Si eres fría y firme te llamarán
perra. Si un hombre fuera todas esas mismas cosas, sería apasionado. Un
gran líder con la cabeza sensata sobre sus hombros.
―Bueno, eso es una estupidez ―dije en ese momento.
―Así es la vida, Ivy, y esa es la realidad para la que debes prepararte.
Solo porque no nos guste no significa que podamos fingir que no existe.
A la edad de trece años, ese era el tipo de conversación que teníamos
durante la cena: el tema matizado de la dinámica de género en el lugar de
trabajo. No era difícil preguntarse por qué mantenía todo bajo llave como
una monja en un prostíbulo.
Me juzgarían diez veces más duramente por tomar las mismas decisiones
que habría tomado el hijo inexistente de mi papá.
Como darle un puñetazo a un matón que se lo merecía porque todos mis
compañeros eran unos cobardes absolutos.
Papá no respondió directamente a mi pregunta. Normalmente esa no era
su manera. Él me diría los desafíos que enfrentaría, me diría por qué
existían esos desafíos, y luego me recordaría, no muy sutilmente, cómo lo
manejaría un Lynch.
Lo recuerdo inclinándose hacia adelante.
―Los Lynch son irreprochables, Ivy. ¿Alguna vez has visto a nuestra
familia sumida en un escándalo?
Negué con la cabeza.
―Les da munición. ―Luego tomó de nuevo su tenedor―. Nunca le
entregaré un arma a alguien que la usaría para destruirme. Esa es una
locura de principiante.
Pensé en sus palabras el resto de la noche y traté de distinguir
exactamente lo que quería decir, y al día siguiente, cuando ese pequeño
imbécil comenzó de nuevo, fueron las súplicas de su víctima lo que me
hizo acercarme a él.
Ni siquiera sabía cómo lanzar un puñetazo porque ciertamente nunca me
enseñaron eso en las clases de etiqueta, pero algo escondido en los rincones
ocultos de mi cerebro sabía qué hacer.
Acorraló a ese niño más pequeño que él, con menos dinero que él, y
siguió empujándolo contra la pared cuando él intentó alejarse, riéndose con
esa estúpida risa nasal cada vez que lo hacía.
Resultó que mi esfera de control era esa esquina trasera del patio de
recreo.
La satisfacción que obtuve al jalarlo de la parte trasera de su uniforme,
levantar el puño hacia atrás y sentirlo crujir en su nariz fue impía, una
oleada de poder que nunca había experimentado.
Ese fue el día que decidí que prefería que pensaran que era una perra a
que me vieran como débil.
Le sangró un poco la nariz y ese pequeño idiota corrió directo a la oficina
del decano.
Llamaron a mi papá al cabo de una hora y la mirada que me dio cuando
entró en esa reunión hizo que se me congelaran las venas. Como no hubo
testigos y el niño que estaba siendo acosado se negó a hablar en mi contra,
los papás del imbécil no pudieron hacer mucho excepto señalar el
hematoma en mis nudillos.
―Ella se hizo eso en casa anoche ―mintió mi papá suavemente―. Estoy
bastante seguro de que nuestra ama de llaves también estaba en la
habitación, si también necesitan su testimonio.
Mantuve mis manos todavía en mi regazo, no se hizo ningún
movimiento durante toda la reunión, y se me permitió regresar a clases.
Pero el matón me dejó en paz, y también al otro niño.
Cuando llegué a casa esa noche, le pregunté por qué mintió.
Me vio por un momento y dijo:
―Porque prefiero vivir con eso en mi conciencia que ver tu reputación
manchada en lo más mínimo. Una vez que eso suceda, no puedes
deshacerlo. No en nuestro mundo.
Porque los Lynch eran irreprochables.
Los Lynch no actuaban como los demás.
Mi papá nunca volvió a hablar de eso.
Hasta hoy.
Me senté frente a él en las lujosas sillas de cuero frente a su escritorio
deliberadamente intimidante.
Tenía las manos entrelazadas frente a él y no había dicho una palabra
desde que entró. Me hizo esperar, por supuesto, porque si querías hablar
sobre juegos de poder, esta primera reunión desde mi incidente en
Portland era del manual básico.
Mi papá era un maestro en establecer dominio dentro de una habitación
y yo tuve un asiento en primera fila toda mi vida. No importaba que fuera
su hija, su única hija. Ese dominio también me incluía a mí, especialmente
cuando era culpable de una transgresión ante sus ojos.
Me moví, quitando una pelusa invisible del dobladillo de mi vestido de
tubo negro ajustado, mi cabello estaba liso como una horquilla y me rozaba
las clavículas. Mis piernas estaban cruzadas a la altura del tobillo, con los
taconrs color nude a un lado, lo que permitía un pequeño destello de las
suelas color rojo brillante.
Mi espalda estaba muy recta, alejada de la superficie de la silla.
No podía criticarme por mi postura ni encontrar un solo defecto en mi
forma de presentarme.
Que siempre parezca que estás a cargo de la habitación, Ivy. La gente te
respetará más cuando entres como la jefa.
Los nervios subieron por mi vientre y respiré profundamente unas
cuantas veces para borrarlos, pero fue imposible.
Aun así, permaneció en silencio.
Por mucho que me pareciera a mi mamá, tenía los ojos de mi papá.
Normalmente, estaban ardiendo cuando apuntaban en mi dirección.
Complacidos y orgullosos.
Pero no hoy.
Llevaba un traje gris carbón ajustado a su pecho ancho y su amplia
figura, con una corbata plateada y una camisa blanca. Gemelos de ónix y
plata parpadeaban bajo las luces del techo de la habitación. La expresión de
su rostro, como si estuviera tallado en piedra, era la misma que le había
visto en una sala de juntas llena de ejecutivos cuando estaba realmente
enojado.
Ni una sola vez en toda mi vida esa mirada había sido dirigida hacia mí.
Mi papá no era del tipo cálido y afectuoso, pero siempre me decía
cuando estaba orgulloso de mí. Siempre me dabas palabras de afirmación
inmediatamente cuando obtuve una A, gané una elección o una
competencia, o le gané en una de nuestras innumerables partidas de
ajedrez. Esas afirmaciones sentaron las bases de nuestra relación y las
ansiaba con fiereza.
Sabiendo que acababa de golpearlo hasta la médula en esta cosa
realmente grande... no recibiría afirmaciones positivas en el corto plazo.
Solté un suspiro lento y silencioso y sostuve su mirada porque incluso si
mis costillas temblaban por la fuerza de esa mirada, no lloraría.
―Confío en que tu viaje fue exitoso ―le dije.
Después de todo, preguntar era lo más educado. Ya sabía que fue un
éxito. Mi papá se hizo con numerosas propiedades cuando uno de sus
mayores competidores se vio obligado a vender después de que su nombre
se viera envuelto en grandes escándalos, del tipo legal que no
desaparecería rápida ni silenciosamente.
Fue un último esfuerzo para salvar las apariencias y le costaría
muchísimo.
―Nunca me gustó ―continué como si mi papá realmente estuviera
conversando―. Salió bien, pero en el fondo, se notaba que era un completo
imbécil.
Papá levantó una ceja.
―¿Recuerdas cuando llegó a la oficina hace un par de veranos?
Había una ligera inclinación en la barbilla de mi papá, así que lo tomé
como un sí.
―Pasó por la sala de conferencias donde estaba trabajando en algunas
valoraciones con uno de nuestros pasantes. ―Suspiré lentamente mientras
me sumergía en el recuerdo―. Fue amistoso al principio. Como un dulce
abuelo, luego se inclinó y me dijo que tenía un jodido trasero fantástico y
que si quería que me cuidaran, debería ir a trabajar para él.
Una vena palpitó en la sien de mi papá.
―¿Y justo ahora me estás contando esto?
―El momento era mío, no tuyo. Además, no quería arriesgarme a que
provocara una reacción volátil de tu parte cuando probablemente ese era
su objetivo, así que lo vi a los ojos y le dije que si no se alejaba de mí, le
metería un bolígrafo entre las piernas. Después de eso, le informé que
felizmente ocuparía su oficina de la esquina una vez que hubiéramos
desmantelado su negocio.
La ceja de papá se arqueó lentamente.
―Un poco violento para mi gusto, pero no puedo culparte por eso.
El silencio llenó su estudio y fue agonizante.
Decepcionar a mi papá nunca valía la pena por el alivio que sentía
cuando la presión burbujeante de mi rebelión momentánea disminuía.
Él era todo lo que tenía.
Esta habitación, la habitación silenciosa y forzada, era toda mi familia.
En mi regazo, mis dedos se torcieron brevemente, una debilidad visible
que se deslizó y dejé escapar un profundo suspiro antes de calmarlos
nuevamente en mi regazo.
―Entonces ―dije arrastrando las palabras―, estás enojado conmigo.
Un músculo de su mandíbula se contrajo y su mirada volvió a bajar a su
escritorio.
―No estoy seguro de que me hayas dejado muchas opciones, Ivy. Esta
unión entre Ethan y tú no solo tenía sentido porque confiamos
implícitamente en él y su familia, sino que los Lowell son nuestro mayor
inversor y ahora forman parte de la junta. ¿Cómo se supone que debo
sentirme si incumples un acuerdo que ha estado vigente durante diez
años?
―Fue un trato que hicieron sin que Ethan y yo tuviéramos voz y voto en
el asunto ―argumenté―. Tenía quince años cuando me lo contaste. Por
supuesto, entonces no pensé en las ramificaciones de eso. Yo era una niña y
él también.
―Estabas enamorada de él ―dijo papá―. Lo seguías a todas partes
como un cachorrito cada vez que estaba aquí. No te estaba obligando a
casarte con alguien vil.
Mis manos no podían quedarse quietas más y me pasé una por la cara.
―Fue un enamoramiento durante un solo año, y apenas fue
correspondido. Ethan se siente aliviado, papá. Hablé con él tan pronto
como llegué a casa desde Portland. No quiere casarse conmigo más de lo
que yo quiero casarme con él.
Papá resopló.
―Por favor. Como si pudiera encontrar algo de qué quejarse. Eres
hermosa, mucho más atractiva que él, inteligente y exitosa. Tienes un
pedigrí impecable.
―No soy una yegua de cría ―dije, mi voz adquirió un tono caliente―.
Mi pedigrí no es objeto de debate ni tiene consecuencias para esta
conversación. Pensaría que mi papá querría que eligiera un compañero de
vida porque lo amo, no porque beneficie a nuestro negocio.
―Te estás poniendo emocional, Ivy ―dijo con desdén―. Es por eso que
hacemos acuerdos como el de Ethan. Tendrías un esposo inteligente y
exitoso que te sería leal y el futuro de ambos estaría decidido. A tus hijos y
a tus nietos no les faltaría nada.
Mi garganta se apretó brevemente y usé cada pizca de energía para
mantener mis emociones reprimidas. Bien cerradas. Nada capaz de
escapar.
―Tú y mamá se amaban.
Sus ojos se dirigieron brevemente al cuadro de mamá en la pared de su
estudio.
―Lo hicimos. Eventualmente. Cuando conocí a tu mamá, ella acababa de
mudarse aquí desde un pequeño pueblo y no quería nada más que escapar
de ese tipo de vida.
Era una historia que había oído cientos de veces. La única historia que
estaba dispuesta a repetir cuando yo creciera.
Ella consiguió un trabajo en la recepción de la empresa donde mi papá
estaba ascendiendo lentamente, luego ella también ascendió, hasta que
compartieron una oficina y una visión de lo que querían de la vida. Mi
papá le pidió que se casara con él después de una cita. Un beso. Porque
sabía que ella era exactamente lo que necesitaba.
Juntos construyeron un imperio y vivieron felices para siempre.
O felizmente, hasta que ella murió, dejándonos a los dos solos con ese
imperio que construyeron.
Era el escenario de una historia de princesas, ¿no? Algo que habrías leído
en un libro de tapa dura con bordes y grabados dorados en el frente.
Era mi cuento de antes de dormir, como cualquier buen cuento de hadas,
y los cuentos de hadas tenían un significado muy específico más allá del
limitado entretenimiento que proporcionaban. Eran usados para dar una
lección, advertirle a los niños de una manera perfectamente inocente.
La lección que se suponía que debía aprender de la mía era obvia: no
arruines el legado familiar eligiendo imprudentemente, y me tomó tanto
tiempo decidir que era algo que necesitaba desaprender. No es que
estuviera eligiendo imprudentemente, sino solo que finalmente estaba
eligiendo algo para mí.
Sin, ya sabes, desmantelar a mi familia en el proceso. Es por eso que
enganché un bozal sobre la reacción de lengua afilada y apreté la cerradura
increíblemente fuerte.
Después de todo, heredé esa lengua afilada de él. No me haría ningún
bien desatarla ahora.
Intenté un enfoque más suave, que no era un enfoque que adoptara con
él a menudo. A él le gustaba mi lado fuerte y sarcástico, pero no estaba
segura de que me fuera a servir de mucho en este momento.
―¿No merezco la oportunidad de elegir por mí misma? ―le pregunté―.
Mírame a los ojos y dime que no.
Mi papá ni siquiera se inmutó.
―Es una tontería perseguir el amor, Ivy. No hay garantía de que dure y
ciertamente no paga las cuentas.
Junté los labios y luché contra el impulso de gritar, solo para ver qué
haría.
En lo profundo de la superficie de mi piel, podía sentir que la presión
aumentaba nuevamente. Una burbuja ligera como una pluma a la vez.
Eso es lo que todos olvidan. Un millón de libras de plumas sigue siendo
un millón de libras y, eventualmente, romperá lo que sea que las sostenga.
―Los Lowell están furiosos ―continuó―. Y no puedo ignorar eso.
―Sí, lo sé ―dije con firmeza―. Todavía tuve que viajar a casa con
Caroline.
Caroline Lowell me ladró durante todo el viaje de regreso de Portland a
Seattle, informándome que si mi mamá estuviera cerca, se sentiría
mortificada por cómo actué.
Los Lynch no actuaban como los demás.
Esa fue la única razón por la que no le dije que cerrara la maldita boca y
dejara de hablarme de mi mamá.
―Tu cumpleaños es mañana ―dijo mi papá en voz baja―. Y como
sabes, esperábamos anunciar tu compromiso con Ethan en la reunión de la
junta directiva mañana por la mañana. Los Lowell y yo decidimos que era
mejor que no asistieras.
Mis ojos se abrieron de golpe. Mi estómago tembló y traqueteó
siniestramente.
―¿Qué? No me he perdido ninguna en años.
―Entonces deberías haber pensado en eso antes de correr por el centro
de Portland con un puto vestido de novia ―espetó―. Todos en ese hotel
saben que estabas atrapada en ese ascensor con el vestido de novia de tu
mamá. Ya detuve una historia, pero no puedo garantizar que no haya otras.
El temblor en mi estómago desapareció, hasta que mis dedos se cerraron
con fuerza para evitar temblar visiblemente.
―Su confianza es vital, Ivy ―dijo―. Mi confianza en ti es vital, y
confieso que en este momento se está agotando un poco. Eres demasiado
mayor para tener rabietas.
―Esto no es una rabieta ―respondí lo más uniformemente que pude. Es
decir, no muy uniformemente, porque mi voz temblaba por toda la
emoción que amenazaba con derramarse―. Papá, he hecho todo lo que
siempre me has pedido. Fui a la escuela donde me dijiste, tomé las clases
que querías, elegí mis especialidades porque eran las tuyas ―dije.
―¿Ahora me estás culpando por tu educación? ―preguntó en una voz
peligrosamente tranquila―. Estoy decepcionado, Ivy.
Los Lynch no lloraban.
Los Lynch no lloraban.
Ignoré el ardor presionando contra el puente de mi nariz.
―No ―le dije―. Pero estás negociando con mi vida y merezco algo de
control sobre ella.
Abrió un cajón de su escritorio y dejó una carpeta de papel manila.
―En eso, estamos de acuerdo ―dijo, empujando la carpeta más cerca del
otro lado del enorme escritorio―. Hice lo mejor que pude contigo mientras
crecías, Ivy, pero creo que te he mantenido bajo mi protección durante
demasiado tiempo.
―¿Qué es esto?
―Como sabes, las estipulaciones de tu fideicomiso dictan que el dinero
del seguro de vida de tu mamá será tuyo cuando cumplas veinticinco años.
―Hizo una pausa y me aseguré de no bajar la mirada. Éste era otro juego
de poder, estaba segura de eso―. Pero nunca te dije que también incluye
una propiedad.
En mi pecho, mi corazón latía con nervios repentinos.
―¿Qué propiedad?
―Era de tus abuelos ―dijo―. Como sabes, murieron después que tu
mamá y le dejaron su casa en Sisters, Oregon.
Con cuidado, me acerqué para colocar la carpeta en mi regazo.
―¿Y es mía?
Hizo un silencioso sonido de asentimiento.
―Es tuya. Todos los bienes a su nombre son suyos a partir de la
medianoche de hoy, y espero que tomes una decisión acertada, Ivy.
Los papeles dentro de la carpeta se volvieron borrosos porque me
concentré demasiado en lo que él no estaba diciendo como para registrar
ninguno de los detalles. Levanté la cabeza y me encontré con sus ojos,
todavía tan duros como cuando comenzó esta reunión.
―Por favor, habla claro porque no estoy de humor para juegos ―le dije.
―Cuidado ―dijo sedosamente―. Yo no estoy de humor para
petulancias infantiles. Pensé que lo habíamos superado cuando tu arrebato
me obligó a mentir por ti en la escuela. ―Extendió los brazos―. De
repente, me encuentro en una posición similar, ¿no?
Mis mejillas estaban calientes y respiré profundamente.
―¿Qué estás pidiendo de mí?
Señaló con la barbilla la carpeta que tenía en mis manos.
―Habría demolido y vendido esa tierra hace años solo para deshacerme
de ella, pero como quedó a su nombre, ahora es tuya. Para un pueblo
pequeño, es una propiedad valiosa, especialmente en las manos adecuadas.
Mi mente se aceleró.
―¿Y qué quieres que haga con ella?
―Ese, Ivy, es tu primer proyecto. ―Se recostó y cruzó las manos
entrelazadas sobre su estómago plano―. Creo que algo de espacio de
Seattle te vendría bien. Dale a los Lowell y a la junta directiva la
oportunidad de... olvidar, y puedes demostrarnos al resto de nosotros que
todavía mereces un asiento en la mesa.
Era increíble la sencillez con que lo decía.
Como si no hubiera simplemente clavado un cuchillo directamente en mi
maldita espalda.
Siempre imaginé que la justa indignación sería ardiente. Llamas
lamiendo los costados de mi piel, derritiendo ropa, joyas y todo tipo de
cosas materiales.
Pero esto era muy, muy frío.
Mis dedos picaban. Mi cuero cabelludo se tensó, y luché contra un
escalofrío por la forma en que mis huesos estaban cubiertos de hielo, como
si fueran a romperse con el más mínimo contacto.
Mientras mi cerebro analizaba las devastadoras ramificaciones de lo que
acababa de decir, tenía un recuerdo vívido y doloroso de mi papá sentado
al frente y al centro de cada concierto, cada recital de baile, cada
competencia. Cómo se sentó frente a un tablero de ajedrez y explicó cada
movimiento y cada resultado con infinita paciencia y fe en mi capacidad
para aprender rápidamente.
Puede que su apoyo no haya sido en abrazos, risas y suave afecto
paternal, pero sí en su presencia. Al leer mis trabajos y proyectos escolares y
ayudarme a ser una pensadora aguda. Al enseñarme las formas de ser
fuerte, inteligente y capaz. Su apoyo fue que él estaba ahí, y que siempre
estuve a su lado.
―Me estás enviando lejos ―susurré, pero el susurro no duró mucho―.
¿Me estás… me estás castigando, amenazando mi lugar dentro de tu
empresa porque no me casaré con alguien que no amo?
Cuando llegué a esa última palabra, el meollo de todo nuestro asunto, mi
voz llenó cada centímetro de su estudio. Nunca, ni una sola vez, le había
gritado a mi papá.
Su rostro era plácido, pero sus ojos brillaban peligrosamente.
―Llámalo como quieras, Ivy. Estoy en deuda con mi junta directiva, al
igual que tú lo estarás algún día. Si puedes demostrarnos que aún podemos
confiar en ti para tomar decisiones acertadas, decisiones comerciales
sensatas. Que puedes dejar de lado las emociones infantiles y hacer lo que
hay que hacer ―gritó―. Te crié mejor que esto y no permitiré que
arriesgues lo que he construido. Planeo visitarte después de
aproximadamente una semana para monitorear tu progreso, pero espero
que lo arregles, Ivy. ―Luego golpeó su escritorio con una mano―. Y no
regreses hasta que lo hagas.
Una exhalación sorprendida salió de mi boca y no hubo forma de
detenerla.
―No puedo volver hasta… ¿qué está terminado? ―pregunté con voz
peligrosamente baja.
Él arqueó una ceja.
―Esta decisión recae enteramente sobre tus hombros, Ivy. Si esperas
dirigir Lynch Holdings cuando yo no esté, tendrás que pesar un millón de
cosas cada día. Que sepas en tus entrañas qué es lo correcto, qué hará
crecer tu negocio hasta que sea algo por lo que estarías dispuesta a sangrar.
Eso es lo que necesito saber que estás listo para hacer―finalizó―. Dentro
de la carpeta está toda la investigación pertinente para que te tomes unas
semanas para… arreglar esto. Hay un par de constructores en la zona con
una reputación impecable. Un agente inmobiliario que puede ayudarte si
decides vender, pero no importa lo que decidas, espero que vuelvas a mí
con pruebas visibles de una inversión bien invertida. Una semilla de
negocio propio bien plantada. Entonces muéstrame qué puedes desarrollar
a partir de eso.
Y así, sin más, me despidió.
Los latidos de mi corazón resonaban lentamente en mis oídos, y mis
extremidades tardaron en reaccionar, como si la cuerda entre mi cerebro y
mi cuerpo se hubiera cortado.
Quizás si fuera otra chica, criada por otro hombre, habría dejado caer las
lágrimas. Podría haberle pedido a mi papá que me diera un abrazo y me
dijera que todo estaría bien, que él me amaba sin importar qué.
Detrás de mi papá había dos estantes entre todos los libros, con mis
premios académicos que había obtenido enmarcados, mis diplomas de la
preparatoria y la universidad.
En exhibición en su estudio.
No en mi habitación en la otra ala.
No en una oficina propia.
Mi corazón se partió un poco al darme cuenta de que mis logros estaban
expuestos como si fueran suyos. Algo de lo que nunca me di cuenta antes
porque siempre disfrutaba de los momentos en los que él me decía lo
orgulloso que estaba, lo grandiosa que sería algún día, cuando pudiera
ocupar su asiento en la mesa.
No había fotos nuestras enmarcadas en ese estante, solo una foto mía de
un artículo del Wall Street Journal.
El futuro es brillante para la heredera de Lynch Holdings.
Cuanto más permanecía mi papá en silencio, más se extendían esas finas
grietas en mi corazón y más difícil era detener el ardor en el fondo de mis
ojos.
Pero lo detuve. Porque no saldrían en esta habitación.
Abrió su computadora portátil y me dio una breve mirada.
―¿Hay algo mas?
De alguna manera, logré sacudir la cabeza.
―No, señor. ―Y me puse de pie, aunque mis piernas se sentían débiles y
me dolía el corazón―. No te decepcionaré.
―Espero que no ―dijo, con los ojos fijos en la pantalla―. Buena suerte.
Llegué hasta mi habitación con los ojos secos, y se quedaron así mientras
compraba un vuelo a Sisters para unos días después, hacía las maletas y me
preguntaba exactamente qué diablos se suponía que debía hacer a
continuación.
5
Cameron
―Despierta, idiota ―espetó alguien desde arriba de mí.
Entonces ese mismo alguien arrancó el edredón de mi cama.
Gemí en mi almohada, moviendo mi mano hacia donde mi hermano
mayor desapareció con mi ropa de cama.
―El sol aún no ha salido ―murmuré―. ¿Cuál es tu problema?
―Desfase de horario ―dijo Ian, completamente impenitente―. La hora
de Londres lleva ocho horas de adelanto, y te quedaste sin café. ¿Quién
deja que su hermano se quede en su casa cuando se le acaba el café?
Me froté la cara mientras me sentaba, mirando a mi hermano mayor.
―Del tipo agradable. No iba a despertar a mamá y a papá porque tus
vuelos estaban retrasados.
Él sonrió.
―¿Necesitas dormir más, cariño?
―Sí.
Ian me arrojó la manta a la cara, pero en lugar de volver a arrastrarme
bajo las sábanas como deseaba desesperadamente, le hice un gesto para
que se largara.
―Levanta tu trasero ―dijo―. Quiero café y te garantizo que mamá
tendrá productos horneados.
Suspiré.
―Bien, pero asegúrate de que estén despiertos antes de que me hagas
salir de esta casa.
Cinco minutos más tarde, me puse una camiseta y unos pantalones
cortos deportivos negros y nos subimos a mi UTV para recorrer un
kilómetro entre mi casa y la de nuestros papás. Construí mi cabaña con
estructura en A unos cinco años antes, pero la construí en su terreno
porque me daba la tranquilidad de saber que estaba cerca si necesitaban
algo.
La mayoría de nuestros hermanos se habían mudado. Erik, el mayor de
mis hermanastros, estaba casado y tenía una hija pequeña y vivía en
Seattle, al igual que Adaline y su prometido. Greer estaba un par de horas
al oeste de Sisters en Salem con su esposo y su hijastra, pero pasaba la
mitad de su tiempo en casa ahora que papá estaba decayendo tan
rápidamente.
Ian, un par de años mayor que yo, vivió en Londres durante años antes
de decidir finalmente regresar, y nuestro hermano menor, Parker, jugaba
fútbol en Portland, en el mismo equipo que el esposo de Greer.
―He estado a medio mundo de distancia durante años ―dijo Ian
mientras me desviaba por el trillado camino entre su casa y la mía―. Me
llevará un tiempo acostumbrarme a esto.
Gruñí.
―Lo harás, pero no esperes que alguien saque el té y los bollos porque
ahora eres más elegante que nosotros.
Exhaló una breve risa.
―Créeme, no espero nada de eso. ―Estacioné el UTV y salimos,
caminando uno al lado del otro mientras subíamos los anchos escalones
hasta el porche delantero envolvente de la cabaña de madera. Me empujó
en el hombro. Duro. ―Ni siquiera pudiste invitarme a un café.
Lo empujé hacia atrás.
―Se suponía que no debías estar en mi casa, idiota.
―Hijo de puta ―Ian se arrojó sobre su hombro, empujándome hacia
atrás para poder entrar a la casa primero.
Sheila estaba en la cocina, sacudiendo la cabeza mientras nos abríamos
camino hacia la casa. Papá estaba en su sillón reclinable favorito y una
cánula de oxígeno serpenteaba sobre sus orejas mientras su delgado pecho
subía y bajaba mientras dormía.
―Lo siento ―dije en voz baja.
Sheila se acercó apresuradamente y envolvió a Ian en un fuerte abrazo.
―Estás en casa ―le dijo en voz baja.
―Estoy en casa ―dijo él. Ian se elevaba sobre ella, con su cabello oscuro
recogido hacia atrás, y podía ver lo suficiente de su rostro como para que
pareciera tan aliviado como ella. Él besó la parte superior de su cabeza―.
Te ves bien, mamá.
Ella se dio unas palmaditas en su cabello canoso, peinado con el mismo
bob contundente que siempre había tenido.
―Mentiroso.
Ian inclinó la cabeza hacia papá.
―¿Cómo está?
Sheila y yo intercambiamos una mirada.
―Solo dilo ―dijo Ian.
―Está comiendo menos ―respondí en voz baja―. En cama la mayor
parte del día. Cuando se desplaza, tiene que ser en silla de ruedas.
La mandíbula de Ian se apretó, sus ojos oscuros no se movieron de
nuestro papá mientras asentía.
Sheila suspiró.
―Los asistentes de cuidados paliativos están aquí dos veces por semana
para ayudarlo a bañarlo y demás, es de gran ayuda. Su médico y su
enfermera también vienen directamente a la casa. ―Ella le dio unas
palmaditas en el pecho―. Es bueno que hayas regresado a casa cuando lo
hiciste. Estará muy feliz de que hayas vuelto.
Mis ojos ardieron un poco cuando Ian se aclaró la garganta y se pasó una
mano debajo del ojo.
―Sí ―dijo, con voz áspera por la emoción―. Yo también estoy feliz,
mamá.
―¿Parker viene a casa para el festival de otoño? ―le pregunté.
Era la época del año favorita de papá en nuestro pequeño pueblo, y él
hizo un simple pedido de que toda nuestra familia estuviera junta durante
el fin de semana.
Ella hizo una pausa.
―Creo que sí. Él y Beckett tienen una semana de descanso, por lo que es
el momento adecuado.
Ahora era el momento de que Ian y yo compartiéramos una mirada.
Nuestro hermano menor no se lo tomó muy bien cuando papá decidió
renunciar a cualquier tratamiento y, en vez de eso, vivir el resto de su vida
sin que las drogas devastaran su cuerpo.
―Vino a casa para la boda de Greer, ¿verdad? ―preguntó Ian.
Eso fue hace unos meses y no había vuelto desde entonces, y en esos
pocos meses, papá se había desmejorado. Mucho, pero asentí.
―Sí.
Sheila se secó debajo de los ojos.
―Fue difícil para él ver a tu papá así ―susurró como si tuviera miedo de
que papá la escuchara―. Pero volvió a casa, y hablaron un poco. Llama un
par de veces al mes. Está mejor, pero todavía tiene miedo de verlo morir.
Únete al jodido club, pensé.
Pero nunca lo diría en voz alta.
Pasé mi brazo alrededor de los hombros de Sheila y besé la parte
superior de su cabeza.
―Todos estaremos aquí contigo, sin importar lo que necesites, mamá.
Ella sollozó.
―Los mejores chicos del mundo ―dijo―. No puedo entender cómo
ninguno de ustedes está casado todavía. Cualquier chica sería tan
afortunada de tenerlos.
Ian frunció el ceño y yo reprimí una sonrisa.
Su comentario, inocentemente intencionado, me trajo instantáneamente
un vívido recuerdo de Ivy. Hice todo lo posible para evitar pensar en ella la
última semana.
No saldría nada bueno de eso.
Solo una vez lo permití. Solo una vez.
En la ducha, donde interpreté un final alternativo para nuestra aventura
en el ascensor. Uno que terminó conmigo presionándola contra la pared,
con sus delgados muslos apretados alrededor de mi cintura.
Parpadeé.
―Bueno ―dije―, Ian nunca se casará porque es un imbécil.
Él lo admitió levantando las cejas.
―Y Cameron aún no está casado porque es feo y nadie lo quiere.
Solté una carcajada, ganándome una mirada fulminante de Sheila.
Levanté las manos.
―Lo siento.
―¿Ian? ―dijo mi papá, con la voz aturdida por el sueño―. ¿Estás aquí?
Ian me empujó mientras pasaba. Intenté hacerlo tropezar y él me dio un
codazo cuando fallé.
―Sí, papá ―dijo―. Llegué tarde anoche, así que me quedé en casa de
Cameron.
Se inclinó para abrazarlo y los delgados brazos de mi papá lo abrazaron
con fuerza durante un largo momento.
Cuando Ian se apartó, papá tomó el rostro de mi hermano en su mano.
Ian sonrió.
―Hola, viejo.
Papá le devolvió la sonrisa.
―Necesitas un corte de cabello. Te ves como una mierda.
Sheila y yo nos reímos mientras Ian ponía los ojos en blanco y caía de
nuevo en el sofá con un gemido.
―Cameron, ¿no me debes un poco de café?
Tomé un muffin de arándanos de la isla y me devoré la mitad de un
bocado.
―Sírvetelo tú mismo.
―Qué bueno tener a todos en casa ―suspiró Sheila, pero ella estaba
sonriendo felizmente mientras lo decía, sirviendo un poco de café en una
taza mientras se acercaba a Ian.
―No lo malcríes ―le dije―. Él nunca se irá.
Me vio por encima del borde de su taza.
Unos pasos arrastrados bajaron las escaleras y Poppy se frotó los ojos
para quitarse el sueño.
―Mierda, ¿por qué todos están haciendo tanto ruido tan temprano?
―murmuró.
―Es culpa de Cameron ―dijo Ian.
Sus ojos se abrieron de golpe, registrando su presencia en el sofá. Ella
chilló corriendo hacia él para abrazarlo, y él dejó su taza justo antes de que
ella lo abordara.
―Uf ―dijo, revolviendo la parte superior de su cabello―. Hola a ti
también.
Ella le revolvió el cabello hacia atrás.
―Tienes un aspecto horrible ―dijo en tono alegre―. Qué cambio tan
refrescante.
Ian la empujó hacia el final del sofá y ella se rió, pateándole las piernas
con los pies.
Y todo el tiempo, mi papá simplemente sonrió, feliz por el sonido de sus
hijos peleando llenando la habitación.
Desayunamos y hablamos mientras salía el sol.
Ian nos contó historias de Londres, lugares que le encantaba visitar y las
cosas que extrañaría ahora que había regresado. Poppy charlaba
alegremente sobre la escuela, que se estaba tomando su dulce tiempo para
terminar, y yo envidiaba lo felizmente despreocupada que estaba por su
falta de planes cuando terminara.
Papá intervenía de vez en cuando, pero en su mayor parte, se
conformaba con escuchar, con su silla de ruedas estacionada junto a la
mesa y un panecillo desmenuzado frente a él.
―¿Vas a llevar a Ian a la oficina hoy? ―preguntó Sheila.
Asentí.
―Si está dispuesto a hacerlo. Desafortunadamente, no tengo mucho con
qué ponerlo al día.
―¿Greer no ha tenido suerte con los trabajos que rechazaste? ―preguntó
papá.
Negué con la cabeza.
―Todos encontraron a alguien más desde la última vez que hablamos, lo
cual entiendo. ―Pero su pregunta me recordó una llamada perdida que
recibí de mi hermana―. Ella me llamó ayer y nunca tuve la oportunidad de
devolverle la llamada. Estaba trabajando en algo.
Con eso en mente, me disculpé de la mesa y marqué el número de Greer.
―Dios, estás vivo ―dijo―. Estaba empezando a preocuparme cuando
ayer me mentiste por completo.
Puse los ojos en blanco.
―Me alegro de que no estés siendo demasiado dramática esta mañana.
Estaba en la oficina trabajando en algo cuando llamaste y te olvidaste de
traer a Ian de Portland anoche, no regresamos hasta la medianoche.
―¿Escuchaste mi mensaje de voz?
Hice una mueca.
―¿No?
―Ni siquiera sé por qué los dejo ―murmuró―. Eres tan malo como mi
esposo.
―Me gusta tu esposo, así que lo tomaré como un cumplido.
―¿En qué estabas trabajando?
―Poppy y yo estábamos organizando la tienda ya que no hemos
reservado un nuevo trabajo.
Ella guardó silencio.
―Sobre eso…
―¿Qué?
―Si hubieras escuchado mi mensaje de voz ―dijo arrastrando las
palabras―, lo sabrías.
Me enderecé.
―¿Nos conseguiste un nuevo trabajo?
―Creo que sí, sí. ¿Conoces la granja que hay cerca de la casa de mamá y
papá? ¿La que ha estado vacía durante años?
El terreno era increíble, incluso si la casa probablemente necesitaba
obras.
―Sí.
―Bueno, la nueva dueña me llamó ayer.
―¿Alguien que conozcamos? Pensé que todos decían que se lo dejaron a
la familia y no lo querían.
―La primera parte de la historia es cierta ―dijo Greer―. Ella no lo supo
hasta hace poco.
―¿Está renovando?
―No creo que ella lo sepa todavía.
―¿Cuándo te reunirás con ella?
Greer suspiró con cansancio.
―Se suponía que debía reunirme con ella en un par de horas, viene en
avión desde Seattle, pero es por eso que te llamé. Olive está enferma ―dijo,
refiriéndose a su hijastra―. Se despertó con fiebre y dijo que le dolía tragar,
así que creo que tiene estreptococos. Necesito vigilarla hoy.
―Yo puedo asistir a la reunión ―dije.
Su pausa era cargada.
―¿Qué? ―pregunté.
―Yo siempre asisto a las reuniones ―dijo―. Así que tendrías que ser
como… amistoso, y bonito, y amigable.
―Soy amigable ―respondí, completamente ofendido.
―Eres bastante cálido con nuestros clientes cuando es necesario, pero yo
hago la mayor parte del servicio al cliente y no pretendo lo contrario,
Cameron Wilder.
Fue bueno que no pudiera ver mi ceño fruncido, porque sabría que tenía
razón, y mis hermanas nunca me dejaban olvidarlo cuando admitía que
tenían razón.
―Promesa de explorador ―dije―. Seré la mejor versión de mí mismo.
Ella resopló.
―Asegúrate de llevar a Ian.
―¿Por qué? Él es incluso peor que yo.
―Es cierto ―dijo―, pero odias los trabajos de renovación. La verdad es
que no hablé mucho con ella, estaba tan emocionada de que tuviéramos
una apertura inmediata en nuestra agenda que reservamos una reunión de
inmediato, así si aún podemos conseguir una nueva construcción, entonces
Ian podrá dirigir un equipo más pequeño en la casa, lo que ella quiera que
se haga con ella, y tú podrás quedarte libre para cualquier otra cosa que
tengamos programada.
Gruñí.
―Bien, pero si es un idiota, no tienes a nadie a quien culpar más que a ti
misma.
―Me arriesgaré. ―Se quitó el teléfono de la boca y le dijo algo a Olive―.
Me tengo que ir. Te enviaré un mensaje de texto con la información de la
reunión. No llegues tarde.
―Okey, mamá. Dile a la munchkin que espero que se sienta mejor.
―Lo haré ―dijo―. Dale un beso a Ian de mi parte.
―Absolutamente no.
Greer se rio cuando colgué.
Cuando regresé a la casa, Ian y Poppy estaban limpiando la cocina
mientras Sheila acomodaba a mi papá en su silla, cubriéndolo con una
manta y luego alisándole el fino cabello gris sobre su cabeza.
Mi corazón se apretó.
Parecía tan pequeño, tan cansado todo el tiempo.
Ian arrojó un paño de cocina en mi dirección y lo atrapé contra mi pecho.
―Trae tu trasero aquí para ayudar ―dijo.
Tiré la toalla hacia atrás.
―No puedo. Tú y yo tenemos que ponernos presentables.
Sus cejas se fruncieron.
―¿Por qué?
―¿Listo para tu primera reunión con un cliente de Wilder Homes?
―Listo como siempre lo estaré ―dijo, empujando a Poppy con la cadera.
Ella le dio un empujón, pero él no se movió.
Papá tarareó.
―Sabía que Greer encontraría algo. Ella siempre fue más inteligente que
ustedes dos.
Sheila se rió entre dientes mientras yo ponía los ojos en blanco.
―Papá, el día que dejes de jodernos es el día en que finalmente
comenzaré a preocuparme por ti ―le dije, acercándome para darle un beso
en la parte superior de su cabeza. Él me dio unas palmaditas en el brazo.
Una hora y media después, Ian y yo estábamos duchados y llevábamos
jeans y camisetas de Wilder Homes. Se recogió el cabello oscuro en un
moño bajo y me atrapó mirándolo mientras caminábamos hacia mi
camioneta.
―¿Qué? ―preguntó.
―¿Qué prueba el cabello largo? ¿Es como una cuestión de ego?
Intenté tocarlo y él apartó mi mano de un manotazo.
―Vete a la mierda ―dijo sin enojo.
Mientras subía a mi camioneta, estaba sonriendo. Él también.
―Tal vez te extrañé un poco ―admití.
―Tal vez yo también ―dijo Ian―. ¿Ahora a dónde vamos?
Levanté mi teléfono y vi un mensaje de texto con la dirección, aunque
sabía dónde estaba la casa, sin detenerme a leer la información del párrafo
que Greer incluyó después.
―Maldita sea, ¿por qué sus mensajes de texto son tan largos?
―murmuré―. Eso me llevaría un mes escribirlo.
Dejé mi teléfono en la consola y avancé por el camino de tierra,
serpenteando entre los imponentes abetos. Mis papás tenían un poco más
de quince acres, y no era solo mi casa en el terreno, sino que pasamos por la
pequeña casa donde solía vivir nuestro hermano mayor Erik, y donde él y
Lydia se alojaban cuando estaban en la ciudad.
―¿Te mudarás ahí? ―le pregunté a Ian.
Él se encogió de hombros.
―No me importa mucho dónde duermo ―dijo―. Pero Sheila dijo que
podía poner algo de comida en el refrigerador de Erik si quería privacidad.
Asentí.
―Creo que me quedaré con ellos mientras a ella no le importe ―añadió
en voz baja―. Me gusta la idea de estar cerca para lo que sea.
No tenía nada que decir porque ambos sabíamos por qué lo decía.
Nuestras miradas se sostuvieron por un minuto y luego él la apartó.
El corto viaje hasta la propiedad fue tranquilo, el tráfico era ligero ya que
aún era temprano, y vi al asiento trasero para asegurarme de que tenía
contratos de clientes adicionales si ella estaba lista para firmar uno hoy.
―Si estás dispuesto a hacerlo ―le dije a Ian―, probablemente te pediré
que seas el administrador del sitio para este trabajo. Ayudaré, por
supuesto, especialmente al principio, cuando estemos ultimando los
planes, pero prefiero mantenerme libre en caso de que aún podamos
reservar una nueva construcción.
Ian asintió.
―Suena bien. ¿A Jax no le importará? ―preguntó, haciendo referencia a
mi mejor amigo, quien había trabajado con nosotros durante años.
―No, cuando tuvimos que despedir a todos la semana pasada, decidió
esconderse en las montañas o algo así. Estará ahí en una tienda de campaña
durante un mes, si tengo que adivinar.
Ian exhaló una breve risa.
―Hace diez años hubiera dicho que eso suena genial. Creo que viví en
una gran ciudad durante demasiado tiempo.
―Soy demasiado mayor para dormir en una tienda de campaña por
tanto tiempo.
―Y demasiado feo ―añadió.
Le di un puñetazo en el brazo.
―¿Cómo se llama? ―preguntó Ian, todavía frotándose el brazo cuando
doblé la esquina hacia el camino de entrada.
―No leí el texto de Greer. Ella me envió una novela completa.
Ian suspiró y tomó mi teléfono.
―No es de extrañar que ella siempre asista a las reuniones.
La casa apareció a la vista y estudié las líneas del techo, los grandes
ventanales y el porche que se hundía un poco hacia la izquierda. Siempre
me encantó esta casa. Era enorme, estaba situada en una generosa
propiedad, no tan grande como la de mis papás, pero fácilmente ocupaba
unos cinco acres, con un granero apartado de la casa. Debieron haber
tenido caballos en algún momento porque unas vallas podridas bordeaban
un campo cubierto de maleza.
―Ivy ―dijo Ian.
Mi mirada se dirigió hacia él.
―¿Qué dijiste?
Me dio una mirada extraña.
―Su nombre. Es Ivy Lynch.
Mi corazón latió incómodamente.
Era imposible.
Tenía que haber cientas de Ivys en Oregon.
En el amplio camino de cemento al lado de la casa había un Mercedes
cupé negro de baja altura, y giré mi camioneta y me estacioné frente a la
parte delantera de su vehículo.
Hubo movimiento dentro del auto y cuando la puerta se abrió, mi
respiración se atascó en mi garganta.
Cabello dorado.
Hombros tonificados cubiertos por los gruesos tirantes de un vestido
negro.
Una mandíbula afilada y labios perfectamente rosados.
Grandes lentes de sol negros que cubren sus ojos.
Pero supe el momento en que encontraron los míos a través del
parabrisas porque esos labios se abrieron en evidente shock.
―Mierda ―suspiré.
6
Ivy
―Esto tiene que ser una broma ―siseé en voz baja, con la cabeza
agachada para poder meter mi celular en mi bolso.
Una vez.
Una vez tuve un ataque de pánico, una vez me quedé atrapada en un
ascensor, bajé la guardia con un apuesto extraño una vez, y su alto trasero
es el que sale de una camioneta de Wilder Homes tan grande que
normalmente pensaría que el conductor estaba compensando algo.
Excepto que no lo hacía.
Él no estaba compensando una mierda porque me senté en su regazo y
sentí exactamente lo que tenía debajo de sus jeans de trabajo.
Mi corazón latió salvajemente y me sentí como un animal acorralado.
Mantuve mis lentes de sol firmemente en su lugar porque diablos, si veía
a ese hombre a los ojos a la dura luz del día, haría una locura.
Cameron esperó junto al capó de su camioneta, con otro hombre junto a
él, igual de alto, igual de guapo, pero con el cabello largo y oscuro y una de
esas barbas recortadas que hacían perder la cabeza a todas las mujeres
fetichistas de los hipsters.
Yo no estaba perdiendo la cabeza, muchas gracias.
Mi mente permaneció justo donde tenía que estar. Mi estómago no
estaba dando vueltas cuando le di a Cameron una rápida mirada detrás de
la seguridad de mis aviadores, tomándome mi dulce tiempo para salir del
auto.
Verlo no ayudó. En absoluto.
Habría sido mucho mejor si tuviera peor aspecto de lo que recordaba. Si
tuviera la barbilla débil, el vientre blando y los brazos flácidos como fideos.
Pero no.
No había nada débil. Nada suave. Nada flojo.
Su pecho, ancho y esculpido, estaba cubierto por una camiseta gris
oscuro con el logo de la compañía sobre su pecho. Sus brazos presionaban
el límite de las mangas de la camiseta y su cintura se estrechaba hasta
convertirse en caderas esbeltas y piernas largas, y uf, eso era solo del cuello
para abajo.
¿Del cuello para arriba?
¿Quién le dio el derecho a verse así? Con ojos penetrantes, mandíbula
afilada, labios firmes y cabello dorado oscuro que brillaba al sol.
―Ridículo ―murmuré. ¿De quién era una mandíbula así? ¿Qué punto
estaba tratando de demostrar?
Luego la apretó cuando todavía no me había bajado del auto.
Porque por supuesto que lo hizo.
Tenía ese músculo, el que apareció en una demostración de poder
extrañamente efectiva. Nada me enojaba más rápido que ese músculo de
un hombre que sabía exactamente cómo manejarlo.
Transmitía molestia.
Estrés.
Una peligrosa falta de control.
Y, pensé con absoluto desdén, que funcionaban de una forma
intrínsecamente peligrosa para el estado de mis tangas de encaje La Perla.
Estas también se quedaron justo donde necesitaban estar.
Respiré lentamente y mi corazón volvió a una apariencia de ritmo
normal.
Cuando estuve bastante segura de que mis piernas no eran gelatina, abrí
la puerta y me enderecé. Ambos hombres me vieron acercarme.
Uno parecía neutral. Cortés, pero siguiendo la línea de lo amigable.
¿El otro?
Me vio con anticipación gritando en sus ojos, y eso simplemente no
funcionaría.
No había nada que Cameron tuviera derecho a anticipar.
En ese maldito ascensor, conoció una versión mía que era muy parecida
a un cable eléctrico al que le habían quitado la carcasa, que contaba
historias a extraños y admitía cosas que de otro modo nunca habría dicho
en voz alta. Que lo dejó besarla, tocarla y rogar por más.
No diría que era débil porque sabía muy bien que había tomado la
decisión correcta al hacerlo. Sin embargo, ella era vulnerable.
Y la vulnerabilidad era una maldición en mi educación. Era un defecto
que había que eliminar, algo que había que cortar con el elegante corte de
una cuchilla.
Mantuve mi paso firme y traté desesperadamente de separar mi cerebro,
cortar el flujo de pensamientos acelerados de mi cuerpo mientras sus ojos
recorrían desde mi cabeza hasta la punta de mis zapatos negros de charol.
Sus pensamientos se desaceleraron en algún lugar alrededor de mis labios,
y con un golpe inestable de mi corazón, mantuve mi boca sin sonreír.
Por necesidad, tuve que mantener mi sonrisa enterrada muy, muy
profundamente.
Una sirena de advertencia sonó debajo de mis costillas, era ese animal
salvaje otra vez, porque la mirada en sus ojos era peligrosa. Algo que
podría causar un gran daño y dudaba que se diera cuenta.
Porque junto con esa mirada estaba el fantasma de una sonrisa en sus
labios firmes y hermosos.
Mis tacones crujieron contra algunas piedras sueltas en el camino de
entrada cuando llegué a los dos hombres. Primero le tendí la mano al de
cabello negro.
―Ivy Lynch ―le dije.
―Ian Wilder ―dijo, con un firme apretón de manos―. Este es mi
hermano…
―Ella sabe mi nombre ―dijo Cameron. Mantuvo su mirada fija y sin
parpadear en la mía a pesar de que no podía ver nada a través de mis
lentes de sol excepto su propio y estúpidamente hermoso reflejo.
Mi estómago se congeló, y mis manos hormiguearon.
Todo lo que podía pensar en mi cabeza era que me senté a horcajadas
sobre su regazo, le chupé la lengua e intenté meter su gran, gran mano
entre mis piernas.
Los Lynch son irreprochables.
―Lo siento, no creo conocerte ―dije. Lo dije antes de darme cuenta de
las implicaciones, un paso en falso que normalmente no cometía.
Sus ojos se entrecerraron.
Mierda.
Ya era demasiado tarde para retractarme de las palabras, y colgaron
entre nosotros como un hacha a punto de cortar una parte importante del
cuerpo.
Cameron inclinó la cabeza y me estudió con una mirada penetrante que
detestaba absolutamente.
―Qué extraño. Conocí a una Ivy en Portland la semana pasada y se
parecía mucho a ti ―dijo arrastrando las palabras.
Fue horrible cómo un ser invisible envolvió una mano gigante y enorme
alrededor de mi abdomen y lo apretó. Mis pulmones se apretaron con
fuerza, tratando de aspirar suficiente aire.
Ian vio entre su hermano y yo, con sus cejas oscuras arqueadas.
―Bien, entonces.
La mandíbula de Cameron se movió hacia adelante y hacia atrás, y
contuve la respiración, preguntándome si impulsaría el tema ante la
audiencia.
Luego extendió la mano y exhalé en silencio.
―Cameron Wilder, soy el dueño de Wilder Homes.
Fue un puto milagro que mis manos no temblaran cuando deslicé mi
palma sobre la suya. El contacto áspero de su piel con la mía provocó una
fracturada ráfaga de calor a través de mis entrañas heladas, que ignoré.
Ignoré todo lo que golpeaba siniestramente en la periferia de esta
interacción.
Esa mierda podría solucionarse después. Mucho, mucho después, y
preferiblemente con una copa gigante de vino.
―¿Debí haber hablado con tu hermana ayer? ―pregunté, lentamente
sacando mi mano de la suya. Él me vio dejarla suelta a mi lado.
Luego asintió.
―Greer suele asistir a estas reuniones iniciales, pero su hija está enferma.
―¿Entonces esta es tu casa? ―preguntó Ian.
Me giré ligeramente, mi atención finalmente se desvió del hombre
incómodo frente a mí a la casa incómoda con la que tenía que lidiar.
―Aparentemente.
Los hombres intercambiaron una mirada rápida, probablemente notando
la clara falta de entusiasmo en mi voz.
No es que no pudiera apreciar el potencial.
Ésta no era una zona para exuberantes jardines color esmeralda. Todo
estaba marcado por árboles que se elevaban hacia el cielo azul, dando a
toda la zona una sensación ligeramente desolada que era ajena a lo que
estaba acostumbrada a ver en Seattle.
La casa no era nada extraordinaria: una gran granja de dos plantas con
un aspecto descolorido y un porche delantero hundido. El paisaje que la
rodeaba estaba muy cubierto de maleza, y el patio alrededor de la casa, en
medio de interminables y altos árboles, estaba descuidado e invadido.
Pero el terreno... investigué lo suficiente durante el vuelo para saber que
podía venderlo tal como está y ganar más de medio millón de dólares.
―Ha estado vacía durante años ―dijo Cameron.
―¿Lo sabías? ―pregunté.
Él tarareó.
―La tierra de nuestros papás está justo al final del camino. Si atraviesas
ese bosque y te diriges hacia el oeste, llegarás a mi casa después de
aproximadamente siete acres más o menos.
Oh, bien, él era el jodido vecino.
Levanté una ceja.
―Qué pequeño es el mundo ―murmuré.
―¿No es así? ―preguntó, con una sonrisa tan amplia que no tuve más
remedio que ver la extensión de dientes blancos y rectos y el puto hoyuelo
que apareció a la izquierda de su boca.
Ian se metió la lengua en el costado de la mejilla mientras nos veía y
respiré profundamente, luchando mentalmente por controlarme.
De cualquier cosa realmente.
Mis pensamientos.
Mi reacción traidora.
Todo este intercambio se sintió como un automóvil que se precipitaba
violentamente hacia el tráfico que venía en sentido contrario, con las
ruedas cayendo y los frenos fallando. Prácticamente podía escuchar el
estrépito ensordecedor de nuestros dos mundos chocando.
Si otro constructor hubiera estado disponible para reunirme con poca
antelación, ya le habría pedido que se marchara.
―¿Greer mencionó en su mensaje de texto que acabas de enterarte de la
casa? ―preguntó Ian.
Asentí enérgicamente.
―Perteneció a mis abuelos. Cuando murieron, le dejaron todo a mi
mamá y ella me lo dejó todo a mí. Fue parte de la dispersión de mi herencia
que recibí en mi cumpleaños número veinticinco.
Ian silbó.
―Recibes mejores regalos que yo. Creo que recibí una tarjeta de regalo
de Amazon y un pastel de chocolate. Seguro que lo sabría si hubiera
heredado una casa.
Cameron le dio un codazo a su hermano. Duro.
―¿Qué? ―susurró.
Cameron cerró los ojos, como si estuviera rezando por paciencia.
―Perdona los modales de mi hermano. Normalmente no lo dejamos
con... gente.
Inhalé.
―Comprensible.
Las cejas de Ian bajaron.
―Lo siento, no me di cuenta de que estaba siendo grosero.
―No, estoy segura de que no lo hiciste.
La mirada de Cameron era pesada, cargada de estudio curioso, y por un
momento, me permití preguntarme qué estaba pensando.
Luego alejé el pensamiento, lo aplasté bajo mi talón, como la cabeza de
una serpiente.
―¿Cuál es el estado de la casa? ―preguntó Cameron―. ¿Ya la
recorriste?
―No.
―¿Vamos? Puedo tomar algunas notas y hacer un presupuesto esta
noche en función de lo que quieras hacer.
La casa frente a mí era lo único lo suficientemente grande (lo
suficientemente aterrador) como para mantener mi atención fuera del
hombre que estaba a mi lado.
No recordaba haber estado aquí alguna vez, aunque nuestra ama de
llaves, Ruth, me dijo que la visité varias veces cuando era bebé. El porche
delantero era lo suficientemente grande como para albergar sillas, y tuve
que tragarme un lío de preguntas arenosas.
¿Qué odió de este lugar? ¿Este pueblo? ¿Por qué se fue y desapareció tan
completamente?
No tenía mala pinta, teniendo en cuenta el tiempo que llevaba
desocupada. No había ninguna mala vibra, ninguna sensación de
incomodidad que emanara del esqueleto de esta casa familiar.
La idea de entrar era como si alguien desenvainara un cuchillo y me
cortara las costillas, abriendo las partes más tiernas de lo que guardaba
dentro.
No había absolutamente ninguna manera de que pudiera hacer esto con
él caminando a mi lado.
―No ―dije―. Si quieres ver, adelante.
Cameron puso sus manos en sus caderas y me inmovilizó con una
mirada rebosante de incrédula curiosidad.
―¿No quieres ver adentro?
―Eventualmente tendré que hacerlo, ¿no? ―respondí con frialdad. Ian
silbó en voz baja y lo ignoré―. Por ahora, prefiero ir a mi hotel e
instalarme.
Ese músculo saltó en su mandíbula y quise darle una bofetada por usarlo
conmigo.
Los hombres que se parecían a Cameron no deberían poder usar sus
mandíbulas con tics musculares como un arma de destrucción masiva.
Si no fuera él, entraría, cruzaría la puerta y vería lo que me esperaba en
este pequeño lugar.
Tal vez.
Pero tal vez no.
―Mi papá me dijo que todo quedó intacto, así que, a menos que hayan
robado, supongo que encontraremos sofás polvorientos y paredes
descoloridas.
Cameron apartó su mirada de mi rostro y estudió la casa nuevamente,
sus propios pensamientos acelerados estaban claros detrás del profundo
color marrón de sus ojos.
―¿Y de cuánto te gustaría que te hiciera un presupuesto? ¿La estás
renovando para vivir aquí?
Apenas pude resistir resoplar, pero de alguna manera lo hice.
―Dios, no. Espero terminar con todo este lío en menos de un mes.
―Crucé las manos frente a mí y vi a través de la amplia extensión de tierra,
los altos árboles y los picos de las montañas en la distancia―. Alguien
encontrará este lugar de su agrado, pero puedo prometerte que no soy yo.
Hasta ahora, conduje desde el aeropuerto en mi auto alquilado hasta esta
propiedad y estaba lista para regresar a casa. En un breve desvío por el
centro para encontrar un lugar con café, recibí suficientes miradas para
saber que sería la destinataria de los chismes del pequeño pueblo, lo
quisiera o no.
Ian vio alrededor del terreno.
―Oh, no está tan mal aquí.
―Estoy segura de que todos los que viven en lugares como este dicen
eso ―respondí con frialdad.
Él encontró mi mirada resueltamente, y ahora no fue tan educado.
―Teniendo en cuenta que he llamado a Londres mi hogar durante los
últimos ocho años, diría que soy bastante imparcial en mis opiniones, pero
¿qué sé yo?
Suspiré, admitiéndolo con un breve arco de ceja. Londres era uno de mis
lugares favoritos en el mundo, pero tenía la sensación de que él no quería
escuchar eso, considerando que el ligero toque de amistad había
desaparecido por completo de su expresión.
Cameron todavía me veía con comprensible cautela, como si yo fuera un
perro encadenado del que no estaba seguro de poder confiar para no
arrancarle la cara de un mordisco.
―¿Qué te trajo de vuelta de la vieja y alegre Inglaterra? ―le pregunté
con delicada precisión.
―Mi papá moribundo ―dijo. Había un atrevimiento audaz en esa
respuesta.
No cumplí con su desafío y finalmente decidí deslizarme los lentes de sol
en mi cabello. La armadura no me pareció tan necesaria en ese momento,
solo me hizo sentir como una idiota. Un nudo de arrepentimiento se alojó
en mi garganta, pero me lo tragué.
―Lamento oír eso ―le dije.
―Sí, suenas así ―murmuró.
Cameron se pasó una mano por la boca, fijando a su hermano con una
mirada de advertencia.
―¿Por qué no vas a esperar en la camioneta mientras termino esto?
Ian asintió con la barbilla y se alejó. Lo vi con los ojos entrecerrados.
―Es amigable.
―Ya basta de esta mierda, Ivy.
Mis cejas se arquearon lentamente y logré un giro glacialmente lento
para verlo.
―¿Disculpa?
Cameron dio un paso más y, maldita sea, tuve que levantar la barbilla
para verlo a los ojos. ¿Por qué diablos era tan alto?
―No sé por qué estás mintiendo, pero ambos sabemos que fuiste tú. No
fingiré lo contrario.
Mi estómago tembló ante su cercanía, y el mismo bozal que usé con mi
papá para dominar todo lo que necesitaba ser dominado en mí volvió a su
lugar.
―No me conoces, Cameron, y no te conozco. ―Sostuve su mirada, que
era feroz, brillante y concentrada―. No fingiré lo contrario porque me
conociste en un momento de debilidad. Esa chica en el ascensor no era yo.
Buscó en mi rostro y finalmente asintió lentamente.
―Entonces esta eres tú. La verdadera tú ―añadió.
―Lo soy. ―Mis mejillas se sentían calientes, pero me negué a conceder
este pequeño contacto visual.
No tenía ni idea de lo bien preparada que estaba para permanecer
imperturbable en situaciones como ésta. Toda mi vida me imaginé a
alguien usando un gancho de metal gigante en el borde de mi barbilla,
levantándolo hasta el cielo para que no tuviera más remedio que
mantenerlo donde pertenecía.
Este hombre conoció a alguien irreconocible. Si la mirara en un espejo,
sería una extraña.
Tenía que ser una extraña. La alternativa era imposible.
―Está bien, entonces ―dijo fácilmente, cruzando los brazos sobre el
pecho―. Wilder Homes estará encantado de ayudarte con lo que necesites.
Inhalé. No aprecié su sarcasmo, incluso si lo mantuvo patinando justo
por debajo de la delgada línea de la civilidad.
―Has un presupuesto para una remodelación menor ―le dije―.
Destripa lo que no funciona, pisos nuevos, accesorios de iluminación y
herrajes nuevos si es necesario. Si las ventanas y el techo están en buen
estado, aún mejor. ―Saqué una llave de mi bolso y se la tendí. Él la tomó
con suficiente cuidado para que nuestros dedos no se rozaran.
Dirigió su atención a la casa.
―¿Está amueblado?
―Eso creo.
―¿Qué vas a hacer con eso? ―preguntó.
―Nada. Moverlo a una unidad de almacenamiento y lo venderé como
lote, o pediré a alguien que realice una venta de propiedad tan pronto
como termine. Todo lo que necesito saber es que está en el mercado y
puedo volver a mi vida ―dije―. Regresaré en unas horas para reunirme
con un agente inmobiliario local, así que deja la llave adentro. Confío en
que los residentes de Sisters no destrocen el lugar en tan poco tiempo.
―Lo dudo ―dijo fácilmente―. Nos gusta mucho tomarnos nuestro
tiempo para saquear propiedades abandonadas.
―Qué gracioso.
―No te preocupes, Ivy. Todo lo que encontrarás aquí es curiosidad
amistosa y más ofertas de ayuda de las que sabrás qué hacer. Espera un par
de semanas y apuesto a que no querrás irte.
Resoplé. Mi papá sufriría un derrame cerebral.
¿No sería ese un final apropiado para todo este estúpido destierro?
Esta prueba. Eso era todo lo que era. Una maldita prueba.
Se me erizaba la piel cada vez que pensaba en la directiva fríamente
pronunciada por mi papá.
Nunca sentí que tuviera que ganarme su amor, pero lo sentía ahora, y el
camino para llegar ahí parecía una vieja casa polvorienta cubierta de
potencial de ganancias.
Todo en mí -mis huesos, mi corazón y mi maldita cordura-, crujió
siniestramente, como si un fuerte empujón fuera a hacerme caer en un
millón de pedazos.
Con Cameron estudiándome como si fuera un rompecabezas, seguro que
no ayudaba.
No necesitaba que intentara descubrirme.
Ahora no.
Jamás.
Era un problema pasajero. Quién era yo con él era incluso menos que un
problema.
―¿Entonces eso es todo? ―dijo.
Suspiré, dándole una mirada arqueada.
―¿No es suficiente? A menos que no puedas soportar la idea de trabajar
para mí. Dímelo ahora, porque llamaré a otra persona.
Por favor. Era un farol inútil y tenía todo el derecho de echármelo en
cara. No había nadie más a quien llamar. Eran la única empresa capaz de
contratarme de inmediato y, según el brillo de complicidad en sus ojos, él
también lo sabía.
Y Dios, ¿por qué tenía unas pestañas tan largas y bonitas?
Era ridículo.
―Oh, puedo manejarlo ―dijo suavemente―. Una vez que conozcas a
Greer, comprenderás lo cómodo que me siento con una mujer segura de sí
misma al frente. Mi hermana me patearía el trasero con una sonrisa en el
rostro y llevo diez años dirigiendo un negocio con ella. No sabría qué hacer
con una mujer que fuera demasiado dulce y complaciente.
Cameron no lo decía por ser lindo o inteligente.
Lo decía en serio y, de alguna manera, eso era mucho peor. Lo hacía aún
más peligroso.
Naturalmente, decidí ignorar eso también, a pesar de que él colgó la
declaración como si fuera un cebo en un anzuelo, y sabía que provocaría
una reacción en mí.
―¿Tendrás un presupuesto listo mañana? ―pregunté.
―Me pondré manos a la obra, jefa. ―Luego sonrió―. Y piensa que
ahora tengo todo este tiempo para conocer tu verdadera yo.
Apreté la mandíbula y de alguna manera supe que no tenía el mismo
efecto en él que cuando me lo hizo a mí.
Lo de la mandíbula era jodidamente sexista.
Lentamente, exhalé y luego busqué en mi bolso una tarjeta de
presentación. Era cartulina negra pesada, con mi nombre grabado en una
fuente blanca brillante y elegante. Él la tomó y luego se golpeó el muslo con
ella.
―Tomaré algunas medidas antes de irme, te enviaré por correo
electrónico el presupuesto y un contrato cuando termine. ―Sus ojos se
detuvieron en mi cara―. Supongo que hablaré contigo pronto, Ivy Lynch.
Cuando dijo mi nombre, sentí un estruendo profético en lo profundo de
mi pecho. Los movimientos de las placas tectónicas tenían menos impacto
cuando desencadenaban algo en lo profundo de la superficie de la tierra, y
esa mierda causaba terremotos y tsunamis.
De alguna manera, Cameron Wilder tenía un poder aún mayor que ese.
No quería pensar en por qué eso se sentía como un presagio de gran
fatalidad: el erizado de los cabellos de mi nuca cuando dijo mi nombre.
Entonces también lo ignoré, giré sobre mis talones y caminé
rápidamente de regreso al auto.
7
Cameron
―¿Qué demonios fue eso?
La incrédula declaración de mi hermano quedó sin respuesta cuando el
muy lindo auto de Ivy salió a la carretera y se perdió de vista.
Mi cabeza daba vueltas. No había suficientes ejercicios de respiración
profunda en el mundo para esto, y no importa cuántos intentara hacer, ella
todavía me había sacado completamente de mi eje.
Cuando la conocí, tuve la sensación de que ella estaba en una posición
acomodada, con conversaciones sobre negocios familiares y matrimonios
para mantener las cosas contenidas dentro de esas familias.
Ivy era Rica, con R mayúscula.
Ella salió de ese auto, con su vestido negro hecho a medida, tacones
brillantes, cabello liso, lentes de sol negros y rasgos tallados, y sentí como si
alguien hubiera estacionado un camión sobre mi pecho.
Esa fue apenas una de las revelaciones de su primera visita, y mi cerebro
no podía tambalearse por más de ellas con mi estúpido hermano siendo
testigo.
―Ahora no, Ian ―dije, sacando mi cinta métrica y mi iPad de la parte
trasera de la camioneta―. Agarra tu mierda y ven a ayudarme a medir
habitaciones.
―¿Te acostaste con ella?
―No.
―Bien. Probablemente se te caería la polla de la congelación.
―Oye ―ladré―, no digas cosas así sobre ella.
Los movimientos de mi hermano se hicieron más lentos, luego su
expresión cambió instantáneamente.
Maldito infierno.
―Mierda ―respiró.
Me puse el cinturón de herramientas alrededor de la cintura y lo apreté,
manteniendo mis ojos en el suelo.
―Comprueba el perímetro y el estado del exterior. Empezaré a medir las
habitaciones interiores.
―Hubiera sido más amable con ella si hubiera sabido que querías
acostarte con ella.
Resoplé.
―Sí, claro.
―¿Entonces quieres acostarte con ella?
Mis ojos se entrecerraron en su dirección.
―Ella es una cliente. No me acuesto con clientes.
―¿Eso está en el manual de Wilder Homes? ―Frunció los labios,
mirando hacia la casa―. Ella no es mi tipo habitual, pero es atractiva.
Aterradora pero sexy. Supongo que siempre me ha gustado eso en una
mujer. Tal vez ella se ablande con un enfoque más cálido.
No necesitaba ablandarse, fue mi primer pensamiento traidor, y mi
segundo pensamiento, mucho más violento, surgió inmediatamente
después de imaginar a mi hermano intentando ese enfoque más cálido.
Di un paso más cerca.
―No coquetees con ella.
Ante el tono de advertencia en mi voz, una sonrisa engreída se extendió
por el rostro de Ian.
―No puedo esperar para contarle a Greer sobre esto.
―Cállate, Ian.
Gritó de alegría.
―Este es el mejor día de mi vida. Estoy muy feliz de haberme mudado a
casa.
―Cállate, Ian.
Jodido.
Estaba jodido.
Pasar una hora y media en un ascensor con Ivy terminó con mi mano en
su falda y mi lengua en su boca.
Ahora estaba pensando en trabajar con ella.
Trabajando para ella.
Al pasar, empujé el hombro de Ian.
―Greer tenía razón: no eres lo suficientemente amable como para asistir
a estas reuniones. Te desterraré al trabajo duro si vuelves a hacer eso.
Pero mi hermano idiota simplemente sonrió.
―Vale la pena, solo para ver cómo una mujer te patea el trasero por
primera vez en toda tu vida.
Empecé a tomar fotografías del porche delantero.
―No me patearon el trasero.
―Tienes razón ―dijo―. Solo babeaste un poco cuando ella salió de su
auto. Estoy seguro de que ella no se dio cuenta. Es perfecto, de hecho. La
mitad de la población femenina soltera de Sisters ha planeado tu boda
imaginaria, por lo que es agradable ver tu ego controlado por alguien que
estaba tan ansiosa por evitar ese destino que mintió acerca de conocerte.
―Ian tarareó satisfecho―. Qué hermoso día es este.
Cansado, me pellizqué el puente de la nariz.
―Vete. Lejos.
Él silbó mientras lo hacía y subí al porche delantero, con los ojos
recorriendo la fachada de la casa. Las ventanas estaban en buen estado y no
había nada pudriéndose en los bordes.
Con solo girar una llave, estaba dentro y mis ojos tardaron un momento
en acostumbrarse. Los muebles estaban cubiertos con sábanas blancas, lo
que le daba al lugar un aspecto inquietante y embrujado.
Lentamente, tiré de la esquina de una sábana que cubría una silla y se
deslizó en una ligera nube de polvo.
Descubrir ese mueble hizo que la casa pareciera más real. Como si
alguien realmente viviera ahí.
Deambulé por las habitaciones, tomando medidas y fotografías, sacando
sábanas y amontonándolas en las entradas de los espacios donde las había
encontrado.
Ian se unió a mí después de unos quince minutos y caminamos por el
segundo nivel, quitando sábanas a medida que avanzábamos.
―¿Por qué estamos descubriendo todo esto? ―me preguntó―. ¿No es
ese su trabajo?
―Tengo curiosidad. ―Pasé una mano por el pie de la cama en el
dormitorio principal―. Está todo en bastante buen estado, ¿no? A pesar de
que ha estado aquí durante tantos años.
Él tarareó.
―Tiene una cocina grande y habitaciones de buen tamaño también. Me
pregunto por qué lo venderá.
―¿Esta cantidad de tierra? Incluso con actualizaciones básicas, ¿podría
conseguir esto por quizás siete u ochocientos mil?
―Feliz cumpleaños para ella ―dijo arrastrando las palabras―. Debe irle
bien.
¿Por qué estaba ella aquí? Me pregunté, claramente no quería hacerlo.
―Estás pensando mucho ahí ―dijo mi hermano.
Parpadeé.
Ninguno de mis pensamientos necesitaba estar disponible para el
consumo público. Casi no sabía cómo me sentía acerca de todo esto, y sus
opiniones no me ayudarían en lo más mínimo.
―Tenemos mucho trabajo que hacer esta noche ―le dije―. Necesito que
vayas al municipio y busques los planos originales a la casa, si los tienen.
Me pondré a trabajar en esta estimación.
―¿Cuánto tiempo crees que tomará? ―preguntó.
El arrepentimiento obstruyó mi garganta antes de responder, a pesar de
que ella estaría encantada.
Era una reacción extraña, nada que tuviera sentido, porque claramente lo
que pasó entre nosotros significaba muchísimo más para mí que para ella.
Por lo que parece, no significó nada para ella.
―No mucho. ―Metí la cinta métrica nuevamente en mi cinturón de
herramientas―. La casa no necesita mucho, la limpiaremos y
comenzaremos a levantar todos los pisos tan pronto como ella nos dé luz
verde. Llamaré a los muchachos mañana y les daré la opción de aceptar
este trabajo o simplemente seguir despedidos hasta que llegue algo más
grande. Podemos encargarnos de un equipo más pequeño con esto.
―¿Tú vas a quitar las viejas alfombras polvorientas si dicen que no?
―preguntó Ian con una ceja levantada.
―Sí. ―Le di una mirada inexpresiva―. No hay ninguna parte de este
proceso que no haya hecho antes y que haré en el futuro si es necesario.
Levantó las manos.
―Ya no estás fabricando muebles lujosos para los británicos ricos ―dije
con facilidad―. Acostúmbrate a hacer el trabajo sucio otra vez, hermano.
―Sé por qué estoy aquí ―respondió con una sonrisa―. Y no soy
demasiado bueno para eso.
―Es bueno escucharlo. ―Señalé con la barbilla hacia la puerta que
conducía al porche. ―Pongámonos en marcha.

Ivy
―Vi lentes de sol como esos en la farmacia de Redmond la semana
pasada ―susurró la chica de la recepción―. ¿No los amas?
Con un vistazo al lugar donde los había dejado, golpeé con una uña bien
cuidada el mostrador de la recepción, un laminado anodino de color beige.
―Mi par favorito.
Los míos eran Dior, así que dudaba mucho que los encontrara en alguna
farmacia, pero no servía de nada decir eso.
Vio los lentes con nostalgia, luego se enderezó y volvió a centrar su
atención en el ordenador.
Mientras chasqueaba sus largas uñas rosadas en el teclado, le di una
mirada disimulada.
Había visto su tipo durante toda mi vida. Tenía estilo. Era obvio en las
decisiones que había tomado al venir a trabajar a una pequeña posada en
las afueras del pueblo. Sus joyas estaban de moda, aunque no eran baratas,
y los colores que escogía favorecían su rico cabello oscuro y su piel pálida,
o se mantenía completamente alejada del sol o usaba factor de protección
100 cada vez que salía por la puerta.
Sus cejas bajaron mientras hacía clic en otra pantalla.
―Lo siento ―dijo―. No tengo nada más. ¿La habitación no es de tu
agrado?
―Está bien ―dije―. ¿Estás segura de que no tienes suites? Tener un
lugar para trabajar mientras estoy aquí sería útil, y no hay mesa en mi
habitación. ―Vi la etiqueta con su nombre prendida en su camisa.
Amanda―. Aprecio todo lo que puedas hacer, Amanda.
―Solo tenemos una habitación más grande y está reservada toda la
semana ―dijo―. Realmente lo siento.
Le di una sonrisa con la boca cerrada.
―No hay nada por lo que disculparse.
―Podrías trabajar en la biblioteca ―dijo―. O en la cafetería del centro.
He oído que pasaste por ahí esta mañana. Mi mejor amiga trabaja en el
mostrador todas las mañanas y me contó todo sobre tu vestido y tus
zapatos.
Los inicios de un dolor de cabeza florecieron detrás de mis ojos.
―¿Lo hizo?
Amanda asintió furiosamente.
―Es difícil no verte.
La notoriedad no me sentaba bien, pero temía que fuera algo que no
podría evitar.
Los Lynch son irreprochables.
Le di otra sonrisa, esta vez un poco más cálida. Amanda y su excelente
gusto para los lentes de sol obtendrían toda mi amabilidad porque no era
un constructor gigante con manos gigantes que habían estado a cinco
centímetros de hacer que mis pies se curvaran con mis Louboutins.
No es que los hubiera estado usando ese día, pero estaba totalmente
fuera de lugar.
―Me aseguraré de saludarla cuando vaya a tomar mi café mañana por la
mañana.
Amanda sonrió.
―Su nombre es Farrah. Ella hace los mejores lattes con canela de la
ciudad.
El orgullo por su amiga hizo que algo se suavizara en mi pecho.
Solo un poco.
―Me aseguraré de probar uno de esos ―le dije―. Gracias por buscar
una habitación diferente.
Sus mejillas se sonrojaron.
―De nada.
Dejé mi carpeta sobre el mostrador mientras ajustaba mi bolso y volvía a
colocarme los lentes de sol en la parte superior de mi cabeza. Sus ojos se
detuvieron en el contrato de Wilder Homes.
―Oh, ¿estás trabajando con los Wilder? ―preguntó, con los ojos
brillantes y las mejillas levantadas en una sonrisa.
―¿Los conoces?
―Todo el mundo conoce a todo el mundo en Sisters ―dijo Amanda―.
Son una gran familia. Farrah ha estado enamorada de, bueno, todos y cada
uno de los chicos Wilder durante los últimos diez años. Cada vez que
Cameron va a tomar un café, le da una propina de cinco dólares por una
bebida de tres dólares. Ella apenas puede hablar cuando él entra. ―Los
pómulos de Amanda estaban de un dulce color rojo mientras hablaba del
enamoramiento de su amiga―. Él es tan sexy.
―Eso parece ―dije llanamente―. ¿Y tú no estás enamorada de él?
Ella sonrió.
―Es un poco... masculino para ser mi tipo.
―Oh.
―Pero seguiré observando ―añadió Amanda riéndose, luego agitó las
manos―. Es una tontería, lo sé. Farrah es mucho más joven que él. Solo
tenemos veinte.
Solo veinte.
Cinco años menos que yo, pero parada al otro lado del escritorio
laminado, sentí como si fuera tres veces más.
Tragué.
―Será mejor que me vaya ―le dije―. Tengo una reunión con un agente
de bienes raíces.
―¿Con quién estás trabajando para eso?
Con un breve suspiro, abrí mi cartera de cuero y encontré el nombre que
había escrito.
―Marcy Jenkins.
―Ella es tan agradable ―dijo efusivamente―. Ésa es alguien de quien
me enamoraría. Lo verás cuando la conozcas.
Levanté una ceja.
―Supongo que lo haré.
Mi teléfono sonó con un mensaje de texto mientras me acercaba a mi
auto, y Dios, algo en mi estómago revoloteó cuando vi de quién era.

Número desconocido: Soy Cameron Wilder.


No.
No.
No va a suceder.
Esa mierda revoloteante era una mala hierba y la arranqué con precisión
despiadada. Guardé su número, sin parpadear, y volví al hilo de texto.

Cameron: En general, la casa está en excelentes condiciones. El presupuesto


estará en tu bandeja de entrada mañana a primera hora y Greer se comunicará
contigo para programar una reunión de diseño.
Yo: Gracias por la actualización.
Cameron: Cualquier cosa que necesites, jefa.

Dos reacciones muy diferentes peleaban en mi cabeza. Primero, poner


los ojos en blanco porque su sarcasmo era alto y claro, y tal vez todavía
quedaban raíces de esa hierba porque se enroscó y se enroscó alrededor de
la parte inferior de mis costillas.
Mis labios se curvaron en una sonrisa.
Luego solté un suspiro áspero, secándolo con una exhalación. El viaje de
vuelta a la casa fue rápido, pero esta vez reduje la velocidad mientras
conducía por el centro, estudiando los negocios cuidadosamente apilados a
lo largo de la calle principal.
Todo estaba limpio y bien cuidado, toda la gente sonriendo, amable y
saludando.
A mí.
La gente me saludaba a mí.
―¿Qué demonios… ―susurré en voz baja, levantando la mano del
volante porque me parecía una total idiotez no devolver el saludo―.
¿Quienes son esas personas?
Mi conversación con Amanda me hizo perder unos minutos, y cuando
llegué al camino de entrada unas horas después de haberlo dejado por
última vez, un Jeep cubierto de tierra estaba estacionado frente al garaje, y
una mujer baja, con curvas y cabello sorprendentemente rojo tomaba
fotografías de la casa.
No pude evitar el ligero ceño fruncido cuando noté que llevaba jeans,
botas de montaña y una camiseta metida en la parte delantera de los jeans.
Al oír el sonido de mi auto, se giró y se colocó la cámara alrededor del
cuello. Su cabello rojo apenas estaba contenido en una gruesa trenza que
caía sobre su espalda, y su sonrisa era tan soleada y brillante que casi cerré
la puerta del auto y me deslicé en mi asiento.
¿Por qué estaba tan feliz de verme?
Ella no me conocía.
Por lo que ella sabía, yo podría ser una asesina en serie.
Dejando a un lado el cinismo por un momento, suspiré lentamente y fijé
mis labios en una sonrisa educada y con la boca cerrada. Mostrar los
dientes en una sonrisa estaba reservado para situaciones muy específicas, y
esta no cumplía los requisitos.
Podía escuchar la voz nasal de mi profesora de etiqueta en mi cabeza. A
menos que estés en el sillón de un dentista, ningún extraño necesita un asiento en
primera fila para tu higiene bucal, Ivy.
Cuando salí del auto, ella se acercó con pasos rápidos y enérgicos.
―Tú debes ser Ivy. Es un placer conocerte ―dijo efusivamente.
Luego abrió los brazos. Como si fuera a abrazarme.
Retrocedí con un rápido aclaramiento de mi garganta y ella hizo una
pausa.
Luego saqué la mano.
―Un placer conocerte ―le dije.
Ella exhaló una carcajada, mirándome de pies a cabeza.
Me sentí un poco diferente de cuando Cameron lo hizo, eso te lo puedo
decir.
―Marcy Jenkins ―dijo con una sonrisa y un apretón de manos
agradablemente firme―. Esta casa es fantástica. Me emocionó recibir tu
mensaje. Siempre he tenido curiosidad por saber cómo se mantuvo todos
estos años.
Tarareé, dándole otra mirada a la casa en cuestión.
―Mi constructor la vio hoy y dijo que está en un estado
sorprendentemente excelente.
―¿Con quién estás trabajando? ―preguntó.
―Wilder Homes.
Sus mejillas se sonrojaron y esa sonrisa volvió. Tan grande, con tantos
dientes.
―¿Cameron? ―preguntó. Marcy tragó, sus pestañas aletearon―. Él es
genial.
Por el amor de Dios.
Le di una larga mirada.
―¿Amigo tuyo?
―Supongo ―dijo―. Hemos ido de excursión antes, una vez a tomar un
café, aunque él no tiene mucho tiempo libre. Está muy ocupado con su
familia, ¿sabes? Cada vez que intento planear algo con él, está saturado.
Era muy poco educado verla ahora pensando en si Cameron la querría.
Pero vamos, yo era humana y él me beso hasta sacarme el alma del
cuerpo en ese ascensor. Por supuesto que haría algunas comparaciones.
Ella era guapa. Saludable y de rostro fresco.
Sonreía demasiado, pero eso no era algo que se le pudiera reprochar.
Tenía las piernas tonificadas y su escote generoso debajo de la V de su
sencilla camiseta de algodón.
―No lo conozco bien ―dije honestamente.
―Son los mejores ―proclamó con los ojos muy abiertos―. En realidad
tienes mucha suerte de que tuvieran una vacante en su agenda. Escuché
que se echó atrás de un gran trabajo con un multimillonario de Portland
porque se negó a hacer negocios con alguien con su reputación.
Aparentemente, violó un montón de leyes o algo así.
El interés me invadió, insidioso y cálido.
―¿En serio?
Ella asintió.
―Es una gran persona. El mejor.
―Eso parece. ―Resoplé―. Bueno, si quieres echar un vistazo, te
esperaré aquí.
Su rostro se arrugó por la confusión.
―¿No quieres entrar?
―Es solo una casa ―dije fácilmente―. Solo me interesa lo que crees que
valdrá una vez que hagamos algunas mejoras básicas.
Marcy me estudió con curiosidad y traté de no inquietarme bajo su peso.
Quizás sonrisitas era un poco más intuitiva de lo que yo creía.
Pero no caminaría por esa casa con una audiencia, no si podía evitarlo.
La idea me dejó sintiéndome frágil y quebradiza.
Nunca dejaría que nadie me viera de esa manera, no si podía evitarlo.
Marcy asintió.
―Okey. Dame unos minutos para ver el interior. Tomaré algunas fotos
del antes.
―Gracias ―le dije.
Cuando ella desapareció adentro de la casa, exhalé. Todo mi cuerpo
estaba estresado con toda la tensión cautiva en mis músculos.
Apareció justo en el momento en que me senté en la oficina de mi papá y
me aceleré al mil por ciento cuando Cameron “¿no tengo unos brazos
increíbles y una mandíbula tan genial?” Wilder salió de esa maldita
camioneta.
Necesitaría dos horas en una camilla de masaje para deshacerme de la
mitad, y ninguno de esos masajes sin carácter en los que usaban piedras
calientes y toques suaves. Necesitaba que alguien desatara el infierno en mi
espalda, hombros y cuello.
O simplemente necesitaba salir de este pueblo, lejos de esta casa.
Necesitaba algo.
Simplemente no estaba segura de saber qué.
8
Cameron
Si me quedaba quieto el tiempo suficiente, podía quedarme dormido en
cualquier lugar. Por eso pasaba la mayor parte del día sin sentarme.
Especialmente los últimos meses. Siempre había algo de qué ocuparse.
Siempre en movimiento.
Siempre haciendo.
Excepto los momentos en que me sentaba con mi papá.
Aunque su energía disminuía a medida que pasaban los días, todavía
quería sentarse en el porche todas las mañanas. Siempre que tenía la
oportunidad, me unía a él.
Él no tomaba café, pero decía que le gustaba oler el mío, así que lo dejaba
intacto sobre la mesa entre nuestras sillas.
―¿Tu mamá te contó sobre la gotera en el techo? ―me preguntó papá.
Sus ojos estaban fijos en el cielo del este, solo entreabiertos, como si pudiera
volver a quedarse dormido en cualquier momento. Ahora dormía cada vez
más durante el día, así que no me habría sorprendido si lo hiciera.
―Sí, me dijo. ―Estiré las piernas y acomodé la cabeza contra el respaldo
de la silla―. La arreglaré después de la cena.
―Las tablillas están en el granero.
Lo vi.
―Lo sé, papá.
Él asintió.
―Pero probablemente sea necesario reemplazarlo todo el año que viene,
quizás dos si tiene suerte. Querrás revisarlo por ella, nunca piensa en ese
techo hasta que el agua gotea sobre su cabeza.
Mi pecho se apretó, como siempre lo hacía cuando hacía menciones
casuales como esa, haciendo referencia a un futuro en el que todos
sabíamos que él no estaría presente.
―Lo haré ―prometí.
Cerró los ojos y suspiró.
―Eres un buen chico, Cameron. Me alegra que estés aquí para cuidar de
tu mamá.
―Todos cuidaremos de ella.
―Ella fingirá que no te necesita ―dijo papá, con los ojos todavía
cerrados―. O que no necesita hablar de eso. No dejes que se salga con la
suya, ¿okey?
―¿Crees que puedo decirle a mamá qué hacer? ―dije.
La comisura de su boca se curvó en una sonrisa.
―No es fácil, no. ¿De dónde crees que sacan toda su terquedad, niños?
El hecho de que Sheila no fuera mi mamá biológica no hacía ninguna
diferencia. Ella era la mamá que me amaba desde que tenía diez años.
―Siempre pensé que lo sacamos de ti ―le dije.
Él se rió, pero el sonido era una débil aproximación de lo que solía ser.
―¿Estás bromeando? Soy un santo, por eso Dios quiere que regrese a
casa antes que la mayoría. Soy demasiado puro para este mundo.
Mis hombros temblaron mientras reía.
―Sí, eso suena bien.
―¿No es necesario que te vayas a trabajar? ―preguntó.
―Pronto. ―Vi mi reloj―. No tengo mucho que hacer ahí. Ian y Wade
están haciendo un transporte, pero la mayor parte del equipo comienza
mañana. Les di un día más ya que no esperaban este trabajo. Necesito
revisar parte del cableado y la plomería antes de comenzar a destrozarlo
todo, me olvidé de hacer eso ayer.
―No es propio de ti no comprobar esas cosas ―dijo papá.
No me digas.
Mi buen sentido probablemente estaba sentado en el suelo frente a esa
casa, más o menos en el lugar donde la vi bajar del auto.
Por suerte, había incluido algunas mejoras básicas en el presupuesto
antes de darme cuenta de mi error, así que, en todo caso, Ivy no se
sorprendería si llegáramos demasiado lejos y toda la casa necesitara
tuberías nuevas.
A esta nueva versión de ella probablemente no le gustaban las sorpresas
caras más de lo que a ella le gustaba... nada de esto, aparentemente.
―Ian me habló de ella ―dijo papá, luego me vio con complicidad―.
Dijo que estabas todo nervioso.
Crucé los brazos sobre mi pecho.
―Ian está lleno de mierda.
―Dijo que era muy bonita, una de esas chicas intimidantes.
Resoplé.
―Él no dijo esas palabras.
―No ―asintió papá―, dijo algo un poco menos caritativo, y si hubiera
estado más cerca lo habría golpeado en la cabeza. Tu hermano siempre ha
sido un poco idiota.
Con los ojos muy abiertos, giré la cabeza en dirección a papá.
―¿Qué? ―preguntó, acomodándose más en su silla―. Un papá siempre
sabe cuando sus hijos son idiotas. Todos ustedes tienen sus momentos,
pero debo admitir que tienes menos que tus hermanos.
Me pasé una mano por la boca.
―Realmente desearía que hubiéramos podido grabar esto para poder
reproducirlo para ellos cuando quisiera arruinarles el día.
―¿Por qué crees que lo dije cuando nadie me escucha? No puedes
probar nada, Cameron, y lo negaré con mi último aliento. ―Me dio una
mirada de complicidad―. Lo cual sucederá antes de lo que piensas, así que
no me pongas a prueba.
Era inquietante conversar con alguien tan casualmente sobre el final de
su vida.
Había estado haciendo esos comentarios durante casi un año entero, y
pinchaban las partes más tiernas de mi piel: afiladas, punzantes e
incómodas. Mi papá no se sentía incómodo con eso. Ya había hecho las
paces y estaba claro.
Así que nunca le reclamamos por decirlo. Nunca cambiamos de tema
cuando surgió algo duro o difícil, solo dejamos que fuera lo que era: una de
las cosas difíciles de la vida que no podías evitar por mucho que lo
desearas.
―¿Qué más vas a hacer hoy? ¿Solo trabajar en la casa?
Suspiré.
―Durante parte del día. Dudo que Ivy esté ahí. No parecía interesada en
ver la casa.
Papá hizo un ruido reflexivo.
―Sus abuelos eran buenas personas. Recuerdo a su mamá.
―¿Lo haces?
―Un poco. Probablemente tu mamá también lo haga. No nos cruzamos
mucho antes de que ella se fuera del pueblo. Era bonita, elegante, con
mucha ambición. Más de lo que este pueblo podría soportar. ―Empujó el
brazo de su asiento y se sentó más, alejándome cuando me levanté para
ayudar―. Y eso también está bien, ¿sabes? No todo el mundo está hecho
para vivir en un pueblo pequeño.
―Creo que Ivy se parece a su mamá en ese sentido ―dije.
Papá asintió.
―Tal vez sea así. Estoy seguro de que es difícil para ella estar aquí, solo
porque este lugar no sea un ancla para su pasado no significa que no sea
pesado de llevar.
Mi papá siempre tuvo esa actitud: considerar cuidadosamente la forma
en que las personas llevaban sus luchas, sin juzgarlas nunca por eso.
Intenté no pensar demasiado en Ivy mientras trabajé en su estimación
hasta que mis ojos estaban borrosos y rojos, y me planté boca abajo en la
cama mucho después de la medianoche. Traté de no pensar en la versión
real de ella que salió de ese auto.
Pero solo podía compartimentar hasta cierto punto. Lo que sea que me
mostró cuando nos conocimos era ella también.
Simplemente ella no quería que así fuera, y tuve que decidir qué quería
hacer con eso.
Cuando nos paramos frente a esa casa, su firme negativa a entrar me dijo
todo lo que necesitaba saber.
―¿Recuerdas ese perro que Poppy encontró en el bosque cuando tenía
como… cinco años?
Papá asintió y una sonrisa apareció en sus labios.
―Marvin era una amenaza. Para todos excepto para tu hermana, por
supuesto.
Él se sentó rígido en un rincón del granero durante la primera semana
que lo tuvimos. Cada vez que alguien se acercaba demasiado, gruñía
profundamente en su garganta, pero nunca enseñó los dientes, nunca
mordió a nadie, pero mantuvo su cuerpo en perfecta quietud, sin relajarse
ni calmarse.
Poppy solía sentarse en ese granero y observarlo, tan tranquila como
nunca la habíamos visto a esa edad. Ella le tiraba trozos de comida y
esperaba pacientemente a que él comiera.
El perro tardó dos semanas en buscar el más mínimo cariño. En ese
momento, ella lo llamó Marvin por razones que ninguno de nosotros
entendía. Marvin dio unos pasos hacia Poppy y hacia mí, mientras ella se
sentaba a mi lado y me decía que me quedara muy quieto. Mantuve mi
mano firme y finalmente presionó su cabeza contra mis dedos.
Lo tuvimos durante siete años y durmió en la cama de Poppy todas las
noches una vez que supimos que estaría bien en la casa.
―¿Qué te hizo pensar en él?
―Pensar en el miedo, supongo ―admití―. Cómo todos reaccionamos de
manera un poco diferente cuando algo nos asusta.
Papá se inclinó y me dio unas palmaditas en la mano.
―Una vez que seas viejo como yo, te darás cuenta de que hay muy pocas
cosas en este mundo a las que realmente debemos temer. La mayor parte es
autoinducido o los problemas de otra persona ocupan espacio en nuestra
cabeza.
―¿De qué tienes miedo, papá? ―pregunté.
Me vio y sonrió.
―De nada, hijo. ―Luego asintió hacia mi taza de café, todavía entre
nosotros―. Ahora bebe tu café, no creas que no sé lo que estás haciendo.
Me reí en voz baja.
―Sí, señor.
Mamá regresó de su cita con el médico mientras nos sentábamos y
hablábamos, ignorándonos cuando intentamos preguntarle cómo le fue.
―Cielos ―dijo―. Me aplastaron los senos y me dijeron que tengo
presión arterial alta. ¿Qué más quieren saber?
Cerré los ojos con fuerza.
―Nada, sinceramente.
―¿Ian te contó sobre la gotera en el techo? ―preguntó.
Asentí, recogí la taza y transfirí el café a una taza de viaje.
―Sí, la arreglaré después de cenar.
Ella me dio unas palmaditas en la mejilla.
―Ten un buen día en el trabajo. Sé amable con tu aterradora nueva
clienta.
―Maldito Ian ―murmuré.
―Estoy segura de que es mucho más amable de lo que dice tu hermano.
Exhalé pesadamente.
―No lo sé, mamá. Te lo diré después de un par de días más.
―Quizás le lleve algunas galletas o algo así ―dijo mamá.
Mis cejas se alzaron con escepticismo.
―No estoy seguro de que ella quiera una canasta de bienvenida.
Mamá me descartó.
―A todo el mundo le gusta sentirse querido en un lugar nuevo.
Todos excepto Ivy, claro.
―Pareces cansado, Cameron.
―Estoy cansado, mamá. ―Me pasé una mano por la cara y le di un
rápido abrazo. La preocupación arrugó su rostro cuando se apartó para
estudiar el mío―. ¿Qué?
―Normalmente no me quita el sueño pensar en ti, Cameron. ¿Es hora de
empezar?
Le di unas palmaditas en el hombro.
―No. Estaré bien.
―¿Has sacado tu motocicleta últimamente? ―me preguntó―. Solías
hacer eso mucho más.
―No he tenido tiempo ―admití―. En estos días, si tengo tiempo para
sentarme, estoy aquí con ustedes.
Ella tarareó.
―Bueno, tal vez puedas tomarte algo de tiempo para ti, ¿de acuerdo?
Cuando llegué al lugar de trabajo, las puertas del granero estaban
abiertas y algunos muebles ya estaban trasladados al espacio abierto, junto
con montones de fotografías enmarcadas arrancadas de la pared, e Ivy
estaba apoyada en el capó de su auto, mirándolos trabajar con una
expresión pétrea en el rostro.
Si registró el sonido de mi camioneta al acercarse a su auto, hizo un
trabajo increíble al ocultarlo.
Hoy llevaba otro vestido negro, este con rayas blancas y mangas cortas.
Tenía el cabello recogido y los labios rojos. Observé mientras Wade salía de
la casa y le lanzaba una mirada rápida y nerviosa, llevando una caja de
artículos al granero y luego regresando al interior.
Ian salió con una mesa auxiliar en cada mano, entrecerrando los ojos en
su dirección cuando ella lentamente cruzó los brazos sobre su estómago.
Sacudí la cabeza, salí de la camioneta y caminé hacia ella.
No giró la cabeza, pero inhaló lentamente cuando me uní a ella para
apoyarme en el capó de su auto.
―Algo fascinante ―dije―. ¿Cuánto tiempo llevas aquí parada?
―No tanto.
Ivy olía a limpio, pero no a suave ni a flores. Era cítrico y picante, y traté
de que no fuera obvio que estaba llenando mis pulmones con lo que fuera
que se aferraba a su piel.
Uno de nuestros empleados más jóvenes salió y tropezó cuando vio en
su dirección.
―Estás asustando al equipo ―le dije con una sonrisa.
Finalmente giró su cabeza hacia mí, e incluso sabiendo el tono exacto de
sus ojos, no estaba preparado para el impacto.
¿Alguna vez no me provocarían eso? Una vez Parker me golpeó en el
estómago accidentalmente con un bate de acero y me sentí muy parecido a
eso.
―Si los estoy asustando al sentarme aquí, necesitan salir más.
Esos ojos azul marino, rodeados por un círculo oscuro en los bordes,
brillaron con desafío.
Quédate quieto, pensé. No hagas ningún movimiento brusco.
Me arrancaría la mano si me movía demasiado rápido. Tal vez no era la
comparación más agradable, pero lo único que podía pensar cuando veía a
Ivy era ese perro aterrorizado, sentado como una estatua en un rincón de
nuestro granero.
Aunque era lo último que quería hacer, bajé la mirada y vi hacia la casa.
―¿Ya entraste?
―Eso no es asunto tuyo.
―Lo tomaré como un no ―respondí fácilmente―. Es agradable estar
ahí. Tiene habitaciones grandes y mucho potencial.
―Bien, entonces se venderá muy rápido.
―No hay duda de eso.
Ella tarareó.
―Hablando de eso, conocí a tu amiga ayer.
―¿Qué amiga sería esa? Tengo un par. ―Incliné la cabeza hacia un
lado―. Podría haberte contado como una, pero preferiste fingir que no me
conoces, eso hace que las cosas sean un poco incómodas.
Ella exhaló, lenta y constantemente.
Luché contra una sonrisa.
―Marcy Jenkins ―dijo en un tono entrecortado.
Mierda.
Intenté ocultar mi mueca pero no pude lograrlo.
―Marcy es una buena chica.
Y lo era. Para alguien más.
Pero Marcy también quería mis pantalones y un anillo en su dedo, y yo
no estaba particularmente interesado en ninguna de las opciones.
O no de ella, al menos, pensé, reconociendo al instante que la mujer a mi
lado podría pedir lo primero, y yo felizmente la complacería.
―Ella piensa que eres un hombre muy agradable ―dijo―. Un santo
viviente, de hecho, y en caso de que no lo sepas, le encantaría programar
un momento de calidad contigo una vez que tengas una vacante en tu muy,
muy ocupada agenda.
Su voz era tan suave como el cristal. Ni una onda a la vista.
―Es muy amable de su parte hablar bien de mí.
―Debes tener problemas para decirles a las mujeres que no estás
interesado.
Resoplé y me giré para mirarla.
―Eso es exagerado, considerando que no me conoces, Ivy. ―Sus mejillas
adquirieron un ligero tono rosado, y mierda si no lo encontré fascinante―.
No engatuso a la gente si eso es lo que estás insinuando.
―No dije nada por el estilo. Por favor, no pongas palabras en mi boca.
Ian salió al porche, sosteniendo un extremo de un sofá azul descolorido.
Wade, nuestro veterano capataz, sostenía el otro.
En la boca de Wade había un cigarro apagado.
Los ojos de Ivy se entrecerraron levemente en ese sofá, pero luego bajó la
mirada al suelo.
―¿Casi terminan con lo de abajo? ―les pregunté.
―Casi ―dijo Ian―. Pero siéntete libre de venir a buscar el resto de la
mierda pesada, ya que decidiste dormir hasta tarde esta mañana.
Me reí.
―Por favor, me levanté antes del amanecer y lo sabes.
―¿Hablaste con mamá sobre el techo? ―preguntó. Él y Wade dejaron el
sofá.
Suspiré.
―Lo arreglaré después de cenar. Eres bienvenido a ayudar.
―Seguro. Sostendré la escalera mientras subes. Odiaría que te cayeras y
te lastimaras porque entonces tendría que hacerme cargo de todas las cosas
de las que eres responsable.
Si Ivy no hubiera estado sentada a mi lado, podría haberle dicho que se
fuera a la mierda.
En vez de eso, simplemente vi en su dirección y él ocultó su sonrisa
tomando un trago de su termo de agua.
―¿Ian está siendo más amigable hoy? ―pregunté en voz baja.
Ella exhaló una breve risa.
―Ian es tan amigable como un picahielos.
―Bueno, es bueno saber que ustedes dos se llevan bien. Apuesto a que
diría lo mismo de ti.
Me tomó un momento asimilar lo que dije.
―Tienes algo de valor ―dijo en voz baja.
Me levanté del capó del auto.
―Solo estoy llamando a las cosas por su nombre, Ivy. No quieres estar
aquí. Todos lo entendemos, pero no son ellos con quienes estás enojada
―dije, señalando al equipo―. Recuerda eso.
Sus labios se apretaron, sus ojos se fijaron en la casa y un rubor más
profundo subió por su cuello hasta su rostro.
―¿Quieres entrar y ver la planta baja ahora que está vacía?
Probablemente haremos el resto mañana.
No respondió al principio, simplemente se quedó mirando la casa como
si ésta fuera a responder por ella.
Me pregunté qué pasaría si le pusiera una mano en el hombro, lo tensos
que se sentirían sus músculos bajo mis manos.
Ella se escaparía si lo intentara.
Quédate quieto, me recordé. Sé paciente.
―No, gracias ―respondió, muy suave y educada, con cara de vete a la
mierda, ¿quieres?
Asentí.
―Hay una silla en la parte trasera de mi camioneta si quieres sentarte en
un lugar más cómodo.
Se enderezó y se pasó las manos por la parte delantera del vestido.
―Me dirijo de regreso a mi hotel. Tu hermana me envió una lista de
cosas que tendré que finalizar esta semana.
―Sí, tiene una molesta tendencia a enviar a todos listas de lo que deben
hacer.
Su mirada se fijó en la mía y, por un estúpido momento, me encontré
conteniendo la respiración para ver si sonreía.
Ella no lo hizo.
Pero sus ojos buscaron los míos y luego sus cejas bajaron una fracción de
centímetro.
¿Qué estaba tratando de descubrir?
―Cameron ―dijo, el desprecio era claro en su tono.
Levanté la barbilla.
―Ivy.
No volvió a mirarme cuando volvió al auto y se puso esos grandes lentes
oscuros en la cara.
Una vez que estuvo fuera de vista, me rasqué la nuca.
―¿Nos ayudarás o no, imbécil? ―gritó Ian.
―Sí ―dije―. Ya voy.
9
Ivy
Cuando era estudiante de primer año en la preparatoria, ya estaba
inscripta en clases avanzadas. En una de ellas, el profesor me emparejó con
un atleta de último año que luchaba por mantener su lugar en la clase.
Jugaba baloncesto, si la memoria no me falla.
Y él era un idiota. Ninguna clase avanzada en el mundo era el lugar
adecuado para ese hombre porque tenía la inteligencia de un poste de
cerca. Como sea, estábamos trabajando juntos en un artículo en la cocina de
mi casa, y justo cuando estaba tratando de explicar qué era un participio
pendiente, él intentó meter la mano bajo mi falda y su lengua en mi
garganta.
―Eres tan jodidamente sexy ―susurró justo antes de acercarse para el
intento descuidado y desacertado.
A pesar de mi experiencia en golpes de intimidación, me congelé porque
era mi primer beso y fue terrible. Recuerdo haber pensado dos cosas: ¿por
qué tiene la lengua tan húmeda (tal vez tenga un problema médico) y, Dios,
¿esto es en lo que tendré que pensar cada vez que piense en mi primer beso?
El segundo pensamiento fue suficiente para sacarme de mi estado
congelado, y estampé mis manos en su pecho para empujarlo hacia atrás,
pero no fue a ninguna parte.
Apenas tuve tiempo suficiente para sentir las garras heladas del pánico
porque nuestra ama de llaves Ruth entró en la cocina, lo agarró por la parte
de atrás de la camisa y le dijo que sacara su trasero de la casa antes de que
llamara a la policía.
Él reprobó su examen y abandonó la clase avanzada poco después.
¿Y yo?
Entré a la escuela al día siguiente y me encontré siendo la receptora
involuntaria de susurros y miradas por cada pasillo de ese edificio. Sus
compañeros atletas se rieron cuando pasé, alguien hizo un comentario en
voz baja acerca de tener un palo en el trasero, y que tal vez alguien
necesitaba sacármelo.
Era la primera vez en mi vida que la atención en masa me hacía sentir
mal del estómago. Nunca le dije a mi papá que difundió historias sobre mí
porque eso no habría hecho más que darles más combustible.
Entonces hice lo que mi papá me enseñó a hacer.
Al pasar, los vi directamente a los ojos, puse una mano firme y mental
debajo de mi barbilla y la empujé hacia arriba. Solo un poco.
Que me condenen si niños pequeños como esos con penes de lápiz
alguna vez me hacían bajar la mirada y correr por la escuela como si no
mereciera estar ahí.
Luego los ignoré.
Ignoré los ojos que me siguieron todo el día y el día siguiente.
Lo escondí detrás de una barricada, algo en mi mente que se parecía
mucho a un muro de acero gigante.
Podían decir lo que quisieran, pero yo sabía que no era verdad.
Incluso a los quince años, sabía que su reacción decía mucho más sobre
sus inseguridades que sobre mí como persona. Si esos idiotas querían reírse
de que yo era una mojigata y una perra, entonces significaba que me
dejarían en paz.
Hasta que aparecí en Sisters, no pensé mucho en esa época de mi vida.
No era como si me hubiera plantado un odio profundamente arraigado
hacia los hombres, aparte de evitar estrictamente a los idiotas y los
neandertales que no podían pensar en cómo salir de una bolsa de papel.
Pero mi cerebro recordó lo que era tener cada ojo girando para señalar en
mi dirección.
Realmente culpo a Amanda en la recepción. Ella me dijo que las
hamburguesas en este lugar estaban “estúpidamente buenas” y cuando
una segunda llamada al celular de mi papá, y luego a su oficina, no recibió
respuesta, honestamente no podía sentarme en esa tranquila habitación de
hotel ni un segundo más.
Una estúpida buena carne roja cubierta de queso pegajoso sobre un trozo
de pan gigante sonaba perfecto. Teniendo en cuenta que mis dos últimas
comidas fueron una ensalada para llevar entregada en mi habitación y
consumida mientras estaba sentada a los pies de mi cama, parecía
necesario. Si fuera el peor tipo de mecanismo de afrontamiento que se me
ocurrió, entonces me gustaría que una sola persona me juzgara por eso.
El restaurante se encontraba justo enfrente del estacionamiento del hotel,
con un gran toldo a rayas blancas y negras sobre la puerta de color rojo
brillante. El frente del edificio tenía una gran línea de ventanas que se
extendían de un extremo a otro, por lo que cualquiera que se sentara en las
cabinas que daban en esa dirección tenía un asiento en primera fila frente a
quien estuviera a punto de entrar.
Fue entonces cuando la memoria muscular se activó, desbloqueando un
trauma oculto de una habitación entera llena de gente mirándome.
Encima de la puerta había una pequeña campana dorada, y cuando
anunció mi llegada con un pequeño y caprichoso repique, les tomó menos
de tres segundos a cada persona en el lugar girarse y mirar. La única
excepción fue un anciano diminuto encorvado en una mesa cercana,
mirando un tablero de ajedrez.
Dos mujeres en un reservado al frente se inclinaron más cerca, una de
ellas susurrando a la otra, con una rápida mirada a mis zapatos y el vestido
color crema que llevaba. Era uno de mis favoritos, con un cuello impecable,
botones que recorrían toda la parte delantera donde llegaba a mis rodillas y
ribetes negros a lo largo de los bordes.
Fue el susurro lo que apretó el gatillo.
Mi pecho se volvió pesado, un puño invisible gigante presionó mi
esternón.
Sentí un nudo en la garganta y el segundo puño gigante se cerró, se
cerró, y se cerró sobre mi tráquea.
E inmediatamente quise dar media vuelta y huir. Deshacerme de los
tacones y correr de regreso al hotel.
En realidad, ni siquiera tenía que deshacerme de los tacones, y el hecho
de que estuviera dispuesta a correr con tacones de aguja debería decir cuán
poderosa era esa sensación instantánea de pánico.
¿No era esa la parte extraña de las ansiedades que no sabías que tenías?
Podrían permanecer inactivos durante años hasta que una sola cosa los
hiciera arañar y arañar la superficie.
Considere mi superficie oficialmente abierta, porque vi rápidamente a mi
alrededor, buscando una mesera que me sentara. Había un pequeño cartel
con tiza junto a la entrada: siéntate.
Alrededor de la gran sala abierta había muchas opciones: mesas en la
parte de atrás, mesas altas a lo largo de la izquierda de la sala, taburetes en
el mostrador que daba a la cocina abierta y opciones dispersas en medio.
Elegí el más cercano porque la idea de caminar por esa habitación con las
cabezas girando para seguirme me hizo sentir como esa chica de quince
años otra vez.
Excepto que la arrogante inclinación de la barbilla no funcionaría igual
aquí. Las miradas desafiantes tampoco ayudarían.
De hecho, todo lo que pude escuchar cuando elegí la mesa más cercana y
me deslicé en una silla con la espalda hacia la línea de ventanas fue a
Cameron Wilder diciéndome que Ian probablemente diría las mismas cosas
sobre mí que yo decía sobre él.
Tan amigable como un picahielos.
Las palabras resonaron en mi cerebro en un bucle interminable y
desagradable.
Dios.
Justo lo que necesitaba era un hombre emocionalmente intuitivo que me
hubiera visto en mi peor momento.
Ahora él pensaba que podía decir cosas. Hacer observaciones.
Era mucho peor que sus observaciones fueran ciertas.
Honestamente, tuve suerte de que Cameron no insistiera en por qué
aparecí en la casa. Había muchas posibilidades de que no pudiera
responder.
Una mesera bonita y sonriente con trenzas de puntas azules se acercó a
la mesa.
―Hola, ¿qué puedo ofrecerte para beber?
―Té helado, por favor ―dije.
Sus ojos oscuros tenían espesas pestañas y tenía un pequeño diamante
parpadeando en un costado de su nariz. Esos ojos recorrieron rápidamente
mi cara y mi ropa y luego asintió.
―Por supuesto. Aquí está tu menú. Te daré un par de minutos para que
lo revises.
Aunque mi corazón todavía latía implacablemente contra el interior de
mis costillas, logré esbozar una sonrisa educada.
El menú permaneció intacto porque si existía la más mínima posibilidad
de que me convenciera de no comer hamburguesa con queso, esa
posibilidad ya había desaparecido.
En la mesa junto a mí, el anciano movió una mano hacia uno de sus
peones, luego se detuvo, la retiró y la volvió a colocar en su regazo.
Bajé las cejas y me encontré observando con interés mientras él estudiaba
el tablero con ojos oscuros y nublados. Los cortos rizos de su cabello blanco
resaltaban en marcado contraste con su piel oscura y arrugada, y después
de un minuto, finalmente movió un alfil al otro lado del tablero.
Luego se recostó.
Mi mirada debe haber llamado su atención porque él vio hacia arriba, y
su mirada se cruzó con la mía.
Luego sonrió.
―¿Juegas? ―preguntó.
―Ya no tanto, pero solía hacerlo.
Él asintió.
―El juego te enseña mucho sobre la vida ―dijo, y luego se dio unos
golpecitos en la sien―. Te mantiene alerta, y paciente. Siempre pensando
unos pasos por delante de tu oponente, si tienes alguna posibilidad de
ganar.
Eso era exactamente lo que mi papá solía decirme y por qué me exigía
que aprendiera a jugar. Solíamos pasar horas sentados uno frente al otro en
el estudio.
Sin embargo, en lugar de decirle eso al extraño, simplemente sonreí.
―Lo hace.
La mesera regresó a mi mesa con un té helado y se fue con mi pedido.
Mientras esperaba, me di cuenta de lo mal que había pensado en esto. La
entrega de comida para llevar se creó para situaciones como esta, y comer
mi comida a los pies de mi cama era una elección de vida perfectamente
buena a la que regresaría en breve.
Mis dedos se movían inquietos y suspiré rápidamente mientras los
estiraba, en un humilde intento de guardar el impulso de sacar mi teléfono
solo para tener algo en qué concentrarme.
El restaurante estaba limpio y ordenado, con una decoración en blanco y
negro y rojo a juego con el exterior, y aunque ya había pasado la hora pico
del almuerzo, todavía se oía un zumbido sólido de ruido en las mesas
llenas.
Tomé un sorbo de mi té helado y suspiré.
La mesera regresó con una sonrisa.
―Tu hamburguesa saldrá pronto. ¿Puedo traerte algo más mientras
esperas?
El hombre sentado a la mesa junto a mí volvió a sonreír y me pregunté
con qué frecuencia se sentaba aquí, solo y jugando ajedrez, solo para estar
en una habitación llena de gente.
También pensé en lo que me llevó aquí, en sentarme a los pies de la
cama, mirando mi teléfono para ver si mi papá enviaba mensajes de texto.
Llamaba. Cualquier cosa.
Sentarme aquí sola no ayudaba en nada.
Ciertamente no me distrajo de la mierda que se enredaba en mi cabeza,
el gigantesco desastre que era. Si pudiera encontrar un solo hilo del cual
tirar, tal vez podría descubrir qué es lo que más me molesta de todo este
asunto.
Todo en este lugar, todo sobre la razón por la que estaba ahí era como
poner un reflector gigante sobre las cosas que no quería ver.
No quería recordar, o admitirlo en voz alta.
―¿Puedo llevarme mi hamburguesa? ―le pregunté a la mesera.
Si la solicitud la sorprendió, hizo un muy buen trabajo ocultándolo.
―Por supuesto.
―Gracias.
Se detuvo en la mesa junto a la mía.
―¿Necesitas algo más, Rog?
―No, gracias cariño. Estoy a punto de regresar a casa. Ya sabes, es hora
de mi siesta.
La mesera sonrió, luego le dio unas palmaditas en el hombro y regresó a
la cocina.
Un par de minutos después, se levantó lentamente de la mesa y saludó al
restaurante, despidiéndose amistosamente de alguien. Él sonrió y salió
arrastrando los pies mientras otros clientes también saludaban con la mano
en su dirección.
La familiaridad entre ellos me hizo ver debajo de mis pestañas,
esperando desesperadamente que no se dieran cuenta de que los estaba
espiando, luego vi alrededor de la habitación y noté que también había
otras mesas.
Dos mujeres mayores estaban de pie junto a una mesa en la que estaba
sentada una familia joven, el grupo charlaba y reía.
En la esquina trasera, un grupo de cuatro hombres de mediana edad
hablaban con un par de chicos de unos veinte años sentados al otro lado
del pasillo.
Mientras mis ojos recorrían la fila de mesas que bordeaban las ventanas,
noté que solo una mesa estudiaba la mía. Dos mujeres estaban sentadas con
los platos vacíos, en la esquina donde se encontraba mi mesa. La mayor
tenía cabello gris corto y arreglado y ojos bonitos, mientras que la mujer
más joven frente a ella tenía cabello castaño oscuro y cejas que inducían a la
envidia.
Ambas me veían fijamente.
La mujer mayor sonrió, al igual que la más joven, sonrisas inquisitivas,
como si tuviera alguna idea de lo que estaban pensando, ciertamente no lo
suficiente como para poder darles una respuesta.
Mis labios se levantaron una fracción, lo suficiente como para no ser
grosera, pero mi estómago dio un vuelco cuando la mujer mayor se levantó
y comenzó a caminar en mi dirección.
Tal vez si comenzara a usar jeans, camisetas y chanclas, nadie prestaría
atención a mis idas y venidas, pero Dios, no estaba segura de poder usar
eso como justificación.
Los jeans eran una prisión para quien los usaba, si me preguntas. Un
castigo derivado de la industria de la moda casual para hacernos creer que
estábamos vestidos de forma informal. Nada en ellos era más cómodo que
un bonito vestido y moriría con esa idea.
Leggins, podría entenderlo. Incluso yo los usé en alguna ocasión.
¿Mezclilla? Absolutamente no.
Pero en este momento, mientras las dos mujeres caminaban en mi
dirección, yo tomaría los Levis y sería perfectamente feliz.
―Lamento mucho interrumpir ―dijo la mujer mayor―. ¿Pero eres Ivy
Lynch?
Había algo particularmente siniestro en el hecho de que ella supiera mi
nombre, pero tenía ojos amables y no mostraba cada diente de su boca con
esa sonrisa, así que me sentí un poco más inclinada a confiar en ella que en
Marcy “Estoy enamorada de Cameron Wilder” Jenkins.
―Sí.
Ella sonrió.
―Pensé que podrías serlo.
Dado que ambas me estaban mirando, se sentía extraño permanecer en
mi asiento, así que me puse de pie lentamente, ajustándome el cinturón de
mi vestido camisero, luchando contra la necesidad de revisar mi cabello.
―Dios, desearía poder lucir un vestido como ese.
La mujer más joven a su lado sonrió ampliamente y hubo un pequeño
pitido de reconocimiento en la parte posterior de mi cabeza. ¿Por qué
parecía tan familiar?
―Te pareces a tu mamá ―dijo la mujer mayor.
Me quedé helada.
―¿La conociste?
―Un poco ―respondió ella―. No vivimos muy lejos de la casa de tus
abuelos, y recuerdo a tu mamá antes de que se fuera, aunque era más joven
que yo y mi esposo, Tim. ―Luego inclinó la barbilla en un gesto vago―.
Ella trabajó aquí, de hecho.
―¿Lo hizo?
La mujer tarareó.
―Atendía mesas aquí y en el bar del centro los fines de semana. Estoy
segura de que cualquiera que viviera aquí en la ciudad la recordaría.
La indecisión me atravesó en un corte limpio justo por la mitad.
Quería saberlo todo.
Y no quería saber nada.
Una parte de mi cerebro se controló para no sentir demasiada
curiosidad, la misma razón por la que sentía una necesidad increíblemente
fuerte de permanecer fuera de esa casa. No podía extrañar lo que no
conocía. Mi papá casi nunca hablaba de ella más allá de cómo se
conocieron y lo que ambos querían. Reprimió su dolor con tanta eficacia
que no tuve más remedio que hacer lo mismo, y cuando no recordabas
nada, no sabías nada, era más fácil mantener esa botella bien cerrada.
Conocer este lado de mi mamá era como abrir la caja de Pandora. Era un
lado de ella que ocupó diecinueve años de su vida, sin el filtro de mi papá
y sus propios prejuicios.
―Lo tendré en cuenta, gracias ―le dije. Algo en sus ojos me dijo que
sabía que yo no tenía intención de ir al bar del centro y buscar historias de
buenos tiempos―. Lo siento, no creo haber escuchado tu nombre.
La mujer más joven se rio.
―Mi mamá está acostumbrada a que todos sepan quién es ella. Sigo
diciéndole que mantenga su ego bajo control.
La mujer mayor chasqueó la lengua y le dio a su hija una mirada cálida y
afectuosa que hizo que mis entrañas se agudizaran y se enfriaran, y la
soledad de todo el día me golpeó de una manera totalmente desagradable.
―Esta sabelotodo es mi hija, Poppy.
Poppy extendió su mano y yo la tomé, gratamente sorprendida por su
firme apretón.
―Y yo soy Sheila. Sheila Wilder.
Una repentina aceleración de mi pulso retumbó en mis oídos, y mi mano
colgó inerte a mi costado cuando todo se precipitó con una claridad
sorprendente.
Oh, Dios.
Eran su mamá y su hermana, y por eso su gran y amplia sonrisa me
resultaba tan familiar.
―¿Eres… la mamá de Cameron? ―pregunté débilmente.
Sus ojos brillaron, sabiendo y rebosando curiosidad maternal, y de
repente, quise salir corriendo de nuevo.
―La mayoría de los días, lo reclamaré, sí. ―Ella abrió los brazos―.
¿Aceptas abrazos como saludos?
Tragué, luchando contra el impulso de alejarme de la explosión nuclear
de energía cálida y maternal que ella emitía. Lo juro, no sabía cómo diablos
tratar a la gente en absoluto, y nunca, nunca había estado más claro.
Poppy le dio un codazo.
―Mamá, no todo el mundo quiere abrazos.
Sheila suspiró.
―Supongo.
En vez de eso, me estrechó la mano, pero mis dedos se sentían débiles
porque, santo infierno, me besé con su hijo siete segundos después de
conocerlo. Sentí como si mi cara fuera a derretirse por la vergüenza porque
juro que ella podía leer todo lo que pasaba en mi cerebro mientras me
sonreía tal como lo hacía.
Feliz.
Entusiasmada.
Bienvenida.
Inmediatamente después de ese pensamiento, Sheila me dirigió una
mirada evaluadora.
―¿Tienes algún plan para cenar esta noche? Nos encantaría invitarte y
prepararte una comida casera.
Parpadeé, luego parpadeé de nuevo. Mis planes consistían en una
habitación de hotel mortalmente silenciosa y ver el techo durante horas
antes de finalmente quedarme dormida. Tal vez una ducha caliente con
presión de agua inadecuada solo para romper con la monotonía.
―Yo... no lo sé, pero...
―Maravilloso ―dijo efusivamente―. Cameron puede darte la dirección.
Sonreí. Más o menos. Podría haber sido más como una mueca porque la
idea de sentarme frente a ese hombre en la mesa mientras su mamá
observaba cada interacción me hizo querer conectarme una vía intravenosa
de pinot noir.
―Agradezco la oferta, pero realmente necesito trabajar un poco ―dije
sin convicción.
Poppy me dio una sonrisa comprensiva y yo estaba lista para meterme
debajo de la maldita mesa. Yo también me daría lástima a mí misma,
porque sinceramente, ¿quién se siente desequilibrada ante una oferta
amistosa de una comida casera?
Ivy jodida Lynch, aparentemente.
―Tal vez ya se hartó de los chicos en el lugar de trabajo y no quiere
verlos más de lo necesario, mamá ―intervino Poppy―. Solo puedo
adivinar lo idiota que fue Ian.
Quería reírme, pero me lo tragué.
―Él estuvo bien.
Sheila arqueó una ceja.
―Tienes una buena cara de póquer, jovencita.
Sí, me lo habían dicho una o dos veces.
Pero, ¿qué quería decir realmente la gente cuando decía eso?
Era incómodo no saber lo que alguien estaba pensando con solo verlo.
¿No era mucho más fácil cuando eran expresivos, cuando sus ojos
mostraban emoción, asombro, preocupación o irritación?
Difícil de leer era una buena manera de decirlo.
Frígida era otra.
No era como si quisiera que me vieran de esa manera. Por supuesto, el
mundo siempre querría a Sheila y a Poppy Wilder, con sus grandes
sonrisas y amables ofertas.
Simplemente no estaba segura de cómo cruzar las puertas que habían
estado firmemente arraigadas durante toda mi vida, tan profundamente en
quién soy que no podía comprender quién era sin ellas.
Respiré hondo y esbocé una sonrisa tan cálida como pude.
―Tu oferta es muy amable, pero realmente necesito trabajar esta noche.
Ella me vio de nuevo.
―Está bien. Tal vez en otro momento ―dijo en voz baja.
No respondí.
La atención de Poppy se centró en la mesera que se acercaba con mi
bolsa para llevar. Vi destellos de Cameron en su rostro: la forma de su
boca, algo en la línea de su nariz. Ella era hermosa, esa clase de belleza
acogedora y natural que yo nunca había dominado del todo.
―Fue un placer conocerlas ―les dije.
Poppy enganchó su brazo con el de su mamá.
―No te preocupes, ella seguirá invitándote, es implacable en ese sentido.
Sheila suspiró, pero no parecía molesta. Era un sonido afectuoso y algo
en mi pecho retumbó peligrosamente al verla.
Con la bolsa para llevar apretada con fuerza en mis manos, les di una
pequeña sonrisa y me fui con pasos largos y rápidos. El hombre en la mesa
junto a la mía me guiñó un ojo y pensé en ese guiño, en sus sonrisas,
mientras terminaba mi hamburguesa y me preparaba para ir a la cama.
Mientras me duchaba, pensé en los bares de los pueblos pequeños y en los
extraños que conocían a mi mamá mejor que yo. Enos celulares sin
llamadas perdidas. Caras de póquer y lo que escondían debajo.
Esa noche me quedé en la cama, mirando al techo, las horas
transcurrieron lentamente hasta que mis ojos finalmente comenzaron a
bajar.
Cuando mi cuerpo se hundió en el colchón y la tensión disminuyó
gradualmente en mi cuerpo, fue cuando el sonido estridente de las alarmas
de incendio comenzó a sonar.
―Por el amor de Dios ―murmuré, jalando las mantas. Saqué un
cárdigan de cachemira de mi armario y lo puse alrededor de mi pijama de
seda, metí mis pies en mis pantuflas y agarré mi bolso antes de abrir la
puerta que daba al pasillo.
―Por favor, dime que el hotel no está en llamas ―le dije a Amanda
cuando la vi en el estacionamiento.
Ella hizo una mueca, con el teléfono apretado contra la oreja.
―No, pero no podemos entender por qué se disparan las alarmas.
―Excelente ―murmuré―. ¿Podemos volver a entrar y recoger nuestras
cosas?
Lentamente, ella sacudió la cabeza.
―No hasta que sepamos con certeza que es seguro. No creo que sea
monóxido de carbono tampoco, pero el departamento de bomberos tiene
que revisar el edificio antes de que alguien pueda volver a entrar. ―Antes
de que pudiera responder, levantó un dedo y asintió ante lo que alguien
dijo al otro lado del teléfono, luego cerró los ojos y suspiró―. Entendido
―dijo, y luego colgó.
Cuando su mirada se encontró con la mía, sentí un hundimiento en el
estómago.
Los rasgos de Amanda eran sombríos cuando habló.
―Desafortunadamente, nadie puede quedarse aquí esta noche. Vamos a
necesitar encontrar un nuevo lugar para que todos se queden hasta que
solucionen esto.
La vi fijamente por un momento y luego cerré los ojos con fuerza.
Por supuesto.
10
Ivy
―Okey, Ivy ―susurré―, no seas una maldita gallina. Solo entra en la
maldita casa.
Parecía mil veces más espeluznante por la noche, los árboles parecían
esqueletos altos y larguiruchos que se elevaban hacia el cielo oscuro. Desde
la seguridad de mi auto, me pregunté qué tan horrible sería simplemente
dormir donde estaba. Incline el asiento hacia atrás y coloque mi bolso
debajo de mi cabeza a modo de almohada.
Ya había huido de una cosa esta noche, y me estaba cansando un poco de
esta versión de mí que hacía cosas como evitar restaurantes y casas
antiguas que llevaban la historia de otra persona y constructores con
mandíbulas angulosas cubiertas con la cantidad justa de barba.
Entonces no iba a correr más.
Una mirada al rostro de Amanda cuando se dio cuenta de la magnitud
de tener que encontrar nuevas habitaciones para cada huésped del hotel, y
me encontré haciendo algo absolutamente extraño.
Le ofrecí algo para hacerle la vida un poco más fácil y mi noche
infinitamente peor.
―No tienes que buscarme un lugar ―le dije. Las palabras simplemente
salieron de mí. Sin aviso y definitivamente sin compasión por el futuro con
el que yo tendría que lidiar.
―¿No? ―Ella tenía una extraña mirada aturdida en su rostro, mirando
el estacionamiento lleno de gente cansada y malhumorada que fueron
arrastradas desde sus habitaciones por alarmas de humo que no
funcionaban y que no podían apagar. Algo sobre un fallo eléctrico
inexplicable.
Yo parecía tener muchos de esos cuando Cameron Wilder estaba cerca,
como si él solo pudiera cortocircuitar la red simplemente por existir.
―Tengo un lugar donde puedo quedarme. ―Entonces hice algo aún más
extraño. Puse mi mano en su brazo como si fuéramos amigas que
casualmente se tocaban y luego yo le di unas palmaditas.
Consoladoramente―. Buena suerte.
El alivio en su rostro fue la única razón por la que no me retracté de mi
oferta porque en el momento en que me subí a mi auto y conduje hacia la
casa, sentí los primeros temblores de un ataque de pánico.
En serio, la liberación momentánea de la válvula de presión nunca valía la
pena.
Quería conducir de regreso a ese estacionamiento y exigir el mejor hotel
de Redmond, pero escuché a suficiente gente a mi alrededor llamando y, al
no tener suerte, apreté más el volante y seguí conduciendo.
¿Qué estaba haciendo? No quería entrar a esta casa a la luz del día, y
ahora estaba completamente oscuro afuera y todo el lugar parecía como si
estuviera a punto de ser asesinada en el momento en que saliera de mi
auto.
En pantuflas.
En pijama.
Llevaba un cárdigan de cachemira y no llevaba bata.
Gemí.
―Puedes hacer esto ―repetí―. Eres una jodida Lynch.
Agarré mi bolso y saqué mi celular hasta que pude encender la linterna
con las manos temblorosas.
Mis costillas se apretaron con tanta fuerza que apenas podía respirar por
completo, pero hice lo mejor que pude, aspirando oxígeno mientras
mantenía mis ojos firmemente plantados en el círculo de luz de mi teléfono.
Subí al porche y entré a la casa, buscando frenéticamente un interruptor en
la pared.
Cuando lo encendí, una débil luz amarilla llenó la habitación vacía y
exhalé rápidamente y aliviada.
La alfombra donde el sofá permaneció intacto durante años estaba
descolorida y había manchas en el centro de la habitación. El papel tapiz se
estaba despegando de las esquinas: un patrón azul pálido con pequeñas
flores blancas, con un marco a juego que se extendía por toda la habitación.
Tenía la garganta apretada mientras veía esas flores y levanté la barbilla.
No llegué tan lejos para que un papel tapiz despegado me deshiciera, todo
lo que necesitaba era una cama y estaría bien.
Era solo una casa. No prestaría atención a ninguno de los detalles.
La risa amenazó, histérica y desquiciada mientras intentaba trepar por
mi garganta, pero no lo permití.
Hasta donde yo sabía, los muebles de arriba estaban intactos, si no un
poco polvorientos, y ahora que había llegado hasta aquí, podía hacerlo.
No iba a echarme atrás ahora.
¿Mi papá quería ponerme a prueba?
Bueno, él nunca se imaginó esto. Nunca fui a acampar. De mochilera.
Nada. Mi idea de pasarlo mal era que no hubiera wifi y sábanas con un
bajo número de hilos.
Me puse el bolso al hombro y me apreté el cárdigan alrededor del cuerpo
mientras subía las escaleras, decidiendo dejar la luz de abajo encendida.
Los asesinos evitaban las casas con muchas luces encendidas. Todo el
mundo lo sabía.
Las escaleras crujieron siniestramente, y llegué hasta el claro de las
escaleras sin que cayera a través de cualquier madera podrida.
Buen comienzo.
El primer dormitorio a la derecha ya estaba vacío, y recé rápidamente
para no haber escuchado mal a Cameron. ¿No me vendría bien? Hacer algo
bueno por alguien y acabar durmiendo en la alfombra sucia porque todos
los muebles ya estaban fuera. Y te digo dónde estaba mi límite personal:
dormir sobre esos muebles en el granero.
Encontré el interruptor de la luz del pasillo y lo encendí, pero como
habían comenzado a quitar las lámparas, algunas de ellas eran solo
bombillas que colgaban del techo.
Era un poco al estilo de crack-house-chic, pero podría lograrlo por una
noche.
El segundo dormitorio era más grande que la primera habitación y
exhalé un rápido suspiro de alivio cuando vi la cama en medio. Con
cautela, pasé el dedo por el ornamentado estribo tallado, pero salió limpio,
lo que significaba que las sábanas funcionaron todos esos años.
Con cautela, rodeé la cama y vi por las grandes ventanas que la
flanqueaban a ambos lados. La vista daba a la parte trasera de la casa, que
no era más que oscuridad. Sin estrellas. Sin árboles. Sin nada.
Solo la casa y yo, y, oh por favor, querido Señor, nada de visitantes
fantasmales.
Me senté en la orilla de la cama y presioné una mano sobre mi corazón
aún acelerado cuando el colchón no se hundió por mi peso. Había marcas
descoloridas en la pared donde habían estado colgadas los cuadros, y no
pude evitar preguntarme de quién era la habitación.
¿Era de ella?
¿Este era el lugar donde se quedaba despierta y planeaba todas las cosas
que haría cuando dejara esta ciudad? ¿Veía por la ventana y deseaba ver
otras luces, ver edificios, vecinos y vida?
En el borde del marco de la puerta, vi marcas de lápiz alineadas desde
aproximadamente un metro del suelo hasta aproximadamente las tres
cuartas partes del camino hasta la cima.
No mires, gritó la voz en mi cabeza. Ignora todo y simplemente duerme
un poco.
Pero el mismo instinto que me llevó a esta casa, que me hizo darle
palmaditas en el brazo a Amanda y hacer cosas extrañamente amables, me
hizo levantarme para estudiar las marcas en la pared.
Mi cabeza se inclinó y cuando me acerqué un paso más, escuché el
primer sonido.
Un ligero rasguño.
Hice una pausa y se me erizaron los vellos de la nuca.
El rasguño comenzó de nuevo. Un poquito más fuerte.
―Puedo hacer esto ―susurré. Había un temblor en mi voz que ignoré
sin piedad―. Puedo hacer esto.
Te diría una cosa, sin embargo, podrías decir algo hasta que te pusieras
azul y aún así sabrías que estabas absolutamente lleno de mierda. Porque
cuando el rasguño se hizo más fuerte, seguido de un gemido lastimero que
pareció hacer eco en el piso de arriba, salí corriendo.
Eso es todo, pensé mientras bajaba corriendo las escaleras. Iba a quemar
este lugar hasta los cimientos.
Tal vez fue el frío ataque de terror o la forma en que bajé esos escalones,
pero mi trasero no escuchó el sonido de nadie, hombre o vehículo,
acercándose a la casa, así que cuando abrí la puerta y lo primero que vi era
una silueta alta de un hombre en el porche delantero, grité.
―Soy yo ―gritó, con las manos en alto―. Cameron.
Me hundí contra la puerta, mis manos temblorosas se clavaron en mi
cabello y luché por respirar, jadeando como si acabara de correr un maldito
maratón.
―Mierda, Cameron ―jadeé. Mi corazón golpeaba violentamente contra
mi pecho y mis piernas apenas podían sostenerme―. Pensé que eras un
asesino.
―A pesar de que a veces estoy muy cerca de serlo con mis hermanos, no
lo soy. Al menos no la última vez que lo comprobé ―dijo.
―Tu sarcasmo es útil en este momento, gracias.
―¿Qué pasó? Te escuché correr escaleras abajo.
¿Correr? Sí, claro. Soné como un hipopótamo acercándose a la puerta de
entrada por la forma en que salí. No hubo ninguna gracia involucrada en lo
que acaba de suceder.
Sus ojos recorrieron desde la parte superior de mi cabeza hasta mis
piernas desnudas, terminando con una sonrisa que fruncía sus labios al ver
mis pantuflas. Mi puño agarró la parte delantera del cárdigan porque lo
último que necesitaba esta situación era que mi estado sin sostén fuera
proclamado al mundo.
Ignoré directamente su pregunta.
―¿Qué estás haciendo aquí?
―Salí a dar un paseo en motocicleta ―dijo―. Vi la conmoción en el hotel
y me detuve para ver si estabas bien.
Ignoré despiadadamente la consideración de que él se detuviera para ver
cómo estaba y me concentré en su medio de transporte.
Una motocicleta.
No es que supiera mucho sobre ellas, pero la máquina estacionada al
lado de mi auto era sexy: elegante, brillante y negra, con un asiento de
cuero marrón. Si quisiera imaginar esas cosas, fácilmente podría verlo a
horcajadas, con sus largas piernas hacia adelante y sus fuertes brazos
extendidos mientras agarraba el manillar. Alguien de la variedad femenina
se sentó detrás, con los brazos alrededor de su cintura y las piernas
apretadas alrededor de sus caderas.
No, eso no hizo nada por mí en absoluto.
―¿Qué te hizo venir aquí? ―le pregunté, todavía molestamente
entrecortada.
―Amanda me dijo que tenías un lugar donde quedarte ―dijo, viendo
dentro de la casa―. Me imaginé que estabas aquí, pero no deberías
quedarte en la casa. Ni siquiera tenemos las tuberías puestas.
Cierto.
Mientras apretaba con más fuerza el cárdigan, se me ocurrió que estaba
en cierta desventaja aquí.
Él entra pavoneándose, arrastrado por el viento, salvando el día y
necesitando un afeitado y vistiendo una Henley negra de manga larga
como si fuera un regalo de Dios para la industria de las camisetas de
algodón.
Luego estaba yo. Un tramo de escaleras me hizo jadear como un
fumador de una cajetilla por día, usando pantuflas peludas, con mi cabello
enredado, y tenía que enfrentar la verdad de que no había manera de salir
de esta situación con mi compostura intacta.
―No pensé en eso ―admití remilgadamente, luego arqueé una ceja―.
Entonces, ¿qué? ¿Vienes a advertirme que no tire de la cadena?
Pasé una mano por mi cabello enredado que caía sobre mi cara,
intentando un movimiento elegante, pero fallé cuando el nudo volvió a
caer.
Sus labios se torcieron de nuevo.
―En realidad, iba a ofrecerte un lugar donde quedarte.
―Si me dices que tu cama, te lo juro… ―dije entrecerrando los ojos
peligrosamente.
Los ojos de Cameron recorrieron rápidamente mi rostro, un cariño
irritante calentó su mirada.
―¿Crees que tengo un deseo de morir?
―Honestamente, ya no tengo idea. ―Suspiré―. ¿Dónde está?
―Te dije que vivo en la propiedad de mis papás, ¿verdad? Tienen quince
acres justo al otro lado de esos árboles.
―¿Cuáles? ―siseé―. Hay árboles en todas direcciones. Lo único que
puedes ver son árboles.
―Sí, es miserable, lo sé.
Le di una larga mirada.
Cameron levantó las manos en señal de rendición.
―Al lado izquierdo de la propiedad, ahí es donde viven mis papás, pero
tienen otra casa más pequeña que nadie usa a menos que mi hermano y su
esposa vengan desde Seattle.
―Tres casas, ¿eh? ¿Están construyendo una pequeña comuna familiar
Wilder ahí?
Sus ojos brillaban de diversión y quería darle una paliza.
―Siempre supe que eras más inteligente que yo ―dijo, todo suave y
tranquilo y tan imperturbable que resultaba desagradable.
Inhalé.
―¿Entonces hay una extra por ahí para viajeros cansados como yo?
Tarareó, apoyando su hombro contra la casa mientras nos mirábamos en
la puerta abierta.
―Algo como eso. Es tuya si la quieres.
Dios, qué difícil elección.
Brevemente, vi detrás de mí el papel tapiz azul descolorido y la alfombra
manchada, luego vi las escaleras pensando en la pared marcada que no
tuve oportunidad de estudiar, y en los absolutamente malditos sonidos que
provenían de algún lugar de ese segundo piso.
No, esta elección era notablemente fácil.
El agarre de mi cárdigan se aflojó un poco y me enderecé, tratando de
salvar algo sobre cómo debía verme.
Sus ojos se detuvieron en mi rostro y mis mejillas se calentaron.
―¿Este no será uno de esos momentos cursis de comedia romántica en
los que accidentalmente pierdes la llave y, ups, me veo obligada a dormir en
tu cama, pero juras que no me tocarás por la noche porque la cama es lo
suficientemente grande?
Cameron no respondió de inmediato, su mirada se volvió especulativa,
luego esa boca firme y deliciosa suya se curvó en una sonrisa burlona.
―No estaba planeando tomar las cosas en esa dirección, no.
―Es bueno saberlo.
―Tienes una imaginación muy activa ―dijo.
Como si fuera a decirle lo activa que podría ser. Ruth me coló una vez
uno de sus libros románticos porque no confiaba en que mi papá tuviera
una conversación franca sobre los pájaros y las abejas.
A los catorce años conocía la mecánica, pero ese libro me tenía pegada a
las páginas. No sabía que existían historias así, era de un sacerdote
atractivo y una aventura prohibida con una mujer más joven atrapada en
una granja de ovejas que se prolongó durante décadas.
Aprendí cosas en ese libro y le prometí a Ruth que me lo llevaría a la
tumba y que ella no diría nada porque no estaba del todo segura de que mi
papá no la despediría si se enteraba.
―¿Tienes algo arriba?
Mierda.
―Mi bolso. ―Tragué―. Yo, mmm, debí haberlo dejado cuando yo...
¿Huí del piso de arriba como una enorme gallina?
―¿Quieres que vaya a buscarlo? ―preguntó, con los ojos brillando de
nuevo. Su boca luchó contra otra sonrisa.
―Me alegra que pienses que esto es tan divertido ―siseé―. Escuché
algo, ¿okey? Y fue fuerte, hubo gemidos y probablemente era un fantasma
porque este lugar está jodidamente embrujado.
―¿Gemido? ―Sus cejas se alzaron―. Bueno, ahora tengo que ir a
comprobarlo. ¿No tienes curiosidad?
―No.
Pasó a mi lado y mi mano se extendió, envolviendo su bíceps. Cameron
se quedó quieto, sus ojos se encontraron con los míos mientras se elevaba
sobre mí.
―¿Podemos simplemente... irnos? Quiero decir, toma el bolso y salimos
de aquí. ―Tragué el nudo rebelde en mi garganta―. Puedes investigar por
la mañana.
Su rostro se suavizó, su mirada se detuvo de una manera que me hizo
sentir como si estuviera desnuda en esa puerta.
Era terrible.
El músculo debajo de mi mano estaba cálido y sólido, y lentamente la
aparté.
Algo parpadeó en su mirada.
―Sí, ya vuelvo ―dijo en voz baja.
Una vez que el bolso estuvo nuevamente en mi poder, usó la linterna de
su teléfono para acompañarme hasta mi auto. La suave parte superior rosa
de mis pantuflas entraba y salía de la luz mientras caminábamos uno al
lado del otro, y estaba eternamente agradecida de que mantuviera la boca
cerrada sobre mi atuendo.
―Solo sígueme, ¿okey? ―dijo.
Me deslicé en el asiento del conductor y asentí, sin ver por el rabillo del
ojo mientras él levantaba una larga pierna para apoyar su peso en la
máquina estacionada a mi lado.
Y no vi mientras él arrancaba el motor, y los músculos de sus antebrazos
se tensaban mientras sus manos agarraban las manijas a lo largo del frente.
Mis muslos se tensaron.
Vi hacia abajo.
―Traidores.
Cameron hizo un giro cerrado con su motocicleta y se dio la vuelta para
regresar por el camino de entrada. Respiré rápidamente y puse mi auto en
reversa.
El viaje hasta casa de sus papás fue rápido y estaba agradecida por eso.
Me convencería de no hacerlo si tuviera demasiado tiempo para
pensarlo.
Reconocería la forma en que esto desdibujaba todas las líneas
firmemente marcadas de los últimos días.
Pero la noche era demasiado, y el día anterior no ayudó.
No podía seguir existiendo como lo hice cuando llegué. Era demasiado
para llevar. Un peso demasiado pesado.
Todo.
Las expectativas de mi papá.
El apellido.
Tratar de evitar saber algo sobre la experiencia de mi mamá aquí.
Todo lo que quería era acostarme en un lugar suave y cálido y poder
descansar. Hacía mucho tiempo que no hacía eso.
La motocicleta de Cameron entró en el camino de entrada y, si bien era
similar a mi propiedad, el camino de entrada se extendía más hacia atrás y
se curvaba más con el terreno. Era difícil ver algo más allá del haz de luz de
su faro, y luego el mío atravesando los árboles oscuros una fracción más
tarde.
Las sombras que surgían de los abetos eran altas, delgadas y
espeluznantes y se mecían con el movimiento de nuestros faros.
―Si sobrevivo a esto sin estrés postraumático, será un milagro
―pronuncié mientras Cameron disminuía la velocidad, convirtiendo su
motocicleta en un pequeño descanso entre los imponentes espectros.
Cuando terminó su camino, la casa apareció a la vista. Era pequeña, de
un solo piso, con un lindo porche y ventanas que flanqueaban la puerta
principal. Encaramada en el porche de entrada había una gran maceta
cuadrada rebosante de flores moradas y blancas.
Cameron apagó su motocicleta cuando me estacioné junto a él. Antes de
salir del auto, eché un vistazo a mi pijama verde de seda. ¿Los pantalones
cortos siempre eran así de cortos y nunca me di cuenta porque no estaba
acostumbrada a desfilar con mis nalgas a una pulgada de distancia de la
vista pública?
Jalé el dobladillo de encaje y rápidamente vi por el espejo retrovisor.
―Querido Dios ―suspiré.
Mi cabello.
Me hundí en mi asiento. No había forma de salvar nada de esto.
Pero maldita sea si no iba a intentarlo.
Empujé mis dedos a través del enredo, quitándolo de mi cara. En el
bolsillo delantero de mi bolso había una cinta para el cabello y la enrosqué
alrededor del moño improvisado en mi nuca. Pasé mi pulgar debajo de mis
ojos y me pellizqué las mejillas, maldiciendo esa vena de vanidad que me
hacía no querer parecer una loca.
Cameron abrió la puerta y una luz cálida inundó las ventanas cuando
entró. Respiré brevemente y me colgué el bolso al hombro.
Antes de subir las escaleras, eché un vistazo rápido a mis piernas
desnudas. Incluso con el cárdigan cerrado, parecía desnuda debajo.
Que siempre parezca que estás a cargo de la habitación, Ivy. La gente te
respetará más cuando entres como la jefa.
―Sal de mi cabeza ―siseé en voz baja.
Este no era el momento porque parecía (y me sentía) la jefa de
absolutamente nada.
Era más fácil parecer la jefa, pavonearse en algún lugar con confianza,
cuando no estabas en una posición vulnerable, pero necesitaba ayuda y él
lo sabía. Él lo sabía y no dudó en hacer algo al respecto.
Solo había una manera de que esto sucediera: estaba expuesta y
humillada, y todo lo que podía hacer era confiar en que él no se
aprovecharía.
Debí haber dudado demasiado antes de entrar a la casa porque la silueta
ancha de Cameron se recortaba contra el fondo de la luz detrás de él.
De la casa salía suficiente luz como para que tuviera un flashback de
estudiar su perfil cincelado en el ascensor. Algo apretado y duro se
desenrolló en mi pecho cuando registré la forma en que me estaba
mirando, era la misma forma en la que él me vio entonces también.
Curioso.
Amable.
E interesado.
―¿Sabes? ―dijo con facilidad―, se hace más fácil cuando entras a la
casa.
Arqueé una ceja.
―No lo digas.
Él sonrió y dio un paso atrás cuando me acerqué a la puerta principal.
Una ola de aroma cálido y especiado me envolvió cuando pasé junto a
Cameron, y solo inhalé un poco.
Quizás más que un poco, pero no había necesidad de insistir en eso.
Todos necesitaban respirar.
El interior de la casa era luminoso, limpio y muy bien decorado. La
cocina tenía gabinetes blancos y llamativos tiradores negros, una pequeña
isla que sostenía una bandeja de nogal con velas cortas y gruesas y un
jarrón redondo lleno de largos tallos verdes.
Había una mesa redonda a un lado y un sofá gris oscuro con grandes
cojines apoyados contra la pared del fondo. Mantas peludas cubrían los
sillones de cuero frente al sofá.
Al otro lado de la casa había dos dormitorios y un baño.
―Esta casa se siente como un abrazo ―dije en voz baja, luego cerré los
ojos por un momento porque no fue mi intención decirlo en voz alta.
Cameron metió las manos en sus jeans y se balanceó sobre los talones
mientras sus ojos permanecían fijos en mi cara.
―Todo el mundo necesita uno de esos a veces.
Aparté la mirada porque este subtexto emocional estaba a punto de
asfixiarme y no quería participar en eso.
―Un poco más atractiva que la anterior, al menos.
Él sonrió.
―Al menos entraste.
―Por supuesto que entré ―dije alegremente―. Es solo una casa.
¿Por qué me veía así?
No podría ser tan interesante. Por qué no quería entrar a la casa no podía
ser tan interesante para él.
Naturalmente, eso me hizo querer golpearlo un poco, solo porque toda
su calidez, suavidad y amabilidad me hacía sentir inquieta y nerviosa.
―Así que todos los miembros de la familia viven a poca distancia, ¿eh?
Con razón nunca te estableciste. Debe ser un infierno para tu vida amorosa
cuando tu mamá puede traerte la cena todas las noches.
No mordió el anzuelo.
―No, prefiero ir a cenar a su casa. ―Se encogió de hombros―. De esa
manera, ella también podrá lavar mi ropa.
Entrecerré los ojos.
Él se rio.
―Estoy bromeando, yo lavo mi propia ropa. ―Luego arqueó una ceja―.
¿Puedes decir lo mismo, duquesa?
Ante el astuto brillo en sus ojos cuando dijo ese apodo, me pasé la lengua
por los dientes. Él colgó su propio cebo y yo me negué a morderlo, no le
daría la satisfacción.
La sonrisa de Cameron se hizo más profunda, y ese maldito hoyuelo
apareció de nuevo.
Era una respuesta puramente biológica, me dije. Mi cerebro de lagartija
tenía un profundo reconocimiento del ser puramente masculino a mi lado.
Porque era grande, fuerte y guapo, e hizo algo bueno para hacerme
sentir segura. No era como si pudiera luchar contra lo que eso me hacía
sentir.
Pero maldita sea si no lo intentara.
―Debería irme a la cama ―le dije.
Él asintió.
Luego apretó la mandíbula.
¿Por qué?
¿Por qué me daba un vuelco el estómago de esa manera?
―Tu mamá me invitó a cenar esta noche ―me oí decir―. La conocí
antes.
Sus ojos se calentaron.
―Ella tiene una tendencia a hacer eso.
―Le dije que no.
―Parece que sí, dada tu ausencia esta noche, aunque tenerte en la mesa
habría hecho que la cena fuera mucho más interesante.
Me negué a dejarme seducir por él.
Cameron se lamió el labio inferior, lo que impidió que su sonrisa se
extendiera.
―Hay toallas limpias en el armario del baño ―dijo―. Hay café en el
mueble encima del fregadero, pero no hay crema.
―Horrible hospitalidad ―dije arrastrando las palabras.
Él sonrió.
Su pecho se expandió al respirar profundamente, luego su mirada bajó
hacia donde yo todavía agarraba el cárdigan, luego bajó la barbilla.
―Que duermas bien, duquesa.
Con horror, me di cuenta de que no odiaba el apodo. Al contrario, envió
una dulce oleada de hambre por mis venas.
Estaba casi afuera de la puerta y di un rápido paso hacia adelante.
―Gracias ―dije―. Por ir a ver cómo estaba.
Cameron hizo una pausa y sus ojos recorrieron mi rostro.
―Llámame si necesitas algo.
Tragué, logrando asentir brevemente.
Cerró la puerta detrás de él y expulsé una fuerte bocanada de aire.
―No es nada complicado ―murmuré―. Estoy segura de que esto no
cambiará nada.
11
Ivy
La casa de invitados de los Wilder tenía algo de magia para dormir.
Dormí en hoteles de cinco estrellas que no me proporcionaron un sueño
tan satisfactorio, o tal vez fue la respuesta al trauma de la casa
espeluznante y el fantasma de la casa espeluznante que intentaba matarme.
Cuando tocaron a la puerta principal, me levanté de golpe en la cama,
con el corazón acelerado porque no podía recordar dónde diablos estaba.
Mi mano empujó mi cabello y parpadeé cuando mi entorno atravesó el
sueño, como la niebla mental muerta que aún persistía en mi cabeza. La luz
de la mañana hacía que la habitación fuera suave y azul, y me di cuenta de
que nunca cerré las cortinas cuando aparté las almohadas a un lado y me
metí debajo del mullido edredón.
Cuando vi hacia abajo, había una marca de baba épica en la almohada.
Con un suspiro, le di la vuelta a la almohada para no tener que verla,
imaginando así cómo debía haberme visto.
Se oyó otro golpe en la puerta y corrí por el cárdigan, volviendo a
colocarme el lazo en el cabello. Un gran espejo de cuerpo entero estaba
apoyado contra la pared y exhalé con las mejillas hinchadas cuando vi mi
reflejo.
Hermoso.
Metí mis pies en mis pantuflas y me arrastré hacia la puerta, rezando a
cualquier deidad que escuchara que no fuera Cameron.
Conociendo mi suerte, estaría recién duchado, oliendo a hombre sexy y
vistiendo una camisa de franela ajustada, con aspecto de poder encargarlo
directamente de un catálogo de fantasía.
Pero cuando vi por la mirilla, me di cuenta de que tal vez había orado
por algo equivocado.
Sheila Wilder estaba en el porche delantero, con una cesta en la mano
y… -incliné cabeza hacia un lado-, ¿mi maleta?
Abrí la puerta y parpadeé ante la luz del sol. Me hice a un lado para
dejarla entrar.
―Buenos días, señora Wilder ―dije.
―Oh, cariño, llámame Sheila. ―Entró, arrastrando mi maleta detrás de
ella―. Me detuve y te conseguí esto mientras hacía algunos pendientes esta
mañana.
Pensé en todos los artículos cosméticos que dejé en la encimera del baño
y en las pocas cosas colgadas en el armario.
―Gracias ―le dije―. Realmente no necesitabas hacer eso.
Ella descartó eso.
―Estaba pasando por ahí, y Amanda se encargó de la mayor parte.
Algunos miembros del personal de limpieza la ayudaron con sus invitados
favoritos ―dijo con una sonrisa amable.
Mis mejillas se calentaron.
―¿Seguían sonando las alarmas?
―Cortaron los cables, pero parece que tendrán que trabajar un poco en
los próximos días para descubrir qué está pasando.
La decepción se sentó como una roca.
―Si conoces algún hotel en la ciudad o en Redmond, aceptaría algunas
recomendaciones.
Sus ojos se abrieron como platos.
―Tonterías. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras. Además,
cuanto más nos acerquemos al festival de otoño, más difícil será encontrar
un lugar donde quedarte.
―Oh, no podría hacer eso ―protesté de inmediato.
―¿Por qué no?
Parpadeé.
―Yo…
Pero me quedé en blanco. La ubicación era inmejorable. Si me acercaba
más, tendría que acampar en el patio delantero, y eso no sucedería.
Definitivamente era un espacio mejor que cualquier habitación de hotel
que encontraría, realmente tenía espacio para trabajar. Un lugar para
sentarme y relajarme que no fuera la cama.
Pero aún así sentía como si estuviera haciendo algo malo. Cruzar algún
límite invisible significaba mantenerme cuerda.
Porque casi me follo a tu hijo menos de una hora después de conocerlo no me
pareció una gran respuesta. Además, no era como si me estuviera
quedando en la casa de Cameron.
Justo cuando mi mente vagaba preguntándome cómo sería su casa, ella
me interrumpió.
―Exactamente ―dijo. Sheila dejó la canasta sobre la mesa de la cocina,
sacando artículos como si fuera Mary Poppins con su interminable bolsa de
golosinas―. Espero no haberte despertado, pero quería asegurarme de que
tuvieras todo lo que necesitabas. Crema, si te gusta con tu café. Un poco de
avena, fruta, hice estos muffins de arándanos esta mañana, así que todavía
están frescos, y un poco de champú y acondicionador nuevos para la ducha
porque esa porquería que usa mi hijo hace que mi cabello se sienta como
una esponja de metal. Un plato de lasaña de la cena de anoche, así que si
no tienes ganas de salir, puedes calentarlo. ―Golpeó el papel de aluminio
que cubría el plato―. Escribí algunas instrucciones aquí arriba. Podrías
calentarlo en el microondas, pero personalmente creo que es un crimen
contra las sobras calentarlo de esa manera.
Escrita en la parte superior del forro plateado había una letra cursiva.
325 durante 20 minutos, calentar hasta que el queso burbujee y ¡luego disfrutar!
Al lado de su número de celular había un corazoncito.
―¿Quién eres? ―Respiré. Mi cabeza daba vueltas―. ¿Quién hace esto
por las personas que no conocen?
Realmente no fue mi intención preguntarlo en voz alta, pero
honestamente, no creía que existieran personas así a menos que les pagaran
por ser tan hospitalarios.
El rostro de Sheila se suavizó, su mano todavía descansaba en el asa de la
canasta.
―Sí ―dijo simplemente, luego estudió mi cara como si quisiera decir
algo, pero no estuviera segura de si debería hacerlo―. Nuestra casa
siempre ha estado abierta a cualquiera que necesite un lugar donde sentirse
seguro y amado ―dijo―. A veces nuestros hijos necesitaban ese
sentimiento, incluso después de haber dejado casa. A veces son sus amigos,
o sus socios. Una vecina pasando por un momento difícil. ―Ella sonrió. No
una gran sonrisa con dientes, sino algo pequeño y genuino que tiró de una
manivela en mi pecho, apretando el espacio entre mis costillas―. Todo el
mundo necesita un lugar así de vez en cuando, Ivy. Me gusta saber que
podemos brindarle eso a las personas, sin importar quiénes sean o por lo
que hayan pasado.
Para mi absoluto horror, el puente de mi nariz me hizo cosquillas. La
presión se acumuló detrás de mis ojos.
Apreté los dientes y reprimí cualquier sensación repugnante y horrible
que se deslizaba por mi garganta.
―Es un lugar encantador ―le dije―. Pero insisto en pagarte lo mismo
que le pagaría al hotel.
Ella se rio.
―Cariño, me gustaría verte intentarlo.
Mis cejas bajaron.
―Yo insisto, es lo justo.
Sheila suspiró.
―La justicia no tiene nada que ver con eso. Nunca le cobramos a alguien
por quedarse aquí, y no comenzaré simplemente porque eres más rica que
Dios. ―Ella arqueó una ceja, desafiándome a no estar de acuerdo.
Tragué, asintiendo brevemente.
―Si estás segura de que no hay nada que pueda hacer para que cambies
de opinión.
Los ojos de Sheila brillaron.
―Puedes pagarme viniendo a cenar mientras todavía estás aquí, o
simplemente sentarte en el porche y tomar un poco de té conmigo, tal vez.
―Volvió a colocar la canasta ahora vacía contra su cuerpo―. Me gustaría
conocerte más, Ivy Lynch.
Era una orden directa y provocó cosas extrañas en mi pecho.
Cosas apretadas y dolorosas.
Cosas de mucha presión.
Inexplicablemente, quise huir y esconderme de todos los sentimientos
anteriores.
Levanté la barbilla un centímetro y asentí.
―Puedo hacer eso. Me gusta el té.
―Bien. ―Luego sonrió hacia mi cabello―. Creo que Amanda guardó tu
cepillo en la parte delantera de tu maleta.
Mis mejillas ardieron.
―Gracias ―dije remilgadamente.
Ella me dio una última sonrisa persistente.
―Prometes avisarme si necesitas algo más o tienes ganas de caminar
hasta la casa principal para cenar, ¿de acuerdo?
―Lo haré.
Satisfecha con esa pequeña promesa, se despidió y, después de que la
puerta se cerró detrás de ella, me senté lentamente en uno de los taburetes
apoyados contra la isla.
Algo en ella me recordó a nuestra ama de llaves, Ruth. La energía
sensata era extrañamente reconfortante, incluso si aún no sabía qué diablos
hacer con toda esta… amabilidad.
No estaba segura de merecerlo.
Cuanto más tiempo permanecía sentada ahí, mirando la pila sobre la
mesa, una empalagosa sensación de vergüenza se pegaba firme y dura a
mis entrañas.
No lo merecía.
Y tal vez eso era lo que hacía que estos actos aleatorios de benevolencia
fueran tan difíciles de entender cuando no estabas acostumbrada a ellos. La
persona que lo entregaba no pensaba en quién lo merecía y quién no.
En mi mundo, la amabilidad como ésta normalmente se compraba y se
pagaba.
Pero sentarme ahí y pensar en eso no ayudaría en nada, especialmente
ahora que podía lavar la suciedad de mi noche y ponerme algo fresco y
limpio.
Una vez que las sobras estuvieron colocadas en el refrigerador con la
crema y una taza de café se estaba preparando en el mostrador, llevé la
maleta al dormitorio y abrí los lados.
Pegado encima de mis bolsas de cosméticos había una pequeña nota
escrita a mano por Amanda.
Espero que puedas perdonarme por empacar tus cosas, no quería hacerte volver
al hotel en pijama.
Lo juro, la consideración alucinante era una plaga en esta ciudad y no
sabía cómo reaccionar ante eso. Mientras colgaba algunos de mis vestidos,
traté de reconciliar cómo quedarme en este lugar sin ahuyentar a personas
como Sheila o su hija simplemente por ser la versión de mí misma para la
que me habían criado.
Mi papá no me enseñó a hacer amigos. Mi profesora de etiqueta me
enseñó a hablar correctamente y qué pautas de Emily Post eran dignas de
memorizar. Cómo doblar las piernas recatadamente y qué puto tenedor
usar al poner la mesa para mis invitados.
Pasé muchos años de mi vida enseñándome cómo apropiarme de una
situación, cómo mantener el control y aprovecharla con suficiente fuerza
para que nadie pudiera arrebatármela. Me enseñaron cómo mantener la
máscara en su lugar, el barniz brillante y educado que permitía el menor
número de errores y la mejor demostración.
Pero en toda esa enseñanza, no estaba segura de cómo encontrar un
término medio. Dejar de lado esas lecciones me parecía una receta para el
fracaso cuando regresara a mi mundo y fuera de este.
Sentí un nudo sospechoso en la garganta cuando terminé medio
panecillo de arándanos y no pude evitar verlo con asombro.
―¿Cómo eres tan ligero y esponjoso? ―susurré.
El panecillo no respondió, pero le di un bocado más y suspiré cuando
prácticamente se derritió en mi lengua.
Cubriendo con cuidado el resto, dejé el recipiente sobre la encimera y
entré al baño. El agua se calentó rápidamente, y mientras me quitaba el
pijama y me paraba bajo el chorro, dejé que el agua gloriosamente caliente
y la presión perfecta golpearan mis hombros hasta que mi piel se puso
rosada y mis músculos se endurecieron.
Con mi bata envuelta a mi alrededor, me tomé mi tiempo preparándome
para el día: humectando mis piernas y brazos con mi loción favorita,
poniéndome un vestido ligero y vaporoso de color verde menta que se
ceñía alrededor de mi cintura con una fina cadena de oro. Me trencé el
cabello y lo fijé en la nuca antes de pasarme un poco de rímel por las
pestañas, aplicando un brillo nude sobre mis labios y un poco de rubor
sobre mis mejillas.
Listo.
Cuando retrocedí y me estudié en el espejo, finalmente me sentí como yo
otra vez.
Excepto por mis ojos.
Algo acerca de estar en este lugar derribó un pedazo de piedra angular
del muro que había construido al llegar a Sisters. Todo lo que había encima
se tambaleaba temblorosamente.
La gerente del hotel empacando cuidadosamente mis cosas.
Muffins caseros y crema en mi café.
Una cama suave con sábanas aún más suaves.
Hombres en motocicletas que aparecían en la oscuridad, solo para
asegurarse de que yo estaba bien.
Grandes cestas llenas de comodidades del hogar.
Aunque no es mi casa, y nunca, jamás me liberaría de la persona que me
había criado.
Reforcé mi expresión, practicando ese exterior frío que funcionó tan bien
los primeros días, pero se sintió más pesado. Más difícil de mantener en su
lugar.
Así que lo dejé caer con un suspiro.
Mi teléfono sonó y le di la vuelta, con el corazón dando un vuelco ante la
posibilidad de que pudiera ser mi papá.
Cameron Wilder. Al ver su nombre, mi corazón dio un vuelco por una
razón completamente diferente.
―Habla Ivy ―dije.
―¿Respondes de esa manera incluso cuando sabes quién es?
Había una sonrisa en esa voz profunda y suave, y si cerraba los ojos,
podía imaginarlo perfectamente.
―Depende de quién llame ―le dije alegremente―. Esta es una llamada
de trabajo, ¿no?
―Oh, supongo que sí.
Seguro. Que se lo diga a la forma en que mi vientre se revolvió con los
nervios revoloteando, con solo escucharlo hablar directamente en mi oído.
―¿Qué puedo hacer por ti? ―pregunté, ajustándome el cinturón de mi
vestido.
―¿Dormiste bien anoche?
―¿Eso es asunto tuyo ahora?
Él se rio.
―Considerando que te entregué en esa cama tan cómoda, voy a decir
que sí.
Suspiré. Tiene razón.
―Dormí muy bien, gracias.
―Bien. ―Su voz se hizo más profunda mientras lo decía, y un escalofrío
recorrió mi columna antes de que pudiera detenerlo―. ¿Puedes venir aquí?
Mis cejas bajaron.
―¿Qué pasa?
Hizo una pausa y escuché voces masculinas de fondo.
―Creo que encontré tu fantasma, pero voy a necesitar tu ayuda.
Por el amor de Dios.
Dejé escapar un suspiro lento.
―Estaré ahí en un minuto.
12
Cameron
Mis objetivos para el día eran bastante simples. No estaba pidiendo
mucho en el gran esquema de las cosas.
1: No obsesionarme con lo que llevaba Ivy debajo de ese cárdigan la
noche anterior.
Fracasé estrepitosamente en ese. Mi cerebro traidor conjuró
innumerables opciones. Cuando me acosté en la cama cuando regresé a
casa la noche anterior. Cuando desperté. Cuando me duché (antes de llegar
demasiado lejos, cambié brutalmente la temperatura del agua hasta que
estaba muy fría).
Y aún así... me lo pregunté. No obtuve ni una sola pista. No había una
correa fuera de lugar para satisfacer la curiosidad que calienta la sangre.
Cordón. Seda. Satín. Demonios, incluso algodón básico, y mi boca se secó
con cada opción mientras pasaban por mi cerebro en una tentadora
rotación.
Resulta que ese fue el objetivo más fácil de lograr.
2: Pasar la jornada laboral sin que ninguno de mis familiares me diera
una mierda.
Pensé que podría lograrlo ya que Ian estaba trabajando en la tienda hoy,
comenzando con una mesa de comedor personalizada para un cliente para
el que construimos una casa un par de años antes. Con su trasero gruñón
fuera del sitio, estaba convencido de que el día iría viento en popa.
Llamé a Ivy porque realmente necesitaba su ayuda.
Y se fue a la mierda con el sonido de un auto (que pensé que era Ivy), y
en su lugar, vi a mi hermana Greer, sonriendo ampliamente cuando la vi
con el ceño fruncido a través del parabrisas.
Alguien no estaba programado para estar en el lugar de trabajo hoy.
Alguien no me avisó que ella se uniría, y ese mismo alguien sería una
absoluta pesadilla en el momento en que Ivy apareciera. Lo cual sería en
cualquier segundo.
―Qué demonios ―murmuré.
La fulminé con la mirada mientras ella salía de su auto y se colocaba los
lentes de sol en la parte superior de la cabeza. Con un brillo inquietante en
sus ojos, tomó lentamente un sorbo de su taza de café de viaje mientras yo
tomaba mi taza del capó de mi camioneta.
―No puedo expresar lo mucho que me alegra el corazón cuando mis
hermanos están felices de verme ―dijo Greer.
―¿Qué demonios estás haciendo aquí?
―Es sorprendente cuánta motivación siente uno cuando comienza un
nuevo trabajo ―reflexionó, con los ojos fijos en la casa―. A veces solo
necesitas verlo por ti mismo, ¿sabes?
―Déjate de tonterías, Greer. Me dijiste que harías visitas al lugar de
trabajo solo cuando Beckett estuviera en casa, y que fueran estrictamente
necesarias. Sé que está fuera de la ciudad para un partido. ¿Ian te llamó?
El brillo maligno en sus ojos y la curvatura de satisfacción en sus labios
fueron todas las respuestas que necesitaba.
―Sabes que no puedes creer una palabra de su boca ―dije.
―No puedo esperar a conocer a esta mujer cara a cara ―respondió
Greer―. Hemos hecho la mayor parte de nuestra comunicación por correo
electrónico, pero ella ya me agrada mucho.
Eso ya nos hacía dos.
―Maldito infierno ―murmuré en voz baja, luego caminé hacia la parte
trasera de mi camioneta para desenganchar el remolque con todo el equipo
que necesitaríamos una vez que los últimos muebles estuvieran fuera―.
¿Cuál es exactamente tu propósito al estar aquí? Si te interpones en nuestro
camino para satisfacer alguna curiosidad enfermiza, enviaré tu trasero de
regreso a casa. Ve a visitar a mamá o a papá mientras estás aquí.
Greer me ignoró.
―Anoche investigué un poco sobre tu mujer misteriosa.
Tiré más fuerte de lo necesario de las cadenas del remolque.
―Ella es maravillosa. No pensé que sería tu tipo, pero ¿qué sé yo? ―dijo.
―Nada ―ladré―. No sabes nada, Greer. La conocí una vez y… no sabes
nada, y esto no es interesante, y debes dejarlo.
Greer golpeó el costado de su taza de café.
―Ella es como... Barbie, pero la Barbie Heredera con cerebro, ¿sabes?
Hubo un artículo sobre ella en el Wall Street Journal cuando terminó su
maestría ―dijo levantando las cejas―. Eso es impresionante. Mucho más
impresionante de lo que te mereces, eso es seguro.
―Eres el mayor dolor en mi trasero. ―Con el remolque abierto, abrí la
puerta trasera y comencé a buscar entre las herramientas hasta que
encontré mi cinturón de herramientas―. Ian es el segundo mayor dolor en
mi trasero, y si pudiera, los despediría a ambos.
Ella simplemente sonrió.
―No puedes despedirme. Poseo el cuarenta por ciento, igual que tú.
―Luego me dio unas palmaditas en la mejilla. Duro―. Gracias por hacer
este trabajo mucho más divertido, Cameron.
Las malas palabras salieron de mi boca en un flujo constante que habría
hecho que mamá me hubiera jalado la oreja, y Greer no hizo más que reír.
Wade y uno de nuestros chicos más jóvenes salieron de la casa llevando
uno de los últimos muebles. Sacudió la barbilla en señal de asentimiento
hacia Greer.
―Buenos días, sunshine ―gritó Greer. Wade puso los ojos en blanco y,
con una sonrisa, la atención de mi hermana volvió a mí―. ¿Solo están estos
dos aquí hoy?
―Sí.
―¿Jax todavía está fuera? ―preguntó.
Asentí.
―Creo que está acampando en la ladera de una montaña en algún lugar.
De vez en cuando me envía un mensaje de texto para informarme que está
vivo.
―Qué considerado de su parte ―dijo Greer―. Poppy me preguntó, muy
sutilmente, si pensaba que volvería pronto.
Dejé escapar un suspiro áspero.
―Poppy necesita perseguir a alguien de su edad.
―Ella no lo está persiguiendo ―argumentó Greer. Le lancé una mirada
seca y ella levantó las manos en señal de rendición―. Okey. Un poco, pero
eventualmente lo superará.
―No puedo evitar preguntarme si las personas con menos hermanos
también están menos estresadas.
―Excelente pregunta. ―Se encogió de hombros―. Pero mira lo
emocionante que es esto. Tú eres el que persigue por una vez en tu vida y
siento que deberíamos hacer de esto un feriado nacional.
Empujé mi lengua hacia el costado de mi mejilla.
No estaba persiguiendo, me sentía atraído, eran dos cosas totalmente
diferentes.
―¿Estás haciendo que te sangre la lengua por lo fuerte que la estás
mordiendo ahora? ―preguntó.
―No.
―¿Mamá me dijo que está en casa de Erik?
Gruñí.
―Me gusta ―continuó Greer.
Eso me provocó una mirada curiosa.
―¿Eso significa que ella está siendo amable contigo?
―Por supuesto que sí. ―Sus ojos se agudizaron―. ¿Ella no está siendo
amable contigo? ―Luego agitó la mano―. Ya hablé con Ian, pero supuse
que estaba siendo... Ian. Ya sabes que es escéptico con respecto a cualquier
persona nueva. Eso debe ser agotador, ¿no crees?
―Ajá. ¿No vas a visitar a mamá y papá?
―Pronto ―dijo, mirando hacia la casa.
Tal vez si me deshacía de Greer lo suficientemente rápido, Ivy la pasaría
en el camino y yo podría evitarlo todo.
―Estoy seguro de que mamá te dará el informe completo sobre la
estadía de Ivy en la casa de huéspedes ―le dije, ahuyentándola hacia su
auto―. ¿Por qué no vas en esa dirección y me dejas en paz?
Greer suspiró.
―Pero dejarte en paz es lo que quieres. Tengo que hacerte sufrir un poco
antes de hacer eso. ¿Quieres mostrarme la casa?
―No. Ve a verla tú misma.
Ella resopló.
―Espero que seas más amable que esto con Ivy.
De alguna manera, me tragué una respuesta mordaz.
En una familia numerosa, no lleva mucho tiempo aprender que cuanto
mayor es tu reacción, más entrometidos se vuelven todos.
Greer se dirigió hacia la casa y solo logró dar dos pasos antes de que el
elegante auto alquilado de Ivy se detuviera en el camino de entrada.
Ella giró lentamente, con las cejas arqueadas en señal de desagradable y
alegre sorpresa.
―Bueno, no mencionaste que ella vendría aquí.
―¿No lo hice? ―murmuré.
―Estoy muy feliz de haber hecho el viaje ―dijo―. Esta va a ser la mejor
parte de mi día.
Mierda.
Si pensaba que era malo tener a Ian e Ivy en el mismo lugar, era mil
veces peor que Greer fuera la única testigo. Aunque ella me llevaba a beber
la mitad del tiempo, mi hermanastra era una de mis amigas más cercanas.
Habíamos trabajado juntos durante una década y ella era probablemente la
única persona de mi familia con la que podía tener un negocio.
La razón por la que funcionó tan bien es porque no teníamos miedo de
reclamarnos el uno al otro por nuestras cosas, pero nunca lo hicimos de
manera cruel o con intenciones maliciosas. Teníamos una edad tan cercana
cuando nuestros papás se casaron, ambos éramos el hijo del medio de
nuestros respectivos hermanos, que fue una alianza natural fuera de todo
el caos de crecer en una familia tan grande.
Y ella sería la que se daría cuenta de cualquier sentimiento confuso que
tuviera por Ivy, razón por la cual necesitaba tanto que saliera de ahí.
Una vez que lo supiera, Poppy lo sabría. Una vez que Poppy lo supiera,
mamá lo sabría. Si mamá lo sabía, papá lo sabría, y bien podría sentar a
toda la familia para evitar una versión de pesadilla del teléfono
descompuesto de la familia Wilder.
Cuando el auto de Ivy se detuvo detrás del vehículo de Greer, no había
grandes lentes de sol a la vista, y algo se abrió en mi pecho. Una liberación
de tensión que no me di cuenta que había estado reteniendo.
Ya fuera mi imaginación o no, esos lentes de sol siempre se sintieron
como una armadura.
Odiaba la idea de que Ivy sintiera la necesidad de ese tipo de protección
porque ciertamente no necesitaba que protegerse de mí.
A través del parabrisas, vi su atención en Greer y el aliento fortalecedor
que expandió su cuerpo, pero una vez hecho eso, sonrió.
―Dios ―respiró Greer―. Ella es demasiado inteligente y demasiado
bonita para ti.
La ignoré.
También fue fácil, porque tuve que luchar para mantenerme de pie ante
la vista de esa sonrisa. Tuve que luchar para aspirar suficiente oxígeno
debido a esa sonrisa.
No estaba dirigida a mí, por supuesto, sino a mi hermana, con quien se
había estado enviando correos electrónicos y hablando por teléfono los
últimos dos días.
Sonrisas como esa, del tipo que solo había vislumbrado en la tenue luz
del ascensor, me hicieron preguntarme si realmente las había visto.
―A ella no le gustan los abrazos ―me oí decir―. No intentes abrazarla
cuando salga del auto.
Los labios de Greer se fruncieron pensativamente.
―Tengo preguntas sobre cómo sabes eso.
Puse los ojos en blanco, a pesar de que cómo había aprendido ciertas
cosas sobre Ivy era el tipo de historia que mi hermana nunca jamás sabría.
―No te emociones demasiado. Mamá y Poppy se encontraron con ella
en el restaurante.
―Una historia mucho menos interesante que la que se desarrolla
actualmente en mi cabeza, pero de todos modos anotado.
Mi hermana, que aprendía rápido, se acercó a Ivy tan pronto como salió
del auto. Su paso era seguro y estrechó firmemente la mano extendida de
Ivy.
―Es un placer conocerte en persona ―dijo Greer.
La mirada de Ivy se movió entre nosotros antes de darle a mi hermana
una rápida sonrisa.
―Igualmente, no esperaba verte hoy.
―Eso es porque me encanta sorprender a mi hermano. ―Luego me dio
una palmada en la espalda y escondí mi mueca de dolor. Apenas. La vi y
ella sonrió―. Lo mantiene alerta.
―No le des ninguna idea ahora ―le dije a Greer.
El arco de respuesta en la frente de Ivy fue elegante, altivo y tan
jodidamente sexy que toda la sangre corrió a mi estúpida ingle.
―Escuché que estás a la vuelta de la esquina ―dijo Greer, cruzando los
brazos sobre la cintura.
Ivy asintió y observé atentamente el cambio en su rostro.
―Tu mamá es una anfitriona maravillosa ―dijo. Su guardia todavía
estaba alta; estaba claro en sus ojos y en la forma rígida en que agarraba la
correa de su bolso, pero ya no era lo mismo que los primeros días.
Una apertura, tal vez.
Simplemente no estaba seguro de cuánto me permitiría atravesarla.
Greer e Ivy charlaron sobre la casa, lo que pasó en el hotel y cómo ella
huyó de la casa detrás de nosotros en medio de la noche. Greer se reía, Ivy
sonreía con una pequeña sonrisa y era sorprendente que, a pesar del
intenso interés que sentía por esta mujer, me conformara con verlas
interactuar con una facilidad que no había visto en ella desde que
empezamos a trabajar.
Tal vez mi hermana podría aparecer en alguna ocasión y yo no la
ahuyentaría de inmediato.
―Tu hermano afirma que encontró al culpable ―dijo Ivy, lanzando una
mirada seca en mi dirección. La sentí en mis entrañas, algo devastador y
visceral.
Seca era diferente de cerrada. No era fría.
Mierda, era lo más cercano a lo juguetón que jamás la había visto.
Silbé.
―¿Afirmar? Sé exactamente lo que está pasando ahí arriba.
Ella tarareó con incredulidad.
―¿Y necesitabas mi ayuda?
―Tus manos son más pequeñas que las mías. ―Levanté las mías y
cuando sus ojos se posaron en mi palma y mis dedos, dos manchas rosadas
florecieron en sus mejillas.
―Si crees que meteré la mano en una grieta oscura y espeluznante, estás
soñando.
Dejé que mi sonrisa se extendiera.
―¿Crees que te gastaría una broma así?
Ella volvió a arquear una ceja.
―Sí ―dijo Greer.
―De ninguna manera ―insistí―. No la viste anoche. No tengo deseos
de morir.
Ivy resopló.
―Si me asustas a propósito cuando mi mano esté debajo de una cama
espeluznante, clavaré mi tacón justo entre tus piernas.
Greer echó la cabeza hacia atrás y se rio.
Hice un gesto hacia la casa y dejé que las dos mujeres me precedieran
hasta el porche delantero.
Siguiéndolas, pude estudiar a Ivy un poco más de cerca mientras se
acercaba a la puerta. Una gran parte de mí deseó haber estado aquí la
primera vez que ella entró en la casa.
Algo en este lugar la hacía necesitar hacerlo sola, enfrentarse sola a esta
parte de su pasado.
No podía imaginar cómo se debió haberse sentido.
Tampoco recordaba mucho de mi mamá, pero la conocí a través de las
historias de mi papá, y cosas que me contó mi hermano mayor, Ian. Sabía
que era divertida y amable, que le gustaba desayunar en la cena y que nos
dejaba desayunar helado durante el verano porque Ian lo recordaba.
¿Qué pensó Ivy cuando entró en este lugar?
Yo no tenía una casa donde solía vivir mi mamá. Sería difícil traspasar
los muros que guardaban toda una vida de sus recuerdos.
Cuando la oí bajar corriendo las escaleras la noche anterior, cuando abrió
la puerta y gritó al verme, supe que Ivy estaba más expuesta que nunca. Si
hubiera intentado deslizar mis manos por sus brazos y sostener mi palma
contra el pulso acelerado en la sensible unión de su cuello, ella incluso
podría haberme dejado.
Pero tenía la sensación de que ella volvería a retirarse, especialmente a la
dura luz del día. Ella se corregiría demasiado tirando el volante demasiado
en la otra dirección si intentaba encontrarla donde se quedo la noche
anterior.
Yo no quería eso, quería que ella saliera más allá de esa puerta que había
cerrado, pero que lo hiciera por su propia voluntad. Que tomara esa
decisión de forma independiente, si eso era lo que ella quería.
Y mierda, quería que ella también lo quisiera.
Era un nivel completamente nuevo de impotencia que nunca había
experimentado. Siempre pude hacer algo cuando las personas que cuidaba
necesitaban algo, pero aquí no podía hacer nada al respecto.
―¿A dónde vamos? ―preguntó Greer.
―Arriba ―dije con una inclinación de cabeza―. Baño principal.
Ivy se detuvo al pie de las escaleras y vio hacia arriba como si estuviera a
punto de enfrentarse al verdugo. Levanté mi mano, colocándola justo
encima de la parte baja de su espalda, y me incliné más cerca.
―No hay nada que temer, duquesa.
Su mandíbula se apretó ante el apodo y sus ojos brillaron peligrosamente
mientras veía por encima del hombro.
―No tengo miedo ―dijo con una majestuosa inclinación de la barbilla.
Quería besarla. Todo mi cuerpo luchó contra el impulso de balancearme
hacia adelante y estampar mi boca sobre la suya, pero mantuve cada
músculo adolorido bajo control mientras nuestras miradas se sostenían.
Luego subió las escaleras con sus tacones de diez centímetros y la falda
de su vestido flotando alrededor de sus rodillas.
Dejé escapar un suspiro lento y vi a mi hermana, que acababa de ver
todo el maldito intercambio.
Greer juntó los labios, luchando contra una creciente sonrisa.
―No quiero oírlo ―le dije en voz baja.
Ella imitó un movimiento de cremallera a lo largo de su boca y luego tiró
la llave imaginaria.
Cuando nos reunimos con Ivy en el segundo piso, los sonidos procedían
nuevamente del baño. Con todos los muebles vaciados de las habitaciones,
resonó.
Miau.
Ante el patético sonido, Ivy se quedó mirando el baño con los ojos muy
abiertos, mientras Wade se rascaba la nuca con el cigarro colgando de los
labios.
Greer estaba a mi lado, con la cabeza inclinada.
―¿Por qué no lo sacaron ya? ―preguntó.
Wade se encogió de hombros.
―No podemos meter nuestras manos grandes en ese pequeño agujero en
la pared, y no queríamos arriesgarnos a asustarlo más si intentábamos
cortar. ―Vio las manos de Ivy―. Aunque eso debería bastar.
Ivy hizo un ruidito, ni siquiera un gemido, ni siquiera una tos.
Greer dio un paso adelante.
―Yo lo haré ―dijo―. No es necesario que lo hagas si te sientes
incómoda.
Mi mirada se dirigió a Ivy porque quería que ella lo intentara, pero
mantuve la boca cerrada porque si intentaba presionar sería
contraproducente.
Pero Ivy respiró hondo y sacudió los hombros.
―Puedo hacerlo.
Arqueé una ceja.
―¿Segura?
Sus ojos se entrecerraron en mi dirección.
―No hay nada que temer, ¿verdad?
―Nada en absoluto. ―Le di una palmada en el hombro a Wade mientras
salía del baño―. ¿Verdad, Wade?
―A la mierda si lo sé ―murmuró.
A Ivy no le hizo gracia.
Greer cubrió su risa con una tos.
Ivy entró lentamente en el baño, agachándose con cuidado frente a la
pared justo al lado de la bañera. Sus ojos estaban enfocados con láser y su
pecho subía y bajaba en respiraciones cortas y superficiales. La observé
atentamente y pude ver cuando decidió adelantar la mano.
El agujero en el panel de yeso era pequeño, y frunció el ceño cuando se
metió la mano hasta los nudillos, luego se quedó congelada.
Miau.
―Dios, es peludo ―dijo en voz baja. Su cabeza giró bruscamente y me
lanzó una mirada feroz―. Si esto me muerde, te demandaré.
Sonreí y su mirada se intensificó.
Ivy hizo una mueca, retorció la mano detrás de la pared y luego respiró
hondo mientras la retiraba.
Greer inhaló profundamente cuando los dedos de Ivy se aferraron al
pequeño cuerpecito y lentamente se puso de pie, pellizcándole detrás de la
nuca. Sus patitas sobresalían rectas y el pelaje negro cubría casi todo
excepto las dos patas delanteras y la punta de la cola.
Miau.
El patético maullido hizo que Greer se tapara la boca con una mano para
contener la risa.
Ivy tragó y vio fijamente a ese pequeño gatito como si fuera a explotar en
su cara.
―Mierda ―susurró―. ¿Fuiste tú quien hizo todo ese ruido?
Miau.
Incluso Wade esbozó una sonrisa.
Ivy se giró, con los ojos muy abiertos.
―¿Qué hago con esto?
Me encogí de hombros.
―Parece que tienes una mascota, duquesa.
―¿Qué? ¿Por qué es mío? ―Parpadeó un par de veces y los ojos gris
azulados del gato la vieron fijamente.
―Estaba acampando en tu casa ―respondí, encogiéndome de un
hombro―. Ya intenté tener una pijamada contigo anoche y saliste
corriendo demasiado rápido.
Ella me dio una mirada molesta.
―Intenta sostenerlo debajo de su trasero ―le dije, suavizando un poco
mi voz.
Con cuidado, Ivy lo acercó y metió la otra mano debajo del gatito.
Inmediatamente, se relajó en su agarre.
―Probablemente esté deshidratado ―dijo Greer―. Me pregunto dónde
estará la mamá.
―No hemos visto nada por ahí ―respondí.
Ivy se quedó congelada, mirando al gatito acurrucado en sus manos.
Levantó la cabeza y me vio con pánico.
―¿Ahora qué?
―Creo que será mejor que la llevemos a casa y la arreglemos, ¿no crees?
―¿Nosotros?
Parecía aterrorizada. Por un gatito. Algo en la mirada de sus ojos abrió
mi caja torácica de par en par, permitiéndole deslizarse hacia adentro.
Tal vez estaba siendo estúpido al permitirme adentrarme más en esta
fijación.
Pero no estaba seguro de poder detenerlo. No después de anoche, no
después de esto.
Había más en ella. Mucho más, y quería saberlo todo. Tal vez solo la
tendría aquí por un tiempo. Un poco de tiempo era mejor que nada. Era
algo.
Y podría trabajar con algo.
―Vamos ―le dije―. Yo manejo.
13
Ivy
Mientras me agarraba a la barra para subirme a la cabina de la camioneta
de Cameron Wilder, pensé en el dominó.
Una de mis cosas favoritas cuando era más joven era alinearlos en mi
habitación en caminos sinuosos y patrones circulares que pudieran
cruzarse entre sí a medida que caían, había algo interesante al observar la
forma en que caían y qué camino terminaba divergiendo, derrumbándose
de una manera que no anticipé.
Hay algo adictivo en el sonido que hacen al caer y en el desorden que
queda cuando derriban al último. Especialmente cuando eras tú quien tenía
el control de armarlos.
Tuve que hacer las paces con algo una vez que me subí a esa camioneta.
Olía bien... como él. Estaba limpia, y me senté voluntariamente en el
asiento del copiloto, con un gatito en mi regazo, porque a mi lado derribé la
maldita ficha de dominó equivocada. En algún momento del camino,
cualesquiera que fueran las decisiones que había tomado, me habían
llevado a este lugar exacto. Intenté desesperadamente averiguar cuál, pero
fue inútil.
Cameron saltó al asiento del conductor (sin ayuda de la barra, porque la
vida era injusta y yo estaba destinada a sentirme en desventaja cuando este
hombre estaba cerca), y me estudió con una sonrisa divertida en su
hermoso rostro.
―No veo qué es tan gracioso ―dije con altivez.
El gato aprovechó ese momento para arquear su espalda y acariciar el
costado de mi muslo, donde se había acurrucado en el momento en que me
senté.
―Le gustas ―respondió Cameron.
―Por supuesto que le gusto. Ha estado atrapado en una pared por quién
sabe cuántos días. ―Resoplé―. No es nada personal.
―No lo sé ―murmuró mientras ponía la camioneta en reversa―.
¿Alguna vez has tenido mascotas antes?
Emití una breve bocanada de aire, apenas por debajo de una risa real.
―No. Mi papá solía llamarlos una pérdida de tiempo y dinero
demasiado sentimental.
Los labios de Cameron se torcieron en un gesto pensativo, pero no dijo
nada.
―¿Qué haremos con él? ―le pregunté, mirando al animal con
escepticismo, porque sus patitas amasaban el costado de mi pierna.
―Siempre tenemos gatos en el granero, así que creo que mientras le
consigamos algo de comida y agua, un lugar cálido para dormir, todo
estará bien. Haré que nuestro veterinario venga y lo revise tan pronto como
pueda. ―Vio a la criatura―. No parece que tenga pulgas ni nada.
―Oh, Dios ―murmuré, mis labios se torcieron en una mueca.
Él sonrió.
―Estarás bien, duquesa. Él no te infectará con nada.
―Es fácil para ti decirlo, sentado ahí a una distancia segura. ―Entonces
lo vi―. ¿Por qué insistes en llamarme así?
―Porque encaja ―respondió fácilmente.
Parecía hacer eso mucho. Respuestas fáciles. Sonrisas fáciles. Encanto
fácil.
Era insultante.
Cameron metió su camioneta en el pequeño camino que conducía más
allá de una hermosa cabaña de madera hacia un gran granero rojo con las
puertas principales abiertas. Afuera de las puertas, tumbados al sol, había
dos gatos: uno con pelaje naranja y blanco y otro con rayas negras y grises.
Sus colas se movieron lentamente y uno se estiró cuando la camioneta de
Cameron se detuvo.
El gatito en mi regazo volvió a empujar su espalda contra mi pierna,
acariciando aún más el calor de mi cuerpo. Era tan pequeño.
―¿Cuántos años crees que tiene? ―pregunté.
Cameron estacionó la camioneta y luego asintió en mi regazo.
―¿Puedo?
Con cuidado, lo levanté de donde dormía y se lo entregué al hombre que
estaba a mi lado. Mis dedos rozaron los suyos cuando moví el peso del
gatito, e ignoré el rápido zumbido de electricidad que subió por mi brazo.
Dios, sigue con el programa, reprendí a mi débil sistema nervioso. Él era
solo una persona. No necesitábamos golpes, chispas, aleteos ni nada por el
estilo.
Cameron pasó la punta de su dedo medio por la parte superior de la
cabeza del gatito, y cuando cerró los ojos y ronroneó, tuve que tragar ante
el repentino destello de calor ante el movimiento de adelante y atrás.
Sí, probablemente yo también ronronearía si usara su dedo sobre mí de
esa manera cuando estaba en su regazo.
El gatito protestó con un maullido fuerte e infeliz cuando Cameron lo
levantó para estudiar su vientre.
―Tal vez seis semanas ―supuso.
Dejé escapar un suspiro lento y vi hacia el granero.
―¿Se quedará ahí afuera? ―le pregunté―. Él no estará solo, ¿verdad?
Dios, Ivy, pensé. ¿Por qué no sigues adelante y proyectas tus propios
problemas en un gatito?
Sus ojos se agudizaron.
Aparté la mirada porque no, no iríamos ahí, muchas gracias.
―¿Él? ―preguntó Cameron.
―Solo un macho sería una molestia así.
Él se rió, suave y profundo, y lo juro, mis pezones se animaron.
―Esos dos gatos mayores le enseñarán lo que necesita saber ―dijo―.
No puedo imaginar que causen ningún problema.
Mi corazón latía incómodamente y traté desesperadamente de ignorarlo.
Era tan pequeño. No se podía decir que esos gatos serían amables con él.
―Correcto ―dije. Mi voz era muy suave y odiaba lo transparente que
estaba siendo. No había forma de colocarme la máscara en su lugar en este
momento―. ¿Pero no sabrás con certeza si estará bien ahí?
El estudio de Cameron de mi cara fue algo detenido.
―No, no lo sabremos.
Me devolvió el gatito y éste se calmó inmediatamente. Tragué, pasando
las yemas de mis dedos por el lomo del gatito.
―No tenemos que dejarlo en el granero ―dijo Cameron lentamente. Mis
ojos se encontraron con los suyos―. Tiene edad suficiente para usar una
caja de arena ―continuó―. Él podría quedarse en la casa de huéspedes
contigo.
Una piedra con bordes afilados estaba atrapada en mi garganta y no
importaba cuánto lo intentara, no podía tragarla.
―¿Por qué diablos crees que lo quiero conmigo? ―le pregunté.
Traté de parecer frívola, que la idea era absurda, pero fracasó
estrepitosamente.
Salió de manera diferente a lo que quería en mi cabeza.
Resignada.
Aliviada.
―Tal vez tus abuelos lo enviaron a la casa para que tuvieras algo de
compañía.
Mis ojos se dirigieron hacia los suyos, pero cualquier respuesta brusca se
quedó atascada en mi garganta.
El gato en cuestión se estiró de nuevo, parpadeando con sus grandes ojos
gris azulados en mi dirección. Mis dedos se movieron en mi regazo, pero
resistí la tentación de acariciarlo nuevamente y probar qué tan esponjoso
era el pelo en la parte superior de su pequeña cabecita.
Sería la cosa más esponjosa que jamás hubiera tocado. Maldita sea.
Era la naturaleza humana, no era indicativo de algún deseo inconsciente
de ser una mamá gato. Era lindo. Mimoso. Suave.
Estaba biológicamente programada para encontrarlo entrañable.
En mi silencio, Cameron se echó de reversa y mi corazón se aceleró
dentro de mi pecho.
Pero no discutí.
Hubo tiempo más que suficiente para protestar, y cada protesta posible
se quedó atrapada en la base de mi garganta, debajo de esa roca de bordes
afilados.
El silencio ensordecedor reveló algo que no estaba lista para revelar, y
me dejó sintiéndome excepcionalmente desnuda frente a este hombre. De
nuevo.
Cameron detuvo la camioneta frente a la casa de huéspedes.
―¿Por qué no lo llevas adentro? Regresaré en unos minutos con algunas
cosas.
El pánico se apoderó de mi pecho.
―¿Qué voy a hacer con esta cosa?
Su sonrisa era amplia y tranquila, y ese maldito hoyuelo apareció de
nuevo.
―Son cinco minutos, Ivy. Estarás bien.
Suspiré.
―Bien.
Como me indicó, puse mi mano debajo del trasero del gato, bajé con
cuidado de la camioneta y cerré la puerta detrás de mí.
―¿Cinco minutos? ―pregunté.
A través de la ventana abierta, asintió.
―Tal vez puedas encontrarle un nombre antes de que regrese.
Dejé escapar un suspiro lento mientras la camioneta retrocedía y luego se
dirigía hacia el granero.
Miau.
Mirando hacia abajo, arqueé una ceja hacia la pequeña bestia sin nombre
en cuestión.
―¿Y bien? ―dije―. Ya escuchaste al hombre. Si eres tan intuitivo acerca
de dónde debes terminar, tal vez deberías decirme tu nombre.
Se movió en mi mano y lo coloqué en el césped para ver qué hacía. El
gatito dejó caer su trasero sobre el pasto y me vio fijamente con una
inclinación de cabeza.
Cuando el borde de mi falda ondeó con la brisa, él se puso de pie,
moviendo ligeramente la cola. Se abalanzó sobre una alta brizna de hierba
y sentí que el borde de mis labios se levantaba en una sonrisa involuntaria.
Cuando di un paso hacia la casa, se detuvo y me vio, trotando
obedientemente.
Los escalones de la entrada no supusieron ningún problema y él se paró
justo detrás de mis piernas cuando abrí la puerta hacia el interior.
―No seas tímido ahora ―le dije―. Ya estás bien versado en
allanamiento de morada.
Lo juro, ese gato pudo entenderme porque después de asomar su cabeza
a mi alrededor, entró en la casa con un movimiento descuidado de sus
delgadas caderas.
Con los brazos cruzados sobre la cintura, lo seguí mientras él husmeaba
a su alrededor. Mis pantuflas estaban justo donde las había dejado al lado
de la mesa de la cocina y él golpeó la parte superior antes de caer al suelo y
estirarse sobre su espalda.
Mi teléfono sonó y lo saqué de mi bolso.

Greer: ¿Volverás a la casa?


Yo: No estoy segura de tener una razón para hacerlo, a menos que haya algo que
quieras discutir.
Greer: Tuve una idea para una nueva barandilla para las escaleras, pero puedo
enviarte un enlace. ¿Quieres que conduzca tu auto hasta ahí cuando termine? Iré
con mis papás cuando termine con algunas cosas aquí.
Yo: Si no te importa, sería genial. Las llaves están en la consola. Cameron
volverá pronto. Solo está tomando algunas cosas de gato del granero, sea lo que sea
que eso signifique.
Greer: ¡No hay prisa! No lo necesitamos aquí. En absoluto. De todos modos, es
inútil la mayor parte del tiempo. Así que realmente... puede tomarse su tiempo.

―Sutil ―murmuré, guardando mi teléfono de nuevo.


Miau.
Vi hacia abajo, con una ceja levantada. Estaba sentado en la base de una
de las macetas, levantando con cuidado sus patas traseras para oler las
hojas de la enorme planta que Sheila había enmarcado en la ventana
delantera. Golpeó la hoja más cercana con su pata y luego cayó hacia atrás.
Con un suspiro, me incliné y lo levanté.
―No arruines las plantas. Esas no son mías, ¿sabes?
La camioneta de Cameron regresó a la casa y luché contra un ridículo
aleteo en mi estómago. Fue mucho peor cuando supe que iba a estar a solas
con él. Los tiempos inesperados eran de alguna manera mucho mejores
para mis nervios.
Cuando supe que iba a pasar, presté atención a todo, lo lejos que
estábamos. Su lenguaje corporal, y el mío también.
¿Cómo me veía?
O peor aún, ¿cómo lo estaba mirando?
Sería horrible si lo estuviera mirando de una manera que pudiera
insinuar cualquiera de mis pensamientos sobre él.
Por primera vez en mi vida, tuve que pensar cosas como... ¿podría ver en
mis ojos cuánto deseo que me atraviese contra la pared?
Porque lo quería.
Y que Cameron supiera eso solo conduciría a cosas malas, poco
profesionales y desnudas.
Reforcé mi expresión antes de que él golpeara cortésmente y abriera la
puerta.
―¿Todos se llevan bien aquí? ―preguntó. El gato maulló y trotó hacia
Cameron para oler sus grandes botas de trabajo. Él sonrió―. Es amigable.
―Al parecer ―dije arrastrando las palabras.
Cameron dejó dos tazones pequeños y luego una gran tina de plástico.
―¿Qué es eso? ―pregunté.
―Una caja de arena. Podemos dejarla en el cuarto de lavado junto al
baño.
―¿Caja de arena? ―pregunté débilmente.
―Sí. Tuvimos un gato que llegó a la casa hace unos años y a mi papá le
gustó lo suficiente como para dejarlo quedarse. Guardamos esto por si
volvía a pasar. ―Sonrió un poco―. Ha estado demasiado enfermo como
para pensar en adoptar otra mascota, pero sé que le encantaría tener una.
Arqueé una ceja.
―¿Esa es tu manera de decir que no puedo llevarlo a casa de tu mamá
para tener la custodia compartida?
Cameron se rio.
―Lo dudo. Aunque a mi papá le encantaría, estoy seguro. Siempre creyó
que más caos en la casa nunca era malo, solo significó que más amor
llenara las habitaciones.
¿Cómo debe ser eso?
No lo estaba compartiendo para hacerme sentir de ninguna manera
acerca de mi propia educación, pero aún así sirvió para provocar una
picazón debajo de la piel. Una comparación incómoda que me dejó
sintiendo una reacción muy particular.
Me aclaré la garganta.
―Bien. Puedo manejar una caja de arena.
―¿No te gustan los gatos? ―preguntó mientras llenaba el pequeño
recipiente con agua fría. Cuando lo dejó, el gato se acercó y lamió el cuenco
inmediatamente. Mi corazón se agitó incómodamente. ¿Cómo es que no
había pensado en darle agua de inmediato?
―No sé si me gustan o no ―respondí con sinceridad―. No se me
permitían mascotas, ¿recuerdas?
Cameron hizo un pequeño ruido, profundo desde el fondo de su
garganta, y me crucé de brazos porque si ese sonido hacía que mi pecho se
animara de manera visible, jamás me lo perdonaría.
―¿Cuántos años tenías cuando pediste uno? ―Abrió una lata de comida
húmeda para gatos y echó un poco en otro tazón pequeño. Mi pequeño
compañero de cuarto pasó directamente al siguiente y devoró la pequeña
porción casi de inmediato.
―¿No le vas a dar más? ―le pregunté, ignorando su pregunta por
completo.
―Aún no. Si lleva unos días sin comer ni beber, no quiero que se
enferme. Si le va bien en las próximas horas, entonces dale otra ración de
ese tamaño más tarde esta noche.
Asentí.
―No respondiste a mi pregunta ―dijo suavemente―. A menos que lo
hayas hecho a propósito.
Mi mandíbula se apretó brevemente, pero me obligué a relajarme
porque, diablos, ¿y si apretar la mandíbula tuviera el mismo efecto que
Cameron tuvo en mí cuando apretó la suya? Probablemente ya estábamos
jodidos en todo este esfuerzo, pero si apretar la mandíbula era lo que
borraría los límites profesionales entre nosotros, no sería yo quien nos
enviaría en ese espiral.
¿Y sabes por qué apreté los puños en primer lugar? Las palabras eran
difíciles de decir.
No era como si me sentara y pensara en las formas en que mi infancia
podría parecer triste para un extraño.
No tenía nada de qué quejarme. Ni una sola cosa.
Tuve todas las ventajas. Cada privilegio.
Siempre pudimos permitirnos ropa, comida y excelentes escuelas. Mi
papá siempre me presionó y animó a hacer lo mejor que pudiera.
¿Y qué si no me dio un cachorro?
Casi no me maltrataron.
Pero cometí un error al ver a Cameron, y la mirada en sus ojos era tan
paciente, tan firme, tan curiosa, que me encontré respondiendo.
―Tenía diez años ―dije, levantando la barbilla―. Y quería un perro.
Hice mi investigación y encontré una lista de perros hipoalergénicos
porque sabía que él se opondría a tener algo que soltara pelo por toda la
casa. Hice una hoja de cálculo de los refugios y criadores de la zona,
desglosé los costos y redacté un contrato sobre cuáles serían mis
responsabilidades.
Sus labios se arquearon.
―¿A los diez?
Asentí.
―Cada situación de la vida se convierte en una oportunidad para
aprender ―dije, repitiendo lo que había escuchado toda mi vida―. Y si no
me presentaba profesionalmente, las posibilidades de que él dijera que sí se
reducían en aproximadamente un cincuenta por ciento. Empecé a aprender
eso cuando tenía ocho años.
Cameron dejó escapar una ráfaga de risa sorprendida.
―Estás bromeando.
Levanté una ceja.
―Okey ―dijo lentamente―, no estás bromeando.
El gato, que había terminado de comer y sus ojos ya estaban
adormecidos, se acercó al sofá y se estiró en un rayo de sol que entraba por
la ventana.
Mi corazón se agitó con algo dulce y cálido.
―Estaba mucho tiempo sola ―dije en voz baja―. Él viajaba a menudo
por trabajo. Pensé que tal vez sería beneficioso tener un compañero.
Tendría a alguien de quien cuidar. Alguien con quien jugar. Alguien que
siempre estaría emocionado de verme cuando entrara por la puerta.
―Él no estuvo de acuerdo ―dijo Cameron.
Manteniendo mis ojos en el gato dormido, asentí y me dolieron las
costillas, apretándose sobre sí mismas. Los recuerdos no deseados se
transformaron en emociones espesas que subieron lentamente por mi
garganta y las empujé hacia abajo.
¿Cómo pasó eso? No había pensado en eso en años. No me quedé tirada
y añoré al perro que nunca tuve, pero en el momento en que el recuerdo
resurgió, fue como si hubiera sostenido una pelota de playa bajo el agua
durante demasiado tiempo y saliera del agua con un gran y fuerte silbido.
―Sí.
También me dijo que nuestra ama de llaves era suficiente compañía, y
¿cómo podría pedirle que alterara así el equilibrio de la casa?
No le dije eso a Cameron porque si veía lástima en sus ojos, perdería lo
poco que quedaba de mi control.
Dejé de pedirle a mi papá cosas así.
―Escogiste a tu favorito de esa lista de perros, ¿no? ―preguntó
Cameron.
Me ardían los ojos, pero me negué a verlo.
Si lo miraba, lloraría y Los Lynch no lloraban. Ciertamente no delante de
nadie.
Nunca lo hice.
Las lágrimas muestran debilidad, me dijo mi papá, que tu esfera de
control ni siquiera te controla a ti misma.
―Lo hice ―susurré.
―¿Cómo se llamaba?
Sonreí, solo un poco.
―Neville.
―No es cierto.
Una risa suave escapó de mi boca y finalmente me sentí lo
suficientemente lúcida como para verlo.
―Sí, parecía un caballero muy distinguido.
Lentamente, caminé hacia el gato y me senté en el borde del sofá,
observándolo mientras dormía.
Mientras hacía eso, Cameron me vio.
Estaba acostumbrada a que los hombres hicieran eso. Lo habían hecho
toda mi vida.
A veces veían por curiosidad por mi familia.
A veces observaban con un deseo apenas disimulado.
A veces era lleno de juicios o burlas, momentos en que mi sexo y mis
antecedentes me convertían en algo que despreciar.
La forma en que él me veía era diferente y no estaba segura de querer
profundizar demasiado en el por qué.
Al menos no estaba preparada para hacerlo.
El teléfono de Cameron sonó y se lo acercó a la oreja.
―Hola, mamá. ―Sus ojos se posaron en los míos mientras escuchaba, y
su boca se curvó en una sonrisa―. Lo haré. Está bien, nos vemos luego.
―Hizo una pausa―. Yo también te amo.
Mis ojos se cerraron y tuve que ver hacia otro lado.
―Mi mamá quería que te invitara a cenar ―dijo―. Si estás interesada.
Por supuesto que sí.
Me sentí demasiado sensible para sentarme en una mesa con esta
encantadora y amable familia y fingir que tenía algún motivo para estar
ahí.
Tragué.
―Tengo algo de trabajo que planeaba hacer esta noche ―dije
alegremente―. Pero dale las gracias de mi parte.
Se quedó en silencio por un momento.
―Okey. Iré a preparar la caja de arena para ti. Puede que le tome un
tiempo descubrir para qué sirve, pero te avisaré cuando el veterinario
pueda venir y pueda darte algunos consejos.
Asentí, manteniendo mis ojos fijos en la bola de pelusa blanca y negra en
cuestión.
Cameron solo tardó un par de minutos en instalar la caja y me puse de
pie cuando entró de nuevo en la habitación. Sus ojos se detuvieron en mi
cara, pero me sentí firme otra vez, en control después de un lapso
momentáneo.
Mantuve mi expresión tranquila.
―Gracias por arreglarla. Todavía no sé qué diablos estoy haciendo, pero
qué tan difícil puede ser, ¿verdad?
―Oh, no digas eso en voz alta ―dijo con una sonrisa burlona―. Él hará
todo lo posible para demostrar que estás equivocada. Los gatos tienen una
manera de hacer eso.
Sonreí.
―¿Necesitas algo más mientras estoy aquí?
Negué con la cabeza.
―Greer traerá mi auto más tarde.
―Ah. No pensé en eso ―admitió.
―No iré a ninguna parte, así que está bien. ―Vi alrededor de la pequeña
casa―. Es mucho más fácil recluirme aquí que en el hotel.
Su cabeza se echó hacia atrás y sus ojos se clavaron en mi cara.
―¿Por qué necesitas hacer eso? ―me preguntó―. Puedo pensar en una
lista saludable de personas a las que les gustaría pasar tiempo contigo.
Lo dijo con mucha suavidad, sin apenas parpadear mientras
pronunciaba las palabras.
¿Sabía lo que le hacía a la creciente presión bajo mis costillas? Mi
reacción fue todo menos suave.
Tragué.
―Es más fácil ―dije―. Para cuando me vaya.
Su mandíbula se apretó y mi corazón tartamudeó, preguntándome qué
palabras contuvo cuando hizo eso.
Finalmente asintió, dándome una última mirada intensa antes de salir
por la puerta.
Cuando se cerró con un suave clic, exhalé lentamente. Una pequeña
cabeza peluda se apoyó contra mi tobillo y vi hacia abajo para encontrarlo
mirándome.
Me incliné, levantándolo y alejando su cuerpo de mí para poder
estudiarlo. Era tan serio, sus ojos tan grandes, dulces y atentos.
Distinguido.
―Bueno, Neville ―dije―, parece que solo somos tú y yo―. ¿Ahora qué?
Miau.
Me permití una pequeña sonrisa, negándome a pensar en lo que este
pequeño desarrollo significaba para mi inevitable salida de este pueblo.
Ciertamente no podía llevarlo a casa, no a la casa donde me crié.
Pero por ahora, era mío para cuidar de él, y eso era suficiente.
14
Cameron
Ian me vio fijamente desde el otro lado de la mesa, con los ojos
entrecerrados en una mirada pensativa.
―Un gato ―dijo―. En la pared de la casa.
Greer asintió.
―Pequeña cosita linda también.
―¿Y él no siseó en el momento en que ella lo agarró? Si yo fuera un gato,
le silbaría.
Moví mi pie hacia adelante, y la punta de mi bota conectó con su
espinilla.
―Ouch ―gritó―. ¿Por qué diablos fue eso?
―No seas idiota.
Poppy puso los ojos en blanco.
―Literalmente no puede evitarlo.
La boca de Ian se abrió.
―¿Qué? Es la persona menos amigable que he conocido en mi vida. Solo
estás a la defensiva con ella porque quieres...
―Termina esa frase y te arrancaré los dientes ―gruñí.
Mi mamá suspiró.
―Dios, es por eso que nunca podemos tener invitados.
―Sí, porque Ian es un hipócrita total ―dijo Poppy.
Sus ojos se abrieron como platos.
―¿Por qué soy hipócrita?
Ella lo apuntó con el tenedor.
―Porque eres el peor tipo de gruñón, Ian Wilder. Has sido grosero con
cada persona nueva que llega a esta familia...
―No he conocido a todos los que han formado parte de esta familia ―dijo
con incredulidad.
―Por eso, estamos agradecidos ―añadió Greer―. Pero amarás a mi
esposo. Todos lo hacen.
―¿No era un extraño cuando te casaste con él? ―preguntó Ian
inclinando la cabeza.
La sonrisa de Greer desapareció y entrecerró los ojos.
―¿Puedo levantarme de la mesa ahora? ―pregunté en voz baja.
―No ―dijeron mamá y papá al unísono.
Dejé escapar un suspiro lento.
Poppy ignoró a todos y se centró en Ian.
―Porque eres un hombre con buen cabello y una cara pasable...
―Resoplé. Ian hizo un ruido ofendido, pero Poppy siguió rodando como si
ninguno de los dos hiciera ningún sonido―. La sociedad es más indulgente
si actúas como un idiota, pero cuando una mujer es reservada y cerrada, es
una perra. Lo hacemos pasar como un defecto de personalidad cuando, en
realidad, ella probablemente tiene todos los motivos para ser reservada y
simplemente no sabemos cuál es su historia. ―Apuñaló el pollo asado en
su plato y mi pecho se apretó ante la verdad de sus palabras―. Tú podrías
patear a los cachorros y todos se desmayarían porque estás tan dañado y
melancólico.
―Solo en la ficción ―señaló Greer. Ella vio significativamente a nuestra
hermanita―. Los hombres de la vida real que patean a los cachorros son
gigantes banderas rojas andantes. Por favor, huye de alguien así.
―Obviamente ―dijo―. No es que alguien esté pateando cachorros para
tener una oportunidad, pero aún así... sé que no es así.
Mi papá sacudió la cabeza, jugando con su comida.
―Toda esta conversación es la manera perfecta de arruinar el apetito de
un hombre ―dijo.
Me pellizqué el puente de la nariz y suspiré.
Poppy no se enojaba a menudo, pero cuando lo hacía... todos sabíamos
que debíamos ponernos a cubierto.
―¿Cuál es tu punto, Poppy? ―preguntó Ian.
―Lo que quiero decir es que eres un idiota con la gente todo el tiempo y
dices cosas como, simplemente no confío en la gente ―imitó su voz profunda.
―Eso no es lo que hago ―refunfuñó. ―¿Y qué hay de malo en no
confiar en la gente? La gente es idiota.
Ella hizo un gesto hacia él como diciendo gracias por demostrar mi punto.
―Tú asumes que la gente es idiota ―dijo Greer―. Hay una diferencia.
―Ustedes me agradan, chicos.
―Lo cual es muy evidente por lo amable que siempre eres ―dije.
Me lanzó una mirada larga y seca y luego levantó el dedo medio para
rascarse la nariz.
―No todos podemos ser santos como tú ―añadió.
Había un tono en sus palabras que me puso los pelos de punta.
―¿Qué estás tratando de decir?
Mamá levantó las manos.
―Está bien, suficiente.
―No intento decir nada ―dijo―. Solo expongo un hecho. Siempre has
tenido un toque del síndrome del Caballero Blanco y lo sabes. Siempre eres
el primero en intervenir cuando alguien necesita ser salvado o defendido.
No le das a nadie más la oportunidad de dar un paso al frente.
Mis cejas se arquearon lentamente.
―¿Alguna vez pensaste en terapia, Ian? Podrías usarla. Por supuesto que
di un paso al frente. Vivo a media milla de distancia, no a horas de
distancia como Parker y Erik, o a medio mundo de distancia como tú. ¿Se
supone que debo esperar a que subas a un avión para arreglar el maldito
techo?
―Chicos ―dijo mamá, con voz más firme.
Greer y Poppy intercambiaron una mirada, pero me negué a dejar de ver
a Ian.
Él siempre fue el hermano afilado. Una agudeza que venía con nuestra
educación.
―No, y eso no es lo que estoy diciendo ―continuó Ian―. Vamos,
Cameron, tienes a esta mujer que conoces desde hace diez minutos, y ya la
estás defendiendo como si fuera tu misión personal arreglar cualquier
problema paternal que la hiciera tan pe...
Me incliné hacia adelante, con los ojos fijos en los suyos.
―No la llames así ―le advertí.
Extendió las manos.
―Yo soy tu hermano. ¿Vas a defenderme de la misma manera?
―Lo hice cuando me dijo que eras tan amigable como un picahielos, así
que ¿qué tal si guardas la rutina del mártir? ―Me levanté de la mesa y
arrojé mi servilleta sobre la mesa―. ¿Quieres hablar sobre patrones de
comportamiento, Ian? Cada vez que vuelves a casa, tienes que encontrar a
alguien de esta familia con quien pelear. Lo hiciste con Erik cuando
regresaste a casa la última vez y lo estás haciendo conmigo ahora.
Poppy suspiró.
―Ve a buscar pelea con Parker ―murmuró―. Él es con quien deberías
enojarte.
Los ojos de Ian se dirigieron a Poppy y luego a mí.
―¿Alguna vez pensaste que Parker no siente que lo necesitan aquí y que
por eso no regresa a casa?
―Eso es una mierda ―espeté―. Él no volverá a casa porque es difícil, y
lo entiendo, pero no proyectes tus propios problemas sobre él como una
forma de poner excusas.
La mirada de Ian se oscureció, pero cuando abrió la boca para discutir,
papá golpeó la mesa con la palma abierta.
―Suficiente ―dijo.
Él no gritó.
No levantó la voz. Quizás porque no podía.
La única palabra fue apenas más que un susurro, pero el silencio reinó en
la mesa como si lo hubiera gritado.
La vergüenza hizo que mis ojos se cerraran.
―Lo siento ―dije, pasándome una mano por la cara cuando abrí los ojos
y vi a papá y luego a mamá―. Pido disculpas por arruinar la cena.
La mandíbula de Ian se apretó.
―Yo también.
Pero mi hermano no me vio.
Así que tampoco lo vi.
―Está bien ―dijo papá con cansancio―. Dios sabe que ustedes,
muchachos, solían pelear como perros y gatos mientras crecían.
Deberíamos estar acostumbrados a eso.
La mirada de Greer captó la mía y la sostuvo, y pude ver la
preocupación enterrada ahí.
Sacudí ligeramente la cabeza.
No quería hablar de eso con ella.
Mamá se levantó de su asiento, luego se puso de pie y puso una mano
sobre el hombro de Ian.
―Te amo ―dijo, y luego le dio un beso en la parte superior de la cabeza.
Caminó hacia mí y tomó mi rostro entre sus manos―. Y te amo.
―También te amo ―le dije.
Sus ojos sonreían, incluso mientras su boca permanecía en una línea
firme.
―Ambos son tercos como el infierno a su manera ―dijo―. Todos
ustedes, niños, lo son. Por eso les ha ido tan bien, porque nadie puede
decirles qué hacer.
Poppy puso los ojos en blanco.
―No los animes, mamá. Me gustaría dejar constancia de que nosotras
tres, las chicas, nunca peleamos así.
Greer sonrió.
―No. Somos unos ángeles.
Ian resopló.
―¿Practicamos delirios ahora en la mesa?
―Con regularidad ―dijo papá con voz cansada.
Mamá me apretó el brazo.
―¿Aún planeas trabajar en el gallinero mañana?
―Sí, señora ―dije―. Estaré ahí a primera hora y Poppy está muy
emocionada de ayudarme.
Mi hermana puso los ojos en blanco.
Mamá se rió.
―Excelente. ¿Me puedes hacer un favor?
―Por supuesto ―dije de inmediato. Las palabras de Ian pasaron por mi
cabeza y vi hacia él, donde parecía demasiado engreído.
―¿Puedes llevarle un plato de esta comida a Ivy? Odio pensar en que la
chica pase hambre ahí.
―Mamá, le llevaste media docena de muffins esta mañana ―dijo Ian―.
Y lo sé porque eran la última media docena de muffins.
Mamá le dirigió una mirada penetrante de reprimenda, e Ian tragó,
encogiéndose en su silla.
Exhalé pesadamente.
―Dudo que Ivy esté pasando hambre, mamá.
Ella me dirigió una mirada penetrante de reprimenda y, lo juro por todo
lo santo, el sudor empezó a gotear por mi frente. Los interrogadores
profesionales podrían aprender un par de cosas de Sheila Wilder.
―Yo la llevaré ―dijo Poppy―. Parece sola, si me preguntas. Me
encantaría hacerme amiga de ella.
La mirada de mamá no se apartó de la mía y lentamente arqueó una ceja.
Una Ivy solitaria.
¿Por qué pensar en eso me hizo sentir como si alguien me hubiera
clavado un cuchillo entre las costillas?
―Yo lo haré ―dije con voz áspera.
Su sonrisa se volvió cómplice y apenas logré no poner los ojos en blanco.
―¿Puedo ir contigo? ―preguntó Poppy.
―No ―dijeron mamá y Greer al unísono.
Poppy exhaló ruidosamente.
―Bien.
Ian me observó atentamente mientras recogía mis platos y los ponía en el
lavavajillas. Mamá empacó un recipiente que sobró de pollo asado, maíz y
puré de papas. Era suficiente para alimentar a tres personas, pero mantuve
la boca cerrada porque tenía un sano sentido de autoconservación. Greer
resopló cuando mamá añadió algunas galletas y luego se detuvo para
considerar la última mitad del pastel que había hecho.
―Mamá ―amonestó Poppy―. Ella es una sola persona.
Mamá hizo una mueca.
―Lo sé, lo sé. Simplemente no puedo evitarlo. Ya le dije que me
encantaría que viniera a tomar té, así siempre puedo darle más si lo hace.
―Asegúrate de que me haya ido ―murmuró Ian.
Mamá se giró lentamente, con las cejas arqueadas.
―Oh, lo haré ―dijo en tono de advertencia.
Poppy le arrojó un panecillo a la cabeza a Ian y él lo atrapó en el aire y se
comió la mitad de un bocado. Ella puso los ojos en blanco.
Greer se puso de pie y besó a papá en la cabeza.
―Necesito regresar a casa. Le prometí a Olive que estaría ahí antes de
que Beckett la arropara en la cama.
―Tráela contigo la próxima vez ―dijo papá―. Me gustan mis nietas
más que el resto de ustedes. ―Nos dirigió a mí, a Ian y a Poppy una
mirada fija―. Y eso no es una invitación a darme algunos nietos solo
porque me estoy muriendo. Solo tengan hijos cuando estén listos.
Ian levantó las manos.
―No me voy a casar, así que estás bien ahí.
―Es difícil cuando nadie te quiere ―le dije consoladoramente.
Se pasó la lengua por los dientes mientras Poppy se reía.
―Poppy tampoco lo hará porque está demasiado enamorada de Jax
como para considerar a alguien más, y él nunca pensará en ella de esa
manera.
Las mejillas de Poppy se pusieron rojas.
―¿Cuándo volverás a Londres?
Le di a Ian una mirada dura.
Él le dio una sonrisa.
―Y Cameron no lo hará porque todas las mujeres de Sisters tienen
mucho mejor gusto que ese.
―¿Cuándo volverás a Londres? ―le pregunté.
Su sonrisa era satisfecha y quise darle un puñetazo en la garganta.
Greer le golpeó la nuca cuando pasó.
―Deja de ser un idiota. Tus tendencias de matón primogénito se están
mostrando, y no es lindo. ―Ella me dio un abrazo―. Ignóralo ―dijo en
voz baja.
―Me lo propongo.
Ella sonrió.
―Al menos tienes a tus hermanas muy bien adaptadas y fáciles de amar.
Levanté una ceja.
―Ellas también son humildes, lo que siempre ayuda.
Greer me golpeó en el estómago.
Después de que mamá llenó una bolsa de supermercado ecológica y me
la entregó, Poppy dejó la mesa con los platos en la mano y se acercó para
poder decirme algo fuera del alcance del oído.
―Pregúntale si quiere jugar ajedrez ―dijo Poppy.
Mis cejas se alzaron.
―¿Qué?
Ella tocó mi pecho.
―Confía en mí.
―No he jugado ajedrez desde que tenía diez años ―admití en un
susurro.
Los ojos de Poppy brillaron.
―¿Quieres pasar tiempo con ella?
La afirmación instantánea se quedó atascada en mi garganta, pero ella lo
vio claramente en mi rostro.
Mi hermana menor sonrió.
―Entonces no importará, créeme.
Luego se alejó.
―Todo el mundo está perdiendo la cabeza en esta casa ―murmuré.
Con el bolso en la mano, decidí caminar hasta la casa de huéspedes,
sabiendo que el sonido de mi camioneta podría ponerla nerviosa.
Era una noche hermosa, el cielo estaba despejado y la brisa era fresca. El
olor del otoño estaba en el aire, incluso si las hojas no habían empezado a
cambiar.
Incluso cuando el ciclo natural de las estaciones estaba integrado en los
árboles, parecían resistirse al cambio cuando el verano estaba a punto de
terminar.
Supongo que todos hicimos eso un poco. Siempre me había gustado
mantener las cosas igual, saber qué esperar, y fue solo con la llegada de Ivy
que mi cabeza dio vueltas de una manera que no odiaba.
Quizás eso era lo que pasaba con conocer a alguien, y no a cualquiera.
Pero conocer a alguien que enciende una chispa.
Toda mi vida lo había deseado, y confiaba en que con el tiempo lo
sentiría, en que sentiría algo parecido al tipo de amor que había visto entre
mi padre y Sheila, pero buscarlo sonaba demasiado agotador, requería
demasiado esfuerzo cuando toda mi vida había girado en torno a mi
familia y a lo que necesitaban cada día.
¿Pero qué necesitaba yo?
Me acerqué a la pequeña casa y me hice esa pregunta, dispuesto a
mirarme en un espejo imaginario y darme una dura respuesta.
Puede que no necesite a Ivy, pero yo la quería.
Y la chispa que sentí no había muerto simplemente porque ella se
escondía detrás de un muro de hierro gigante que ella misma había creado.
Una luz cálida se derramaba por las ventanas de la casa y respiré
profundamente, preguntándome exactamente con qué fuerza debía llamar.
Levanté la mano y toqué suavemente a la puerta.
15
Ivy
Probablemente iba a morir sentada en ese sofá.
El movimiento era imposible porque había una bola de pelo negra que
roncaba en mi regazo, y él era tan estúpidamente lindo y feliz que no
estaba segura de si alguna vez me perdonaría si despertaba su trasero.
Así era como empezaba.
En un minuto, ya habías superado el trauma infantil de no tener un
cachorro, y lo siguiente que sabías era que estabas acostada en el sofá con
un dolor en el cuello porque tu gatito salvaje estaba dormido encima de ti,
y preferías arruinar tu alineación espinal que despertarlo.
Al menos sabía que no padecía ninguna enfermedad, gracias a una visita
anterior del veterinario. Estaba flaco y un poco deshidratado, pero en
definitiva era un gatito dulce y sano.
Cerré los ojos y suspiré.
Fue entonces cuando escuché el golpe en la puerta.
―Mierda ―susurré.
El gato se movió, y su cabecita se hundió contra mí donde estaba
acurrucado.
La voz de Cameron llegó desde el otro lado de la puerta.
―¿Ivy?
Mi pecho se calentó imperceptiblemente.
Maldita sea.
No.
No era útil, me regañé a mí misma. Se suponía que estábamos en modo
recluso. No. Oh, mira, el hombre atractivo y considerado está aquí.
Tomé mi teléfono del sofá y escribí un mensaje de texto.

Yo: Estoy atrapada debajo del gato. La puerta está desbloqueada.

En lugar de responder, la puerta se abrió solo unos segundos después y


él asomó la cabeza.
Y maldita sea, todo mi cuerpo se derritió. Se derritió más, porque ya se
me estaba derritiendo el gatito.
El derretimiento provino de la sonrisa de Cameron.
Cuando sus cálidos ojos dorados se posaron en Neville y en mí en el
sofá, esa sonrisa se extendió por su hermoso rostro como si nada en el
universo se atreviera a detenerla.
―Parece que te estás aclimatando bien ―dijo. En su mano había una
bolsa grande.
―¿Qué es eso? ―le pregunté―. Mierda, ¿ella envió más comida?
La sonrisa de Cameron se hizo más amplia.
―Tal vez.
Mi cabeza se hundió en el sofá y suspiré.
―¿Tu mamá tiene esta obsesión con alimentar a todos, o simplemente
soy especial?
Cameron no respondió de inmediato y cuando levanté la cabeza, sus ojos
estaban fijos en mi cara.
―Un poco de ambas cosas, diría yo ―respondió suavemente, solo
mirando hacia otro lado cuando desempacó un recipiente grande y lo puso
en el refrigerador―. Pollo, maíz y puré de papas, y unas galletas con
chispas de chocolate.
Olí.
―Pasable, supongo.
Sí claro. ¿A quién estaba engañando?
Sonaba (y olía) increíble, y si mi gato bello durmiente no estuviera en
coma en mi regazo, habría sacado una de esas galletas de la bolsa antes de
que la dejara.
Quizás el silencio me estaba afectando. Fue lo único que se me ocurrió.
Le envié un correo electrónico a mi papá antes, pensando que tal vez
tendría más posibilidades de recibir una respuesta de esa manera.
Aún nada.
Lo sentía cada vez más petulante a medida que mi tiempo en Sisters
pasaba de horas a días. Nunca había considerado a mi papá como un
hombre petulante.
¿Pero sabes quién no era petulante?
Cameron Wilder.
Él seguía apareciendo, y no estaba segura de qué hacer con eso.
Me estudió con atención recorriendo con la mirada los pantalones de
cachemira rosa claro y la camiseta sin mangas a juego. Mi cabello estaba
retorcido en un moño desordenado en la parte superior de mi cabeza, mi
cara estaba limpia de maquillaje.
Los ojos de Cameron brillaron y traté de identificar qué se sentía
diferente esta noche.
Rodeó la isla de la cocina y se sentó en la silla frente al sofá, con las
largas piernas extendidas frente a él y las grandes manos entrelazadas
sobre su estómago plano.
―Va a ser una noche larga si planeas dormir así.
Arqueé una ceja.
―No duermo en sofás.
―Dijiste que tampoco tienes mascotas, pero aquí estás.
Mi boca se frunció, lo que solo sirvió para que su sonrisa dorada y con
hoyuelos se extendiera aún más.
Con lo completamente desnuda que me hizo sentir todo ese tema antes,
no había posibilidad de que volviera a tocarlo, así que me aferré a lo
primero que se me ocurrió.
―¿Cómo estuvo la cena? ―pregunté.
Los ojos de Cameron se agudizaron.
―¿Estamos teniendo una conversación aquí?
―Tal vez.
Se lamió el labio inferior.
―La comida estuvo buena. La compañía, mayormente buena.
Mi interés aumentó rápidamente, muy en contra de mi voluntad.
―¿Mayormente?
―Discutí con Ian, pero eso sucede cada vez que regresa a casa.
Más tarde, culparía al cálido y ligero peso del gato y a la forma en que
me veía, como si no hubiera preferido estar en ningún otro lugar.
―No entiendo la dinámica entre hermanos ―admití―. Puedes discutir
con él un minuto y al siguiente...
―Al siguiente, es uno de mis mejores amigos.
Asentí levemente.
―No tiene sentido.
Él sonrió.
―Bueno, es la experiencia compartida, ¿sabes? Nadie en el mundo
entiende lo que es crecer en nuestra familia ―dijo―. Excepto mis
hermanos y hermanas.
Mi pecho se sintió vacío ante el perfecto sentido que tenía. Seguí
mirando a Cameron y las palabras flotaban en la punta de mi lengua.
Si no las decía, ¿se iría?
El hueco se transformó en algo más frío, algo mucho más incómodo.
―Tu familia es odiosamente numerosa ―dije.
Hubo un momento de silencio, y su boca se abrió ligeramente como si no
pudiera creer lo que dije.
Únete al maldito club.
Se me hizo un nudo en la garganta y deseé poder meter las palabras de
nuevo a mi boca, pero luego echó la cabeza hacia atrás y se rio, y el cálido y
retumbante sonido recorrió mis venas.
Hasta que lo conocí, no sabía que un sonido podía hacer eso: calentarte
de adentro hacia afuera. La niña que hay en mí, que se nutría de los elogios
por un trabajo bien hecho, no pudo evitar enderezarse un poco y sentir una
punzada de orgullo por haber hecho algo para hacerlo reír.
Si eso no mostraba una necesidad apremiante de sesiones de terapia
semanales, no sabía qué lo hacía.
―Lo es ―dijo, con los ojos arrugándose atractivamente mientras sonreía.
Se pasó el pulgar por debajo del ojo y sacudió la cabeza―. Realmente,
realmente lo es.
Mis labios se torcieron como si quisieran unirse a él en esa sonrisa fácil,
pero no estaban seguros de cómo, y como poseía algún modelo secreto
para leer mis expresiones faciales, Cameron notó mi vacilación.
―¿Qué está pasando en ese cerebro tuyo? ―preguntó en voz baja―. Me
encantaría saberlo.
Mi garganta se balanceó al tragar y sus ojos siguieron el movimiento. No
podía saber cómo era sentir la burbujeante curiosidad por una vida normal,
el deseo de entender cómo era completamente extraño.
No entendía las peleas con hermanos, las mamás entrometidas, las cestas
de comida gigantes y los hombres pacientes con ojos amables, cuerpos
fuertes y grandes corazones.
Las palabras se agolparon en mi garganta apretada, pero no podía
expulsarlas.
Revelarían demasiado y no sabía cómo superar el miedo de que si las
decía en voz alta, serían usadas en mi contra.
―Soy solo yo ―dijo―. No voy a juzgarte ni a compadecerte, Ivy.
Respiré hondo, reflejando la forma aguda en que sus palabras
atravesaron mi gran reserva.
―No entiendo a tu familia ―dije lentamente―. No tengo... no hay una
experiencia compartida para mí, e incluso si la tuviera, no entiendo cómo
son así todo el tiempo. Son simplemente amables... por el simple hecho de
ser amables. No quieren ni esperan nada.
Sus ojos se clavaron en mí mientras escuchaba, solo con un leve
asentimiento mientras lo hacía.
―Excepto Ian ―agregué―. ¿Qué pasó con él?
Sus labios se hicieron a un lado en una sonrisa torcida, y eso causó una
peligrosa ingravidez bajo mis costillas.
―¿Cuánto tiempo tienes?
Casi cerré los ojos cuando me preguntó, porque se parecía tan fielmente
nuestra conversación en el ascensor que el abrumador alivio de dejar la
armadura hizo que mi cuerpo se sintiera débil.
Pero a pesar de esa debilidad, sostuve su mirada.
―Mucho, aparentemente ―entonces le hice un gesto al gato.
Un hoyuelo apareció en su mejilla mientras sonreía.
Antes de que pudiera responder, el gato decidió que era hora de
socializar.
Se paró en mi regazo y arqueó la espalda, haciendo ese extraño masaje
con sus patas contra mi pierna.
―Buenos días ―dije.
Miau.
Ligeramente, saltó de mi regazo y luego cayó al suelo, caminando hacia
donde estaba sentado Cameron. Cameron se inclinó hacia adelante,
apoyando los antebrazos en la parte superior de los muslos y colgando los
dedos hacia abajo para que el gato pudiera saltar sobre ellos. Su sonrisa era
amable, cálida y dulce e hizo que mis entrañas se suavizaran
peligrosamente.
―Debería pasar por esa caja de arena ―afirmó Cameron―. Cada vez
que se despierte, lo llevas ahí.
―Correcto. Lo leí ―dije―. Investigué un poco después de que te fuiste.
Cameron se puso de pie, desplegando toda esa gran altura con facilidad,
inclinándose para doblar su mano debajo del pequeño cuerpo de Neville.
Y, wow, verlo con un gatito acurrucado contra su amplio pecho era todo
un espectáculo.
Una vista que aprieta los muslos también. Me senté lentamente en el sofá
y pasé una mano por la parte superior de mi cabeza para alisar los cabellos
sueltos.
Cameron caminó hacia la parte trasera de la casa y desapareció en el
pequeño cuarto de lavado. Vi hacia abajo y ajusté la parte delantera de mi
camisón de cachemira para asegurarme de que no mostraba... nada.
Su teléfono sonó y habló en voz tan baja que no pude oír lo que dijo.
Luego de unos minutos, regresó seguido por Neville obedientemente.
―Gato inteligente ―dijo―. Él sabía exactamente qué hacer.
Mientras las palabras colgaban ahí, Neville tuvo un brillo peligroso en
sus ojos y corrió hacia la planta gigante en la maceta, saltando
inmediatamente al suelo para golpear las hojas.
―Neville ―suspiré, acercándome para sacarlo de la maceta―. ¿Cuál es
la obsesión por las plantas?
―¿Neville? ―preguntó Cameron, con las cejas levantadas y sus ojos
brillando con humor.
Abracé al gato que se retorcía contra mi pecho y levanté la barbilla unos
centímetros.
―Sí.
Sus labios se torcieron mientras luchaba por sonreír.
Mis ojos se entrecerraron.
―¿Qué tiene eso de gracioso?
―Nada. Me encanta.
―No es cierto.
Cameron dio un paso más y mi corazón dio un salto mortal cuando
percibí su olor, luego rascó la parte superior de la cabeza de Neville, y tal
vez estaba imaginando calor, pero la punta de su dedo apenas rozó la parte
superior de cachemira y fue suficiente para erizar los vellos de mi nuca.
―Me gusta como sea que lo llames ―dijo en voz baja e íntima.
La forma en que estábamos también era íntima.
Lo suficientemente cerca como para poder inclinarme hacia él si quisiera.
Lo suficientemente cerca como para poder levantar la barbilla, mirarme a
los ojos y empujar las puntas de los pies para besarlo.
Así que mantuve mis ojos en la base de su garganta, y vi cómo se movía
mientras tragaba lentamente.
―Iba a preguntarte si te apetece jugar una partida de ajedrez...
―Cuando hizo una pausa, mi corazón dio un vuelco, pero luego dijo―:
Tengo que irme.
Mi mirada se posó en la suya.
―¿Por qué?
Oh, eso le gustó.
La expresión de su rostro se agudizó hasta convertirse en algo intenso y
complacido.
―Wade necesita algo en la tienda y yo tengo la llave ―respondió―.
Poppy dejó la suya adentro porque normalmente no cerramos todas las
noches, pero Ian no lo sabía cuando terminó.
Asentí, con la garganta apretada por lo que acababa de dejar escapar.
También podría gritarlo: por favor no te vayas, me gusta tenerte aquí.
Cameron dio un paso atrás y golpeó con el pulgar el costado de su
muslo.
―Voy a decir algo que realmente podría enojarte ―dijo―, pero creo que
estoy dispuesto a correr el riesgo.
Lentamente, arqueé una ceja.
―Bueno, ahora tienes que decirlo ―dije arrastrando las palabras.
―Creo que ésta es tu verdadera identidad, Ivy. ¿Quién no se moverá en
toda la noche para dejar dormir a un gatito callejero porque está cómodo?
Creo que eres tú en estos momentos en los que bajas la guardia lo suficiente
como para preguntar lo que quieres preguntar y decir lo que quieres decir.
―Su pecho se expandió al respirar profundamente―. Y creo que debe ser
agotador sostener ese muro, el que alguien te enseñó era necesario. Sé que
querías que pensara que la mujer que conocí no era real, pero no estoy de
acuerdo. No estoy seguro de qué te estás protegiendo porque aquí nadie
quiere hacerte daño ni usarte, solo queremos conocerte. ―Ni una sola vez
sus ojos se apartaron de los míos, y lo sentí hasta los dedos de mis pies―.
Me gustaría que nos dejaras.
De todas las cosas que me lo imaginé diciendo, esta era la peor.
Quería replicar, quería decirle algo genial e inteligente y quería ponerlo
en su lugar, pero esas palabras también se atascaron en mi garganta. Eran
punzantes y dolorosas, pero me las tragué porque prefiero causarme algo
de incomodidad al hacerlo que causarle dolor a él al decírselas.
Así que todo lo que hice fue verlo con completo desconcierto.
―¿Qué quieres de mí? ―le pregunté, y un susurro fue todo lo que pude
lograr.
Entonces sonrió, una pequeña sonrisa torcida que aterrizó justo debajo
de mis costillas.
―Muéstranos quién eres, Ivy Lynch. Eso es todo.
Emití una breve bocanada de aire.
―Eso es todo.
―Sí. ―Metió las manos en los bolsillos delanteros y, sinceramente, el
bulto de sus músculos era un poco ofensivo―. ¿Cómo serías si no tuvieras
miedo de mostrar ese lado tuyo?
―No tengo miedo ―espeté.
E inexplicablemente, sonrió.
―Pruébalo.
Me quedé con la boca abierta, Cameron me dio una última mirada y
luego salió de la casa.
16
Cameron
La mañana amaneció clara y prometía ser calurosa, lo que significaba
que el trabajo en la propiedad de mamá y papá comenzaba después del
desayuno. Incluso con la brisa fresca que desaparecía después del
almuerzo, mi camisa estaba empapada después de solo un par de horas.
Poppy, mi voluntaria obligada, yacía en la caja de mi camioneta.
―No puedo hacer más. Mis manos se van a caer.
―No durante al menos unas horas más ―prometí, luego presioné la
pistola de clavos contra la madera y apreté el gatillo.
Bam.
―Vamos ―le dije―. Le prometí a mamá que tendríamos esto listo para
el final de la semana.
Poppy gimió.
―¿Ian no puede ayudarte con esto? Él es el otro constructor de la
familia.
―Ian recibió dos encargos de muebles nuevos ―le dije―. Así que estará
ocupado por un tiempo. ―Marqué un trozo de madera donde necesitaba
ser cortado y se lo entregué―. Puedes encargarte de cortar ese.
Suspiró dramáticamente, luego se levantó y saltó de la caja de mi
camioneta. Tomó el trozo de madera y caminó hacia la sierra de mesa,
colocándose los lentes de seguridad en su lugar antes de alinearlo.
Por el rabillo del ojo, la vi, solo para asegurarme de que no se cortara los
dedos accidentalmente, pero lo hizo exactamente como se suponía que
debía hacerlo.
―Bien ―le dije―. Tal vez puedas empezar a enmarcar casas para
nosotros.
―Ja ―dijo―. Sí claro. Como si alguna vez me dejaran poner un pie en
un lugar de trabajo real. Ni siquiera puedo detenerme para una visita sin
que tu cara haga esa cosa de hermano mayor pellizcado y molesto.
―Poppy me señaló―. ¿Ves? Lo estás haciendo en este momento.
Le di una mirada fija.
―Eso es porque sabes exactamente por qué actúo como un hermano
mayor protector cuando vas a visitarnos al trabajo.
Poppy evitó cuidadosamente mis ojos.
―Estoy bastante segura de que no.
Me pellizqué el puente de la nariz.
―Poppy, por mucho que nunca haya querido verbalizar esto... tienes
que superar este enamoramiento por Jax. Él no es apto para ninguna mujer,
mucho menos para ti. Aunque quisiera, no sabe cómo compartir su vida. Él
viene y va cuando quiere, y por mucho que le confíe mi vida… ―Hice una
pausa, asegurándome de que me estuviera escuchando. Sus ojos se posaron
brevemente en los míos―. Nunca te confiaría a él.
Mi hermana estaba ahí de pie, con la garganta trabajando para tragar, los
ojos fijos en el pequeño edificio enmarcado y un trozo de madera en la
mano, y tenía el ceño fruncido mientras procesaba cuidadosamente lo que
estaba diciendo.
―¿Por qué no? ―preguntó.
Fue lo más cerca que estuvo de admitirlo ante mí, y todo lo que hizo fue
agregar otro peso a mis hombros. A veces sentía como si llevara un millón
de libras de piedras sobre mi espalda. Cada miembro de mi familia era
responsable de unas pocas, pero Poppy parecía tener más de lo que le
correspondía.
Negué con la cabeza.
―Él no sabe cómo amar a una mujer de la manera que tú quieres. ¿Crees
que a Ian se le da mal confiar en la gente? Jax es diez veces peor.
Su pecho se elevó con un gran suspiro.
―Tal vez todavía no ha confiado en la mujer adecuada.
Decidí que ser franco era el mejor regalo que podía darle.
―Él no les da suficiente tiempo para determinar si puede confiar en
ellas, Poppy. Una noche es lo que obtienen. Todo lo que obtienen.
―Tal vez... ―Pero hizo una pausa antes de poder decir algo más.
Mi hermana tenía el corazón más grande y todo lo que yo quería era que
siguiera siendo así.
―Si te lastimara así ―le dije en voz baja―. Tendría que matarlo y
odiaría matar a mi mejor amigo, pero lo haría porque tú eres mi hermana.
Cuando ella me vio, sus ojos brillaban.
―Yo sé que tú lo harías, pero eso no significa que sea fácil dejar de
querer algo, incluso si no es bueno para ti.
―Lo sé, Pops ―dije―. Te abrazaría, pero... ―Tiré de mi camisa
empapada de sudor y ella arrugó la nariz.
―Por favor, no lo hagas.
Con una sonrisa, me entregó el trozo de madera cortado y me preguntó
en qué podía ayudar a continuación. Regresamos al trabajo, las palabras de
Poppy presionaron un moretón del que no era consciente antes de que ella
lo dijera.
Toda la mañana me pregunté si mi visita a Ivy la noche anterior terminó
haciendo más daño que bien, pero a veces no había forma de detenerlo
cuando era necesario decir algo.
Lo sabría de una forma u otra cuando finalmente la viera.
Poppy sostuvo el marco mientras yo lo colocaba en su lugar con la
pistola de clavos y luego retrocedió con una sonrisa.
―Es tan lindo.
Me quité la gorra y me pasé el brazo por la frente. Después de tomar un
trago de mi bote de agua, me quité la camisa y la arrojé a la caja de mi
camioneta.
―No es lindo ―dije―. Es grande, masculino y robusto.
Ella puso los ojos en blanco.
―Okey.
―Buen día.
Al oír la voz de Ivy, me quedé quieto.
―Dios ―chilló Poppy―. ¿Ese es el gato?
Me giré lentamente y reprimí una sonrisa cuando lo hice.
Ivy llevaba leggins negros hoy, botas de combate de cuero con cordones
sobre los tobillos y una blusa de color púrpura pálido ceñida a la parte
superior del cuerpo. Esta podría ser ella vestida de manera informal, pero
aun así se las arreglaba para gritar dinero.
Y atado a su mano estaba el gato. Con una correa.
Sus mejillas tenían solo un ligero tono rosado cuando encontró mi
mirada con una ceja levantada, y finalmente dejé que mi sonrisa creciera.
―A Neville le gusta caminar por la mañana, ¿verdad?
Poppy levantó la vista desde donde estaba agachada en el suelo
acariciando al gato.
―¿Neville? Eso es adorable.
La sonrisa de Ivy se volvió satisfecha cuando me vio.
―Yo también pensé lo mismo.
―¿De dónde sacaste la correa? Porque sé que eso no estaba en la bolsa
que traje anoche.
Sus ojos eran claros, directos e interesados, y con un latido desigual de
mi corazón, me di cuenta de que hoy no había máscara, en absoluto.
―Fui al centro esta mañana después del desayuno. Me dijeron que era
para perro, pero creo que es terriblemente injusto que los gatos no puedan
salir a caminar también.
―Indudablemente, me alegra ver que estás rectificando esto en nombre
de Neville.
Su mirada bajó brevemente por mi pecho y se detuvo, y si crees que no
me flexioné un poco, estarías completamente equivocado. El rosa se hizo
más profundo en sus mejillas y quise tomar su rostro entre mis manos y
besarla hasta que no pudiéramos respirar.
―¿Qué estás construyendo? ―preguntó.
Poppy levantó la vista.
―Un gallinero.
Estudió la estructura del edificio.
―Es lindo.
Poppy echó la cabeza hacia atrás y se rio.
―¿Qué? ―preguntó Ivy.
―Nada ―le aseguré.
―Cameron se opone a tales descripciones cuando se trata de sus planos
de construcción. ―Después de darle a Neville una última caricia en la
espalda, se puso de pie y le dio a Ivy una mirada de complicidad―.
Podríamos haber comprado algo prefabricado, pero él cree que puede
hacerlo mejor.
―Puedo hacer algo mejor. Es literalmente mi trabajo hacer algo mejor
―le dije―. Esa cosa prefabricada no tenía nada de lo que estoy agregando.
Poppy me dio unas palmaditas en el hombro y me dedicó una sonrisa
condescendiente.
―Lo sabemos. Hemos oído todo sobre eso. ―Le sonrió a Ivy―. Ha
estado trabajando en estos planos durante una semana completa y, aunque
es aproximadamente el doble del tamaño que pidió mamá, sigue teniendo
otras ideas.
Los ojos de Ivy brillaban cuando me dio una mirada considerada, y
maldita sea si ese brillo no golpeó mi torrente sanguíneo como un
puñetazo.
―¿Quieres ayudar? ―le pregunté―. Poppy es una asistente promedio,
pero acaba de decirme que le encantaría un descanso.
El ceño de Poppy se frunció.
―No, no lo hice.
La vi.
―¿Creo que mis manos están a punto de caerse?
―Oh. No pensé que me dejarías detenerme ―dijo, luego le dijo a Ivy―:
Parece un buen hermano, pero se siente miserable cuando no está a cargo
de todo y no les dice a todos qué hacer.
―Puedo ver eso en él ―respondió ella seriamente.
Puse los ojos en blanco y Poppy se rio.
―Toma ―le dijo―. Yo tomaré la correa. Él puede mostrarte qué hacer.
Es realmente fácil.
―Oh, no sé si Ivy quiere ensuciarse las manos ―dije suavemente.
El desafío brilló en sus ojos, exactamente como esperaba que lo hiciera.
Cuando le dije que quería ver más de ella, Dios, lo decía en serio.
―¿Qué tal si te preocupas por tus propias manos? ―dijo Ivy, pasando
junto a mí para que percibiera ese ligero olor a algo dulce y limpio―. Soy
de aprendizaje rápido.
―No lo dudo ―le dije. Tomé un trozo de madera de repuesto y se lo
entregué―. Practiquemos con esto primero.
Ella sostuvo mi mirada mientras lo tomaba.
Incliné la cabeza hacia la sierra.
―Ahora lo cortamos por la mitad. ¿Quieres los lentes de seguridad de
Poppy?
Ivy sacó sus lentes de sol negros de un bolsillo lateral de sus leggins y se
los deslizó sobre la cara.
―Supongo que estos funcionarán.
Incluso con los lentes gigantes en su rostro, no parecía tan cerrada como
ese primer día y medio. Había algo en su boca, la forma en que una sonrisa
flotaba en los bordes.
―¿Quieres que te lo muestre primero? ―pregunté.
Ella sacudió su cabeza.
―Solo dime qué hacer.
Mil pensamientos tremendamente inapropiados pasaron por mi cabeza y
los eliminé con un violento golpe mental de mi mano.
―Coloca la madera en el borde de la mesa y luego sujétala con esto. Una
vez que esté bloqueado en su lugar, pasará la sierra a lo largo del borde del
saliente. ¿Siempre alejarás la sierra de ti, okey?
Ella asintió, ajustando la abrazadera de metal en el trozo de madera y
luego estudió la sierra.
―¿Lo agarro por aquí en el frente?
―Sí. ―Me paré detrás de ella y toqué suavemente el costado de su
brazo―. Aquí la mano izquierda ―dije. La parte superior de su cabeza
apenas rozaba mi barbilla―. La mano derecha aquí.
Mi pecho estaba a solo uno o dos centímetros de su espalda, y ella vio
brevemente por encima del hombro hacia mi cara. No podía ver sus ojos
debido a los lentes.
―¿Tienes la abrazadera apretada? ―le pregunté.
―Ajá.
Me incliné hacia ella y lo comprobé. La piel desnuda de su hombro rozó
mi pecho y ella respiró hondo.
Cometí el error de ver a Poppy, quien observaba con los ojos muy
abiertos e interés. Cuando vi con furia en su dirección, ella sonrió,
redirigiendo su atención al gato, que estaba golpeando una maleza.
―Cuando tengas la sierra alineada, avanza, aprieta el mango aquí y
empújala lentamente hacia adelante.
Ella exhaló.
―¿Estarás aquí?
Era una pregunta sencilla, y tal vez nadie más interpretaría las cosas que
yo interpretaría. Ni siquiera conocía a Ivy lo suficiente como para examinar
los significados más profundos de ella y asegurarme de estar cerca en caso
de que necesitara ayuda.
Pero ella estaba aquí afuera conmigo y mi hermana, y lo estaba
intentando.
No necesitaba que ella fuera algo que no era, pero tampoco podía
soportar la idea de que ocultara quién era en realidad.
―No voy a ir a ninguna parte ―prometí.
Ivy respiró hondo y apretó el gatillo de la sierra y un fuerte zumbido
llenó el aire. Lo empujó hacia adelante y el trozo se cortó cuidadosamente
por la mitad, dejando un trozo en el suelo.
Su mano soltó la sierra y el zumbido cesó. Ella parpadeó y luego se puso
los lentes de sol en la parte superior de la cabeza.
―Eso fue muy fácil ―dijo.
Sonreí.
―¿Eso significa que vas a ayudarme a construir esto ahora?
Ella resopló.
―Dificilmente. Un corte no hace a un constructor, y creo que tú
mandándome todo el día es la forma más rápida de volverme loca
Sostuve su mirada resueltamente.
―No sé de qué hablas ―dije―. Creo que te gustaría mucho, duquesa.
El pulso en la base de su cuello se agitó y luego apartó la vista y se centró
en el gallinero enmarcado. Me pregunté si estaba pensando en mi mano
alrededor de su garganta, el primer lugar donde me pidió que tocara su
cuerpo.
Ella se aclaró la garganta.
―¿Está tu mamá en casa? ―preguntó.
No le respondí de inmediato porque estaba demasiado ocupado
recitando datos de álgebra en mi cabeza para deshacerme de una erección
incómoda.
―Creo que sí ―dije con brusquedad―. Estará encantada si necesitas
más comida.
Ivy se rio, un sonido suave y ronco, y si mi hermana no estuviera a un
metro de distancia, estaba tentado de lamer ese sonido directamente de su
boca hacia la mía.
Tal vez pedirle que tirara el muro fue una idea terrible. Porque ahora
quería besarla de nuevo. Quería mucho más que eso.
Y el muro… la máscara… esa era la barrera más grande.
Ahora era solo Ivy, y yo.
Y el deseo terriblemente incómodo y fuera de control que tenía por ella.
―Definitivamente no necesito más comida ―dijo―. Pero prometí tomar
una taza de té con ella algún día.
Mis costillas se apretaron.
―A ella le encantaría.
Ivy se aclaró la garganta.
―Gracias por enseñarme esto. Tal vez corte un poco más de madera si
me aburro más tarde.
―Hay mucho de eso por aquí ―murmuré.
Sus ojos se abrieron como platos.
Sonreí.
Ivy resopló.
―No quise decir eso.
Mi sonrisa se amplió.
―Eres imposible ―susurró con fiereza.
―No finjas que no te gusta.
Mantuvo la barbilla en alto y se giró hacia mi hermana.
―Llevaré a Neville de regreso a mi casa, gracias por cuidarlo.
―Por supuesto. Prefiero ver cualquier cosa que ver los horribles intentos
de coqueteo de mi hermano, así que para mí fue beneficioso para todos.
Vi a Poppy.
Ivy se quedó mirando al gato, mientras el color le subía por el cuello.
―Yo simplemente... regresaré ―dijo.
Sus ojos se dirigieron a los míos antes de alejarse, con su pequeño gatito
trotando detrás.
―Discreto ―dijo Poppy―. No es de extrañar que estés soltero.
―Cállate. ―Le revolví el cabello―. Vamos, volvamos al trabajo.
17
Ivy
Las flores me parecieron una gran idea hasta el momento en que tuve
que hacer malabarismos con el jarrón y llamar a la puerta principal de los
Wilder.
Objetivamente, sabía que había construido un ramo del tamaño de un
niño pequeño, pero cuando Sheila abrió la puerta y se quedó con la boca
abierta, sentí una fría descarga de pánico.
Demasiado, Ivy. Definitivamente demasiado.
Pero también era demasiado tarde porque ella me había visto y no había
vuelta atrás.
―Por Dios ―respiró ella―. ¿Qué es todo esto?
Moví el jarrón en mi brazo, fingiendo que no me había golpeado en la
cara con uno de los tallos.
―Un agradecimiento ―le dije.
Luego lo tendí, luchando contra el rubor de calor que subía por mis
mejillas cuando ella me estudió a mí, y no a las flores realmente caras.
La sonrisa de Sheila golpeó mi pecho como una flecha con muescas,
incrustándose en algún lugar profundo y suave.
―Entra ―dijo y sostuvo la puerta abierta.
―Espero no estar interrumpiendo nada importante. Puedo volver más
tarde si estás ocupada.
Demonios, incluso cuando lo dije, estaba lista para salir corriendo por la
puerta.
―En absoluto ―dijo, luego asintió hacia la sala familiar―. Mi esposo
Tim solo estaba tratando de engañarme para que hiciera unos rollos de
canela.
―Como si pudiera engañarte para hacer cualquier cosa que no quieras
hacer ―una voz cansada vino desde un gran sillón reclinable de cuero en
la habitación junto a la cocina.
Ahora me dolía el pecho por una razón completamente diferente.
Con una sola mirada al hombre que habló, supe que Tim Wilder estaba
realmente enfermo.
Cameron me dijo eso en el ascensor, por supuesto, e Ian también hizo un
comentario, pero verlo por mí misma fue diferente.
Tenía esa mirada demacrada a su alrededor, donde dolía verlo intentar
subir más en su silla, pero en su sonrisa -cálida y acogedora-, y en la
extensión de ella en su rostro, vislumbré a su hijo.
―Tú debes ser Ivy ―dijo―. Me gustaría poder mostrar mejores modales
y levantarme para saludarte, pero mis piernas no se sienten tan agradables
estos días.
Sonreí, acercándome a él y tendiéndole la mano.
―Por favor, no te preocupes por la ceremonia ―le dije―. Es un placer
conocerte.
Su apretón de manos todavía era firme, sus ojos claros.
―Has causado un gran revuelo desde tu llegada, jovencita.
Me aclaré la garganta, pero me salvé de responder cuando Sheila hizo
una mueca desde la cocina.
―Por Dios, Tim, no la asustes. Finalmente la traje aquí.
Él me guiñó un ojo.
―No creo que este se asuste fácilmente, cariño.
Sonreí, pero no pude evitar sentirme como una gallina gigante. Todo
esto me asustaba muchísimo. Nada era más aterrador que el tipo de hogar
que nunca había experimentado.
Aparecer en su puerta fue la mierda más aterradora que había hecho en
mucho tiempo.
La bienvenida en esta casa era tangible y traté de recordar un momento
de mi vida en el que alguna vez me sentí igual.
―Su casa es hermosa ―les dije, y lo dije en serio.
Todo era cálido y confortable, la artesanía en la cabaña de madera de dos
pisos era evidente. Todos los muebles estaban mullidos, una mezcla de
materiales suaves y colores atractivos, almohadas grandes y esponjosas y
mantas lujosas. Las alfombras del suelo tenían diseños vívidos y el arte que
colgaba de la pared era ecléctico: una mezcla de fotografías familiares y
pinturas con una clara sensación del noroeste del Pacífico.
―Gracias, querida ―dijo Tim―. La construí con mis propias manos.
―Tuvo un poco de ayuda. No dejes que te engañe ―añadió Sheila.
Sonreí.
―Es una gran habilidad construir una casa.
Él suspiró, cerró ligeramente los ojos y puso las manos en el estómago.
―Lo único que siempre quise hacer. Menos mal que tenía un par de hijos
que quisieron seguirme porque ahora mi esposa tiene un gallinero
elegante.
Sheila se rio.
―Cameron no puede hacer nada a medias ―dijo―. Pero no me culpes
por todas las campanas y silbidos que le está poniendo a esa cosa.
―Tiene tragaluces, Sheila.
Mientras ella volvía a reírse, me indicó que pasara al comedor, donde
dejó dos platos pequeños de té y algunas servilletas de lino.
―Ignóralo. Incluso las gallinas necesitan una buena vista. ―Dejó el
jarrón de flores, una brillante explosión de rosas y púrpuras con hojas
verdes brillantes, y sonrió feliz cuando dio un paso atrás―. Tan hermoso.
Nunca he visto estas flores puntiagudas y, por lo general, conozco bien el
jardín.
―Se llama Veldt fire ―le dije―. Cuando era más joven, tuve que tomar
clases de arreglo floral. Pensé que eran de un planeta alienígena.
Después de reír, Sheila extendió la mano para tocar uno de los suaves
pétalos de color rosa que cubrían las protuberancias amarillas. Cuando
estaba tomando mis clases, eran mis flores favoritas para incluir en un
arreglo. Parecían nítidas y feroces, equilibrando todas las suaves curvas del
resto de las flores.
―¿Tú hiciste esto? ―me preguntó―. Dios, tienes un don.
―Gracias ―le dije―. Aunque no sé si algún día me dejarán volver a la
tienda de flores en Redmond.
Sus cejas se alzaron en su frente.
―¿Por qué no?
Respiré hondo y pensé en lo que dijo Cameron.
¿Cómo serías si no tuvieras miedo de mostrar ese lado tuyo?
Diría algo cierto, incluso si hubiera una rápida amonestación por mi
honestidad.
―Aterré a la chica que trabajaba detrás del mostrador. Quería claveles y
aliento de bebé, y… ―Hice una pausa, arqueando una ceja―. Es posible que
haya sido demasiado intensa al pedir que me mostraran sus flores más
frescas.
Los labios de Sheila se torcieron mientras luchaba por sonreír.
―No importa lo que hiciste, valió la pena. Ese es el ramo más bonito que
he visto en mi vida.
―Estoy segura de que me demandará por daño emocional más adelante.
Ella se rio.
Probablemente porque pensó que estaba bromeando.
Tomé una respiración profunda.
―Realmente no… no soy buena para tener pequeñas conversaciones con
extraños ―admití―. Soy mandona cuando sé lo que quiero.
Sheila no respondió de inmediato, simplemente me estudió con un brillo
de complicidad en sus ojos.
―Y no soy muy amigable ―agregué. El silencio me estaba poniendo
muy nerviosa. La forma en que ella me veía, comprensiva, amable y
perspicaz, me hizo querer esconderme debajo de la mesa―. Siento que
todos en este pueblo son terriblemente amables y no lo entiendo. No soy
así.
―¿No? ―preguntó inocentemente, luego vio fijamente las flores.
Exhalé silenciosamente.
―No. Sé cómo ser educada y respetuosa, pero sea cual sea la mezcla de
mi ADN que vino de mis papás, creo que el gen amistoso me saltó.
Desde el sofá, Tim soltó una suave risa.
―Me gustas, Ivy.
Parpadeé.
―¿Por qué?
―La vida es demasiado corta para los mentirosos y los farsantes
―dijo―. Cualquiera que se conozca lo suficiente como para poder admitir
lo que acabas de hacer, en voz alta, está bien conmigo.
Mi boca se abrió. ¿Cómo hacían estas personas para que todo pareciera
tan simple?
Sheila levantó una pequeña caja de té.
―¿Te parece bien Earl Grey? Creo que también tengo un poco de menta,
si lo prefieres.
Mi cabeza giró un poco, pero respiré hondo y pasé las manos por la parte
delantera de mi falda a cuadros azul marino.
―Lo que sea que estés tomando es genial.
―¿Esto significa que no hay rollos de canela? ―preguntó Tim.
Sheila puso los ojos en blanco y me sonrió como si compartiéramos un
secreto.
―Estarás bien sin ellos por un par de horas más.
―¿De verdad? ―murmuró.
Mientras Sheila se ocupaba en la cocina haciendo hervir el agua, yo
estudié algunos de los cuadros en la pared. Naturalmente, mis ojos
buscaron a Cameron en las instantáneas y me encontré sonriendo a su yo
más joven con hombros delgados, complexión larguirucha y una enorme
sonrisa.
―Mi esposa me dice que tus abuelos solían ser nuestros vecinos ―dijo
Tim.
Caminé hacia el sofá, tomando asiento mientras asentía.
―No los conocía, pero sí.
Él tarareó.
―Eran amables. Reservados, pero mucha gente que vive en el campo lo
es.
La curiosidad rondaba por la parte posterior de mi cerebro en una
picazón que no pude evitar que floreciera.
―¿Qué sabías sobre ellos? ―pregunté, a pesar de las insistentes barreras
mentales que había tenido desde que llegué al pueblo.
Sheila me entregó una pequeña taza de agua humeante, con la bolsita de
té metida en la taza mientras se remojaba. La tomé con una pequeña
sonrisa.
―Gracias.
―Tu abuela hacía una tarta de fresas maravillosa ―dijo ella―. Recuerdo
que trajo un poco cuando nos mudamos a la casa. ―Sus ojos se nublaron
mientras dejaba el té en la mesa de café―. Tu abuelo era callado. No estoy
seguro de haber hablado con él mucho más allá de un saludo si lo veía en
el pueblo.
Las únicas imágenes en mi cabeza eran algunas fotografías descoloridas
en un álbum de fotos que encontré en la oficina de mi papá. Él era alto y
delgado, con lentes de montura metálica y un rostro severo. Mi abuela era
baja y llevaba el cabello rizado y muy ceñido a la cabeza.
En ese momento, recuerdo haber deseado sentir algo cuando veía su
foto, pero no lo hice.
Había un curioso punto en blanco en mi cerebro, una clara falta de
reacción en mi pecho, cuando pensaba en ellos, y no podía entender por
qué.
―Tarta de fresa ―dije en voz baja.
Sheila asintió.
―Ponía la capa de chocolate más deliciosa sobre la corteza y yo nunca
había probado eso. De hecho, podría tener la receta enterrada en una caja
en algún lugar de la cocina si quieres que te la pase.
Mis cejas bajaron inmediatamente.
―Oh, Dios, no. ―Cuando Sheila se rio, mis ojos se cerraron por un
momento―. Eso fue terriblemente grosero, lo siento mucho. Yo solo…
―Hice una pausa, respirando profundamente y siguiendo la verdad
desnuda―. No sabría hacer tarta incluso si quisiera, y realmente no siento
mucha conexión con mi pasado aquí. ―Levanté la barbilla―. No estoy
segura de que una tarta de fresa sirva.
Su risa se suavizó hasta convertirse en una sonrisa comprensiva.
―Bueno, puede ser, pero se siente bien hacer algo delicioso para que
otros lo disfruten. ―Se inclinó hacia adelante y me dio unas palmaditas en
la mano suavemente―. ¿Por qué crees que paso tanto tiempo en la cocina?
Me ocupé con mi té, saqué la bolsa y la puse con cuidado en el plato.
Todavía estaba un poco suave, pero tomé unos sorbos mientras Sheila se
levantaba para ajustar la cánula de oxígeno de Tim debajo de su nariz.
―Ya está bien ―insistió.
―Necesitas que te entre en la nariz, no en la mejilla, idiota testarudo.
―Ella suspiró―. Menos mal que escuchas a tus enfermeras mejor que a mí.
―Son más amables que tú ―dijo, y luego me guiñó un ojo―. ¿Tienes
alguna otra familia, Ivy?
Aquí vamos.
Enderecé mis hombros.
―No. Solo somos mi papá y yo. Mi mamá falleció cuando yo era niña.
Sus ojos, tan amables y comprensivos, me atravesaron y luché contra el
impulso de inquietarme.
―Es difícil perder a un papá joven.
―Realmente no la recuerdo ―respondí―. A veces pienso que es más
fácil.
Compartieron una mirada, una de esas conversaciones sin palabras que
solo las relaciones verdaderamente conectadas pueden dominar.
―Su hijo me dijo que lo sentía ―agregué en voz baja―. Cuando recién
lo conocí, y le dije que no necesitaba hacerlo porque no tenía muchos
recuerdos de ella. ―Mantuve mis ojos bajos en el plato que sostenía mi
té―. Luego dijo que aún así lamentaba que hubiera perdido algo, incluso si
no lo recuerdo.
Los ojos de Sheila estaban tapados cuando me arriesgué a ver hacia
arriba.
―Suena como él ―dijo Tim.
Respiré profundamente mientras dejaba con cuidado el té.
―Gracias por el té ―le dije a Sheila―. Debería irme.
Su decepción era clara, e hice lo mejor que pude para no dejar que la
culpa arrastrara mi trasero hacia el sofá. Cuando me levanté, noté que en la
mesa auxiliar al otro lado de la silla de Tim había un juego de ajedrez, con
las piezas claramente en medio de un juego.
―¿Juegas? ―le pregunté.
Él asintió.
―Mantiene mi mente alerta. Solía quedar con un amigo mío para jugar
casi todos los días, pero ya no puedo salir tan fácilmente.
Pensé en el hombre del restaurante.
Tim arqueó una ceja.
―¿Tú?
Asentí.
―Mi papá me enseñó.
―Probablemente eres despiadada ―dijo.
Sonreí.
Tim se rió entre dientes.
―Te diré una cosa, si regresas, quiero que me muestres lo que tienes. A
ver si puedes mantener alerta a un anciano.
Sheila se levantó.
―Nuestro hijo menor, Parker, tiene un partido esta noche, así que
planeamos verlo juntos. Vamos a preparar el desayuno para la cena
―dijo―. Tocino y huevos y...
―Será mejor que digas rollos de canela ―intervino Tim.
―… y rollos de canela ―terminó con una sonrisa―. Me encantaría
tenerte aquí para cenar, Ivy, y te prometo que esta vez nadie te molestará
con preguntas. Es demasiado caótico con niños alrededor de esa mesa y
fútbol de fondo.
―Esos niños tienen unos treinta años ―señaló Tim.
Sheila hizo un gesto con la mano.
―Todavía son niños para mí.
Mi ceño se frunció mientras los veía.
―Pareces confundida, cariño ―dijo Sheila.
―Ian no me querrá aquí ―le dije.
Tim se rió entre dientes.
―Creo que puedes manejarlo.
―¿Quieres que lo haga? ―pregunté. Porque sí, jodidamente podría.
―Seguro. Les cobraré a sus hermanos el precio de la entrada. Eso será
más divertido que ver fútbol. ―Luego señaló el juego de ajedrez―.
Además, ahora me debes un juego, señorita.
Tomé una respiración profunda.
Realmente no quería quedarme sola en casa.
Quería jugar ajedrez con Tim.
Quería bollos de canela y tocino, para ser sincera, quería sentarme frente
a Cameron en la mesa y observarlo con sus papás y sus hermanos.
―Quizás se arrepientan de haberme invitado ―les advertí.
Sheila se rio.
―Oh, cariño, ni siquiera has conocido a la mitad de nuestros hijos
todavía. Incluso si estás en tu peor momento ―puso una mano en mi brazo
y sonrió―, podemos soportarlo. ¿Por qué no nos dejas decidir si es
demasiado?
18
Cameron
Ivy: Por favor, diles a tus papás que lamento haberme perdido la cena esta
noche. Surgió algo.

Luché contra el ceño fruncido, pero Ian vio mi cara de todos modos.
―Ella se está escapando, ¿no? ―dijo―. Te dije que ella lo haría.
Mamá suspiró.
―Estoy segura de que tiene una buena razón.
Ian abrió la boca, luego vio mi mirada y la cerró de golpe.
Papá estaba en su silla, mirando el partido de Parker y Beckett.
―¿Qué pasó?
Giré mi cuello.
―No he preguntado todavía.
Hicimos una pausa mientras la ofensiva de los Portland Voyagers salía al
campo y la cámara enfocaba a mi hermano menor.
―Parker Wilder ha sido una parte fundamental de esta feroz ofensiva de
las Voyagers ―dijo el locutor―. Ha sido absolutamente imparable en la
zona roja esta temporada, ¿no?
―Absolutamente. Nadie ha podido detenerlo. Es más rápido que la
temporada pasada. Bloquea como un apoyador cuando lo necesita, ¿y viste
esa conversión de dos puntos la semana pasada? Nadie debería haber
podido atrapar esa pelota como lo hizo él. Asombroso.
El otro locutor asintió.
―Espero más fuegos artificiales esta noche también. Las Voyagers
juegan mejor cuando vienen desde atrás, y este déficit de diez puntos
debería ser fácil para ellos de superar con Parker alineándose ahí a la
derecha. Beckett Coleman está por la izquierda, pero Parker ha sido el
objetivo favorito durante toda la temporada y se puede entender por qué.
Mi hermano necesitaba un corte de cabello, sus ojos parecían duros y
deseaba que volviera más a casa, pero algo en mi pecho se apretó al verlo,
como siempre me ocurría cuando veía lo jodidamente genial que lo estaba
haciendo.
Papá sonrió.
―Se ve bien, ¿no?
Mamá se acercó a la silla y puso su mano sobre el hombro de papá.
―Lo hace. Te envió un mensaje de texto antes mientras dormías. Dijo
que conseguiría uno para ti.
Papá cerró los ojos y suspiró.
―Eso es bueno. No lo dejaré volver a casa a menos que lo haga.
Poppy resopló.
Tecleé una respuesta en mi teléfono.

Yo: ¿Está todo bien por ahí?


Ivy: Sí.
Yo: ¿Estás segura? Si no te sientes bien, avísame si necesitas algo.
Ivy: Estoy bien. Solo tuve un percance y no estoy en condiciones de ir.

Mis cejas se arquearon en un ceño fruncido. ¿Un percance?


Eso podría significar cualquier cosa.
Inmediatamente, mi cerebro evocó imágenes de ella herida o algo así.
Conociéndola, sería demasiado terca para pedir ayuda, incluso si se
hubiera caído.
―Voy a ir a ver si ella está bien ―les dije.
Ian me dio una mirada de complicidad.
―Por supuesto que lo haces.
Le hice una seña con el dedo medio.
Papá se incorporó un poco en su silla cuando el mariscal de campo de
Portland se alineó detrás del centro y Parker se alineó a la derecha. Beckett,
el esposo de Greer y el otro ala cerrada de las Voyagers, se alineó a la
izquierda.
El centro golpeó el balón, cada uno de nosotros inclinándonos hacia
adelante mientras mirábamos, el mariscal de campo retrocedió, bailando
ligeramente sobre las puntas de sus pies. Parker salió corriendo por la
banda, empujando al defensor y creando algo de distancia.
―Ábrete ―murmuré mientras el mariscal de campo echaba el brazo
hacia atrás y lanzaba el balón hacia el centro del campo.
Luego Parker entró, corrió hacia una amplia extensión abierta de hierba
verde, estiró su largo brazo, agarró la pelota con una mano y se la metió en
el pecho. Giró rápidamente, evitando la primera captura, luego la segunda
con un brazo rígido que derribó al tercer defensor.
―Vamos ―gritó Ian.
Otro defensor envolvió sus brazos alrededor de la cintura de Parker, y
como la bestia absoluta que era, aún así no cayó, arrastrando al tipo con él
mientras estiraba su largo cuerpo más allá de la zona de anotación para un
touchdown.
Mamá exhaló ruidosamente y papá cerró los ojos aliviado.
―Oh, bien, ya puede volver a casa.
Me reí, guardando mi teléfono en mi bolsillo y sacudiendo la cabeza.
Como si papá alguna vez nos impidiera regresar a casa, sin importar lo
que hubiéramos hecho.
―Ya vuelvo ―les dije.
Mamá me dio una sonrisa de complicidad.
―Dile que está bien si no está dispuesta a hacerlo esta noche, no obligues
a esa chica a hacer nada.
―Como si pudiera si quisiera ―le dije―. Estoy bastante seguro de que
me cortaría las pelotas antes de permitir que eso sucediera.
―Un hombre puede soñar ―dijo Ian.
Puse los ojos en blanco y cerré la puerta detrás de mí.
Me subí al UTV que había conducido desde mi casa y lo encendí,
conduciendo por el camino de entrada donde se curvaba hacia la casa de
huéspedes. Había luces encendidas dentro de la casa y me pregunté
cuántas veces haría esto: buscarla porque no podía evitarlo.
―Probablemente al menos unas cuantas veces más ―murmuré―. Como
un maldito tonto.
Me detuve en seco justo antes de tocar la puerta porque la escuché
caminar hacia la puerta y la abrió mientras mi puño estaba levantado en el
aire.
Me quedé boquiabierto.
―¿Qué pasó? ―pregunté.
Sus ojos se entrecerraron.
―¿Qué estás haciendo aquí?
Los míos también.
―¿Eso es... chocolate en tu cabello?
Las mejillas de Ivy se sonrojaron.
―No. Tal vez. ―Luego resopló―. Sí.
Luego se alejó de la puerta.
Entré, asumiendo que el hecho de que ella no me lo golpeara en la cara
significaba que podía entrar.
Neville se acercó con la cola moviéndose felizmente.
―Hola, jovencito. ¿Podrías arrojar algo de luz sobre lo que está pasando
aquí? ―pregunté.
Ivy emitió un gruñido molesto que me hizo reír entre dientes.
La cocina estaba hecha un desastre. Me rasqué un costado de la
mandíbula y traté de asimilar lo que estaba viendo: chocolate, polvo,
montones de fresas y un bote de algo blanco y esponjoso, la mitad del cual
estaba sobre la encimera.
Ivy se puso junto a la isla, dejó caer un cuenco con algo marrón, luego
tomó un vaso de la encimera y vertió su contenido en el fregadero. En el
fregadero había un segundo cuenco con algo marrón.
Luché contra una sonrisa porque había chocolate en su camisa, sus
manos, su cara, y sí, definitivamente en su cabello.
Colgada sobre su hombro había una toalla sucia, y aunque llevaba un
elegante vestido azul marino, había sacado un delantal del cuarto de
lavado porque lo reconocí como uno de mi mamá. Eso también tenía
chocolate.
―Duquesa ―dije lentamente―, ¿intentaste hornear algo para esta
noche?
―Dale una medalla al hombre ―espetó―. Eres incluso más rápido de lo
que pensaba.
Caminé hasta la isla, estudiando la carnicería absoluta frente a mí. Silbé.
―¿Qué es?
Exhaló por la nariz, con los ojos fijos en el desastre, y tuve la sensación
de que se negaba a hacer contacto visual.
―Se suponía que era mousse de chocolate ―dijo, sus palabras fueron
cortantes y sus mejillas se sonrojaron bastante―. El artículo decía que era
fácil, que era perfecto para principiantes, pero quien escribió ese artículo
está lleno de mierda porque mira esto.
Puse mis manos en la isla y asentí con la cabeza.
―Sí, tenemos un lío aquí, por supuesto. ―Estudié su rostro―. ¿Por qué
hay tanto de eso?
―El primer lote estaba líquido. Completamente inaceptable.
―Ajá. ―Vi la pila de platos―. No sabía que te gustaba cocinar.
―No me gusta. ―Se arrancó el delantal y lo arrojó sobre la isla detrás de
ella―. Nunca me permitieron aprender porque ¿por qué tendría que hacer
algo normal y útil como hacer un jodido mousse de chocolate, verdad?
Había un tono diferente en sus palabras y mis cejas subieron lentamente
por mi frente.
―Bueno ―dije, poniendo mis manos en mis caderas―. ¿Cómo se ve?
Ivy me lanzó una mirada exasperada.
―¿Cómo se ve? Ni siquiera pude meterlo en los vasos sin hacer un gran
desastre. No tenía sentido intentarlo. Debería haber comprado el maldito
vino como planeé.
Sofoqué una sonrisa.
―Quiero decir, ¿a qué sabe? Si todavía sabe bien, se puede salvar.
Ella se encogió de hombros.
―No sé. No me atreví a comprobarlo, y luego, cuando me di cuenta de
que no me atrevía a comerlo, comencé a pensar en lo estúpido que es llevar
un postre a casa de alguien si ni siquiera sabes si sabe bien.
Maldita sea si mi pecho no estaba abierto de par en par por esta mujer.
Quería abrazarla.
Quería besarla.
Presionarla contra la isla y lamer cada pedacito de chocolate de su piel, y
Dios, probablemente yo también estaba loco por eso.
―¿Le dijiste a mi mamá que harías algo de postre? ―le pregunté con
cuidado.
Era como caminar a través de un campo minado, y el único tipo de
explosión que quería entre Ivy y yo era del tipo orgasmo mutuo, no del
tipo ella me va a castrar.
―No. Quería… ―Hizo una pausa y sus ojos finalmente se dirigieron a
los míos. Parecía miserable―. Quería sorprenderla. ―Entonces su barbilla
se elevó un poco―. Ella ha sido muy amable conmigo y… y pensé que tal
vez podría ver si a mí también me gustaba hacer cosas para la gente. Ella
dijo que es bueno para el alma hacer algo delicioso que la gente disfrute,
pero a mí no me parece nada agradable, se ve horrible y no puedo hacerlo,
ni siquiera sé por qué lo intenté.
Su voz tembló siniestramente al final, y que Dios me ayude,
probablemente me enamoraría de esta mujer antes de poder convencerme
de no hacerlo.
Quizás por eso sonreí.
Porque no pensé que podría detenerlo.
Y esa sonrisa se amplió cuando Ivy vio mi sonrisa como si le estuviera
haciendo daño personal.
―¿Qué es tan jodidamente gracioso? ―susurró con fiereza.
―Eres adorable.
Su boca se abrió.
―No lo soy.
―¿Por qué suenas tan ofendida?
Ella hizo un sonido de farfulleo.
―Nadie me ha llamado adorable en toda mi vida.
Di un paso más cerca de la isla y ella contuvo el aliento. Me moví lo
suficientemente lento como para que ella pudiera retroceder si quería.
Ivy no se movió.
―Tal vez no te vieron como yo ―le dije, manteniendo mi mirada fija en
la suya.
¿Ivy escuchó la capa añadida de significado a mis palabras?
Eso esperaba.
No estaba tratando de cambiar quién era ella, solo quería que me
confiara las partes que mantenía ocultas. Bajo mis costillas, mi corazón latía
como un martillo neumático porque estábamos de puntillas en una línea,
ella y yo.
Quería que esa línea desapareciera.
Su ceja se arqueó, majestuosa y altiva, y maldita sea si eso no me excitaba
aún más.
―Tal vez te estás engañando.
Cuando me incliné junto a Ivy, ella se quedó perfectamente quieta, y
mientras veía el desorden en la isla, mi pecho rozó su costado.
Me incliné hacia adelante, con el brazo sobre su hombro, y mojé el dedo
en el cuenco de chocolate.
―No creo que lo haga ―dije, en voz baja y deliberada, inclinando la
boca para acercarla a su oreja antes de retroceder.
Sus ojos eran cautelosos y su rostro vigilante mientras probaba el
mousse.
Tarareé profundamente en mi garganta. Era dulce, suave y rico, pero me
quedé en silencio, dejando que se extendiera entre nosotros.
Sus hombros se movían inquietos y sus ojos azul marino parpadeaban
peligrosamente.
―¿Y bien? ―espetó―. Si solo vas a quedarte aquí haciendo ruidos
sexuales, no me ayudas.
Sonreí, lamiendo mi labio inferior.
Todo esto era jodidamente arriesgado, pero también era real, y no
rechazaría la oportunidad de tener más de eso real, no cuando estaba lo
suficientemente cerca como para tocarlo.
Y quería tocar. Había querido tocarla desde el momento en que la volví a
ver.
Quién sabía lo que decía de mí que estuviera duro como una roca
cuando ella me cortaba y me mordía como lo hacía, pero ya no había forma
de luchar contra eso en mi cabeza.
La tomaría de cualquier manera que pudiera conseguirla, aunque fuera
solo por un tiempo.
Así que volví a sumergir mi dedo en el chocolate y lo levanté frente a
ella.
―Pruébalo ―le dije.
Sus ojos se entrecerraron peligrosamente.
―Tengo utensilios, ¿sabes?
―Entonces consigue uno. ―Levanté una ceja en desafío―. Ivy Lynch no
corre asustada, ¿verdad?
La majestuosa inclinación de su barbilla hizo que mis músculos se
tensaran con anticipación.
―En algún momento, tu bandera roja de desafío perderá su efectividad.
―¿Ese día es hoy? ―le pregunté en voz baja.
Estaba nerviosa. Si su pulso se parecía en algo al mío, entonces su sangre
corría salvajemente por sus venas.
Había algo increíble en ver su mente trabajar, como si pudiera descubrir
su funcionamiento interno y ver engranajes cuidadosamente apilados en
un oro brillante y reluciente. Esta mujer era ferozmente inteligente,
deliberada y cautelosa y nunca haría nada a menos que hubiera visto cinco
pasos hacia adelante para conocer los posibles resultados.
Mi garganta estaba seca con una imagen mental rotatoria de cuáles
podrían ser esos resultados, y todos terminaron con mi lengua en su boca y
mis manos en su cuerpo, luego dio un paso adelante y mi corazón se
detuvo cuando envolvió sus delicados dedos alrededor de mi muñeca.
¿Cómo era posible seguir respirando cuando tu corazón ya no bombeaba
sangre? De alguna manera me quedé de pie, consciente mientras ella
deslizaba esa lengua rosada por sus labios y chupaba la punta de mi dedo
en el calor húmedo de su boca.
Sus ojos se fijaron en los míos, sus pupilas se abrieron y sus mejillas
estaban aún más brillantes que antes.
Luego su lengua se deslizó contra la yema de mi dedo y tarareó. Sentí la
vibración directamente hasta mi furiosa erección.
Agarré su muñeca y jalé, sacando mi dedo de su boca antes de deslizar
mis manos en su cabello y apretar su cuerpo contra la isla mientras sellaba
mi boca sobre la suya con un gemido de alivio.
Sus manos se apretaron en mi camisa en el momento en que nuestras
bocas se tocaron, como si fuera a destrozar la tela si me atrevía a retroceder.
Yo la dejaría.
La dejaría hacer tantas cosas.
Mis manos se apretaron en su cabello mientras inclinaba mi cabeza,
lamiendo más profundamente su boca. Ivy gimió y Dios, quería vivir de
ese sonido por el resto de mi puta vida.
Fue un calor instantáneo, intenso y feroz que se tragó cada centímetro de
mi piel, moldeando nuestros cuerpos juntos.
Mis caderas se balanceaban inquietas y la suavidad de su estómago era
la cuna perfecta para la fricción que buscaba. Ivy soltó mi camisa,
deslizando sus manos sobre mi pecho y detrás de mi cuello, anclándome a
ella cuando me detuve para respirar profundamente.
―Dime lo que quieres, duquesa ―le rogué, con un tono áspero y
desesperado en mi voz que no pude ocultar.
Sus ojos sostuvieron los míos, y esa inteligente mano suya recorrió
deliberadamente mi pecho y estómago hasta llegar a la hebilla de mi
cinturón.
―Estoy harta de fingir que no te quiero ―dijo, con los ojos claros, las
mejillas sonrojadas y los labios rosados por los duros besos―. Así que creo
que me gustaría dejar de hacerlo ahora.
La curva inferior de ese labio era imposible de ignorar, así que arrastré la
yema de mi pulgar sobre él de un lado a otro, luego vi el desorden en la isla
de la cocina y deslicé la punta de mi dedo meñique en el chocolate,
rozándolo sobre el lugar que mi pulgar acababa de memorizar.
Sus ojos brillaron cuando dibujé una fina línea de ese dulce y rico
chocolate sobre su boca. Me incliné y chupé su labio inferior con mi boca.
Ella dejó escapar una exhalación entrecortada y su mano buscó mi
cinturón. Mis manos se deslizaron por la delgada línea de su espalda,
curvándose alrededor de su cintura hasta la suave curva de sus caderas y
alrededor de su trasero, donde la apreté contra mí mientras tomaba su boca
en otro beso salvaje.
Ella jaló el dobladillo de mi camisa, deslizando sus manos sobre mi
estómago mientras nuestras lenguas se batían en duelo, bailaban y
chupaban. Mis dientes rasparon sus labios y ella me devolvió el favor en
un beso mordaz que me puso la piel de gallina en los brazos mientras
intentaba encontrar la cremallera en la parte posterior de su vestido.
¿Dónde diablos estaba la cremallera?
Gruñí de frustración y ella se rió en mi boca.
―No hay cremallera ―dijo contra mis labios―. Solo se desliza.
―No vamos a hacer esto aquí ―dije entre besos sin aliento. Deslicé mis
manos debajo de la falda de su vestido, empujándolo hacia arriba sobre su
cintura y levantándola para que pudiera deslizar sus piernas alrededor de
mi cintura mientras la llevaba al dormitorio.
―Espera.
Me congelé, mi pecho estaba palpitando, tenía mis manos en su trasero y
mi corazón estaba a punto de romperse si ella detenía esto. Podría
matarme, pero lo haría.
―¿Qué pasa con el gato? ―preguntó, con los ojos muy abiertos.
Parpadeé.
Luego vi a mi alrededor. Neville estaba profundamente dormido en el
sofá.
―Él estará bien. ―Mordí su labio inferior―. Tal vez necesites quedarte
callada para no despertarlo ―susurré, calmando el lugar del que acababa
de abusar con mis dientes con un lento movimiento de mi lengua.
Ella giró las caderas.
―Si puedo quedarme así de callada ―dijo con un desafío sin parpadear
en su mirada―, probablemente estés haciendo algo mal.
Mi pecho rugió caliente y fuerte, y maldito infierno, la haría gritar hasta
la casa antes de dejarla salir de la cama. Tendría sus piernas temblando a
mis costados y su garganta ronca y su cuerpo empapado de sudor antes de
que esto terminara.
Entré a la habitación y cerré la puerta de una patada detrás de nosotros.
Ella jaló los mechones de mi cabello con fuerza en sus puños mientras yo
devoraba su boca, solo deteniendo el beso para dejarla caer sin ceremonias
sobre la cama.
Ivy todavía tenía chocolate en el cabello y una raya de Cool Whip en la
mejilla, y la estudié inclinando la cabeza.
Hermosa. Desordenada. Imperfecta, abierta y más dulce de lo que quería
que nadie supiera.
Mía.
―¿Por qué no me muestras qué hay debajo de ese vestido? ―dije, en una
orden baja y urgente.
Ella me dijo que había hecho esto una vez, y que fue insatisfactorio.
Era insondable que alguien pudiera tener a esta mujer perfecta desnuda
debajo de él y no querer destrozar su mundo con un placer que le rompiera
la espalda.
Yo le daría eso.
Se lo daría aunque fuera lo último que hiciera.
Empujó las correas, dejando al descubierto la parte superior de su
cuerpo. Sus pechos eran firmes y altos, inclinados hacia arriba y como un
bocado perfecto y delicioso. Se me secó la garganta al verlos envueltos en
encaje blanco.
El vestido caía sobre sus caderas curvas, dejando al descubierto unas
bragas de encaje blanco de corte alto ahí también. Me quité la camisa
cuando ella se quitó el vestido y vi su garganta moverse al tragar cuando
me quité los jeans y los bóxers.
Su pecho se agitó mientras me estudiaba.
―A riesgo de parecer ridícula ―comenzó, con la voz remilgada y el
color de sus mejillas alto―. No veo cómo eso encajará en ninguna parte.
Sonreí, merodeando por su dulce cuerpo cubierto de encaje y robando
un beso desgarrador mientras ella se arqueaba bajo mi peso.
―Déjame mostrarte cómo ―susurré contra la línea afilada de su
mandíbula.
Deslizó sus manos sobre mi espalda, hombros y brazos, suspirando
felizmente cuando pasó sus dedos sobre mis bíceps.
Deslicé una mano por la suave piel de su esternón, deslizándome sobre
el encaje que cubría su pecho, luego incliné la cabeza y la chupé
completamente dentro de mi boca, lamiendo el encaje mientras ella gemía
profundamente desde su garganta.
Le bajé el sostén y usé mis dientes, luego mi lengua, luego soplé aire frío
sobre la piel apretada.
―Qué dulce ―le dije―. Sabía que lo serías.
―Nadie me llama así tampoco ―dijo en tono tembloroso.
Levanté la cabeza.
―Pero a mí me dejarás, ¿verdad? ―le pregunté.
Le quité las bragas y las arrojé al suelo, luego moví mi cuerpo
ligeramente hacia un lado y deslicé mi mano entre sus piernas, gruñendo
de placer por lo mucho que me deseaba. Sus ojos se cerraron cuando usé
un dedo, luego dos.
―Sí ―jadeó―. Sí.
Su mano se aferró a mi brazo mientras luchaba contra la creciente ola de
placer que empujaba su cuerpo en un arco impotente. Apretó los dientes y
respiró hondo, buscando.
―Suéltate ―le dije. La besé, caliente y desordenadamente, y encontré la
parte suave y húmeda de ella que más deseaba.
Le di uno, dos, tres toques con mi pulgar y un giro de mi muñeca, y ella
se rompió, todo su cuerpo temblaba mientras se corría, y subía la cresta
larga y lentamente mientras sollozaba en mi boca.
Me deslicé entre sus piernas, subí su muslo contra mi costado y me
empujé dentro de ella mientras aún podía sentir las réplicas, y ella se
estremeció a mi alrededor.
Tenía la mandíbula apretada y la cabeza dando vueltas, porque nada,
nada se había sentido tan bien, tan correcto, tan caliente, húmedo o
perfecto.
Ella abrió los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás. Mordí su mandíbula
mientras me empujaba hacia adelante, moviendo lentamente mis caderas
hacia atrás y luego hacia adelante más, firme y seguro.
Ivy suspiró mi nombre y lo sentí hasta los dedos de los pies.
―Es tan bueno ―susurró―. Más.
Agarré su barbilla con mi mano hasta que no tuvo más remedio que
verme.
―¿Lo quieres todo, dulzura?
Ella asintió, con los ojos brillantes y febriles.
Tomé su boca y moví mis caderas hacia adelante hasta que no pude ir
más lejos, más profundo o más fuerte.
El sonido que hice fue desesperado y doloroso porque a veces el placer
se sentía un poco así. Mi cuerpo no sabía si correr, alejarse o luchar contra
la forma en que se enrollaba entre mis músculos para buscar mi liberación.
Quería perseguirlo. Quería vivir dentro de ella por el resto de mi vida.
No más trabajo, ni comer ni dormir, solo el cuerpo de Ivy enfundado
cómodamente alrededor del mío como un puño perfecto y apretado.
La forma en que se movía mi cuerpo era algo inimaginable y apenas me
tomé un momento para decidir el ritmo que marcaban mis caderas, pero
era brutal. Sus músculos estaban firmes bajo mis manos y no podía tocar lo
suficiente, sentir lo suficiente, o besar lo suficiente. Todo lo que quería era
más, más, más.
Ella sollozó durante el beso después de que mi cuerpo se cerró con
fuerza con el suyo, e incliné sus caderas, luego me retiré, moviéndome con
movimientos constantes y profundos que hicieron que sus muslos
temblaran a mi alrededor.
Jalé sus manos hasta que le agarré las muñecas con fuerza sobre su
cabeza.
A Ivy le gustó eso.
Su cuerpo se arqueó contra el mío, y gimió mi nombre cuando apreté sus
manos, golpeándolas contra la cama para que sus senos se apretaran contra
mi pecho.
―La próxima vez ―dije con los dientes apretados―, la próxima vez te
veré encima de mí, duquesa. Quiero ver todo.
Su cuerpo tembló, luchando contra la ola que amenazaba con estrellarse
sobre nosotros dos.
―Cameron ―suplicó―, no puedo, es demasiado, es demasiado...
Ella estaba indefensa ante esto, al igual que yo, esta tormenta de calor
febril que hacía que mis caderas chocaran contra las suyas. Aparté mi boca
de la suya y chupé la curva de su cuello con fuerza. Ivy jadeó, todo su
cuerpo se tensó, y el placer apretó alrededor de mis pulmones mientras yo
perseguía lo que ambos queríamos.
La cabecera se balanceó ruidosamente contra la pared, y ella buscó mi
boca con la suya, su lengua se enrolló con la mía mientras yo nos llevaba
más y más alto.
Había una espiral justo fuera de mi alcance, y cuando ella me mordió el
labio inferior, moví mis caderas hacia adelante en un empuje brutal.
Fue suficiente para ella y se rompió en un gemido bajo e incrédulo. La
seguí poco después, con la boca abierta y jadeando contra la suya.
Fue una explosión de calor y luz, y cerré los ojos mientras mordía la
curva de su hombro empapado de sudor y dejaba que el placer astillado
penetrara en mis huesos.
Ella se sentía suave y cálida debajo de mí. Mis movimientos se hicieron
más lentos, aprovechando esa dulce y cálida ola mientras se deslizaba a
través de mis músculos agotados. Cuando desapareció, me desplomé sobre
ella y exhalé una especie de aliento maravillado y aliviado.
Ella se acurrucó a mi lado cuando me retiré, su barbilla descansó sobre
mi pecho mientras yo deslizaba mi mano por su espalda. Llevé sus
muñecas a mi boca y la besé donde la había sujetado.
―Tenías razón ―susurró.
Su cabello era un desastre, y su boca estaba hinchada. Suavemente, tiré
de un mechón de su cabello y lo empujé detrás de su oreja.
―¿La tenía?
Ella asintió, con los ojos fijos en mi boca.
―Me prometiste que sería bueno entre nosotros ―dijo.
Cerré los ojos y memoricé su peso contra mi costado.
―Lo hice.
Aunque me permitió pasar mis manos por su espalda y cintura, sentí el
lento regreso de la tensión a su cuerpo.
Luego suspiró, sentándose en la cama y dándole a mi torso una mirada
prolongada con los ojos cautelosos.
Ya la estaba perdiendo de nuevo.
19
Ivy
Todos mis pensamientos estaban confusos y nublados, probablemente
las ramificaciones de dos orgasmos realmente espectaculares.
Como la liberación de una válvula de presión.
Pero en lugar de caer en un sueño profundo con los muy lindos y
musculosos brazos de Cameron rodeándome con fuerza, me levanté de la
cama y recogí mi ropa interior del suelo, poniéndomela con toda la
dignidad que pude reunir.
Sus ojos se detuvieron en cada centímetro de mi cuerpo, y mi piel zumbó
agradablemente cuando lo sorprendí mirando mi pecho mientras deslizaba
el sostén en su lugar y lo enganchaba en la espalda.
Sin duda, me iría a la tumba recordando lo que se sentía tener su boca y
su rostro sin afeitar ahí mismo, succionando apenas demasiado
profundamente, y sus dientes raspando casi con demasiada fuerza.
Mi cara estaba ardiendo, pero apenas podía soportar la idea de que fuera
él quien se levantara y saliera corriendo.
Entonces me aclaré la garganta y lo enfrenté.
―Sabes que no deberíamos volver a hacer esto, ¿verdad?
Y maldito sea, Cameron me vio a los ojos, negándose a bajar la mirada.
Mis costillas estaban demasiado apretadas y mis pulmones se aplastaron
bajo la presión de lo que vi en su cara.
―¿Según quién? ―preguntó.
Luego puso una mano debajo de su cabeza como si tuviera todo el
tiempo del maldito mundo.
¿No se suponía que los hombres como él debían huir una vez que
terminaban?
Los hombres guapos y encantadores con grandes sonrisas y manos más
grandes, que conversaban con facilidad y construían gallineros para sus
mamás y besaban como si fuera su propósito divino en la tierra.
Tenían sexo y luego se iban montados en el mustang salvaje, o cualquier
estúpida analogía campestre que uno quisiera usar.
Debería estar huyendo.
Saliendo de la habitación para evitar a una mujer pegajosa con corazones
en los ojos porque acababa de reorganizar cada partícula de mi cuerpo con
esa arma gigante que mantenía escondida debajo de sus pantalones.
Honestamente, era simplemente injusto, porque lucía como lucía, sabía
lo que estaba haciendo y era el hombre más magníficamente
proporcionado que existía.
Probablemente había una réplica de su pene en alguna tienda de
juguetes sexuales, para que las mujeres como yo pudiéramos vivir el resto
de nuestros días con un pobre sustituto de plástico que brindaría una
versión tibia de lo que él era capaz de hacer.
No. No me volvería pegajosa. No por un par de orgasmos. Quiero decir,
seguro, no sabía cómo hacer nada de esto, pero podía fingir que era
mundana y sabia y que se me resbalaría por la espalda y no se me alteraría
ni una sola pluma en el proceso.
―Según yo ―logré infundir la poca fuerza que me quedaba en mi voz―.
Ahora sabemos cómo sería, y... ―tartamudeé, buscando mi vestido entre la
pila de ropa antes de pasarlo sobre mis caderas―. Y ahora podemos seguir
con nuestras vidas.
Se quedó mirando mi pecho como si no hubiera lamido cada centímetro
de lo que estaba escondido detrás del inocuo encaje blanco. En realidad, lo
veía como si quisiera lamerlo todo de nuevo.
Chasqueé los dedos.
―Ojos aquí arriba, Wilder.
Apareció ese hoyuelo y mi mirada se entrecerró peligrosamente.
―No intentes salir de esto sonriendo. Ponte la ropa y vete.
Cameron se lamió el labio inferior y, lo juro, mis muslos se apretaron
como reflejo.
―Lo que usted diga, duquesa.
Dios, quería darle una bofetada cuando me llamaba así.
Pero también quería besarlo.
Y… en cierto modo quería sentarme en su regazo y montarlo hasta que
sus ojos se pusieran en blanco.
O peor, quería volver a poner esa mano en mi garganta y que me dijera
qué hacer.
Ponte de rodillas, duquesa.
Oh, cómo quería que lo dijera, que doblegara mi cuerpo a su voluntad y
permitirme esos dulces momentos de liberación en los que no tenía que
pensar en nada más que en lo bien que se sentía, en lo bien que nos
sentíamos juntos.
Mi piel ardió cuando lo imaginé gruñéndome en mi oído, y desvié los
ojos cuando él rodó fuera de la cama y buscó sus bóxers gris carbón. Se
movió lentamente, los músculos de sus brazos y estómago se flexionaron
mientras tiraba de ellos, luego reorganizaba… todo… debajo.
Sentiría los dolores fantasmas de esa cosa entre mis piernas durante días.
Mi cuerpo ya me dolía en lugares completamente desconocidos.
En lugar de volver a ponerme el vestido, metí la mano en mi maleta
abierta y me puse unos pantalones cortos de seda y una blusa a juego en un
suave color lila.
Cuando me giré, él me vio con una sonrisa flotando en sus perfectos y
hermosos labios.
―¿Qué? ―espeté. Mi pulso se aceleró salvajemente cuando me vio así, y
eso me hizo arremeter como un gato salvaje que había sido acorralado.
Quizás alteró mis células cerebrales.
La peor parte, sin embargo, fueron los rincones más profundos de mi
cabeza, mi corazón, que no querían silbar, chasquear y gruñir.
¿Qué pasaría si volviera a fundirme con él y dejara que me cuidara? Solo
por una noche.
¿Qué pasaría si no lo alejara en este momento?
Incluso pensar en eso sacudió mis cimientos, haciendo sonar alguna
cerradura invisible y una jaula invisible.
No dejes que te aleje.
Toma mi cara entre tus manos nuevamente y bésame. Bésame una y otra y otra
vez.
Todo fue tan simple cuando hizo eso.
Pero cuando terminó, cuando las brillantes y centelleantes luces de la
felicidad se desvanecieron detrás de mis ojos, fue entonces cuando repasé
todas las razones por las que era egoísta, estúpido y demasiado
complicado.
Cameron se pasó la camisa por la cabeza, todos esos gloriosos músculos
dorados ahora estaban cubiertos de algodón y la ligera capa de vello de su
pecho desapareció de la vista.
No lo toqué lo suficiente, pensé desesperadamente. No lo memoricé.
No le besé el estómago ni lamí sus bíceps ni lo volví loco con mi boca y
mis manos.
¿Qué pasaría si hubiera tenido el mejor sexo de toda mi vida y nunca lo
volviera a experimentar?
Mi pecho se apretó y luché por mantener mi respiración tranquila
cuando él se acercó con ojos firmes y esa sombra de sonrisa. Usó su pulgar
e índice para agarrar mi barbilla ligeramente, luego se inclinó y su boca
susurró un beso sobre mis labios.
―No me asusto muy fácilmente, Ivy ―dijo en voz baja, sus labios
rozaron los míos―. Pero me iré porque tú me lo pides.
Mis estúpidos párpados traidores revolotearon, ¡revolotearon! Se
cerraron, y es posible que mi cuerpo se balanceara hacia el suyo, luego
retrocedió y planté mis pies en el lugar para no hacer algo ridículo como
saltar sobre su espalda y arrastrarlo de nuevo a la cama para otra ronda.
Me quedé ahí, sin palabras y desesperadamente excitada, mientras él
salía del dormitorio. Neville estaba sentado en la puerta cuando la abrió,
mirándolo con la cabeza inclinada y pequeños ojos de gato pervertidos. Ese
pequeño idiota sabía exactamente lo que acababa de pasar aquí.
Miau.
Él se rió entre dientes, inclinándose para levantar al gato.
Algo se revolvió incómodamente detrás de mi esternón mientras él lo
abrazaba contra su gran pecho.
―Ten cuidado con ella esta noche ―susurró―. Puede que esté
caminando un poco lento.
―Oh, por el amor de Dios ―murmuré.
Cameron rascó al gato debajo de su barbilla y luego lo dejó nuevamente
en el suelo.
―¿Quieres ayuda para limpiar la cocina? ―preguntó.
Me aclaré la garganta.
―No, gracias. Creo que es mejor si simplemente... te vas.
Echó una última mirada a la cama, luego a mí, y luego sus labios se
curvaron en una sonrisa torcida que hizo que mi estómago se revolviera
ingrávidamente.
―Buenas noches ―dijo―. Tal vez te vea mañana. Deberías ir a ver la
casa.
No respondí porque sentí palabras incómodas subiendo por mi garganta.
Bueno, una palabra, de hecho.
Quédate.
Solo quédate.
En vez de eso, no dije nada, y lo vi irse.
Me negué a pensar en él otra vez mientras limpiaba el desastre en la
cocina.
No pensé en lo que dijo mientras secaba los tazones. Cuando mi mente
repitió la parte en la que él sujetó mis manos, mi secado se volvió
demasiado vigoroso y el cuenco se resbaló de mis manos y cayó con un
fuerte ruido.
Nunca me di cuenta de que me gustaba que me sujetara, pero no pude
evitar pensar que era cosa de Cameron, no de cualquier hombre.
Si ciertos hombres en mi vida hubieran intentado alguna vez sujetarme,
habrían terminado con la nariz rota y un estileto en el trasero. Guardé el
último plato y dejé que esa pequeña bomba de conocimiento se asentara.
La confianza te hacía hacer cosas extrañas, ¿no?
Si me presionaran, no podría dar una lista concreta de por qué parecía
confiar tan implícitamente en Cameron, pero lo hacía. Nunca habría dejado
que me tocara si no lo hubiera hecho.
Incluso en mi primera experiencia aburrida en la escuela, sabía que el
tipo no era un imbécil furioso. No, no era particularmente hábil en el
dormitorio, pero era agradable, y respetuoso.
Fue bastante fácil justificar eso.
Pero Cameron... eso no fue nada fácil.
La forma más efectiva de dejar que mis pensamientos se volvieran
demasiado fantasiosos, mis fantasías demasiado fuertes, era dirigirlos hacia
la casa. Todavía estaba aquí con un trabajo que hacer y un obstáculo que
superar con mi papá.
Una vez que la casa alcanzara cierto nivel de término, podría
entregárselo todo a una capaz Marcy Jenkins y dejar que ella tomara sus
bonitas fotografías y me hiciera ganar una buena suma de dinero.
¿Y entonces qué?
Me senté en el suelo, arrastrando un pequeño trozo de cuerda a lo largo
de la alfombra, y me reí cuando Neville cayó sobre sí mismo, tratando de
agarrarlo.
Mi papá perdería la cabeza si llevara un gato a casa conmigo, y la idea
me hizo sonreír solo un poco más grande de lo que debería.
―Al menos coincides con la casa ―le dije a Neville―. Tal vez eso te
haga ganar algunos puntos.
El gato cayó boca arriba y sus patas se enredaron en la cuerda.
No quería dejarlo aquí, eso lo sabía. Quizás este era el catalizador
perfecto para finalmente conseguir mi propio lugar. Vivir con papá
siempre fue la opción más fácil, especialmente para él. La conveniencia de
tenerme cerca hizo que fuera mucho más fácil influir en mí, y me estaba
dando cuenta ahora con el regalo de algo de espacio.
No lo hacía de manera maliciosa, ni con malas intenciones, sino
simplemente porque así era como estaba conectado.
Por un momento, pensé en enviarle una foto de Neville, solo para ver si
eso provocaba una reacción, pero me pareció mezquino, e incluso si
mereciera algo de mi mezquindad, no podría luchar contra esa sensación
de lo que era decepcionarlo.
Con el gato ocupado con el extremo de la cuerda, saqué mi teléfono y
abrí mi hilo de texto con mi papá.

Yo: Olvidé decírtelo ayer, pero me mudé de lugar y ya no estoy en el hotel.

Le envié la dirección y me mordí el labio inferior antes de escribir otro


mensaje.

Yo: La casa avanza según lo previsto. La agente inmobiliaria es optimista sobre


una venta rápida dado el tamaño de la propiedad y la buena estructura.

Observé mientras el texto mostraba que era leído, y luego nada.


Era sorprendente lo que tu cuerpo podía soportar en un día
determinado, el amplio arco de emociones, y nada cambiaba en el exterior.
Sentí como si me hubieran hecho un agujero en el pecho por ese silencio
visible al otro lado de mi teléfono.
Tenía la garganta apretada cuando intenté tragar eso y me levanté,
decidiendo que ya era hora de dormir.
Después de lavarme la cara y asegurarme de que Neville usara la caja de
arena, lentamente bajé el edredón y me metí en la cama. Presioné mi cara
contra la almohada, buscando un resto del aroma de Cameron, pero no
había nada ahí.
Nos habíamos quedado encima de las sábanas, y era mi cabeza la que se
golpeó salvajemente sobre esas almohadas, no la suya.
Extendí mi mano sobre mi estómago y traté de obligarme a dormir sin
pensar en las camas y en Cameron Wilder.
Esta noche fue un error de cálculo. Un error que no volvería a cometer.
Cuando mis ojos se cerraron, creo que ya sabía que me estaba mintiendo
a mí misma.
20
Cameron
El sexo siempre complicaba las cosas.
No importaba si era bueno o malo o alucinante, siempre había enredos
que surgían después de ese tipo de intimidad.
Aunque recibí algunas miradas sonrientes y de complicidad de mi
familia cuando regresé a la casa principal para el resto del partido de
Parker, nadie dijo nada.
Logré dormir, pero estaba intranquilo.
Quizás fue un error fue mi primer pensamiento al despertar.
Tal vez arruinó lo que quedaba de su tiempo en Sisters porque si había
algo que sabía que era cierto, era eso.
Su tiempo aquí era corto.
Todavía no podía tener una idea clara de ella, retenía muchas cosas, pero
no estaba seguro de si era por necesidad o por elección.
¿Era el misterio lo que me interesaba tanto? No creía que lo fuera.
Y no fue porque quisiera arreglarla o salvarla o cualquiera de las
estupideces que mi hermano insinuó. Era solo ella.
Todo en mi mundo tenía sentido y me gustaba así. Mis días, aunque
variados, existían en un marco de previsibilidad. Algo que construí a lo
largo de toda mi vida, con propósito e intención.
Nunca busqué una relación que complicara ese marco, algo que pudiera
presionar contra los bordes de la estructura de mi vida hasta el punto de
que tuviera que hacer sacrificios. Nunca hubo nadie que me tentara
tampoco, y nunca hubo sexo que me hiciera girar tanto la cabeza como
para empezar a cuestionarme las cosas.
Cuestionarme todo.
Porque nada en Ivy tenía sentido. No por qué la deseaba tanto o por qué
no podía dejarla en paz cuando ella actuaba como si no quisiera tener nada
que ver con ninguno de nosotros.
Toda la mañana me sentí nervioso, como si mi mecha tuviera
aproximadamente la mitad de su longitud normal y la más mínima fricción
incorrecta me hiciera estallar.
Por supuesto, eso era parte del problema. Ella me hizo estallar tan
fácilmente. No podía creer lo que sucedió, si no fuera por la presencia de
músculos inusualmente adoloridos en mis abdominales y cuádriceps, y el
recuerdo visceral de lo increíble que se sintió debajo de mí.
No solo con qué fiereza me besó cuando su cuerpo era suave y flexible
bajo mis manos, o con qué fuerza estaba, pareciendo luchar contra la forma
en que el placer desgarraba su impresionante reserva. De principio a fin,
fue la mejor (y más complicada) experiencia sexual de mi vida, y no sabía
qué diablos hacer con eso.
Pasé la mañana trabajando en el gallinero de mamá porque necesitaba
tranquilidad y un lugar para despejarme, pero no funcionó. Vislumbré el
auto saliendo de la casa de huéspedes, la elegante pintura negra reflejando
el sol, pero nunca la vi, y de alguna manera eso empeoró las cosas.
No sabía a dónde iba y quería saberlo.
Quería quedarme dormido a su lado, anclar mis brazos alrededor de la
línea de sus costillas y sentir sus manos rodear las mías mientras dejaba
que la tensión disminuyera de su cuerpo.
Quería saber cómo se veía mientras dormía y cómo se veía cuando se
despertaba.
Quería saber cómo tomaba el café. Quería verla reír. Reír de verdad.
Donde sus ojos se arrugaban y su cabeza se echaba hacia atrás y se
agarraba el vientre, si es que alguna vez se permitió reír de esa manera.
Quería saberlo todo, y no sabía si ella sentía lo mismo. Si lo pensaba
demasiado, solo estaba seguro de unas pocas cosas en lo que respecta a Ivy:
Se escondió detrás de algo, dejando solo breves vislumbres de quién era
ella.
Ella me quería.
Ella confió en mí lo suficiente como para bajar la guardia, aunque fuera
solo esa vez.
No fue mucho, pero fue suficiente para sacarme de mi maldita mente
mientras daba vueltas a nuestro encuentro una y otra vez en mi mente.
Cuando llegué al lugar de trabajo, estaba inquieto, mis músculos tensos,
mi mente trabajando horas extras y no sabía cómo apagarla.
Los chicos también lo sintieron, evitándome mientras caminaba por la
casa y comprobaba en silencio el progreso. Wade gritó órdenes y me di
cuenta de lo desconectado que me sentía del rápido progreso en la casa
mientras caminaba por las habitaciones.
En tan solo unos días se habían logrado enormes avances.
Las paredes tenían una nueva capa de blanco, algo con lo que Greer
estaba obsesionada y lucía exactamente como cualquier otro tono de blanco
que había visto en mi vida, y las molduras eran de un color cálido y
cremoso que resaltaría muy bien con los pisos cuando comenzaran a
instalarlos en la mañana. Los electricistas estaban trabajando con mi equipo
para instalar accesorios de iluminación y las encimeras de la cocina se
instalarían aproximadamente una semana después.
No tardaría mucho.
Ella no estaría aquí por mucho tiempo.
Apreté los dientes.
―Se ve bien, muchachos ―les dije.
―Greer me dijo que tiene una nueva construcción en la mira ―dijo
Wade.
Asentí distraídamente.
―Sí, ella mencionó algo el otro día. A menos que el gallinero de mi
mamá reciba una mejora importante, es posible que te despida algunas
semanas más antes de que podamos comenzar.
Su boca se aplanó.
―Escuché que había columpios ―murmuró.
―Ian ―grité.
La cabeza de mi hermano salió de la cocina.
―¿Qué?
―¿Por qué estás hablando mierda de mi gallinero? ―ladré.
Volvió a meter la cinta métrica en su cinturón de herramientas y cruzó
los brazos sobre el pecho.
―¿Ya viste esa cosa? Es mejor que mi primer apartamento en Londres.
Puse los ojos en blanco.
Wade hizo una especie de risa al toser.
―¿Están terminando ahí hoy? ―le pregunté a mi hermano.
Él asintió.
―Los pintores terminaron con las puertas, tenemos aproximadamente la
mitad de ellas instaladas. Los cajones están dentro.
Puse mis manos en mis caderas y vi el espacio.
―Es grande ―dije―. Se ve mejor con los gabinetes pintados.
Greer e Ivy eligieron un color un poco más intenso que el que había en el
borde.
Ian dejó escapar un suspiro lento.
―Sigo pensando que se necesita una isla aquí, o una gran mesa redonda.
―Entrecerró los ojos como siempre hacía cuando imaginaba algo en
particular―. Con una base de pedestal torneada.
Gruñí.
Estudió mi cara por un segundo.
―Usualmente no eres tú el que está de mal humor.
―Lo sé, ese es tu trabajo.
Ian puso los ojos en blanco mientras Wade se reía entre dientes.
Apoyó el hombro contra la pared y me estudió con atención.
―Yo diría que necesitas tener sexo, pero... ―Dejó que su voz se apagara
significativamente―. De alguna manera no creo que ese sea tu problema.
Todo el trabajo en la habitación pareció detenerse al mismo tiempo, y le
dirigí a Ian una mirada no muy divertida. Los chicos me vieron por el
rabillo del ojo. Todos aquí sabían que yo no salía con nadie y que
normalmente recibía un poco más de atención femenina de la que deseaba
en el pueblo.
Sin embargo, nunca valieron la pena las complicaciones.
Ivy, sin embargo, era la más complicada de todas, y envolvería mi vida
en un nudo con una sonrisa en mi rostro si ella me dijera que quería más.
―Te diré una cosa ―continuó Ian―, ¿por qué no salimos a tomar unas
copas esta noche?
Mis cejas se alzaron lentamente.
―Solo tú y yo.
―¿No dijiste que Jax volvería al pueblo hoy?
Vi mi teléfono nuevamente, revisando el mensaje de texto que había
recibido de él más temprano ese día.

Jax: Estoy vivo. Jodidamente relájate.


Jax: Avísame cuando quieras tomar una copa.

Asentí.
―Sí, eso parece.
―Dile que también traiga su trasero gruñón. No lo he visto en años.
Podemos hablar de tus problemas de damas. ―Luego pasó junto a mí y me
dio una fuerte palmada en la espalda―. Ya era hora de que esto te
sucediera. Siempre lo has tenido demasiado fácil, si me preguntas.
Luego se alejó.
Silbando. Como un idiota.
―No tengo problemas de damas ―grité.
Todos estaban mirando ahora.
Maldije en voz baja. Wade apenas pudo reprimir su creciente sonrisa.
Vi al capataz.
―¿De qué te ríes? Si él me obliga a salir a tomar unas copas, entonces tú
también vendrás.
Wade resopló.
―No puedo.
―¿Por qué no? ―pregunté.
Sus mejillas adquirieron un ligero tono rojo.
―Solo no puedo. A veces un hombre tiene otros planes, ¿okey?
Me giré lentamente.
―Wade, ¿tienes una cita?
Él entrecerró los ojos.
―Quizás.
―No me digas ―respiré―. ¿Quién es?
―Como el infierno que te diré. En el momento en que alguien se acuesta
por aquí, suceden cosas como esta. ―Luego me hizo un gesto.
―¿Qué se supone que significa eso?
―Mírate ―ladró―. Ni siquiera puedes mantener la cabeza erguida.
¿Qué te hizo?
Fruncí el ceño.
―¿Qué tal si vuelves al trabajo?
―No hay problema ―murmuró, y luego se alejó.
Ian asomó la cabeza dentro de la casa.
―¿A qué hora quieres ir por esas bebidas?
Durante un largo momento, me limité a verlo fijamente, luego exhalé
lentamente. Me estaba haciendo demasiado mayor para todo esto.
―¿A las ocho? ―dije con un suspiro.
Él asintió.
―Suena bien.
Los chicos más jóvenes del equipo todavía me veían.
―Vuelvan al trabajo ―les dije―. No hay nada que ver aquí.
21
Ivy
Con una respiración lenta y profunda, me acerqué al asiento del copiloto
de mi auto y me desabroché el cinturón de seguridad. El plato de vidrio
había permanecido inmóvil durante el corto viaje hasta la cabaña de Tim y
Sheila, y aunque sabía que estaría bien, le di una mirada de advertencia a
ese mousse de chocolate en capas perfectas mientras lo recogía y lo
transfería con cuidado a mi regazo.
―Si te mueves aunque sea un centímetro, nunca te lo perdonaré
―susurré.
Las franjas de crema blanca y chocolate intenso estaban perfectamente
uniformes, y las fresas cuidadosamente cortadas entre ellas se veían
increíbles contra el cristal, si se me permitiera decirlo. Resultó que
YouTube tenía vídeos para literalmente todo. Incluso cómo hacer un buen
mousse para principiantes.
Lo vi siete veces antes de hacer este tercer y último intento: mi
ofrecimiento de paz a Tim y Sheila por renunciar una vez más a su
generosa oferta de comida. La capa pegajosa de la vergüenza se me pegó
toda la mañana hasta que decidí que era estúpido quedarme sentada con
ese sentimiento cuando podía hacer algo muy claro al respecto.
Así que me volví a poner ese maldito delantal y conquisté el maldito
mousse.
No les dije que iba a ir, y una gran parte de mí oró por una casa vacía,
para poder dejar el mousse en el porche junto con una nota de disculpa
escrita a mano.
Pero cuando salí con cuidado del auto, con el mousse apretado contra mi
pecho, vi a un sonriente Tim Wilder sentado feliz en una de las mecedoras,
con su pequeño tanque de oxígeno en el porche junto a él.
―Bueno ―dijo―, mi esposa se va a enojar mucho cuando se entere de
esto.
Mi corazón se detuvo en mi pecho, mis manos apretaron el plato de
vidrio.
―¿Lo hará?
Sin embargo, sus ojos eran amables y cálidos, y asintió mientras subía las
escaleras hacia el porche.
―Ella está haciendo algunos pendientes en el pueblo, y cuando descubra
que estuviste aquí con chocolate, tal vez le rompa el corazón saber que no
te vio.
Una exhalación rápida y aliviada salió de mi boca.
―Oh.
Tim se rió entre dientes y asintió con la cabeza hacia la mecedora a su
lado.
―Pero te unirás a mí, ¿no?
―No quiero interrumpir si estás disfrutando de la soledad.
Estudió mi rostro por un momento.
―Me encantaría que lo hicieras, Ivy.
―Está bien. ―Incliné mi barbilla hacia el mousse―. Traje esto para
disculparme contigo y con tu esposa por faltar a cenar anoche. ¿Lo dejo en
tu refrigerador?
―Deberíamos poder encontrar algo de espacio ―respondió―. Se ve
delicioso. ¿Lo hiciste tú misma?
―Sí.
Una nota de evidente orgullo se deslizó en mi respuesta. Dime que eres un
gran triunfador sin decirme que eres un gran triunfador. Mientras mis mejillas
se calentaban de manera reveladora, su sonrisa se hizo más profunda.
―Claro que es bonito ―dijo―. Tal vez tenga que ser grosero y
preguntarte si estarías dispuesta a servirnos un poco para compartir.
Con un arco irónico de mi ceja, dije:
―Tengo la sensación de que no podría ser grosero aunque lo intentara,
señor Wilder.
―Tim ―corrigió suavemente―. Y tengo mis momentos. Pregúntale a
mis hijos. Hay cuencos en el armario justo a la izquierda del fregadero. Los
cubiertos están en el primer cajón a la derecha de la isla, pero solo si
disfrutas un poco conmigo.
Lentamente asentí.
―Okey.
Con la mirada de Tim fija en mi espalda, entré en la tranquila casa y puse
el mousse en la isla, luego encontré los tazones y los tenedores exactamente
donde él me indicó. Con dos porciones en equilibrio en mis manos, me
reuní con él en el porche nuevamente. El aire era muy agradable y cálido,
pero aún así tenía su regazo cubierto por una manta tejida.
Le entregué la porción más grande de las dos y él la comió
inmediatamente, cerrando los ojos y emitiendo un feliz zumbido.
―Esto está delicioso, jovencita.
Mi pecho se calentó mientras observaba su evidente placer. Tal vez
Sheila tenía razón porque todo esto de preparar comida para alguien se
sentía increíble.
―Gracias ―le dije, luego le di un mordisco y suspiré cuando el brillante
estallido de fresa se mezcló con la crema y el rico y sedoso chocolate. Él me
estaba mirando y le permití una pequeña sonrisa mientras terminaba mi
primer bocado―. No es terrible.
Él se rió entre dientes.
―No hay necesidad de falsa modestia, Ivy. Creo que sabes que está lejos
de ser terrible.
―Supongo que sí. ―Tomé otro bocado y me relajé en la mecedora. Este
mousse era jodidamente increíble, y viviría de su euforia toda la maldita
semana de que lo preparé con mis propias manos. Una sonrisa apareció en
mis labios cuando pensé en cuánto desearía que Ruth hubiera podido
verlo. Era más fácil contemplar la interminable extensión de árboles
cuando permitía una pequeña entrada―. Tenemos una ama de llaves
llamada Ruth. Ella hace cosas deliciosas todo el tiempo. Es tan natural para
ella que siempre imaginé que ni siquiera le daba mucha importancia, pero
si pudiera lograr hacer las cosas que ella y tu esposa hacen, sería
desagradable por eso.
Él se rió fácilmente.
―¿Le contaste a Ruth sobre tu mousse?
―No. ―Aunque habría sido un buen momento para admitir que había
tomado no menos de diez fotos dignas de un influencer, y apenas me
contuve de enviárselas tan pronto como terminé mi obra maestra cargada
de azúcar. Como una niña pequeña que quiere colgar sus horribles obras
de arte en el refrigerador, y conociendo a Ruth, ella también lo habría
hecho.
Tim asintió.
―Deberías. Siempre es bueno que alguien a quien amamos nos diga que
está orgulloso de nosotros.
―¿Cómo sabes que amo a Ruth? ―pregunté secamente.
―Está escrito en toda tu cara cuando dices su nombre ―dijo.
¿Estaba qué? Sentí un ligero pellizco en mis cejas mientras reflexionaba
sobre eso. Nunca me había considerado fácil de leer.
Tim se rió suavemente en voz baja.
―Te molesta que pueda verlo, ¿no?
Le di una mirada incrédula.
―¿Cómo es posible que sepas eso?
Tim se tomó su tiempo para terminar otro bocado de mousse y luego
dejó su plato en la mesa entre nosotros. Él no respondió de inmediato,
simplemente vio hacia los árboles, como lo había hecho yo.
―Tengo muchos hijos, Ivy. Aprendes muy rápido a leer las cosas que no
dicen. Es la única manera de sobrevivir a los años de la adolescencia sin
perder la cabeza. ―Cerró los ojos y suspiró con satisfacción cuando se
levantó una suave brisa―. Los niños siempre pasan por una fase en la que
sus papás son las últimas personas con quienes quieren hablar sobre
cualquier tema, pero todavía necesitan ayuda para lidiar con las cosas,
incluso si no lo dicen en voz alta.
Antes de llegar a este lugar, nunca pensé mucho en los diferentes estilos
de crianza. Los niños solo saben lo que saben, y el tipo de paternidad que
yo conocía no era la de Tim y Sheila Wilder. Incluso las veces que sentí
frustración con mi papá, no me lamenté de la forma en la que él me crió
porque era mi única experiencia.
Pero hubo un leve susurro de curiosidad sobre lo que podría haber sido
tener papás como estas dos personas, que buscaban entender a sus hijos tal
como eran. No en quién podrían moldearse con la instrucción adecuada.
Era una línea de pensamiento inútil, algo que ignoré despiadadamente,
tomando otro bocado del mousse antes de dejarlo a un lado como lo hizo
Tim.
―Gracias por el mousse, Ivy ―dijo―. Fue algo muy considerado.
No sentí que mereciera sus elogios, pero sonreí cortésmente de todos
modos.
―Mi primer intento fue un poco menos impresionante, pero no debería
haber dejado que eso me asustara. Tengo una terrible tendencia a querer
hacer las cosas solo si puedo hacerlas perfectamente.
Él se rió entre dientes.
―Tengo un par de hijos así ―dijo―. Apuesto a que obtuviste
sobresalientes, ¿no?
―Lo hice. ―Excepto por las dos A menos mi tercer año de secundaria y
una B más el primer año de licenciatura que casi me hizo girar en espiral.
Quizás en una década lo dejaría pasar.
Tim tarareó.
―Me lo imaginé, pero te prometo una cosa, Ivy. Nos hubiera encantado
ese intento mediocre, sin importar lo complicado que fuera. El resultado
nunca es tan importante para mí como saber que alguien lo intentó.
Siempre tuve que recordárselo a mis hijos sobresalientes porque siempre
son los primeros en olvidarlo.
Mi corazón latía lentamente, tratando de imaginar cómo se hubiera
sentido ese tipo de gracia y comprensión cuando era niña. Aparté mi
mirada de los árboles y estudié las líneas cansadas de su rostro.
―Lo dices en serio, ¿no?
Me dio una suave sonrisa.
―Por supuesto. Si esperaba que todos mis hijos fueran perfectos, esa
sería la forma más segura de terminar decepcionado en esta vida. Al igual
que será mejor que no esperen la perfección de mí. He arruinado mi parte,
perdí los estribos y dije cosas que no debería haber dicho cuando mi
frustración se apoderó de mí. Al final del día, quiero que sean felices y se
sientan amados, que sean gente buena, amable y cariñosa.
―Creo que lo has logrado con bastante éxito ―le dije, con solo un leve
temblor en mi voz.
Tim se acercó a la mesa y me dio unas palmaditas suaves en la mano.
―Gracias, cariño. La mayoría de las veces son niños bastante buenos.
Creo que me los quedaré.
Sé que quería que me riera, pero mis entrañas estaban tan retorcidas por
el latigazo emocional que me dio este lugar, que no pude controlarlo. La
puerta de la casa se abrió y Poppy se unió a nosotros, sentándose en la
barandilla del porche frente a nuestras sillas.
―¿Cuándo llegaste? ―preguntó con una sonrisa en su bonito rostro.
―No hace mucho ―dije.
―Ella me trajo un poco de chocolate ―dijo Tim―. Lo compartiría, pero
Ivy dijo que es solo para mí. ―Me guiñó un ojo.
Poppy resopló.
―Apuesto a que sí. ―Luego dirigió su mirada hacia mí―. De hecho, me
alegro de que estés aquí.
―¿Eh?
―Me siento encerrada. ¿Quieres ir a tomar una copa conmigo esta
noche?
―Yo también me siento encerrado ―dijo Tim―. ¿Eso significa que
puedo ir?
Poppy sonrió.
―Oh, claro, apuesto a que mamá felizmente llevaría tu trasero al bar.
Ambos se rieron y estudié la expresión facial de Poppy.
―¿Quieres tomar una copa conmigo? ―aclaré―. ¿Por qué?
Poppy luchó contra una sonrisa.
―¿Siempre eres así de escéptica cuando alguien intenta hacerse amigo
tuyo?
―¿Honestamente? Sí.
Ante mi franca respuesta, Tim tosió para tapar su risa y mis mejillas se
calentaron.
Poppy asintió, como si mi respuesta le diera toda la información que
necesitaba saber.
―Te recogeré a las siete. ¿Suena bien?
Tragué un puño apretado en mi garganta. No tenía excusa para no ir con
ella y, para empezar, la única razón por la que estaba en el porche era para
intentar superar esta ridícula aprensión de pasar tiempo con personas que
no habían sido más que acogedoras, amables y maravillosas.
Incluso si un miedo era irracional, seguía siendo miedo, y finalmente
estaba lista para enfrentarlo de frente porque no era una cobarde.
Mis cejas bajaron.
―¿Es… casual? ¿Elegante?
Poppy sonrió.
―Usa lo que te resulte más cómodo. Probablemente usaré una linda
blusa y unos jeans.
Mi nariz se arrugó y Poppy se rió encantada.
Inhalé.
―Bueno, siempre y cuando no se requieran jeans, entonces sí, a las siete
es perfecto.
Tim vio entre nosotras, con una sonrisa flotando en sus labios.
―Ahora que eso está arreglado ―dijo―, ¿qué tal una partida de
ajedrez? He oído que tal vez te gustaría jugar, jovencita.
Cuadré mis hombros y me giré en mi silla para verlo.
―Sí ―dije con cautela.
Tim asintió alegremente.
―Bien. Poppy, ¿puedes ir a buscar el tablero por nosotros?
Ella saltó de la barandilla y volvió a entrar a la casa.
Le di una mirada evaluadora.
―No seré fácil contigo porque estás siendo muy amable conmigo.
Los ojos de Tim brillaron con una luz feliz y divertida, algo que sería
imposible de recrear en una fotografía o pintura, y lo sentí hasta la punta
de los dedos de los pies.
―Me alegra oírlo, cariño. Y yo no seré fácil contigo porque me gustas.
¿Trato?
Extendió su mano y yo la tomé.
―Trato.
22
Cameron
―Estás lleno de mierda.
Ian se recostó en su silla, fijando a Jax con una mirada furiosa.
―No. Regresó a la casa, su camisa estaba toda arrugada, el botón
superior de sus jeans estaba desabrochado y en su cara de niño dorado
estaba esa maldita sonrisa tonta que solo significa una cosa.
Suspiré porque ya me estaba arrepintiendo de haber dicho que sí a esto.
Terminé mi primera cerveza y vi fijamente la botella vacía, debatiendo una
segunda, cuando me prometí que solo tomaría una.
―Él nunca se acostaría con una clienta ―dijo Jax, luego me vio―. Nunca
te acostarías con una clienta. Te conozco desde que teníamos diez años.
Entonces serían dos cervezas. Levanté la mano, señalé a la mesera y
señalé mi botella de cerveza. En medio del concurrido bar, ella asintió.
Jax pateó mi pie debajo de la mesa.
―Me estás evitando. Por favor, no me digas que tiene razón.
Lentamente, empujé mi lengua a un lado de mi mejilla y sostuve sus
ojos, finalmente aparté la mirada cuando su mirada se entrecerró.
―No puede ser ―respiró.
No tenía sentido mentir al respecto.
―No estamos analizando esto ―dije con firmeza―. Ustedes dos idiotas
son las últimas personas de las que recibiría consejos.
―No aceptas consejos de nadie ―señaló Ian―. Pero creo que la decisión
del comité es una decisión inteligente para ti, dado lo loco que estás por
esta mujer.
―Oh, por favor, mira quién habla. Toda tu experiencia en la preparatoria
fue seguir a Harlow como si te tuviera atado, y cuando ella se mudó, te
emborrachaste tanto con Captain Morgan que papá te hizo dormir en el
porche para que no vomitaras en todo el baño.
Los ojos de Ian se volvieron glaciales y Jax se rió en voz baja en su
cerveza.
―Quizás por eso soy sensible a eso ―señaló―. ¿Alguna vez pensaste en
eso?
―¿Dónde está ahora? ―le pregunté―. ¿Alguna vez hablaste con ella?
―No ―dijo Ian―. No cambies de tema.
―No sé lo que quieres que diga. ―Me senté en el taburete y levanté las
manos―. Sí, tengo algunas cosas que resolver en lo que respecta a ella,
pero estaré bien. Yo me encargaré de eso.
Ian negó con la cabeza.
―Ya puedo escuchar lo que ustedes dos dirían ―continué―. Jax, con su
rango emocional de una cucharadita, me diría que me la follara y siguiera
adelante. ―Jax inclinó su botella de cerveza a modo de saludo, sabiamente
sin discutir―. Y tú no tienes voto, Ian.
―¿Por qué no?
―Porque ves lo que quieres ver cuando se trata de ella. ―Le sostuve los
ojos, dejando que el desafío fraternal permaneciera en el aire entre
nosotros―. Imagínate si todos nosotros hiciéramos eso contigo. Si no
dejáramos de lado todas tu mierda y recordáramos que debajo de todo ese
cinismo hay un tipo que es un gran hermano y un buen amigo. No te
toleramos simplemente porque estamos relacionados contigo, Ian. Solo
sabemos lo que escondes, así que te amamos a pesar de tu basura. Así
como amamos a Erik a través de la suya antes de que conociera a Lydia, y
cómo amamos a Parker a pesar de su mierda con papá en este momento.
Él no discutió.
El sonido en el bar era lo suficientemente fuerte como para que nadie
alrededor de nuestra mesa pudiera escuchar lo que estábamos diciendo,
pero no teníamos que gritar.
―No conoces a Ivy ―le dije.
―Tú tampoco ―señaló.
―Mejor que nadie en este pueblo. Soy un niño grande. Sé que ella no
quiere quedarse, pero no me sentaré aquí y te pediré que votes si crees que
estoy siendo estúpido.
―Nunca dije que estuvieras siendo estúpido ―intervino Ian.
Jax levantó las cejas lentamente.
―Le dijiste que tenía la cabeza metida en el trasero.
―Gracias ―dije―. Y yo no. Créeme, tengo los ojos bien abiertos.
―Así que ella es rica ―dijo Jax.
―Su papá es multimillonario ―añadió Ian amablemente.
Jax silbó suavemente.
―Nunca te consideré del tipo chica rica.
―Todo el mundo sigue diciendo eso. ―La mesera dejó otra ronda de
cervezas y yo tomé la mía―. Apenas he tenido citas en los últimos años,
entonces, ¿por qué todos están tan seguros de quién no es mi tipo?
―Marcy Jenkins quiere ser tu tipo ―murmuró Ian―. Ella sigue mirando
hacia aquí como si quisiera comerte vivo.
Hice una mueca. Noté lo mismo cuando entré por la puerta trasera del
bar, y ella se iluminó al verme como si estuviera caminando hacia ella
completamente desnudo.
―Ella es agradable, pero...
―¿Pero no quieres follarla mientras toda nuestra familia espera durante
un partido de fútbol que se suponía que íbamos a ver juntos?
Pasando mi lengua por mis dientes, le di a Ian una larga mirada.
―No.
Ian golpeó la mesa con el pulgar mientras pensaba.
―Debería contarle a Parker sobre esto. Él debería saber dónde se ubican
sus juegos en tu lista de prioridades.
Sacó su teléfono y comenzó a escribir. Intenté agarrar su teléfono y él se
recostó, con los pulgares volando sobre la pantalla, luego me dio una
mirada de suficiencia cuando envió cualquier mensaje de mierda que le
envió a nuestro hermano menor.
Le hice una seña con el dedo medio.
―Preferiría el sexo al fútbol cualquier día ―dijo Jax.
―Lo sabemos ―respondimos Ian y yo al mismo tiempo.
Jax frunció el ceño.
―Ustedes dos actúan como si yo tuviera sexo constantemente.
―¿No es así?
―No. ―Vio alrededor de la barra―. Cuando no hay nadie nuevo, sabes
que me quedo muy, muy lejos, y conozco a todos en este pueblo.
―Entonces sus ojos se agudizaron―. Excepto a ella.
El claro interés en su voz nos hizo girar a Ian y a mí en nuestras sillas.
El bar estaba lleno. Siempre lo estaba en las noches que había música en
vivo. Las luces estaban bajas, las mesas y la barra llenas, apenas había un
asiento vacío en todo el lugar. Unas cuantas parejas se balanceaban en la
pista de baile frente al escenario, y tuve que escanear los rostros para ver
de quién podría estar hablando.
Un grupo de chicos se movió mientras se levantaban para irse de su
mesa, y cuando se despejaron, se me secó la garganta.
Ivy estaba sentada en la barra, con una copa de vino blanco frente a ella.
Su cabello estaba suelto en suaves ondas esta noche, pero incluso desde
atrás, sabía que era ella. Era la forma en que se comportaba, el aplomo de
sus hombros, la línea larga y elegante de su espalda. La inclinación de su
cabeza mientras tomaba un lento sorbo de vino.
El vestido color marfil le rozaba la parte superior del cuerpo, se ceñía
hasta la cintura y, cuando se movía en el taburete, se detenía en algún
punto por encima de sus rodillas, basándome en la pierna desnuda debajo
de la barra. En sus pies llevaba unos tacones negros de aspecto malvado.
Ian se rió entre dientes.
―Jax, creo que deberías ir a comprarle una bebida ―dijo suavemente.
Mi cabeza se giró hacia la suya y sentí un gruñido creciendo en mi
garganta antes de que pudiera detenerlo.
Pero levantó un dedo. Relájate, articuló, luego asintió hacia la barra.
Jax estaba medio levantado de su silla cuando uno de los meseros se
movió y todos vimos con quién estaba sentada. Poppy se sentaba junto a
Ivy y gesticulaba frenéticamente con las manos mientras le contaba una
historia.
―Mierda ―dijo Jax en voz baja―. No importa.
Nunca hablamos de eso, pero mi mejor amigo era tan consciente del
enamoramiento de Poppy por él como cualquier otra persona, razón por la
cual se mantenía muy alejado de ella cuando podía.
―Esa es ella ―dije.
―¿Quién?
―Ivy.
Las cejas de Jax se alzaron en su frente, luego vio a Ian.
―¿Qué demonios?
Él sonrió.
―Pensé que sería divertido ver explotar la cabeza de Cameron.
―Retiro lo que dije sobre tolerarte.
¿Qué estaban haciendo aquí juntas?
Desde el rincón donde estábamos sentados, era fácil observarlas. Ivy
escuchaba atentamente lo que le decía Poppy y de vez en cuando
respondía algo.
Poppy sonrió, incluso se rio un par de veces de cualquier cosa que le
dijera Ivy, y fue como si alguien tirara de una cuerda anudada en mi
columna porque era casi imposible no seguir el tirón que sentía hacia ella.
Quería esas historias, sonrisas y risas también.
Era egoísta e innegablemente codicioso, pero los pequeños fragmentos
que había tenido de Ivy no eran suficientes. Quería más.
¿Cuándo había querido más de algo que era solo mío?
No se trataba de mi familia o mi trabajo.
Esto era algo que quería simplemente porque me hacía feliz. El deseo de
ella, el saber cómo era entre nosotros, estaba grabado en una parte oscura y
secreta de mí que no podía extraer.
Tampoco quería.
Cuando me di cuenta de que la mesa estaba en silencio, aparté la mirada
de las dos mujeres en la barra y me di cuenta de que tanto Jax como Ian me
veían fijamente.
Jax estaba atónito. Ian tenía una sonrisa de mierda en su rostro.
―Ni una palabra de ti ―dije―. Simplemente no esperaba verla aquí.
―Mierda ―respiró Jax―. La estás mirando como Marcy Jenkins te mira
a ti.
Mi mueca fue incontrolable porque esa no era una gran comparación
para mí.
―Tuviste relaciones sexuales con una clienta que tiene más dinero que
Dios ―continuó Jax―, y la estás mirando como si la hubieras dejado comer
tu corazón.
Me pellizqué el puente de la nariz.
―Eso es asqueroso.
Y preciso.
―No estuve fuera por tanto tiempo ―continuó Jax―. ¿Cómo sucedió
esto? ¿Cómo es ella? ¿Podré conocerla?
―¿Cuándo te volviste tan prolijo? ―espeté―. He sido amigo tuyo desde
la primaria y, literalmente, nunca has hecho tantas preguntas sobre nada.
Ian silbó.
―Oooh, está susceptible. Esto se está poniendo mejor.
Cuando abrí la boca para gritarles a ambos, un tipo alto, con el pecho en
forma de barril y una gorra hacia atrás se acercó a la barra, con los ojos fijos
en Poppy e Ivy. Los tres nos quedamos en silencio.
Puso sus manos en el respaldo de sus respectivos taburetes y entrecerré
la mirada en ese puño carnoso, luego señaló una mesa no muy lejos, donde
estaba sentado otro chico.
El idiota de la mesa saludó con la mano, hizo una ola estúpida.
Como si fuera inocente y no intentara tener sexo.
―¿Los conocemos? ―preguntó Ian.
―No ―respondimos Jax y yo al mismo tiempo.
Vi a mi amigo y él también me vio con una expresión dura en sus ojos.
―¿Por qué te ves tan enojado? ―pregunté.
―Bueno, ¿quién demonios se creen que son esos tipos? No la conocen.
―Apretó la mandíbula―. A las dos ―corrigió―. No conocen a ninguna de
las dos.
Levanté las cejas.
―¿Entonces son exactamente como tú?
Exhaló lentamente, eligiendo sabiamente no discutir.
No pude ver a Poppy debido a donde estaba el hermano con la gorra
hacia atrás, pero Ivy vio por encima del hombro la mano del hombre en su
silla y levantó una ceja lentamente, luego se movió hacia adelante para que
él no la tocara.
Mi boca apenas había comenzado a estirarse en una sonrisa cuando él
colocó esa mano en su hombro.
Me levanté de la silla antes de tomar la decisión de moverme.
Con largas zancadas, crucé la barra, deteniéndome solo una vez para
dejar pasar a un mesero con una bandeja llena de vasos de cerveza.
Justo cuando me acercaba, Ivy se había girado de lado en su asiento.
Abrió la boca para decir algo (algo bueno también, según la expresión
glacial de su rostro) cuando sus ojos se encontraron con los míos por
encima de su hombro.
Fue una sacudida en todo mi cuerpo: inmediata y caliente.
¿Cómo hizo eso?
―Disculpa ―dije, dándole una palmada en el hombro. Dura. Él se dio la
vuelta―. No creo que se unan a ti esta noche.
Su comportamiento cambió y levantó las manos.
―Lo siento, hombre, no sabía que estaban con nadie. Solo intento hacer
nuevos amigos mientras estamos en el pueblo.
Sostuve su mirada.
―Haz amigos diferentes.
Ante mi tono, se tomó un momento para evaluarme.
Él era grande, pero yo era más.
Sabiamente, debió pensarlo mejor porque asintió lentamente y luego
regresó a su mesa.
Poppy suspiró y se hundió en su silla.
―Por supuesto que ustedes vinieron aquí. Literalmente no puedo escapar
de mis hermanos, no importa lo que haga.
―Ian y Jax están en la esquina trasera ―le dije, pero mantuve mi mirada
fija en Ivy―. ¿Por qué no vas a buscarlos, Poppy?
Nos vio fijamente a Ivy y a mí por un momento y luego dejó escapar un
suspiro lento.
―Definitivamente no quiero quedarme aquí ―murmuró.
Mi hermana se levantó del taburete, con copa en mano, y se fue.
Los ojos de Ivy no habían dejado los míos.
―No me pareces del tipo territorial.
―No lo hago normalmente. ―Puse mis manos en el respaldo de su silla
y me incliné. Su pulso revoloteaba en la base de su garganta, y quería
chupar la piel ahí mismo―. Así que debes ser solo tú ―dije.
―No estoy segura de si eso es un cumplido o no.
―Lo es ―le aseguré.
Su ceja se alzó lentamente.
―Tengo muy poca experiencia con hombres, Cameron, como sabes. ―La
satisfacción corría caliente y lentamente por mis venas porque su única
buena experiencia fue conmigo―. Si vas a decir esa mierda de cavernícola
cada vez que un hombre me mire en este pueblo, tú y yo podríamos tener
un problema.
Apreté la mandíbula y sus ojos se entrecerraron.
―¿Lo tenemos? ―le pregunté―. ¿Cuál?
―No tengo ningún problema en decirle a algún imbécil con deseos de
muerte que si pone su mano en cualquier parte de mi cuerpo, la perderá
antes de que pueda parpadear. ―Ella se lamió los labios y yo emití un
sonido profundo en la parte posterior de mi garganta―. No necesito que
intervengas porque sientes que tienes algún derecho sobre mí.
―Tengo un derecho sobre ti ―dije en voz baja―. ¿Porque sabes lo que
me dijiste anoche, Ivy? Dijiste que no deberíamos hacerlo otra vez. No es que
no quisieras. No es que te arrepientas. ―Sus ojos brillaron y el color subió a
sus mejillas―. Podemos sentarnos aquí y fingir que solo somos amigos.
Podemos beber en esa mesa de la esquina e intercambiar historias toda la
noche, y yo te quitaré las manos de encima como un buen chico, y puedes
mentirte a ti misma diciendo que eso es todo. ―Me incliné más cerca y ella
levantó la barbilla como si no pudiera evitarlo, como si tuviera que acercar
sus labios a los míos, aunque eso la delatara―. No somos solo amigos, y no
quiero fingir que lo somos. Sé cómo te sientes desde dentro, y creo que si
eres honesta contigo misma, me quieres ahí otra vez. ―Bajé la cabeza y
hablé contra el caparazón de su oreja. Ella se estremeció―. Di la palabra,
duquesa, y te haré gritar.
Dejó escapar una fuerte bocanada de aire y escuché mucho en esa
pequeña exhalación.
Molestia.
Shock.
Y pura lujuria.
Sus pupilas eran anchas y negras, su pecho se agitaba y sus manos se
aferraban al respaldo del taburete como si fuera lo único que la mantenía
atada a su asiento.
Ivy se giró de repente, de espaldas a mí para beber el resto de su vino,
luego buscó en un bolso pequeño y de aspecto caro, dejó un billete de
veinte en la barra y se levantó del taburete.
Sus tacones acercaron sus labios a los míos, y tuve que respirar por el
deseo de clavar mis manos en su cabello y lamer su boca frente a todo el
maldito pueblo. Ya había hecho una declaración mucho más grande de lo
que ella probablemente creía.
Por la mañana, todas las personas en Sisters sabrían sobre esto, y yo no
podía encontrar la fuerza para que me importara una mierda.
Los ojos de Ivy brillaron cuando no cedí ni un centímetro.
―Esa es una gran promesa, Wilder.
Mi pecho se expandió cuando respiré profundamente, el frente de sus
senos apenas tocaba mi camisa.
―Tienes que ser más clara si me pides que lo cumpla.
Ambos también sabíamos que yo podía hacerlo. La única pregunta que
tenía en mente era si podía esperar hasta regresar a mi casa, o si tendría
que salirme de la carretera y encontrar un árbol resistente fuera de la vista.
No.
Quería a Ivy en mi cama.
Esta vez no sería yo quien se marcharía. Al igual que me quedaría aquí
toda la noche y esperaría hasta que ella dijera las palabras.
Afortunadamente, no tuve que esperar mucho.
Su garganta se movió al tragar.
―Llévame a casa, Cameron.
23
Ivy
Estaba en una motocicleta.
Con un vestido.
Estaba en una motocicleta, con un vestido, mis brazos alrededor de un
impresionante conjunto de músculos, y mi falda levantada lo suficiente
como para que mis muslos pudieran sujetar el cuerpo de Cameron
mientras nos llevaba a su casa.
No puedo decir que fuera tan sexy como lo pintaban en los libros y las
películas porque pensé que podría morir cuando el viento de la noche
corrió sobre mi cuerpo y mis brazos agarraron mortalmente al hombre
grande y fuerte conduciendo el gigantesco trozo de metal.
No hubo ninguna discusión sobre mi lugar o el suyo, y no pude
encontrar la forma de preocuparme cuando la motocicleta entró en la parte
trasera de un camino nunca visto antes de que el camino de entrada se
curvara, luego disminuyó la velocidad cuando una casa realmente
impresionante apareció a la vista.
Toda mi bravuconería en el bar había desaparecido, lo cual en realidad
era culpa suya, porque ¿qué más se suponía que debía hacer cuando me
dijo que me haría gritar?
¡Y lo susurró! Contra mi oído. Tal vez había cierto tipo de hombre que
recibía instrucciones especiales sobre cómo hacer temblar las piernas de
una mujer y el manual de instrucciones comenzaba con algo como: coloca
suavemente tus labios contra la cáscara de su oreja y susurra.
Cameron era ese tipo de hombre.
Pero se puso todo territorial. Se puso celoso, y mierda, ¿me gustaba eso?
Siendo completamente honesta conmigo misma, si los papeles se
hubieran invertido y hubiera visto a Marcy Jenkins deslizar una mano
sobre el hombro de Cameron, podría haberle arrancado el cabello. Lo que
significaba que antes de que ocurriera cualquier susurro en los oídos, yo
estaba preparada.
Si alguien más lo hubiera hecho, le habrían dado un puñetazo en la
garganta, pero ahí estaba yo, en medio de la barra, lista para quitarme las
bragas porque él me había susurrado esa pequeña frase.
Quería que me hiciera gritar.
Quería otra noche con él porque ahora lo sabía. Sabía cosas que no sabía
antes y quería aprovecharlas al máximo.
Si este hombre podía realizar todas las actividades de cama y lograr
llevarme en una motocicleta sin secuestrarme, entonces se merecía una
segunda noche.
Mis manos se apretaron imperceptiblemente alrededor de los planos de
su estómago mientras la ruidosa motocicleta se detenía frente a una gran
cabaña con estructura en forma de A. Todo el frente era un triángulo agudo
e impresionante formado por ventanas, una cálida luz dorada que
mostraba una sala familiar abierta y una gran cocina, y una escalera en el
extremo derecho que conducía a un segundo piso estilo loft.
Era impresionante.
El sonido de la motocicleta se cortó y, con toda la gracia que pude, me
quité el casco de la cabeza.
Cameron sacó su larga pierna primero y luego estudió el daño en mi
cabello con una sonrisa satisfecha.
―Oh, cállate ―dije sin calor―. Sé que obtienes algún tipo de placer
enfermizo cuando estoy en mi peor momento.
Tomó el casco y lo colocó con cuidado en el manillar, luego se giró y, sin
decir palabra, agarró mi nuca antes de reclamar mi boca en un beso
abrasador.
El beso terminó casi tan rápido como comenzó, y mi cabeza dio vueltas
mientras registraba la forma en que mi mano apretaba la tela de su camisa.
―Disfruto de ti todo el tiempo, Ivy ―dijo, en voz baja y áspera, algo que
provocó un escalofrío por mi espalda―. Tal vez algún día lo creas.
Fueron palabras simples que desencadenaron una reacción muy
compleja.
¿No sabía que eso era lo más imposible de creer para mí?
El amor casi siempre llegaba acompañado de algún tipo de actuación.
Algo con una métrica clara, datos que se puedan mostrar y sopesar. Una
nota. Un papel. Un título dado.
Era bueno que mis ojos ya estuvieran cerrados por el beso, porque si
hubiera visto la mirada en sus ojos cuando lo dijo, podría haber hecho algo
horrible como llorar o pedirle que me abrazara mientras estaba
completamente vestida.
Dio un paso atrás y extendió una mano para ayudarme a bajar de la
motocicleta.
Me tomé un segundo para recuperarme antes de girar la pierna y
bajarme la falda una vez que tuve los dos pies en el suelo.
―Tú construiste esto ―le dije mientras él me precedía por la gran
terraza que rodeaba el frente de la casa. En las tenues luces que venían de
la casa, vi cómodos muebles de terraza de gran tamaño y una mesa.
―Mi papá y Wade ayudaron, pero fue mi diseño. ―Luego sonrió por
encima del hombro―. Si quieres ver explotar la cabeza de Greer,
recuérdaselo. Odia que no la dejara ayudarme.
El interior era precioso. Más moderno de lo que esperaba, con líneas
elegantes y cálidos tonos de madera intercalados con cuero y paredes
blancas limpias y pisos de madera dispuestos en forma de espiga.
Exhalé una risa tranquila.
―Me imaginé algo muy, muy diferente―admití.
Me vio pasear por la cocina mientras pasaba mis dedos por el borde de la
enorme isla rectangular.
―¿Un piso de soltero de mierda?
―No. ―Entonces vi por encima del hombro―. Tal vez un poco.
Cameron mantuvo sus ojos en mí mientras hablaba.
―Sé lo que me gusta, y como yo era el que estaba a cargo, fue más fácil
hacer exactamente lo que quería.
Una bola de algodón grande y pegajosa se me quedó atrapada en la
garganta por la forma en que expresó eso.
¿No era por eso que yo estaba aquí?
De manera bastante inexplicable, le gustaba a Cameron Wilder, e incluso
si pretendía dejarme hacer lo que yo quería en este momento, ambos
sabíamos quién estaría a cargo en el momento en que me pusiera las manos
encima.
Me estremecí porque quería esas manos en diferentes lugares.
―Está tan limpio. ―Maldita sea, mi voz salió un poco entrecortada,
como si no tuviera el control de lo que estaba diciendo.
―No estoy mucho por aquí para desordenar las cosas ―admitió. Tenía
los brazos cruzados sobre el pecho mientras yo rodeaba la isla, luego vi
dentro del refrigerador de acero inoxidable, sonriendo cuando lo encontré
a menos de la mitad de su capacidad―. La mayoría de las veces, no vuelvo
aquí hasta que estoy listo para caer directamente en la cama.
Cuando lo encaré de nuevo, con una ceja arqueada, se quedó mirando la
pequeña cinta que sujetaba mi vestido alrededor de mi cintura.
―Eso sigue siendo cierto ahora, ¿no? ―pregunté a la ligera. Imité su
postura, apoyándome contra el borde de la isla y cruzando los brazos sobre
la cintura. Sus ojos se posaron en la V de mi vestido―. Listo para caer
directamente en la cama.
Dejó caer los brazos y se acercó. Contuve el aliento ante su
desconcertante habilidad para hacer que mi sangre se acelerara con solo
caminar, y respirar, y mirar.
No solo eso, sino ¿por qué olía tan bien?
Olía exactamente como debería hacerlo un hombre. Probablemente le
enseñaron eso en la misma lección que el truco del susurro al oído. Era
como si acabara de enjabonarse en la ducha con algo masculino, sexy y
vibrante, incrustándolo en su piel de modo que todo lo que tenía que hacer
era pasar y yo era un montón indefenso de sustancia hormonal.
Nunca fui un montón de nada indefenso, y no parecía justo que Cameron
no se estuviera volviendo papilla a mi lado.
Eso simplemente no serviría.
―No directamente a la cama ―murmuró, estudiando mi rostro mientras
yo inclinaba la barbilla para verlo.
Lamí mi labio inferior, curiosa por si yo tenía el mismo efecto en él que
en mí.
A juzgar por el destello de calor en sus ojos, sí lo tenía.
Luego moví mis manos al botón superior de su camisa blanca, sacando
con cuidado cada pequeño disco blanco a través de la abertura hasta que se
reveló más y más de su piel dura y dorada. Los vellos rizados me hicieron
cosquillas en el dorso de los dedos, y su mirada adquirió una cualidad
confusa y de párpados pesados cuando terminé de desabotonarle la camisa
y se la pasé por los músculos tensos de sus hombros.
―¿Por qué saliste con mi hermana? ―preguntó.
Parpadeé, la pregunta era inesperada.
―Ella me lo pidió.
Cameron se rio, los dientes blancos y rectos y el pequeño hoyuelo
hicieron que mi piel se tensara y calentara.
―¿Eso es todo? ―preguntó. Lentamente, se quitó la camisa, jugando con
las mangas arremangadas hasta que pudo dejarla caer al suelo.
Mis ojos recorrieron la interminable extensión de piel suave, los
músculos tensos perfeccionados por el jodido trabajo duro y la sombra
masculina del vello. Deslicé mis manos por los músculos de su estómago y
él siseó en un suspiro.
―Sí ―dije simplemente―. Ella es dulce, y me lo pidió amablemente, así
que dije que sí.
Sus dedos grandes y ágiles tiraron de la cinta que sujetaba mi vestido y
luché por mantener la respiración tranquila. Esta no era una carrera
precipitada más allá de mis reservas, donde sabía que no debería hacerlo.
No como la primera vez.
Estábamos lúcidos, mirando el deseo espeso y embriagador directamente
a los ojos. Ciertamente no iba a buscar en ningún otro lado cuando lo
deseaba tanto.
Hasta Cameron, no sabía que el deseo -el anhelo agudo por otra
persona-, podía tener dientes, algo agudo y visceral, como si te arrancara la
piel si no lo complacieras.
Pero esto sí.
Lo que sea que se construyó entre nosotros con estos toques susurrantes
creció en colmillos, garras duras y afiladas, un latido irregular que escuché
haciendo eco en mi pecho.
Sus ojos sostuvieron los míos, llenos de calor e intención, y lentamente
apartó la parte delantera de mi vestido.
―Así que solo tengo que pedirte si quiero algo de ti ―dijo con voz ronca
y entrecortada.
El dorso de sus dedos rozó mi estómago tembloroso, y luego su boca se
curvó en una sonrisa cuando mi respiración se cortó.
―T-tal vez. Depende de lo que sea.
Deslizó las puntas de sus dedos por los lados de mis brazos, luego tiró
de los bordes de mi vestido donde colgaba abierto sobre mi frente. Hoy
llevaba seda negra debajo, y a él le gustó mucho basándome en la tensión
en su mandíbula, el ligero entrecerramiento de sus ojos cuando el vestido
cayó detrás de mí en el suelo, formando un charco alrededor de mis pies.
Comencé a quitarme los zapatos, pero él sacudió la cabeza, incapaz de
apartar la mirada del frente de mi cuerpo.
―Déjatelos puestos ―ordenó.
Luego sus manos recorrieron mis caderas, audazmente asertivas, y llenó
esas grandes palmas con la piel de mi trasero, acercándome fuerte a él.
La prueba de lo mucho que me deseaba se presionó contra mi estómago
y mis ojos se cerraron. Me sentí vacía y adolorida entre las piernas y, aún
así, no sabía qué tocar primero. Si quería las malas palabras mientras él me
las susurraba al oído, o si quería su boca para besar, con nuestras lenguas
húmedas, dientes afilados y labios exigentes.
Lo único que sabía con seguridad era que él cuidaría de mí.
Que quería enviarme a volar y que me mantendría a salvo mientras lo
hacía.
―¿Dónde está tu dormitorio? ―susurré.
Esta noche podría ser la versión de mí misma que quería. La versión de
mí misma que se sentía real, sexy y libre. Le confié eso, y esa confianza
tenía un toque de grito en la forma en que mi corazón se aceleraba en mi
pecho.
Cameron deslizó su mano sobre mi pecho, luego la curvó alrededor de
mi garganta, levantando mi barbilla con una simple presión de su pulgar.
Mi respiración se estaba volviendo entrecortada ahora y no podía hacer
nada para detenerla.
Si metiera una mano entre mis piernas, me correría al instante. El toque
más ligero y me haría añicos.
Pero esa mano alrededor de mi garganta, la forma fácil en que se afirmó,
reconectó cosas en mi cerebro, confundió la forma en que mi sangre corría
por mis venas.
En lugar de besarme, como pensé que haría, Cameron dobló ligeramente
las rodillas y luego me levantó hacia sus brazos con facilidad. Mis piernas
se envolvieron inmediatamente alrededor de su cintura, y puse mis brazos
alrededor de sus hombros para que mis dedos pudieran clavarse en la
longitud sedosa de su cabello.
Caminó por un pasillo oscuro, sin apartar sus ojos de los míos.
Me incliné hacia adelante y chupé la parte de piel debajo de su oreja, y
sus manos se apretaron peligrosamente. Una mano jaló la parte de atrás de
mi sujetador y el satén se aflojó. Era embriagador que fuera lo
suficientemente fuerte como para cargarme con una mano.
La forma en que podía tomarme era tremendamente excitante, y
probablemente nunca lo admitiría en voz alta, pero mi mente corría con
posibilidades.
Sexo en la pared.
Sexo en la ducha.
Todas las cosas que sonaban muy, muy sexys pero que, en realidad,
dejaban un poco que desear, simplemente desde el punto de vista logístico.
No habría problemas logísticos con Cameron.
La idea de eso me hizo chupar más fuerte su deliciosa piel, y él empujó
su mano debajo del borde de mi ropa interior, agarrándola con fuerza.
―Ivy ―advirtió.
Lamí el borde de su oreja y él siseó.
La habitación estaba oscura, la única luz provenía del pasillo, y apenas
tenía idea de cómo se veía, pero cuando volvió a bajarme, la larga columna
de su garganta trabajó en un trago cuando rodé mis caderas contra las
suyas antes de relajar las piernas.
Podía verme muy bien, según la forma en que sus ojos se movían.
Cuando mis pies tocaron el suelo, mantuve mis manos detrás de su
cuello y lo jalé suavemente, hasta que sus labios se acercaron a los míos.
Luego se detuvo.
―¿Vas a hacer que te pida todo? ―susurré.
―Tal vez. ―Sus labios rozaron los míos―. Es bueno para ti.
Mi piel tembló y exhalé una risa corta e incrédula.
―¿Es así ahora?
Enrosqué mi mano alrededor de la exhibición obscena en el frente de sus
pantalones, y él echó la cabeza hacia atrás y gimió.
―¿Tengo que pedir esto? ―pregunté, mordiendo el borde de su
garganta. Una vez que bajé la cremallera de sus jeans, deslicé mi mano
dentro y la empujé debajo de los bóxers, y él soltó una dura maldición.
Era tan grande, caliente y duro en mi mano que mi estómago se revolvió
ingrávido.
―Ivy ―dijo con voz áspera.
Cuando bajó la cabeza, tenía una mirada ligeramente aturdida en sus
ojos que me hizo sonreír.
―¿Entonces quieres que te suplique? ―le pregunté―. ¿Es asi?
Entrelazó su mano en mi cabello y agarró los mechones con fuerza, y
Dios, iba a explotar antes de que él tocara cualquiera de mis partes buenas.
―Solo dime lo que quieres ―ordenó―. Dímelo y te lo daré.
Quiero que me sujetes.
Quiero sentirme así para siempre, pero solo si eres tú.
El pensamiento fue tan inmediato: brillante y duro en la forma en que
apareció en mi cabeza sin permiso. Mi corazón se partió un poco con la
verdad, algo que no me había atrevido a pensar, porque no tenía sentido y
nunca tendría sentido.
No podía decir eso en voz alta, así que me levanté sobre las puntas de
mis pies y gemí cuando él me encontró a mitad de camino, el beso duro y
exigente fue un dulce alivio después de toda esta acumulación.
Su lengua se metió en mi boca, sus manos apretaron mi cuerpo mientras
arrancaba lo que quedaba de mi lencería.
Me peleé con sus jeans y los empujé, y justo así, nos apresuramos
nuevamente, quitándonos la ropa lo más rápido posible. Corriendo hacia el
calor alucinante que solo parecía existir entre él y yo.
No había manera concebible de que esto fuera normal, pensé mientras él
inclinaba la cabeza y profundizaba el beso, cubriendo toda esa altura
impresionante sobre la mía hasta que no tuve más remedio que arquear la
espalda y dejar que me besara y me besara y me besara.
Le dejaría hacer cualquier cosa.
Me separé con un grito ahogado.
―Solo te quiero a ti ―jadeé―. Por favor, por favor.
Las palabras activaron un interruptor, sus manos pasaron de seguras e
intencionales a dominantes y codiciosas.
Me apretó contra él. No había espacio entre nosotros, mis caderas se
retorcían pero mi cuerpo aún anhelaba el suyo.
Caímos en la cama, y él lamió, chupó y mordió la parte delantera de mi
cuerpo, y apenas podía respirar cuando abrió mis piernas y no perdió el
tiempo encajando sus grandes hombros entre mis muslos.
―Me prometí algo ―dijo, besando el interior de mis muslos―. Que si te
metía en una cama otra vez, comenzaría aquí mismo. Me fui a la cama
anoche, furioso porque no sabía a qué sabías.
Sus dientes mordieron la piel sensible donde había besado y mi
estómago comencé a temblar.
Vi hacia abajo, y desde donde su cuerpo estaba enmarcado entre mis
muslos, sus ojos se encontraron con los míos.
Mi corazón se detuvo.
Un largo y lento golpe de su lengua, una mirada marrón dorada todavía
fija en la mía, y mi aliento se enredó en mi garganta cuando hizo un sonido
delicioso en lo profundo de su garganta. Sus ojos se cerraron y luego los
míos también.
Agarré su cabello y gemí, desvergonzada, baja e incrédula cuando usó su
lengua y luego sus dedos. Cameron gimió cuando apreté mi puño en su
cabello mientras él me devoraba, y mis caderas se balancearon sin pensar,
buscando fricción mientras sus manos sujetaban mis muslos con fuerza.
Quería moretones ahí con la forma de sus dedos.
―Por favor ―le rogué.
Yo estaba tan cerca.
Pero yo lo quería.
Quería su boca sobre la mía y quería ver su cara cuando me hiciera
añicos en un millón de pedazos. Tiré de sus hombros, frenética por que se
acercara cuando una espiral se apretó debajo de mi ombligo.
Giró en espiral y giró de nuevo, un crepitante manto de relámpagos
rodando bajo mi piel.
Era demasiado grande e intenté deslizarme hacia arriba de la cama para
escapar de él, pero me siguió, implacable en su asalto.
―Cameron ―sollocé―. Por favor, te quiero conmigo.
Te quiero, pensé de nuevo.
Te deseo.
No me hagas sentir tan sola.
Levantó la cabeza con sus ojos salvajes mientras rondaba sobre mí y
apoyaba sus manos a cada lado de mi cabeza. Mi cuerpo tembló con la
necesidad de liberarse, y cuando él me besó, desordenado, duro y
delicioso, casi caigo en el límite.
Apretó mi pierna contra su pecho, y el ángulo me hizo jadear cuando lo
sentí entre mis piernas.
Cameron no perdió el tiempo. Se apiadó de nosotros dos porque
habíamos alargado este juego previo más de lo que cualquiera podía
soportar.
Con sus ojos fijos en los míos, su mandíbula apretada y su frente
fruncida en un ligero surco, movió sus caderas hacia adelante en un
empujón interminable y salvaje.
Eso fue todo lo que hizo falta.
Este placer, brutalmente entregado después de una provocación lenta,
constante, era agudo, caliente y peligroso, cortaba mi cuerpo y se astillaba
como un trozo de vidrio caído en un millón de pequeños cortes por toda mi
piel, algo que creció y creció, hasta que mi espalda se arqueó y mis piernas
se tensaron y no podía respirar.
Cuando se rompió, una apretada espiral se desplegó con un pulso feroz
sobre mi piel, e incliné la cabeza hacia atrás y grité como él prometió.
Y mientras el sonido resonaba en su habitación, con el sonido de
nuestros cuerpos persiguiéndolo, me di cuenta de lo imposible que sería
dejarlo atrás.
24
Cameron
―Si pudieras comer una comida por el resto de tu vida, ¿cuál sería?
Todavía tratando de recuperar el aliento, Ivy abrió los ojos y me vio con
recelo.
―¿Eso es lo primero que preguntas después del sexo?
Con una sonrisa, extendí mi mano y la deslicé a lo largo de la elegante
línea de su cintura hasta que descansó en su cadera. Mi pulgar se movía de
un lado a otro y sus ojos se cerraron. Cuando su cuerpo se arqueó
sutilmente ante mi toque, me pregunté si se daba cuenta de que lo estaba
haciendo.
Se puso de costado, con las manos metidas debajo de mi almohada, y jalé
el edredón sobre la parte inferior de nuestros cuerpos. Sus brazos cubrían
la mayor parte de su pecho, pero la curva inferior de su seno era visible
debajo de su antebrazo. Como no pude evitarlo, mi mano se deslizó desde
su cadera hasta su cintura hasta que pude rozar mis nudillos en esa suave
curva.
Sus ojos permanecieron cerrados, y su respiración entrecortada ante el
ligero toque.
Ella no estaba corriendo, no se estaba poniendo la ropa y
desapareciendo, y me encontré queriendo aprovechar eso.
―Vamos ―la persuadí―. Sé que tienes una respuesta.
Cuando abrió los ojos, fue después de una larga exhalación y se posaron
infaliblemente en los míos.
Lo que vi ahí hizo que mi piel se calentara.
La cautela había desaparecido y en su lugar había afecto.
―Los muffins de arándanos de tu mamá ―dijo con ironía.
Me reí.
―No vas a dejar que le diga eso, ¿verdad?
―¿Qué les pone? ―preguntó―. Drogas, ¿verdad? Tiene que estar
estimulado con algo.
―No lo dudaría ―respondí―. Sheila siempre quiere que regresemos
por comida.
―A veces la llamas mamá ―señaló―. A veces la llamas Sheila.
Tarareé.
―Ella siempre nos dejó eso a nosotros. Ian la llama Sheila la mayoría de
las veces. Parker siempre la llama mamá.
Ella me vio fijamente a la cara por un momento, luego extendió su mano
hacia adelante, trazando suavemente la curva inferior de mi labio mientras
mi corazón latía inestablemente en mi pecho.
―Solía desear que mi papá se hubiera vuelto a casar ―dijo. Sus ojos
permanecieron fijos en mi boca.
La admisión hizo que mi corazón se detuviera por un momento y luego
se reiniciara rápida y ferozmente. Porque me lo dijo libremente, algo que
no había sucedido desde su reaparición en mi vida.
Mantuve mi cara incluso cuando respondí.
―Tal vez tú también habrías tenido una Sheila.
Ivy exhaló una risa incrédula.
―No es probable.
―¿Por qué dices eso?
―Mi papá no es lo suficientemente amable como para atrapar a una
Sheila.
Mi pecho tembló de risa y sus mejillas se levantaron, incluso mientras
escondía una sonrisa en la almohada.
Entonces sus ojos adquirieron un tono pensativo.
―¿Qué? ―pregunté.
―Es extraño pensar en eso ―admitió― Cómo mi vida podría ser
diferente si él se hubiera vuelto a casar con alguien amable, cariñosa y
dulce. ―Con un arco irónico en sus cejas, dijo―, tal vez yo sería más
amable.
Ahora no pude evitarlo. Deslicé mi mano alrededor de su cintura y la
acerqué más, para poder rodear su espalda con mi brazo mientras la besaba
profundamente. Mi lengua jugó con la comisura de sus labios y ella se
abrió de inmediato, con un sonido suave y dulce que hizo que mi cuerpo
reaccionara instantáneamente.
De mala gana, me retiré.
―No necesitas ser otra cosa que lo que eres ―dije contra su boca, luego
mordí su labio inferior―. Me gustan tus bordes afilados.
Sus ojos estaban serios cuando me aparté.
―¿Incluso si te cortas con ellos?
―¿Te parezco herido? ―pregunté.
Se apoyó en su codo, su cabello dorado se deslizó suavemente sobre su
hombro mientras se inclinaba y hacía como si estudiara mi rostro, pasando
sus manos por mi pecho y mis brazos.
―No ―dijo simplemente―. No lo pareces.
―Entonces, ¿por qué estás preocupada por eso? ―La acerqué más hasta
que puso un brazo sobre mi pecho, sus senos presionados contra mi piel.
―No lo hago, solo... no sé cómo ser una mujer suave y dulce más de lo
que tú sabes cómo ser un imbécil. ―Las yemas de sus dedos bailaron
ligeramente sobre mi pecho, y ella depositó un beso sobre uno de mis
pectorales, alejándome antes de que pudiera colocarla sobre su espalda y
besarla más, tocarla más y encontrar nuevas posiciones para probar―.
Conociendo mi suerte, mi papá se habría vuelto a casar con alguna
cazafortunas cliché con cerebro de guisante y un mal tinte.
El tema cambió oficialmente. Logramos acercarnos demasiado, así que
ella nos alejó de ese tema.
Decidí dejarla, así que sonreí.
―La habrías sacado de ahí en poco tiempo.
Ivy se rió en voz baja.
―Creo que me das más crédito del que merezco. No tengo ese tipo de
poder sobre las decisiones de mi papá.
Cuando pensé en acostarme en la cama y hacerle preguntas a Ivy, quise
que fueran ligeras y sencillas, para no asustarla.
Pero tal vez no nos era posible hacerlo de manera fácil y ligera.
Tal vez la atracción entre nosotros ardía demasiado fuerte y feroz como
para que alguna vez se convirtiera en algo normal y mundano. Tal vez su
naturaleza salvaje, algo exuberante e indómito, significaba que se
consumiría rápidamente.
No.
Me negaba a creer eso.
Había algo más aquí y creo que ella también lo sabía. Giré de nuevo la
dirección, pensando que así volveríamos a la luz y a la tranquilidad.
―¿El mejor regalo de Navidad que has recibido? ―pregunté.
Ivy retiró la mano y sacudió la cabeza, sonriendo levemente mientras su
mirada recorría mi rostro.
―¿Por qué preguntas estas cosas? ―susurró.
Podría besarla. Estábamos lo suficientemente cerca.
Pero no lo hice. En vez de eso, estudié cada centímetro de su rostro y lo
memoricé.
―Me dice algo sobre ti, y como dije antes, quiero conocerte.
Su frente se frunció ligeramente.
―Así de simple, ¿eh?
En lugar de responder, porque ambos sabíamos muy bien que no era
simple, solo esperé a que ella respondiera, con mi mano apoyada sobre sus
costillas.
Presionó su rostro profundamente en mi almohada e inhaló lentamente.
―El mejor regalo de Navidad que recibí fue una muñeca de mi ama de
llaves ―dijo en voz baja―. Yo tenía ocho años.
―¿Fue una sorpresa?
Ivy se perdió en sus pensamientos por un momento.
―Lo fue. Un día me vio mirándola a través de un escaparate. Estábamos
comprando un vestido para la fiesta de Navidad de mi papá. Tenía un
vestido de terciopelo verde con un lazo negro y botoncitos blancos, el
cabello castaño oscuro y grandes ojos marrones. Cuando mi papá llegó a
casa del trabajo ese día, se lo conté… ―El surco se hizo más profundo y
ella tragó con dificultad―. Ruth me la regaló un par de días antes de
Navidad. Creo que ella sabía que de otra manera no la tendría.
―¿Por qué no?
Sus ojos se posaron en los míos.
―No importa que mi papá haya sido un papá imperfecto, porque Dios
sabe que en realidad no sabía cómo criarme él solo, nunca me malcrió. Solo
porque pedí algo no significaba que lo obtenía. ―Sus labios se suavizaron
en una pequeña sonrisa―. Ruth fue quien me malcrió. Me daba postres
extra y me dejaba ver telenovelas con ella después de la escuela cuando
sabía que mi papá se pondría furioso.
No me gustaba mucho su papá.
Pero enojarme por ella solo la alejaría. Su vida era exactamente eso: la
suya. No importaba cuánto deseara que hubiera tenido algo diferente,
ninguno de los dos podría desear que desaparecieran las cosas difíciles que
experimentaron las personas en nuestras vidas.
Tal vez su dificultad venía con una cuenta bancaria más grande, pero
estaba tan claro como un cartel parpadeante sobre su cabeza: para Ivy,
ganarse el amor significaba encajar en un rol muy específico definido por
otra persona. Es lo que le enseñaron toda su vida, y la única manera de
desaprender esa lección requeriría paciencia y tiempo.
Uno, lo tenía en abundancia.
El otro estaba desapareciendo rápidamente.
―¿Vendrá de visita pronto? ―pregunté.
Estaba callada, la tensión se filtraba en su cuerpo. No estaba seguro si
ella siquiera se daba cuenta.
―No tengo ninguna razón para creer lo contrario. No he hablado con él
desde que llegué aquí, pero no ha dicho que no vendrá.
Intenté imaginar un mundo en el que pasara más de una semana sin
hablar con mis papás.
―Dilo ―dijo secamente.
Sonreí.
―¿Qué?
―Estás juzgando. Puedo sentirlo.
Exhalé, inclinándome ligeramente hacia un lado para poder ver su rostro
nuevamente.
―Él te está castigando, ¿no? Al no hablar contigo.
Ella tragó.
―Tal vez un poco.
―No debería ser así ―le dije con voz suave.
―¿Cómo debería ser entonces? ―preguntó. Sus ojos tenían un filo de
advertencia, pero su voz aún era suave y su lenguaje corporal no había
cambiado.
Suspiré.
―Se supone que los papás no deben castigar a sus hijos adultos por
tomar decisiones. Especialmente no la que tomaste.
Buscó mi rostro pero permaneció en silencio.
―Sé que estás acostumbrada a algo diferente a lo que yo ―continué con
cuidado―. Pero aún así tiene que doler.
―No sabes cómo es mi mundo ―dijo―. Estoy bien. Él me enseñó a
manejar cosas como esta, y eso es lo que estoy haciendo.
Estaba mintiendo, pero tenía la sensación de que se estaba mintiendo a sí
misma más que nada.
Ivy fue fuerte toda su vida porque tenía que serlo.
―Mentira ―dije suavemente―. Yo digo que eso es mentira.
Ivy cerró los ojos con fuerza.
―No estoy diciendo eso para herir tus sentimientos, Ivy.
―Lo sé. ―Apretó un puño contra su pecho, la piel de sus nudillos se
puso blanca. Ella estaba guardando mucho dentro―. No es eso.
―¿Qué es?
Ella inhaló temblorosamente.
―¿Sabes lo difícil que es hablar contigo sobre cosas como esta cuando tu
familia es perfecta?
Gentilmente, agarré su barbilla y la levanté, esperando hablar hasta que
ella abriera los ojos.
―Mi familia no es perfecta ―le dije―. Si hubieras estado presente en los
últimos años, habrías visto muchos ejemplos de distanciamiento, hermanos
que no se hablaban y desacuerdos. Está mejorando, pero todos estamos
jodidos de maneras diferentes a las cosas que hemos experimentado y que
nos trajeron hasta aquí.
―Tú no lo estás ―dijo, sonando tan petulante al respecto que no pude
evitar reírme―. En serio, dame una lista de tus defectos y la enmarcaré en
mi pared bajo un foco. Podría hacerme sentir mejor.
Riendo, la apreté contra mi pecho y besé la parte superior de su cabeza.
Finalmente, ella se relajó en mi abrazo.
―Te diré una cosa ―le dije, acariciando con la boca la seda de su
cabello―. Todos mis hermanos vendrán al festival de otoño el próximo fin
de semana. Si quieres conocer mis defectos, ellos son los expertos. Apuesto
a que saldrías con una lista tan larga como tu brazo.
―Interesante ―murmuró―. ¿Qué implica exactamente un fin de
semana como ese?
―Oh, no lo sé. Lo de siempre. ―Besé su sien, arrastrando mi nariz por
su piel―. Comer. Juegos. Socializar.
Ella dejó escapar un suspiro de disgusto.
―Vas a convertirme en gente, ¿no?
Sonreí.
―Tal vez.
―¿Debo esperar más demostraciones de testosterona en que te golpeas
el pecho? Eso podría ser un factor decisivo para mí.
―No tengo ningún plan para eso en este momento.
Sus dedos recorrieron delicadamente mi pecho y cerré los ojos ante el
hecho de que ella se permitía esos pequeños toques.
―Querido Señor, un festival de pueblo pequeño ―murmuró―. Déjame
adivinar, productos horneados en el ying-yang y puestos con artesanías, y
todos usarán jeans, se tomarán de la mano y cantarán.
―Cerca. ―Incliné la cabeza y besé la punta de su nariz. Ella me vio con
sospecha―. Será mejor que vengas y lo descubras.
Tragó cuando lamí el borde de su mandíbula.
―Eso significa que tendré que ir como a... una gran cena familiar.
Besé su labio inferior.
―Sí. Piensa en todos los muffins de arándanos que mi mamá te
prepararía si finalmente apareces para cenar.
―Eso es chantaje. No sabía que lo tenías dentro de ti.
Mi mano avanzó poco a poco hacia los hoyuelos sobre la curva de su
trasero.
―Se sorprendería, duquesa.
Hice una pausa.
―Es posible que tengas que mudarte temporalmente de tu alojamiento
mientras Erik y Lydia estén aquí. Necesitan espacio extra debido a su hija,
Isla.
Ivy mantuvo sus ojos fijos en mi boca.
―Mmm. Supongo que podría ver si Amanda tiene habitaciones
disponibles.
―Podrías ―dije fácilmente―. O podrías quedarte aquí.
Sus ojos se encontraron con los míos y se mantuvieron.
―¿En serio?
Incliné la cabeza y arrastré mi nariz por el borde de su mandíbula,
mordiendo ligeramente del borde del lóbulo de su oreja. Su cuerpo se
estremeció levemente.
―Si quisieras. No odiaría tenerte aquí.
―Lo pensaré ―dijo alegremente y sonreí contra su piel.
Mi pulgar recorrió el borde de su pezón y ella se estremeció.
―Entonces, si vengo a este festival de otoño, ¿puedo entrevistar a tus
hermanos sobre todas las formas en que los vuelves locos?
Me reí en voz baja.
―Sí.
Ella suspiró felizmente.
―Esa podría ser la mejor oferta que he tenido desde que llegué aquí.
Eché la cabeza hacia atrás y arqueé la ceja.
―¿En serio?
Mi mano se deslizó hacia abajo y la golpeó en el trasero. Duro. Ella gritó,
pellizcando mi estómago.
―Señor, no hablamos de azotes de antemano.
Vi su boca.
―¿Podemos discutirlo ahora?
Ella tragó.
―Podría ser... dócil.
Mi voz era ronca cuando respondí.
―Bien. ¿Eso significa que te quedarás esta noche?
Tenía los ojos nublados.
Quería que ella se quedara. Quería tener al menos un recuerdo de ella en
esta cama. Quería saber qué tan suave y dulce era mientras dormía, cómo
se veía cuando despertaba.
Quería.
Lentamente, giré a Ivy sobre su estómago y luego besé las suaves curvas
de su columna. Ella arqueó su trasero hacia arriba y mis manos apretaron
sus caderas mientras me colocaba detrás de ella.
―No me respondiste ―dije tranquilamente. Le pasé el cabello por
encima del hombro para tener una vista sin obstáculos de su espalda,
hombros y cuello mientras estaba detrás de ella. Con un suave empujón,
amplié el espacio entre sus rodillas y ella obedeció al instante.
Mis labios se curvaron en una leve sonrisa.
―Yo también podría ser convencida de eso ―suspiró, presionando sus
antebrazos contra el colchón mientras yo deslizaba mi mano entre sus
piernas―. Solo por esta noche.
No respondí.
Al menos no verbalmente.
Tomé el control, provocándola por unos momentos, deslizándome hacia
adelante y hacia atrás entre sus piernas hasta que su espalda se arqueó por
la frustración y sus manos se cerraron en puños sobre las sábanas.
Dirigió una mirada feroz por encima del hombro y entrecerró los ojos
aún más cuando sonreí.
―Pídelo amablemente ―susurré.
―Oh, jódete, Cam...
La interrumpí con un golpe de mi mano contra su trasero.
Ella se derritió en el colchón con un gemido.
―Creo que lo haré ―dije entre dientes. Así lo hice, con un impulso
brutal de mis caderas. Su grito se convirtió en un gemido agudo.
Eso era lo que Ivy no entendía.
Sus bordes afilados no eran algo que tolerara porque la deseaba.
Los suyos perfeccionaban los míos. Su dureza me dejaba ser duro a
cambio.
Ella podía manejar mis lados que nadie más veía, y yo no tenía que
preocuparme por ser bueno y perfecto mientras estaba con ella.
No pasó mucho tiempo así, mis manos agarraban sus caderas con fuerza
devastadora, el implacable golpe de mis caderas contra su trasero, antes de
que ella se apretara con fuerza a mi alrededor, su cuerpo temblaba con
sacudidas de placer que hacían que mi cerebro entrara en cortocircuito.
Me corrí con un gemido, desplomándome sobre su espalda empapada de
sudor una vez que nos derretimos en el colchón. Su pecho se agitaba con
respiraciones profundas y aspirantes, y la apreté contra mi pecho,
enroscando mi cuerpo alrededor de su espalda con mis brazos firmemente
debajo de sus senos.
A medida que su cuerpo se derretía aún más, sus dedos se enredaron
con los míos, y enterré mi nariz en su cabello e inhalé profundamente.
Podría amarla tan fácilmente, pensé mientras sucumbía al sueño. Quizás
ya lo hacía.
Pero si se lo decía ahora, huiría.
Así que mantuve las palabras encerradas en mi pecho y la abracé,
preguntándome si los latidos de mi corazón contra su espalda me
delataban.
25
Ivy
―Te lo digo, si no fuera mi hermano, eso habría sido lo más sexy que he
visto en mi vida.
Tampoco era que no me encantara revivirlo. Había estado reviviendo
toda la noche desde que me desperté sola en su cama de hombre gigante,
con una nota junto a mi almohada diciéndome que había tenido que irse a
trabajar pero que me sirviera lo que pudiera encontrar en el refrigerador.
Pero no me entretuve porque la tentación de hurgar en cajones y
armarios era peligrosamente alta. En lugar de eso, me puse el vestido y
caminé con mucho cuidado por el bosque hasta llegar a mi casa.
Afortunadamente, los árboles podían guardar secretos muy bien porque
nadie vio mi trasero tropezar con más de un palo, una roca o lo que sea que
estuviera esparcido por el suelo.
Los tacones de aguja y el aire libre no iban de la mano. Si me quedaba
mucho más tiempo, tendría que pedirle que pusiera una acera
pavimentada.
―¿Tenemos que seguir discutiendo esto? ―le pregunté a Poppy.
―Sí.
Ella apareció en mi puerta con un juguete de plumas para Neville y un
pequeño recipiente de muffins de canela porque Sheila Wilder estaba
decidida a aumentarme una talla de vestido.
Con un suspiro de resignación, me metí el resto del panecillo en la boca y
cerré los ojos cuando se derritió en mi boca.
―Lo juro, ella podría conquistar el mundo con productos horneados, y
nadie se inmutaría.
Poppy se rio.
―Por favor, no me digas que tú también eres muy buena en esto. Porque
te lo juro, si apareces aquí con croissants perfectos o algo así, perderé la
cabeza.
Había mucho que uno podía llevar con esta familia. Tenían que tener
defectos en alguna parte.
Ella sacudió su cabeza.
―De ninguna manera. Adaline y Greer también están perdidas. Mamá
intentó enseñarnos y somos terribles horneando.
Estudié uno de los muffins, con la boca fruncida mientras pensaba.
―Una vez le pedí a mi ama de llaves que me enseñara a hornear. Nos
metimos en problemas cuando mi papá se enteró, así que nunca pasé de la
primera receta.
―Hornear no es una broma ―dijo Poppy―. Odio medir las cosas con
precisión, así que estaba condenada desde el principio.
Incapaz de evitarlo, saqué un poco de canela desmenuzada de la parte
superior de otro muffin.
―Entonces este festival de otoño ―dije―. Cameron hizo que pareciera
que era importante.
Poppy se dobló en el suelo, con las piernas cruzadas mientras jugaba con
Neville.
―Es una tradición más que nada ―dijo―. Normalmente es imposible
tener a toda la familia aquí, pero como mi papá no está bien... ―Ella me dio
una sonrisa triste―. Todo el mundo se esfuerza por volver aquí para verlo.
Neville golpeó la esponjosa pluma blanca y Poppy sonrió.
―Lamento que sea por una razón tan terrible ―le dije.
Quería decirle que lamentaba que hubiera perdido a su papá, pero me
sentía mal, considerando que él todavía estaba aquí.
Ella tragó, sus ojos brillaron cuando volvió a mirarme.
―Oh, mierda ―dije―, ¿vas a llorar?
Poppy emitió una risa llorosa.
―¿Tal vez?
Dejé escapar un suspiro lento.
―Okey. ―Señalé vagamente entre nosotras―. Adelante. Estoy lista.
―Es extraño, ¿sabes? Todos mis hermanos han perdido mucho; es
literalmente lo que construyó nuestra familia, pero a veces creo que me
miran como si fuera ingenua, o demasiado protegida o algo así. ―Se colocó
el cabello oscuro detrás de las orejas―. Esta es la tercera vez que mi papá
tiene cáncer. Nunca es más fácil. Nunca. ―Una lágrima se deslizó por su
mejilla y no la secó―. He tenido mucha práctica imaginando cómo sería mi
vida sin él. Eso sigue siendo una pérdida. Sigue siendo doloroso, incluso si
están justo frente a ti.
Las palabras se atascaron en mi garganta porque todo lo que me venía a
la mente me parecía trillado o demasiado simple. No sabía cómo consolar a
nadie. Mis habilidades en esa área eran patéticas.
Nunca tuve que hacerlo y mi total ineptitud me paralizó.
Así que respiré hondo e imaginé lo que me gustaría que alguien dijera si
estuviera en el lugar de Poppy.
―¿Quieres que los maldiga por ti? ―pregunté.
Ella parpadeó.
―¿A mis hermanos?
―Sí.
Su boca se abrió.
―Yo…
―Porque puedo. Ian ya me odia. Los demás no me conocen. Puede que
Greer se sorprenda, pero lo superará, y Cameron me perdonaría porque
anoche tuvimos muy buen sexo. Entonces, si quieres que les diga que se
vayan a la mierda por tratarte como a una niña, puedo hacerlo.
Por un momento, me preocupé por haberla perdido, mi única amistad
tenue en este pequeño y extraño lugar que ya no odiaba.
Luego ella se rio.
Poppy se sostuvo el estómago, la espalda contra el costado del sofá, y se
rio fuerte. Mis labios se curvaron en una sonrisa y algo en mi pecho se
aflojó.
Su risa se desvaneció después de un minuto, y mientras se limpiaba
debajo del ojo, sacudió la cabeza.
―Gracias ―dijo―. Necesitaba eso.
―Cuando quieras.
Quizás así se sentía tener un amigo de verdad. Poppy no era la ingenua y
protegida. Ese era yo. A pesar de todas las lecciones que aprendí y de todas
las cosas que me enseñaron, mi experiencia en las interacciones con mis
compañeros era asquerosamente inadecuada.
―Estoy nerviosa por conocer a tu familia ―admití―. Pero tu hermano
realmente me quiere ahí.
―Estoy segura de que sí.
Ante su tono cargado, le di una mirada seca, lo que la hizo reír de nuevo.
―No sé cómo hacer lo familiar ―dije, la ligereza de mis palabras saltó
sobre la forma pesada en que salieron de mi garganta―. Pero me prometió
que podría preguntarles a todos sus hermanos sobre sus defectos si los
conocía a todos.
Su rostro se arrugó por la confusión.
―¿Por qué?
―Para que pueda hacer una lista. ¿Lo has visto? Es ridículo. Nadie
debería ser tan perfecto, me molesta.
Poppy sonrió.
―Créeme, él no es perfecto. Es terco, trabaja demasiado y nunca se toma
tiempo para sí mismo.
―Oh, sí, por favor, dime lo desinteresado que es. Me sentiré mucho
mejor.
―Es un sabelotodo ―añadió.
―Cierto. ―Comí otro bocado de panecillo―. Continúa.
De nuevo, ella se rio.
Cuando Poppy se fue, yo estaba lista para tomar una siesta, algo que
nunca hacía, pero tan pronto como me metí bajo las sábanas, mis ojos se
negaron a cerrarse.
Estaban arenosos por la falta de sueño, mis músculos dolían por dos
(¿tres?) rondas en la cama de Cameron la noche anterior.
Definitivamente tres, pensé mientras me cubría la cara acalorada. En la
última ronda, ambos estábamos medio dormidos y él se quedó detrás de
mí mientras estábamos acostados de lado.
Por primera vez en toda mi vida, me encontré con una situación sin
ninguna indicación clara de cómo terminarían las cosas, sin saber mi
propósito.
No quería lastimar a Cameron cuando me fuera, pero ese seguía siendo
el plan. Aunque no sabía cómo hacer eso. La idea de abandonar este lugar,
esta gente, dejó mi pecho vacío, adolorido y magullado.
No era como si de repente quisiera quedarme en casa y tener diecisiete
bebés, quizás esa nunca sea yo.
Quería trabajar.
Quería construir algo con orgullo y saber que tenía algo que ver con su
éxito.
Mi papá tenía un legado creado desde cero, y podría continuarlo con
facilidad. Era una máquina bien engrasada y los engranajes seguirían
girando ya sea que él estuviera al mando o yo. Aunque ese era el futuro
que siempre supe que era mío, pensar en él ya no me resultaba tan natural.
No estaba segura de querer el camino de otra persona, aquel para el que
me educaron, donde el resultado era fácilmente predecible y carecía de
grandes riesgos.
También quería una familia.
Quizás no una grande, pero sí una mía.
En los momentos de tranquilidad, cuando me permitía pensar en un
futuro que había creado por mí (uno que no había sido creado para mí), vi
un negocio en el que podría meter las manos y construir a partir de piezas
que significaran algo. Vi uno, tal vez dos niños. Puse mi mano sobre mi
estómago y respiré profundamente.
¿Por qué, cuando cerré los ojos de golpe, uno de esos niños tenía cabello
castaño dorado y una gran sonrisa con hoyuelos?
―Por el amor de Dios ―susurré.
Me di la vuelta y agarré mi teléfono de la mesa de noche cuando supe
que la siesta era inútil.
Un mensaje de texto en mi teléfono hizo que una sonrisa involuntaria
apareciera en mi rostro.

Cameron: Si nunca vuelves a saber de mí, es porque me enterraron vivo entre el


papeleo en la tienda. ¿Vienes a salvarme?

Adjuntó una fotografía de un escritorio monstruosamente


desorganizado, con la mitad de su cara cortada en el marco.

Yo: Tus habilidades para tomar selfies son terribles. Estoy agregando eso a tu
lista.
Cameron: ¿Eso significa que no vendrás a ayudarme?
Yo: ¿Crees que trabajaríamos mucho si yo estuviera ahí?
Cameron: No. Aunque el escritorio se limpiaría bastante rápido.
Yo: Estoy segura de que sí.
Cameron: ¿Puedo verte más tarde?
Yo: Podría pasarme por la casa. ¿Dijiste que los pisos están terminados?
Cameron: Casi. El revestimiento también empezó hoy. Me gusta el color que
elegiste.
Yo: Gracias.
Cameron: Es taciturno. Un poco dramático. Me recuerda a alguien…
Yo: Me niego a que me molesten así.
Cameron: Iba a decir Ian, pero si crees que se aplica a ti, no puedo hacer mucho
al respecto.

Sofoqué una sonrisa.

Cameron: ¿Qué estás haciendo?

Giré la cámara y me tomé una foto acostada en la cama. No había nada


lascivo en eso, pero mi estómago todavía revoloteaba por los nervios
cuando la envié. Mi mano se posó en el suave subir y bajar de mi estómago,
y me mordí el labio inferior mientras él respondía, preguntándome cuánto
tiempo podría jugar con estas llamas antes de quemarme irreparablemente.

Cameron: Me niego a que me molesten así.

Me reí a carcajadas cuando mi teléfono empezó a sonar. Deslicé mi


pulgar por la pantalla y respondí.
―¿Sí?
Estaba sonriendo como loca y me preguntaba si él podría oírlo.
―Tú ganas. ¿Qué llevas puesto?
―Querido Señor, ¿esa es tu mejor frase inicial?
Cameron hizo un gruñido que hizo que los dedos de mis pies se
curvaran.
―Dime, o iré ahí y lo descubriré yo mismo.
―Tienes que trabajar ―le informé remilgadamente―. Deberías
avergonzarte de ese escritorio.
Él suspiró.
―Bien. ¿Estarás acostada en la cama todo el día?
―Iba a tomar una siesta porque alguien me cansó anoche.
Cameron hizo un sonido bajo, de risa.
―¿Sí?
―No parezcas tan engreído. No es lindo.
―No lo sé, duquesa, creo que anoche me encontraste muy lindo.
Ese maldito apodo. Me alegré mucho de que no pudiera verme.
No sabía qué hacer con estos sentimientos vertiginosos y alados.
Eran horribles. Se sentían peligrosos e innegablemente imprudentes.
Algo en el hecho de que los soltara en mi cuerpo, después de una sola
noche, me hizo sentir peligrosa e innegablemente imprudente.
―Lo hice ―reconocí en voz baja.
Cameron dejó escapar un suspiro de sorpresa al otro lado del teléfono.
―¿Lo estás admitiendo?
―Bueno, casi no tiene sentido negarlo, ¿verdad? ―Resoplé―. Tenías tu
boca entre mis piernas, y casi te arranco cada cabello de la cabeza mientras
considerabas mudarte ahí permanentemente. Si no te encontrara lindo,
tendríamos un problema mucho mayor.
Él se rio.
―Me encanta la forma en que dices las cosas, Ivy Lynch. ―Luego
suspiró―. Tengo otra llamada entrante. Greer encontró otro cliente para
nosotros a partir de dentro de aproximadamente un mes, y necesito hablar
con ella sobre sus planes.
―Ve ―le dije―. Hablo contigo más tarde.
Colgó y tiré el teléfono sobre la cama. De alguna manera, la llamada
logró relajarme lo suficiente como para poder dormir un par de horas.
Me desperté atontada y desorientada, luego me dirigí a la cocina para
tomar mi tercer muffin del día.
―¿Cómo son tan buenos? ―murmuré. Neville salió del dormitorio,
estirándose lentamente mientras cruzaba el umbral―. ¿Qué tal un paseo?
Creo que necesito tomar un poco de aire fresco.
Después de cambiarme de ropa, lo sujeté a su arnés y luego a la correa a
juego, y salimos.
Ahora tenía un sentido de orientación bastante bueno en su propiedad,
seguí el camino de entrada hacia la carretera y luego serpenteé entre los
árboles en nuestro camino de regreso. Neville era un compañero errante,
lanzándose hacia palos y rocas, maullando ocasionalmente a mis pies hasta
que lo levanté y lo cargué por un rato.
Cuando regresamos a mi casa, mi corazón latía con fuerza y mi pecho se
calentaba con la última media milla a un ritmo más rápido.
Revisé mi teléfono pero no tenía nada más de Cameron.
Pasé algún tiempo en mi computadora, filtrando listados de bienes raíces
en el área, simplemente porque no podía evitarlo. Marqué algunos como
favoritos, incluido un excelente terreno adyacente al centro del pueblo.
Revisé mi correo electrónico y cuando no había nada de mi papá, me sentí
inquieta por la falta de información sobre su visita.
Entre él y la familia de Cameron, la realidad estaba a punto de invadir
nuestra pequeña burbuja sexual no etiquetada, y no me iba muy bien
cuando las cosas no estaban tan claras.
Si su familia se dedicaba a jugar, comer y reír, entonces la visita de mi
papá sería perspectivas financieras, proyecciones de ganancias y viajes
mentales.
Me dolía el corazón cuando pensaba en Tim sentado en el porche
delantero y en la expresión de su rostro cuando hablaba de la forma en que
amaba a sus hijos.
No. No solo dolía.
Era un dolor profundo y punzante.
Presioné una mano contra mi pecho, esperando poder detenerlo. Cuando
no lo hice, supe que necesitaba algún tipo de acción, así que no me quedé
ahí sentada como un trapeador mojado.
Llamé al celular de mi papá y no contestó.
Sin pausa, colgué y llamé a la línea directa de su oficina. Ahí tampoco
contestó. Cuando llamé a su asistente, ella respondió con su tono
entrecortado habitual.
―Habla Ivy ―le dije.
―Él no está disponible ―respondió ella.
Mis ojos se entrecerraron.
―No pregunté si lo estaba o no.
Un silencio incómodo recorrió el teléfono.
Ella se aclaró la garganta.
―¿Qué puedo hacer por usted, señorita Lynch?
―¿Cuál es su itinerario para su visita a Portland mañana? Sé que tiene
una reunión matutina en el centro, pero me gustaría saber cuándo puedo
esperarlo aquí.
Ella permaneció en silencio por unos momentos.
―No creo que vaya a llegar a Sisters. Sus planes cambiaron.
Se me enfrió el pecho y me obligué a tragar para pasar el ladrillo que de
repente se había alojado en mi garganta.
―¿Qué quieres decir? Me dijo que vendría para ver mi progreso.
―Tal vez enviarle un correo electrónico sería lo mejor, Ivy.
Fue la forma cuidadosa en que respondió lo que hizo que el dolor en mi
pecho creciera. Tenía dedos largos, curvados, como fantasmas, que se
extendían a través de mis pulmones, bajaban por mis brazos y llegaban a
mis manos repentinamente frías.
Me levanté del sofá y caminé por la habitación. Estaba tan harta de rogar
por un poco de su atención. Escuché la voz de Cameron en mi cabeza.
No debería ser así, Ivy.
No debería ser así.
―Sé que está en esa oficina ―espeté―. Dile que deje de ser un cobarde y
hable conmigo, o tomaré el próximo vuelo a Seattle.
―Ivy, si tú...
―No, dile que hable conmigo en este momento. Merezco cinco minutos,
¿no? Porque prometo que si tengo que arrastrar mi trasero a través de las
fronteras estatales para llamar su atención, no le gustará mucho.
Ella suspiró.
―Dame un momento.
Cerré los ojos con fuerza y mi corazón se aceleró.
Cuando el teléfono volvió a contestar, escuché su suspiro antes de que
dijera una sola palabra.
―Ivy.
―Papá.
―¿Qué pasa? Estoy justo en medio de algo.
Ante la forma serena en que habló, mis ojos se cerraron de golpe.
No había hablado con él en más de una semana y todavía sentía la
punzada de desaprobación de la última vez que estuve en casa, pero
mantuve mi voz tranquila, debatiendo las emociones que amenazaban con
asfixiarme.
Los Lynch son irreprochables y yo me negaba a acudir a él como un
mendiga.
Aunque me sentí como tal.
―Sé que estás ocupado, pero esperaba poder verte mañana después de
tu reunión en Portland. ―Exhalé lentamente, sintiendo ese maldito gancho
debajo de mi barbilla nuevamente mientras lo forzaba una pulgada más
arriba―. Me gustaría mostrarte dónde he estado pasando mi tiempo.
Hizo una pausa un momento.
―Mi horario cambió, Ivy. Ya no haré el viaje a Sisters.
Por un momento, esperé a ver si decía algo más, si me preguntaba algo
más.
Cualquier cosa. Una sola pregunta sería el tipo de migajas con las que
podría vivir, sabiendo que hay una manera de superar esto. El tipo de
preguntas que solía hacerme sobre la escuela. Sobre mis clases. Mis
proyectos. Mis grupos y comités.
No importa lo que pasaba entre nosotros, él siempre quería saber qué
estaba haciendo para ser mejor, más inteligente, para superarme.
Pero el silencio se hizo espeso, ambos estábamos callados por razones
muy diferentes.
La mía estaba anclada en la agonía de la espera.
La suya estaba empuñada como un arma.
Cuando respiré profundamente, saboreé ese silencio en mi lengua:
amargo y acre.
Esto debe ser lo que se siente no ser útil para alguien. No solo para
alguien, sino la persona que se suponía que me amaba sin importar nada.
Mi garganta estaba bloqueada con mil cosas que quería decir. Solo había
una cosa que superaba a todas las demás.
―¿No quieres verme? ―pregunté en voz baja―. Estoy... lo estoy
intentando, papá. Estoy aquí, aunque no quería hacerlo.
―Ivy ―amonestó.
―Responde la pregunta ―dije.
―No te pongas histérica.
―No estoy histérica ―espeté―. Estoy jodidamente enojada, papá.
Incluso eso no era cierto.
Pero no podía permitir que ese pensamiento en particular tuviera
oxígeno. Prendería fuego a algo que no estaba preparada para contener.
No estaba enojada.
La ira era la emoción más fácil de captar al principio porque era más
segura. Más segura que lo real que me subía por la garganta.
―¿Por qué diablos podrías estar enojada? ―dijo, tan tranquilo, tan
sereno, tan frío―. Estás prácticamente de vacaciones, Ivy. Puedes hacer lo
que quieras durante un par de semanas en medio de la nada. No todos
tenemos ese lujo.
Mi garganta estaba en carne viva y caliente, mis ojos ardían. Neville pasó
por mis tobillos, golpeando su cabeza contra mis piernas.
―No tengo tiempo para esto ―dijo.
―Para tu hija ―agregué con voz firme―. Termina esa oración
apropiadamente si vas a tener las agallas para decirla en voz alta. No tienes
tiempo para tu hija.
Estaba callado.
―No en este momento. Mi agenda está llena, Ivy. Tengo un millón de
personas que necesitan un millón de cosas de mí, y no puedo tomarme el
tiempo para esto cuando hay otras cosas de mayor valor que ocupan mi
tiempo. ―Luego hizo una pausa y escuché un suspiro silencioso―. Te veré
cuando llegues a casa.
Lo dijo suavemente. Como si eso contara como una disculpa.
Todavía estaba sosteniendo el teléfono junto a mi oreja cuando colgó.
Cuando intenté tomar aire, se enredó profundamente en mis pulmones, en
una inhalación entrecortada que hizo que mis dedos hormiguearan
peligrosamente.
Salí de la casa antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo, la puerta
se cerró detrás de mí con tanta fuerza que toda la casa tembló.
Vi hacia los árboles y sentí que mi barbilla temblaba peligrosamente.
Un corazón roto podía venir de muchos lugares y, por lo general, no
había ningún aviso al respecto.
No era solo el amor o el sexo lo que causaba el mayor daño. Eran
momentos como este, cuando te veías obligado a reorganizar toda una vida
de lo que pensabas que era verdad.
Presioné mis manos contra mis costillas temblorosas y las sentí como una
jaula endeble para lo que debían proteger.
Un ruido escapó de mi boca y me puse una mano encima también,
tratando desesperadamente de mantenerlo dentro.
Nunca me había sentido tan sola y quería... quería...
La presión dentro de mi estómago, pecho y garganta era demasiado
apretada para poder respirar a través de ella, y por un segundo, me
pregunté qué pasaría si inclinara la cabeza hacia atrás y gritara hacia los
árboles.
―¿Ivy?
Parpadeé, mis ojos estaban peligrosamente húmedos cuando registré la
imagen de Cameron saliendo de su camioneta. Debió haber estado
conduciendo cuando me vio porque el motor todavía estaba en marcha y
caminó hacia mí, dejando la puerta del lado del conductor abierta detrás de
él.
―¿Qué pasó? ―preguntó. Sus ojos buscaron frenéticamente mi rostro,
sus manos ahuecaron mis mejillas―. ¿Estás herida?
Asentí, mi barbilla temblaba.
La primera lágrima golpeó mi mejilla antes de que pudiera detenerla, un
golpe caliente que hizo que mis costillas temblaran peligrosamente.
Luego la segunda.
Su ceño se frunció mientras me veía fijamente. Su pulgar rozó debajo de
mis ojos, pero no había forma de detener el flujo de lágrimas.
Ni siquiera lo intenté.
Sin mi mano en mi boca para detenerlo, un sollozo salió de mi garganta:
el primer crujido de la válvula de presión, luego otro, más fuerte, y me
tambaleé hacia él. Con un suave susurro de mi nombre, me abrazó,
apretándome con tanta fuerza que sabía que podía soltar cualquier cosa y
que él me mantendría firme.
Agarré su cintura, aferrándome a su espalda mientras lloraba.
26
Cameron
Puede que Ivy no hubiera llorado por mucho tiempo, pero lloró mucho.
La tomé en mis brazos y la acompañé de regreso a su casa, los pequeños
sollozos que hizo contra mi cuello causaron una incómoda sensación de
desgarramiento dentro de mi pecho.
Cuando me acomodé en el sofá, con ella todavía en mi regazo, respiró
hondo y estremeciéndose y apretó sus brazos alrededor de mi cuello. Mi
mano se movió en círculos tranquilizadores sobre su espalda mientras ella
finalmente se calmaba.
―Me cargaste ―susurró. Su mano tocó el borde de mi barbilla.
Tarareé, besando la parte superior de su cabeza.
―Es bueno saber que todavía eres muy lista.
Ella exhaló una risa suave.
―Llorar no significa que mis piernas no funcionen. ¿Es cosa de
hombres?
―Oh, sí ―dije. Con sus piernas dispuestas al otro lado de mi cuerpo,
podía tocarla ahí también. Apoyé mi cabeza contra la suya y respiré
profundamente―. Me hace sentir útil en momentos en los que no puedo
arreglar nada.
Cuando levantó la cabeza, tenía los ojos enrojecidos y las mejillas
manchadas y rosadas. Gentilmente, tomé su rostro y le puse un poco de
cabello detrás de las orejas.
―¿Quieres hablar de eso? ―pregunté.
Ella no respondió de inmediato, simplemente me vio como si no
estuviera segura de que yo fuera real. La angustia estaba estampada en
todo ese rostro hermoso y severo, crudo y agonizante.
―No ―susurró.
Nunca me había sentido tan impotente, tan desesperado por sacar lo que
fuera que la hacía sentir así, y no podía.
No podía arreglar esto.
Asentí lentamente.
―Okey. No tenemos por qué hacerlo.
Por un momento, su frente se frunció, tal vez evaluando hasta qué punto
lo decía en serio. Finalmente, su frente se suavizó y su caja torácica se
expandió con una inhalación profunda y luego una exhalación lenta.
―¿A dónde conducías? ―preguntó.
―Mierda ―murmuré―. Mi camioneta todavía está encendida. ―Ella
comenzó a levantarse y la sostuve en su lugar―. Solo siéntate ―le dije―.
El motor se apaga eventualmente una vez que abres la puerta. Creo.
Ivy no discutió, lo cual fue un milagro en sí mismo, y finalmente apoyó
la cabeza contra mi hombro con un profundo suspiro. Levantó mi mano
que descansaba sobre su muslo y enredó sus dedos con los míos mientras
los sostenía contra su cintura. Neville saltó al borde del sofá y ella se rió en
voz baja cuando él se sentó en su regazo, acurrucándose junto a nuestras
manos entrelazadas.
Nos sentamos ahí durante unos minutos, con mi nariz contra la parte
superior de su cabeza.
―Estaba conduciendo hacia tu casa ―le dije―. Los chicos terminaron
por hoy y quería ver cómo quedaban los pisos terminados.
Ella asintió.
―¿Quieres ir conmigo? ―pregunté.
Hubo un momento de silencio después de que pregunté y contuve la
respiración, esperando que ella dijera que no.
Pero entonces sollozó, acercando momentáneamente su rostro al mío.
―Seguro.
Ella levantó a Neville primero y yo observé con el pecho apretado cómo
dejaba que el gato chocara su cara contra la suya mientras él ronroneaba
ruidosamente. Ivy le besó la punta de la nariz y lo dejó en el suelo, luego,
lentamente se liberó de mi regazo.
La camioneta todavía estaba encendida cuando salimos. Antes de
seguirme hasta la puerta, Ivy se puso una gran sudadera negra que le caía
por debajo de las caderas, tapando su cuerpo por completo, y el dobladillo
de sus pantalones cortos casi desaparecía.
En circunstancias normales, haría una broma al respecto o intentaría
deslizar mi mano por el interior de sus muslos mientras ella se sentaba a mi
lado en la camioneta, pero el silencio era pesado a raíz de su tormenta
emocional.
Ivy hizo una pausa cuando se sentó en el asiento del copiloto y vio por
un momento el espacio entre nosotros en el banco, luego respiró hondo,
empujando hacia arriba la consola para poder deslizarse justo contra mi
costado, envolviendo su brazo alrededor del mío y apoyando su cabeza en
mi hombro.
Mis ojos se cerraron mientras colocaba mi mano sobre la piel desnuda de
su muslo. El momento era casi demasiado grande para ser contenido en ese
pequeño espacio, y el calor se extendió por mi cuerpo, mejor que cualquier
cosa que haya sentido alguna vez.
No estaba seguro de cómo llamarlo, qué nombre ponerle.
No era paz porque eso era demasiado arreglado. Demasiado seguro.
No, no había paz en lo que sentía por Ivy porque incluso con ella
apretada contra mi costado, su cuerpo cálido y suave sobre el mío, no
sentía que pudiera abrazarla y nunca soltarla.
El viaje fue demasiado corto y estacioné la camioneta. Era un lugar
transformado y me preguntaba qué pensaba ella al respecto. Algunos
miembros más de mi propio equipo se habían unido a nosotros los últimos
días, junto con los subcontratistas que usábamos para revestimientos y
ventanas. El revestimiento que eligió era casi negro y las contraventanas de
un cálido tono de madera.
Me pregunté si se daba cuenta de lo similar que era a los colores que
había elegido para mi propia casa.
Se tomó unos momentos para ver la casa con un silencio cargado.
Su voz era espesa cuando habló.
―Ya no se ve igual.
―Han pasado muchas cosas desde la última vez que estuviste aquí.
Salimos de la camioneta en silencio y me metí las manos en los bolsillos
mientras subíamos al porche recién arreglado. No había más inclinaciones:
tenía vigas de soporte nuevas con un estilo cuadrado.
Entramos y ella lo observó todo con los ojos muy abiertos. Los pisos
estaban terminados y mañana estarían cubiertos con papel de resina para
protegerlos mientras se realizaba el último trabajo.
A pesar de que una fuerte capa de polvo los cubría, la transformación era
bastante increíble.
Ivy atravesó la cocina y tocó suavemente los gabinetes recién pintados.
La seguí a través del dormitorio principal en la parte trasera de la casa y
el baño adjunto. Todas las decisiones que tomó fueron conscientes del
presupuesto, pero elevaron la casa mucho más allá de lo que era antes.
No permaneció mucho tiempo ahí, y subió las escaleras después de
respirar profundamente. La nueva barandilla provocó una pequeña sonrisa
mientras su mano se deslizaba por la parte superior.
No fue hasta que llegó al dormitorio de arriba que solía ser el de su
mamá que se detuvo en la puerta, agarrando el borde con una mano.
Luego la giró de repente, empujando la puerta y mirando la pared recién
pintada detrás de ella. Sus hombros cayeron.
―¿Qué? ―pregunté.
―Había algo aquí ―dijo―. Yo no... quería ver qué era. La noche que
estuve aquí.
Respiré rápidamente.
―Eran marcas de altura.
Sus ojos se encontraron con los míos.
―¿Qué?
Suavemente toqué su brazo.
―Ian lo notó mientras vaciaba esta habitación. ―La atraje hacia el
armario y abrí la puerta. En el estante superior del armario había dos
piezas cuidadosamente recortadas, la más pequeña apilada encima de la
más grande―. Me preguntó si creía que deberíamos tirarlo.
―¿Él lo hizo? ¿Por qué? ―preguntó, pero sus manos se alzaron para
tomar las piezas, incluso mientras preguntaba.
No respondí de inmediato, solo dejé que bajara ambas piezas.
La letra era la misma en ambas. La primera estaba etiquetada con años
con la edad de la mamá de Ivy. El último año en que estuvo marcada
habría sido unos años antes de que naciera Ivy. Elizabeth Ivy estaba escrito
pulcramente en la más corta de las marcas. Cuando la apartó para ver el
pequeño trozo, su barbilla volvió a temblar.
Solo había dos marcas.
Ivy Anne estaba escrito cerca de la primera, la letra mucho más
temblorosa que en la pieza grande.
―No recuerdo haber estado aquí ―susurró―. No recuerdo…
Con cuidado, me puse detrás de ella y puse mis manos sobre sus
hombros, dejando caer mi nariz en la parte superior de su cabello.
―Lo odio ―susurró.
Mis ojos se cerraron. Besé la coronilla de su cabeza.
―¿Te dolería tanto si lo hicieras? ―pregunté en voz baja.
Sus hombros temblaron y supe que estaba llorando de nuevo. Pasé un
brazo alrededor de su pecho y la sostuve por detrás.
―Él es la única persona que he tenido en toda mi vida ―dijo―, y recién
ahora me estoy dando cuenta de que en realidad no sabe cómo amar a
nadie más que a sí mismo.
Exhalé con fuerza.
Besó el borde de mi brazo, suavizando el golpe cuando se soltó de mi
abrazo, volvió a guardar los paneles de yeso en el armario y dejó escapar
un suspiro tembloroso. Cuando se giró, tenía los ojos muy abiertos y
aterrorizados.
―De ahí aprendí mis lecciones ―dijo, señalando a una persona
imaginaria que no podía ver―. Por eso no sé cómo cuidar de nadie.
Demonios, apenas puedo cuidar de mí misma, pero obtuve sobresalientes y
estaba en la lista del decano y puedo escribir una tesis de maestría. ―Se
golpeó la cara con enojo―. No sé si habría sido diferente si ella todavía
estuviera aquí, porque no la recuerdo, o a mis abuelos. Tal vez habría
venido aquí todos los veranos porque ellos querían que lo hiciera y te
habría conocido de otra manera. Tal vez habría sido una persona
completamente diferente si hubiera tenido un tipo de amor diferente al que
él me dio.
Me dolía el pecho, mi corazón dolía más allá de las palabras o la
definición.
Quería besarla. Sostenerla. Cualquier cosa, solo para hacerla sentir mejor.
―Ni siquiera me conoces, Cameron ―dijo entre lágrimas―. No sabes mi
cumpleaños ni mi película favorita ni por qué me metí en problemas en la
primaria. No tiene sentido... que estés aquí y estés haciendo exactamente lo
que necesito. ―Su voz captó las palabras y sus ojos se llenaron de lágrimas
nuevamente. Presionó una mano contra su pecho―. ¿Sabes lo aterrador
que es? Que alguien tome esta pequeña y frágil parte de ti, y está a la vista
de cualquiera, y cualquiera puede lastimarte, y... ―Se detuvo de nuevo,
respirando entrecortadamente mientras intentaba forzar las palabras―.
Podrías lastimarme tanto.
Las lágrimas corrieron por su rostro, dejó caer la barbilla sobre el pecho y
suspiró entrecortadamente.
―No sé cómo simplemente tener sexo y no... ―Ella sacudió la cabeza
cuando las palabras correctas no le salían―. No sé cómo hacer nada de
esto.
―Sí te conozco ―le dije, acercándome un paso más.
Sus ojos se encontraron con los míos y se mantuvieron.
―¿Todas esas cosas? Son detalles de mierda. ―Me encogí de hombros a
pesar de que mi corazón se aceleraba y no estaba nada tranquilo―. Sé las
cosas importantes.
Ella resopló.
―¿Cómo qué?
Incliné la cabeza y estudié el desastre absoluto frente a mí.
Ella era perfecta. Cada centímetro.
―Eres inteligente, valiente cuando importa, no aceptas ninguna mierda
y no puedo decirte lo atractivo que eso es para mí. ―Mis manos se
movieron lentamente, deslizándose alrededor de su cuello y en su cabello.
Mis pulgares rozaron el borde de su mandíbula―. Le compraste una correa
a tu gato aunque nunca has tenido una mascota porque sabes que le
gustaría salir a caminar. Eres considerada pero lo escondes porque crees
que está arraigado en ti hacer cosas como llevarle flores a mi mamá y tomar
el té con ella, o jugar ajedrez con mi papá, pero no es así. Nadie te enseñó a
hacer esas cosas, y estás aterrorizada por mi familia -lo cual entiendo,
somos un poco abrumadores-, porque sabes que este es un lugar donde no
tienes que ser nada para que te queramos aquí. No tienes que ganarte tu
lugar.
Sus ojos nunca se movieron de los míos, y lo juro, vi su corazón tal como
lo había dejado en el suelo frente a mí.
―Eso es ridículo ―susurró―. ¿Por qué alguien tendría miedo de eso?
Sonreí.
Ella suspiró, sus hombros cayeron mientras se desinflaba en mi pecho, y
su frente descansaba justo sobre mi corazón.
―Soy un desastre ―susurró.
―No, no lo eres. ―Incliné su cara hacia arriba―. Pero creo que esperaré
para besarte hasta que tengas menos mocos en la cara.
Ivy se rió, hundiendo sus dedos en la parte delantera de mi camisa,
apretando la tela como si fuera a desaparecer.
Luego levantó la cabeza.
―No sé qué va a pasar cuando regrese a casa, y tengo que volver a
Seattle en algún momento. ―Vio alrededor del dormitorio―. Todavía
venderé esta casa. No es para mí y creo que lo sabes.
Tenía la garganta apretada cuando asentí.
―Sí.
Usó el borde de su manga para limpiarse la nariz, haciendo una mueca
cuando la quitó.
―Entonces, ¿qué significa eso para nosotros? ―preguntó.
Pasé mi mano por su frente, apartándole el cabello de la cara, luego tomé
la parte posterior de su cabeza.
―No tenemos que etiquetar nada, Ivy. No tenemos que hacer una gran
declaración en este momento si eso no nos parece correcto.
―Pero la harías, ¿no? ―preguntó.
Valiente.
Mi chica no tenía miedo de preguntar.
Le di una pequeña sonrisa.
―Tal vez.
Ella resopló frustrada.
―Todos ustedes, hombres emocionalmente estables que no tienen miedo
de decir lo que sienten. Qué montón de mierda.
Me reí profundamente y, finalmente, ella esbozó una sonrisa.
Me incliné y la besé suavemente.
―¿Quieres volver a mi casa? ―le pregunté―. Solo por esta noche.
Ella arqueó una ceja.
―Eso fue lo que dije anoche.
―Creo que podemos establecer nuestras propias reglas, ¿no?
Ivy me vio fijamente a la cara y finalmente asintió.
―Supongo.
Tomé su mano y salí del dormitorio cuando ella hizo una pausa. Vi por
encima del hombro.
Se mordió el labio inferior antes de preguntar:
―¿Podemos llevar al gato? No quiero que se sienta abandonado si estoy
ausente demasiado tiempo.
Mi corazón dio vueltas en mi pecho, diciendo su nombre con cada latido
doloroso.
―Sí, podemos llevar al gato.
27
Ivy
Si pensaba que acostarme con Cameron Wilder era un giro extraño de los
acontecimientos, entonces salir con él era una puta locura.
Me desperté a la mañana siguiente (en su cama, con una de sus
camisetas) y lo encontré en la cocina preparando huevos revueltos. Estaba
sin camisa y batiendo cosas, y fue tanta estimulación matutina que casi me
di la vuelta y me arrastré de regreso a la cama con el gato.
El gato no estaba al tanto de mi llanto del día anterior, y de la forma en
que básicamente abrí mis entrañas y dejé caer todo mi bagaje emocional
para el consumo público.
La vacilación no era una emoción con la que estaba familiarizada, pero
dudé de todos modos.
¿Cómo sería diferente ahora?
Pero él me vio flotando torpemente en la entrada de la habitación y
sonrió.
―Ven aquí ―dijo.
Me crucé de brazos.
―¿Por qué no puedes tú venir aquí?
Dios, déjame a mí convertir un tramo de tres metros de su cocina en una
zona de guerra simbólica.
Levantó en el aire una cuchara de madera de aspecto elegante y señaló
los huevos.
―A menos que quieras que el desayuno esté demasiado cocido, entonces
tengo que quedarme donde estoy.
―Bien ―suspiré. Extendió un brazo y yo me coloqué a su costado,
deslizando mi mano fácilmente sobre su estómago. El rastro de vello
oscuro que desaparecía debajo de sus pantalones cortos deportivos se
sentía particularmente importante, así que pasé mi dedo sobre él, de un
lado a otro.
Se inclinó y me robó un beso acalorado.
―Nada de eso.
Sonreí, alejándome para encontrar una taza en la interminable fila de
gabinetes.
Era tan natural.
Y era tan increíblemente extraño que me pareciera tan natural que estaba
haciendo todo lo posible para no pensar demasiado en todo el asunto.
¿Era realmente tan fácil?
Simplemente estaríamos. Sin etiquetas. Sin promesas.
Disfrutando de la compañía del otro sin la angustia y el drama de
intentar fingir que no queremos estar desnudos juntos todo el tiempo.
No solo eso, sino que él manejó mi huracán emocional como un campeón
absoluto.
Todo lo que hicimos la noche anterior fue besarnos y abrazarnos porque
yo estaba demasiado agotada emocionalmente para hacer cualquier otra
cosa. De hecho, me dolía el cuerpo por las emociones arrancadas de cada
músculo, como si alguien me escurriera como si fuera un trapo de cocina.
La resaca por llorar era real y nunca había experimentado una. Mi cabeza
tenía una sensación espesa y algodonosa y mis ojos todavía estaban
cubiertos de papel de lija pegajoso.
Pero por extraño que pareciera, me sentía mejor a pesar de la mínima
vulnerabilidad que le había puesto en la cara el día anterior.
Me sentía más ligera.
Al final tendría que lidiar con mi papá.
Con el tiempo, tendría que descubrir qué significaba todo esto en
términos más amplios.
Me serví un poco de café humeante y lo vi deslizar los huevos
perfectamente revueltos en dos platos. Añadió sal, luego un poco de
pimienta y luego espolvoreó un poco de queso rallado encima.
Salté a la isla, cruzando las piernas lentamente, porque me gustaba la
forma en que me veía cuando lo hacía.
―Tengo muebles ―dijo.
―Pero esta parece una forma mucho más rebelde de desayunar. ―Tomé
el plato con una sonrisa, gimiendo cuando tomé mi primer bocado de
huevos. Cuando terminé de masticar, lo vi con escepticismo―. Tú no
hiciste esto.
―¿Ves a alguien más aquí? ―Terminó sus huevos en unos tres bocados
de lobo, lo cual no debería haber sido atractivo, luego dejó el plato y
suavemente descruzó mis piernas, colocándose entre ellas y deslizando sus
manos por la parte exterior de mis muslos―. Te mostraré todos mis trucos.
Resoplé.
―Apuesto a que sí.
Dejé el plato y pasé mis manos por su pecho, subiendo por sus hombros
y bajando por la gruesa línea musculosa de sus brazos. Me dio un beso
prolongado, frotando su nariz contra la mía antes de alejarse.
¿Cómo debo lucir ahora?
Porque en mi mente, lo veía como una tonta cachorra enamorada.
El hombre me estaba jodidamente alimentando. Me abrazó cuando lloré.
No le expliqué la situación con mi papá y él repartió orgasmos como si
fueran dulces.
Lo único que pude encontrar mal en él era su código postal.
―¿Qué vas a hacer hoy? ―preguntó.
―Le dije a Poppy que iría de compras con ella, quería encontrar un
vestido para el festival. ―Me estremecí cuando las puntas de sus dedos
recorrieron el borde de mi ropa interior―. Y necesito reunirme con Marcy
para hablar sobre la venta de todos los muebles.
Dejó caer su cabeza sobre mi hombro y enroscó sus enormes brazos
alrededor de mi trasero, acercándome al borde de la isla en un movimiento
brusco.
―¿Escuchaste algo de lo que te dije? ―le pregunté con fingida
exasperación.
―Sí. ―Su voz era apagada porque estaba suavemente tocando mi cuello
con la boca―. Pero es muy, muy difícil concentrarme cuando estás sentada
aquí con mi camisa.
Mordí una sonrisa y empujé su hombro arqueando una ceja.
―¿Ayudaría si me la quitara?
Cameron gruñó por lo bajo y me levantó sobre su hombro.
Con una risa sin aliento, agarré la cintura de sus pantalones cortos
mientras él pasaba una mano por la parte posterior de mis muslos y nos
llevaba por el pasillo hacia su habitación.
Se fue a trabajar un poco tarde, pero con una sonrisa engreída en su
rostro en la que pensé toda la mañana.

―¿Qué pasa con esto? ―preguntó Poppy. Arrugué la nariz y ella se


rio―. Okey, nada de estampados florales para ti.
―Los florales están bien ―rectifiqué―. Esos son girasoles. No soy una
chica que se viste de girasoles.
―Estoy bastante segura de que podrías usar cualquier cosa, pero...
―Volvió a colocar la percha en el estante.
―Estamos aquí para ti, ¿recuerdas? ―Hojeé algunas opciones en el
estante, sacando un vestido de color púrpura claro que se vería increíble
con su cabello oscuro. Lo levanté y ella asintió. Lo agregué a la pila en la
silla detrás de ella―. No sabía que el festival requería vestidos sexys.
Poppy suspiró.
―No lo hacen. Solo quiero lucir bien. Es un gran fin de semana, tenemos
a todos en el pueblo por primera vez en… ―se detuvo, haciendo algunos
cálculos mentales―, años. Probablemente desde que Erik trajo a Lydia a
casa para la fiesta de aniversario de mis papás. Él también estaba enfermo
entonces.
―¿Hace cuánto tiempo fue eso?
Ella suspiró.
―¿Quizás cuatro años? Ya ni siquiera puedo recordarlo. Se confunde un
poco. Es difícil con todos sus horarios. Parker está increíblemente ocupado
durante la temporada regular, Erik y Lydia viven en Seattle, al igual que
Adaline y su prometido Emmett, quien también juega fútbol, pero para un
equipo diferente, y el equipo en el que juega es el equipo que posee la
familia de Lydia.
Mis cejas se alzaron.
―¿Los Washington Wolves?
Ella asintió.
―Creo que conocí a Lydia ―dije―. En un evento benéfico para la
fundación de su mamá. Probablemente ni siquiera me recuerda.
―Estoy segura de que lo hará ―dijo Poppy, luego se animó―. Ustedes
pueden intercambiar historias de Ian. Él fue un completo idiota cuando ella
vino a casa con Erik por primera vez.
―Algo que esperar ―dije secamente.
Deambulamos por la tienda. Poppy me puso el horrible vestido en las
manos y dijo que merecía verlo después de conocer mi vida sexual con su
hermano. Honestamente, no había forma de discutir eso, así que cedí y con
un gesto de horror en mis labios, abrí la cortina para que ella pudiera ver la
monstruosidad del girasoles por sí misma.
Ella hizo una mueca.
Asentí sin decir palabra, cerré las cortinas y me puse otra vez mi propia
ropa.
Unas cuantas chicas pasaron por delante de la tienda mientras Poppy
hacía sus compras, saludaban a Poppy y luego me sonreían con curiosidad.
Dejé escapar un suspiro lento.
―¿Qué probabilidades hay de que el incidente del bar se haya contado
en todo el pueblo?
―Cien por ciento ―respondió Poppy fácilmente―. Te acostumbrarás.
―¿Pero lo haré?
Ella ignoró mi pregunta porque era retórica.
―Todo el mundo lo sabe todo ―dijo con un suspiro―. Incluso si no
quieres que lo hagan. ―Entonces se echó hacia atrás, mirando a alguien
más caminando afuera de la tienda―. Hablando de…
Me giré y vi a una mujer de cabello oscuro parada en la acera, con un
teléfono pegado a la oreja.
―¿Quién es? ―pregunté.
Poppy entrecerró los ojos.
―No puedo decir si es Harlow o no.
La mujer era deslumbrante, con grandes ojos oscuros, fuertemente
delineados alrededor de espesas pestañas oscuras.
―Ella era la... mejor amiga de Ian, supongo. Fueron inseparables
durante quince años. Siempre pensamos que se casarían, pero él insiste en
que no pasó nada. No la he visto desde que se mudó después de la
secundaria.
―¿Crees que él sabe que ella ha vuelto? ―le pregunté―. Si es que es
ella, al menos.
Ella se encogió de hombros.
―Si lo sabe, no ha dicho una palabra, y nadie más en el pueblo ha
mencionado que ella regresó. ―Sus ojos se abrieron como platos―. Ellos
también lo harían.
―Porque todo el mundo lo sabe todo ―dije.
―Exactamente.
―¿Como tu vida amorosa? ―le pregunté, era una pregunta
descaradamente incisiva.
Ella resopló.
―Mi inexistente vida amorosa. Yo era la más joven de una familia
numerosa que causaba estragos en las escuelas. Solo unas pocas almas muy
valientes intentaron invitarme a salir. Cuatro hermanos mayores y dos
hermanas que, sinceramente, son tan aterradoras como los chicos. ―Poppy
hizo una pausa―. Bueno, Adaline no da miedo. Ella es la buena. ¿Pero
Greer? Ella arruinará a alguien si arruina a su familia.
Sonreí.
―¿Quién es el hermano bueno?
No había conocido a Erik ni a Parker, pero tenía la sensación de que
sabía la respuesta a esa pregunta.
―Cameron ―dijo fácilmente, y mi pecho se calentó al saber que tenía
razón―. No me malinterpretes, es protector, simplemente lo demuestra de
una manera diferente. Él cuida a la gente. Siempre lo ha hecho. Nunca con
amenazas o miradas furiosas o golpeando a un tipo que se puso manos
largas en una cita.
Mi ceja se alzó.
―¿Has tenido de esos?
―Una vez ―suspiró, luego sus mejillas se sonrojaron de un rojo
brillante―. Era joven, todavía iba en la preparatoria. Un estudiante de
último año me invitó a salir, no estaba interesada y se adelantó un poco
cuando intenté decir que no. Le dije a Greer y ella se enfrentó al tipo
cuando se topó con él en el centro y Cameron lo vio.
―Pensé que habías dicho que Cameron no era del tipo violento.
No es que no me resultara terriblemente atractivo si golpeara a alguien,
solo si realmente lo merecían.
Dios, estaba loca por este hombre.
―Oh, no lo es. ―Tragó, sus ojos cortaron los míos―. Pero su mejor
amigo Jax...
Oh.
La mirada febril en sus ojos, las mejillas rojas y brillantes.
Todo estaba encajando. Parece que no era la única que albergaba
fantasías incómodas sobre la violencia alimentada por la testosterona.
Regresamos al auto, con nuestras bolsas de compras guardadas de
manera segura en el asiento trasero de su auto.
―¿Jax le dio un golpe a un chico por ti? ―le pregunté a la ligera.
Ella se aclaró la garganta.
―Nunca ha sido confirmado ni desmentido, pero un día Jax lo siguió
afuera de la escuela y el chico apareció con un ojo morado. Él es... ―ella
tragó de nuevo―, Jax nunca admitirá si lo hizo. Es como diez años mayor
que yo y no tiene don de gentes. Casi no me mira cuando estamos en la
misma habitación.
―¿Y tú quieres que lo haga?
Poppy no respondió de inmediato.
―Estoy lista para que alguien me mire cuando estemos en la misma
habitación ―dijo con firmeza―. Quiero sentirme querida.
―Bueno, ese vestido morado debería ayudar ―le dije―. ¿Tienes un
buen sostén push-up?
―Ugh, sí. Aunque odio usarlo.
―¿Quién no? ―Vi un toldo de rayas rosas y blancas a un par de cuadras
de la boutique de ropa―. ¿Jax ha vuelto a trabajar con Cameron ahora?
―Creo que sí. ―Me dio una mirada extraña―. ¿Por qué?
Señalé la panadería.
―Vamos a llevar donas a la casa y tú vendrás conmigo.
Ella abrió la boca.
―Sin protestar ―dije―. Me hiciste probarme un vestido de girasoles,
Poppy. ―La vi por encima del borde de mis lentes de sol―. ¿Y no tenía
razón?
Ella suspiró.
―Tenías razón. Te parecías a Pollyanna.
Me estremecí.
―Lo sé.
Poppy se rio y caminamos hacia la panadería, saliendo poco después con
tres cajas de donas. Cuando llegamos a la casa, estaba llena de actividad,
muy lejos de la última vez que la había visto, y traté de no quedarme
boquiabierta ante el absoluto caos y ruido en las pequeñas habitaciones.
Los electricistas trabajaban en los últimos dos artefactos de iluminación,
riéndose y charlando con los plomeros mientras instalaban el grifo de
bronce color champán sobre el fregadero de la cocina. El equipo de
Cameron se mezcló entre ellos, todos dando los toques finales a un espacio
que estaba completamente irreconocible desde la primera noche que entré.
Poppy me dio una sonrisa burlona cuando el trabajo continuó a pesar de
que estábamos paradas en la puerta con el brazo lleno de golosinas
azucaradas.
―Donas ―gritó―. Cómanlas ahora o me las llevaré a casa.
El trabajo se detuvo.
Luego nos rodearon, muchas sonrisas y agradecimientos, y las dos
primeras cajas se vaciaron a un ritmo alarmante. Desde el segundo piso,
aparecieron las botas de Cameron, luego sus largas piernas mientras bajaba
las escaleras, sus ojos aterrizaron infaliblemente en los míos cuando llegó al
rellano. Ian estaba siguiendo a Cameron, y detrás de él, apareció un
hombre alto y musculoso con cabello oscuro y rasgos duros, con tinta
cubriéndole los brazos debajo de la camiseta negra estirada sobre su pecho.
Cameron me dio una sonrisa de satisfacción.
―Esto es una sorpresa.
―Quería agradecer a todos por trabajar en esto tan rápido ―dije.
Tomó una dona cubierta de chocolate y se comió aproximadamente la
mitad de un bocado. Mientras veía su boca, esos talentosos labios suyos se
estiraron en una peligrosa sonrisa.
―Cuidado, duquesa, me vas a hacer cometer una locura si sigues
mirándome así.
Aparté la mirada, con las mejillas calientes y mi respiración entrecortada
porque ahora fantaseaba con Cameron, el chocolate y los usos creativos de
las chispas. Él se rio mientras se alejaba de las donas.
―Este es Jax ―dijo Cameron, señalando a Alto, Oscuro y Tatuado detrás
de él―. Que no te sorprenda si no puede formar una sola oración cortés.
Jax empujó su hombro contra el de Cameron, asintiendo brevemente
mientras sacaba una dona de la caja.
―Gracias ―dijo con voz profunda. Lo observé atentamente mientras
sonreía y, tal como Poppy predijo, él no le dio una sola mirada antes de
darse la vuelta y alejarse. Mis ojos se posaron en los suyos y ella arqueó
una ceja.
Te lo dije, gritaba su expresión facial.
Mis labios se juntaron para ocultar mi sonrisa y ella suspiró
audiblemente.
Mientras agarraba la caja en mis manos, Ian se acercó lentamente. Dejé
escapar un suspiro lento y encontré su mirada.
―Escuché que fuiste tú quien construyó esa nueva barandilla en las
escaleras ―le dije―. Es impresionante.
―Solo es parte del trabajo ―dijo con humildad―. Me alegro de que te
guste. ―Agarró una dona y me asintió rápidamente―. Gracias.
Antes de que pudiera darse la vuelta, di un paso adelante.
―Sé que tú y yo no tuvimos un gran comienzo, y creo que es porque
somos bastante similares en la forma en que nos acercamos a las personas
nuevas.
Sus ojos eran cautelosos y los míos probablemente parecían similares.
―Podría ser.
―Por eso quería agradecerte por algo.
Hizo una pausa, sus ojos oscuros pensativos.
―¿Por qué?
Cerré la caja y la puse sobre un caballete a mi lado.
―Por recortar esas marcas de altura que encontraste. ―Con cuidado,
junté mis manos frente a mí―. No tenías que hacer eso, y agradezco tu
consideración porque habría sido muy fácil para ti ignorarlo, según
nuestras interacciones anteriores.
Ian suspiró, su cuerpo se suavizó ligeramente mientras asentía.
―Me gustaría esa parte de mi familia, si no tuviera muchos de ellos.
―Luego vio a su alrededor―. Es una buena casa, se nota que les encantaba
en pequeños pedazos como ese.
Tenía la garganta insoportablemente apretada y tragué para superar la
emoción persistente alojada ahí.
―Creo que tienes razón. Espero que a quien viva aquí le guste de la
misma manera.
Su mandíbula se movió, pero no dijo nada, luego me vio pensativo y
levantó la dona.
―Gracias de nuevo.
―De nada.
El pecho de Cameron rozó mi espalda y se paró a mi lado.
―¿Qué fue eso? ―preguntó, en voz baja y tranquila mientras hablaba
cerca de mi oído.
Vi a Ian subir las escaleras, sintiendo mi pecho cálido, feliz y ligero.
―Una tregua, creo.
―Una tregua con Ian ―murmuró―. ¿Por qué eso me aterroriza?
Me reí en voz baja.
―¿Tal vez porque me daría la lista más larga de tus defectos?
Cameron suspiró.
―Probablemente.
Me giré y lo vi a la cara, sabiendo plenamente que no podía besarlo
frente al equipo como quería.
―Hoy he decidido algo ―le dije.
Estaba mirando mi boca como si tuviera pensamientos similares.
―¿Qué?
Mi mano jugó brevemente con el borde de su manga donde estaba
enrollada sobre sus antebrazos.
―Creo que tiene sentido para mí quedarme contigo en tu casa.
Las cejas de Cameron se arquearon por la sorpresa.
―¿Sí?
Sonaba muy engreído y entrecerré los ojos en respuesta.
―Sí, pero no tiene nada que ver con tus habilidades en el dormitorio.
Se acercó un poco más y agachó la cabeza hacia la mía.
―¿Ah, sí?
―Sí. ―Suspiré como si estuviera terriblemente molesta―. Si me quedo
en un hotel, tendría que dejar a Neville contigo, y no quiero que piense que
es parte de un hogar roto donde solo me ve la mitad del tiempo. Le
producirá un complejo y simplemente no puedo imaginar las facturas de la
terapia por eso.
Cameron se rio, un sonido retumbante y feliz que surgió desde lo más
profundo de ese pecho grande y fuerte. Quería envolverme en eso como si
fuera una maldita manta.
―Lo que tú digas, duquesa. ―Me vio a la cara como si el deseo de
besarme fuera casi imposible de ignorar―. Lo que tú digas.
28
Cameron
―¿Qué quieres decir con que aún no la has invitado a una cita? ―me
preguntó Greer.
―Quiero decir, hemos estado ocupados esta semana ―le dije―. Estamos
tratando de mantener esto informal.
Enrollé los planos y los metí nuevamente en el tubo para guardarlos,
luego se lo entregué. Ni siquiera la vi azotarme hasta que me golpeó en un
lado de la cabeza.
―Ouch. ¿Qué demonios fue eso?
Sus ojos estaban haciendo esa mirada aterradora que normalmente
reservaba para sus otros hermanos, nunca estaba dirigida a mí.
―Así que has estado durmiendo con ella durante más de una semana,
ella básicamente se mudará contigo para que Erik y Lydia puedan tener la
casa de huéspedes cuando lleguen aquí mañana, ¿y no has llevado a la
chica a cenar? ―Resopló de disgusto―. Ni siquiera puedo soportar verte.
La actitud defensiva sabía muchísimo a tiza amarga y traté de tragarla.
No era como si no quisiera llevar a Ivy a algún lado, pero parecía que
siempre nos quedábamos dentro.
Y luego nos quedábamos en la cama, pero no pensé que eso ayudaría a
orientar la conversación con Greer.
Así que hice lo que haría cualquier buen hermano y le respondí.
―¿Cuál fue tu primera cita con tu esposo otra vez? ―pregunté,
tocándome la barbilla―. Oh, es cierto, estabas entrevistando a posibles
candidatos a esposo. ―Cuando intentó golpearme con el tubo nuevamente,
lo agarré en el aire y le di un buen tirón―. Deja de pegarme.
―¿Estás tratando de perderla? ―me preguntó.
Eso me hizo hacer una pausa, y mi corazón se apretó con fuerza e
incómodo ante la idea.
―Por supuesto que no.
―Entonces llévala a cenar, idiota. ―Ella chasqueó la lengua―. Dios,
¿dónde estarían ustedes, hombres, sin que les digamos qué hacer?
―¿Realmente quieres que responda esa pregunta?
Greer entrecerró los ojos y yo le revolví el cabello al pasar. Intentó darme
un puñetazo en el estómago y yo lo esquivé con una breve risa.
Wade entró al taller y devolvió un compresor de aire roto que necesitaba
reparación.
―Estamos a punto de terminar en la casa ―dijo―. Los chicos están
colocando los últimos herrajes, instalando las cerraduras, los pomos de las
puertas y demás. ―Vio entre Greer y yo―. Solo estoy esperando las
inspecciones del municipio. El equipo de limpieza llega el lunes, el
revestimiento del granero terminará al día siguiente y estará listo.
Greer me dio una mirada cargada.
―Gracias, Wade ―le dije distraídamente.
―Que tengan una buena noche ―nos dijo.
Terminé de ordenar mi escritorio y luego me senté en la silla y me pasé
una mano por la cara con cansancio.
―Una buena cena, ¿eh? ―dije―. ¿Eso bastará?
Ella se sentó en el borde de una mesa de trabajo.
―¿Quieres que se quede más tiempo? ―preguntó con cuidado.
―Por supuesto que quiero que lo haga.
―Bien, ¿vas a pedirle que se quede más tiempo?
Hice rodar un lápiz entre mis dedos y vi fijamente la punta desafilada de
la mina.
―Si pensara que eso es lo que ella quería, pero no sé si lo es. ―Vi a mi
hermana―. Toda su vida transcurre en Seattle.
Greer exhaló lentamente y por la mirada de sus ojos me di cuenta de que
no me iba a gustar lo que tenía que decir.
―¿Y eso qué?
Mi frente se frunció.
―¿Y eso qué? ¿Eso es todo?
Ella se encogió de hombros.
―Ahora tenemos estos locos artilugios llamados aviones.
―Es más que los vuelos y lo sabes.
Su sonrisa era triste.
―Lo sé, es imposible para ti actuar de forma informal, ¿no? No importa
lo que digas.
―¿Con Ivy? ―le pregunté―. Sí. Es imposible.
―Ustedes, chicos Wilder ―dijo con cariño―. Una vez que se enamoran,
se enamoran con fuerza y no hay forma de detenerlo, ¿verdad?
La vi.
―Como si fueras diferente con Beckett.
Ella resopló.
―Tienes razón.
―Hablando de Beckett, ¿a qué hora llegará mañana?
―Justo a tiempo para la cena. Él y Parker alquilaron un avión desde
Portland justo después de una reunión de equipo que no pueden perderse.
―Gran fin de semana ―dije en voz baja.
Greer asintió.
―Gran fin de semana. ―Luego se puso de pie y recogió su bolso―. Voy
a regresar a la casa. Mamá y papá estaban viendo una película con Olive
cuando me fui y le prometí a mamá que la ayudaría a preparar la cena.
Asentí.
―Okey.
―¿Crees que te unirás a nosotros esta noche? ―preguntó.
―No. Creo que podría escuchar a mi hermana, que es muy inteligente,
pero no le digas que dije eso. Es desagradable cuando tiene razón.
Greer se rio.
―Trato hecho. ―Entonces me dio una mirada mordaz―. Diviértete.
Después de que ella salió de la tienda, saqué mi teléfono y le envié un
mensaje de texto rápido.

Yo: Te recogeré en una hora. Ponte algo bonito.


Intenté descubrir qué le pasaba a mi estómago cuando llegué a la casa de
huéspedes y eché un último vistazo por el espejo retrovisor.
No pensé que estuviera enfermo, pero cuando agarré el pequeño ramo
de flores silvestres que había cortado del jardín de mamá y enderecé el
cuello de mi camisa de vestir, sentí que me iba a desmayar.
No tuve tiempo para afeitarme. Ya fue bastante difícil terminar mi
trabajo y darme una ducha rápida antes de cambiarme de ropa y llegar a
tiempo a casa de Ivy.
Los peligrosos movimientos en mi estómago solo aumentaron cuando
salí de la camioneta y me acerqué a la puerta.
Dios, estaba tan fuera de práctica.
Mi última primera cita fue... me detuve y fruncí el ceño mientras
intentaba recordar.
No pude.
La fuerte bocanada de aire que salió de mi boca fue áspera y fuerte, y me
golpeó como ese estúpido tubo que Greer me azotó en la cabeza.
Estaba nervioso.
Inmediatamente, exhalé una risa tranquila porque a Ivy le encantaría que
le dijera eso.
No había nada por qué estar nervioso, me dije, porque durante toda la
semana me había familiarizado más que suficiente con Ivy Lynch en todo
tipo de formas nuevas.
Le gustaba el sexo matutino y las largas duchas haciendo Dios sabe qué
ahí durante unos treinta minutos. Acaparaba las mantas y se acurrucaba
mientras dormía. Ella era despiadada a la hora de hacer la cama y ya había
recibido tres tutoriales sobre cómo doblar las esquinas a los pies del
colchón, pero aún no podía hacerlo bien. Observaba el mercado de valores
mientras tomaba café y hacía crucigramas a una velocidad increíblemente
intimidante.
Me pateaba el trasero jugando ajedrez, pero nunca se mostraba engreída
al respecto.
Y todo eso me pareció casual y fácil, porque era conocimiento adquirido
poco a poco.
Esto se sentía decidido.
Grande y arriesgado.
Y mi hermana tenía razón: era estúpido que no lo hubiera hecho todavía,
porque quería hacer cosas arriesgadas y con propósito para esta mujer.
Deslicé una mano por el frente de mi camisa y llamé a la puerta.
―Entra ―dijo desde el interior.
Cuando entré, ella estaba de espaldas a mí, poniéndose los aretes con la
ayuda del gran espejo apoyado contra la pared.
Sus ojos se encontraron con los míos en el espejo y puse una mano sobre
mi corazón, tarareando levemente al verla.
―Eres tan hermosa ―le dije.
La sonrisa de Ivy era pequeña, apenas un leve tirón en la comisura de su
boca, y cuando terminó con su arete, se giró lentamente, estudiándome de
pies a cabeza.
Llevaba un vestido verde intenso que se ceñía a su figura, con una V
profunda por delante y por detrás. Su cabello estaba rizado nuevamente,
pero apartado de su rostro. Sus pestañas eran más oscuras esta noche, sus
ojos delineados con mucho maquillaje y la larga cadena de oro que llevaba
el primer día que la vi hundida en la V del vestido, con una pequeña hoja
de oro colgando al final, apoyada contra el delicioso toque de escote.
Se acercó lentamente, su mano recorrió ligeramente las solapas de mi
saco de traje color carbón oscuro. Sus ojos se detuvieron en la base de mi
garganta, donde tenía desabrochado un botón de la camisa de vestir
blanca.
―Tú también ―dijo simplemente, luego se levantó sobre las puntas de
sus pies y me dio un suave beso en los labios―. Me gusta que lleves traje
―susurró.
Sonreí, rodando mi frente contra la suya mientras luchaba contra el
impulso de arrancarle la maldita cosa y hacer lo mismo con su bonito
vestido verde.
―Tengo uno. Lo uso para bodas y funerales ―hice una pausa―, y para
las primeras citas con mujeres hermosas.
Sus ojos bailaron de risa mientras se alejaba.
―Bueno, lo usas bien incluso si no lo usas a menudo. ―Ella tarareó,
deslizando su mano sobre mis hombros―. Te queda perfecto.
Enrosqué mi mano sobre su cadera y le di un beso en la frente.
―Estas son para ti ―le dije, y le entregué las dalias.
―Gracias. ―Después de una rápida inhalación de agradecimiento, sacó
un vaso del armario y puso las flores en agua, colocándolas en el centro de
la isla―. Estoy lista si tú lo estás.
Nuestros ojos se encontraron y se sostuvieron cuando le abrí la puerta,
como si ninguno de los dos pudiera creer que estábamos haciendo esto
después de un comienzo tan atrasado en lo que fuera esta relación.
Los nervios desaparecieron tan pronto como salimos, mi mano
descansaba ligeramente en su espalda baja mientras le abría la puerta del
copiloto.
Una vez dentro de la camioneta, la sorprendí cerrando el espejo del lado
del copiloto mientras se aclaraba la garganta. Tenía las manos fuertemente
entrelazadas en el regazo y movió los hombros como si estuviera a punto
de encontrarse con un pelotón de fusilamiento.
―No estás nerviosa, ¿verdad, Ivy Lynch? ―bromeé.
―No seas ridículo ―dijo en tono altivo―. Me desperté esta mañana con
tu boca entre mis piernas. ¿Por qué tendría que estar nerviosa?
Me reí de buena gana, luego puse mi mano en su muslo, y mi ritmo
cardíaco se ajustó a un ritmo normal cuando ella deslizó sus dedos entre
los míos para conducir.
―Yo lo estaba ―admití.
Su cabeza se giró en mi dirección.
―¿En serio?
―Un poco. ―Levanté su mano y rocé suavemente mi boca contra la piel
de sus nudillos―. Debería haberte pedido que hicieras esto en el momento
en que llegaste al pueblo.
Su garganta trabajó en un largo trago.
―Habría dicho que no entonces.
Sonreí.
―Lo sé, pero aun así debería haber preguntado.
Elegí el restaurante más bonito que se me ocurrió en Redmond, con
paredes de ladrillo a la vista y una iluminación suave y romántica, y pedí
una mesa en la esquina trasera cuando llegamos.
Como era una noche entre semana, estaba bastante tranquilo y pudimos
sentarnos uno al lado del otro en el reservado que seleccionaron para
nosotros.
La conversación fue fácil mientras tomábamos nuestras bebidas y
leíamos el menú. Teníamos gustos musicales similares y ninguno de los
dos pasaba mucho tiempo viendo películas o televisión.
Le gustaba la ficción histórica o las biografías si leía un libro.
A mí me gustaban las memorias de guerra y algún que otro misterio.
Ambos pedimos carne, pero ella prefirió un filete medio crudo y yo pedí
costilla.
Sus modales eran impecables y la vi cortar el filete con una sonrisa
flotando en mis labios.
―Deja de mirarme así ―dijo tranquilamente.
―No puedo evitarlo. Eres tan remilgada y propia. Me hace pensar en
todas las formas en que no lo eres.
Ivy suspiró, como si estuviera terriblemente molesta, pero sus labios se
curvaron cuando se llevó otro bocado de filete a la boca.
Inclinó sus piernas hacia mí debajo de la mesa mientras tomaba un sorbo
de vino.
―Uf, no puedo creer que esté sentada así voluntariamente. ―Su nariz se
arrugó y luego me vio de reojo―. Es tu culpa.
Me reí en voz baja y dejé el vaso de whisky que había pedido para
estudiarla más abiertamente.
―¿Sí?
―Por favor. Sabes exactamente lo que ese traje hace por la parte superior
de tu cuerpo. ―Ella resopló, con una inclinación altiva en su barbilla que
ya me tenía medio duro―. Si estás en el lado opuesto de la mesa, no puedo
tocarte de manera inapropiada cuando me apetece. ―Ella arqueó una
ceja―. Una práctica inaceptable en materia de citas.
Mi brazo se acomodó fácilmente detrás de su espalda a lo largo de la
parte superior de la cabina, y ella se inclinó aún más hacia mi costado.
Mucho más de eso y ella estaría en mi regazo.
―Tendré que estar de acuerdo contigo en eso, duquesa ―le dije
fácilmente. Con una rápida mirada alrededor del restaurante para
asegurarme de que nadie estuviera mirando, me incliné y jugué con sus
labios con los míos. Ella se suavizó inmediatamente, abriendo la boca para
tocar ligeramente su lengua con la mía.
El vino fue lo primero que probé y me obligué a retroceder, sin querer
montar una escena en el restaurante.
Decidimos pedir postre para llevar, un trozo de rico pastel de chocolate
que podíamos compartir mientras ella estaba sentada en la isla de mi
cocina y yo estaba entre sus piernas. Comimos la mayor parte de nuestra
comida de esa manera durante toda la semana y rápidamente se estaba
convirtiendo en mi forma favorita de desayunar.
―¿Por qué todavía me llamas así? ―preguntó.
―¿Te molesta?
―No ―dijo con un suspiro―. Incluso cuando fingí que sí, no fue así.
Sonreí.
―Me dijiste en el ascensor que nadie se burlaba de ti. Probablemente me
gustó demasiado saber eso.
Ella tarareó, tomando el último sorbo de su vino.
―Lo sé, pude verlo en tus ojos cada vez que lo decías. Estaba convencida
de que eras en parte sádico porque querías que te arrastrara y te abofeteara.
Con una risa, observé mientras ella tomaba mi mano, la giraba y
deslizaba sus dedos por el interior de los míos.
―Todo en mi vida era muy serio ―dijo en voz baja―. Serio y con guión.
―Ivy no estaba sosteniendo mi mano. Simplemente trazaba las líneas en
mi palma, arrastrando sus dedos sobre los callos ahí―. Y estoy tratando de
descubrir si esto, tú y yo, se siente como una rebelión o una emancipación.
Era natural que esta cita pudiera acercarnos a una conversación que
nunca habíamos planeado tener, e Ivy evitó el contacto visual mientras
hacía esas confesiones que probablemente no tenía intención de hacer.
Y tenía la sensación de que si esa era su intención, no me estaba
buscando para ayudarla a tomar una decisión.
―¿No conduce a veces lo primero a lo segundo? ―pregunté.
―Supongo que sí. ―Sus ojos finalmente se encontraron con los míos.
La mesera dejó la cuenta sobre la mesa y yo me adelanté para sacar mi
billetera del bolsillo trasero y puse mi tarjeta de crédito en la elegante
cartera de cuero.
―Gracias por la cena ―me dijo―. Estuvo delicioso. ―Luego me vio a la
cara―. La compañía también fue aceptable.
Vi su boca, luchando contra una sonrisa.
―Aceptable ―murmuré―. Me pregunto qué se necesita para
impresionar realmente a Ivy Lynch.
Ella inhaló lentamente, mirando alrededor del restaurante mientras yo
deslizaba mi mano por la piel desnuda de su espalda hasta que mis dedos
bailaron dentro del borde de su vestido, donde se encontraba con su caja
torácica.
―Eres un hombre inteligente. Pensarás en algo antes de que lleguemos a
casa.
Era bueno que no me viera, porque mis ojos se cerraron de golpe ante su
uso casual de la palabra.
No pensé que ella lo dijera de esa manera, pero Dios, quería que lo
hiciera.
Acuné su mandíbula con la otra mano y rocé mis labios con los suyos
antes de hundirme más profundamente en el beso con un gemido bajo.
Gentilmente, pasó sus dedos por el cabello de mi nuca y pasó su lengua
por la mía.
Nos retiramos, ambos respirando con dificultad cuando la mesera se
acercó con un deferente carraspeo.
―Su postre ―dijo, dejando una pequeña bolsa con una sonrisa de
complicidad.
―Gracias ―le dije.
―Tengan una maravillosa tarde.
Le tendí la mano a Ivy después de levantarme de la mesa y ella entrelazó
sus dedos con los míos mientras salíamos del restaurante. Los ojos nos
siguieron mientras caminábamos, pero no fue porque me conocieran a mí o
a ella. No pude evitar pensar que era simplemente porque nos parecíamos
mucho a una pareja joven desesperadamente enamorada el uno del otro.
El aire era fresco cuando caminábamos por la acera. El centro de
Redmond era más grande que Sisters, las fachadas de los edificios de
ladrillo, las grandes jardineras repletas de flores de colores brillantes y un
alto arco de hierro forjado conservaban el encanto que siempre me había
gustado de un pueblo pequeño.
Ivy permaneció en silencio mientras caminábamos, estudiando la
pintoresca calle con una mirada penetrante en sus ojos.
―Tus ruedas están girando ―dije.
Ella arqueó una ceja y me vio.
―¿Cómo puedes saberlo?
Levanté la mano para alisar el borde de mi pulgar justo entre sus cejas.
―Tienes un lindo pellizco justo aquí cuando estás pensando mucho.
―Le echaré la culpa a mi papá ―dijo―. Él hace lo mismo.
No dije nada, solo apreté con más fuerza su mano mientras
caminábamos, porque yo tomaría la iniciativa en lo que respecta a ese
tema.
―Toda mi vida, él me crio con un propósito. Ponerme en sus zapatos
algún día. ―Ella detuvo sus pasos, mirando hacia un escaparate con
ventanas del piso al techo y una puerta de entrada de color rojo brillante
flanqueada por maceteros negros llenos de hojas verdes brillantes―. Mis
cuentos antes de dormir eran informes de la junta directiva. Nuestras
vacaciones no eran realmente vacaciones. Siempre se centraron en la
investigación de mercados. Señalaría los pros y los contras de cualquier
ubicación que estuviera pensando en comprar. Por qué podría cobrar más.
Por qué cobraría menos. Por qué lo había dividido en múltiples espacios.
Por qué compraría un terreno y construiría algo desde cero. Me pregunto
qué haría él cada vez que veo un espacio en venta, y lo dejaba antes de que
sepa por qué.
Traté de descubrir por qué este escaparate en particular le llamó la
atención, pero de todos modos escuché atentamente.
―Y absorbí cada palabra ―dijo―. Creo que fue la forma en que se
relacionaba conmigo, o lo intentaba, pero recuerdo haber visto pequeñas
tiendas como esta y preguntarme cómo diablos podía separarse de lo que
fuera que entraba en esos espacios que compraba. ―Ivy avanzó y tocó
suavemente el cristal con su mano libre. Detrás del cristal se exhibían
zapatos y elegantes bolsos de cuero. Cuadros grandes y atrevidos y un
maniquí sin rostro con un vestido rojo escarlata―. ¿No querrías saber si
tendrían éxito? ―Entonces ella me vio―. ¿No lo harías?
Logré asentir, incapaz de hablar.
Detrás de mis costillas, algo grande y aterrador comenzó a construirse,
empujando insistentemente los confines de ese pequeño espacio hasta que
ya no pude ignorarlo más.
No quería fingir que no habría un enorme agujero en mi futuro si ella no
era parte de él porque lo habría.
―¿Eso es lo que tú también quieres? ―le pregunté, y mi voz salió
entrecortada y cruda, como si alguien dejara caer un cactus en mi garganta
y me obligara a hablar alrededor de él.
No respondió de inmediato, su pecho subía y bajaba con respiraciones
rápidas que contradecían la expresión tranquila y firme de su rostro. Fue
solo ese ligero surco en su frente lo que la delató.
―No lo sé ―susurró, luego levantó la vista hacia mí y sus ojos
suplicaban por algo sin nombre―. Pero creo que mi papá también se
separó de mí. En este momento, para él, parezco una inversión que no dio
frutos. Soy como todos esos grandes edificios vacíos que él puede convertir
en lo que sea necesario. No importa lo que haya dentro de ellos, ¿sabes? ¿Y
no debería importarle?
―Sí. ―Tomé su rostro entre mis manos―. Sí.
Dios, a mí me importaba.
Importaba tanto que si ella realmente quisiera volar de regreso a Seattle y
ganar mil millones de dólares con todos esos edificios vacíos,
probablemente destrozaría mi vida para mantenerla en ella.
Ivy se metió en mi pecho y envolvió sus brazos alrededor de mi cintura
debajo de mi saco. Cuando la rodeé con mis brazos y puse mi barbilla en la
parte superior de su cabeza, ella exhaló lentamente.
Nos quedamos así durante un largo momento, simplemente respirando
el uno al otro.
Luego vio hacia arriba.
―¿Cuál fue el mejor regalo de Navidad que recibiste?
El calor irradió a través de mi pecho ante la mirada en sus ojos. Casi me
dolió porque se sentía muy bien.
Esa fue probablemente la parte más aterradora de pasar de “podría amar a
esta persona” a enamorarme en sí. No era complicado ni doloroso ni
ruidoso. Eran momentos tranquilos como este, cuando veías el momento
en que lo que estás sintiendo estaba anclado en algo real, y se construyó en
cientos de intercambios diferentes que todos parecieron pequeños en ese
momento.
―Poppy ―respondí fácilmente―. Ella nació en Nochebuena, y cuando
todos fuimos al hospital a verla, Sheila puso un gran lazo rojo encima de la
manta en la que la habían envuelto. ―Sonreí―. Era solo… caos en esa
habitación del hospital con todos los niños. Fuerte y ruidoso y todos
estábamos peleando por quién la abrazaría primero, pero recuerdo mirarla
profundamente dormida en ese moisés de plástico con la cinta roja y
pensar: nunca habrá un regalo de Navidad que supere esto. ―Me encogí
de hombros―. Y no lo hubo.
Ivy sacudió la cabeza lentamente y recorrió mi rostro con cariño.
―Increíble.
―¿Qué?
Sus ojos brillaron.
―Esa es una respuesta tan perfecta que me enferma.
Con una risa profunda, apreté mis brazos y luego la besé.
Sus labios eran tan dulces, los sonidos que hacía tan perfectos. Su cuerpo
se arqueó contra el mío y no deseaba nada más que el poder de congelar el
tiempo.
Sus manos se aferraron a mi espalda y no me dejó alejarme, incluso
cuando rompí el beso para tratar de estabilizar mi respiración.
Finalmente, dio un paso hacia atrás y pasó su mano por el hueco de mi
codo cuando se lo ofrecí. Caminamos así el resto del camino hasta mi
camioneta, y ella todavía parecía sumida en sus pensamientos cuando le
abrí la puerta y le di mi mano para ayudarla a subir.
Nuestro viaje a casa fue cómodamente callado, con su mano apretada en
la mía.
De regreso a mi casa, nos desvestimos lentamente, intercambiando
largos y lujosos besos y manos errantes. Por primera vez, Ivy quería tener
el control, y Dios, estaba tan perdido por ella que no había ningún
argumento por mi parte. Me empujó hacia atrás en la cama y ancló sus
manos en mi pecho mientras pasaba su pierna sobre mi regazo.
Con sus senos rozando mi pecho, nos besamos y besamos hasta que mis
manos agarraron sus caderas con fuerza apenas contenida.
―Ivy ―le rogué.
Se sentó, arqueando la espalda como un gato, con los ojos fijos en los
míos y una sonrisa en los labios, y solo rompió la mirada cuando inclinó la
cabeza hacia atrás y se hundió sobre mí con un silbido de satisfacción.
Era como el cielo.
De alguna manera, solo mejoró. Mi anhelo por ella nunca estaba
satisfecho.
Esto solo me hizo querer más y más.
Lentamente, ella se balanceó hacia adelante y hacia atrás, y luché contra
el impulso de aumentar el ritmo y levantar mis caderas debajo de ella. Así
que me recosté y la vi perseguir su placer, apretando los dientes cuando
arrastró sus uñas por mi pecho y estómago mientras sus caderas
comenzaban a moverse más rápido, mientras se presionaba contra mi
estómago y encontraba el ángulo correcto.
Su frente se frunció cuando mis dedos apretaron su trasero.
Ella se corrió con un lento y suave gemido y me senté, inclinando mi
boca sobre la suya en un beso abrasador. Nos giramos y ella subió su
cadera a mi costado y me besó con besos lentos entrelazando nuestras
lenguas cuando llegó mi turno de perseguirlo.
Y lo hice.
Me golpeó como un tren de carga, descendiendo a lo largo de mi
columna cuando ella inclinó sus caderas hacia arriba al mismo tiempo que
yo empujaba las mías.
―Eso es ―le dije, luego besé sus dulces, dulces labios―. Eso es.
Nos giramos de costado, con las piernas y los brazos entrelazados. La
besé en la frente y ella colocó sus brazos entre nosotros mientras yo la
abrazaba con fuerza contra mi pecho. La mantendría ahí para siempre si
me dejaba, y esa era la parte más aterradora de enamorarse de alguien.
No había garantía de que ella sintiera algo parecido a lo mismo.
Mis brazos se apretaron y le di un beso en la parte superior de la cabeza
mientras ella recuperaba el aliento.
―Esa fue la mejor primera cita que he tenido ―susurró.
Sonreí.
―La mía también.
Ivy se quedó dormida rápidamente después de eso, y mientras yo
memorizaba el ascenso y descenso de sus costillas mientras respiraba
profunda y uniformemente, traté de no pensar en dormir en esta cama sin
ella conmigo.
29
Ivy
Todo dentro de la casa de Tim y Sheila Wilder parecía un maldito cuadro
de Norman Rockwell, y una gran parte de mí todavía estaba tratando de
descubrir cómo diablos terminé justo en medio de eso.
Ni siquiera hacía frío afuera, pero un fuego crepitante en la enorme
chimenea de piedra servía como ancla al centro de la casa.
Yo estaba en el sofá con un libro de crucigramas sobre una almohada en
mi regazo.
Poppy se sentó en el lado opuesto del sofá, con su Kindle en una
posición similar.
Ian estaba en la cocina con Sheila, ayudándola con algo que olía casi a
narcótico.
Cameron veía fútbol con su papá y, si era honesta, sonaba como si
estuvieran hablando un idioma diferente.
―¿Por qué lo ejecutarías en cuarto y quince? ―preguntó Cameron.
Tim hizo un gesto para pedirle agua y Cameron se inclinó para
entregársela.
―Porque su coordinador ofensivo es un idiota.
El juego se desarrollaba tranquilamente de fondo y observaba los
cuerpos retorcerse. No parecía que hubiera ningún plan para lo que
estaban haciendo, simplemente trepando como hormigas en ese campo
verde esmeralda.
Desde que Cameron lo señaló, podía sentir ese maldito surco en mi
frente cuando pensaba.
Probablemente me arrugaría ahí primero.
―¿Qué? ―preguntó Cameron. No estaba sentado a mi lado. Habíamos
decidido que copiosas muestras de afecto físico frente a su familia eran una
mala idea. Principalmente porque no podíamos quitarnos las manos de
encima cuando estábamos al alcance de la mano y montarlo en el sofá
podría hacer que conocer al resto de su familia fuera un poco incómodo―.
Puedo verte pensando ahí.
Tim sonrió.
―¿No está ella siempre pensando?
―Desafortunadamente, sí ―estuve de acuerdo. Excepto cuando estaba
teniendo relaciones sexuales que alteraban el cerebro con su hijo, pero
decidí guardármelo para mí―. Solo estoy tratando de descubrir cómo
alguien puede entender lo que está sucediendo en ese campo.
―¿Supongo que no ves mucho fútbol en casa con tu papá? ―me
preguntó Tim. Tenía los ojos claros y con más energía de lo que nunca lo
había visto, anticipando claramente la llegada del resto de sus hijos,
quienes comenzarían a llegar a la casa en cualquier momento. Yo solo
sentía que iba a vomitar, de ahí el agarre mortal de mi libro de
crucigramas.
―Nada ―le dije. Mi cabeza se inclinó ligeramente cuando las cabezas
parlantes detrás de la pantalla cambiaron a una repetición del juego
diferente―. Pero sus pantalones son bonitos.
Cameron me vio acaloradamente y sonreí dulcemente.
Poppy resopló.
Greer entró con su hija Olive a cuestas. En la mano de Olive había un
ramo marchito de flores silvestres, y saltó hacia Tim y se las dio sin decir
una palabra. Sus ojos eran grandes y su sonrisa expectante hizo que mi
corazón se apretara.
―Dios, ¿estas son para mí? ―preguntó, luego él abrió los brazos y ella
subió con cuidado a su regazo, cuidando su tubo de oxígeno―. Hermosas
flores de una hermosa niña ―dijo, y luego besó la parte superior de su
cabeza―. Apuesto a que la abuela Sheila conseguiría un poco de agua para
estas si vas a pedirle.
Sus ojos brillaron de placer y saltó de su regazo con una sonrisa feliz en
su rostro. Sheila estaba trabajando en algo en la cocina con Ian, pero se
detuvo para inclinarse cuando Olive le preguntó algo en voz tan baja que
apenas pude oírla. Sheila puso su mano en la espalda de la niña y le
susurró algo al oído, seguido de una sonrisa alentadora.
Olive vio a Ian un poco nerviosa.
No podría culparla ahí, incluso con nuestra paz vacilante, desde la
perspectiva de una niña, él probablemente parecía aterrador: grande, alto y
barbudo, con una presencia de oso y un comportamiento brusco. Por eso
me sorprendió muchísimo cuando él le hizo un gesto para que se acercara,
la levantó suavemente en sus brazos y abrió la puerta de un gabinete
encima del refrigerador. Ella se inclinó con la lengua entre los labios y las
flores apretadas contra su pecho con tanta fuerza que las aplastaba, y
agarró un pequeño jarrón con la otra mano.
Él se lo quitó con un pequeño guiño y luego la dejó en la isla de la cocina
mientras lo llenaba con agua fría. Vi por encima del borde de mi libro,
sintiéndome como una mirona espiando a través de una grieta en la pared.
Ella era una niña tranquila y todos la trataban con infinita paciencia.
Y durante las siguientes horas, la casa se duplicaría con la cantidad de
Wilder.
Inserta el sonido de mi risa de pánico que no pude retener en mi mente.
Mi estómago se revolvió peligrosamente por los nervios. Me desperté
con una opresión en el pecho, teniendo muchísimo cuidado para
prepararme esa mañana. Cameron salió por la puerta mucho antes de que
yo despertara, ayudando a Ian a partir madera o talar árboles, ni siquiera
estaba segura, todo sonaba muy al aire libre y fuera de mi timonera.
Lo que significó que pasé la mañana sola con mis pensamientos, mirando
mis opciones de ropa con una creciente sensación de temor.
¿Alguna vez habías tratado de elegir un atuendo para impresionar a la
familia de tu no novio cuando él se sentía como tu novio y sentías que
podrías enamorarte de él a pesar de que era una idea horrible y no tenías
idea de cómo actuar en torno a su gran, aterradora y amorosa familia?
Era difícil.
Agrega a esa mezcla que estaba a punto de entrar a un festival de
películas cursis en un pequeño pueblo cuando nunca había asistido a uno
de esos en mi vida, y sentí muchísimo como si quisiera comenzar el día
bebiendo poco después de terminar mi segunda taza de café.
No lo hice, pero seguro que lo pensé.
Al final, me decidí por una falda vaporosa de color rosa pálido que me
parecía lo más informal posible, un par de sandalias de cuero italiano con
tiras que me envolvían los tobillos y una blusa sin mangas blanca. Cuando
entré a la casa, Cameron me vio como si quisiera comerme viva, así que
pensé que había elegido bien.
Por otra parte, él era un juez terrible para determinar si había elegido
bien porque rápidamente me di cuenta de que él siempre me veía de esa
manera.
Greer se dejó caer en el sofá entre Poppy y yo, y observé con la más
mínima punzada de envidia cuando Poppy inmediatamente se reposicionó
para apoyar su cabeza en el muslo de Greer. Greer jugaba distraídamente
con el cabello de su hermana mientras veía las repeticiones de fútbol con
Tim y Cameron.
―¿Cuándo llegarán aquí? ―preguntó Poppy.
Greer vio el reloj de la pared.
―Adaline me envió un mensaje de texto cuando salieron de Seattle.
Deberían estar aquí en cualquier momento.
―Volaron, ¿verdad? ―preguntó Cameron.
Greer asintió.
―Lydia alquiló un vuelo, así que ella, Erik y el bebé también están con
ellos. Beckett y Parker llegarán en aproximadamente una hora. ―Luego me
vio―. ¿Estás lista para todo esto?
―Ni siquiera un poco ―admití.
Ella se rio.
―Estarás bien.
No estaba tan segura de eso, pero de todos modos agradecí su voto de
confianza.
―Todos bajo un mismo techo ―suspiró Tim felizmente―. Ha pasado
mucho tiempo.
Sheila se dirigió a la sala familiar y se sentó en el brazo del sillón de Tim.
―¿Estás seguro de que quieres visitar el centro?
―Mujer, me has preguntado eso diecisiete veces en las últimas seis horas
y mi respuesta no ha cambiado ni una sola vez. Te dije que lo voy a hacer, y
lo haré. ―Le dio unas palmaditas en el brazo―. Estoy bien. Por eso
tenemos sillas de ruedas.
Ella suspiró, pero sus nervios estaban claramente estampados en su
rostro.
Cameron observaba atentamente a sus papás y yo observaba a Cameron.
Mi cuerpo prácticamente vibró con la necesidad de acercarme más a él y
tomar su mano en caso de que eso lo hiciera sentir mejor.
Era extraño, horrible e impotente preocuparse por alguien así.
Objetivamente, sabía que en realidad no podía hacerlo sentir mejor, pero
no podía evitar querer intentarlo, los sentimientos que crecían
constantemente en mi pecho eran extraños, con bordes afilados y fijos que
se acercaban cada vez más a algo permanente, incluso si lograba desafiar la
definición.
Tim tomó la mano de Sheila y le dio un dulce beso, y luego asintió hacia
Cameron.
―Ayúdame a levantarme, ¿quieres? Quiero estar afuera en mi silla de
ruedas cuando lleguen aquí. Si no soy el primero en cargar esa bebé, me
pondré de mal humor.
―¿Qué hay de mí? ―preguntó Ian―. Ni siquiera la he conocido, ¿por
qué puedes abrazarla primero?
Tim vio a su hijo por encima del borde de sus lentes.
―No me obligues a sacar la carta del cáncer porque sabes que lo haré.
Ian puso los ojos en blanco, pero su boca era suave con una rara sonrisa.
Fue a buscar la silla de ruedas, la dobló y la sacó de un lugar apartado en el
dormitorio de Sheila y Tim. Cameron se puso de pie y agarró a Tim por
ambos brazos, Sheila lo ayudó desde atrás y él se puso de pie con una leve
mueca.
―¿Estás bien? ―preguntó Cameron, observando cuidadosamente el
rostro de su papá mientras ponía su peso bajo sus pies.
Tim asintió.
―No puedo estar aquí por mucho tiempo, pero estoy bien.
Poppy se sentó y cerró la tapa de su Kindle.
―¿Necesitas una manta extra, papá?
Aunque afuera hacía perfecto tiempo, soleado y cálido con solo una leve
brisa, Tim estaba tremendamente delgado y siempre tenía frío.
―Gracias, cariño. ―Tim mantuvo un fuerte agarre en la mano de
Cameron y Sheila mientras Ian estacionaba la silla de ruedas detrás de
donde él estaba. Una vez que estuvo asegurada, Ian recostó a su papá en la
silla con las manos debajo de los brazos desde atrás.
Olive tomó la manta más grande y esponjosa de una pila
cuidadosamente metida en una canasta al lado del sofá, y aunque era
prácticamente más grande que ella, trató de entregársela a Poppy y casi
tropezó con el dobladillo en el proceso.
Poppy se inclinó con una sonrisa.
―¿Por qué no vas a ayudarlo con eso? Creo que a él le gustaría más si lo
hicieras tú de todos modos.
Olive recogió los extremos largos y caminó con cuidado hacia la silla de
ruedas, metiendo la manta en un fajo gigante sobre el regazo de Tim.
Cameron ahogó su sonrisa, pero la forma en que observó a la hijastra de su
hermana fue letal.
Me hizo pensar en bebés con hoyuelos y en sus cálidos ojos oscuros.
Dios, estaba infectando mi cerebro con pensamientos de procreación.
¿Cuánto peor podría llegar a ser esto?
Con la manta colocada lo mejor que podía esperarse y el tanque de
oxígeno portátil conectado en lugar del permanente más grande, Ian
empujó la silla de ruedas de Tim afuera de la sala de estar hacia el enorme
porche envolvente.
Parecía que había una decisión silenciosa para que todos cambiaran de
ubicación mientras esperábamos que llegara el grupo de Seattle, y vi con
nostalgia mi manta de seguridad/libro de crucigramas antes de dejarlo en
la mesa más cercana a mi asiento.
Cameron se acercó detrás de mí y ancló su gran mano brevemente en mi
cadera mientras se inclinaba para susurrarme al oído.
―Deja de preocuparte.
Me dio un rápido beso en la sien y le di una mirada seca.
―Claro, jefe.
En voz baja, se rio entre dientes y su sonido, profundo y divertido, me
calentó hasta los putos pies.
Ugh. Era la mejor sensación que jamás había tenido.
Lo odiaba.
Dejó caer su mano de mi costado para mantenerme abierta la puerta
principal y salí al porche delantero justo cuando un todoterreno negro de
aspecto caro con vidrios polarizados oscuros se detenía por el largo
camino.
―¿Ese es papá? ―preguntó Olive.
Greer levantó a Olive sobre su regazo.
―Todavía no, cariño. Viene con el tío Parker en un auto diferente.
Estarán aquí después del almuerzo.
Retrocedí para observar y, por primera vez en mi vida, deseé tener una
cámara en la mano porque sabía que estaba presenciando algo
conmovedor, hermoso y desgarrador este fin de semana. Era una última
reunión familiar porque todos sabían lo que se avecinaba.
Vi a Cameron, estudiando la expresión estoica y de mandíbula apretada
en su rostro mientras el auto se detenía frente a la casa. Él seguía
diciéndome que estaba bien, pero yo no me sentía bien y esta ni siquiera era
mi familia. Sus ojos estaban tan en conflicto, y sin querer detenerme, me
incliné y entrelacé mis dedos con los suyos.
Su pecho se expandió al inhalar, y aunque no apartó los ojos del auto,
apretó mi mano.
La primera persona que salió del auto fue Adaline Wilder, supe que era
ella por el sorprendente parecido que tenía con Greer y Poppy.
Saltó al porche delantero y se arrojó en los brazos de Ian que la
esperaban. Cuando se reclinó, tomó su rostro entre sus manos y lo estudió
con el rostro dividido en una enorme sonrisa.
―Mierda, necesitas un corte de cabello ―dijo, y luego lo besó en las
mejillas.
―¿Por qué todo el mundo sigue diciendo eso? ―refunfuñó mientras ella
se acercaba a Tim y Sheila para abrazarlos y besarlos.
El siguiente era un hombre alto y musculoso con una hermosa apariencia
dorada y una mandíbula que casi rivalizaba con la de Cameron. Saludó a la
familia con sonrisas y abrazos y luego me tendió la mano.
―Emmett Ward ―dijo, y luego inclinó la cabeza hacia Adaline―. Yo
vengo con ella.
En la mano izquierda de ella, noté un hermoso diamante antiguo
engastado.
―Ivy ―le dije―. Encantada de conocerte.
Una hermosa rubia bajó del auto (tenía razón, la conocí hace años en un
evento) y se detuvo a esperar a su esposo alto y de cabello oscuro, quien
rápidamente desenganchó a una adorable niña con un mechón de cabello
oscuro. colocándola sobre su cadera mientras caminaban hacia el porche.
―Por el amor de Dios ―murmuré en voz baja.
Cameron vio hacia abajo.
―¿Qué?
Estudié a Erik Wilder, tan alto, imponente y hermoso como el resto de
ellos.
―¿Qué pasa con el acervo genético de tu familia? Esto no es normal.
Él se rio.
Erik y Lydia intercambiaron abrazos con Greer y Poppy, y Lydia le dio
una palmada a Ian en el estómago cuando pasó a saludar a Tim y Sheila.
Erik e Ian se dieron la mano, un saludo más reservado que el que había
visto entre cualquiera de los hermanos, pero Ian se suavizó cuando vio a la
niña en los brazos de Erik. Él sonrió cuando ella se alejó tímidamente.
―Isla seguro es tu hija ―dijo crípticamente―. A ella ya no le agrado.
Erik puso los ojos en blanco.
―Ella lo superará, todos lo hacemos. ―Pasó junto a Ian y se agachó
frente a Tim, besando la parte superior de la cabeza de su hija―. ¿Quieres
sentarte en el regazo del abuelo? ―susurró.
La alegre charla se calmó y Adaline me saludó con la mano desde el otro
lado del porche. Sus ojos se dirigieron rápidamente a mi mano en la de
Cameron y su sonrisa se extendió. Le dio un codazo a su prometido y él le
susurró algo al oído antes de besarle la sien.
La atención de Adaline pasó de Cameron y a mí a Tim y la bebé.
Erik la colocó con cuidado en el regazo de su papá y todos nos reímos
cuando ella inmediatamente intentó agarrar los tubos de oxígeno que
rodeaban sus orejas.
―Quítame esa estupidez ―le dijo a Sheila sin quitar los ojos de su
nieta―. Solo por unos minutos.
Ella suspiró.
―Hombre testarudo ―dijo con cariño, pero obedeció. Gentilmente,
desenganchó las manos regordetas de Isla del tubo y lo sacó de su cabeza.
―Ya está ―dijo satisfecho―. ¿No eres la bebé más bonita del mundo?
―susurró, luego acercó su cuerpo a su pecho y le dio un suave beso en la
parte superior de su cabello―. Sí, lo eres.
Lydia tomó algunas fotografías, con los ojos visiblemente brillantes. Su
esposo se puso de pie y le rodeó los hombros con su gran brazo.
Todos en el porche observaron a la miembro más joven de la familia
saltar felizmente en el regazo de su abuelo y escuché un par de sollozos.
Sheila se secó discretamente una lágrima de la mejilla.
Poppy apoyó la cabeza en el hombro de Adaline y su otro brazo rodeó la
cintura de Ian.
Era un momento tan pesado y privado que sentí que me estaba
entrometiendo.
Tim levantó la vista, con una pequeña sonrisa en los labios mientras veía
a su familia.
―Oh, vamos, todavía no estoy muerto. Será mejor que no lloriqueemos a
cada momento este fin de semana, o iré solo al festival. ―Vio a su esposa
con un guiño―. ¿Estás lista para ella?
Sheila se acercó ansiosamente.
―Siempre. ―Luego tomó a la bebé en sus brazos y la abrazó con
fuerza―. ¿Quién está hambriento?
Erik, Ian, Adaline y Cameron levantaron la mano de inmediato. El
prometido de Adaline se rio de la expresión ansiosa de su rostro.
Sheila arqueó las cejas e inclinó la cabeza hacia la casa.
―Excelente, ya saben cómo alimentarse, tengo una bebé a la que abrazar.
Cuando la risa se apagó, Erik Wilder finalmente me vio parada junto a
Cameron y entrecerró los ojos.
―¿Quién es ella?
Todos los ojos se dirigieron hacia mí y el silencio cayó por una razón
completamente diferente. Mantuve mi barbilla nivelada e imaginé un puto
foco gigante atravesando un escenario, el círculo de luz caliente cayendo
directamente sobre mí y Cameron.
Tim habló primero.
―Viene con Cameron ella es su... ―Se dio cuenta de la forma en que
estaba presionada contra su costado, con nuestras manos entrelazadas con
fuerza―. Clienta… ―finalizó sin convicción―. ¿Amiga? ―Le dio al hijo
que sostenía mi mano una mirada con los ojos muy abiertos pidiendo
ayuda.
Cameron apretó mi mano, riendo en voz baja.
―Esta es Ivy ―dijo.
La piel de mis mejillas se acercaba a la superficie del calor del sol, incluso
con su anuncio simple y sencillo.
Poppy me dio un guiño alentador.
―La amarás ―proclamó―. Se ofreció a maldecir a todos cuando yo me
quejé de que a veces todavía me trataban como a una niña.
Más de unas pocas cejas se alzaron y Greer tuvo que taparse la boca para
evitar reírse a carcajadas. Cerré los ojos de golpe y me pregunté qué tan
fácil sería saltar la barandilla del porche y esconderse en el bosque.
―Gracias, Poppy ―dije―. Este es exactamente el tipo de presentación
que imaginé esta mañana.
Greer perdió la batalla y resopló en su mano.
Cameron desenredó su mano de la mía, deslizando su brazo
inmediatamente alrededor de mi hombro.
―Bueno, eso debería decirte lo bien que encajará ―dijo fácilmente.
Le di una larga mirada, lo que hizo que su sonrisa se extendiera.
―Es cierto ―dijo Erik, sus ojos sopesándome desde el otro lado del
porche mientras sus labios se curvaban en una pequeña sonrisa―. Pero le
queda un largo camino por recorrer si quiere mantenerse al día con el resto
de nosotros en esa categoría.
Sheila suspiró.
―Lo que toda mamá quiere escuchar. Vamos, metamos sus maletas y
almorcemos algo.
30
Cameron
Papá pidió almorzar en el porche delantero.
Ian y yo intercambiamos una mirada porque sabíamos que estaba
esperando que llegara Parker, y una vez que regresaba a ese sillón
reclinable de cuero, el viejo siempre se quedaba dormido si lograba comer
algo.
Mamá no se preocupó por su petición, simplemente le apretó el hombro.
Emmett y Adaline bajaron sus maletas de la camioneta y las trajeron
después de haber saludado a todos. Erik y Lydia dejaron a la bebé -Poppy
ya se la había arrebatado a mamá con el pretexto de tener privilegios de la
tía más joven-, y condujeron a la casa de huéspedes, donde pudieron bajar
sus cosas.
Ivy los vio alejarse con una mueca pensativa en los labios.
―¿Qué pasa? ―pregunté.
Pensé que tal vez sus ojos se fijarían en los míos, pero mantuvo su
mirada fija en el vehículo mientras tomaba la pequeña curva hacia la
antigua casa de mi hermanastro mayor.
―Entonces, si Erik no se hubiera mudado, todos ustedes simplemente
habrían... vivido en la misma propiedad.
―Supongo.
―A propósito.
Con una sonrisa, asentí.
―Sí.
―Pero no se sienten como una de esas familias que tendrían una comuna
grande y extraña. ―Finalmente, ella me vio―. Son todos tan normales.
Aparte de su apariencia increíblemente buena ―añadió―. Eso no es
normal.
Mis hombros temblaron con una risa reprimida.
―No estoy seguro de qué se supone que debo decir a eso, duquesa.
Ella suspiró profundamente.
―Solo estoy tratando de entenderlos a todos. ―Ella me vio a la cara―.
¿Estás seguro de que estás bien?
Poppy tenía a la pequeña Isla abrazada, y Olive estudiaba a su nueva
prima con una sonrisa tímida en su rostro. Papá las observó con una
sonrisa de satisfacción en su rostro demacrado, y yo ya sabía que este fin de
semana diezmaría cualquier cantidad limitada de energía que aún poseía.
Ian estaba detrás de él y pude ver en su rostro que estábamos preocupados
por lo mismo.
―Bien ―le dije.
Ella arqueó una ceja.
―Ajá.
―Lo estoy ―insistí.
Ese surco apareció en su frente. No me creía. Lo cual era justo, porque no
estaba seguro de creerme a mí mismo.
Después de pasarme una mano cansada por la cara, apoyé mi peso en la
barandilla del porche, abriendo las piernas para poder sentarme y mirarla.
Significaba dejar caer su mano, pero me gustaba ver su cara cuando
intentaba resolver algo.
―¿El cerebro está trabajando muy duro ahí? ―le pregunté.
Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió y Adaline asomó la
cabeza. Se acercó a nosotros y puso las manos en las caderas, estudiando a
Ivy con una mirada franca en los ojos.
―Hola. Te estoy robando.
La boca de Ivy se abrió.
―¿Okey?
Me reí en voz baja ante la mirada ligeramente asustada en sus ojos.
―Tranquila, Adaline. Sin interrogatorios.
Ella parpadeó inocentemente.
―¿Por qué iba a interrogar a tu amiga clienta?
Maldita sea papá y su torpe respuesta. Entrecerré los ojos en una mirada
de advertencia.
―Excelente pregunta.
Adaline sonrió, enganchó un brazo amigable a través del de Ivy y la
condujo suavemente hacia el interior de la casa.
―Okey, entonces explica esta oferta de maldecirnos ―dijo―.
Normalmente, Greer es la que da miedo, pero probablemente podríamos
dejar espacio para una más.
―Dios ―murmuré en voz baja. Olvídate de preocuparte por los errores
que yo pueda cometer, mis hermanas iban a hacerla huir antes de que yo
pudiera arruinar esto.
Me uní a Ian mientras él se apoyaba contra la casa detrás de la silla de
papá y observaba a Isla.
―Erik tiene una bebé ―afirmó.
―De hecho, sí.
―Como... una mini versión de él ―continuó―. ¿Crees que ella será una
desagradable sabelotodo como lo era él? ¿O hay suficiente Lydia ahí para
templar las peores partes de su personalidad?
Le di una mirada irónica.
―No puedo evitar notar que eres lo suficientemente inteligente como
para hacer estas preguntas cuando Erik no está aquí para darte una paliza
por insinuar que sería algo negativo que su hija terminara como él.
Él resopló, pero la mirada en sus ojos era cariñosa cuando estudió a la
bebé.
―Es extraño pensar en todo esto, ¿no? Cómo hemos cambiado todos. La
forma en que nuestras vidas son diferentes ahora.
Papá vio a Ian.
―Excepto tú y Parker. Si no fuera por Ivy, estaría orando por mis tres
hijos para que encontraran a alguien que aguantara su mierda. ―Mientras
me reía, Ian sacudió la cabeza, pero el rostro de papá era severo―. Y deja
de hablar tonterías sobre tu hermano mayor. No permitiré insinuaciones de
que mis nietas no sean perfectas.
Poppy resopló en el cuello de la bebé y ella se rió.
―Ésta es la mitad de nuestro problema, Isla ―le dijo a la pequeña
aunque no podía entender―. Papá nos ha dado a las niñas una confianza
casi imprudente porque cree que somos lo mejor que jamás se haya creado.
―Eso es porque lo son ―insistió papá.
Ian puso los ojos en blanco.
El sonido de un auto nos hizo detenernos a todos porque no era la
camioneta oscura en la que llegaron Erik y Lydia.
Era Parker.
Ian y yo intercambiamos una mirada cargada y Poppy captó la señal
inmediatamente.
―Olive, ¿por qué no vamos a ver si la abuela Sheila tiene un sándwich
listo para ti, okey?
Ella echó una última mirada al auto que se acercaba y luego me dedicó
una sonrisa alentadora antes de empujar a las niñas al interior de la casa.
―¿Quieres que entremos nosotros también? ―le pregunté a papá,
colocando mi mano en su frágil hombro.
Su pecho subía y bajaba con una respiración lenta.
Finalmente, sacudió la cabeza.
―Él es tu hermano. Son mis hijos. Quiero un momento con ustedes tres.
―Luego hizo una pausa, solo el más mínimo temblor visible en su barbilla.
El auto se detuvo frente a la casa y papá inspiró lentamente y no volvió a
hablar hasta que el temblor desapareció―. No sean duros con él ―dijo con
firmeza, mirando primero a Ian y luego a mí―. Lo digo en serio.
Ian hundió la barbilla en el pecho, pero logró asentir brevemente.
Yo también lo hice.
Papá levantó la barbilla.
―Quiero estar de pie ―nos dijo―. Voy a abrazar a mi hijo sin estar en
esta estúpida silla.
―Papá. ―Ian parecía inseguro.
Le di una mirada.
―Solo ayúdalo a levantarse. Voy a salir al auto.
Ian dejó escapar un suspiro lento y medido, pero asintió lentamente. Mi
hermano se había ido durante tantos años, que Parker se convirtió en el
hombre que ahora era mientras Ian estaba al otro lado del océano.
Ivy me preguntó si estaba bien y, mientras bajaba las escaleras del
porche delantero, mis ojos se encontraron con los de Parker a través del
parabrisas del auto, no me sentía bien.
Pensé en el marco de una casa mientras me acercaba y observaba a mi
hermano menor estudiar a nuestro papá en el porche delantero. Tenías que
construirlo intencionalmente, con ángulos correctos, el espacio correcto y la
capacidad de carga adecuada, si esperabas que aguantara todo lo que
necesitaba.
Durante meses mantuve ese marco intacto porque no había otra opción
cuando las personas que me rodeaban necesitaban que todo se mantuviera
en pie.
Necesitaban que me mantuviera erguido.
Los ojos de Parker se quedaron en papá y apretó la mandíbula. El esposo
de Greer, Beckett, al tanto de casi todos los niveles de subtexto que
actualmente pesaban sobre nuestra familia, salió del vehículo
inmediatamente y solo se detuvo para darme un firme apretón de manos
antes de salir en busca de su esposa e hija. Esperé en la parte delantera del
auto mientras Parker apagaba el motor y abría lentamente la puerta.
Al principio no dijimos nada, solo nos miramos fijamente. Parker apenas
se parecía a la misma persona que se mudó a la universidad con un brillo
decidido en los ojos, desesperado por dejar su huella en el campo de fútbol,
hambriento de demostrar su valía.
Ahora era más alto que yo y tenía la constitución fuerte y natural de un
atleta profesional. Cuando pensaba en Parker y en quién solía ser, era un
encanto fácil y una sonrisa rápida, el que se burlaba de sus hermanas y se
reía a menudo.
El hombre frente a mí tenía un rastro atormentado en sus ojos. Como si
no estuviera durmiendo bien y no hubiera reído ni sonreído en meses.
Una parte de mí quería cerrar el puño y estrellarlo en su cara porque no
era fácil para ninguno de nosotros, pero la mayor parte de mí todavía lo
veía como un niño pequeño que lloró hasta quedarse dormido durante
semanas después de la muerte de nuestra mamá.
Como no habló de inmediato, puse mi mano en su hombro y lo apreté.
Finalmente, apartó sus ojos de papá y se encontró con los míos. Lo que vi
ahí borró cualquier deseo de apretar los puños y descargar mi frustración
por la distancia que había mantenido.
La mano en su hombro se apretó y lo jalé para abrazarlo. Mi hermano
menor me abrazó con tanta fuerza que por un momento casi me aparté,
porque tenía miedo de que rompiera la estructura que me había ayudado a
levantarme todo este tiempo.
―No sé cómo hacer esto, Cameron.
Sonaba como si no hubiera hablado en días, tal vez semanas. No parecía
mi hermano menor, pero sabía que era él.
Me aparté y puse mi mano en un lado de su cara.
―Ninguno de nosotros lo sabe, Parker. Por eso lo hacemos juntos.
Finalmente asintió, luego respiró hondo y comenzó a caminar hacia la
casa. Por las ventanas vi al resto de la familia mirando. Greer y Adaline
flanqueaban a Sheila, abrazándola con fuerza y ella ni siquiera intentó
secarse las lágrimas de la cara.
Papá estaba de pie, con los ojos claros y tan orgulloso que sentí un
siniestro crujido en el pecho, como si algo estuviera a punto de abrirse.
Ian estaba justo detrás de él, observando atentamente el equilibrio de
papá.
Dejé caer mi mano del hombro de Parker mientras él subía lentamente
las escaleras. Se detuvo frente a papá y una lágrima se deslizó por un lado
de su rostro.
―Lamento que me haya tomado tanto tiempo ―dijo con la voz
entrecortada.
―No nos disculpamos entre tú y yo, niño ―dijo papá―. Estás aquí, y
eso es lo que me importa. ¿Okey?
Los ojos de Parker estaban rojos y su mandíbula tan apretada que
parecía a punto de romperse.
Mi papá dio un paso arrastrando los pies y abrazó a Parker. Parecía tan
pequeño con los brazos de Parker rodeándolo, y tuve que ver hacia el suelo
cuando el primer sollozo de Parker salió de su garganta.
Parker se movió, dejando espacio para Ian cuando los rodeó a ambos con
sus brazos. Papá me tendió la mano y era imposible respirar por la forma
en que alguien tenía su puño apretado alrededor de mi garganta. Puse mi
mano alrededor del hombro de Parker y sentí la de Ian en la mía. El brazo
de papá, delgado y no tan fuerte como solía ser, anclado alrededor de mi
cintura.
¿Estás bien? Escuché su voz en mi cabeza mientras mis hermanos y yo
estábamos ahí sosteniendo a mi papá.
No.
No, no lo estaba.
Ian fue el primero en retroceder y encontré sus ojos por encima de la
cabeza de Parker. Él asintió.
Parker retrocedió y se pasó una mano por debajo del ojo.
Cuando exhaló, sus hombros cayeron cinco centímetros. Había estado
cargando ese peso durante meses, un tipo diferente al que yo asumí, pero
aún era pesado.
Ayudé a papá a sentarse nuevamente en su silla de ruedas.
Le sonrió a Parker e Ian compartiendo un fuerte abrazo.
―Todos mis hijos en casa ―dijo con un suspiro feliz―. Ya era hora.
Parker vio a Ian y luego le dio un empujón en el hombro.
―Necesitas un corte de cabello, te ves como una mierda.
Papá y yo nos reímos, y el estallido de sonido fue un alivio tal, que la
fuerte tensión que rodeaba la llegada de Parker desapareció en un rápido
estallido.
Ian lo empujó hacia atrás, pero Parker apenas se movió.
―Ahora soy más grande que tú ―dijo Parker, con los labios formando
una sonrisa.
Ian hizo una mueca.
―¿Cuánto tiempo pasas en esa maldita sala de pesas?
―Mucho. ―Parker vio hacia la casa, sacudiendo la cabeza cuando vio a
todos en las ventanas―. ¿Qué tan malo será cuando entre ahí?
―Malo ―dijimos Ian y yo al unísono.
Papá sonrió.
―Si ella se siente generosa, tu mamá podría salvarte de lo peor con tus
hermanas, pero en el lado positivo, podrás conocer a... la amiga de
Cameron.
Las cejas de Parker se alzaron lentamente.
―¿Estás bromeando?
Le empujé el hombro.
―Ve adentro, esperaré aquí hasta que se calme el polvo. Levanta una
bandera blanca si te dejan pasar con vida.
Ian se rio, Parker me hizo caso y papá sacudió la cabeza.
―Ahí va mi dulce momento con mis hijos ―murmuró.
―Recibirás algunos más ―le dije―. No irás a ninguna parte todavía,
papá.
Agarró mi mano y luego asintió bruscamente.
―Tienes razón, hijo. Tienes razón.
31
Cameron
El resto del día y el siguiente fue tan perfecto que parecía escrito.
Con brisas cálidas, cielos azules brillantes y soleados y una energía que
no habíamos visto en él en semanas, pudimos llevar a papá al festival y
disfrutar del tipo de tiempo que nuestra familia no había pasado junta en
años.
Olive saltó de un adulto a otro, dándose cuenta rápidamente de que nos
tenía a todos envueltos en su dedo, arrastrando a una tía o un tío tras otro a
un puesto con productos horneados que quería devorar y artesanías
caseras que deseaba comprar desesperadamente.
―Oh, Dios, ¿quién le compró las donas? ―siseó Greer―. ¡Ian acaba de
darle un poco de pastel!
Olive felizmente masticó una dona de azúcar y canela, mientras sostenía
con fuerza una segunda en su mano.
Los ojos de Parker se abrieron como platos y se guardó la reveladora
bolsa marrón detrás de la espalda.
―No fui yo.
Greer puso los ojos en blanco.
―Bueno, ustedes dos pueden ocuparse de ella esta noche, cuando no se
vaya a dormir porque está muy drogada con el azúcar.
Ivy estaba en el puesto de un artesano con Poppy, señalando algunas de
las acuarelas que le gustaban. Aunque habíamos tenido cuidado de no
tocarnos durante el almuerzo y le di espacio para conocer a Adaline y
Lydia, nunca pasamos más de unos minutos sin un rápido contacto visual.
Estoy aquí.
Así se sentía cada uno. Un pequeño recordatorio de que ella todavía
estaba comunicándose conmigo.
Erik y Lydia abandonaron la mesa de picnic donde estaban estacionados
mamá y papá. Papá tomó el sol y conversó con amigos y vecinos que no
había visto en mucho tiempo. Parecía cansado pero bien.
En ocasiones, alguien se acercaba a Parker y quería una fotografía o un
autógrafo, al igual que con el esposo de Greer, Beckett. Manejaron cada
interacción con gracia a pesar de que toda nuestra atención estaba fijada
firmemente en que papá tuviera un buen fin de semana.
Ivy terminó de comprar una pintura y se la puso debajo del brazo
mientras se acercaba. Estudié su rostro, me dolían los músculos por el
deseo de deslizar mis manos sobre su espalda y besar su boca rosada, la
que actualmente tenía una suave, casi una sonrisa.
―¿Qué? ―le pregunté en voz baja. Nuestros hombros se rozaron cuando
ella sacó la pintura para mostrármela. Era una acuarela atrevida, con
franjas de verdes, negros y marrones que formaban los picos de las
montañas y los árboles―. Me gusta eso.
Lo volvió a meter en la bolsa.
―Me encuentro en una situación extraña, Cameron.
―¿Cuál?
Sus ojos recorrieron la fila de tiendas de los vendedores, las pancartas de
colores brillantes extendidas de un poste a otro, la gente pululando por el
campo verde brillante y por las tiendas a lo largo de la calle principal.
―Esto es completamente saludable y delicioso.
Sofoqué una sonrisa.
―Lo es.
―Todos están felices.
Lo dijo como si fuera una pregunta.
Me reí.
―Es difícil no estarlo en un día como este. ―Nadie en mi familia estaba
mirando, así que la empujé suavemente hacia un gran árbol a nuestra
izquierda. Cuando nos perdimos de vista, la presioné contra el tronco y
tomé su rostro, robándole un beso suave y prolongado―. ¿Eso significa
que tú también eres feliz? ―pregunté contra su boca.
Tenía los ojos todavía cerrados, los puños apretados en la parte delantera
de mi camisa y su pecho se agitaba al respirar profundamente.
―Tal vez. ―Entonces sus ojos se abrieron con esas grandes pestañas
largas alrededor del azul profundo, y sentí esa mirada como un dardo a
través de mis costillas, aterrizando infaliblemente en uno de los pocos
lugares en los que aún no me había destripado por completo―. ¿Qué
diablos se supone que debo hacer con eso? ―susurró.
Arrastré mi pulgar sobre la curva inferior de su labio.
―No creo que pueda responder eso por ti.
Su corazón estaba en sus ojos, brillando tan ferozmente que me quitó el
aliento de los pulmones.
―Cuando te vi con tus hermanos y tu papá, se me saltaron las lágrimas,
Cameron. ―Ella apretó con más fuerza mi camisa―. Lágrimas de verdad
―dijo acusadoramente.
Me incliné y la besé de nuevo, mi boca luchó contra una sonrisa mientras
lo hacía. Mi lengua jugó con la comisura de sus labios y ella los abrió con
un suspiro.
Gentilmente, tiré del cuadro que todavía tenía aferrado contra su costado
y me incliné para apoyarlo contra el árbol, acercándola más completamente
a mis brazos.
Una garganta se aclaró a nuestra derecha.
Me aparté y Parker nos estaba mirando con una sonrisa de mierda.
―Lo siento por interrumpir.
Lo vi.
―No, no lo sientes.
―Papá quiere un par de fotos familiares mientras estamos todos aquí.
Dejé escapar un suspiro lento y me alejé de Ivy.
―Estaré ahí.
Ivy lo vio alejarse con una mirada pensativa en su rostro.
―No estabas enojado con él cuando llegó ―dijo―. Te estaba viendo.
―No. ―Mis manos subieron y bajaron por sus brazos―. Nunca lo
estuve.
―¿Por qué no?
Nadie nunca había preguntado eso.
―¿Recuerdas el día que nos conocimos? ―le pregunté―. Te dije que
solo recuerdo algunas cosas sobre mi mamá.
Ella asintió.
―No recuerdo mucho sobre ella ―comencé―.nPero todo lo que pasó
después está muy claro en mi memoria. Fue difícil. Parker, Ian y yo
estábamos muy tristes. Papá estaba triste. Nuestra familia estaba
incompleta, ¿sabes? Nos faltaba algo que nos anclara y todos lo sentíamos.
Papá hizo un trabajo increíble al explicarnos cómo es, pero incluso cuando
eres niño, no olvidas, todo lo que intentas hacer es respirar, ir a la escuela,
jugar con tus amigos, hacer tus tareas y todo sucede con un agujero gigante
en tu pecho. ―Inhalé lentamente―. No desaparece, pero creces a su
alrededor. Te haces más grande. Maduras. El agujero sigue igual, pero
aprendes a funcionar con eso, y lo hicimos.
Ivy permaneció en silencio, la mirada seria en sus ojos era casi mi
perdición.
―Cuando mi papá conoció a Sheila ―continué―. Y cuando conocimos a
los otros tres, Erik, Greer y Adaline, tenían su propio agujero en el pecho
desde que el esposo de Sheila se fue. ―Me detuve y sacudí la cabeza―.
Todos crecimos juntos. Esos grandes espacios vacíos en nuestra vida... no
nos definieron como lo hicieron al principio.
Vi más allá del árbol que nos protegía, a toda mi familia, sentada sobre
mantas al sol y comiendo demasiadas donas, contando historias de trabajo.
Tomando fotos. Riendo.
―Nunca recuperamos lo que perdimos ―dije―. Pero en esta nueva
familia… nos convertimos en anclas mutuas. Mantenerme cerca no parecía
una decisión difícil, porque todo lo difícil que todos hemos enfrentado en
esta vida, lo hemos hecho juntos. ―Ese puño invisible se apretó alrededor
de mi garganta nuevamente―. Parker realmente no recuerda haberle dicho
adiós a nuestra mamá. Creo que estuvo agradecido por eso durante mucho
tiempo, pero él recordará esto, y no sabía cómo afrontarlo, no me voy a
enojar porque su dolor se ve diferente al de cualquier otra persona.
Al principio, ella no dijo nada, solo me vio fijamente a la cara con ese
ligero surco en el ceño, luego respiró rápido y reconfortante.
―Estoy muy tentada a hacer algún comentario sarcástico ―admitió en
voz baja―. Porque no sé cómo comprender una familia como ésta. No sé
cómo ver las cosas como tú las ves.
Me dolía el pecho por ella.
―Sé que no lo haces.
―Y no me lo echas en cara ―añadió.
Negué con la cabeza.
―No, no lo hago.
Ivy me vio a la cara, más abierta que nunca. Abrió la boca para decir algo
y Parker gritó mi nombre desde más allá del árbol.
―Cameron, deja de besarte con tu amiga clienta.
Ivy exhaló una carcajada y cerró los ojos con fuerza mientras el color
subía a sus mejillas.
―Malditos hermanos ―murmuré.
―Ve ―dijo en voz baja.
Ella me siguió, aunque ignorando las miradas felices de mi mamá y la
sonrisa engreída en el rostro de Poppy, y ella se encargó valientemente de
tomar las fotos mientras nos movíamos alrededor de mi papá. Olive e Isla
en su regazo en la silla de ruedas, Olive sostiene con cuidado a la bebé en
su lugar con una expresión desgarradoramente seria en su rostro. No creo
que ella sonriera en una sola foto, estaba tan preocupada por que Isla
cayera de cara hacia adelante.
Cuando terminamos, mi papá le indicó a Ivy que se acercara.
―Tu turno, cariño. Necesito una foto con mi compañera de ajedrez.
Sus ojos se abrieron como platos.
―Oh, no, no podría.
Mi mamá se inclinó.
―¿Recuerdas lo que dijeron mis hijos acerca de que era inútil rechazar
mis invitaciones a cenar porque eventualmente te desgastaría?
Ivy suspiró.
―Sí.
Mamá asintió hacia papá.
―Siéntate.
Ella lo hizo, con la barbilla en alto y los hombros rectos en mi dirección.
Papá tomó una de sus manos y la sostuvo entre las suyas.
―Gracias, cariño ―dijo―. Necesitamos recordar estas cosas, ¿sabes? De
repente, los pequeños momentos se convierten en grandes y no siempre
sabemos cuándo sucederá. ―Le dio unas palmaditas en la mano―. Es fácil
olvidar eso a veces.
Los ojos de Ivy se encontraron con los míos y me pregunté qué vio
cuando me veía a la cara.
Si viera lo mucho que me había enamorado de ella. Si estuviera
pensando en todos los pequeños momentos, los que no parecían grandes
en ese momento, los que ahora cobraban gran importancia en mi mente.
Ivy parpadeó y redirigió su atención a mi mamá. Sus labios se curvaron
en una sonrisa contenida y con la boca cerrada, pero la sonrisa era real, sus
ojos eran sinceros y un poco tristes, sus dedos estaban firmemente cerrados
alrededor de los de mi papá.
―Listo ―dijo mi mamá en voz baja―. Esa es buena.
Ivy estuvo callada durante el resto de la tarde, y hasta que finalmente
regresamos a la casa de mis papás.
Los ojos de Olive eran pesados mientras estaba acurrucada en el sofá
entre Greer y Beckett.
―Deberíamos llevarla a la cama ―dijo Beckett, apartando suavemente el
cabello de su hija de la cara.
―No estoy cansada ―protestó Olive.
Papá se rio en voz baja desde su silla.
―Yo tampoco estoy cansado, Olive, pero la abuela Sheila también me
hará ir a la cama pronto.
Mamá estaba en la mesa de la cocina jugando a las cartas con Lydia, Erik,
Emmett y Adaline. Ella vio a mi papá con firmeza.
―Así es.
Emmett tenía su brazo alrededor de los hombros de Adaline y se inclinó
para besarle un lado de la cabeza. Lydia apartó sus cartas cuando Erik
intentó ver su mano.
―Deja de hacer trampa ―dijo―. Sabes que voy a ganar de todos modos.
Mi hermano suspiró hacia su esposa.
―Siempre lo haces.
Ivy no estaba sentada a mi lado, estaba en la cocina con Poppy, pero sus
ojos se encontraron con los míos brevemente. Parker e Ian jugaban ajedrez
en medio de la sala familiar. Ian se estaba poniendo nervioso mientras
Parker seguía haciendo movimientos que no esperaba.
Ivy se acercó y vio por encima del hombro de Ian. Él le lanzó una mirada
rápida y sorprendida cuando ella le preguntó:
―¿Puedo?
―Eh, claro.
Ella estudió el tablero con el ceño levemente fruncido y luego movió una
de sus piezas.
Parker se sentó.
―Oh, mierda.
Ian sonrió.
―Eso es jaque, imbécil.
―Mierda. ―Le dio a Ivy una mirada incrédula―. Ni siquiera vi eso.
Ella sonrió, pequeña y misteriosa, y cuando mi papá le tendió el puño
cuando pasó junto a su silla, ella lo golpeó con el suyo.
Me paré antes de saber lo que estaba haciendo. Ivy levantó la vista
sorprendida cuando la jalé para que me mirara, mientras acunaba su
mandíbula entre mis manos y la besaba profundamente en los labios
mientras mi familia silbaba y gritaba.
Pequeños momentos que parecían grandes.
Presioné mi frente contra la suya.
―Lo siento ―dije contra su boca―. Pero tenía que hacer eso.
Ella se hundió contra mi pecho.
―Mentiroso.
Ivy me dedicó una sonrisa secreta y volvió a la cocina. Mi papá suspiró,
colocando sus manos sobre su pecho. Cuando lo vi, me guiñó un ojo.
―Ya era hora ―dijo en voz baja―. Tú y tus hermanos tardan
muchísimo en resolver todo. ―Le hizo un gesto a mi mamá para que se
acercara―. Estoy listo para ir a la cama ahora. Creo que ya es suficiente
emoción por un día.
32
Ivy
Cuando regresamos a la casa de Cameron, la luna llena estaba muy por
encima de los árboles, dando suficiente luz amarilla tenue que no
necesitábamos una linterna para caminar de regreso.
Aunque Tim y Sheila se habían acostado horas antes, los hermanos se
quedaron despiertos. Abrieron un par de botellas de vino, repartidas entre
Adaline, Greer y yo. Lydia decidió no beber porque dijo que Isla la
despertaría al amanecer, y Poppy tomó una cerveza con sus hermanos.
Vencí a Erik en una partida de ajedrez sorprendentemente agresiva,
seguida de una rápida partida contra Ian, que también perdió, porque rara
vez se tomaba el tiempo para pensar en todos sus posibles movimientos, o
en los míos.
Cameron observó desde el otro lado de la habitación, con sus ojos fijos y
ardientes en los míos durante toda la noche. La forma en que me vio me
hizo sentir un hilo lento y deliberado desenrollándose justo debajo de mi
ombligo.
Una tensión sinuosa que tiraba de mi piel más tensa cada vez que
pensaba en la forma en que me besó delante de su familia, y la forma en
que me veía cuando nadie más le prestaba atención.
Tampoco se trataba simplemente de tensión sexual.
Todo lo relacionado con este fin de semana -la cita en la que me llevó y la
reunión con el resto de su familia-, fue un avance. Un impulso que no
parecía poder detenerse fácilmente.
Cameron me precedió al interior de la casa y Neville nos saludó con un
fuerte maullido. Lo levanté y le besé la parte superior de la cabeza.
―¿Te sientes ignorado? ―le pregunté, él chocó su cara contra la mía y
me reí.
En la esquina, vi un montón de tierra y una hoja perdida que parecía
haber recibido diez asaltos con algún ser pequeño con garras.
―Neville ―Suspiré―. Ya basta de plantas.
Se retorció en mis brazos y lo dejé en el suelo. Se abalanzó sobre la hoja y
se tumbó de espaldas.
―¿Dónde está la escoba? ―pregunté.
―Yo me encargaré de eso ―dijo―. Ve y prepárate para ir a la cama. Sé
que estás cansada.
―No, yo puedo hacerlo. Tus plantas habrían estado perfectamente
seguras si no fuera por él.
Dejó un beso encima de mi cabeza.
―Aceptaré ese intercambio para tenerte aquí.
Mi corazón se apretó ante el simple gesto después de un día no muy
simple.
No importa lo que pasara, Cameron nunca me hacía sentir como un
inconveniente. Nada de esto se le impuso, y solo sirvió para reforzar ese
sentimiento de que no podía ser real.
Pero yo sabía que lo era. Él no estaba fingiendo para impresionarme,
porque la forma en que me trataba era una extensión de la forma en que
trataba a toda su familia. En el fondo, era desinteresado y afectuoso, y era
increíble presenciar la forma en que anclaba a esa familia con facilidad,
incluso si él no lo veía de esa manera.
Mientras se quitaba los zapatos y arrojaba su teléfono sobre la isla de la
cocina, Cameron me vio arrancar la hoja de las garras del gato. Apoyó la
cadera contra la isla y se pasó una mano por la boca.
Parecía agotado.
―¿Estás bien? ―le pregunté. También se lo había preguntado antes,
porque parecía imposible creer que no estuviera sintiendo el peso del día.
Ni siquiera era mi familia, y estuve al borde de las lágrimas durante dos
horas enteras.
Cameron suspiró y finalmente asintió.
―Solo agotado. Creo que me voy a dar una ducha.
―Okey.
Caminó por el pasillo hacia su habitación, y mientras barría la tierra y
vaciaba el recipiente en la basura, escuché que se abría el agua.
Jugué con Neville durante un par de minutos, arrastrando el juguete de
plumas de Poppy en el suelo, y lo vi lanzarse tras él. Al final se cansó, se
estiró en el suelo de la cocina y movió la cola cuando dejó de seguir el
juguete.
Me dolían los pies por caminar con sandalias todo el día, y me las quité
con un gemido, hundiendo mis pulgares en el arco de mis pies antes de
caminar por el pasillo. Una pequeña lámpara estaba encendida en el
dormitorio, en el lado de la cama de Cameron.
Tenía un lado.
Yo tenía un lado.
Era tan dolorosamente hogareño, tan increíblemente fácil que tuve que
luchar contra la repentina oleada de pánico frío y punzante ante lo
hogareño y lo fácil que era incorporarme a la vida de este hombre.
Podía oírlo moverse en la ducha y cuando vi hacia el baño, sentí una
dolorosa opresión en el pecho.
Tenía las manos apoyadas en la pared de azulejos y la cabeza colgando
bajo el chorro humeante que salía del cabezal de ducha montado en la
pared.
Cualquier otro día, en cualquier otro momento, habría sido la cosa más
sexy que hubiera visto en mi vida: la obra de arte absoluta de su fuerte
cuerpo debajo de toda esa cascada de agua.
Pero lo que vi fue a alguien atrapado en el punto de mira del dolor en su
mente, la realidad de que su papá todavía estaba aquí, las expectativas de
su familia, luchando por contener su angustia.
Lentamente, me quité la camisa y luego la falda, luego mi sostén y mi
ropa interior, y me hice un moño en la parte superior de la cabeza antes de
abrir lentamente la puerta de vidrio.
Todo su cuerpo tembló y me incliné debajo de sus brazos, entrelazando
los míos alrededor de su cintura y presionando mi cara contra su pecho.
Sus brazos se curvaron alrededor de mí de inmediato, y me abrazó con
tanta fuerza, enterrando su cabeza en mi cabello mientras respiraba
profundamente.
Él no habló.
Yo tampoco.
Pero las lágrimas picaron en mis ojos cuando finalmente dejó escapar un
suspiro estremecido. Pasaron los minutos mientras estábamos ahí
abrazados, ni siquiera estaba segura de cuántos. No sabía si estaba llorando
o si siquiera se lo había permitido.
No me importó. No era necesario que Cameron hiciera un gran alarde
para que supiera que no solía apoyarse en nadie en los momentos en los
que cargaba con mayor peso.
El agua se enfrió lentamente y la tensión en su cuerpo finalmente
disminuyó. Cuando levantó la cabeza, sus ojos encontraron los míos; la
sinceridad en ellos fue suficiente para romper mi corazón en un millón de
pedazos.
Deslizó su mano contra el costado de mi cuello, arrastrando ese pulgar
debajo de mi barbilla, y me besó dulcemente.
Cuando se apartó, hizo rodar su frente junto a la mía. Encontré su mano,
deslizando mis dedos entre los suyos mientras salíamos de la ducha. Nos
secamos con toallas blancas grandes y esponjosas, intercambiando
pequeños toques sin decir palabra mientras él se ponía sus bóxers y yo me
ponía mi pijama rosa favorito.
Retiró las sábanas de su cama tamaño king y yo me metí delante de él.
Apagó la luz del baño pero dejó encendida la lámpara de la mesita de
noche mientras se acostaba a mi lado.
Seguimos sin hablar mientras me hundí en su pecho, con uno de sus
brazos debajo de mi cuello y el otro apretado alrededor de mi espalda.
Toda mi vida me enseñaron a usar las palabras correctas en la situación
correcta, qué era lo correcto decir para lograr objetivos específicos, pero no
pensé que hicieran falta palabras en este caso, porque nada de lo que
pudiera decir lo haría sentir mejor.
Solo necesitaba saber que yo estaba ahí.
Justo como yo lo necesitaba ahí cuando él apareció para mí.
Tal vez por eso enamorarse sonaba como un punto de acción repentino y
brusco.
Había un momento antes -el movimiento de una bisagra, una caída en la
ingravidez-, y un chasquido abrupto cuando llegas a tu nueva realidad.
Todo este tiempo, hubo una trampilla esperando debajo de mis pies, y
solo hacía falta presionar un botón, presionar un corcho contra la boca de
una botella tapada, y el whoosh que venía a continuación era inevitable. El
después también era inevitable.
Y yo era quien tendría que tomar una decisión sobre lo que vendría
después.
Su respiración se estabilizó, su cuerpo se relajó durante el sueño después
de unos minutos, pero yo estaba completamente despierta. Mi mente se
negaba a cerrarse, estaba un enredado nudo de pensamientos que me llevó
horas examinar.
Finalmente, rodó sobre su espalda y me quedé mirando su perfil,
incapaz de fingir más que esta no era una relación que cambiaría mi vida.
No había vuelta atrás con él y yo no quería hacerlo.
Me levanté de la cama y agarré mi teléfono, y solo volví a meterme en la
cama cuando ya tenía un plan tentativo en marcha. Dormí profundamente
durante un par de horas y me desperté mucho antes que Cameron.
Mientras él continuaba descansando, preparé café y me cambié,
moviéndome silenciosamente por el baño mientras me ponía una sola capa
de rímel y trataba de domar mi cabello para dejarlo presentable.
Mi teléfono sonó.

Ruth: ¿Estás segura de esto?


Yo: Absolutamente.
Ruth: Está bien, pero si me despiden por esto, será mejor que me des un trabajo,
jovencita.
Yo: Trato.

Vi la cama donde él dormía y pensé en despertarlo.


Insistiría en ir conmigo, y si lo pensaba demasiado, podría ser que lo
dejara.
Entonces, en lugar de eso, tomé la nota que escribí después de tomar mi
café y la escondí firmemente debajo de su teléfono, donde sabía que él la
vería.
Luego vi a Neville, que me estaba observando desde una pila de
almohadas a los pies de la cama, y le di una mirada con los ojos
entrecerrados.
―No confío en que no te comas ese papel ―susurré, y él movió las
orejas y se hundió nuevamente en las almohadas. Fui a buscar una cinta de
la cocina de Cameron. Una vez que la nota estuvo pegada en su teléfono,
me sentí un poco más segura al irme.
Reinaba un silencio inquietante cuando salí de casa y conduje hasta el
aeródromo. El vuelo a Seattle fue rápido y sin incidentes, y no pude evitar
preguntarme qué pensaría cuando despertara. Si se preocupara.
No, él no se preocuparía.
En el aeródromo privado, un chofer esperaba, tal como Ruth prometió
que sucedería.
―Señorita Lynch ―dijo con la punta de su sombrero.
―A la casa de mi papá, por favor ―le indiqué.
Con solo presionar un botón, cerró la ventana entre nosotros y yo recosté
la cabeza en el respaldo del asiento. Como pensé que sucedería, mi teléfono
sonó con un mensaje de texto de Cameron, luego otro.
Cerré los ojos de golpe y presioné el botón lateral para apagar los
sonidos de mi teléfono.
Llegar a mi casa provocó una especie de reacción torpe y ruidosa debajo
de mis costillas. No me sentía mal, pero tampoco se sentía bien.
Ruth abrió la puerta antes de que yo pudiera alcanzar el pomo y me
midió con una mirada rápida desde la coronilla hasta los pies. No pude
evitar preguntarme qué vio, y si me veía tan diferente como yo me sentía.
Solo había estado fuera un par de semanas, pero toda mi vida, de arriba a
abajo, fue trastornada tan completamente como mi corazón.
Todo lo que hizo fue sacudir la cabeza, chasquear la lengua y acercarme
para darme un rápido abrazo.
Olía a canela y café y me hundí en su abrazo familiar.
―Tu papá va a arrancarme el pellejo por esto ―dijo, rozando un rápido
beso en mi mejilla.
―No, no lo hará ―prometí. La mirada que me dio me hizo sonreír―.
Cálmate, Ruth. Si aún no te ha despedido, nunca lo hará. ¿Recuerdas
cuando me dejaste faltar a la escuela ese día a pesar de que sabías que
estaba fingiendo estar enferma? Esa vena en su frente casi explota.
Ella me vio firmemente por encima del borde de sus lentes.
―No sé de qué estás hablando.
Sacudí la cabeza con una sonrisa burlona.
―¿Dónde está?
―Esperando con mucha impaciencia su desayuno ―susurró mientras
doblábamos la esquina del vestíbulo hacia el comedor―. Tienes diez
minutos, jovencita, y yo entraré con su tortilla, hayas terminado o no.
―Diez minutos. ―Asentí―. Entiendo.
Dejé escapar un suspiro profundo y tranquilizador, saqué la carpeta
manila de la bolsa de mi computadora portátil y la apreté en mi mano.
―No seas gallina, Ivy ―susurré. La última vez que me dije algo similar,
estaba contemplando una casa vacía que parecía mucho más simbólica de
lo que realmente era. En ese sentido, se parecía mucho a esta.
La vida transcurría dentro de las paredes de una casa, las personas
tomaban decisiones para crecer y cambiar, a veces superando los límites de
cómo habían sido criadas. Mi mamá hizo eso.
No la recordaba y no tenía forma de saber cómo podría aconsejarme si
ella estuviera cerca.
Pero no importaba.
Abrí la puerta y disfruté mucho cuando mi papá hizo doble toma por el
borde de su periódico.
―Buenos días ―le dije. Saqué mi silla habitual frente a la suya y me
senté cruzando las piernas y colocando mi carpeta manila sobre la
superficie brillante de la mesa.
La vena de su sien palpitaba y su ojo temblaba.
―No me gustó cómo terminamos nuestra llamada telefónica, y
perseguirte a través de mensajes de voz y mensajes no me atrae mucho en
este momento.
Con cuidado, dobló el periódico y lo dejó sobre la mesa sin hacer ruido.
―¿Qué es esto?
―Un ajuste de cuentas, creo que lo llamarías.
Su suspiro fue fuerte y rebosante de molestia. Me dieron ganas de gritar,
pero mantuve la cara tranquila.
―Ivy ―comenzó―. No tengo...
―Tiempo ―lo interrumpí―. Sí, lo sé. Es por eso que vine ahora mientras
tu desayunas ―vi mi reloj―, unos siete minutos más tarde de lo normal,
¿verdad? Ruth debería estar aquí en cualquier momento, así que lo haré
rápido.
―No dije que pudieras volver a casa ―espetó.
Me encontré con su mirada resuelta.
―Entonces es bueno que no lo haya pedido.
Sus ojos se entrecerraron.
―¿Qué?
―No pedí volver a casa ―repetí con calma―. Me quedaré en Oregon
por... ―Dejé escapar un suspiro lento―. No sé cuánto tiempo.
La cabeza de mi papá se echó hacia atrás como si lo hubiera abofeteado.
―¿Disculpa?
―Me quedaré en Sisters en el futuro previsible. ―Asentí hacia la
carpeta―. Eso es para ti, si estás interesado. Con la venta de la casa y el
fideicomiso de mamá, puedo dar la vuelta e invertir en al menos otros
cinco edificios si así lo quisiera. No sé si lo haré o no, pero tengo capital
más que suficiente para iniciar mi propio negocio e invertir en lo que sea
que quiera. Puedo vivir una vida feliz y exitosa, incluso si nunca veo ni un
centavo tuyo.
Aturdido, se inclinó hacia adelante y tomó la carpeta de la mesa,
hojeando los listados de bienes raíces que imprimí. No eran necesarios. No
para mí.
―Tú... ―Su voz se apagó―. No entiendo.
―Conocí a alguien ―le dije.
Él puso los ojos en blanco.
―Oh, por el amor de Dios, Ivy.
―No ―dije con firmeza―. Te lo digo por cortesía y nada más. Incluso si
no lo hubiera conocido, no estaría lista para regresar aquí en este momento.
―Sostuve su mirada y le dejé ver exactamente cuánto me había
lastimado―. Soy tu hija, no soy tu empleada y debería importarte más que
tu inversión en mis estudios y mi educación. Entonces, si quieres tener
alguna posibilidad de un futuro en el que tú y yo podamos coexistir,
escucharás lo que estoy diciendo.
Y así como así, mi papá se recostó, con un ligero ceño fruncido y
mantuvo la boca cerrada.
Cuando mil palabras se agolparon en mi garganta, me di cuenta de que
tal vez debería haber practicado esta parte. Solo había llegado hasta la
dramática entrada de la jefa perra. Brevemente, cerré los ojos y saqué solo
las palabras más importantes del rincón más seguro de mi corazón.
―Él no me pidió que me quedara, no me pidió que eligiera. ―Lamí mis
labios repentinamente secos―. Y él no me obligaría a renunciar a algo si
eso me hiciera feliz. Si le dijera que esta vida era lo que quería, él sería la
primera persona en apoyarme, así que te pido que me tengas el mismo
respeto, papá.
Su garganta se movió al tragar, pero permaneció en silencio.
―Merezco la oportunidad de descubrir lo que quiero. También lo hace
él, y quiero hacerlo en un lugar donde sea seguro para ambos ―dije con
firmeza―. Sé que me amaste de la mejor manera que sabes, pero eso no
significa que no me hayas lastimado, y espero que algún día podamos
superar ese dolor, especialmente si esto te hace perder aún más la
confianza en mí, pero no voy a renunciar a nada más de mi vida para
recuperar esa confianza.
Su mandíbula se apretó brevemente.
―¿Me estás castigando por enviarte lejos?
―No ―respondí fácilmente―. Esto no se trata de ti. Por primera vez
―agregué―. No se trata de ti en absoluto.
―Así que estás eligiendo a un hombre en lugar del futuro que tienes
aquí ―dijo, con un leve toque de decepción cortando sus palabras.
―Me estoy eligiendo a mí, papá. Si crees eso o no, no es mi
responsabilidad. Tú, más que nadie, deberías entender por qué quiero
tener la oportunidad de construir una vida que no haya sido escrita por
otra persona.
Sacudí la cabeza, mis hombros se hundieron mientras el peso de lo que
estaba sucediendo me presionaba, mucho más pesado de lo que pensé que
sería. Más que nada, quería que me dijera que me amaría sin importar lo
que eligiera, sin importar dónde viviera, dónde trabajara, a quién amara.
Pensé en lo que Tim Wilder me dijo que quería para sus hijos y deseaba
desesperadamente escuchar de mi propio papá que todo lo que quería para
mí era que fuera feliz y amada.
Mientras él seguía sentado en un silencio atónito, con ese estúpido surco
en el mismo lugar de su frente donde yo saqué el mío, traté de decidir si
más palabras ayudarían o si tratar de hacerle entender me hacía Sísifo
tratando de hacer rodar la roca por la maldita colina.
―Me enseñaste bien en muchas cosas, papá. ―Lentamente, me levanté
de la silla―. Y si he aprendido algo en las últimas semanas es que las
pequeñas cosas pueden contribuir a algo grande, si estás dispuesto a verlas
tal como son. No quiero borrar lo bueno porque quieras algo diferente a lo
que yo quiero. Estoy dispuesta a construir sobre la base que tenemos, si
puedes permitirme tomar esas decisiones por mí misma. Me he ganado ese
derecho y creo que lo sabes si eres honesto contigo mismo.
Me vio como nunca me había visto, y lo tomé como una señal, mi
garganta se obstruyó con emociones agridulces.
Desde más allá de las puertas del comedor, vi a Ruth deslizar su mano
sospechosamente debajo de sus ojos, y mi corazón se apretó.
―Disfruta tu desayuno, papá.
Él empujó su silla hacia atrás, boquiabierto.
―¿De verdad estás haciendo esto? Ivy.
―Entiendo si necesitas algo de tiempo para procesarlo. ―Me imaginé
ese gancho debajo de mi barbilla, el que siempre pensé que era manipulado
por él, pero en realidad, todo esto era yo, incluso si el más grueso de mis
muros procedía de la forma en que él me crio. Así que dejé que mi barbilla
se elevara un centímetro, no con arrogancia o como una defensa endeble,
sino porque estaba jodidamente orgullosa de mí misma―. Pero sí, estoy
haciendo esto. ―Hice una pausa antes de salir de la habitación y vi por
encima del hombro―. Te amo, papá.
Cuando salí por la puerta, prácticamente caí en el fuerte abrazo de Ruth.
―Estoy orgullosa de ti ―susurró con fiereza, luego besó mi mejilla y se
apartó, agarrando su tortilla de la mesa donde la había puesto. Las
lágrimas brotaron de mis ojos cuando ella desapareció por las puertas con
su desayuno.
Me recosté contra la pared y vi al techo.
Esperando junto a la puerta principal había una maleta grande, la que
Ruth prometió que haría por mí.
El auto y el chofer aún estaban en el camino de entrada, y él me saludó
con una sonrisa deferente, abrió la puerta trasera y me quitó la maleta de
las manos.
Una vez que se alejó de la casa y comenzó a conducir de regreso al
aeródromo, finalmente saqué mi teléfono de mi bolso y sonreí mientras leía
los mensajes de texto que me había perdido de Cameron.

Cameron: Neville es absolutamente inútil a la hora de explicar por qué te dejó


salir por esa puerta.
Cameron: Ojalá me hubieras despertado.
Cameron: Llámame si necesitas hablar.
Cameron: Se comió otra planta, ¿qué le pasa a este gato?
Cameron: Odié despertarme sin ti a mi lado.
Cameron: ¿Por qué te sientes como si estuvieras a un millón de kilómetros de
distancia en este momento? Ivy, llámame cuando hayas terminado con lo que sea
que estés haciendo.
Lentamente, escribí una respuesta, presioné enviar y cerré los ojos.

Cuando detuve mi auto detrás de su camioneta, Cameron me estaba


esperando en la terraza frente a su casa. Esos profundos ojos castaños
suyos me observaron atentamente, sus rasgos faciales no revelaban nada.
Mi estómago era un derroche de nervios alados y burbujas cosquilleantes
recorriendo mis venas mientras me quitaba los lentes de sol y abría la
puerta del auto. En lugar de ir directamente a la terraza, caminé hacia el
maletero y saqué mi gran maleta negra.
Los ojos de Cameron se agudizaron de inmediato, y su pecho se
expandió al respirar profundamente, desdobló su gran cuerpo fuera de la
silla y se apoyó en la barandilla de la terraza con ambas manos.
Dejé la maleta en el patio y subí el único escalón hasta que estuve al
alcance de su mano.
Mis ojos se llenaron de lágrimas peligrosamente antes de que cualquiera
de los dos dijera una sola palabra.
Cuando apretó la mandíbula, la primera lágrima se derramó. No la
limpié porque quería que él viera cada una de ellas: una prueba visible de
lo que sentía por él, algo tan grande que mi cuerpo literalmente no podía
contenerlo. Quería derramarlo por todas partes, desordenado, maravilloso
e imperfecto.
Tragó mientras veía caer esa lágrima, sacó su teléfono y vio la pantalla.
―¿Entonces te referías a esto?
Exhalé lentamente.
―Sí.
Si miraba, sabía lo que vería.
Estoy camino a casa.
―Nunca te pediría que renunciaras a tu vida, Ivy ―dijo con fiereza.
―Lo sé, y no voy a renunciar a nada. Estoy eligiendo la vida que quiero.
―Cerré la distancia restante entre nosotros y con cuidado puse mis manos
en la amplia extensión de su pecho. Debajo de mi palma y el calor sólido de
su piel, músculos y huesos, su corazón latía salvajemente―. Nunca había
tenido una persona ―susurré―. Alguien que es mío. Que llegue a amar y
cuidar, y Dios, probablemente te arrepientas porque ni siquiera sé si soy
buena teniendo una, pero tú eres mi persona, Cameron Wilder.
Agarré su camisa con fuerza en mis puños y suspiré cuando él enroscó
sus manos alrededor de mi cintura y apoyó su frente contra la mía. Incliné
la barbilla para poder ver su rostro, sus ojos ardían con lo mismo que hacía
que mi sangre cantara.
Amor.
Te amo, te amo, te amo, pensé.
―Nunca voy a ser fácil ―le dije―. Soy mandona, acapararé las mantas,
nunca seré una buena cocinera y probablemente asustaré a la mitad de los
lugareños antes de que termine el próximo mes. A veces me equivoco
―dije, con la voz temblorosa―. Trabajaré demasiado y tendrás que
decirme que pare. Te volverás loco cuando empiece a trasladar toda mi
mierda a tu casa, sobre todo porque ni siquiera me lo has pedido todavía.
Porque si no lo has descubierto, soy implacable cuando sé lo que quiero.
Antes de que pudiera decir algo más, Cameron inclinó su boca sobre la
mía en un beso feroz. Sus brazos me anclaron a su pecho, envolvieron
firmemente mis hombros, y el sonido que hizo, profundamente arrancado
de su pecho, calentó cada centímetro de mi corazón, porque todos esos
sonidos ahora eran míos.
Rompió el beso y jadeó contra mi boca por un momento.
―Eres mía, Ivy ―dijo con voz áspera―. Todos los pequeños y grandes
momentos son nuestros. Soy tuyo tanto como tú eres mía, y no quiero
ningún tipo de vida si no estás en ella. ―Su boca rozó la mía de nuevo,
llena de anhelo y dolorosa dulzura. Recibiría un millón de besos así de
él―. He sabido que te amaba toda la semana, y planeaba decírtelo hoy,
pero por supuesto, tenías que robarme el protagonismo.
Me reí contra su boca.
―Lo siento.
Chupó mi labio inferior, luego el superior.
―Mentirosa ―susurró.
Cameron me envolvió en sus brazos nuevamente y nos quedamos así
por un tiempo bajo el dulce sol y los altos árboles, y yo me sentía segura y
amada.
Incluso mejor que eso, él también lo era.
No sabía exactamente cómo sería mi futuro: dentro de un año, o cinco o
diez, pero ahí, abrazada a Cameron, supe que él estaría a mi lado.
Alejándome de donde estaba acurrucada contra la cálida extensión de su
pecho, lo vi a la cara y sonreí, con dientes y todo. Él se inclinó y me besó de
nuevo, dulce y lento, con sus manos recorriendo mi espalda.
Cuando terminó el beso, mi estómago emitió un rugido infeliz. Cameron
se rió y el sonido resonó entre los árboles.
―Déjame adivinar, ¿todavía no has comido hoy? ―preguntó.
Lo vi a través de mis pestañas.
―No. ¿Crees que tu mamá tiene muffins en casa?
Cameron sonrió, sus ojos recorrieron mi rostro, llenos de amor y
adoración.
―Es realmente por eso que volviste, ¿no?
Me levanté sobre las puntas de mis pies y lo besé rápidamente.
―Estás en segundo lugar, Wilder.
Pasó su brazo por mi hombro y me acompañó hacia la casa después de
recoger mi maleta con facilidad.
―¿Sabes qué? Creo que puedo vivir con eso.
33
Cameron
Mi papá murió un martes por la mañana antes de que saliera el sol. No
pude evitar pensar que él lo había planeado de esa manera. Una vez que
pasó la emoción del festival de otoño y tuvo la oportunidad de despedirse
lúcidamente de todos sus hijos, de sus parejas, de decirles que los amaba y
que estaba orgulloso de ellos, su cuerpo finalmente pudo dejar de luchar
tan duro.
Parker fue el último en salir de la casa, y mientras estaba sentado en el
porche delantero con mi papá, vi la forma en que su cuerpo se hundió en la
silla cuando el auto se alejó.
―Fue un buen fin de semana, hijo ―me dijo. Sus ojos se cerraron.
―Lo fue, papá. ―Le di unas palmaditas en la mano que estaba encima
de la mía―. Lo fue.
Lo volvimos a llevar a la casa y durmió casi todo el día. La enfermera de
cuidados paliativos visitó a mi mamá y le dijo que podría ser en cualquier
momento, especialmente ahora que había superado esta gran cosa a la que
se había estado aferrando.
Durante la semana siguiente, apenas comió nada y todos sabíamos que
sucedería pronto. Greer y Adaline regresaron una vez más durante la
semana siguiente y se quedaron en casa un par de noches más. Solo para
estar ahí.
No había más conversaciones importantes que tener. No hubo
despedidas finales porque había vivido tan bien los últimos años que no
quedaba nada sin decir en nuestra familia. Como era típico en mi papá, no
quería que todos estuviéramos reunidos alrededor, mirándolo con lágrimas
en los ojos.
Él quería que viviéramos nuestras vidas, así que eso fue lo que hicimos.
Al final, solo estaban él y mi mamá en su habitación, y cuando ella nos lo
contó más tarde esa mañana, dijo que se fue tranquilo y en paz, y lo último
que él dijo fue que la amaba.
Me mantuve tranquilo mientras Ian, Poppy y yo nos turnábamos para
abrazarla, antes de sentarnos en la tranquila cocina y dejar que mamá
llorara. Hicimos las llamadas necesarias y nos aseguramos de que mi
mamá tuviera algo de comida. Poppy se aferró a mí y lloró mientras
llegaba la funeraria y sacaban el cuerpo de papá de la casa. Entonces
también me mantuve firme, pero todo el tiempo quise que Ivy estuviera
conmigo.
Ian se dio cuenta de que estaba desgarrado, así que puso su mano sobre
mi hombro y me dijo que fuera con ella. Salí de mi casa tan pronto como
recibí la llamada de mamá y le dije a Ivy que regresaría tan pronto como
pudiera. Ella estaba confundida por el sueño cuando la desperté, pero
asintió, dándome un suave beso y diciéndome nuevamente que me amaba
y que me estaría esperando.
Abracé a mi hermano y ambos teníamos los ojos enrojecidos cuando me
aparté.
―Gracias ―le dije.
―Puedo hacer esto ―dijo―. Déjame encargarme de las cosas por un
tiempo, ¿okey?
Cuando volví a cruzar la puerta un par de horas más tarde, con el pecho
vacío y la garganta arenosa por todas las cosas que sostenía, ella me estaba
esperando en la cocina con los ojos tristes, una gran jarra de café
preparándose y un tazón de cereales listos si tenía hambre, porque eso era
aproximadamente el alcance de sus habilidades culinarias.
Pasé por alto ambos y simplemente dejé que me abrazara mientras yo
lloraba. Sus brazos eran fuertes y firmes, los latidos de su corazón eran
constantes mientras yo envolvía mi cuerpo alrededor del suyo. No dijo
nada mientras yo lloraba, y era exactamente lo que necesitaba.
Parecía que todos los días ella era exactamente lo que necesitaba.
Dio un paso adelante en las brechas durante las siguientes dos semanas,
viendo exactamente lo que había que hacer cuando el resto de nosotros
estábamos con los ojos nublados por el dolor.
Se apoderó de un horario de comidas cuando medio maldito pueblo
quería traer guisos, blandiendo una hoja de cálculo como un arma contra
cualquiera que se acercara a la casa.
Llevaba a Olive a pasear con Neville cuando Greer necesitaba un
momento para recuperarse y jugaba ajedrez conmigo y con Ian, incluso
cuando no queríamos distraernos. Aún así, ella siempre nos pateó el
trasero.
Ayudó a mi mamá a organizar las fotografías y dijo que se encargaría de
crear programas para el servicio conmemorativo. Poppy y Adaline
trabajaron en la presentación de fotografías durante horas con la ayuda de
Ivy, llorando y riendo por las fotos que habían elegido.
Todas las noches, ella acercaba su cuerpo al mío, presionaba su peso
contra mi pecho, y finalmente sentía que podía dejar ir la presión del día
porque, por primera vez en mi vida, tenía a alguien que me ayudara. Yo la
dejé.
Algunas noches nos quedábamos dormidos así, con besos tiernos y un te
amo susurrado. Algunas noches, me deslizaba entre sus piernas después de
desnudarla en la oscuridad, y ella también me abrazaba. Su cuello
arqueado, su cuerpo desnudo y sus gemidos jadeantes en mi oído eran mis
sonidos favoritos del día.
Sabía que podría haber sobrevivido todos esos días y noches si Ivy no
hubiera estado ahí, pero en lugar de simplemente sobrevivir, tuve una
pareja que me tomó de la mano y no me dejó enfrentar mi dolor solo. Ella
me hizo pensar en el futuro y en cómo podríamos construir una vida tan
hermosa como la de mi papá y Sheila.
Los planes de mi papá se habían establecido años antes, así que
cumplimos sus deseos de ser cremado y organizamos un servicio
conmemorativo.
Lo hicimos un martes, dos semanas después de su muerte, porque
Parker, Beckett y Emmett podían escapar de sus deberes de la temporada
regular por un día para regresar a casa.
Parecía que todo el pueblo acudió a su funeral y me sentí aliviado de que
no fuera el asunto sombrío que siempre imaginé en mi mente. La gente
contaba historias, se reía de las cosas que mi papá hizo a lo largo de los
años, y de la forma en que crio a un grupo de niños locos con tanta
facilidad.
Esas primeras semanas después de que Ivy volviera a aparecer en mi
casa pasaron borrosas: la dicotomía entre la pérdida de mi papá y su
inesperada y dulce presencia en mi vida me hacía dar vueltas la cabeza
cuando pensaba demasiado en eso.
Una vez que terminó el servicio conmemorativo y mi familia se dispersó
nuevamente, nuestra nueva normalidad fue un poco más tranquila y un
poco más asentada.
Ella trabajó con Marcy Jenkins en la venta de las cosas de sus abuelos y
decidió no quedarse con nada. Escondidas detrás de un gran marco y
colgadas en la habitación de invitados de mi casa estaban las marcas de
altura cortadas en la pared. Ella convirtió ese espacio en su oficina y la
encontraba mirando esas piezas con frecuencia.
En una de esas ocasiones, entré a la oficina y pasé mis manos sobre sus
hombros, clavando mis pulgares en los músculos tensos de su cuello. Ella
levantó la vista con una sonrisa agradecida.
―No te oí entrar.
―Eso es porque nuestro gato guardián apesta ―le dije, inclinándome
para darle un beso en los labios hacia arriba. Neville se estiró en la cama
que ella había agregado en la esquina de la habitación que recibía más
sol―. Tenía que comprar algo en la tienda y decidí pasar a saludar.
Suspiró feliz cuando me aparté.
―¿Tienes que regresar?
Vi el reloj.
―Sí, pero tengo un poco de tiempo.
Ivy se giró y descruzó lentamente las piernas con una sonrisa maliciosa.
―¿Define un poco de tiempo?
Apoyando mis brazos en la silla donde ella estaba sentada, tomé su boca
en otro beso lento y rocé su lengua.
―No lo suficiente, duquesa ―dije contra sus labios y luego la besé de
nuevo.
Ella hizo un puchero y yo me reí.
―¿Comida italiana para cenar esta noche? ―preguntó.
Mis cejas se arquearon.
―¿Finalmente vas a irrumpir en mi cocina?
―No seas absurdo. Voy a pedir comida para llevar, que recogerás de
camino a casa.
Me reí, inclinándome para darle un beso más.
―Perfecto. Debería terminar alrededor de las cinco. La base se vertió
hoy, así que quiero estar ahí por si acaso.
Nuestra nueva construcción estaba en marcha, administrada desde el
principio por Wade y Jax cuando Greer y yo necesitamos tomarnos un
tiempo para el servicio conmemorativo de papá.
Asentí hacia su computadora portátil.
―¿Habrás terminado para entonces?
Había estado jugando con las fotos del listado durante un día y medio,
asegurándose de que todo estuviera perfecto antes de que la casa entrara
en funcionamiento. Ivy esperó para poner la casa en venta hasta después
del servicio conmemorativo, y aceptó la oferta de Greer de poner en escena
la casa con algunos elementos para ayudar con la lista. Se veía increíble, y
durante la venta de la propiedad, la mitad del pueblo le pidió una muestra
privada simplemente porque tenían curiosidad.
―Debería. ―Ella suspiró―. Recibí una llamada del tipo que está
enumerando el terreno adyacente al centro de Sisters. Tengo curiosidad por
saber si está dispuesto a ceder en el precio.
―Mi pequeña magnate ―susurré, pasando mi mano por el costado de
su cuello mientras ella sonreía. Usé mi pulgar para levantar su barbilla. Sus
labios eran suaves y dulces cuando la besé una vez más―. ¿Qué pondrás
ahí?
Se lamió el labio inferior y observó mi rostro con atención.
―Estaba pensando en algo que dijo Greer cuando estábamos montando
la casa de al lado.
―¿Sí? ¿Qué?
―En cómo solían hablar de hacer una división de Wilder Homes con
muebles personalizados, decoración del hogar, algo que podría expandirlos
más allá del oeste de Oregon.
Mis ojos se entrecerraron.
―Lo hicimos, hace años, pero nunca tuvimos el tiempo ni la energía para
siquiera considerar algo así una vez que papá se enfermó. Necesitaríamos a
alguien a tiempo completo para algo de esa magnitud.
―Sí ―ronroneó―. Alguien con un gran interés en que tenga éxito y que
pueda tener la visión para los negocios y los fondos para respaldarlo.
Me senté frente a ella y estudié su rostro mientras deslizaba mis manos
sobre sus muslos.
―Ivy, esto es algo grande ―dije lentamente.
Ella asintió, con los ojos enfocados, claros y emocionados.
―Lo sé.
Me reí suavemente.
―Nos mudamos juntos un par de semanas después de que empezamos
a salir, ¿y ahora estás lista para iniciar un negocio con mi hermana y
conmigo?
―No hago nada a medias, Cameron Wilder ―afirmó, acercando su silla
para poder pasar sus brazos sobre mis hombros. Mis manos apretaron sus
muslos―. Reconozco una buena idea cuando la escucho y quiero dedicar
mi tiempo y energía a construir algo importante, algo impactante, no solo
algo exitoso.
Mis ojos buscaron los suyos.
―Has estado pensando en esto durante unos días, ¿no?
Inclinó la cabeza hacia su computadora portátil.
―Deberías ver las millones de pestañas que tengo abiertas. ¿Sabías que
existe un mercado increíble en este momento para empresas familiares
como ésta, basadas en pueblos pequeños? Con mis contactos, tu
reputación, las habilidades de diseño de Ian y la ridícula buena apariencia
de esta familia... ―se inclinó para darme otro beso en la boca―, es un
jonrón. ―Hizo una pausa, acunando la línea de mi mandíbula en su
mano―. Creo que a tu papá le hubiera gustado, ¿no?
Se me hizo un nudo en la garganta mientras asentía.
―Sí ―dije con brusquedad―, a él le hubiera encantado. ―Tiré de sus
manos mientras me levantaba, jalándola hacia mis brazos. Con la boca
rozando la parte superior de su cabeza, agregué con cuidado―: Tal vez a
tu papá también le gustaría, si tuviera algo de tiempo para pensar en eso.
Ella suspiró, mirándome con una sonrisa burlona flotando en sus labios.
―Tal vez. Le enviamos un correo electrónico esta semana. Está... un
poquito mejor. Le prometí a Ruth que tú y yo iríamos a cenar cuando todo
se calmara.
―Bien. ―Le di una palmada en el trasero y sonreí cuando sus ojos se
entrecerraron peligrosamente―. Necesito volver al trabajo a menos que
tengas otras bombas que quieras lanzarme.
Ella resopló con altivez.
―No en este momento.
―Llegaré a casa alrededor de las cinco y media, ¿okey?
Asintiendo, me siguió por el pasillo para tomar un refrigerio y yo la vi
por encima del hombro antes de salir de la casa. Mientras cortaba una
manzana, se rio cuando Neville le pasaba por los tobillos.
Sus ojos se encontraron con los míos, su boca se suavizó en una dulce
sonrisa, y me encontré caminando de regreso a la isla, tomando su rostro
entre mis manos y tomando su boca en otro beso. Ella se rio sin aliento
cuando nos separamos.
―Tantos besos hoy ―dijo, con las manos apretadas en el frente de mi
camisa.
―Será mejor que estés de acuerdo con eso ―dije, con la voz cada vez
más profunda hasta convertirse en un gruñido―. Podría besarte un millón
de veces durante un millón de días seguidos y nunca me cansaré de eso.
Sus ojos brillaban mientras me veía.
―¿Puedo tenerlo por escrito?
―Solo dilo, duquesa ―le susurré, luego la besé de nuevo―. Solo dilo, y
lo haremos.
Ivy se rio y cayó contra mi pecho mientras mis brazos se apretaban
alrededor de su cintura.
En qué dulce tipo de vida se había convertido esto, y no podía esperar a
ver a dónde más nos llevaría.

Fin
¿Quieres saber qué sigue en la familia Wilder? Continúa leyendo para
obtener un adelanto exclusivo de la historia de Ian Wilder.
** Este extracto no ha sido editado y está sujeto a cambios antes de su
publicación.

El sonido de la puerta de un auto cerrándose resonó en el bosque que


rodeaba mi casa y, a pesar de mis mejores esfuerzos para no hacerlo, sentí
curiosidad. Los dedos de Poppy volaron por la pantalla de su teléfono y,
cuando presionó enviar el mensaje de texto, sus ojos se fijaron en los míos a
través del cristal de la puerta principal.

Poppy: Créeme, querrás abrir esta puerta.


Yo: ¿Quién está ahí fuera, Poppy?
Poppy: Me debes una, hermano mayor.

Luego guardó su teléfono y dirigió su atención hacia su invitado


invisible, y la curiosidad, aunque no deseada, se agudizó hasta convertirse
en algo más persistente. Mis piernas se movieron antes de que les diera
permiso y me quedé por un breve momento en medio de la sala familiar.
Desde las ventanas que flanqueaban la puerta principal, podía ver todo
el camino de entrada, a través de los altos abetos que dominaban el tramo
de tierra que me separaba de la carretera. Quien quiera que Poppy trajera
con ella estaba fuera de la vista, pero a través de la barrera de la casa, sentí
un tirón insistente proveniente del interior de mis costillas.
Algo (alguien) importante estaba esperando afuera de esa puerta. Poppy,
incluso con sus pequeños ataques molestos de hermana menor, nunca
jugaría un juego como este si no fuera importante.
Tragué alrededor del bloque apretando mi garganta y me dirigí hacia la
puerta. Cuando abrí la cerradura, mis ojos pasaron más allá de Poppy y el
aliento se atascó como llamas en mis pulmones.
Harlow.
En un momento más débil, cuando extrañaba a mi amiga y no estaba
seguro de cómo acercarme a ella después de tanto silencio, calculé una vez
cuántos días habían pasado desde la última vez que la vi. En ese momento,
era algo asombroso como tres mil novecientos cuatro días. Incluso más que
eso ahora.
En mi cabeza, esa lista creciente de días era una barrera insuperable que
no sabía cómo saltar, aunque una simple llamada telefónica, correo
electrónico o mensaje me hubiera abierto una puerta a la persona que mejor
me conocía.
El tiempo había sido amable con ella, pero eso no me sorprendió.
Siempre supe que así sería. Su rostro todavía era todo pómulos altos y ojos
grandes y oscuros, su cuerpo tenía curvas más suaves ahora y su expresión
no contenía ninguna sorpresa que la mía probablemente tuviera.
Maldita Poppy.
Mientras estaba ahí y veía a mi mejor amiga de la infancia, el tiempo se
extendió hasta convertirse en algo táctil. Ya sea que la quisiera ahí o no, ya
sea que ella admitiera su existencia, había una cuerda invisible que siempre
nos había atado a Harlow y a mí. Ambos tuvimos que ignorarla por un
tiempo, porque la verdad nos impedía crear el futuro que queríamos.
Y en este momento quería agarrarla y jalar, solo para ver si todavía
estaba ahí. Era un ancla alojada junto a mi corazón, esta persona que
siempre había sido tan importante para mí.
Mi mano agarró el marco al lado de la puerta mientras la abría, y la boca
de Harlow se movió hacia un lado en una sonrisa torcida.
Al ver esa sonrisa, algo monstruosamente grande se estaba gestando en
mi pecho.
―Le dije que era una idea terrible ―dijo Harlow―. Sé cuánto odias las
sorpresas.
Después de tantos años, el sonido de su voz casi me hace caer de rodillas.
Salí al porche delantero, intentando liberar toda la tensión que de
repente tenía en mi mandíbula.
―Poppy ―dije en voz baja―, es hora de que te vayas a casa.

Promise Me This, un romance entre amigos de la infancia y compañeros


de piso, llegará el 9 de mayo de 2024.
Agradecimientos
Debo muchísimas gracias a algunas personas que me acompañaron en la
redacción de este libro. Primero, rompí un nuevo récord de palabras
eliminadas en el primer borrador porque Ivy me exigió absolutamente que
le escribiera de la forma correcta (ella tenía razón, naturalmente, y eliminar
esas 30.000 palabras fue lo mejor que pude haber hecho), pero me tomó
bastante antes de llegar a ese lugar.
A mi esposo por nunca pestañear cuando me siento en el sofá y lloro
porque siempre estoy completamente convencida de que ya no sé escribir
historias. Él primer borrador de Karla está un poco necesitado
emocionalmente. ¿Quizás el próximo libro no sea tan malo? (LOL. Sí,
claro).
Kathryn Andrews, Piper Sheldon, Amy Daws y Devney Perry recibieron
MUCHOS vómitos verbales y siempre escucharon con infinita paciencia, y
estoy muy agradecida por eso. Nicole McCurdy y Michelle Clay leyeron un
primer borrador muy, muy diferente de este libro y reforzaron lo que sabía
en mis entrañas; a ellas les agradezco que no tuvieran miedo de decirme
que empezar de nuevo era el paso correcto.
M. E. Carter, junto con Nicole, me ayudaron enormemente en las
ediciones de desarrollo, y Jenny Sims y Julia Griffis me ayudaron a
limpiarlo todo.
A Najla Qamber y Qamber Designs por otra portada impresionante.
A Tina y Michelle por la ayuda administrativa. No podría hacer este
trabajo sin ninguna de ustedes.
A mis lectores, por todo el apoyo, inspiración y amor. Los adoro.
―Por el gran amor del Señor nunca somos consumidos, porque sus compasiones
nunca fallan.
Lamentaciones 3:22
Sobre la Autora

Karla Sorensen es una de las 10 autoras más vendidas de Amazon que se


niega a leer o escribir nada sin un final feliz. Cuando no está leyendo
fanfiction de Dramione o evitando lavar la ropa, puedes encontrarla viendo
fútbol (británico y estadounidense), HGTV o escuchando podcasts de
Eneagrama para poder psicoanalizar a todos en su vida, sin ningún orden
de importancia en particular. Licenciada en Publicidad y Relaciones
Públicas por la Universidad Estatal de Grand Valley, se ganaba la vida en
el sector de la atención sanitaria para personas mayores antes de dedicarse
a escribir a tiempo completo. Karla vive en Michigan con su esposo, dos
niños y un perro de rescate grande y peludo llamado Bear.

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