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Sinopsis

Erin Upton se siente demasiado avergonzada como para contar a la policía lo que
realmente estaba haciendo mientras robaban en su casa, sobre todo porque el
primer agente que llega a la escena es el antiguo vecino molesto Charlie Dwyer.
¿Dónde está la justicia en el mundo cuando un sabelotodo del vecindario crece y
se convierte en un músculo de 1,80 metros, con unos preciosos ojos verdes y una
lenta y sexy sonrisa de "por favor, arréstame"? Ya es bastante malo que lleve
puesta la bata y las zapatillas; ¿tenía que fijarse en las esposas peludas que tiene
en el lavabo?

Él es tan arrogante como siempre, lo que a ella le parece bien: está demasiado
ocupada con la inauguración de su estudio de danza como para dedicar tiempo a
un hombre. Pero siguen cruzando sus caminos, cuando Charlie se ofrece a
ayudarla a colocar el nuevo suelo del estudio una noche, las cosas pasan de clavar
clavos a martillearse mutuamente en un santiamén. Y sobre las esposas...

Están de acuerdo en que es algo de una sola vez. Pero cuando eso se convierte en
algo de dos veces, y luego de tres, Erin empieza a preguntarse si tal vez ella y
Charlie podrían ser algo de toda la vida. Sus mejores amigas Mia y Coco
encontraron el amor en lugares inesperados. ¿Le tocará finalmente a ella?

Frenched #3
Contenido
• Capítulo uno • Capítulo dieciséis

• Capítulo dos • Capítulo diecisiete

• Capítulo tres • Capítulo dieciocho

• Capítulo cuatro • Capítulo diecinueve

• Capítulo cinco • Capítulo veinte

• Capítulo seis • Capítulo veintiuno

• Capítulo siete • Capítulo veintidós

• Capítulo ocho • Capítulo veintitrés

• Capítulo nueve • Capítulo veinticuatro

• Capítulo diez • Capítulo veinticinco

• Capítulo once • Capítulo veintiséis

• Capítulo doce • Capítulo veintisiete

• Capítulo trece • Capítulo veintiocho

• Capítulo catorce • Epílogo

• Capítulo quince • De parte de Mia


Leiste Frenched y Forked?

Frenched y Forked son los libros uno y dos de esta serie (Yanked es el libro
1.5), y aunque cada libro puede ser independiente, Floored será aún más
agradable si ya has leído los otros.
Los placeres saboreados con moderación y dificultad
tienen siempre un mayor sabor...

Heloise d'Argenteuil
Capítulo uno
Octubre
Estoy en la ducha. La luz del cuarto de baño es escasa, apenas unas velas
aromáticas encendidas en el tocador. El aire es pesado y cálido y está impregnado
del aroma de las flores de azahar. Cierro los ojos y la tensión de mis músculos se
desvanece. Cuando los abro de nuevo, una sombra aparece al otro lado de la
cortina. Antes de que pueda gritar, la cortina se aparta.
Jadeo.
Es Brad Pitt.
Con su armadura de Aquiles. (Pero no el tonto casco.)
Sus hambrientos ojos de guerrero devoran la visión de mi cuerpo húmedo y
desnudo mientras se arranca la coraza del pecho. No hace ningún ruido al golpear
el suelo de baldosas.
―Te deseo.
―Pero Brad... ―Mis ojos se abren de par en par al ver que se despoja de su
falda de cuero... (¿falda? ¿calzoncillos? No, eso no está bien. ¡Túnica! La túnica
está bien. Varonil pero todavía griego). Su túnica de cuero―. ¿Qué pasa con
Angelina?
―¿Esa bruja antiestética? Para mí está muerta.
Mis pezones se fruncen al ver su cuerpo duro como una roca. Su piel de
estrella de cine está radiante bajo la luz parpadeante. La mía también lo está, y no
de la forma habitual, blanqueada, de "acabo de salir de debajo de una roca" y de
"paso el FPS 90". En mi fantasía, no soy pálida soy dorada. Soy brillante. Soy
luminosa.
Pero basta de hablar de mí. Brad Pitt entra en la ducha.
En ese momento, hago una especie de intento poco entusiasta de ocultar mi
desnudez tras la cortina, pero mi pudor no es rival para la lujuria de Brad Pitt. A
través de la penumbra, veo su enorme polla, siento su mirada penetrante, percibo
su deseo incontrolable. Mis piernas empiezan a temblar.
―Dame lo que quiero, o te lo quitaré. ―Me apoya contra la pared, su pecho
musculoso apenas roza la punta de mis pechos, porque Brad Pitt sabe lo sensibles
que son. Cómo me vuelve loca un ligero toque.
―No. ―Mi protesta es recatada, débil.
Lo excita.
Sin decir una palabra más, me agarra las muñecas y me las sujeta por detrás
de la cabeza. Sujetándolas con una mano, desliza la otra entre mis piernas,
pasando la longitud de su dedo índice por mis sedosos pliegues. Intento liberar
mis manos, pero no soy rival para la fuerza de uno de sus brazos de guerrero.
―¿Qué vas a hacerme? ―Gimoteo.
―Voy a follarte, Erin. Ahora mismo. ―Toma su polla de guerrero con la
mano y me frota el clítoris con la punta―. ¿Te gustaría eso?
―Sí ―respiro, cediendo a la tensión que se enrolla en el centro de mi
cuerpo―. Fóllame. Ahora mismo.
Se desliza lentamente, un poco cada vez, hasta que está enterrado hasta la
empuñadura, prácticamente levantándome de mis pies. Entonces su polla
empieza a vibrar contra mi clítoris, pero es Brad Pitt, así que no lo cuestiono ni
nada, y me susurra palabras sucias y me folla con fuerza, y yo quiero arañar su
perfecto culo de guerrero, pero no puedo porque tengo una mano atada al
toallero detrás de la cabeza con mis esposas rosas difusas, como si fuera él quien
me retuviera, y la otra sujeta mi vibrador, y oh, Dios, oh, Dios, Brad Pitt puede
hacer que me corra tan fuerte...
―¡Sí! ―Grito suavemente mientras el orgasmo se hincha hasta el punto de
ruptura, mis músculos centrales apretando el firme eje del Conejo Travieso―. Oh
Dios, Brad, eres tan...
THUMP.
Mis ojos se abrieron. ¿Acabo de escuchar algo abajo?

Trasteando con el interruptor de apagado, quité el Conejo Travieso y lo


escondí a mi espalda, como si la vergüenza fuera a ser mi mayor problema si algún
intruso estuviera en mi casa. (En realidad, la cosa era bastante sólida.
Probablemente podría haberlo utilizado como arma). Con el corazón
martilleándome en el pecho, dejé el vibrador en el suelo, me quité las esposas del
toallero, cerré el grifo y escuché.

Nada.

Me quedé así, goteando y sin aliento y temblando durante un minuto más o


menos, y luego aparté la cortina. La puerta del baño seguía cerrada.

Pero no recordaba haberla cerrado.

Me acerqué al lado de la bañera con las esposas borrosas que aún colgaban de
mi muñeca izquierda y probé la manilla. Giró con facilidad y la cerradura no saltó.

¡Omigod! Me quedé con la boca abierta y mis manos se agitaron. Estaba tan
ansiosa por llegar a la parte de Brad Pitt de mi horrible día que había olvidado
cerrar la puerta. Vivía sola, pero siempre, siempre cerrar la puerta del baño
cuando me duchaba por la noche, sobre todo si me llevaba juguetes (al fin y al
cabo, mi madre tenía la llave de mi casa). Pero estaba tan excitada -y achispada-
cuando subía las escaleras que no lo había hecho. Nota para mí: tres vasos de
vino en una hora es demasiado.
De repente, no recordaba haber comprobado la cerradura de la puerta
principal o de la trasera antes de subir. Espera, ¿había cerrado con llave después
de llegar de la tienda de comestibles? Se me revolvió el estómago mientras
intentaba reconstruir las dos últimas horas: después de un ensayo tardío en el
estudio y de dos conversaciones difíciles con madres de baile que trabajan con
helicópteros, había ido a Kroger, había vuelto a casa, había guardado la comida y
había respondido a una llamada telefónica de otra madre de baile que debería
haber ignorado. Para relajarme, había bebido un poco de vino y me había
distraído con Troya en la HBO cuando, de repente, las ganas de ducharme con
Brad se apoderaron de mí y no pude ignorarlas (tampoco habría rechazado a Eric
Bana u Orlando Bloom. Dulce Jesús, los tres en una película...). Me dije a mí
misma que me merecía un pequeño descanso de la realidad después de la semana
que había tenido, me serví una tercera copa de vino, subí las escaleras y saqué mi
caja secreta personal de la sensualidad de debajo de la cama. El vino y la caja
estaban ahora sobre el tocador, junto a las velas, en una triste y romántica
muestra de una típica noche de viernes en mi vida.

Pero tenía un problema mayor.

¿Había entrado alguien en mi casa? Y lo que es peor, ¿todavía estaba allí?


Dejando de lado las fantasías del viernes por la noche, un extraño real
entrometiéndose en mi ducha no era sexy.

Agarrando una toalla del armario, la sujeté contra mi pecho y me asomé al


pasillo.
Nada.

Pero algo no estaba bien. Podía sentirlo. Con el miedo corriendo por mis
venas, me quité las esposas de la muñeca, las tiré a la caja y me sequé un poco a
toda prisa. Todavía medio mojada, cambié la toalla por el albornoz en el gancho de
la puerta del baño y metí los brazos en las mangas, moviéndome lentamente,
intentando calmar mi corazón galopante y descontrolado diciéndome a mí misma
que no fuera paranoica. De verdad, ¿qué posibilidades hay de que la única noche
que te olvidaste de comprobar las cerraduras sea la noche en que ocurra algo
malo? Y probablemente las hayas cerrado de todos modos; siempre lo haces.
Pero por si acaso, dije un rápido Ave María.

Confesión: No soy una buena católica. Mis avemarías, padrenuestros y


oraciones infalibles a San Antonio y demás coinciden indefectiblemente con
momentos de gran calamidad o humillación inminente en mi vida. Intento
compensar esto asistiendo a misa (más o menos) con regularidad y ayudando en
el comedor de los capuchinos en los días festivos. Queda por ver si esto iguala la
balanza en lo que respecta a Dios, pero de momento todo va bien.

Al entrar de puntillas en el vestíbulo, sentí inmediatamente el aire fresco que


subía por la escalera. Una corriente de aire, como si hubiera dejado una puerta no
sólo sin cerrar, sino abierta.

Dios mío, Dios mío, Dios mío. Posada en lo alto de la escalera, escuché con
atención, pero mi corazón retumbaba tan fuerte que no podía escuchar nada más.
También me dolía el pecho. Tras uno o dos minutos de tenso silencio, empecé a
bajar las escaleras. No es nada, me dije, aunque una pequeña parte de mi cerebro
pensó que podría estar sufriendo un infarto. Quizá me dejé una ventana abierta.
Tal vez no cerré la puerta y se abrió de golpe. Tal vez me olvidé de subir la
calefacción cuando llegué a casa desde el estudio y por eso hace frío. ¿Ves? Mira
eso, la puerta principal está cerrada.
Probé la manija.

Cerrado.

Exhalando con alivio, me dirigí a la parte trasera de mi casa, a través de la


pequeña sala de estar y el comedor hacia la cocina.

Que fue donde entré en pánico. Porque la puerta trasera estaba abierta.

Frenéticamente, revisé los mostradores de la cocina, con el aliento atrapado


en mis pulmones.

Mi bolso había desaparecido.

Mi ordenador no estaba.

Mi iPad había desaparecido.

Mi teléfono había desaparecido.

Durante unos instantes, me quedé parpadeando con incredulidad, como si


hubiera habido algún error y simplemente hubiera extraviado los objetos. Pero
todos los cables de alimentación y los cargadores estaban allí, y sabía que había
enchufado mi teléfono después de colgar con esa madre antes. No tardé en
darme cuenta de que había olvidado cerrar la puerta. Alguien había estado aquí y
había robado mis cosas.

Alguien podría estar todavía aquí.

Demasiado aturdida y asustada como para emitir un sonido, salí corriendo por
el comedor y la habitación delantera y subí las escaleras hasta mi dormitorio,
donde (por insistencia de mi madre) tenía un teléfono fijo de verdad.
Cerré la puerta con llave y llamé al 911, le di a la operadora mi dirección y un
resumen - obviando la parte de la ducha con Brad Pitt- y le dije que me quedaría
aquí hasta que los policías revisaran toda la casa y me dijeran que era seguro salir.

Me olvidé de la Caja de Sexy.

Era ese tipo de día.

Esperé bajo mis sábanas todo el tiempo que la policía estuvo revisando la casa,
unos veinte minutos. Llevaba el teléfono debajo y llamé a Mia y a Coco, pero
ninguna de las dos contestó al teléfono. Les dejé mensajes, contándoles lo
sucedido y rogándoles a ambas que me devolvieran la llamada. Habría llamado a
mi madre, pero se había ido esta mañana a una peregrinación religiosa de doce
días a España. Debería haberme ido con ella, como ella quería. ¡Ahora Dios me
está castigando! Sabe que tengo pensamientos impíos sobre Brad Pitt (¡un
hombre casado!) y ahora tengo que pagar por ello.
Sonó un golpe en la puerta de mi habitación cerrada, haciéndome saltar.

―¿Señora? Hemos revisado la casa. No hay nadie aquí. ―La voz del oficial
era profunda y tranquilizadora―. Cuando esté lista, nos gustaría hablar con
usted. Esperaremos en la cocina.

Me asomé de las sábanas, mirando la puerta con desconfianza.

―¿Cómo sé que eres realmente la policía y no el intruso?


―Bueno, podrías abrir la puerta y echarme un vistazo con el uniforme.
―De ninguna manera. Desliza tu placa por debajo de la puerta o algo así.
―Eso es lo que hacían en las películas, ¿no?
―Vamos, Erin. Abre la puerta.
―No. ¿Y cómo sabes mi nombre?
―El departamento de policía tiene todo tipo de información útil, como quién
vive donde. O eso o soy psíquico.

Hice una cara en la puerta. ¿Conocía a este tipo? Su voz me resultaba familiar
de alguna manera, pero no podía pensar en quién podría ser.

―No estoy de humor para bromas.


―Nunca tuviste mucho sentido del humor. Ahora ven a verme con el
uniforme. Creo que te impresionará. Las damas suelen hacerlo.

Me quedé boquiabierta. ¿Quién demonios era? La curiosidad me venció, tiré


las sábanas y salté de la cama. Me detuve un segundo frente a la puerta, con la
mano en el picaporte, pensando que si se trataba de un loco peludo y aterrador
estaría preparado para darle un gran golpe en las pelotas. Entonces giré la manilla
y la abrí de un tirón.

Oh, Dios.

Oh, Dios.

Lo más loco fue que era tan guapo que tuve la fugaz idea de que todo este
asunto del robo era un engaño y que este "policía" era en realidad un stripper. Por
un segundo me quedé mirándolo, casi esperando que se abriera la camisa por el
pecho y empezara a girar.

Confesión: Realmente deseaba que lo hiciera. (Por un par de razones.)

Pero no lo hizo.
―¿Tanto he cambiado, Red?
Me golpeó.

―Oh, Dios mío. Charlie Dwyer. ¿Eres un policía?


Sonrió, y si no hubiera sido tan imbécil cuando éramos más jóvenes, me
habría derretido a sus pies. Así las cosas, sólo podía sacudir la cabeza con
incredulidad ante esta pesadilla: no sólo me habían robado más de dos mil dólares
en aparatos electrónicos de mi casa mientras yo estaba en el piso de arriba, sino
que para protegerme estaba el matón de la casa de al lado que había secuestrado
a mi hámster para pedir un rescate y había asaltado mi puesto de limonada
benéfico con una pistola eléctrica. ¡Y era guapísimo! ¿Dónde estaba la justicia en
el mundo?

―Ya que tus modales son evidentemente escasos tras este desafortunado
evento, tomaré la iniciativa aquí. Me alegro de verte de nuevo. ―Charlie me
tendió la mano y la tomé sin pensarlo. En realidad no la estrechó, sino que cerró
sus dedos alrededor de mi palma y la sostuvo. Miré nuestras manos: la mía era
mucho más pequeña y pálida. La apretó suavemente―. Estás temblando.

Aparté la mano y me crucé de brazos.

―Ha sido una noche dura. ¿Has encontrado algo?


―Tu bolso estaba en la acera de enfrente. No hay cartera dentro. Creemos
que este es uno de los tipos que han estado asaltando casas y coches sin cerrar
durante las últimas semanas.

―¿No se llevó todo mi bolso? ¿Y mis llaves? ―Me tembló la voz. Dios, ¿y si
se hubiera llevado las llaves de mi casa? ¿De mi coche? ¿De mi estudio?
―Relájate. Tus llaves están en el mostrador y tu coche sigue en el garaje.
Probablemente vaya a pie o en bicicleta con una mochila, para no llevarse más
de lo necesario. En su mayoría, sólo aparatos electrónicos.

―Jesús. ―Cerré los ojos―. ¿Es este el tipo del que escuché en las noticias?
¿El ladrón de gatos? ―Me pareció tan absurdo. Tan irreal. Antes de esta noche
me había reído con las historias, imaginando a un tipo delgado vestido de negro
con orejas negras puntiagudas en la cabeza y bigotes dibujados en la cara con un
rotulador mágico. Pero ahora me asustaba―. ¿Cómo sigue haciendo esto?

―Es pequeño y rápido. Le gustan las casas cercanas, o los adosados como
éste, y creemos que estaciona en algún lugar más alejado. Es posible que también
se suba a un autobús.

―Si sabes tanto de él, ¿por qué no puedes atraparlo? ―Solté un chasquido,
tirando de mi bata más fuerte alrededor de mí.

―Tranquila, Red. ¿Por qué no bajas y respondes a algunas preguntas que


podrían ayudarnos?

A la segunda mención de su antiguo apodo para mí -no tanto por mi pelo


rubio fresa como por el color que adquiría mi cara cuando se burlaba de mí- se me
erizó el cuero cabelludo.

―Bien ―dije con los dientes apretados―. Sólo dame un minuto.


Charlie asintió y se dirigió a las escaleras, y yo volví a poner el teléfono en el
cargador antes de apagar la luz de mi habitación y seguirlo. Por capricho, decidí
meterme en el baño y echar un vistazo rápido a mi pelo. Ni siquiera me había
peinado después de la ducha.

Y entonces la vi: la caja.

Oh, no. Oh, Dios mío.


Mi caja secreta de lo sexy estaba allí mismo, en el tocador, a la vista de todos.
Mis esposas rosas y el lubricante Pure Romance y una cajita negra de Lelo
que contenía mi masajeador SIRI... cada cosa traía otra pesada capa de
humillación, como esos delantales de plomo que tienes que llevar cuando te
hacen una radiografía. No hacía falta ser detective para deducir cuáles habían
sido mis planes del viernes por la noche, teniendo en cuenta las velas encendidas,
la copa de vino y el contenido de la caja. Había dejado mi Conejo Travieso en el
suelo de la bañera; ¿y si había mirado allí?

Y mi pelo estaba mojado. Dios mío.

Desesperada, metí la caja en el armario bajo el fregadero y tiré allí también mi


vibrador. Luego me miré en el espejo e intenté no llorar, con los labios apretados
y las manos agarrando el borde del tocador. Si Crayola hiciera un crayón del color
de mi cara en este momento, lo llamarían Rojo Mortificación.

Me sentí muy tonta. Todo esto era culpa mía. Y ahora tenía que bajar y
admitirlo ante la policía. A Charlie Dwyer, matón reformado convertido en
agente de la ley. Si es que estaba reformado, tal vez ahora sólo era un matón
con uniforme. En la pared de mi izquierda había una pequeña ventana, y
sinceramente consideré la posibilidad de intentar escapar por ella.

Pero en lugar de eso, me pasé un peine por el pelo, bebí unos cuantos tragos
de vino, soplé las velas y bajé las escaleras arrastrando los pies. Estuve a punto de
decirme a mí misma que las cosas no podían ir peor, pero luego lo pensé mejor.
¿Por qué tentar al destino?

Cuando entré en la cocina, vi a Charlie de pie, de espaldas a mí. Otro agente,


con guantes, estaba trasteando con el pomo de la puerta trasera. Mi bolso
estaba en el suelo, cerca de sus pies. Me apresuré a tomarlo, pero el hombre
levantó una mano.
―Es mejor que no lo toques. Si te parece bien, me gustaría llevarlo al
laboratorio y comprobar las huellas. Si no puedo hacerlo sin arruinar el cuero, no
lo haré.

―Oh. ―Retrocediendo a trompicones, me hundí en una de las dos sillas de


mi pequeña isla, que también servía de mesa de cocina―. De acuerdo.

―Erin, este es el detective Walker.


Asentí miserablemente.

―Señora Upton, por lo que usted sabe, ¿no estuvo en ninguna otra
habitación más que en ésta? ―El detective de rostro escarpado se enderezó
hasta alcanzar su máxima estatura, que era bastante impresionante. Sentada
entre él y Charlie, me sentí como un diente de león entre dos secoyas.

―Eso es correcto.
―Y entró por esta puerta, que estaba sin cerrar.
Apreté los dientes.

―Sí.
―Muy bien entonces. Charlie, tengo todo lo que necesito por ahora. Voy a
salir. ―El detective recogió mi bolso y me señaló con la cabeza ―. Señora. Siento
mucho que haya ocurrido esto. Le devolveré su bolso lo antes posible.

―Muy bien. Gracias.


Desapareció por la puerta trasera, cerrándola con fuerza tras de sí,
dejándonos a Charlie y a mí solos.

―Bien, Erin. Déjame hacerte unas preguntas sobre esta noche. ―Se puso
frente a mí, apoyándose en la encimera de la cocina. Parecía totalmente fuera de
lugar con su uniforme azul oscuro frente a los bonitos armarios blancos y el
ladrillo visto. Entre nosotros, un cuenco de cristal transparente con manzanas
verdes brillantes destacaba sobre la encimera de mármol de la isla, y a su derecha
estaba mi estación de café, con un pequeño cartel de pizarra que decía Pero
primero el café. Me encantaba mi cocina. Incluso a medianoche, con el La fría
oscuridad de octubre presionando las ventanas, era acogedora y alegre. Un oficial
de policía no debía estar en ella.

Especialmente este.

De su bolsillo sacó un lápiz grueso y un pequeño cuaderno, de los que tienen


espiral en la parte superior, y pasó a la siguiente página en blanco.

―¿Por qué no empezamos con la línea de tiempo? ¿Estuviste en casa toda la


noche?

―Bueno, estuve en el estudio hasta cerca de las siete, luego paré en Kroger y
después conduje a casa. Estacioné en el garaje y entré por la puerta trasera. Suelo
cerrarla detrás de mí enseguida, soy muy cuidadosa con la seguridad.

―Claro que sí ―interrumpió, anotando algo en su cuaderno.


Parpadeé sorprendida. ¿Estaba siendo grosero o simpático? Parecía una mala
señal que no pudiera distinguir.

―Pero llevaba cuatro grandes bolsas de comida. Y en cuanto las dejé en el


suelo, sonó mi móvil.

―¿A qué hora fue esto?


Automáticamente, me levanté y busqué mi teléfono móvil para comprobar la
hora en que había entrado la llamada. Entonces me di cuenta: ya no estaba.
―¡Dios, esto es tan molesto! No lo sé ―dije miserablemente, dejándome
caer de nuevo en la silla―. ¿Sobre las siete y media? ¿Siete cuarenta y cinco?
Estaba totalmente oscuro afuera.

―¿Y entonces?
―Y luego tuve una larga y estresante conversación con una de las muchas
madres bailarinas que se empeñan en arruinar mi vida, y cuando colgué, estaba
muy disgustada. ―Justo en ese momento me di cuenta de que había migas en mi
suelo de madera oscura, debajo del taburete del mostrador donde me había
comido antes una bolsa entera de pretzels con miel y mostaza. Las ganas de
tomar una escoba y un recogedor y barrerlas me picaron como un mosquito
sediento de sangre. No soporto las migas, los derrames ni los desórdenes.

―¿Una mamá bailarina? ―Charlie levantó la cabeza.


―La madre de una de las bailarinas de mi estudio. No creo que sea la que me
robó, pero no me importaría que la encerraran.

Sonrió ligeramente.

―¿Por qué?
―Está loca. Todos están locos. ―Por millonésima vez, me pregunté si tomar
el estudio había sido un gran error.

―Así que eres profesora de baile. Tú también bailabas de niña, ¿verdad?


―Sí, lo hice. ―Lo miré, con una ceja enarcada ―. Y tú te burlabas de mí y
me llamabas Dedos Brillantes. Entre otras cosas.

Parecía interesado.

―¿Qué más te he llamado? Quiero decir, además de Red.


―Mascota del profesor.
La sonrisa se amplió.

―Lo eras.
Apreté los labios. En secreto, no me había importado que me llamaran la
mascota del profesor, pero él no lo sabía.

―Llorona. Tú también me llamaste llorona.


―No lo recuerdo. ―La mirada en su rostro decía: Como no lo recuerdo, no
puede ser verdad.
―Lo hiciste. Tenía nueve años. Fue después de que robaras mi puesto de
limonada. ¿Lo recuerdas? ¿El que tenía para recaudar dinero para la investigación
del cáncer infantil? ―Normalmente no era tan combativo, pero esta ya era una
mala noche, y Charlie Dwyer sabía cómo presionar mis botones. Siempre lo hizo.

―Oh, claro. ―Se rió―. Lo sostuve con una pistola de agua.

Me quedé con la boca abierta.

―¡Una pistola de agua! Me dijiste que era una pistola eléctrica.

―¿Una pistola eléctrica? ¿De dónde diablos iba a sacar yo una pistola
eléctrica?

―No lo sé, pero eso es lo que dijiste que era. Y dijiste que si no te daba los
once dólares y cincuenta centavos me darías un zapatazo y me mojaría los
pantalones.

Volvió a reírse.

―¿Aún recuerdas cuánto dinero era?

―¡Sí! ―Me senté más alta, con la columna vertebral rígida por la ira―. Es un
recuerdo muy traumático. Y no parece que lo sientas.

―¿Por qué debería lamentarlo? Te lo mereces por ser tan crédula.


Sí, este era el viejo Charlie Dwyer. Qué injusta es la línea de la mandíbula y
los ojos azules. Su pelo también era bonito: grueso, castaño arenoso y bien
cortado, para resaltar la simetría de sus hermosas facciones. Qué desperdicio.

―¿Podemos seguir con esto, por favor? ―olfateé.

―Me parece bien. Así que colgaste el teléfono ―me dijo―. Por cierto, ¿cuál
es tu número de móvil? ¿Y quién es tu operador?

―Verizon. ―Recité el número y continué―. Colgué el teléfono y estaba tan


alterada que me olvidé de cerrar la puerta.

―¿Lo has olvidado? ―Sacudió la cabeza, avergonzándome―. Eres una mujer


que vive sola, y ha habido una racha de allanamientos en esta zona.

¿Una mujer que vive sola? ¡Qué imbécil!


―¿Qué más da que sea una mujer? ―Me quejé―. Esto podría haberle
pasado a cualquiera.

―De acuerdo. Cualquiera que dejara su puerta trasera sin cerrar después de
la noche.

Quería defenderme, aunque una parte de mí estaba de acuerdo con él.

―Mira, he cometido un error, ¿de acuerdo? Me siento mal por ello. Y tú lo


estás empeorando.

Miró a su alrededor.

―Me he dado cuenta de que no tienes cortinas en las ventanas de aquí.

―Me he mudado hace poco. Quité las viejas porque eran horribles, y tengo
nuevas persianas, pero aún no he tenido tiempo de ponerlas.

―Yo haría tiempo. Esto es como una pecera. Cualquiera puede ver dentro.
―Me encargaré de ello ―dije con firmeza. ¿No se suponía que los agentes de
policía debían hacerte sentir seguro? ¿Ser una presencia reconfortante después
de algo así?― Sabes, necesitas trabajar un poco en tus habilidades con la gente.

―Anotado. Bien, ¿qué hiciste después de la llamada telefónica?

Beber vino. Comer una bolsa de galletas saladas. Mirar a hombres sexys en
túnica.

―Cené.

―¿Y luego subiste?

Mi cara se calentó.

―Sí. Apagué todas las luces, subí y me duché, pero cuando me estaba
secando, escuché un ruido aquí abajo. Me puse la bata y bajé a comprobarlo, y
enseguida me di cuenta de que mi portátil había desaparecido, junto con mi
teléfono, mi iPad y mi bolso. ―Mi estómago se revolvió al recordarlo y me
estremecí. Alguien había estado aquí, en mi casa, mientras yo estaba arriba en la
ducha. Ni siquiera había cerrado la puerta del baño, lo que provocó una nueva
oleada de náuseas. Cerrando los ojos, me sujeté el vientre dolorido. Dios mío.
Esto podría haber sido mucho peor.
―¿Y lo ibas a arrestar tú misma?

Mis ojos se abrieron de golpe.

―¿Eh?

―Esas esposas que están en el baño. Supongo que son tuyas. ―Con un brillo
perverso en los ojos, Charlie levantó las cejas―. Tal vez ibas a darle una
descarga con tu pequeña Taser en la caja negra primero. No sabía que Lelo
hiciera productos de defensa personal.
Fue uno de esos momentos en los que habría agradecido un buen evento
catastrófico: un terremoto, quizás. Un tornado F5. Una erupción volcánica.
Cualquier cosa que hiciera que la tierra se dividiera y me tragara entera para no
tener que responder.

Le di un minuto.

Le di un Ave María.

No hubo suerte.
Capítulo dos
Me aclaré la garganta para romper el doloroso silencio y reuní la última pizca
de dignidad que me quedaba.

―Sabes, un buen tipo habría dejado pasar eso.

Su sonrisa se hizo más profunda. Maldita sea, tenía hoyuelos.

―¿Vives sola, Erin?

Apreté la mandíbula.

―Sí.

―¿Tienes alguna mascota?

―No.

―Bueno, podrías pensar en conseguir una. Un perro sería bueno para una
mujer sola.

―No me gustan los perros.

―¿Hablas en serio? ¿A quién no le gustan los perros?

―A mí. Son peludos y babosos.

Negó con la cabeza, como si no tuviera remedio.

―¿Tienes un arma de fuego?

Retrocedí.

―¿Te refieres a una pistola? Por supuesto que no.


―No parezcas tan sorprendida. Grosse Pointe Park es un lugar agradable y
todo, pero tienes que ser más inteligente.

―¿Qué tiene de inteligente un arma? Eso no me habría ayudado esta noche


de todos modos. Ya se había ido cuando llegué aquí.

―Esta noche sí ―subrayó―. ¿Y la próxima vez? ¿No te sentirías mejor c o m


o mujer sola sabiendo que puedes defenderte?

―Mira, ¿podrías dejar todo eso de 'mujer sola'? ―Hice pequeñas comillas de
aire con mis dedos―. Vivo sola por elección.

―Nunca dije que no lo hicieras.

Lo miré fijamente.

―Lo insinuaste. Estaba muy implícito.

―Sabes, ahora que lo mencionas, me sorprende que la Reina del Baile siga
soltera.

―No fui la reina del baile ―dije indignada.

Confesión:

Yo fui totalmente la Reina del Baile.

―¿Y cómo lo sabes, de todos modos? ―Continué―. Te mudaste antes del


instituto.

―Sólo una corazonada.

―Y para tu información, no estoy soltera ―mentí.

―¿Ah, no? ¿Cómo se llama él? O ella-no quiero hacer suposiciones. ―De
nuevo los hoyuelos.

Imbécil.
―Es un él. ¿Por qué quieres su nombre?

―Podría ser relevante. ¿Dónde está esta noche?

―Está trabajando. Es un actor. Está rodando una película esta noche.

A Charlie le hizo gracia por alguna razón.

―¿Cómo se llama, por favor?

Desesperada, busqué un nombre y dije el primero que me vino a la cabeza: el


nombre de mi padre.

―Tad.

―¿Tad? ¿Tad qué?

―Tad... Pitt. ―Mierda. Mierda. Mierda.

Charlie enarcó una ceja.

―¿Tu novio se llama Tad Pitt?

Levanté la barbilla.

―Sí.

―¿Y es un actor? Déjame adivinar: películas para adultos.

―Mal. ―Intenté parecer ofendida―. Es un... actor dramático.


Shakespeariano, de hecho.

Charlie hizo una nota en su libreta, una risa exasperante sacudió sus hombros.

―Podría enseñarte a disparar un arma, ya sabes. Quiero decir, si Tad está


demasiado ocupado disparando al Rey Lear o lo que sea.

―No, gracias.

―¿Por qué no?


―Porque soy antiarmas y no creo que deban estar en las casas de la gente.
Nunca he visto una pistola en la vida real, excepto en un agente de policía.
―Mirando la que llevaba Charlie en la cadera, me estremecí―. Nunca podría
disparar una.

―Como quieras. ¿Y una alarma? ¿Has pensado en instalar una?

―No.

―Tal vez deberías.

¡Dios, era un sabelotodo!

―Gracias. Lo añadiré a mi lista de gastos de este mes, justo después de


comprar un móvil y un ordenador nuevos, pagar mi franquicia de mil dólares, el
alquiler de mi estudio de doscientos dólares y mi hipoteca. ―De repente, estaba
más enfadada que asustada. Salté de la silla y me dirigí a la despensa para buscar
la escoba y el recogedor―. ¡Sabes qué, esto apesta! Apesta de verdad. ―Tiré el
cazo al suelo y empecé a barrer las migas de pretzel con golpes furiosos,
esparciéndolas en lugar de recogerlas―. Soy una buena persona; tal vez esta
noche he sido un poco olvidadiza, ¡pero sigo todas las reglas! No tiro la basura. Me
detengo completamente en las señales de stop. No me meto en el carril exprés
con más de quince artículos, devuelvo mi carrito cuando he terminado y no
intento subir a los aviones antes de que me llamen de mi zona. ¿Por qué me ha
pasado esto?

―La vida no funciona así, supongo. No siempre se nos recompensa por las
cosas buenas que hacemos ni se nos castiga por las malas. ―Se encogió de
hombros―. La gente se sale con la suya.
―Bueno, no está bien. No me merezco esto. Ni siquiera juro, al menos no en
voz alta. ―La furia crecía en mí―. Y ahora mismo me apetece mucho decir
palabrotas en voz alta.

―Adelante, si te hace sentir mejor.

―¡Que se joda ese tipo! ―Exploté, apuñalando las migas con mi escoba. Eso
me hizo sentir mejor, así que continué―. Que se joda ese tipo por entrar en mi
casa y llevarse mis cosas. Que se joda. ―Podría haberme detenido ahí si no fuera
porque cometí el error de mirar a Charlie, que apretaba los labios en un mínimo
esfuerzo por no reírse de mí. Le apunté con el palo de la escoba―. ¡Y jódete tú
también, por venir aquí y hacerme sentir que esto era culpa mía! Ni siquiera
puedo creer que seas policía después de todas las cosas malas que me hiciste
cuando éramos niños.

Un fuerte golpe en la puerta trasera me hizo dar un respingo, y mis manos


volaron hacia mi pecho, la escoba golpeó el suelo con un fuerte golpe.

―Está bien ―dijo Charlie, dirigiéndose hacia la puerta trasera. Pasó por
delante de mí y me puso ambas manos en los hombros―. Relájate. Estás a salvo.

Asentí con la cabeza, luchando contra las lágrimas, preguntándome si volvería


a sentirme completamente segura en mi casa. Tal vez miraría de conseguir una
alarma.

Charlie me soltó, se dirigió a la puerta y miró por la ventana antes de abrirla.


Tras una fresca ráfaga de viento otoñal, Mia entró corriendo, seguida de Coco,
ambas con abrigos de lana y tacones.

―Oh, cariño. ―Mia se acercó a mí y me tomó en sus brazos. Su perfume era


dulce y tranquilizador―. Estás temblando. ¿Estás bien? No puedo creerlo.
―En serio ―dijo Coco, frotando mis hombros―. ¿Quién lo hubiera
pensado?

―Estoy bien ―dije―. Un poco temblorosa quizás, pero estoy bien.

―¿Cómo han entrado? ―preguntó Mia, soltándome pero aferrándose a mi


mano.

―Por la puerta trasera. ―Me encontré con los ojos de Charlie, esperando
que comentara mi descuido, pero no lo hizo. De hecho, si no lo conociera mejor,
diría que parecía un poco apenado por mí.

Mia parecía confundida.

―¿Ha roto la cerradura?

―No. La dejé abierta accidentalmente. Simplemente entró.

―¡Imbécil! ―Coco sacudió la cabeza y juntó sus labios rojos y brillantes―.


Dios, no puedo creer que alguien haya tenido el valor de entrar aquí mientras
estabas en casa.

―¿Qué se ha llevado? ―Mia miró a su alrededor. Recitaba los objetos


robados en tono hosco mientras se encogía de hombros para quitarse el abrigo―.
Vamos a hacer una lista ahora para que no se te olvide. Mañana tendrás que
presentar una reclamación al seguro. Tienes seguro, ¿verdad? ¿Has hecho una
copia de seguridad de tu ordenador?

―¿Se llevó tu bolso? Tienes que cancelar tus tarjetas de crédito de inmediato
en caso de que haya intentado usarlas ―exclamó Coco.

Asentí con la cabeza, sintiéndome completamente abrumada.

―Sí. Había hecho una copia de seguridad recientemente. Sí, tengo un


seguro. Sí, se llevó mis tarjetas de crédito.
Charlie intervino.

―En realidad, a veces eso nos ayuda a atrapar a estos tipos. Muchas veces
intentan usar las tarjetas de crédito enseguida en una gasolinera o algo así, y esas
suelen tener cámaras instaladas. Tal vez llamar a la compañía ahora y ver.

Asentí con la cabeza, contento de tener algo que hacer.

―¿Puedo usar el teléfono de alguien?

―Por supuesto. ―Coco dejó su bolsa de hombro en la isla y hurgó en


ella. Mia estudiaba a Charlie, como si tratara de ubicarlo.

―Mia, ¿te acuerdas de Charlie Dwyer? ―Le pregunté, porque los modales
son los modales, aunque siguiera siendo un gran imbécil.

Su cara se quedó en blanco durante un segundo, pero luego cayó en la cuenta.

―Me pareció que me resultabas familiar. Vivías al lado de Erin en Butler


cuando éramos niños, ¿verdad? ¿Enfrente de mí?

Charlie asintió.

―Sí.

―Pero te mudaste poco después de que mi familia se mudara. A Ohio o algo


así.

―A Iowa. Pero todavía tengo familia aquí.

―¿Acabas de volver a mudarte?

―El año pasado, en realidad.

―Soy Coco. ―Coco me entregó su teléfono, luego se acercó a Charlie y le


ofreció su mano.

―Encantado de conocerte.
―A ti también. ―Se dieron la mano, y cuando Coco se dio la vuelta para
volver a caminar hacia nosotras, movió las cejas hacia mí. Me di cuenta de que
tenía Ideas.

Oh, diablos, no. Dejando a un lado los ojos azules y el pecho ancho, los
imbéciles bocazas no eran mi tipo.

―¿Y ahora qué? ―preguntó Mia, rodeándome con ambos brazos e inclinando
su cabeza sobre mi hombro. Éramos más o menos de la misma altura, aunque ella
era más curvilínea que yo―. ¿Recuperará Erin sus cosas?

―Por desgracia, eso no es probable ―dijo Charlie―. Por lo general, el


material se limpia y se cerca antes de que podamos localizarlo. ―Me miró a los
ojos, ahora con una actitud muy seria―. Pero lo intentaremos, te lo prometo.

―Bien. ―De un cajón de la cocina en el que guardaba todas mis carpetas


financieras y fiscales, saqué los números para llamar a mis dos tarjetas de crédito
-una comercial y otra personal- e hice las llamadas. En la primera, no hubo
suerte. En la segunda, hacía una hora que se había realizado una compra en una
gasolinera cercana.

―Excelente ―dijo Charlie una vez que le transmití la información―. Ese


lugar tiene muchas cámaras. Iré a comprobarlo.

―Gracias ―dije, esperanzada por primera vez de que el tipo pudiera ser
atrapado―. Por favor, hazme saber si encuentras algo.

―Lo haré. ―Sacó una tarjeta de su cartera y la puso sobre el mostrador,


luego volvió a sacar el lápiz―. Escribo mi móvil en el reverso de la tarjeta. Mi
número de trabajo está en el frente. Llama si necesitas algo, ¿de acuerdo?
Buenas noches, señoras.

―Buenas noches ―se hicieron eco Mia y Coco.


―Un placer verte de nuevo, Erin.

No, no lo fue.
A ti también.

Salió por la puerta trasera y me miró por encima del hombro.

―Cierra esto"

Cuando se fue, cerré -y comprobé dos veces- las puertas trasera y delantera y
volví a la cocina. Coco estaba tirando el recogedor lleno de migas de pretzel a la
basura, y Mia estaba sacando una botella de vino de un estante montado en la
pared. Sus abrigos estaban colgados sobre los respaldos de las sillas y una de ellas
-probablemente Mia- también se había deshecho de sus tacones.

―No tienen que quedarse ―dije, aunque quería que lo hicieran―. Es tarde y
sé que están cansadas. ¿Tenían un evento esta noche? ―Llevaban juntas un
negocio de organización de eventos llamado Devine Events y a menudo tenían
que trabajar hasta tarde los fines de semana.

―Sí, una cosa corporativa. Ahora cállate la boca. Nos quedamos. ―Coco
guardó la escoba, se sentó en la isla y me indicó que me sentara a su lado―. Ven
a sentarte. ¿Estás bien?

Me bajé en la silla.

―Sí. No. Dios, chicas. Sé que sólo fueron cosas que se llevaron, pero me
siento tan... violada. Y tan estúpida.

―Deja de hacer eso ahora mismo. ―Coco me acomodó unos largos y


húmedos mechones de pelo detrás de la oreja―. No eres nada estúpida. Eres
humana. Todo el mundo se olvida de cerrar una puerta de vez en cuando. Sólo
has tenido mala suerte.
―Pero es tan espeluznante, ¿sabes? ―Miré por la ventana―. Alguien estaba
ahí fuera, tal vez observándome, y entonces tal vez me vio apagar las luces y se
arriesgó con la puerta. ―Me estremecí―. ¿Y si hubiera estado cerrada con llave?
¿Crees que habría entrado?

―No lo sé. ―Mia puso tres vasos y sirvió generosamente―. Pero creo que
tienes que poner algo en esas ventanas. Esto parece una pecera.

Hice una mueca.

―Eso es lo que dijo Charlie.

―¿Charlie el policía caliente? ―Coco tomó su vaso y agitó el líquido rubí.

―No está tan bueno. ―Pero mis mejillas hormigueaban de calor. Y tal vez
mis partes femeninas.

―¿No lo pensaste? Dios, lo hice. Y ni siquiera es mi tipo. Me gustan los altos


y los morenos, pero maldita sea. Esos ojos azules. Ese uniforme.

―Cualquier tipo se ve sexy en un uniforme ―argumenté―. Apuesto a que


se ve totalmente mediocre con ropa normal.

Confesión: En realidad, no creí que se viera mediocre en nada. ¿Y en nada?


Apuesto a que estaba malditamente resplandeciente.

Pero me irritaba sobremanera que estuviera zumbando en mi cerebro como


esas avispas de agosto que no te dejan en paz, no importa cuántas veces las
espantes. Me habían robado, por el amor de Dios. No era el momento de zumbar.

Coco sonrió y tomó un sorbo de su vino.

―No llevaba anillo, ¿sabes? Y dejó su número personal para ti.

―¡Dios, Coco, no es el momento! Déjala respirar un minuto. ―Gracias a


Dios por Mia. La voz de la razón.
Le dirigí una mirada de agradecimiento.

―Gracias.

―Además, era un poco imbécil. ―Mia arrugó su bonita cara―. ¿No te


robó el jerbo o algo así? ¿Es ese el tipo en el que estoy pensando? Qué raro que
ahora sea policía.

―Mi hámster ―aclaré, tomando un gran trago de vino―. Que retuvo por un
rescate de cinco dólares. Estaba demasiado asustada para delatarlo, así que tuve
que venderle a mi hermano todos mis dulces de chocolate de Halloween para
conseguir los cinco dólares.

―Qué idiota ―dijo Coco.

―Totalmente. Él tampoco ha cambiado. ―Pero ahora estaba pensando en su


polla. Gracias, Coco―. Esta noche me dijo toda clase de tonterías sobre lo
inseguro que es este lugar. Me dijo que debería tener un perro o un arma o una
alarma porque soy una mujer que vive sola. Siguió enfatizando eso. Una mujer
que vive sola. Me hizo sentir como una solterona de veintiocho años.
Mia arrugó.

―Imbécil.

―No eres una solterona, así que olvida eso. ―Coco agitó una mano en el
aire, descartando la idea―. Por el amor de Dios, podrías tener a quien quisieras,
sólo que ahora estás demasiado ocupada para eliminar a los de abajo. Pero creo
que deberías considerar lo que dijo. Acerca de conseguir una alarma, quiero decir.
Tenemos una. De hecho, creo que Nick también tiene un arma.

―Nosotras también ―dijo Mia―. Una alarma, no una pistola. ―Soltó una
risita―. Lucas es un amante, no un luchador.
―Ustedes viven en Detroit. Es diferente.

―Tal vez. Pero nunca nos han entrado a robar. ―Coco negó con la cabeza―.
Ningún barrio es completamente seguro, Erin. Mira, yo crecí por aquí y sé que es
más seguro que la mayoría de los lugares, pero ya no es como antes. Al menos
deberías considerarlo. ¿No te sentirías mejor?

―Supongo que sí. ―Me llevé las manos a la cara y me froté los ojos―.
Dios, estoy muy cansada. Aunque no sé cómo voy a dormir esta noche.

―Nos quedaremos contigo ―dijo Mia con firmeza―. Ya lo hemos decidido.

―No tienen por qué hacerlo. ¿Y qué pasa con sus maridos?

―Todavía no tengo marido. ―Coco sacó la barbilla―. Y si Nick no deja de


molestarme con lo de la iglesia, nunca lo tendré.

―Las bodas por la iglesia pueden ser hermosas, Coco ―Mia sacó un bloc de
papel y un bolígrafo de su bolso―. No sé por qué estás tan en contra.

―Estoy en contra porque él y yo somos susceptibles de estallar en una bola


de fuego si nos acercamos a una iglesia católica. Estamos divorciados, ¿recuerdas?
Es un pecado.

―Sí, pero sólo están divorciados el uno del otro. Parece que deberías tener un
pase libre en eso. ―Mia puso el bloc delante de mí―. Toma. Anota todo lo que
se llevaron.

Coco resopló.

―No creo que la Iglesia Católica dé un pase libre a nadie. A menos que le
compres a la arquidiócesis un nuevo centro de recreo o algo así.

―¿Por qué quiere una boda por la iglesia? ―Pregunté―. Creía que iban a
casarse en su patio trasero el próximo verano. ―Coco y Nick habían comprado
recientemente una hermosa casa antigua en Indian Village y pasaban todo su
tiempo libre trabajando en su restauración.

―Lo estábamos haciendo. Pero su abuela italiana le está dando el viaje de


culpabilidad de la vieja dama católica. Todo lo que quiero es ver a uno de mis
nietos casarse en la iglesia. Básicamente, estamos aplastando el sueño de una
anciana. ―Se bajó del taburete, fue a mi armario de aperitivos y rebuscó―.
¿Tienes barbacoa?

―No, lo siento.

En su lugar, sacó una bolsa de patatas fritas de boniato.

―Y luego está Nick, que decidió que no quiere esperar hasta el próximo año.
No me está dando ningún tiempo para planear esta cosa. Y aún así no quiere
fugarse. ―Ella se sentó y crujió con rabia.

―¡No! ―La mano de Mia salió disparada y le dio un golpecito en la oreja a


Coco―. Nada de fugarse. Te asfixiaré con una almohada mientras duermes si te
vuelves a casar y no estoy allí.

―Yo también ―añadí―. Nada de fugarse.

Coco agitó una mano frente a su cara y tragó saliva.

―Olvídate de mí. Ocupémonos de esto. ¿Qué falta?

Acababa de empezar a escribir cuando un fuerte golpe en la puerta trasera


nos hizo saltar a todas.
Capítulo tres
―¿Quieres que atienda? ―preguntó Mia, con los ojos nerviosos mirando
hacia la puerta.

―No. ―Me levanté y dejé el bolígrafo en el suelo―. No voy a abrir hasta


que sepa quién es. ―Buscando algo para usar como arma, me decidí por un
cuchillo de carnicero. Mia y Coco jadearon cuando lo saqué del bloque, pero no
iba a correr ningún riesgo. Cautelosamente, me dirigí a la puerta, con la hoja en
alto―. ¿Quién es?

―Es Charlie. Tengo algo para ti.

Bajé el cuchillo y abrí la puerta. El corazón me latía con fuerza y decidí que
era adrenalina, no atracción. Gran diferencia. Grande, grande, grande.

―Hola.

―Hola. Sólo han pasado como cinco minutos. ¿Ya revisaste la estación?

―Todavía no. Tenía que terminar mi informe. Me dirijo hacia allí ahora, pero
quería darte esto primero. ―Extendió su mano, que contenía un billete de veinte
dólares.

Lo miré fijamente.

―¿Para qué es eso?

―Te estoy devolviendo el dinero que robé de tu puesto de limonada. Ahora


me siento mal por ello.

Mis cejas se alzaron.


―¿Ahora te sientes mal por ello? ¿Como veinte años después? ¿Para qué son
los ocho cincuenta extra, para los intereses? ¿O querías el cambio?

Sonrió.

―No, quédate con el cambio. ―Cuando no lo tomé, lo metió en el bolsillo de


mi bata―. ¿Planeas apuñalarme, Red?

Miré el cuchillo que tenía en la mano y luego volví a mirarlo a él.

―Puede que sí, si sigues llamándome así.

Levantó las manos.

―Vengo en son de paz.

―Bien. Ahora vete en paz. ―Saqué el billete de veinte de mi bolsillo y lo


extendí―. Y llévate esto de vuelta. No necesito caridad. Dáselo a St. Jude's, que
es donde debía ir en primer lugar.

Dejó caer las manos.

―Tómalo. Es tuyo. ―Luego sonrió con picardía―. Ponlo en un par de


esposas de verdad.

Le cerré la puerta en la cara.

―Dios, es molesto.

―¿Qué fue todo eso? ―preguntó Mia. Estaba vertiendo un vaso de agua en
las hierbas de cocina que tenía en el alféizar de la ventana en pequeñas macetas
que decían BLOOM. Aunque en mi caso también podrían decir DIE porque por
alguna razón nunca me acuerdo de regar las plantas.

―Fue Charlie Dwyer otra vez. ―Volví a colocar el cuchillo en el bloque y me


toqué las mejillas, esperando que no estuvieran tan rojas como las sentía―.
Quería devolver el dinero que me robó hace casi veinte años, entre otras cosas.
―¿Oh? ―Ella y Coco intercambiaron una mirada, que decidí no
reconocer―. Es bonito que se interese por ti.

―Debería, como agente de seguridad pública ―resoplé, dejándome caer de


nuevo en el taburete. Evité mirarlas a los ojos y tomé el bolígrafo―. Si hubieran
atrapado ya a este tipo, no me habrían robado esta noche. Número uno ―dije en
voz alta, con ganas de dejar el tema―, ordenador portátil.

Me gustaría sentarme en su regazo.


Me obligué a concentrarme, agarrando el pene -ejem, el lápiz- con más fuerza
de la necesaria. Después de anotar todo lo que se llevó el ladrón y su valor de
reposición, buscamos alarmas en el iPad de Mia. Parecía que la opción más barata
sería que mi compañía de cable pusiera un sistema inalámbrico. Pero se sumaría a
mi factura de cable cada mes, y yo tenía un presupuesto realmente ajustado,
ajustado, ahora mismo. (Dios, ¿qué me pasa? ¿Podría haber un momento más
inapropiado para pensar en el culo de Charlie Dwyer?)

¿Dónde estaba yo? En el presupuesto. Bien.

―Dios, ¿por qué tuve que hacer ese gran anuncio sobre el nuevo suelo? ―Me
quejé―. Le dije a todo el mundo que tendría una superficie nueva en la
habitación de abajo para Navidad.

―La gente lo entenderá. ―Coco me frotó la espalda―. Estas cosas pasan.

Me quedé mirando la lista.

―Chicas. Tengo que decir algo en voz alta.

Quiero montar a Charlie Dwyer como una vaquera desquiciada.


―Adelante, cariño.

Respiré profundamente. Ahuyenté a la avispa.


―Tengo miedo de haber hecho algo malo al tomar ese estudio.

―¿Por qué? ―Preguntó Mia―. ¿Los niños te están volviendo loca?

―No son tanto los niños como las madres. Son cosas que no tienen nada que
ver con la danza real, tampoco. Son los celos y el resentimiento y el "ella dijo esto"
y "ella dijo aquello" y la amenaza de abandonar si no pongo a fulano en este
número o la asocio con él o traigo a este coreógrafo en particular... nada más que
drama.

―¿Son realmente tan malas? ―Mia parecía sorprendida.

―Sí. ―Tomé otro trago. Si tuviera alguna forma de aliviar el estrés... por
ejemplo, descargar mi frustración en la polla de Charlie Dwyer.
―No sé cómo lo soportas ―dijo Coco, tomando otro puñado de patatas
fritas―. Las madres bailarinas suenan tan mal como las novias.

―Al menos puedes terminar con una novia una vez que su boda ha
terminado. Estoy atascada con estas madres durante años a menos que les diga
que se vayan a la mierda.

―Pues diles que se vayan de paseo. ―Mia se encogió de hombros, como si


fuera tan fácil.

―No puedo. Si uno de mis bailarines competitivos se va, le seguirán más. Las
bocazas tienen mucha influencia. ―Dejé caer mi frente sobre el frío mármol―.
Soy un estudio pequeño tal y como está, y es difícil competir con las grandes
potencias que tienen mil chicos y cinco salas enormes y mega dólares. Tengo que
lidiar con ellos. Pero tengo que dejar de atender sus llamadas por la noche. ―Y
hacer otra cosa con mi tiempo, como.... ¡No! ¡Para! No más pensamientos de
Charlie Dwyer. No puedes escapar a una fantasía esta vez. Tienes problemas
reales. Enfréntalos.
―¿Tienen tu número de teléfono?

En mi mente, tomé un matamoscas, tiré la avispa al suelo y la pisoteé.

Cuando me aseguré de que estaba muerto, levanté la cabeza y asentí


miserablemente.

―Lo entregué el año pasado como parte de toda esta campaña de "Mejor
Comunicación". Les dije que me llamaran con preguntas o preocupaciones en
cualquier momento.

―¿En qué demonios estabas pensando? ―preguntó Mia, con los ojos muy
abiertos.

Me quejé.

―No lo hice. No tenía ni idea de lo que me esperaba; ahora me envían


correos electrónicos y mensajes de texto y me llaman las veinticuatro horas del
día con todas sus quejas. Esta noche una madre me ha atrapado en el
estacionamiento para decirme que su hija no puede ir a la sesión coreográfica
obligatoria de mañana porque va a una audición para un anuncio de ketchup.
¡Ketchup! ―grité, como si fuera culpa del ketchup―. Ayer habría dicho 'de
acuerdo, está bien', pero hoy me he armado de valor y le he dicho que está fuera
de la obra si no puede ir.

―Bien por ti ―animó Mia―. Eres demasiado amable. Excepto con tus
plantas. ―Miró el alféizar de mi ventana.

―Mira, tengo problemas más grandes que mis plantas, ¿de acuerdo? ―dije
miserablemente―. Hay una gotera en el techo del estudio, la pintura se está
descascarando en el vestíbulo y el suelo de madera del estudio de abajo está
totalmente deformado. Todo el lugar necesita una remodelación muy costosa.
―La voz me temblaba, la garganta se me estrechaba―. Y lo sabía cuando me
hice cargo y planeé totalmente ocuparme de ello. Pero he estado tan ocupada
con la gestión diaria y la enseñanza, que no he tenido tiempo de ocuparme de
todo eso. ―Las lágrimas se derramaron y me llevé las yemas de los dedos a los
ojos.

Quería que volviera la avispa.

―Erin, no tienes que hacer todo esto sola. Podemos ayudarte ―dijo Mia.

―Claro que sí ―añadió Coco―. Ojalá hubieras dicho algo antes.

―Gracias, pero sé que están ocupadas. Tienen casas que reformar y bodas
que planificar y maridos y prometidos y abuelas que gestionar, por no hablar de
un negocio que dirigir. ―Me senté un poco más alta―. En realidad, ¿sabes qué?
Ayuda el mero hecho de hablar de ello. ―Me sentía un poco mejor ahora que por
fin había admitido ante alguien que tener un estudio de danza no era del todo el
trabajo soñado que había pensado.

―Nunca estamos demasiado ocupadas para ayudarte ―dijo Mia,


quitándome el papel y el bolígrafo―. Ahora vamos a hacer una lista de tareas
para ti. Es más fácil afrontar un montón de trabajo si tienes un plan. Deberías
empezar por colgar esas persianas aquí. Mañana. ―Me miró de forma señalada.

―De acuerdo. ―Vacié mi copa de vino y la dejé en la mesa―. Creo que


necesito un taladro.

―Tenemos un taladro. Le preguntaré a Lucas dónde está.

―Nosotras también ―añadió Coco. Luego sonrió―. O podrías llamar a ese


policía. Parece que sería hábil con el taladro.

¡Sí! Taládrame, Charlie Dwyer. ¡Duro!


―De ninguna manera. ―Sacudí la cabeza―. Charlie Dwyer no hará ninguna
perforación en esta casa. Nunca.

Coco tomó un sorbo de su vino, mirándome por encima de la copa como si lo


supiera mejor.

Confesión: Una parte de mí esperaba que lo hiciera. Ciertas partes, al menos.

Cuando la botella de vino estuvo vacía, enjuagamos los vasos, volvimos a


comprobar las cerraduras y subimos. Mia y Coco se quedaron con la habitación
de invitados, en la que estaba la cama trineo de la habitación de mi infancia, y
yo me fui a mi habitación a buscarles ropa cómoda para dormir.

De camino me metí en el baño para buscar la caja y el conejo travieso de


debajo del lavabo. No es que Mia o Coco se escandalizaran tanto si veían esas
cosas, pero eran mucho más abiertas que yo en cuanto al sexo. Hablaban
libremente de hacer cosas con las que yo sólo había fantaseado.

Y fantaseaba mucho.

No es que no haya tenido buen sexo, lo he tenido. Al menos creía que sí. Es
sólo que había salido con chicos tan buenos. Chicos a los que mi madre adoraba y
cuyas madres me adoraban, decían lo dulce que era. Tipos que me trataban como
oro. Tipos que nunca robarían un hámster o asaltarían un puesto de limonada.
Tipos que fingirían no haber visto las esposas peludas en el baño.

Caballeros.
Pero nunca me atreví a ser totalmente sincera con un caballero sobre las
cosas que deseaba sexualmente. Sentía que sería demasiado chocante, como si tal
vez si supieran las cosas que tenía en la cabeza, pensarían que no era la chica que
ellos (y sus madres) creían que era.

Y para ser honesta, nunca había experimentado nada de la química insana


que vi entre Coco y Nick o Mia y Lucas, así que contenerme no había sido tan
difícil. Ahora bien, esto podría deberse a que un novio salió del armario poco
después de que nuestra relación se esfumara, y el otro decidió unirse al
sacerdocio. (No estoy bromeando. Esas fueron mis dos relaciones serias: un
hombre gay y un sacerdote). De todos modos, sería bueno encontrar a alguien
con esa chispa.

Hasta entonces, había trabajo que hacer, había vino nocturno con los amigos
y había Charlie Dwyer y el Conejo Travieso.

Maldita sea, quería decir Brad Pitt. Estaba Brad Pitt y el Conejo Travieso.
Aunque la próxima vez, podría ponerlo en uniforme.

Él tenía que ser policía en algo, ¿no?


Capítulo cuatro
El sábado tuve seis horas seguidas de clases y ensayos, empezando a las nueve
de la mañana. A las tres de la tarde, estaba cansada y afónica, pero me sentía
sorprendentemente positiva sobre la vida. El bailarín del anuncio de ketchup
había aparecido hoy, había conseguido entrar y salir corriendo por la puerta
trasera sin encontrarme con ningún padre y, gracias a Mia, tenía un plan de
ataque manejable para poner el estudio en forma y aumentar la seguridad de mi
casa. El mero hecho de tener un plan y gente dispuesta a ayudar me bajó
considerablemente el nivel de estrés.

De camino a casa, me di cuenta de que el indicador de gasolina de mi coche


estaba bajo, tanto que la luz estaba encendida. Por suerte, esta mañana me había
metido en el bolsillo los veinte de Charlie. Podría echar unos cuantos litros, y eso
al menos me serviría hasta el lunes, cuando se suponía que llegarían mis nuevas
tarjetas de crédito. Entré en una gasolinera Mobil y eché gasolina, y mientras
estaba en la cola esperando para pagar, escuché una voz grave detrás de mí.

―Disculpe, señorita. ¿Está conduciendo sin licencia?

Me di la vuelta para encontrar a Charlie Dwyer detrás de mí, vestido con


vaqueros y un jersey gris. (Puedo confirmar que se veía muy, muy por encima de
la media en ropa normal).

Mi corazón dio unos latidos extravagantes y desiguales.

―¿Y si lo hiciera?

―Sabes que eso va contra la ley, ¿no?.


Sonreí.

―¿Vas a ponerme una multa? ―¿O empujarme contra el mostrador y


cachearme?
―Puede que sí.

―Dependiendo de...

―Si vas a tomar un café conmigo o no.

La sonrisa se desvaneció. ¿Qué era esto?

―¿Café contigo?

Se encogió de hombros.

―¿Por qué no? Pensé que podríamos ponernos al día un poco. Ha pasado
mucho tiempo.

Hasta ayer, habría dicho que no lo suficiente, pero ahora me encontré


considerando su oferta.

Durante un segundo.

La fantasía era una cosa, pero la realidad era otra, y por muy guapo que fuera,
el verdadero Charlie Dwyer me irritaba sobremanera. Probablemente empezaría
con todo lo de la mujer soltera sola de nuevo. A los matones les gusta un blanco
fácil para golpear, y yo ya no tenía que ser el suyo.

―Lo siento, no puedo.

―Claro que sí.

―No, de verdad. No puedo. Tengo que ir a buscar un taladro y colgar


persianas en mi cocina.

―¿Ahora mismo?
Arqueé una ceja.

―Oye, soy una mujer que vive sola, ¿recuerdas? Las solteronas no podemos
ser demasiado cuidadosas.

Se rió.

―Solterona, claro. Bueno, ¿qué te parece esto? Me salvas de beber una


solitaria taza de café de la gasolinera yo solo, y te ayudaré con las persianas. Estoy
libre esta noche.

Lo consideré. ¿Podría aguantarlo durante una hora más o menos si eso


significaba que podía tachar algo de mi lista? Tal vez sí.

―De acuerdo. Trato hecho.

Después de pagar la gasolina, Charlie y yo acordamos encontrarnos en un


Starbucks no muy lejos de mi casa. Llegó antes que yo, lo que fue una pena
porque me vio llegar y estacionar, y no tuve la oportunidad de echarme un vistazo
por el espejo retrovisor. No me maquillo mucho cuando doy clases, y mi pelo
estaba en una especie de nido desordenado encima de mi cabeza. Como no
quería que me viera pintándome los labios, me conformé con soltarme el pelo
antes de salir del coche, aunque me reprendí por preocuparme de lo que pensara
Charlie Dwyer.

Esto no era una cita.

¿Lo era?
Como si fuera un caballero, Charlie me abrió la puerta y se puso detrás de mí
en la fila.

―Tu pelo huele bien.

Lo miré por encima del hombro, con los ojos entrecerrados.

―Gracias.

―¿Por qué esa cara de sospecha?

―Los modales. El cumplido. Tan diferente a ti.

Se rió.

―Conociste a Charlie Dwyer, el chico, Erin. No conoces a Charlie Dwyer, el


hombre.

―Ja. ¿Charlie Dwyer, el hombre, es un buen tipo, entonces?

Dudó.

―A veces.

No tenía ni idea de por qué se me contraían los músculos del corazón...


Bueno, tenía una idea, pero no era nada que quisiera anunciar, así que me di la
vuelta y volví a mirar al mostrador antes de que Charlie pudiera verme sonrojada.

Charlie insistió en pagar mi café con leche con especias de calabaza, lo cual
agradecí, ya que me quedaban un par de dólares. Como siempre en un sábado por
la tarde, Starbucks estaba lleno de gente y no había mesas disponibles dentro.

―¿Quieres sentarte fuera? ―me preguntó.

―Supongo que podríamos. Si no hace mucho frío. ―No llevaba abrigo, sólo
una sudadera azul marino de los Detroit Tigers.
―¿Eres fanática del béisbol? ―preguntó Charlie una vez que nos
acomodamos en nuestra mesa de la acera. Hacía frío y viento, la temperatura era
de unos cincuenta grados, pero el aire fresco olía a hojas muertas, lo que suena
raro pero es un aroma que me encanta.

―Sí, supongo que sí. Mi padre nos llevaba a mi hermano y a mí a los partidos
cuando éramos niños. ―Quité la tapa de mi taza para que se enfriara más
rápido―. ¿Y tú?

vMe gustan los Tigers. Aunque soy más fan de los Wings.

―Así es. Jugaste al hockey de pequeño, ¿no?

Asintió con la cabeza, cogiendo su café solo y tomando un largo trago.

―Sí. Todavía juego, sólo por diversión. Y para hacer ejercicio.

Me calenté las manos en el exterior de mi taza.

―Soy una patinadora terrible, pero sé que es muy bueno para tus piernas. Tu
resistencia también.

―Hasta ahora nadie se ha quejado de mi resistencia.

Puse los ojos en blanco, pero volví a sentir esa pequeña patada de excitación
en mi vientre.

―Por supuesto que no.

―¿Eres una patinadora terrible?

―Sí. Quiero decir, no he estado en el hielo en años, pero recuerdo que


era bastante mala. Como bailarina, me gusta sentirme segura de mis pies en el
suelo, ¿sabes? El hielo es demasiado resbaladizo. ―Me reí―. Pero no pasa nada.
Seguro que muchos buenos patinadores no serían buenos bailarines.
―Oh, soy un bailarín increíble. ―Charlie dio otro sorbo a su café, así que no
pude leer su cara, pero me quedé boquiabierta. ¿Era realmente tan engreído?

―Cállate. ¿Hablas en serio?

Bajó la taza a la mesa y vi la sonrisa burlona.

―No. No soy una bailarín. Pero tengo buen ritmo.

Se me calentó el cuello y esperé que no se me notara el rubor por encima de


la capucha.

―Estoy segura que sí.

Se inclinó hacia delante.

―¿Lo estás? Quizá deberías probarlo.

Crucé las piernas.

―No.

Suspirando, se recostó en su silla.

―Como quieras.

Dios, esa sonrisa lenta. Estaba empezando a afectarme.

―Pero podrías venir a mi clase de adultos alguna vez.

―¿También enseñas a adultos?

―Sí. ¿Vives por aquí?

―A una media hora de distancia.

―Bueno, mi estudio está en St. Clair Shores. Y tengo una clase de baile social
los miércoles por la noche cada semana en noviembre y diciembre.

―¿Baile social? ¿Como con una pareja?


―Sí, pero no tienes que tener pareja. Suele haber mujeres de más. ―¡Y no
les encantaría ver a Charlie entrando por la puerta!

―¿Puedo bailar contigo?

Claro, ¿qué tal un mambo horizontal caliente, sudoroso y desnudo? Levanté


los hombros.

―Tal vez. ―Llevando la taza a mis labios, tomé un sorbo, escaldando mi


lengua. De hecho, me sentía acalorada por todas partes. Mejor pasar a un tema
más seguro. A los chicos les gustaba hablar de sí mismos, ¿no? Y Charlie Dwyer
me parecía el tipo de hombre cuyo tema de conversación favorito era Charlie
Dwyer. Lo intentaré―. Entonces, ¿cuánto tiempo has sido policía?

―Unos siete años. Tienes crema batida en la nariz.

Me limpié la nariz con la servilleta.

―¿Se ha ido?

Sonrió.

―No lo voy a decir. Es algo lindo.

Le saqué la lengua.

―¿Te gusta el trabajo policial?

―Sobre todo. No es exactamente lo que pensaba hacer, pero necesitaba un


trabajo estable y había estudiado justicia penal durante unos años en Purdue.

―¿De verdad? ¿Te has graduado allí?

―No, nunca terminé mi carrera. Tuve algunos... problemas personales y tuve


que abandonar. ―Jugueteó con la tapa de plástico de su vaso―. De todos
modos, necesitaba trabajo y no quería un trabajo de oficina. El trabajo policial me
viene bien en ese sentido. ―No se explayó sobre las cuestiones personales, y no
sentí que debiera presionarlo, aunque tenía una curiosidad loca―. Pero siempre
había pensado en volver a vivir aquí. El año pasado, mi abuelo tuvo problemas de
salud, así que me pareció que era el momento adecuado. ¿Tu familia sigue en la
zona?

―Sí. Pero mis padres están divorciados ahora.

―¿De verdad? ―Charlie parecía genuinamente sorprendido―. Supongo que


nunca se sabe lo que pasa en la casa de nadie, pero tu familia siempre parecía
muy feliz.

―Lo éramos, en cierto modo. La mayor parte del tiempo. ―Dudé antes de
abrirme un poco más―. Mi padre siempre ha sido encantador y extrovertido,
pero es una especie de alcohólico funcional. Era un gran padre, pero era horrible
con mi madre en privado.

La barbilla de Charlie se levantó.

―¿Abusó de ella?

―No. Bueno, sí. Quiero decir, no abusó físicamente de ella, pero le dijo...
cosas horribles. ―En mi mente aún podía escuchar sus peleas a altas horas de la
noche. Él la reprendía por cualquier cosa: polvo en los muebles, un asado poco
hecho, una factura pagada con retraso. La acusaba de coquetear si habían salido y
hacía comentarios mordaces sobre su ropa, su pelo, su maquillaje. Me estremecí
y me metí las manos en las mangas para calentarlas―. Escuché un montón
de cosas terribles.

―Eso debió ser muy duro para ti dijo Charlie en voz baja.

―Sí. Nunca lo hizo delante de mi hermano o de mí, pero lo escuchamos


desde nuestros dormitorios a altas horas de la noche. Yo solía enterrar la cabeza
bajo la almohada, pero escuchaba cada palabra. ―No hablé mucho de esto, pero
me sentí sorprendentemente cómoda contándoselo a Charlie. Tal vez sea porque
nos conocimos de niños―. Fue muy confuso para mí, porque a la mañana
siguiente era un padre tan feliz y cariñoso. Me llevaba a las clases de ballet, venía
a todas las actuaciones, entrenaba a los equipos de fútbol de mi hermano, se
despedía de mi madre cada mañana antes de ir a trabajar. Era casi como si
hubiera dos hombres diferentes viviendo en la casa, y siempre estaba nerviosa de
que el otro hiciera acto de presencia si no era perfecto.

―Ah. Ahora tiene sentido. ―Charlie asintió lentamente, como si la verdad


estuviera cayendo en la cuenta.

―¿Qué es lo que tiene sentido?

―Por qué estabas tan obsesionada con ser perfecto.

―¡No estaba obsesionada con ser perfecta! ―Me levanté en mi silla.

Confesión: Estaba bastante obsesionada con ser perfecta. Mantenía mi


habitación impecable. Nunca contesté. Sacaba sobresalientes. No bebí, ni fumé,
ni tuve relaciones sexuales hasta los veintiún años. Y ni una sola vez reconocí que
había escuchado las cosas terribles que mi padre le decía a mi madre.

Eso habría significado una Escena, y yo odiaba las Escenas más que los líos.

―Está bien, tal vez un poco obsesionada ―admití―. Pero de niña, era mi
forma de afrontar las cosas. ―Tomé aire―. Quería a mi padre, todavía lo quiero.
No creo que sea una mala persona. Pero cuando mi madre tuvo por fin los medios
para echarlo hace cinco años, solté lágrimas de alegría y le dije que había tomado
la decisión correcta.

Charlie volvió a inclinar su café.

―¿Cómo está tu madre ahora?


―¿Mi mamá? Oh, ella está bien. Encontró a Dios.

―¿Sí? ¿Y dónde estaba antes?

Sonreí con pesar, acercando los talones a mi silla y apoyando la barbilla en las
rodillas.

―No estoy segura. Hace todas esas peregrinaciones religiosas con la


esperanza de, no sé, encontrarse a sí misma. Ahora mismo está en uno en España
llamado Las Huellas de Santa Teresa. Pero es bueno para ella, realmente. A mi
padre nunca le gustó viajar y a ella sí.

―¿Te gusta viajar?

―Sí, pero no en esas cosas de peregrinación. Gracias a Dios que se enganchó


con un grupo de mujeres en su iglesia. Antes quería que hiciera todos los viajes
religiosos locos con ella.

―¿Qué, no quieres encontrar a Dios? ―se burló.

―Si lo encuentro por accidente, bien. Pero no quiero pasar mis vacaciones
buscándolo. El año pasado pasé mis vacaciones de primavera con mi madre en un
viaje de fe en Irlanda llamado Slow Down and Smell the Heather.
Sonrió.

―¿Ah sí? ¿Cómo fue eso?

―Pongámoslo así: Le pedí al conductor del autobús muchas veces si


podíamos ir más despacio y oler el whisky. Irlanda era hermosa y todo eso, pero...
―Sacudí la cabeza.

―¿Prefieres más Jameson y menos Jesús?

Lo señalé.

―Exactamente.
―A mí también me gusta el whisky irlandés. ―Dejó su taza vacía, pero no
parecía que quisiera irse todavía―. ¿Siempre has sido profesora de baile?

―No. En realidad, estudié educación primaria y di clases de cuarto grado


durante unos años. Pero echaba mucho de menos la danza, y tener mi propio
estudio siempre fue un sueño de niña. Cuando surgió la oportunidad, decidí dejar
la enseñanza e ir por el sueño.

―¿Y?

―Y... ―Incliné la cabeza hacia un lado y otro―. Tengo días buenos y malos.
Hoy ha sido un buen día. Ayer, no tanto. Oye, ¿ha habido suerte con la cámara de
la gasolinera?

Charlie hizo una mueca.

―En realidad no. Imágenes borrosas de un hombre blanco, bajo y delgado,


con una sudadera negra. Compró gasolina con tu tarjeta y pagó una Red Bull y
Cheetos con el cambio que probablemente robó del coche abierto de alguien.

―¿Red Bull y Cheetos? ―Arrugué la nariz―. Qué asco.

―No me digas que no te gustan los Cheetos.

―No me gustan los Cheetos. Ese tono de naranja me asusta. ―Recogiendo


mi café, que por fin se estaba enfriando, di un largo sorbo.

Charlie frunció el ceño.

―¿No está ya frío el café?

―En absoluto. ―Sorbí ruidosamente―. Está tibio, la temperatura perfecta.

―¿Qué? Tibio no es la temperatura perfecta para el café. No es que lo que


estás bebiendo sea café. Tiene escarcha, por el amor de Dios. El café es caliente y
negro.
―Lo que sea. ―Volví a sorber, incluso más fuerte esta vez―. ¿Así que no hay
pistas sobre mi ladrón?

―Tenemos algunas casas que estamos vigilando. Lugares donde creemos que
se llevan las cosas robadas. Tu teléfono móvil sonó cerca de uno de ellos anoche.

―¿De verdad? ―Mi voz subió una octava―. ¿Puedes entrar y recuperarlo?
―Tuve una breve fantasía en la que Charlie llegaba a la casa montado en un
caballo blanco y entraba con la pistola desenfundada.

Basta ya. Deja de pensar en su pistola.


―No en este momento. Walker está esperando una orden judicial.

―Dios, parece que no deberías necesitar uno para eso, si sabes que las cosas
robadas entran y salen de ahí.

Mmm. Entrando y saliendo.


―Sí. Es un poco más complicado que eso. De todos modos, nos estamos
acercando.

―De acuerdo. ―Sí, acércate. Pero primero desnúdate. Como si Dios hubiera
escuchado mis pensamientos lascivos y quisiera refrescarme, unas gotas de lluvia
salpicaron desde las nubes hasta nuestra mesa―. Uh oh. ¿Estás listos? Quizá
deberíamos irnos. ―Olfateé―. Huele a tormenta, ¿verdad?

―Así es. ―Recogió su taza vacía―. Tengo que hacer una parada. Te veré en
tu casa.
Capítulo cinco
Coco tenía razón: Charlie era hábil con el taladro. Y también caballeroso.
Había pasado por una ferretería y me había comprado uno, y no aceptó el cheque
que le extendí para devolvérselo. Se puso manos a la obra y colocó el primer juego
de persianas en unos veinte minutos. La lluvia golpeaba el cristal y de vez en
cuando se escuchaba el estruendo de un trueno en la distancia, lo que aumentaba
la tensión en mi interior. A veces me pedía que mantuviera algo en su sitio, o que
le trajera esto o aquello, pero la mayoría de las veces me limitaba a observar,
admirando la facilidad con la que realizaba la tarea.

Confesión: Yo también admiraba su trasero en sus jeans.

La parte superior de su cuerpo era muy bonita: hombros anchos, bíceps


gruesos, pecho musculoso. Se había quitado el jersey para mostrar una camiseta
ajustada, y me gustó lo limpia y blanca que era. Sin axilas amarillentas. De pie
detrás de él, tuve el impulso de levantarle la camiseta y pasar mis manos por su
piel. ¿Estaba caliente? ¿Y si me acercaba a él? ¿Movía las palmas hacia su
estómago? Seguro que sus abdominales eran sólidos como una roca. Entonces
podría deslizar mis manos por la parte delantera de sus vaqueros, ponerlo duro.
Dejaría caer el taladro y...

―¡Erin!

―¿Qué? ―Levanté rápidamente la mirada de su trasero, disgustada al ver


que me miraba por encima de un hombro. La energía parpadeó.

―Dije tu nombre como cinco veces.


El calor enrojeció mi pecho bajo la sudadera.

―Lo siento. Estaba... ―Fantaseando contigo otra vez―. Pensando en algo.

Sonrió.

―Puedo ver eso. Pero si puedes apartar los ojos de mi culo, necesito ese otro
soporte. Este taladro no tiene batería, así que necesito hacerlo en caso de que te
quedes sin energía. Aunque estaría encantado de tomar un descanso de esta
actividad si tienes otra en mente.

―No. Sólo termina, por favor. ―Nerviosa, rebusqué en el desorden del


suelo, buscando la pieza que necesitaba. Dios, ¿realmente había sido tan obvia?
Tenía que acabar con eso. Después de entregarle el soporte, me alejé,
ocupándome de recoger la basura. Piensa en otra cosa. No lo mires. Cuando el
suelo estuvo recogido, saqué la escoba y barrí el polvo del taladro mientras la
energía seguía bajando de vez en cuando. Esperaba que no se apagara del todo.

―Todavía tengo que poner una cortina más después de esta ―dijo―. ¿Por
qué no esperas a que todo el trabajo esté hecho antes de barrer?

―No me importa. ―Me moví enérgicamente, evitando sus ojos―. Me gusta


limpiar. Me gustan las cosas limpias.

Se rió.

―Por supuesto que sí.

Dejé de barrer y lo miré.

―¿Qué se supone que significa eso?

―Nada, no te pongas nerviosa. Eres tú quien lo ha dicho. Sólo quería decir


que se notaba que eres una chica a la que le gustan las cosas limpias.
Cuando dijo cosas, tuve la sensación de que no hablaba de pisos y baños. Cree
que soy totalmente vainilla.
―Quería decir que me gusta que mi casa esté limpia.

―Y lo está ―dijo con rotundidad.

Frunciendo el ceño a su espalda, lo ignoré mientras terminaba de colgar la


segunda persiana y pasaba a la tercera, descargando el lavavajillas, lavando a mano
las copas de vino de la noche anterior y poniendo una carga de ropa. Una parte de
mí quería exigirle que me dijera qué había querido decir realmente, pero el resto
me aconsejaba que me contuviera. Puede que no haya querido decir nada.

―¿Necesitas más mi ayuda? Si no, voy a subir unos minutos.

―Adelante. ―Ni siquiera se dio la vuelta―. Debería terminar en unos


veinte.

Arriba, me di una ducha rápida, asegurándome de cerrar y comprobar dos


veces la puerta, aunque si Charlie Dwyer hubiera aparecido en la cortina con la
armadura de Aquiles, probablemente no lo habría rechazado. En realidad,
probablemente no lo habría rechazado ni siquiera con sus vaqueros y su camiseta,
lo que me cabreó.

―Maldito Charlie Dwyer ―murmuré, cediendo a mis ganas de insultar―.


Vete a la mierda por estar caliente.

Tenía la irritante sensación de que me consideraba una virginal santurrona a la


que le gustaba tener el suelo barrido, el especiero ordenado alfabéticamente y las
esposas de color rosa.

Confesión: Mi estante de especias está ordenado alfabéticamente. Pero me


gusta saber exactamente dónde está todo.
¿Quién no lo haría? Es útil, ¿verdad?

Aún así..

Probablemente se fue a casa y se rió de mí anoche. Abrió una cerveza,


consiguió una pizza y un trío, y se fue a la cama completamente divertido con mi
lamentable y prístina existencia.
Quería que supiera que yo no era lo que él pensaba, pero ¿cómo diablos se le
anuncia a alguien que puede tener una cocina limpia pero que tiene una mente
sucia?

Si fuera una bomba como Coco, lo habría dicho en voz alta. Probablemente
mientras lo inmovilizaba en mi inmaculado piso con mi tacón alto en el pecho. Si
fuera Mia, habría encontrado alguna forma tímida y adorable de hacérselo saber.
Como dejar una lista de la compra en el mostrador que dijera cera para el suelo,
detergente para la ropa y pinzas para los pezones.

Pero yo era yo. Y simplemente no hice esas cosas.

¿Por qué te importa lo que piense? me pregunté mientras me secaba. Estaba


buenísimo, y tal vez era un poco menos molesto de adulto que de niño, y tal vez
era fácil hablar con él y sabía cómo trabajar en un simulacro, pero seguía siendo
un sabelotodo engreído con la boca grande. Después de ponerme unos
pantalones blancos de yoga y una vieja sudadera gris con el cuello recortado, me
peiné el pelo mojado y volví a bajar las escaleras, decidida a no dejar que me
afectara de un modo u otro.

Cuando entré en la cocina, Charlie estaba retrocediendo de la escalera de


mano.

―Bien. Creo que está bien aquí. ―Las persianas amarillas y blancas con
dibujos de chevron en las tres ventanas estaban bajadas. A pesar de lo irritada que
estaba con él, tenía que admitir que había hecho un hermoso trabajo. Con todas
las ventanas cubiertas, la cocina se sintió inmediatamente más cálida. Más
acogedora. Más íntima, sobre todo cuando había tormenta.

―Me encanta. Gracias. ―Radiante, me giré en un lento círculo y admiré la


habitación―. Te lo agradezco mucho, Charlie. Te debo una.

―¿Una qué? ―Envolvió el cable y puso el taladro en su estuche antes de


ponerse el jersey. Cuando se lo levantó por encima de la cabeza, su camiseta se
levantó, ofreciéndome un destello de piel... oh cielos. Vaya, vaya. Unos
abdominales de seis pulgadas con un pequeño rastro de pelo que desaparecía bajo
la cintura de sus vaqueros.

El corazón me latía un poco más rápido.

―¿Qué tienes en mente? ―Mierda. ¿Acabo de decir eso?

―Hmm. ―Se colocó el jersey en su sitio y se detuvo―. ¿Una mamada?

Venga aquí y baje sus calzoncillos, oficial.


Tanto como para no dejar que me afecte.

Pero no... no podía.

―Estaba pensando más bien en una cerveza, en realidad.

―Oh, de ese tipo. Claro, tomaré una cerveza.

De la nevera saqué dos cervezas, las abrí y tiré las tapas a la basura.

―Aquí tienes ―dije, entregándole una―. Sláinte.

―Sláinte. ―Golpeó su botella contra la mía y ambos dimos un sorbo―. ¿Te


gusta la cerveza?" "Sí. ¿Por qué?

―No lo sé. Es que pareces más del tipo de chica Cosmo afrutada.
―Pues no lo soy. ―Volví a inclinar mi botella de cerveza irlandesa del tío
Steve, experimentando un pequeño momento de triunfo ante la mirada
impresionada de su rostro.

―Es bueno saberlo. ―Dio un largo trago a la botella, con los ojos puestos en
mí.

Me subí a la isla, con los pies descalzos colgando.

―Así que.

―Así que ―Charlie se apoyó en el mostrador frente a mí―. Tenemos


cerveza en común.

Nos sonreímos el uno al otro, y algo de mi anterior irritación con él se alivió.

―Supongo que sí.

Dos cervezas más tarde, estaba claro que podría ser lo único que teníamos en
común. Charlie y yo teníamos opiniones completamente opuestas sobre todo,
desde la Segunda Enmienda hasta Quentin Tarantino y el zumo de naranja.

―No. No hay pulpa ―insistí.

―¿De qué estás hablando? ―Charlie parecía indignado―. El recién


exprimido es el mejor.

―No. No deberías tener que masticar tu zumo. ―Me estremecí―. La pulpa


es asquerosa.

Charlie echó la cabeza hacia atrás y se rió.

―De acuerdo. Así que no te gusta Pulp Fiction ni la pulpa de un jugo de


naranja.

―Exactamente. ―Le di un sorbo a mi segunda cerveza―. Y a ti sí.

―Lo hago.
―Pero no te gustan los martinis ni la monogamia.

―¿Monogamia? ―Puso una cara vagamente horrorizada―. No.

Suspiré.

―Bueno, eso es todo, entonces. No podemos ser amigos.

―No. Supongo que no podemos. ―Me miró a los ojos y los mantuvo durante
unos segundos antes de vaciar la última botella―. Así que dime ―dijo, poniendo
la vacía en el mostrador junto a la primera―. ¿Existe realmente un Tad Pitt?

Solté una risita, algo que suelo hacer después de dos cervezas irlandesas.

―No lo sé. Supongo que podría existir.

―Pero no que estés saliendo.

Apreté los labios y confesé.

―No. No es que esté saliendo con alguien.

Hubo entonces una pausa, durante la cual el aire entre nosotros adquirió una
nueva carga crepitante.

A causa de la tormenta, las luces de mi cocina ardían poco.

Eso o que Charlie y yo estábamos absorbiendo toda la electricidad de la


habitación.

―Lo inventé ―dije, con los ojos en mi regazo―, para no parecer tan
patética.

―Erin. No eres patética. Eres...

Levanté la vista, esperando que continuara, pero parecía que no se le ocurría


ninguna palabra.

―¿Qué? ¿Qué soy?


En ese momento se cortó la luz por completo y aspiré.

Cuando se encendió un segundo después, Charlie me miraba atentamente,


con los brazos cruzados.

―Estás perfecta. Como siempre lo has sido.

Cree que soy perfecta y aburrida. Hice una mueca y me tomé el resto de la
cerveza, dejando la botella a mi lado.

―Basta ya. No soy perfecta. No soy lo que tú crees.

Charlie inclinó la cabeza.

―¿No?

Me lamí los labios.

―Crees que soy una broma. La mascota del profesor. La reina del baile. La
Goody Two Shoes a la que le gusta que todo esté así, todo ordenado y limpio.
Bueno, no es así, ya sabes. Me gusta que todo esté limpio.

Charlie no dijo nada al principio. Pero su quietud me decía que estaba


intrigado. Un pequeño y encantador dolor floreció entre mis piernas.

―Te gustan algunas cosas sucias. ¿Es eso lo que estás diciendo?

―Sí ―susurré, con las mariposas revoloteando en mi vientre.

―No estoy seguro de que lo hagas.

―Pruébame.

Lentamente, bajó del mostrador. Apoyando las manos detrás de las caderas,
abrí las rodillas y él se metió entre ellas, deslizando sus manos por la parte
superior de mis muslos. Era tan alto que tuve que inclinar la cabeza hacia atrás
para mirarlo. De cerca, su pecho era aún más imponente y sus hombros parecían
empequeñecer los míos. Se me puso la piel de gallina en los brazos y respiré con
rapidez.

Por el contrario, Charlie parecía tener todo bajo control. Su respiración era
lenta y acompasada, y sus manos se movían por encima de mis caderas y por
debajo de la sudadera. Sus ojos permanecían fijos en los míos mientras sus palmas
se deslizaban por los lados de mi caja torácica y volvían a bajar, abarcando mi
cintura.

―Una cosa tan pequeña.

―¿Tienes miedo de romperme?

―Sí. ―En la casi oscuridad, sus ojos azules parecían negros.

―Hazlo.

En menos de un segundo, Charlie realizó tres movimientos que me hicieron


jadear: me puso de pie, me dio la vuelta y me separó los talones para que mis
piernas se abrieran y quedara doblada sobre la isla, con los brazos inmovilizados a
la espalda. Sus piernas presionaban la parte posterior de mis muslos y sus caderas
empujaban mi trasero.

Era duro.

La energía se cortó por completo.

Oh, Dios mío.


Jadeando, apoyé la mejilla en el frío mármol, sin saber qué hacer a
continuación. Entre mis oídos, el mensaje era que esto daba miedo. Entre mis
piernas, el mensaje era que esto está caliente.

―No, no te rindas. Lucha contra mí. Lucha. Lucha. ―Su voz era diferente
ahora, más profunda, más tranquila incluso, pero más intimidante.
La adrenalina recorría mi cuerpo, mi corazón latía con fuerza por el miedo, por
la excitación, por la conmoción. Intenté mover los brazos, y él me los apretó más,
me sujetó las muñecas con más fuerza. Intenté mover las piernas. Él me
inmovilizó las caderas contra el mármol, con su erección presionando firmemente
en mi carne. Flexioné los dedos y él se rió suavemente.

―Eso es. Prueba todo. Grita si quieres.

No podía gritar aunque quisiera. Sentía como si la oscuridad tuviera peso,


como si cargara sobre mi espalda con una fuerza superior a la de la gravedad.
Respirar requería toda la fuerza pulmonar que tenía, y ni siquiera estaba segura
de poder mantenerla.

―Dime que te estoy haciendo daño.

Me estaba haciendo daño. Pero me gustó.

Tiró de mis brazos sin piedad detrás de mí.

―Dime.

―Me estás haciendo daño ―dije débilmente.

―Dime que pare.

―Para. ―No te detengas.

―Dime que no quieres esto de mí.

―No quiero esto de ti. ―Cada palabra era su propia lucha. Quise decir las
palabras, y sin embargo no lo hice. Lo quería, pero sabía que no debía. ¿Y esto era
sólo un juego? ¿Me estaba poniendo a prueba? O, peor aún, ¿se estaba riendo de
mí en la oscuridad? No tenía forma de saberlo.
―Buena chica. No quieres esto de mí, dulzura. ―Retrocedió ligeramente y
de alguna manera aprisionó mis dos muñecas con una de sus manos. La otra
serpenteó alrededor de mi vientre.

Y por la parte delantera de mis pantalones.

Oh Dios, oh Dios, oh Dios.

―No quieres mis manos en tu coño.

Confesión: Casi me corro allí mismo.

Sus dedos se deslizaron entre mis piernas.

―No quieres mi lengua en tu clítoris.

Sumergió la punta de un dedo dentro de mí, y luego frotó lentamente la


sedosa humedad sobre el pequeño y caliente botón, que hormigueaba y se
hinchaba ante su contacto.

―No quieres mi polla dentro de ti. ―Sus dedos se deslizaron hasta mi centro
y se sumergieron lentamente dentro, dejándome sin aliento.

Los sacó y los introdujo de nuevo, esta vez más profundamente. Aplastando el
talón de su mano contra mi coño, me frotó el clítoris mientras las yemas de sus
dedos despertaban partes de mí que ni siquiera sabía que existían. Partes que
zumbaban y dolían y se apretaban como un tornillo de banco.

―No quieres que te haga venir. No me dejas.

Oh, mierda, ¿hablaba en serio? ¿Era esto parte del juego? No tenía ni idea de
qué hacer; no podía alejarme ni evitar que me tocara. Me tenía inmovilizada, sus
manos controlaban cada parte de mí excepto mi mente, y Dios, también la tenía
bien dominada. Nunca me había sentido tan impotente ante mis propias
respuestas sexuales. Y si no quería que me corriera, ¿por qué me tocaba así,
haciéndome retorcer y temblar bajo él?

―Dime que no te haga venir.

―No me hagas venir. ―Mi voz era aguda y estaba llena de frustración.

―Más fuerte ―exigió, frotándome más fuerte, follándome más


profundamente con sus dedos, empujando su dura polla en mi culo.

―¡No hagas que me corra! ―grité, incluso mientras mis piernas empezaban a
entumecerse de placer y la tensión en mi núcleo se enroscaba más y más antes de
explotar en una serie de contracciones rítmicas que me hicieron apretar alrededor
de sus dedos con tanta fuerza que pensé que podría romperlos.

Antes de que pudiera volver a sentir mis pies en el suelo, se encendió la luz.

―¡Oh! ―La repentina ráfaga de luz me sorprendió. Había olvidado que todas
las luces estaban encendidas. Charlie sacó su mano de mis pantalones y soltó su
agarre, dando un paso atrás como si nos hubieran atrapado haciendo algo travieso
en el armario del colegio.

Por un momento me quedé donde estaba, con la mejilla sobre el mármol,


congelada. ¿Qué demonios acababa de pasar?

Lentamente me levanté y me di la vuelta, respirando con dificultad por la


boca.

Charlie estaba de nuevo contra el mostrador, pareciendo, por primera vez, un


poco inseguro de sí mismo.

―Bueno. ―Me chupé los labios entre los dientes―. Eso fue... inesperado.

―Sí. Lo fue.
Pero ahora era incómodo. Tan incómodo. ¿Qué debería hacer? ¿Agradecerle?
¿Ofrecerle devolverle el favor? ¿Preguntarle si todavía le apetecía? Miré su
entrepierna, y la silueta de su erección se tensaba de forma impresionante a
través de sus vaqueros.

Oh, Dios, me vio. Me vio mirando su polla. ¿Y ahora qué?


Se aclaró la garganta.

―Bueno, debería irme.

―¡No! Quiero decir, no te vayas todavía. Um, estás... ―Tragué―. ¿Caliente?


Quiero decir, ¿con hambre? ―Apreté los ojos por un segundo. Maldita sea,
¡concéntrate!
―¿Tienes hambre?

―Sí, podría prepararte un sándwich o algo así. ―Por un momento, tuve la


loca fantasía de que Charlie y yo comíamos sándwiches y luego nos
acurrucábamos en mi sofá para ver una película.

Entonces tal vez me haría decirle que no me follara.

Y no dejaría que me follara. No dejaría que me follara tan fuerte...

―No, está bien. Debería irme.

―Oh. ―Me sentí decepcionada, y a la vez aliviada. Esto era ridículo: Charlie
Dwyer no tenía madera de novio. Ni siquiera me gustaba.

Mucho.

Al ver sus llaves en el mostrador cerca de la puerta, se acercó y las tomó con
la misma mano que había estado en mis pantalones hacía menos de cinco
minutos. Maldita sea. ¿Había sucedido de verdad? Ahora no parecía real.

Charlie me vio mirando sus dedos.


―Escucha, Erin... siento lo que acaba de pasar.

Parpadeé al verlo. ¿Se estaba disculpando por sacarme de quicio? Oh Dios,


ahora esto era aún más incómodo.

―Me descontrolé un poco, fui un poco exigente. A veces... a veces eso pasa
cuando estoy... realmente excitado.

―¿Realmente te excitaste?

La sonrisa lenta y sexy se apoderó de su boca. Si mis bragas no se hubieran


derretido ya, se estarían derritiendo ahora.

―Sí. Lo creas o no, realmente me excitaste.

Me crucé de brazos. Sólo Charlie podía hacer que pasara de estar excitada a
estar molesta en cinco segundos.

―¿Qué significa eso de 'lo creas o no'? ¿Por qué no iba a excitarte? ¿Porque
soy demasiado dulce para ser sexy?

Se rió. Se rió de mí.

―Red, no eres tan dulce. ―Mientras yo echaba humo, él abrió la puerta y


caminó hasta la mitad antes de volverse de nuevo―. Gracias por la cerveza. No te
olvides de cerrar la puerta en caso de que cambie de opinión sobre... ese
sándwich.

Enseñé mis dientes.

―Lárgate, Charlie Dwyer. Y no vuelvas.

Riendo, se agachó hasta salir por la puerta y desapareció bajo la lluvia


torrencial.

Aturdida, me hundí en una silla junto a la isla, mirando el lugar donde había
sido tan brusco conmigo, tratándome como una muñequita a su antojo. ¿Qué
habría pasado si no hubiera vuelto la luz? Me estremecí. ¿Me habría follado
allí mismo, en la encimera? ¿En el suelo? ¿Habríamos llegado a mi dormitorio?

Se había disculpado por ponerse exigente, fuera de control. Pero en realidad,


era yo la que estaba sin control. Él lo había tenido todo. Y sin embargo, me había
dado exactamente lo que yo quería en secreto. ¿Cómo había sabido lo que yo
quería?

El maldito Charlie Dwyer tenía la chispa.

Qué exasperante.
Capítulo seis
Noviembre

No vi ni supe nada de Charlie durante casi un mes. ¿Me decepcionó? Tal vez.
Pero no es que no tuviera su número. Me lo había dejado en su tarjeta, que yo
había guardado en el cajón de mi mesita de noche por si escuchaba algún ruido en
la noche. Pero en mi casa no había nada (ni nadie) que hiciera ruido por la noche,
y no se me ocurría ninguna otra razón para contactar con él, al menos no una que
preservara mi dignidad.

Me había dado el orgasmo más intenso de toda mi vida con una mano y una
boca sucia. Cuanto más pensaba en ese episodio -Confesión: Pensaba mucho en
él, más loco me parecía. En un momento estábamos discutiendo sobre la pulpa
mientras tomábamos un par de cervezas, y al minuto siguiente me tenía doblada
sobre la encimera de la cocina, jadeando de dolor y placer, siguiendo todas sus
órdenes. Era aterrador. Era fascinante. Era fenomenal.

Pero no me atreví a llamarlo.

Por un lado, estaba muy ocupada renovando el estudio. Mia y Coco me


ayudaron a pintar el vestíbulo del estudio y las dos salas de baile; Lucas atornilló
las barras a las paredes de forma más segura y reconfiguró el vestíbulo para añadir
más asientos, y Nick trajo a un amigo constructor que lo ayudó a reparar la
gotera del techo. Para agradecérselo, pasé dos fines de semana pintando las
habitaciones de la nueva casa de Nick y Coco, y me hice cargo de la recepción del
bar de Lucas, The Green Hour, cuando le faltó personal en varias ocasiones y Mia
no se sentía bien. Con las mejoras físicas en el estudio en marcha, me sentí
mucho más segura al tratar con padres difíciles. Sentí que podían ver que me
tomaba en serio lo de cumplir mis promesas y llevar mejor el negocio. También
dejé de atender sus llamadas en el móvil. Mi nivel de estrés disminuyó mucho.

Otra razón por la que no llamé a Charlie fue que no veía el sentido de
perseguir algo con él cuando no había potencial a largo plazo. Aquella noche, en
mi casa, dejó claro que prefería que sus "relaciones" con las mujeres fueran como
las películas de acción que le gustaban: intensas, emocionantes, y que terminaran
en unas tres horas. No buscaba necesariamente un anillo de compromiso, pero el
sexo casual con un playboy tampoco era lo mío, así que mantuve las distancias.

Y así lo hizo.

Hasta el miércoles antes de Acción de Gracias, cuando apareció en mi clase


de baile social. Con una cita.

La vi primero: una rubia alta, con caderas estrechas, pechos grandes y piernas
largas. No me resultaba familiar, así que me acerqué para presentarme y tropecé
con mis propios pies cuando vi con quién estaba.

―Whoa. ―Charlie me agarró del brazo para que no cayera del todo―. ¿Y
tú eres la profesora? Quiero que me devuelvas mis veinte dólares.

―Charlie. Qué sorpresa. ―Me recuperé, pero mis nervios seguían


temblando como si no pudiera mantener el equilibrio. Iba vestido con unos
pantalones grises y una camisa negra ajustada que dejaba ver su magra
musculatura, pero eran sus manos las que no podía dejar de mirar. Y su boca.
Seguía repitiendo esos segundos en los que había tirado, girado, pateado, doblado
e inmovilizado antes de que me diera cuenta de lo que estaba pasando. Seguía
escuchando esa voz baja y tranquila mientras me decía lo que tenía que decir.
Seguía sintiendo esos fuertes dedos deslizarse entre mis piernas.

Confesión: No tengo ni idea de qué pasos de baile enseñé esa noche. Ni idea.
Esto es lo que recuerdo:

Su nombre era Krista. Con K. Ella era una terrible bailarina. Charlie no
mentía sobre su ritmo.

Lo sé porque Krista con K levantó la mano en un momento dado y pidió


ayuda. Dispuesto a que mis rodillas no se tambaleasen, me acerqué a ellas.

―Lo está haciendo mal ―se quejó, con sus brillantes labios desnudos en un
mohín.

―No lo creo. ―Charlie la giró bajo su brazo correctamente―. Creo que


estás tratando de ir por el camino equivocado.

―Déjame ver ―dije, sonriendo a Krista. Me había estado mirando mal toda
la noche, probablemente porque cuando Charlie nos presentó, la había llamado
su amiga, pero se refería a mí como la dulce cosita que le rompió el corazón
cuando éramos niños. Una mentira ridícula, que yo había aclarado rápidamente,
pero me di cuenta de que me veía como su competencia.

Volvieron a ejecutar el giro y, efectivamente, Krista intentó girar en sentido


contrario y, además, lo hizo en el ritmo equivocado y no esperó a que él lo
dirigiera.

―Bien. Primero, tienes que dejar que te guíe, nada de girar por tu cuenta.
Recuerda que en la pista de baile real, no tendrías ni idea de lo que viene. Así que
la mujer tiene que mantener el patrón básico con los pies y seguir su dirección. Si
lo está haciendo bien, deberías sentir esa suave presión.

Charlie se echó a reír.


―Si lo estoy haciendo bien, sentirás algo más que una suave presión.

Lo fulminé con la mirada.

―Calla, tú. Inténtalo de nuevo, Krista.

―Déjame probarlo contigo ―dijo Charlie.

―¿Conmigo? ―Tira. Gira. Patada. Dobla. Pin. Mi vientre se ahuecó con un


silbido―. Uh, OK.

Krista parecía menos que complacida, así que traté de mantener mi expresión
neutra y mi proximidad a su cuerpo de profesor-alumno apropiada. Pero me
costó un esfuerzo monumental, porque en cuanto nos pusimos en posición
cerrada, pude olerlo. Ni siquiera me había dado cuenta de que Charlie olía aquella
noche en mi cocina, pero cuando me rodeó la espalda con un brazo y me atrajo
hacia él, el recuerdo de su cuerpo apoderándose del mío me golpeó como un tren
de mercancías. Menos mal que era un bailarín decente, porque no hice más que
moverme donde él me puso e inhalar su olor. Ni siquiera era colonia, ni jabón, ni
nada, sólo era su piel. Dios, ojalá pudiera embotellarlo y venderlo. Lo llamaría
Orgasmo de Otoño. Haría una fortuna.
―¿Y bien? ¿Cómo lo he hecho? ―Charlie me miró expectante.

―Um, genial. Perfecto. ―Casi me corro. Lo solté y di un paso atrás―.


Relájate y deja que te guíe ―le dije a Krista―. Lo estás haciendo bien.

―¿Vas a salir esta noche? ―me preguntó.

―¿Yo? No. Tengo que trabajar aquí esta noche.

―Pensé que la clase terminaba a las nueve.

―Sí, pero me quedo hasta tarde para terminar de arrancar el viejo suelo de
abajo. Está deformado. Empezamos hoy pero no terminamos, y los chicos van a
venir a poner el nuevo subsuelo el viernes para que pueda poner una nueva
superficie de baile encima durante el fin de semana de vacaciones.
Probablemente también tendré que trabajar mañana. ―Estaba hablando
demasiado rápido, diciendo demasiado.

Krista bostezó.

―¿En Acción de Gracias?

Me encogí de hombros.

―Tengo que hacerlo cuando los estudiantes no están aquí.

―¿Necesitas ayuda?

―Charlie, pensé que íbamos a cenar en Ottava Via después de esto.


Prometiste que si venía aquí, me llevarías allí. ―Krista hizo un bonito mohín.

―Relájate. Lo haré. ―Charlie me miró―. Puedo ayudarte mañana, si


quieres.

―No, está bien. Disfruta de Ottava Via. Me encanta ese lugar.

―A mi también. ―Me dedicó una sonrisa―. ¿Qué te parece? Algo que


añadir a la lista. Justo después de la cerveza.

Tuve que devolverle la sonrisa, y algo revoloteó en mi estómago que me


asustó como una loca. Porque no era algo sexual. Era afecto genuino.

Oh, Dios. Oh, Dios. No, no, no. Mi cerebro emitió una alerta roja,
diciéndome que huyera antes de que mis emociones se me escaparan. Pero mis
pies se sentían pesados en el suelo junto a él, incluso cuando mi corazón
amenazaba con salirse de mi cuerpo.

Por suerte, otra persona me llamó para pedir ayuda en ese momento y me
aparté de ellos. Enseñé el resto de la lección de forma borrosa, agradeciendo que
fuera una noche concurrida y que muchas otras parejas quisieran mi atención.
Estar ocupada me impedía mirar a Charlie y a Krista, preguntándome si él ya se la
estaba tirando o si se la llevaría a casa y se la tiraría por primera vez esta noche.
¿Se le pasaría por la cabeza mientras lo hacían?

Entonces me enfadé. ¿Qué demonios hacía trayendo una cita a mi clase de


baile? ¿Por qué aparecer, a menos que fuera para verme de nuevo? Y si quería
volver a verme, ¿por qué no me invitaba a un café como la última vez? Por otra
parte, tal vez no le importaba verme. Tal vez sólo quería llevar a Krista con K a
una clase de baile.

Dios sabe que lo necesitaba.

Después de la lección, dejé la música puesta para el baile abierto y circulé por
todo el lugar, ayudando a los hombres con dos pies izquierdos y a las mujeres que
los amaban a sentirse más cómodos en la pista de baile.

―Recuerda ―le dije a un veinteañero demasiado entusiasta con pajarita,


tirantes y la mala costumbre de hacer lo que yo llamo el Mixmaster con el brazo
de su pareja mientras ella intentaba girar―. No hace falta que seas elegante. Sólo
levanta ese brazo, conduce suavemente con la mano en su espalda, y ella te
seguirá.

Charlie y Krista debieron escaparse durante la parte de la noche en la que se


bailaba estilo libre, porque en un momento dado miré hacia donde habían estado
parados y me di cuenta de que se habían ido. Exhalé, sintiendo alivio y decepción
a la vez. Oh, bueno, supongo que eso es todo.

Cuando se fue el último estudiante, envié a mi ayudante a casa y me encerré.


Por fin había llegado el nuevo suelo de vinilo para la habitación de abajo -pagado
mediante un préstamo de mi querido padre como regalo anticipado de Navidad-
y este fin de semana era la oportunidad perfecta para colocarlo. Pero primero
tenía que arrancar la madera vieja. Nick y Lucas habían empezado el proceso por
mí hoy mismo, y aunque me habían suplicado que esperara hasta que pudieran
volver para ayudar, quería hacerlo. Podrían ayudarme a colocar el nuevo subsuelo
de madera contrachapada el viernes o el sábado, y también necesitaría ayuda para
desembalar los enormes y pesados rollos de vinilo.

Me cambié la falda, la blusa y los tacones por una camiseta de tirantes, unos
leggings y unas zapatillas de deporte, me recogí el pelo y me puse los guantes de
trabajo que me había dejado Nick.

Dos horas más tarde, me derrumbé en un montón, apoyándome en la pared.


Quizá los chicos tenían razón y debería haberlos esperado. Había clavos oxidados
en el suelo, el polvo era suficiente para ahogar a un ejército y me dolían los brazos
de romper y arrancar los viejos 2 x 4 de roble. Cansada y sedienta, consideré la
posibilidad de dar por terminada la obra y volver por la mañana, aunque sólo había
terminado la mitad. Pero entonces recordé que tenía que servir en el comedor
social mañana antes de la cena de las dos en casa de mi madre. Tendría que volver
mañana por la noche. Gimiendo, me había puesto en pie, planeando atacar unas
cuantas tablas más, cuando escuché golpes en la puerta principal del estudio.

Inmediatamente el corazón se me subió a la garganta. ¿Quién demonios


estaba aquí a tan altas horas de la noche? Miré el reloj sobre el equipo de música:
eran más de las once. El estudio estaba situado en un centro comercial de tiendas
que ya estaban cerradas, y yo había apagado las luces de la fachada. Nadie sabía
que estaba aquí, excepto...

¡Bang bang bang!


Recogí mi teléfono y un sólido 2 x 4 antes de deslizarme por el oscuro pasillo
y llegar de puntillas a la entrada. La puerta era de cristal, así que en cuanto me
acercara, podría ver quién era si encendía la luz que había sobre la entrada. Me
encorvé para que quien fuera no me viera primero, me puse detrás del escritorio
y accioné el interruptor. Luego miré.

Charlie.
Con el corazón palpitando de alivio y sorpresa, me moví alrededor del
escritorio, desbloqueé la puerta y la abrí. El aire frío e invernal entró con él, y el
olor de Orgasmo de Otoño me golpeó una vez más.

―Hola. ¿Qué estás haciendo aquí?

―He venido a ayudar. ―Levantó una bolsa blanca en una mano y un paquete
de seis cervezas en la otra―. Y te he traído algo.

―¿De Ottava Via?

―No, de un pequeño pub irlandés que me gusta cerca de allí. Ottava Via
estaba muy lleno, y no tenía ganas de esperar con Krista.

Mis pies tenían ganas de hacer un pequeño baile feliz.

―¿Le dijiste eso?

―No. Le dije que estaba cansado, y luego se encontró con unos amigos de
camino a la Casa del Azúcar, así que decidió salir con ellos esta noche.

―¿Mintió a su cita? Oficial Dwyer, estoy consternada por esta mala


conducta.

Se encogió de hombros.

―Ella me molesta. Y no dejaba de pensar en ti aquí sola, trabajando. No me


sentó bien, con todo lo que ha pasado.

―¿Así que querías asegurarte de que estaba a salvo?

―Supongo que sí. Sí.


―Qué amable de tu parte.

―Lo sé. ―Sacudió la cabeza con incredulidad―. ¿Qué pasa con eso?

Le golpeé suavemente en el hombro con mi 2 x 4.

―¿Qué me has traído? Tengo hambre.

―Hamburguesa y patatas fritas. Un poco de cerveza irlandesa.

―Está hablando mi idioma, oficial Dwyer. Podemos añadir hamburguesas a la


lista.

Me entregó la comida y la cerveza.

―Déjame ir a buscar algunas herramientas de mi coche para poder ayudarte.


Vuelvo enseguida.
Capítulo siete
Abrimos dos cervezas y, mientras yo comía, Charlie se puso a trabajar para
arrancar las tablas del suelo. Era mucho más rápido que yo, y en unos veinte
minutos había terminado otra cuarta parte. Muy pronto no había más que una
franja de un metro a lo largo del fondo de la habitación.

―Tómate un descanso. ―Le abrí otra cerveza y se la tendí―. Ven a sentarte.


Cuidado con la cabeza en la barra.

Tiró el martillo en su caja de herramientas y se dejó caer a mi lado,


agachándose bajo la barra para apoyarse en la pared.

Observé su boca en el labio de la botella.

―Gracias por ayudarme esta noche. Eres mucho más rápido que yo en esto.

―Ya lo veo. ―Me dio un codazo―. De nada. ¿Cómo estaba la hamburguesa?

―Deliciosa.

Miró la bolsa en el suelo, donde había desechado algunos ingredientes, y


frunció el ceño.

―Has quitado todo lo bueno.

―No, no lo hice. Le quité la cebolla, la lechuga y el tomate.

―¿Por qué?

―Porque la ensalada no va encima de una hamburguesa. Va en el lateral.

Me miró de reojo.
―Espera un momento. ¿Eres una de esas personas a las que no les gusta que
le toquen la comida?

Levanté los hombros.

―En realidad no.

Confesión: Soy una de esas personas a las que no les gusta que su comida se
toque.

Se quejó.

―Lo eres, ¿verdad? Me lo imagino. ―Llevando su cerveza a la boca de nuevo,


tomó un largo trago.

―Oye, escucha. Estoy muy agradecida por la hamburguesa y la ayuda.


¿Podemos dejarlo así y no discutir, por favor?

―No estoy discutiendo. Me estoy burlando de ti.

Lo miré mal y se rió.

―De acuerdo, lo siento. No lo haré más, aunque lo hagas tan fácil. ―Me dio
un codazo en la pierna con la suya―. Me ha gustado tu clase de esta noche. Eres
una buena profesora.

Tragando, me puse la palma de la mano en el pecho.

―¿Fue eso un cumplido de verdad? Tengo el corazón en vilo.

―Lo fue, y de nada. No te acostumbres. ―Volvió a beber―. ¿Ya pusiste la


alarma?

Asentí imperiosamente, recogiendo mi cerveza.

―De hecho, lo hice. ¿Estás orgulloso de mí?

―De hecho, lo estoy. ―Chocó su botella con la mía.


―¿Alguna otra noticia sobre el ladrón? ¿O ladrones? ―Empujé el gran cartón
de patatas fritas entre nosotros para que pudiéramos compartir lo que quedaba,
pero Charlie las empujó hacia mí.

―Acaba con ellos. Necesitas un poco más de carne en tus huesos. ―Esto
con una mirada a mis pechos de tamaño menor que Krista―. Y no, nada nuevo
en esos tipos. Han atacado unas cuantas casas más desde la tuya, sobre todo
gente que todavía deja sus garajes o coches o puertas traseras sin cerrar. Lo que
me mata, porque no es que estos tipos entren a robar.

Ignoré su insinuación sobre mi falta de percha y tomé unas patatas fritas.

―Es una locura. No puedo creer que la gente sea tan tonta. Quiero decir, yo
también lo hice, pero después de todas las advertencias en las noticias...
―Sacudiendo la cabeza, me metí unas patatas fritas en la boca. Estaban frías,
pero todavía crujientes y con un sabor salado que me hacía la boca agua. Prefiero
lo salado a lo dulce.

―No es sólo ser tonto. La gente es demasiado confiada. Siempre piensan que
no les va a pasar nada malo. Estos tipos se aprovechan de eso y se salen con la
suya.

―¿No crees que los atraparán? ―La idea me angustió. Aunque no recuperara
mis cosas, quería que el tipo que había violado mi intimidad fuera castigado.

Se encogió de hombros.

―No todos los imbéciles son castigados. Pero si encuentro al que entró en tu
casa, pienso hacer un poco de justicia por mi cuenta.

―¿Qué clase de justicia?

―Del tipo que se dispensa con mis puños.


Le miré las manos. Tenía manos fuertes y gruesas. Una cicatriz en un nudillo.
Manos de trabajador, pero con uñas limpias. Bonitos y largos dedos. Mmm, sus
dedos.
―¿No es eso contra las reglas?

―A la mierda las reglas. ―La obstinación de su perfil y el calor bajo sus


palabras me dijeron que se tomaba en serio mi irrupción. Y personalmente.

―Gracias.

―Puedes agradecerme después de que le patee el trasero.

―Lo haré. Me gustaría mirar. Y ojo, no soy una persona que disfrute de la
violencia. Pero creo que lo disfrutaría.

―Ya somos dos.

Nos sentamos en silencio durante unos minutos, yo masticando patatas fritas


y excitándome un poco al pensar que Charlie iba a patearle el culo a alguien por
mí, al verlo excitado hasta la violencia en mi nombre. Algo se agitó entre mis
piernas y las crucé por el tobillo.

Charlie se terminó su segunda cerveza, pero pensé que sería mejor que me
quedara con una esta noche -dos- y que lo invitara a volver a mi casa para que me
perforara un poco más. El recuerdo de estar inclinada sobre esa isla me golpeó de
nuevo, y cerré los ojos, apretando los muslos entre sí sólo por un segundo. Dios
mío. Ese orgasmo fue tan intenso. ¿Por qué debería ser tan intenso con alguien de
quien no estoy enamorada? No parecía justo. ¿Podría justificar el acostarme con
Charlie? Porque si era tan bueno con sus manos, imagina lo bueno que era con
su...

Se rió.
Mis ojos se abrieron de golpe.

―¿Qué es lo gracioso?

―Tú. Acabas de gemir.

―¿Qué?

―Acabas de gemir y tenías los ojos cerrados. ¿En qué estabas pensando?

―En estas patatas fritas. ―Me metí la última en la boca y mastiqué


frenéticamente.

―Erin. ―Puso una mano en mi pierna―. ¿En qué estabas pensando? Quiero
saberlo.

Tragué saliva. ¿Debería decirle la verdad? Apenas conocía a Charlie. Apenas


me gustaba Charlie. Pero tal vez era porque no me gustaba tanto que pensé que
podría ser honesta. ¿Qué podía perder? Después de un respiro, lo miré a los ojos.

―Estaba pensando en aquella noche en mi cocina.

―¿Sí? ¿Qué pasa con eso?

Y lo escuché, el tono bajo y silencioso. Él también está excitado.

―Me ha gustado.

―Tú, una persona que no disfruta de la violencia, ¿te gustó que te


coaccionaran así en la oscuridad? ¿Que te obligara a hacer lo que yo quería?

―Sí. ¿Te sorprende?

―En realidad ―dijo lentamente―, me asusta un poco.

―¿Por qué?

―Porque sé lo que te habría hecho si las luces no hubieran vuelto.

Mi estómago dio un vuelco.


―Apaga las luces y hazlo ahora.

Inhaló y exhaló, profundo y controlado.

―No sabes lo que estás pidiendo.

Durante unos segundos, ninguno de los dos se movió. Imaginé que en su


mente se debatía la conveniencia de someterme a más coacciones. Yo había dicho
que me gustaban las cosas sucias, pero él debía reconocer que no tenía mucha
experiencia. Probablemente había sido obvio por mis reacciones aturdidas y
vacilantes a sus palabras y sus manos. Pero también había sido obvio que lo
disfrutaba, ¿no?

¿De qué tenía miedo?

Confesión: Yo también tenía miedo. De ser rechazada, de estar sobrepasada,


de estar equivocada sobre mis inclinaciones.

Pero sobre todo estaba excitada. Y curiosa. Y aburrida con el Conejo Travieso.

Traigan al policía travieso.


―Charlie. ―Dejé la botella de cerveza en el suelo y me puse de rodillas―.
Muéstrame.

Miró mis muñecas y rodeó una con sus dedos.

―No. Te. Muevas.

Con poderosa agilidad, se puso en pie y se dirigió hacia la puerta, cubriendo la


distancia en tres enormes zancadas. Al quedar de manos y rodillas en el fondo de
la habitación, me sentí enjaulada pero a punto de escapar, como si algo atrapado
en mi interior estuviera a punto de ser liberado. Una energía insana irradiaba por
todas mis extremidades, y mi respiración era fuerte, más fuerte incluso que los
latidos de mi corazón.
Un momento después, escuché cómo se cerraba el cerrojo de la puerta
principal y Charlie apareció de nuevo en la entrada. Miró el panel de luces del
interior de la habitación y apagó todos los interruptores menos uno, una fila de
focos a lo largo del espejo. Luego caminó lentamente hacia una esquina del fondo
de la habitación, a unos tres metros de mí.

―Ven aquí ―dijo en voz baja―. De manos y rodillas.

Con el pulso acelerado, me arrastré hacia él, con los ojos puestos en los suyos.
Cuando llegué a sus pies, me senté sobre mis talones. Y vi las esposas colgando de
sus dedos.

Dos juegos.

Y no eran de color rosa.

―Levanta las manos.

Levanté los brazos desnudos por encima de mi cabeza, mi labio inferior


tembló cuando se acercó a mí. Se movió muy rápido.

En tres latidos de corazón me había esposado a la barra, con las muñecas aún
cruzadas sobre la cabeza, de modo que no podía mover los brazos en absoluto.
Estaba de rodillas, de espaldas a la pared.

Charlie se paró frente a mí, y por un momento pensé que iba a bajarse la
cremallera de los pantalones y pedir la mamada que había mencionado en mi
casa. Lo habría hecho, pero me consternó un poco no tener las manos libres. Mi
coreografía de la mamada es bastante buena, creo, pero requiere el uso de mis
manos y dedos.

Pero Charlie tenía otras ideas.


Primero, me arrancó el pelo del nudo de la nuca y lo dejó caer sobre mis
hombros. A continuación, se arrodilló frente a mí y pasó las yemas de sus dedos
lentamente desde mis muñecas hasta mis codos, bajando por mis tríceps hasta mi
caja torácica, bajando por mi cintura hasta mis caderas. Me estremecí de
anticipación, con un cosquilleo en los pezones. ¿Qué me iba a hacer? Deslizando
las palmas de las manos por mis costados, me subió la fina camiseta de algodón
negro por encima de los pechos, dejando que sus pulgares se detuvieran en las
duras puntas rosas que asomaban a través del encaje negro.

Oh, Dios mío. Me estremecí tanto que las esposas sonaron sobre mi cabeza.
―¿Sensible? ―frotó los pulgares sobre ellos en pequeños círculos que hacían
que los dedos de los pies se curvaran.

―Sí.

―Bien. Me gusta eso. ―Mi estómago se agitó.

Abrió el cierre delantero de mi sujetador y bajó la cabeza, acariciando un pico


rígido con la lengua, y luego el otro. Volviendo al primero, lo succionó en su boca,
pellizcando el otro entre las yemas de sus dedos. Con fuerza. Me estremecí, y él
cerró los dientes alrededor de mi pezón, manteniéndolo ahí y dándole golpecitos
con la lengua.

Más ruido de esposas. Un pequeño gemido también. El calor floreció entre


mis piernas y las ensanché ligeramente. Quería que me tocara allí. Lo necesitaba.

―Charlie. ―Su nombre en mis labios era una súplica.

―Paciencia, dulzura. ―Se enderezó y rozó suavemente con el dorso de sus


dedos mis punzantes pezones, para luego frotar ligeramente pequeños círculos
en cada cresta con las yemas de sus pulgares. La pura lujuria se disparó
directamente a mi núcleo, y mis muñecas chasquearon con fuerza contra el
metal. Se rió en voz baja, llevando los pulgares al centro de mi pecho y
arrastrándolos en una línea hasta mi ombligo. Mi estómago se estremeció bajo su
contacto―. Sé que estás ansiosa, y yo también, pero no puedo tener a la reina
del baile esposada e indefensa ante mí y no burlarme de ella un poco.

Cerré los ojos, apoyando la frente en mi brazo.

―No. No te burles de mí.

―Así que fuiste la reina del baile.

―Sí, pero...

―Me has mentido. Puede que tenga que castigarte un poco, hacerte esperar
lo que quieres.

―¡No! Por favor. ―Sobre este punto, estaba pensando que me gustaba más
el otro juego, ese en el que me saca con los dedos en unos tres minutos seguidos.

―Me gusta cuando dices 'por favor'. ―Alcanzando detrás de mí, me quitó los
zapatos de los pies―. Cuando me suplicas.

Levanté la cabeza, intentando recuperar un poco el control.

―No te he suplicado.

―Lo harás. ―Me tiró de los pantalones hasta las rodillas, y luego tiró de mis
piernas hacia delante para poder quitármelos del todo. El suelo de madera era
suave y fresco bajo mi trasero―. Ahora ponte de rodillas otra vez y quédate ahí.

Seguí sus instrucciones, colocando mis nerviosas piernas debajo de mí, con las
rodillas juntas.

―Más amplio.
Aguantando la respiración, deslicé las rodillas hacia un lado. El aire frío se
encontró con mi centro caliente, y me pregunté si él podría ver lo mojada que
estaba.

Sus ojos recorrieron mi cuerpo desde las muñecas hasta las rodillas, y sentí su
mirada como cera fundida goteando sobre mi piel.

―Qué hermosa. Y tan buena chica ―dijo, desabrochando los puños de su


camisa y remangando las mangas―. Tan buena que voy a preguntarle qué le
gustaría primero. ¿Mis manos? ¿Mi lengua?

Me gustó que dijera ella y su en lugar de tú; me hizo sentir que este yo era
una persona diferente y me dio confianza para hacer y decir cosas que de otra
manera no habría hecho. Miré por debajo de su cinturón, y el bulto de su erección
hizo que los músculos de mi cuerpo se tensaran. Quería verlo. Quería que sus
partes íntimas estuvieran desnudas para mí, como lo estaban las mías para él.

―Desabróchate el cinturón.

―Mira cómo da órdenes incluso cuando está atada. ―Pero se desabrochó el


cinturón y lo pasó por la hebilla―. ¿Y ahora qué?

―Muéstrame.

―¿Mostrarte qué?

Oh, bastardo.
―Tu polla. Muéstrame tu polla. ―Mi pecho subía y bajaba con respiraciones
agitadas mientras él sacaba su camisa de los pantalones y la desabrochaba,
dejando que colgara abierta. Luego se desabrochó los pantalones, empujándolos
hacia abajo lo suficiente para liberar su erección. Mis dedos se cerraron en puños
frustrados. ¿Debía rogarle que me dejara las manos libres? Sabía que no lo haría.
―Tócalo por mí ―susurré.

Se acarició lentamente, desde la base hasta la punta, sin apartar los ojos de mi
cara.

―¿Así?

Miré, apenas pudiendo evitar hiperventilar ante la visión. Joder, Charlie


Dwyer tenía una polla enorme, quizá incluso más grande que la del Conejo
Travieso, y se la estaba tocando justo delante de mí. ¡Y estaba tan tranquilo al
respecto! Yo estaba que me salía de la piel.

―Sí, así"

―¿Quieres mirarme? ―Torció la muñeca mientras su gruesa y dura carne


se deslizaba entre sus dedos.

Me lamí los labios.

―Sí.

―Tendrás que mirarte también.

―¿Eh?

Se lanzó hacia adelante, se volteó antes de deslizarse hacia atrás para que su
cabeza estuviera entre mis rodillas.

―Mírate. ―Su aliento era caliente en la parte interior de mi muslo―. En el


espejo.

El espejo: había olvidado dónde estábamos. Levanté la cabeza y mis ojos se


fijaron en nuestros reflejos en el cristal, a unos cuatro metros de distancia.

―Oh, Dios mío ―susurré mientras Charlie rodeaba mis muslos con sus
brazos y tiraba de mis caderas hacia abajo, sobre su cara―. Dios mío ―dije,
mucho más fuerte, mientras su lengua me acariciaba desde mi clítoris hasta mi
culo. Mi culo. Ni siquiera me lo estoy inventando: me lamió allí. Los músculos de
mis piernas se tensaron y tiré con fuerza de las esposas, casi colgando de ellas.
Jesús, espero que esta barra esté bien atornillada. Porque creo que podría
arrancarla de la pared.
Me quedé con la boca abierta, extasiada, mientras él pasaba de los lentos y
aterciopelados barridos de su lengua por mi coño a los rápidos golpecitos sobre mi
clítoris. Miré hacia abajo y me quedé sin aliento cuando vi su polla hinchada por
encima de los pantalones, enmarcada entre las líneas en V de su bajo vientre. Su
camiseta ajustada se había subido lo suficiente como para que pudiera ver la parte
inferior de su estómago de seis picos, y luego estaba su brillante y húmeda
barbilla entre mis piernas. Dios, no sabía a dónde mirar; dondequiera que mis ojos
se posaran había algo que amenazaba con llevarme al límite. Las terminaciones
nerviosas que ni siquiera sabía que tenía se encendían dentro de mí.

―Joder ―respiré mientras su lengua giraba y acariciaba.

―Pensé que no jurabas. ―Los labios de Charlie rozaron mi piel que


hormigueaba.

―Yo no. Joder ―volví a decir, esta vez más alto. Colgué indefensa de la barra
mientras él acercaba mi coño a su cara, hundiendo su lengua dentro de mí. Dios,
¿podía respirar? Me obligué a abrir los ojos y a mirarme en el espejo, y jadeé con
fuerza mientras me devoraba, hasta que no pude aguantar más y toda la parte
inferior de mi cuerpo se estremeció anticipando la liberación, pero no quería que
terminara todavía―. Charlie, más despacio... más despacio.

―No. Esta vez quiero que te corras rápido ―dijo, lamiendo el pliegue de mis
muslos―. Y quiero que veas cómo sucede.
―Pero no quiero que termine. ―Me quedé totalmente inmóvil, rogando a mi
cuerpo que no cediera.

―Te vas a correr por mí ahora, Erin. Pero adelante, intenta luchar contra ello.

Movió una de sus manos de mi pierna a su polla. Acariciándose a sí mismo


mientras hacía círculos con su lengua sobre mi clítoris, gimió suavemente y yo
luché poderosamente con el autocontrol. Dios mío, Dios mío, ¿era esto real?
Observé nuestros reflejos como en una película y me sentí fuera de mí: la chica
apenas se parecía a mí, su piel sonrojada y brillante, el pelo rojizo cayendo por su
cuerpo, en su cara una expresión de arrebato e incredulidad. Y estaba colgada de
una barra de ballet por las muñecas esposadas, con la cara de un hombre
guapísimo enterrada entre sus muslos. No podía ser yo.

Pero era... Sentía la tormenta dentro de mí, la forma en que arremetía contra
mi autocontrol, la forma en que golpeaba mis defensas. Debajo de mí, Charlie se
sacudía más rápido y con más fuerza, con un ritmo que coincidía con el de su
lengua, y sus caderas se levantaban del suelo.

―Oh, Dios ―gemí, rindiéndome a él.

Con los ojos clavados en nuestros cuerpos en el cristal, cedí y moví mis
caderas, balanceándome sobre su boca. Él volvió a gemir y yo me moví más
rápido, tirando de mis muñecas dolorosamente contra las esposas de metal.

―Sí ―grité―. ¡Sí, sí, sí! ―Mi orgasmo llegó a su punto álgido, mi cuerpo se
agarrotó, paralizado en una exquisita tortura mientras él chupaba mi palpitante
clítoris. Mis gritos resonaron en la habitación vacía y cerré los ojos, dejando caer
la cabeza hacia atrás.
Las réplicas me hicieron estremecerme y temblar mientras él barría con su
lengua de delante a atrás, tanteando sin reparos cada resbaladizo centímetro de la
costura entre mis piernas.

―Dios mío, Charlie. ―Levanté la cabeza y abrí los ojos―. ¿Qué me estás
haciendo?

―Quiero que estés mojada cuando te folle.

Otro escalofrío de excitación recorrió mi cuerpo mientras miraba su polla.

―Estoy mojada. Fóllame ahora. Duro.

¿Fueron esas mis palabras? ¿Era mi boca la que las pronunciaba? Mia me
dijo una vez que ella y Lucas tuvieron un sexo telefónico increíble una vez que
superó su miedo a decir ciertas cosas en voz alta. En ese momento, pensé que
nunca, nunca sería capaz de hacer algo así. Una buena chica simplemente no
hablaba así, no en voz alta. ¿Y si al tipo le daba asco? ¿Y si le asustaba que una
mujer fuera tan impúdica, tan desvergonzada? ¿No pensaría que era una zorra?

Pero ahora no tenía miedo. Y no me importaba que me llamaran puta. No me


importaba nada ahora mismo, excepto sentir la polla de Charlie Dwyer dentro de
mí, escucharlo decir lo que me iba a hacer, escucharme decir las cosas que me
pedía.

Al parecer, tampoco le importaba nada más, porque estaba arrodillado frente


a mí enrollando un condón sobre su polla antes de que yo pudiera siquiera
parpadear. Su cara brillaba desde la barbilla hasta la nariz, y la visión de mi
humedad sobre sus apuestos rasgos me hizo separar más las rodillas, respirando
más fuerte.
Tomó su polla entre sus manos y me provocó con la punta, frotándola sobre
mi sensible clítoris. Como Brad Pitt en la ducha, pero de verdad. De verdad.
Gemí con impaciencia, mis manos se agitaron.

―Por favor, Charlie.

De repente, me empujó con tanta fuerza que me sacudió del suelo. Me


agarró por detrás de los muslos y enganchó mis piernas alrededor de sus caderas.

―Te dije que rogarías.

Me dio lo que quería, y me lo dio con fuerza y profundidad. Las muñecas me


golpeaban dentro de las esposas, y el dolor frío y agudo de los huesos contrastaba
deliciosamente con el calor que me recorría las entrañas.

―Qué bien se siente ―dije, apenas capaz de hablar entre respiraciones


calientes y pesadas.

Los ojos de Charlie se fijaron en mi cara.

―Dios, eres hermosa. Había olvidado lo hermosa que eras. O tal vez nunca lo
supe. ―Deslizó una mano por mi costado y la cerró sobre mi pecho, enrollando la
otra alrededor de mi cintura. Cuando me pellizcó el pezón con fuerza, haciéndolo
rodar entre sus dedos, clavé los talones en su culo y arqueé la espalda―. Joder, sí,
y el sabor que tienes... ―Sus caderas se movieron más rápido, su polla
penetrando en mí con un ritmo constante y pulsante―. Me gusta esa dulzura en
mis dedos, mi lengua, mi polla. Goteando de ti.

Con pequeños sonidos suaves escapando de mi garganta, cerré los ojos y


enterré la cara en mi hombro.

―Vas a hacer que me corra otra vez.

―Bien.
―Ven conmigo ―respiré, desesperada por la necesidad de que él también se
derrumbara. Esto no podía ser sólo yo. Sentía lo bueno que era, ¿verdad?

Sus manos volvieron a mi culo, empujándome hacia su dura longitud, y jadeé


ante la caliente punzada de dolor cuando llegó a lo más profundo de mí.

―Joder, sí ―gruñó, la fricción entre nuestros cuerpos le abrumaba, la


profundidad de sus empujones me abrumaba a mí. Mis entrañas apretaron su
polla, apretándose hasta el punto del dolor, y por un momento aterrador me
quedé al borde de mi segundo orgasmo, sin saber si sería capaz de volver a
correrme sin poder usar mis manos, acercarlo, poner la presión donde yo quería.

Pero, por si la vida no fuera lo suficientemente injusta, Charlie Dwyer no sólo


creció guapo y fornido, sino que, al parecer, también era un estudioso de la
anatomía femenina, al menos en lo que respecta a los orgasmos. Justo en el
momento crítico, inclinó mis caderas de tal manera que la base de su polla rozó
mi clítoris, sus movimientos se acortaron a pequeños empujones mientras se
corría, enviándome al límite. Mis dedos de los pies apuntaron, mi boca se abrió y
todo mi cuerpo se puso rígido por la tensión antes de que el placer se desplegara
dentro de mí, nuestros cuerpos palpitando al unísono.

Un momento después, colgué sin fuerzas de la barra y abrí los ojos. Los de
Charlie seguían cerrados, su respiración seguía siendo rápida.

―Um... ―Empecé. Pero no tenía ni idea de qué decir. ¿Sería esto incómodo
otra vez? Al menos esta vez no era yo la única que había perdido el control.

Charlie abrió los ojos, y un pequeño revoloteo recorrió mi vientre ante su


profunda calidez azul. Una réplica, decidí rápidamente. No son sentimientos. Por
el amor de Dios, ni siquiera nos habíamos besado. No había sentimientos. Pero
nunca había tenido sexo con alguien por quien no sintiera nada, así que no era
de extrañar que mi cuerpo estuviera confundido. Mi mente tenía que seguir
recordándole que esto no era eso. Nunca lo sería, y no quería que lo fuera. No
necesitaba que fuera eso.

―¿Estás bien? ―preguntó, con voz suave. Si no lo supiera, pensaría que era
ternura.

―¿Yo? Oh, totalmente. Totalmente bien. ―En cambio, mi voz tenía un


timbre falso y molesto.

―Totalmente bien. ―Me miró con desconfianza antes de bajarme la


camiseta de tirantes por encima del sujetador―. De acuerdo. ―Parecía tan
diferente -hablaba diferente, se movía diferente, actuaba diferente- cuando no
estaba excitado.

Por otra parte, yo también lo hice. Y la transición de uno a otro fue un poco
dura.

Desenvolvió mis piernas de su cintura y se separó suavemente de mí. Me


senté en el suelo, con los brazos inmóviles sobre mi cabeza, mientras él se
deshacía del preservativo en la bolsa de transporte vacía y la recogía. Finalmente,
se subió la cremallera de los pantalones y se metió la mano en el bolsillo. Un
momento después, me quitó las esposas y me liberó las muñecas.

Mis brazos bajaron lentamente, como si flotaran. Era como esa sensación que
tenías de niño cuando hacías eso de separar los brazos de tu cuerpo en una puerta
y, cuando te alejabas, flotaban por sí solos. Tenía los dedos un poco entumecidos y
los flexioné, haciendo que la sangre volviera a fluir hacia mis manos. Me dolían las
muñecas, e imaginé que mañana estarían bastante magulladas.

Tendría que llevar mangas largas para la cena de Acción de Gracias y tener
una excusa preparada si mi madre las viera.
Porque las chicas como yo no hacían lo que yo acababa de hacer.
Especialmente con chicos como Charlie Dwyer.

Oh, Dios. La realidad se hundió profundamente. Había tenido sexo con


esposas en mi estudio de danza con Charlie Dwyer, y él seguía de pie mirándome.

¿Qué debía hacer ahora?


Capítulo ocho
Pantalones.

Los pantalones estarían bien aquí. Tomé los míos mientras Charlie recogía la
basura.

―Vuelvo enseguida ―dijo Charlie, saliendo de la habitación. Escuché cómo


se abría la puerta trasera y me imaginé que se estaba deshaciendo de todo en los
contenedores de la parte trasera del edificio. En mi opinión, estuvo fuera más
tiempo del necesario, y me pregunté si estaba allí reprendiéndose o felicitándose
a sí mismo. ¿Lamentaba que las cosas se hubieran vuelto a descontrolar? Jesús,
esperaba que no. ¡Qué vergüenza si volvía aquí y se disculpaba! ¿Y entonces qué
diría? ¿Que sentía haberse sentado en tu cara de esa manera?

Un segundo después escuché que la puerta se abría de nuevo. Me abroché el


sujetador y me levanté demasiado rápido, agarrando la barra cuando se me nubló
la vista. Me quedé quieta mientras la niebla se despejaba.

―¿Todo bien? ―La voz de Charlie llegó desde detrás de mí.

―Ya dije que lo estaba.

―Lo sé, pero estás ahí agarrada a esa barra por la vida. Sé que soy bueno,
pero no creo que haya paralizado a una mujer antes.

Lo miré mal por encima del hombro.

―No estoy paralizada. Sólo estoy mareada. Me levanté demasiado rápido.

―No deberías hacer eso.


―Gracias por el consejo.

―Escucha, Erin... ―Hizo tintinear las llaves en sus manos y me giré hacia él.

Oh, no. Por favor, no te disculpes, Charlie. Voy a morir.


―No quiero que pienses que sólo he vuelto aquí esta noche para, eh, tontear
contigo.

―Oh, gracias a Dios. ―Mis hombros se relajaron―. Pensé que ibas a decir
que lo sentías.

Sus ojos se abrieron de par en par.

―¿Que lo siento? No, no lo siento en absoluto. ¿Lo sientes?

―No. No lo hago. Quiero decir, no entiendo realmente lo que estamos


haciendo el uno con el otro, pero... ―Pasé una uña del pulgar a lo largo de la
barra, raspando un poco de esmalte de uñas que alguien había conseguido en
ella―. No lo siento.

―Yo tampoco lo entiendo. ―Se pasó una mano por el pelo,


despeinándolo―. Hay algo en ti. Y cuando te acercaste a mí de esa manera...

Me quedé boquiabierta.

―Espera, ¿me estás culpando? ¿Después de dejar tu cita y aparecer aquí a las
once de la noche con comida para llevar y cerveza?

―Cálmate, no estoy culpando a nadie. Sólo me refería a que no me suelen


gustar las de tu tipo.

Seguí mirándolo embobada y finalmente me llevé una mano al pecho.

―¿No soy tu tipo? Ja!

―No, la verdad es que no.


―¿Y cuál es tu tipo exactamente?

Se encogió de hombros.

―No es una cuestión de apariencia. Eres preciosa, ya te lo he dicho. Es más


bien una cosa de... compatibilidad.

―Aha. Ya veo. No somos compatibles. ―Me agaché y me puse las zapatillas,


con la cara en llamas. ¿Estaba rompiendo conmigo antes de que tuviéramos una
sola cita real? ¡Qué imbécil!― Definitivamente creo que tienes razón en eso. No
somos compatibles en absoluto.

―Oh, bien, estás de acuerdo. ―Parecía aliviado.

―Lo sé, en efecto. Pero tengo curiosidad. ―Enderezándome, me puse las


manos en las caderas―. ¿Qué es exactamente lo que te repele de mí?

―No te encuentro repelente. Es sólo que... ya sabes. Eres una chica


agradable, una chica de relaciones. Y yo no soy ese tipo de persona.

―Sé que no lo eres. Porque me lo dijiste la primera vez que viniste. Y estoy
bastante segura de que no he hecho o dicho una sola cosa desde entonces que te
haga creer que quiero una relación contigo.

―No ―admitió―. No lo has hecho.

―Bien. Porque no es así, ni mucho menos. Así que deja de hacerme sentir
como si me decepcionaras fácilmente o algo así.

―No estoy haciendo eso en absoluto, Erin. Sólo estoy tratando de ser
honesto. Mira, esto me ha pasado antes, cuando me acuesto con una chica de la
que soy amigo y ella jura que es genial, pero luego termina encariñándose
conmigo y yo parezco un gran imbécil cuando quiere más de mí de lo que puedo
dar.
―¿Más de lo que puedes dar? ¿O más de lo que estás dispuesto a dar? ―No
tengo ni idea de por qué pregunté eso. No era que estuviera interesada.

Mucho.

Suspiró.

―Más de lo que soy capaz de dar en este momento de mi vida.

Saqué el labio inferior.

―Pobre Charlie. Su polla mágica hace que las mujeres se enamoren de él


pero es incapaz de sentir.

Parecía ofendido.

―No dije que fuera incapaz de sentir, dije que no podía ofrecer más que...
relaciones amistosas de vez en cuando. Y te olvidaste de mi lengua mágica.

Los músculos de mis muslos se crisparon. Nunca olvidaría su lengua mágica,


ni en mil años. Por eso tuve que dar un paso atrás, encender algunas luces aquí.

―Bueno, de cualquier manera ―dije, dirigiéndome a la puerta―. No tienes


que preocuparte de que me encariñe. Tampoco eres mi tipo. ―Accionando
todos los interruptores, entrecerré los ojos ante la repentina luminosidad.

―¿Ah, no? ―Charlie se apoyó en la barra, cruzando las piernas por el


tobillo―. ¿Qué tipo es ese? Tengo curiosidad. Espera, déjame adivinar. Traje y
corbata, o tal vez una bata de laboratorio. Sí, eso es, un médico. Conduce un
Lexus negro brillante, cuyo interior está impecable. No hay migas, ni derrames de
café, ni vasos To Go tirados en el suelo en el asiento trasero.

Lo ignoré y tomé un martillo para trabajar en la franja de roble de la pared del


fondo. Había planeado terminar el derribo mañana, pero de repente me dieron
ganas de romper y destruir algo. O todo. Charlie tomó mi silencio como una
confirmación de que tenía razón sobre el hombre de mis sueños, o al menos como
una indicación de que estaba lo suficientemente cerca como para que me
molestara.

Confesión: Estaba lo suficientemente cerca como para que me molestara.

―Tengo razón, ¿no? ―Continuó, encantado consigo mismo, hablando más


alto por encima del ruido que hacía con el martillo―. Y te lleva a citas al ballet o a
la Ópera, después de las cuales cenan en el Whitney, donde salva a alguien de
atragantarse con la maniobra de Heimlich o tal vez da a luz a un bebé en el
aparcamiento sin manchar ni una pizca de sangre su corbata de seda con el nudo
Eldredge.

¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! Martillé el sólido roble como si fueran los cincelados
abdominales de Charlie. ¡Cállate, Charlie Dwyer! ¿Qué sabes tú del nudo
Eldredge? ¿Acaso tienes una corbata?
―Por supuesto, el Dr. Perfecto es guapo y encantador y todo el mundo lo
adora; las mujeres suspiran cuando pasa. Pero él sólo tiene ojos para ti, y un día te
lleva a París y allí, en lo alto de la Torre Eiffel, se arrodilla y te propone
matrimonio con un gran y brillante diamante de veinticinco quilates, el más
limpio y puro conocido por el hombre.
En serio, este hombre médico sonaba cada vez mejor, lo que sólo me
enfurecía más. Dejé el martillo y tomé la palanca, tratando de hacer palanca en
un tablón obstinado.

¡Crack! El roble se partió cuando tiré con fuerza, haciéndome caer de


espaldas.

Charlie estaba allí en dos pasos rápidos para levantarme.

―¿Estás bien?
―Estoy bien, de verdad. Sigue con tu historia. Parece que estás a punto de
llegar a la parte buena. ¿Cómo es el médico en la cama? ―Estaba un poco sin
aliento por el trabajo de parto y por la ira hirviente que sentía hacia Charlie. Lo
cual era estúpido, en realidad. Estaba diciendo cosas que yo ya sabía, al menos en
lo que a él y a mí se refiere. No había un nosotros. Nunca podría haber un
nosotros.

Estaba él y estaba yo, y estaba lo que acabábamos de hacer, y estaba


empezando a cuestionar mi juicio sobre eso.

―¿En la cama? ―Charlie se agarró a mi brazo e inclinó la cabeza de lado


a lado―. Es más o menos. Lo suficientemente bueno para mantenerte
satisfecha, pero no lo suficiente como para borrar de tu memoria aquella increíble
noche en la que estuviste esposada a la barra.

―Dios mío, Charlie. El tamaño de tu ego es realmente asombroso.

Sonrió.

―¿El tamaño de mi qué?

―Ya me has escuchado. Ahora suéltalo. Tengo que terminar esto.

―Déjalo, terminemos mañana. Te dije que vendría a ayudar de nuevo.

―¡Ja! ―Me encogí de hombros―. A partir de ahora, voy a rechazar todas las
ofertas de ayuda de usted.

―Vamos. Lo que pasó aquí esta noche fue una cosa de una sola vez. Y ahora
está fuera de nuestros sistemas, ¿verdad? Podemos ser amigos.

―No estoy tan segura.

―Esto no volverá a ocurrir. Lo prometo.


―¿De qué me sirve tu promesa? Apenas te conozco. ―Volví a tomar mi
martillo.

―Mira, Erin, sé que piensas que soy un imbécil, y puede que lo sea, pero me
gusta salir contigo. Me haces reír.

Puse los ojos en blanco.

―De verdad. ¿Así que debo dejar que te quedes sólo para reírte de mí?

―Contigo, no de ti. Vamos, te gusto. Yo también te hago reír.

Me encogí de hombros.

―Tal vez lo hagas. A veces.

―¿Ves? Por eso sé que no debemos volver a dormir juntos. Arruinaremos algo
bonito.

¿No lo habíamos arruinado ya? Charlie no parecía pensar así, pero ¿sería capaz
de soportar salir casualmente con alguien cuya lengua estaba metida en mis
asuntos? No estaba segura. Y no confiaba precisamente en que Charlie
mantuviera las manos quietas.

Y tampoco debería confiar en mí.


―¿De verdad quieres que seamos amigos?"―Busqué en su cara.

―Sí, mira. ―Volvió a despeinarse, lo que ahora comprendí que era su gesto
nervioso―. He tomado algunas decisiones realmente malas en el pasado. Con las
relaciones, quiero decir. Metí la pata con todas las chicas buenas con las que
salí, y aprendí algunas duras lecciones. Hay cosas que no sabes de mí.

―Oooooooh. ―Cerré las manos en puños bajo la barbilla y me estremecí―.


Charlie tiene un pasado.

No sonrió.
―Confía en mí cuando te digo que no me quieres de todos modos. No así.
Soy un novio terrible.

Tenía razón. Sólo que apestaba que la conexión física fuera tan intensa.

―Al menos eres honesto.

―Lo intento.

―Excepto cuando estás sosteniendo puestos de limonada con pistolas de


agua.

Me dedicó la sonrisa.

―Excepto entonces.

Gimiendo, volví a tirar el martillo.

―Ugh, no puedo resistir los hoyuelos. Bien, puedes ayudarme a terminar


esto esta noche. Pero nada de tonterías, y no porque vaya a empezar a suspirar
por ti o algo así, sino porque no me va el sexo casual.

―Excepto cuando estás esposada a la barra.

Mis mejillas se calentaron.

―Excepto entonces.

―Muy bien. Así que acordamos ser amigos, ayudarnos mutuamente a veces.

―Y no más sexo. ―Lo dije de nuevo, para asegurarme de que entendía el


límite―. Esto fue sólo una anomalía. Como dijiste, está fuera de nuestros
sistemas.

―Exactamente. Y ambos sabemos que siempre tengo razón.

Le di un golpe en el estómago.
―Ponte a trabajar ya. Es más de medianoche y me has cansado. ―En menos
de media hora, terminamos el trabajo y nos pusimos uno al lado del otro junto a
una enorme pila de chatarra en el centro de la habitación.

―¿Viene un contenedor de basura? ―preguntó Charlie, quitándose los


guantes.

―Sí, el viernes. Yo no lo habría pensado, pero Nick lo hizo.

―¿Quién es Nick? ¿Otro novio de mentira? ―Me golpeó con la cadera.

―Jajaja. No, es el prometido de mi amiga Coco. La que conociste en mi casa


la noche del robo. En realidad se van a casar el mes que viene.

―Sí. Pelo oscuro. Gran... ―Me sonrió de lado―. Sonrisa.

―Vamos, puedes decirlo. Tetas. Te has fijado en sus tetas, todo el mundo lo
hace. ―Me di la vuelta con el pretexto de recoger los utensilios, y traté de
ignorar la punzada de celos que me recorría. Ni siquiera los sujetadores push-up
más potentes me darían el tipo de curvas exuberantes que tenía Coco en la parte
superior.

―Bueno, iba a decir tetas, pero en realidad creo que me quedaré con la
sonrisa.

―¿Por qué? No me digas que no te fascinan las tetas grandes. Todos los
hombres lo hacen.

―No es cierto. ―Charlie arrojó sus guantes y su martillo en su caja de


herramientas antes de cerrarla de una patada―. No tengo nada en contra de
ellos, pero tampoco tengo preferencia por ellos. Creo que los tuyos son perfectos,
así que no tienes que molestarte conmigo.
―No me estaba molestando. ―Lo estaba, pero su cumplido me sacó de
quicio―. Sólo estoy diciendo un hecho: Coco tiene grandes y deliciosos pechos.

―¿Los has probado? Porque eso me fascina.

Le dirigí una mirada plana.

―Me refiero a que tiene unas curvas voluptuosas por las que la mayoría de los
hombres babean y que las chicas de arriba a abajo como yo envidiamos.

―Conozco a muchas mujeres que también envidiarían tu lindo trasero, así


que va en ambos sentidos.

Piensa que mi pequeño trasero es lindo.


―Gracias. Supongo que sí.

―Me sorprende que hayan aceptado traer un contenedor aquí el día después
de Acción de Gracias.

―Oh, sí. Nick pidió un favor. Algún tipo de cosa italiana.

Asintió con la cabeza.

―Eso lo explica. ¿Hemos terminado aquí?

Así fue, aunque casi deseé no haber insistido en terminar esta noche.
¿Cuándo lo volvería a ver? En ese momento me encontré deseando unas cuantas
cosas, en realidad: deseaba que no fuera tan guapo y divertido. Deseé que no
fuéramos tan diferentes. Deseé que no tuviéramos la chispa. Deseé tener el valor
de decir que a la mierda la compatibilidad: tú y yo podríamos estar bien juntos.
Cuéntame tus secretos. Yo te diré los míos. Vamos a arriesgarnos.
Pero me callé y asentí.
Después de cerrar el estudio, Charlie me acompañó hasta mi coche. Parecía
que la temperatura había bajado al menos veinte grados en las últimas horas, y
yo temblaba.

―Brrr. ¿Se supone que va a nevar esta noche?

―Creo que sí. Las carreteras probablemente estarán mal mañana.

―¿Estás trabajando?

―Sólo medio día. Aunque no soy de tráfico.

―¿Conseguirás la cena de Acción de Gracias en algún sitio? ―Me envolví


con los brazos, saltando de un pie a otro para mantener el calor.

Se encogió de hombros.

―En algún lugar. Tengo que ir a ver a mi abuelo. Tal vez salgamos.

Tenía en la punta de la lengua una invitación para ir a casa de mi madre, pero


pensé que era mejor no hacerlo. Las vacaciones familiares probablemente estaban
reservadas para la gente compatible.

―Bueno. Gracias por ayudarme ―dije, con mi aliento escarchando el aire.

―De nada. ―Charlie señaló con su nariz mi coche―. Vamos, sube. Hace
frío.

¿En serio? ¿Ni siquiera un abrazo? Realmente tenía miedo de enviar el


mensaje equivocado. Tomando una página de su libro, decidí jugar con él un poco.
Poniéndome de puntillas, le rodeé con mis brazos, apretando mi pecho y mi
estómago contra el suyo.

―Lo digo en serio. Te agradezco mucho lo que has hecho.

Me dio un rápido apretón por el centro y me soltó, pero no lo hice.


―Vaya, eres tan cálido ―dije, levantando la barbilla para susurrarle al oído
unas palabras que lo hacían respirar. Su cuerpo se puso rígido, haciéndome
sonreír―. Y tan grande, fuerte y guapo. Y das unos abrazos tan buenos. No
puedo evitarlo. Estoy totalmente apegada a ti. ¡No puedo dejarlo ir! ¡Cásate
conmigo, Charlie Dwyer! ¡Esta noche! Quiero tener tus bebés. ―A medida que
mi voz subía, me volvía más dramática, aferrándome a él, saltando, colgándome
de su cuello como un bebé chimpancé.

―Muy graciosa.

Riendo, me enderezó y lo soltó.

―¿Te asusta por un minuto?

―Por un segundo, tal vez.

―Bien. Te lo merecías. Puedes darme un abrazo, ya sabes. No esperaré un


anillo el próximo martes por ello.

Levantó las manos.

―De acuerdo, de acuerdo. Confieso que tiendo a sentirme incómodo con los
gestos de afecto.

―¿Así que para ti el contacto físico es sexual o nada?

―Más o menos.

Sacudí la cabeza.

―Jesús, Charlie. Eres un idiota.

Me tiró del pelo.

―Para una chica que no dice palabrotas, tú dices muchas.

―Supongo que sacas el diablo que hay en mí.


Se rió.

―Yo diría que eso es mutuo. Así que será mejor que subas al coche. Tienes mi
número, ¿verdad?

―Sí, lo tengo.

―Llama si necesitas ayuda para poner el piso nuevo.

―De acuerdo. Buenas noches.

―Buenas noches.

Charlie esperó a que yo saliera para entrar en su coche, que había sido
estacionado junto al mío. No era un Lexus negro brillante, sino un Honda
plateado bastante bonito, que no parecía tener basura en el asiento trasero (lo
comprobé).

Mientras conducía a casa, me debatía entre alegrarme de que hubiéramos


acordado no tener más sexo y sentirme un poco decepcionada por no volver a
experimentar las cosas que Charlie me hacía sentir. Esa sensación de abandono,
de sentirse libre para hacer o decir cosas perversas porque otra persona me
estaba incitando. Pero eso era una tontería: seguro que había otros hombres que
sacarían el diablo que hay en mí, ¿no? ¿Hombres con menos ego y más corazón?
¿Hombres que estuvieran interesados en ese tipo de sexo pero también en una
relación? Tenía que haberlos. Y si conducía un Lexus, me llevaba a la ópera y
volaba a París para proponerme matrimonio, mejor.

Sí, diría. Sí, sí, sí.

Que es exactamente lo que dije a la mañana siguiente en la cama, cuando


fantaseé que Charlie venía a sorprenderme, encontraba mi puerta sin cerrar y
subía a castigarme por ello.
Aunque después de la cosa real, incluso el Conejo Travieso se sintió un poco
menos impresionante. Maldito sea. ¿Qué demonios se supone que debía hacer al
respecto?
Capítulo nueve
El día de Acción de Gracias estuvo nevando todo el día: los chubascos
dispersos que caían mientras conducía hacia el comedor social se convirtieron en
una ligera caída cuando salí hacia la casa de mi madre, haciendo que las carreteras
estuvieran resbaladizas. Los coches se saltaban las señales de stop y se estrellaban
contra los bordillos mientras los conductores se esforzaban por mantener el
control, como si hubieran olvidado que los frenos no funcionan igual en invierno.
Vi unos cuantos cuasi-accidentes y las consecuencias de dos colisiones reales, y
en ambas ocasiones reduje la velocidad y estiré el cuello como un mirón para ver
si Charlie era uno de los policías en la escena. A pesar de que anoche me había
dicho que no era policía de tráfico, seguí sintiéndome molesta por no haberlo
visto. Que no podía verlo.

Mientras comíamos, la nieve caía con fuerza y de forma constante, y para


cuando ayudé a mi madre a lavar los platos, habían caído unos buenos cinco o seis
centímetros.

―Está mal ahí fuera ―se preocupó mi madre, mirando por la ventana de la
cocina hacia el patio―. Y está oscureciendo. Seguro que las carreteras están
fatal. Deberías quedarte aquí esta noche.

―Es hermoso allá afuera, y no necesito quedarme aquí. Soy una conductora
cuidadosa. ―Sequé un puñado de cubiertos y los volví a colocar en el estuche de
madera del mostrador.

―Bueno, será mejor que te vayas cuanto antes. ¿Quieres que te empaque
algunas sobras?
―Estás ocupada. Puedo hacerlo.

Mientras apilaba la comida en recipientes de plástico, me preguntaba qué


estaría haciendo Charlie ahora mismo. ¿Habría cenado con su abuelo? ¿Estaría
solo esta noche? Se me ocurrió una idea: el número de móvil de Charlie estaba en
su tarjeta. Cuando llegara a casa, podría llamarlo y ver si quería venir mañana
después del trabajo, ver una película, comer las sobras conmigo. Si no había
tenido una comida casera hoy, podría tener ganas de una.

Contenta con el plan, me llevé raciones extra de pavo, relleno, cazuela de


judías verdes (que yo odiaba, así que supuse que a Charlie le encantaría), puré de
patatas, calabaza de bellota y zanahorias glaseadas con arce. La salsa de arándanos
y la salsa de carne fueron a parar a tarros separados, y lo metí todo en una gran
caja de cartón.

―Por Dios, Erin, vas a estar comiendo la cena de Acción de Gracias durante
una semana. ―Mi madre se apartó el pelo corto y ondulado de los ojos con el
antebrazo, ya que tenía las manos empapadas.

―Estoy tomando algunos para un amigo. ―Desaparecí en el pasillo trasero


para tomar mi abrigo, esperando que no preguntara quién era el amigo.

Pero es una madre. Por supuesto que preguntó.

―¿Qué amigo?

Por alguna razón, me sentí extraña al admitir que era Charlie.

―Uno de los profesores del estudio. Su familia vive lejos, y de todos modos
tenía que quedarse aquí a estudiar para los parciales.

―Deberías haberla invitado, tonto. Teníamos mucho espacio.

Me liberé el pelo del cuello del abrigo y lo abotoné, con los ojos bajos.
―Lo sé. La próxima vez.

Me despedí, me arrastré por la nieve de la entrada y puse las sobras en el


asiento trasero. Pensaba conducir despacio, así que supuse que allí estarían
suficientemente seguras. Después de arrancar el coche, saqué el cepillo rascador
de debajo del asiento y limpié el parabrisas y las ventanas. Cuando terminé, tenía
las manos entumecidas porque había olvidado los guantes en casa.

Pero estaba demasiado ansiosa por llegar a casa y llamar a Charlie para que
volviera por ellos.

Sin embargo, cuando estaba en la cocina, con el móvil en una mano y la


tarjeta de Charlie en la otra, me lo pensé mejor. ¿Y si era demasiado pronto para
llamar? ¿Y si él veía esto como una señal de que estaba apegada? ¿Que era
pegajosa? ¿Que estaba emocionalmente necesitada?

Oh, relájate. Si no quiere venir, puede decir que no.


Y si Charlie y yo íbamos a ser amigos de verdad, tenía que dejar de sentir que
él analizaba cada uno de mis movimientos para asegurarse de que no me dejaba
llevar. Sus complejos no eran mi problema: le estaba devolviendo un favor, eso era
todo. Si se lo tomaba a mal, que se joda.

Marqué su número en mi teléfono, pero antes de que pudiera pulsar "enviar",


alguien llamó suavemente a la puerta trasera.
Inmediatamente se me aceleró el pulso. Miré mi centro de mando de la
alarma, una pequeña pantalla colocada en la encimera de mi cocina. Armed-
Night, decía.

Respiré un poco más tranquilo. Podía asomarme y ver quién era, además tenía
el móvil en la mano. Despejé el número de Charlie y pulsé el nueve-uno-uno
para que lo único que tuviera que hacer fuera pulsar enviar. Mientras lo hacía, la
persona volvió a llamar a la puerta, esta vez con un poco más de fuerza.

Me acerqué a la puerta y miré hacia fuera. Mi ritmo cardíaco se aceleró de


nuevo.

Era Charlie.

En el teclado de la pared, pulsé Desarmar y escribí mi código de seguridad.


Luego abrí la puerta y me quedé con la imagen de él sobre un fondo de nieve
blanca y cielo negro. Tenía copos de nieve en el pelo.

―Hola ―dije, con las entrañas tensas por la excitación.

―Hola.

―¿Es usted el ladrón?

Sus labios se inclinaron hacia un lado.

―No.

―¿Eres el lobo feroz?

La sonrisa se hizo más profunda.

―Sí.

La nieve entró en mi cocina con una ráfaga de viento helado. Entré en la


cocina y dejé el teléfono sobre la encimera.

―Una noche difícil para salir a cazar, Sr. Lobo.


―No puedo dejar de pensar en ti. ―Cerrando la puerta de una patada, se
precipitó hacia mí y me tomó la cabeza entre las manos, con su cálida boca
inclinada sobre la mía. Tentativamente, puse las palmas de las manos en su abrigo
de lana húmeda, su beso me atrajo. Me rodeó la espalda con sus brazos y me
levantó de los pies.

Dios mío, ¿qué era esto? ¿Qué me estaba haciendo? ¿Había cambiado de
opinión acerca de ser sólo amigos o esto era sólo otra anomalía que
descartaríamos más tarde esta noche como sexo de vacaciones solitario? Entre
todas esas preguntas, tres palabras golpearon un dulce ritmo en mi cabeza:
nuestro primer beso, nuestro primer beso, nuestro primer beso.
La lengua de Charlie acarició la mía, y yo rodeé su cintura con mis piernas,
enlazando mis tobillos detrás de él. Enganchándome más a su cuerpo, me colocó
sobre la isla y se despojó de su abrigo y su jersey, dejándolos caer al suelo. Me
arranqué la chaqueta de los brazos y tenía los dedos en la parte inferior de la
blusa, dispuesta a pasármela por la cabeza, cuando el sentido común hizo acto de
presencia.

―Espera un momento. ―Empujé a Charlie en el pecho, y aunque fue como


una mariquita tratando de mover una secuoya gigante, fue lo suficientemente
caballeroso como para dar un paso atrás―. No.

Sus cejas se alzaron.

―¿No?

Salí de la isla.

―No. Anoche dijiste que sólo íbamos a ser amigos. ―Me costó respirar, era
como si me hubiera dejado sin aliento.

―Somos amigos.
―¿Entonces qué es esto? ―Señalé la ropa que había en el suelo de mi cocina.

―¿No quieres esto?

―Yo no he dicho eso.

Una pausa. Y como no era tan caballero, supe lo que tenía que hacer. Salí
corriendo.

Me persiguió por el comedor y la sala de estar hasta el final de la escalera,


donde finalmente me atrapó con un brazo alrededor de la cintura. Hice todo lo
posible por intentar subir los escalones, pero era como hacer girar los neumáticos
en la nieve. Charlie me dominó fácilmente, sometiéndome con su fuerza, su
voluntad y su tamaño. Me hizo girar para que quedara frente a él y me puso en la
escalera, dominándome, con una mano apoyada en un escalón por encima de mi
cabeza. Había dejado una pequeña luz encendida en el vestíbulo, un candelabro
de pared que ardía poco, dejando la mitad de su cara en la sombra.

Lo miré fijamente, respirando con dificultad. Entonces le agarré la cabeza y


atraje sus labios hacia los míos, introduciendo mi lengua en su boca. Mi corazón
latía con latidos alternados de ira y excitación. ¿Cómo se atreve a presentarse así?
¿Cómo se atreve a decirme que no puede dejar de pensar en mí? ¿Cómo se atreve
a perseguirme y tirarme al suelo como si fuera su juguete?

Confesión: Me encantó. Me encantaba el antagonismo entre nosotros, la


caza, la captura, el juego. Me encantaba que la chispa entre nosotros no hubiera
muerto. De una manera retorcida, incluso me encantaba la disputa en mi propia
cabeza, mi conciencia discutiendo con mi yo.

Esto es un error.
Por favor. ¿Puedes no hacerlo?

Tienes que parar.


De ninguna manera. Esto está sucediendo.

Dile que se vaya.


No puedo hablar ahora mismo.

Dile que no quieres esto. No eres así.


Pero lo hago. Lo hago.

Te está utilizando.
Vete a la mierda. Nos estamos utilizando mutuamente.

Esto no es una de tus fantasías, Erin. Es real.


Por eso es tan bueno.

Pero alguien saldrá herido. Es inevitable.


Le solté la cabeza y abrí la boca, con palabras de desafío en la lengua. Puso
una mano en mi pecho, apretándolo con fuerza, reclamándolo, desafiándome a
rechazarlo. Se sentía tan bien que dudé. Cerré los ojos. Arqueé la espalda.

Puso su dedo sobre mis labios, y entendí sin que me lo dijera, sin siquiera
mirarlo, lo que estaba diciendo.

No hables. Sólo déjame.


Oh Dios, quería dejarlo. Quería dejarme llevar. Había tantas razones para
poner fin a esto, y sólo una razón para seguir adelante.

Pero era una razón muy, muy buena.

Abrí los ojos, permaneciendo perfectamente inmóvil salvo por mi pecho, que
subía y bajaba con cada ardua respiración. Luego abrí las rodillas.

Charlie retiró su dedo de mis labios y colocó su mano entre mis piernas,
frotándome a través de la tela vaquera. Mis bragas se humedecieron. Bajó la
cabeza entre mis muslos y puso su boca sobre mí por encima de los vaqueros,
dándome el calor y la presión suficientes para que quisiera arrancarle el pelo y
gritar. Incliné las caderas, separé más las rodillas, cualquier cosa para aumentar el
contacto. Finalmente, levantó la cabeza y buscó el botón.

Llevaba puestos mis vaqueros más ajustados, y normalmente tardo un minuto


en quitármelos, pero Charlie me los arrancó de las piernas en segundos,
llevándose las bragas con ellos. Separando mis muslos con sus manos, me provocó
lamiendo un lado de mi coño, luego el otro, evitando el único punto que estaba
desesperado por que tocara. Las piernas me temblaban por el dolor, y las manos
me picaban por las ganas de agarrarle la cabeza y apretarla contra mi cuerpo. Me
agarré al borde de la escalera bajo mis caderas. Mordiéndome el labio para no
maldecir, lo vi girar su cara hacia la parte superior de un muslo pálido. Beso, beso,
mordisco.
Grité por el dolor, pero él simplemente cambió al otro muslo; esta vez estaba
preparada. Beso, beso... Contuve la respiración, preparándome para el escozor de
sus dientes cerrándose sobre la suave carne... beso.

Exhalando de alivio, casi derramo lágrimas cuando por fin me lamió el centro,
rodeando mi clítoris con la punta de su lengua antes de cerrar sus labios sobre él.
Mordisqueó y chupó, giró y acarició.

Luego deslizó dos dedos en mi centro caliente y húmedo, presionando


hacia un lugar que hizo que mis entrañas se apretaran instintivamente alrededor
de su mano y que los músculos de mis muslos se crisparan.

Jesús, era tan bueno, demasiado bueno para durar. La tensión se introdujo en
espiral en mi núcleo, cobrando fuerza, un vórtice que tiraba cada vez más fuerte.
Me agarré a un poste de la barandilla y aplasté la palma de la mano en la pared
opuesta cuando la presión se hizo insoportable, y se me escapó un grito agudo
cuando estalló de placer. Cuando los temblores cesaron, Charlie retiró sus dedos
de mi cuerpo y los llevó a mi boca, untando la sedosa humedad sobre mis labios.

―Charlie ―jadeé.

―¿Quieres algo de mí? ―preguntó sombríamente―. Tienes que pedirlo.

La ira atravesó mi deseo: él había venido aquí queriendo esto, y yo había


dicho que no.

¿Ahora quería que se lo pidiera? Pero una parte de mí lo adoraba, adoraba el


control que tomaba, adoraba la forma en que ponía a prueba mis límites y me
hacía querer poner a prueba los suyos.

Sus dedos volvieron a rozar mis labios y los atrapé entre mis dientes.
Gruñendo, los enganchó sobre mi mandíbula inferior.

―Pídelo.

Relajé mi boca y él retiró su mano, subiendo un paso más para estirarse sobre
mí, su cuerpo rozando el mío, volviéndome loca con la necesidad de sentir su
peso. Colocó sus labios en mi oreja.

―Pídelo, dulzura.

Me agaché entre nosotros y pasé la mano por el bulto de sus vaqueros. Los
desabrochó y bajó la cremallera, y yo metí la mano dentro, rodeando su polla con
los dedos. Era gruesa, caliente y dura, y joder, quería que me penetrara. Lo
deseaba tanto como para pedirlo.

―Fóllame ―respiré, levantando mis caderas hacia las suyas―. Ahora.

―He dicho que preguntes. ―Me agarró de la muñeca y me miró


fijamente―. Y di por favor, como una buena chica debería.
Por un segundo me debatí entre "Podrías por favor joderte?" y "Podrías por
favor follarme?", pero nunca había deseado más a nadie en toda mi vida.
―Charlie. ¿Quieres follar conmigo, por favor? ―Se pasó la camiseta por la
cabeza antes de sacar un condón del bolsillo trasero. Mientras se lo ponía, pasé
mis manos por su caliente y apretado estómago. Dios mío, se podría servir
una comida en sus abdominales, estaban tan duros.

Y hablando de dureza.

Charlie me rodeó la espalda con un brazo y me empujó hacia su polla. Estaba


empapada y preparada para ello, pero con ese primer empujón profundo me di
cuenta de que aún estaba tierna desde la noche anterior.

Sabiendo que el placer eclipsaría el dolor, me aferré a su cuello y lo rodeé con


las piernas para evitar que mi espalda se estrellara contra el borde del escalón. Me
penetró implacablemente, y yo enterré mi cara en su hombro, concentrándome
en el persistente zumbido que su lengua había dejado entre mis piernas, dejando
que se desvaneciera el dolor. Pronto gemí suavemente, clavando mis uñas en su
espalda, nuestros cuerpos enredados y retorcidos mientras luchábamos por
mantenernos en la escalera y no deslizarnos hacia abajo. Finalmente, los pies de
Charlie tocaron el suelo y se inclinó más hacia abajo, agarrando mi culo con una
mano. Jadeé y le mordí la clavícula.

―Joder, sí. ―La voz de Charlie tenía ese tono profundo e intenso que
yo adoraba, aunque menos controlado ahora―. Hoy sólo he pensado en ti, joder.
Tenía que volver a entrar en ti. Tenía que estar ahí mismo ―dijo, manteniéndose
profundo y abrazándome con fuerza a su ingle, con la polla enterrada hasta la
empuñadura. Hizo un círculo con sus caderas, apretando contra mí―. Justo ahí.
Justo ahí... oh, joder.
Al parecer, el justo ahí de Charlie era el mismo que el mío, porque justo
cuando su cuerpo se puso rígido, me corrí con fuerza, mis entrañas apretándose
rítmicamente alrededor de su polla palpitante.

Confesión: Me estaba encariñando un poco con Charlie Dwyer. O al menos al


sexo con Charlie Dwyer.

Pero me costaba separar las dos cosas.


Capítulo diez
Mientras él usaba mi baño de abajo, yo usaba el de arriba, preguntándome
exactamente cómo manejar esta situación. Todavía no habíamos hablado.

En mi habitación, me puse unas bragas nuevas antes de colgar la blusa y


volver a guardar los vaqueros en un cajón. Me apetecía estar más cómoda, y si
Charlie y yo íbamos a comer sobras, definitivamente necesitaba unos pantalones
más holgados. El pijama era demasiado íntimo, así que me conformé con unos
leggings y un jersey grande y holgado de color crema. Me lo puse por encima de
la cabeza y consideré mis opciones.

A. No decir nada y emplatar el pavo. Tal vez los dos estaríamos contentos de
pasar por alto el hecho de que no habíamos durado ni un día con el plan de no
sexo.

B. Enfadarme antes que él. Culparlo por haber empezado esto apareciendo
aquí y atacándome con su ridículo calentón en una noche fría y solitaria.

C. Reírme de ello. Supongo que no se nos ha ido de las manos, ¿eh? Ahora,
¿qué tal un poco de pastel de verdad?
Sí, eso era. C, definitivamente.

Cuando volví a bajar, estaba esperando en mi cocina. Con su abrigo puesto.

―¿Te vas? ―pregunté con la guardia baja.

―¿No quieres que lo haga?


―No. Quiero decir que he traído las sobras a casa para ti. ¿Comiste la cena de
Acción de Gracias hoy?

―La verdad es que no. Cuando salí del trabajo y fui a ver a mi abuelo, él ya
había comido. Sólo jugamos a las cartas y pasamos el rato. Empecé a conducir a
casa para conseguir algo de comer, pero en su lugar conduje hasta aquí. Ni
siquiera sé realmente por qué.

Oh, diablos. ¿Qué se suponía que tenía que decir a eso? De alguna manera,
esto era diferente a la noche anterior, cuando se había retirado de inmediato a su
personaje de boca inteligente, burlándose de mí y haciendo bromas. Decidí
mantener la ligereza.

―Bueno, debes haber sido psíquico porque justo estaba tomando el teléfono
para llamarte e invitarte a cenar las sobras del pavo. Por supuesto, estaba
pensando en mañana por la noche, pero esta noche también sirve. ―Mientras
hablaba, fui a la alacena y saqué dos platos grandes para la cena.

―¿No has comido ya?

Me encogí de hombros y le sonreí tímidamente.

―Se me abrió el apetito.

Asintió lentamente.

―A mí también.

―Entonces quítate el abrigo. Voy a preparar los platos. ¿Hay algo que no te
guste?

―¿Hay cilantro en el relleno? ―preguntó, echando un vistazo a las hierbas en


maceta en mi alféizar, que estaban tan sedientas que se habían vuelto medio
amarillas.
―No.

Se quitó el abrigo y lo colgó en el respaldo de una silla.

―Entonces estoy bien.

―¿No te gusta el cilantro? ―Tomé un vaso del armario y lo llené de agua.


Puso una cara agria.

―No, sabe a estornudo.

―No es así. Estás loco. ―Lo aparté de un codazo y regué las hierbas―.
Toma, amiguito. Lo siento si accidentalmente traté de matarlos como he matado
a todos sus primos. Por favor, no te mueras.

―¿Asesinas plantas? ¿Ahora quién está loco? ―Me dio un golpe en el trasero,
y me reí, sintiéndome bien otra vez. Las cosas estaban bien. Estábamos bien.

Diez minutos después, estábamos sentados frente a mi sofá, con los platos
sobre la mesa de centro, comiendo las sobras de Acción de Gracias, bebiendo
vino y viendo Breaking Bad en Netflix. Yo nunca la había visto, pero Charlie era
un gran fan.

Después de un episodio, me moría por ver otro, aunque ya habíamos


terminado la comida. Charlie dijo que podía quedarse a ver uno más, así que nos
servimos un poco más de vino y nos acercamos al sofá. Tuve la precaución de
quedarme de lado, acurrucándome en un rincón y cubriéndome con una manta
cuando tenía frío en lugar de acercarme a él.

Acabamos viendo tres episodios enteros antes de que Charlie bostezara.

―Hombre, estoy agotado. Será mejor que me vaya.

―¿Tienes que trabajar mañana?

―Sí. Temprano.
―Sí, tengo que estar en el estudio a las nueve.

―Oh, es cierto. Viene el contenedor de basura. ¿Hasta qué hora estarás allí?

―No estoy segura. El tiempo que sea necesario para limpiar toda esa mierda
y colocar el nuevo suelo. Pero eso es sólo madera contrachapada, creo. No
debería llevar mucho tiempo.

―De acuerdo. ¿Llamarás si necesitas ayuda?

―Estoy segura de que estaremos bien. ―Tomé el mando a distancia y lo


apagué todo, sobresaltada por la silenciosa oscuridad una vez que los aparatos
electrónicos se silenciaron y la pantalla del televisor quedó en negro.

Nos quedamos sentados un momento, sin hablar ni movernos. Finalmente


sentí la mano de Charlie en la parte superior de mi pie descalzo, que asomaba por
debajo de la manta.

―Te estás congelando ―dijo, frotando su mano de un lado a otro.

―La verdad es que no. Es que me enfrío con facilidad.

―Deberías subir la calefacción.

―No. Entonces habrías tenido demasiado calor. ―Saqué el pie y le di un


codazo en el muslo―. ¿No fue eso considerado de mi parte?

Se rió, rodeando mi tobillo con su mano.

―Sí. Qué buenos modales tienes. A diferencia de mí, que me presento aquí
sin invitación.

Chasqueé la lengua.

―Es cierto. A mí también me has dado un susto de muerte. Casi marco el


nueve-uno-uno.
―¿Ah sí? ―De repente, me tiró del tobillo para que me tumbara de espaldas
y tiró la manta a un lado, y se extendió por encima de mí―. ¿Y qué habrías
informado?

Solté una risita, un poco borracha, un poco delirante por su peso sobre mí, por
su cara sobre la mía en la oscuridad. Me di cuenta de que nunca había estado
debajo de él de esta manera.

―¡Ayuda, ayuda, hay un hombre aquí con una gran erección! ―Grité―.
¿Quién sabe lo que quiere hacerme?

Charlie se rió, poniendo sus caderas sobre las mías.

―Lo sé.

Ensanchando mis rodillas, enrosqué mis piernas alrededor de las suyas,


metiendo mis pies entre sus pantorrillas.

―Pensé que tenías que irte. ―Mis manos se deslizaron por debajo de su
jersey y su camiseta, recorriendo la parte baja de su espalda.

―Lo hago. ―Pero bajó su boca a la mía, besándome suavemente. Besando


cada labio y cada mejilla, y cada párpado―. Debería.

―No lo hagas. ―Deslicé mis manos hacia abajo, por debajo de la cintura de
sus vaqueros, y besé la parte inferior de su mandíbula. Apoyé mi cara en el
pliegue de su cuello y aspiré su aroma, con todo mi cuerpo temblando.

―¿Todavía tienes frío? ―Levantó la cabeza y me miró.

―Sí, de hecho, creo que tengo hipotermia y necesito el boca a boca. ―Le
besé a lo largo de la mandíbula, que empezaba a sentirse rasposa bajo mis labios.

―No se da el boca a boca para la hipotermia.


―Entonces necesito una inyección caliente de algún tipo ―dije, riendo
mientras hundía mis dedos en su culo.

―Oh, Jesús. ―Me besó la nariz―. Eres una chica mala, Red. Tengo que
irme antes de que acabe echándote al hombro y llevándote a la cama.

―Mmm, hazlo.

Dudó, y supe que se lo estaba pensando.

―Vamos, está todo helado y nevado ahí fuera, las carreteras estarán mal.

Levanté la cabeza y tiré del lóbulo de su oreja con mis dientes.

―Sabes que quieres quedarte conmigo.

Gimiendo, Charlie se puso en pie.

―No. Ya es suficiente, tú. Deja de intentar atraparme aquí. No soy de los


que se quedan a dormir.

Un segundo después, me senté, juntando los pies en el suelo.

―Dios, Charlie. Sólo estaba bromeando.

―Lo sé. ―Ya no estaba el Charlie cariñoso y burlón de hace un minuto. Este
era frío y distante―. Pero tengo que irme, así que no más. ―Desapareció en la
cocina, y de nuevo me maravilló su habilidad para hacer que pareciera que, de
alguna manera, era mi culpa que siguiéramos tonteando, y que yo era la única a la
que había que recordarle que se comportara. Lo seguí hasta la cocina,
entrecerrando los ojos ante la luz.

―Sabes, no te pedí que vinieras aquí esta noche. ―Me apoyé en la puerta,
cruzando los brazos―. Fuiste tú quien apareció diciendo que no podías dejar de
pensar en mí.

Charlie estaba abotonando su abrigo.


―Nunca dije que no lo hiciera.

―Acabas de acusarme de intentar atraparte. Como si tuviera un plan


maestro para engañarte para que seas mi novio.

―Eso no es lo que quería decir en absoluto, Erin. ―Sacó sus guantes del
bolsillo―. Mira, quería estar aquí esta noche. Y me lo he pasado muy bien. Sólo
me estoy asegurando de que recuerdes qué es esto.

El vapor tenía que estar saliendo de mis orejas ahora.

―Eres increíble. Sal de aquí.

―¿Qué he dicho?

―¡Fuera!

Puso los ojos en blanco.

―Erin, vamos.

―Charlie Dwyer, si no estás fuera de mi casa en diez segundos, activaré la


alarma. ―Cerré los ojos―. Diez. Nueve. Ocho. Siete. Seis. Cinco. Cuarto, dos.

La puerta trasera se cerró de golpe.

Abrí los ojos.

Todavía estaba allí de pie.

―Eres tan molesto ―dije entre dientes.

―Lo siento, ¿de acuerdo? Lo siento. ―Cerró los ojos y exhaló―. La verdad es
que, Erin, no sé qué demonios estoy haciendo aquí.

―Me estás insultando. Eso es lo que estás haciendo.

―Lo siento por eso. No es mi intención. En realidad me gustas mucho, por la


razón que sea.
Me puse las manos sobre las orejas.

―¡Oh, Dios mío, acabas de empeorar las cosas!

Levantó una mano.

―¿Puedo decir esto, por favor? Sé que estoy jodiendo esto, sé que tenemos
muy poco en común, y sé que no me quieres aquí, pero me gustas y he pensado
en ti todo el día. Realmente quería verte esta noche.

―Bien. Genial. Me alegré de verte. Incluso he jugado a tu pequeño juego,


pidiéndote que me folles después de haber intentado decir que no.
―¿No lo disfrutaste?

―Sabes que lo hice. Pero por qué tuviste que arruinarlo con toda la mierda de
atraparte, como si estuviera fingiendo estar bien con lo que estamos haciendo
cuando en realidad estoy... ―Junté los dedos y bajé la voz a un susurro
siniestro―. Escogiendo patrones de porcelana a escondidas.

―No me refería a eso.

―Sí, lo haces. Es lo mismo que hiciste anoche, advirtiéndome de los errores


de tu pasado y de lo emocionalmente incapaz que eres, así que mejor que no me
encariñe. ―Levanté las palmas de las manos―. Con toda honestidad, Charlie, el
peligro aquí no es que me enamore de ti. Es volver a lo que solía sentir por ti.

―¿Qué era?

―No podía soportarte.

Eso consiguió una sonrisa irónica.

―Y ahora mismo apenas te tolero, así que deja las tonterías. Si quieres que
seamos amigos, seamos amigos, pero creo que anoche teníamos razón: no más
sexo. Enturbia las cosas.
―Lo dijimos, ¿no? ―Charlie se golpeó los guantes contra la mano―. ¿Por
qué dijimos eso otra vez?

―Por esto. ―Hice un gesto de ida y vuelta entre nosotros―. Esto no es


divertido.

―Entonces hagamos algo divertido.

Crucé los brazos delante de mis muslos.

―¡No!

―No me refiero a eso. Y no me refiero a ahora mismo. Me refiero a otro día.


Hagamos algo divertido juntos. Como hacen los amigos. Vamos a... ¡patinar!
―terminó, como si fuera la mejor idea del mundo.

―¿Patinar? ―Mi labio superior se curvó―. Patinar no es divertido. Para mí,


al menos.

―Lo será conmigo. Iremos al centro, al Campus Martius.

―Te vigilaré.

―No, tienes que patinar conmigo. Te compraré un chocolate caliente


después. O uno de esos postres en una taza que llamas café.

Gemí.

―¿Tengo que hacerlo?

―Sí. Y la próxima vez, puedes elegir algo divertido.

―Algo con lo que torturarte, querrás decir.

Hizo una mueca.

―Pero no la ópera. Me hace daño a los oídos.

―Lástima, si me decido por la ópera, es lo que hacemos.


Se puso los guantes.

―Me parece bien. Te llamaré.

―Puede que responda. Puede que no.

Sonrió.

―Ya responderás. ―Salió por la puerta antes de que pudiera darle las buenas
noches.

Cerré la puerta, puse la alarma y apagué todas las luces antes de subir a la
cama. Acurrucada en mis acogedoras sábanas de franela blanca que habían sido
lavadas tantas veces que básicamente habían adquirido la textura del vellón,
sujeté mi estómago sobrealimentado y esperé que las carreteras estuvieran bien.
No quería que Charlie tuviera un accidente.

Dios, era irritante. En un momento se metía en todos mis rincones como si


fuera mantequilla derretida en una magdalena inglesa, y al minuto siguiente se
mostraba distante. Grosero, incluso. ¿Cuál era su problema?

Gracias a Dios, tenía la cabeza bien puesta en lo que a él se refiere. Me


gustaba, sobre todo, y me gustaba el sexo con él, pero tenía demasiados errores
para estar bien para mí.

Agarré la almohada de mi cuerpo y la mantuve cerca, metiéndola entre las


rodillas y debajo de la cabeza, con un brazo enroscado alrededor de ella. Me
alegro de que no se haya quedado. De todos modos, probablemente sería un
mimoso de mierda.
Por el amor de Dios, el tipo ni siquiera sabía cómo dar un abrazo a alguien.
Realmente tenía que superar eso.

Tal vez pueda enseñarle.


A la mañana siguiente, Nick y su amigo de la construcción me ayudaron
a sacar toda la basura al contenedor, y Coco barrió. Lucas y Mia aparecieron
hacia el mediodía, disculpándose por llegar tarde, pero explicando que Mia no se
había sentido bien esta mañana.

Coco y yo dirigimos inmediatamente nuestros ojos de halcón hacia Mia y


luego intercambiamos miradas entre nosotros. Era la segunda mañana en la
última semana que Mia no se encontraba bien. Ahora parecía estar bien, tal vez
un poco pálida, pero parecía estar de buen humor. Sin hablar en absoluto, Coco y
yo le comunicamos que teníamos sospechas que debían ser discutidas y que
sentaríamos a Mia más tarde para un exhaustivo Q & A.

Mientras los chicos y yo colocábamos el subsuelo de madera contrachapada,


Coco y Mia salieron a por sándwiches para traerlos de vuelta para comer. Nos
tomamos un descanso cuando volvieron, y luego trabajamos durante toda la tarde
y terminamos el trabajo para cuando Lucas y Nick tuvieron que salir para
prepararse para el trabajo. Mia, Coco y yo acordamos reunirnos a las ocho para
tomar una copa en The Green Hour, y Coco y yo intercambiamos una última
mirada significativa que decía Si no pide vino, está muy embarazada.

Era un alivio tener algo más que Charlie en lo que pensar. Estaba ocupando
demasiado espacio en mi cerebro.
Capítulo once
No pidió vino.

―Estás embarazada. ―El tono de Coco era inflexible.

―¿Qué? No. ―Mia agitó una mano hacia nosotros, espantando la idea como
un mosquito.

―¿Entonces por qué no estás bebiendo? Nada menos que la gestación


humana haría que la Mia que conozco rechazara un vaso de vino.

Me había ofrecido a invitarlas ya que me habían ayudado hoy.

―Te lo dije antes. No me sentía bien esta mañana, así que estoy evitando el
alcoho"―. Cruzó las piernas y juntó las manos primorosamente sobre su rodilla,
como si el asunto estuviera resuelto.

Coco y yo intercambiamos una mirada.

―No te creemos ―dijo ella―. ¿Te has hecho una prueba?

―No.

―¿Por qué no? ―Pregunté.

―Porque no lo necesito. No estoy embarazada. ―Sus ojos se deslizaron hacia


la barra, donde Lucas charlaba con clientes que parecían estar probando la
absenta por primera vez. Estábamos sentados frente a la barra en un antiguo sofá
de marfil con respaldo curvo contra la pared de ladrillo visto. De fondo sonaban
remezclas de jazz antiguo y rasposo.

Coco jadeó.
―¡Crees que puedes estar embarazada pero no quieres que Lucas lo sepa!

―¡Shhhhh! ―Mia agitó ambas manos hacia Coco, prácticamente saltando


del sofá.

―Dios mío. ―Me tapé la boca con las manos―. ¿Es eso?

Con los ojos puestos en Lucas, Mia asintió con lágrimas en los ojos.

―Sigo pensando que si no admito que es una posibilidad, podría no ser una
realidad.

―Mia. ―Coco le frotó el hombro―. Esto no es propio de ti. Deberías querer


saber. Lo haces, sé que lo haces. ¿Cuándo se supone que viene tu período?

―Ahora mismo. ―Levantó los hombros―. Siempre he querido tener hijos,


pero... no me siento preparada. Y no creo que Lucas esté preparado. ¡Nos
acabamos de casar! Se pondrá furioso conmigo.

―Oh, Mia. Lucas te ama mucho. Nunca te culparía por esto; estoy segura de
que no estamos hablando de la Inmaculada Concepción. ―Me acerqué y le di
una palmadita en la mano―. Deberías decírselo.

Ahora bien, si se tratara de Charlie, por otro lado... podría ver que se pusiera
nervioso al decírselo a un tipo así. Probablemente se pondría furioso. Culparía a la
chica. O al condón.

Mierda. Los condones se rompieron. Mi pulso se aceleró de pánico por un


momento. Pero yo también tomaba la píldora. La píldora más el condón eran
buenos, ¿no? Me pregunté qué usaba Mia como anticonceptivo.

Tomó un respiro tembloroso y lo soltó.

―Lo sé. Tienes razón. Y me sentí muy mal al ocultárselo. Probablemente


sospecha, pero está demasiado asustado para preguntar. Estuve hecha un
desastre dos mañanas de esta semana. No vomitando, pero bastante mal del
estómago.

―Oh, Dios mío. Estás muy embarazada. ―La sonrisa de Coco le iluminó la
cara―. Por favor, ve a casa y hazte una prueba esta noche. Debería ser preciso a
estas alturas. Tengo que saberlo. Tengo que hacerlo.

Mia se permitió una sonrisa vacilante.

―Déjame hablar con Lucas primero. Luego lo haré.

―¿Sabes cómo ocurrió? ―pregunté despreocupadamente -al menos


esperaba sonar despreocupada- mientras la camarera aparecía con dos copas de
vino y un agua helada. Ni siquiera sé si la base de mi vaso golpeó la mesa antes de
tomarlo de su mano.

Mia esperó a que se fuera antes de contestar.

―La verdad es que no. Estoy tomando la píldora. Creo que me distraje un
poco y me descuidé después de la boda. No a propósito ni nada ―dijo, con los
ojos muy abiertos, como si hubiéramos estado a punto de acusarla.

Coco le puso una mano en la pierna.

―Mia. Eres la persona más cuidadosa que conozco. Lucas no va a pensar que
has hecho esto a propósito. ¿Para qué, para atraparlo? Ya estás casada.

La palabra atraparlo me hizo beber una onza más de pinot noir antes de dejar
la copa. Pero Lucas y Charlie no eran para nada el mismo hombre.

―Creo que estás subestimando a Lucas ―dije―. Apuesto a que su reacción


te sorprenderá.

―Probablemente tengas razón. ―Mia tomó su agua y dio un largo trago―.


Bien. Mañana. Lo haré.
―Por la mañana ―especificó Coco―. Ni siquiera sé cómo voy a dormir esta
noche, así que será mejor que lo hagas enseguida. Espero una llamada antes del
mediodía.

―Lo intentaré. De acuerdo, hablemos de otra cosa antes de que empiece a


flipar. ¿Actualización de la boda?

Coco hizo un sonido de asco y recogió su vino.

―No. No puedo ni siquiera. Estoy tan enfadada que acepté esta boda de
emergencia el mes que viene. ¿Sabes que ni siquiera puedo tener flores en la
iglesia?

Mia jadeó.

―¿Por qué?

―¡Porque es el maldito Adviento! ―gritó. Luego miró hacia el cielo―. Lo


siento. Debería ser mejor católica ahora. ―Respiró hondo y lo soltó―. Porque es
el puto Adviento ―dijo, más calmada.

Me reí.

―Sí, así está mucho mejor. Dios no oye los juramentos silenciosos.

―Tengo que mantener el tono de todo, dijo el diácono. No es que mi gusto


fuera tan extravagante para empezar, pero al menos esperaba flores. ―Ella
parecía miserable―. Probablemente tendré que usar trapos y llevar incienso y
mirra. Ir allí en un burro.

―Va a ser hermoso pase lo que pase. ―Le froté el brazo―. ¿Qué hay de las
velas? Las velas son muy católicas y probablemente puedas encender un millón
de ellas allí. Diles que quieres una por cada santo. ―Durante un segundo de
locura, que atribuiré a la repentina y acelerada ingesta de vino, me entretuve en
la rápida fantasía de caminar por un pasillo iluminado con velas en una pequeña
capilla en algún lugar. Pero tuve mucho, mucho cuidado de no mirar hacia el altar
para ver quién estaba allí esperándome. No era Charlie. No lo era.

―Oh, Dios mío. ―Mia dejó su vaso de agua sobre la mesa con un golpe,
sacudiéndome de mi Boda de Ensueño con No-Charlie―. Acabo de darme
cuenta de que podría estar embarazada en tu boda. No podré beber. ¿Y qué pasa
si estoy gorda? Ya he encargado mi vestido.

―Mia. ―Coco la miró―. Dame un respiro. Mi boda es en tres semanas. Sólo


estarás como diez minutos embarazada, no se te notará todavía. Probablemente
no lo harás hasta dentro de seis meses. ¿Y a quién le importa la bebida? Vas a
tener un bebé. ―Se acercó, agarró el cuello de Mia y la sacudió de un lado a
otro.

―De acuerdo, de acuerdo. ―Mia se rió―. Y no te preocupes, podemos


engalanar tu casa con todo tipo de flores de invierno, velas, vegetación y luces
blancas para la recepción. Tengo una visión.

―Sé que lo haces. Y cuento con ello porque no puedo ser objetiva aquí, y te
necesito. Las confirmaciones de asistencia se acumulan y, por supuesto, todo el
mundo puede venir. Creo que vamos a terminar con unas ochenta personas.

―Es un buen número ―dije―. No es pequeño, pero no es inmanejable.

Coco puso cara de satisfacción.

―Estoy de acuerdo. Me he salido con la mía en la lista de invitados: nada de


quinientos primos italianos con todos sus niños gritones.

―Bien. Ahora tú. ―Mia asintió en mi dirección―. ¿Te sientes mejor ahora
que tu nuevo piso está en el estudio?
―Definitivamente. ―Pero lo que realmente se sintió bien fue ser golpeada
en el estudio antes de que el piso entrara. ¿Debería decírselo? ¿Qué dirían? Una
parte de mí quería contarlo para tener una discusión divertida, pero no quería que
pensaran que tenía algo con él. Porque no tenía nada.

Dejé mi vaso y me mordí el labio.

―En realidad, tengo algo que decirles, chicas.

―Te acostaste con ese policía.

Me quedé mirando a Coco.

―¿Cómo lo has sabido?

Dio una palmada y Mia me miró con la boca abierta.

―Porque tienes ese brillo de recién follada.

―¿Lo hago? ―Me llevé una mano a la mejilla.

―Espera, ¿es verdad? ―Mia se inclinó sobre Coco hacia mí―. ¿Te acostaste
con Charlie Dwyer?

―Sí. ―Esperé un momento―. Dos veces.

Coco chilló y yo podría haber metido un pomelo en la boca de Mia, era tan
ancha.

―Pero no es que estemos saliendo o algo así. ―Volví a tomar mi vino, pero
no me perdí la mirada que intercambiaron.

―¿Por qué no? ―Dijo Mia.

―Porque no es así. Estoy demasiado ocupada para un novio y él no está


interesado en una relación. No somos realmente compatibles de todos modos.
―Escondí mi cara en mi gran vaso de vino. Ambos me miraron confundidos.
―Erin, esto no es propio de ti ―dijo Mia―. Y aunque estoy totalmente de
acuerdo con disfrutar de una relación sexual divertida porque sí, siempre y
cuando ambas partes estén en la misma página, esto simplemente... ―Miró a
Coco en busca de ayuda.

―Simplemente no parece una página de tu tipo de libro ―terminó Coco.

―Bueno, lo es. ―Levanté la barbilla―. No tengo que estar enamorada de


alguien para tener sexo con él. Me he acostado con tipos que no eran mis novios.

Mis amigas se miraron entre sí y luego volvieron a mirarme a mí.

―¿Cuándo te has acostado con alguien que no fuera tu novio? ―preguntó


Mia.

Confesión: Nunca me he acostado con nadie de quien no estuviera ya


enamorada o de quien no me enamorara eventualmente. Pero la gente puede
cambiar, ¿no?

―Mi pasado no es el punto, ¿de acuerdo? Y de todos modos, Charlie y yo


acordamos que no vamos a tener más sexo. Aunque, lo dijimos después de la
primera vez, y aun así se presentó en mi casa anoche con los pantalones llenos de
una erección. ―Me reí, pero ellos estaban muy serios.

―¿Anoche? ―Mia parpadeó―. ¿Cuándo fue la primera vez?

―La noche anterior ―dije, colocando un mechón de pelo detrás de mi


oreja―. El miércoles por la noche.

―¿Lo has hecho dos noches seguidas? ―Coco sonrió―. ¿A qué hora crees
que vendrá esta noche?

―¡Coco! No va a venir esta noche. Te lo dije, acordamos no tener más sexo.


―¿Y por qué es eso, exactamente? ¿No fue bueno? Debió serlo, si volvió
olfateando por más tan pronto.

Exhalé, sintiendo que un escalofrío recorría mi columna vertebral y se


instalaba con un cosquilleo entre mis piernas.

―Fue bueno. Fue increíblemente bueno. Sexualmente, somos muy


compatibles. Pero eso es todo.

―¿Cómo lo sabes? ―preguntó Mia.

―Porque apenas lo soporto el resto del tiempo. ―Hice una mueca,


inclinando la cabeza de lado a lado―. Supongo que no debería decir eso. Me
ayudó con el piso el miércoles por la noche, y puede ser divertido y encantador y
dulce. Pero luego dice algo insultante o engreído, y me doy cuenta de que no
puedo soportar su ego hinchado ni un minuto más. Quiero darle un puñetazo.

―A veces quiero golpear a Nick ―ofreció Coco―, si eso te hace sentir


mejor.

―Gracias, pero Nick nunca habría dicho que no debería acostarse contigo
porque le preocupa que te enamores de él.

―¿Charlie dijo eso?

Me encogí de hombros.

―Más o menos.

―Dios. Qué imbécil. No se merece tener sexo contigo, entonces. ―Coco


asintió con firmeza, y luego habló por un lado de su boca―. Pero sigo pensando
que va a aparecer esta noche.

―No, no lo hará ―insistí―. Quiere que seamos amigos. Insiste en llevarme a


patinar sobre hielo.
―¡Patinaje sobre hielo! ―Mia parecía sorprendida―. ¿Patinas?

―No, soy horrible, como él verá. Pero ese era nuestro trato. Él me llevará a
patinar -después de lo cual me han prometido que habrá chocolate caliente- y
luego yo lo llevaré a algún lugar de mi elección. Podría torturarlo con música
clásica.

―Eso se llama citas, Erin. Están saliendo juntos. ―Coco tenía una expresión
divertida.

―No estamos saliendo ―dije irritada.

―Ya sabes ―reflexionó Mia. Las velas votivas de nuestra mesa brillaron en
sus ojos. O tal vez era una travesura―. Estoy empezando a pensar que Coco
podría tener razón. Si vas en serio con lo de no tener sexo con él, mejor pon la
alarma esta noche.

Cuando llegué a casa esa noche, me quité los vaqueros, la blusa y los tacones,
y me puse a propósito mi sudadera más fea y mis bragas más grandes. Una
sudadera negra muy grande y desteñida, tan vieja que tenía bolitas, con agujeros
bajo los dos brazos. Era de mi padre y ponía Lakeshore Lanes, que creo que fue
una bolera en algún momento del siglo pasado. En un concurso de dobladillos
deshilachados, mis pantalones de franela verde le ganaron la partida a la sudadera.
Los pantalones eran tan largos que tuve que enrollar la banda elástica de la
cintura dos veces, y los extremos seguían cayendo sobre mis pies.
Me quité el maquillaje, me recogí el pelo en la parte superior de la cabeza en
un nido desordenado y me unté la cara con mascarilla de aguacate.

―Ya está ―le dije a mi reflejo―. Estás tan poco atractiva como puedes
estarlo. Ahora, si aparece -que no lo hará-, parecerá que no lo esperabas, porque
no lo haces. ―Fruncí el ceño ante un trozo de aguacate que había caído de mi
cara al fregadero―. E incluso si lo estás y él lo hace, una mirada tuya neutralizará
su deseo. Estás a salvo. Ahora bajemos por un helado y metanfetamina.

Unos minutos más tarde, estaba instalada frente al televisor con una tarrina
de helado Ben and Jerry's Cake Batter y el mando a distancia. Las puertas
estaban cerradas, la alarma puesta y las persianas cerradas. Acababa de empezar
el episodio de Breaking Bad cuando escuché que llamaban a la puerta trasera.

Me quedé helada.

De ninguna manera.
Hice una pausa en Netflix y me acerqué a la ventana delantera, apartando las
persianas para asomarme al exterior.

El Honda plateado de Charlie estaba en la acera. Al principio, sentí una


pequeña sacudida de euforia, mi corazón se hizo eco de su agudo golpeteo en el
cristal. Ha venido.

Pero entonces recordé lo que habíamos decidido.

Basta ya. Tienes un plan en marcha, así que mantén la calma. Tranquila.
Vestida.
Me armé de valor con unas cuantas respiraciones profundas y me dirigí a la
cocina.
Capítulo doce
Desactivé la alarma y abrí la puerta sólo parcialmente, como si ver sólo la
mitad de él pudiera disminuir el deseo que brotaba dentro de mí.

―¿Qué?

―Vaya, mírate. ―Por encima de su hombro gritó―: ¡Corre, Toto! Corre!

―Muy gracioso. ―Le puse mi mejor cara de Margaret Hamilton―. ¿Qué


estás haciendo aquí, Charlie? Pensé que sólo íbamos a ser amigos.

―He venido a pasar el rato, eso es lo que hacen los amigos. Y he traído
whisky. ―Levantó una bolsa de papel marrón.

Oh, mierda, trajo whisky. Esfuérzate más. Sé más mala.


―¿No tienes otros amigos?

―Claro. Uno de ellos vive a un par de calles de aquí.

Los celos me apuñalaron en las tripas. Imbécil. Estaba bromeando.

―Bueno, ve a llevar tu whisky a su casa.

―Lo hice. ¿Crees que eres mi primera parada esta noche? ―Empecé a cerrar
la puerta pero su mano salió disparada y la bloqueó―. Vamos, Erin, sólo te estoy
tomando el pelo. Déjame entrar.

―No. No confío en ti. ―Y realmente no confío en mí mismo.

―Prometo no tocarte. ―Se aclaró la garganta, mirándome de arriba abajo―.


De verdad, puede que no sea tan difícil.
Lo fulminé con la mirada, pero di un paso atrás, permitiéndole entrar.
Empujando la puerta, me apoyé en ella y le señalé.

―Quiero que conste que dejarte entrar esta noche va en contra de mi buen
juicio.

Asintió con la cabeza.

―Tomo nota.

―Y que no creo que cumplas tu palabra.

―¿Ahora qué ego se tambalea?

Contenta de que la mascarilla de aguacate ocultara mi rubor, pasé junto a él


con la barbilla en alto.

―Quítate esas botas mojadas y déjalas junto a la puerta. Sobre la alfombra.


No quiero huellas húmedas en el suelo.

―Sí, señora.

Lo ignoré.

―Toma vasos del armario que hay junto a la nevera. Y toma una cuchara del
cajón de la isla si quieres un helado.

Dejó las botas junto a la puerta y abrió el armario. No pude resistirme a


acercarme a la alfombra y enderezarla: sus gigantescas y pesadas botas la habían
desviado.

―Dios mío.

―¿Qué? ―Me enderecé y lo vi abriendo todos los armarios de mi cocina,


cuyo contenido estaba perfectamente apilado y alineado.
―No hay nada fuera de lugar. Incluso las especias están organizadas en
pequeñas filas perfectas. Y, Dios mío, ¿están alfabetizados? Lo están. ―Se echó a
reír.

Li empujé a un lado y cerré todas las puertas del armario, dejando abierta sólo
la que contenía los vasos.

―Me gustan las cosas ordenadas, ¿de acuerdo? Me gusta saber dónde está
todo. Tu cocina es probablemente un gran desorden.

―Lo odiarías ―confirmó, sacando dos vasos de una estantería―. Ninguna de


mis vajillas hace juego, mi armario de especias está todo revuelto, y mi lavavajillas
deja manchas.

Me estremecí dramáticamente y me acerqué para cerrar la puerta del


armario.

―Déjame adivinar: te vuelve loca que alguien deje la puerta del armario
abierta.

No dije nada y me dirigí a la sala de estar. (No creo que tenga que confesar
que la clavó).

Un minuto después, se unió a mí en el salón, dejando dos vasos de ámbar


líquido antes de bajarse al sofá.

―¿Me estás engañando? ―preguntó, mirando la pantalla―. No puedes ver


esto sin mí.

―¿Qué quieres decir? Ya has visto esta serie.

―Sí, lo sé, pero una vez que empiezas a ver una serie con alguien, no puedes
seguir cuando no está, ¡son las reglas!

Puse los ojos en blanco.


―Eso es absurdo.

―No lo es. Todo el mundo lo sabe.

Ignorándolo, alcancé mi whisky y tomé un sorbo.

―Esto está bien.

―Mencionaste que te gusta el whisky irlandés que un día en Starbucks. Este


es mi favorito.

Miré la botella.

―¿Punto Verde?

―Sí. ¿Te gusta? Pensé que te calentaría. No dejaba de pensar en que tenías
frío anoche.

―Me gusta. ―Volví a dar un sorbo―. Y gracias por tu preocupación. El


whisky es mucho mejor que subir la temperatura. Y va a combinar muy bien con
mi helado de masa de pastel. ―Me acerqué un poco más a él y coloqué la tarrina
entre nosotros―. Híncale el diente.

Bebimos y comimos durante todo un episodio, y sólo bebimos durante un


segundo. En algún momento, subí a lavarme la cara, pero sólo porque Charlie se
quejó de que tenía aguacate en el helado. Mientras estaba allí arriba, me pregunté
si había ido demasiado lejos con la campaña anti-atractiva. No había hecho ni un
solo movimiento, ni había soltado un solo chiste verde. Fruncí el ceño al ver mi
reflejo. ¿Había perdido mi atractivo? Por impulso, me apliqué un poco de
corrector bajo los ojos y pasé un poco de máscara por mis pálidas pestañas. El
perfume sería excesivo, pero ¿qué tal una loción perfumada? Debajo del lavabo
encontré una loción de lavanda de Kiss My Face y me la apliqué en las manos y
en la cara. Luego me puse un poco de color en las mejillas y me quité el pelo. Ya
está. Mejor. Consideré cambiarme de ropa pero pensé que sería demasiado obvio.
Quería que me deseara, pero no quería que supiera que yo quería que me
deseara. Este era un juego complicado.

Cuando volví a bajar, Charlie estaba a punto de servir más whisky.

―Vaya ―dije―. No sé si debería beber más. ¿Supongo que no tienes que


trabajar mañana?

―No, mañana no. ―Me miró―. Te has cambiado el pelo.

―Sí. El moño me estaba dando dolor de cabeza. ―Me dejé caer de nuevo en
el sofá, acomodando las piernas de forma que hubiera sido mucho más eficaz sin
los pantalones de chándal holgados, pero quitármelos era probablemente un paso
demasiado lejos. Escuché la voz chiflada de la Bruja Mala en mi cabeza: Estas
cosas hay que hacerlas con delicadeza. Sí. Esa sería mi palabra clave: con
delicadeza. Lo atraería delicadamente con mi delicado aroma a lavanda. Disiparía
delicadamente sus avances. Y luego, tal vez, me lo tiraría indelicadamente aquí
mismo, en el sofá.

―¿Quieres ver una más? ―preguntó.

Me encogí de hombros, fingiendo un bostezo, como si no me importara que


se quedara o se fuera.

―De acuerdo.

Mientras Charlie se servía otro par de dedos, me acurruqué en la esquina del


sofá como la noche anterior y tiré de la manta del respaldo.

―¿Tienes frío?

―Un poco.

―Aquí. ―Charlie se acomodó en la otra esquina y me abrió un brazo―. Ven


aquí.
Fingiendo desconfianza, le dirigí una mirada aprensiva, y él puso los ojos en
blanco.

―Relájate. No voy a manosearte, abuela. Sólo me ofrezco a abrazarte.

Me senté con la espalda recta.

―¿Qué? ¿El Sr. No Hago Afecto quiere abrazarse? Deja la locura.

Se echó la mano a la espalda y me lanzó una pequeña almohada de cuentas.

―La oferta ha caducado. Tú pierdes.

―Oh, para. ―Le di al play en el siguiente episodio y me acerqué a él,


acurrucándome contra su costado como un gato, la manta sobre mis piernas.
Entre el whisky y nuestro calor corporal compartido, estaba acogedoramente
caliente en minutos.

Bien hecho, Erin.


Al principio mantuvo su brazo a lo largo del respaldo del sofá, pero finalmente
lo dejó caer sobre mis hombros.

―Buen movimiento ―susurré.

Me tiró del pelo como respuesta.

Por muy bueno que fuera el espectáculo, mi mente empezó a divagar. Esto se
sentía realmente cómodo. Charlie estaba siendo muy amable, demasiado amable.
Y olía bien, como el Orgasmo de Otoño, pero ahora había algo nuevo en la
mezcla. Colonia, me di cuenta. Se había puesto colonia. Era sutil, masculina, un
poco amaderada. Bosques de invierno, de esos en los que todavía se pueden oler
las hojas muertas aunque estén cubiertas de nieve, y alguien tiene un fuego en
su chimenea cercana y tal vez haya puesto piñas en él. Miré mi chimenea,
que nunca había sido utilizada, porque no sabía cómo encender un fuego.
―Oye Charlie ―le dije―, ¿sabes cómo hacer un fuego?

Se rió, y lo sentí en su pecho.

―Sí. Charlie puede hacer fuego.

Le di una palmada en el estómago. Y dejé mi mano allí.

―Tal vez podamos comprar algo de leña y puedas enseñarme. En casa de mis
padres teníamos una chimenea de gas. Pero me gusta el olor de la leña ardiendo.

―Claro, pero te advierto que es sucio. Hay muchas cenizas involucradas.

―Erin puede limpiar el fuego. ―Imité su voz de cavernícola.

Me dio un golpe en el costado, haciéndome reír, y volvimos a ver la


televisión... bueno, supongo que lo hizo. No podía dejar de pensar en él. En lo
caliente que estaba, en lo duro y musculoso que era su cuerpo, en la perfecta
combinación de ángulos y curvas. Me pregunté cómo sería durante el sexo real, el
que se tiene con alguien a quien se ama, el que es lento y tierno y sin
pretensiones. ¿Se sentiría igual? ¿Susurraría cosas dulces y sucias? ¿Me abrazaría
después? Me chupé los labios entre los dientes y miré su entrepierna, rezando a
Dios para que no se diera cuenta, aunque no parecía el tipo de oración al que
Dios debería dedicar su tiempo.

La zona de su cremallera parecía un poco arrugada, pero no vi ningún bulto


revelador de una erección. Tal vez no estaba mintiendo antes y realmente no me
encuentra atractiva esta noche. ¿Y qué demonios estás haciendo, imaginando a
Charlie Dwyer haciendo el amor contigo? Eso nunca sucederá.
Pero pueden ocurrir otro tipo de cosas.

Cambié de posición, como si me estuviera estirando un poco, y dejé que mi


mano se deslizara un poco más abajo en su estómago.
―Buen movimiento ―susurró.

Lo aparté.

¡Maldito sea!
Pero un momento después, él también cambió de posición, levantando un
poco las caderas y tirando de sus vaqueros.

Sin mover un músculo, dejé que mis ojos se dirigieran de nuevo a su


entrepierna.

Si no me equivocaba, sus pantalones parecían un poco más ajustados en la


zona de la erección. Sonreí, acurrucándome un poco más. Si se le estaba
poniendo dura, era sólo cuestión de tiempo, ¿no? Los chicos no podían apagar eso
sin más.

Me obligué a concentrarme en Walter y Pinkman. Pero al cabo de unos


minutos, me sentía tan cálida y cómoda que mis ojos empezaron a cerrarse...

Cuando los abrí, la habitación estaba a oscuras, la televisión apagada y yo


estaba tumbada en el sofá, con una manta que me cubría desde los hombros
hasta los pies. Sentada y aturdida, los acontecimientos de la noche anterior se
filtran lentamente a través de una nube de confusión con sabor a whisky. Olfateé
y miré a mi alrededor.

No Charlie.

Cuando mis ojos se adaptaron a la oscuridad, me fijé en un trozo de papel


sobre la mesita. No, no era un papel, sino una bolsa de papel marrón en la que
Charlie había traído el whisky. Frunciendo el ceño, la recogí y me acerqué a
encender la lámpara que había junto al sofá.
Una nota estaba garabateada en un lado con tinta negra: No quería
despertarte. Gracias por la mamada, te enviaré las fotos. PS. Roncas.
Tosí una vez con indignación.

―¡No te he hecho ninguna mamada! ―resoplé―. ¡Y no ronco!


―Volviéndome a tumbar contra el sofá, leí la nota de nuevo antes de tirarla a un
lado, irritada más allá de lo razonable y luego irritada aún más por estar irritada.
Tampoco era la nota. Era el hecho de que Charlie hubiera venido aquí, me hubiera
tentado con su whisky y su colonia y sus mimos, y luego hubiera mantenido su
palabra de no tocarme. ¡Cómo se atreve! Bragas de abuela aparte, esperaba
que al final me encontrara irresistible. ¿Qué es lo que me pasa?

Entrando en la cocina, me aseguré de que la puerta trasera estuviera cerrada


con llave y activé la alarma antes de subir al cuarto de baño con unos pesados
tacones y cepillarme los dientes con la suficiente fuerza como para desgastar el
esmalte. Escupí y fruncí el ceño al verme en el espejo.

―¿Qué demonios? O lo quieres o no lo quieres. Averígualo.

En la cama, di varios puñetazos a la almohada de mi cuerpo y metí la cara en


ella. Parecía que debía ser así de fácil: ¿lo quería o no? Pero era más complicado
que eso. Sí lo quería. Sexualmente, lo quería a seis días del domingo. De hecho,
faltaban sesenta y nueve días para el domingo, y yo ni siquiera era una chica de
sesenta y nueve.

Confesión: Lo era, por supuesto que lo era. Sólo que nunca había actuado
como tal en la vida real.

Pero lo haría con Charlie. Sin pensarlo dos veces. ¿Y había otros números?
También lo haría.
¿Por qué? ¿Por qué iba a querer hacer cosas con él que nunca había hecho con
mis ex, por los que había tenido sentimientos genuinos? (A veces doy gracias a
Dios por esto. Ya es bastante malo que le haya hecho unas cuantas mamadas a un
futuro sacerdote. Me pregunto cuántas avemarías tuvo que rezar por ellas).
¿Fue porque no tenía miedo de lo que pensaba de mí?

¿Porque no me preocupaba ser su -o mi- idea de la chica perfecta? ¿Porque no


había visto a su madre en veinte años?

Tal vez lo fuera. Me puse de lado y rodeé la almohada con los brazos y las
piernas. Tal vez mi atracción por Charlie tenía más sentido de lo que había
pensado. Tal vez el sexo con él era más intenso, más divertido, más satisfactorio
que cualquier otra cosa que hubiera experimentado, precisamente porque no
éramos el uno para el otro. No tenía que contenerme porque A) no me
preocupaba en absoluto tener que comprometerme; B) no me preocupaba
sentarme frente a su madre en la cena de Navidad sabiendo que había estado
sentada en la cara de su hijo la noche anterior; y C) no me importaba que Charlie
me mandara durante el sexo, que exigiera y que no aceptara un no por respuesta;
de hecho, me encantaba, porque sabía lo que yo quería en secreto sin tener que
decir nada. Era como magia. Y si se cerraba emocionalmente, no tenía por qué
importarme.

En otras palabras, yo no era mi madre. No tenía que preocuparme por el lado


más oscuro de Charlie porque no iba a tener ningún futuro con él. Eso era
liberador, quizás incluso lo suficiente como para permitirme tontear un poco más
con él. No estábamos haciendo daño a nadie, ¿verdad? Éramos dos adultos con
consentimiento. Y mientras nos entendiéramos, ¿cuál era el problema? Las
buenas chicas podían tener buen sexo con un buen amigo, ¿no?
Apreté más la almohada y cerré los ojos. Todo está bien entonces. Se
acabaron las bragas de abuela. Quería que me deseara de nuevo, pero con
delicadeza no lo había hecho.

Tal vez era la hora de la directa.

A la mañana siguiente, me acosté y me desperté cuando mi teléfono zumbó


con un mensaje de texto alrededor de las diez. Antes de mirarlo, me juré a mí
misma que si era Charlie no iba a responderlo de inmediato. Tenía que
perseguirme un poco.

Pero era Mia.

¿Pueden venir?
Coco respondió primero.

Prueba...
Tengo una, pero tengo miedo, respondió Mia. Ven, te diré por qué.
Estaré allí en media hora, le dije.
Coco dijo lo mismo y yo salté de la cama. Mi corazón se aceleró; no sé cómo
supe que esa prueba iba a ser positiva, pero lo supe. No pude evitar sonreír
mientras me vestía. Mia iba a tener un bebé. Coco se iba a casar. ¿Y yo?

Yo también tenía algo por lo que emocionarme.


Capítulo trece
Lucas abrió la puerta.

―Hola, Erin. ¿Cómo estás?

―Bien. ―Le sonreí como una idiota. Sé algo que tú no sabes.

―Están arriba susurrando algo. ¿Quieres subir una taza de café?

―Claro, gracias. ―Lo seguí hasta la cocina, donde me sirvió una taza de una
jarra que había en la encimera y sacó la nata de la nevera.

―Crema y azúcar, ¿verdad?

―Sí.

―El azúcar está en el bol de la encimera. Aquí tienes. ―Me pasó la crema, y
después de adulterar mi café con abundante materia blanca, tomé una cuchara
del cajón de los cubiertos y le di una vuelta―. ¿Qué pasa ahí arriba? ―preguntó.

Me quedé mirando mi taza, haciendo girar la cuchara mucho más tiempo del
necesario.

―Oh, nada. Coco quería que nos reuniéramos. Probablemente sólo cosas de
la boda.

―Eso es lo que dijo Mia.

Sonreí, aunque él no pudo verlo.

―No puedo creer que falte menos de un mes.


―Lo sé. Para una planificadora de bodas, probablemente sea una tortura
tener que organizar las cosas tan rápido.

―Mejor Coco que Mia. Ella habría enloquecido ante la idea de hacer las cosas
en el último minuto, aunque la boda de Coco es un asunto muy diferente. ―Puse
la cuchara en el fregadero y la crema de nuevo en la nevera.

―Sí. Aunque Mia está bastante distraída por algo estos días, no está
enloqueciendo, pero no es ella misma. Estoy preocupado por ella.

―¿De verdad? ―Me apoyé en el mostrador y recogí mi taza con


indiferencia―. No he notado nada.

Lucas frunció el ceño mientras se sentaba en un taburete del mostrador.

―Oh. Bueno, tal vez sólo estoy imaginando cosas. Han pasado muchas
cosas, hemos estado muy ocupados en el bar... gracias de nuevo por cubrirme.

―Cuando quieras. En serio. ―Le sonreí―. Bueno, será mejor que suba.

Me devolvió la sonrisa, pero fue más cortés que genuina. Me di cuenta de que
estaba preocupado. Qué dulce es tener un chico que se preocupa de verdad por
tus sentimientos. Pero entonces me recordé a mí misma que no me preocupaban
los sentimientos. A la mierda los sentimientos, pensé. Con fuerza. En la fosa
nasal. Con un cactus.
Me sentí mejor después de eso.

Arriba, encontré a Coco en el dormitorio principal, jugueteando frente a la


puerta cerrada del baño.

―¿No me esperó?

―Te hemos escuchado llamar. Has tardado demasiado ―se quejó.

―Acabo de entrar.
Dejando mi taza de café sobre el tocador, bajé la voz a un susurro.

―Creo que va a ser positivo.

―Yo también ―susurró ella. Entonces llamó a la puerta del baño―. ¿Mia?
¿Podemos entrar?

La puerta se abrió y Mia salió, todavía con su pijama de franela rosa. Se acercó
a la cama y se metió en ella, tapándose la cabeza con las sábanas.

―Está en la encimera. Mira tú. No puedo. ―Su voz estaba amortiguada por
las mantas.

Coco y yo intercambiamos una mirada.

―¿Por qué no vienes con nosotras? ―Sugerí―. Deberías ser la primera en


ver los resultados.

―No. No puedo soportarlo.

Suspirando, Coco se acercó a la cama, agarró la parte superior de la ropa de


cama y la echó hacia atrás, revelando a Mia acurrucada en una pequeña bola de
franela rosa.

―Sal de la cama y entra ahí. Iremos contigo.

De mala gana, Mia se puso de pie y nos dio una mano a cada uno.

―De acuerdo. Pero voy a cerrar los ojos.

Apreté su mano.

―¿Por qué? Mia, tú quieres esto. Siempre has querido esto. Si es positivo, es
algo genial. Si no lo es, también está bien.

―Sí lo quiero, pero no ahora. Lucas me estaba contando esta mañana lo


ocupado que va a estar en los próximos meses. Quiere abrir un bar en Chicago, lo
que significa que estará fuera todo el tiempo. Y luego dijo que quiere pasar un
tiempo en la Provenza el próximo verano porque está pensando en comprar un
viñedo en el norte en un futuro próximo. ―Sólo Mia podría hacer que comprar
un viñedo en el norte de Michigan sonara como contagiarte la viruela―. No tenía
ni idea de nada de esto. Me siento sorprendida.

―De acuerdi, de acuerdo, shhhh. ―Coco puso una mano en el hombro de


Mia―. Escucha. Te conozco. Y sé que lo que más te molesta es no tener un plan.

―Tenía un plan ―insistió Mia, soltando mi mano para pasarse la manga por
la nariz―. Un bar en Chicago y un viñedo en el norte no formaban parte de él, y
tampoco un embarazo sorpresa. Pero si es cierto, Lucas me culpará por no poder
hacer lo que quiere. Pensará que lo hice a propósito.

―Basta ya. ―Le tiré del pelo largo y ondulado en un gesto que reconocí
como el de Charlie―. Estás haciendo el ridículo, lo cual es comprensible si estás
embarazada porque tus emociones son una locura. Te lo dijimos anoche: Lucas no
pensará eso. Está loco por ti, y me estaba diciendo abajo que sabe que algo te
preocupa y está preocupado.

Ella olfateó.

―¿Lo es? Es tan lindo.

―Sí. Ahora vamos a ver lo que dice la prueba, y luego podemos hacer un
plan para decirle, ¿de acuerdo?

―De acuerdo. Abrázame.

Coco y yo tomamos cada una uno de sus brazos y nos dirigimos hacia el baño.
El pulso me retumbaba y mi estómago se agitaba locamente, como si se tratara
de mi prueba de embarazo y no de la de Mia. Sabía que Coco también debía
sentirlo.

―Cerremos los ojos y miremos juntas ―dijo―. Contamos hasta tres.


Cerrando los ojos, entramos en el cuarto de baño y nos pusimos delante del
tocador. Mia nos contó.

―Uno. Dos. ―Respiró profundamente―. Tres.

Abrimos los ojos.

―¿Qué demonios es eso? ―Dijo Coco―. Parece una señal de división.

―¡Es una señal de que Lucas y yo vamos a estar divididos por esto! ―Mia se
lamentó con lágrimas en los ojos.

―¿Quieres parar? Es un plus ―dije―. Sólo es débil. Pero es una ventaja,


Mia. Estás embarazada. ―Inmediatamente, Coco y yo empezamos a saltar como
canguros rabiosos. La pobre Mia parecía conmocionada.

―¡Dios mío, Dios mío! ―susurró el escenario Coco―. ¡Mia, es positivo!


Felicidades.

Se me cerró la garganta, de lo contrario la habría felicitado a ella también.

―Es positivo ―dijo Mia en voz baja―. Es positivo.

―Lo es. ¿Cómo te sientes? ―Coco estudió su rostro―. ¿Estás bien?

―No lo sé. Tal vez. Necesito sentarme. ―Se echó hacia atrás y se sentó en el
borde de la bañera―. De acuerdo. Colocando ambas manos sobre su estómago,
inhaló y exhaló lentamente―. Esto podría estar bien.

―Está más que bien. ―Me arrodillé frente a ella y Coco se sentó a su lado―.
Es maravilloso. Me alegro mucho por ti.

―Es más que maravilloso. Podríamos hacer una lista de todas las cosas
maravillosas de esto.

Coco inclinó la cabeza sobre el hombro de Mia.

―¿Tú crees? ―Mia sonaba esperanzada.


―¡Sí! ―Dije―. Uno. Este bebé será precioso. No puede faltar.

―Claro ―coincidió Coco―. Dos. Serás la mejor mamá del mundo porque
siempre estás preparada para todo.

―Sí. Tres. ―Señalé a Coco y a mí―. Niñeras incorporadas cuando necesitas


una noche libre.

―Definitivamente. ―Coco asintió―. Cuatro. Um... ―Me miró en busca de


ayuda.

―Um. ―Me mordí el labio tratando de pensar en otra cosa―.


¿Estacionamiento para embarazadas en la farmacia?

Mia se rió.

―Sí. Eso es importante.

―¡Lo es! ―Le golpeé las piernas―. Mami.

―¡Shhhhh! ―Mia miró a la puerta―. De acuerdo, ¿y ahora qué? Tengo que


decírselo, ¿verdad?

―Sí. ―Coco se puso de pie―. Probablemente debería haberlo sabido antes


que nosotras, pero podemos fingir que no sabemos nada y salir volando de aquí.
Puedes decir que hiciste la prueba cuando nos fuimos.

―No, no, no. ―Sacudió la cabeza―. No le mentiré al respecto. Sólo seré


honesta. Él sabe lo unidos que estamos.

Me puse de pie.

―Creo que tienes razón. Lucas es un buen tipo. Lo entenderá. Además, sabrá
que algo pasa cuando nos vea a Coco y a mí escabulléndonos de aquí. No tiene
ninguna cara de póker.

Mia sonrió, levantándose de la bañera.


―Cierto. Bien, me voy. Pero antes de hacerlo... ―Ella y Coco
intercambiaron una mirada―. Necesitamos saber. ¿Apareció Charlie anoche?

Coco se rió.

―Debe haberlo hecho. Mira lo rápido que se ha sonrojado.

―Ejem, sí lo hizo. Pero no, no lo hicimos. ―Les puse una expresión angelical,
como si hubiera sido mi elección de no follar.

―¿No lo hiciste? ¿Por qué no? ―Coco parecía confundida.

―Te lo dije. Sólo amigos. ―Gracias a Dios que tenía cara de póker. Estaba
mintiendo descaradamente.

―¿Vino anoche para ser sólo amigo tuyo? ―Preguntó Mia.

Me encogí de hombros.

―Aparentemente. Quiero decir, no sé exactamente lo que estaba en su


mente porque él no es realmente bueno en decirme lo que está pensando a
menos que sea A, sucio, o B, lo mal que está por mí.

―¿Se ve así y habla sucio? ―Mia se abanicó.

―Sí. ―Mi cara se calentó más―. Pero no hubo ninguna charla sucia anoche.
No hubo nada. Ni siquiera un abrazo. ―Maldito sea.

―¿Por qué no? ―preguntó Coco―. Puedes abrazar a un amigo.

―Por un lado, se fue después de que me quedara dormida en el sofá. Por


otro, tiene problemas con los gestos de afecto físico a menos que sean sexuales.
Cuando se despide, se va sin más, aunque hayamos estado desnudos como una
hora antes.

―Raro. ―Mia sacudió la cabeza y luego suspiró―. Qué pena. Pensaba que
hacíais una bonita pareja, en una especie de atractivo opuesto.
―Yo también ―confesó Coco.

―No, lo siento. ―Evitando sus ojos, recogí mi taza de café del tocador y volví
a bajar las escaleras. No habría ninguna pareja bonita.

Coco y yo acabamos saliendo por la puerta principal sin que Lucas se diera
cuenta, y nos despedimos en la calle, susurrando rápidamente sobre un baby
shower y prometiendo hablar más pronto. Mientras mi coche se calentaba, miré
por la ventana la casa de Mia y Lucas. ¿Se lo iba a decir ahora? Sonreí. Qué
momento tan increíble en la vida, decirle a alguien que va a ser padre. Me
pregunté si alguna vez experimentaría algo parecido. Quería tener hijos,
eventualmente, pero no tenía idea de cuándo ocurriría eso. No era como Mia, que
sabía que quería tener hijos antes de cumplir los treinta. Coco y Nick
probablemente también tendrían hijos pronto. Sus hijos podrían jugar cuando nos
reuniéramos todos.

Entonces fruncí el ceño, imaginándome a mí misma como la solitaria tía


solterona que acude a las fiestas con juguetes y salsa de espinacas, pero sin otra
persona.

No, deja eso. Serás la tía divertida y loca que todos los niños adoran. Te
rogarán que hagas de canguro, que te quedes a dormir y que les lleves a sitios.
Luego podrás dejarlos cuando hayas terminado con ellos y volver a tu bonita y
tranquila casa. Podrás beber vino para cenar, ver lo que quieras en la tele y dormir
hasta tarde.
Eso no sería nada solitario, ¿verdad?

Puse el coche en marcha y me alejé de la acera. Yo también podía viajar, podía


ir a donde quisiera, cuando quisiera. Mucha gente viajaba sola. Mira a Mia, yendo
a París sola y conociendo al amor de su vida cuando menos lo esperaba.
Eso es lo que tiene ser libre: la vida sigue teniendo muchas posibilidades.
Así que no tenía que preocuparme por mi estado sentimental ni envidiar a mis
amigos por sus felices hitos vitales. Todavía tenía posibilidades.

Y si la posibilidad tenía un par de esposas y una lengua mágica, mejor.


Capítulo catorce
Diciembre

Después de luchar con éxito contra el impulso de llamar a Charlie después del
fin de semana de Acción de Gracias, me emocioné cuando me envió un mensaje
de texto el primer lunes de diciembre, preguntándome si quería quedar para
tomar un café a la mañana siguiente.

Nos encontramos en el Starbucks junto a mí a las diez y media, justo después


de que yo diera una clase de ballet para adultos y antes de que él tuviera que
ir a trabajar. Cuando lo vi esperándome cerca de la entrada, se me aceleraron
los latidos del corazón, lo que decidí que era una reacción sexual más que
emocional. Por supuesto, me abstuve de abrazarlo para saludarlo, aunque quería
hacerlo. Me molestó lo mucho que lo deseaba.

Pedimos bebidas y encontramos una mesa junto a la ventana.

―Podrías haberme despertado para despedirte el viernes por la noche, tonto


―dije.

Charlie sonrió mientras se encogía de hombros para quitarse el abrigo.

―Lo intenté, lo juro. Te quedaste fría.

―¿De verdad? ―Arrugué la nariz―. Lo siento. Tengo un sueño algo pesado,


supongo.

―¿Espalda o estómago?
Ladeé la cabeza, confundida.

―¿Qué?

―¿Te gusta dormir boca arriba o boca abajo?

―Oh, tampoco. Duermo de lado. Y tengo una almohada para el cuerpo que
me gusta abrazar.

Charlie pensó que eso era gracioso.

―¿Qué? ―dije indignada.

―Nada. Qué bonito. Eres una mimosa, incluso cuando duermes.

―Supongo que sí. ―Nunca había pensado en ello. Había pasado muchas
noches con mis ex, pero no recordaba haberme abrazado mucho. Ahora bien, si
Charlie pasaba la noche... No. Deja eso. Sin pasar la noche, sin abrazos, sin
sentimientos.
―¿Por qué frunces el ceño? ―Charlie dio un sorbo a su café negro y lo dejó.

―¿Lo hacía? Lo siento. Estaba pensando en mis ex. ―Eso era más o menos la
verdad. Se inclinó hacia delante, con los codos sobre la mesa.

―Cuéntalo. ¿Eran expertos en mimos, no?

―Sinceramente, no lo recuerdo. Ha pasado mucho tiempo. El primer chico


fue mi novio de la universidad, que resultó ser gay, en realidad.

―¿Has convertido a un hombre en gay?

Le dirigí una mirada asesina.

―No. Él ya era gay, gracias. Dijo que también le gustaban las mujeres, pero al
final decidió que le gustaban más los hombres. Dijo que cuando me conoció era
tal vez un cincuenta por ciento, pero después de salir un tiempo supo que era más
bien un noventa por ciento.
―¿Ves? Lo convertiste en gay.

Enrollé mi servilleta y se la lancé.

―Cállate, no lo hice.

―Vamos, Erin. Sólo estoy bromeando. Si no le atraía lo suficiente una chica


como tú, está claro que prefería a los hombres.

―Gracias. Creo. ―¿Significa eso que todavía me encuentra atractiva?

Espera, está mirando mi pecho.


¡Y ahora mis labios! Bien.
Volvió a establecer contacto visual.

―¿Y qué hay del otro?

―El otro hablaba en sueños, así que no pasamos muchas noches juntos.
―No iba a decirle que uno se hizo cura. Tendría un día de campo con eso―. ¿Y
qué hay de ti? ―Soplé mi café con leche para enfriarlo―. ¿Estómago o espalda?

Recogió su café

―Espalda.

Bien. Eso es perfecto para sentarse a horcajadas, lo cual se me da bien ya que


soy flexible.
―Y déjame adivinar: no eres un abrazador cuando duermes.

―Ya te he dicho que no paso la noche con las mujeres, ya que transmite un
mensaje erróneo ―puse los ojos en blanco― pero en cuanto a los abrazos, es una
ocasión excepcional, por lo que deberías sentirte extra honrada de que te invitara
a abrazarme la otra noche.

Me reí, pero secretamente me sentía así.


Más tarde, se despidió de mí con un abrazo en el estacionamiento. Ni siquiera
fue incómodo.

Y luego no supe nada de ese imbécil durante más de una semana. Nueve días,
de hecho, durante los cuales pensé en él mucho más de lo que debía. Imaginé su
cuerpo moviéndose sobre el mío. Imaginé su voz en mi oído, esa voz. Fantaseaba
con que me sorprendía en la ducha. En la cocina. En el coche.

En casi todas partes.

Quería llamarlo, pero seguía pensando que mi plan de dejar que me


persiguiera era la mejor manera de convencerlo de que no tenía ningún apego
emocional, aunque hubiéramos tenido sexo.

El problema era que no me perseguía.

Mientras tanto, prácticamente rompí el Conejo Travieso, le di un programa de


entrenamiento tan exigente.

Finalmente, llamó.

Era un jueves por la noche. Había llegado tarde a casa desde el estudio y
estaba calentando pasta para la cena cuando sonó mi teléfono. Cuando vi su
número, mi cara se deshizo en una amplia sonrisa y mis entrañas bailaron, pero
dejé que sonara otros cinco segundos antes de atenderlo.

―¿Hola?

―¿Qué número de zapato usas?


―Estoy bien, gracias. ¿Y cómo has estado?

―Lo siento. ¿Cómo estás?

―Genial. ―Dios, me encantaba el sonido de su voz. ¿Cuándo había pasado


eso? Ni siquiera era esa voz.

―Bien, yo también. ¿Ahora qué talla de zapato?

Suspiré con exasperación.

―Siete. ¿Por qué?

―Te voy a comprar un regalo de Navidad.

―¿Me vas a comprar zapatos? ―Inmediatamente me imaginé unos stilettos


de plataforma altísimos de charol rojo.

Se rió, y el sonido me calentó por completo.

―No exactamente. ¿Estás ocupada el sábado?

―Tengo que estar en el estudio hasta la una.

―Después de eso, entonces. Te recogeré.

¿Qué era esto? ¿Una cita?

―Bien. ¿Qué hacemos?

―Es una sorpresa. Abrígate bien.

De repente, se sumó.

―Espera un momento. No me vas a hacer ir a patinar, ¿verdad?

―Está lista a las dos.

―Espera, ¿estamos...?

―Adiós. ―Terminó la llamada.


―Ugh, gran idiota. ―Suspirando, pulsé Fin en mi teléfono y marqué a Coco.

―¿Hola?

―Hola. Acabo de recibir una llamada de Charlie. ―Saqué mi plato del


microondas, lo puse en la isla y cogí un tenedor.

―Ooooh. ¿Qué pasa?

―Está siendo muy críptico al respecto, pero creo que quiere llevarme a
patinar el sábado.

―¡Divertido!

Hice una mueca, forzando un poco de penne con más vehemencia de la


necesaria.

―No si tú eres yo. ―Dios, ¿no podíamos saltarnos la parte de la actividad


amistosa y pasar directamente al sexo sin ataduras?

―¿Acaso tienes patines?

―No. Creo que me va a comprar un par. Para Navidad o algo así. ―Me metí
un poco de pasta en la boca.

―¡Eso es muy dulce!

―Lo sé, pero ahora tengo que comprarle algo, ¿no? ¿Y qué es esto? ¿Somos
amigos o algo más? Estoy frustrada. No puedo conseguir una lectura de él.

―Suenas frustrada. Escucha, no te preocupes por lo que sea. Sólo diviértete


con él. Haz lo que quieras hacer. Y tampoco te preocupes por pintar el sábado,
creo que de todos modos terminaremos esta noche. Dios, no puedo creer que la
boda sea el próximo fin de semana. Es una locura.

Tomé mi vino.

―¿Estás lista?
―¿Quién sabe? Quiero decir, creo que sí. Pero Mia está tan fuera de sí con el
embarazo y todo, sólo espero que no hayamos olvidado cosas.

―No lo has hecho. Podrías planear una boda mientras duermes. ―Mia
estaba un poco fuera de sí, pero ¿quién podría culparla? Lucas, como era de
esperar, se había quedado sorprendido pero emocionado con la noticia de su
embarazo. Ahora era difícil saber cuál de los dos estaba más emocionado.

―Dormir, ¿qué es eso? Siento que no he dormido en días. Espera, Erin. Nick,
no te atrevas a poner ese martillo encima de los programas. Y tampoco huyas de
mí, tenemos que resolver lo del estacionamiento.

Sonreí.

―Te dejaré ir. Sólo quería preguntarte si te parece bien que no vaya a
pintar el sábado.

―Totalmente bien ―me aseguró―. Llámame, sin embargo, y hazme saber


cómo fue. Y no olvides que si quieres llevarlo a la boda, no hay problema.

―No, pero gracias. ―Invitar a Charlie a la boda parecía un movimiento


demasiado femenino. Podría tomárselo a mal. Quería demostrarle que podía
manejar el sexo casual, ya que había hablado en contra de él antes, y tenía que
hacerlo de una manera que no dejara dudas en cuanto a mis expectativas.

Las palabras de Coco resonaron en mi cabeza. Diviértete con él. Haz lo que
quieras hacer.
Seducirlo. Eso es lo que quería hacer. Entonces me reí un poco. La pregunta
era, ¿qué no que quiero hacer con él? No se me ocurría nada.
Patinaje. Eso era una cosa.

―Oh Dios. ¿Tengo que hacerlo? ―Me quedé de pie al lado de la pista de
hielo del Campus Martius, observando a los niños pequeños con pantalones de
nieve que se deslizaban con facilidad sobre la superficie lisa y vidriosa. No me
hacía ilusiones de ser tan hábil ni tan guapa. Tenía los pies bien atados a los
patines que Charlie me había comprado, aunque había rezado para que no me
quedaran bien.

―Debería haberme puesto pantalones de nieve. Mi trasero necesita más


amortiguación.

―Jesús, ¿también quieres un casco? No necesitas pantalones para la nieve.


Vamos. ―Charlie me tomó la mano enguantada y me arrastró hacia el hielo, y yo
endurecí las piernas hasta convertirlas en troncos de árbol y dejé que me
arrastrara como si fuera un juguete―. Tienes que mover los pies para patinar,
Erin. Así. ―Dejó caer mi mano y se alejó de mí patinando con sus piernas hacia
los lados de forma lenta y segura. Yo me acercaba a la pared, y apenas lo
conseguía sin caerme. Esta no era la forma de parecer sexy, despreocupada y
divertida.

Por supuesto, Charlie era un hermoso patinador, haciendo que pareciera


suave y sin esfuerzo. Incluso se detuvo en un momento para ayudar a una niña
que se había caído justo delante de él, quitándole los pantalones y la chaqueta de
nieve y poniéndola de nuevo sobre sus pequeños patines. Fue algo tan dulce, y
parecía tan natural en él, que tuve que entrecerrar los ojos para asegurarme de
que era realmente Charlie. La observó alejarse con las cuchillas dobles y volvió a
acercarse a mí.

―Fue muy amable de tu parte ―dije.

Se encogió de hombros.

―A veces soy un buen tipo.

―Pregúntale a esa chica qué quiere por esas cosas de doble hoja. Las
necesito.

―No, no lo necesitas. Vamos ―dijo―. Intenta salir de la pared.

―No. ―Pero miré a algunos de los chicos a lo largo de la pared frente a mí y


vi que se estaban moviendo bien haciendo algo más parecido a una marcha, así
que aguanté e intenté eso, rezando por no parecer tan tonta como me sentía. Mis
planes de seducción se estaban deshaciendo rápidamente.

Charlie se echó a reír.

―Vaya, no estabas bromeando. Realmente eres una patinadora horrible.

―Cállate. No me gusta el hielo, ¿de acuerdo? Sostén mi mano.

Volvió a tomarme la mano y ejecutó un pequeño y hábil giro para quedar


frente a mí. Tomando mi otra mano, me dijo:

―Pon tus patines un poco más juntos. Bien. Ahora, empuja el derecho hacia
fuera. No, no lo levantes, empújalo hacia afuera.

Lo intenté de nuevo.

―¿Así?

―Sí, bien. Ahora el otro lado.


Empujé mi patín izquierdo hacia fuera.

―¿Se supone que debo permanecer en plie todo el tiempo?

―¿Qué carajo es un plie?

―¿Mantengo las rodillas dobladas?

―Oh. Entonces sí, lo haces. Todo el tiempo. Eso te da más estabilidad.

Volví a intentarlo y tropecé un poco cuando mi patín derecho se me escapó,


agarrándome a sus manos para salvar la vida.

―Tienes que mantener los dedos de los pies hacia delante, no hacia los lados.

―Lo siento. Demasiado ballet. ―Me concentré en mantener las rodillas


dobladas, las piernas y los pies paralelos, y volví a empujar cada pie hacia un
lado―. ¿Así?

―Sí. ―Charlie miró mis pies―. Tus tobillos no se tambalean. Eso es bueno.

―Gracias. ―Me reí, lentamente, tomando el ritmo―. Mientras no me dejes


ir, creo que puedo arreglármelas para no avergonzarme demasiado.

―No te dejaré ir. Durante al menos cinco minutos ―bromeó.

Pasamos cerca de una hora en el hielo y sólo me caí una vez, justo en el coxis,
cuando un niño loco que patinaba demasiado rápido se acercó demasiado y yo
intenté correr hacia un lado para apartarme de su camino. Charlie me ayudó a
levantarme y me limpió el trasero, asegurándome que caerse de culo era mucho
menos embarazoso que caerse de cara.

―Es sólo como un siete en la escala de humillación ―dijo―. Y estoy seguro


de que esa gente de allí no se está riendo de ti.

Oh, Jesús. Bueno, al menos me estaba tocando el culo. ¿Y su mano se demoró


un poco más de lo necesario? Tal vez podría darle a la seducción una oportunidad
más, fuera de este maldito hielo. De nuevo en pie, le dirigí a Charlie una mirada
lastimera.

―¿Podemos terminar ya, por favor? Quiero mi chocolate caliente.

Me tiró del gorro de punto más bajo en la cabeza.

―No tienes remedio. Menos mal que eres adorable.

―Eres malo. Menos mal que tienes una gran polla.

Charlie pareció sorprendido durante un segundo, y me entró el pánico de


haber ido demasiado lejos. Pero entonces sonrió y me tomó la mano.

―Ven, vamos. Te has ganado el chocolate caliente. ―Tiró de mí hacia un lado


y conseguí salir del hielo sin caerme. Cambiamos los patines por los zapatos y
nunca agradecí tanto sentir el suelo bajo mis botas. Con los patines a cuestas, nos
dirigimos a Urban Bean Co. en Griswold y Grand River, donde pedí un chocolate
caliente especial con plátano y coco. Charlie puso los ojos en blanco y pidió un
simple café.

Nos sentamos en una mesa junto a la ventana y me quité los guantes y el


gorro. Charlie tenía las orejas rojas por el frío.

―Deberías ponerte un gorro ―le dije.

―Gracias, mamá.

―De acuerdo, bien. No lleves sombrero. Tengo las orejas frías.

―Ni siquiera hace tanto frío fuera.

―¿Estás bromeando? ¡Son como treinta! Está helado. ―Me toqué la nariz―.
Mi nariz está congelada. Ni siquiera la siento.

―También está roja. Te pareces a Rudolph.

Fruncí el ceño. Rudolph no era sexy.


―Gracias. ¿Qué vas a hacer en Navidad? ¿Volver a Iowa?

Miró por la ventana.

―Todavía no estoy seguro. Me gustaría ver a mis padres, pero también tengo
que trabajar bastante. Creo que tengo libre la Nochebuena, pero no el día de
Navidad.

―Oh. Eso apesta. ―Soplé mi chocolate caliente para enfriarlo―. ¿Pasarás la


Nochebuena con tu abuelo entonces?

Se encogió de hombros y recogió su café.

―Tal vez. ―Había algo raro en la forma en que no me miraba a los ojos, pero
lo descarté. Tal vez era una de esas personas a las que no les gustaban las fiestas
porque eran demasiado sensibleras―. ¿Y tú? ―preguntó.

―Solemos ir a cenar a casa de mi madre y luego vamos a la misa del gallo en


algún sitio.

Sonrió.

―Ah, sí. La misa de medianoche. Cuando la gente que ignora a Jesús durante
todo el año se disfraza, se pelea por las plazas de aparcamiento, se codea por el
espacio en los bancos y el tiempo de cara al sacerdote, y murmura las oraciones
que apenas recuerda del año pasado. O de la Pascua.

Me encogí de hombros.

―Más o menos. Pero es importante para mi madre, así que vamos. Oye,
gracias por los patines. Mi primer regalo de Navidad este año.

―De nada. ¿Se sintieron bien?

―Sí. Y el patinaje ni siquiera fue tan horrible. ―Tomé un pequeño sorbo


de mi bebida―. De hecho, fue casi divertido.
¿Sabes qué más es divertido?
―¿Ves? Estás ampliando tus horizontes.

―Sí. Igual que tú vas a ampliar el tuyo en el ballet. ―La idea se me había
ocurrido mientras patinábamos.

―¿Qué ballet?

―A la que te voy a llevar. El Cascanueces.

Casi se atragantó.

―¿El qué cascanueces?

Ante su mirada de consternación, me incliné hacia delante y le señalé.

―Escucha, amigo, tienes suerte de que no te haga tomar una clase de ballet
después de haberme hecho tomar una lección de patinaje en público. ¿Qué te
parecería un par de zapatillas de ballet para Navidad?

Levantó las manos.

―Bien. Iré al ballet. ¿Es en inglés?

―En el ballet no se habla.

―¿Puedo dormir la siesta?

―No. Puedes mirar y apreciar.

No parecía muy seguro de ello.

Tomé mi taza y me calenté las manos alrededor de ella.

―Nunca se sabe, puede que te guste. Las bailarinas llevan faldas cortas.

―¿Te pondrás una falda corta?

―Calla ―lo amonesté, pero luego le guiñé un ojo―. Hoy estamos siendo
amigos, ¿recuerdas?
Sonriendo, se inclinó más hacia mí y habló en voz baja.

―Oye, no fui yo quien hizo una referencia a mi gran polla antes.

Levanté los hombros de una manera que mostraba que no me importaba.

―Uy.

―No me molestó.

―Sí, me he dado cuenta. ―Tomando mi taza, tomé un sorbo y luego lamí un


poco de nata montada en lo que esperaba que fuera un movimiento seductor y
sensual que no acabara con nada en mi nariz.

Charlie sonrió y se sentó.

―Te he echado de menos esta última semana.

Eso me sorprendió.

―¿Lo has hecho?

―Sí. ¿No me has echado de menos?

Por supuesto que sí. Especialmente tus partes mágicas.


―Tal vez un poco.

―Y estoy muy contento de salir contigo. Siempre me divierto cuando


estamos juntos.

―Yo también. ―Deberíamos follar.

―¿Deberíamos ir a cenar tal vez? Creo que este lugar cierra a las cinco, y se
está acercando.

―Claro. ―Y entonces deberíamos follar.

―¿Tienes ganas de pizza? Tengo una idea.


―Suena genial. ―Terminé mi chocolate caliente, nos pusimos el equipo de
invierno y salimos.

De vuelta al Campus Martius, me felicité por haber sido un poco coqueta y


un poco sucia sin pasarse. Tenía que hacerlo bien si quería que supiera que
estaba bien que me tocara esta noche, aunque no fuera una cita.

Por eso me sorprendió que Charlie me cogiera de la mano y la sostuviera


mientras caminábamos de vuelta por el Campus Martius, mientras la oscuridad
caía más rápido que las ráfagas de nieve que caían a nuestro alrededor. Yo
intentaba ser una persona sin ataduras y él era el que decía que me echaba de
menos y se ponía romántico. Levanté nuestras manos y las miré.

―¿Quieres tomarme la mano? ―Me burlé―. ¿No es eso un gesto de afecto


que no es sexual?

Charlie parecía satisfecho de sí mismo.

―Así es. Creo que estoy creciendo como persona, siendo amigo tuyo.

―Oh, bien. Seguimos siendo amigos. Sólo estaba comprobando que esto no
se convirtiera en, ya sabes... ―Arrugué la nariz―. Una cita.

―¿Qué? No. ―Me dio un codazo―. Yo no salgo con nadie.

―No, no. Claro que no.

―Oye, mira. Las luces del árbol están encendidas.

Nos detuvimos para contemplar el imponente árbol de Navidad de la ciudad,


iluminado con miles de luces multicolores. Me estremecí y Charlie me volvió a
estrechar contra su pecho, rodeándome con sus brazos.

―¿Tiene frío? ―me preguntó.


―Eh... un poco. ―De acuerdo, ¿qué demonios estaba haciendo ahora? Esto
no parecía territorio de amigos. Pero, de nuevo, era nuevo en esto de follar como
amigos. Tal vez, además del plato principal, también tenías algunas guarniciones,
como tomarse de las manos y los abrazos ocasionales. La verdad es que era
agradable. Me recosté contra él y me dio un apretón.

―Gracias por venir a patinar. Sé que no querías.

―De nada.

―Y siento no haberte llamado el fin de semana pasado. Quería hacerlo.

Me quedé helada. ¿Qué qué? ¿Se estaba disculpando por no haberme


llamado?

―No pasa nada. No esperaba que lo hicieras.

―Sé que no lo hacías.

Tragué. No seas dulce conmigo, Charlie. Lo arruinarás todo.

―¿Deberíamos ir a comer?
Capítulo quince
La idea de Charlie era buscar comida para llevar de PizzaPapalis y llevarla a mi
casa.

―¿No quieres comer aquí? ―Pregunté, feliz de estar fuera del frío.

―Podríamos, pero tengo algo más para ti en el coche, y quiero dártelo. ―Me
dio un golpecito en la nariz―. Hoy vas a recibir todo tipo de regalos, Red.

Le aparté la mano de un manotazo y le dediqué una sonrisa de niña.

―Me encantan los regalos.

―¿Cómo sabía yo eso de ti?

Tras una breve discusión sobre qué pedir en nuestra pizza -Charlie quería
cuatro tipos de carne diferentes y yo prefiero las verduras- nos decidimos por un
plato hondo especial de espinacas con bacon y una ensalada de antipasto.

De vuelta a mi casa, metí la pizza en el horno para mantenerla caliente y


saqué platos, ensaladeras, cubiertos y servilletas. Charlie volvió a salir al coche y,
cuando regresó, llevaba un brazo cargado de leña.

Jadeé, dando una palmada.

―¡Has traído madera!

―Mi madera te excita, lo sé.

Le di una palmada en el hombro al pasar, pero mi pulso se aceleró ante la


insinuación. Tarareando una melodía navideña, saqué dos copas de vino de la
alacena y ni siquiera me quejé cuando dejó huellas húmedas gigantes en el suelo
de mi cocina. Simplemente las limpié.

―¿Tienes algún periódico? ―llamó desde la habitación delantera.

Tenía un viejo Grosse Pointe News en mi papelera, que le llevé junto con unos
largos palos de fósforo.

―Toma. Compré estos en caso de que descubriera cómo hacer esto. Incluso
tengo las cosas de herramientas de pokery. ―Señalé hacia el pequeño estante.

―¿Cosas de herramientas de Pokery? ―Sonriendo, negó con la cabeza―.


Vamos a mover la mesa y el sofá un poco más lejos de la chimenea, ¿de acuerdo?

Mientras movíamos los muebles, se me ocurrió una idea. Mientras Charlie


enrollaba papel de periódico y lo colocaba en el fondo de la rejilla, yo subí
corriendo las escaleras y cogí una gran manta de vellón de color crema del
armario de la ropa blanca del pasillo. Abajo, en la sala de estar, arrastré la mesa de
centro más allá del camino y extendí la manta en el suelo a unos metros de la
chimenea.

―Pensé que podríamos hacer un picnic ―dije.

―Me parece bien. ―De rodillas, Charlie apiló la leña sobre el papel y buscó
las cerillas.

En pocos minutos, el fuego crepitó con calor y luz y aplaudí los esfuerzos de
Charlie, sentándome de nuevo sobre mis talones.

―¡Sí, fuego!

Cerró la pantalla y se volvió hacia mí, con una expresión divertida en su


rostro.

―Te impresionas fácilmente.


―Escucha, no me arruines esto. Desde que compré este lugar, he estado
soñando con un fuego real en mi chimenea en una noche fría. Y ahora tengo una,
así que cállate y déjame disfrutarla, grandísimo matón.

Ladeó la cabeza y me miró de reojo.

―Será mejor que seas amable o lo apagaré.

Yo jadeé.

―No lo harías. No después de que fui tan servicialmente a patinar sobre


hielo contigo en nuestra no cita y me caí de culo.

Sonrió.

―¿Cómo está tu coxis?

Puse mis manos sobre él.

―Me duele.

―¿Quieres que te bese para que te sientas mejor?

Me reí.

―No.

―Creo que sí. ―Se abalanzó sobre mí y yo chillé, tratando de arrastrarme,


pero él se movió mucho más rápido que yo. En cuestión de segundos, me
enganchó el brazo a la cintura y me arrastró hasta el centro de la manta, donde
me puso fácilmente de espaldas y me inmovilizó las muñecas por encima de la
cabeza.

Sus rodillas se apoyaban a ambos lados de mis caderas, y cuando me miraba,


el fuego jugaba con el color de sus ojos, haciéndolos brillar de un cobre ardiente.

Mi corazón latía con fuerza.


―¿Qué es esto? ―Pregunté juguetonamente―. Pensé que sólo éramos
amigos.

Victoria, eso es lo que es.


―Exactamente. Estoy siendo amigable. ―Bajó su boca a mi cuello, haciendo
girar la habitación―. Muy, muy amigable. ―Su aliento era cálido contra mi piel.

―¿Por qué?

―Porque me gustas. Porque he estado pensando en esto todo el día.


―Levantó la cabeza―. Toda la semana, en realidad.

―Oh, Dios. Eso se siente tan bien ―susurré, arqueando el cuello mientras
sus labios viajaban de un lado a otro de mi garganta―. Pero pensé... pensé…
―Me costó encontrar las palabras mientras él recorría mi clavícula con su lengua,
preguntándome exactamente cuánto debía protestar, si es que debía hacerlo.
Quería hacer esto exactamente bien―. Pensé que no íbamos a hacer esto de
nuevo.

Estiró las piernas, cubriendo mi cuerpo con el suyo. Sentí la sólida longitud de
su erección en mi muslo, y el calor se apoderó de mi núcleo.

―He decidido que podemos modificar un poco los términos de nuestra


amistad ―dijo.

―¿Lo has decidido tú? ¿No puedo opinar?

Se deslizó sobre mi cuerpo, con su polla centrada entre mis piernas.

―Puedes parar esto en cualquier momento.

Entrecerré los ojos.

―Dice mientras me inmoviliza los brazos sobre la cabeza.

Sonrió.
―Te encanta.

―No, no lo hago. Porque soy una buena chica, ¿recuerdas? ―Deslicé mis
piernas hacia el exterior de las suyas y metí mis talones alrededor de la parte
trasera de sus muslos justo debajo de su culo, atrayéndolo hacia mí―. Así que
no quiero que me desnudes. No quiero que me toques. No quiero que sepas lo
mojada que estoy. ―La respiración de Charlie era más pesada, más rápida. Sus
ojos perdieron parte de su brillo―. No quiero sentir cómo te mueves dentro de
mí. No quiero sentir tu polla tan profunda que no pueda respirar. No quiero que
me hagas venir. ―Bajé la voz a un susurro―. Porque no te quiero. ¿Estás
escuchando, Charlie Dwyer? No te quiero.

Y entonces algo se rompió entre nosotros y nos lanzamos el uno al otro como
boxeadores rivales en la campana de salida. Los jerséis, los vaqueros, las camisetas
y la ropa interior fueron arrancados y desechados. Los labios, las lenguas y los
dientes chocaron. Las manos rozaban frenéticamente la piel calentada y dorada
por la luz del fuego. Los dedos buscaron y acariciaron y envolvieron y rodearon
hasta que ambos temblamos de deseo.

Lo solté sólo durante los quince segundos que tardó en sacar un condón del
bolsillo de su pantalón. Mi corazón golpeaba con fuerza contra mis costillas y mis
venas burbujeaban de puro deseo y adrenalina. Me apoyé en los codos,
observando cómo se sentaba sobre sus talones y pasaba el preservativo por su
erección. Mis ojos se posaron en lugares de su cuerpo que aún no había tocado, ni
lamido, ni mordido, ni besado, pero juré que lo haría.

Impaciente por sentir su piel, me puse a cuatro patas y me arrastré hasta su


regazo, tomando su polla con la mano y colocándola entre mis piernas. Los dedos
de Charlie se clavaron en mis caderas mientras yo bajaba hasta que mi culo se
apoyó en la parte superior de sus muslos. Dios mío, cómo me llenaba. Me aferré a
sus hombros y enrosqué mis piernas alrededor de su espalda, necesitando un
momento para ajustarme.

―Sólo espera ―respiré, cuando empezó a moverse―. Dame un segundo.

Cerré los ojos, deseando que mi cuerpo se relajara, que se amoldara al suyo,
que lo acogiera más profundamente. Lentamente empecé a mover las caderas,
guiada por sus manos.

―Cristo, eres hermosa ―susurró.

Abrí los ojos y me encontré con que me miraba, pero en lugar de cohibirme,
eso avivó mi deseo. Quería que me viera, que me observara. Le sostuve la mirada
y rodeé mis caderas con un movimiento lento y sinuoso. Una, dos, tres veces, y
cada vez los dedos de Charlie apretaban mi carne con más fuerza. Bajó su boca
hasta mi pecho, y yo arqueé la espalda, enhebrando mis manos en su pelo cuando
chupó un pezón duro larga y profundamente, jadeando cuando lo tomó entre sus
dientes. Pero cuando empezó a inclinarme hacia atrás, volví a poner las manos en
sus hombros.

―Recuéstate ―susurré, con la piel erizada de calor―. Deja que te folle esta
vez.

No sé quién se sorprendió más de que lo dijera, si yo o Charlie, porque


normalmente creo que me habría empujado hacia abajo y me habría tomado
como quería. Pero bajó sobre su espalda, levantándome sobre sus caderas. A
horcajadas, apoyé las manos sobre sus hombros y dejé que mi pelo cayera hacia
delante, rozando su pecho.

―Puedo sentirte tan profundo así ―susurré, moviendo mi cuerpo sobre el


suyo en un ritmo perezoso y ondulante. Me incliné y rocé mis labios con los
suyos, retirándome ligeramente cuando levantó la cabeza para besarme.
Sonriendo, bajé mi boca hasta el pliegue de su cuello y pasé mi lengua por su
garganta como si quisiera rodear su polla. Él debió de pensar lo mismo, porque
gimió y su polla se movió una vez dentro de mí. Me reí, chupando el lóbulo de su
oreja―. He sentido eso. Quieres correrte, ¿verdad? ―Le susurré al oído,
moviendo mis caderas más rápido―. ¿Estás cerca?

Me agarró la cabeza y llevó mi cara justo encima de la suya, manteniéndola allí


un segundo antes de aplastar su boca contra la mía. Su lengua se coló entre mis
labios y yo la absorbí en mi boca, encontrándola con la mía. Los dedos de Charlie
se enroscaron en mi pelo, tirando de él, emocionándome con el dolor agudo y
punzante. Nunca nadie me había tirado del pelo durante el sexo.

―Sí ―siseé entre nuestros labios―. Sí. Tira de él. Más fuerte. Más fuerte.
Más fuerte. ―Con cada palabra sacudía mis caderas con más fuerza, chocando
contra su hueso pélvico.

―¿Ahora quién quiere venirse? ―Charlie apretó aún más sus puños contra
mi cuero cabelludo―. ¿Hmm?

―Oh, Dios... lo hago, lo hago... ―La parte inferior de mi cuerpo comenzó a


apretarse y mis movimientos cambiaron a pequeños círculos en su polla mientras
el orgasmo alcanzaba su punto álgido, mi coño se apretaba alrededor de su eje.

―Joder sí, cosita dulce. Ven para mí, justo ahí. Ven en mi polla.

Su voz intensa y silenciosa me empujó y me corrí con fuerza,


desplomándome sobre su pecho. Pero no tuve oportunidad de respirar antes de
que me pusiera de espaldas y me empujara con tanta fuerza que mis dientes
chocaron. Volvió a ponerme las muñecas por encima de la cabeza y levanté las
rodillas, apretando sus caderas entre mis muslos. Lo observé por encima de mí,
sus ojos volviendo a captar la luz del fuego, ardiendo de urgencia.
―Joder, sí ―gruñó, su movimiento se hizo más lento, los músculos de sus
brazos se abultaron.

Mientras se ponía rígido y su cuerpo se quedaba quieto, cerré los ojos e incliné
las caderas para llevarlo lo más profundo posible, mi conciencia se centró por
completo en el contacto entre nuestros cuerpos, en la forma en que encajaba tan
perfectamente dentro de mí, en la forma en que podía sentir el pulso ondulante
de algo que ocurría dentro de él.

Cuando su cuerpo se aflojó sobre el mío, abrí los ojos para encontrarlo
mirándome con una especie de confusión nebulosa.

―Erin Upton. ¿Qué demonios?

Sabía exactamente a qué se refería.

Cenamos y bebimos un poco de vino y vimos la televisión e incluso nos


abrazamos un poco en el sofá, e imaginé que los dos queríamos volver a hacerlo,
pero nos las arreglamos para darnos las buenas noches, apagar el fuego y no
tocarnos.

¿Cuántas veces fue sabio en una no cita de todos modos? Una vez parecía
permisible, como si hubieras cedido al impulso de divertirte, o te hubiera
sobrepasado en un momento de debilidad, o simplemente tuvieras que rascarte
esa picazón para que desapareciera. Dos veces era exagerado. Dos veces era
sospechoso. Porque dos veces implicaba que no tenías control sobre tu deseo.
Que una vez no era suficiente para saciarte. Que, de hecho, lo único que hacía
era echar más leña al fuego de tu necesidad, y que te costaba pensar en nada ni
en nadie más. Dos veces no podían pasar como simples amigos. El dos era
específico: no sólo quiero tener sexo. Quiero tener sexo contigo.

Y por supuesto, no se quedó la noche. Ni siquiera se lo pedí.


Capítulo dieciséis
El martes por la noche, después de llegar a casa del trabajo, lo llamé.

―¿Me echas de menos? ―me dijo cuando contestó.

―Lo siento, número equivocado. ―Terminé la llamada y me senté sonriendo


un momento antes de volver a llamar. Sonó tanto tiempo que pensé que lo dejaría
en el buzón de voz sólo para castigarme, pero al final contestó.

―Muy gracioso.

―Lo siento, no pude evitarlo. ¿Cómo estás?

―Bien. ¿Y tú?

―Bien. ¿Trabajas este jueves por la noche?

―No, estoy en días esta semana. ¿Por qué?

―Me toca llevarte a algún sitio.

Se quejó.

―¿Lo del ballet?

―Calla. Te recogeré a las seis y media.

―No, no vengas aquí. Estoy en Novi. ¿Dónde está el espectáculo?

Sonreí al ver que lo llamaba espectáculo. Probablemente se imaginó a las


Rockettes.

―En el centro. ―Pero no me importa venir a buscarte. Quiero ver dónde


vives".
―No, me reuniré contigo. No vengas aquí.

La sonrisa se desvaneció. Entendí que intentaba evitarme el viaje, pero estaba


actuando de forma un poco extraña, casi a la defensiva, sobre mi ida a su casa.
¿Todavía estaba tan nervioso por lo del apego?

―De acuerdo ―dije con facilidad―. No te preocupes. Nos vemos en el Fox


a las siete y media. ¿Te parece bien?

―Perfecto. Gracias. ―Su alivio era evidente en su voz.

―De nada. Nos vemos entonces.

He sustituido mis últimas clases del jueves por la tarde para prepararme para
el ballet. Para esta no cita, me puse un bonito vestido de cóctel de encaje negro
con mangas tres cuartos, un profundo escote en V y un cinturón de cinta de raso
rosa pálido. Probablemente era un poco más elegante de lo que tenía que ser,
pero como iba en chándal al trabajo y no iba a sitios elegantes muy a menudo,
mis posibilidades de vestirme bien eran limitadas. Y me gustaba cómo me
sentía con el vestido y los tacones, el pelo recogido y el perfume en el cuello; no
todo era para Charlie.

Confesión: fue sobre todo por Charlie.

No tenía ni idea de si se pondría algo bonito o aparecería con sus habituales


vaqueros y jerséis, y otra cosa buena de no ser su novia o incluso su cita era que ni
siquiera tenía que importarme. Los dos podíamos ponernos lo que quisiéramos y
ser felices por ello.

Pero tardé demasiado en prepararme, y el tráfico era malo para llegar al


centro debido a un accidente. El aparcamiento era una locura, y pagué veinte
dólares para estacionar en un estacionamiento un poco más cercano, porque iban
a dar las ocho menos cuarto. Antes de salir del coche, envié un mensaje a Charlie.
Lo que quería decir era: Acabo de estacionar. Estaré allí en breve. Pero como mis
dedos estaban nerviosos y tenía prisa, lo que le envié fue: Acabo de estacionar.
Estaré allí sin camiseta.

Le di a "Enviar" justo cuando me di cuenta de lo que me había hecho la


función de autocorrección.

―¡Mierda! ―Me agité, dejando caer el teléfono en mi regazo. Pero no tenía


tiempo para enviarle otro mensaje, así que tomé el teléfono y me puse en
marcha. Las aceras estaban mojadas y resbaladizas, por lo que caminar con
tacones era difícil. Pero fui tan rápido como pude, manteniendo mi abrigo de lana
cerrado mientras mis tacones chocaban rápidamente con el cemento. Ni siquiera
me había tomado la molestia de abrocharlo. Mi teléfono sonó y lo miré.

Es increíble. No llevo pantalones.

Sonreí y me moví un poco más deprisa, sorprendida por lo emocionada que


estaba de verle. Temblaba, aunque la temperatura había subido ligeramente. Mis
piernas estaban frías, porque no me había puesto medias, y cuando miré hacia
abajo me consterné al ver lo fantasmagóricamente blancas que eran bajo mi
abrigo oscuro. Al fruncir el ceño, me di cuenta de que mis zapatos "nude" eran
mucho más oscuros que mi color de piel. ¿Por qué lo llaman "nude"? No es mi
desnudo.
―Erin.

Sorprendida cuando oí a Charlie decir mi nombre, levanté la vista pero no le


vi. Me di la vuelta y miré a la multitud que se acercaba a las puertas de cristal del
teatro, pero seguí sin encontrarlo.

―Hola. Estoy aquí. ―Una mano me agarró el codo.

Me giré y me quedé boquiabierta. Charlie con el uniforme de policía era


sexy, pero Charlie con traje y corbata era francamente abrasador. Siempre era
guapo, incluso con ropa informal, pero me dio fiebre verlo vestido. Tampoco era
llamativo, sino un sencillo traje gris de dos botones, con camisa blanca y corbata
azul marino. No llevaba abrigo, lo que me permitía apreciar más los pequeños
detalles: la forma en que la chaqueta abrazaba sus anchos hombros y su delgado
torso, la forma en que los puños de su camisa blanca se asomaban por las mangas,
la franja blanca de su pañuelo de bolsillo. No podía apartar los ojos de él.

―Estás preciosa. ―Me besó la mejilla―. Aunque lleves un top.

―Gracias. Te ves... diferente. ―Me costaba recuperar el sentido común.

Sonrió, esos ojos azules se iluminaron.

―¿Creías que no sabía cómo vestirme?

Sonreí tímidamente.

―Tal vez. No lo sé. De todos modos, estás muy bien. Me alegro de que lleves
pantalones. Quise decir en breve, por cierto. No sin camisa.

―Sabía lo que querías decir. ―Se inclinó para susurrarme al oído―. ¿Hay
alguna posibilidad de que te convenza de ir a una habitación de hotel en vez de a
un ballet? Hay uno bonito a la vuelta de la esquina. Podemos ir los dos sin
camiseta.
Se me revolvió la barriga y, por un segundo, estuve a punto de decir "joder, sí,
vamos" y echar a correr. Pero quería disfrutar de él en ese traje un rato antes de
sacarlo de él.

―No. Lo prometiste.

Suspiró y se enderezó.

―Bien, entonces. Hagámoslo. ―Me tomó del brazo, me llevó a las puertas y
me abrió una. Recogí las entradas en Will Call y nos dirigimos al vestíbulo. Fue allí
donde me di cuenta de la cantidad de gente que parecía estar mirándonos. Era
tan evidente que empecé a sentirme cohibida, me acaricié el pelo, me ajusté el
vestido y me pasé la lengua por los dientes para asegurarme de que no tenía los
labios pintados.

―Deja de moverte. Eres como un niño.

―No puedo evitarlo. La gente me mira fijamente.

―Me miran a mí, no a ti.

Le di una palmada en el brazo.

―¿Qué esperabas? ―Se rió, dándome un suave codazo mientras nos


dirigíamos por el pasillo a nuestros asientos―. Eres así de hermosa, Erin. Haces
girar las cabezas. Dejar las conversaciones.

Mi corazón trinó alegremente, pero puse los ojos en blanco.

―Basta ya.

―No, de verdad. Deberías alegrarte. Un día pronto todo habrá terminado.


Serás una hausfrau desaliñada con una docena de niños colgando de tu arruinada
figura. Así que disfruta mientras puedas, ¿eh? ―Me miró con las cejas
levantadas.
―Oh, Dios mío. Eres un idiota.

―Me quieres. ―Llegamos a nuestra fila, y se hizo a un lado para dejarme


entrar primero.

―No lo sé. De verdad que no ―le dije, esquivando a algunas personas que ya
estaban sentadas―. No puedo creer que te lleve al ballet, algo hermoso y
significativo para mí. ―Me senté y él se hundió en el asiento de al lado―.
Seguramente te burlarás todo el tiempo.

―No lo haré, lo juro. Probablemente haya una regla de no hablar durante el


espectáculo de todos modos. ―Miró a su alrededor―. Aunque hay muchos niños
aquí. ¿De verdad van a estar callados todo el tiempo?

―Sí, y tú también.

Se inclinó para susurrarme al oído.

―¿Puedo por lo menos hacer chistes de galletas de culo?

―No. Mi hermano agotó todos los que iban a mis actuaciones cuando éramos
más jóvenes.

Las luces se atenuaron entonces, y una voz se escuchó por el altavoz para
recordarnos que no habláramos, ni hiciéramos fotos, ni utilizáramos los teléfonos
móviles durante la representación.

Al principio, Charlie cumplía bien las normas, pero al cabo de un tiempo


empezó a inclinarse y a susurrar en determinados momentos. Cuando apareció el
Príncipe, dijo:

―¿Dónde puedo conseguir unos pantalones ajustados como esos? Creo que
me quedarían bien.
Cuando la bailarina que ejecutaba la danza del café árabe exhibió su flexible
espalda y su magnífica extensión, dijo:

―¿Así de flexible eres? Porque ese movimiento podría ser útil.

Durante el Vals de las Flores, dijo:

―¿No alimentan a las chicas en Rusia? ¿Por qué están todas tan flacas?

Pero ni una sola vez bostezó, ni sacó el teléfono, ni preguntó cuánto faltaba, y
cuando sonó mi pieza musical favorita y me senté más alto en mi asiento, Charlie
me miró y me tomó la mano.

―¿Y? ―le pregunté mientras me seguía por el pasillo después de la


llamada al telón―. ¿Fue una tortura?

―No, en absoluto. Gracias por llevarme. En realidad, fue muy entretenido.

―Me alegro mucho. Porque el Lago de los Cisnes viene esta primavera, ya
sabes.

Puso su mano en mi cadera y apretó.

―No puedo esperar. Espero que estés igual de emocionada por el partido de
los Wings al que iremos la semana que viene.

Me reí.

―Ballet y hockey. Nuestras no-citas son tan eclécticas.

―Lo son, en efecto. ¿Qué te parece? ¿Quieres tomar algo?

Entramos en el elevado y ornamentado vestíbulo, donde la multitud se


arremolina más lentamente.

―Claro, tengo una idea. ¿Has estado alguna vez en Cliff Bell's? Está cerca
de aquí, y...
―Espera un segundo. ¿Se ha perdido esa niña? ―Charlie miraba por encima
de mi hombro y, cuando me giré, vi a una niña de unos cinco o seis años con
aspecto lloroso y preocupado junto a la pared.

―No lo sé ―dije―. Puedo ir a preguntar.

Pero Charlie ya estaba avanzando hacia ella. Cuando llegó a su lado, se agachó
para hablarle a la altura de los ojos.

―Hola. Me llamo Charlie y soy policía. ¿Estás perdida?

Asintió con la cabeza, quizá demasiado asustada para hablar.

Me incliné sobre el hombro de Charlie y me fijé en su moño meticulosamente


formado y en el pequeño collar de amuletos de bailarina que llevaba.

―Apuesto a que haces ballet. ―Volvió a asentir, con sus enormes ojos azules
brillantes―. ¿Estás aquí con tu madre?

Ella negó con la cabeza.

―Mi padre. ―Su voz era tan pequeña como las manos que había hecho un
ovillo en su barriga―. Tuve que ir al baño y dijo que me esperaría junto a la pared,
pero no lo encuentro.

―¿Qué pared, cariño? ¿Ésta? ―Charlie señaló detrás de ella.

―No, la que está junto al baño. Pero no estaba allí, así que fui a buscar.
Entonces me perdí.

Una nueva oleada de lágrimas se derramó.

―Hmmm. ―Charlie se levantó―. ¿Qué aspecto tiene? A veces los padres


se confunden. Veamos si podemos encontrarlo más cerca de donde está el baño.
Le tendí la mano, y ella me la dio, y para mi sorpresa, también tomó la de
Charlie. La tomó, y la visión de esa pequeña mano en la suya grande me estrujó el
corazón.

―Creo que Charlie tiene razón ―dije―. Apuesto a que se refería a la pared
de allí, donde está el baño de mujeres. Eres una chica grande, usando el baño de
damas tú sola.

La condujimos a través del vestíbulo y, en cuanto nos acercamos al lado


opuesto, sonó una voz.

―¡Ruby!

―Papá! ―La niña soltó nuestras manos y salió corriendo.

Un hombre de unos cuarenta y pocos años se apresuró a recogerla.

―Dios mío, ahí estás. ―Ella se aferró a su cuello, con sus pequeños pies
colgando. Por encima de su hombro, él dijo―: Muchas gracias. ―Entró en el
baño y me di cuenta de que no tenía su abrigo. Volví corriendo a los asientos para
tomarlo y debió salir antes de que yo volviera. ―La dejó en el suelo y le tendió un
pequeño abrigo rosa―. Toma, cariño. ―Ruby metió los brazos en las mangas.

―No hay problema. Hay mucha gente aquí esta noche. ―Sonreí al padre
aliviado―. Menos mal que Charlie se fijó en ella por allí.

Se enderezó y ofreció su mano a Charlie, que la estrechó con firmeza.

―Muchas gracias. Esto de ser padre soltero es nuevo para mí. Todavía estoy
aprendiendo.

―No hay problema. Encantado de ayudar.

―¿Tienes hijos? ―El tipo miró de mí a Charlie.

―No, no. Sólo somos amigos ―dijo Charlie rápidamente.


Demasiado rápido.

―Claro, esto ni siquiera es una cita ―añadí.

El tipo parecía haber entendido.

―Una cita. ¿Qué es eso? ―Sacudió la cabeza, rió con pesar y ayudó a su hija
a abrocharse el abrigo―. Bueno, gracias de nuevo. Ruby, ¿qué dices?

―Gracias ―dijo ella obedientemente.

―De nada ―dijimos Charlie y yo juntos.

Me incliné hacia ella.

―Sigue bailando, ¿de acuerdo? Apuesto a que algún día estarás ahí arriba.

Me sonrió, y su padre me envió una mirada de agradecimiento mientras le


tomaba la mano.

―Que pases una buena noche.

Salimos al exterior y me ceñí más el abrigo.

―Podemos caminar si quieres. Está bastante cerca.

―Suena bien.

Se quedó callado mientras iniciábamos el camino por Woodward hacia


Elizabeth.

―¿Cómo se te ocurrió ver a esa niña? ¿Sexto sentido como policía?

Se encogió de hombros.

―Algo así.

―Fuiste muy dulce con ella.

―Tengo una debilidad por las niñas, supongo.


―¡Ja! ―Le di un codazo en la tripa―. Supongo que eso debió desarrollarse
después de que secuestraras a mi hámster.
―¿Alguna vez me dejarás vivir eso? ―Me echó un brazo al cuello y apretó―.
¡Ha pasado veinte años!

Me reí.

―No. Algunas cosas no son perdonables.

―No digas eso. ―Me soltó.

―Charlie, sólo estaba bromeando, vamos. ―Deslizando mi brazo por el


suyo, tomé su mano―. Te perdono por el robo del hámster, ¿de acuerdo? Te
absuelvo.

―¿Y mis otros crímenes contra la humanidad?

―Hmm. No puedo hablar de eso, supongo. ―Doblamos la esquina y nos


dirigimos por Elizabeth hacia Park―. Pero tu pasado criminal ha quedado atrás,
¿verdad?

―Supongo que eso depende de tu definición de crimen.

Lo miré, apretando su mano.

―Oye, estás demasiado serio. Estaba intentando hacerte un cumplido por


una vez. Fuiste muy amable con esa niña.

Finalmente, sonrió.

―Gracias. Un cumplido tuyo, eso es bastante raro. Normalmente me llamas


imbécil.

Nos acercamos a la entrada del club de jazz de los años treinta, la música se
filtra por la puerta giratoria.
―Te llamo como te veo. Y esta noche, no eres un imbécil, eres un tipo muy
agradable.

Me tomé el codo y me empujó contra él antes de que pudiera entrar en la


puerta.

―No cuentes con eso. La noche es joven.

Sí, lo era.
Capítulo diecisiete
La noche que llevé a Charlie al ballet ocurrieron dos cosas
sorprendentemente interesantes. Bueno, tres si cuentas la mamada, que supongo
que no fue tan sorprendente, aunque sí bastante interesante. Pero eso ocurrió
más tarde. (No te preocupes, daré detalles).

Lo primero fue que Charlie me besó. Ya me había besado antes, por supuesto,
primero en la puerta de mi cocina el día de Acción de Gracias, y después en las
escaleras. Y hubo muchos besos en la manta de picnic frente al fuego el fin de
semana pasado. Besos frenéticos, de locura, que hacían que el mundo girara más
rápido y el suelo se inclinara y que cada célula de mi cuerpo ardiera.

Pero el beso en casa de Cliff Bell no fue eso. No fue eso en absoluto.

El bar clandestino restaurado estaba débilmente iluminado por apliques de


pared y lámparas que parecían brillar con los colores de la luz del fuego de alguna
manera: dorado, naranja y escarlata, pero tenue, más que brillante. El local estaba
abarrotado, no había mesas abiertas y sólo había un asiento a lo largo de la barra.
Me senté y Charlie se puso a mi lado. Pedimos bebidas y escuchamos la música
en directo, y una sensación muy extraña empezó a invadirme. En realidad, no era
tanto una sensación como la conciencia de que las cosas empezaban a cambiar
entre Charlie y yo.

Comenzó cuando me di cuenta de lo cerca que estaba de mí, más cerca de lo


que exigía el espacio entre los taburetes. Su torso era cálido contra mi espalda, y
cada vez que me lo imaginaba con ese traje gris, mi corazón tropezaba. Luego
estaba la forma en que se inclinaba para susurrar cuando quería decir algo, algún
pequeño comentario sobre una canción o un solista o la decoración art decó. Me
ponía una mano en el hombro derecho y acercaba sus labios a mi oreja izquierda,
el suave roce de su aliento en mi piel me producía un escalofrío. Finalmente, dejó
su mano en ese hombro... luego la deslizó por mi brazo... luego la deslizó por
debajo de mi brazo para rodear mi cintura. Sorprendida, me quedé quieta por un
momento. Esto no era un comportamiento de no cita, ¿verdad? Si él podía, yo
también.

Puse mi mano sobre la suya y giré la cabeza, mirándolo por encima del
hombro izquierdo.

Si me besa, esto es una cita.


Ni siquiera dudó. Presionó sus labios contra los míos, los mantuvo allí, y un
momento después sentí sus dedos bajo mi barbilla en el gesto más dulce que
podría haber imaginado. En realidad, no podría haberlo imaginado. No de Charlie.

Pero este beso no fue como los demás. Nada frenético o apresurado o
exagerado. Nada de giros, inclinaciones o choques. Ni lenguas ni dientes
chocando. De hecho, ni siquiera estoy segura de que hayamos respirado. Este
beso tenía una quietud tan encantadora, una ternura que había desaparecido, que
temía que una respiración pudiera romper el hechizo. Era frágil, inocente y puro,
algo que había que proteger.

Sus labios estaban fríos al principio, enfriados por el hielo de su gin-tonic. Los
míos también lo estaban, por el burbujeante champán de mi copa. Pero en pocos
segundos nuestros labios se calentaron, se calentaron con el tacto, con el
pensamiento, con la sensación. En realidad, todo mi cuerpo se calentó. Mi mano
apretó la suya contra mi estómago, los dedos de mis pies se curvaron dentro de
mis zapatos y el calor me recorrió la espalda por dentro del vestido.
¿Qué demonios era esto?

Estallaron los aplausos por una canción que terminó, y Charlie levantó sus
labios de los míos.

Pero sólo unos centímetros, y mantuvo sus dedos bajo mi barbilla.

Me giré en la silla para mirarle, dejando caer la cabeza hacia atrás. Me besó
una vez más, otra lenta y dulce canción de cuna. Algo está pasando, pensé. Algo
bueno.
Tan bueno que no quería examinarlo más de cerca, no quería mirar detrás de
la cortina. Cualquiera que fuera la magia, se sentía demasiado bien para durar,
así que iba a disfrutarla. Un momento después, Charlie levantó la cabeza.

―¿Lista para ir?

Su beso había sido suave, pero ahora había algo más en sus ojos. Algo más
duro, más nervioso.

Más oscuro. Algo que hizo que mis entrañas se estremecieran y mis bragas se
mojaran.

―Sí.

Charlie pagó la cuenta y dejamos nuestras bebidas en la barra a medio


terminar. Tomando mi mano, tiró de mí rápidamente hacia la puerta.

―Charlie ―dije sin aliento, una vez que habíamos atravesado la puerta
giratoria―. Tengo mi coche aquí.

Sin embargo, no dejó de moverse, y yo apenas podía seguir el ritmo con mis
tacones.

―Sólo ven conmigo.


Corrimos en la fría oscuridad hasta el estacionamiento en el que se
encontraba, y Charlie me abrió la puerta del pasajero. Me senté en el asiento
delantero, echando un vistazo a la parte trasera y preguntándome si pensaba
aparcar en un callejón oscuro y dejarme allí.

Yo lo habría hecho.

Charlie se subió al coche y lo puso en marcha, salió del estacionamiento y dio


un rápido giro alrededor del Grand Circus Park, girando hacia Washington. Tuve
que agarrarme al salpicadero, conducía muy rápido. Quería saber adónde me
llevaba, pero algo me decía que no debía preguntar.

Frente al Westin Book Cadillac, dio la vuelta y se detuvo en el


estacionamiento. El empleado uniformado me abrió la puerta y salí, acercándome
a los calefactores situados sobre la entrada de cristal. Mi pulso se aceleró cuando
Charlie habló con el aparcacoches y luego se acercó a mí. Me cogió de la mano y
tiró de mí hacia el interior del hotel.

―Espera aquí ―dijo en el vestíbulo, señalando los ascensores.

Oh, joder. Mis piernas temblaron mientras esperaba, viendo cómo se


acercaba al mostrador de reservas, charlaba brevemente con el empleado y
entregaba su tarjeta de crédito.

Dios mío, Dios mío. Realmente está consiguiendo una habitación.


Ya había hecho algunos viajes con novios, viajes cuidadosamente planificados
al norte o fines de semana en Chicago, pero nunca había estado tan caliente por
alguien ni había tenido a alguien tan caliente por mí que no pudiéramos esperar
hasta llegar a casa. Un jueves por la noche. No me había terminado el champán,
pero mi sangre efervescía como si me hubiera bebido una botella entera.
Unos minutos agónicos después, apareció de nuevo, pasando por delante de
mí para pulsar la flecha de subida. No dijo nada, sólo me tomó de la mano cuando
se abrieron las puertas. Otra pareja entró cuando nosotros lo hicimos, y a medida
que el ascensor subía, también lo hacía la tensión. Para cuando salimos al
vigésimo séptimo piso, estaba tan tensa que pensé que una palabra, una mirada
de Charlie, podría romperme. Mientras corríamos por el pasillo, me desabroché el
abrigo.

En nuestra habitación, Charlie introdujo la tarjeta llave en la ranura y me


abrió la puerta. Pasé junto a él, pero antes de llegar a un metro dentro, me
agarró por la cintura con tanta fuerza que jadeé, dejando caer mi bolso.
Sujetándome con fuerza, se volvió hacia la puerta, que se cerró de golpe,
dejándonos en total oscuridad.

Me quitó el abrigo de un tirón y, un segundo después, me empujó contra la


puerta, con la mejilla contra la madera fría y el pecho de Charlie contra mi
espalda. Una vez más, me sacó el talón para que mis piernas se abrieran y apoyé
las palmas de las manos en la puerta. Sus manos se deslizaron por la parte
delantera de mis muslos, mis caderas, mis costillas. Cuando una de ellas me
cubrió el pecho, la otra bajó entre mis piernas, agarrándome con fuerza. Sentí su
aliento en la nuca.

―Estás bajo mi piel ―dijo en voz baja. Dos dedos apartaron mi tanga de
encaje negro y se deslizaron fácilmente dentro de mí―. ¿Qué voy a hacer al
respecto?

Me quedé callada, con la respiración entrecortada. Pero mis caderas se


movieron instintivamente, montando su mano, empujando contra su erección,
que podía sentir a través de sus pantalones. Busqué detrás de mí la cremallera.
―Oh, no. ―Inmediatamente tomó mi mano y la puso de nuevo donde
estaba en la puerta―. No puedes usar tus manos a menos que yo lo diga. De
hecho... ―Quitando sus dedos de mí, desató la cinta de satén rosa de mi
cintura―. He estado mirando tu bonito lazo toda la noche, imaginando las
formas en que podría usarlo. ―Tomó ambas muñecas y las llevó a mi espalda,
tirando de mis brazos con tanta fuerza que las yemas de mis dedos se agarraron al
codo contrario. Jadeé cuando me enroscó la cinta alrededor de los antebrazos.
Cuando el nudo estuvo asegurado, volvió a apoyarse en mí, acercando sus labios a
mi oreja y volviendo a meter su mano entre mis piernas―. Ya está. Mucho mejor.
Ahora sé que te comportarás. ―Su voz era suave y baja, engañosamente
tranquila. Un cuchillo enfundado en terciopelo.

―Charlie ―jadeé―. Quiero probarte. Permíteme.

―¿Quieres probarme?

―Sí. Me comportaré. Haré lo que me digas. ―Luché contra él y conseguí


darme la vuelta para estar frente a él―. Por favor.

Tomando mi cara entre sus manos, aplastó su boca contra la mía, con su
lengua atravesando mis labios abiertos. En contraste con la forma en que me
había besado hace una hora, este beso fue exigente y agresivo, como si necesitara
compensar su ternura poco habitual. Como si quisiera recordarme quién era
realmente. Me besó tan profundamente y con tanta fuerza que apenas podía
respirar, y cuando separó su boca de la mía, jadeé.

Pero no tuve tiempo de recuperarme.

La mano de Charlie se cerró en la parte posterior de mi pelo.

―Ponte de rodillas.
Con el corazón bombeando enloquecido, me dejé caer de rodillas sobre el
suelo de madera y él se desabrochó el traje y se desabrochó los pantalones. Un
segundo después, rozó la punta de su polla por mis labios. Dejé que se abrieran,
moviendo suavemente la cabeza de un lado a otro. Luego la lamí, lenta y
dulcemente, haciendo girar mi lengua sobre y alrededor de la suave cabeza.
Levanté la vista hacia él, y aunque estaba ensombrecido en la oscuridad, pude ver
el blanco de sus puños, el pañuelo de bolsillo, la camisa y la corbata. Dios, qué
bien le sienta ese traje. Quiero arrancárselo y lamer cada centímetro de su
cuerpo. La idea me inspiró a trabajar con él un poco más.
―Sí ―susurró―, así. ―Movió su mano arriba y abajo del eje mientras yo
chupaba la punta. Su otra mano me sujetaba la nuca, aflojando las horquillas que
me sujetaban el pelo―. ¿Quieres más, dulzura?

Asentí, y él tiró de mi cabeza hacia sus caderas, introduciendo su polla en mi


boca. Estaba un poco nerviosa porque sabía lo grande que era, y no podía
controlar cuánto intentaba meterme. Pero al principio fue despacio, parando
cuando llegó al fondo de mi garganta y sacando de nuevo.

―Más ―susurré.

Lo hizo de nuevo, y esta vez me incliné hacia él tratando de tomarlo más


profundamente.

―Oh, joder ―dijo, pasando su otra mano por mi mandíbula y garganta―.


Eso se siente jodidamente increíble.

Moví la cabeza, alternando chupadas fuertes con barridos y caricias de la


lengua, inclinando la cabeza hacia un lado y otro. Como no podía usar las manos,
los efectos sonoros de la succión y el sorbo eran bastante fuertes, y puede que
me sintiera cohibida por ello, pero Charlie parecía disfrutarlos.
―Dios, me encanta cómo suena eso. Me gustaría poder verte, pero no hay
manera de que saque mi polla de tu dulce boquita ahora mismo para encender
una luz. Eres jodidamente increíble.

Gemí suavemente, y él puso ambas manos en mi pelo, empujando


suavemente entre mis labios.

Confesión: En realidad dije una pequeña oración aquí, algo en la línea de


Querido Dios, espero que no estés viendo esto, pero realmente, realmente estaría
agradecida si pudiera pasar por esto sin náuseas o asfixia, y también sería genial si
esta fuera la mejor mamada que recibe en toda su vida. OK gracias, vete ahora.
―Oh, mierda. Sí. Sí, así. ―Enroscó sus dedos en mi peinado, tirando de mi
pelo mientras mantenía mi cabeza firme para su polla. Cerré los ojos y traté de
relajar mi garganta para recibirlo más profundamente, mientras mantenía mis
labios y mi lengua apretados y húmedos y calientes alrededor de él. Estaba
totalmente preparada para que se corriera en mi boca, así que me sorprendió que
me levantara de un tirón y me arrastrara hasta los pies de la cama. Empujó la
parte superior de mi cuerpo hacia delante y me subió el vestido hasta las caderas.
Mientras buscaba a tientas un preservativo, apoyé la mejilla en la superficie de la
cama y respiré con dificultad. Un segundo después, me habló en voz baja al
oído―. Abre las piernas, reina del baile.

Ni siquiera se molestó en quitarme la ropa interior, sólo apartó el encaje y me


metió la polla. Grité con el primer empujón fuerte, levantando la cabeza. Charlie
me agarró de nuevo por el pelo y lo sujetó con fuerza, mientras la otra mano se
metía entre mis piernas y me frotaba el clítoris con fuerza y rapidez. Luché por
liberar mis brazos, aunque sabía que no podía, no porque quisiera que se
detuviera, sino porque quería apretarme en la cama, empujar contra él, llevarlo
más adentro, aunque ya estaba tan adentro que dolía.
Yo me corrí primero, su mano y su polla me pusieron a cien, y él se corrió un
minuto después, gimiendo más fuerte de lo que nunca lo había escuchado y
tirándome del pelo con tanta fuerza que pensé que acabaría con un puñado de él.

―Jesús. ―Me soltó la cabeza y caímos suavemente sobre nuestros lados


izquierdos en la cama, acurrucados y sudorosos, con mis brazos atados atrapados
entre nosotros.

―Jesús ―repetí. Cerré los ojos, abrí y cerré la mandíbula sobrecargada un


par de veces. Luego miré mi cuerpo―. Todavía tenemos la ropa puesta. Como,
cada prenda. Hasta los zapatos.

La risa de Charlie retumbó en su pecho y en el mío.

―Lo siento. Sólo pensé en quitarte el cinturón. Hablando de eso. ―Separó el


nudo y liberó mis brazos, que me dolieron agradablemente cuando los llevé frente
a mí, cambiando mi posición en la cama. Pero se quedó cerca, frotando mi
hombro derecho.

―No lo lamentes ―dije―. Lo único que lamento es no haber podido


quitarme ese traje pieza a pieza. Te queda tan bien.

Me besó la nuca.

―La próxima vez.

―¿La próxima vez? ―Mi corazón dio un vuelco―. ¿Cuándo es eso?

―No lo sé. ¿Qué vas a hacer después?

Me reí.

―¿No tienes que trabajar mañana?

―A la mierda el trabajo.

―Recuérdame que te lleve al ballet más a menudo.


Me besó el hombro y se apoyó en un codo.

―No fue el ballet.

Me puse de espaldas y lo miré. Mis ojos se habían ajustado para poder


distinguir sus rasgos en la oscuridad.

―¿Qué fue?

―¿Sabes qué? ―Sacudió ligeramente la cabeza―. No es una cosa específica.


Simplemente me haces algo.

No pude evitar sonreír.

―¿Sí?

―Sí. Es toda la idea de ti, esa cosita perfecta y bonita que siempre fue una
niña tan buena...

Puse un dedo sobre sus labios.

―Oye, sigo siendo una buena chica.

Sonrió y se lo quité.

―Lo eres. Sobre todo. Pero me gusta que a veces seas diferente conmigo.

―¿Sabes qué? A mí también me gusta. ―Me mordí el labio y continué―.


Nunca he sido así con nadie más. Y Dios sabe que nadie me ha hecho las cosas
que tú haces.

―Bien. ―Hizo una pausa―. Haces que yo también quiera ser más abierto.

―¿Qué quieres decir? ¿Más abierto a qué?

―Sólo... más abierto. Sobre mí mismo. Sobre cualquier cosa.

Dejé caer la mandíbula en señal de indignación.

―¡Charlie Dwyer! No estarás diciendo que quieres salir conmigo, ¿verdad?


Sonrió.

―Por supuesto que no.

―Bien. En ese caso, ¿te gustaría ser mi no-cita para la boda de Coco el
sábado?

Su ceño se frunció.

―¿Este sábado? Como, ¿en dos días?

―Sí, lo siento. Sé que es un aviso tardío.

―¿Qué, tu primera opción se echó atrás?

―No, tonto. ―Le di una palmada en el pecho―. No iba a traer una cita,
pero siempre nos divertimos juntos, así que estaba pensando...

―¿Sería otra oportunidad para quitarme este traje?

Sonreí dulcemente.

―Exactamente.

―Me encantaría, pero no puedo.

Mi sonrisa se desvaneció y la decepción me dolió en el estómago.

―Oh. Está bien, no es para tanto.

―Lo digo en serio, Erin. Realmente me gustaría poder hacerlo. Es que...


tengo planes de los que no creo que pueda librarme.

Dios mío, tiene otra cita. Dios.


―En serio, no es para tanto. ―Me senté, cogiendo la cinta de donde yacía en
la extensión y rodeando mi cintura con ella. Charlie se sentó y tomó los dos
extremos, volviéndolo a atar donde estaba―. Gracias.
Cuando se ató, dejó caer las manos sobre su regazo. Se hizo un silencio
incómodo, durante el cual me reprendí repetidamente por haberle preguntado
por la boda.

―¿Eres dama de honor? ―preguntó, probablemente para llenar el vacío.

―Sí. Así que probablemente sea mejor que no vengas. Estaré ocupada toda la
noche, y no conocerás a nadie.

―¿Dónde es la boda?

―Se casan en la Sagrada Familia, que está en el centro, y la recepción es en


su casa. Tienen una hermosa casa antigua en Indian Village.

―Bonito.

Más silencio incómodo.

―Bueno, tengo que dar clase a niños de tres años por la mañana, así que será
mejor que vuelva. A buscar mi coche. ―Dolida pero tratando de no demostrarlo,
me puse de pie y me dirigí al espejo que había sobre el tocador y me quité el resto
de las horquillas del pelo.

―¿No quieres quedarte?

Sorprendida, capté sus ojos en el espejo.

―¿Pasar la noche aquí?

―Bueno, sí.

―No. Creo que no. ―Me retorcí el pelo y lo recogí con dedos torpes,
consciente de la forma en que Charlie me observaba.

Luego se puso de pie, se abrochó los pantalones y se acercó lentamente para


colocarse detrás de mí. Yo mantenía las manos ocupadas en mi pelo, rehaciendo
horquillas perfectamente colocadas sólo para tener algo que hacer con ellas. Lo
que ocurrió a continuación fue la segunda sorpresa de la noche.

Exhalando, Charlie puso sus manos en mis caderas y dejó caer su frente en la
parte posterior de mi hombro.

Sentí que me hundía.

―Charlie ―dije suavemente―. Me estás confundiendo.

―Lo sé. Lo siento. No es justo.

Mi garganta se cerró inesperadamente.

―Deberíamos irnos.

―De acuerdo.

Bajé los brazos y traté de moverme, pero él me retuvo.

―Charlie ―dije, esta vez con firmeza.

―Me gustaría que las cosas fueran diferentes, Erin.

―¿Qué quieres decir?

Silencio.

―Nada. No importa. ―Retiró las manos y me aparté inmediatamente,


recogiendo mi bolso y mi abrigo del suelo.

―¿Listo? ―Pregunté, ya abriendo la puerta

―Sí.

No dijimos nada durante el trayecto en ascensor, mientras esperábamos a que


el aparcacoches trajera un coche que acababan de estacionar hacía una hora
(Dios, lo que debían de estar pensando), ni durante el trayecto hasta mi coche. La
sangre me hervía de rabia, contra mí misma, contra Charlie, contra la situación.
En la entrada del estacionamiento donde había dejado mi auto, Charlie le dijo
al encargado que sólo me iba a dejar. El tipo nos hizo un gesto para que
entráramos y dirigí a Charlie hacia mi coche. Se detuvo detrás de él y puso el
coche en el aparcamiento.

―Debes pensar que estoy loco ―dijo en voz baja.

Me encogí de hombros.

―No te culpo. La verdad es que, Erin, me gustaría poder ser lo que tú


quieres.

―¿Cómo sabes que no puedes? ―Solté sin pensar.

―No puedo. ―Sacudió la cabeza―. Créeme.

Sal del coche, antes de que digas algo estúpido. Mejor aún, arregla este
desastre. Límpialo.
―Charlie, lo de la boda no es para tanto ―dije con falso brillo―. De verdad.

―¿Estás segura? Porque si es importante para ti...

―No lo es. No cambies tus planes.

Se frotó la mandíbula.

―¿A qué hora es la ceremonia?

―Cinco. Pero lo digo en serio. No cambies tus planes. ―Intenté una


sonrisa―. De hecho, me enfadaré si te presentas.

Él también sonrió.

―Gracias por llevarme al ballet.

―De nada. Nos vemos.


Salí de su coche y entré en el mío, y él esperó a que lo arrancara para alejarse.
Esperé a que se diera la vuelta para ir en dirección contraria para dejar que mis
ojos se llenaran de lágrimas.

Luego lloré todo el camino a casa, sin ninguna razón.


Capítulo dieciocho
El día de la boda de Coco amaneció frío pero soleado. Las tres nos reunimos
en la peluquería a las once de la mañana para que nos peinaran y nos maquillaran,
riendo entre copas de champán -zumo espumoso para Mia- y haciendo un millón
de fotos. Todas llevábamos el pelo recogido y, como era la boda de Coco, Mia y yo
cambiamos nuestros habituales colores más suaves por los característicos labios
rojos brillantes de Coco.

Cuando terminamos, me detuve en mi casa para comer algo rápido y recoger


mi vestido, mis zapatos y el Kit de Supervivencia para la Dama de Honor que Mia
había hecho para mí. Contenía loción para las manos, gel antibacteriano, laca,
horquillas, pañuelos de papel, pastillas de menta, Motrin, una botellita de whisky
y un preservativo.

No lo voy a necesitar, pensé de mala gana. Pero lo dejé en el botiquín y lo


metí todo en mi bolsa de viaje. Las chicas se estaban vistiendo en casa de los
padres de Coco, que no estaba muy lejos de donde yo vivía, y luego la limusina
nos recogería allí para ir a la iglesia. Mientras conducía, me pregunté de nuevo
qué planes tenía Charlie para esta noche que no pudiera cambiar. No sabía nada
de él desde el jueves por la noche, pero tampoco había vuelto a llorar. Sin
embargo, pasé demasiado tiempo pensando en aquel beso en casa de Cliff Bell.

Confesión: También repetí la escena de la habitación del hotel un millón de


veces en mi cabeza. (Maldita sea, ojalá tuviera eso en vídeo).

Y la conversación posterior... casi parecía que quería algo más de mí que una
amistad, pero algo le retenía. Podría haber sido cualquier cosa: su miedo a meter
la pata, el miedo a hacerme daño, su intuición de que no era el adecuado para mí,
o cualquier otra cosa. Es decir, realmente no lo conocía tan bien.

Y en cuanto a mis propios sentimientos, estaba totalmente confundida.


Teníamos una gran química física, y me divertía cuando estábamos juntos, pero
de ninguna manera quería que Charlie Dwyer fuera el que finalmente llegara a
mí, ni alimentaría ese gran ego siendo una chica más que se apegaba
emocionalmente después de tener sexo con él. De hecho, cuanto más lo pensaba,
más me alegraba de que no pudiera estar en la boda esta noche.

No lo amaba.

Pero podría.

Ese era el problema.

La iglesia brillaba con la luz de las velas. Desde el fondo de la iglesia, Mia y yo
vimos cómo la abuela y los padres de Nick eran sentados por los ujieres, seguidos
por la abuela y la madre de Coco. Cuando Nick y sus hermanos entraron en el
santuario por una puerta lateral y ocuparon sus puestos en el altar, Mia me agarró
del brazo.

―Dios mío ―susurró―. Está sucediendo.

Luchando contra las lágrimas, asentí con la cabeza y me volví para mirar a
Coco. Estaba más guapa de lo que nunca la había visto, con su espeso pelo oscuro
amontonado en la cabeza, su piel radiante y sus ojos brillantes.
―¿Estás lista? ―Dije en voz baja.

Ella inhaló y exhaló.

―Creo que sí. ¿Está ahí arriba?

Asentí con la cabeza y volví a mirar hacia el altar.

―Lo está. Y está guapísimo, feliz y emocionado. Sonriendo de oreja a oreja.

Ella también sonrió.

―Bien. ―Miró a su padre, un hombre alto y corpulento con el pelo negro


encanecido en las sienes―. ¿Listo, papá?

Asintió y ofreció su codo.

―Listo.

―Bien ―dijo la coordinadora de la boda cuando el cuarteto de cuerda de


la entrada de la iglesia comenzó la pieza de Bach que Coco había elegido para la
procesión―. Primera dama de honor.

Esa era yo. Miré a Mia, luego a Coco, y sonreí.

―Nos vemos allá arriba.

Coco había elegido un precioso vestido de dama de honor, de satén verde al


bies, con cuello redondo drapeado y espalda baja con tirantes entrecruzados. Era
largo, y me sentí muy bien al moverme por las piernas mientras subía al altar. Mia
me siguió un minuto más tarde, y luego la sobrina y el sobrino pequeños de Nick
encantaron a la multitud como niña de las flores y portador de anillos.

Por fin llegó el momento de Coco. Se me hizo un nudo en la garganta cuando


se deslizó por el pasillo con su vestido de novia marfil, también de satén cortado al
bies. El escote caía igual que el nuestro, pero en lugar de una espalda abierta, el
suyo estaba cubierto con una capa de tul transparente recubierta de cuentas y
cristales con un motivo art decó. Al igual que había hecho en la boda de Mia, miré
a un lado y a otro de los novios, luchando contra las lágrimas al igual que ellos. Era
tan obvio lo locos que estaban el uno por el otro.

Mia me tomó la mano y las dos nos aferramos la una a la otra mientras el
padre de Coco le besaba la mejilla y se la entregaba a Nick. Sólo nos soltamos
dos veces, una cuando tuve que subir y la segunda vez para la comunión, que
tomé pero me sentí culpable. (¿Acaso la culpa no es la mitad del objetivo del
catolicismo?)

Varias veces durante la misa, miré a Mia y la vi sonriendo a Lucas, y él a ella.

Me alegré mucho por mis dos mejores amigos. Habían encontrado


exactamente lo que buscaban, cuando menos lo esperaban. Sí, señor, me alegré
de verdad por ellos, y no me puse un poco celoso. No, no, no, ni un poquito. Ni
siquiera un poquito. Ni siquiera...

Oh, Dios mío.


Parpadeé varias veces al ver al tipo del abrigo negro que entraba por la parte
de atrás de la iglesia y se escabullía por un pasillo lateral hasta un banco abierto.
Se parecía a Charlie, pero no podía ser. ¿No es así?

Mia me dio un codazo.

―¿Es quien creo que es? ―me susurró al oído.

Me quedé boquiabierto cuando el tipo se quitó el pesado abrigo negro para


mostrar un traje gris y una camisa blanca, aunque la corbata era esta vez de color
rojo intenso.

Era totalmente Charlie. Mis partes femeninas lo supieron incluso antes que
mi cerebro, porque sintieron un cosquilleo y se tensaron como si tuvieran una
especie de radar de Charlie. Mis pezones llegaron a su punto máximo y subí un
poco el ramo para cubrirlos. Maldita sea, ¿por qué no me había cosido copas
como Mia?

Como si supiera lo que estaba haciendo, Charlie me sonrió, más guapo que
nunca. Mis mejillas se calentaron con un rubor, y mi corazón se alborotó en mi
pecho. ¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Qué planes tiene? ¿Por qué no me había
dicho que iba a venir? Estaba tan feliz de verlo que no podía dejar de sonreír.

El novio besó a la novia, la misa terminó y todos los invitados aplaudieron


cuando el sacerdote presentó por primera vez a los señores Nicolás Lupo. Silbé y
aplaudí junto a todos, sintiéndome tan bien que prácticamente volví a flotar por
el pasillo del brazo de Michael, el hermano de Nick. Intenté establecer contacto
visual con Charlie cuando pasé por la fila en la que estaba, pero los demás
invitados lo bloquearon.

La comitiva nupcial debía ir directamente a la parte trasera de la iglesia y


escabullirse por una puerta lateral para esperar a que la multitud se fuera. Luego
nos haríamos fotos en el altar antes de apilarnos en las limusinas para ir a casa de
Coco. De mala gana, dejé que Michael me guiara hasta la sala donde esperaban
los familiares directos y los recién casados.

Mia y yo nos dirigimos directamente a Coco, y las tres chillamos, saltando,


con lágrimas en los ojos. Las abracé fuertemente a las dos y luego abracé a Nick y
le besé la mejilla.

―Felicidades ―dije, limpiando la marca de mi beso en su mejilla.

―Gracias. ―También se limpió―. Creo que voy a estar cubierta de lápiz


labial rojo para el final de la noche.

Me reí.

―Para el resto de tu vida, en realidad.


Sonrió y atrajo a Coco hacia su lado, enterrando su cara en su cuello.

―Coco, necesito un minuto. ¿Está bien? ―Le pregunté―. Creo que Charlie
apareció.

―Por supuesto ―dijo felizmente―. Tardará un poco en despejarse la iglesia,


luego haremos las fotos. Sólo reúnete con nosotros en el altar, y por favor dile
que venga a la casa.

―Lo haré. Gracias. ―Salí corriendo de la sala y volví al vestíbulo de la


parte trasera de la iglesia, que aún se estaba vaciando. Unas cuantas personas
sonrieron y saludaron y dijeron lo bonita que era la boda, y yo asentí sin pararme
a charlar. Tenía que encontrar a Charlie antes de que se fuera. Esquivando a
algunos invitados, me apresuré a entrar en el santuario, pero ya estaba vacío.
Decepcionada, me di la vuelta.

Me estaba esperando en la puerta.

―Hola ―dije, corriendo hacia él. Abrió los brazos y me abalancé sobre ellos,
olvidando la última e incómoda despedida que habíamos tenido. Lo rodeé con mis
brazos y aspiré su aroma―. ¿Qué estás haciendo aquí?

―He movido algunas cosas para estar aquí. No quería perdérmelo. Siento
haber llegado tarde.

―Está bien. ―Di un paso atrás y le miré, mi corazón se negaba a


frenar―. Me alegro de que hayas venido. Coco dice que tienes que venir a la
casa también.

―Me gustaría. ―Me sonrió―. Pareces un ángel.

―Ja. No sabes más.

Riendo, asintió.
―Lo hago.

La fiesta de la boda volvió a entrar en la iglesia, ruidosa y emocionada.

―Tengo fotos primero. ¿Quieres esperar?

―Claro. Tengo que hacer una llamada rápida, pero estaré aquí.
―Desapareció en el vestíbulo y me dirigí al altar con todos.

En todas las fotos de la boda de Nick y Coco salí con la mayor sonrisa que
puedas imaginar.

Y mis pezones estaban duros.

Mia y Coco habían hecho un trabajo espectacular en la decoración de la casa


para la recepción. Todas las habitaciones de la primera planta estaban iluminadas
únicamente con velas o cuerdas de luces blancas de Navidad, la madera oscura y
los suelos brillaban, y la combinación de colores marfil, dorado y verde esmeralda
daba al ambiente un poco de brillo. Un trío tocaba música estándar y navideña en
la sala delantera, que había sido acondicionada para bailar, con los muebles
alineados en las paredes. El bar estaba instalado en la cocina, la mesa de los novios
estaba en el comedor y un largo porche invernal en la parte trasera de la casa
albergaba tres mesas estrechas de extremo a extremo con treinta sillas a cada
lado.

Floté por todas las habitaciones con Charlie a mi lado, emocionada por la
forma en que me tomaba de la mano y me tocaba la parte baja de la espalda y
apenas me quitaba los ojos de encima. Le presenté como mi amigo y me
regocijé al ver las miradas de envidia que Charlie inspiraba en otras mujeres.
Incluso mi madre se sonrojó un poco cuando Charlie le besó la mejilla y le dijo lo
agradable que era volver a verla. Preguntó por la madre de Charlie y le pidió su
dirección de correo electrónico.

―Me encantaría ponerme al día. ¿Sigue dando clases?

―Um, sí, ella es. Uh, no estoy seguro de su dirección de correo electrónico.
Tal vez pueda dársela a Erin en otro momento. ―Charlie me miró, y si no lo
supiera, juraría que parecía nervioso.

―Oh, claro. Han pasado al menos diez años, ¿qué son unos días más? ―Nos
sonrió a los dos―. Vamos, disfruten.

Nos dirigimos al salón delantero, donde sólo había un asiento libre. Charlie
se sentó, y me tiró a sus rodillas.

―Aquí tienes. El mejor asiento de la casa.

Sonreí, pasando un brazo por encima de sus hombros.

―Estoy de acuerdo. ―Al mirar la habitación me di cuenta de que aún no


había empezado a hacer las compras de Navidad ni había puesto el árbol―. Uf,
estoy tan atrasada con todas las cosas navideñas. ¿Ya sabes qué vas a hacer en
Navidad?

―No. ―Se llevó el vaso de whisky a los labios―. Pero me gustaría verte en
algún momento antes de eso. Tengo algo para ti.

―¡Ya me has regalado unos patines! ―Dije, pero mi corazón retumbó como
un niño que descubre una pila de regalos bajo el árbol―. ¡Y madera!

Sonrió.
―Sí. No puedo olvidar la madera.

Le toqué el estómago.

―Es mi turno de darte algo. Vamos a pensar en un día. ¿Tal vez el próximo fin
de semana?

Se lo pensó un segundo.

―Claro. El próximo fin de semana funciona.

En ese momento, la banda comenzó a tocar What are You Doing New Years
Eve?, y Charlie puso su vaso en la mesita junto a nosotros.

―¿Quiere bailar, Srta. Upton?

―Estaré encantada, Sr. Dwyer. ―Me levanté, dejé mi copa y le ofrecí mi


mano. Charlie me condujo al centro de la sala, donde otras parejas se
balanceaban en la suave oscuridad.

Me abrazó, con un brazo alrededor de mi espalda y su barbilla apoyada en mi


sien. Cerré los ojos por un momento en señal de felicidad, respirando su
presencia. Cuando los abrí, me di cuenta de que Mia nos observaba desde el otro
lado de la habitación, con una sonrisa de complicidad en su rostro.
Capítulo diecinueve
Durante toda la noche, Charlie fue la cita perfecta: bien solo cuando tenía
que hacer las tareas de dama de honor, encantador y relajado con todo el mundo,
galante hasta la saciedad conmigo. Cuando Coco intentó reorganizar las cosas en
el último momento para que pudiera sentarse conmigo en el comedor, insistió en
cenar en el porche con el resto de los invitados que no eran de la boda.

Le eché de menos todo el tiempo, y engullí mi comida a una velocidad récord


para terminar más rápido y volver con él.

―Cristo ―susurró Mia―. Hay chispas volando de tu tenedor. Ansiosa, ¿lo


estás?

Me reí.

―Sí. Me estoy divirtiendo mucho con Charlie esta noche. No me ha


molestado ni una vez.

―Eso es bueno. Entonces, ¿qué pasa con ustedes? ¿Siguen siendo sólo
amigos?

Me comí otro trozo de pollo piccata.

―Anoche habría dicho que sí. Pero no sé... esta noche se siente diferente por
alguna razón. Y el jueves por la noche en Cliff Bell's, me besó de una manera
totalmente diferente.

―¿Fuiste a lo de Cliff Bell?


―Sí, después del ballet. Todavía no he tenido la oportunidad de hablarte de
eso. ―Me metí el pollo en la boca.

―¿El ballet? ―Mia puso los ojos en blanco―. Por el amor de Dios, Erin. Eso
es salir. Ustedes están saliendo. Más vale que lo admitas.

Me encogí de hombros y tragué saliva.

―No sé qué estamos haciendo. Pero me gusta mucho.

Una mano se posó en mi hombro. Levanté la vista: era Coco, que parecía
desesperadamente incómoda.

―Tengo muchas ganas de orinar ―dijo―. Pero necesito ayuda con el


vestido. ¿Vienes conmigo? ―Mia y yo la seguimos hasta el baño principal. Cada
una de nosotras le levantó un lado del vestido, bajo el cual llevaba -al más puro
estilo Coco- medias de seda y un liguero que abrazaba el cuerpo.

―¿Qué demonios es eso? ―Mia sacudió la cabeza―. Parece medieval.

―Mantiene todos mis bultos y protuberancias en su sitio, muchas gracias.


―Se bajó con cuidado en el inodoro y me miró―. Bien, habla. ¿Qué pasa
contigo y 21 Jump Street? No puede quitarte los ojos de encima.

Mi cara se calentó.

―No lo sé.

―¿Siguen siendo sólo amigos?

―No ―dijo Mia con énfasis―. Están saliendo.

―Somos más que amigos, creo ―admití―. Pero no sé qué, exactamente.

Coco se levantó y se inclinó hacia atrás para sonrojarse.

―¿Y te gusta? ¿Confías en él?


―Sí. Quiero decir, creo que sí, pero tengo que tener cuidado, ¿sabes? No
tengo la mejor suerte con los chicos.

Mia y Coco intercambiaron una mirada mientras bajábamos los lados de su


vestido.

―¿Qué? ―Dije a la defensiva.

―Nada ―dijo Mia rápidamente―. Es sólo que no creo que puedas comparar
esto con tus relaciones pasadas.

―¿Qué quieres decir?

―Quiere decir que no tienes mala suerte. Todo el mundo sabía que Tony era
gay. Y probablemente tú también lo sabías. ―Coco se enjabonó las manos
enérgicamente en el lavabo.

Me quedé con la boca abierta.

―¿Qué? No lo sabía.

―Bueno, deberías haberlo hecho. ―Coco se encontró con mis ojos en el


espejo―. Lo siento, y sabes que te quiero, pero fue totalmente obvio para todos
con bastante rapidez que él no iba a ser el elegido, porque le gustaban más los
chicos que las chicas.

―Quiere decir, a su dulce manera ―continuó Mia, lanzando una mirada


salvaje a Coco en el espejo―, que creemos que a veces eliges a los tipos
equivocados para salir a propósito. Para que no haya ningún peligro real de tener
que confiar en ellos. Luego puedes decir que fue mala suerte al final.

―¿Qué? ―Mi pecho se sintió caliente y sudoroso de repente―. Yo no hago


eso. ―Pero me crucé de brazos, como si estuviera expuesta.
―Sí, cariño. ―Coco se secó las manos en una toalla de mano―. Y
entendemos perfectamente por qué. ―Se volvió hacia mí y me puso una mano
en el hombro―. Pero te queremos. Y queremos que seas feliz.

―Parece que tú y Charlie tienen una gran química ―dijo Mia―. Más que
con cualquier otra persona con la que te hayamos visto. Y no queremos que lo
eches a perder por miedo.

―No tengo miedo, chicas. ―Era una gran mentira. Estaba totalmente
asustada―. Sólo estoy confundida. No me habla.

―Hombres. ―Mia negó con la cabeza―. Lucas también me desconcertó,


durante mucho tiempo. Y no siempre nos entendemos, pero nos queremos y lo
intentamos. ―Se puso una mano sobre el estómago―. Sabes, nunca pensé que
estaría aquí ahora, casada y esperando un bebé con un hombre que conocí en lo
que se suponía era mi luna de miel. ―Sacudió la cabeza―. ¡Mi luna de miel!

Sonreí.

―Gracias a Dios que te convencimos de ir a ese viaje.

―¡Lo sé! ―Se puso de puntillas―. Porque no quería ir. Pensé que estaban
locas al insistir en ello. ¿Se acuerdan?

―Sí. Fuiste un completo dolor de cabeza. ―Coco me guiñó un ojo y luego se


volvió hacia su reflejo para comprobar su maquillaje―. Y si me hubieras dicho
hace seis meses que estaría casada con Nick Lupo, habría dicho que estabas
jodidamente loca. Y ahora mira. ―Nos miró de nuevo―. Así que a veces, Erin,
tienes que dar un salto.

Con los ojos empañados, Mia me agarró la mano.

―No podría estar más de acuerdo.


Me encogí de hombros, luchando contra una pequeña ola de tristeza.

―Sin embargo, no sé si hay que dar un salto aquí. Él no me quiere así.

―Lo hace ―insistió Coco, poniendo una mano en mi hombro―. Confía en


mí. Puedo verlo.

―Yo también. ―Mia volvió a apretar mi mano―. Aunque todavía no pueda.


Ten paciencia, Erin. Nadie es perfecto.

Después de la cena, después de la tarta, después de varias copas de champán,


estábamos de nuevo en el salón, esta vez uno al lado del otro en un acogedor
sillón. Las luces estaban aún más bajas, el ambiente era aún más romántico.
Estaba metida bajo el brazo de Charlie, con la cabeza apoyada en su pecho. No
podía dejar de pensar en lo que habían dicho Mia y Coco, que había elegido a los
tipos equivocados a propósito para no tener que preocuparme para siempre. De
confiar en alguien. De entregarme por completo. Suponía que había algo de
verdad en eso. Sabía que ninguno de los chicos con los que había salido en serio
resultaría ser el adecuado, pero eran guapos y divertidos y amables, y esas
parecían razones suficientes para estar con alguien, al menos en ese momento. Y
al contrario de lo que decía Coco, no sabía que Tony era gay.

Confesión: Tenía una sospecha.

Pero Charlie. Charlie era algo totalmente distinto. Y esto con él era intenso y
maravilloso y muy confuso. Si todavía quería sexo sin ataduras, ¿qué estaba
haciendo aquí, abrazándome fuertemente a su lado, frotando las yemas de sus
dedos arriba y abajo de mi brazo de esa manera?

Quería preguntar, pero no pude. En su lugar, suspiré y Charlie lo tomó como


una señal de que estaba cansada.

―Hola. ―Su voz era grave y se aclaró la garganta―. ¿Estás cansada?

―Sí. Supongo que sí.

―Ha sido un día largo para ti.

Me senté y sonreí.

―Pero uno bueno. Me alegro mucho por ellos. Déjame buscar mis cosas. Mi
coche está en casa de los padres de Coco. ¿Puedes dejarme allí?

―Es tarde. Puedes buscar tu coche mañana.

―¿Pero cómo voy a ir allí mañana? Me quedaré en casa sin coche.

―Yo te llevaré. No te preocupes.

Lo miré fijamente. ¿Me llevaría? ¿Mañana? ¿Significaba eso que se quedaría a


dormir? Sentí los labios pegados.

―Hay algo de lo que me gustaría hablarte, pero no aquí. ―Se levantó y me


ofreció una mano―. Voy a subir el coche para que no tengas que caminar tanto
con esos tacones. Ha estado nevando toda la noche.

Asentí sin hablar y fui a buscar mis cosas.

Durante todo el trayecto de vuelta a casa, que fue lento debido a la nieve, mi
estómago cabeceó y se revolvió. ¿De qué quería hablar? ¿Se iba a quedar esta
noche? ¿Quería yo que lo hiciera? ¿Significaría algo? ¿O nada?

¿O todo?
En mi casa, Charlie se detuvo en mi entrada, cerca de la puerta trasera.
Cuando fui a salir, me puso una mano en la pierna.

―Un momento. ―Puso el coche en el estacionamiento pero lo dejó en


marcha.

―¿No quieres entrar?

―Sí, pero... ―Dudó, su boca se torció en un ceño.

Oh, Jesús. Todavía le preocupa que quiera atraparlo. De repente me sentí


molesta.

―No tiene que significar nada, Charlie ―dije irritada―. Sólo quédate a
dormir. Las carreteras son horribles. Puedes dormir en la maldita habitación de
invitados. Las sábanas están limpias.

Su expresión se suavizó en una sonrisa divertida.

―Por supuesto que sí.

Lo fulminé con la mirada.

―Pero si me quedo, quiero dormir contigo.

La sorpresa me robó la voz por un momento.

―¿De verdad?

―Sí.

―¿Y la política general de no dormir en casa? ―Incliné la cabeza―. ¿No te


preocupa que reciba el mensaje equivocado?

Me dio un golpecito en la nariz.

―Dios, eres un dolor de cabeza. ¿Recuerdas cada palabra que digo?

―Sí, cuando es tan escandalosamente arrogante.


―Bueno, olvida lo que dije sobre eso. No se aplica a ti. Tú eres diferente.

―¿En qué sentido? ―Contuve la respiración.

―Quiero pasar la noche contigo.

Parpadeé. ¿Eso era todo? ¿Eso es todo lo que tengo?

―Gracias. Eso es muy halagador. Y tan esclarecedor en cuanto a tus


sentimientos.

Charlie gimió.

―Mira, estoy tratando de hacer lo correcto aquí, y es jodidamente difícil,


porque no sé lo que es lo correcto.

―¿Qué tiene de difícil esto, Charlie? ¿Te gusto? Marca sí o no.

―¡Sí! ―espetó―, pero no es tan sencillo.

Me estabilicé con una profunda respiración.

―Podría ser, si lo dejaras. Tú también me gustas, Charlie. Me estás


confundiendo mucho ahora mismo, y tengo frío y estoy cansada y quiero entrar,
pero me gustas.

Se quedó mirando por la ventanilla lateral durante un momento antes de


volver a dirigirse a mí.

―Odio pensar que tienes frío, ¿lo sabes? Toda la noche, cuando no estoy
contigo, me pregunto si estarás lo suficientemente caliente y desearía estar allí
para abrazarte.

Me quedé boquiabierta.

―¿De verdad? Eso es muy dulce.

―Sí. Estás en mi mente todo el puto tiempo, y ni siquiera es todo sexual.


Me reí.

―Eso es... un poco dulce. ―Pero me gustaba que él también tuviera


pensamientos sexuales sobre mí. Dios sabe que yo los tenía sobre él.

―Por supuesto, muchos de mis pensamientos sobre ti son sexuales, pero


también quiero hacer cosas por ti: cosas como poner el suelo de tu estudio o
colgar persianas en tu casa o hacer fuego en la chimenea o comprarte patines de
hielo. Quiero llevarte a sitios y enseñarte cosas y hablar contigo y hacerte
preguntas y discutir contigo. Quiero burlarme de ti por la forma en que
mentiste sobre ser la reina del baile y te inventaste un novio llamado Tad Pitt y no
te gusta que te toquen la comida y que tienes un par de esposas rosas peludas.
Imagino tu cuerpo bajo la ropa y quiero cubrirlo con el mío, protegerte de todo.
Pienso en el tipo que entró en tu casa y quiero matar. ―Tomó aire―. Pero
entonces siento que de quien necesitas protegerte es de mí. Yo soy el que podría
hacerte daño. ―Volviendo su mirada al frente, frunció el ceño―. Dios, soy
horrible en esto.

―No lo eres ―dije, poniendo una mano en su mejilla y girando su cara hacia
mí de nuevo―. No, en absoluto. Esto de nosotros... también es difícil para mí.
Me prometí que no me dejaría llevar sólo porque el sexo fuera bueno, y ahora me
encuentro deseando más de ti. Pero no quiero que pienses que estoy tratando de
atraparte o lo que sea. No quiero ser una chica más que se enamoró de ti porque
eres bueno en la cama.

―No es así. Quiero darte más. ―Me quitó la mano de la mejilla y me besó
la palma―. Sí quiero. Sólo necesito ir despacio. Necesito tiempo. ¿Está bien?

―Por supuesto que sí. Yo también necesito tiempo, Charlie. ―De nuevo,
pensé en lo que dijeron Mia y Coco―. No es fácil para mí confiar en la gente, y
en el pasado he tomado algunas decisiones basadas en el miedo, creo. He jugado
a lo seguro para que no me hicieran daño.

―No quiero hacerte daño. ―Unió nuestros dedos.

―Sí, quieres.

Me miró bruscamente.

Una sonrisa lenta estiró mis labios.

―Y quiero que lo hagas. Todas. Las. Noches. Toda la noche.

―Te estás buscando problemas, Erin Upton.

Me acerqué y le froté la polla a través de los pantalones, sintiendo cómo


cobraba vida bajo mis dedos.

―Resulta que me gustan los problemas. ¿Quién lo hubiera pensado?


Capítulo veinte
Logramos subir las escaleras, por poco. Y quitarle el traje a Charlie, pieza por
pieza, fue aún más divertido de lo que había pensado. Pero creo que mi parte
favorita fue saber que algo era diferente: nosotros éramos diferentes. Cuando
nuestros cuerpos estaban saciados y quietos, él no se levantaba y se iba. No
habría despedidas incómodas, ni sospechas de que alguien quería demasiado, ni
decepción mutua. Se iba a quedar toda la noche en mi cama, porque quería.
Porque quería más.

Porque me quería.

Oh, me quería.

Y el sentimiento era mutuo.

Nuestras ropas formales formaron un rastro hasta mi cama: mi abrigo de piel


en la isla de la cocina, la corbata de Charlie en las escaleras, mi vestido colgado de
la barandilla, su traje en el suelo del pasillo. Estoy segura de que habríamos
podido desvestirnos en la mitad de tiempo si hubiéramos dejado de besarnos,
pero ninguno de los dos parecía dispuesto a separar sus labios del otro durante
más de una fracción de segundo.

Me encantó la forma en que Charlie me besó aquella noche, sin contener


nada. Tal vez las palabras no eran lo suyo, pero entendí lo que sentía por la forma
en que sus labios se movían sobre los míos, combinando la suave y dulce
honestidad del beso en Cliff Bell's con toda la pasión que vino antes y después.
Sin juego, sin pretensiones, sin reglas.
Por primera vez, todo parecía tan real.

Cuando por fin estuvimos pegados piel con piel, caímos sobre la cama, y
Charlie me levantó encima para que me sentara sobre sus caderas. Su polla era
gruesa y dura entre mis piernas, y me restregué mi humedad sobre ella,
colocando las palmas de las manos en sus abdominales calientes y apretados.

―Dios, eres hermosa. ―Sus manos apretaron mis muslos.

―Ni siquiera puedes verme. ―No nos habíamos molestado en encender


ninguna luz y las persianas estaban bajadas.

―Sé que lo eres. No necesito verlo. ―Entonces me agarró por la cintura y


me subió para que estuviera a horcajadas sobre su pecho―. Pero necesito
probarlo. ―Se bajó para que mis rodillas descansaran a cada lado de su cara. Caí
hacia delante y me agarré a los barrotes de hierro forjado de mi cabecera
mientras su lengua me barría el coño, mi cuerpo temblaba mientras lo hacía
una y otra vez―. Eres tan dulce ―susurró, con su aliento haciéndome cosquillas
en los muslos―. Tan bonita, dulce y húmeda. No tengo suficiente. ―Me acercó a
su boca y me chupó el clítoris, y yo gemí de placer, arqueando la espalda.

Podría haberme corrido en un santiamén, pero quería hacer algo primero.

―Charlie, espera.

Me incliné hacia atrás y lo miré.

―Quiero probar algo.

―Cualquier cosa.

Con cuidado, me puse en pie y me di la vuelta antes de arrodillarme de nuevo


sobre él, arrastrándome hacia delante para que mi coño descansara sobre su cara
y su polla estuviera a un palmo de mis labios. Lamí la punta y saltó.
Sonreí.

―Quiero probar esto.

Su lengua ya estaba enterrada entre mis piernas cuando volví a lamerlo, y


gimió cuando rodeé su pene con mis dedos, introduciéndolo en mi boca mientras
chupaba la punta. Por fin tenía las manos libres, y estaba ansiosa por usarlas junto
con mi boca. Quería hacer que Charlie se corriera de esta manera, quería
saborearlo como a él le gustaba saborearme.

Pero tenía un problema.

La técnica lingual de Charlie era tan magnífica entre mis muslos que perdía la
concentración. Cada vez que creía que tenía el ritmo perfecto -gemía y jadeaba, y
podía saborear su dulzura salada-, desataba su ardor en mi clítoris, dando
golpecitos aún más rápidos, chupando aún más fuerte, arrastrando su lengua por
mi humedad. Me ponía tan caliente y molesta y tan cerca del orgasmo que mi
cerebro prácticamente se apagaba, todos los músculos de mi cuerpo se
agarrotaban, incluida la lengua.

―Charlie ―jadeé―. Deja de ser tan bueno en eso. Me estás distrayendo y


quiero hacer que te corras.

Se rió, y la vibración casi me hizo saltar por los aires.

―Lo digo en serio. ―Giré una pierna y me desplacé para arrodillarme junto a
él. Tomando de nuevo su polla mojada en mi mano, bajé la cabeza―. Déjame
hacerlo. Quiero hacerlo. ―Sabía que Charlie prefería tener el control, y me
preguntaba si vería esto como una renuncia.

Se apoyó en los codos.

―¿Esto es lo que quieres?


―Sí. ―Rodeé la punta con mi lengua antes de deslizarla entre mis labios. Lo
tomé tan profundo como pude antes de deslizar mis labios de nuevo por el eje, mi
lengua barriendo las venas gruesas y calientes con sangre―. Quiero que te corras
en mi boca. Quiero probarlo.

Gimió y movió una mano hacia mi culo, y cuando volví a bajar la boca hacia su
erección, ensanché un poco las rodillas, arqueé la espalda. Su mano amasó mi
carne y se deslizó entre mis muslos, sus dedos se deslizaron a lo largo de mi raja
de adelante hacia atrás. Su respiración era agitada y ruidosa, y entre mis labios
sentí que su polla se ponía más dura. Lo agarré con fuerza con una mano,
metiéndomelo hasta el fondo de la garganta, y con la otra metí la mano entre sus
piernas.

Gimió mientras yo lo provocaba, jugaba y acariciaba, y los músculos de sus


muslos se tensaron cuando le pasé la yema de un dedo en círculos firmes sobre un
punto sensible. Quería ir más allá, tocarlo aún más íntimamente, pero era un
territorio que nunca había explorado antes. ¿Me dejaría? ¿Pensaría que soy una
pervertida? ¿Era demasiado sucio incluso para él? ¿Y si pensaba que era desviada
porque venía de un hogar roto?

Oh, por el amor de Dios, Erin. Pon tu dedo en el agujero.


Creo que la voz interior era la de Coco, no la mía, pero seguí su consejo. Miré
a Charlie, que se había quedado quieto y en silencio. Nuestros ojos se habían
adaptado a la oscuridad y, en la grisura, pude distinguir sus rasgos. Sonreí,
manteniendo el contacto visual mientras volvía a colocar mi boca donde había
estado hace un momento. Reanudando el ritmo constante de mi boca en su polla,
me atreví a tantear con la yema del dedo donde ninguna yema mía había
tanteado antes.
―¡Joder! ―La mano de Charlie me abofeteó el culo con tanta fuerza que me
escocía, y luego palmeó esa mejilla, sus dedos clavándose en mi carne. Se corrió
tan fuerte y rápido que casi me ahogo, pero la emoción de la victoria me recorrió.
Lo logré. Le hice perder el control. Su polla palpitaba, con una calidez líquida que
entraba en mi boca, y no me detuve hasta que había extraído hasta la última gota
de su cuerpo y había dejado de temblar. Sólo entonces lo liberé de mi boca y
tragué.

Su mano seguía apretando mi culo, y su respiración se producía en estridentes


ronquidos.

―Dios mío. ―Me senté y me limpié la boca con la muñeca―. ¿Fue bueno?

―Sí. ―Entonces se movió tan rápido que ni siquiera vi cómo lo hizo, pero de
alguna manera me puso de espaldas y saltó al suelo, echando mis piernas sobre su
hombro. Se arrodilló a un lado de la cama, besó un muslo y deslizó dos dedos
dentro de mí―. Joder, sí. Fue más que bueno. Ha sido extraordinario. ―Su
lengua rozó mi clítoris hinchado―. Ahora rodea mi cabeza con las piernas y
deja que te escuche gritar.

Hice lo que me dijeron. Soy una buena chica.

―¿Esta es la almohada? ―Charlie levantó la almohada del cuerpo que me


gustaba acurrucar por la noche.

―Sí. ―Riendo, la tomé y la tiré al suelo―. Pero no la necesito esta noche.


―No, no la necesitas. Ven aquí. ―Se tumbó de espaldas y abrió los brazos.

―Espera, necesito ropa interior. ―Me escabullí de la cama.

―¿Qué? No, no la necesitas. Duerme desnuda conmigo.

―No puedo ―dije desde mi vestidor―. Tengo que tener ropa interior limpia
para dormir y tiene que ser de algodón. Preferiblemente blanca.

Charlie gimió.

―Eso es tan ridículo. Está oscuro. Y tu culo no conoce el color de tu ropa


interior.

―Bueno, yo sí. Y me gusta blanca. ―Me di una pequeña palmada de


satisfacción en el trasero antes de arrastrarme de nuevo a la cama y arrodillarme
junto a él―. Mira, son bonitos. Tienen un pequeño lazo rosa en la parte superior.

―Son bonitos. ―Me pasó la punta del dedo por la parte superior, lo que hizo
que se me revuelva el estómago.

―¿Ves? Así que déjame en paz. Soy extravagante con estas cosas, lo sé. ―Me
estiré a lo largo de él, mi cabeza sobre su pecho, mi brazo y mi pierna sobre su
torso―. ¿Así está bien?

Nos tapó con las mantas y me rodeó con un brazo.

―Sí. Hasta que tenga demasiado calor.

―Mientras esperes a que me duerma para empujarme. Estoy muy cómoda


ahora mismo.

―Yo también, la verdad.

―¿Tienes que levantarte temprano mañana?

―No es una locura de madrugada, pero no puedo quedarme todo el día. No


tengo que trabajar pero tengo que... ―Dudó―. Recoger algo.
―Hmm. Muy misterioso.

―Lo siento. ―Su tono era un poco molesto.

Levanté la cabeza.

―Oye, sólo estoy bromeando. Escucha, sólo porque estemos saliendo no


significa que tengas que contarme cada pequeña cosa que haces.

Me dedicó una pequeña sonrisa.

―Salir, ¿eh?

Oh, mierda. ¿Había entendido mal?

―Bueno... ¿no es así?

Me apretó el hombro.

―Sólo estoy bromeando, Erin. Podemos llamarlo como sea.

Volví a apoyar mi mejilla en su pecho, pero me sentí un poco inquieta. ¿Qué


diablos significaba más, si no significaba salir? ¿Había algún tipo de etapa entre
follar con amigos y salir con alguien que yo no conocía? Empecé a preguntarme si
había cometido un error al escuchar a Coco y Mia. ¿Y si Charlie y yo no
estábamos en la misma página?

¿Y si cayera sola?

―Tu cuerpo está muy tenso ahora mismo. ―Charlie me besó la cabeza y
trazó un pequeño círculo en mi hombro―. Relájate, cariño. Estoy justo donde
quiero estar.

El inusual cariño me tranquilizó un poco y me fundí con él de nuevo. Deja de


tener tanto miedo. Sé paciente y honesta, y ten un poco de fe.
―Bien. Buenas noches.
―Buenas noches. ―Volvió a besar mi cabeza y me sentí mejor.

Pero me di cuenta de que no se dormía enseguida. Mientras yo me dormía, él


seguía pasando sus dedos por mi hombro en un arco lento y dulce.

A la mañana siguiente me desperté antes que Charlie. Estaba de lado, de


espaldas a él, y cuando me di la vuelta, lo encontré todavía tumbado de espaldas,
con una mano sobre la cabeza y otra sobre el estómago. Me dio una pequeña
sensación de niña en mi vientre al verlo allí. Su cara era igual de bonita en reposo,
lo que parecía injusto ya que ni siquiera se podían ver los ojos cerúleos. ¿Qué era
entonces? Los rasgos individuales eran bonitos -nariz recta, labios bonitos,
mandíbula fuerte- pero no eran tan únicos. ¿Y la simetría? Apoyando la cabeza en
una mano, cerré un ojo y lo escudriñé. Me incliné un poco más hacia él cuando los
ojos de Charlie se abrieron.

―¿Qué demonios?

Sonrojada, me dejé caer de nuevo sobre la almohada, de cara a él.

―Lo siento. Sólo te estaba mirando.

―¿He pasado la prueba?

―Eh. Lo harás.

Su mano se acercó y me pellizcó el costado, luego su brazo rodeó mi cintura y


me atrajo hacia él. Enrosqué mi cuerpo alrededor de su costado, con la cabeza
apoyada en su cálido pecho desnudo. Olía tan bien. Me alegré de que no pudiera
ver mi estúpida sonrisa.

―¿Cómo has dormido? ―Pregunté.

―Bastante bien. ¿Y tú?

―Como un bebé.

―Bien. ―Me apretó―. Tengo que irme, pero te llevaré a buscar tu coche
antes de ir a casa.

―De acuerdo, gracias.

―¿Qué vas a hacer hoy?

―Estaba pensando en poner mi árbol de Navidad más tarde. He estado tan


ocupada con la boda y los ensayos del fin de semana que no he tenido tiempo.

―¿Para qué estás ensayando?

―Las competiciones en primavera. La primera no es hasta marzo, pero antes


hay muchos fines de semana de vacaciones. Quiero estar realmente preparada.
Esas cosas ya son bastante angustiosas, y tengo la presión añadida de ser una
nueva dueña de un estudio que tiene que demostrar su valía.

Sonrió.

―Tengo el presentimiento de que te probarás a ti misma y algo más.


Recuérdamelo cuando llegue el momento. Quiero ir.

Sorprendida, lo miré.

―¿Vendrías a un concurso de baile? ¿Sabes lo largos y aburridos que son?

―No sé nada de ellos, aparte de que son importantes para ti.

Mi sangre se calentó, haciendo que todo mi cuerpo zumbara.


―Gracias. ―Miré su pecho desnudo y pasé mis dedos por él―. Tienes que
irte ahora mismo, ¿eh?

―Más o menos. ―Hizo una pausa―. Tengo que ver a mi abuelo para comer.

Le dirigí una mirada incrédula.

―Pensé que tenías que recoger algo.

―Lo hago. Algo para mi abuelo. ―El cuerpo de Charlie estaba tenso, los
músculos de su estómago se movían. Esperaba que no pensara que estaba
curioseando; sólo sentía curiosidad. Quería conocerlo mejor.

―Me gustaría conocer a tu abuelo alguna vez.

―Hoy no está bien ―dijo rápidamente.

Le quité la mano de encima.

―No decía que tuviera que ser hoy, sólo decía que me gustaría conocerlo en
general.

―Lo sé.

―Voy a preparar un café antes de meterme en la ducha. ―Fui a salir de la


cama pero me agarró del brazo.

―Oye. ¿Todo bien?

―Sí. ―Pero por alguna razón, mis sentimientos estaban heridos.

Exhaló, cerrando los ojos un segundo.

―Me gustaría que conocieras a mi abuelo también. Pronto, ¿de acuerdo?

Asentí con la cabeza.

―De acuerdo.
Mientras Charlie se vestía, me puse la bata y bajé a preparar el café,
preguntándome si había dicho algo malo. ¿Era demasiado pedir conocer a su
familia? No pretendía ser insistente, sólo quería estar más cerca de él. ¿Qué
diferencia había con el hecho de que dijera que quería venir a un concurso de
baile?

Había dicho que quería más. ¿No era esta la forma en la que lo dabas?
Capítulo veintiuno
Charlie trabajó por las noches la semana siguiente, pero tenía libre el martes,
que era mi noche más temprana en el estudio. Le prometí que le haría la cena si
me ayudaba a decorar mi árbol de Navidad.

―No se puede llamar a algo árbol de Navidad porque sea verde ―se quejó,
encadenando a regañadientes las luces―. Esto no es un árbol. Es de plástico.

―Silencio ―dije―. Es mucho menos sucio que un árbol de verdad. No me


gustan todas esas agujas por todas partes. Además, es bonito.

Mirándome de forma dudosa, se acercó a él y olfateó.

―Por el amor de Dios. ¿Qué es esto, un árbol para rascar y oler?

―Está perfumado. ―Puse mi cara en las ramas e inhalé―. Ahh, árboles de


invierno.

El ceño de Charlie se frunció.

―Eso no es un olor a árbol. Es un olor Made in China.

―Oye. Sé amable o no te daré de comer. ―En mi horno había una lasaña de


pollo y alcachofas, y mi casa olía divinamente.

Borró la expresión de fastidio de su cara.

―Por la lasaña casera, seré amable.

―Gracias. Oye, ¿tienes que trabajar este sábado por la noche? Mia y Lucas
quieren cenar.

―Eso suena divertido.


―Genial. Después he pensado que podríamos volver aquí, tengo un regalo
para ti, y será la última noche que pueda verte antes de Navidad.

―¿Abrir los regalos junto a este árbol falso?

Me puse las manos en las caderas.

―Si es tan aborrecible para ti, ¿por qué no lo hacemos en tu casa? Todavía no
he visto dónde vives.

Se encogió de hombros y volvió a centrar su atención en el tendido de luces.

―No, mi casa es un desastre. Lo odiarías.

―Yo no juzgaría.

Me dedicó una sonrisa de disculpa por encima de un amplio hombro.

―Lo limpiaré pronto y luego te invitaré. Lo prometo.

Mientras comíamos, me pregunté si volvería a quedarse a dormir, pero no


quise preguntar. Si pasa, pasa, pensé. Y si no sucede, también está bien. No hay
que precipitarse. Yo no diría nada al respecto.
Cuando terminamos de comer y de cargar el lavavajillas, me sequé las manos
en una toalla, la doblé con precisión y la colgué sobre el borde del fregadero.
Me di la vuelta y encontré a Charlie apoyado en la isla y mirándome. Sólo
estaba encendida la pequeña luz que había encima de la cocina, lo que lo dejaba
casi totalmente en la sombra. Se me revolvió el estómago.

¿Por qué estaba tan nerviosa?

Agarré el mostrador detrás de mí.

―Entonces.

―Entonces. ―Miró por encima del hombro hacia la isla―. Estaba pensando
en aquella noche... en la que se fue la luz.
Tragué saliva.

―Sí. Eso fue... intenso.

Asintió lentamente.

―Y estaba pensando en la noche de tu robo. En esas esposas en el baño y en


lo mucho que me sorprendió verlas.

Me pasé las manos por la cara.

―Oh, Dios.

Se rió.

―No seas tímida al respecto. Me hizo pensar que había más en ti de lo que se
ve a simple vista. No es que haya nada malo en lo que se ve a simple vista. ―Se
acercó a mí, me tomó de las muñecas y las empujó hacia abajo―. Pero me alegró
mucho saber que la princesa disfruta a veces de estar encerrada en la torre.

Me encontré con sus ojos.

―Ella lo hace. Sólo que nunca se lo había dicho a nadie. ―Me besó,
perezosamente, sensualmente, encendiendo una mecha en mi interior―. Charlie
―dije contra sus labios.

―Sí.

―Hay otras cosas por las que siento curiosidad.

―¿Oh? ―Su boca recorrió mi mejilla y bajó por mi garganta―. ¿Cómo qué?

Levanté los hombros.

―No sé. Pequeñas cosas sucias. Cosas que apuesto a que un lobo feroz como
tú podría enseñar a una niña buena como yo. Cosas que podrías enseñarme.
―Le susurré al oído―. Seré una buena estudiante.
Hizo una pausa, y un rugido bajo sonó en lo profundo de su garganta.

―Me estás tentando, Red.

―Bien.

Sus labios encontraron los míos.

―¿Puedo quedarme esta noche?

Sonreí.

―¿Has traído las esposas?

―Creo que puedo encontrarlas.

―Entonces creo que estaré arriba. ―Me dirigí a la puerta de la cocina y la


cerré con una floritura―. ¿Ves qué buena chica soy ahora, cerrando la puerta
antes de subir a ducharme con mi vibrador?

Salí de la cocina con una sonrisa en la cara, despegando la sudadera de mi


cuerpo...

Fue como en mis fantasías. Estaba sola en la ducha, con las velas encendidas,
cuando vi la sombra en la cortina.

Me esposó al toallero, me amenazó con comerme vivo y cumplió.

Utilizó el Conejo Travieso sobre mí en lugares que me hicieron temblar y


suplicar, murmurando todas las formas en que quería destrozarme.
Se puso un preservativo incluso cuando le dije que estaba bien, que tomaba la
píldora, y me folló sin sentido contra la pared de azulejos blancos, con el agua
caliente cayendo sobre nuestros cuerpos, mis manos enroscadas en su pelo, sus
dedos agarrando la parte trasera de mis muslos, nuestras bocas cerca pero sin
tocarse, nuestros ojos fijos.

Menos mal que no podía hablar. Sólo Dios sabe lo que habría dicho.

A la mañana siguiente me invitó a comer con él y su abuelo el domingo.

―¿De verdad? ―Mi corazón se hinchó de felicidad. Seguíamos en la cama,


Charlie de espaldas, yo arropada contra su costado.

―Sí. Me gustaría que lo conocieras, y él quiere conocerte.

―¿Le hablaste de mí? ―Levantando la cabeza, parpadeé, sorprendida.

―Sí. Dijo que quiere ver a la chica que me hizo ir al ballet. Le dije que cuando
te vea, lo entenderá.

Sonriendo, me levanté de un salto y me senté a horcajadas sobre él.

―Estoy excitada.

―Se nota. Recuérdame que te invite a comer más a menudo.

―Basta ya. ―Le di una palmada en el estómago y luego me incliné hacia


adelante para recostarme sobre su pecho, enterrando mi cara en su cuello―. No
es la comida lo que me excita, tonto.
―¿Qué es?

Sonreí alegremente.

―No lo sé. Todo.

Me besó la parte superior de la cabeza y me rodeó con sus brazos.

―Sé exactamente lo que quieres decir.

Al día siguiente, fui al centro comercial con Mia para hacer algunas compras
navideñas.

―¿Vas a comprar un regalo para Charlie? ―me preguntó mientras buscaba


una plaza de aparcamiento en la estructura.

―Ya le he comprado una botella de whisky irlandés y unos vasos antiguos,


pero también quiero comprarle unas toallas.

―¿Toallas?

―Sí, le gustan estos blancos y esponjosos de algodón turco en mi casa. Los


compré en Restoration Hardware, así que puedo comprar algunos hoy.

Me miró de reojo.

―¿Le gustan las toallas de tu casa? ¿Significa esto que se ducha allí?

Abrí la puerta del coche.

―Puede ser ―dije tímidamente.


―¡Erin Marie Upton! ¿Cuál es la primicia? ―Salió de un salto y dio un
portazo―. ¿Han tenido la charla? ¿Se están duchando pero no saliendo?

Me reí cuando me agarró del brazo y me sacudió.

―Sí, hemos hablado. Sí, estamos saliendo. Y nos duchamos.

―¡Uf! ¿Y?

―Y es bueno ―dije mientras caminábamos hacia la entrada de Macy's―.


Todavía está un poco indeciso y yo sigo un poco paranoica, pero nos va bien. El
domingo me presentará a su abuelo. Estaba pensando en invitarlo también a
Nochebuena en casa de mi madre.

―¡Qué dulce! ―Abrió la pesada puerta de cristal y se la quité.

―Oye, no abras eso. Es pesado. Tienes que tener cuidado. ―Lo mantuve
abierto para que ella pudiera pasar primero, pero puso los ojos en blanco.

―Por favor. Entre la visita de mi madre y Lucas adulándome cada segundo,


apenas he movido un dedo para lavarme los dientes esta semana.

―Nos preocupamos por ti. ¿Cómo te sientes? ―Caminé junto a ella hacia el
cálido y ruidoso bullicio de finales de diciembre del centro comercial.

―Bastante bien. Esta mañana, al menos. Así que pongámonos en marcha


antes de que tenga que vomitar de nuevo.

Hice una cara.

―Qué asco. Recuérdame que no tenga hijos.

Se rió.

―No haré tal cosa. Tú y Charlie tendrían bebés adorables.

―¡Mia! ―Le di un codazo―. Ni siquiera lo pienses.


Pero, por primera vez, mi fantasía de esa noche no incluía un vibrador, unas
esposas, ni siquiera un orgasmo. Sólo un árbol de verdad, Charlie y yo, y cuatro
manitas rompiendo sus regalos, ojos azules brillando. Me dije a mí misma que
tuviera cuidado. Me dije que esperara. Me dije que no contara con nada.

Pero me dormí sonriendo.

Mi madre me había estado molestando para que viniera toda la semana. La


había evitado porque tenía la sensación de que quería interrogarme sobre Charlie.
No es que no quisiera hablarle de lo nuestro, pero me sentía extrañamente
protectora de lo que teníamos. Sabía que esperaba que uno de sus hijos se casara
pronto y le diera algunos nietos. Mi hermano tenía veinticinco años y estaba
enterrado en su último año de derecho en Michigan, así que estaba fuera. Era
demasiada presión para mí. Pero el viernes por la tarde, finalmente cedí y fui a su
casa a tomar un café rápido antes del trabajo.

―¿Cuándo terminas de dar clases en las vacaciones de Navidad? ―preguntó,


sirviendo café en una taza que decía Bendita es la mujer de fe. Me la dio y sacó
otra taza del armario.

―Mañana es el último día de clases en dos semanas. ―En la encimera añadí


una cucharadita de azúcar y vertí un poco de nata de la jarra que ella había
puesto.

―Bien. Trabajas demasiado. Necesitas un tiempo libre. Ya sabes, para salir un


poco más.
―Mmhmm. ―Aquí viene, pensé, tomando asiento en la mesa de la cocina.
Tres, dos...― Así que cuéntame sobre Charlie Dwyer. Fue interesante verlos
juntos.

Le di mis líneas decididas.

―No hay mucho que contar más allá de lo que ya sabe. Estaba de patrulla la
noche de mi robo. Nos reencontramos.

―¿Así que no estáis saliendo entonces? Se los veía muy cómodos en la boda.

―Nos lo estamos tomando con calma.

―Yo también lo haría con un hombre que tiene una hija.

Mi corazón se detuvo por un segundo. Debo haber escuchado mal.

―¿Una qué?

―Una hija. ¿La has conocido ya? ―me preguntó con la misma indiferencia
que si hubiera conocido a su gato.

Clink clink clink fue su cuchara de azúcar en la taza. El lavavajillas zumbaba.


El pequeño televisor de la esquina chirriaba con los presentadores de los
programas matutinos. Y un martillo neumático golpeaba dentro de mi cabeza. Me
llevé dos dedos a la sien.

―¿Dónde has escuchado que tiene una hija?

Llevó su taza a la mesa y se sentó frente a mí.

―Bueno, ayer me encontré con Shirley Munson. ¿Te acuerdas de Shirley, que
va a St. Joan y tenía los dos hijos de tu edad, los que abrieron ese concesionario
de coches en Gratiot? Al que atraparon engañando a sus impuestos y a su mujer,
y Shirley estaba muy avergonzada. Ella había estado presumiendo de lo buenos
maridos y padres que eran, también. Sobre cómo sus esposas ni siquiera tenían
que trabajar y eso es lo que hace que un hogar funcione, cuando las esposas están
en casa con los niños. Creo que fue una indirecta hacia mí porque estoy
divorciada.

―Mamá, déjalo. ―Mis uñas se clavaron en mis muslos―. ¿Cómo te


enteraste de la existencia de una hija? ―Mi boca apenas podía formar las
palabras. Mi cerebro apenas podía entenderlas.

¿Una hija?
―Bueno, de todos modos, evidentemente se mantuvo en contacto con la
madre de Charlie, Jane. O eso, o se dedicaba a conocer los chismes de Des
Moines. Pero cuando me escuchó mencionar su nombre, dijo que Charlie
abandonó la universidad para casarse con una chica que dejó embarazada y que,
aunque se divorciaron, se mudó aquí para estar más cerca de la hija. ¿Así que
aún no la conoces?

La bilis subió a mi garganta.

―Uh... no.

¿Qué carajo? ¿Qué mierda? ¿Qué mierda? ¿Charlie tenía una hija? ¿Una ex-
esposa? ¿Por qué me había ocultado todo esto? ¿Y qué demonios se suponía que
tenía que decirle a mi madre? Si le decía la verdad, quedaría como el mayor idiota
del planeta. Si jugaba como si lo supiera todo, ella me haría un montón de
preguntas que no podría responder. ¿Como cuál es su nombre?

Me sentí mal. Se me revolvía el estómago, un remolino de ira, amargura,


resentimiento, vergüenza y miedo. Bajé la mirada a mi café, sabiendo que
vomitaría si tomaba un solo sorbo, pero sin saber cómo hacer para no quedarme a
beberlo. Pero no podía quedarme quieta ni un segundo más.
―Mamá, lo siento, acabo de recordar algo que tengo que hacer antes de la
clase. ―Me levanté de un salto, llevando mi taza al fregadero y tirándola.

―¿Qué? Acabas de llegar.

―Lo sé, pero tengo que enviar un paquete ahora mismo o no llegará a
tiempo. ―Recogí mi bolso del suelo y corrí hacia la puerta.

―¿A tiempo para qué, para Navidad? ¿Un paquete para quién? Erin, ¿qué
demonios? ―Pero no podía hablar. No podía pensar. No podía respirar.

Charlie tenía un hijo.

Una hija.
Capítulo veintidós
Me subí al coche y conduje sin rumbo. Ni siquiera sabía a dónde ir. Qué
hacer. ¿Debo llamarlo? ¿Enfrentarme a él? ¿Acusarlo? Mil pequeños momentos
pasaron por mi cerebro, arrastrándose como hormigas. Por eso no quería que
viera donde vivía: había pruebas de una hija. Una ex-esposa. Por eso me advirtió
que podía salir herida, porque sabía que me estaba mintiendo, ocultándome esto.
Por eso no quería que mi madre se pusiera en contacto con la suya, no quería que
me enterara de esto a sus espaldas. ¿Pero cuándo pensaba decírmelo? Habíamos
retomado el contacto a principios de octubre, y ahora era Navidad. Había tenido
más de dos meses para decírmelo.

Pero no lo hizo. Esperó a que me enamorara de él.

Tal vez nunca había planeado decírmelo porque nunca tuvo la intención de
dejarnos ser más de lo que éramos.

Me sentí enferma, traicionada, herida. Por eso, pensé, al detenerme en un


semáforo. Por eso no puedes confiar en nadie, especialmente en la gente que te
avisa. Dios, ¡había sido tan estúpida! Él me había dicho de plano que no era bueno
para mí, ¡y tenía razón! ¿Por qué no le había creído?

La ira hervía en mí, subiendo a la cima de mi sopa emocional. ¿Cómo se


atreve? ¿Cómo se atreve a suponer que se saldrá con la suya? ¿Cómo se atreve a
asumir que salir con alguien con un hijo está bien para mí? ¿Cómo se atreve a
suponer que puede pavonearse en mi vida y estropearla? Para empezar, yo tenía
razón. No ha cambiado en absoluto. Es un matón, un mentiroso y un imbécil
arrogante.
Delante de mi coche, un padre y su hijo pequeño cruzan la calle. La niña,
enfundada en un traje de nieve de color púrpura, caminó lentamente hasta que su
padre la recogió. Surgieron más recuerdos. La noche en el ballet. La tarde en la
pista de patinaje. La forma en que había ayudado a esos niños tan pequeños.

Tengo debilidad por las niñas.


Golpeé mi mano en el volante, las lágrimas finalmente se derramaron por el
shock. Vale, no era una persona horrible, no del todo. Pero, ¿por qué no había
sido sincero desde el principio?

¿Por qué no quería que supiera que tenía un hijo? ¿Era este su enfoque
de las relaciones, entonces? Sólo revelar lo que crees que el otro debe saber y
ocultar lo que te avergüenza, aunque se trate de otro ser humano?

¿Y dónde nos deja esto?

¿Quería salir con alguien que tuviera un hijo? ¿Podría soportarlo? Nunca me lo
había planteado. Tener hijos parecía algo muy lejano en el futuro, algo que
venía después de tener una boda y una casa y plantas que te acordabas de regar.
Claro que había soñado un poco con que Charlie y yo tuviéramos un futuro, pero
no era real.

Esta niña era real. Dolorosamente real. Necesitaba ser alimentado y regado.
Varias veces al día. ¡Yo no era bueno en eso!

Un coche detrás de mí tocó el claxon y me di cuenta de que el semáforo había


vuelto a ponerse en verde. Puse el pie en el acelerador, pero conduje tan despacio
que los coches de detrás empezaron a pasarme uno a uno. Con el piloto
automático, conduje hasta el estudio, pero cuando me detuve frente a él, no me
bajé ni entré. Me senté mirando las ventanas delanteras, pensando en la noche
en que se presentó en la clase de baile con Krista con una K, la abandonó y luego
volvió a por mí.

Así que ese es el patrón. Salir con una chica, dejar que se acerque lo
suficiente, y luego dejarla.
Fruncí el ceño, pensando en la forma en que trató de advertirme, no sólo esa
noche sino también otras veces. Las cosas empezaron a encajar, piezas
desconcertantes de la vida de Charlie que antes no parecían tener sentido.

Por eso dejó Purdue.


Estas son las "cosas malas" que ha hecho. Ella es la "buena chica" con la que se
equivocó.
Bueno, la siguiente no sería yo. Apagando el coche, me decidí a enfrentarme
a Charlie lo antes posible. Llamarle la atención sobre sus mentiras. Decirle que
habíamos terminado.

Oh, Dios. Dejo caer la cabeza hacia delante, mi frente golpea el volante. Una
escena.

Hacia las seis, tuve un descanso en mi horario de enseñanza y consideré la


posibilidad de llamarlo, pero decidí que no podría soportar escuchar su voz. De
todos modos, estaba en el trabajo y probablemente no atendería el teléfono. En
su lugar, le envié un mensaje de texto, escribiendo cuidadosamente cada palabra
para no tener ninguno de mis habituales y vergonzosos problemas de
autocorrección.

¿Puedes venir después del trabajo? Es importante.


No respondió de inmediato, así que terminé el ensayo y me dirigí a casa,
parando en la tienda para comprar una botella de vino. Cuando volví al coche, ya
tenía su respuesta.

Claro. Pero será tarde. Y no tengo tus regalos envueltos. ¿Sigue en pie lo de
mañana por la noche?
Mierda. ¿Cómo debía responder a eso? No quería mentir y fingir que todo
estaba bien, pero tampoco quería hablar de esto por teléfono.

Me temblaron las manos mientras enviaba mi respuesta, que debía ser


Posiblemente, pero como estaba nerviosa, lo que le envié fue Pus funk.
―¡Maldita sea! ―Dejé caer el teléfono en mi regazo y me froté las sienes. Un
momento después, zumbó contra mis piernas.

Eso es nuevo. Puede que tengas que enseñarme esta vez. Estaré allí sobre las
once.
Eran poco más de las ocho. Tenía tres horas para temer la noche que me
esperaba. Realmente necesitaba ese vino.
Capítulo veintitrés
Me duché y me serví un vaso.

Confesión: Me serví el vaso primero y me lo llevé a la ducha, enjabonándome


con una mano y bebiendo con la otra.

Salí y me vestí, eligiendo unos vaqueros y un jersey en lugar del pijama,


aunque en realidad sólo quería hacerme un ovillo e irme a la cama, olvidando que
el día de hoy había ocurrido. Después de picotear una ensalada, pero sin poder
comer, abandoné el esfuerzo y me senté en el sofá, encurtiendo mi ira con vino.
Me bebí un segundo vaso, y luego un tercero. Y cuanto más la maceraba, más
intensa se volvía, porque, joder, ¡había tenido todas las oportunidades para
decirme la verdad! La única verdad que podía ver era que no me tomaba en serio.
Yo era una aventura, eso era todo. No valía la pena la honestidad. No vale la pena
la confianza. No vale la pena el compromiso.

Yo era una aventura, y él era un mentiroso. Yo no estaba de acuerdo con eso.

Mi casa estaba tan silenciosa que escuché el crujido de sus pasos en la nieve
cuando llegó a la entrada, unos minutos antes de las once. Esperaba que llamara a
la puerta, pero aún así me sobresalté cuando sonaron tres golpes fuertes en el
cristal. Con el Pinot Grigio en la mano, me dirigí a la puerta y la abrí.

Mi confianza flaqueó cuando vi la forma en que se iluminó al verme. Cuando


sentí la forma en que mi corazón latía más rápido al verlo. En algún lugar de mi
mente, brotó la esperanza. Tal vez no sea cierto. Tal vez debería preguntar y no
acusar. Tal vez debería escuchar su versión.
―Hola ―dijo, sus ojos se nublaron de preocupación cuando notó mi
expresión preocupada―. ¿Qué pasa? ¿Va todo bien?

―Tenemos que hablar. ―Mi voz tembló.

―Uh oh. Suena serio. ¿Ya estás rompiendo conmigo?

Metiendo las manos dentro de las mangas de mi jersey, me aparté de la


puerta. La cerró tras de sí y se quitó las botas de nieve, con cuidado de dejarlas en
la alfombra. No llevaba puesto su uniforme, pero llevaba un grueso jersey azul con
cierre de palanca y una camisa de franela debajo que me hizo desear meterme
dentro de su ropa y quedarme allí.

Dejó mi copa de vino a un lado y se acercó a mí, y antes de que pudiera


detenerme, dejé que me tomara en sus brazos. Besara mi cabeza. Me meciera un
poco.

―Hola, tú. ¿Qué pasa?

Se sentía tan bien. Tan condenadamente bien. Pero en la boca de mi


estómago crecía el miedo nauseabundo que solía sentir cuando mis padres
llegaban a casa después de una fiesta y sabía que se avecinaba una discusión. Tal
vez no tenga que decir nada. Tal vez pueda fingir que no lo sé. Podemos tener
sexo e ignorar esto otro día. Entonces miré las plantas muertas del alféizar de la
ventana y recobré el sentido común.

Lo que quedaba de ellos después de la escabechina, al menos.

―Quiero hablar.

―De acuerdo.

―No puedo hablar así. Tienes que dejarme ir.

Me apretó más fuerte.


―Nunca.

Lo aparté y retrocedí un paso. La habitación giró un poco.

―No digas esas cosas.

Parecía confundido.

―¿Cosas como qué?

―Cosas como nunca, cuando se trata de dejarme ir. No las dices en serio.
Eres un mentiroso.

Miró mi copa de vino.

―¿Estás borracha?

―No ―dije, aunque era obvio que sí.

Charlie entrecerró los ojos.

―Erin, ¿de qué se trata esto?

―Se trata de que me has dejado en ridículo.

―¿Y cómo lo hice?

―¡Tienes una hija! ―Estallé―. ¡Una hija! ¡Y no me has dicho nada de ella, ni
en meses! ¡Y sabes que mato plantas!

Charlie se quedó con la boca abierta durante un segundo.

―¿Qué?

―¡Y una ex-esposa también! ¿Cómo pudiste pensar que no me enteraría,


Charlie?

Sacudió ligeramente la cabeza.

―¿De dónde viene esto?


―¿Lo niegas?

―No ―dijo con cuidado―. Pero no me gusta la forma en que me atacas con
ella.

Tosí y escupí.

―¿No te gusta? ¿No te gusta? Eres una pieza de trabajo, Charlie Dwyer.
Entras aquí, con tu placa y tu taladro y tu madera dura, y mientes para seducirme
y hacer que me enamore de ti, ¿y ahora no te gusta que haya descubierto la
verdad?

―¡Seducirte! Erin, ¿qué demonios? Esto no es propio de ti en absoluto.

No lo era, pero me sentí bien al soltar lo que me apetecía decir.

―Sé sincero por una vez ―dije―. ¿Tienes o no tienes una hija? ¿Estuviste o
no estuviste casado con su madre? ―Contra todo pronóstico, esa pequeña parte
de mí rezaba para que dijera que todo era un malentendido.

Dudó demasiado tiempo.

―¡Contesta! ―Le grité.

―No veo por qué debería hacerlo ―gritó―. Sólo vas a quedarte ahí y
juzgarme como sabía que harías.

Me encogí de hombros.

―¡Juzgarte! ¿Es eso lo que crees que es? ¿Que te estoy juzgando por tener
una hija? ¿Por estar casado y divorciado? ―Pero estaba borracha, así que salió
más como jusztarrrrte que como juzgarte.

―¡Por cometer errores! Por ser menos que perfecto, lo que ambos sabemos
que eres. Nunca has hecho una cosa mal en tu vida, Miss Reina Perfecta del Baile
de Bienvenida con sus suelos limpios y su estante de especias ABC y su falso
árbol de Navidad perfumado que no deja caer ninguna aguja. No todos podemos
ser tan perfectos como tú, lo sabes.

―¡Vete a la mierda! ―Agité mi dedo en su cara―. Cometí un error, y fue


dejarte entrar en mi vida. Tuviste todas las oportunidades para decirme la verdad,
y no lo hiciste. Me mentiste.

―¡No te he mentido! ―Los ojos azules de Charlie se encendieron―. Elegí


no compartir algo contigo en este momento de nuestra relación. Es mi vida
personal, ¡y yo elijo cuando comparto las cosas!

―¡No es una maldita cosa, Charlie! Es lo que eres, eres un padre. ―¿Por qué
no podía ver que tener un hijo no era algo que se podía compartir o no, como la
aversión al cilantro o la afinidad por el chocolate caliente? Era una parte esencial
de su identidad―. Siento como si no te conociera en absoluto, como si nunca lo
hubiera hecho.

Charlie inhaló y exhaló, y pude ver que trataba de mantener su


temperamento bajo control.

―Te dije desde el principio que había cosas en mi pasado de las que no estaba
orgulloso.

―Podrías haber sido un poco más específico ―escupí. Tenía los labios tan
entumecidos que confundí la palabra "específico".

―También te advertí que no te encariñaras, ¿no? Te dije que estropeo todas


las cosas buenas de mi vida.

―Bueno, ¡felicidades! Tenías razón.

Nos quedamos mirando el uno al otro durante un momento.

―Así que eso es todo, entonces. ¿Terminas con esto?


―¿Eso es todo lo que tienes que decir? ―chillé―. ¿Ninguna explicación real?
¿Ninguna razón real de por qué me has estado mintiendo? ¿No crees que me
debes la verdad?

Charlie pareció luchar con la respuesta. Finalmente se puso de pie,


levantando el pecho.

―Te dije la verdad y no me creíste.

―¡Ja! ¿Cómo lo sabes?

―La verdad es que nunca seré quien tú quieres que sea. Fue estúpido por mi
parte siquiera intentarlo. ―Luego se dio la vuelta, metió los pies en las botas y
salió furioso.

Tomé mi copa de vino de la isla y se la lancé, estremeciéndome al escucharla


romperse contra la puerta y rompiendo a llorar cuando volví a estar sola en el
silencio.

Odio los malditos líos.


Capítulo veinticuatro
Pasaron unas miserables Navidades y no supe nada de Charlie. Sus regalos
estaban bajo mi árbol, envueltos y acumulando polvo, tristes recuerdos de lo que
debería haber sido nuestra primera Navidad juntos. No me atrevía a tocarlos. Mia
fue mi salvación, incluyéndome en todos sus planes navideños, manteniendo una
alegre charla sobre el bebé y escuchando pacientemente cada vez que quería
revolcarme en mi miseria. Le conté lo de Charlie y apoyó plenamente mi decisión
de romper con él.

―Un hijo no es algo que se le echa encima a alguien ―había dicho―. ¡Ni
siquiera te dijo por qué te ocultó esto!

Coco y Nick volvieron de su luna de miel en Hawai con bronceados y tatuajes


nuevos y sonrisas de felicidad en sus rostros. Me sentía amargada cada vez que los
veía, y luego horriblemente culpable por ello. Se merecían su felicidad y habían
luchado mucho por ella. No es que les envidie su felicidad para siempre,
simplemente no estaba de humor para verla. Así que cuando invitaron a gente a
su casa en Nochevieja, fingí un malestar estomacal y me quedé sola en casa,
comiendo helado, bebiendo el whisky que había comprado para Charlie y
cuidando mi corazón roto. Vi cinco episodios de Breaking Bad, asintiendo y
llorando como una idiota cuando Pinkman fue a rehabilitación y se enteró de
quién era realmente: el malo.

―¿Ves? ¿Por qué no puedes afrontarlo y admitirlo? ―Hice un gesto salvaje


con mi gran cuchara hacia el televisor, aunque estaba hablando con Charlie―.
Pinkman puede afrontarlo. ¿Cómo puedes dejar que Pinkman sea un hombre más
grande que tú?

Pero supongo que Charlie se identificaba más con Walt, que seguía negando
quién era. Creía que podía hacer cosas horribles y seguir siendo una buena
persona. Pero no podía, ¿verdad? Empecé a sentirme mal. Volví a poner el helado
en el congelador, me serví otro vaso de whisky y cambié a Sexo en Nueva York.
Necesitaba algo ligero y esponjoso.

Pero a mitad del primer episodio, mi teléfono recibió un mensaje de texto.


Odiándome por esperar que fuera Charlie, lo tomé de la mesita y lo leí.

Era de Mia. ¡¡Feliz Año Nuevo!! Te echamos mucho de menos esta noche.
Aquí tienes un gran abrazo y un beso, ¡espero que te sientas mejor! XOXO
¿Era ya medianoche? Había pasado otro día sin saber de él, y ya eran trece.
Resoplé, imaginando a mis amigas y sus maridos en una fiesta, besándose y
riendo y brindando por su felicidad infernal. Por millonésima vez, me pregunté
qué estaría haciendo Charlie esta noche.

¿Trabajando? ¿En casa con su hija? ¿Saliendo con amigos? ¿Saliendo con una
cita? Se me revolvió el estómago. ¿Se iría a casa con alguien esta noche porque se
sentía solo, como yo? ¿Me echaba de menos? Esperaba que sí. Mi único consuelo
era imaginar que se sentía tan miserable sin mí como yo sin él.

Me envolví en la manta de mi sofá, extrañando aún más su cálido cuerpo


junto a mí, y terminé el resto del episodio. Cuando terminó, me sentí
somnoliento y pensé que sería mejor ir a la cama cuando vi los faros por la
ventana de mi casa. ¿Era un coche que frenaba delante de mi casa? Desde el robo,
me ponía un poco nerviosa cada vez que eso ocurría. Tranquila, probablemente
sea alguien que conduce despacio porque ha estado bebiendo. Pero, por si acaso,
me dirigí a la cocina y comprobé que había cerrado la puerta con llave y puesto la
alarma. También comprobé la fachada. Todo era seguro.

Pero los faros permanecieron frente a mi casa. Nerviosa, apagué todas las
luces y me asomé.

Era el coche de Charlie.

Mi teléfono sonó.

Mordiéndome el labio, caminé lentamente hacia él. Lo levanté.

¿Estás despierta?
¿Debo responderle? Una parte de mí pensaba que acababa de salir del trabajo
y que también se sentía solo, lo que era una razón aún mejor para ignorarlo que la
pelea que habíamos tenido. Si lo veía esta noche, no estaba segura de tener la
fuerza de voluntad para evitar acostarme con él.

No. No lo hagas. No dejes que te afecte, sólo busca a alguien que haga
desaparecer su dolor durante una hora.
Pero otra parte de mí pensó que tal vez había tenido tiempo para pensarlo y
quería volver a hablar. ¿Estaba preparada para escuchar? Ahora que mi
temperamento se había enfriado un poco, tenía muchas preguntas. ¿Qué edad
tenía? ¿Cómo se llamaba? ¿Por qué no me lo había dicho? ¿Quién era su madre?
¿Dónde vivían? ¿Tenía él la custodia? Mi teléfono volvió a sonar.

Te echo mucho de menos. Y lo siento.


Se me hizo un nudo en la garganta. Yo también lo echaba de menos. Tanto
que estaba dispuesta a darle la oportunidad de dar algunas respuestas. Me
volvería loca si no me enteraba de toda la verdad. Pero los faros comenzaron a
avanzar lentamente por la calle y doblaron la esquina.
Se ha ido.

Creo que no dormí en toda la noche. Me quedé despierta, con el teléfono en


la mano, escribiendo y borrando mil mensajes.

Yo también te echo de menos.


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Yo también lo siento.
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Todavía estoy despierta. Vuelve.


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Mierda, esto era más difícil de lo que pensaba. Quería hacerle saber que
estaba dispuesta a hablar pero también transmitirle que no había superado del
todo lo que había hecho.

Al final, me conformé con el directo: Hablemos.


Capítulo veinticinco
Enero

Acordamos reunirnos para tomar un café en Starbucks el día 2. Un espacio


neutro. Pensé que era mejor evitar mi casa, donde podría tener la tentación de A)
beber o B) desnudarme.

Cuando entré en el estacionamiento, la visión del coche de Charlie me hizo


sentir un montón de mariposas en el estómago. Pero no fue nada comparado con
lo que la visión de él de pie junto a la puerta esperándome hizo a mi corazón. Se
detuvo, emitió unos cuantos latidos erráticos y luego se asentó en un golpeteo
como el de las alas de un colibrí. Estacioné el coche y me acerqué a él con las
piernas temblorosas.

―Hola. ―Se acercó a mí como si estuviera a punto de besar mi mejilla, pero


abortó la misión. Oh, Dios. Volvíamos a estar incómodos.

―Hola.

Me abrió la puerta y esperamos en la cola en silencio antes de pedir las


bebidas y elegir una mesa al fondo. A las dos de la tarde, el local no estaba tan
lleno: sólo algunas personas con ordenadores portátiles y algunas parejas de
amigos.

―¿Cómo has estado? ―preguntó en voz baja. No había ni rastro del Charlie
burlón y engreído que conocí el otoño pasado, ni tampoco era el Charlie frío y a la
defensiva que había sido la noche que nos peleamos. Hoy sólo parecía triste.
Miserable sin ti.
―Bien.

―¿Qué tal la Navidad y el Año Nuevo?

Una mierda. Me encogí de hombros.


―Decente. ¿Y el tuyo?

―Decente. ―Tomó un sorbo de su taza antes de dejarla y poner ambas


manos sobre la mesa―. Hay muchas cosas que quiero decir.

―Hay muchas cosas que quiero escuchar.

―Pero primero tengo que disculparme por mi comportamiento la última vez


que nos vimos. No debería haber reaccionado así. Me siento... frustrado conmigo
mismo y con mis malas decisiones, y a veces me desquito con los demás. Es algo
en lo que tengo que trabajar. Perdóname.

Conmovida por su sencilla petición, parte de mi arrogancia se disipó.

―Yo tampoco me comporté muy bien. Estaba herida y enfadada y me sentí


traicionada, pero debería haberte dado la oportunidad de explicarte sin tantos
gritos y acusaciones. Yo también te debo una disculpa.

―No me debes nada.

Puse una mano sobre la suya.

―Entonces deja que te lo ofrezca, ¿de acuerdo? Lo siento. Y estoy dispuesta a


escuchar. ―Me senté, esperando que eso fuera cierto―. Entonces, tienes una
hija.

―Sí. Se llama Madison. Tiene siete años.

―¿Tienes una foto de ella?


Sacó su teléfono y hojeó sus fotos hasta encontrar lo que buscaba. Por alguna
razón, estaba tan nervioso que apenas podía respirar.

―Aquí está. ―Giró la pantalla hacia mí y vi la imagen de una niña con cara
de ángel, pelo rubio miel hasta la barbilla y los ojos azules de Charlie. Sonreía a la
cámara con una sonrisa de dientes perdidos y mostraba con orgullo su brazo
derecho, cubierto de tatuajes temporales.

―Es hermosa.

―Gracias.

Me incliné más cerca.

―¿Esas son... ranas?

―Sí. Está loca por las ranas, por alguna razón. ―Volvió a mirar la foto, sin
poder evitar una sonrisa en su rostro. Era un tipo de sonrisa diferente a la que
había visto en él: afectuosa y orgullosa. Incluso sonaba diferente cuando hablaba
de ella.

Me incliné de nuevo hacia atrás.

―Mi madre escuchó hablar de ella por alguien de la iglesia que se mantiene
en contacto con tu madre.

Charlie cerró los ojos y respiró profundamente.

―Me imaginé que eso pasaría eventualmente. Iba a decírtelo, Erin. Quería
decírtelo. Tantas veces. De hecho, iba a decírtelo el fin de semana que nos
peleamos por ello.

Me puse rígida. Por supuesto que lo estaba.

―Eso es dos meses demasiado tarde, Charlie. Deberías habérmelo dicho


desde el principio.
―Ahora lo sé. Pero hay una razón por la que no dije nada de inmediato, y
luego, cuanto más tiempo pasaba, más difícil se hacía. Pero no quiero que pienses
que es algo que me tomo a la ligera, o que la razón por la que no te lo dije tiene
algo que ver contigo personalmente.

Sacudí la cabeza.

―Estoy confundida, Charlie. ¿Cómo es posible que no tenga nada que ver
conmigo? Desde mi punto de vista, no te preocupaste lo suficiente por mí o por
nosotros como para revelar quién eres realmente. Ser padre es algo muy serio.

―Lo es, y me di cuenta de ello demasiado tarde. Te lo contaré todo si me


escuchas.

Tomé aire. Tranquila. Tranquila.

―De acuerdo.

―Una vez te dije que tengo un mal historial con las chicas buenas. El primer
año en Purdue, me aproveché de una.

―¿Cómo es eso?

―Laura era la ex novia de un chico de mi fraternidad con el que no me


llevaba bien. Siempre se quejaba de que ella no salía, y le aposté que yo podía
triunfar donde él había fracasado.

Se me revolvió el estómago.

―Ew. ¿Así que te acostaste con ella?

Hizo una mueca.

―Con el tiempo. Primero, conseguí que se enamorara de mí. Confía en mí.

―¿Por qué? ―Sacudí la cabeza, asqueada―. ¿Sólo para poder ganar una
apuesta?
Su tono se volvió ligeramente defensivo:

―Al principio era eso, sí. Pero era guapa, divertida e inteligente, y me
gustaba mucho. Acabamos saliendo un tiempo, pero nunca fui un buen novio.
―Hizo una pausa, con los hombros caídos―. Luego se quedó embarazada.

―Ya veo.

―Cuando me lo dijo, me asusté. La acusé de hacerlo a propósito para


atraparme.

―Dios ―dije, cruzando los brazos sobre mis agitadas entrañas. Mi buena
voluntad estaba disminuyendo más rápido de lo que esperaba―. Eso es
repugnante.

―Lo sé.

―Continúa. ¿Qué pasó después de que se quedó embarazada?

Charlie se quedó mirando la mesa mientras continuaba.

―Laura no creía en el aborto, que era lo que yo quería que hiciera. Me ofrecí
a pagarlo.

―Qué amable de tu parte.

Hizo una mueca ante mi sarcasmo, pero continuó.

―Se lo contó a su familia, y su padre bajó al colegio y me exigió que asumiera


la responsabilidad de mis actos como un hombre. Mi padre dijo lo mismo. Luego
llamó mi abuelo... lo mismo.

―Oh, bien, realmente tienes un abuelo. Me lo preguntaba.

Levantó los ojos de la mesa.

―Por supuesto que tengo un abuelo. Y él es importante para mí. No he


mentido en eso.
Genial, eso es una cosa, al menos. Pero no es suficiente.
―Así que te casaste con esta chica.

―Sí. Me casé con ella, dejé los estudios y tomé un trabajo para mantenerla a
ella y a Madison, pero fui un marido y un padre terrible. Tenía veintiún años y
estaba enfadado y resentido porque esto había arruinado mi vida. Todos mis
planes.

―Eso es bastante insensible, Charlie.

Parecía dolido.

―Lo sé. Pero en aquel momento era demasiado joven y estúpido para darme
cuenta de lo que estaba tirando. No estuve para Laura en absoluto cuando nació
Madison, ni cuando era un bebé. Me perdí casi todo.

―¿Así que Laura te dejó?

Asintió con la cabeza.

―Sí, cuando Madison tenía tres años. Y para consternación de mi familia,


actué como si no me importara. Salí de fiesta y seguí con las mujeres y traté de
volver a la escuela y terminar. Pero me sentía miserable. Porque sabía que lo que
decían el padre de Laura, mi padre y mi abuelo era cierto: no estaba siendo un
hombre. Estaba siendo un niño, un mocoso egoísta. No había asumido mis
acciones. No había asumido la responsabilidad.

Este mocoso egoísta de Charlie se parecía mucho al que recordaba de la


infancia. ¿Había cambiado realmente? ¿O esa persona seguía escondida en algún
lugar dentro de él?

―Entonces, ¿qué pasó?

―Una serie de cosas que me hicieron reevaluar mi vida.


―¿Cómo por ejemplo?

Charlie tomó aire.

―Cuando Madison tenía cinco años, Laura se volvió a casar y se mudó aquí, a
Ann Arbor. No lo discutí en ese momento, y sólo vine a ver a Madison en
contadas ocasiones. ―Sacudió la cabeza―. Ni siquiera sé por qué Laura lo
permitió. Y lo peor era que Madison se alegraba mucho de verme, a ese
desconocido que le compraba cosas y le dejaba comer caramelos y la consentía
sólo cuando era conveniente. Me di cuenta de que volvía locos a Laura y a Blake…
que es su nuevo marido...

―¿Y entonces?

―Laura y Madison tuvieron un accidente de coche el invierno pasado, hace


un año. Un imbécil borracho se saltó un semáforo en rojo a las tres de la tarde y
se estrelló contra el lado del copiloto de su coche, donde estaba la sillita de
Madison. Laura estaba bien, pero Maddie tenía huesos rotos e hinchazón en el
cerebro. Corrí hasta aquí y me senté a su lado durante dos días, rogando a Dios
que me diera otra oportunidad.

Me quedé mirando, con los ojos muy abiertos, sorprendida por el inesperado
giro de su historia.

―¿Estaba bien?

Asintió con la cabeza.

―Pero cuando se despertó, no me reconoció. Fue como una bala en el pecho.


Entonces Laura me dijo que Blake quería adoptar a Madison. No fue mala al
respecto. Sólo dijo que yo no había sido un buen padre y que Madison necesitaba
estabilidad, especialmente mientras se recuperaba. Lo mejor que podría hacer por
ella sería renunciar a ella. Dejar de confundirla. ―Charlie me miró y,
sinceramente, se le humedecieron los ojos―. Ella había empezado a llamar a
Blake papá.

No tuve el valor de decir bueno, te lo merecías. Pero en cierto modo lo sentí.

―Me afectó mucho. Había traído a esta niña al mundo y no había sido lo
suficientemente agradecido. No había sido lo suficientemente bueno. No había
sido lo suficientemente hombre.

Maldita sea, sí.


―¿Se ha recuperado?

Asintió con la cabeza.

―Lo hizo, gracias a Dios. Y yo cumplí mi promesa. Me mudé aquí y le rogué a


Laura que me diera otra oportunidad de ser el padre de Madison.

―¿Qué ha dicho?

―Ella dijo que no, al principio. Dijo que yo había renunciado a mis derechos y
que debía firmar los papeles y dejar que Blake la adoptara. Iban a tener otro
bebé, y pude ver que sería la pequeña familia perfecta. Blake la quiere como si
fuera suya, lo sé, pero no es suya. Es mía.

―Bien. Así que te mudaste aquí para ser padre. Eso aún no explica por qué
sentiste que tenías que ocultármelo.

―No lo hice para herirte, Erin. Lo hice porque una de las estipulaciones de
Laura para estar con Madison es que no puede haber ninguna mujer cerca. Por
eso no tengo citas.

Me erizo un poco.

―Eso no parece justo, no es que te merezcas ningún descanso de ella.


―Eso es lo que ella quería. Y no tenía lugar para discutir. ―Parecía
incómodo―. Después de que Laura y yo nos separáramos pero antes de
divorciarnos, hubo veces que Madison vio a otras mujeres en mi casa.

Con náuseas, me tapo la boca con una mano.

―La confundió y le preguntó a su madre sobre ellas. Por supuesto, Laura


estaba lívida. Con razón.

Ni siquiera sabía qué decir.

Charlie rodó los hombros como si quisiera aliviar la tensión o encogerse de


hombros por la vergüenza del recuerdo.

―Así que para demostrar que iba en serio con lo de ser padre, tuve que
prometer que no habría ninguna mujer entrando y saliendo de Madison. Y no las
ha habido.

―No es que hayas sido célibe ―le dije con tono de arco.

―Estaría mintiendo si dijera eso. No quiero mentir más.

Ugh. Al menos me miró a los ojos.

―Pero tampoco ha habido una especie de desfile de mujeres entrando y


saliendo de mi cama, si es lo que estás pensando ―continuó―. Ahora tengo a
Madison un fin de semana sí y otro no, y he estado realmente centrado en ella,
ajustando todo en mi vida para ser un mejor padre... y disfrutándolo también. De
hecho, hasta ti, habían pasado meses. Y si te lo preguntas, no, no ha habido nadie
desde que te conocí.

―¿Ni siquiera Krista con K? ―No pude resistirme a preguntar.

Eso provocó una sonrisa de cautela.


―Especialmente no Krista con K. ―Bajó la voz―. Después de aquella noche
lluviosa en tu cocina, me dije que te dejara en paz; sabía que no podía ofrecerte lo
que querías, lo que merecías.

―Pero no me dejaste sola ―dije con toda claridad.

Sacudió la cabeza.

―No podía. Tenía tantas ganas de volver a verte, y pensé que si llevaba una
cita a tu clase, estaría a salvo.

Parpadeé: ¿ese era su plan? Vaya si lo había estropeado.

―Podrías haber estado a salvo. Si no fuera porque volviste más tarde.

Cerró los ojos y exhaló, y me pregunté si la visión de mí arrastrándome hacia


él en el suelo del estudio pasaba por su mente como si fuera la mía.

―Lo hice. ―Me miró a los ojos―. Y no me arrepiento.

Crucé las piernas.

Bajando la voz a un susurro, se inclinó hacia delante.

―Pensé que tal vez podríamos hacerlo una vez, sacarlo de nuestros sistemas.
No sabía lo bueno que iba a ser.

Se me pusieron los brazos y las piernas de gallina. Había sido bueno. Más que
bueno.

―Después, cuando salí a tirar la basura, estaba muy enfadado conmigo


mismo. Porque podía sentir que algo pasaba con nosotros, y no quería que pasara.
No podía permitirlo.

Asentí con la cabeza.

―Lo recuerdo. Me pareció una eternidad antes de que volvieras a entrar.


―Estaba ahí fuera machacándome. Porque no te había sacado de mi sistema
-de hecho, era lo contrario- estabas completamente bajo mi piel. Pero tuve que
volver y actuar como si no fuera gran cosa. Te di las líneas que había ensayado.
―Sacudió la cabeza―. Créeme, no me sentí así.

―Eres un buen actor ―dije con rotundidad.

―Me esforcé por convencerme a mí misma y a ti de que lo que habíamos


hecho no me había afectado. Por eso dije enseguida que no podía salir contigo. Lo
hice por los dos, para que no empezáramos a desear algo que no podía suceder.

Descruzando las piernas, me incliné hacia adelante, poniendo ambas palmas


sobre la mesa.

―Pero sí pasó, Charlie. ¿Y el fin de semana pasado? ¿Y lo de decirme que


querías darme más?

Sus ojos azules me suplicaron.

―Todo eso fue real. Las cosas cambiaron. Quiero darte más, Erin. Quiero
darte todo. Pero también dije que necesitaba tiempo. Dijiste que podías ser
paciente conmigo, ¿recuerdas?

―Me refería a que podía ser paciente con que te abrieras poco a poco. Esto
no es lo mismo en absoluto.

―Sí, lo es ―insistió―. Son cosas personales sobre mí que no comparto con


nadie de entrada.

―Charlie, han pasado meses. ―Golpeé mis manos sobre la mesa.

―Pero no me di cuenta la noche del robo que íbamos a terminar durmiendo


juntos. Y cuando lo hicimos, no me di cuenta de que acabaría enamorándome de
ti.
La ira estalló en mi pecho, tan caliente y rápida que casi salí disparada de
mi silla.

―¡Enamorarte de mí! Tú no me amas, Charlie Dwyer. Ni siquiera intentes


jugar esa carta ahora.

Parecía triste y serio, el muy cabrón.

―Te amo, Erin. Te amo. Me di cuenta de que estaba pasando esa noche en
Cliff Bell's y luché por admitirlo durante días. Ese fin de semana debía tener a
Madison, por lo que no pude ir a la boda. Pero entonces Laura llamó y dijo
que esa noche iban a ver a la familia de Blake por las fiestas. Así que pude ir y
sorprenderte. Cuando te vi en la iglesia, supe lo que sentía. Casi te dije que te
amaba esa noche.

―¿Pero en cambio esperaste a Starbucks? ―Horrorizada, miré a mi


alrededor y bajé la voz―. Dios, Charlie. Esto se siente tan mal. ―Apoyé los
codos en la mesa, con la frente sobre las yemas de los dedos―. No es para nada
como me imaginaba este momento.

Me alcanzó una de las muñecas y tomó mi mano entre las suyas.

―Lo siento. Por todo esto. Mira, no tengo ni idea de lo que estoy haciendo.
Está claro que nunca he tenido una relación exitosa, y no te culparía ni un poco si
te fueras de aquí ahora mismo y no miraras atrás. Pero espero que no lo hagas.

Una parte de mí quería hacer justamente eso: marcharse. Este hombre tenía
una gran carga, y me había mentido. Quizá fuera por omisión, pero seguía
siendo una mentira en mi opinión. Sin embargo, otra parte de mí lo echaba
mucho de menos y seguía deseando estar con él, costara lo que costara.
―No sé qué hacer, Charlie. Yo… Tengo sentimientos por ti, pero necesito
pensar en esto. ¿Cómo sé que no ocultaste esto porque sospechabas que podría
tener un problema con salir con alguien que tiene un hijo?

La preocupación arrugó su frente.

―No lo sé. Supongo que tienes que confiar en que no lo he visto así. Nunca
quise que tú y yo llegáramos a este punto, Erin. Pero estamos aquí, te estoy
diciendo la verdad, y te lo voy a pedir ahora. ―Respirando profundamente, me
hizo la pregunta que había temido hacerme―. ¿Estás dispuesta a estar con
alguien que tiene una hija, sabiendo que esa hija siempre será lo primero?

Me mordí el labio inferior, agonizando sobre la respuesta. ¿Era una persona


horrible si decía que no estaba segura? ¿Estaba siendo egoísta e inmadura al
pensar que podría ser demasiado difícil? No se trataba sólo de un hijo, sino
también de una ex esposa, que tenía derecho a poner reglas que Charlie debía
seguir. Mis ojos se llenaron.

―No sé, Charlie. Quizá si hubiera sabido de su existencia, de toda la


situación desde el principio, habría tenido tiempo de acostumbrarme. Tal como
está ahora... ―Me sentí demasiado mal para decirlo.

Asintió con tristeza, acariciando el dorso de mi mano con el pulgar.

―Lo entiendo.

Lo miré entre lágrimas.

―¿Puedo tener algo de tiempo para pensarlo?

―Por supuesto. Pero mientras te tomas ese tiempo... ―Cerró los ojos
brevemente―. Por muy duro que sea, creo que no deberíamos vernos. No quiero
seguir ocultando cosas a Laura; no debería haberlo hecho en primer lugar.
Asentí con la cabeza, las lágrimas empezaban a resbalar por mis mejillas.

―Tienes razón. Además sólo me confundiría las cosas.

Me soltó la mano y me ofreció una servilleta.

―Cuando estés lista para volver a hablar, avísame.

―Si decides que quieres intentarlo, estoy dispuesto a sincerarme con Laura y
ver qué dice.

Mi maltrecho corazón se desempolvó un poco mientras me limpiaba los


ojos.

―¿Harías eso? ¿Declarar lo nuestro?

―Absolutamente. ―Sus ojos azules brillantes eran claros, su mirada firme―.


Nunca pensé que le diría esto a nadie, Erin, pero te quiero en mi vida.
Completamente. Y eso significa que también estarás en la vida de Madison.
―Volvió a tomar mi mano―. Pero si decides que eso es demasiado para ti, lo
entenderé.

Parecía tan desconsolado ante la posibilidad, que una nueva oleada de


lágrimas se desató, y traté de reprimir mis sollozos para no llamar la atención. Ya
sentía la censura de las miradas de la gente.

¿Rechazarías a un hombre que te ama sólo porque tiene un niño inocente?


Pero no entendían lo que se siente al enamorarse de alguien y que esa persona
resulte ser otra. Desde que mi madre me había hablado de su hija, había sentido
que no podía recuperar el equilibrio. Todo estaba desorientado. Necesitaba tierra
firme bajo mis pies de nuevo para pensar con claridad, y eso sólo iba a suceder
con un poco de distancia para ganar perspectiva. Estar en una relación con un
hombre que tenía una hija no era algo para tomar a la ligera.
Con una tristeza visceral apretando mi corazón, me despedí de él fuera. Me
abrazó durante un minuto entero mientras yo lloraba en su hombro. Luego me
besó la mejilla y me dejó ir.

Más tarde esa noche, me acurruqué en la cama sola, maldiciéndome por


haber cambiado las sábanas desde la última vez que pasó la noche. Deseaba poder
olerlo de nuevo. Deseaba poder oír su voz. Deseaba poder ver su silueta en la
oscuridad, moviéndose por encima de mí.

Sin más lágrimas que llorar, envolví mis brazos y piernas alrededor de la
almohada de mi cuerpo y me quedé completamente inmóvil, rogando a Dios que
me diera las respuestas que necesitaba.
Capítulo veintiséis
Dios debió de estar terriblemente ocupado las dos semanas siguientes.
Porque, a pesar de mi insistencia (fui a misa con mi madre, hice un par de turnos
en el comedor social y recé todas las noches), guardó un irritante silencio sobre el
tema de Charlie y yo. Vamos, le supliqué, levantando los ojos hacia el techo de la
iglesia. Sólo dame una señal. ¿No soy una persona decente? ¿No merezco algo de
tranquilidad? ¿Esto es por las cosas que hice con Tony? No sabía que iba a ser
sacerdote.
Nada.

Mia y Coco no fueron mejores. Se negaron a decirme qué hacer, insistiendo


en que tomara mi propia decisión. Pero nunca dejaron que me sintiera sola: se
reunían conmigo para tomar café o almorzar, me invitaban a cenar a sus casas los
sábados por la noche, me pedían ayuda para cosas como pintar o comprar
muebles en un esfuerzo por mantenerme ocupada. Mi madre me preguntó un par
de veces por Charlie, pero yo simplemente le dije que habíamos estado
demasiado ocupados para vernos mucho últimamente. Sabía que pasaba algo,
pero milagrosamente no me presionó. Me sentí mal por no haberle confiado nada,
pero Coco y Mia tenían razón: tenía que tomar mi propia decisión.

En cuanto a Charlie, me envió un mensaje de texto una o dos veces para


hacerme saber que pensaba en mí, pero en su mayor parte, mantuvo las
distancias, que era lo que yo necesitaba.

Pasé mucho tiempo haciéndome las preguntas difíciles. ¿Podría perdonar a


Charlie por mentir? ¿Podría confiar en él? ¿Podría soportar ser la segunda en la
vida de Charlie? ¿Podría lidiar con una ex esposa que podría estar resentida y
causar problemas? ¿Y si le caía mal a Madison? ¿Y si estaba celosa de mí? ¿Y si ella
no me gustaba? Sabía que no era probable, porque en general adoraba a los niños
y disfrutaba enseñándoles, pero de vez en cuando me encontraba con un niño
demasiado quejumbroso o con derechos o huraño como para divertirme con él.

Pero no dejaba de imaginar esa pequeña sonrisa de dientes separados, todos


esos pequeños tatuajes de rana, los grandes y encantadores ojos azules. No
parecía ni quejumbrosa ni huraña; parecía encantadora. Quería conocerla, ese
trocito de Charlie que tanto apreciaba. Quería verlos juntos, quería saber lo que
él era como un padre. Cuando pensé en la forma en que había sido tan amable
con esas dos niñas el mes pasado, se me derritió el corazón. Apuesto a que era tan
dulce con Madison, lo cual era tan excitante.

Y lo eché de menos. Dios, cómo lo echaba de menos.

No importaba lo ocupada que estuviera, no importaba dónde estuviera o con


quién estuviera, un recuerdo de Charlie salía a la superficie y yo era incapaz de
moverme, de hablar, de respirar.

Su voz calmada y silenciosa diciéndome que no me corra. Mi pelo colgando,


las puntas rozando su pecho. Una cinta rosa atando mis muñecas.

Ojos azules cobrizos por el fuego. El pulso de su orgasmo dentro de mí.

También había dulces recuerdos: verlo colgar las persianas de mi cocina,


patinar en el Campus Martius, comer pizza y helado en el sofá, ir de la mano al
ballet, besarse en Cliff Bell's. Incluso echaba de menos la forma en que se burlaba
de mis suelos limpios y mis armarios organizados.
Y cuanto más tiempo pasaba, menos me preocupaba su hija; me di cuenta de
que la verdadera amenaza no era una niña de siete años, ni siquiera una ex esposa
vengativa.

Fue el miedo.

Miedo a estar en una situación que no podía controlar, en un lío que no podía
limpiar, en una relación que no era limpia, ordenada y segura. Pero tal vez si
quería ser feliz, tenía que dejar de lado lo seguro.

Diez días después, estaba casi lista para llamarlo y decirle que quería
intentarlo.

El viernes siguiente, Coco y yo nos sentamos en el suelo de la casa de Mia y


Lucas y vimos cómo Mia ponía muestras de pintura en la pared de la habitación
que sería el cuarto del bebé. No salía de cuentas hasta julio y no tenía ni idea de si
el bebé sería niño o niña, pero quería que la habitación estuviera pintada de un
gris suave en cualquier caso. Mientras ella trabajaba, yo divagaba sobre Charlie,
preocupada por mi decisión de volver a llamarlo.

―Estoy tan aterrorizada. ―Apreté los ojos―. Siento que este es un


momento crítico, ¿sabes? Como si estuviera en esta seria coyuntura de mi vida y
un movimiento equivocado podría arruinar todo.

Coco se rió con simpatía, estirando sus largas piernas frente a ella y cruzando
los tobillos.
―Lo entiendo perfectamente. Esto es un gran problema.

―Pero no debes dejar que el miedo dicte tus decisiones, Erin. ―Mia se
apartó de la pared y observó el color con ojo crítico―. No digo que debas salir
con un padre soltero si no quieres, pero sí creo que te arrepentirás si el miedo es
la gran razón por la que lo dejas ir.

―Lo sé ―dije miserablemente―. Lo haría. ¿Pero qué pasa con su hija? ¿Y si


me odia?

―¿Estás bromeando? ―Mia me miró por encima del hombro―. ¡Eres una
profesora de baile! Siete años… las niñas son lo tuyo.

―Es cierto. ―Incliné la cabeza―. A menos que sea una marimacho total.

―Te querrá pase lo que pase ―me aseguró Mia, poniendo más pintura en la
pared―. Y no me cabe duda de que tienes la capacidad de querer a esa niña. Eres
muy buena con los niños, mejor que cualquiera de nosotras.

―Si te sirve de ayuda, a mí también me aterrorizaba darle otra oportunidad a


Nick ―dijo Coco―. La forma en que me había roto el corazón antes pendía
sobre mi cabeza como una enorme nube negra. Recuerdo que llamé a Mia en un
estado de pánico total. Y eso fue antes del susto del embarazo.

―Hablando de estar embarazada. ―Mia se giró y me apuntó con su


pincel―. ¿Crees que no me aterra la idea de ser madre? Lo estoy totalmente. ¿Y
si lo hago fatal? ¿Y si lo odio? ¿Y si me da una depresión posparto y, en lugar de
estar encantada, me siento miserable? Y luego está el hecho de tener el bebé.
―Dejó caer el pincel sobre un trozo de plástico―. He investigado un poco.
¿Sabías que algunas mujeres se cagan en la mesa durante el parto? Caca ―gritó,
levantando las manos―. ¡En la mesa!

Coco se echó a reír, e incluso yo tuve que sonreír.


―No ―admití―. No lo sabía.

―Bueno, es cierto. Y si crees que no me asusto todos los días, varias veces al
día, preguntándome si Lucas va a verme hacer caca en esa mesa, gruñendo y
empujando y poniendo caras horribles, te aseguro que te equivocas.

―¿Ves, Erin? Quizá deberías alegrarte de que Charlie ya tenga un hijo de


siete años. ―Coco me sonrió―. Alguien más hizo todo el trabajo pesado.

Mia miró por debajo de la nariz a Coco, con los párpados entrecerrados.

―Eso no es gracioso.

―¿De verdad te asusta todo eso? ―le pregunté a Mia, pensativa. Tener un
bebé siempre había sido su sueño, y me sorprendió que ahora tuviera ansiedad al
respecto, sobre todo porque Lucas estaba tan emocionado.

―Demonios. Sí. ―Mia se dejó caer en la alfombra entre nosotras―. Pero lo


amo. Lo amo tanto como para superar todo ese miedo. ―Me miró de reojo―. ¿Y
tú? ¿Amas a Charlie?

Suspiré.

―Lo hago. Lo extraño tanto que no puedo respirar. Me siento miserable sin
él. ―Me dejé caer de nuevo sobre la alfombra y me tapé los ojos con un brazo―.
Lo amo. Además del sexo, chicas. Es lo mejor que hay. No puedo describirlo.

Mia me dio una palmadita en la pierna.

―Entonces creo que deberías darle una oportunidad, Erin. Esto es lo más
apasionada que te he visto por un chico, en el buen sentido o en el malo. Eso
me dice algo.

―Me apasiona. ―Bajé el brazo y miré al techo―. Y no es sólo el sexo lo que


echo de menos, sino su voz, y la forma en que me hace reír, y la forma en que
huele y se viste y duerme. No nos veíamos todo el tiempo, pero siempre sabía que
habría una próxima vez, y me ponía nerviosa por ello. Cuando estamos juntos, hay
un zumbido en el aire entre nosotros que no puedo describir. Es la chispa.
Tenemos la chispa. ―Giré la cabeza para mirarlas―. Siempre he querido lo que
tienes con Lucas, y lo que tienes con Nick. Y siento que lo he encontrado.

―Química ―dijo Coco en voz baja―. Y vale la pena.

―Sí. Química. ―Volví a mirar al techo, llevándome las manos a la frente con
incredulidad―. Con el puto Charlie Dwyer, el chico insoportable de la puerta de
al lado.

―Oye, al menos no es gay ―dijo Coco.

―O un cura ―añadió Mia.

―Muy gracioso. ―Me senté―. No, él no es esas cosas. Puede que no sea
perfecto, pero creo que me ama.

―Jodidamente perfecto ―dijeron las dos al mismo tiempo.

Riendo, me puse de pie.

―Exactamente. Bien, gracias, chicas. Voy a llamarlo desde casa.

Se pusieron de pie y se despidieron de mí con un abrazo, y me fui sonriendo.

De camino a casa, estaba aún más segura de mi decisión. Si fracasábamos,


fracasábamos, pero al menos no me arrepentiría de no haberle dado otra
oportunidad a Charlie solo porque estuviera asustada o enfadada o porque las
cosas no fueran perfectas.

Mis amigas tenían razón, es decir, era perfecto.

Nada ni nadie era perfecto, ni yo, ni Charlie, ni el amor. Pero tal vez, sólo tal
vez, podríamos ser no-perfectos juntos.
Capítulo veintisiete
―¿Hola?

El sonido de su voz me hizo temblar. No la había escuchado en mucho tiempo.

―Hola.

―Hola, tú. ¿Cómo va todo?

―Genial, gracias.

―Es bueno escuchar tu voz.

Sonreí, acurrucándome en la esquina del sofá en el que siempre se sentaba.

―Estaba pensando lo mismo.

―¿Sí?

―Sí. ―Tomé aire―. He estado pensando mucho en... lo que hablamos.

Se quedó callado un momento.

―¿Oh?

―Sí. ―Mi estómago se estremeció, aunque estaba segura de que esto era lo
que quería―. Quiero que hables con Laura.

Exhaló.

―¿Y sabes lo que significa estar conmigo?

―Yo también estaré con Madison.

Se rió.
―Más o menos, sí.

―Sé lo que significa, Charlie. Estoy dispuesta a ello.

―Oh, Dios mío. Me has hecho muy feliz. ―Su voz se quebró un poco,
calentando mis entrañas.

―¿Estabas preocupado?

―Claro que sí, estaba preocupado. Quiero decir, no-¿qué estoy diciendo?
No, en absoluto. Sabía que no podrías resistirte a mí por mucho tiempo.

Sonreí, dejando que el alivio calara en mis huesos.

―¿Y ahora qué?

―Se lo diré. Esta noche, si es posible, ¿qué te parece?

―¿Esta noche? ―Me sorprendió que no necesitara más tiempo para


prepararse―. Vaya, eso es rápido.

―He tenido diez días para pensar en cómo la abordaría. Ya estoy preparado. Y
no quiero esperar más. Te echo de menos.

―Yo también te extraño, y tampoco quiero esperar. ―Nos quedamos en


silencio un minuto―. Llámame tan pronto como puedas, ¿de acuerdo?

―Lo haré. ¿Estás ocupada mañana?

Lo pensé por un segundo.

―No, es un fin de semana de vacaciones, ya que el Día de Martin Luther


King es el lunes. Les di a los niños el fin de semana para la familia.

―Bien. Te llamaré por la mañana, ¿de acuerdo?

―De acuerdo. Buenas noches.

―Buenas noches.
Colgamos, y yo metí las rodillas bajo la barbilla, rodeando mis piernas con los
brazos. Me alegré de que no me hubiera dicho que me amaba otra vez, porque no
quería decírselo por primera vez por teléfono. Si todo iba bien, tal vez podría
decírselo a la cara mañana. Cerrando los ojos, recé una rápida oración para que la
charla con Laura saliera bien.

No tenía ni idea de lo que haría si no lo hacía.

Mi teléfono sonó a las nueve y media de la mañana siguiente.

―¿Hola? ―Grazné.

―Hola, preciosa. ¿Te he despertado?

―Mmm, está bien. ―Normalmente no dormía hasta tan tarde, pero había
tardado una eternidad en dormirse.

Volviendo a acurrucarme bajo las sábanas, me puse de lado.

―¿Cómo estás?

―Fantástico. Anoche hablé con Laura.

―¿Lo hiciste? ―Eso me hizo abrir los ojos del todo.

―Sí. Fui hasta allí anoche en cuanto colgamos el teléfono.

―¿Cómo se lo tomó? ―Mi corazón latía con fuerza.

―Primero dijo que ya sabía que pasaba algo.

Me quedé sin aliento.


―¿Cómo?

―Demonios si lo sé. Tiene ese radar femenino que simplemente sabe cosas,
supongo. De todos modos, se lo tomó mejor de lo que pensaba. Fue una discusión
muy larga y acalorada, pero finalmente accedió a dar. Sólo pidió conocerte antes
de que te presente a Madison.

―Lo entiendo. ―Pero se me revolvió el estómago al pensar en tener que


enfrentarse a ella.

―Gracias. ¿Puedes reunirte con nosotros para almorzar al mediodía?

Me puse de pie en la cama.

―¿Quieres hacer esto hoy?

―¿Por qué no? Te echo mucho de menos, Erin. Me muero por volver a verte.
―Bajó la voz―. Te deseo tanto.

Cerré los ojos mientras mi vientre se ahuecaba.

―Yo también. De acuerdo. Nos vemos hoy.

Se quedó callado un segundo.

―Eres increíble. Eres jodidamente increíble. Grizzly Peak en Washington,


¿está bien? ¿Puedes estar allí al mediodía?

―Claro. ―Miré el despertador. Tenía poco más de una hora para prepararme.
Y por prepararme, me refiero a enloquecer―. Estaré allí.

―Nos vemos entonces. Y no te preocupes. Todo estará bien.

―Estoy preocupada ―dije―. Pero estaré allí.

Después de colgar, me duché y me vestí, desechando mil prendas de ropa en


el suelo de mi armario antes de ponerme mi uniforme habitual para el clima
frío: vaqueros y un jersey de gran tamaño, calcetines de bota y botas marrones.
Para dar un toque de color, añadí una bufanda verde salvia y decidí llevar el pelo
medio recogido, sin joyas. Mia y Coco probablemente se habrían reído y me
habrían dicho que estaba pensando demasiado en esta salida -yo había pasado
menos de la mitad de este tiempo decidiendo qué ponerme para las citas con
Charlie-, pero para mí era importante causar una buena impresión. ¿Qué pensaría
ella de mí? ¿Pasaría la prueba? ¿Me consideraría lo suficientemente amable, lo
suficientemente cuerda, lo suficientemente inteligente, lo suficientemente
cariñosa para estar en la vida de su hija? Probablemente pensaría que cualquier
mujer tan loca como para enamorarse de Charlie tenía algunos tornillos sueltos.
¿Y si no le gustaba?

A las once de la mañana, todavía estaba preocupada frente al espejo, con la


mano temblando mientras intentaba sin éxito aplicarme el rímel. Oh, olvídalo.
Cuanto menos maquillaje, mejor, probablemente. Volví a meter la varilla en el
tubo y la metí en mi estuche de maquillaje.

Con una última y preocupada mirada al espejo, crucé los dedos y salí.

Durante el viaje de una hora a Ann Arbor, los nervios me atenazaban tanto
que mis manos estaban nerviosas. O tal vez fue la enorme taza de café que me
tomé durante el viaje. En cualquier caso, las manos me temblaban tanto que se
me cayó la tarjeta de crédito dos veces antes de meterla en el parquímetro, y las
llaves una vez antes de meterlas en el bolso.
Cuando llegué al restaurante, vi a Charlie sentado en una mesa con cuatro
sillas, y una de ellas estaba ocupada por una mujer de pelo oscuro que me daba la
espalda. Respirando hondo, me se dirigí hacia ellos con las piernas tambaleantes.
Maldita sea, piernas, hombre. Tengo que parecer confiada, inteligente, segura de
mí misma. Esto tiene que funcionar.
Charlie me vio y se levantó, y mis pasos vacilaron un poco cuando me sonrió.
Maldita sea, esos ojos. Esos hoyuelos. Esa altura. Ese pecho. Esas manos. Hacía
tanto tiempo que no lo veía que tuve que contenerme para no correr a acortar la
distancia entre nosotros y rodearlo con mis brazos (también con las piernas).
Calma, calma, calma, me recordé a mí misma. No puedes chillar como una
adolescente, tienes que actuar como la clase de mujer a la que una madre
confiaría su hijo.
Conseguí llegar a la mesa.

―Hola ―dije, con la voz entrecortada. Sonreí primero a Charlie y luego a


Laura―. Soy Erin.

Se puso de pie y ofreció su mano.

―Laura.

La tomé y nos evaluamos mutuamente. Laura parecía serena y su apretón de


manos era firme. Era un poco más alta que yo, guapa como Audrey Hepburn, con
unos ojos marrones suaves, una piel bonita y una nariz larga y recta. Al igual que
yo, llevaba pantalones vaqueros y un jersey, con un pañuelo en el cuello. El pelo
en una coleta baja y suelta.

―Encantada de conocerte. ―Le dediqué la sonrisa más cálida que pude


manejar con los labios temblorosos y me volví hacia Charlie―. Hola.
―Hola. ―Para ser alguien que me había dicho que no me preocupara,
Charlie parecía muy nervioso. Pero me apretó el hombro de forma
tranquilizadora y se inclinó hacia delante para besar mi mejilla―. Gracias por
venir.

―De nada.

Nos sentamos todos, con una capa de tensión aferrada a nosotros a pesar de
las amabilidades. Tomé un menú sólo para tener algo que hacer. Tenía la garganta
seca, también el agua. Necesitaba agua. Por suerte, había agua en la mesa, y la
tomé pero la tiré por error. El agua y el hielo se deslizaron por la mesa hasta el
regazo de Charlie.

―Dios mío, lo siento mucho. ―Mi cara ardía de vergüenza, y me apresuré a


buscar una servilleta para ofrecerla.

Charlie utilizó el suyo, limpiando sus vaqueros mojados.

―No pasa nada. Los derrames ocurren.

―No te preocupes, Erin. No eres la primera mujer que le tira un trago


―comentó Laura con una sonrisa divertida.

―No quise... Oh, querida, estoy... ―Puse mis manos en mis mejillas
calientes―. Esto es realmente difícil.

―Relájate. De verdad. ―Laura lanzó su servilleta hacia Charlie―. Esto no es


un examen.

―¿Ves por qué la llamaba Red? Mira su cara. ―Todavía absorbiendo agua,
Charlie me sonrió con maldad.

Laura se volvió hacia mí.

―¿Quieres mi agua para tirársela también?


―Puede que sí. ―Miré mal a Charlie―. ¿Le hablaste de ese nombre?

―Sí. Junto con todas las otras cosas malas que te hice de niño, y todos los
otros nombres que solía llamarte.

―Francamente, me sorprende que quieras hablar con él, y mucho más salir
con él ―dijo Laura.

―A veces yo también lo estoy. ―La miré a los ojos―. Pero me ha


convencido.

Laura intercambió una mirada con Charlie.

―Sí, tienes que tener cuidado con eso.

Oh, Dios. Ya había dicho algo malo. Preocupada, me retorcí las manos en el
regazo, sin saber qué decir a continuación. El camarero me rescató acercándose a
tomar nuestros pedidos, pero como aún no había mirado el menú y mi estómago
estaba demasiado revuelto para comer, me limité a pedir un té helado.

―Entonces. ―Laura se dirigió a mí después de que el camarero se hubiera


ido―. Sé que debes estar nerviosa. Yo también lo estaría. Pero no estoy aquí para
hacerte una prueba. Le pedí a Charlie que te conociera para poder aclarar algunas
cosas.

―De acuerdo ―dije nerviosa.

―Cuando Charlie volvió aquí hace un año pidiendo una segunda oportunidad
con Madison, pensé que era imposible que aceptara mis reglas. Pero lo hizo. Que
yo sepa, nunca ha llevado a una mujer cerca de Madison, nunca ha cancelado
planes con ella, y nunca ha hecho comentarios desagradables sobre mí o mi
marido. Al menos, no hacia ella. ―Le dirigió a Charlie otra mirada mordaz.
―A mí tampoco ―le ofrecí―. En realidad, dijo que había sido un marido y
un padre horrible y que merecía que lo dejaran.

―Eso no era mentira ―confirmó ella, sacudiendo la cabeza―. Era de lo peor


que se puede imaginar. Pero. ―Tomó aire y exhaló, e imaginé que debía ser difícil
para ella decir algo positivo sobre el hombre que la había tratado tan mal―.
Durante el último año, he visto un gran cambio en él. Dijo que quería ser un
mejor padre, un mejor hombre, y creo que se está convirtiendo en eso. No digo
que no haya trabajo que hacer ―prosiguió rápidamente―, y sin duda en su caso
no había nada más que subir, pero he visto progresos.
―Gracias ―dijo Charlie. Intentaba ajustarse los vaqueros para poder
sentarse cómodamente.

Le dediqué una media sonrisa de disculpa.

―Cuando establecí la norma de no tener mujeres ―continuó Laura―, fue


por el bien de Madison, no por el mío. Lo que hiciera en su tiempo libre era
asunto suyo y no podría haberme importado menos, pero no quería que trajera
citas cerca de ella. Habría sido horrible y confuso para Maddie, inapropiado en
todos los sentidos. Y no confiaba en que Charlie viera eso, ya que nunca lo había
hecho.

Miró a Charlie, que no hizo ningún movimiento para defenderse.

―Pero ahora me encuentro dispuesta a ceder un poco. ―Laura se sentó en


su silla y cruzó las piernas―. Está claro que algo es diferente. Está limpiando y
organizando su casa. Cocina más sano. Ha comprado muebles nuevos y vajilla a
juego. Y llevó a Madison al ballet. ―Sacudió la cabeza como si aún no pudiera
creerlo.

Me quedé boquiabierta y lo miré fijamente.


―¿Lo hiciste?

Asintió con la cabeza, pareciendo satisfecho de sí mismo.

―Le encantó. Ahora quiere tomar clases de ballet.

―Charlie, eso es maravilloso. ―Le sonreí, con el corazón galopando de


felicidad.

No es una marimacho.
¡Le gusta el ballet!
Laura miró de un lado a otro entre nosotros.

―Sí. Sabía que pasaba algo e iba a preguntárselo, pero él llegó a mí primero.
Anoche vino corriendo a mi casa y me dijo que había conocido a alguien que le
importaba mucho. Pero también me dijo cómo había estropeado las cosas.

―Lo hizo ―admití.

―Es bueno en eso. ―Laura le dirigió a Charlie la mirada gélida que sólo una
ex esposa puede dominar―. Pero de alguna manera creo que es sincero al querer
hacer las cosas bien ahora.

―Le dije que estaba enamorado de ti. ―Charlie se acercó y me tocó el


brazo―. Lo siento, sé que sigo haciendo esto en los peores lugares-Starbucks,
correo de voz, Grizzly Peak...

―Vaya, Starbucks y Grizzly Peak. Qué romántico. ―Laura chupó


ruidosamente el último trozo de su agua a través de la pajita.

La cabeza me daba vueltas.

―¿Le dijiste eso?

Charlie abrió la boca para responder, pero fue Laura quien habló primero.
―Tenía que hacerlo, Erin. Uno, podía verlo, y dos, no iba a dejar que
presentara a nuestra hija a una fulana que acababa de recoger en un bar. Lo
siento. ―Se encogió de hombros―. No es nada personal, pero Charlie tiene un
historial pésimo. Fue entonces cuando me dijo que te conocía desde la infancia y
que esto era algo diferente.

―Es más que diferente. ―Charlie me apretó el brazo.

Lo miré y sentí que se me llenaban los ojos. Cerrándolos por un segundo, volví
a mirar a Laura.

―Así que... ¿esto te parece bien?

―Probablemente no debería serlo. Pero... ―En un tono que decía quiero-


odiarte-pero-no- puedo, terminó―: Siempre va a ser el padre de mi primer hija.
No me gusta lo que hizo en el pasado, pero no quiero guardar este rencor para
siempre, y ¿quién soy yo para decir que no se merece una segunda oportunidad?
Si tú le das una, yo le daré una.

Le sonreí entre lágrimas.

―Gracias.

―De nada. ―Ella cautivó a Charlie con otra mirada―. Hazlo bien por ella,
Charlie Dwyer. No hagas que me arrepienta de haberla dejado entrar en la vida
de Madison.

―No lo haré ―prometió, tomando mi mano.

El camarero apareció con mi té helado y sus almuerzos, y me sentí mucho


mejor y pedí una ensalada de col rizada, de la que Charlie se burló.

―¿Qué demonios es eso? Parece que crece en el fondo de un lago.


Teniendo en cuenta que estaba comiendo con mi novio -Charlie Dwyer era mi
novio, qué locura- y su ex mujer, lo cierto es que me lo pasé bien, una vez que me
relajé. ¡Y ni siquiera había vino!

Fuera del restaurante, Laura me dio la mano y me dijo que era un placer
conocerme.

―Madison te va a adorar. Probablemente demasiado.

―Gracias. Sé que la adoraré. No soy madre, así que no puedo imaginar lo


protectora que te debes sentir, pero te agradezco mucho que confíes en mí lo
suficiente como para pasar tiempo con ella.

Charlie me atrajo a sus brazos.

―Gracias. Tenemos mucho que hablar ―me susurró al oído―, pero me


gustaría dar las gracias a Laura por conocernos y darme esta oportunidad.

―Sí. Deberías. ―Me retiré―. Llámame de camino a casa, ¿de acuerdo?

―Lo haré. ―Apretó mi mano una última vez y me alejé.

Podría haber saltado hasta mi coche, me sentía tan ligera de equipaje. Las
cosas estaban bien, mejor que bien.

Mejor que nunca, de hecho.

Además, teníamos por delante el sexo de la reunión, y si eso no le da un


impulso extra a nadie, ¿qué lo haría?
Mi teléfono móvil sonó después de haber estado conduciendo durante unos
quince minutos.

―¿Hola?

―Hola, soy yo. ―Su voz hizo que una emoción subiera por mi espina dorsal y
se colara entre mis piernas.

―Hola, tú.

―¿Quieres desnudarte esta noche?

Me eché a reír.

―Eso es ir al grano.

―No puedo evitarlo. No te he visto en mucho tiempo. Menos mal que hoy
derramaste el agua helada en mi regazo, si no habría estado luchando contra una
erección durante todo el almuerzo.

―¿Ah sí? Bueno, se me mojaron las bragas en cuanto te vi sonreírme al otro


lado de la habitación.

―¿De verdad?

―No! ―Grité―. ¿Estás bromeando? Estaba tan nerviosa que apenas podía
caminar.

Él gimió.

―Eres mala. Menos mal que te amo.

Mi corazón se agitó.
―Buena cosa.

―¿Puedo llevarte a cenar esta noche? ¿A algún sitio bonito?

Lo último que quería era pasar una larga cena en un buen restaurante sin
poder tocarlo. Tenía una idea mejor, pero dejaría que fuera una sorpresa.

―Claro. Estaré lista a las ocho.


Capítulo veintiocho
A las siete y cuarenta y cinco, prácticamente se me caía la piel de vergüenza.
Llevaba seis horas seguidas comprando ropa interior nueva, haciendo la compra,
cambiando las sábanas, enfriando un poco de vino, rellenando un pollo,
recogiéndome el pelo en un recogido, llenando desesperadamente las horas que
faltaban para volver a verlo. Cuando su coche se detuvo en la entrada de mi casa
unos minutos antes de la hora, abrí la puerta de un tirón y volví corriendo a la
cocina, como si estuviera removiendo inocentemente algo en la hornilla. En
realidad, la comida ya estaba en la mesa del comedor.

Escuché cómo se cerraba la puerta y me asomé a él por encima de un


hombro.

Oh, Dios mío.

Llevaba un traje.

―¿Qué tal el día, cariño? ―Le pregunté con mi voz más sensual.

Sonrió, una sonrisa lenta y sexy que me dijo que me había extrañado tanto
como yo a él.

O tal vez porque no llevaba más que un sujetador y unas bragas de encaje rojo
oscuro, unos tacones altos y una sonrisa.

―Acaba de mejorar muchísimo.

―¿Tienes hambre? Llegas justo a tiempo para cenar.


Sus ojos bajaron a mis zapatos y volvieron a subir, su cerebro explorando ideas
que mi cuerpo podía sentir.

―¿Y si quiero el postre primero?

―Ah ah ah ―regañé, sacando una botella de vino de la nevera―. Sígueme,


por favor. He trabajado como una esclava todo el día ―dije, poniendo un poco
más de movimiento de cadera en mi andar―. Y si te portas bien y te comes toda
la cena, luego te dejaré ser mi amo.

Un lado de su boca se enganchó.

―Trato.

Lo conduje al comedor, iluminado con velas, que estaba preparado con un


banquete: ensalada de espinacas con aderezo tibio de tocino, pollo asado y
verduras, pan fresco y mantequilla. (En la nevera había una tarta de melocotón y
vainilla de hojaldre, que había engañado y comprado en la panadería, pero él no
necesitaba saberlo).

Dejé que Charlie eligiera dónde quería sentarse y serví el vino. Puse música
clásica a un volumen bajo, lo que contribuyó a crear un ambiente elegante. De
hecho, entre la mantelería blanca irlandesa, la vajilla de mi abuela, las copas de
vino de cristal de Waterford que mi madre me había regalado para Navidad, las
velas y el traje de Charlie, toda la escena tenía una especie de aire formal,
excepto por el hecho de que yo estaba cenando en ropa interior transparente.

No hablamos mucho durante la cena. En realidad, tenía mil cosas que quería
decir... y no la menor de ellas era "te amo"... pero me contenté con dejarlo pasar
por ahora y disfrutar de estar en la misma habitación con él, con el aire entre
nosotros cada vez más cargado de deseo no expresado.

En un momento dado, Charlie se burló un poco de mí.


―¿A cuánto está el calor, a unos ochenta? ―Se aflojó la corbata.

―Setenta y cinco. ―Sonreí―. Podría bajarlo, pero entonces tendría que


ponerme un jersey.

Nos miramos a los ojos.

―No lo hagas. Joder.

Cuando terminamos el postre, recogí los platos, rechazando la ayuda de


Charlie. Y por una vez, no me importó limpiar de inmediato, así que los dejé todos
apilados en la isla. De vuelta al comedor, Charlie seguía sentado en la mesa.

―¿Puedo ofrecerte algo más? ―Pregunté, acercándome a él.

―Sí. Puedes poner tu culo en mi regazo.

No había mucho espacio entre su cuerpo y la mesa, pero pensé que podría
arreglármelas. Agradecida por los veinticinco años de formación en danza,
desplegué una pierna con gracia sobre su regazo y acomodé mis caderas sobre las
suyas. Su polla se agitó debajo de mí.

Con la punta de un dedo, recorrió mi clavícula, mi hombro, mis labios.

―Te deseo ―dijo, con su voz baja y firme―. Como nunca he deseado a nadie
antes.

Se me cortó la respiración.

―Es la sensación más extraña: amar a alguien de esta manera. ―Deslizó


ambas manos por los lados de mis costillas hasta la parte baja de mi espalda―.
Quiero protegerte. Apreciarte. Adorarte. ―Me agarró el culo con fuerza, me
apretó contra él y me habló al oído―. Pero luego quiero follarte tan fuerte que
duela. Tomar tu cuerpo. Reclamarla. Hacerlo mío.
―Sí ―susurré, enredando mis manos en su pelo mientras él devoraba mi
garganta, comprendiendo perfectamente esa necesidad. La mía era ser protegida,
apreciada y adorada, pero también mandada, manejada con dureza, desgarrada―.
Hazlo. Tómalo. Hazme tuya. ―Moví mis caderas sobre las suyas, rechinando
contra la dureza entre nosotros. Levantando su cabeza, besé sus labios, su mejilla,
su frente. Arqueando la espalda, llevé su cabeza a mi pecho y suspiré mientras él
trabajaba con su boca en mis pezones a través de la malla y el encaje de mi
sujetador―. Nunca he querido entregarme a nadie antes, no así. ―Impaciente
por tenerlo dentro de mí, llevé mis manos a sus pantalones y los desabroché.

―Espera.

Sorprendida, me detuve.

―¿Espera?

Movió la silla hacia atrás y me puso de pie con sus manos en mis caderas.

―Primero quiero verte.

―¿Mirarme?

―Sí. ―Movió su silla hacia atrás aún más, dejándome de pie a medio metro
frente a él―. ¿Mirarme hacer qué?

―Tócate.

Mi espalda se agarrotó. Nunca había hecho esto y no lo había previsto. Tragué


saliva.

―¿Qué?

―Ya me has escuchado. Tócate. Puedes dejarte las bragas puestas.

Había estado en ropa interior toda la noche, pero de repente me sentí mucho
más expuesta que antes.
Tentativamente, llevé las yemas de tres dedos a mi coño.

―Eso es ―dijo, su voz como el crujido de la seda―. Tus pezones también.

Con una mano masajeando mi clítoris, llevé la otra a mi pecho, acariciando el


pico rígido a través del encaje. Durante todo el tiempo, no le quité los ojos de
encima, y me fijé en todos los detalles que me hacían sentir la sangre en mi
interior: la corbata ligeramente torcida, las esposas blancas sobre sus muslos, el
parpadeo de la luz de las velas en sus ojos, la firmeza de su mandíbula mientras
luchaba por tocarme.

―Buena chica. ―Sus dedos se flexionaron―. Me encanta verte. Eres tan


hermosa.

―Dime. ―Me bajé un lado del sujetador, dejando al descubierto un


pecho―. Dime lo que quieres. Haré cualquier cosa.

―Hazte venir.

Oh, Dios. ¿Podría? ¿Con él mirando? ¿En el comedor?

Oh, sólo hazlo. Por el amor de Dios, lo haces todo el tiempo. Compártelo con
él. Entonces te deberá un espectáculo propio...
Al pensar en ver cómo se corría, mi respiración se hizo rápida y superficial.
Empecé a mover los dedos de la forma adecuada, con la presión justa. Un calor
húmedo se filtró a través del encaje y la malla. Un sonido de placer escapó de mi
garganta.

―Mírame.

No me había dado cuenta de que había cerrado los ojos.

―¿Estás mojada? ―El deseo apenas reprimido rezumaba a través de sus


palabras susurradas.
―Sí.

―¿Estás cerca?

―S-sí. ―De hecho, mis piernas estaban a punto de doblarse. Me apoyé en la


mesa del comedor.

En cuanto lo hice, Charlie se levantó de la silla y tomó la vela de pilar


encendida que casi había derribado. La apagó y la dejó a un lado antes de
empujarme hacia atrás. Abriendo mis muslos, bajó su boca hasta mi coño,
desgarrándome con sus labios y su lengua a través de la lencería empapada.
Gritando, me corrí inmediatamente, mi cuerpo se convulsionó sobre la mesa, mis
dedos enterrados en su pelo.

Cuando las ondas de choque se calmaron, le pasé las uñas por el cuero
cabelludo.

―Eso se sintió tan bien ―susurré―. Pero pensé que querías ver cómo lo
hacía.

―Sobrestimé mi paciencia. ―Su voz era áspera, grave―. Ha pasado


demasiado tiempo. ―Me besó por el vientre hasta llegar a los pechos, rodeando
cada pezón con su lengua, haciendo que me arquease bajo él. Por último, selló su
boca con la mía y me besó con el sabor del melocotón, la vainilla y el sexo en sus
labios.

―Charlie Dwyer ―susurré, colocando mis manos a los lados de su cara,


levantando su cabeza―. Estoy tan enamorada de ti.

Sonrió.

―¿Es tu orgasmo el que habla?

Me reí, pasando mis manos por su pelo corto y grueso.


―No. Es la verdad. Estoy enamorada de ti. Me haces muy feliz.

―Quiero hacerlo. ―Me besó de nuevo―. Quiero hacerte feliz más que
nada. Para siempre.

―Bueno, para siempre está bien, pero ¿sabes qué me haría feliz ahora mismo?

Puso sus labios en mi oreja.

―Quieres que nos follemos en la mesa del comedor.

Mis pezones hormiguearon.

―Sí. Con fuerza.

Se enderezó y metió la mano en el bolsillo trasero. Un momento después,


sentí que me bajaba las bragas empapadas, y luego enroscó sus manos alrededor
de la parte exterior de mis muslos, enganchándolos a sus caderas. Enganchando
mis dedos en el borde de la mesa, clavé mis talones en su culo, acercándolo.

―Jesús, tus piernas son increíbles ―roncó mientras se deslizaba dentro de


mí―. Quiero que me envuelvan las veinticuatro horas del día.

―Oh, Dios ―respiré mientras él sacaba y se deslizaba profundamente, una y


otra vez. La forma en que mis caderas estaban inclinadas hacia arriba le permitía
un ángulo que hacía que la punta de su polla golpeara ese punto profundo dentro
de mí, el que tensaba mis músculos centrales involuntariamente, como si quisiera
aferrarse y mantenerlo allí.

Llevó su pulgar a mi sensible botoncito y lo frotó en círculos lentos y


húmedos, haciéndome temblar y jadear. Las terminaciones nerviosas estaban tan
estimuladas que sentí impulsos eléctricos que se disparaban desde mi centro a
través de mis extremidades, cada vena era un cable vivo, una mecha encendida.

―Charlie ―gemí―. Estoy en llamas. Hazlo.


Pero mantuvo el mismo ritmo tortuosamente lento con su polla, fácil y
constante y dulce, mientras su pulgar me volvía loca con la necesidad de ser
follada duro y rápido. ¿Quería que le rogara?

―Charlie. ―Lo apreté con las piernas, apreté las manos en el mantel―. Por
favor. Más fuerte.

Se rió antes de penetrarme con tanta fuerza y profundidad que me mordí la


lengua. Luego lo hizo de nuevo.

Y otra vez. Y otra vez.

―¿Así? ―gruñó, con sus dedos clavados en mis muslos―. ¿Así es como
quiere que se la follen en la mesa del comedor? ―Puntuaba las palabras con
agudos pinchazos de su polla que juro que podía sentir entre mis costillas. Y me
encantaba que hablara así, como si fuera una fantasía que yo dirigía y
protagonizaba.

―Sí, sí... ―Dejé caer la cabeza hacia un lado mientras él cambiaba el ritmo a
empujones rápidos y oscilantes, su pulgar trabajando más rápido―. Justo así. Oh,
joder... ―La parte inferior de mi cuerpo se tensó de nuevo, mis músculos se
contrajeron con una exquisita tortura. Oh, Dios, tan cerca, tan cerca, la más
hermosa clase de locura...― No pares. No te detengas. ―Me metí los dedos en
el pelo, tirando de él para que dejara de ser un nudo limpio y se convirtiera en un
desorden salvaje―. No pares nunca. Prométeme que nunca pararás.

―Nunca ―gruñó, y esta vez la palabra "nunca" me hizo sonreír


delirantemente mientras nos llevaba a los dos más allá del límite. Una y otra vez,
nuestros cuerpos palpitaron juntos, liberando la tensión acumulada de tanto
tiempo separados y compartiendo la emoción de un nuevo comienzo.
Más tarde, nos sentamos en el sofá junto a un crepitante fuego con nuestros
regalos de Navidad en la mesa frente a nosotros. Charlie se había quitado el
abrigo y la corbata y se había arremangado los puños de la camisa, y yo me había
puesto unas bragas secas y una camiseta, aunque Charlie había votado por el
topless.

Había traído un regalo para mí, una caja mediana envuelta en papel navideño
y rematada con un brillante lazo rojo.

―Tengo dos regalos para ti. ―Sonreí con pesar, mirando las dos cajas para él
en la mesa―. También te traje una botella de whisky, pero ya la abrí.

Se rió.

―¿Lo terminaste?

―No.

―Entonces sirve un poco.

―Lo haré, pero abre primero este regalo. ―Le entregué el más pequeño de
los dos regalos.

Desenvolvió los anticuados vasos y las sacó, con una sonrisa en la cara.
Estaban grabados: uno decía "tuyo" y el otro "mío".

―Adorable.

―¿Demasiado femenino? ―Arrugué la nariz.


―En absoluto. Me encantan. Ahora son los vasos más bonitos que tengo,
como te darás cuenta una vez que te atrevas a ver mi cocina, que es un
batiburrillo de trastos que he ido coleccionando a lo largo de los años.

Me estremecí.

―No temas. Te ayudaré a organizarte. Será mi proyecto para este año.

Se inclinó y me besó la cabeza.

―Gracias.

Enjuagué los vasos nuevos y nos serví a cada uno una pequeña cantidad del
whisky navideño.

―Ahora éste. ―Le entregué la caja grande. La abrió y se rió al ver el montón
de toallas.

―Perfecto. Ahora no tengo que robarlos de tu casa de uno en uno, como


había planeado. Aunque. ―Me miró de reojo―. ¿Significa esto que ya no puedo
ducharme aquí?

―No, en absoluto. Puedes desnudarte y mojarte aquí cuando quieras, oficial


Dwyer.

―Mmm. ―Deslizó una mano hasta mi nuca y me besó los labios, suaves y
dulces―. Estoy a punto de aceptarlo, pero primero es tu turno. ―Dejando las
toallas a un lado, tomó el regalo para mí y lo colocó en mi regazo.

Lo desenvolví con cuidado y sonreí al ver el nombre de SJ Lingerie en la caja.


En su interior había un precioso slip de encaje marfil y un tanga de perlas.
Levanté el tanga y sonreí pícaramente a Charlie.

―¿Es una pista de que mi ropa interior de algodón blanco no es sexy?

Asintió con la cabeza pero dijo:


―No, por supuesto que no.

Riendo, le di un puñetazo en el hombro y luego le besé la mejilla.

―Es precioso. Gracias. ¿Quieres que me lo ponga?

―Sí. Pero tengo otro regalo para ti.

―¡Otro regalo! Pero ya me regalaste los patines también. Esto es demasiado,


me estás malcriando.

Me besó la punta de la nariz.

―Me gusta mimarte. Pero no estoy seguro de que te guste este regalo.

Lo descarté con un gesto de la mano.

―Si lo elegiste para mí, estoy segura de que lo adoraré.

―No hables tan pronto. Este puede ser un poco chocante. ―Se acercó y
tomó su abrigo del respaldo del sofá, sacando algo del bolsillo interior.

Algo que parecía... una caja de anillos.

Mi estómago se agitó. Oh, Dios. Oh, cielos. ¿En qué estaba pensando? No
estábamos preparados para eso. Alcancé mi whisky y tomé un sorbo. Dios mío,
¿qué haría si fuera un anillo?

¿Qué diría? ¿Cómo se atreve a hacerme esto?

Con un aspecto ligeramente avergonzado, me entregó la cajita.

―Espero no haber sacado ninguna conclusión aquí.

Mi corazón latía con fuerza. No se me ocurría nada que decir, así que lo
desenvolví. Era una simple caja blanca con bisagras, y cuando la abrí, una enorme
joya me guiñó el ojo desde un cojín de terciopelo negro. Jadeé, sin apenas mirarla,
y la cerré de golpe.
―Charlie, ¿estás loco? Es demasiado pronto para...

―Sácalo, Erin.

Lo saqué y descubrí que el otro extremo era una pequeña bola plateada con
forma de torpedo. No era un anillo. Era un tapón del culo.

―Oh, Dios mío. ―Miré a Charlie y ambos estallamos en carcajadas―.


¡Oh, Dios mío, imbécil! ―Le golpeé con él―. ¿Sabes qué pensé que era esto?

Se reía demasiado como para contestar. Tenía lágrimas.

―¡Jesús, Charlie, pensé que iba a tener que rechazar tu propuesta aquí
mismo, en nuestra no-navidad!

―Lo sé ―consiguió, limpiándose los ojos―. Fue divertidísimo.

―No, no lo era. Oh, Dios mío. ―Mi corazón se negaba a calmarse―. Quiero
matarte ahora mismo.

―Ah, Dios, lo siento. ―Dejó su whisky sobre la mesa y me empujó sobre mi


espalda, estirando su largo y duro cuerpo sobre el mío―. ¿Estás enojada?

Su peso se sentía delicioso y cálido sobre mí, y envolví mis piernas alrededor
de él.

―No. ―Lo besé, sintiendo un cosquilleo hasta los dedos de mis pies
desnudos―. E incluso lo intentaré.

Al oír eso, la cara de Charlie se iluminó.

―¿Sí?

―Sí. Me das ganas de hacer todo tipo de cosas que nunca he hecho.
―Entrecerré los ojos―. Pero algún día, te cobraré esto. Recuerda mis palabras.

Bajó sus labios a los míos, con un suave gemido retumbando en su pecho.
―Mientras tengamos un día, cosa dulce. Eso es todo lo que importa.
Epílogo
Un año después

―Vamos, Erin. Vamos a perder nuestra oportunidad de subir si haces más


fotos aquí abajo.

―¡Sólo una más! ―Probablemente ya había tomado veinte, pero era la Torre
Eiffel, por el amor de Dios. Y la única vez que había estado aquí, había sido un día
de verano brumoso y lluvioso. Era bonito y todo eso, pero hoy, con la nieve
espolvoreando todas las superficies, la oscuridad cayendo, las luces
encendiéndose por toda la ciudad... toda la escena era una fantasía en blanco,
negro, plata, oro y siempre verde.

Si no hiciera tanto frío.

―No. Suficiente. ―Charlie me quitó la cámara y la metió en el bolso―.


Vamos. Tenemos que hacer esto ahora si queremos hacer nuestra reserva. ―Sus
palabras se convirtieron en volutas blancas mientras me tomaba del brazo y me
arrastraba hacia la entrada en la base de la torre.

―No veo por qué teníamos que hacer reservas, de todos modos. Podríamos
haber ido directamente.

―Silencio. Lucas dijo que las reservas son necesarias en este restaurante.

―¿Dónde está?

―En el Barrio Latino. Aparentemente es donde llevó a Mia en su primera


cita.
―¿En serio? ―Eso me hizo feliz. Cuando habíamos planeado este viaje,
esperábamos que mis amigas y sus maridos pudieran acompañarnos, pero el
calendario no había funcionado. Mia había dicho que las fechas no eran buenas
para que su padre y su madrastra pudieran cuidar al bebé, y Coco dijo que Devine
Events tenía una gran boda este fin de semana―. No me di cuenta de eso. Bien,
entonces. Hagamos esto. Le prometí a Maddie una foto desde arriba.

Cuando subimos, me recosté contra él en el ascensor.

―Me hubiera gustado que viniera con nosotros, ¿no?

―¿Qué? No ―dijo con firmeza―. Una niña de ocho años no pertenece a


París.

―Pero le encantarían las dulcerías, las jugueterías y los carruseles. También vi


un folleto de una clase de cocina para niños. Habría estado en el cielo. ¡Oh! ―Lo
miré por encima del hombro―. Recuérdame que recoja esa camisita con la rana
que dice la grenouille. Está en esa tienda para niños de camino al hotel.

Charlie hizo una mueca.

―¿La de los cuarenta euros?

―Sí. Esa.

Cuando la puerta se abrió, salimos e incluso Charlie se preparó para el frío que
hacía. Pero la vista desde la cima me hizo estremecer por su pura belleza. Todo
París, iluminado y centelleante.

―Oh, es tan hermoso ―respiré.

―Lo es. Me gusta lo feliz que te hace.

Lo miré y sonreí.
―¡Vamos a hacer una foto para Maddie! ―Abriendo mi bolso, busqué mi
cámara.

―¿Por qué no le pedimos a alguien más que lo tome? ―Sugirió Charlie.

―De acuerdo. ―Escudriñando la multitud, busqué a alguien que pudiera ser


un buen candidato a fotógrafo, pero un segundo después Charlie me quitó la
cámara de la mano.

―Aquí, encontré a alguien. ¿Señorita? ¿Podría tomarnos una foto?

Me giré para ver a quién había elegido -y hablado en inglés- justo a tiempo
para ver a Mia tomar la cámara y decir―: Claro que sí.

Me quedé con la boca abierta y jadeé.

―¡Oh, Dios mío! ¿Qué estás haciendo aquí? ―La habría abordado si no fuera
porque retrocedió, y Charlie se aferró a mi muñeca. Lo miré―. ¡Oye! ¡Dijo que
no podían venir a este viaje! ¿Qué es esto?

Se arrodilló frente a mí.

Aspiré más aire helado mientras el mundo a mi alrededor se difuminaba.

―¿Charlie?

Me sonrió y sacó algo del interior de su abrigo. Frenética, miré a Mia y vi que
Lucas, Coco y Nick estaban junto a ella. Los cuatro estaban acurrucados con unas
sonrisas que avergonzaban a la Ciudad de la Luz. Me tapé la boca con mis manos
enguantadas. Otras personas se habían detenido a mirar y sonreír también.

―Erin.

Volví a mirar a Charlie, con el corazón martilleando. Ni siquiera podía hablar.

―Una vez te describí la propuesta perfecta: París, la cima de la Torre Eiffel,


un anillo de diamantes, el hombre perfecto arrodillado.
Se me llenaron los ojos y asentí con alegría.

―Bueno. Tienes París. Tienes la torre. Tienes el anillo de diamantes. ―Abrió


una caja de anillos, mostrando un precioso diamante redondo que me guiñó un
ojo―. He añadido a tus amigos a la mezcla, espero que no te importe.

Sacudí la cabeza, las lágrimas se derramaron.

―Y aunque estoy lejos de ser el hombre perfecto, te amo de la manera más


perfecta que conozco: incuestionable, incondicional y sin reservas. Sé que
nuestro comienzo no fue un cuento de hadas, pero si me dejas, te daré un final
muy feliz.

Asentí con la cabeza, mi voz finalmente estalló.

―¡Sí! ―Mientras el público silbaba y aplaudía, me quité el guante, extendí la


mano y él deslizó el anillo en mi dedo. Lo admiré durante un segundo antes de
rodearlo con mis brazos y dejar que me levantara.

Un momento después, nuestros amigos e incluso algunos completos


desconocidos se arremolinaron para felicitarnos, y perdí la cuenta de cuántos
abrazos y besos di y recibí. Mia hizo fotos y Lucas grabó un vídeo; resulta que esta
semana estaba bien para que su padre y su madrastra se quedaran con el bebé.
Coco también había mentido sobre la boda.

―¿Estás bromeando? ―había dicho, sollozando mientras me abrazaba―.


Cuando Charlie nos dijo lo que estaba planeando, saltamos a la oportunidad de
estar aquí.

―¡No puedo creer que lo hayas mantenido en secreto!

―Tampoco podía nadie más ―confesó―. Tenía órdenes estrictas.

Mia se acercó a nosotros y abrimos los brazos para dejarla entrar en el abrazo.
―Gracias por estar aquí ―dije, con la garganta contraída―. Significa mucho
para mí.

Aquella noche, durante la cena, vi el vídeo de la pedida de mano una cantidad


interminable de veces, probablemente molestas. Pero no pude evitarlo: la
proposición fue perfecta, de principio a fin.

Confesión: Hablando del final, tuve un pensamiento sucio cuando dijo que
me daría un final feliz.

¿No es así?
De parte de Mia
No pensaste realmente que dejaría que la historia terminara ahí, ¿verdad? ¡Ese
final no cierra nada! No puedo tener detalles colgando en la balanza, así que
permíteme.

5 cosas que Erin no te ha contado pero yo sí

1) Lucas y yo tuvimos un niño pequeño, al que llamamos Henri, en honor al


conde, que era tan especial para Lucas y para mí. El conde falleció un año
después de que yo tuviera a Henri, pero por suerte pudimos viajar a la Provenza
poco después de que naciera para que pudiera conocer a su tocayo. La villa y el
viñedo quedaron en manos de Lucas y sus hermanos, pero como sus hermanos
vivían en Francia, Lucas y yo les vendimos nuestra parte y compramos un terreno
en el norte de Michigan para empezar nuestra propia aventura vinícola. Nos
trasladamos allí definitivamente poco antes del nacimiento de nuestro segundo
hijo, una niña a la que llamamos Heloise. Ellie para abreviar. Dos hijos y un viñedo
nos dieron mucho que hacer con nuestro tiempo, pero, por supuesto, la vida sigue
dándome regalos inesperados, así que este otoño voy a tener nuestro tercer hijo.
(Todavía no sé lo que es; estoy mejorando con las sorpresas).

2) Coco dirige ahora Devine Events por su cuenta, y el negocio ha crecido


tanto que contrató a dos empleados más para que trabajaran con ella. Esto fue
especialmente útil cuando estuvo de baja por maternidad con los gemelos, Joey y
Paul, que ahora van a cumplir un año. Ella y Nick siguen viviendo en la casa de
Indian Village, y Nick posee y dirige varios restaurantes y bares en Detroit, entre
ellos The Green Hour, aunque Lucas sigue siendo copropietario. Coco dice que ya
no tienen hijos y Nick afirma que no, pero la abuela de Coco le dijo que no se
preocupara porque vio el futuro en un sueño y Coco estará embarazada de un
tercer hijo para el próximo verano. (Coco sigue sin hablarse con ella).

3) Seis meses después de comprometerse en París, Erin y Charlie se casaron


por la iglesia y tuvieron su recepción en The Green Hour, que cerramos durante
todo el fin de semana en su honor. Madison fue su niña de las flores y portadora
de anillos, y la situación es tan amistosa que incluso la ex de Charlie y su marido
vinieron a su boda. Erin sigue dirigiendo el estudio de danza, que se amplió para
incluir un segundo local dos años después de que se hiciera cargo de él, y Charlie
es ahora detective. Viven en una casa no muy lejos de donde Erin y yo crecimos,
y ella está esperando su primer hijo más o menos al mismo tiempo que yo estoy
esperando el tercero. Va a tener una niña, que se llamará Mia Claudia Dwyer, en
honor a Coco y a mí.

4) El ladrón que robó las cosas de Erin fue atrapado unos seis meses después
de haberla robado. Charlie nunca llegó a hacer la justicia que quería, aunque Erin
le aseguró que lo había superado. Desde que el incidente los unió, ella estaba
dispuesta a escribirle al maldito ladrón una nota de agradecimiento.

5) No veo a mis amigas con suficiente frecuencia, pero cuando nos reunimos,
hacemos que cuente. Vemos jugar un poco a nuestros hijos, ignoramos un poco a
nuestros maridos, bebemos vino (si no estamos embarazadas) y nos reímos de las
locas vueltas que da la vida. Todas estamos de acuerdo en que no estaríamos
donde estamos hoy si no fuera por las demás. Para nuestros cuarenta años -que
se acercan más rápido de lo que quisiéramos- nos vamos a París juntas a celebrar
la vida, el amor y la amistad.

Si tienes esas cosas, lo tienes todo.


Fin
Agradecimientos
Gracias a mi marido por su paciencia, amor y comprensión. Vivo tan a
menudo en mi cabeza que a veces me olvido de hacerle saber lo profundamente
que está en mi corazón. Te amo.

A mis dos pequeñas, a las que adoro más que a las palabras, y eso es mucho.

A mis padres, aunque no puedan leer mis libros. Me han inculcado un amor
por las historias que ha marcado la diferencia en mi vida.

A un equipo increíblemente talentoso y comprensivo: Tom Barnes por sus


magníficas portadas, Cait Greer por el formato, Lisa Jones Maurer por la
publicidad, Shanyn Day por ser de gran ayuda cuando lo necesitaba, Angie
Owens por la meticulosa corrección de pruebas. Gracias, gracias, gracias.

A Tamara Mataya, por las ediciones que me hacen reír tanto que lloro. Gracias
por mantener el sexo amputado accidentalmente fuera de mi libro, por saber
cuándo quiero decir esperar y no sospechar, y por reírte de todos mis chistes.

A Laurelin Paige, que sabe lo que mis personajes quieren hacer y decir incluso
cuando yo no lo sé. Gracias por animarme en cada paso del camino. Nunca podría
haber escrito este libro sin ti.

A Bethany y a su atractivo marido policía por sus consejos policiales (ejem, y


otros tipos de inspiración). A Kayti McGee y Sierra Simone, por leer Floored
cuando era un montón de borradores y decirme que querían más. A Geneva Lee,
por inspirarme, siempre. Y también por las esposas rosas de peluche... ¡Los
quiero!
A mis talentosos, divertidísimos, leales y cariñosos amigos de The Wrahm
Society y todas sus ramificaciones, gracias por no dejarme nunca sentir sola en
este empeño y por darme un montón de risas.

Estoy muy agradecida por los amigos que he hecho gracias a esta serie, y por
los blogueros y fans que no paran de hablar de los libros que les gustan. Significa
mucho. Estoy especialmente en deuda con el Shameless Book Club, los Rock
Stars of Romance, Dirty Laundry Review, Shayna Renee's Spicy Reads y Truly
Schmexy Promotions.

Merci mille fois, mes amis.


Vous êtes aussi belle que Paris au printemps.
Acerca de la autora
A Melanie Harlow le gustan los martinis secos, el pintalabios rojo y la historia
sin estridencias. Es la autora del dúo histórico Speak Easy, así como de la sexy
serie contemporánea Frenched. Encuéntrala tomando cócteles en los lugares de
moda de Detroit o en línea…

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