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Luis Cencillo Principios Sistematicos de Dialysis - Capitulo 4
Luis Cencillo Principios Sistematicos de Dialysis - Capitulo 4
PRINCIPIOS SISTEMÁTICOS
DE DIÁLYSIS
Teniendo presente la configuración del proceso dialytico, en su dinamicidad
y en sus resortes de eficacia, podemos considerar ya sus fundamentos
sistemáticos, que comprenden una serie de principios y una verificación de
las posibilidades objetivas que la personalidad ofrece para ser terápicamente
influida y movilizada (podría muy bien no ofrecerlas, y es lo que tal vez
supongan aquellos que no pueden admitir la eficacia de una terapia sin
fármacos y sin reaprendizajes mecánicamente producidos), en forma de
registros de comunicación. Con este estudio dispondremos de la base
sistemática en la que se inscriban los recursos prácticos que acabamos de
especificar al final del capítulo anterior.
Todo ello supuesto (cuya demostración no hace aquí al caso, por ser
extraterápica y ser éste un tratado de Psicoterapia estrictamente tal, y que,
por lo demás, hemos ya realizado, como queda dicho, tanto en los tres
primeros capítulos más el 8 de Terapia, lenguaje y sueño como en los
capítulos 3 y 5 de Dialéctica del concreto humano; aunque bastaría con que
los presupuestos, aquí formalizados, condujeran a una más adecuada
comprensión de las perturbaciones de personalidad y de su fenomenología,
prescindiéndose de sus «valores de verdad»), reciben ya su significado y su
alcance adecuado, práctico, los principios todavía teóricos, pero ya más
ceñidos a la práctica terápica, que a continuación formulamos:
El cuerpo «habla» por sus órganos y sus vísceras cuando los medios
normales de la comunicación se bloquean: los eczemas, el asma, la gastritis,
los trastornos intestinales y hepáticos, la impotencia o la frigidez, las
taquicardias, las anginas, las psoriasis, las jaquecas y cefalalgias y hasta el
temblor de las extremidades, del pulso o de la cabeza y las manchas en la
piel, o el aumento de temperatura sin causa infecciosa, etc., son otras tantas
expresiones simbólicas e inconscientemente teleológicas de un estado de
asfixia libidinal, de un no «poder más» con las tensiones que la falta de
cauces adecuados de derivación de la energía básica origina. El no poder
«digerir» la realidad, se traduce en un no poder digerir ni asimilar el
alimento; o el no poder comunicarse ni empatizar, se expresa mediante
trastornos cutáneos o intestinales; y el no poder actuar operativamente se
traduce a otro registro, y son las extremidades o la cabeza lo que se muestra
descompensado e incapaz de funcionar.
Es más, tanto los perturbados como los llamados «sanos» pueden percibir y
comprender y encontrar hechos realidad cada objeto, el mundo y la
totalidad de lo real (incluido el propio cuerpo y el psiquismo propio) en
cuanto éstos se formalizan semióticamente en tales (igual que en el caso de
un texto, un mito o un sueño) y en cuanto se hacen objetivamente
perceptibles y comprensibles gracias a una filtración semántica, que viene
ya incoada en el momento en que los órganos de los sentidos y los centros
nerviosos correspondientes comienzan a seleccionar estímulos y a totalizar
lo seleccionado en forma aperceptiva.
No hay que perder nunca de vista el hecho de que aun en la percepción más
simple, inmediata y objetiva, jamás han quedado recogidos o registrados
por el psiquismo todos los estímulos o elementos sensoriales que están
constituyendo la realidad en sí del objeto de esa percepción.
Es más, como han visto muy bien Lacan y su escuela, la sociedad prepara
de antemano al que nace o va a nacer su orden de significantes socialmente
determinado, y el sujeto accede a la realidad investido por el significante,
desde «el discurso del Otro», de modo que se nace ya en situación alienada,
y el hacerse-uno-mismo constituye una labor a contrapelo de la «pasión del
significante», pero en que, al liberarse el sujeto, descubre que, en este orden
de cosas, su mismidad yoica no es sino una «malla suelta en el discurso del
Otro», una cesura, una solución de continuidad ininteligible; pues se sale,
para ser ella misma, del orden de los significantes.
Naturalmente, todo proceso evolutivo procede por fases que presentan, cada
una, unas características propias y suponen unas condiciones específicas. Y
de igual modo, su recuperación terápica adopta la misma articulación fásica
que ha de ser tenida en cuenta para la buena marcha del proceso curativo.
Parece ser, según Jung, que entre los treinta y cinco y los cuarenta y cinco
años de edad del varón y, añadimos nosotros, a causa de la menopausia en
la mujer, tiene lugar un proceso mutativo de la elasticidad de la
personalidad (Lebenswende, «viraje de la vida» jungiano) que hace ya
irrecuperables las posibilidades libidinales, asuntivas y prácticas del sujeto.
Por este proceder podrá aportarse alguna claridad al caso, podrá el paciente
concienciar en algún grado la estructura y la dinámica de sus mecanismos
neuróticos (es decir, no negamos que tal filtraje convencional sea de alguna
eficacia), pero de ningún modo pueden producir el «salto del resorte»
definitivo, y verdaderamente curativo, o conducir a una catarsis total de la
malformación neurótica una serie de interpretaciones mediatizadas
convencionalmente por un sistema teórico y no apoyadas en sus propias
claves de comprensión.
Al cabo de algún tiempo, ya puede irse sabiendo con una certeza creciente
que tales oniremas o imágenes recurrentes encierran un significado tal, en
este caso concreto, que quizá no presenten en otro caso, o que no se halle
recogido por las escuelas clásicas70.
Ante todo, dos puntos son evidentes a este respecto: uno, la comunicación
de inconscientes, entre paciente y terapeuta, que éste frecuentemente no
llega a controlar, pero que influye muy activamente en la marcha, en la
movilización o en el estancamiento del caso y de su proceso. La situación
de terapia entre dos es intensamente humana y hasta dramática, y no es en
absoluto posible que uno de ambos deje de estar especialmente implicado
en ella, con todas las consecuencias; de modo que, como antaño los padres,
aquellos sentimientos y tendencias inconscientes hacia el paciente, o su
falta de interés y de atención en las sesiones, o las calidades de su
«projimidad» (la Mitmenschlichkeit de Gebsattel), no dejen de constituir
factores muy activos y reales en el desarrollo del proceso. Es el fenómeno
que se ha denominado «contratransferencia».
Por todo ello, y en virtud de este principio, sería de desear siempre que el
paciente ignorase lo más posible de las particularidades de la vida concreta
del terapeuta, y también que nunca entrase en relación con otras personas
allegadas a él por una razón o por otra; por lo tanto, que no acudiera a las
sesiones al domicilio del mismo, sino a un local impersonal y neutro, cuya
decoración fuese a la vez funcional, sobria y estética, mas sin ningún
resabio de clase social, de manifestaciones narcisistas o de culto a la
personalidad del terapeuta. Demasiado lujo en el mobiliario es, desde luego
y para toda clase de pacientes (aun para los socialmente bien situados),
entorpecedor, y asimismo un ambiente desapacible y sórdido; pero de
excederse en algo resulta preferible, a la larga, el destartalamiento del local,
que recuerde el de un estudio o el de un taller, que un confort y un
esteticismo, tal vez agradable a primera vista, pero demasiado cercano a las
apreciaciones del consciente, y secretamente movilizador de impulsos
inconscientes negativos, por una u otra razón: el lujo en el mobiliario no
pierde nunca un cierto carácter de agresión al visitante.
Recuerdos de infancia.
Estados afectivos.
Sueños.
Fantasías.
Imágenes eidéticas (espontáneas).
Asociación libre.
Deseos.
Temores.
Proyectos.
Situaciones y dinámica de las mismas.
Con los afectos sucede lo mismo, sólo que aquí lo prevalente no son
las imágenes, sino los estados emocionales. Pero lo eficaz es
precisamente el envolvimiento inmersivo de tipo cuasi-cenestésico,
muy semejante a los de la primera infancia y primeros meses de vida,
capaz de hacer regredir a etapas muy tempranas en el desarrollo de la
personalidad.
Por ejemplo, no basta nunca que el paciente diga que ha tenido un sueño de
tal o cual tipo y donde pasaba esto o lo otro (una lucha, una persecución, un
encuentro o hallazgo), sino que hay que obligarle a que narre
detalladamente sus sueños, pues en los detalles y en su evocación concreta
está la fuerza dinamizadora del sueño. No basta tampoco con que diga que
su padre fue duro, ha de especificar y evocar incluso las escenas concretas
que le traumatizaron, y así sucesivamente.
Por lo que se refiere al lugar ordinario de las sesiones hemos de hacer las
siguientes precisiones, basadas en nuestra propia experiencia:
Hay pacientes, y momentos del proceso, a los que ayuda más una
comunicación directa y frente a frente, o sea, mirando desde el diván al
terapeuta (aunque sea para controlarle, pues satisfacer este deseo puede ser
provisionalmente eficaz); en otros momentos o con otros pacientes ayuda
más permanecer fuera del alcance de su vista, incluso por unos momentos
puede el terapeuta dejar sólo en la habitación al paciente y analizar luego el
cambio de sentimientos experimentado en su ausencia y al volverse a
presentar. En una palabra, con la distancia, la ubicación en el espacio, las
presencias y las ausencias puede jugarse como con elementos primordiales
de las constelaciones simbólicas del paciente, y asi obtener una serie de
matices nuevos en sus reacciones afectivas, que enlacen con arcaicos
recuerdos infantiles.
Y, dentro de ello, también hay que considerar la posición. En este punto hay
que ser más rígido que en el anterior (de la ubicación del terapeuta): la
posición analítica eficaz e indispensable es la supina, en actitud lo más
relajada posible, que no se suple con estar simplemente «cómodo» (como
cuando se sienta en un sillón), sino que ha de contribuir a bajar sus
defensas, las cuales sólo se debilitan en esa posición.
Por eso, las más de las veces, dice Freud en Die Verneinung (La negación),
el paciente no está dispuesto a admitir el significado que se da a sus
símbolos, gestos y palabras, literalmente «no le cabe en la cabeza» (y no le
puede caber, pues su sistema de conceptos se ha construido precisamente
para ocultar, marginar y reprimir eso que se le está diciendo y que nunca ha
querido admitir), y, cuando se le dice, suele responder «en eso no había yo
pensado nunca»... Y aquello, dice Freud, es precisamente la base y el nudo
de todo su sistema neurótico.