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Lengua y Literatura 8

Básico
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Antes de iniciar la prueba, lee las siguientes instrucciones.
• Usa solo lápiz grafito para contestar la prueba.
• Trata de contestar todas las preguntas de la prueba, incluso
Código de la
si no estás completamente seguro(a) de tu respuesta. evaluación.

• Si tienes alguna duda sobre cómo contestar, levanta la mano


y pregunta al profesor o a la profesora.

Para contestar
las preguntas de 5 Según el texto, ¿quién no se atrevía a competir con el
hombr
alternativas, debes A. La

ennegrecer completamente
oropéndol
B. El hijo
a.
del Rey.
C. Los

la celdilla de la alternativa genio


D. La
¿En
s. qué lugar celebraba la fiesta el Rey-Dragón
alond
cuando escuc
ra.
que consideres correcta, 6
A. En
B.elEn
tratando de no salirte cielo.
C.laEn su
playa.
palacio.
de ella.
D. En la
7 ¿Por qué el Rey-Dragón quiso que el hombre de la
montaña.
flauta lo a
A. Porque deseaba que le enseñara a su hijo a
B. Porque quería tocar la flaucon regalos por su
ofrendarlo
C. Porque deseababella músic
que se convirtiera en uno de
sus músic
D. Porque quería saber el secreto para tocar tan
bellament
8 De los objetos que le ofreció el Rey-Dragón, ¿qué
característi
flauta celestial para escoger la cesta y
la capa?

A.
B.SuSu
prec
magi
C.
io. Su
a.
utilid
D. Su
ad.
durabilid
ad.
TEXTO 1 (Preguntas 1 a 4)

El Kalévala
Trajeron a Lemmikainen su cota de mallas, su vieja armadura de guerra; tomó en
sus manos la inmortal espada, la compañera de combate de su viejo padre, y apoyó
fuertemente la punta contra las vigas del suelo. La espada se cimbreó bajo su
mano como la fresca corona del cerezo, como la rama del verde enebro; y con una
voz henchida de amenazas, dijo el héroe: “¡No, no habrá nadie en toda Pohjola
que se
atreva a afrontar esta espada, que se atreva mirar fijamente esta resplandeciente hoja!”
Y descolgó su arco, su arco poderoso, del muro donde estaba suspendido, y levantó
la voz diciendo: “Llamaría yo hombre y tendría por héroe a aquel de Pohjola que
fuese capaz de tender este arco, de plegar este tallo de acero”. Después el bullicioso
Lemmikainen, el hermoso Kaukomieli, se puso su cota de mallas, su vieja armadura
de
guerra, y llamando a su esclavo, le dijo: “Oh esclavo comprado, esclavo pagado a
peso de plata, apresúrate a preparar mi caballo de batalla, y engancharlo al trineo, pues
quiero acudir a las bodas de Pohjola”.
El humilde, el dócil esclavo, obedeció en el acto; enjaezó el caballo de guerra, el
flamígero corcel, y lo enganchó al trineo; después volvió junto a su amo y dijo: “Ya
está hecho lo que mandaste; el caballo está enjaezado, el relumbrante corcel está
enganchado al trineo”.
Lemmikainen tomó asiento en su trineo, fustigó al caballo con su látigo guarnecido de
perlas, y el caballo se lanzó al galope, devorando el espacio. Pronto llegó a la
mansión de Pohjola, ante una empalizada de acero, una barrera forjada de hierro,
que se hundía en la tierra a una profundidad de cien brazas, que se elevaba al cielo
de largas serpientes, ensortijadas de negras culebras, entrelazadas de lagartos.
Colgaban las monstruosas colas, agitábanse sin tregua las chatas cabezas, silbaban las
lenguas. Las colas caían hacia dentro, las cabezas hacia fuera.
Lemmikainen no se inquietó poco ni mucho ante tal obstáculo. Desenvainó su
cuchillo, su cuchillo de terrible hoja, y comenzó a segar en el seto, hasta abrir una
brecha en el cerco de hierro, en la empalizada de serpientes, entre seis postes, entre
siete postes; después lanzó por ella su trineo y llegó a la puerta de Pohjola. Una
serpiente estaba tendida en el umbral; era larga como una viga de techo, gruesa
como un pilar de la puerta; tenía cien ojos y mil dientes; ojos grandes como cedazos,
dientes largos como un mango de chuzo, como un mango de rastrillo y lomos anchos
como siete barcas.
Lemmikainen no se detuvo; no se atrevió a pasar sobre la serpiente de cien ojos, sobre
el monstruo de mil lenguas. Entonces recordó las antiguas palabras, las misteriosas
fórmulas que antaño había aprendido de su madre, que la que amamantó a sus pechos
le había enseñado.
Y el joven Lemmikainen, el hermoso Kaukomieli dijo: “Oh, negro reptil de las
profundidades de la tierra, larva teñida con los colores de la muerte, tú que llevas en tu
piel los colores de los brezales de la tierra desnuda, los colores del arco iris, ¡apártate
del camino del viajero, deja libre el paso al héroe, deja a Lemmikainen seguir su marcha
hasta las bodas de Pohjola, hasta el festín de la inmensa muchedumbre!”. Y a estas
palabras la serpiente comenzó a desenrollar sus anillos, el monstruo de cien ojos, el
gigantesco reptil, se deslizó fuera del umbral, dejando libre el paso al viajero, dejando a
Lemmikainen continuar su camino hacia las bodas de Pohjola, hacia el misterioso festín
de la inmensa muchedumbre.
Anónimo. El Kalévala (fragmento).
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1 ¿Qué le pidió Lemmikainen a su esclavo?
A. Que le buscara el arco.
B. Que le llevara la armadura.
C. Que le preparara el caballo.
D. Que le alcanzara la espada.

2 ¿Qué sucede inmediatamente después de que Lemmikainen llega a la puerta de Pohjola?


A. Se encuentra con la serpiente de cien ojos.
B. Se enfrenta a un viejo recuerdo de su madre.
C. Abre una brecha en el cerco de hierro con su cuchillo.
D. Recuerda las antiguas palabras que le había enseñado su madre.

3 ¿Con qué objeto Lemmikainen recurrió a las fórmulas que le había enseñado su madre?
A. Para espantar a la serpiente de cien ojos.
B. Para vencer a quienes lo atacaran en Pohjola.
C. Para abrirse paso ante la empalizada de acero.
D. Para conocer el camino que lo conducía hasta Pohjola.

4 ¿Qué característica del texto leído permite clasificarlo como un fragmento de una epopeya?
A. Aparecen personajes fabulosos.
B. Deja una enseñanza o moraleja.
C. Se narran las acciones de un héroe.
D. Se describe detalladamente un personaje.
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TEXTO 2 (Preguntas 5 a 9)

PÁNDARO, ENEAS
Mi nombre es Pándaro. Mi ciudad, Zelea. Cuando partí para defender Troya, mi padre,
Licaón, me dijo: “Coge carro y caballos para dirigir a nuestras gentes en la batalla”. En nuestro
espléndido palacio teníamos once carros, nuevos, hermosísimos, y para cada carro dos
caballos alimentados con cebada blanca y escanda. Pero yo no los cogí, no escuché a mi
padre y me fui a la guerra solo con arco y flechas. Los carros eran demasiado hermosos para
acabar en una batalla. Y los animales, lo sabía, solo sufrirían hambre y fatiga. Por ello no me vi
con ánimos para llevármelos conmigo. Partí con arco y flechas. Ahora, si pudiera volver atrás,
con mis manos rompería ese arco, y lo echaría al fuego para que ardiera. Inútilmente lo he
llevado conmigo, y triste ha sido mi destino.
Acababa Paris de desaparecer en la nada, y los ejércitos se miraban enmudecidos, para
saber qué tenían que hacer. ¿El duelo había terminado? ¿Había vencido Menelao o
regresaría Paris para combatir? Fue en ese momento cuando se me acercó Laódoco,
el hijo de Anténor, y me dijo: “Eh, tú, Pándaro. ¿Por qué no coges una de tus flechas y
disparas a Menelao, a traición, ahora? Está allí en medio, indefenso. Podrías matarlo, tú
eres capaz. Te convertirías en el héroe de todos los troyanos y Paris, supongo, te
cubriría de oro. ¿Lo pensarás?”. Yo lo pensé. Imaginé mi flecha volar y acertar. Y vi que
aquella guerra terminaba. Esa es una pregunta en la que uno podría pensar durante mil
años sin encontrar nunca la respuesta: ¿es lícito hacer algo infame si así se puede
detener una guerra? ¿Es perdonable la traición si se traiciona por una causa justa? Allí,
en medio de
mi gente armada, ni siquiera tuve tiempo para pensármelo. La gloria me atraía. Y la mera
idea de cambiar la historia con un simple gesto exacto. De modo que aferré mi arco.
Estaba hecho con los cuernos de una cabra montés, un animal al que yo mismo había
cazado: lo había derribado acertándole bajo el esternón, mientras saltaba de una peña.
Y con su cornamenta, de dieciséis palmos de largo, había hecho que me fabricaran mi
arco. Lo apoyé en el suelo y lo doblé para enganchar la cuerda, hecha con nervio de buey,
en la anilla de oro que estaba colocada en un extremo. Mis compañeros, a mi alrededor,
debieron de entender lo que tenía en mente, porque levantaron los escudos para
ocultarme y protegerme. Abrí la aljaba y de ella saqué una flecha nueva y veloz. Durante
un instante dirigí mi plegaria a Apolo, el dios que nos protege a nosotros, los arqueros.
Luego pinté a la vez la flecha y la cuerda de nervio y tiré de ellas hasta que la mano
derecha me llegó al pecho y la punta de la flecha se detuvo sobre el arco. Con fuerza
curvé el cuerno de cabra montés y tensé el nervio de buey hasta que los convertí en un
círculo.
Luego, solté.
La cuerda silbó y la flecha de aguda punta voló alta, sobre los guerreros, veloz. Acertó a
Menelao justo donde las hebillas de oro sujetan la coraza en el cinturón. La punta
penetró a través de los ceñidores, cortó la tira de cuero que protege el abdomen y, al final,
llegó a la carne de Menelao. Empezó a gotearle sangre por los muslos, a lo largo de las
piernas, hasta los hermosos tobillos. Menelao se estremeció al ver su sangre negra, y
también su hermano Agamenón, que enseguida corrió a su lado. Lo cogió por la mano y
se puso a llorar. “Hermano mío”, decía, “¿te habré mandado a la muerte sellando con los
troyanos un pacto estúpido y dejándote combatir, indefenso y solo, ante nuestros ojos?
Ahora
los troyanos, a pesar de que habían hecho un juramento, te han disparado, pisoteando
nuestros pactos…”. Agamenón lloraba. Decía: “Menelao, si tú mueres, yo moriré de dolor.
Ningún aqueo seguirá quedándose aquí para luchar; dejaremos a Príamo tu esposa
Helena y yo me veré obligado a regresar a Argos cubierto de vergüenza. Tus huesos se
pudrirán aquí, al pie de las murallas de Troya, y los soberbios troyanos los pisotearán
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diciendo: ‘¿Dónde está Agamenón, ese gran héroe, que trajo hasta aquí al ejército
aqueo
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para marcharse luego a casa con las naves vacías, dejando en el campo de batalla a su
hermano…?´. Menelao, no te mueras: si tú mueres, la tierra se abrirá bajo mis pies”.
“No tengas miedo, Agamenón”, le dijo entonces Menelao, “y no asustes a los aqueos. Mira,
la punta de la flecha no está toda dentro de la carne, todavía asoma por la piel. Primero la
coraza y luego el cinturón la frenaron. Es solo una herida…”.
“Oh, que así sea”, dijo Agamenón. Luego ordenó que llamaran a Macaón, hijo de
Asclepio, que tenía fama como médico. Los heraldos lo encontraron en medio del
ejército, entre los suyos, y lo llevaron donde el rubio Menelao yacía herido. A su
alrededor estaban todos
los mejores guerreros aqueos. Macaón se agachó sobre Menelao. Arrancó la flecha de la
carne, observó la herida. Luego succionó la sangre y hábilmente aplicó los dulces fármacos
que tiempo atrás el centauro Quirón, con ánimo amistoso, le había regalado a su padre.
Todavía estaban todos alrededor de Menelao cuando nosotros, los troyanos, empezamos
a avanzar. Todos habíamos cogido las armas de nuevo, y en nuestro corazón teníamos
únicamente el deseo de presentar batalla. En aquel momento oímos a Agamenón gritando
a los suyos: “Argivos, recuperad el coraje y la fuerza. Zeus no ayuda a los traidores y esos
a los que habéis visto violar los pactos acabarán siendo devorados por los buitres,
mientras que nosotros nos llevaremos de aquí a sus esposas y a sus hijos en nuestras
naves, después de haber conquistado su ciudad”. Ya no era el Agamenón indeciso y
dubitativo que conocíamos. Aquel era un hombre que quería la gloria de la batalla.
Avanzamos gritando. Éramos de tierras y de pueblos distintos, y cada uno gritaba en su
lengua. Éramos un rebaño de animales con mil voces diferentes. Los aqueos, en cambio,
avanzaban en silencio, se oía tan solo la voz de los comandantes que impartían órdenes, y
era increíble ver a todos los demás obedeciendo, temerosos, sin decir ni una palabra. Venían
hacia nosotros como olas contra los escollos, brillaban sus armas como la espuma del mar
cuando salpica sobre la cresta del agua.
Cuando los dos ejércitos se embistieron, inmenso fue entonces el estruendo de escudos y de
lanzas y el furor de los armados en sus corazas de bronce. Chocaban los escudos de cuero,
ya convexos, y se elevaban trenzándose los gritos de gloria y de dolor, de los muertos y de
los vivos, entremezclados en un único fragor colosal sobre la sangre que inundaba la tierra.
Alessandro Barico. La Iliada (fragmento).
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5 ¿Quién le sugirió a Pándaro que disparara una de sus flechas a Menelao?
A. Paris.
B. Laódoco.
C. Anténor.
D. Agamenón.

6 ¿Qué hizo que Pándaro se decidiera a disparar a Menelao?


A. El odio que sentía hacia los aqueos.
B. El deseo que lo invadió por recibir la gloria.
C. La esperanza de que Paris lo cubriera de oro.
D. La necesidad de proteger a sus compañeros de batalla.

7 ¿Cómo reaccionó Agamenón cuando Menelao fue herido?


A. Con furia.
B. Con orgullo.
C. Con vergüenza.
D. Con desesperación.

8 De acuerdo con el texto, ¿cuál podría haber sido el juramento que hicieron los troyanos?
A. Proteger a Pándaro cuando este disparara su flecha.
B. Combatir contra los aqueos hasta expulsarlos de Troya.
C. Obligar a Agamenón a regresar a Argos con su ejército.
D. Permitir que Paris y Menelao se batieran a duelo sin intervenir.

9 ¿A qué se refiere Pándaro cuando habla de “cambiar la historia con un simple gesto exacto”?
A. A que podría convertirse en el héroe de todos los troyanos.
B. A que podría acabar con la guerra si daba muerte a Menelao.
C. A que con su acción podría ayudar a Paris a salir vencedor en el duelo.
D. A que su traición podría ser perdonada si con esta derrotaba a los aqueos.

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TEXTO 3 (Preguntas 10 a 15)

Canto VII: Odiseo en el palacio de Alcínoo


Arete, la de los níveos brazos, fue la primera en hablar, pues, contemplando los
hermosos vestidos de Odiseo, reconoció el manto y la túnica que había labrado con sus
siervas. Y en seguida habló al héroe con estas aladas palabras:
—¡Huésped! Primeramente quiero preguntarte yo misma: ¿Quién eres y de qué país
procedes? ¿Quién te dio esos vestidos? ¿No dices que llegaste vagando por el ponto?
Le respondió el ingenioso Odiseo: —Difícil sería, oh reina, contar menudamente mis
infortunios, pues me los enviaron en gran abundancia los dioses celestiales; mas te
hablaré de aquello de lo que me preguntas e interrogas. Hay en el mar una isla
lejana, Ogigia, donde mora la hija de Atlante, la dolosa Calipso, de lindas trenzas,
deidad poderosa que no se comunica con ninguno de los dioses ni de los mortales
hombres; pero a mí, oh desdichado, me llevó a su hogar algún numen después que
Zeus hendió con el ardiente rayo mi veloz nave en medio del vinoso ponto.
Perecieron mis esforzados compañeros, mas yo me abracé a la quilla del corvo bajel,
anduve errante nueve días y en la décima y obscura noche me llevaron los dioses a la
isla Ogigia, donde mora Calipso, de lindas trenzas, terrible diosa; esta me recogió, me
trató solícita
y amorosamente, me mantuvo y díjome a menudo que me haría inmortal y exento de
la senectud para siempre, sin que jamás lograra llevar la persuasión a mi ánimo. Allí
estuve detenido siete años y regué incesantemente con lágrimas las divinales vestiduras
que me dio Calipso. Pero cuando vino el año octavo, me exhortó y me invitó a partir;
sea a causa de algún mensaje de Zeus, sea porque su mismo pensamiento hubiese
variado. Me envió en una balsa hecha con buen número de ataduras, me dio
abundante pan y dulce vino, me puso vestidos divinales y me mandó favorable y plácido
viento. Diecisiete días navegué, atravesando el ponto; al décimoctavo pude divisar los
umbrosos
montes de vuestra tierra y a mí, oh infeliz, se me alegró el corazón. Mas aún había de
encontrarme con grandes trabajos que me suscitaría Poseidón, que sacude la tierra: el
dios levantó vientos contrarios, impidiéndome el camino, y conmovió el mar inmenso;
de suerte que las olas no me permitían a mí, que daba profundos suspiros, ir en la
balsa, y esta fue desbaratada muy pronto por la tempestad. Entonces nadé,
atravesando el abismo, hasta que el viento y el agua me acercaron a vuestro país. Al salir
del mar, la
ola me hubiese estrellado contra la tierra firme, arrojándome a unos peñascos y a un
lugar funesto; pero retrocedí nadando y llegué a un río, paraje que me pareció muy
oportuno por carecer de rocas y formar como un reparo contra los vientos. Me dejé
caer sobre la tierra cobrando aliento; pero sobrevino la divinal noche y me alejé del río,
que las celestiales lluvias alimentan, me eché a dormir entre unos arbustos, después
de haber amontonado serojas a mi alrededor, y me infundió un dios profundísimo
sueño. Allí, entre las hojas y con el corazón triste, dormí toda la noche, toda la mañana y
el mediodía; y al ponerse el sol me dejó el dulce sueño. Vi entonces a las siervas de tu
hija jugando en la playa junto con ella, que parecía una diosa. La imploré y no le faltó
buen juicio, como no era de esperar que demostrase en sus actos una persona joven
que se hallara en tal trance, porque los mozos siempre se portan
inconsiderablemente.
Me dio abundante pan y vino tinto, mandó que me lavaran en el río y me entregó estas
vestiduras. Tal es lo que, aunque angustiado, deseaba contarte, conforme a la verdad
de lo ocurrido.
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Le respondió Alcínoo diciendo: —¡Huésped! En verdad que mi hija no tomó el acuerdo
más conveniente; ya que no te trajo a nuestro palacio, con las esclavas habiendo sido la
primera persona a quien suplicaste.
Le contestó el ingenioso Odiseo: —¡Oh héroe! No por eso reprendas a tan eximia
doncella, que ya me invitó a seguirla con las esclavas; mas yo no quise por temor y
respeto: no fuera que mi vista te irritara, pues somos muy suspicaces los hombres
que vivimos en la tierra.
Le respondió Alcínoo diciendo: —¡Huésped! No encierra mi pecho corazón de tal
índole que se irrite sin motivo, y lo mejor es siempre lo más justo. Ojalá, ¡por el padre
Zeus, Atenea y Apolo!, que siendo cual eres y pensando como yo pienso, tomases a
mi hija por mujer y fueras llamado yerno mío, permaneciendo con nosotros. Te daría
casa y riquezas, si de buen grado te quedaras; que contra tu voluntad ningún feacio
te ha de detener, pues eso disgustaría al padre Zeus. Y desde ahora decido, para que
lo sepas bien, que tu viaje se haga mañana: mientras duermas, vencido del sueño, los
compañeros remarán por el mar en calma hasta que llegues a tu patria y a tu casa, o
adonde te fuere grato, aunque esté mucho más lejos que Eubea; la cual dicen que se
halla muy distante los ciudadanos que la vieron cuando llevaron al rubio Radamantis
a visitar a Titio, hijo de la Tierra: fueron allá y en un solo día y sin cansarse terminaron el
viaje y se restituyeron a sus casas. Tú mismo apreciarás cuán excelentes son mis naves
y cuán hábiles los jóvenes en batir el mar con los remos.
Así dijo. Se alegró el paciente divinal Odiseo y, orando, habló de esta manera:
—¡Padre Zeus! Ojalá que Alcínoo lleve a cumplimiento cuanto ha dicho; que su gloria
jamás se extinga sobre la fértil tierra y que logre yo volver a mi patria.
Homero. Odisea (fragmento).

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10 Al inicio del texto, ¿a quién relata Odiseo sus infortunios?
A. A Arete.
B. A Alcínoo.
C. A Calipso.
D. A Zeus.

11 ¿Qué le promete Alcínoo a Odiseo?


A. Que lo llenará de riquezas.
B. Que le dará a su hija como esposa.
C. Que le regalará unas embarcaciones.
D. Que lo ayudará a regresar a su patria.

12 ¿Qué ocurrió en la isla Ogigia?


A. Perecieron los compañeros de Odiseo.
B. Zeus partió con un rayo la nave de Odiseo.
C. Odiseo pasó siete años con la diosa Calipso.
D. Odiseo vio a unas muchachas jugando en la playa.

13 Odiseo dice: “Mas aún había de encontrarme con grandes trabajos que me suscitaría Poseidón”.
¿Cuáles son esos “grandes trabajos”?
A. Se enfrentaría a una tormenta.
B. Llegaría a un país desconocido.
C. Andaría errante hasta llegar a la isla Ogigia.
D. Navegaría sobre una balsa durante diecisiete días.

14 Alcínoo critica el comportamiento de su hija cuando Odiseo le pide ayuda, porque piensa que ella:
A. desoyó las súplicas que le hiciera Odiseo.
B. debió llevar a Odiseo de inmediato a palacio.
C. debió haber evitado ayudar a un extranjero.
D. actuó con poco juicio ante un desconocido.

15 De acuerdo con el relato de Odiseo, ¿qué relación establecen los dioses con los mortales?
A. Desprecian sus actos.
B. Intervienen en su destino.
C. Les entregan valiosos consejos.
D. Los acompañan en sus desventuras.
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Hoja de respuestas

Nombre Curso

Número de lista
0 1 2 3 4 5 6 7 8 9
Primer dígito →

Segundo dígito →

1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15. PROYECTO SAVIA © SM

10
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Hoja de notas
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