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Mis primeros contactos con la lectura en mi vida comienzan desde que era muy

niño y, era mi madre la que nos leía cuentos infantiles, lo cual permitía que mi
imaginación de niño volara y creara dibujos abstractos que solo yo entendía en
ese momento. Recuerdo que lo hacía en el patio de la casa, el cual era muy
grande y lleno de árboles frutales, animales domésticos de los cuales puedo
recordar a un chivito que bautizamos como “el mamIlón” y una enramada
construida con palmeras de coco. Todo esto constituía un mundo de fantasías,
donde daba vida a todos los personajes que habíamos escuchado en los cuentos
y a la vez el protagonista principal era yo; imaginando lugares existentes y a veces
inventados. A la edad de 5 años mis padres me mandaron con doña juanita, quien
era la encargada de enseñarnos las primeras letras, ya que en ese entonces en mi
pueblo no existía el jardín de niños. Era una señora de avanzada edad, cabello
blanco y carácter fuerte que parecía no importarle lo que uno sentía o quería. En
esa etapa de mi vida sólo recuerdo haber estado encerrado en un canasto que ella
tenía como zona de castigo para los que no lográbamos hacer lo que nos decía y
nos la pasábamos fantaseando. Lo que más deseaba en ese momento era llegar a
mi casa y dar rienda suelta a mis juegos. Pero a fuerza de maltratos y encierros
logré memorizar las vocales y algunas consonantes; ya era hora de dar el
siguiente paso, entre a la primaria, donde aprendí las primeras lecturas a base de
silabas o acompañado de uno u otro reglazo propinado por el maestro Rodrigo.
Una vez que ya había conseguido la capacidad de poder “leer” las palabras que se
ponían del ante de mi vista, llevé a cabo la lectura de cuentos tipo La Cenicienta,
Caperucita Roja, El gato con botas, y otros que en este momento no recuerdo. A
la edad de 10 u 11 años, mi madre empezó a ayudar con los gastos de la casa por
lo cual tuvo que salir a trabajar, pues mantener a 7 hijos y 2 sobrina no era cosa
de juego y me quede sin mi “cuentacuentos”, lo cual hizo que empezara a buscar
en la biblioteca improvisada que tenía mi padre en un rincón de la casa hecha con
libros viejos y llenos de polvo sobre un mueble que en algún momento hubiera
sido un trastero, en su mayoría libros de matemáticas, historia y algunas novelas
de vaquero que eran del gusto de mi padre y otras de amor que pertenecían a mi
hermana que en ese tiempo estaba en la adolescencia, las cuales leía una y otra
vez sacando al vaquero o al galán de las novelas, recobrando el protagonismo que
estaba perdiendo

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