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INTERPRETACION JURIDICA
¿QUE ENTENDEMOS POR POSITIVISMO JURIDICO?
La expresión positivismo usada por los filósofos del derecho no tiene un significado establecido o
unánime. HART, uno de los mayores representantes, da cuenta de la dificultad para precisar el alcance
de esta teoría. No solo han existido representantes de dicha escuela en varios tiempos y espacios en
los que las influencias filosóficas, políticas y morales condicionaron muchas de sus tesis, sino que la
positivista se halla de un tiempo a esta parte en permanentes acomodamientos acerca del alcance del
mismo.
Se seguirá la presentación del positivismo debida a BOBBIO:
Para él, 3 son las maneras de caracterizar esta corriente. En primer lugar, se trata de una aproximación
epistemológica a-valorativa al estudio del derecho, la que distingue netamente entre el derecho que es
y el que debería ser. Entre ambos, no existe una conexión conceptual; esto es, la moralidad y la justicia,
no constituyen un ingrediente necesario del derecho más allá de las coincidencias que de hecho
puedan producirse; por tanto, la definición del derecho puede y debe establecerse prescindiendo de
justicia o injusticia.
En segundo término, “el positivismo es la teoría el derecho que puede obtenerse en concordancia con
los postulados epistemológicos recién descriptos”, teoría que comprende las siguientes proposiciones:
a) La TESIS COACTIVA o de “las fuentes sociales” según la cual el derecho queda definido en función de
la vigencia social y, por lo tanto, de la coacción, y consiste de modo preciso en un orden coactivo
vinculado al poder social, concretamente al Estado en la modernidad;
b) La TEORÍA IMPERATIVA DE LA NORMA JURIDICA, para la cual “las normas que componen la totalidad
del ordenamiento jurídico tienen la estructura de mandatos”
c) La TESIS LEGALISTA, “que afirma que la ley, como paradigma de las normas jurídicas, la norma
general y abstracta, constituye la fuente exclusiva de calificación jurídica”;
d) La TESIS DE LA PLENITUD DEL ORDENAMIENTO, que considera que el orden configurado en la forma
recién expuesta puede resolver y resuelve todos los problemas jurídicos que se presenten, no tanto
porque sea en sí mismo completo y plenamente racional, como pretendió el iusnaturalismo, cuanto
porque, siendo la realidad jurídica algo exclusivamente determinado por las normas, éstas delimitan lo
que queda dentro y fuera del derecho. Se niega la existencia de lagunas,
e) La TESIS DE LA COHERENCIA DEL ORDENAMIENTO JURIDICO, según el cual tampoco son posibles las
antinomias, y de existir alguna al menos una de las normas en conflicto es inválida;
f) La TESIS DE LA APLICACIÓN MECANICISTA (O LOGICISTA) DE LAS NORMAS, según la cual el modelo
recién diseñado es aplicado por el juez mediante un silogismo de subsunción, que reduce al mínimo su
papel como juzgador. En ese contexto, “la resolución de conflictos consiste en un proceso de aplicación
deductiva, más que en una determinación o concreción de las normas”.
Por último, el positivismo como ideología se asienta sobre la creencia de ciertos valores que confieren
al derecho, por el solo hecho de existir, un valor positivo, prescindiendo de toda consideración acerca
de la correspondencia con el derecho ideal.
Concretamente, “el derecho positivo”, al ser emanación de una voluntad dominante, es justicia; o sea
“el criterio para juzgar la justicia o injusticia de las leyes coincide perfectamente con el que se adopta
para juzgar su validez o invalidez”. De este modo, el derecho sirve como su misma existencia,
independientemente del valor moral de sus reglas, para la obtención de ciertos fines deseables, de
donde se concluye que las normas en cuestión deben ser obedecidas.
Cabe concluir que la teoría positivista del derecho responde a un modelo científico preciso: se trata de
aquel que considera el derecho como una ciencia teórica. El derecho se estructura a partir de ciertas
premisas claras y distintas; racionalmente cognoscibles y lógicamente desplegadas mediante un orden
en el que las contingencias fácticas carecen de toda relevancia, pues estas se someten a ese orden
racionalmente predeterminado.
Siguiendo a COLLINHWOOD, para quien cada campo de conocimiento se estructura como un conjunto
de preguntas y respuestas, VIEHWEG caracterizó a su juicio: “cuando el énfasis reside en las preguntas,
hasta los puntos de vistas rectores que son adoptados como respuestas son siempre cuestionados. Son
sugerencias vulnerables. Permanecen siendo preliminares e inciertas. Su formulación tiene que facilitar
la discusión, el desafío y hasta la refutación. No son pensadas como definitivas y su tarea es
caracterizar el horizonte de cuestiones en el campo elegido”. Por el contrario, “cuando el énfasis recae
en las respuestas quedan explícitamente excluidos de toda discusión. No son cuestionados. Son
pensados como atemporales, como absolutos. Consecuentemente, ellos dominan todas las respuestas
ulteriores. Estas últimas tienen que demostrar que son compatibles con las intangibles respuestas
básicas”. Concluye que “el primer modelo es un asunto de investigación: se construye un campo de
investigación en el que las opiniones son puestas en duda y examinadas. Como la palabra griega para
designar esto es zetein, este tipo de empresa intelectual puede ser llamada “cetética”. El segundo
modelo es una cuestión de fijar ciertas opiniones: se construye un firme campo de opinión, cuya
validez es intangible y con el cual se prueba la validez de nuevas opiniones. Como ‘formar una opinión’
se dice en griego dokein y ‘opinión’ es dogma, hablamos aquí de dogmática.
Si se trasladan estos conceptos al ámbito jurídico, se obtiene, como señala VIEHWEG, que un
pensamiento dogmático se estructura a partir de ciertos axiomas que no se excluyen recíprocamente,
ni se deducen unos de otros entre sí. Las restantes proposiciones se reconducen a esos primeros
axiomas, mediante un proceso metódico de derivación lógico-deductivo.
En razón de ello, ZULETA PUCEIRO escribe que “conocer una proposición normativa no es solamente
determinar su sentido”. Este es solo un primer paso, reservado a la interpretación, cuya función es
sentar las bases para una ciencia jurídica superior que, se proyecta hacia una función creadora que
encuentra su meta en el sistema. A su vez, “esta segunda fase de la act. científica solo es posible con la
introducción de un elemento nuevo, cual es la presencia de una idea filosófica acerca de la naturaleza y
funciones del derecho en la vida social”. Todo sistema conduce a la filosofía. La representación de un
sistema puramente histórico conduce a una unidad, a un ideal que es el fundamento. Y esto es
filosofía.
Sobre tales bases, “la construcción del sistema solo es posible con el concurso de ciertas hipótesis
generales de valor originariamente operacional, aunque posteriormente elevados a axiomas. La
principal de ellas es, tal vez, la de la racionalidad del legislador, entendida como una presunción
apriorística destinada a hacer posible la idea del ordenamiento jurídico como sistema hermético,
completo y autosuficiente. Tiende a proponer un modelo de razonamiento basado en la idea de que el
derecho ha sido creado por un sujeto único que obra de acuerdo con conocimientos y valoraciones
precisas, omnicomprensivas y siempre justas”.
Ahora bien, ninguno de estos postulados es (para la terminología de KELSEN) “puro” o neutral. Por el
contrario, el bagaje conceptual de la dogmática jurídica se pone al servicio de las necesidades y
requerimientos del Estado de derecho y asume los postulados filosóficos de la burguesía que lo
impulso, tanto en lo político como en lo económico.
CRITICAS EXTERNAS E INTERNAS AL CONCEPTO. EL SURGIMIENTO DEL LLAMADO POSITIVISMO
INCLUYENTE Y EXCLUYENTE.
El movimiento positivista fue objeto de diversas críticas externas: RADBRUCH y su fórmula según la
cual “la injusticia extrema no es derecho”, llamada a tener no solo amplia carrera en el ámbito
doctrinal, sino, en la práctica tribunalicia tanto de aquel momento como con bastante posterioridad y
no únicamente en Alemania, sino también en otros ámbitos, por ejemplo, Argentina. La tesis
radbruchiana implicó una objeción al corazón de las 3 tesis positivistas.
En el ámbito de la lengua inglesa, las observaciones de DWORKIN al positivismo jurídico motivaron un
amplio debate esta vez al interior de dicho planteamiento.
Surge la disputa entre los llamados positivismos incluyente o positivismo “blando” y el excluyente, por
otro, lo que ocurre cuando algunos autores autodenominados positivistas han admitido que la
atribución de validez jurídica a las normas, la determinación de su contenido y su concreta influencia
sobre la decisión judicial de un caso concreto pueden depender de criterios morales.
Con mención de HART, COLEMAN y WALUCHOW, expresa que para el positivismo jurídico incluyente
los principios y valores morales figuran entre los posibles criterios que un sistema jurídico acepta para
determinar la existencia y contenido de las normas jurídicas. Es característica de esta tendencia la
admisión de la posibilidad de que la regla de reconocimiento de un sistema jurídico contenga
explícitamente criterios morales de los que dependa la validez normativa. Ante ello, “la validez jurídica
de las normas puede venir determinada a veces no solo por su origen, es decir, por el hecho de su
promulgación y por la forma en que esta ha tenido lugar. Por el contrario, con referencia a RAZ,
expresa que el excluyente considera que la validez de una norma jurídica solo puede depender de su
procedencia de una fuente autorizada, es decir de una pura cuestión de hecho. Además, estos autores
consideran que el contenido de las normas jurídicas validas puede ser determinado a partir de la
constatación de ciertos hechos que pueden ser conocidos sin necesidad de recurrir a consideraciones
morales”. El positivismo excluyente se caracteriza por mantenerse fiel a una de las tesis tradicionales
del positivismo jurídico: la llamada tesis social fuerte.
Un ej. de la primera perspectiva es HART, quien, en relación con la tesis de la separación conceptual
del derecho y la moralidad, considera que esta es perfectamente compatible con un sistema jurídico
que incorpore de diversos modos pautas morales dotándolas así de un estatus jurídico. En efecto, en
algunos sistemas jurídicos, la conformidad con ciertos principios morales es reconocida por los
tribunales como parte de un criterio básico de validez jurídica. En tales casos, incluso los actos
normativos de los supremos legisladores pueden ser considerados inválidos si carecen de conformidad
con tales principios. En todos esos casos la relevancia jurídica de los principios morales será algo
contingente, que depende de si, de hecho, han sido incorporados a un sist. jurídico particular de
cualquiera de las formas mencionadas. Tales principios o argumentos morales no son jurídicamente
relevantes proprio vigore, es decir, solamente porque sean moralmente correctos o aceptables.
En lo relativo a lo que HART considera la segunda tesis clásica del positivismo, la puesta en vigor de
normas por un legislador supremo seria solamente una de entre la variedad de tales características
identificadoras, en tanto hoy se asume una concepción mucho más ampliamente compleja y flexible,
según la cual el último criterio de validez jurídica deriva de la práctica de los tribunales al aceptar lo
que él denomina regla de reconocimiento. Esta impone un deber sobre los jueces de considerar,
además de normas emanadas del legislador, “ciertas formas de costumbre y especialmente en
jurisdicciones anglosajonas, el precedente, la derivabilidad de acuerdo con técnicas específicas, de
reglas generales a partir de decisiones judiciales anteriores. Tales criterios de validez estipulados por la
regla de reconocimiento, identificarán el derecho, no por su contenido sino por lo que ha sido llamado
su pedigree, por su origen o por la manera de su creación”. Sin embargo, no hay razón alguna por la
que tal regla de reconocimiento no pudiera identificar directamente ciertos principios por su contenido
y exigir que fueran tomados en cuenta como parte del criterio de validez jurídica, como por ej. como
principio de moralidad o de justicia, o en términos específicos por ej., el que a ningún hombre se le
debería permitir beneficiarse de su mal proceder.
Ilustra la concepción excluyente del positivismo BULYGIN. A su juicio, la nota escéptica es el elemento
definitorio de esta teoría. Sigue a VON WRIGHT al efectuar la siguiente caracterización del positivismo:
1. Todo derecho es positivo
2. Distinción tajante entre proposiciones descriptivas y prescriptivas (ser y deber)
3. La concepción no cognoscitiva de las normas, que no pueden ser verdaderas ni falsas y por
consiguiente no hay derecho natural
Si esto es considerado como escepticismo ético, entonces este último es una característica definitoria
del positivismo jurídico.
BULYGIN profundiza su tesis: el abandono del escepticismo ético obliga a abandonar la tesis de la
separación entre el derecho y la moral o la tesis de la separación es incompatible con el objetivismo
moral. De allí deriva una conclusión de la mayor relevancia, tanto para calibrar el alcance de la teoría
positivista excluyentemente considerada, como para ponderar su utilidad práctica y el seguimiento que
de ella pueda hacerse, incluso, por quienes al menos en la teoría la suscriben: “es claro que, si no hay
normas morales absolutas, objetivamente validas, tampoco puede haber derechos morales absolutos
y, en particular, derechos humanos universalmente válidos”.
Para algunos (Barbarosch) el positivismo jurídico incluyente colapsa en la tesis del derecho natural, por
lo que el único modo de seguir asumiendo los postulados positivistas es la adhesión a la perspectiva
excluyente. Otros consideran que la distinción entre incluyentes y excluyentes es más aparente que
real, de modo que la primera versión no es sino una propuesta en definitiva positivista que procura,
hacer frente a las severas observaciones que ha recibido, en especial a partir de los ataques del
mencionado DWORKIN.
ATIENZA, considera que ninguno de estos planteamientos logra dar cuenta del modo como se
conforma los sistemas jurídicos en los contemporáneos Estados constitucionales de derecho ni
permiten comprender como operan aquellos, resultando, incapaces de ofrecer herramientas de valía a
la hora de dirimir las complejas situaciones de la vida.
PRESUPUESTOS BÁSICOS DEL POSITIVISMO JURIDICO EN MATERIA DE INTERPRETACION.
El positivismo jurídico consideró el fenómeno interpretativo como una actividad no solo anexa o
eventual, de necesaria excepcionalidad o enteramente residual, sino, además, como una tarea
peligrosa y hasta ilícita.
¿Cuáles son las razones que concurren en apoyo de esta postura? En primer término, esta teoría parte
del dogma de la preconstitución de la norma jurídica por parte del legislador. Para el positivismo
jurídico existe un órgano productor de las normas y otro meramente reproductor de aquellas. En ese
marco, la interpretación es concebida como una labor de “carácter científico”, esto es, la del jurista en
tanto que “científico de derecho”, en orden a desentrañar el cabal significado de los documentos en
los supuestos excepcionales en los que así se requiera.
Escribe ZULETA PUCEIRO que “la interpretación es, exclusivamente doctrinal. A partir de esta idea se
erige una de las categorías fundamentales del paradigma científico de la dogmática: la distinción entre
un elemento lógico y racional del derecho y un elemento practico, objeto de la política, de la ética, o de
las técnicas argumentativas o persuasivas”. En ese contexto, el jurista-intérprete es y debe ser
indiferente a tales contenidos estimativos originarios, puesto que una asunción personal de los mismos
lo situaría ante la necesidad de opciones personales lo que lo llevarían a invadir, mediante sus
decisiones, el terreno propio del legislador.
Concluye, la interpretación no podrá entenderse en adelante sino como un conjunto de métodos,
indiferentes a los problemas epistemológicos y filosóficos de una teoría integral del conocimiento.
Lo expuesto se acompasa con la idea de que las normas, son claras, carentes de vaguedades; precisas,
no ambiguas; consistentes o independientes, no contradictorias y económicas, no redundantes. A su
vez, se asume que el sistema jurídico es completo, por lo que da cuenta de la totalidad de los
supuestos de la vida susceptibles de ser abordados por el derecho.
Sobre tales bases, la exégesis de la ley se halla dominada por el principio “in claris non fit
interpretatio”, dado que se presupone que la claridad de la norma y la completitud del sistema tornan
innecesaria su interpretación. De ahí que, en lugar de interpretar las leyes, esta postura considera que
solo cabe, en el ámbito de los operadores jurídicos, la aplicación silogística de la ley, la cual, como
apunta PRIETO SANCHIS, se erige en uno de los mitos más persistentes de la ciencia jurídica de los
últimos 2 siglos.
En tales condiciones, si la voz “interpretar” alude a mediar, traducir e incluso, adivinar, no resulta
inapropiado concluir que la tesis bajo estudio en modo alguno contempla la posibilidad de una
interpretación para el ámbito de la práctica jurídica. El juez, solo aplica la ley, él es “la bouche que
prononce les paroles de la loi”, según la célebre expresión de MONTESQUIEU.
En el Código de Napoleón, en el art. 4, que Vélez Sarsfield tomo a la letra en el art. 15 del anterior
Código Civil, ilustra este punto de vista en la medida en que previene que “los jueces no pueden dejar
de juzgar bajo el pretexto de silencio, oscuridad o insuficiencia de las leyes”. A juicio del legislador las
deficiencias mencionadas con el producto de un pretexto de los magistrados, con el resultado de una
actitud eminentemente voluntarista de estos que no encuentra respaldo en la realidad del
ordenamiento jurídico. Dicha realidad, enseñaría que el sistema es completo y que sus disposiciones
son claras y precisas. Se trata de una presunción iuris et de iure frente a la cual la pretensión del
juzgador de que el ordenamiento carece de las propiedades apuntadas es un mero y descalificable
pretexto.
La “realidad” de los ordenamientos mostró algo muy diverso: no solo dieron cuenta de la existencia de
lagunas normativas, sino de oscuridades. Se hizo necesario imponer ciertas modificaciones, entre las
que el ejemplo más representativo haya sido la célere institución, en Francia, del Referé Legislatif.
Como escribe PERELMAN, “la ley de 16-24 de agosto de 1790 instituyó un recurso de carácter general.
Su art. 12 disponía que los tribunales no podrán hacer reglamentos, sino que se dirigirán al cuerpo
legislativo siempre que se necesario interpretar una ley o hacer otra nueva.
Ello supuso un quiebre en el ideal positivista, e interesa retener cómo con este instituto se procuró
conservar el papel de la interpretación en la dimensión excluyente “científica”, debiendo los
operadores jurídicos mantenerse ajenos a la asunción de otras funciones que las meramente
“reproductivas” de los textos legislados.
Como expresa D’AGOSTINO, esta postura reposa sobre la voluntad de que no se desea otra
interpretación fuera de la oficial, siendo ejemplo paradigmático de este punto de vista la célere frase
atribuida a Napoleón, “mon Code est perdu”, que el emperador habría pronunciado al tomar
conocimiento del primer comentario de su código civil, de 1804.
Sin embargo, la concesión por parte del positivismo jurídico de una de sus banderas fundamentales no
fue irrestricta, sino que se ciñó (como expresa D’AGOSTINO) a las siguientes características:
a) El intérprete (el científico o los jueces) solo interpreta en los casos (excepcionales y despreciables)
de silencio normativo o de oscuridad o insuficiencia de la ley.
b) La interpretación así admitida únicamente es gnoseológica, no política, puesto que únicamente está
llamada a conocer la interpretación auténtica del texto, el espíritu del legislador.
El intérprete solo está autorizado a desentrañar el sentido denominado “auténtico” de la norma, por lo
que su exegesis se produce “al interior” de la norma misma. Por el contrario, una interpretación
“externa” a aquella, que tenga en cuenta las consecuencias de la aplicación legal a una situación
determinada, sería una interpretación política que cae fuera de lo que, en la lógica tradicional del
positivismo jurídico, corresponde que realice el intérprete.
El fundador de la Escuela Histórica, SAVIGNY, es sumamente claro al respecto, como precisa LACLAU,
lo que corresponde ante un supuesto, para decirlo en el lenguaje del antiguo art. 15 del CC de Vélez, de
“oscuridad” o “insuficiencia” de la ley, es “transportarnos mentalmente al punto de vista del autor de
la ley, reproduciendo artificialmente las operaciones mentales llevadas a cabo por este y engendrado
nuevamente la ley dentro de su pensamiento”. El oficio interpretativo emerge como la reconstrucción
del pensamiento contenido en la ley.
En función de los presupuestos mencionados, es conocida la clasificación que efectuara SAVIGNY en
torno de 4 géneros o, elementos de interpretación:
a) INTERPRETACION GRAMATICAL, que atiende a las palabras de la ley
b) INTERPRETACION LÓGICA, que procura descomponer el pensamiento o las relaciones lógicas que
unen a sus diferentes partes
c) INTERPRETACION HISTÓRICA, que tiene por objeto “el estado del derecho existente sobre la materia,
en la época en que la ley ha sido dada; determina del modo de acción de la ley y el cambio por ella
introducido, que es precisamente lo que el elemento histórico debe esclarecer
d) INTERPRETACION SISTEMÁTICA, tiene por objeto el lazo íntimo que une las instituciones y reglas del
derecho en el seno de una vasta unidad.
SAVIGNY advirtió reiteradamente que los 4 elementos de la interpretación habían de ser conjugados
entre sí y no separados o considerados aisladamente recurriendo unas veces a uno y otras a otro, o
dando el peso decisivo a uno u otro, contrariamente a lo que, con posterioridad, se tendió a creer en
cuanto a que se trataba de 4 métodos de interpretación diferentes, pudiendo aplicarse separadamente
y realizar la interpretación de acuerdo con uno u otro. Es claro que a partir de esta clasificación el
pensamiento positivista originó una fina dogmática interpretativa según la cual, mediante un amplio
abanico de cánones, directivas o directrices exegéticas, deviene posible, por una parte, alcanzar el
sentido autentico del texto y, por otra, facilitar la tarea del juez y en última instancia, también del
propio legislador. Conviene señalar que la impugnación efectuada al pensamiento positivista no se
dirige a las pautas interpretativas creadas por este sino, por el contrario, a los presupuestos filosóficos-
jurídicos que pretendieron evitarlas y que, en lo sustancial, resultan desmentidos o sumamente
relativizados por el advenimiento de tales argumentos.
CAPITULO 2
LA PRÁCTICA INTERPRETATIVA EN EL POSITIVISMO JURIDICO.
Se estudia acá las principales directrices de interpretación que surgieron al interior de la tradición del
positivismo jurídico. Tales directrices revelan el presupuesto de que solo existe un órgano creador de
las normas, el que es rigurosamente racional y que, preconstituye las leyes de una manera en la que
siempre, más allá de los “posibles imperfecciones de su instrumentación legal”, o incluso de la ausencia
de toda norma, será posible hallar, respectivamente, su sentido lógico-racional o la respuesta posible a
dicha “aparente” laguna.
Como escribe RODRIGUEZ MOLINERO, “la ciencia jurídica de los últimos dos siglos ha seguido a este
respecto la doctrina de SAVIGNY”, cuyos citados elementos de la interpretación jurídica de lo que dio
origen a la distinción tradicional de 4 criterios o puntos de vista directivos para llevar a cabo la
interpretación de las normas jurídicas, que son el significado de las palabras, la conexión de este
significado en la frase y en el conjunto lingüístico, la intención y los fines del autor de las normas, y el
sentido objetivo junto con los fines que las propias normas jurídicas despliegan. Para el autor, “estos 4
criterios no se corresponden totalmente con los 4 elementos señalados por SAVIGNY. Ciertamente, el
elemento gramatical coincide con el criterio del significado de las palabras, con el sentido literal; y el
elemento lógico se corresponde con la conexión significativa de la proposición y del conjunto
normativo; pero esta conexión se debe extender también a cada orden jurídico parcial e incluso a todo
el orden jurídico vigente, por lo que comprende también el elemento sistemático. Por su parte, el
elemento histórico coincide con el criterio referente a la intención y los fines del autor de las normas,
es decir, la intentio legislatoris; mientras que la intentio legis se refiere propiamente a los fines que las
normas despliegan por sí mismas una vez promulgadas; se trata por tanto de un criterio teleológico en
sentido objetivo.
DIRECTRIZ SISTEMATICA.
VON SAVIGNY consideró que este elemento “tiene por objeto el lazo intimo que une las instituciones y
reglas del derecho en el seno de una vasta unidad”. GUASTINI, aportó una definición que, resulta
apropiada: “grosso modo, se llama sistemática toda interpretación que deduzca el significado de una
disposición de su colocación en el sistema del derecho: unas veces, en el sist. jurídico en su conjunto;
más frecuentemente, en un subsistema del sist. jurídico total, es decir, en el conjunto de las
disposiciones que disciplinan una determinada materia o una determinada institución”. En línea con
las agudas reflexiones de VAN DE KERCHOVE y OST, cabe considerar esa “vasta unidad” desde una
doble perspectiva: por una parte, desde un plano formal, bajo el cual se considera que el sistema
jurídico carece de contradicciones o de antimonias; por otra desde un plano material, bajo el cual se
estima que el ordenamiento revela una “unidad de sentido”, de modo que sus disposiciones responden
a un ideal filosófico-jurídico determinado. Dicho de otro modo: el postulado de la ultrarracionalidad del
legislador apunta a que este no debería dictar disposiciones contradictorias entre si (dimensión
formal), detrás de esta tesis late otra (dimensión de fondo o sustancial) que tiene que ver con los
contenidos de lo que se promulga y que apunta a que todas las normas e instituciones que integran un
ordenamiento jurídico resulten compatibles entre si desde una perspectiva material. Siguiendo una
distinción de MACCORMICK, se denominará al plano formal, “consistencia” y al material, “coherencia”,
sin que ello suponga asumir a la letra su planteamiento de fondo y siendo además consciente de que
entre la literatura especializada no hay uniformidad conceptual en el empleo de estas expresiones.
Este autor, considera que “la primera se presenta cuando las normas de un conjunto no son
contradictorias en razón de que todas ellas pueden ser cumplidas a la vez”, en tanto que la segunda “es
la propiedad de un conjunto de proposiciones, las cuales, tomadas en conjunto, tienen sentido en su
totalidad, responden a una “concepción de vida satisfactoria”.
DIRECTRIZ DE LA CONSISTENCIA.
De acuerdo con esta, si se advirtiera alguna contradicción normativa, esta puede ser suplida mediante
el solo recurso al sistema, esto es, a su lógica interna, dado que su intrínseca racionalidad permite
superar los escollos que nunca fueron reales, solo revistieron el carácter de meramente aparentes, más
allá de que se deban disimular oscuridades o defectos técnicos en la redacción de las normas.
Esta directriz asumiría una faceta negativa o auxiliar, consistente en salvar la aparente contradicción
mediante el recurso a ciertos criterios previstos expresamente por el sistema. Son clásicos los
siguientes:
a) ley posterior, deroga ley anterior
b) ley superior, deroga ley inferior
c) ley especial, deroga ley general
d) ley general no deroga a la ley especial anterior salvo expresa abrogación o manifiesta
incompatibilidad.
VIGO, formula los siguientes criterios destinados a resolver las antinomias:
a) El AXIOLOGICO (el mayor peso o importancia del valor implicado en las normas en conflicto genera a
su vez el desplazamiento de una en favor de la otra
2) El JERARQUICO (norma superior prevalece sobre la inferior
3) El CRONOLOGICO (la norma posterior deja sin efecto a la anterior)
4) El de la ESPECIALIDAD (la norma especial se impone a la general
5) De la LIBERALIDAD (entre una norma que consagra una liberalidad y otra una prohibición, se escoge
aquella). Se deja constancia que no se ve la autonomía en este último criterio, dado que es
simplemente una modalidad del axiológico.
Por su parte, en el ámbito de la interpretación constitucional, este autor refiere que “el criterio
jerárquico es al que de manera más habitual y directa recurren los juristas para resolver las
antinomias”, bien que si se presentara un conflicto al interior de la norma suprema (la
inconstitucionalidad de normas constitucionales), “ya no es posible recurrir al criterio jerárquico dado
que nos movemos en el mismo plano normativo; tampoco procede el cronológico, atento a que se
trata habitualmente de normas contemporáneas. En definitiva, solo subsiste el de especialidad y el
axiológico. Como pauta general, nos inclinamos para que la elección se haga a tenor del mayor peso
axiológico”.
El distingo entre lo “formal” y lo “material” tiende a diluirse, dado que un ordenamiento inconsistente
es fuente de desigualdad entre los ciudadanos y, por tanto, de injusticia. Es la observación de BOBBIO,
recogida por VIGO: “la coherencia no es condición de validez, pero es siempre condición para la justicia
del ordenamiento. Es evidente que, si las 2 normas contradictorias son ambas válidas”, se da lugar a la
violación de 2 exigencias fundamentales, en las que se inspiran o tienden a inspirarse los
ordenamientos jurídicos: la exigencia de certeza, y el de la justicia.
Estos criterios han tenido una amplia recepción en el ámbito jurisprudencial. En relación con el que
postula que “ley posterior deroga ley anterior”, en una jurisprudencia tradicional, la Corte Suprema
consideró que una ley posterior a un tratado anterior resultaba derogatoria de este”. En la causa
“Ekmekdjian” se consideró que en la medida en que un tratado requiere de la intervención de 2 de los
3 poderes del Estado, constituye un acto complejo federal, motivo por el cual posee una jerarquía
superior a las leyes, máxime si, por una parte, para la Convención de Viena sobre Derechos de los
Tratados no pueden alterarse los términos de los acuerdos internacionales mediante normas internas y
si, por otra, el hacerlo puede originar responsabilidad internacional para nuestro país. En tales
condiciones, sentó la doctrina opuesta a la admitida hasta ese momento, criterio que, posteriormente,
fue incorporado con rango constitucional al reformarse la Constitución en 1994. Otro ejemplo de este
criterio es el rechazo a la pretensión de que se deduzca a los fines del impuesto a las ganancias, el 10%
del valor FOB de los bienes y servicios exportados. Para el tribunal, “tratándose de leyes sucesivas, que
legislan sobre la misma materia, la omisión en la última de las disposiciones de la primera importa
seguramente dejarlas sin efecto, cuando la nueva ley crea un sistema completo, más o menos
diferente de la ley antigua”. Lo contrario supondría, “ese departamento del Estado quedó privado en lo
sucesivo de la potestad de modificar” las normas, limitación de “además de no resultar de la CN, no
tiene sustento en la ley 23.101 que no restringió la habilitación conferida a aquel del modo pretendido
por la actora”.
A su vez, en relación con la regla “ley superior deroga ley inferior”, no parece necesario abundar
respecto de que toda declaración de inconstitucionalidad de una norma es ejemplo de dicho criterio,
más allá de las conocidas prevenciones del alto tribunal, en cuanto a que tal declaración constituye la
última ratio del ordenamiento jurídico y que la tarea interpretativa debe efectuarse “con fecundo y
autentico sentido constitucional y en tanto la letra y el espíritu de aquellas lo permita”.
De igual modo, en cuanto al criterio “ley especial deroga ley general”, los ejemplos son numerosos.
Entre otros, cabe mencionar: “el Código De Procedimiento de la Capital, supletorio de lo federal, no
puede invocarse para desconocer eficacia a la cláusula compromisoria, desde que la creación de la
jurisdicción arbitral por ser especial deroga la general constituida por el Código de Procedimientos”.
Toda vez que la ley 19.101 “es el único estatuto regulador del personal militar que, con carácter
sistémico e integral determina los derechos y obligaciones entre las Fuerzas Armadas y sus agentes
corresponde reconocer que las disposiciones contenidas en su articulado prevalecen sobre las de otros
ordenamientos generales por imperio de la máxima lex specialis derogat lex generalis”.
Por último, el alto tribunal tiene dicho que “si bien es principio reconocido que la ley general no deroga
a la ley especial anterior, ello es así siempre y cuando no medie expresa abrogación o manifiesta
incompatibilidad entre ellas”. De ahí que el alto tribunal mantuvo dicho principio al desestimar la
pretensión de la Anses de que el haber de la actora se ajuste de acuerdo con la ley 24.241 y no de
conformidad con la 24.016. Para la Corte, “tales planteos no son procedentes ya que ley 24.241 no
contiene cláusula alguna que modifique o extinga a la ley 24.016, sin que resulte apropiada la
invocación” del art. 168 de aquella ley, “se refiere a la perdida de vigencia de las leyes 18.037 y 18.038,
sus modificatorias y complementarias, entre las que no cabe incluir a la ley 24.016 por tratarse de un
estatuto especial y autónomo para los docentes, que solo remite a las disposiciones del régimen
general en las cuestiones no regladas por su texto”.
DIRECTRIZ DE LA COHERENCIA.
Esta exhibe una característica de índole positiva: mediante ella se procura atribuir el significado más
coherente a una norma en su relación con las demás, de modo de mostrar que entre todas existe una
armonía o una unidad de sentido. Se observa que el postulado de la nacionalidad del legislador obliga a
concebir la totalidad del ordenamiento como una unidad conceptual mediante la cual se atribuye el
significado de un texto en función de su contexto sistemático, es decir, a la luz del sentido inherente a
las restantes disposiciones que integran el ordenamiento jurídico. Se trata de una pauta que, en cierto
sentido, supone la anterior: a la directriz de la consistencia, de índole formal, se añade ahora la
coherencia, la existencia de una armonía de sentido, de índole material, que caracteriza al sistema en
su conjunto.
Siguiendo a GUASTINI y TARELLO, cabe distinguir en esta última pauta los siguientes aspectos:
a) DIRECTRIZ TOPOGRAFICA: según la cual el alcance de una norma puede obtenerse a partir de la
identificación del lugar en el que esta se halla ubicada.
b) DIRECTRIZ DE LA CONSTANCIA TERMINOLOGICA, por la que se postula que el intérprete debe
atribuir a un término el significado que este ha recibido tradicionalmente por parte del legislador y de
la doctrina.
c) DIRECTRIZ SISTEMATICO-CONCEPTUALISTICA O DOGMATICA PROPIAMENTE DICHA, de acuerdo con
la cual el ordenamiento jurídico debe ser interpretado como un todo armónico, en razón de hallarse
integrado por un conjunto de elementos que componen una unidad de significado.
El legislador sistematiza el ordenamiento desde una doble perspectiva: una de carácter extrínseco y
otra de naturaleza intrínseca.
La jurisprudencia también ha sido pródiga en cuanto al empleo de estas diversas pautas
interpretativas. Como ejemplo de la aplicación del argumento topográfico, la Corte Suprema en la
causa “Arcana Orazio” desestimó un agravio de un particular originado a raíz de que la tasa de interés
correspondiente a la devolución de lo pagado de más por parte de los contribuyentes no es la misma
que la que puede percibir el Estado de sus deudores morosos. Entre los argumentos brindados por el
tribunal para resolver se señaló que “desde el punto de vista formal, el art. 42 integra el título I,
capitulo VII, de la ley 11.683; referente a “intereses, ilícitos y sanciones”, de manera que legisla las
consecuencias del incumplimiento de las obligaciones del contribuyente hacia el fisco; mientras que el
art. 161 se halla en el título II, capitulo II, denominado “de las acciones y recursos”, que por tanto,
alude a las acciones del primero contra el segundo. Es decir, que las normas están situadas en capítulos
referentes a temas muy distintos”.
Por su parte, el argumento de la constancia terminológica se advierte en una amplia familia de fallos,
algunos de los cuales se han citado con anterioridad a propósito del examen de otras pautas
interpretativas, como por ejemplo cuando la Corte Suprema expresa que “las leyes deben interpretarse
conforme al sentido propio de las palaras que emplean sin molestar su significado especifico, máxime
cuando aquel concuerda con la acepción corriente en el entendimiento común y la técnica legal
empleada en el ordenamiento jurídico vigente.
El argumento sistematico-conceptualistico asume manifestaciones diversas. A propósito de las leyes
infra constitucionales, se ha dicho que “en la tarea de investigar las leyes debe evitarse darles un
sentido que ponga en pugna sus disposiciones destruyendo las unas por las otras y adoptando como
verdadero el que las concilie y deja a todas con valor y efecto”. A su vez, en relación con el par ley-
constitución, la Corte ha dicho que las leyes deben interpretarse de manera que se compadezcan con
los derechos, principios y garantías de la CN, en tanto tal exégesis pueda practicarse sin violencia de su
letra o de su espíritu”. En relación con la CN, luego de puntualizar que esta es un conjunto armónico,
ha afirmado reiteradamente que “los derechos fundados en cualquiera de sus cláusulas tienen igual
jerarquía y que la interpretación debe armonizarlas, ya se trate de derechos individuales o de
atribuciones estatales. De ahí que, a juicio del alto tribunal, ha de rechazarse toda interpretación de la
que resulte que un derecho de base constitucional requiere, inevitablemente, la sustancial aniquilación
de otro”.
En la exegesis armónica propugnada por la Corte parece advertirse un doble razonamiento, según se
trate de la interpretación de las leyes o de la CN. Para el caso de las primeras, el tribunal no postula
dicha exégesis como principio, ya que solo de modo excepcional cabe suponer la inconsecuencia o falta
de previsión del legislador. Por el contrario, si se trata de interpretar exclusivamente cláusulas de la
constitución el razonamiento armónico viene demandado de inicio y solo por excepción caría
abandonarlo, que es cuando la aplicación de una cláusula constitucional conlleva la aniquilación de
otra. Es el supuesto de los casos trágicos en los que no es posible hallar un equilibro siquiera “mínimo”
entre los derechos en juego.
DIRECTRIZ ANALOGICA.
El intérprete presume que, si el legislador ha contemplado una determinada solución para cierto
problema, corresponde adoptar idéntica respuesta ante otro semejante o parecido. Como expresa
TARELLO, este argumento requiere de otro que sustenta la similitud entre el caso cuya respuesta se
halla prevista en el ordenamiento y aquel no previsto. GUASTINI lo explica: “para argumentar que
existe semejanza entre 2 supuestos de hecho, F1 y F2, hay que mostrar que existe entre ellos un rasgo
común no accidental sino ‘esencial’ a los fines de su disciplina jurídica. Supuesto que sea E el elemento
que hace semejantes F1 y F2, será necesario mostrar que E es precisamente la razón especifica por la
que al supuesto de hecho F1 se le ha atribuido precisamente aquella y no otra consecuencia jurídica.
En otras palaras, la extensión analógica de una norma presupone la previa identificación de su llamada
ratio, es decir, de la razón, el motivo por el que fue dispuesta la norma.
En doctrina se discute la naturaleza de esta directriz, es decir, si pertenece al género ya visto
anteriormente de los argumentos gnoseológicos o a los políticos, en tanto se ha planteado si remite a
una mera exégesis de interpretación o si, por el contrario, conduce a una de producción normativa. En
verdad, se hace difícil dar una respuesta definitiva al asunto, pues si bien no cabe duda que esta
directriz opera a partir de la presunción de que el ordenamiento es un todo coherente de sentido, no
lo es menos que mediante su empleo, de hecho, este argumento parece estar descubriendo una
solución que parece ser bastante más que la mera exégesis del sentido auténtico de la norma que se
dice “interpretar”.
Como ejemplifica GUASTINI, si “el argumento analógico es usado para hacer extensiva a las empresas
que editan libros una disposición que atribuya un beneficio fiscal a las empresas que editan periódicos
quien lleva a cabo dicha extensión no sostiene que el termino periódico designe también a los libros”.
Concluye, “en rigor, este argumento sirve para sostener no ya una tesis estrictamente interpretativa,
sino más bien la formulación de una nueva noma, lo que torna al argumento en uno de carácter
productor.
En el ámbito jurisprudencial, el recurso a esta directriz resulta constante.
Así, la sala A de la Cámara Nacional en lo Comercial, al hacerse eco del dictamen del procurador ante
dicho tribunal expresó que “el plazo durante el cual una empresa de información de antecedentes
comerciales puede conservar los antecedentes vinculados con una inhabilitación impuesta para operar
en cuenta corriente bancaria debe ser de 5 años, computado desde el vencimiento de la sanción, por
aplicación analógica de la regla establecida por el art. 51 inc. 3 del CP y en atención al vacío legal
existente en la materia”. Para la Cámara, dicha solución se impone porque “resulta cuanto menos
desproporcionado que, mientras la ley penal solo permite conservar información sobre condenas de
multa e inhabilitación durante 5 años, una entidad de carácter privado fije por si un lapso
considerablemente mayor para conservarlas respecto de sanciones de índole administrativa destinadas
a castigar faltas o infracciones que, son menos dañosas para la sociedad que los delitos, causando un
perjuicio injustificado e innecesario al sujeto al que se refiere el dato.
En primer término, se advierte con nitidez, el recurso a otro argumento que mantiene el mismo plazo
legal que el de la respuesta que se propicia ante el silencio normativo en materia mercantil.
En segundo lugar, se refleja la inequívoca valoración efectuada por el tribunal con arreglo a criterios
fundados en su leal saber y entender, a fin de determinar la solución del caso a partir de tales criterios.
Para aquel, la necesidad de conservar los registros de datos personales por sanciones en el ámbito
administrativo y comercial no reviste la importancia que dicha guarda ostenta en el plazo penal, razón
por la cual resulta “cuanto menos desproporcionado” que el plazo objeto de agravio supere al previsto
en este último ámbito, circunstancia que conduce a propiciar la equiparación del procedente en
materia comercial con el de sede penal.
La conclusión a la que se arriba tiene importancia añadida porque indica algo en cierto modo
anticipado al glosar el plenario “La Territorial”, en tanto revela que en la elaboración del resultado final
no se han aplicado, sin más, reglas jurídicas, sino que se ha ponderado, prudencialmente, la situación
concreta de las partes; sus respectivas pretensiones jurídicas y los intereses de la sociedad. Expresa la
Cámara que “en conflicto existente entre el interés del particular de que se supriman los datos
correspondientes a sanciones administrativas ya vencidas y el de la empresa que brinda tal información
ha de tenderse en lo posible a lograr un equilibrio entre el derecho de aquel contra una permanencia
excesivamente prolongada de la información y el de la prestadora del servicio de realizar una actividad
útil para los intereses generales y por lo tanto licita en los términos del art. 14 de la CN.
Otro ejemplo de aplicación analógica de la ley lo constituye la sentencia de la Sala I de la Cámara
Nacional en lo Civil por la que se determinó la personalidad jurídica del embrión.
La sala expresa que la cuestión se halla controvertida tanto en el plano médico y biológico como en el
jurídico. Se resalta que mientras para alguna corriente de opinión “solo cabe admitir la existencia del
ser humano a partir de los primeros 14 días de la fecundación, con la implantación estable del
denominado pre embrión en la pared del útero materno, convertido así en verdadero embrión”, para
otra, por el contrario, “al producirse en el ovocito fertilizado la singamia, la unión de ambos pronúcleos
con la consiguiente unificación de la información genética, se estaría ante un nuevo ser distinto de sus
progenitores”. Frente a dicha disputa, tras expresar que “en nuestro país no existe legislación
específica sobre tales cuestiones”, la Cámara adhirió el segundo criterio “habida cuenta de su
conformidad con nuestro derecho positivo”.
Luego de destacar que para el ordenamiento jurídico se es persona a partir de la concepción, matiza
que “la relativa amplitud del término concepción no resuelve con precisión el interrogante en torno al
momento del surgimiento del nuevo ser, producido en el marco de un complejo y dinámico proceso.
El CC ofrece un criterio para responder a ese interrogante”. Se trata de que el art 51 expresa que,
‘todos los entes que presenten signos característica de humanidad, sin distinción de cualidades o
accidentes, son personas de existencia visible’. Aunque es obvio que al incluirse esta norma no se tuvo
en mira la situación examinada, sino otras vinculadas a personas ya nacidas y en función de sus rasgos
morfológicos, o simplemente de antiguas creencias sobre la existencia de monstruos o prodigios ello
no obsta a que el criterio subyacente en dicho precepto pueda aplicarse en casos distintos, no
previstos entonces. Por el contrario, una interpretación analógica del mismo conduce a esa solución.
En definitiva, aquel criterio implica tanto como admitir la realidad de la persona ante cualquier ‘signo
característico de humanidad, sin distinción de cualidades o accidentes’; y no parece dudoso que la
existencia en el embrión del código genético, determinante de su individualidad y conteniendo las
pautas de su ulterior desenvolvimiento, de suerte que en potencia ya está en él todo hombre que será
en el futuro, representa al menos aquellos signos. Ello con independencia de ‘cualidades o accidentes’,
o sea de las determinaciones físicas, psíquicas, sociales y morales que necesariamente lo afectarán
durante su posterior desarrollo, hasta la muerte.
Surge de lo expuesto, la apelación a otro texto, el que fundamenta la solución propiciada para el caso
ante la falta de regulación normativa respecto del estatus del embrión. El caso revela un acabado
ejemplo de aplicación interpretativa del canon bajo examen.
Donde quizá se presenta de modo incontestado la dimensión productiva de este argumento es en un
antiguo pleito entre una provincia y uno de sus vecinos, y en el que la Corte Suprema discutió el acceso
a su competencia originaria a pesar de tratarse de un supuesto expresamente no contemplado por el
antiguo art. 100 (hoy 110) de la CN, en tanto este la prevé para las disputas entre provincias y vecinos
de otros estados. El alto tribunal señaló que “la jurisdicción está en la razón y los fines de la CN tanto
como en su letra”. en tales condiciones, expresó que “el objeto de la jurisdicción nacional en los casos
indicados, como en todos aquellos en que tiene lugar por razón de las personas, es asegurar a los que
se hallen en el caso de pedirla, una justicia libre de toda sospecha de parcialidad”. De ahí que, “no hay
motivo para resistirla al mismo tiempo que se admite en casos análogos”.
La aplicación analógica que emana de este caso parece entroncar dentro del supuesto conocido como
“producción normativa”, en tanto aquí se asemeja una situación no prevista con otra prevista, aunque
dicho parentesco se establece a partir del examen efectuado de los fines de la CN. Se trata de una
indagación de los jueces acerca del sentido último del texto fundamental, de cuya coherencia se
considera posible extraer una solución que el propio constituyente no había previsto. Tal indagación
mediante un recurso que expresamente soslaya el texto de la norma a la que se recurre, recalando en
su ratio, en sus fines, parece situarlo en el borde mismo de la tradición positivista “clásica”, lo que
explicaría ubicar al argumento teleológico dentro del horizonte teórico de la razón práctica.
DIRECTRIZ “A FORTIORI”.
Según este canon, un precepto puede aplicarse a una situación no prevista si a juicio del intérprete
posee mayores razones para ello que las que se observan respecto del caso específicamente previsto
por el legislador. Como escribe GUASTINI, “las palabras claves de todo argumento son ‘con mayor
razón’. Quiere decirse que también este modo de argumentar presupone la previa identificación de la
razón por la que a un supuesto de hecho se conecta una determinada consecuencia jurídica y no otra”.
Se trata, según TARELLO, de una interpretación extensiva basada en la razón de la norma. “El resultado
de la argumentación no es tanto la interpretación de una disposición preexistente (si F1, entonces G),
cuanto la formulación de una nueva norma (si F1, entonces G). Por consiguiente, también puede
decirse que el argumento a fortiori es no ya un argumento interpretativo, sino más bien un argumento
productor (de derecho nuevo)”.
Esta directriz tiene 2 maneras de manifestarse: por el argumento a minore ad minus, que se aplica
frente a una norma desventajosa o prohibitiva, y por conducto del argumento a maiore ad minus, que
opera frente a una norma ventajosa o facultativa.
Su recepción jurisprudencial es amplia. Se ha señalado que “la circunstancia que el recurso
extraordinario es improcedente en los procedimientos ejecutivos, constituye una regla a fortiori,
aplicable a los apremios fiscales”. De igual modo, y a propósito del principio de división de poderes, el
voto concurrente de los jueces BOFFI BOGGERO y ABERASTURY precisó “el PL, que incluso está
impedido de delegar la función típica de sancionar la ley, no puede a fortiori disponer de las que
pertenecen al PJ, transfiriéndolas al PE en evidente transgresión constitucional”. Un ejemplo de la
variante a maiore ad minus se encuentra en el siguiente supuesto: si de los arts. 53 y 54, inc. f, surge
que la ley 13.064 ha establecido, en los supuestos de modificación sustancial del contrato atribuible de
la administración, lo que puede mirarse como culpa en el derecho civil, por representar una alteración
unilateral de la voluntad pactada, el derecho del co-contratante de rescindir, pero sin obtener lucro
cesante”, de “de aquí se deduce, a fortiori, que en los casos en que el Estado no tuviere culpa hay
mayor razón para no autorizar el pago del lucro cesante, cuando la obra ni siquiera ha sido
comenzada”. De igual modo, a partir del juego armónico de los arts. 14, 52 y 53 del Código Penal, se ha
dicho que, si este “autoriza la libertad condicional en casos de multirreincidencia o de reincidencia
calificada, a fortiori no puede entenderse que la impide en los casos de reincidencia simple.
Conviene advertir que su empleo no se ha dado únicamente para los casos de silencio legislativo, sino
que también se amplió a supuestos de omisión jurisprudencial. Un ejemplo de esto último, es el caso
fallado por la Corte Suprema en la causa “Salta, prov. De c/Estado nacional s/cobro de australes”, en la
que se había omitido atribuir las costas del juicio. Para el alto tribunal, la omisión de pronunciarse
sobre la carga de las costas no puede considerarse como una negativa implícita de imponerlas al
vencido, ya que, si la exención de costas que no esté expresamente fundada se sanciona con la nulidad,
a fortiori no puede atribuírsele los efectos de una denegación a una omisión que carece de
fundamentos.
DIRECTRIZ “A CONTRARIO”.
Se ha considerado que mediante este canon se presume que el legislador ha querido mantener
inmutable la situación contraria a la reglada para un determinado supuesto. Como expresa TARELLO,
este argumento fortalece una interpretación literal d las leyes y halla fundamento en una cultura
jurídica que valora de modo especial el seguimiento de la letra de la ley. GUASTINI lo llama la faceta
interpretativa de la directriz, o sea un argumento que se aduce para sostener una elección
interpretativa, en el sentido de que el legislador ha dicho exactamente lo que quería decir y es
evidente que lo que no ha dicho no quería decirlo; si hubiese querido decirlo, lo habría dicho. Como se
pone de manifiesto, el argumento se rige por la presunción de una perfecta correspondencia entre la
intención del legislador y el texto normativo. Este argumento parte de la base de la racionalidad del
legislador y, de la consistencia lógica y coherencia de contenidos del sistema por él desarrollado. En
tales condiciones, se concluye que una situación no pude tener cabida dentro del sistema por resultar
contraria a una prevista en él.
Al respecto, se ha dicho que en argumentos analógicos y a contrario “se produce la situación de que,
entre el supuesto regulado y el no, se establece la semejanza en unos elementos y en otros no. Cuando
los elementos semejantes son los esenciales y los no semejantes son los accidentales, se puede hablar
de argumento analógico, habiendo entre los supuestos identidad de razón. En cambio, cuando los
elementos semejantes son los no esenciales, se puede decir que estamos ante el argumento a
contrario. Por lo tanto, cabe concluir que en el argumento a contrario no hay identidad de razón.
GUASTINI, también considera que este argumento puede emplearse en otros 2 sentidos: como
argumento productor de una nueva norma y como poderoso instrumento para colmar lagunas. En
cuanto al primero, “se hace un uso productor y no meramente interpretativo” de este argumento
“cundo se sostiene que una disposición de la forma ‘si F1, entonces G’ debe entenderse en el sentido
de que ‘solo si F1, entonces G’ y, por tanto, se excluye que la misma consecuencia jurídica G se
produzca también en presencia de un distinto supuesto de hecho F2”. Respecto del segundo, acaece
“cada vez que el legislador dispone que a un determinado supuesto de hecho le corresponde una
determinada consecuencia jurídica el legislador quiere decir que solo a ese supuesto de hecho le
corresponde esa consecuencia. Este punto de vista se funda sobre la idea de que allí donde la ley no
dice nada existe no una laguna, son una norma implícita de contenido puesto al de la disposición que
está interpretándose.
La jurisprudencia ha realizado un extendido empleo de esta pauta. Entre otros ejemplos, en la causa
“H.C., A c/ A,J.A s/restitución internacional de menor”, el alto tribunal, tas acreditar la retención ilícita
del niño por su progenitor, sostuvo que de la compulsa del expediente no surgen pruebas
determinantes que permitan hacer operativa la excepción invocada por el padre para fundar la
hipótesis de que el retorno del menor implicara un “riesgo grave” para su persona, precisó que “es
menester tener en consideración que el mencionado convenio determina como principio la inmediata
restitución del menor y en consecuencia, las excepciones a dicha obligación son de carácter taxativo y
deben ser interpretadas de manera restrictiva a fin de no desvirtuar la finalidad del convenio. Las
palabras escogidas para describir los supuestos de excepción revelan el carácter riguroso con que se
debe ponderar el material fáctico de la causa a los efectos de no frustrar la efectividad del CH 1980”.
CAPITULO 3
UNIVERSALIZACION, INTERNALIZACION Y POSITIVIZACION DEL DERECHO NATURAL: LA BUSQUEDA
DEL DERECHO JUSTO.
Se presenta un ensayo de fundamentación de la teoría del derecho natural. En primero lugar, se sirve
del análisis de las ideas de “universalización” y de “internacionalización”, en tanto estas confluyen en la
noción del derecho natural. En segundo término, se procura mostrar el permanente esfuerzo de
positivización de ese derecho natural mediante las diversas fuentes de que disponen los
ordenamientos jurídicos. Finalmente, referiremos que esa positivización no resuelve per se, todos los
problemas jurídicos, sino que estos requieren especialmente de casos “difíciles”, de un intenso
esfuerzo de develamiento del sentido último del derecho.
¿ES LA POSITIVIZACION DEL DERECHO NATURAL GARANTIA DEL DERECHO JUSTO? LOS EJEMPLOS DE
LOS SIGLOS XIX, XX, XXI Y LA NECESIDAD DE SU INTERNACIONALIZACION.
¿Satisface la positivización los preceptos del derecho eterno, el derecho natural? Si se tiene presente la
famosa admonición de HEGEL de que la Revolución Francesa es el momento en el que “los filósofos se
vuelven legisladores”, parecería que si: el derecho ya no es solo legal, sino, además, justo.
Entonces en esta encrucijada de la época moderna, en que parece abrirse paso la más tarde famosa
polémica entre “derecho natural” y “positivismo”. Es en el momento de la positivización de los
derechos naturales de la codificación, cuando la dogmática jurídica creyó ver concluido el proceso que
el racionalismo había elaborado durante los siglos precedentes en defensa de los derechos de las
personas. Si estos últimos se habían asegurado en códigos que emergían como completos y perfectos,
entonces, nada más quedaba por señalar. Así, casos como el de Antígona en Grecia o el de Lucrecia en
Roma, según memora CICERON, no resultan ya validos como ejemplos para forjar una conciencia
crítica del derecho positivo, por cuanto tales supuestos serian receptados legalmente, por lo que
dichos ordenamientos se asocian, además de a lo legal, a lo justo, de donde la aludida disputa deviene
innecesaria.
Sin embargo, esa perspectiva fue penas apoderándonos libremente de una expresión de KAUFMANN,
un “episodio”. Pronto, en el siglo XIX, se advirtió la insuficiencia de la legislación positiva de los Estados
nacionales en orden a alcanzar dicho objetivo, echándose de menos la idea de una justicia material, la
que regreso a los ordenamientos jurídicos y a la reflexión teórica mediante fuentes y nombres diversos.
De alguna manera la tabla de salvación del derecho natural volvía al ámbito del derecho positivo
invocando sus propios fueros.
Las cosas no fueron muy distintas durante el siglo XX, como lo prueban entre otros, los muchos
genocidios padecidos ni lo son en el presente. Si se pondera lo sucedido en Alemania en 1930 y más
tarde durante la dictadura comunista, surgieron fórmulas como la famosa de RADBRUCH de la que
HASSEMER dice que “ha aflojado las cadenas del positivismo legal” y “ha hecho posible un lenguaje en
el que cabe preguntarse si no hay parámetros conforme a los cuales puede hablarse de leyes injustas”.
Nuevamente ante la tragedia, “vuelve” el derecho natural a procurar echar alguna luz en los sistemas
jurídicos.
Ante ello, se hizo necesario un nuevo esfuerzo de positivización del derecho a fin de evitar los extravíos
humanos, manteniendo así el criterio metodológico inaugurando por el iusnaturalismo moderno. La
diferencia respecto del sigo XVIII fue que adviene una positivización de naturaleza “internación” la que
actúa como “reaseguro” de los sistemas nacional.
Vistas las cosas desde la perspectiva de la teoría de las fuentes del derecho, con la positivización bajo
examen se continua con la modelo unitaria del legalismo decimonónico, pero con la importante
salvedad de que, como el supuesto de la lex corrupta, ya no es un mero supuesto teórico, su contenido
no puede permanecer disponible para quienes crean las leyes: se está, si cabe la expresión, ante un
“unitarismo internacional” de base iusnaturalista llamado a superar la legislación decimonónica.
En este punto, la semántica iusnaturalista de esos textos internacionales de protección de los DDHH es
palmaria. Entre otros ejemplos, repárese en la Declaración Universal de DDHH o en la Convención
Americana sobre DHH.
Se advierte la relación que procuramos señalar: la internalización del derecho supone su
universalización y por esa via, la presencia del derecho natural. Contrariamente, a lo que sucedía desde
la Antigüedad y hasta la temprana Edad Moderna, al igual que lo visto en los siglos VXIII y XIX, el
conocimiento de ese derecho se realiza exclusivamente por el sistema de fuentes de tipo legislativa,
aunque esta última es tanto nacional como internacional.
a) ALEMANIA. El Tribunal Constitucional Federal Alemán, por unanimidad confirmo la decisión de las
anteriores instancias que habían condenado tanto a soldados que dieron muerte a personas que
procuraban huir de la República Democrática de Alemania con destino a Alemania Occidental, como a
funcionarios superiores del gobierno de aquel país.
Los acusados arguyeron que “el acto debería ser juzgado según el derecho de la RDA válido al
momento del hecho”. De este modo, “colisionaría con la prohibición de retroactividad al hecho de que
la Corte Suprema federal haya interpretado a posteriori la causa de justificación del art. 27 de la ley de
fronteras de un modo diferente a como habría correspondido en la praxis estatal de la RD l momento
del hecho para así justificar la punibilidad. La apelación de la Corte Suprema Federal a la llamada
‘formula de RADBRUCH’ significaría en definitiva el recurso al derecho natural supra ordenado. Ese
recurso podría haber sido correcto para el no-derecho nacionalista. Aquel ‘Unrechtssystem’ no sería
comparable en absoluto con los sucesos en la RDA que el sentir occidental valoraría como no-derecho.
La interpretación de la causa de justificación asumida por la CSF se desentendería de la función de
protección constitucional del art. 103, 2 párrafo de la ley fundamental.
Se señaló también que dicha causa de justificación no podía negarse con arreglo a la existencia de
“convenciones internacionales y tratados del derecho de gentes”, entre otras razones porque algunos
de dichos tratados no constituían derecho interno de la RDA”.
Las quejas no fueron admitidas. El tribunal estructuró su respuesta del modo siguiente:
a) La prohibición de retroactividad del derecho penal garantizada por el art. 103 párrafo 2 “es
absoluta”.
b) Dicho precepto también exige que una causa de justificación legalmente reglada al cometerse el
hecho continúe aplicándose si ella hubiese sido suprimida al momento del proceso penal”, bien que
“para las causas de justificación no vale la estricta ‘reserva de la ley’”.
c) “El art. 103, 2 párrafo es una expresión del principio del Estado de derecho”, pero este principio
“también contiene como una de las ideas conductoras de la ley fundamental la exigencia de justicia
material”
d) “El art. 103 tiene a la vista como caso típico que el acto sea cometido y juzgado en el ámbito de
aplicación del derecho penal sustancial de la República Federal de Alemania modelado según la ley
fundamental”
e) “Por cierto que esta situación jurídica, conforme a la cual la RF ha de ejercitar su poder punitivo
basándose en el derecho de un Estado que no hizo efectivos ni la democracia, ni las división de
poderes, ni los DDHH puede conducir a un conflicto entre las irrenunciables exigencias del Estado de
derecho contenida en la ley fundamental y la prohibición absoluta de irretroactividad del art. 102”,
pues esta última “encuentra su justificación constitucional en el principio de confianza, que alcanza a
las leyes penales, cuando ellas son dictada por un legislador democrático sujeto a los derechos
fundamentales. Ese principio de confianza desaparece cuando el otro Estado, aunque establece tipos
penales para el ámbito de los más graves injustos criminales, al mismo tiempo ha excluido su
punibilidad para ciertos sectores a través de causas de justificación, exhortando precisamente a esos
injustos, encubriéndolos y menos preciando así de manera grave de los DDHH generalmente
reconocidos por la comunidad internacional. De este modo, el portador del poder estatal estableció
una extrema injusticia estatal que solo puede imponerse mientras exista de hecho el poder estatal
responsable de ella”
f) “En esta situación muy especial, el mandato de justicia material, prohíbe la aplicación de una causa
de justificación de este tipo. La estricta protección de la confianza a través del art. 103 debe entonces
retroceder”.
Se han enfatizado las partes que se reputan esenciales a fin de resaltar la exigencia de cumplimiento
armónico, tanto del precepto de no retroactividad de la ley penal cuanto del mandato de justicia
material ante los graves crímenes cometidos. Empero, el tribunal es categórico al puntualizar que no
pueden invocarse, con el explícito afán de sortearlos, causas formales de justificación que buscaron
soslayar el cumplimiento de principios de orden superior que se plasman en lo que el tribunal
denomina como “mandato de justicia material”.
En cierto sentido, el tema encuentra paralelismo con la reciente discusión planteada en nuestro país en
torno de la aplicación, a quienes fueron condenados por a ver cometido crimines de lesa humanidad,
de la ley 24.390 la cual, luego de disponer que “la prisión preventiva no podrá ser superior a 2 años”,
en su art. 7, en cuanto fue materia de controversia, expresaba que “transcurrido el plazo de 2 años
previsto” en dicha norma, “ se computará por un día de prisión preventiva, 2 de prisión o 1 de
reclusión” y que fue popularmente conocida como ley del 2x1. Más allá del cambio de posición de la
Corte Suprema respecto de este tema, nos interesa reparar en la medula de la cuestión, la que es
planteada con mayor detalle en la segunda intervención del alto tribunal y que se circunscribe a la
necesidad de salvaguardar, al mismo tiempo, tanto el precepto de no retroactividad de la ley penal,
salvo que se trate de la aplicación de la ley más benigna, como el deber de persecución, juzgamiento y
cumplimiento “adecuado” o “apropiado” de la pena a la que hubiera sido condenada una persona por
a ver incurrido en graves delitos contrarios a la dignidad humana. Estimamos que el holding que late
detrás de lo expuesto por el voto de los jueces MAQUEDA y LORENZETTI, concurrente con la mayoría y
por la disidencia procuran dar cuenta de esa necesidad de armonización de los referidos principios, de
modo que no cabe por satisfacer uno, violentar o cercenar otro y viceversa. En otros términos, deviene
imperativo tanto el cumplimiento de la garantía de la irretroactividad de la ley penal cuanto la
adecuada y efectiva sanción de los delitos de lesa humanidad, de modo que no corresponde invocar la
primera si con ello se procura ignorar lo segundo. (en el caso argentino, mediante la aplicación aislada
de un precepto de análogo rango que conduzca, por ese solo hecho, a desvirtuar el restante principio
en juego).
b) ARGENTINA. En la causa “Arancibia Clavel” la Corte Suprema, tras señalar que la conducta
incriminada, que tuvo lugar en 1974, constituye un crimen de lesa humanidad y resulta imprescriptible,
se planteó si la cuestión relativa a la aplicación de dicha regla “se aplicaría al sub lite retroactivamente
o si ello lesiona el principio nulla poena sine lege”.
Con sustento en el art. 118 de la Constitución federal, la mayoría del tribunal entiende que la
mencionada Convención “solo afirma la imprescriptibilidad, lo que importa el reconocimiento de una
norma ya vigente en función del derecho internacional público de origen consuetudinario”. Para la
Corte, ello obedece a que “la Convención constituye la culminación de un largo proceso que comenzó
en los primeros años de la década de 1960 cuando la prescripción amenazaba con convertirse en
fuente de impunidad de los crímenes practicados durante la Segunda Guerra Mundial”, tal y como lo
afirma Preámbulo del tratado y varias de sus disposiciones. Desde esta perspectiva “así como es
posible afirmar que la costumbre internacional ya consideraba imprescriptibles los crímenes contra la
humanidad con anterioridad a la Convención, también esta costumbre era materia común del derecho
internacional con anterioridad a la incorporación de la Convención al derecho interno”. Añade, “en el
marco de esta evolución del derecho internacional de los DDHH”, la Convención “ha representado
únicamente la cristalización de principios ya vigentes para nuestro Estado nacional como parte de la
comunidad internacional”. De ahí que los hechos por los cuales se condenó a Arancibia Clavel ya eran
imprescriptibles para el derecho internacional al momento de cometerse, con lo cual no se da una
aplicación retroactiva de la Convención, sino que ésta ya era la regla por costumbre internacional
vigente desde la década del ’60, a la cual adhería el Estado argentino”.
La argumentación mayoritaria es diáfana: siguiendo a ALEXY en su interpretación de la fórmula de
RADBRUCH, puede decirse que la Convención bajo examen, la lex scripta, no es sino la “afirmación” o
cristalización de una norma consuetudinaria ya vigente, de un ius praevium. En este contexto, es
irrelevante que ella haya sido aprobada por el Estado argentino de 1995, pues tal ley ya era, a título
costumbre, derecho. Es fácil advertir, desde la perspectiva de las fuentes, el pluralismo normativo y,
desde la consideración de la naturaleza del ordenamiento jurídico, la presencia de un sistema “abierto”
y por tanto, de una positivización prima facie, dado que aquella es siempre inconclusa, configurándose
un proceso de permanente y dinámica positivización, sea infraconstitucional, sea constitucional. Es
sencillo observar la presencia de un derecho natural detrás o mejor, fundamentando a esa lex scripta
que era la Convención bajo el formato de una “regla por costumbre internacional vigente desde la
década del 60, a la cual adhería el Estado argentino”.
Si bien la mayoría omite efectuar una referencia expresa al derecho natural, donde no se tuvo mayor
reparo en explicitarlo fue en los votos en disidencia de esa sentencia. Tomamos aquí el del juez
BELLUSCIO, para quien no “se puede admitir que en virtud del ius cogens la imprescriptibilidad de la
acción penal por delitos de lesa humanidad rigiera en la Argentina al tiempo de cometerse los hechos
que se pretende incriminar”, no cabe derivar tal conclusión de lo dispuesto por el art. 118 de CN en
tanto “no resultaría posible acudir a principios indefinidos supuestamente derivados del derecho de
gentes, pues al momento de la comisión de los hechos faltaba la norma específica que estableciera una
determinada sanción”. Y añade que “la aplicación de los principios y normas del derecho de gentes,
entendido como todo aquello que constituye parte esencial de la conciencia contemporánea y
colectiva de los pueblos civilizados y, por vía de esta, la declaración de imprescriptibilidad de las penas
correspondientes a hechos anteriores al dictado de las normas nacionales mediante las cuales la
Argentina se adhirió a él, equivaldría a regirse por un derecho natural, supra positivo, constituido por
criterios de justicia no previstos en el derecho vigente al tiempo de los hechos de cuyo juzgamiento se
trata”.
En nuestra opinión, y a pesar de las palabras de Belluscio, ni la mayoría ni la disidencia escapan de la
tradición del derecho natural, bien que el modo como los votos se articulan deja de traslucir diversas
influencias. Creemos que la tradición clásica del derecho natural late en el voto mayoritario, su
razonamiento dista en grado sumo de ser meramente legalista, en tanto, se abre a un pluralismo de
fuentes entre las que destaca la costumbre internacional. La referencia de la mayoría no se agota en
cualquier costumbre, sino que recurre al ius cogens, esto es, a ese conjunto de principios moldeados
por la comunidad internacional al cabo de procesos necesariamente extensos y que revelan amplios
debates y confluencias de preocupaciones que tienen como norte salvaguardar “la esencia misma del
sistema legal”. Si se vuelve la mirada a Radbruch podría traducirse el dictum recién expuesto como la
preocupación del profesor alemán, evidenciada al plantear su célebre formula, por garantizar “la
igualdad, que constituye el núcleo de la justicia” y que dicho en palabras de ALEXY conduce a
reivindicar la noción de ius praevium.
Por su parte, las alusiones de la disidencia se corresponden con la tradición iusnaturalista moderna. En
efecto, las reglas de los textos nacionales e internacionales defendidas en el voto testimonian la
positivización de los principios del derecho natural en su faceta racionalista, la cual reclama la estricta
aplicación de la ley previa y cierta al caso de especie siempre que se configuren los supuestos previstos
por la norma.
Por eso, escribieron los jueces BELLUSCIO y LEVENE en su disidencia en la causa “Priebke”, “muchos
siglos de sangre y dolor ha costado a la humanidad el reconocimiento de principios como el nulla
poena sine lege consagrado en el art. 18 de CN para que pueda dejárselo a un lado mediante una
construcción basada en un derecho consuetudinario que no se evidencia como imperativo, y que
implicaría marchar a contramano de la civilización, sujetando la protección de la libertad personal de
aquel cuya conducta no puede ser encuadrada en la ley previa al arbitrio de una pseudo interpretación
que puede llevar a excesos insospechados.
Se advierte la plenitud de sentido que testimonian ambos votos y si bien se mira, el común propósito
por concretar principios liminares del pensamiento iusnaturalista. Desde luego, lo transcripto no oculta
las notorias diferencias que los distinguen, y que comprenden, entre muchos argumentos, la
ampliación o simplificación de las fuentes del derecho y el carácter eminentemente abierto o cerrado
del sistema jurídico, lo cual gravita en la diversa manera de concretar el contenido iusnaturalista del
voto.
Así las cosas, si las propuestas aqui examinadas testimonian la victoria de las tesis iusnaturalistas en
algunas de sus diversas manifestaciones, queda latente la pregunta acerca de cual de ellas es la que
mejor refleja el planteamiento de fondo que desde siempre animó a esta perspectiva. Acaso las
puestas recogidas en ambos pronunciamientos se hacen cargo plausiblemente del denso humus de la
tradición iusnaturalista; se decantan por la prevalencia de la justicia material, puesto que no hay duda
de que en ambos casos se configuraron graves crímenes, sin que ello entrañe el cercenamiento de la
regla del nullum crime, nulla pena sine lege praevia toda vez que la causal de justificación o exclusión
invocada se asienta en una práctica que cercena patentemente el Estado de derecho y que se advierte
la existencia de una norma consuetudinaria.
Las mentadas respuestas, y esto es lo relevante para el objeto de este trabajo, deja enseñanzas de valía
respecto del relevante rol de la interpretación, por cuanto la realidad de la vida, requiere de un
continuo esfuerzo de develamiento de su sentido último, el que, es claro, no es cualquier sentido, sino
que reboza de un fundamento eminentemente ético que requiere de una razón práctica predispuesta a
desentrañarlo ya que la mera positivización de los textos jurídicos no alcanza a determinar.
CONCLUSIONES PROVISIONALES.
a) La UNIVERSALIZACION e INTERNACIONALIZACION del derecho, tal y como ha sido tratada por los
teóricos más relevantes de las tradiciones grecorromanas que inspiran los estudios y jurisprudencia
posteriores aquí referidos conectan con la idea de derecho natural. En ocasiones de modo explícito, en
otras de manera implícita, dichas referencias remiten a lo que AMATO caracteriza como “la más
profunda aspiración teorética de la humanidad: encontrar juntos un punto de inicio a través del cual
evidencia los principios de la convivencia, el sentido de la vida”.
b) Las notas y aspiraciones tienden, según HERVADA, a su fijación por escrito como vía del
perfeccionamiento de los ordenamientos jurídicos, consecuencia de la creciente complejización de las
sociedades y una vez positivizadas, procuran su estricto cumplimiento en tanto manifestación de
“requerimientos morales rigurosos”. Ahora bien, la positivización de los derechos humanos, lejos de lo
que muchos creen o aspiran, no cierra ni un debate en torno del contenido y concreta dimensión de
tales derechos. Obsérvese, que si cabe esperar un debate interno entre tradiciones diversas no es
menor el que se observa al interior de espacios con alores en líneas generales comunes.
c) El debate no concluye, sino que se actualiza si “el proceso de positivización se revierte en el futuro”,
por lo que nada garantiza que ello nunca vaya a ocurrir de modo que, de producirse tal circunstancia,
el debate entre derecho natural e iuspositivismo que la positivización había hecho perder “buena parte
del sentido práctico”, renace nuevamente o recupera su “importancia teórica” y sus consecuencias
prácticas”. A pesar de algunas ambivalencias, HASSEMER se pronuncia de manera semejante cuando,
al final del trabajo, expone que “tampoco la codificación más densa de los DDHH podrá hace superfluo
este mensaje de cualquier derecho natural: que el derecho positivo siempre debe quedar expuesto a
una crítica desde la justicia”. Numerosos ejemplos testimonian esta idea de “regresión” del derecho
positivo, en algunos casos con amplio consenso; en otros, de modo más controversial pero que invita
nuevamente a situar la discusión en torno del límite extremo del derecho tanto en el ámbito teórico
como en el de la práctica. Así y limitando los supuestos al ámbito occidental, la literatura especializada
coincide en que la situación carcelaria en Guantánamo entraña una severa regresión en términos del
resguardo de la garantía constitucional de la defensa en juicio. De igual modo, el rechazo a inmigrantes
que colapsan en el mar y en tierra por parte de algunos países europeos ha sido considerado como un
claro retroceso en términos de lo que se conoce como el ius comunicationis. Las políticas en favor de la
extensión del aborto prácticamente sin límite temporal alguno, son ampliamente debatidas respecto
de si constituyen la vida del nasciturus debe ceder ante el peligro para la vida y la salud psicofísica de la
madre.
d) Dicho debate no puede ser otro que el signado bajo los términos de una racionalidad critica, para
apropiarnos de una expresión de APEL o HABERMAS. Es que si ha sido racionalmente critico el proceso
que desembocó en la positivización del derecho natural a partir del siglo XVIII en adelante así debe ser
el que de aquí en más discierna nuevos bienes básicos o proteja los existentes, sea de las regresiones
consignadas, sea de las habituales ponderaciones de los derechos positivizados pero que compiten en
la praxis de una sociedad abierta, para emplear la conocida expresión de POPPER.
Ya no puede a ver espacio para el simple recurso positivista a la aplicación lógico-deductiva del
derecho; menos aún para la discrecionalidad y tampoco para el viejo non liquet romano. Por el
contrario, la hora del siglo XXI exige un trabajo intelectual mancomunado en torno del develamiento y
garantías de los núcleos esenciales de los derechos de las personas en las complejas situaciones en las
que estas actúan. El racionalismo ignoró la peculiaridad de ese proceso y ese malentendido afecto
irremediablemente al positivismo. Ambos se refugiaron en los escritos y en la tranquilidad de espíritu
que proporciona su permanente positivización. Empero, esta nunca fue completa ni pudo dar cuenta
de la extrema riqueza y complejidad de la coexistencia social, de modo que como observa GADAMER, a
partir de ARISTOTELES, “la generalidad bajo la que se subsume una particularidad sigue
determinándose en virtud de esta”. No se trata de una labor sencilla. Ambos elementos deben ser
traídos a consideración en un proceso ascendente y franco; una suerte de “espiral” argumentativa,
nunca concluida y siempre guiada por la idea general de una justicia concreta. En eso reside el desafío
del siglo XXI, aunque ha sido el desafío de siempre.
CAPITULO 4
LA DETERMINACION DEL DERECHO EN LA “QUAESTIO” DIALECTICA: CONSIDERACIONES DESDE
TOMAS DE AQUINO.
En la obra de TOMAS DE AQUINO, la reflexión jurídica ocupa un lugar de importancia, quizá no tanto
por su extensión, como por la trascendencia que tuvo en su época y por la influencia de la que ha
gozado desde entonces. El Aquinate se ocupa del concepto de derecho, de los diferentes conceptos
analogados de el y del modo de determinar aquel. Nos ocuparemos del tercero, probablemente el
aspecto menos frecuentado por la doctrina posterior, aunque sus planteamientos exhiben una
importancia y actualidad significativas. A tal fin, nos serviremos de los estudios realizados por MICHEL
VILLEY, quien fuera entre los años 60 y 80 de la pasada centuria, catedrático de Paris y fundador del
Centre de Philosophie du Droit, director de los célebres archivos de philosophie du Droit. En efecto, en
cuanto concierne al proceso de elucidación del derecho, el Aquinate actúa como un admirable
sintetizador de los postulados filosóficos aristotélicos y de la tradición jurídica romana. El resultado fue
novedoso para su época, dado que rompió la hegemonía del agustinianismo politico-juridico al
introducir, por un lado, fuentes paganas como argumentos de autoridad delo jurídico, tanto a las
cristianas y por otro, una estructura de razonamiento que pone el eje de la determinación del derecho
no en la ley sino, por el contrario, en la prudente decisión judicial una vez compulsadas y valoradas
tanto las circunstancias de la causa, como la totalidad de los elementos normativos que integran el
sistema jurídico.
La actualidad de esta consideración salta a la vista ante la crisis de los postulados legalistas, que ha
devuelto la atención a los procesos de comprensión y concreción del derecho que tienen como eje
planteamientos de tipo argumentativo, los cuales giran en torno de una consideración amplia de las
fuentes del derecho, una apertura del debate entre los operadores jurídicos y un papel activo por parte
del juez.
LA QUAESTIO DIALECTICA.
En el Aquinate, indudablemente inspirado en la tradición romana, dicho ámbito se sitúa en el proceso
judicial, pues es allí donde se plantean los problemas que corresponde resolver. Esto es así dado que
sin debate no se tendría más que monólogos aislados, sin posibilidad de encuentro y, por tanto, de
eventual solución del problema. El dialogo deviene ineludible de donde el mundo medieval, inspirado
en lo que acontecía en la antigüedad grecorromana, asume la denominada quoestio dialectica, como
vía para procurar resolver los problemas científicos y, entre ellos, los vinculados al derecho. Como
expresa VIEHWEG, “el debate es, evidentemente, la única instancia de control: la discusión de
problemas se mantiene dentro del circulo delo que ARISTOTELES llamaba dialéctica. Lo que en la
disputa ha quedado probado en virtud de aceptación, es admisible como premisa. Esto puede parecer
muy arriesgado, pero es menos inquietante si se tiene en cuenta que los que disputan disponen de una
serie de conocimientos que han experimentado una compulsa previa, y que entre gentes razonables
solo puede contar con aceptación aquello que parece poseer un determinado peso específico.
La dialéctica proviene del verbo griego dialegesthai y alude al “intercambio de palabras entre
interlocutores múltiples”. VIEHWEG ubica a la dialéctica dentro de la retórica enseñada por
ARISTOTELES y que los romanos cultos aprendieron desde el año 100 a.c y llevaron al mundo jurídico.
Siguiendo a PRINGSHEIM, añade que, si bien “la ciencia del derecho de la antigüedad no se salvó en la
edad media”, si mantuvo en cierto modo el método dialectico y la formación retórica”.
Por ello, cuando luego del incendio de la villa de Amalfi fueron descubiertos los textos del Digesto y se
inició el renacimiento del derecho romano, el mos italicus no tuvo inconvenientes en integrarse en una
metodología al uso de la época. La importancia del Aquinate se agiganta porque, sin ser jurista, se
interesa por el derecho e incluye reflexiones de esa naturaleza dado que, no solía ser costumbre
encontrar desarrollado este último aspecto en tratados de dichas características.
Conviene reparar que si el dialogo supone un problema que urge resolver, no se sigue la existencia de
una respuesta ni de una única respuesta correcta, para seguir la expresión actualmente famosa a partir
de DWORKIN. El encuentro lo es sin la expectativa de encontrar una solución necesariamente
definitiva al caso bajo análisis, perspectiva que parece en la actualidad largamente avalada luego de
una incluso superficial mirada a la realidad de la vida. En efecto, los desarrollos de la informática o
biología, la crisis ambiental, las tensiones derivadas de la multiculturalidad o la pertinaz vigencia de
regímenes totalitarios, plantean problemas jurídicos de compleja resolución. Algunas de sus
consecuencias se observan en la descodificación creciente de materias antes codificadas, en la
aparición de nuevas modalidades de contratación, en la “publicización” creciente de lo privado, en una
mirada sub specie constitutionis de la totalidad del ordenamiento jurídico; en fin, en la relevancia
central de la interpretación jurídica y de los intérpretes. El derecho vive a partir de un permanente
cuestionarse, emergiendo en ese marco la dialéctica como el procedimiento que genuinamente se
adecua a su naturaleza de realidad en perpetua tensión hacia lo justo.
En esa línea, la modestia en la obtención de resultados existía en Roma. Así, una de las más conocidas
reglas del Digesto, es la de JAVOLENO, según la cual “toda definición en derecho civil es peligrosa; en
verdad, es poco lo que no puede ser refutado”. Vinculado con ello, es también conocido que el juez, en
caso de no tener una opinión definitiva sobre un tema, se abstenía de sentenciar con arreglo a la
fórmula del non liquet, de suerte que se pasaba el caso a otro magistrado. La modernidad rechazo de
plano este planteamiento, como se dan cuenta en el Code Napoleon y el art. 15 del antiguo CC, y con
matices se perpetúa en el vigente en su art. 3. Lo importante no es tanto asumir que la obligación de
resolver no garantiza una única respuesta, sino que muchas de las cuestiones a debatir son altamente
controversiales por lo que no contienen una solución ni lineal ni definitiva. “El que el juicio practico no
sea un juicio relativo con continuas instancias de revisión no significa una relativización de la moral.
Significa simplemente que un juicio moral absoluto solo puede ser un juicio final”.
Conviene señalar que la dialéctica no es una mera disputación en el sentido de un coloquio o de una
conversación informal. Por el contrario, se trata de estructurar una teoría del dialogo filosófico, con
una aspiración seria por la búsqueda de la verdad, la cual no es sino el discernimiento de la justicia del
caso concreto.
Como ha explicado VIEHWEG, “en el marco de lo opinable, se puede aspirar también a una efectiva
inteligencia y no a una simple y arbitraria opinión, lo que no tendría sentido y justificaría que la
empresa no se tomara en serio”.
Se torna necesario el cumplimiento de ciertas reglas, las cuales en el ámbito delo que aquí interesa,
podrían ordenarse del siguiente modo:
a) Determinación del problema y selección de participantes
b) Desarrollo de la argumentación, que se manifiesta por medio del recurso a las fuentes del derecho
c) Confrontación de las opiniones, como paso previo al arribo de la conclusión o sentencia.
a) LAS AUTORIDADES. Uno de los recursos favoritos a tal fin ha sido la llamada a las autoridades. En lo
atinente al derecho, estas serán juristas o bien especialistas de otras materias que se convocan para
esclarecer, técnicamente, el caso en estudio. En este contexto, las autoridades no deben ser
demasiadas: no se trata de incorporar al debate un catálogo erudito en el que aparezca la “plétora de
referencias en la que nos sumergen las producciones académicas contemporáneas”. El objeto es “dar
en el blanco” para lo cual es en principio suficiente un criterio seleccionado de autoridades.
En Roma, los nombres de LABEÓN, SERVIO SULPICIO o CELSO, o las alusiones a las escuelas
constituyen referencias frecuentes. Esos nombres también serán recogidos por el Aquinate en las
diferentes “cuestiones dialécticas” que desarrolla a lo largo de los tratados de la ley, de la prudencia y
del derecho y justicia, junto con otros que, se han ido incorporando al tesoro de las auctoritatis del
saber llegado a su conocimiento. Así, en la citada quaestio relativa a si “el derecho es el objeto de la
justicia”, los “expertos” traídos por el Aquinate a debate son CELSO, SAN ISIDORO, SAN AGUSTIN y
ARISTOTELES. En la cuestión que concierne a “si la prudencia pertenece solo al entendimiento practico
o también al especulativo”, las autoridades que intervienen son un pasaje de los Proverbios, CICERON,
SAN AMBROSIO y ARISTOTELES.
En algunos supuestos, el argumento de autoridad alcanza una aceptación tan considerable, que el
Aquinate se siente relevado de fundamentar la opinión que ha de aceptar, limitándose a aludir a ella
en el respondeo. Este procedimiento no es tan inquietante dado que “con la cita de un nombre se hace
referencia a un complejo de experiencias y de conocimientos humanos reconocidos, que no contiene
solo una vaga creencia, sino que garantiza un saber en el sentido más exigente”. Por ello, concluye
VIEHWEG, “la referencia al saber de los mejores y mas famosos se encuentra también llena de
sentido”.
La argumentación no solo se ha de apoyar en el recurso a las autoridades. Siguiendo la enseñanza de
BOECIO, el Aquinate reconoce que el argumento de autoridad es relativo. Esto proporciona la entrada
en consideración de otros recursos.
b) LAS LEYES. Si bien en Roma, la fuente jurídica por excelencia la constituyen los aportes doctrinales
de los jurisconsultos, a quienes se consulta acerca de la elucidación de un problema en razón de su
auctoritas, las leyes también ocupan un lugar de relevancia, observándose al respecto un variado haz
de disposiciones: las privadas, las leyes de los magistrados, los “plebiscitos”, los “comicios” y “edicto”
del pretor. De igual forma, en el periodo posterior a la jurisprudencia clásica se incorporan a los
factores de producción del ius los “senado-consultos” y los “rescriptos”.
En lo referente al Aquinate, la reflexión sobre la ley ocupa un lugar de relevancia, además de suma
actualidad, en tanto en sus breves pero agudas reflexiones se sientan las bases de lo que,
contemporáneamente, suele conocerse como una teoría de la legislación.
Se establece, de modo general, una comparación entre la ley y la decisión judicial cuando expresa que
“es más fácil encontrar las pocas personas doctas capaces de hacer buenas leyes que las muchas que
se requerirían para juzgar de cada caso en particular”. Además, “los que hacen las leyes estudian
detenidamente cada una de ellas, pero los juicios sobre singulares se refieren a casos que ocurren de
improvisto, y es más fácil discernir lo justo examinando muchos casos que considerando solo uno”.
Finalmente, “los legisladores juzgan en universal y refiriéndose al futuro, quienes presiden un tribunal
juzgan sobre hechos presentes, respecto de los cuales fácilmente se dejan influir por sentimientos de
amor, odio o de cualquier otra pasión, con lo cual su juicio queda pervertido”.
En esa línea, reconocer que “las leyes humanas no pueden alcanzar aquella infalibilidad que tienen las
conclusiones científicas obtenidas por demostración”, admitiendo en estas la posibilidad de error “las
menos de las veces”, considera que “el mero cambio de una ley es ya, en sí mismo, un perjuicio para
bien común porque la costumbre ayuda mucho al cumplimiento de las leyes”. Por ello “no debe
modificarse la ley humana a no ser que, se le devuelva al bien común lo que se le sustrae por este. Lo
cual puede suceder, ya porque el cambio se hace necesario debido a que la ley vigente entraña una
clara injusticia o su observancia resulta muy perjudicial”. En efecto, nada impide que una mejor o más
experimentada observación de los fenómenos sociales advierta sobre la necesidad de su cambio, como
vía para lograr un mejor perfeccionamiento de la sociedad. Al respecto, explica “parece connatural a la
razón humana avanzar gradualmente de lo imperfecto a lo perfecto”, de donde es lógico colegir que
“los primeros que intentaron descubrir algo útil para la construcción de la sociedad humana, no
pudiendo por si solo tenerlo todo encuentra, establecieron normas imperfectas y llenas de lagunas,
que luego fueron modificadas y sustituidas por otras con menos deficiencias en el servicio del bien
común”. De allí que el Aquinate exprese que la ley puede ser legítimamente modificada por el cambio
de las condiciones humanas, que, en sus diferencias, requieren tratamientos diferentes.
En la quaestio 95 se reconoce que la institución de las leyes es necesaria “siempre que resulte posible”,
dado que algunas cosas tan particulares no pueden ser comprendidas en la ley”, siendo necesario que
queden al arbitrio de los jueces si ha sucedido algo o no. El autor es consciente de que ni siquiera
algunos delitos de importancia puede ser materia de legislación, con lo cual se reconoce que el proceso
de determinación del derecho no concluye con la fijación de la ley, sino que va más allá: se extiende al
ámbito propio de la concreción judicial, obra de la prudencia, aun a pesar de las prevenciones
realizadas precedentemente por el autor a ese respecto.
c) LAS COSTUMBRES. De no menor importancia en la estructura de las fuentes del derecho es la tarea
que cumplen las costumbres. En este sentido, la disputa sobre su carácter fontal, que eclosionara con
el racionalismo de los movimientos codificadores, contrasta con la opinión afirmativa tanto romana,
cuanto aquinatense. Expresa este autor que “con los actos, sobre todo los reiterados, se puede
cambiar y explicar la ley e incluso producir algo que tenga fuerza de ley. He aquí por qué la costumbre
tiene fuerza de ley, deroga la ley e interpreta la ley”. Por ello, la ley humana puede ser “propuesta y
modificada” tanto por medio de la palabra del hombre como “mediante las acciones sobre todo si son
tan repetidas que llegan a crear costumbre”.
La admisión del papel de la costumbre no implica minimizar el de la ley. Ambos elementos se
encuentran sujetos a la hermenéutica ética del Aquinate que se alimenta en los casos concretos.
Conviene recordar que “el mero cambio de una ley es ya un perjuicio para el vine común porque la
costumbre ayuda mucho al cumplimiento de las leyes”. Añade, no cualquier costumbre es admitida
sino aquella que aparece como conforme a la ley y a la razón. Sin embargo, el Aquinate pondera que
no corresponde desatender las prácticas sociales, de modo que cabe reconocer ciertas costumbres
que, no son ideales para una vida social virtuosa, sin embargo, no resultan prohibidas por las leyes.
c) PRUDENCIA Y DECISIÓN JUSTA. Se podrá inferir de esto que la conclusión a la que se ha llegado es
por demás modesta. No se debe olvidar que “la prudencia trata de acciones contingentes. En estas no
puede el hombre regirse por la verdad absoluta y necesaria sino por lo que sucede comúnmente,
puesto que los principios deben ser proporcionados a las conclusiones, que han de ser del mismo
orden de aquellos”. Esta es una de las características fundamentales del método dialectico de la
quaestio y de allí el relevante papel que desempeña la razón práctica. A ésta le compete hasta donde le
sea posible, penetrar en la interioridad del problema y, en el sentido de justicia o de injusticia que
denoten los actos en cuestión. La noción de prudencia exhibe un alcance largamente más sofisticado
respecto del que se ha tendido a comprender desde la modernidad. En una reflexión capital, TOMAS
DE AQUINO escribe que “aunque la razón sea en otras virtudes intelectuales más cierta que en la
prudencia, sin embargo, esta necesita más que ninguna del buen razonamiento del hombre para poder
aplicar rectamente los principios universales a los casos particulares que son variados e inciertos”. Esto
es así porque en última instancia, dar cuenta del sentido preciso de un caso supone auscultar los
últimos recodos de la naturaleza humana que desencadena aquellos. Mientras la razón del
racionalismo es exclusivamente teórica y opera a partir de enunciados verdaderos o falsos, la razón de
la tradición aristotélica-romana es práctica: actúa ante casos difíciles y emite solo juicios probables.
¿Por qué? Porque una razón teórica que experimenta sobre material inerte o sobre textos pretendidos
claros obtiene conclusiones no problemáticas. En cambio, la razón práctica tiene frente a si al hombre y
sus problemas; un ser humano en el que cuentan, también, los prejuicios y con PASCAL, el corazón y a
las normas como productos no definitivos, sino prima facie. Es que el pensamiento clásico tuvo en
cuenta la complejidad del obrar humano y por eso puso tanto empeño, en línea con los desarrollos
contemporáneos que se examinarán en los 2 capítulos siguientes, en dotar de razones plausibles la
decisión que se discierne en la pluralidad de circunstancias vitales. De ahí que la afirmación tomista de
que la prudencia es sabiduría de las cosas humanas peo no la sabiduría en absoluto, si bien puede
tener una connotación negativa, denota una enorme confianza en las fuerzas de la razón para poder
plantear y responder la justicia el caso concreto.
La doctrina ética aquinatense permanece invariable en cuanto al reconocimiento aristotélico de la
vinculación entre el bien y el fin. El Aquinate repetirá que “es propio del prudente el poder aconsejar
bien”, lo cual, interpretado en clave jurídica, no es otra cosa que el arribar a sentencias justas. Como lo
justo o derecho constituye el objeto de la justicia, la vinculación antes apuntada se torna manifiesta
cuando se observa que esta última se erige en fin de las relaciones sociales. No existe justicia sin
derecho, por cuanto el fin de la vida comunitaria exige que los bienes de todos y cada uno resulten
resguardados.
CONCLUSION.
El proceso de determinación dialectico del derecho se alza, a pesar de sus prevenciones como un
procedimiento que cree posible alcanzar la justicia intersubjetiva de modo que en el seno de las
dificultades que todo problema entraña, queda implícito un sentido que se puede detectar y según el
cual es posible trazar un límite más o menos plausible entre lo justo y lo injusto. Dicho límite es el
derecho natural, asume este ese nombre o variantes que arriban a un mismo contenido. El
“prudencialismo” del Aquinate es también aleccionador cuando, expresa, a propósito de la variedad y
complejidad de las conductas humanas, que “lo que produce deleite y lo que produce tristeza
pervierten el juicio de la prudencia”. De ahí que su búsqueda, parte de un “mínimo” difícilmente
rechazable: una consideración plural de las fuentes del derecho y “abierta” del sistema jurídico; una
constante atención a las peculiaridades de toda situación a través de un proceso argumentativo y una
apertura antropológica que procura auscultar las exigencias y desafíos más básicos de la persona que
“fija los criterios del bien con sus distintos rostros”, incluido el de la justicia, en orden a discernir el
derecho de todos y cada uno. Por el contrario, “las doctrinas inventadas después y que enseñan
nuestras teorías generales del derecho son más cómodas. El positivismo dicta a los jueces la estricta
observación de la ley. Los realistas americanos, una absoluta libertad en relación a los textos.
Si hay algo que se revela ante este tipo de soluciones es la realidad misma, en la que se sitúan los
problemas y donde los matices son inevitables. De ahí que una consideración de conjunto de los
distintos factores que integran la ciencia jurídica, desde el seno del problema mismo y mediante un
procedimiento de dialogo reglado, tiene actualmente mucho que decir en orden a hallar lo justo del
caso concreto. En ese sentido, el camino que abriera en su día y el reconocimiento del que ese sendero
goza en la actualidad parecen dar suficiente razón a la provocadora pregunta ¿pourquoi saint Thomas?
CAPITULO 5
LA CIENCIA DEL DERECHO COMO SABER RETORICO-TOPICO: EL PLANTEAMIENTO DE THEODOR
VIEHWEG
El objeto de este en exponer, dentro de las propuestas teóricas y metodológicas vinculadas con la
referida rehabilitación del pensamiento de la razón práctica inspirada por la obra de ARISTOTELES,
algunas notas acerca del alcance y, del modo de concreción del derecho llevadas a cabo por uno de sus
representantes más destacados, el antiguo catedrático de Maguncia, VIEHWEG y que este autor ha
caracterizado como un saber de índole retorico o tópico. A nuestro juicio, se trata de una de las
reflexiones que más han contribuido a la compresión del fenómeno jurídico y al modo como razonan
sus integrantes. De su estudio resulta posible extraer algunas conclusiones de valía a fin de lograr una
mayor racionalización en el ámbito del derecho.
LA TÓPICA JURIDICA. –
a)CONCEPTO DE TOPICA
A juicio de VIEHWEG, la tópica es una “técnica del pensamiento problemático”. No se parte a fin de
discernir el derecho, de lo que al respecto ha estatuido el sistema, sino, por el contrario, cualquiera sea
la índole o complejidad del caso. Como expresa el autor, “para nuestro fin puede llamarse problema a
toda cuestión que aparentemente permite más de una respuesta y que requiere necesariamente de un
entendimiento preliminar, conforme al cual toma el cariz de cuestión que hay que tomar en serio y la
que hay que buscar una única respuesta como solución”. De esta manera, “la tópica pretende
suministrar datos para saber cómo hay que comportarse en una situación semejante a fin de no
quedar detenido sin remisión”.
La tópica constituye un ars inveniendi, un arte de la invención, aunque esta palabra no debe tomarse
en su sentido ordinario, sino con un alcance más específico: no se trata de inventar ex nihilo un
argumento o de contrario casi por azar, sino que la tópica constituye una búsqueda paciente y
compleja de argumentos, premisas o puntos de vista en orden a iluminar un asunto controvertido y
contribuir a su adecuada resolución.
No es esta una búsqueda definitiva, a ella continuamente se le pueden añadir, al igual que lo que
sucede con la hermenéutica nuevas perspectivas de análisis que enriquezcan progresivamente la visión
de cada tema.
b) NATURALEZA DE LOS TOPICOS. ¿De qué manera actúa la tópica a fin de lograr tal propósito? La
tópica consiste en un conjunto de tópicos. Se trata de argumentos y de fórmulas de búsqueda, de
directivas argumentativas típicas de cada ámbito científico.
Los tópicos actúan como “posibilidades de orientación del problema”, razón por la cual resultan
meramente funcionales: según el supuesto de que se trate, el tópico será o no adecuado, y ello se
modifica caso a caso. Es claro que carecen de utilidad para largas cadenas de razonamiento, puesto
que su empleo solo es adecuado para conclusiones cortas: ellos ayudan a resolver un asunto concreto,
el cual, posee ciertas y determinadas peculiaridades que solo de modo excepcional son extensibles a
otros. Es por tal motivo que han de ubicarse en el ámbito de lo verosímil; de lo probable; de lo
plausible, en fin, de lo razonable. Como enseña VIEHWEG, los tópicos “funcionan en el lenguaje como
avisos operativos, como formulas detectoras, estímulos mentales, incitaciones creativas, propuestas de
entendimiento, directrices lingüísticas para la acción, etc.”. el autor ejemplifica el tema cuando expresa
que “quizás el trabajo mental que los topoi abren y guían puede aclararse de alguna manera
reformulándolos como invitaciones. Por ejemplo: ‘mira si se dan p.Q’, ‘piensa que r. no está dada’,
‘recuerda casos similares’”. Añade: “como cualquiera lo sabe, los comentarios y los libros de
instrucciones jurídicas están llenos de los correspondientes topoi. Ellos y las discusiones con ellos, así
como también su permanentemente renovada oferta, ponen suficientemente de manifiesto, también
al lego, el aire de familia que existe entre la jurisprudencia y la retórica”.
Ellos son la fuente de abastecimiento de los dialogantes en torno de una disputa cualquiera y ente ellos
operan una suerte de entendimiento común: todo catalogo representa una comunis opinio acerca de la
índole de los problemas de cada ciencia y sus posibles respuestas o las distintas perspectivas desde las
que aquellos pueden resolverse. Como expresa el autor, “los topoi son ofrecidos, aceptados o
rechazados por los hablantes que conversan o discuten entre sí a fin de lograr una opinión compartida.
De esta manera posibilitan una creación comunicativa recíprocamente controlable”.
Los tópicos aluden a premisas compartidas que gozan de una presunción de plausibilidad: son
compartidas porque se asumen en un contexto social e intelectual determinado, poseen plausibilidad
porque cuentan con el respaldo de las autoridades que iluminan todo campo de saber. Como enseña
VIEHWEG, “lo que en la disputa ha quedado probado en virtud de aceptación, es admisible como
premisa. Esto puede parecer muy arriesgado, pero es menos inquietante si se tiene en cuenta que los
que disputan disponen de una serie de conocimientos que han experimentado ya una compulsa previa,
y que entre gentes razonables solo puede contar con aceptación aquello que parece poseer un
determinado peso específico. De esta suerte, la referencia al saber de ‘los mejores y más famosos’ se
encuentra también llena de sentido. Con la cita de un nombre se hace referencia a un complejo de
experiencias y de conocimientos humanos reconocidos, que no contiene solo una vaga creencia, sino
que garantiza un saber en el sentido más exigente. Con otras palabras: en el marco de lo opinable se
puede aspirar también a una efectiva inteligencia y no a una simple y arbitraria opinión, lo que no
tendría sentido y justificaría que la empresa no se tomara en serio”.
c) LOS TÓPICOS JURIDICOS. Como precisa el autor, no solo existen tópicos de aplicación universal, sino
que cada una de las ramas del saber posee su propio patrimonio de argumentos. De este modo, dichas
premisas forman catálogos de tópicos que actúan como un verdadero “almacén de provisiones” al cual
se acude en busca de orientación o respuesta ante una cuestión determinada.
En relación con los catálogos, VIEGWEG distingue entre una tópica de primer grado y otra de segundo
grado. En efecto, “cuando se choca dondequiera que sea con un problema, se puede proceder de un
modo simple tomando por vía de ensayo, en arbitraria selección, una serie de puntos de vista más o
menos ocasionales y buscando de este modo unas premisas que sean objetivamente adecuadas y
fecundas y que nos puedan llevar a unas consecuencias que nos iluminen. La observación enseña que
en la vida diaria casi siempre se procede así. En estos casos, una investigación ulterior más precisa hace
que la orientación conduzca a determinados puntos de vistas directivos. A un procedimiento
semejante nosotros le llamamos “tópica de primer grado”. Como este procedimiento luce por demás
inseguro, el autor añade que se acude a “sencillos repertorios de puntos de vista ya preparados de
antemano. De esta manera se producen catálogos de tópicos. A un procedimiento que se sirve de estos
catálogos nosotros lo llamamos tópica de segundo grado”.
Si se dirige la mirada al derecho, entre las tantas premisas argumentativas originarias en las distintas
áreas o sectores de aquel que han sido elaboradas por la doctrina y la jurisprudencia, en gran medida
luego incorporadas a los ordenamientos positivismos, nacional o internacional, podrían mencionarse a
las siguientes.
1) Las normas de DDHH se presumen operativas.
2) Ante cualquier duda en materia de DDHH, prevalece el principio pro homine
3) Las normas relativas a los derechos del niño deben interpretarse en el sentido más favorable a estos
4) Ante cualquier duda sobre la vigencia de un tratado, debe prevalecer la regla in favor tractatus
5) Nullun crime sine praevia lege certa et scripta
6) El tópico recién citado cede ante delitos aberrantes cristalizados en normas de derecho
consuetudinario que generan una opinio iuris de la comunidad internacional
7) Las deudas públicas deben previamente abonarse y luego discutirse su legalidad
8) Esta última regla reconoce excepción cuando se prueba fehacientemente la imposibilidad de abonar
lo reclamado y, por ende, quedaría cercenado el tópico de la garantía de la defensa en juicio para
todos los habitantes de nuestro país.
9) Nadie puede transmitir mejor derecho que el que posee
10) Quien puede lo más, puede lo menos
11) Venir contra sus propios actos no vale
12) El pretor no se ocupa de lo mínimo o irrelevante
13) Nadie puede enriquecerse sin causa a costa de otro
14) El principio objetivo de la derrota es causal de la imposición de las cosas
15) Este último tópico cede si, ante la dificultad de la cuestión debatida, pudo el derrotado considerar
que le asistía un mejor derecho para litigar o si, dada la novedad de la cuestión, pudo el magistrado
eximirlo de su pago.
Hemos agrupado dichos tópicos, elegido al azar, por materias. Se está claramente ante una tópica de
segundo grado.
d) TÓPICOS E INTERPRETACION. ¿Cómo actúa el intérprete ante un problema? El procedimiento
descripto por VIEHWEG bajo el nombre de tópica de “primer grado” rara vez acontece, puesto que,
dado el nivel de desarrollo de la ciencia del derecho, lo que normalmente sucede es que el intérprete
acude, a fin de resolver el entuerto, a una enumeración más ordenada y completa del conjunto de
premisas que dispone la rama del saber bajo la que debe observarse el punto discutido. En otras
palabras, el operador jurídico se sirve, de una tópica de “segundo grado” agrupada por materias, tal y
como procuramos efectuar con el listado de tópicos transcripto en el apartado anterior. Ilustraremos la
manera en la que aquel actúa a partir de 2 ejemplos originados, como es natural, en sendos problemas
concretos que se presentan ante el científico y ante el práctico del derecho.
El primero es el caso “Priebke” fallado por la Corte Suprema en diciembre de 1995. Las autoridades
italianas solicitaron la extradición del nombrado, acusado de participar en el homicidio de más de 400
personas en un lugar cercano a Roma, sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, de los cuales casi
un centenar eran de origen judío. Frente a este supuesto, el intérprete puede acudir a los criterios que
le suministra el derecho penal liberal o a los que proceden del derecho internacional de los DDHH,
tratándose de una tópica de “segundo grado”.
Si acude a los primeros, el operador deberá rechazar el pedido, pues los hechos delictivos por los que
se reclama a Priebke, dada la fecha en que tuvieron lugar, se hallan alcanzados por el tópico jurídico
conocido como beneficio de la prescripción. Además, el delito de genocidio no constituía, a esa fecha,
un delito tipificado por el CP argentino, vinculaba a la argentina e Italia, por lo que también resulta
aplicable, a fin de arribar a la referida primera conclusión, el ya citado tópico “no hay crimen sin ley
previa”.
Por el contrario, si el intérprete argumenta desde el derecho internacional de los DDHH, llegará a un
resultado opuesto a partir de la aplicación de los siguientes tópicos: por encima del nomen iuris del
reclamo (homicidio), debe atenderse la sustancia de la infracción (genocidio). El genocidio constituye
un delito que la comunidad internacional y la CN considera como de lesa humanidad, contrario al ius
gentium e imprescriptible, al punto que oportunamente la Convención sobre la Imprescriptibilidad de
los Crímenes de Guerra y de los Crímenes de Lesa Humanidad, aprobada por nuestro país por ley
24.584 y elevada a rango constitucional por ley 25.778, fue dictada al acercarse le fecha de
prescripción de los delitos ordinarios, precisamente para marcar la diferencia entre estos y los
controvertidos en la causa, lo cual, conduce a considerar que no se viola el tópico “no hay crimen sin
ley previa”.
El segundo ejemplo es el supuesto de una mujer, portadora del virus HIV y embarazada de 32 semanas,
quien se halla procesada y detenida en espera del juicio penal. El caso puede examinarse desde la
perspectiva del interés constitucional de la sociedad en el juzgamiento d la procesada, a tenor del cual
denegó el pedido de excarcelación solicitado con fundamento en “las reglas de los arts. 16 y 18 de la
carta magna”, a lo que añadió que “la enfermedad del sida no se encontraría actualmente en un
estado terminal”, por lo que no resulta aplicable del art. 495, inc. 2 del Código adjetivo penal. Empero,
el asunto también permite ser estudiado desde la perspectiva de los derechos constitucionales de la
madre y del niño y, en suma, desde el punto de vista de la integridad familiar gravemente amenaza,
efectuándose una interpretación extensiva del art. 495, en cierto modo Avant la lettre de la posterior
reforma a la ley 24.660 por parte de la ley 26.472 de 2009, a la luz de las circunstancias extraordinarias.
Esta última es la vía elegida por la Cámara. Frente al argumento del citado art. 18 expresa que “si el
legislador contempla el otorgamiento de la suspensión de la ejecución penal cuando está descartada la
presunción de inocencia por una condena a pena privativa de libertad, con más razón es aplicable la
excepción cuando subsiste esta presunción de inocencia”, máxime si se está ante una “mujer
embarazada y gravemente enferma”. De cara al argumento del art 16, el tribunal invoca, con sustento
en lo dispuesto por la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, que “toda mujer
en estado de gravidez así como todo niño, tienen derecho a protección, cuidado y ayudas especiales” ,
lo que es ampliado con otros documentos convencionales – constitucionales, en especial la Convención
sobre los Derechos del Niño (que para el derecho argentino, señala el tribunal, según la declaración
interpretativa efectuada al depositar dicho instrumento internacional, garantiza la vida desde la
concepción). Por último, en cuanto a la situación de salud involucrada, el tribunal expresa que “sin
perjuicio de la atención medica en la unidad penitenciaria es objetivo que las singularidades del caso lo
alejan de un simple embarazo”, dado que “el hijo por nacer deberá recibir tratamiento en base a AZT
durante 6 semanas y luego seguimiento estricto medico” y, de otro, “la permanencia en un ambiente
adecuado mejoran las condiciones de la embarazada, más aun en el caso de pacientes infectados por
HIV”, tal y como surge del informe del ministerio de Salud y Acción Social. En tales condiciones, si bien
rechaza la excarcelación, ordena el arresto domiciliario en el hogar de una hermana hasta que dé a luz
a su hijo y que este alcance los 6 meses de edad.
e) TÓPICOS Y SISTEMA. En función de lo expuesto, parece claro que los catálogos de tópicos no son
cerrados, sino según VIEHWEG, “repertorios elásticos”. Todo catalogo es por naturaleza provisorio,
dado que continuamente se incrementa merced al aporte de nuevos argumentos, consecuencia de la
aparición de problemas desconocidos o del advenimiento de perspectivas novedosas en torno de viejas
cuestiones nunca completamente definidas.
La precedente reflexión induce a preguntar si los catálogos de tópicos se incardinan finalmente en un
sistema. Sobre el particular, VIEHWEG señala que “la tópica no se entiende si no se admite, cualquiera
que sea el modo como en particular se la configure desde el punto de vista conceptual, su inclusión
dentro de un orden que continuamente se está decidiendo”. Añade que “al problema, a través de una
formulación adecuada, se le introduce en una serie de deducciones más o menos explicitas y más o
menos extensas, a través de la cual se obtiene una contestación. Si a esta serie de deducciones la
llamamos sistema, entonces podemos decir, con una fórmula más breve, que, para encontrar una
solución, el problema se ordena dentro de un sistema”.
El recurso al sistema parece inevitable, siendo evidente su utilidad tanto teórica como práctica. La
primera viene avalada porque a partir de la autoridad de HELMUT COING, el sistema ayuda a organizar
los conceptos, a ubicarlos en un lugar determinado, a distinguir sus niveles, y a advertir sus
discrepancias internas, las dimensiones aun no elaboradas o solo insuficientemente realizadas, o bien
las rupturas voluntarias, de modo de promover su corrección y, el progreso y la mayor racionalidad de
las ciencias y, en el caso, del derecho. La segunda, porque existen diversas parcelas del saber jurídico
en las que una progresiva formalización de sus relaciones ha traído como consecuencias una
simplificación de los problemas y consecuencia una simplificación de los problemas y de sus soluciones.
VIEHWEG ilustra lo expuesto con el ejemplo de la regulación de los negocios mediante estatutos o
contratos en amplios segmentos de la sociedad industrial y que, podrían homo logarse a los contratos
por “adhesión”, lo que revela que la progresiva sistematización del derecho conduce, en ciertos
ámbitos y a ciertos niveles, si bien no a una automatización de sus resoluciones, si a la relativa
simplificación de estas. Puede extenderse al ámbito jurisprudencial en el que también se advierten
catálogos de respuestas ante determinadas circunstancias, de modo que siempre que ellas se den cita,
se impondría una determinada solución. ALEXY alude a esta idea, a la que denomina un “orden débil”
de prioridades, de modo que, si se dan determinadas “condiciones de precedencia” en favor de un
principio respecto de otro u otros, cabe postular una “prioridad prima facie” de aquel sobre los
restantes.
Conviene reafirmar que esta necesidad del sistema no debe entenderse en el sentido de un sistema
cerrado, del tipo del propuesto por la dogmática jurídica. Esta última clase de esquema no resulta
apropiada para dar cuenta del fenómeno jurídico, según procuramos mostrarlo a partir de los ejemplos
brindados en el punto anterior: la realidad de la vida es inabarcable para cualquier ordenamiento, dado
que a diario se presentan nuevas alternativas imposibles de prever y que demandan una nueva
consideración del asunto y la admisión de otras premisas desde las cuales resolverlo. Si se siguiera a
ARISTOTELES, podría decirse que no hay error en el legislador por no haber contemplado ese supuesto,
sino que su omisión es debida a la riqueza de la naturaleza de las cosas.
El esquema de sistema cerrado ni siquiera es válido para la propia dogmática jurídica. En esta, fijados
los axiomas, sus elementos se deducen de ellos de modo encadenado, de suerte que los problemas
insolubles son desechados por resultar aparentes. Sin embargo, esta eventual remisión a la intrínseca
lógica interna del sistema no siempre es capaz de brindar una respuesta plausible a los asuntos
controvertidos, por lo que, dado que la propia dogmática exige una solución para cada caso, de hecho,
sucede que “el jurista tiene continuamente que alterar su sistema, en mayor o menor medida, de
acuerdo con las interpretaciones necesarias. Lo que queda no es ciertamente un sistema deductivo
estricto”.
De ahí que el sistema dentro del cual los tópicos se ordenan ha de ser al igual que lo afirmado por el
mencionado ESSER, necesariamente abierto. Como explica VIEHWEG, “el sistema tópico está en
permanente movimiento. Sus formulaciones respectivas indican meramente los estadios progresivos
de la argumentación al tratar problemas particulares. El sistema puede razonablemente ser llamado un
sistema abierto ya que su discusión, es decir, su enfoque de un problema particular, está abierta a
nuevos puntos de vista”.
Esta apertura no vale solo respecto de los “casos difíciles” y como piensa HART al citar la conocida
observación de DWORKIN, según se observó en el cap. 1, sino respecto de todo caso. En efecto, en la
realidad de vida, son raros los supuestos que, estrictamente, puedan caracterizarse como fáciles o
sencillos, aun reconociendo una indudable graduación en los niveles de complejidad, todos los asuntos
judiciales reúnen una dificultad inherente en razón de la originalidad que los caracteriza. De ahí que
“con respecto a su contenido, renuncia a la noción de un argumento final o definitivo, pero
recomienda un método de argumentación que no procede deductivamente sino dialógicamente. Su
última ratio es el discurso razonable.
CONCLUSIONES.
a) Su vigoroso llamado de atención acerca del carácter práctico del derecho, es de la mayor
importancia dado que permite contemplar tanto sus intrínsecas limitaciones, como sus estimulantes
posibilidades de lograr respuestas satisfactorias a las diversas alternativas que plantea la vida social.
En efecto, una ciencia estructurada sobre argumentos, puntos de vistas o máximas elaboradas a partir
de cada situación concreta y fundamentalmente validas en función de esas singulares circunstancias no
puede predicar un concepto definido y definitivo del derecho. Estos se forjan en cada proceso jurídico,
atendiendo a la originalidad y riqueza del problema, aunque en dialogo vivo con la gran tradición
cultural que suministra todo sistema, el cual siempre ha de estar presto a revisar sus premisas o a
incorporar otras nuevas. A este respecto corresponde destacar, al igual que lo señalado por
KAUFMANN, ROBLES o ATIENZA, que cuando se habla de “proceso jurídico” no se alude, como de
ordinario suele ser entendido por quienes han llamado la atención acerca del carácter práctico del
derecho, exclusivamente del proceso judicial, sino que aquel comprende, además al proceso legislativo
y la propia labor doctrinal. En definitiva, la dialógica es la característica fundamental de toda la ciencia
del derecho.
b) Lo expuesto, lejos de constituir un rasgo de “inseguridad jurídica”, contribuye a precisar la
dimensión de certidumbre que acompaña a la ciencia del derecho entendida como saber retorico-
tópico: de esta, no cabe más que predicar soluciones razonables, posibles y más justas en función de
cada circunstancia, lo que redunda, en una diversa comprensión de lo que quepa entender por
seguridad jurídica. De ahí que, si bien parece cierto que existe en la obra de VIEHWEG una
infravaloración del papel de la ley y de la dogmática, dicho reproche no tiene el alcance que pretende
asignarle la crítica, dado que, según se procuró mostrar con anterioridad, no se advierte un hiatus
insalvable entre el punto de vista tópico y el sistemático, bajo cuyas notas cabe incluir tanto a las leyes
como al aporte doctrinal paradigmáticamente representado por las autoridades, a las que el autor
prestó inocultable atención.
c) Tampoco consideramos que las propuestas tópicas, en lugar de favorecer planteamientos críticos,
tienden a prohijar un “pensamiento nostálgico” por el que se justifican ideológicamente las decisiones
judiciales. Por el contrario, la teoría de la tópica ayuda decisivamente a construir la ciencia del derecho,
por lo que si bien el intérprete tiene en cuenta las opiniones dominantes de una sociedad dada sobre
un tema determinado, no se limita a una mera toma de posiciones descriptiva del asunto: ante un caso
de especie, necesariamente las somete a un escrutinio estricto a partir del dialogo de argumentaciones
y contra argumentaciones que prevé todo proceso judicial y que se halla iluminado por el aporte
doctrinal, el que está muy lejos de ser un saber estático y monocorde. Si bien es verdad que ese
dialogo también incluye a la instancia legislativa, dicha inclusión, fortalece la perspectiva teórica de la
tópica como empresa dispuesta a prohijar un análisis lo más abarcador posible en torno del sentido de
la justicia en los asuntos humanos.
Es que el tránsito hacia un planteamiento de tipo prescriptivista está presente en el autor al expresar,
que la cuestión de “lo justo aquí y ahora a menos que puedan cambiarse las cosas, en la jurisprudencia
es ineludible. Si no se diese esta eterna cuestión acerca de la justa composición de intereses y de la
rectitud humana, faltaría el presupuesto de una jurisprudencia en sentido propio. Esta cuestión
irrehusable y siempre emergente es el problema fundamental de nuestra rama del saber.
También se neutraliza el posible reproche acerca de que el énfasis en la solución parcial de un
problema implique un descuido de la ubicación de la tópica dentro de un panorama más holístico. Es
que la referida necesidad de alcanzar lo “justo aquí y ahora” como lugar dominante de la ciencia
jurídica, dice mucho acerca del tipo de disciplina ambicionada por VIEHWEG más allá de que el autor
no necesariamente vincula la justicia con el derecho natural. Pero, al igual que lo sucedido con el tema
de la legislación, no vemos que no puedan los continuadores del pensamiento efectuar ese vínculo sin
que ello entrañe alejarse de sus postulados: antes bien, a la luz de la cita y del cuerpo general de ideas
sintetizados, un tránsito tal se halla en la línea de la profundización de su doctrina.
d) Consideramos que el autor omitió profundizar en una observación que no ignora pero que es
decisiva: que, en el discernimiento de los tópicos jurídicos, “el modo de buscar las premisas influye en
la índole de las deducciones y la índole de las conclusiones indica la forma de buscar las premisas”.
VIEHWEG apunta a la cuestión de las precompresiones que condicionan toda la tarea del interprete en
la resolución de los asuntos que le son sometidos y cuyo examen parece exigido a fin de garantizar una
mayor racionalidad en la decisión adoptada, máxime si este asunto posee un directo enlace con el
tema de la justicia al que recién acaba de referirse. En el fondo parce indudable que es este último
aspecto el que domina y condiciona la búsqueda de tales premisas argumentativas. La posta fue
asumida por los brillantes ensayos de la hermenéutica filosófica, algunas de cuyas notas
fundamentales se estudian.
e) También se ha reprochado, con acierto, y al hilo de planteamientos de corte más analítico, aunque
preocupados por dotar a la actividad interpretativa de un vigoroso conjunto de reglas que aseguren
tanto como resulte posible la racionalidad de la decisión jurídica, que falta en los planteamientos
tópicos una “teoría de la argumentación jurídica global como pauta y guía de todo el proceder
complejo que conduce desde la aprehensión de un problema hasta su solución, tan racional y justa
como sea posible en la práctica. Una mirada de conjunto a la obra de Viehweg permitiría inferior que
no hubo en ella el propósito de articular una teoría de esa índole, aun cuando es seguro que tal
elaboración hubiera enriquecido su tesis, al suministrarle elementos que le permitan obtener una
mayor racionalidad y justicia en las decisiones a adoptar. La insuficiencia es asumida por los estudios
de ALEXY algunos de cuyos planteamientos se tratarán en el prox. cap.
Las omisiones mencionadas en los 2 últimos apartados se sitúan en una línea perfectiva respecto del
planteamiento de VIEHWEG. No discuten el estatuto práctico de la ciencia del derecho, sino que, desde
este, se pretende desarrollarlo, dotándolo de una superior consistencia interna. Una muestra del
acierto y actualidad de su obra.
CAPITULO 6
MODELOS DE JUECES Y TIPOS DE CASOS ANTE LA CENTRALIDAD EN UN ESTADO CONSTITUCIONAL DE
DERECHO, REFLEXIONES A PARTIR DE ROBERT ALEXY Y MANUEL ATIENZA.
El objeto de este capítulo es reflexionar acerca de la creciente relevancia de la argumentación jurídica a
fin de discernir el sentido del derecho en las controversias judiciales, lo que va de la mano de una de
las notas típicas que planteara ARISTÓTELES, al ubicar a aquel dentro del ámbito de los saberes
dialéctico-retóricos, los que requieren de una insoslayable labor prudencial a cargo de lo que se conoce
como una razón eminentemente práctica o pragmática. A tal fin, se examina la relevancia (e
insoslayabilidad) de la argumentación en el marco del denominado Estado constitucional de derecho.
Si este, en efecto, se integra de normas que se estructuran como “principios", que dan cuenta de los
bienes fundamentales de la persona, su concreción en los casos concretos exige de una labor
argumentativa tan sofisticada como compleja. Se procura resaltar que la importancia de la
argumentación pone en el centro de la escena a la judicatura, la que adquiere un protagonismo
ausente bajo el paradigma clásicamente positivista estudiado al inicio. Emergen entonces 3 posibles
modelos de jueces que actúan en paralelo a 3 esquemas de casos judiciales, los que son presentados
siguiendo una distinción de ATIENZA.
JUSTICIA Y ARGUMENTACIÓN.
El pensamiento de la razón práctica -con la connatural relevancia que da a la argumentación a partir
del ingreso de los principios y de los “valores” en los ordenamientos jurídicos- contribuye, como
puntualiza PRIETO SANCHIS, a "complejizar" las decisiones.
Ello tiene consecuencias tanto respecto de la previsibilidad y seguridad jurídicas, como del papel de la
judicatura en la resolución de los conflictos que arriban a sus estrados, los que ha concitado, una
creciente atención también preocupación, por los teóricos y operadores jurídicos.
En líneas generales, se observa el tránsito de la judicatura de ser considerado un órgano meramente
"reproductor” de las normas a uno de mayor “actividad”, tarea que se emprende básicamente por la
aspiración a lograr la justicia material en los casos concretos y que requiere de un más amplio y
sofisticado bagaje argumentativo. Diversos ejemplos lo atestiguan. Entre otros, mencionamos los
siguientes supuestos abordados por el alto tribunal de la República.
a) De pronunciarse solo ante casos concretos, los jueces han avanzado manifestándose aun en
situaciones que han de venido abstractas pero que, por su relevancia institucional, quien se asume
como intérprete final de la CN considera que debe hacer oír su palabra, a título de autoridad doctrinal.
El citado caso “Bahamondez” o el caso “F.A.L.” que se citará ilustran lo expuesto.
b) De considerar que no correspondía declarar de oficio la inconstitucionalidad de las normas, porque
ello atentaba contra los principios de igualdad de las partes y de autorrestricción de los jueces, se
avanzó a la postura contraria, con sustento, en lo esencial, en los principios de jerarquía normativa, de
iuria novit curia y, en definitiva, de alcanzar la justicia del caso concreto”.
c) Se produjo el afianzamiento de la búsqueda de la verdad material por sobre la formal, lo que asume
diversas perspectivas. Se busca preterir el denominado “exceso ritual manifiesto" en favor de la
“verdad jurídica objetiva” se expresa invariablemente desde el precedente “Colalillo”. Sobre tales
bases, en el ámbito de la práctica procesal, entre otros ejemplos, se tiende a abandonar la obligación
del planteamiento de la cuestión federal en la primera oportunidad procesal posible, en favor de su
admisión cuando esta resulta sobreviniente por circunstancias justificatorias que así lo avalen, o se
admiten los memoriales federales aun cuando no hubieran respetado los recaudos de presentación
exigidos por la acord. 4/07 cuando estuvieren en juego determinados principios relevantes, como el
derecho a la salud o la persecución de crímenes de lesa humanidad.
De lo expuesto, surgen diversos planteamientos. Uno, de carácter eminentemente constitucional,
reenvía a la pregunta de si el intérprete constitucional, el exégeta de los principios más característicos
del ordenamiento jurídico, es todo magistrado (sistema difuso) o son solo algunos de ellos (sistema
concentrado) y, en ambos casos, quién y cómo los elige. Es innecesario agregar que los niveles y la
extensión de la argumentación variarán según las respuestas que se den a estas preguntas. Otro, de
índole filosófico-jurídica, tiene que ver con una (posible) clasificación de “modelos” de jueces y de la
índole (a partir de su menor o mayor complejidad) de casos jurisprudenciales.
CAPITULO 7
LA TEORÍA DE LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA EN LA HERMENEUTICA FILOSÓFICA: ASPECTOS
INTRODUCTORIOS
PRELIMINAR.
Las páginas han procurado mostrar, por una parte, que el iter hacia la determinación del derecho es
inescindible de todo proceso interpretativo y, por otra, que tal recurso se da siempre y, ante cualquier
situación (es decir, no involucra exclusivamente a los denominados casos “difíciles” y “trágicos”). De
ser ciertas dichas tesis, ellas autorizarían a concluir que la interpretación abre de par en par las puertas
hacia una dimensión valorativa que, en tanto que tal, es a un tiempo personal y plural. En efecto, todo
aquel que resuelve, interpreta y valora, de donde el conjunto de interpretaciones (y de valoraciones)
que se dan cita en las diversas circunstancias de la vida social arroja como consecuencia una pluralidad
de interpretaciones personales que tienden a estar en las antípodas del concepto de seguridad y de
certeza ambicionados por la dogmática jurídica como lógico correlato de su concepto positivista de
ciencia y, de la noción de derecho entendido como saber puramente teórico.
Esta característica personal y plural de la interpretación asume diversas manifestaciones. Por de
pronto, si se adopta una perspectiva práctica, se observa que en el proceso de concreción del derecho
todo intérprete lleva a cabo una labor personal de identificación, selección, clasificación y calificación
de los hechos que nutren el caso bajo análisis, de las normas que pueden concurrir como fundamento
de su decisión y de las argumentaciones desplegadas por las partes. Se trata de una determinación de
hechos, normas y argumentos relevantes o decisivos para la solución del caso que surgen a partir de la
lectura del caso.
Este aspecto ha sido expresamente reconocido por la jurisprudencia de la Corte Suprema, la que tiene
dicho que “los jueces no están obligados a ponderar una por una y exhaustivamente todas las pruebas
producidas en la causa, sino solo aquellas que estimen conducentes para fundar sus conclusiones". Y
este reconocimiento de la característica personal de la interpretación resulta extensible a los
argumentos esgrimidos en el pleito, respecto de los cuales expresa el alto tribunal que única mente
debe prestarse atención a los “decisivos”.
De lo dicho queda claro en qué medida ha quedado abandonada, y no tanto por razones teóricas, sino
fundamentalmente por motivos de hecho, la doctrina positivista de la aplicación acrítica de la norma al
caso, por parte del juez. Los jueces tienden a interpretar de la manera más omnicomprensiva posible
por lo que la solución del asunto es una valoración frontal del juego de hechos, normas y argumentos
que se le presentan en cada pleito.
Desde un punto de vista, si cabe la expresión, “teórico” el intérprete no se halla solo mediatizado por el
referido juego de normas, hechos y argumentos recién descripto, sino que, en el discernimiento de
todo el problema que debe resolver, ingresa también su visión particular acerca del sentido de las
normas o de la naturaleza de los hechos invocados en la causa. No se trata solo de "poner en
correspondencia” normas, hechos y argumentos, sino de situarnos en la perspectiva interior de aquel
que pone en correspondencia tales elementos. En este horizonte ingresan inevitablemente sus
valoraciones personales a la hora de determinar la relevancia de algunos factores por oposición a otros
y por tanto, para solo ponderar unos dejando de lado a los restantes. De ahí que la admisión de las
valoraciones personales del intérprete entraña la necesidad de la rehabilitación científica de los
“prejuicios” o, de las “precomprensiones”, es decir, de la peculiar formación desde la que todo sujeto
intérprete argumenta.
El ideal de certeza y de seguridad deseada por la dogmática jurídica vuelve aquí a tropezar sin que, el
recurso a la “discrecionalidad” por parte de los “viejos” y de los "nuevos” positivistas resulte de recibo.
Sin embargo, ¿es la ausencia de dicho ideal un escollo en el camino hacia una resolución justa de los
casos judiciales? Han demostrado estas páginas que se impone una respuesta negativa, a condición de
que se observen ciertos requisitos indispensables. Uno, de matriz más fundamental, especialmente
asumido por la hermenéutica, apunta a reconocer que no es posible dejar de considerar el momento
de la decisión judicial desde de la perspectiva "interna" del intérprete, esto es, desde las
precomprensiones teóricas y prácticas que guían su iter argumentativo, dicha afirmación exige que
tales precomprensiones resulten fehacientemente explicitadas a fin de que puedan no solo ser
conocidas sino, y esto es relevante, sometidas a crítica al cabo de un proceso discursivo por parte de
los operadores jurídicos que es inagotable aunque, en el ámbito del derecho, se halla sujeto al
cumplimiento de reglas procesales y, finalmente, al contenido de la resolución judicial. Otro, de índole
"metodológica” se orienta a que se dote ese proceso de determinación del derecho de una genuina
teoría de la argumentación jurídica, a fin de asegurarle a aquel esa fundamentación plausible y
persuasiva.
CAPITULO 8
LA PRÁCTICA INTERPRETATIVA EN LA HERMENEUTICA FILOSOFICA
a) EL CIRCULO ENTRE "PRECOMPRENSION" Y TEXTO
En el ámbito jurídico, ALEXY ha distinguido 3 "círculos": el que se manifiesta entre la precomprensión
del intérprete y el texto, el que vincula las nomas al sistema jurídico y el que relaciona a aquellas con
los hechos. Mientras los 2 últimos se hallan planteados en las tradiciones del positivismo jurídico y de
la razón práctica, respectivamente, el primero pertenece a la hermenéutica filosófica y constituye,
según creemos, su gran aporte al proceso de determinación del derecho. De ahí que a su estudio se
dedicará el mayor énfasis del capítulo, sin descuidar algunas consideraciones a los restantes "círculos",
en tanto que resulta imposible en la práctica jurídica omitir la acción mancomunada de todos ellos.
Al iniciar la tarea hermenéutica el exégeta parte de un proyecto de comprensión propio, es decir, de
una precomprensión del asunto que, sin embargo, debe ser sometida a análisis, confrontación y
eventual crítica. La figura del círculo se presenta porque "entre el texto de la norma y la hipótesis de
interpretación existe un efecto recíproco", toda vez que, "de una parte, nunca puede el texto de la
norma, sin una hipótesis de interpretación, experimentarse como problemático ni como
improblemático.
De otra parte, la hipótesis de interpretación deberá examinarse sobre la base del texto de la norma,
con ayuda de las reglas de metodología jurídica.
Dicha precomprensión no entraña solamente la hipótesis de sentido con la que el intérprete se acerca
al examen de un asunto, sino que ella refleja también su presunción o expectativa sobre la solución
correcta de aquel.
1) LA DIRECTRIZ "HISTÓRICA". Esta teoría llama especialmente la atención acerca de que en todo
proceso comprensivo, pasado y presente se dan cita, pasado y presente necesariamente se hallan en
continua mediación. Escribe GADAMER que, “bajo la forma de lo escrito, lo transmitido se torna
simultáneo para cualquier presente”. Pero -y resulta decisivo- la lectura de la historia o de la tradición
no es solo la lectura del pasado, sino que es un acto de participación en el presente: es el ayer visto
desde la actualidad, a fin de dotar al aquí y ahora de un significado que dé cuenta los desarrollos
habidos a lo largo del devenir histórico hasta arribar al punto actual en el que se halla el intérprete. De
esta manera, el recurso a la historia no es meramente arqueológico o erudito, sino que emerge como
su exploración en las fuentes normativas a fin de ponerlas en diálogo con el contexto situacional. Como
expresa GADAMER, cuando se trata de desentrañar el sentido de un texto, “la reconstrucción de lo que
el autor pensaba [acerca de él] realmente es una tarea reducida”. Por el contrario, su comprensión solo
es genuina “cuando se incluye en el pensamiento el hecho de que el progreso de las cosas continúa
determinándole a uno", es decir, “lo transmitido muestra nuevos aspectos significativos en virtud de la
continuación del acontecer”. De ahí que "la reconstrucción de la pregunta a la que da respuesta un
determinado texto no puede tomarse evidentemente como un producto puro de la metodología
histórica. Lo que hay al principio es más bien la pregunta que el texto nos plantea a nosotros de modo
que su comprensión implica siempre la tarea de automediación histórica del presente con la tradición.
Se observa la diversa manera de como el argumento histórico es empleado por la tradición
hermenéutica, si se lo compara con la del positivismo jurídico. En efecto, mientras en este último el
intérprete busca la intentio legis como una realidad distante y distinta de la del interprete, en la
primera lo que se procura desentrañar es más bien la ratio del texto examinado mediada a partir del
contexto desde el que el intérprete se pregunta por el alcance del documento. En el próximo apartado,
se ilustrará lo expuesto en el caso “Kot”, conocido precedente de la Corte Suprema de la Justicia de la
Nación y en el que se aprecia con nitidez una aplicación de esta directiva desde la clave conceptual de
la hermenéutica filosófica.
2) LA DIRECTRIZ DE “AUTORIDAD”. Rechazada por la dogmática jurídica, para la que fue considerada
como irracional, constituye un plausible compañero de ruta en el discernimiento del sentido del
derecho tanto para el pensamiento de la razón práctica como para la hermenéutica. Para estas últimas
perspectivas, el recurso a aquellas no se ciñe, expresa GADAMER, a un mero “acto de sumisión y de
abdicación de la razón” sino que entraña “un acto de reconocimiento y de conocimiento”, respecto de
quienes en un determinado contexto histórico y social poseen una opinión dotada de sentido, que es
advertida y seguida. No es, como pensó la Ilustración, para la que “en la medida en que la validez de la
autoridad usurpa el lugar del propio juicio, la autoridad es de hecho una fuente de prejuicios”.
Tampoco se trata de asociar “autoridad” a “obediencia ciega”, lo que añade el autor, está latente en la
“critica a las modernas dictaduras” a las que se acusa de expropiar la razón y la libertad. Sucede, por el
contrario, que cuando se acude a este argumento, en rigor, “se reconoce que el otro está por encima
en juicio y perspectiva y que en consecuencia su juicio es preferente o tiene primacía respecto al
propio". La autoridad "no se otorga, sino que se adquiere”, por lo que, no tiene nada que ver con
obediencia sino con conocimiento, de modo que su “verdadero fundamento es también aquí un acto
de la libertad y de la razón" dado que, en última instancia, quien ostenta la auctoritas, simplemente
“sabe más”. De ahí que, en un horizonte hermenéutico, la noción de autoridad no es sinónimo de
“irracional" o "arbitrario”, conclusión que impacta de manera decisiva para que los prejuicios se
conviertan en elementos dotados de comprensibilidad y devengan plenamente razonables, puesto que
la inclinación que suscitan también puede advertirse por “motivos aducidos por la razón".
Sin embargo, acaso quepa establecer una distinción entre ambas tradiciones: mientras en la de la
razón práctica el recurso a las autoridades es un argumento más, en la hermenéutica posee el estatuto
de argumento relevante y decisivo.
Es que la tradición se nutre de autoridades, por lo que las cosmovisiones de los intérpretes que
conviene reiterarlo, no son individuales ni aisladas, se plantean en contextos sociales en los que tales
perspectivas, precisamente operan-, se integran del saber razonado que aquellas exhiben. De ahí que,
como puntualiza GADAMER, dentro de la noción de “autoridad” existe una especialmente enfatizada
por el romanticismo: la consagrada por la tradición y por el pasado" y que posee una autoridad que se
ha hecho anónima. Por ello, afirma el autor, el ser histórico-finito de toda persona no solamente se
halla influenciado por la razón sino también por la tradición, esto es, por “la autoridad de lo
transmitido", en tanto esta “determina ampliamente nuestras instituciones y comportamiento". En ese
sentido, que las personas obtengan gracias a la educación una cierta “madurez biográfica” no implica
"en modo alguno que uno se vuelva señor de sí mismo en el sentido de haberse liberado de toda
tradición y de todo dominio del pasado”. El caso de las costumbres es al respecto emblemático: estas
siguen siendo “algo válido por tradición y procedencia”, por lo que si bien “se adoptan libremente ni se
crean por libre determinación ni su validez se fundamenta en esta". Precisamente "es esto lo que
llamamos tradición: el fundamento de su validez”.
3) LA DIRECTRIZ POR LAS CONSECUENCIAS. Por último, la rehabilitación científica de los prejuicios
conecta con el argumento de las consecuencias, ya entrevisto a partir de las citadas palabras de ESSER:
los posibles resultados de la decisión anticipan la comprensibilidad del texto y ello no de modo
arbitrario, sino en la inteligencia de que en este proceso ha de asegurarse un “resultado objetivamente
justo” que esté en consonancia "con todo el sistema jurídico”, lo cual consulta con "el consenso social”
en orden al logro de una decisión ‘razonable’".
Escribe MANACERO, este argumento “consiste en evaluar las consecuencias que se derivan de adoptar
una u otra de las hipótesis rivales, es decir, de las posibles alternativas que tiene el decisor para
determinar la regla, la premisa normativa que soluciona el caso". Se trata de una directriz de carácter
“extra normativo", en tanto el empleo del precepto de que se trate depende del examen de
consecuencias de diversa índole que gravitan influyendo sobre su uso, bien que, como anticipó ESSER y
se observa a partir del extendido empleo dado por los tribunales, dicha ponderación tampoco es (ni
puede serlo) ajena al sentido del sistema jurídico en el que se ubica el intérprete, lo que conecta con el
segundo círculo al que se aludirá.
Este requerimiento parece asumido por GADAMER cuando escribe que "en la idea de un
ordenamiento jurídico está contenido el que la sentencia del juez no obedezca a arbitrariedades
imprevisibles sino a una ponderación justa del conjunto” y a su modo, la Corte Suprema lo ha
reconocido en constantes jurisprudencia. Así, entre tantas dicta, se lee que "entre los criterios de
interpretación posibles no debe prescindirse de las consecuencias que derivan de la adopción de cada
uno, ellas constituyen uno de los índices más seguros para verificar su razonabilidad y su coherencia
con el sistema en que está engarzada la norma". De igual modo, en otros precedentes se requiere
acudir, junto a otras directrices, a la presente cuando se señala que "en la tarea de interpretar las
leyes, además de dar pleno efecto a la intención del legislador, no deben prescindirse de las
consecuencias que derivan de cada criterio, ellas constituyen uno de los índices más seguros para
verificar su razonabilidad y su coherencia con el sistema en que esta engarzada la norma". En otros
supuestos, en fin, se señala que "los jueces, en la tarea de razonamiento que ejercitan para indagar el
sentido que corresponde acordar a las normas, deben atender a las consecuencias que normalmente
derivan en sus fallos, lo que constituye uno de los índices más seguros para verificar la razonabilidad de
su interpretación y su congruencia con todo el ordenamiento jurídico".
II) LA “CONEXIÓN TRADITIVA DE SENTIDO” EN LA JURISPRUDENCIA. La idea de que los textos pasados
son leídos con ojos actuales de modo que el ayer y la mirada del hoy (es decir, el par "tradición-
actualidad”) converjan de consuno en el momento interpretativo, es un recurso sumamente empleado
por parte de los tribunales de justicia y del que la Corte Suprema no ha hecho excepción. Nos
detendremos en el análisis del empleo de dicho criterio en el célebre caso "Kot". Se trata de una de las
más trascendentes sentencias de la historia del tribunal discierne, precisamente por medio del empleo
del recurso interpretativo bajo examen, la acción de "amparo" respecto de actos arbitrarios de
particulares, un instituto que más tarde vino a reconocer el constitucionalismo continental europeo, a
partir de los desarrollos llevados a cabo por el Bundesverfassungsgericht (Tribunal Federal
Constitucional alemán) desde el caso “Lüth”, de 1958, acuñándose entonces en el ámbito doctrinal y
jurisprudencial europeo el conocido tópico del "efecto horizontal de los derechos humanos”.
En tal precedente, en efecto, en un párrafo memorable se lee: “Es verosímil presumir que, en el ánimo
de los constituyentes de 1853, las garantías constitucionales tuvieron como inmediata finalidad la
protección de los derechos esenciales del individuo contra los excesos de la autoridad pública. Pero los
constituyentes tuvieron la sagacidad y la prudencia de no fijar exclusivamente en los textos sus
temores concretos e históricos, sino sus aspiraciones y sus designios permanentes y aun eternos: la
protección de la libertad. Nada hay ni en la letra ni en el espíritu de la CN, que permita afirmar que la
protección de los llamados ‘derechos humanos' esté circunscripta a los ataques que provengan solo de
la autoridad”. Para el tribunal, ello es debido a que “además de los individuos humanos y del Estado,
hay ahora una tercera categoría de sujetos, los consorcios, los sindicatos, las asociaciones
profesionales, las grandes empresas”. Añade: "no es discutible que estos entes colectivos representan,
junto con el progreso material de una sociedad, una fuente de amenazas para el individuo... La CN no
desampara a los ciudadanos ante tales peligros. Las leyes no pueden ser interpretadas solo
históricamente, sin consideración a las nuevas condiciones y necesidades de la comunidad, porque
toda ley, por naturaleza, tiene una visión de futuro, está predestina a recoger y regir hechos
posteriores a su sanción”.
No es necesario detenernos en el fino análisis de la Corte, avant la lettre, respecto de lo que
actualmente se conoce como las "asimetrías” que se advierten entre determinados actores de la vida
social. Sí interesa llamar la atención acerca del contenido inequívocamente hermenéutico de la cita en
tanto asigna relevancia central al argumento de la tradición a la hora de comprender el texto y en la
medida en que indica el modus operandi del intérprete en orden a proceder a dicha comprensión.
El operador no puede ir al ayer sino desde el hoy, o mejor desde su “hoy"; el aquí y ahora en el que se
halla leyes como se lee en el párrafo “no pueden ser interpretadas solo históricamente", es decir
sentido originario, sea este más o menos distante en el tiempo respecto del momento en el que actúa
el intérprete, sino teniendo en cuenta "las nuevas condiciones y necesidades de la comunidad”, las que
no son otras que el contexto en el que ahora se encuentran y en el que tales documentos están
llamados a ser operativos. Es que ni cabe una lectura "histórica" del texto, ni cabe tampoco una
constante alteración del alcance de las normas según las variadas transformaciones que experimenta la
sociedad. Ante ello, las leyes, dice el tribunal que "tienen una visión de futuro", en tanto "están
predestinadas a recoger y regir hechos posteriores a su sanción". Esto es lo que GADAMER plantea al
señalar que "el verdadero sentido de un texto tal como este se presenta a su intérprete no depende
del aspecto puramente ocasional que representan el autor y su público originario. O por lo menos no
se agota en esto. Este sentido está siempre determinado también por la situación histórica del
intérprete y, en consecuencia, por el todo del proceso histórico" que lo precede hasta arribar al punto
en el que se encuentra ahora.
Lo dicho se conecta con el primer aspecto -la relevancia de la tradición en la tarea de comprender los
documentos-: ¿qué me dice, en verdad, la ley? Si se piensa en las garantías constitucionales ¿cuál fue
el ánimo genuino del constituyente? Esta es la cuestión dirimente que todo intérprete debe
desentrañar para hacer rendir frutos al texto constitucional entonces y ahora. En el caso bajo análisis,
la Corte no cree encontrar dificultades cuando responde que la preocupación nuclear del constituyente
de 1853 fue la de asegurar "sus designios permanentes y eternos: la protección de la libertad, por lo
que desde esa lógica, tal resguardo procede con indiferencia de dónde venga dicho ataque: antes,
generalmente, del Estado, actualmente en determinados supuestos, de las corporaciones, mañana, es
inseguro, pero ello poco importa. Es seguro que el iter desarrollado por la Corte en el caso glosado a
las claras que la comprensión no es un oficio meramente “reproductivo", el intérprete reacciona ante
el texto interpelado por el contexto que lo rodea y por la tradición que lo precede, de donde el sentido
del documento inexorablemente obtiene una resignificación, ello no implica un apartamiento del
texto. Por el contrario, como dice GADAMER, que un texto "siempre supera" a su autor no supone que
la comprensión posterior sea "mejor" sino que, en función de las nuevas circunstancias y
profundizando el sentido del documento, dicha comprensión sea "diferente”. Se destaca la idea de
profundizar en el sentido del texto justamente porque la interpretación "diferente" no equivale a
opuesta al documento. El profesor alemán ha escrito páginas admirables al respecto que ubican su
planteamiento hermenéutico lejos de una perspectiva nihilista o relativista, en oposición a como
algunos autores tienden a atribuir a esta teoría. Baste aquí señalar que, si bien reconoce que la tarea
interpretativa supone una "complementación productiva del derecho", el oficio del juez está “sujeto a
la ley exactamente igual que cualquier otro miembro de la comunidad jurídica", por lo que “la
interpretación de la voluntad jurídica no es evidentemente formas de dominio sino más bien de
servidumbre".
Adquiere pleno sentido las citadas palabras de GADAMER al referir a la directriz "histórica" de que "la
reconstrucción de lo que el autor pensaba (acerca del texto que se invoca en una causa o al que acude
para resolverla) realmente es una tarea reducida". Por el contrario, su comprensión solo es genuina
“cuando se incluye en el pensamiento el hecho de que el progreso de las cosas continúa
determinándole a uno”. De ahí que “lo que hay al principio es más bien la pregunta que el texto nos
plantea a nosotros, de modo que su comprensión implica siempre la tarea de automediación histórica
del presente con la tradición". En ese constante "ir y venir” en el que el intérprete, según propicia la
hermenéutica, vincula el ayer en función del hoy, al tiempo que procura comprender el hoy desde el
ayer, el proceso comprensivo implica que “siempre es necesaria una traducción” del documento, la
cual, inexorablemente, entraña “una mediación con el presente”, esto es, “la tradición que nos llega
habla siempre al presente y tiene que ser comprendida en esta mediación”. He aquí en este “modelo
de relación entre pasado y presente", a juicio de la hermenéutica, “el auténtico procedimiento de las
ciencias del espíritu”.
CAPITULO 9
RESPUESTAS HERMENÉUTICAS A ALGUNAS OBSERVACIONES CRÍTICAS Y ENLACE CON EL
PENSAMIENTO DE LA RAZÓN PRÁCTICA.
¿"CÍRCULO” HERMENÉUTICO O “ESPIRAL”? De modo general, ha tenido cierto éxito la objeción que
señala que considerar a los prejuicios en el horizonte del “círculo hermenéutico” en el fondo no
constituiría sino la admisión de un “círculo vicioso”, de un círculo que carece de salida, de modo que
sus resultados serían necesariamente arbitrarios. HEIDEGGER se hizo cargo de esta observación. Sus
palabras son terminantes: “El círculo no debe ser degradado a círculo vicioso, ni siquiera a uno
permisible. En él yace una posibilidad positiva del conocimiento más originario, que por supuesto solo
se comprende realmente cuando la interpretación ha comprendido que su tarea primera, última y
constante consiste en no dejarse imponer nunca por ocurrencias propias o por conceptos populares ni
la posición ni la previsión ni la anticipación, sino en asegurar la elaboración del tema científico desde la
cosa misma”.
Se trata de una respuesta pertinente dado que, más allá de que, como apunta LARENZ, el calificativo
“círculo” puede considerarse desafortunado desde el punto de vista de los contenidos el proceso
hermenéutico entendido en su sentido correcto supone, si se piensa en el ámbito jurídico, un
entrecruzamiento continuo de ideas entre las notas que sugiere la “lectura” de la cuestión debatida, la
elaboración conceptual que suministra el ordenamiento normativo, la cultura en la que este se inserta
y los conceptos previos que sobre la cuestión debatida posee el intérprete. De ahí que no se trataría
propiamente de un “círculo” sino de una “espiral”, el proceso comprensivo parte de un lugar que arriba
a un punto diverso de aquel desde el que se ha partido.
Recuérdese que la apertura al diálogo argumentativo supone introducir en la discusión del problema la
mayor cantidad posible de enfoques y posiciones, de suerte de efectuar un examen completo del
asunto que permita su adecuada elucidación. Este proceso entraña un progresivo escalamiento en el
nivel de comprensión del problema, pues procede por pasos alternos, mediante esclarecimientos
recíprocos y por medio de una continua ratificación o rectificación del sentido que, con carácter previo,
o en el despliegue mismo de la argumentación, haya podido tener el intérprete. Es por ello que el nivel
de comprensión del problema nunca puede ser lineal, lo que muestra la enorme distancia que separa a
esta filosofía del razonamiento more geométrico. LARENZ lo reconocido en muchos pasajes de su obra,
entre los que destacamos el siguiente: “el proceso de mirar hacia adelante y hacia atrás puede tener
que repetirse múltiples veces, sobre todo cuando primeramente solo se había contemplado una parte
del texto. Aun en el caso en que se confirme, en plena medida, su inicial conjetura de sentido, el
intérprete ya no está situado en el mismo punto, ya que su nueva sospecha o suposición se ha
convertido ahora en certeza; la conjetura del sentido tiene carácter de una hipótesis, que será
confirmada mediante una interpretación exitosa”.
CAPITULO 10
LA INTERPRETACIÓN COMO DEVELAMIENTO Y DESARROLLO DE LAS GARANTÍAS CONSTITUCIONALES:
EL PENSAMIENTO DE LA RAZON PRACTICA EN ACCION
a) SOBRE LAS FUNCIONES INTERPRETATIVAS DE LOS TRIBUNALES. La tarea antedicha -en tanto hace a
una de las funciones básicas del clásico esquema de “división de poderes"- no es su función más
relevante. Esta última se manifiesta cuando el Poder Judicial actúa como órgano de control de los
restantes poderes y ello acontece cada vez que se aboca a la tarea de interpretar, como ha dicho la
Corte Suprema, “con profundo sentido constitucional", las normas emanadas de aquellos”. Adviértase
que en este horizonte ya no se está ni aplicando un precepto de modo “mecánico”, ni tampoco
desentrañando el sentido genuino previsto por sus autores y que aquí se caracterizará,
respectivamente, como "función n 1” y como "función n 2". Si así fuera, el Poder Judicial actuaría -en el
primer caso-, como simple reproductor" de las palabras de la ley y -en el segundo-, en una tarea
ciertamente de mayor hondura, como "auténtico” traductor de aquellas, mas nunca como control de
lo obrado por tales poderes. Empero, sin descuidar dichas encomiendas, existe otra que constituye un
“plus” respecto de las anteriores. Se trata de la que efectúa una exégesis de tales textos en función de
lo estatuido por la Constitución y tal hermenéutica puede ser “negativa”, que es cuando se declara la
inconstitucionalidad de una norma (y que aquí se identifica como “función n 3") o “positiva”, cuando, a
partir de la vinculación o “puesta en correspondencia” de un precepto o de una situación concreta con
la ley suprema (y que aquí se denominan, respectivamente, como “función n 4” y como “función n 5”),
se otorga a aquel o a aquella un alcance de conformidad con la Constitución”, la cual "irradia” el entero
ordenamiento jurídico y, más aún, la totalidad de la vida social.
Como resulta perceptible, la tarea de controlar el alcance de un texto procedente de los restantes
poderes ubica al Poder Judicial en el puesto de verdadero “poder” en su relación con los otros
departamentos del Estado: ha pasado de un lugar en cierto modo “secundario” a un sitio de “igualdad”
con aquellos. En este horizonte, si tal misión de control es del resorte no de un órgano especializado,
como sucede en buena parte de los países de Europa Occidental, sino de la totalidad de los jueces del
departamento judicial de una nación, es manifiesto que ese "poder" se amplifica aún más: si el control
de que se trata es “difuso” resulta necesariamente plural en tanto se halla distribuido entre la totalidad
de los funcionarios del órgano al que se le ha encomendado tal control. No habría, en este contexto y si
se permite la expresión, un único "poder", sino muchos “poderes”, de modo que el “poder” del Poder
Judicial residiría, en este supuesto y contrariamente a lo que brinda una mirada acaso un tanto veloz
del asunto, en su dispersión, es decir, en el plural ejercicio del poder, puesto que dicha circunstancia
torna en cierto sentido "inclasificables” a los responsables de tal tarea.
Repárese que estos, en el ejercicio de sus funciones y más allá de la obvia pertenencia a una concreta
tradición histórica, aportan su particular formación, su especial mirada acerca de un asunto o de una
norma particular, con la consiguiente riqueza de perspectivas que todo ello aporta.
La tarea recién descripta ostenta una clara dimensión “política”, expresión que no debe ser entendida
en el sentido de que los órganos judiciales se hallan al servicio de una fracción política o de ciertos
intereses particulares de la sociedad. Por el contrario, este término ha de interpretarse en su
dimensión etimológica y clásica, resulta indudable (se lo quiera reconocer o no) que por medio del
escrutinio constitucional de las leyes y de los demás actos de los restantes departamentos del Estado,
el Poder Judicial contribuye a delinear el contenido jurídico de una determinada comunidad política.
Como suele decirse de modo coloquial, aunque ciertamente valedero, se trata del ejercicio de una
tarea Política con “p mayúscula” que enlaza con la de los restantes poderes pues no es solo “política” la
tarea de crear y de reglamentar las normas sino también la de interpretar su contenido con el alcance
indicado en los supuestos concretos sometidos a su consideración (tarea propia del Poder Judicial).
Más aún, corresponde tener presente que cuando este último departamento realiza la exégesis de la
Constitución, se aboca a la tarea de interpretar un texto “político” por antonomasia, esto es, un
instrumento que según tiene dicho la Corte Suprema, “hace a la ordenación política y moral de la
Nación”.
1) La causa "Pérez de Smith". En lo relativo al primer momento, es clara la actuación del alto tribunal
en su carácter de "Poder del Estado” aun cuando, como se reconoce en la primera causa en la que
interviene (“Pérez de Smith”), en sentido técnico su actuación resultaba incompetente dado que, en
los más de 400 hábeas corpus presentados ante las instancias de grado de los que da cuenta el caso, no
había existido incumplimiento por parte de las autoridades a las órdenes de los jueces respectivos ante
la respuesta de que tales personas no se encontraban detenidas en sus dependencias. La Corte
reconoce la existencia de “máximo peligro” y exige la colaboración del Poder Ejecutivo como vía
imprescindible para facilitar la actuación del Poder Judicial. En otras palabras, deja de lado
“formalismos paralizantes” y procura avanzar en el logro de la “verdad jurídica objetiva”.
A tal fin, el tribunal, en primer término, reflexiona acerca del hecho de que si “fueran numerosos los
recursos de hábeas corpus en los que las autoridades han contestado que las personas a cuyo favor se
han interpuesto no están registradas como detenidas, podría verse configurada una situación que, de
hecho, equivaldría a una efectiva privación de justicia; y ello, por causas totalmente ajenas a las
funciones y competencia específicas de los magistrados”. De ahí que, en segundo lugar, considera
oportuno “dirigirse al Poder Ejecutivo a fin de encarecerle intensifique la investigación sobre las
personas cuya desaparición se denuncia judicialmente y que no se encuentren registradas como
detenidas”.
Este llamado a la colaboración entre poderes escapa al caso bajo análisis. La Corte ante las
especialísimas circunstancias que tiene delante de sí, decide actuar como verdadera “cabeza de uno de
los Poderes del Estado”. En tales condiciones, invoca como fundamento de su obrar la existencia de
“poderes implícitos” a los que define como "connaturales” y, por tanto, como necesariamente
“irrenunciables”, dado que “hacen a la salvaguardia de la eficacia de la función judicial principalmente
cuando están en juego los derechos constitucionales”, por lo que requieren de "garantías inviolables”
que integran "el valioso acervo del bien común".
¿Cuál es el papel reservado al conocido esquema de división de poderes? El tribunal responde con
autoridad: "es principio inconcuso de nuestro régimen republicano la separación, pero también el
equilibro armónico de los poderes en función de lograr la plenitud del Estado de derecho", de modo
que, en orden a obtener dicha plenitud, las responsabilidades de los distintos poderes son parejas,
dado que todos ellos "se encuentran vinculados por el propósito inspirador del dictado de la
Constitución integrado por los enunciados en el Preámbulo de 'afianzar la justicia’".
De lo expuesto surge con nitidez que para la Corte el principio de división de poderes no se resiente
con conductas como la descripta sino que, se fortalece, pues tal distingo, más que a una “división”,
alude a las convergentes tareas desempeñadas por los departamentos del Estado en orden a garantizar
y promover la justicia y la paz sociales. Creemos que si el llamado de la Corte hubiera sido escuchado,
otra historia se habría escrito en torno de los asuntos que originaron estos fallos.
2) Las causas “Suárez Mason" y "Urteaga”. Justamente porque ello no fue así, años más tarde
familiares de persona desaparecidas reclamaron ante la justicia que los organismos del Estado
brindaran información acerca del destino de los cuerpos de aquellas, a las que ya se tenía por
fallecidas. Se arguyó el derecho “a la verdad”, “al duelo" y "al respeto por los cuerpos”.
Estas presentaciones dieron lugar, en relación con el tópico de la reglamentación de derechos o
garantías constitucionales, a una sugerente jurisprudencia de la Corte en su papel de "Poder del
Estado” que se examinará en el apdo. c de este mismo parágrafo. Por el momento reflexionaremos
acerca del hecho de que, al igual que entonces y con una obvia distinta composición, el tribunal, por
encima de ritualismos formales, hizo lugar a dichos pedidos y requirió la colaboración de los restantes
departamentos del gobierno a tal fin.
En la causa “Suárez Mason”, en la que el tribunal de grado implícitamente había denegado las medidas
de pruebas solicitadas por la madre de una persona desaparecida ante la respuesta del Estado Mayor
del Ejército en la que informa que carece de datos respecto de aquella, el procurador general de la
Nación, en línea con lo resuelto por la Corte 20 años atrás, reclamó "el compromiso del Poder Judicial
con la necesidad de la búsqueda de la ‘verdad histórica', sobre todo en relación con episodios de tanta
trascendencia ética e institucional” en los que se hallan en juego "garantías individuales” que exigen
"respeto absoluto” y cuando, mediante las medidas mencionadas, no se busca ningún tipo de sanción o
pena” para terceras personas.
Si bien por una ajustada mayoría de 5 a 4 la Corte desestimó la petición, algunas disidencias ofrecieron
interesantes argumentos que, poco tiempo después, tomó el propio tribunal en la causa “Urteaga”, en
la cual, ante una similar pretensión, acogió el reclamo. A este respecto, el juez BOGGIANO aun sin
mencionarla de modo expreso, retoma la enseñanza del tribunal en el sentido de considerar que la
sentencia del a quo “importa una privación de justicia toda vez que negó al P. Judicial el ejercicio de su
imperio jurisdiccional", máxime cuando "están en juego derechos fundamentales de las personas
tutelados acumulativamente por la Constitución y el derecho internacional”. Por su parte, el voto
conjunto de los jueces PETRACCHI y BOSSERT repara en la necesidad de proseguir con la investigación a
fin de develar la autoría y las circunstancias en las que fueron cometidos los hechos referidos, sin que
resulte relevante la existencia de leyes de exculpación respecto de determinados individuos, puesto
que tal circunstancia, en todo caso, beneficia a dichas personas pero no a terceras que pudieron haber
incurrido en conductas antijurídicas cuyo contenido solo puede ser conocido al cabo, precisamente, de
dicha investigación.
A su vez, en la mentada causa “Urteaga", el tribunal revocó la resolución de la anterior instancia, la
cual, a partir de una exégesis literal del art. 43, párr. 3, de la CN, rechazó la acción de hábeas data
invocada con el objeto de recabar datos acerca del destino de su hermano, a quien periódicos de la
época dieron por muerto en un enfrentamiento armado.
En este apartado interesa resaltar que, a juicio de la Corte, la postura de la Cámara, más allá de parecer
“ajustada a la literalidad del texto constitucional, revela un excesivo rigor formal que deja sin
protección el derecho invocado por la recurrente que no resulta ajeno al bien jurídico tutelado ni al
propósito del constituyente. En razón de lo expuesto, considera que corresponde reconocer al
apelante el derecho a la información requerida, por lo que ordena el diligenciamiento de los oficios
necesarios.
Parece claro que el tribunal procura mirar por delante de la causa que le toca resolver, para lo cual, en
coincidencia con la observación general ya anticipada de VIOLA, ensaya una lectura no literal del texto
constitucional a fin de colaborar en el develamiento de situaciones que hacen a un segmento de la
historia de nuestro país y que afectan a derechos básicos de las personas. Como enfatiza el juez FAYT,
en situaciones como esa se torna patente "el compromiso del Poder Judicial con el esclarecimiento de
la antedicha realidad histórica”, para lo cual “es imperativo salvaguardar el derecho sustancial
reclamado por el actor que encuentra su fundamento en la ley positiva de más alta significación”.
Añade el juez PETRACCHI, una conducta contraria, esto es, “la negativa del Estado a proporcionar
información que tuviera registrada acerca del destino de una persona presuntamente fallecida, afecta
la vida privada de su familia" y, a mayor abundamiento, desacredita la reputación internacional del
país, en tanto que el derecho a conocer la verdad acerca del destino de personas desaparecidas fue
especialmente recomendado, como resalta el juez BOSSERT, por el Comité de Derechos Humanos del
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y por el Informe Anual de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos de 1985-1986.
En los casos aquí examinados, el tribunal reconoce que es mucho más que un mero pronunciamiento
contencioso planteado por una parte determinada lo que está en juego, de modo que, consciente de la
trascendencia social del asunto que debe resolver, convoca a los restantes poderes del Estado a fin de
que, de consuno, puedan resolver las complejas cuestiones planteadas ante sus estrados.
b) EL DEVELAMIENTO DE LAS GARANTÍAS CONSTITUCIONALES:
LA CREACIÓN JURISPRUDENCIAL DEL AMPARO EN LAS CAUSAS SIRI Y "KOR”. Esta acción, incorporada
a nuestro ordenamiento jurídico en 1966 mediante la ley 16.986 y elevada a rango constitucional por la
reforma de 1994 (art. 43), nació como consecuencia de 2 causas notables de la historia de la Corte
Suprema: "Siri" y "Kot", dictadas respectivamente, el 27 de diciembre de 1957 y el 5 de septiembre de
1958.
En la primera, el actor se presentó ante la justicia con el objeto de que se pusiera fin a la clausura de un
periódico de su propiedad, la cual, a su juicio, se hallaba desprovista de todo fundamento, cuestión
que contradecía las libertades constitucionales de imprenta y de trabajo. En la segunda, ya sintetizada
en relación con otros aspectos teóricos, el reclamante dedujo un “recurso de amparo” a fin de lograr
que se ordenara la desocupación, por parte del personal obrero, de un establecimiento fabril de su
pertenencia. Invocó el precedente “Siri”, las garantías constitucionales del trabajo, propiedad y libre
actividad (arts. 14, 17 y 19) e hizo presente que la situación era de una “gravedad extraordinaria”.
Como parece comprensible, el tribunal configuró el instituto bajo análisis de modo escalonado a lo
largo de ambas sentencias (a la manera como se procedería en un "círculo hermenéutico”, según fuera
expuesto en los tres capítulos precedentes). Así, en la causa “Siri” partió de una consideración fáctica
que estimó imprescindible a los efectos del progreso de la medida: la circunstancia de que la garantía
reclamada por la recurrente “se halla evidentemente restringida sin orden de autoridad competente y
sin expresión de causa que justifique dicha restricción". En tales condiciones, estableció en primer
lugar el carácter operativo de los derechos constitucionales y lógica consecuencia de lo anterior, la
directa aplicación de aquellos a los casos contenciosos ante su patente cercenamiento, sin que resulte
necesario acudir a los procedimientos ordinarios o, más aún, a la reglamentación de tales derechos
(aspectos ambos sobre los que se volverá).
En efecto, en lo que concierne a la primera afirmación, señala el tribunal que "las garantías individuales
existen y protegen a los individuos por el solo hecho de estar consagradas por la CN e
independientemente de las leyes reglamentarias. A fines del siglo pasado señalaba JOAQUÍN V.
GONZÁLEZ: ‘No son, como puede creerse, las ‘declaraciones, derechos y garantías’, simples fórmulas
teóricas: cada uno de los artículos y cláusulas que las contienen poseen fuerza obligatoria para los
individuos, autoridades y para toda la Nación. Los jueces deben aplicarlas en la plenitud de su sentido,
sin alterar o debilitar con vagas interpretaciones o ambigüedades la expresa significación de su texto’”.
Por su parte, en relación con la segunda, afirma que “basta esta comprobación inmediata [la mentada
restricción] para que la garantía constitucional invocada sea restablecida por los jueces en su
integridad, sin que pueda alegarse en contrario la inexistencia de una ley que la reglamente”, dado
que, atento "el carácter y la jerarquía” de tales "garantías no comprendidas estrictamente en el hábeas
corpus”, no corresponde relegarla “al trámite de los procedimientos ordinarios, administrativos o
judiciales”.
Ahora bien, en la causa glosada la Corte no se refiere a la acción de amparo ni determina su origen y
sus principales características. Tal es la tarea que emprende la causa “Kot” anticipándose,
prácticamente a la letra, a la solución que bastante tiempo después dará el legislador tanto ordinario
como constitucional.
En cuanto a lo primero (el nomen iuris), precisa que la actora “no dedujo recurso de hábeas corpus,
sino de amparo invocando los derechos constitucionales de la libertad de trabajo, de la propiedad y de
la libre actividad”. A su vez, en lo concerniente al segundo aspecto (el origen), señala que tal garantía
“emana directamente de la Constitución”: existe “una garantía tácita o implícita que protege los
diversos aspectos de la libertad individual (art. 33, CN)” y que el precedente "Siri” "extrajo de la sabia
norma del art. 33 de la CN". Finalmente, en relación con lo tercero (las características), afirma que la
garantía deducida procura "una protección expeditiva y rápida” de los derechos fundamentales y que
"no es esencial a los fines de la protección constitucional” que las restricciones a tales derechos
provengan de la autoridad pública o de los actos de particulares, ya que lo relevante “no es el origen
de la restricción ilegítima a cualquiera de los derechos fundamentales de la persona humana, sino
estos derechos en sí mismos, a fin de que sean salvaguardados”. A este último respecto expresa que
“nada hay, ni en la letra ni en el espíritu de la Constitución que permita afirmar que la protección de los
llamados derechos humanos -porque son los derechos esenciales del hombre- esté circunscripta a los
ataques que provengan solo de la autoridad”. Más aún, estima que no deben ignorarse "las
condiciones en que se desenvuelve la vida social” en la actualidad, en la que existe “una categoría de
sujetos, con o sin personalidad jurídica, que solo raramente conocieron los siglos anteriores: los
consorcios, los sindicatos las grandes empresas, que acumulan casi siempre un enorme poderío
material o económico", de modo que si “los jueces tuvieran que declarar que no hay protección
constitucional de los DDHH frente a tales organizaciones colectivas, nadie puede engañarse de que tal
declaración comportaría la de la quiebra de los grandes objetivos de la CN”. De ahí que esta acción
corresponderá "siempre que aparezca, de modo claro y manifiesto, la ilegitimidad de una restricción
cualquiera a alguno de los derechos esenciales de las personas, así como el daño grave e irreparable
que se causaría remitiendo el examen de la cuestión a los procedimientos ordinarios, administrativos o
judiciales”. Concluye, el amparo no es atendible cuando existen "cuestiones susceptibles de mayor
debate y que corresponda resolver de acuerdo con los procedimientos ordinarios”, motivo por el cual
“los jueces deben extremar la ponderación y prudencia, lo mismo que en muchas otras cuestiones de
su alto ministerio".
Ambas resoluciones no fueron unánimes, de modo que interesa resaltar el corazón de la crítica de las
disidencias. Así, en la causa "Siri”, la opinión divergente del juez HERRERA puede sintetizarse como
sigue:
a) El poder judicial "está especialmente obligado al respeto de las propias limitaciones, entre las que
figura, en primer término, la de no exceder su propia jurisdicción";
b) El contralor de constitucionalidad está sujeto a la reglamentación de los procesos judiciales
legalmente establecidos “porque de otra manera la división y la igualdad de los poderes se habría roto
en beneficio del judicial”;
c) Se puede hacer excepción a tal reglamentación "en condiciones vitalmente extremas", en las que se
demuestre acabadamente el cercenamiento de los derechos constitucionales, lo que no es el supuesto
bajo examen, y
d) Existen acciones civiles previstas por el ordenamiento jurídico para reparar el agravio invocado, por
lo que son aquellas las que deben emplearse.
Por su parte, la disidencia de los jueces OYHANARTE y ARAÓZ DE LAMADRID en la causa "Kot” reposa,
en esencia, en la crítica a que la mentada acción pueda extenderse a los actos emanados de los
particulares. En efecto, a juicio estos magistrados, ella procede únicamente contra “los derechos
públicos subjetivos que el hombre tiene frente al Estado”.
Según se advierte, en relación con la primera disidencia, esta hace hincapié en la necesidad de que la
judicatura se circunscriba a la esfera da atribuciones pues, de lo contrario, si sobrepasara el
fundamental principio de "autocontención" anteriormente mencionado, podría incurrir en el “gobierno
de los jueces” con grave riesgo para la regla de la división de los poderes y la consiguiente
imprescindible armónica coexistencia entre estos. Sin embargo, el voto no mantiene una postura
irrestricta, dado que deja abierta la posibilidad de establecer excepciones ante "situaciones vitalmente
extremas” que, empero, no se encontrarían en la causa bajo examen. De igual modo, la crítica de los
jueces disidentes en la causa “Kot" no se dirige contra el amparo en sí, sino contra el hecho de que "el
bien jurídico invocado en la especie, carece de la entidad constitucional para que le sea aplicable dicha
doctrina”.
La matización recién efectuada es importante pues revelaría la existencia entre los jueces de un
consenso respecto de los títulos de la Corte Suprema a los fines de develar una acción como la aquí
comentada. Es que no debilita tal conclusión el hecho de que el caso no reúna las circunstancias
"vitalmente extremas” que justifiquen la medida (de existir aquellas, debería proceder) o que los
derechos conculcados solo procedan ante los ataques del Estado (basta hallarse ante tal supuesto para
que el recurso resulte admitido).
De cualquier modo, más allá del grado de consenso alcanzado de la medida al momento de su dictado
(en todo caso irrelevante atento su indiscutida aceptación posterior), parece incuestionable su carácter
proactivo. Pensamos que quien pondere con detenimiento el sentido de los términos empleados por la
Corte en estas resoluciones, no le será difícil concluir que resultaría ingenuo colegir que al "extraer"
esta “acción expeditiva y rápida”, solo tuvo presente el problema puntual de los actores. En efecto, el
tribunal, además de admitir los reclamos y ordenar poner fin a las restricciones impuestas a los
solicitantes, envió un mensaje a la sociedad y a los restantes poderes acerca del número, la índole y la
madera en que los derechos constitucionales deben ser inteligidos y aplicados en los casos concretos.
Lo hace, justamente, porque tiene en cuenta no tanto o no solo el caso concreto sino, más bien y como
se lee en la causa “Siri”, “la experiencia institucional del país”, de modo que corresponde al tribunal,
"en su actual composición y en la primera oportunidad en que debe pronunciarse sobre el punto”,
precisar las cuestiones, nada pequeñas. Desde luego al hacerlo, el tribunal supera las reservas sobre
todo de índole formal a que se hallan sometidos los jueces de grado. Ello puede causar cierta
perplejidad en una comunidad todavía apegada a una formación proveniente de la dogmática jurídica,
pero resulta inevitable si se abraza una perspectiva teórica alternativa y en cuanto es motivo de
examen en este capítulo, si se está dispuesto a admitir, con todas sus consecuencias, que la Corte no es
un tribunal de justicia más sino, también, un “Poder del Estado” llamado a resolver cuestiones que
exceden al caso concreto, bien que dicha tarea no puede llevarse a cabo de cualquier modo, sino
extremando la “ponderación y prudencia, lo mismo que en muchas otras cuestiones de su alto
ministerio" (causa “Kot”).
Entre las numerosas enseñanzas que dejan las sentencias glosadas y que le aseguran un puesto de
excepción en la historia jurisprudencial del país, cabe mencionar las que a continuación se refieren.
En primer término, la Corte "extrae” del texto constitucional un nuevo derecho. Recurre, a fin de
discernir la garantía en cuestión, al haz de títulos o bienes constitucionales innominados del art. 33
que, como ambicionaron preclaramente sus creadores (SARMIENTO Y VÉLEZ SÁRSFIELD), alude a los
derechos naturales de las personas. Sin embargo, en aras del logro de este objetivo, la Corte no solo
indaga en los textos nacionales, sino que, anticipándose con mucha anterioridad a la
constitucionalización de los instrumentos internacionales de protección de los derechos humanos,
apela a documentos de esa índole (art. 8, Declaración Universal de DDHH) en lo que, a nuestro juicio,
constituye una inequívoca ampliación de las fuentes del derecho entonces admitidas.
En segundo lugar, el tribunal recepta en el plano jurisprudencial la precursora visión de muestra mejor
doctrina de otorgar operatividad a los derechos fundamentales consagrados por la CN. De esta forma,
la mera positivización de estos títulos garantiza su aplicación a los casos concretos, con lo cual, por vía
jurisprudencial, se vuelve a extender el abanico de las fuentes de derecho: no solo es posible recurrir a
normas internacionales sino que es dable aplicar los propios textos constitucionales sin intermediación
de ley alguna y cuando las circunstancias así lo requieran, pues no resulta justificado privar a un
derecho constitucional patente e injustificadamente cercenado, como refiere HERVADA, de su
"garantía de efectividad”.
En tercer orden, la operatividad proprio vigore de los textos constitucionales corresponde que sea
hecha en los casos de especie en línea con lo que surge del documento constitucional. Así, en la causa
“Siri” se expresa que los jueces deben aplicarlos “en la plenitud de su sentido, sin alterar o debilitar con
vagas interpretaciones o ambigüedades la expresa significación de su texto”. Se está ante la necesidad
de una “maximización” (“optimización”, en el sentido alexyano) del contenido de los derechos
fundamentales, de suerte que estos no resulten traicionados por interpretaciones ajenas a su cabal
sentido.
Adicionalmente, las causas citadas regulan las características fundamentales del instituto al extremo de
que quien lea la consagración, primero legal y luego constitucional del amparo, advertirá sin mayor
esfuerzo la influencia que en aquella han tenido (y en determinados tramos, a la letra) las 2 sentencias
glosadas.
Por último, la Corte profundiza en cuanto a la manera de garantizar los derechos fundamentales. Al
respecto, la afirmación de que no es relevante el origen de la restricción a estos para dar curso al
amparo importa introducir, “efecto horizontal” de los derechos humanos. Estos no solo actúan frente a
los ataques de la autoridad pública (efecto denominado "vertical"), como fue la opinión clásica
(defendida por la disidencia en “Kot”) con fundamento en que era el poder del Estado el único que, de
ordinario, cercenaba dichos derechos, sino que también han sido reconocidos con el fin de defender al
individuo de cualquier ataque, incluido el proveniente de los particulares o de corporaciones privadas,
acaso actualmente tan o más poderosas que el propio aparato estatal.
2) La causa “Urteaga”. La función de “Poder del Estado” de la Corte Suprema en relación con el tema
de este apartado también es perceptible en la causa “Urteaga.
De modo preliminar el tribunal considera que la negativa de la Cámara de tratar la pretensión,
planteada bajo la forma de "acción de amparo de hábeas data", si bien resulta "ajustada a la literalidad
del texto constitucional”, revela un excesivo rigor formal que deja sin protección de derechos que bien
pueden encontrar amparo en la norma constitucional. De ahí que, asumiendo una clara posición
proactiva de consuno con su papel de máximo intérprete y custodio de los derechos constitucionales,
expresa que “el nomen iuris utilizado por el demandante no ata al juez, quien debe analizar los hechos
descriptos, la pretensión deducida, y juzgar aplicando el principio iura novit curia”.
En segundo lugar, la Corte reitera la doctrina cristalizada en la causa "Ekmekdjian” cuando señala que
“como principio la falta de reglamentación legislativa no obsta a la vigencia de ciertos derechos que,
por su índole, pueden ser invocados, ejercidos y amparados sin el complemento de disposición
legislativa alguna". Para el tribunal, esta conclusión armoniza con la idea ya mencionada de JOAQUÍN
V. GONZÁLEZ de que “las garantías constitucionales existen y protegen a los individuos por el solo
hecho de estar consagradas en la Constitución, e independientemente de las leyes reglamentarias”.
En tales condiciones, añade que "en particular referencia a la acción de hábeas data, la lectura de la
norma constitucional transcripta permite derivar con nitidez los perfiles centrales que habilitan el
ejercicio del derecho allí reconocido, motivo por el cual, la ausencia de normas regulatorias de los
aspectos instrumentales no es óbice para su ejercicio. Pues en situaciones como la reseñada, incumbe
a los órganos jurisdiccionales determinar provisoriamente -hasta tanto el Congreso nacional proceda a
reglamentación- las características con que tal derecho habrá de desarrollarse en los casos concretos".
Como añade el juez mencionado en último término, “es deber de esta Corte en ejercicio del rol
institucional que le cabe por ser la cabeza del Poder Judicial y el custodio último de los derechos y
garantías constitucionales, interpretar el art. 43 de la ley fundamental a fin de delimitar con razonable
flexibilidad los contornos de la novedosa garantía en análisis y otorgar al peticionario la plena
protección que ella establece, sin condicionar el ejercicio de aquella potestad reglamentaria que
corresponde al Congreso”.
De modo más escueto el juez PETRACCHI expresó con sustento, precisamente, en el citado caso “Siri”,
“que la vigencia del art. 43, párr. 3 de la CN debe ser asegurada por los jueces a pesar de la ausencia de
reglamentación legislativa”. De igual modo, el juez BOGGIANO afirmó que "el derecho del hábeas data
puede hacerse valer por cualquier vía procesal razonable, aun la incidental, hasta tanto una ley
reglamente su ejercicio (art. 28, CN)”.
Una vez más ante la mora del Congreso en reglamentar ciertas normas como, en el caso, la acción de
hábeas data que había sido consagrada al reformarse la CN en 1994, la Corte Suprema se vio en la
necesidad o, mejor, en la obligación, de asumir netas funciones de “cogobierno", en tanto “Poder del
Estado". Al igual que en la causa “Ekmekdjian", el tribunal es plenamente consciente de la
trascendencia del paso que se apresta a dar. Sabe de sobra que no está solamente resolviendo un caso
concreto. Reconoce que su sentencia se dirige también al Poder Legislativo que, en ese momento,
había visto vetado el Proyecto reglamentario del derecho constitucional en cuestión, pero que
tampoco desde entonces envió otro alternativo.
En tales condiciones, la Corte se apartó por partida doble del concepto tradicional o estático de la
"división de poderes": por un lado, le recuerda al órgano legiferante el incumplimiento de sus deberes;
por otro, le comunica a este y a la sociedad que ella misma cumplimentará dicho deber ante la
obligación que le incumbe de ser el custodio supremo de las garantías constitucionales si, en ciertas
circunstancias, ellas resultan ignoradas o cercenadas. Desde luego, el tribunal no postula un uso
“abusivo” de estas potestades que le son extrañas.
Descartado el modelo del juez “boca de la ley", no cabe asumir el del juez "cuasi legislador”, sino el del
juez “intérprete” del “profundo sentido constitucional” de los textos bajo análisis, el que si bien exhibe
una dimensión modesta, no es menos decisiva: el empleo de la facultad asumida por la Corte en los
casos estudiados es, en efecto, excepcional (a fin de salvaguardar derechos constitucionales
patentemente afectados), “provisorio" o "condicionado" (mientras no exista ley reglamentaria) y
limitado (se ciñe a concretar con “razonable flexibilidad” los "contornos” de las nueva garantía al caso
que le toca resolver), bien que, de hecho, la decisión marca un “tempo” a partir del cual la
reglamentación del derecho en cuestión deviene inexorable. Ello es lo que, finalmente, termina
sucediendo, al sancionarse poco tiempo después de emitida la decisión (en 1998), la ley de protección
de datos personales 25.326, del 4 de octubre de 2000.
CONCLUSIONES.
Las páginas precedentes, luego de recordar las distintas funciones interpretativas encomendadas a los
órganos del Poder Judicial, procuraron llamar la atención acerca del carácter de "poder" del Poder
Judicial y, en esa línea, examinaron la naturaleza de "Poder del Estado" de su cabeza, la Corte Suprema.
De seguido, mostraron algunas consecuencias que, para la materia interpretativa, se derivan de dicho
carácter, las que fueron ilustradas con el examen de ciertos precedentes del alto tribunal.
Tal dimensión suele suscitar alguna perplejidad en los restantes poderes y entre ciertos operadores y
técnicos jurídicos. Late aquí la tensión que va del juez “boca de la ley”, aspiración paradigmática de la
dogmática jurídica, al juez “cuasi legislador”, que en estas páginas se ha asociado al que se muestra
independiente del texto llamado a interpretar, ejerciendo una discrecionalidad puramente individual.
Frente a esos extremos se reivindica en este libro el papel del juez "intérprete", es decir el que con
“fecundo sentido constitucional” optimiza los textos constitucionales haciéndoles rendir frutos más allá
de su letra y del momento en que fueron creados.
El examen de los precedentes aspiró a dar cuenta de esa especial dimensión, bien reivindicada por la
teoría de la hermenéutica filosófica cuando reconoce que si bien, de un lado, se halla atada al texto a
interpretar, de otro, le cabe la tarea de desarrollarlo, esto es, y para decirlo con GADAMER, de
"complementarlo creadoramente”. En ese horizonte, los ejemplos abordados procuraron mostrar que
en las excepcionales circunstancias en las que el tribunal asumió tal papel (excepcionales tanto por la
escasa frecuencia con la que se presentaron dichos supuestos, cuanto por su extrema gravedad social),
no solo parece haber ejercido su función de juez “intérprete”, como se dijo en uno de esos
precedentes, con la “ponderación y prudencia” propias de su alto ministerio de modo de haber sabido
mantenerse dentro de la esfera del delicado y sutil equilibrio que diseñó la teoría de la división
funcional de los poderes, sino que, además, se advierte que ha contribuido, y de forma decisiva, al
esclarecimiento, defensa y desarrollo de las garantías constitucionales.
En dichos precedentes el tribunal contribuyó a marcar pautas novedosas en la relación interpoderes
del Estado y en el esclarecimiento de circunstancias dolorosas de la vida de la República, además de en
la comprensión, discernimiento y desarrollo de ciertos institutos.
Tales casos, que han pasado a integrar la “sal” de su magisterio constitucional, contribuyeron a elevar
el nivel moral de la comunidad al punto de que, más tarde el propio legislador ordinario, el
constituyente o incluso, el internacional, siguieron o adoptaron muchos de sus criterios.
Además del planteamiento teórico aquí desarrollado, no juzgamos inoportuno, sino de justicia,
recordar estos ejemplos de su mejor jurisprudencia como homenaje a su tarea, y al mismo tiempo,
como enseñanza y desafío para los muchos y graves retos que afronta la administración de justicia en
particular y nuestra sociedad en general, en el siglo que se transita.