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Revista Masónica
de Chile
AÑO XXXII - 1955

Nos. 7 y 8
Septiembre y Octubre

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GRAN LOGIA DE CHILE


ORIENTE DE SANTIAGO
REPUBLICA DE CHILE
208 REVISTA MASÓNICA DE CHILE
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Algunas consideraciones sobre


Selección Masónica
Hemos acogido con gusto la tarea de exponer algunas reflexiones sobre
el tema "Selección Masónica", no sólo porque lo consideramos de trascen-
dental importancia, sino porque a ello hemos dedicado muchos momentos de
meditación a través de nuestra vida masónica, y hemos sostenido no pocas
luchas fraternales a fin de extremar la cautela con que, a nuestro juicio,
debemos actuar los que, con mayor o menor grado, pero con igual respon-
sabilidad, debemos valorar las condiciones, facultades y antecedentes de los
profanos, que vienen a golpear la puerta de nuestros Templos, o de los herma-
nos que solicitan un aumento de salario.
Sin duda, es tarea delicada, difícil y trascendental la que nos corresponde
asumir, cuando de nuestra ponderación, criterio, valentía moral y equilibrio
de juicio depende el rechazo o aceptación de los anhelos o aspiraciones de un
profano, de un hermano o de cualquier semejante.
Qué de inquietudes y de dudas embarga nuestro espíritu cuando de
nuestra actitud pende un sí o un no que afectará trascendentalmente a un
hombre o a nuestra Respetable Orden.
Precisamente para ayudar a resolver estos problemas de conciencia a
que nos vemos a menudo abocados es que estamparemos algunas reflexiones
basadas en nuestra propia observación y experiencia.
Es preciso destacar, antes de continuar, que no pretenderemos dar nor-
mas, pautas o leyes fijas para la selección de nuestros cuadros y oficialida -
des. Ello sería imposible cuando se trata de elegir entre hombres de tan
distintas condiciones, preparación y sensibilidades, que deben servir una
causa común, aunque por muy diferentes caminos. Sólo queremos destacar
los elementos fundamentales que deberíamos tener siempre presente, y que,
a nuestro juicio, nos ubicarán en el justo punto de vista para que nuestra
decisión sea acertada tanto para el elegido como para la Orden.
La "Declaración de Principios" establece que la Francmasonería es una
institución "fundamentalmente filosófica"; "no es una secta ni es un par -
tido" ; "está formada por hombres libres", "que se dedican, usando métodos
tradicionales y simbólicos, a labrar su propio perfeccionamiento, mediante
el estudio de la ciencia y la investigación de la verdad", "a fin de ser útiles
al progreso moral, intelectual y material de la sociedad"; "considera que el
trabajo, en todas sus manifestaciones, es uno de los deberes y uno de los
derechos esenciales del hombre, y el medio más eficaz para el desenvolvi-
miento de la personalidad"; "combate la explotación del hombre por el
hombre, los privilegios y la intolerancia".
Hacemos notar que sólo hemos reproducido algunos conceptos de la
"Declaración de Principios", que consideramos más importantes destacar para
los fines de este trabajo.
Nuestros Rituales nos señalan, por otra parte, que la Francmasonería
"no es una contemplación pasiva del bien sino una lucha activa contra el
mal y el error", y nos impone la tremenda responsabilidad de ser guías,
ejemplo, maestro de hombres y soldados esforzados en la implacable lucha
del bien contra el mal, en cada una y todas sus manifestaciones.
La Francmasonería es un alma, tan grandiosa como el alma misma de
Dios, que necesita de los hombres como su medio único de expresión tempo-
ral y física. Cada uno de nosotros tenemos, pues, la abrumadora tarea de
llegar a ser en el mundo efímero y putrecible nuestro un pequeño y mise-
rable destello de su Gran Luz.
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La Francmasonería "elige hombres, los educa y disciplina", para el ser-


vicio de sus fines de Libertad, Igualdad y Fraternidad, en el más amplio y
estricto sentido. Pero es a nosotros, que somos la expresión tangible de la
Orden, que somos el medio a través del cual debe manifestarse su verda-
dero espíritu, a quienes corresponde elegir, guiar y ejemplarizar la educa-
ción y disciplina de nuestros semejantes, así como hemos sido elegidos, edu-
cados y disciplinados por nuestros mayores.
¿Cumplimos consciente, honrada y profundamente convencidos esta tras-
cendental y grave responsabilidad de elegir, preferir, escoger entre aquéllos
que posean las condiciones mínimas necesarias para la tarea de maestros y sol-
dados, de guías y ejemplos que nos señala la Orden? ¿Estudiamos serena y
objetivamente, libre de prejuicios y de sentimentalismos, las condiciones mora-
les, intelectuales y físicas de los que contribuiremos a proponer o iniciar o a
señalar para tareas y responsabilidades determinadas?
La respuesta la encontramos a menudo, y la vemos como un índice acu-
sador en las largas listas del "Boletín", en que aparecen siempre innumera-
bles rechazos de insinuaciones por "malos antecedentes", "malos informes",
"falta de condiciones" o cuando leemos la lista de los eliminados por "falta
de interés", por "inasistencia", y no pocos por delitos cometidos en contra
de nuestros principios más preciados. Y muchos son también los que vemos
en el mundo profano olvidar nuestros postulados y obligaciones más ele-
mentales, cuando no actúan en sentido totalmente opuesto, sin que ello
merezca de nuestra parte más que un comentario displicente o irritado,
pero sin mayor trascendencia, o un silencio más o una actitud de falsa
tolerancia, que más encubre una cobardía que una virtud.
¿Dónde está el principio y fundamento de los anotados males?
Sin duda, que la base de nuestra poca operancia, que el desgano o temor
de asumir una activa lucha contra el mal y el error, que la aplicación de
una tolerancia mal entendida y cómplice, la debemos encontrar en la poco
profunda y seria selección de nuestras huestes, en la que todos y cada uno
tenemos una grave responsabilidad.
Es penoso constatarlo, pero todos los males, deficiencias, inoperancias
de nuestra acción, tanto interna como externa, tienen como causa primera,
si no única, la selección poco profunda y estudiada de los hombres, para su
iniciación en nuestras prácticas y doctrinas como para la obtención d e
grados, responsabilidades y prerrogativas en la escala progresiva de nues-
tras enseñanzas.
Seguramente, no hay ninguno entre nosotros que no haya criticado
más de una vez la inercia de nuestra acción como institución, al contemplar
angustiado como día a día resurgen y se acrecientan a nuestro rededor las
fuerzas de la ignorancia y el error, la maldad y la hipocresía. Ninguno de
nosotros habrá dejado, en una ocasión, de lamentar la actitud profana o
masónica de algún hermano, pero hay muchos que no han pensado que en
todo ello tenemos directa y personalmente una seria responsabilidad, que no
siempre hemos asumido con entereza viril y con criterio libre e impersonal,
cuando tenemos que poner fin al mal, remediar su efecto, evitar que se
repita, fortalecer al débil o castigar al culpable, o elegir buenos soldados
para nuestra grandiosa causa.
Si hemos comprendido que el éxito de nuestra cruzada depende en
parte principal de una buena selección, veamos qué condiciones mínimas
debe reunir un profano para merecer que las puertas del Templo le sean
abiertas.
Nuestra Orden es una institución "fundamentalmente filosófica", vale
decir, que sus principios y métodos atañen directamente a la filosofía. En
otras palabras, nuestra institución fundamentalmente practica las ciencias
de las causas y primeros principios, estudia las leyes de la naturaleza y ana-
liza la bondad o malicia de las acciones humanas, para educar y disciplinar a
sus adeptos y hacerlos eficaces en la lucha contra el mal y el error y
elementos últimos al progreso moral, intelectual y material de la sociedad.
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Desde luego, esta condición esencial de nuestra institución ya exige de


todos y cada uno de sus miembros una naturaleza inquieta y desp ierta a
todos los problemas del espíritu y del intelecto, y obliga a poseer una
cultura mínima general, que haya hecho posible despertar la inquietud
intelectual. La torpeza mental, la pura contemplación pasiva de los fenóme -
nos naturales y espirituales, la impermeabilidad a todo lo met afísico, sin
duda, son condiciones total y absolutamente negativas para estudiar, com-
prender y divulgar nuestras doctrinas. No se necesitan sabios ni filósofos
profundos, pero sí hombres capaces de llegar a comprender los fundamentos
filosóficos de nuestra Orden, y hacerlos realidad en la órbita de nuestro
pequeño mundo personal, al menos.
La Francmasonería "no es una secta ni es un partido", "está compuesta
por hombres libres". Esto nos impone la obligación de elegir entre aquéllos
que ya en su vida profana hayan dado muestras de independencia moral y
de comprensión amplia; entre aquéllos que ya hayan iniciado de algún
modo su propia liberación de los prejuicios vulgares de que hacen presa al
hombre las sectas oficiales y dogmáticas, los partidos políticos intransigentes
y caducos, o la educación de leyes fijas y añejadas.
No se puede esperar que un profano que jamás haya tratado de buscar
libremente su propia verdad, que no haya manifestado poseer un senti -
miento inclinado a la justicia y la equidad, adquiera estas condiciones, por
el solo hecho de ejercitar nuestros rituales o sentarse entre columnas. No
olvidemos que nuestra institución no es reformatorio, que no puede crear
algo de la nada, que cualquiera piedra no es apta para ser pulida, que
cualquier barro no es arcilla modelable. Nuestra Orden educa y disciplina
sólo a aquéllos que tienen alma, espíritu e intelecto capaces de ser guiados
y disciplinados.
Los simplemente buenos en el sentido pequeño y vulgar de la palabra,
no dejarán jamás de ser simplemente buenos hasta el fin de sus días, pero
nunca serán buenos obreros de nuestro templo en construcción, nunca serán
buenos soldados de activa lucha contra el mal y el error, nunca serán maestros
de sus semejantes, y, por el contrario, siempre constitui rán un lastre para
la marcha de nuestras huestes.
Nuestra Orden es una escuela en la que sus miembros "se dedican, usando
métodos tradicionales y simbólicos, a labrar su propio perfeccionamiento,
mediante el estudio de la ciencia y la investigación de la verdad". ¿Basta
entonces, que un amigo, un conocido, un recomendado o un semejante cual-
quiera sea simplemente bueno para que las puertas del Templo le sean
abiertas? Absolutamente, no. Es indispensable, es condición sine qua non
que, además, posea esa inquietud de espíritu, esa capacidad de intelecto
que de algún modo lo haya empujado a satisfacer sus dudas y sus angus-
tias, aunque sus pasos hayan sido los de un ciego en las tinieblas. Es nece-
sario que posea el sentido natural de un ser inteligente, despierto y activo,
que haya nacido con las condiciones mínimas para hurgar y comprender nues-
tras tradiciones, para estudiar y descifrar nuestros símbolos, que intuya, al
menos, el mensaje de la ciencia y la verdad.
No olvidemos que el concepto de hombre bueno de la Francmasonería es
muy diferente al concepto de bondad profana. La Orden necesita y prefiere
al hombre bueno convertido en tal por convicción, después del estudio d e
la ciencia y la investigación de la verdad; que al bueno por pobreza de
espíritu o por incapacidad de ser malo.
La Orden tiene como fin hacer hombres "útiles al progreso moral, inte-
lectual y material de la sociedad". ¿Qué actividad útil podemos esperar de
seres tímidos o abúlicos, de intelecto torpe o ignorante, de sensibilidad em-
botada o sensiblería vulgar, de preocupaciones pequeñas e intrascendentes,
aunque pudieran ser considerados como buenos profanamente? ¿Cómo seres
tristemente dotados por la naturaleza podrían influir activamente en el pro-
greso de la sociedad? ¿En qué forma podrían inspirar útilmente a sus seme-
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jantes y transformarse en sus maestros? ¿Qué meta podrían señalarles si


ellos mismos no vislumbran nada más allá de su mundo limitado y mezquino?
Nuestra Orden "considera el trabajo en todas sus manifestaciones", "como
el medio más eficaz para el desenvolvimiento de la personalidad", es decir,
de la persona que se ha diferenciado de los demás por sus condiciones y
aptitudes positivas, aunque su personalidad esté aún inculta e indisciplinada.
En otras palabras, los elegidos deben haberse destacado entre sus seme-
jantes de algún modo que indique deseos y condiciones de superación, sin
egoísmos ni intereses bastardos. Los seleccionados deben haber demostrado
ya en su vida profana que poseen carácter, intelecto y sensibilidad capaces
de ser desenvueltos hacia una personalidad como la que busca y necesita
nuestra causa, la que "combate la explotación del hombre por el hombre,
los privilegios y la intolerancia". La Orden no puede ni debe elegir entre el
montón de seres mediocres y obscuros que, desgraciadamente, puebla la faz
de la tierra. Necesita soldados de nervio y de espíritu, que estén dotados
para descubrir sus misterios y hacerlos realidad. Cualquiera puede trenzarse
en un combate, pero sólo triunfarán los mejor inspirados. Nuestros soldados
deben ser, pues, elegidos para cada uno y todos los puestos de combate,
entre los que hayan demostrado condiciones fundamentales para ello, porque
nuestra Orden tiene el imperativo de triunfar, para bien de todos los hom-
bres, aún para aquéllos que no tienen condiciones para la lucha ni les inte -
resa nuestro triunfo.
Creemos necesario destacar otro aspecto de la selección de nuestros
cuadros. Muy a menudo escuchamos o decimos que, a pesar de los grados y
prerrogativas que alcanzamos en la Orden, siempre seguimos siendo apren-
dices. Esta forma expresional encierra una gran verdad, si con ella quere-
mos significar que siempre poseemos inquietud por aprender cada día algo
nuevo, que nuestro espíritu busca a cada momento una lección más en las
inagotables enseñanzas que nos brinda la vida y la Francmasonería. Importa
una gran verdad si estamos llanos a aceptar de cualquier hermano una
insinuación, un consejo o una crítica bien intencionados. Es una gran verdad
si reconocemos el derecho y la obligación de nuestros hermanos para señalar,
sancionar y castigar nuestras faltas, negligencias o extravíos, cualquiera que
sea nuestra edad masónica y nuestras prerrogativas. Esa alocución es sincera
si soportamos con entereza que el proceso de selección siga vigilando nues-
tros pasos. Cada día morimos un poco, pero también cada día renacemos un
poco, y puede ocurrir que en una ocasión renazcamos con fuerzas perdidas o
cansadas, con espíritu menos inquieto y más opaco y que hayamos perdido
las condiciones necesarias para continuar en las filas de los seleccionados
para la tarea en que estamos empeñados.
Por desgracia, no siempre somos sinceros cuando expresamos que segui-
mos siendo aprendices; muchas veces encubre una falsa modestia, pues basta
que algún hermano, con la mejor intención y mayor razón nos señala un
desfallecimiento o una falta para que nuestro orgullo y vanidad se rebelen, e
invoquemos grados, prerrogativas o años transcurridos desde nuestra ini-
ciación ritualística.
Creemos que la selección que la institución hace de sus miembros no
termina con la iniciación ritual, sino que es un proceso que debe renovarse
cada día respecto de todos y cada uno de los hermanos.
Nos conmueve profundamente todo cuanto existe y en lo más pequeño e
insignificante vemos y sentimos el hálito de Dios, Sé que el ser humano está
más cerca de todo lo creado de su gran espíritu. Pero estamos firmemente
convencidos que todo está y debe permanecer sometido a una escala de valo-
res. Cada ser y cada cosa en su justa órbita es irreemplazable, y refleja la
presencia misma del Todopoderoso. Sabemos que si es posible apreciar el
bien es porque existe el mal; sabemos que si hay hombres ilustres y bri-
llantes es porque la mayoría somos limitados y opacos; sabemos que una
manzana podrida puede podrir a muchas, y un alumno negligente atrasa el
progreso de todo un curso.
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No despreciamos ni subestimamos a ningún semejante, y creemos que


todos y cada uno de los hombres sirven a un destino indescifrable aún. Pero
también sentimos, como un dogma de fe, que el peor crimen que podemos
cometer contra un ser y los designios del Gran Arquitecto es gravar a un
hombre con responsabilidades que es incapaz de afrontar, o señalarle tareas
para las cuales no posee las condiciones naturales necesarias.
¿Cuántos no han llegado a golpear las puertas de nuestros Templos, con
la mayor unción, con la más grande esperanza, y después, llenos de ver-
güenza, temores o complejos se han alejado, por no poseer las inquietudes, la
sensibilidad ni la capacidad para comprender nuestra institución, y hacer suya
nuestra lucha?
Una mala elección produce más daño que lo que imaginamos, tanto para
el mal elegido como para nuestra Orden. Una mala elección, por negligencia,
comodidad o cobardía nos debía hacer tanto o más responsables ante nuestra
conciencia y ante nuestros hermanos, como cualquiera otra acción
condenable. Desgraciadamente, no ocurre así, porque esta responsabilidad se
diluye, se oculta o se disculpa, invocando una mal comprendida y peor
ejercida tolerancia.
Que estas palabras, que sólo han dictado nuestra fe en los principios
de la Orden, y nuestros más fervientes deseos de justicia y comprensión
humanas, nos haga meditar honda y profundamente, en que muchas de
nuestras más caras aspiraciones sólo se cumplirán cuando los elegidos sean
los mejores. Que estas reflexiones nos hagan meditar que es a nosotros mis-
mos a quienes corresponde elegir y, por lo tanto, que de nosotros depende
en parte muy importante acallar nuestras propias críticas y hacer triunfar
los ideales que hemos jurado defender.
E. O. S. — Resp. Lo. N.o 8.

Canción del Aprendiz

El Símbolo Masón Aprendices sigamos la senda


de la Fraternidad que trazaron Hermanos de ayer;
unidos nos tendrá eternamente. porque sólo las Almas que luchan
Cubiertos del Mandil son felices y encuentran el Bien.
busquemos la Verdad
con Ciencia y con Trabajo En las horas tortuosas profanas
(humildemente. laboremos con Sello Masón,
porque él nos guiará
Somos en el Taller hasta el gran Cénit
la Piedra a desbastar fuertes por el Amor.
que sólo pulirá perfectamente Salud, Fuerza, Aprendices,
el Mazo y el Cincel Salud, Fuerza y Unión.
sincera Voluntad
que aporta toda Inteligencia fiel. D. N. D.— Resp. Lo. N.o 61

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