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Logia Perseverancia 118

Valle de Coyhaique

Las Virtudes del Aprendiz. Su aplicación en Logia, la Familia y la Sociedad.

R:. Maestro y QQ.HH:.

Preludio:

No existe un catálogo de virtudes ni tampoco una priorización de ellas.


A veces se mencionan expresamente, como es el caso de la honradez; otras
están implícitas y surgen naturalmente en función de los fines que persigue la
Orden. Ser justo, ser estudioso, ser fraternal, requiere de la virtud de la
perseverancia. Pero a su vez los mismos valores en sí ya son virtudes o fuerza
que nos mueve a actuar para conseguir un propósito.

Si bien la honradez es una virtud. Pero, la honradez ordinaria no basta


para obtener el favor de la iniciación. Desde luego anticipamos que la
honradez es una virtud muy apreciada por la Orden. Ésta debe estar presente
en el trabajo de selección de la persona que queremos incorporar a nuestras
filas. Sin embargo dada la exigencia mencionada, debe perfilarse, de tal
forma, que nos permita ver que el postulante está sobre la medianía del
hombre común; por eso es necesario conocer su historia personal y familiar.
El hombre es producto de su medio, de su educación y formación familiar. Es
un ser incipiente, que recién comienza su caminar por la vida; lleva sobre sí el
peso de conductas que pueden ser cuestionables, virtudes precarias y
muchos defectos. Es por eso, que lo asimilamos a una piedra bruta, deforme,
sin pulir. No obstante ello, la realidad cotidiana demuestra que, dentro de
este piélago de hombres comunes, hay excepciones, que muestran aristas
que son positivas, un hombre que ya se destaca de entre sus congéneres, por
sus talentos personales, que demuestren una potencial capacidad de
liderazgo. Desde luego, a partir de esta diferencia, comienza el trabajo de
depuración del postulante; ya podemos discriminar positivamente en nuestra
selección, porque, es un hombre de bien, interesado en sí y en su comunidad;
ya está sobre la honradez ordinaria, o sea, se advierte inquietud de
superación personal y social. Implica que el examinador debe conocer cuáles
son las inquietudes intelectuales del postulante, requisito básico, toda vez
que la Francmasonería, es una institución docente, que tiene por objeto el
perfeccionamiento del hombre y de la humanidad y se requiere gente ávida
de conocimientos, con arraigado hábito de la lectura, como medio para
alcanzar la luz del entendimiento; no debemos tampoco olvidar que,
naturalmente, el hombre es un ser político, porque vive en la polis y
reclamamos de él un compromiso con la sociedad, pues, en el proceso de
aprendizaje de intramuros, se le prepara, aunque no se diga explícitamente,
a ser ciudadano capaz de influir o de direccionar la sociedad donde vive,
hacia la búsqueda de la justicia y la igualdad y de los otros valores que
conforman el tejido axiológico de la Orden. La perseverancia, es otra virtud,
ya que la Orden pide a sus adeptos mantenerse constante en la tarea de
aprender, a no cejar en el uso de las herramientas del grado. Son muchas las
virtudes que deban armar la estructura personal de un aprendiz de masón,
como veremos, pero que, de alguna forma, el postulante en potencia ya las
trae consigo. En el Templo, con mazo y cincel, voluntad e inteligencia, dará
formar armónica a su propio ser, al conocimiento de sí mismo, ser crítico de
su entorno, para avanzar en el camino de la perfección, descubriendo sus
fuerzas interiores para allanar el camino.

Desarrollo:

Al hablar de virtudes estamos hablando de la fuerza interior, del fuego


que mueve la caldera de la perseverancia para avanzar, sin claudicar, en la
tarea del auto perfeccionamiento moral e intelectual. Desde que se ha
abierto la puerta de la iniciación, en que se nos permite tener acceso a los
misterios que entrañan enseñanzas esotéricas, acceso a los principios y
valores, a los símbolos logiales, comenzamos a caminar por un camino, al
comienzo pedregoso, pero que cada vez, se hace más llano, pues, de
aprendizaje tras la sabiduría que es la luz que ilumina el camino. Las virtudes
del iniciado, que están en cierne, se potencian, se liberan con el aprendizaje
constante, se hacen visibles, plasmando, poco a poco, un comportamiento
altruista que debe penetrar en la sociedad para direccionar a su pueblo hacia
la sociedad justa y humanitaria que deseamos. Es por eso que se nos instruye
que el candidato no sólo debe ser honrado, si no que ya debe demostrar que
está sobre el común de la gente. Sobre este punto me detendré brevemente.
El hombre honrado es el que goza de buena fama y opinión, adquirida por la
virtud y el mérito. O sea, no es el hombre común y corriente. Y si pensamos
en el hombre, lo estamos haciendo en el ser social que somos. En este caso,
que se preocupa de su comunidad, de su familia, de sí mismo y por lo demás,
de manera que, si no es así y continúa siendo un hombre corriente, no
debiera ser invitado a nuestra mesa. Ello tiene una explicación pragmática. Al
templo se ingresa a aprender, a estudiar y el que no tiene el hábito o la
inquietud por el saber, lo más probable es que termine desertando de
nuestras filas.

El examinador debe constatar que estas virtudes están potencialmente


presentes en el candidato: pero, como ello es una apreciación subjetiva la
posibilidad de yerro es frecuente.

Obviamente, mientras más virtudes se liberen del incipiente


caminante del derrotero masónico, mejor será. Pero, como se dijo, además,
es necesario que el postulante tenga ya un camino de vida recorrido, porque
en la terea de conocerse asimismo, debe comparar los valores ideales
aportados por la Orden, con su propia experiencia de vida y corregir lo que
malamente pudo haber adquirido. Debe ser auto crítico. Así, se hace el
aprendiz masón, golpe a golpe. Eso significa que el hombre pasivo,
indiferente con el medio en que vive y convive, no es un buen postulante. Por
el contrario, si está comprometido por el bienestar de su pueblo, de su
familia, hay atisbo, ya de un ciudadano, que pulido de las aristas de su rústica
vida, puede dar más de lo que ya ha demostrado.
He aquí que cobra sentido el emblema de la piedra bruta, que es un
objeto rústico, sin formas definidas, que comienza gradual y sutilmente a
desgastarse con el aprendizaje personal, con el propósito de integrar la
estructura del edificio personal y social que soñamos con construir hasta
llegar, como lógica consecuencia, a una sociedad libre y fraternal.

Hay otra virtud que los masones valoramos, es el espíritu crítico, su


capacidad de investigar, a través del intelecto para superar las
contradicciones que visualiza desde su óptica personal, sobre la sociedad y
de sí mismo. Nosotros estamos abocados a la búsqueda de la verdad, que es
un desafío tremendo. No se trata de un pensamiento abstracto, autónomo,
alejado de la realidad social. No somos anacoretas. No somos burbuja de
meditación. Por el contrario, tenemos los pies puestos en la tierra. No somos
un principio y un fin en nosotros mismos. Sólo Dios puede darse ese lujo.
Somos un medio para influir en el mundo exterior. Los masones somos seres
sociales. El desiderátum, es el cambio social. Traigo a colación un párrafo de
un trabajo titulado: El Trabajo del Aprendiz en la cantera: El trabajo masónico
consiste simbólicamente en perfeccionar la existencia humana a través de un
proceso permanente de transformación, de evolución constante y de
búsqueda del pensamiento independiente, de la perfección, el crecimiento
interior y la sabiduría.

Entonces, el estudio es otra virtud que los masones destacamos. Es


obvio, nos abre los ojos al conocimiento, de qué soy, qué somos, cual es mi
propósito en mi vida. Esto es posible solo mediante la pesquisa y ello implica
estudiar.

Una comunidad hermanal, sólo será posible con justicia e igualdad.


Conseguidos estos propósitos, inexorablemente, nos acercaremos a la
libertad, entendida como potestad, para elegir los mejor para el colectivo,
para la gente que apreciamos. No es una libertad ilímite, porque ésta puede
llegar a ser vacía y estéril, ya que podría alejarse del compromiso personal y
colectivo de la sociedad en que se vive. Una persona en el marco de esa
libertad sin límite podría optar por la vida solitaria y huir hacia la soledad.
Esta persona no nos sirve y es probable, que termine perdiendo el juicio.
Somos parte de una sociedad. Nadie puede vivir ajeno a ella. De manera que
si el grupo social goza de buena salud, sus integrantes, individualmente
considerados, también. Desde esta óptica los masones somos políticos. Lo
que se prohíbe en los templos es la discusión política partidista. Fuera de ello
nada está vedado al conocimiento. Es por ello, que importa que los
aprendices tengan activa participación en las tenidas, para conocer su propio
nivel de conocimiento y madures que han alcanzado. En el proceso dialéctico,
de intercambio de ideas, en las antípodas, puede estar la respuesta que él
busca. Cada idea aporta retazos de verdad, que pueden eclosionar en una
síntesis. Eso hace crecer al masón y por supuesto, al aprendiz interiormente.
Se requiere, eso sí, un grado importante de tolerancia, que es otra virtud que
debemos practicar. Saber escuchar, respetar y luego, con el mismo respeto,
opinar. En suma, las virtudes masónicas están asociadas a otros valores, como
la fraternidad, a aprender como sentimos al otro como hermano, buscando
sus capacidades y bondades, dando a él las nuestras; el sentido de justicia,
esto es, dar a cada uno según sus necesidades y capacidades y la virtud de la
igualdad, en cuanto al trato equitativo en el acceso a los derechos
fundamentales del ser humano, a la no discriminación por causas sexuales,
de credo o raza. Estas virtudes no pueden estar ausentes de la personalidad
de un aprendiz.

Otra virtud que debe acompañar al postulante a aprendiz, es su


compromiso con la sociedad en que vive, como ya anticipábamos. Si es
indiferente a sus problemas y se encierra en un individualismo e indiferencia,
su actuar sin duda será improductivo. No podría estar en nuestras filas. Por
eso, en la práctica, es un buen baremo, saber si le interesa leer, qué lee, para
determinar su inquietud por el conocimiento, principalmente, conocer la
causa de los males sociales. Si hay injusticia, si hay desigualdad, si hay
ausencia de libertad, debe toda persona, a lo menos, conocer qué motiva
este desbalance, para corregir sus perniciosos efectos. Ahora, si conoce la
etiología y nada hace, creo que la respuesta es obvia. Estaría en la antítesis de
un aprendiz masón, porque entre otras tarea, toda persona debe estar, de
alguna manera, integrada a la sociedad y a lo menos, practicar la solidaridad
humana.

Nosotros postulamos la adhesión a la igualdad, a la fraternidad y la


libertad.

Los principios que he mencionado, todos sin excepción, tienen un


fondo profundamente ético. Entonces, la conciencia de qué es la libertad y
por qué luchamos por ella, es una virtud; la conciencia de la igualdad y por
qué es necesario instalarla en la sociedad, es una virtud y finalmente, la
conciencia de la hermandad y por qué es necesaria su presencia universal,
también es una virtud o fuego interior que debe movilizarnos, tanto a los
aprendices como a todos los masones para lograr nuestros caros propósitos.
El mazo, que representa la fuerza creadora, vale tanto dentro como fuera de
nuestros Talleres; el cincel, como inteligencia creadora permite abrir nuevos
espacios en el camino anhelado. Mazo y Cincel, dos herramientas básicas, dos
virtudes inseparables en la labor del aprendiz.

Epílogo:

En razón a lo ya expuesto concluyo diciendo que los valores masónicos


en sí, son virtudes, pues tienen la aptitud de seducirnos e inclinarnos a hacer
el bien y también hay vectores eternos, que nos empujan a alcanzar estos
valores. En el presente trabajo sólo destaqué algunos y de acuerdo a lo
pedido, termino haciendo tres preguntas:

1.- ¿Se puede ser tolerante con la intolerancia?

2.- ¿Puede ser postulante a masón una persona común y corriente?

3.- ¿Puede ser masón una persona sin inquietudes intelectuales?

Gracias.

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