No podríamos entender la figura de Tomás de Aquino sin hablar de las universidades medievales, en algunas de las cuales sobresalió como profesor. Las universidades medievales surgieron a partir del siglo XII para dar respuesta al incremento de la demanda de profesores en las escuelas catedralicias. Estas escuelas cobraron gran auge y provocaron la difusión de la cultura entre los laicos, precisamente porque, aunque destinadas a la formación de los canónigos, fueron en realidad escuelas libres, frecuentadas por gentes ajenas a la catedral; estaban dispuestas a acoger a todos aquellos que se interesaran por la vida intelectual y la cultura. Se convirtieron en escuelas urbanas. Y en ellas comenzaron a divulgarse las nuevas fuentes del saber, procedentes de otras culturas ajenas a la cristiana medieval latina. La institución de la licentia docendi permitió aumentar el número de maestros y el de programas que debían explicarse. Este fenómeno tuvo como consecuencia que a fines de siglo los maestros y los alumnos se asociaran en la Universitas magistrorum et scholarium, originando la institución que se convirtió, desde entonces, en el gran centro de estudio y difusión del saber en sus diversos ámbitos: La Universidad. Sancionadas por una Carta Magna (concedida por la Iglesia o por un Rey), la cual permitía su creación, y dotadas de Estatutos e instituciones de gobierno propias, las Universidades medievales adoptaron la estructura de facultades, entre las que podemos citar las de Artes, Derecho, Medicina y Teología. Las universidades más antiguas son las de Bolonia (1158), París (1180), Oxford (1214), Nápoles (1224) y Salamanca (1239). La más famosa es la de París, que, protegida especialmente por el Papado, se convierte en el baluarte fundamental de la ortodoxia católica. Los filósofos y teólogos más renombrados del siglo XIII pasan por sus aulas: Alejandro de Hales, san Buenaventura, san Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, Sigerio de Bravante, Enrique de Gante, Raimon Llul y Duns Scoto. En este contexto universitario debemos situar la Summa Theologiae, obra en la que la exposición de la doctrina cristiana responde a los métodos usados por los maestros medievales. Después del enunciado de una cuestión, Tomás propone las preguntas que deben hacerse sobre ella. Son los diversos artículos, cuyos títulos originales están colocados en ese lugar. Así pues, cada artículo se introduce con una pregunta a la que se trata de dar una respuesta en base al método escolástico.
Lugar del autor en la historia de la filosofía.
Influencias recibidas. Santo Tomás (c. 1225-1274) es el más importante filósofo cristiano y en él culmina la llamada escolástica. Aunque su obra es ciertamente original, no es difícil señalar las fuentes de su pensamiento. Veamos las más destacadas. Platón tiene cierta presencia en el pensamiento de Santo Tomás, como es el caso de la doctrina platónica de la participación, que nuestro autor tomará para explicar la relación entre Dios y las criaturas, o su huella en la Cuarta Vía para la demostración de la existencia de Dios, la Vía por los grados de perfección. Pero sin duda, la influencia más importante de la filosofía griega en el pensamiento de Tomás de Aquino es la de Aristóteles, al que cita en sus obras como “El Filósofo”. La gran afinidad de Aristóteles con la filosofía de Santo Tomás se manifiesta en casi todas las áreas de la filosofía, aunque matizadas y completadas por su concepción cristiana de la realidad. El pensamiento medieval dejó también su huella en la filosofía de Santo Tomás, desde filósofos árabes como Avicena (siglo XI) (en su distinción entre esencia y existencia, y la tercera vía, de lo contingente a lo necesario) y Averroes (siglo XII), al hebreo Maimónides (siglo XII), muy apreciado por Santo Tomás entre otras cuestiones por su defensa de la creación del mundo de la nada y por su forma de entender las relaciones entre la fe y la razón. Es importante destacar la figura de Averroes porque Santo Tomás tuvo que enfrentarse a sus seguidores cristianos (averroísmo latino) para mostrar que las interpretaciones que éstos ofrecían de Aristóteles relativas al origen del mundo y a la inmortalidad del alma eran erróneas, y así justificar la posibilidad de aceptar la filosofía aristotélica desde la perspectiva cristiana. También la polémica contra la teoría de la doble verdad de los averroístas le permitió hacer una defensa de la armonía entre los dos órdenes de conocimiento, problema que tanto preocupó al pensamiento medieval, el orden de conocimiento racional (la filosofía) y el orden de conocimiento sobrenatural (la religión). Por supuesto, los textos fundamentales del cristianismo, la Biblia y los Decretos de los Concilios y los Papas, fueron para él motivo de inspiración y de enseñanza; pero, limitándonos al pensamiento cristiano, y, aunque su conocimiento de las fuentes era enciclopédico, las más importantes influencias son San Agustín (354-430) (en la relación de los atributos de Dios, idea de la creación, la tesis de la inmaterialidad del alma o el problema de la libertad y el mal) y Pseudo- Dionisio (siglo V), que le influye en los aspectos neoplatónicos de sus obras, como el concepto de participación y la cuarta vía), y San Alberto Magno, que lo introdujo en el conocimiento de Aristóteles y le mostró la posibilidad de hacer de él una lectura compatible con el dogma. Repercusiones Tras su muerte, hubo una importante oposición a su filosofía, particularmente de los franciscanos, que reivindicaron a San Agustín como el más fiel exponente del punto de vista cristiano; la oposición culminó en la condena de algunas de las doctrinas tomistas por parte de las autoridades eclesiásticas de París y Oxford en 1277. Sin embargo, pronto se vio que el miedo a su pensamiento era infundado y tras la canonización de Santo Tomás en 1323, el tomismo se fue extendiendo paulatinamente, primero entre los dominicos –orden religiosa a la perteneció Tomás de Aquino– y posteriormente fuera de la propia orden. Su teoría de la ley natural influyó en el siglo XVI en la Escuela de Salamanca (principalmente Francisco de Vitoria ((1483-1546), que desarrolló el “derecho de gentes” y al que algunos consideran el creador del Derecho Internacional)) y en el llamado Iusnaturalismo (Hugo Grocio (1583-1645)). También influyó en la filosofía moderna a través de las Disputaciones metafísicas de Francisco Suárez (1548–1617), y así, aunque muy alejados, e incluso opuestos a Santo Tomás en muchos temas, su presencia es innegable en Descartes, que utilizó las pruebas tomistas por la causalidad eficiente y por la contingencia, aunque con importantes modificaciones, para la demostración de la existencia de Dios, o en Leibniz que, con el mismo fin empleará la tercera vía (lo posible y lo necesario). La aparición de nuevos sistemas filosóficos a partir de la Edad Moderna eclipsó el pensamiento tomista; pero en el siglo XIX un grupo de pensadores, inspiradores de la encíclica de León XIII Aeterni Patris (1879) en la que se defiende el pensamiento de Tomás de Aquino como el más adecuado al cristianismo, marcó la renovación de su pensamiento en lo que se ha dado en llamar neotomismo o neoescolástica. Los principales representantes de la neoescolástica contemporánea son J. Maréchal, J. Maritain y E. Gilson.