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Julio Verne
Julio Verne
Una noche, mientras observaba la luna llena, el Profesor notó algo que alteró el curso de
su vida: la superficie lunar no solo reflejaba la luz del sol, como dictaban los principios
aceptados de la astronomía, sino que también parecía emitir un resplandor propio, sutil
pero inequívoco. Intrigado por este fenómeno, Meriweather ajustó su instrumento para
estudiar este brillo en detalle. Lo que descubrió fue asombroso: las formaciones y los
colores en ciertas partes de la luna parecían replicar, con asombrosa precisión, las
características geográficas de la Tierra.
Consumido por su hallazgo, Meriweather empezó a documentar, noche tras noche, las
similitudes entre ambos cuerpos celestes. Montañas, ríos, incluso formaciones que
parecían copias exactas de los bosques y las ciudades de la Tierra se revelaban en el
espejo lunar. Sin embargo, sabía que la comunidad científica recibiría con escepticismo,
si no con burla, su descubrimiento. Necesitaba una prueba irrefutable antes de poder
presentar su teoría al mundo. El Profesor decidió entonces embarcarse en una misión:
demostrar que la Luna es un reflejo detallado y misterioso de nuestro propio planeta.