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Sin esa atracción, prosigue Hooke, los cuerpos celestes se moverían en línea
recta, pero ese poder gravitacional curva sus trayectorias y los fuerza a moverse
en círculos, elipses o alguna otra curva.
Así, Hooke intuyó la existencia de una gravitación universal y su relevancia al
movimiento de los astros, pero su descripción no pasó de ser puramente
cualitativa. Del planteamiento profético de Hooke a un sistema del mundo bien
fundamentado y matemáticamente riguroso, hay un largo trecho que sólo un
hombre en aquella época podía recorrer.
Tal era el panorama de la mecánica celeste cuando Newton, alrededor de 1685,
decidió atacar el problema del movimiento de los planetas utilizando un
poderosísimo formalismo matemático que él mismo había inventado en su
juventud —el cálculo diferencial e integral— logró demostrar que las tres leyes de
Kepler son consecuencias de una atracción gravitacional entre el Sol y los
planetas.
Todos los cuerpos en el Universo se atraen entre sí gravitacionalmente. Newton
descubrió que la fuerza de atracción entre dos cuerpos es proporcional a sus
masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa.
Así, si M1 y M2 son las masas de dos cuerpos y R la distancia entre ellos, la
fuerza F con la que se atraen está dada por la fórmula:
donde G es la llamada constante de la gravitación.
Newton publicó sus resultados en su famoso libro intitulado Philosophiae Naturalis
Principia Mathematica, cuya primera edición data de 1687; la física teórica había
nacido.
La gravitación es el cemento del Universo. Gracias a ella, un planeta o una estrella
mantiene unidas sus partes, los planetas giran alrededor del Sol sin escaparse, y
el Sol permanece dentro de la Vía Láctea. Si llegara a desaparecer la fuerza
gravitacional, la Tierra se despedazaría, el Sol y todas las estrellas se diluirían en
el espacio cósmico y sólo quedaría materia uniformemente distribuida por todo el
Universo. Afortunadamente, la gravedad ha permanecido inmutable desde que se
formó el Universo y es una propiedad inherente a la materia misma.
LOS CUERPOS OSCUROS DE LAPLACE
Durante el siglo que siguió a su publicación, el libro de los Principia fue
considerado una obra monumental erigida por su autor para honrar su propia
memoria, pero accesible sólo a unos cuantos iniciados. Se decía que Newton
había publicado sus cálculos en forma deliberadamente difícil, para que nadie
pudiera dudar de la magnitud de su hazaña científica.
Sin embargo, el valor de los Principia era tan evidente que la obra empezó a
trascender del estrecho círculo de discípulos de Newton y llegó al continente
europeo, y muy especialmente a Francia, que se encontraba en aquel entonces en
pleno Siglo de las Luces. El escritor y filósofo Voltaire visitó Inglaterra durante los
últimos años de vida de Newton, cuando la física del sabio inglés se había
consolidado plenamente en su patria. Voltaire entendió la gran trascendencia del
sistema newtoniano y se encargó de introducirlo en Francia; no entendía de
matemáticas, pero convenció a su amiga y musa, la marquesa de Le Chatelet, una
de las mujeres matemáticas más destacadas de la historia, de que se interesara
en la obra de Newton. La marquesa tradujo los Principia al francés y, tanto ella
como sus colegas Maupertuis, D'Alembert y otros contribuyeron a propagar la
nueva ciencia.
Era necesario, sin embargo, reescribir a Newton en un lenguaje matemático más
claro y manejable. La culminación de esta labor quedó plasmada en la gigantesca
obra de Pierre-Simon Laplace, publicada en varios volúmenes bajo el título
de Mecánica celeste, en la que desarrolló todas las consecuencias de la física
newtoniana, reformulándola en un lenguaje matemático que permitió su
subsecuente evolución hasta la física de nuestros días.
Con el fin de divulgar su obra, Laplace escribió una versión condensada de
la Mecánica celeste, que publicó en 1793, año IV de la República Francesa, con el
título de El sistema del mundo. En este libro explicaba las consecuencias de la
gravitación universal, no sólo para la estabilidad del Sistema Solar, sino incluso
para su formación a partir de una nube primordial de polvo y gas.
En un pasaje particularmente interesante de este libro, Laplace llamó la atención
de sus lectores sobre el hecho de que, a lo largo de la historia, muchas estrellas
habían aparecido súbitamente y desaparecido después de brillar
esplendorosamente durante varias semanas:
Analicemos este pasaje tan notable. Las estrellas vueltas invisibles a las que se
refiere Laplace son principalmente las que ahora llamamos supernovas. Como
veremos en el capítulo III, algunas estrellas pueden explotar bruscamente y
volverse extremadamente luminosas durante algunos días. Tal fenómeno ha
ocurrido en nuestra galaxia al menos unas cuatro veces durante los últimos mil
años; las dos supernovas observadas más recientemente ocurrieron en 1572 y
1604. También en el capítulo III, veremos que una estrella, después de estallar
como supernova, arroja gran parte de su masa al espacio interestelar y, su núcleo
que permanece en el lugar de la explosión, se vuelve ... ¡un cuerpo oscuro!
El razonamiento que llevó a Laplace al concepto de un cuerpo que no deja
escapar la luz es bastante simple. Sabemos por experiencia que un proyectil
arrojado verticalmente hacia arriba alcanza una altura máxima que depende de la
velocidad con la que fue lanzado; mientras mayor sea la velocidad inicial, más alto
llegará antes de iniciar su caída. Pero si al proyectil se le imprime una velocidad
inicial superior a 11.5 kilómetros por segundo, subirá y no volverá a caer,
escapándose definitivamente de la atracción gravitacional terrestre. A esta
velocidad mínima se le llama velocidad de escape y varía, de un planeta o estrella,
a otro. Se puede demostrar que la velocidad de escape Vescdesde la superficie de
un cuerpo esférico es
1. LA PRIMERA LEY
d mv/dt = F
Así pues, era cosa de ver en qué dirección cambia el movimiento de los planetas
en sus órbitas yeso indicaría la dirección de la fuerza que está provocando ese
cambio; la magnitud de la tasa de cambio indicaría la magnitud de la fuerza.
Evidentemente, para un movimiento como el de los planetas en sus órbitas, la
fuerza no es constante en dirección ni en magnitud.
La pregunta y el principio de la respuesta: los ángeles empujan hacia el Sol
La pregunta de moda entre la “comunidad científica” en la época de Newton era:
¿qué tipo de fuerza se necesita para hacer que un cuerpo se mueva en una órbita
elíptica de acuerdo a las leyes de Kepler? Sin el establecimiento de la Segunda
Ley del Movimiento no era posible siquiera plantear con precisión la pregunta,
pues no estaba claro el efecto que se esperaba de la fuerza. Con la Segunda Ley,
aplicada a las órbitas de los planetas, fue fácil para Newton determinar, en primer
lugar, que la dirección de esa fuerza siempre es hacia el Sol: ¡el Sol atrae a los
planetas hacia sí!
Decía Richard Feynman, un gran físico contemporáneo que murió hace algunos
años, que el paso crucial hacia la explicación de los movimientos celestes se dio
cuando los hombres descubrieron que para mantener a los planetas en órbita no
se necesitaban ángeles que los empujaran a lo largo de sus trayectorias, sino
ángeles que los empujaran hacia el Sol. Y así fue, en efecto. Con este
establecimiento, la posición del Sol en el centro del sistema planetario ya no era
sólo una cuestión de jerarquía, sino que su presencia era la causa mecánica que
determinaba que los planetas giraran alrededor de él: el Sol no estaba en el centro
del Universo, sino que el centro del Universo estaría dondequiera que estuviera el
Sol.
Newton demostró que para cualquier fuerza que, como ésta, se dirija siempre a
un mismo punto, se cumple la ley de las áreas de Kepler, independientemente de
cuál sea la magnitud de la fuerza. Además, de las características del movimiento
de los planetas también pudo calcular la magnitud de la aceleración (el cambio en
el tiempo de la velocidad, a = dv/dt) en cada punto de la órbita. Así, Newton
encontró que la fuerza de atracción que el Sol ejerce sobre los planetas depende
inversamente del cuadrado de la distancia que los separa de él, y demostró que
con una fuerza tal se cumple también la ley de Kepler de los periodos. Así pues,
de la sola aplicación de la Segunda Ley del Movimiento al caso de las órbitas
planetarias descritas por Kepler, fue posible determinar que eran producidas por la
presencia constante de una fuerza que los atrae hacia el Sol con una intensidad
que disminuye con el cuadrado de su distancia a él.
Una gravitación celeste y terrestre
En el siglo XVII, el siglo de Newton, los cuerpos celestes ya habían perdido su
status especial. Tycho, Kepler y Galileo habían mostrado que son cuerpos
semejantes a la Tierra y pregonaban que deberían estar sujetos a las mismas
leyes naturales que todos los cuerpos en nuestro planeta (cosa que aún seguimos
creyendo). Galileo había descubierto con su telescopio un sistema de satélites
girando alrededor de Júpiter —como el sistema de planetas del Sol y como el
sistema Tierra-Luna—, y posteriormente se descubrieron varios satélites alrededor
de Saturno. Se había observado ya que los movimientos de los satélites alrededor
de su respectivo planeta también obedecen las leyes de Kepler, por lo que
deberían estar controlados por el mismo tipo de fuerza que mantiene a los
planetas alrededor del Sol.
En particular, la Tierra debería estar atrayendo a la Luna hacia sí con una fuerza
proporcional al inverso del cuadrado de la distancia que las separa. Pero, ¿la
Tierra atrae solamente a la Luna? ¿Qué pasa con los demás objetos en su
entorno? Por supuesto que también los atrae. Todos los cuerpos caen hacia el
centro de la Tierra. Es más, Galileo ya había mostrado que la gravedad hace que
todos los cuerpos caigan con la misma aceleración, independientemente de sus
propiedades particulares. ¿Sería esta aceleración debida a la misma fuerza que
mantiene a la Luna en su órbita? Era lógico esperar que sí; todo era cosa de hacer
un pequeño cálculo para cerciorarse.
La fuerza con que la Tierra mantiene en órbita a la Luna es, como ya dijimos,
proporcional al inverso del cuadrado de la distancia. La aceleración con que caen
los cuerpos cerca de la superficie de la Tierra ya se podía medir con buena
precisión, y la aceleración que tiene la Luna en su órbita se podía calcular de las
características de su movimiento. Se sabía, además, que la Luna está
aproximadamente a sesenta radios terrestres de distancia, por lo que está sesenta
veces más lejos del centro de la Tierra que los cuerpos que están sobre la
superficie de ésta. Por lo tanto, la aceleración de caída de la Luna debería ser de
1/602 de la aceleración de la gravedad y un cálculo muy sencillo permitió a
Newton darse cuenta de que en realidad lo es. Así quedó establecido que la
misma fuerza de gravedad actúa sobre los cuerpos celestes y terrestres. La unión
de la física de los cielos y de la Tierra, preconizada por Galileo, Tycho, Kepler y
todos sus seguidores, encontró en este descubrimiento de Newton uno de sus
más sonoros triunfos.
Dos planetas de masas iguales orbitan alrededor de una estrella de masa mucho
mayor, el planeta 1 describe una ´orbita circular de radio r1 = 108 km con un
La situación del problema es muy sencilla de resolver, ya que basta en tomar los
datos y reemplazar en la fórmula, como podemos ver las masas se encuentran en
kilogramos, y la distancia en metros, por lo que no habría necesidad de convertir a
otras unidades, ahora veamos el uso de la fórmula.
Reemplazando datos
Por lo que:
Ahora veamos un ejemplo, tipo algebraico para ver como se relacionan los
problemas de la ley de la gravitación universal.
Qué sería la distancia que existe entre ambas masas, ¿fácil no?, veamos otro
ejemplo un poco más de razonar.
Problema 3.- La fuerza de atracción entre dos cuerpos de masas m1, y m2, que
se encuentran separados una distancia d es F. Si la distancia se incrementa al
doble, ¿qué sucede con la magnitud de la nueva fuerza de atracción?
Solución: En este problema no hay un valor numérico, pero se puede expresar de
manera algebraica hasta entender a grandes conceptos que nos quiere dar a
entender, colocamos nuestra fórmula.
Ahora coloquemos los datos, aunque si observamos nos daremos cuenta que lo
único que cambiará será la distancia, puesto que el problema dice que se
incrementa al doble, es decir “2d”.
Por lo que, quedaría en nuestra fórmula.
Resolviendo
quedando así.
Le que colocado así para evitar confusiones, y como te podrás dar cuenta.
Isaac Newton
(1642/12/25 - 1727/03/31)
Astrónomo británico
Muy interesado por las teorías de Isaac Newton, se animó a escribir los Principios,
que publicó en 1687haciendofrentealos gastos.
En el año 1721 le nombraron astrónomo real y ejerció durante dieciocho años.
Realizó un estudio sobre la revolución completa de la Luna a través de sus nodos
ascendente y descendente.
Entre sus obras destaca el tratado científico la Synopsis astronomiae cometicae,
iniciado en 1682 y publicado en 1705. En la obra aplicó las leyes de Newton a
todos los datos disponibles sobre los cometas y demostró matemáticamente que
estos giran en órbitas elípticas alrededor del Sol.
Su acertada predicción del regreso de un cometa en 1758 (hoy conocido
como cometa Halley) refrendó su teoría de que los cometas son miembros de
nuestro sistema solar.
Amigo de Isaac Newton, le animó a escribir su "Principia Mathematica".
Edmund Halley falleció el 14 de enero de 1742 en Greenwich.
Johannes Kepler
(1571/12/27 - 1630/11/15)
Astrónomo alemán
Reconocido por: Leyes sobre el movimiento de los planetas sobre su órbita
alrededor del Sol.
Materias: Astronomía, Astrología, Física, Matemáticas...
Obras: Astronomia nova, Harmonices mundi, Tablas rudolfinas...
Cónyuges: Barbara Müller, Susanne Reuttinger
Johannes Kepler nació el 27 de diciembre de 1571, en Weil der Stadt,
Württemberg.
Johannes Kepler sostenía que el Sol ejerce una fuerza que disminuye de forma
inversamente proporcional a la distancia e impulsa a los planetas alrededor de sus
órbitas. Publicó un tratado titulado Mysterium Cosmographicum en 1596.
Una de sus obras más importantes durante este periodo fue Astronomía
nova (1609), fruto de sus esfuerzos para calcular la órbita de Marte. El tratado
contiene la exposición de dos de las llamadas leyes de Kepler sobre el movimiento
planetario. Según la primera ley, los planetas giran en órbitas elípticas con el Sol
en un foco. La segunda, o regla del área, afirma que una línea imaginaria desde el
Sol a un planeta recorre áreas iguales de una elipse durante intervalos iguales de
tiempo.
Publicó Harmonices mundi, Libri (1619), cuya sección final contiene otro
descubrimiento sobre el movimiento planetario (tercera ley): la relación del cubo
de la distancia media (o promedio) de un planeta al Sol y el cuadrado del periodo
de revolución del planeta es una constante y es la misma para todos los planetas.