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APROXIMACIÓN A LA SIMBOLOGÍA

por Raimon Arola

1- A principios del siglo XXI, la simbología, es decir, el estudio de los símbolos tradicionales, es
una urgencia puesto que el hombre actual necesita saber qué son y qué sentido tienen los textos,
las imágenes y los ritos de los antiguos, en qué se asemejan y en qué divergen según las distintas
culturas y épocas, y, sobre todo, cuál es su papel en la sociedad actual. En un mundo de
información y cruce de culturas como el actual, tiene poco sentido proponer novedades continuas
sin tener en cuenta aquello que fue y, en consecuencia, fuimos; incluso los grandes avances
tecnológicos necesitan recuperar formas y contenidos. En esta búsqueda de identidad adquiere
cada vez más importancia el sentido del símbolo como aquello que está más allá o al margen de
las circunstancias concretas en las que fue creado. El símbolo sería como un hilo de plata que
reúne las distintas manifestaciones espirituales del ser humano a lo largo del tiempo y de las
culturas.

2- La simbología es una ciencia relativamente reciente y, por consiguiente, en muchos aspectos


todavía demanda precisión, pero también, y paralelamente, exige un abandono de prejuicios. El
estudio de los símbolos tradicionales conlleva un cierto desasosiego puesto que necesita del
respeto a la manera de comprender el mundo de las culturas antiguas. Mircea Eliade, un
personaje clave respecto a todos los temas que analizaremos en este curso, afirma que uno de
los grandes encuentros del siglo XX es el “descubrimiento de la coherencia, la nobleza, la lógica
interna y de la estructura metafísica de las culturas arcaicas, de las culturas supuestamente
primitivas” lo que contradice a los estudiosos anteriores quienes solo veían magia y
supersticiones en estas culturas”.

Eliade estudió atentamente al antropólogo inglés James George Frazer, que en 1890 publicó un
extenso estudio donde reunió tradiciones que hasta entonces nunca habían estado relacionadas
y que llevaba por título, La rama dorada: un estudio sobre magia y religión. Sin embargo, en
dicha obra todavía se consideran a las culturas primitivas o arcaicas como “inferiores” a las
religiones posteriores (y básicamente al cristianismo). Una corriente que no cambió hasta que,
con Eliade y otros importantes pensadores, el hombre occidental se dio cuenta de que su cultura
no era superior a las demás.
También ayudó a este cambió los estudios sobre las correspondencias entre las mitologías de
religiones distintas. Señalemos a Max Müller, quien a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX
propuso una nueva disciplina académica, imprecisa en muchos aspectos, a la que llamó
“mitología comparada” y que se basaba en el descubrimiento lingüístico del origen común de las
lenguas indoeuropeas. Los trabajos de Müller se consolidaron gracias a los estudios de Georges
Dumézil quien supo encontrar “las dinámicas del espíritu humano”, en las estructuras mentales
básicas que se reproducen tanto en la India como en Grecia o Roma, por poner unos ejemplos
extremos.
Sin embargo, fue la psicología la que llevó al definitivo estudio de los símbolos antiguos como
disciplina académica a partir, no de Freud, sino de la psicología de las profundidades de C. G.
Jung, que inevitablemente se involucró con la antropología y disciplinas afines.

Los trabajos de Jung pueden enmarcarse dentro del llamado Círculo de Eranos, unos encuentros
de intelectuales instaurados por Rudolf Otto, un teólogo protestante que desde la fenomenología
abrió el camino del estudio comparativo de las religiones en su libro de 1917, Lo santo. Lo
racional y lo irracional en la idea de Dios. Otto buscó el impulso de la espiritualidad al margen de
las confesiones, algo que hoy en día parece superfluo pero que hace un siglo era un tema vital
para el conocimiento humanista. Los encuentros se realizaban en la casa de Olga Fröbe-
Kapteyn, en Ascona, y el 14 de agosto de 1933 se celebró el primero en torno al tema “Yoga y
meditación en Oriente y Occidente”. Pero fue Jung, años más tarde, quien realmente los
dinamizó al proponer el “inconsciente colectivo” como la fuente principal del pensamiento
simbólico.
La lista de personajes ilustres que acudieron a estas reuniones es larga, tanto como los aspectos
y matices que llenaron y todavía llenan de sentido a la simbología. Citemos algunos de los que
compartieron con Eliade y Jung estas sesiones que se desarrollaron básicamente de 1933 a
1988: Martin Buber, Joseph Campbell, Henry Corbin; Jean Daniélou; Antoine Faivre; Pierre
Hadot; Károly Kerényi; Herbert Read; Gershom Scholem; François Secret; Daisetz Suzuki;

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Shizuteru Ueda; Heinrich Zimmer; George Steiner; Elémire Zolla, etc. Allí, el estudio de los
símbolos se encontró con la antropología, la psicología, la historia –en especial de la religión-, la
mística, el hermetismo, el yoga y otro largo etcétera. Las personalidades que intervinieron en los
encuentros tenían poco en común y no formaban parte de una escuela ni tendencia intelectual
concreta. Sin embargo todos se conjugaban a partir de un sentimiento y una búsqueda que, a
nuestro entender, se remonta al Renacimiento, cuando Pico della Mirandola escribía: “Gran
milagro, oh Asclepio, es el hombre”. En Ascona no solo se revivificaron las propuestas
renacentistas sino que se fundamentó la manera de entender el humanismo del hombre del siglo
XXI, gracias a unos estudiosos especialista sus materias pero con una visión global
sorprendente. La simbología encajó perfectamente en esta idea, puesto que es un “lenguaje”
que recorre las distintas tradiciones y formas culturales.

3- Paralelamente al Círculo de Eranos, la simbología se ha nutrido de trabajos ajenos a la


academia y más vinculados a sociedades secretas y personajes “extraños” en la historia de la
cultura que apenas han sido estudiados con rigor. Como René Guénon y la escuela
tradicionalista. Hay que saber que el hermetismo y el ocultismo fue el ambiente en que se formó
Guénon, aunque más tarde él mismo se encargara de desprestigiarlo para abrir, seguidamente,
una puerta para nosotros básica en el estudio de los símbolos fuera de la academia y que es la
vida y el pensamiento según las fuentes tradicionales.

En el siglo XIX, y como un fruto natural del Romanticismo, el simbolismo como tal se asoma a la
historia. Surge como un movimiento artístico, principalmente literario, preconizado por Jean
Moréas en un artículo aparecido en Le Figaro el 18 de septiembre de 1886 y conocido como el
manifiesto simbolista. Apenas un mes después, este personaje funda, con Gustave Kahn y Paul
Adam, la revista Le Symboliste. Las propuestas de Moréas contenían el germen del estudio
sistemático de los símbolos, aunque primero fuera solo como la intuición de una búsqueda de
aquello perennis et universalis de todas las tradiciones concretada en la creación artística. En el
artículo aparecido en Le Figaro, Moréas lo deja muy claro: “…en este arte, los cuadros de la
naturaleza, las acciones de los hombres, todos los fenómenos concretos no sabrían manifestarse
ellos mismos: son simples apariencias sensibles destinadas a representar sus afinidades
esotéricas con Ideas primordiales”.
Las “afinidades esotéricas” son los símbolos que permiten al hombre comprender y vincularse
con las Ideas primordiales. A partir de aquel momento fue como si de repente, Europa se diera
cuenta de que era necesario exponer públicamente el pensamiento hermético transmitido
secularmente mediante la masonería y las sociedades secretas. El simbolismo promulgado por
Moréas hundió sus raíces en la obra poética de Charles Baudelaire. Su obra Las flores del mal
de 1857 es el fundamento para ver el mundo de otra manera: lo oculto, o lo esotérico,
resplandecen en el mundo, aunque lo oculto sea “el mal”. Si bien se ha escrito poco al respecto,
el genio de Baudelaire está emparentado con la obra de Éliphas Lévi, Dogma y ritual de la alta
magia, aparecida también en París en 1854.

El movimiento simbolista estuvo estrechamente ligado al florecimiento del ocultismo que


inauguró Lévi y seguido por Papus. El ejemplo concluyente son los famosos salones de La Rosa-
Cruz estética (o Orden del Templo de la Rosa-Cruz) creados por Joséphin Peladan en 1890. En
aquel fin de siglo, el universo simbólico fue una mezcla abusiva de tradiciones de oriente y
occidente, más cercanas a la superstición que al sentido propio de las tradiciones espirituales.

También se debe mencionar aquí la fundación de La Sociedad Teosófica que Helena Petrovna
Blavatsky creó, junto con unos amigos, en Nueva York en octubre de 1874 y que en Francia
tomó cuerpo a partir de 1883 al formarse la Société théosophique de France. Ocultismo, teosofía,
espiritismo, etcétera, fueron manifestaciones más bien desafortunadas de la búsqueda de la
philosophia perenne que había pervivido en la Antigüedad y en el Renacimiento, pero de la que
en el siglo XIX solo quedó un reflejo burdo y extraño… pero, aún así, allí estaba el símbolo.

El ensueño del conocimiento del Gran Arquitecto del Universo, el Dios de todas las tradiciones,
era el leit motiv que ocupó a estas sociedades masónicas o pseudo masónicas. Éste era el lema
de la Sociedad Teosófica: “No hay religión más elevada que la verdad”. El valor de estos
movimientos es muy discutible, pero no su influencia directa en el arte, tal como expone Mircea
Eliade.

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La teosofía y el ocultismo decimonónico toparon con la obra de René Guénon y este fue su fin
al considerarlos este autor como modas equívocas y desviadas. Los títulos de sus primeras obras
son significativos: El teosofísmo: historia de una pseudo-religión, de 1921 y El error espiritista,
de 1923. Según Guénon, durante el siglo XIX –y en general en el mundo contemporáneo– la
auténtica iniciación masónica se había convertido en lo que llamó “contrainiciación”, por eso su
propósito fue revivificar la auténtica tradición iniciática, y por lo tanto simbólica. En demasiadas
ocasiones, sobre todo en el marco académico, se ha prescindido de su obra y del trabajo de sus
continuadores, pero al actuar así se margina un enfoque importante de la simbología.

4- Un apunte final que relaciona al Círculo de Eranos con la escuela tradicionalista y otros
enfoques posibles del estudio del símbolo. El universo puede contemplarse en su expansión y
en su concentración, lo que en términos simbólicos equivale a su manifestación y a su ocultación.
Según muestra el esquema que presentamos cuando el símbolo está manifestado, el hombre
está en el centro de la creación y el Espíritu lo envuelve como si fuera el cielo que podemos
contemplar. Pero el símbolo también se vincula con lo oculto (evidentemente más allá del
ocultismo), puesto que incluye la luz de la creación en el interior de sus formas y, obviamente,
del hombre. El alma sirve en ambos casos como unión de los dos extremos.

El símbolo oculto es como el grabado que ilustra un libro del alquimista Eugenio Filaleteo. El
viajero se acerca al centro del grabado después de atravesar las zonas más oscuras de la
creación y entones, y solo entonces, puede contemplar la luz central, a la que denomina “luz de
la naturaleza”. Es el Espíritu universal condensado en el interior de las formas creadas, un fuego
que brilla en medio de la oscuridad y que demasiado a menudo se ha considerado como el
principio del mal.

• Conclusión

• Según las distintas tendencias que lo han estudiado, podría decirse que el símbolo tradicional
enseña la manera en que la materia se convierte en espíritu y el espíritu se convierte en materia.
En el primer caso se estaría hablando de la espiritualidad exotérica, en la que el hombre se une

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con el espíritu universal. En el segundo de la espiritualidad esotérica, en la que el espíritu
universal se condensa en el interior de la materia.

• Al lugar donde suceden estas transformaciones, y que en el gráfico adjunto aparece como el
alma entre el cuerpo y el espíritu; Henry Corbin recuperando la tradición paracelsiana, lo
denominó: mundus imaginalis.

• Este mundus imaginalis une los dos extremos, espíritu y materia, que aparecen reflejados en
la Tabla de esmeralda de los amantes de la alquimia: “He aquí, lo más alto viene de lo más bajo,
y lo más bajo de lo más alto; una obra de milagros para una cosa única” y que Louis Cattiaux
explicó con este aforismo: “Si juntamos lo más bajo con lo más alto por mediación de lo más
medio, obtendremos el origen y el fin de todo lo que ha sido, de todo lo que es y de todo lo que
será”.

• El símbolo es unión.

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