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Sobre verdad y mentira en sentido extramoral

Nietzsche

El texto que se expone a continuación forma parte de la literatura filosófica del pensador alemán y data del
año de 1873. En el texto titulado Sobre verdad y mentira en sentido extramoral Nietzsche hará una crítica a
la postura científica que afirma que el mundo se rige por leyes físicas y matemáticas; al mismo tiempo le
refuta al positivismo la idea de que sólo lo que es comprobable mediante el método científico-técnico es
verdadero. El texto se encuentra dividido en dos partes, la primera trata, sobre el interés que tenemos los
hombres por la verdad, y que es la verdad; que pondrá la pauta a la segunda parte donde se concretara su
crítica a la ciencia.

En la primera parte del texto, Nietzsche habla de la imposibilidad del hombre en la naturaleza, el hombre
como un ser débil y desorientado que desea estructurar la naturaleza por su propio “bienestar mental”. “Cuán
lamentable, cuán sombrío y efímero, sin fines y arbitrariamente, se presenta el intelecto humano en medio de
la naturaleza”. Su singular visión del intelecto humano es una perspectiva en la que el hombre pone la razón
como medio de subsistencia en la naturaleza todo por la absurda idea que tenemos de sobrevivir, lo cual deja
ver que sin nuestro intelecto no seríamos capaces de existir. “El intelecto, como medio para la conservación
del individuo, despliega sus principales fuerzas en la disimulación; pues ésta es el medio por el que se
conservan los individuos más débiles, menos robustos, a quienes les está vedado llevar a cabo la lucha por la
existencia con cuernos y agudos colmillos de fiera”

Lo que provoca en nosotros el conocimiento no es más que vanidad, es el creer que somos el centro del
universo. Nietzsche llega a la conclusión de que el hombre más estúpido es el filósofo, pues quiere hacer
gala de su conocimiento y tener admiradores, el filósofo se engaña pues ese orgullo ligado al conocimiento,
no hace más que poner una venda cegadora sobre los ojos y los sentidos del hombre, cuando el intelecto no
es más que una herramienta de nuestra patética existencia, según Nietzsche éste no es más que el arte del
hombre de fingir.

En el hombre, este arte de la disimulación llega a su cima; aquí la ilusión, la


adulación, la mentira y el engaño, el hablar a las espaldas, el representar, el vivir de
un brillo prestado, el enmascaramiento, la convención encubridora, el juego
escénico ante los demás y ante sí mismo, en breve, el mariposeo constante en torno
a la única llama de la vanidad, son de tal modo la regla y la ley, que nada hay casi
más inconcebible entre los hombres como el surgimiento de un instinto puro y
sincero de verdad.[3]

El hombre utiliza la mentira por aburrimiento, por la necesidad que tiene de estar en sociedad, y puesto que
desea vivir en paz utiliza la mentira como una especie de tratado para alcanzar ésta. La mentira haciendo gala
de la hipocresía sirve para erradicar lo que Nietzsche denomina bellum omnium contra omne (la guerra es de
todos contra todos). El mentiroso emplea las designaciones válidas, las palabras, para hacer que lo irreal
parezca realidad; “dice, por ejemplo, “soy rico”, mientras que, para su condición, “pobre” sería precisamente
la designación correcta. Abusa de las convenciones fijas a través de suplantaciones arbitrarias o aun
inversiones de los nombres.”[4] En este momento es cuando nacen las palabras verdad y mentira. Cuando el
hombre ha creado arbitrariamente lo que es verdad, automáticamente rechaza de su sociedad a aquellos
individuos que no la utilicen.

Ahora bien, la “verdad”, nos dice Nietzsche, no es una cuestión universal, es más bien una cuestión que varía
entre las diversas culturas, y es por esta razón es que se segrega a quien no comparte la misma verdad. Pero
aunque no existe una verdad universal, existen ciertos conceptos semejantes entre cada cultura, pero en este
afán de búsqueda de la verdad cada pueblo encuentra a la misma bajo sus percepciones culturales.

El hombre como agente creador sin duda supera a cualquier animal de la naturaleza; somos más eficaces que
una abeja comenta el filósofo, puesto que este insecto crea colmenas y panales de recursos que extrae de la
naturaleza. En cambio, el hombre crea los conceptos de la nada es decir para definir al camello como
mamífero, primero tuvimos que crear el concepto de mamífero. Con esto Nietzsche se refiere a que con
nuestro argumento “verdadero” al decir “mira ahí va un animal mamífero, y señalas al camello” sin duda se
estará hablando con verdad, pero con una “verdad limitada” puesto que salió del razonamiento del hombre,
ejemplifica diciendo, que es como ocultar un libro atrás de un arbusto, sabes que se encuentra detrás del
arbusto porque tú mismo lo ocultaste. Es una verdad subjetiva y limitada, pues no contiene un argumento que
sea verdadero en sí real y universalmente válido, independientemente del hombre.

Con la idea del hombre creador, Nietzsche retoma el olvido, la auto mentira y dice lo siguiente “sólo porque
el hombre se olvida a sí mismo como sujeto y, por cierto, como sujeto artísticamente creador vive con
alguna tranquilidad, seguridad y consecuencia; si pudiera salir un solo instante de los muros carceleros de esa
creencia, desaparecería al punto su conciencia de sí”[5]. Lo que afirma el filósofo es que por medio del
olvido perdemos la percepción de nuestro mundo, olvidamos por completo, que los animales, insectos y
otros seres vivos, perciben el mundo de manera distinta que el hombre. Y el preguntarse cuál de estas
percepciones del mundo es la correcta es inútil; puesto que para esto habría que medirse con la recta
percepción es decir una medida que no está establecida, puesto que son percepciones distintas y el objeto no
se adecúa al sujeto del mismo modo.

En conclusión sobre esta primera parte. Lo que el hombre conoce en realidad es lo que aporta él mismo a
estos factores de tiempo y espacio, lo matemático, lo natural. La verdad se encuentra en constante
construcción y el hombre es quien tiene los planos de esta verdad, dentro de su esfera, dentro de su
percepción.

Pero nos comenta Nietzsche, que es el hombre mismo quien gusta de estar enajenado por estas leyendas
míticas, y nos dejamos deslumbrar como si estas leyendas fueran en realidad verdaderas. Somos tan
verdaderamente destructores de nuestros mismos conceptos, que en realidad perdemos la percepción de la
realidad, y así el hombre termina viviendo de intuiciones. “Esa monstruosa viguería y andamiaje de los
conceptos, a las que de por vida se aferra el hombre menesteroso para salvarse, para el intelecto liberado es
sólo un tinglado y un juguete para sus obras de arte más osadas: y, cuando lo destruye y confunde los
pedazos, y lo recompone irónicamente, apareando lo más ajeno y separando lo más próximo, pone de
manifiesto que no necesita de aquellas muletas de la indigencia y que ahora ya no es por conceptos que se
rige, sino por intuiciones”[9].

Por último, nos deja ver el filósofo las diferencias entre el hombre racional y el hombre intuitivo. Comenta
que el hombre racional entre más sapiencial mas infeliz, es decir los conceptos y las abstracciones solo lo
llevarán a la desgracia y al dolor y esto es paradójico pues el hombre de razón cae en esta desdicha en la
búsqueda de la felicidad, por medio de conceptos y abstracciones. En cambio el hombre intuitivo, se instala
en su cultura y entra en una zona de confort de serenidad y salud; pero en cambio será tan irracional en el
sufrimiento como en la dicha. ¡Qué distinto se comporta el hombre estoico ante los mismos contratiempos,
instruido por la experiencia y gobernándose por conceptos!

Jean-Paul Sartre (1905-1980),

Una de las figuras culturales más representativas del siglo XX, y cuya filosofía posiblemente sigue siendo de
bastante importancia en nuestros días, más de la reconocida. Fue identificado con el existencialismo,
aunque no fue su creador. Nos dejó su pensamiento en obras filosóficas, pero también expuesto en brillantes
obras literarias para que dedujéramos por nosotros mismos el medio de existencia individual del ser humano,
con su angustia, su libertad y su absurdo.

El existencialismo de Sartre rechaza la pertenencia a cualquier escuela de pensamiento, no pacta con


sistemas de creencias y no hace concesiones a la superficialidad, al academismo y al alejamiento de la vida
caracterizado por la filosofía anterior a su época. Para el existencialismo de Sartre, las relaciones del hombre
con Dios no deben incluirse en el marco filosófico ni a Dios tampoco. Por otra parte, el humano cuenta como
individuo centrado en su singularidad, no como serie que acata los rasgos universales que la filosofía
generalmente trataba de presentar. Sartre arguye que la naturaleza humana no nos determina como
individuos.

El existencialismo es un desafío filosófico a pensadores morales, según los cuales las acciones correctas
son el dictado de Dios a la naturaleza humana. No hay tal naturaleza humana, a lo que podríamos agregar
que tampoco Dios para concebirla. Para Sartre, son nuestros actos los que determinan quienes somos y le
dan significado a nuestras vidas.

El existencialismo da sentido a la vida de cada ser humano sin contar con sus creencias, cada uno es libre y
responsable de sus actos. La ética existencialista reconoce una libertad fundamental del individuo que lo
proyecta al futuro, rechazando por inauténticos, los prejuicios que corresponden a los valores y
convencionalismos tradicionalmente inculcados. Dice Sartre: “El hombre es el único ser en la naturaleza que
no sólo es tal como él se quiere, sino también como él se concibe después de existir… No es otra cosa que lo
que él se hace. Es éste el primer principio del existencialismo”.

En el ser humano “La existencia precede a la esencia.” Cuando un artesano quiere crear una obra, primero
piensa, prefigura la esencia de su creación. Con este ejemplo explica cómo la existencia precede a la esencia
en el ser humano, porque a los seres humanos nadie los ha diseñado y nada hay que los haga malos o buenos.
Para Sartre nuestra esencia, lo que nos define, es lo que nosotros mismos construimos con nuestros actos.

Él considera que existimos para ir aprendiendo los inventos de los demás humanos, las cosas abstractas,
desde la idea de Dios hasta la existencia de una esencia humana previa. Cuando hemos aprendido nos
liberamos y nos realizamos libremente, siendo ésa nuestra esencia. Nunca somos algo fijo y acabado. O es
“mala fe” o es autoengaño considerarnos con un rol social determinado o con un carácter que se cataloga
como tímido, como atrevido, como intelectual, etc. Siempre estamos intentando definirnos pero siempre
somos libres para romper con lo que somos y responsabilizarnos de lo que hemos hecho de nosotros mismos.

Sartre y Buda coinciden en este criterio y se apartan de la teoría freudiana de la determinación inconsciente
de nuestra personalidad y comportamiento. Sartre también reconoce que es mala fe verse a uno mismo con
todas las posibilidades de ser e ignorar los hechos y circunstancias, siempre restrictivos, que condicionan
nuestras elecciones. Para Sartre no somos libres de nuestra propia “situación”, pero siempre lo somos para
negar esta situación e intentar cambiarla.

La filosofía de Sartre inicialmente dio demasiado énfasis a la libertad y a la consecuente responsabilidad


individual; pero, posteriormente hizo algunas concesiones que se acercaron a los muy posteriores
descubrimientos neurocientíficos relacionados a la preponderancia emocional sobre la razón; pero, para él,
en términos generales, el ser humano consciente es libre para imaginar y elegir, y por lo tanto responsable de
su vida. Siempre estamos inmersos en procesos de elección porque la conciencia no está sujeta a ninguna
causa, se autodetermina. Cada persona está sola ante sus opciones, aislada de un mundo social que le es
hostil. La actividad humana se realiza a través de instituciones que retroactúan sobre los individuos para
reagruparlos, dividirlos, añadirles o quitarles poder. Para someterlos a reglas y temores.

Esta forma de actividad a través de instituciones se aprecia claramente en este ejemplo que él ofrece: “Me
basta abrir la ventana: veo una iglesia, veo un banco, un café: he aquí tres colectivos; este billete de mil
francos es otro colectivo; otro más es el periódico que acabo de comprar. Los objetos que median entre el
individuo y la sociedad, como el autobús de las 7:49, agrupan personas extrañas entre sí, reunidos sólo por la
función realizada; en este caso, por la espera del vehículo que aparecerá en la esquina del bulevar”.

En ocasiones muy excepcionales, como la toma de la Bastilla o en el asalto al Palacio de Invierno, los
hombres encuentran juntos la solidaridad y se convierten en “grupo”. Estos instantes históricos de creación
colectiva no duran mucho y vuelve a predominar la burocracia, se instala sobre las conquistas
revolucionarias y las masas. Éstas, agotadas y carentes de poder, vuelven a ser pasivas. El grupo se degrada y
la influencia social los conduce otra vez a la “serialización”, a la pérdida de identidad.
Sartre introdujo en el pensamiento existencialista un nuevo componente conflictivo que intimida y renueva
el entorno consciente de cada individuo, “la mirada del otro”. Para Sartre, el otro es el antagonista. Un nuevo
observador que interfiere al observador. “Me veo en el mundo absorto por las cosas como la tinta por el
papel secante; pero, de repente, la mirada del otro me saca de mi mundo.” El otro es el infierno, alguien que
me objetiva remitiéndome a mí mismo: “Lo que siento cuando oigo crujir las ramas detrás de mí, no es que
haya alguien, sino que soy vulnerable, que poseo un cuerpo que puede ser herido, que ocupo un espacio y
que no puedo, en ningún caso, evadirme del espacio en el que estoy sin defensa, que me ven.”

Sartre refleja experiencias de la rutina diaria de la gente en las ciudades. El individuo “abandonado bajo
millones de miradas”. Según el protagonista de su novela “La prórroga”, la mirada del otro es perturbadora
pero, además, garantía de su existencia, prueba que no es una nulidad, que cuenta algo. “Debes haber sentido
a veces, en el metro, en el vestíbulo de un teatro, en el tren, la súbita e insoportable impresión de ser espiado
por detrás. Te vuelves, pero ya el curioso ha metido la nariz en su libro. Me resulta fácil decirte lo significa
esa mirada. Es nada, es una ausencia. Imagínate la noche más oscura; pues bien, es la noche la que te mira,
pero una noche encendida, la noche a plena luz, la secreta noche del día. Estoy chorreante de luz negra…
¡Qué angustia al descubrir súbitamente esa mirada como un medio universal del que no puedo evadirme!
Pero ¡qué descanso también! Al fin sé que soy. Para mi propio uso y tu mayor indagación, he transformado la
frase imbécil y criminal de vuestro profeta, ese “pienso, luego existo” que tanto me ha hecho sufrir, porque
mientras más pensaba, menos me parecía existir, en esta otra: “Alguien me ve, luego existo”. Ya no tengo
que soportar la responsabilidad de mi vaciamiento, pues el que me ve me hace ser. Yo soy como él me ve.”

La mirada del otro “es un intermediario que me remite de mí a mí mismo. Si espío por el ojo de la cerradura
y otro me sorprende, me avergüenza, me hace volver en mí. Es mi transcendencia transcendida”. En la obra
de Sartre, “San Genet, comediante y mártir”, la mirada del otro ejerce una función social incriminatoria.
Genet, el futuro ladrón y escritor, siendo niño de diez años, está sólo en una habitación. Abre un cajón y
empieza a deslizar su mano cuando alguien de repente entra y lo mira. Ha sido sorprendido con las manos en
la masa. Bajo esta mirada el niño vuelve en sí. Todavía no era nadie y al momento se convierte en Jean
Genet… Una voz, declara públicamente: “Eres un ladrón”. La sociedad ha objetivado, catalogado y
convertido a un niño en un monstruo.

Un componente complementario a la mirada del otro como percepción objetiva, es la imaginación. La


imagen es la forma de proporcionar intención al objeto de la percepción. “Una imagen es un acto y no una
cosa”. La nada de la conciencia y sus actividades conllevan a la negación del mundo y a nuestra capacidad
de imaginar un mundo distinto, con lo cual nosotros también tenemos que imaginarnos a nosotros mismos en
forma diferente a como parecemos ser.

La imaginación nace de la ausencia, de un vacío que se llena con la evocación. “Es un encantamiento
destinado a hacer aparecer el objeto pensado, la cosa deseada, con el fin de que se pueda tomar posesión de
ella. En este acto, hay siempre algo imperioso e infantil, un rechazo a tener en cuenta la distancia, las
dificultades. Los objetos obedecen a estas órdenes de la conciencia: aparecen. El mundo de lo imaginario es
una nada colocada como ser o un ser colocado como una nada.”
La conciencia para Sartre es “nada”, “ningún objeto”, porque es una actividad, un viento que sopla de
ninguna parte hacia el mundo; el ser, en cambio, siempre está en proceso de ser algo. Vamos acumulando
actos que conforman nuestra factibilidad y seguimos siendo libres para ver nuestras posibilidades a la luz de
nuevos proyectos y ambiciones, lo cual constituye nuestra “trascendencia”. Un personaje de sus novelas dice,
“existir es estar ahí, simplemente… Hay quienes, creo, han comprendido esto, aunque han intentado superar
esta contingencia inventando un ser necesario y causa de sí; pero ningún ser necesario puede explicar la
existencia… Todo es gratuito, este jardín, esta ciudad y yo mismo.

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