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La Gironda

Entre los griegos la libertad se expresaba en el ágora, el espacio público de la palabra.


En esta nueva ágora virtual encontrarán reflexiones en torno a la política actual,
permeadas de filosofía y crítica.

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La llamada «posverdad» (The so called «post-


truth»)
José Mauro González-Luna Mendoza

Versión en castellano (for English version, please see below):

La llamada «posverdad» es un engaño, una derrota cultural, un colapso del


espíritu. Se funda tal patraña en una construcción mental ideológica
desvinculada de la verdad del ser. Ésta persiste a pesar de las limitaciones de la
persona humana. La persona es un ser creado, un ser sujeto al único Señor
esencial, como dice Romano Guardini de ilustre memoria. Verdad esa que
consiste «en que se vea la esencia de las cosas y se le haga justicia».

Chesterton, genial pensador, maestro de fina ironía filosófica, converso al


catolicismo, en su libro Ortodoxia, dice: «Sin humildad es imposible gozar de
nada; ni aun de la soberbia. Lo que nos hace padecer el presente es la modestia
mal ubicada. La modestia ha cambiado de órgano: del de la ambición al de la
convicción». Ambición desmedida y convicción timorata.
Estábamos destinados, nos comenta el gran converso, a dudar de sí mismos,
pero «no de la verdad». Profetizó él al señalar que se estaba en la ruta de la
producción de una «raza de hombres mentalmente demasiado modestos para
creer en la tabla de multiplicar». Pero eso sí, ahora se cree en horóscopos,
noticias falsas, aberrantes opiniones de muchos «influencers», mentiras de
demagogos, engaños de medios al servicio de intereses económicos
anglosajones, etc.

La posverdad es fruto de dicho mudar de órgano. Se considera impotente al


intelecto humano para atisbar la verdad, y entonces se reniega de ella. La
ideología de la posverdad encuentra orígenes remotos, entre otros, en la filosofía
del empirismo inglés de Hobbes. Para éste, «la única fuente de todos nuestros
conocimientos son los sentidos; el entendimiento, como facultad esencialmente
distinta y superior, no existe», según eso.

También abreva dicha ideología en el nihilismo de Federico Nietzsche, es decir,


en la trasmutación de todos los valores. «Valores» y «verdades» al gusto del
superhombre que ha matado a Dios, y, por ende, a la Verdad con mayúscula. Si
ya no hay Verdad con mayúscula, menos con minúscula. Y si no hay Dios, todo
se vale, y si todo vale, nada vale: indiferencia fatal ante el hondo problema del
bien y del mal.

El relativismo que se condensa en la idea de que «todo vale porque nada hay
que sea verdad ni que sea bueno: todo da igual”, nutre de su veneno al mito
utilitarista de la posverdad. Ya no hay conformidad del conocimiento con su
objeto como medida de la verdad, ahora rige el emotivismo de Hume que
«afirma que la moralidad no es ningún principio racional, sino alegría o
tristeza…», sino lo que agrade o desagrade, según J. Locke.

La ideología de la posverdad contradice burdamente la vocación de la


inteligencia, del entendimiento: tener como objeto la verdad. ¿Qué es la
posverdad? Una patraña que renuncia al uso de la razón crítica, que utiliza
visiones fragmentadas de las cosas, publicidad, propaganda, demagogia en
sustitución de la verdad. Y en lugar de jugar algún papel el entendimiento, lo
juega totalmente la emoción. Se trata de una dictadura del «propio yo y sus
ganas», según lo advirtió J. Ratzinger.

 Para Ratzinger, como lo señala José Antonio Hernández Mejía, tal dictatorial
problemática «es una cuestión central que tiene que abordar no sólo el
cristianismo, sino la humanidad en su conjunto, porque allí se juega su futuro
frente al riesgo de disolución social al que lleva el individualismo materialista,
narcisista y relativista existente en la sociedad contemporánea». Individualismo
anti solidario ese que nutre al neocapitalismo liberal, egoísta y mezquino.

Conforme a la posverdad, cada quien tiene su propia idea del valor o disvalor de
las cosas, al margen de lo que realmente son y valen. «Apelar a la verdad no es
sinónimo de saberse en posesión de la misma, sino en sincera búsqueda», ha
dicho un pensador sensato. El deber se funda sólidamente en la verdad del ser,
en concepciones sustantivas de la personalidad y la sociedad como dice Unger,
«en la adecuada relación con la propiedad, la libertad y la vida comunitaria», no
en gelatinosas subjetividades, en pantanos emocionales, en caprichos sexuales
de moda al margen del orden natural, en imposturas. 

En el campo político la posverdad rompe el vínculo necesario entre política, por


un lado, y justicia y libertades como núcleos de la ley, por otro, vaciando a la
política de todo sentido plenamente humano. Así, el fuerte, sin escrúpulo
alguno, devora a todos, como tantos en la historia pasada y reciente, sobre todo
en el Occidente de hoy que gira en torno al decadente imperio anglosajón, que
se las da de muy demócrata pero que explota a los débiles, que miente sin rubor
como en el caso de los Bush en Irak.

Si la política no es servicio del bien común, de la solidaridad, entonces, sin los


límites del derecho, se convierte en mera fuerza, en brutal y desnudo poder
opresivo, en instrumento de pícaros, de grupos facciosos que se sirven a sí
mismos para ruina de los pueblos. Todo poder sin límites es dictadura, de
diferentes gradaciones, pero dictadura al fin.

La supuesta posverdad es enemiga jurada de la razón. «Todo el mundo moderno


está en guerra con la razón; y la torre ya vacila», comentaba Chesterton hace
más de cien años. Hoy la torre yace en el suelo, en el polvo de la estupidez
humana que cree en todo lo que es chatarra ideológica, menos en lo esencial.

La soberbia humana es libre para destruirse, para caer en el pozo de la


estupidez. Frente a esta ideología fraudulenta de la posverdad, está la exigencia
de repudiar las aberraciones del relativismo, del nihilismo, del emotivismo para
salir de nuevo a buscar la verdad, la esencia, la raíz de las cosas, de las personas,
de la comunidad, de uno mismo. El mundo hoy arremeda a Pilatos, cuando con
una pregunta se burló, impune, de la Verdad. «Si el relativismo fuera cierto,
nunca podríamos descubrir que así fuera», dice con verdad el filósofo Brugger.
La búsqueda de la verdad hace libres y justas a las personas, su negación, las
hunde, corrompe y esclaviza.

Dedico este artículo con enorme cariño a la memoria de mi queridísima


hermana Lis, mujer virtuosa, gran declamadora, graciosa, bella de alma y
cuerpo, quien hoy cumple un año de haber partido al encuentro con el rostro
misericordioso de Dios, con la ternura infinita del Creador; y a la memoria de
mi querido primo hermano José Antonio Gándara Mendoza, hombre cabal,
brillante profesionista, de quien guardo gratos recuerdos de la infancia y
juventud; descanse en paz a la sombra del Altísimo y de María, la abogada
nuestra.

(Este texto será publicado también en el periódico La Jornada Zacatecas, en


próximos días).

——
English version:

The so-called «post-truth» is a gross deception, a cultural defeat, a collapse of


the spirit. It is based on an ideological mental construction unrelated to the
truth of being. The truth persists despite the limitations of the human person.
The person is a created being, subject to the only essential Lord, as Romano
Guardini of distinguished memory, says. Truth that consists «in seeing the
essence of things and doing justice to them».

Chesterton, brilliant thinker, master of fine philosophical irony, converted to


Catholicism, in his book Orthodoxy, says: «Without humility it is impossible to
enjoy anything; not even pride. What makes us suffer in the present is
misplaced modesty. Modesty has changed organs: from that of ambition to that
of conviction.» Excessive ambition and timid conviction.

We were destined, Chesterton tells us, to doubt about ourselves, but «not about
the truth.» He prophesied by noting that the world was on the way to producing
a «race of men mentally too modest to believe in the multiplication table.» But
yes, now people believe in horoscopes, fake news, aberrant opinions of many
«influencers», lies by demagogues, media hoaxes at the service of Anglo-Saxon
economic interests, etc.

Post-truth is the result of said change of organ. The human intellect is


considered powerless to glimpse the truth, and so the truth is denied. Post-truth
ideology finds remote origins, among others, in Hobbes’s philosophy of English
empiricism. For him, «the only source of all our knowledge is the senses; the
understanding, as an essentially different and superior faculty, does not exist».

This ideology also is based on the nihilism of Federico Nietzsche, that is, on the
transmutation of all values. «Values» and «truths» to the taste of the superman
who has killed God. And if there is no God, everything goes, and if everything
goes, nothing goes: fatal indifference to the profound problem of good and evil.

The relativism that is condensed in the idea that «everything goes because there
is nothing that is true or good», nourishes the myth of post-truth with its
poison. There is no longer conformity of knowledge with its object as a measure
of the truth, Hume’s emotivism now governs, which «affirms that morality is
not a rational principle, but happiness or sadness…».

Post-truth ideology crudely contradicts the vocation of intelligence, of


understanding: to have truth as its object. What is post-truth? A hoax that
renounces the use of critical reason, that uses fragmented visions of things,
publicity, propaganda, demagoguery to replace the truth. And instead of playing
some role the critical reason, it is played entirely by emotion. It is a dictatorship
of «my own self and the desire for it», as J. Ratzinger warned.
For Ratzinger, as José Antonio Hernández Mejia points out, such a dictatorial
problem «is a central issue that not only Christianity, but humanity as a whole,
has to address, because its future is at stake in the face of the risk of social
dissolution by materialistic, narcissistic and relativistic philosophy that exists in
contemporary society». Anti-solidarity individualism that feeds liberal neo-
capitalism.

According to the post-truth hoax, everyone has their own idea of the value or
disvalueof things, regardless of what they really are and are worth. «Appealing
to the truth is not synonymous with knowing oneself in possession of it, but
rather in sincere search», a sensible thinker has said. Duty is solidly grounded
in the truth of being, in substantive conceptions of personality and society, as
Unger says, «in proper relation to property, liberty, and community life», not in
gelatinous subjectivities, in emotional swamps, in fashionable sexual whims
outside the natural order.

In the political field, post-truth breaks the link between politics, on the one
hand, and justice and freedoms as the core of the law, on the other, emptying
politics of any fully human meaning. Thus, the strong, without any scruple,
devours everyone, like so many in past and recent history, especially in today’s
tartuffeous West that revolves around the decadent Anglo-Saxon empire, which
pretends to be very democratic but exploits so many, specially the weaks.

If politics is not at the service of the common good, of solidarity, then, without
limits set forth by law, it becomes mere force, brutal and naked power, an
instrument of rogues, of factious groups that serve themselves to ruin the
peoples. All power without limits is a dictatorship, of different gradations, but a
dictatorship nonetheless.

The supposed post-truth is a sworn enemy of reason. «The whole modern world
is at war with reason; and the tower already falters,» Chesterton commented
more than a hundred years ago. Today the tower lies on the ground, in the dust
of human stupidity that believes in everything that is ideological junk, except in
the essential.

Human pride is free to destroy itself, to fall into the pit of stupidity. Faced with
this fraudulent ideology of post-truth, is the demand to repudiate the abysses of
relativism, nihilism, and emotivism in order to go out again to seek the truth,
the essence, the root of things, of people, of the community, of oneself. The
world today imitates Pilate, when with a question he mocked, with impunity, the
Truth. «If relativism were true, we could never discover that it was so,» says the
philosopher Brugger truthfully. The truth makes people free and fair, its denial
sinks, corrupts and enslaves them.

I dedicate this article with great affection to the memory of my dearest, virtuous,
graceful, beautiful sister Lis, who today celebrates one year of having left for the
fortunate encounter with the face of God; and to the memory of my dear cousin,
Jose Antonio Gandara Mendoza, a fine man, a brilliant professional, may God
have mercy upon his soul.

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