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LA TENTATIVA
Ya hemos dicho que ordinariamente el legislador sanciona aquellos comportamientos
que al adecuarse plenamente al tipo lesionan o ponen, en peligro, sin justa causa,
intereses jurídicos que ha juzgado fundamentales para la colectividad;
Si el tipo penal comprende la descripción de una conducta humana con todos los
ingredientes que permiten darle a esa conducta el calificativo de consumada, y la
experiencia, sin embargo, nos enseña que no siempre el individuo logra realizar lo que
se propone, que muchas veces se queda en la mitad del camino, y, por otra parte,
también sucede que la acción humana tipificada en el código penal con sujeto activo
singular, puede ser realizada por varias personas o con la ayuda o contribución de
otras desbordando así el marco típico, en estas dos hipótesis se hace necesario unos
mecanismos amplificadores del tipo, ya que, en estas dos hipótesis, este ordenamiento
sería impotente para aplicar la sanción criminal, ya que no cabrían en ninguno de los
tipos plasmados en ella.
Este es el origen de las dos figuras conocidas por la doctrina con los nombres de
tentativa y coparticipación, en los cuales el legislador, para evitar que ciertas
conductas delictivas ejecutadas por varias personas en relación con tipos penales
monosubjetivos, o que no lleguen a la consumación del hecho punible propuesto,
quedaran atípicas. Estos dos tipos especiales, sui generis, aparecen consagrados en la
parte general del Código Penal (art. 27 y 31), a ellos los denominó el profesor Reyes
Echandía “dispositivos amplificadores del tipo penal” y el profesor Jiménez Huerta
“dispositivos legales amplificadores del tipo”.
LA TENTATIVA.
El artículo 27 del Código Penal colombiano consagra esta figura amplificadora de los
tipos delictivos de la parte especial del estatuto punitivo cuando dice: “el que iniciare
la ejecución de una conducta punible mediante actos idóneos e inequívocamente
dirigidos a su consumación, y esta no se produjere por circunstancias ajenas a su
voluntad, incurrirá en pena no menor de la mitad del mínimo ni mayor de las tres
cuartas partes del máximo de la señalada para la conducta punible consumada.
Cuando la conducta punible no se consuma por circunstancias ajenas a la voluntad del
autor o partícipe, incurrirá en pena no menor de la tercera parte del mínimo ni mayor
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La tentativa es pues un grado de lo cuantitativo del hecho típico es, como decía
Carrara, “un pedazo o fragmento de hecho descriptivo, que en la figura típica aparece
completo o consumado, indicado por el verbo rector”. Se trata de casos en los que el
agente no ejecuta completamente el hecho descrito en la norma original o figura
típica, pero aquello que realiza alcanza a cumplir el mínimo de cantidad merecedor del
reproche. La figura típica sólo castiga la realización completa o consumada de este
hecho, sin la figura amplificadora de la tentativa el reproche y la punición del hecho
serían imposibles, por atípica.
ITER CRIMINIS
Los actos de ejecución pueden ser tenidos como demostración de la idea criminal,
como demostración de que ésta ha madurado suficientemente y de que su autor se
apresta a llevarla a cabo con la utilización de los medios más adecuados. Los de
ejecución sí son actos idóneos o eficaces, por sí mismos, para alcanzar un resultado,
en ellos sí se ha ejecutado sobre la órbita del derecho tutelado, con ellos se ocasiona
un riesgo de daño.
Los actos consumativos se dan cuando el infractor logra el resultado ideado, son los
que dan remate a la cadena de actividades precedentes en cuanto se concretarían en
los últimos movimientos que culminan con la obtención del resultado delictivo querido
por el agente.
CLASIFICACIÓN DE LA TENTATIVA.
No obstante las pretensiones del legislador encaminadas a regular en una sola fórmula
los problemas atinentes a la tentativa, buscando con ellos evitar las frecuentes
distinciones doctrinarias en este ámbito, es necesario hacer consideración de las
diversas especies de tentativa, no sólo porque la ley las supone, sino porque ellas se
presentan en la realidad y por tanto debe precisarse su alcance teórico. Son muchas
las clasificaciones que la doctrina presenta sobre este tema, según el fundamento real
del resultado imperfecto y así, se habla de tentativa por falta involuntaria de
consumación, tentativa por inidoneidad de los medios utilizados, tentativa por
arrepentimiento eficaz del agente (desistimiento) y tentativa por inexistencia de sujeto
pasivo. La tentativa puede ser simple, frustrada, desistida e inidónea.
Los ejemplos traídos por la doctrina como tentativa simple son: el hurtador
sorprendido al momento de introducir la mano en el bolsillo de un transeúnte, el
tirador que empieza a disparar sobre la víctima, el médico que, con todo el
instrumental dispuesto, inicia las primeras exploraciones para practicar el aborto a la
embarazada.
Para que pueda hablarse de tentativa desistida deben reunirse unos requisitos que se
deducen del inciso segundo del artículo 27 del código penal, tales requisitos son: en
primer lugar, es indispensable el abandono de la voluntad delictiva por parte del
agente, esto es, que medie de su parte la decisión de no persistir más en la realización
de la idea criminosa; en segundo lugar, el abandono debe ser definitivo, no
provisional, porque estaríamos en presencia de una postergación de la idea criminal;
en tercer lugar, el abandono debe ser voluntario, esto es de suma importancia porque
el autor puede abandonar el hecho motivado en reacciones primitivas, en
supersticiones, en sentimientos de carácter irracional ajenos ciertamente a su voluntad
y, en cuarto lugar, el desistimiento debe impedir la consumación.
Si el agente desiste porque cree haber hecho todo lo necesario para la consumación o
porque no puede proseguir (porque huye la mujer a quien iba a violar) o el medio
material utilizado no es suficiente o cuando se cambia de medio (ya no piensa utilizar
veneno sino un revólver) en estos y en otros eventos no se puede predicar abandono
de la voluntad delictiva.
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FERNANDO VELAZQUEZ V.
LA TENTATIVA
I. Concepto
violador sorprendido por los vecinos cuando comienza su agresión sexual. Existen,
pues, acciones que se quedan en meros intentos o conatos, lo que no pasa inadvertido
para la teoría jurídica, que las llama tentativa.
Por eso, el aspecto subjetivo de la tentativa coincide a cabalidad con el del tipo
consumado, no así el objetivo, en el que apenas existe un “comienzo de ejecución” en
virtud del cual se puede extender la punibilidad a los casos en que no media
consumación, pues las penas previstas en la ley para la realización de cada tipo penal
presuponen la presencia de todos y cada uno de los elementos de la descripción
correspondiente.
Para estudiar cada uno de los elementos integrantes del concepto de tentativa, debe
indagarse la razón de ser de su castigo, esto es, ¿por qué se reprimen las conductas
que por significar solo un comienzo de ejecución no alcanzan a consumar el tipo
penal? Como es obvio, la respuesta depende del punto de partida asumido y de la
base ideológica que sustente el derecho penal, y tiene repercusiones en diversos
ámbitos, sobre todo en la punibilidad.
Al lado de las anteriores se yerguen las teorías objetivas, para las cuales lo único que
cuenta es el “peligro” o la lesión del bien jurídico, como producto de las ideas liberales
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gestadas a partir del iluminismo, lo que, se supone, lleva a asumir como punto de
partida un derecho penal de acto; la tentativa se sanciona, pues, solo en cuanto
trascienda al mundo exterior y se manifieste en actos que encierren un “comienzo de
ejecución” con independencia de la voluntad criminal manifestada, lo que no puede ser
de otra manera cuando se parte del presupuesto de que los pensamientos no
delinquen. De lo anterior se desprende, entonces, la necesidad de distinguir entre
actos de preparación y actos de ejecución del delito, y castigar solo estos últimos; así
mismo, se diferencia la tentativa idónea de la inidónea, pues le niega trascendencia
jurídico penal a la segunda por no comportar “peligro” alguno para el bien jurídico y,
en el campo de la penalidad, se le da un tratamiento privilegiado al hecho tentado
enfrente del consumado, por considerarlo menos grave.
Las dificultades generadas por una y otra clase de posturas –pues mientras las
primeras olvidan la lesión al bien jurídico como criterio, las segundas lo hacen con la
voluntad criminal, lo que les impide castigar la tentativa inidónea al no poder explicar
el injusto en ella– condujeron a formular las teorías mixtas. Estas pretenden hacer una
simbiosis de ambos criterios para destacar tanto la voluntad criminal y la peligrosidad
expresada por el autor como el riesgo para el bien jurídico. De esta manera se
pretende ponerles límites a los excesos derivados de una y otra postura, para defender
la punición de la tentativa inidónea y postular una atenuación de la pena de carácter
facultativo para el dispositivo amplificador del tipo en estudio, según la mayor o menor
peligrosidad de la acción desplegada por el agente; desde luego, se puede sostener
una concepción mixta con más o menos hincapié en uno u otro aspecto.
¿Cuál es, entonces, el fundamento de punición de la tentativa? Por qué se castiga? Sin
duda, si se pretende construir un derecho penal liberal y democrático, ninguna de las
teorías expuestas explica dicha cuestión: no lo logran las subjetivas, puesto que ni la
voluntad criminal por sí sola, ni la indemostrada peligrosidad criminal están en
capacidad de brindar un criterio seguro desde la perspectiva racional, que permita
defender y afianzar la seguridad jurídica como lo demuestra la historia más reciente,
buen ejemplo de lo cual fue la pretensión nacionalsocialista de erigir un “derecho penal
de la voluntad”, que entendía el delito como “la lesión insoportable del orden moral del
pueblo”, y fundaba la punición de la tentativa y del hecho consumado en la
“realización de una voluntad mala”.
III. Elementos
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Si se parte de la noción legal expresada en el artículo 27, inciso 1º, del Código Penal,
es posible distinguir cinco ingredientes distintos, como se muestra en seguida.
Para iniciar el examen de las circunstancias del tipo en la tentativa, debe comenzarse
por el aspecto subjetivo, pues solo si se precisa el contenido de la voluntad del agente
es posible realizar la subsunción del hecho en un tipo penal determinado, pero para
estudiar este aspecto debe acudirse a la conducta que encaja de manera completa en
la descripción típica. De ello se infiere, entonces, que, en esencia, el aspecto subjetivo
del tipo amplificado por la tentativa coincide con el del comportamiento consumado, y
debe examinarse el dolo en sus diversas formas con sus componentes cognoscitivo y
volitivo, amén de los correspondientes elementos subjetivos del tipo distintos al dolo.
Por ende, resulta claro que la tentativa solo es propia de las conductas dolosas y no es
posible en las culposas y, aun en la hipótesis de que lo fuese, no sería punible puesto
que la ley no la ha previsto; esta exigencia se deduce con toda claridad del texto legal
que, ante el proceso volitivo, dice que los actos deben estar “dirigidos” a la
consumación.
principio de legalidad, pues olvidan que debe ser la ley la encargada de determinar
cuándo los actos son punibles y cuándo no. No obstante, más allá de los excesos
inadmisibles a que conducen estas tesis, sin duda han llamado la atención sobre algo
indiscutible: para determinar si un acto es preparatorio o de ejecución debe tenerse en
cuenta la dirección de la voluntad del autor, como uno de los criterios que posibilitan la
distinción.
Las segundas –o sea, las objetivas– acuden a diversos criterios delimitadores, como
los siguientes: según la corriente denominada formal objetiva, para saber si se está en
presencia de actos de ejecución o de preparación, se debe acudir a los tipos penales
previstos en la respectiva ley penal y precisar, con base en el uso del lenguaje y en la
“consideración natural de la vida”, si la acción allí descrita se identifica con los actos de
ejecución; por supuesto, los comportamientos que no sean subsumibles en ella son
preparatorios. De esta manera, hay actos ejecutivos cuando se comienza a realizar la
conducta típica respectiva; si ello no sucede, se trata de meros actos preparatorios.
Así, hay tentativa de homicidio cuando se inicia la acción de matar, de hurto cuando
comienza el apoderamiento del objeto, etc. Sin duda, esta postura hizo un aporte muy
importante al brindar un criterio respetuoso del postulado de legalidad y llamar la
atención sobre algo cierto: el punto de partida debe ser en todo caso la acción descrita
en el tipo penal respectivo; sin embargo, no logra resolver el problema planteado
porque todavía subiste una cuestión adicional que debe ser esclarecida: ¿cuándo se da
comienzo a la acción típica? ¿Cuándo empieza la conducta de matar: al extraer el
arma, al apuntar o al empezar a disparar? ¿Y la de apoderarse: al entrar en contacto
con la cosa o al desplazarla de un lugar a otro? Olvidaron, pues, los padres de esta
concepción que, como demuestra la lingüística moderna, los límites trazados por el
lenguaje son inseguros, y un asunto como el planteado trasciende más allá de tales
consideraciones.
Los vacíos dejados por la elaboración anterior llevaron a acuñar una teoría material
objetiva, que acude a dos pautas: por un lado, se dice, hay comienzo de ejecución en
toda actividad que –dada su conexión necesaria con la acción típica– aparezca como
parte integrante de ella, según la “concepción natural”; de lo contrario, se trata de
actos preparatorios (R. Frank). No obstante, el problema subsiste porque el criterio de
la “concepción natural”, con todo y ser de carácter material, es demasiado impreciso y
no aporta nada nuevo a la teoría formal objetiva.
Por otro lado, se acude al peligro corrido por el bien jurídico como pauta
complementadora de esta última teoría y se afirma que hay actos de ejecución cuando
se comienza a ejecutar la acción típica y se pone en peligro el bien jurídico; de lo
contrario, se trata de actos preparatorios. Por supuesto, este afán sincretizador
tampoco logra el cometido propuesto no solo por olvidar el contenido de la voluntad
del agente, sino porque invocar el criterio de la “peligrosidad de la acción” –en contra
de quienes defienden esta pauta– en relación con el bien jurídico lleva, de forma
necesaria, a una subjetivización del punto de partida adoptado. Para culminar, las
posturas mixtas buscan resolver la discusión propuesta al unir las tesis en disputa. En
efecto, según los últimos bastiones del causalismo alemán contemporáneo, un acto se
considera como de ejecución cuando un observador objetivo –conocedor del plan del
autor– lo considere como parte de la acción típica, según la “concepción natural”. De
esta manera, se hace una amalgama entre la posición de R. Frank y el punto de
partida que atiende al plan del autor, lo que no contribuye al cabal esclarecimiento del
asunto planteado, como tampoco lo logran quienes pretenden refundir las tesis que
insisten en el peligro para el bien jurídico con el plan del autor, como se ha intentado.
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Otro de los elementos de la noción examinada, además del carácter idóneo de los
actos ejecutivos, es que estos estén “inequívocamente dirigidos a su consumación”;
aquí debe examinarse el problema de la univocidad o inequivocidad de los sucesos
llevados a cabo y dejar el asunto de la consumación para un examen posterior. A
primera vista, parece que esta exigencia no ofrece mayores dificultades
interpretativas, pues el legislador pretende que el analista o el dispensador de justicia
realicen un examen encaminado a verificar si, en la situación concreta –sin que haya
lugar a dudas o a conjeturas–, el acto cuya ejecución ha comenzado se dirige a la
consumación de las exigencias típicas; la misma expresión adverbial
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Así las cosas, solo una corriente intermedia o mixta permite entender cabalmente el
concepto de univocidad de los actos, al postular que el concepto supone la prueba
evidente del propósito criminoso como una característica objetiva de la conducta; esta
posición parece más coherente, sobre todo si se parte de una tesis mixta, como ya se
explicó. De esta manera, pues, se evita convertir este requisito en un problema
procesal y se impide restringir en demasía el alcance de la tentativa, además de
brindar un refuerzo más para la distinción entre actos preparatorios y actos de
ejecución que, si bien por sí misma es insuficiente, contribuye a resolver las
dificultades que la práctica cotidiana genera.
A). Simple
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B). Frustrada
Ahora bien, para determinar cuándo se está enfrente de una u otra clase de tentativa,
la doctrina acuña diversos criterios, según se atienda al plan del autor (subjetivos), a
la realización o no de todos los actos que realmente eran necesarios para la
producción del resultado (objetivos), o a ambos criterios al mismo tiempo (objetivo-
subjetivo), conforme al juicio de un observador desprevenido situado en el plano
objetivo. Desde luego, parecen más acertadas las últimas posturas, si se tiene en
cuenta el punto de partida adoptado en un comienzo, sumando al “grado de
aproximación” a la consumación el plan del autor. A esta clase de tentativa se le
conoce también con las denominaciones de acabada, completa, próxima, conclusa o
concluida, designaciones no siempre equivalentes en la doctrina, pero sostenibles de
lege lata.
Los ejemplos señalados más arriba permiten captar las diferencias con la tentativa
simple: realiza tentativa acabada el ladrón que huye con la cosa, pero que –ante los
llamados del ofendido– luego es detenido por la policía; lo mismo, quien hace sobre la
víctima seis disparos que le afectan órganos vitales, y no obstante los médicos le
salvan la vida; y la mujer embarazada que después de ingerir la píldora abortiva es
sometida a un lavado intestinal que impide la consumación del hecho. Sin embargo, el
distingo no es fácil en hipótesis en las que, después de indagar el plan del autor, de
verificar hasta dónde llega el atentado, de efectuar una valoración desde el ángulo del
bien jurídico amenazado o lesionado, quedan dudas en torno al carácter de acabado o
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inacabado del intento, y se debe acudir al principio in dubio pro reo para lograr una
adecuada y equitativa tasación de la pena, según el artículo 61, inciso 4o .
C). Desistida Esta modalidad existe cuando el agente (autor o partícipe), a pesar de
haber comenzado la ejecución del comportamiento típico o haberla completado
mediante actos idóneos encaminados a la consumación –lo que origina dos
modalidades de la figura: desistimiento en la tentativa acabada y desistimiento en la
tentativa inacabada–, de manera voluntaria decide poner fin a la empresa criminal; así
las cosas, mientras que en las dos anteriores clases de tentativa lo decisivo es la
ausencia de consumación por factores extraños a la voluntad del agente, aquí lo
determinante es la presencia de la propia voluntad de este encaminada a evitar la
ejecución. El efecto más importante derivado de tal comportamiento, siempre que se
reúnan las exigencias examinadas luego, es la impunidad del actuar del agente por la
conducta realizada hasta ese momento, aunque ello no impide el castigo por el
denominado “delito remanente”.
Prueba de lo anterior es que se sanciona el delito remanente, pues se supone que allí
subyace una actividad criminosa que, por afectar 624 Fernando Velásquez Velásquez
bienes jurídicos, tiene trascendencia penal; no se trata de ninguna dádiva del
legislador ni de un problema vinculado con la función de la pena, sino del
reconocimiento de que la actividad punitiva del Estado no puede, en el contexto de
una sociedad democrática y participativa, extenderse más allá de los marcos filosóficos
y políticos garantizadores de la seguridad jurídica. Ahora bien, para que pueda
hablarse de esta clase de tentativa, deben reunirse diversos requisitos inferidos del
artículo 27, en especial de la parte final del inciso 1º: “...y esta –la consumación– no
se produjere por circunstancias ajenas a su voluntad...”.
abandono debe ser de carácter voluntario, esto es, no impuesto por una circunstancia
extraña al agente, sin olvidar que no es la causa la que tiene que ser independiente,
sino la voluntad del autor. Esto es de suma importancia, pues el agente puede
abandonar la realización de su actuar motivado en reacciones primitivas, en
supersticiones, en sentimientos de carácter irracional ajenos a su voluntad, pero que
no deben impedir el reconocimiento del desistimiento para no cometer injusticias. Para
terminar, en cuarto lugar, el desistimiento debe impedir la consumación para que
pueda prosperar la impunidad correspondiente; por ello, se ha precisado, la
voluntariedad y la evitación son el haz y el envés de la misma hoja, la impunidad, y
deben coincidir (F. Muñoz Conde).
En estos casos no hay abandono, sino postergación, que es cosa bien distinta.
Tampoco es voluntario el abandono cuando el autor se atemoriza por las amenazas de
la dama a quien se propone hurtar; si no puede violar a la víctima por eyacular de
manera precoz; cuando se le encasquilla el arma; si después de dos intentos los
agentes no logran accionar el encendido del automotor, y son capturados por la
policía, etc. Así mismo, no se logra evitar la consumación si el herido fallece, o si la
bomba de relojería estalla y destruye la casa del enemigo; en fin, cuando el
envenenado muere después de ingerir la dosis, etc. Desde luego, existen hipótesis
discutibles que obligan al analista o juzgador a emitir un juicio de carácter objetivo sin
olvidar el plan del autor, con base en supuestos probados en debida forma para evitar
disquisiciones sin fundamento alguno.
Este tratamiento punitivo ha sido, sin embargo, discutido y va desde las posturas que
afirman el castigo por el delito consumado doloso, pasa por las que preconizan la
atenuación por diversas razones, hasta las que proponen el castigo por el delito
culposo; o quienes, en fin, se inclinan por la aplicación de la atenuante por delito
doloso y el castigo por delito culposo al mismo tiempo. En el derecho positivo lo
procedente sería, desde luego, aplicarle la disminución punitiva señalada en el artículo
27 inciso 2o , aunque es claro que esta disposición no lo prevé de forma expresa; por
ejemplo: luego de haberle causado lesiones graves a la víctima, con dolo de matar, el
autor la traslada a una clínica donde –pese a la atención de los especialistas que, al
efecto, han sido dispuestos por el heridor– la víctima muere.
Inidónea
Se presenta esta modalidad cuando el autor comienza a ejecutar el hecho, pero este
no se consuma en virtud de que los actos realizados no son idóneos para su logro, con
independencia de que ello acontezca por razones fácticas o jurídicas; puede hablarse,
por ello, de inidoneidad de los medios, del objeto y del sujeto. A esta figura se le suele
denominar tentativa imposible o delito imposible, aunque las equivalencias no son
siempre afortunadas y no faltan quienes se inclinen por la última designación por
considerarla más apropiada y omnicomprensiva. Algunos ejemplos aclaran lo dicho:
disparar sobre un cadáver en la creencia de que se trata de un hombre vivo, o sobre
un hombre protegido por un campo magnético antibalas es una tentativa inidónea
sobre el objeto por razones fácticas; intentar el apoderamiento de una cosa al
suponerla ajena, cuando en realidad se cuenta con la autorización del dueño, lo es por
razones jurídicas. A su vez, tomar aspirina con la finalidad de causarse el aborto o
acudir a los pases mágicos de un curandero indígena es incurrir en una tentativa
inidónea en virtud de los medios utilizados por motivos fácticos. Así mismo, quien
busca causarle un aborto a una joven no embarazada incurre en tentativa inidónea en
relación con el sujeto por razones fácticas; lo mismo ocurre, pero por motivos
jurídicos, con una tentativa de fuga de quien no está privado jurídicamente de la
libertad, o con la tentativa de inducir en error al que no es servidor público en el caso
del artículo 453 del Código Penal.
Los casos de tentativa inidónea, auténticas hipótesis de error de tipo al revés, deben
distinguirse de la figura del delito putativo, que se presenta cuando el autor realiza
una conducta que cree prohibida pero que es realmente lícita (el agente ejecuta actos
homosexuales, incurre en bigamia o comete adulterio, creyendo que han sido
prohibidos por la ley), lo que equivale a un verdadero error de prohibición al revés. V.
Punición de la tentativa Como se desprende de lo dicho, la ley penal solo prevé la
punición de las tentativas simple, acabada y desistida fracasada, y por ello –a
diferencia de legislaciones como la alemana en las que la atenuación para las dos
primeras modalidades es facultativa– consagra una pena en todo caso inferior, que se
debe tasar dentro de los marcos señalados por el artículo 27, en armonía con el
artículo 61, inciso 4o . En efecto, para la tentativa simple y acabada se dispone que el
autor: “...incurrirá en pena no menor de la mitad del mínimo ni mayor de las dos
terceras partes del máximo de la señalada para su consumación”. Ahora bien, en
tratándose de desistimiento malogrado impropio previsto en la ley, se indica que el
agente (autor o partícipe en sentido estricto) incurre en pena “...no menor de la
tercera parte del mínimo ni mayor de las dos terceras partes del máximo de la
señalada para su consumación”. Obvio es decirlo, la pregunta que cabe hacer es:
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¿cuándo se aplica esa atenuante? Al respecto, se debe hacer una distinción, según si la
modalidad de desistimiento malogrado prevista deja o no subsistente un delito
remanente; por supuesto, si no hay delito remanente, lo correcto es predicar la
impunidad en el actuar del agente (autor o partícipe), tal como sucede en la tentativa
desistida ordinaria cuando se presenta la misma situación, como lo imponen los
principios del acto y de culpabilidad, pues él no ha realizado ninguna conducta punible;
en cambio, si subsistiere delito remanente, la pena imponible es la establecida en la
ley para esa conducta según la modalidad de participación criminal.