Está en la página 1de 7

“Eros y ethos en Platón y Freud, ideas para una consideración integral de la persona”

Vamos a recurrir a la obra de Platón, El Banquete, que como todas ellas, está escrita en forma de diálogo; en
esta el tema de discusión es el amor. Eros, el amor, es presentado por otros filósofos como un dios bello y bueno.
Sócrates, personaje central de los diálogos de Platón, con la agudeza que lo caracteriza, pone en cuestión esta
representación habitual del amor.

“- …Eros es el amor de alguna cosa o de nada? (…)


- …De alguna cosa seguramente.
- …Dime si Eros desea la cosa que él ama.
-Sí, ciertamente.
-Pero, replicó Sócrates, ¿es poseedor de la cosa que desea y ama, o no la posee?
-Es probable, replicó Agatón, que no la posea.
-¿Probable? Mira si no es más bien necesario que al que desea le falte la cosa que desea, o bien que no la
desee si no le falta. ¿Y tú que dices?
-Lo mismo.
-Muy bien, pues, ¿el que es grande deseará ser grande y el que es fuerte ser fuerte?
-Eso es imposible.
-Porque no se puede carecer de lo que se posee.
- Tienes razón.
-…Y si alguno me dijese: rico y sano deseo la riqueza y la salud; y por consiguiente deseo lo que poseo,
nosotros podríamos responderle: posees riqueza y salud, y si tú deseas poseer estas cosas es para el porvenir.
Mira pues, cuando dices “deseo una cosa que tengo al presente” no significa sino “deseo poseer en el
porvenir lo que tengo en este momento”.
- … Pues bien, prosiguió Sócrates, ¿no es esto amar lo que no se está seguro de poseer, aquello que no se
posee aún y desear conservar en el porvenir aquello que se posee al presente?” Banquete, 199c-201c

El amor desea la cosa que ama, esto significa que no la posee, ya que nadie desea aquello que ya tiene. Por lo
tanto, el amor es amor de alguna cosa, y fundamentalmente de alguna cosa que falta, ya sea porque no se la tiene, o
porque no se está seguro de poseerla, o porque se la quiere para el futuro. Amor (Eros) es, en este contexto,
sinónimo de deseo. Sócrates nos hace concluir que Eros no es un dios, porque carece de belleza y e bondad. Pero
aspira a poseerlas, por eso es un daimon, esto significa en el mundo griego, un intermediario entre los dioses y los
hombres, entre la carencia y la abundancia, entre la sabiduría y la ignorancia, entre lo mortal y lo inmortal.
Platón se vale de un mito para explicarnos el origen de Eros. Penía, la pobreza es su madre. Esta se propuso
tener un hijo de Poros, dios de la abundancia (el recurso). Eros fue concebido el día del nacimiento de Afrodita. De su
madre ha recibido por herencia el ser “siempre pobre y lejos de ser bello”; lo mismo que su madre está siempre
peleando con la miseria. Pero según la naturaleza de su padre siempre está “a la pista de lo que es bello y bueno” y
ansioso de saber. Por naturaleza no es mortal ni inmortal.

“No es por naturaleza ni inmortal ni mortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está
en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo
que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está,
además, en el medio de la sabiduría y la ignorancia. Pues la cosa es como sigue: ninguno de los dioses ama la
sabiduría ni desea ser sabio, porque ya lo es, como tampoco ama la sabiduría cualquier otro que sea sabio.
Por otro lado, los ignorantes ni aman la sabiduría ni desean hacerse sabios, pues en esto precisamente es la
ignorancia una cosa molesta: en que quien no es ni bello, ni bueno, ni inteligente se crea a si mismo que lo es
suficientemente. Así, pues, el que no cree estar necesitado no desea tampoco lo que no cree necesitar.”
Ibídem (203b-204a)

Porque reconoce aquello de lo que carece (bien-belleza-verdad) Eros es capaz de buscarlo. Es más, no puede
dejar de estar al acecho de lo que desea. Pero el hecho de que pueda reconocer lo que no tiene es condición del
deseo, ¿y cómo podrá reconocerlo si no es, al menos en parte, su propia naturaleza? Aquello que le falta es algo que
debiera poseer y no posee. Eros es incompleto, ya que su bien está fuera de él mismo. Es esa su naturaleza. El mito
del andrógino, en boca de Aristófanes quiere dar cuenta de este hecho.
1
“–Efectivamente, Erixímaco –dijo Aristófanes–, tengo la intención de hablar de manera muy distinta a como
tú y Pausanias han hablado. Pues, a mi parecer, los hombres no se han percatado en absoluto del poder de
Eros, (…) Pues es el más filántropo de los Dioses, al ser auxiliar de los hombres y médico de enfermedades
tales que, una vez curadas, habría la mayor felicidad para el género humano (…) Pero, primero, es preciso
que conozcan la naturaleza humana y las modificaciones que ha sufrido, ya que nuestra antigua naturaleza
no erala misma de ahora, sino diferente. En primer lugar, tres eran los sexos de las personas, no dos, como
ahora, masculino y femenino, sino que había, además, un tercero que participaba de estos dos (…) El
andrógino, en efecto, era entonces una cosa sola que participaba de uno y de otro, de lo masculino y de lo
femenino (…) En segundo lugar, la forma de cada persona era redonda en totalidad, con la espalda y los
costados en forma de círculo. Tenía cuatro manos, mismo número de pies que de manos y dos rostros
perfectamente iguales sobre un cuello circular. Y sobre estos dos rostros, situados en direcciones opuestas,
una sola cabeza, y además cuatro orejas, dos órganos sexuales, y todo lo demás como uno puede imaginarse
a tenor de lo dicho (…) Eran también extraordinarios en fuerza y vigor y tenían un inmenso orgullo, hasta el
punto de que conspiraron contra los dioses (…) Tras pensarlo detenidamente dijo, al fin, Zeus: (…) Ahora
mismo, dijo, los cortaré en dos mitades a cada uno y de esta forma serán a la vez más débiles y más útiles
para nosotros por ser más numerosos (…) Así, pues, una vez que fue seccionada en dos la forma original,
añorando cada uno su propia mitad se juntaba con ella y rodeándose con las manos y entrelazándose unos
con otros, deseosos de unirse en una sola naturaleza, morían de hambre y de absoluta inacción, por no querer
hacer nada separados unos de otros. Y cada vez que moría una de las mitades y quedaba la otra, la que
quedaba buscaba otra y se enlazaba con ella, ya se tropezara con la mitad de una mujer entera, lo que ahora
llamamos precisamente mujer, ya con la de un hombre, y así seguían muriendo(…) Desde hace tanto tiempo,
pues, es el amor de los unos a los otros innato en los hombres y restaurador de la antigua naturaleza, que
intenta hacer uno solo de dos y sanar la naturaleza humana. Por tanto, cada uno de nosotros es un símbolo
de hombre, al haber quedado seccionado en dos de uno solo (…) Por esta razón, precisamente, cada uno está
buscando siempre su propio símbolo(…)Pero cuando se encuentran con aquella autentica mitad de sí mismos
tanto el pederasta como cualquier otro, quedan entonces maravillosamente impresionados por afecto,
afinidad y amor, sin querer, por así decirlo, separarse unos de otros ni siquiera por un momento. Éstos son los
que permanecen unidos en mutua compañía a lo largo de toda su vida, y ni siquiera podrían decir qué desean
conseguir realmente unos de otros. Pues a ninguno se le ocurriría pensar que ello fuera el contacto de las
relaciones sexuales y que, precisamente por esto, el uno se alegra de estar en compañía del otro con tan gran
empeño. Antes bien, es evidente que el alma de cada uno desea otra cosa que no puede expresar, si bien
adivina lo que quiere y lo insinúa enigmáticamente (…)Pues la razón de esto es que nuestra antigua
naturaleza era como se ha descrito y nosotros estábamos íntegros. Amor es, en consecuencia, el nombre para
el deseo y la persecución de esa integridad. Yo me estoy refiriendo a todos, hombres y mujeres, cuando digo
que nuestra raza sólo podría llegar a ser plenamente feliz si lleváramos el amor a su culminación y cada uno
encontrara el amado que le pertenece retornando a su antigua naturaleza. Por consiguiente, si celebramos al
Dios causante de esto, celebraríamos con toda justicia a Eros, que en el momento actual nos procura los
mayores beneficios por llevarnos a lo que nos es afín y nos proporciona para el futuro las mayores esperanzas
de que, si mostramos piedad con los Dioses, nos hará dichosos y plenamente felices, tras restablecernos en
nuestra antigua naturaleza y curarnos. Éste, Erixímaco, es –dijo–mi discurso sobre Eros.” (Ibídem 189a- 193d)

El discurso del poeta pone de relieve como el amor obedece a un íntimo anhelo de restitución de una
plenitud perdida, de reencuentro con uno mismo en el ser amado, que sobrepasa con mucho el mecanismo químico
y biológico de las atracciones y repelencias de los elementos (en referencia al discurso del médico Erixímaco). El mito
del andrógino, el ser descomunal partido en dos por Zeus, explica por un lado, la sensación de plenitud que da la
unión amorosa, y por otro, la polarización del amor hacia uno u otro sexo por razón de contextura biológica.
En el banquete Eros y Ethos se relacionan. El amor tiene una función ética, la búsqueda del bien y la felicidad.
Freud, que representa para nosotros la explicación científica, retoma esta idea en El malestar en la cultura, ya que la
2
felicidad es el objeto mismo del texto. Comienza analizando el sentimiento religioso que muchas personas
manifiestan como “sentimiento oceánico” y encuentra su origen en el amor. Según el autor, la religión se funda en el
deseo de un bien que satisfaga completamente. Pero en su concepto felicidad y placer son lo mismo, por lo que
alcanzar esta satisfacción completa es imposible. Siguiendo sus observaciones encuentra la explicación de este deseo
insatisfecho en la huella que deja en la psiquis la primera infancia, donde somos uno con todo, antes de formar el yo.
Este pasado en el que no nos diferenciamos del mundo que es causa de nuestro placer (el pecho) es lo que buscamos
como fin último. Al no poder encontrar esa unión con el Todo somos infelices. Cuando dejamos la niñez y cambiamos
el principio de placer por el de realidad, cambiamos un programa de supervivencia por otro de dominio de la realidad
y abandonamos la felicidad para siempre, pero por aquella memoria psíquica, se mantiene como un fin inalcanzable.
A propósito de la pregunta por el sentimiento religioso (“oceánico”) planteada por un amigo, Freud responde:

“…el yo se continua hacia adentro, sin límites precisos, con una entidad psíquica que denominamos ello y a la
cual viene a servir como de fachada. Pero, por lo menos hacia el exterior, el yo parece mantener sus límites
claros y precisos. Sólo los pierde en un estado que, si bien extraordinario, no puede ser tachado de patológico:
en la culminación del enamoramiento amenaza esfumarse el límite entre el yo y el objeto. Contra todos los
testimonios de sus sentidos, el enamorado afirma que yo y tú son uno, y está dispuesto a comportarse como
si realmente fuera así. Desde luego, lo que puede ser anulado transitoriamente por una función fisiológica
también podría ser transformado por procesos patológicos (...) de modo que también el sentimiento yoico
está sujeto a trastornos y los límites del yo con el mundo exterior no son inmutables. Este sentido yoico del
adulto no puede haber sido el mismo desde el principio, sino que debe haber sufrido una evolución, imposible
de demostrar, naturalmente, pero susceptible de ser reconstruida con cierto grado de probabilidad. El
lactante aún no discierne su yo de un mundo exterior como fuente de las sensaciones que le llegan.
Gradualmente lo aprende por influencia de diversos estímulos [como el seno materno, que logra atraer con
su llanto al ser sustraído]. Con ello comienza por oponérsele al yo un objeto en forma de algo que se
encuentra afuera y para cuya aparición es menester una acción particular. Un segundo estímulo para la
aceptación de un afuera, de un mundo exterior, lo dan las frecuentes, múltiples e inavitables sensaciones de
dolor y displacer que el aún omnipotente principio de placer induce a abolir y evitar. Surge así la tendencia
(…) a formar un yo puramente hedónico, un yo placiente (…) Con todo, el hombre aprende a dominar un
procedimiento que le permite discernir lo interior (perteneciente el yo) del exterior (originado por el mundo)
dando así el primer paso a la entronización del principio de realidad, que habrá de dominar toda evolución
posterior. Naturalmente, esa capacidad adquirida de discernimiento sirve al propósito práctico de eludir
sensaciones displacenteras percibidas o amenazantes (…) Originalmente, el yo lo incluye todo; luego,
desprende de sí un mundo exterior. Nuestro actual sentido yoico no es, por consiguiente, más que el residuo
atrofiado de un sentimiento más amplio de envergadura universal, que correspondía a una unión más íntima
entre el yo y el mundo. De esta suerte, los contenidos ideativos que le corresponden serían precisamente los
de infinitud y comunión con el Todo, los mismos que mi amigo emplea para ejemplificar el sentimiento
oceánico. ” Freud, S., El malestar en la cultura, Folio, Barcelona, 2007.

Aquí de nuevo se pone de relieve que hay un deseo fundamental en el ser humano de unión con un todo que
era él mismo y que ahora está fuera de él. Freud cree que la religión es una ilusión (como lo afirma en El porvenir de
una ilusión) pero postula que ese sentimiento “oceánico” de unión con el Todo tiene su fundamento en el eros y la
búsqueda de placer, y puede ser explicado por la evolución de la psiquis. En todo caso, la relación eros-ethos, a partir
de la búsqueda del bien y la felicidad (que el autor identifica con el placer) queda expuesta en el siguiente texto:

“… ¿qué fines y propósitos de vida expresan los hombres en su propia conducta; que esperan de la vida, qué
pretenden alcanzar en ella? Es difícil equivocar la respuesta: aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices,
no quieren dejar de serlo. Esta aspiración tiene dos faces: un fin positivo y otro negativo: por un lado evitar el
dolor y el displacer; por el otro experimentar intensas sensaciones placenteras. En sentido estricto, el término
felicidad sólo se aplica al segundo fin. De acuerdo con esta dualidad del objeto perseguido, la actividad
humana se despliega en dos sentidos, según trate de alcanzar uno u otro de esos fines. Como se advierte,
quien fija el objetivo vital es el principio de placer; principio que rige las operaciones del aparato psíquico
desde su mismo origen, de cuya eficiencia no cabe dudar, aunque este en pugna con el mundo entero, tanto
3
con el macrocosmos como con el microcosmos. Este programa ni siquiera es realizable, pues todo el orden del
universo se le opone (…) La reflexión demuestra que las tentativas destinadas a alcanzarlo pueden llevarnos
por caminos muy distintos, recomendados todos por las múltiples escuelas de sabiduría y emprendidos
alguna vez por el ser humano. En primer lugar la satisfacción ilimitada de todas las necesidades se nos
impone como norma de conducta más tentadora, pero significa preferir el placer a la prudencia y a poco de
practicarla se hacen sentir sus consecuencias. Los otros métodos que persiguen sobre todo la evasión del
sufrimiento (…) es claro que la felicidad alcanzable por este método no puede ser sino la de la quietud. ”

Freud coincide con el pasaje de Aristófanes en que el amor es la necesidad de satisfacción de un bien
absoluto; en ambos Eros es el deseo de un bien debido, es decir, que por naturaleza es propio y debería ser
restituido. Y así como en el mito de Aristófanes la vuelta a la integridad total es imposible (y por eso nos
conformamos con lo más próximo que es la unión sexual y espiritual) en Freud la restitución del bien absoluto y la
unión con el todo es imposible. Ambos coinciden también en que Eros tiene su fin, en definitiva, en uno mismo. El
amor no alcanza para trascender la vida porque no es más que el intento de volver a un estado primigenio
inalcanzable.
Pero la postura representada por Aristófanes en el Banquete no es la de Platón. Esta se encuentra en el
discurso de Sócrates, en el que hace referencia a un diálogo con la adivina de Mantinea, Diotima. Allí se explica la
verdadera función de Eros en relación al ser humano, que es en definitiva comunicarlo con la divinidad, llenar el
hueco entre los mortales y los dioses y darle al ser humano el deseo de trascender a través de la creación (poiesis) en
la búsqueda del bien, ya sea de la vida biológica o del pensamiento.

“–¿Quiénes son, Diótima, entonces, los que aman la sabiduría, si no son ni los sabios ni los ignorantes?
–Hasta para un niño es ya evidente que son los que están en medio de estos dos, entre los cuales estará
también Eros. La sabiduría, en efecto, es una de las cosas más bellas y Eros es amor de lo bello, de modo que
Eros es necesariamente amante de la sabiduría, y por ser amante de la sabiduría está, por tanto, en medio del
sabio y del ignorante. (…)
–Sea así, extranjera, pues hablas bien. Pero siendo Eros de tal naturaleza, ¿qué función tiene para los
hombres?
–Esto, Sócrates, es precisamente lo que voy a intentar enseñarte a continuación. Eros, efectivamente, es como
he dicho y ha nacido así, pero a la vez es amor de las cosas bellas, como tú afirmas. Más si alguien nos
preguntara: ¿En qué sentido, Sócrates y Diótima, es Eros amor de las cosas bellas? O así, más claramente: el
que ama las cosas bellas desea, ¿qué desea?
–Que lleguen a ser suyas.
–Pero esta respuesta exige aún la siguiente pregunta: ¿qué será de aquel que haga suyas las cosas bellas?
Entonces le dije que todavía no podía responder de repente a esa pregunta.
–Bien. Imagínate que alguien, haciendo un cambio y empleando la palabra 'bueno' en lugar de 'bello', te
preguntara: 'Veamos Sócrates, el que ama las cosas buenas desea, ¿qué desea?'
–Que lleguen a ser suyas.
–¿Y qué será de aquel que haga suyas las cosas buenas?
–Esto ya puedo contestarlo más fácilmente: que será feliz.
–Por la posesión de las cosas buenas, en efecto, los felices son felices, y ya no hay necesidad de añadir la
pregunta de por qué quiere ser feliz el que quiere serlo, sino que la respuesta parece que tiene su fin.
–Tienes razón.
–Ahora bien, esa voluntad y ese deseo, ¿crees que es común a todos los hombres y que todos quieren poseer
siempre lo que es bueno? ¿O cómo piensas tú?
–Así, que es común a todos.
–¿Por qué entonces Sócrates, no decimos que todos aman, si realmente todos aman lo mismo y siempre, sino
que decimos que unos aman y otros no?
–También a mí me asombra eso.

4
–Pues no te asombres, ya que, de hecho, hemos separado una especie particular de amor y, dándole el
nombre de todo, la denominamos amor, mientras que para las otras especies usamos otros nombres.
–¿Cómo por ejemplo?
–Lo siguiente. Tú sabes que la idea de 'creación' (poíesis) es algo múltiple, pues en realidad toda causa que
haga pasar cualquier cosa del no ser al ser es creación, de suerte que también los trabajos realizados en todas
las artes son creaciones y los artífices de éstas son todos creadores (poietaí).
–Tienes razón.
–Pero también sabes que no se llaman creadores, sino que tienen otros nombres y que del conjunto entero de
creación se ha separado una parte, la concerniente a la música y al verso, y se la denomina con el nombre del
todo. Únicamente a esto se llama, en efecto, 'poesía', y 'poetas' a los que poseen esta porción de creación.
–Tienes razón.
–Pues bien, así ocurre también con el amor. En general, todo deseo de lo que es bueno y de ser feliz es, para
todo el mundo, el grandísimo y engañoso amor. Pero unos se dedican a él de muchas y diversas maneras, ya
sea en los negocios, en la afición a la gimnasia o en el amor a la sabiduría, y no se dice ni que están
enamorados ni se les llama amantes, mientras que los que se dirigen a él y se afanan según una sola especie
reciben el nombre del todo, amor, y de ellos se dice que están enamorados Y se les llama amantes.
–Parece que dices la verdad.
–Y se cuenta, ciertamente, una leyenda, según la cual los que busquen la mitad de sí mismos son los que
están enamorados, pero, según mi propia teoría, el amor no lo es ni de una mitad ni de un todo, a no ser que
sea, amigo mío, realmente bueno, ya que los hombres están dispuestos a amputarse sus propios pies y
manos, si les parece que esas partes de sí mismos son malas. Pues no es, creo yo, a lo suyo propio a lo que
cada cual se aferra, excepto si se identifica lo bueno con lo particular y propio de uno mismo y lo malo, en
cambio, con lo ajeno. Así que, en verdad, lo que los hombres aman no es otra cosa que el bien. ¿O a ti te
parece que aman otra cosa?
–A mí no, ¡por Zeus!.
–¿Entonces, se puede decir así simplemente que los hombres aman el bien?
–Sí.
–¿Y qué? ¿No hay que añadir que aman también poseer el bien?
–Hay que añadirlo.
–¿Y no sólo poseerlo, sino también poseerlo siempre?
–También eso hay que añadirlo.
–Entonces, el amor es, en resumen, el deseo de poseer siempre el bien.
–Es exacto lo que dices.
–Pues bien, puesto que el amor es siempre esto, ¿de qué manera y en qué actividad se podría llamar amor al
ardor y esfuerzo de los que lo persiguen? ¿Cuál es justamente esta acción especial? ¿Puedes decirla?
–Si pudiera, no estaría admirándote, Diótima, por tu sabiduría ni hubiera venido una y otra vez a ti para
aprender precisamente estas cosas.
–Pues yo te lo diré. Esta acción especial es, efectivamente, una procreación en la belleza, tanto según el
cuerpo como según el alma.
–Lo que realmente quieres decir necesita adivinación, pues no lo entiendo.
–Pues te lo diré más claramente. Impulso creador, Sócrates, tienen, en efecto, todos los hombres, no solo
según el cuerpo, sino también según el alma, y cuando se encuentran en cierta edad, nuestra naturaleza
desea procrear. Pero no puedo procrear en lo feo, sino solo en lo bello. La unión de hombre y mujer es,
efectivamente, procreación y es una obra divina, pues la fecundidad y la reproducción es lo que de inmortal
existe en el ser vivo, que es mortal. Pero es imposible que este proceso llegue a producirse en lo que es
incompatible, e incompatible es lo feo con todo lo divino, mientras que lo bello es, en cambio, compatible. Por
esta razón, cuando lo que tiene impulso creador se acerca a lo bello, se vuelve propicio y se derrama contento,
procrea y engendra; pero cuando se acerca a lo feo, ceñudo y afligido se contrae en sí mismo, se aparta, se
5
encoge y no engendra, sino que retiene el fruto de su fecundidad y lo soporta penosamente. De ahí,
precisamente, que al que está fecundado y ya abultado le sobrevenga el fuerte arrebato por lo bello, porque
libera al que lo posee de los grandes dolores del parto. Pues el amor, Sócrates, no es amor de lo bello, como tú
crees.
–¿Pues qué es entonces?
–Amor de la generación y procreación en lo bello.
–Sea así.
–Por supuesto que es así. Ahora bien, ¿por qué precisamente de la generación? Porque la generación es algo
eterno e inmortal en la medida en que pueda existir en algo mortal. Y es necesario, según lo acordado, desear
la inmortalidad junto con el bien, si realmente el amor tiene por objeto la perpetua posesión del bien. Así,
pues, según se desprende de este razonamiento, necesariamente el amor es también amor de la
inmortalidad.” Banquete, 204b-207a

El sentido metafísico de Eros se da en la procreación de la vida, porque es allí donde lo finito toca lo infinito.
Si la felicidad es la posesión continua del bien, esta se da solo en la proximidad de la inmortalidad, y la transmisión de
la vida es el modo que adopta la inmortalidad en lo mortal. De allí que la generación se de en cercanía de lo bello,
pues lo divino es bello y bueno. Lo mortal busca lo inmortal a su modo, por eso eros es un daimon que une al ser
humano con los dioses. Es la vía por la que los seres humanos se acercan a la vida divina. En Platón, Eros tiene un
sentido de trascendencia, lleva al seres humano más allá de lo que es en sí mismo. La dimensión trascendente del
amor implica la aceptación de que el yo es para otro, que el ser humano es, no incompleto (como quería afirmar
Aristófanes en el mito) sino complementario. En este sentido podemos entender que todo ser humano es “símbolo
de ser humano”; todos estamos enviados hacia el otro. Este carácter de complementariedad es imposible sin
suponer la identidad y la alteridad, no se puede ser complementario si no es distinto. Por lo tanto el amor no es la
unión de lo mismo con lo mismo, sino de cosas diferentes. No podríamos hablar en sentido estricto de amor de uno
mismo. Sin identidad (entendida como la no confusión entre el amante y lo amado) no hay otredad y por lo tanto no
hay lugar para eros. El amor es amor de lo diverso y complementario. Nos hace trascender porque nos impulsa hacia
algo que no teníamos y a la vez nos complementa, algo que está hecho para nosotros y nos hace mejores. Este es
también el fundamento de toda sociedad. Eros es la búsqueda del filósofo, el deseo del bien y la verdad que lo lleva
más allá de sí mismo. Al elevarse al mundo de las Ideas, trasciende su propia vida, gusta un poco la inmortalidad. Y
este deseo de divinidad, insatisfecho en esta vida, mueve a creer en una satisfacción más allá de la misma. Es decir, le
da sentido a la totalidad.

Preguntas para analizar el texto sobre "Eros y ethos en Platón y Freud" para alumnos de 17 años:

1. ¿Cuál es la visión de Sócrates sobre Eros en el diálogo del Banquete? ¿Por qué lo considera un "daimon" y
no un dios bello y bueno?

2. ¿Cómo explica Platón el origen de Eros según el mito de Penía y Poros? ¿Qué características atribuye
Platón a Eros en relación con su naturaleza y su búsqueda de lo bello y bueno?

3. Según el texto, ¿cuál es la función ética del amor (Eros)? ¿Cómo se relaciona el amor con la búsqueda del
bien y la felicidad?

6
4. ¿Cuál es la postura de Freud respecto al amor y la felicidad en su obra "El malestar en la cultura"? ¿En qué
aspectos se diferencia su explicación de la de Platón?

5. ¿Cuál es el sentido metafísico de Eros según el discurso de Diotima en el Banquete? ¿En qué consiste la
trascendencia del amor y cómo se relaciona con la generación y procreación en lo bello?

Estas preguntas invitan a los alumnos a reflexionar sobre las distintas perspectivas filosóficas acerca del amor
y la trascendencia, así como su relación con la ética y la búsqueda de la felicidad. También les permite comparar y
contrastar las ideas de Platón y Freud sobre Eros y analizar cómo ambos filósofos abordan el tema desde diferentes
enfoques.

También podría gustarte