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Introducción
El presente ensayo busca articular la idea del Eros platónico que desarrolla Diotima al
enseñar a Sócrates los misterios del amor con la concepción de filosofía que tiene el
filósofo Boecio en su texto “La consolación de la filosofía”. La tesis central que aquí
sostengo es que si el hombre desconoce su verdadera naturaleza, que tiende hacia la
búsqueda y contemplación de lo bueno y de lo bello, estará condenado a vivir en las
sombras o en un mundo de la mera apariencia, por usar la analogía que propone Platón
en su Alegoría de la Caverna.
La diosa fortuna, que Boecio describe como una esencia caprichosa y sujeta a al
deseo de ver girar la rueda del azar, la compara con el designio azaroso de las mareas,
ora tempestuosas ora dulces y calmas. La fortuna, dueña de bienes efímeros como
riquezas y honores, justifica con una retórica que no sólo la humaniza (permítaseme la
expresión dóxica), sino que sostiene sus argumentos con una gran potencia, termina
haciéndonos ver que quien se sujeta al capricho de ella no tiene razones para reclamar
que se lleve aquello que le dio, pues su esencia misma es el azar y el cambio. Así, al
hombre cuya búsqueda es la felicidad que esconden objetos de satisfacción como los que
Fortuna posee, tendrá que vérselas con el designio de una diosa caprichosa que su único
deseo pareciera hacer girar la rueda del azar.
Sepa sin embargo aquel hombre que se sujeta al brillo con que se rodean los objetos que
ofrece la diosa fortuna, que su dicha momentánea no es desdeñable en sí misma. Pero ha
de tener en cuenta que entregarse a sus brazos es entregar su felicidad al azar mismo y,
con ello, a la gran paradoja de tener que disfrutar de una dicha que no es realmente suya,
dicha que, paradójicamente se va al querer aprehenderla, pues su única certeza es su
efímera condición. El hombre que apueste entonces por la felicidad que ofrece la diosa
Fortuna, habrá que vivir también bajo la angustia de la posibilidad de perderlo todo en
cuanto el antojo de Fortuna lo desee.
Ahora bien, la retórica de Fortuna nos permite empatizar con ella, nos hace compartir y
comprender el pathos al que está sujeto aquél que busca su realización apegándose a las
cosas efímeras y que injustamente reclama a una Diosa cuya esencia es la
inconsistencia, pues: ¿es justo aquél que le reclama su condición caprichosa, cuando su
esencia es justamente ser inconstante?
“¿Soy yo, acaso, la única a quien se niega el ejercicio de sus derechos? Puede el
cielo inundar de luz a los días para arrojarlos después a la oscuridad de la noche.
El año puede cubrir de flores y frutos a la faz de la tierra o desfigurara con hielos y
nubes. Se permite al mar acariciar la arena con sus olas o encresparse y rugir con
el estruendo de la tempestad. ¿Y podría yo verme encadenada por la insaciable
codicia del hombre a una rutina inmutable impropia de mi naturaleza? La
inconstancia es mi misma esencia. Éste es mi juego incesante, mientras hago girar
veloz mi rueda, contenta de ver cómo sube lo que estaba abajo y baja lo que
estaba arriba. Súbete a mi rueda, si quieres, pero no consideres una injusticia que
te haga bajar, si así lo piden las leyes del juego. ¿Es que, acaso, desconocías mis
costumbres?” (Boecio, 2020, 67)
Es con estas palabras que la diosa filosofía va llevando al hombre a dialectizar sus ideas
respecto de su verdadera naturaleza. En este sentido, nos dice que la verdadera
búsqueda del bien o la felicidad no está en la saciedad vía los objetos sensibles.
“el hombre, cuanto más feliz, más exigente se muestra; y si no tiene a su alcance
todo lo que desea, muy pronto se abate ante los más pequeños reveses, ya que
no sabe sufrir: ¡así son de ligeras las contrariedades que impiden a los favorecidos
de la Fortuna llegar al colmo de su bien! […] Verás por ello cuán miserable es la
felicidad de la vida humana: ni dura mucho tiempo en los que la disfrutan ni
satisface del todo a los que la persiguen” (íbid, 74)
“¿Por qué, pues, oh mortales, buscáis fuera una felicidad que está dentro de
vosotros? El error y la ignorancia os confunden. Te haré ver brevemente la
felicidad plena. ¿Hay algo más valiosos para ti que tú mismo?
>> Si, pues, eres dueño de ti mismo, serás poseedor de un bien que nunca
querrías perder ni la fortuna podría quitarte” (Íbidem.)
Es así que la Diosa Filosofía propone ir más allá de la Fortuna. Momentos después hace
sin embargo una distinción interesante: hay una Buena Fortuna, aquella de la hablamos y
una Fortuna adversa, que no por serlo es necesariamente indeseable, todo lo contrario.
La Mala Fortuna hacer ver lo efímero de los bienes que ofrece la Buena Fortuna, y con
ello lleva al hombre a ser menos ignorante respecto de sus fines. Esto mismo puede
hacernos recordar los misterios de Eros, de los que hablaré a continuación.
En el diálogo de Platón “El Banquete”, Sócrates, gran maestro de Platón, se reúne con
algunos amigos para festejar a Agatón. Así, encontramos seis discursos que buscan hacer
un encomio de Eros, dios del amor. Si bien cada uno de los discursos presenta cuestiones
importantes respecto de Eros, me centraré en el discurso de Sócrates, importantísimo
para la filosofía, pues se suele tomar como la iniciación a esta búsqueda.
En el encomio de Sócrates éste nos habla de Diotima, quien le cuenta tanto el mito como
la esencia de Eros. El Eros que nos presente Diotima no es, como pudieron insistir los
anteriores participantes del Banquete, un Dios, sino un daimon, un demonio.
Así, dirá que Eros está, al igual que el filósofo tomado por la búsqueda de la
contemplación a la que lo lleva la filosofía; “Siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello,
como cree la mayoría, es, más bien, duro y seco, descalzo y sin casa, […] compañero de
la indigencia [pero también] al acecho de lo bello y de lo bueno: es valiente, audaz y
activo”. (íbidem).
Es así que Eros es definido como un deseo siempre insatisfecho. Ubicado entre la
audacia y por lo tanto apuntando siempre hacia la aventura de algo que lo satisfaga, pero
al mismo tiempo siempre carente de algo, siempre insatisfecho.
Estas ideas llevan a la iniciación del filósofo, con una resolución que sólo él podría tener,
pues es el filósofo el arquetipo del hombre demónico:
“La sabiduría, en efecto, es una de las cosas más bellas y Eros es amor de lo
bello, de modo que Eros es necesariamente amante de la sabiduría, y por ser
amante de la sabiduría está, por tanto, en medio del sabio y del ignorante”
Al estar en medio del sabio y del ignorante, Eros busca aquella sabiduría, pero la puede
buscar porque justamente está en falta.
Así, el deseo entendido como búsqueda, es el punto de partida para alcanzar aquella idea
del bien o de la sabiduría. Con todo ello, el hombre se vuelve virtuoso, pues cuestiona su
propia ignorancia y se sitúa desde ella misma y se asume como ignorante para ir más
allá, para buscar su trascendencia.
A modo de cierre
Igualmente Sócrates acaba proponiendo que es sólo cuando nos permitimos desconocer
algo que podemos ponernos en el camino correcto de la filosofía, aquella búsqueda que
aunque nunca se satisface por ser su esencia misma búsqueda, acerca al hombre a una
vida más virtuosa y bella.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Platón, (1988) Los diálogos de Platón: El Banquete. Editorial: Gredos. Madrid, España.