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Belén Gopegui o la forja de la experiencia femenina

Belén Gopegui entiende la novela como un género para enseñar a conquistar la


vida en femenino. Y para ello, se pregunta qué hay de lo que ellas no fueron. La
historia de la humanidad se ha construido por hombres y mujeres y, sin embargo, solo
se habla de ellos, solo ellos aparecen en los libros de historia, solo ellos aparecen en
el lenguaje. No hay experiencia sin significado y el masculino genérico se traduce a
masculino específico. El narrador siempre se imagina masculino y, por lo tanto, se
puede entender la historia como todas las que no pudieron ser oídas contra todos los
que tuvieron una identidad robada.
Las mujeres llegan tarde a la historia, a adquirir experiencia y no es por propia
voluntad. Si las mujeres saben, es por necesidad. Las abuelas contaban historias a las
hijas y nietas cuyo principal anhelo era dar herramientas para sobrevivir. Así, se han
forjado un papel relegado a un plano secundario, a un espacio doméstico, un papel
que ha estado siempre subordinado al del hombre. La experiencia de la mujer, por
ende, no es solo pobre en experiencia privada sino también en la experiencia de la
humanidad.
Aunque las mujeres no tenían huellas que borrar porque no tenían donde moverse,
aprendieron a borrar sus huellas, a estar sin estar. Puesto que no tenían experiencia,
no añoran una experiencia nueva sino librarse de esta experiencia que está
subyugada a la del hombre. Las mujeres han de construir aún su propia experiencia. Y
para ello no pueden seguir calladas, pues callar es renunciar a la autoridad antes de
que te la quiten. Hay tres facetas fundamentales para que las mujeres puedan
alcanzar su propia experiencia:
A) Apropiación de la palabra
La identificación del poder con la violencia nos hace preguntarnos de dónde
procede la legitimidad. Basta con remontarse a la historia y ver la vieja historia de
la tribu. ¿Quiénes trabajaron para quiénes? ¿Cómo se dividió el trabajo? Es sabido
que las mujeres tuvieron que cuidar a los vástagos de la especie mientras los
hombres salían a cazar. Y es muy probable que fuera precisamente la violencia la
que hiciera que las mujeres aceptaran ese rol sin mediar palabra.
Véase la historia del rey Salomón. La legitimidad que tiene su palabra no
procede de sus sabias decisiones. Sin expertos ni corte que lo apoyara, hay dos
mujeres carentes de herramientas para contradecirle. Así, Salomón puede tomar
decisiones que son sabias por el simple hecho de ser suyas. Esto deja patente que
la palabra de la mujer no vale nada: la que se retracta miente y la otra no piensa,
está «loca», como todas las mujeres. De modo que no es la sabiduría lo que le
hace sabio a este rey sino el poder.
El poder debe ser alcanzado por las mujeres, pero en estado de opresión,
cuando la única libertad que no existe es la de explotar, el único camino es romper
el palo del tiempo que corre en contra de las mujeres para alcanzar la libertad.
Asimismo hay una pistola social que obliga a las mujeres a leer. Y hay que
seguir construyendo una red de modo que ellas acaben siendo espada, pistola. Si
la novela tiene como fin acercar el comportamiento de las personas pero lo
masculino se impone como lo general y lo femenino se relega a lo particular, se
necesita una nueva literatura, escrita por mujeres con voz de mujer y, así,
escuchándose sus intervenciones puestas en común, tienen las mujeres la
posibilidad de alcanzar la autoridad semántica. No obstante, no se trata solo de un
trabajo literario, desde la escuela los alumnos aprenden a categorizar a las
mujeres como algo secundario por más que luego se les diga que no lo son. Por lo
tanto, es necesario educar en una igualdad semántica, que ceda su lugar en la
historia a la mujer para que en la actualidad pueda acceder a las mismas
posiciones que el hombre.

B) Contra el embaucamiento
El hombre se ha servido del embaucamiento para engañar a la mujer y
ascender hacia el poder. Ay, qué prisión la de los elogios envenenados, que
dibujan a un solo tipo de mujer y toda la que se aleje de él no es digna de ser
amada.
Se ha construido la mujer ideal como aquella que se enfrenta a sus propios
defectos, de tal modo que son o bien ángelas o bien demonias. Shulamith
Firestone afirma en La dialéctica del sexo que en la tradición no existe el menor
resquicio para una perspectiva femenina de las cosas y esta ha de ser la condición
previa a una revolución cultural.
Esto no va de ser, fallecer, va de no pedir permiso, pedir a puro grito hasta que
te escuchen. La conquista de derechos no es automática, los caminos son largos y
es necesaria la perspectiva. Tan malo es sacramentar lo que hicimos como
olvidarlo. Los escombros pesan y el delta es un refugio. Sin embargo, para que la
historia de la mujer fluya en más de una dirección, hace falta autoridad, poder con
que encauzarla. Sin cauce, el enfado de la mujer actual solo arremetería contra sí
misma. Es importante tener en cuenta que lo que no pudo ser, no pudo ser y, sin
lamentarse por ello, aprender para construir de nuevo sin otro objetivo que escapar
del prototipo de mujer que la sociedad masculina ha creado: callada, modosa,
incapaz de rebelarse y tomar el poder.

C) La urgencia
El tiempo es necesario para poder leer, estudiar. Es necesaria esa pausa para
llegar a posiciones de autoridad. La fragilidad obligada de la mujer, le ha hecho
compartir conocimientos y esto le ha dado fuerza. Esta es también una forma de
conseguir autoridad.
De todos modos hay que «hacer cuidadosas distinciones», como decía
Sontag. Cualquier persona puede ser vulnerable y frágil y las desgracias no
afectan igual a quien tiene medios para pasarla y a quien no. ¿Qué sucede con las
personas vulneradas? Hay que darles urgencia.
Los buenos sentimientos, aunque no sirvan para hacer política, sí sirven para
hacer literatura. Pero, la dominación no puede ser tratada siempre en segundo
término o el sufrimiento irá a parar a LAS de siempre. Es necesario crear literatura
en clave femenina de manera inmediata para poner de manifiesto el lugar de
sumisión de la mujer en la sociedad y a partir de esta literatura edificar una
sociedad verdaderamente igualitaria, donde la mujer tenga el mismo poder que el
hombre.
La potencia de la literatura para dar vida y, a la par, constatar que no la tiene es
clave para que la mujer adquiera el papel que le corresponde. Es necesario dejar claro
que lo que no pudo ser, no pudo ser y, ahora, batallar con prisa pues no hay tiempo.
Se trata de una lucha hacia el pasado y hacia el futuro. El haber llegado tarde y no
haber podido hacer y pensar qué podría haberse hecho es una consecuencia de la
falta del medio principal: había argumentos, pero no autoridad. Ahora, no hay tiempo
de tragar saliva, se trata de una carrera a contrarreloj. Mediante la literatura se puede
lograr no solo la autoridad semántica sino también la narrativa. La mujer que escribe
tiene dos posibilidades: hacerlo como escritor que plantea su relación con la tradición
o como persona que conoce la posición en que ha sido colocada. Se cruza el hecho
de ser mujer y querer escribir novela política, de modo que los argumentos ya no son
literarios sino de género o políticos. Es el momento de que el arte, que ha sido
establecido por los poderosos (poder social y poder de género), es decir, por los
hombres, ya no sea hecho para ellos ni para sus criterios. Hay que buscar una estética
idealista más perteneciente al ámbito privado. Si no lo entienden, es decir, si no saben
leer, es su problema.

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