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La conferencia de hoyes la segunda de una serie de tres: la primera de ellas trata de los
principios generales y de la conducta no permitida; la ponencia de hoy se ocupará en
especial de la imputación del resultado, de la justificación y del lado subjetivo del
hecho. La tercera, por su parte, tendrá por objeto en relación con lo anterior la
exposición de las formas especiales: tentativa, intervención y la lesión de deberes
positivos. Más detalles podrán encontrar en el sumario de las ponencias y en las hojas
con las tesis de las ponencias que se han repartido a los oyentes. Entremos, pues, sin
más demora en materia, empezando por la imputación del resultado en sentido estricto.
d. Concurrencia de riesgos
Quien se comporta de manera que produce un riesgo prohibido (y salvo que se produzca
una exclusión de la justificación) actúa en un mundo en el cual se producen también,
entre otras cosas, otros riesgos permitidos o no permitidos, riesgos naturales o
infracciones de deberes de la víctima. Si se produce un riesgo que entraña una conducta
riesgosa no permitida (por ejemplo: la muerte de una víctima mediante una conducta
que tenga el significado de "muerte") entonces debe decidirse si esta conducta ha
condicionado la muerte porque significa "matar" o porque ha producido otro riesgo
diferente sin que para ello resulte indispensable el significado específico de "matar".
Con otras palabras, deben "concurrir, como partes necesarias de la explicación causal
del resultado, precisamente aquellas características de la acción que hacen que ésta sea
contraria a la diligencia debida". Esto parece desde la Ciencia natural una tarea sencilla,
aunque no lo es, como puede explicitarse con un conocido ejemplo: la víctima resulta
gravemente lesionada por una conducta no permitida del autor; como consecuencia de
ello, debe ser tratada en un hospital donde fallece a resultas de una explosión, de un
incendio, de una caída por la escalera o de una intoxicación alimenticia. La citada regla
de determinación parece que debe aplicarse como sigue: en cuanto a lo que sucede en el
hospital es completamente indiferente la razón por la cual se hallaba la víctima allí:
porque se cayó por la escalera, o porque se hallaba como visitante o para un chequeo de
salud, etc. Es decir: la conducta no permitida no explica la muerte, incluso cuando la
víctima no hubiera sido enviada al hospital sin la lesión no permitida.
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La decisión de si las características que hacen que la conducta del autor sea no
permitida constituyen componentes imprescindibles para la explicación del resultado,
únicamente puede decidirse si concurre el oportuno conocimiento de que la evitación de
la lesión no permitida constituía una estrategia para evitar que se produzca también la
muerte mediante explosión, lo que -en condiciones normales- no es el caso.
bb. Pormenores
(2) Una dificultad especial entrañan aquellos supuestos en los que un curso lesivo ya
desencadenado e irreversible resulta variado o incluso reemplazado por otro. No en
balde, el saber popular afirma que "lo perdido, perdido está", pero ello no se refiere a
bienes personalísimos (no transferibles), sino en todo caso a bienes ajenos y, por lo
demás, de manera limitada. Un ejemplo de variación en bienes no personalísimos:
quien en una casa en llamas cambia de sitio una cómoda de manera que la misma no
arde de derecha a izquierda sino de izquierda a derecha, está variando un riesgo, pero no
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causa un riesgo nuevo: su conducta no significa, pues, "dañar una cosa". Más discutible
es la solución de aquellos casos de substitución o reemplazo del riesgo. Un ejemplo
sobre ello: quien en medio de un incendio forestal tala un árbol únicamente lesiona la
propiedad ajena de manera formal, como los gamberros que al comienzo de una fuerte
tormenta de granizo se abren expeditamente camino a patadas en un campo de trigo:
también ellos lesionan de manera formal la propiedad. Pero ¿qué sucedería si el
propietario del bosque únicamente se hallara asegurado frente a daños por incendios y el
agricultor sólo lo estuviera frente a la granizada?
(3) El fallo judicial es controvertido, en tanto que también aplica el principio "in dubio
pro reo" al supuesto de concurrencia de riesgos, esto es: en caso de dudas acerca de lo
que el resultado aclara debe acabar en absolución, frente a una difundida solución
doctrinal, que considera suficiente a efectos de responsabilidad un probado incremento
del riesgo. Por lo demás, se acepta mayoritariamente la solución jurisprudencial, que -
sin embargo- es incorrecta. Para poder ilustrar esto imagínese que el ciclista resulta
lesionado pero sobrevive a la colisión y que el camionero resulta igualmente lesionado
cuando su vehículo, después de un brusco y necesario frenazo, choca contra un poste de
la luz. En este caso, el ciclista sería imputado por la lesión del camionero: si el sujeto no
es abandonado a su suerte por todos los buenos espíritus, entonces se defenderá (o se
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hará defender) afirmando que también si hubiera conducido tambaleándose lo normal se
hubiera producido la lesión del camionero debido a su brusco frenazo. ¿Ambos
intervinientes se han comportado, por tanto, de manera errónea, y los daños no pueden
ser imputados a nadie? Se trata, aunque por lo general se pasa esto por alto, de un
supuesto de los llamados daños "sobrecondicionados": todos los intervinientes aportan
una condición por su parte suficiente, de manera que la apelación al error del contrario
únicamente conduce a una remisión interminable.
Pero cuando dos personas, de manera conjunta o una aliado de la otra, en todo caso: al
mismo tiempo, gestionan una fuente de peligro que sólo se puede controlar
conjuntamente, deben comportarse, los dos, de manera correcta si pretenden que la
gestión acabe sin daño alguno. La pregunta correcta no reza, pues, cuándo el error de
uno o del otro explica el error contrario, sino precisamente qué permiten explicar ambos
errores: esto es lo que sucede en los daños ocasionados en las mencionadas variantes de
casos y es lo que sucede asimismo en el caso mencionado al principio de la muerte del
ciclista: la responsabilidad de esta muerte ha de ser acarreada por el conductor del
camión, siempre que se dé la corresponsabilidad de la víctima.
Si no se trata, empero, de una gestión simultánea, entonces uno de los dos gestores ha
establecido ya, completamente, su error, esto es: la condición esencial para el resultado,
y ello antes de que el otro haya actuado o haya debido actual, de manera que la
exigencia al otro de no añadir un nueva condición dentro del mismo riesgo, pierde su
justificación: se convertirá en la exigencia después del cumplimiento de un ritual. Por
ejemplo: si el montador que tiene que esperar a un pequeño montacargas daña la cuerda
portadora del mismo, de manera que el lastre que se puede portar pasa de 100 kg. a 50,
y se remite un envío de 150 kg., que termina estrellándose contra el suelo, entonces el
sobrepeso no contribuye en nada en relación al resultado, en tanto que la caída de una
carga superior a 50 kg. se hallaba en el momento exacto de la provisión de la carga
perfectamente condicionado.
3. Justificación
a. Legítima defensa
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Cuando una conducta, según la semántica social, tiene el significado de "lesionar", ello
no significa que, en todos los contextos, se actúe de manera antijuridica: no lo será si
concurre una causa de justificación. Una parte de las causas de justificación pueden
concebirse como una autolesión en autoría mediata, de manera que presenta similitudes
con la actuación a riesgo propio, en tanto que el titular del ámbito de organización se
lesiona de manera no fenotípicamente de propia mano, pero sí precisamente a través de
otra persona que, por su parte, actúa (o mejor aun: que se deja intervenir) de manera no
responsable, esto es: justificada. Esto puede explicarse, en primer lugar, en el ejemplo
de la legítima defensa: el agresor amenaza a otro con sufrir una merma jurídica,
obligando de ese modo al atacado (o al tercero que actúe en defensa de los bienes
ajenos) a que se defienda legítimamente. Jurídicamente (pero no según la intención del
atacante) el ataque representa que la defensa requerida es, en ese momento, oportuna. Si
queremos explicar esto como una autolesión en autoría mediata, entonces se muestra
donde podemos ubicar esta causa de justificación, esto es: en las proximidades de la
teoría de la conducta permitida y no permitida como parte de la teoría de imputación
objetiva: un ataque antijurídico tiene lugar a riesgo propio del atacante. A diferencia de
lo que sucede en la actuación a riesgo propio, en la que la conducta de aquel sujeto que
ocasiona esta actuación no significa "lesionar", el defensor sí lleva a cabo en la legítima
defensa una conducta con un significado lesivo, si bien de manera adecuada a Derecho:
"lesionar antijurídicamente" no es, propiamente, el significado del acto de repulsa en la
legítima defensa.
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A la misma categoría pertenece el estado de necesidad defensivo, que constituye el
reverso de la injerencia. Por ello, en él se trata, precisamente, y dicho sea de manera
algo general, de que un sujeto que actúa de manera no culpable crea un riesgo no
permitido o, en todo caso, un riesgo en principio permitido pero en el que se supera la
cota usual de riesgo permitido (y, por ello, en este sentido crea un riesgo especial), de
manera que en todo caso es competente de mantener una situación de ausencia de
riesgos en relación a otros sujetos. No es suficiente que un ámbito de organización se
convierta por casualidad en el punto de origen de un peligro, por ejemplo: cuando un
avión se precipita sobre un terreno, surgiendo la inminente amenaza de producción de
otras desagradables consecuencias lesivas. Sin embargo, subsiste una competencia
prioritaria cuando un avión se estrella sobre una planta química donde puede producirse
un escape de materiales tóxicos. En la competencia prioritaria el riesgo debe ser
controlado hasta el límite mismo de la desmesura a costa de la persona. El panorama
abarca desde el atacante no culpable (discutido: en parte se acepta la defensa legítima)
hasta la puesta en funcionamiento de automóviles, aviones, trayectos o recorridos de
circulación, etc. pasando por el control de animales potencialmente peligrosos. Quien
genera un riesgo superior al riesgo generalmente inevitable no puede limitarse
exitosamente a un reparto igualitario de responsabilidades, sino que ha de acarrear los
costes de la eliminación del riesgo en tanto que ésta no resulte desproporcionadamente
grande. Por tanto, quien -para evitar otros males mayores- realiza un daño mediante un
ataque a un ámbito de organización del competente prioritario entonces lleva a cabo su
cometido: ha creado un riesgo especial a riesgo propio y se lesiona a sí mismo mediante
un instrumento justificado. No otra cosa sucede en relación a los derechos
funcionariales, que se corresponden plenamente con la legítima defensa y con el estado
de necesidad defensivo.
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la responsabilidad por el resultado, y -precisamente- en la medida de la libertad exigida
o -incluso- usurpada.
a. Dolo
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Este conocimiento del significado, que le falta al sujeto ajeno a la lengua, es el
conocimiento previo de lo que es realizado como conducta exterior. En el ejemplo
mencionado, el sujeto ajeno sabe, en todo caso, que articula las sílabas de la palabra
"canalla".
Lo mismo sucede en las posiciones de garante. Por ejemplo: quien sabe que, de algún
modo, no sólo ha coproducido un riesgo sino que lo ha provocado mediante el empleo
de un riesgo especial (injerencia), conoce también su cometido de evitar un peligro. 0,
para mencionar un deber positivo, quien sabe que es padre de un chiquillo que se
encuentra en peligro (y, además, es padre no sólo por ser progenitor biológico y externo
socialmente, sino como titular de un estatus con especiales derechos y deberes), conoce
también su deber de evitar la situación de peligro. Quien en la jurisprudencia y en la
literatura se limite a la idea de que el omitente únicamente debe conocer los
presupuestos de su deber de actuación pero no éste mismo, entonces la normatividad de
las posiciones de garantes se verá sencillamente escamoteada.
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se ve claramente en tipos penales que emplean, por ejemplo, elementos como "cosa
ajena" (§§ 242, 249, 303 StGB) o "abuso de las facultades" (§ 266 StGB). Quien en
caso de hurto, robo o daños materiales sabe que está tomando o destruyendo una cosa
ajena, sabe también que está cometiendo un injusto, toda vez que el concepto de
ajenidad tiene como contenido el hecho de que únicamente el propietario está facultado
para manejar la cosa (§ 903 BGB).
Por lo demás, puede objetarse que precisamente en el "núcleo duro" de las conductas
punibles, esto es: en los delitos contra la persona en sentido estricto (o sea: contra
elementos intransferibles dentro de un ámbito de organización: vida, cuerpo, libertad)
sucede algo diferente, en tanto que los tipos penales no manifestarían elemento
normativo ni exigencia de un ataque en un derecho, sino que antes bien
el tipo penal hablaría únicamente de producir la muerte de un ser humano. Esta objeción
no se muestra, empero, muy convincente: con la expresión "ser humano" no se quiere
aludir a la designación biológica de un sujeto perteneciente a la raza humana, sino a una
persona en Derecho como portadora de derechos y deberes, entre ellos lógicamente el
derecho a la vida. Si ambos conceptos, el biológico y el jurídico, hoy en día se solapan
en su extensión, entonces ambos deben ser diferenciados, en tanto que los derechos no
vienen atribuidos por la naturaleza, sino que provienen antes bien de una determinada
cultura. Por ejemplo: un ciudadano romano, que encerrara a sus esclavos rebeldes, no
tendría, al encerrarlo, el dolo de privar a alguien de un derecho (esto es: a una persona)
en el sentido de una prescripción moderna de un delito de detención ilegal, sino de
encerrar a un sujeto carente de derechos. Resulta más o menos obvio el hecho de que la
ley únicamente mencione la competencia jurídica de manera ocasional en el ataque a
bienes personalísimos: mientras que, por ejemplo, en los delitos patrimoniales la
competencia varía y, en el caso límite (derelicción) incluso pueda ser derogada, en los
bienes personalísimos existe siempre un titular: que es siempre uno y el mismo.
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la culpabilidad (que rechaza el dolus malus) reclama siempre para el dolo típico (sin el
conocimiento de la antijuricidad), no existe: los diez o doce "hechos" que pueden ser
conocidos en el momento concreto por el autor del hecho no pueden, por falta de un
sentido inmanente, sin aceptación por parte de un principio jurídico (yeso es la
valoración jurídica), llevar a cabo llamamiento alguno.
b. Imprudencia
La conducta imprudente puede ser más peligrosa que la conducta dolosa, en tanto que la
conducta dolosa debe, de alguna forma, y según el juicio del autor, merecer el esfuerzo,
mientras que en la imprudencia se carece de un calculado límite como ese. Por ejemplo:
un disparo realizado dolosamente con la finalidad de matar a alguien constituirá, por lo
general, una empresa peligrosa, pero un segundo de falta de atención por parte del piloto
de un avión repleto de pasajeros durante la maniobra de aterrizaje concurriendo malas
condiciones o del conductor de autobús durante el cruce de un puente cubierto de hielo
sitúan a una muchedumbre de personas en riesgo de muerte. Desde luego que esos
riesgos también pueden ser provocados de manera dolosa, por ejemplo: por parte de
terroristas, pero ello tampoco disminuye el riesgo de la conducta imprudente.
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No obstante su peligrosidad, el autor del delito imprudente, al margen de algunas pocas
excepciones, resulta castigado de manera desigualmente menor que el autor doloso, y
ello por el motivo siguiente: el peligro de una poena naturalis, al menos la inutilidad
resultante de la desorientación de la conducta imprudente trae consigo que cada persona
se esfuerce por regla general en una conducta orientadora. A diferencia de un habilidoso
hecho doloso, un acto imprudente no puede ser tomado nunca como ejemplo de nada:
quien se comporta una y otra vez de manera imprudente será considerado como un
pertinaz imbécil (las faltas de consideración queridas pertenecen, como hechos
realizados con dolus indirectus a la parte del dolo). Por ejemplo: algunos imperios
comenzaban con un delito (doloso), pero a buen seguro ninguno con una falta de
diligencia debida.
c. Culpabilidad
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al Derecho, entonces la conducta no presenta un significado delictivo, sino que es -en
este aspecto- únicamente un suceso natural, y -por ello- algo también carente de sentido:
quien no puede valorar su conducta de manera adecuada, no produce contradicción a la
norma alguna. Una de dos: [sentido de\ictivo o naturaleza; los dos al mismo tiempo, no!
Pero si la colisión es reconocible o, incluso, conocida, entonces únicamente queda un
único camino (y sólo uno) para evitar el veredicto de culpabilidad: la conducta debe
interpretarse como un suceso que, no obstante el injusto concurrente (o, incluso,
únicamente potencial), sea concebido como un acontecimiento puramente natural, y -
con ello- también carente de sentido. Se trata, pues, de la continuación de la labor con el
código "sentido delictivo versus naturaliza". Jurídico-penalmente sólo hay una
imputación: aquella de la contradicción a la norma, y como la contradicción ha de
mostrar, por definición, el sentido de una tal oposición, la imputación jurídico-penal es
pues idéntica a la constatación de culpabilidad. Hablar de una conducta de "matar" sin
que exista culpabilidad o, en general, de un hecho delictivo carente de culpabilidad no
es, propiamente, un discurso jurídico-penal: por falta de una competente contradicción a
la norma no ha "ocurrido", desde el punto de vistajurídico-penal, nada de nada: en el
sentido de la norma, no se ha matado, sino que -antes bien- la vida se comporta como
naturaleza destructiva.
Qué sea sentido y qué naturaleza no es algo prefijado sino que se determina antes bien
en función de las necesidades y de las posibilidades de la Sociedad: de la necesidad de
explicar un suceso como el mencionado, precisamente a través de su imputación al
autor, como una obra delictiva suya; y de la posibilidad de explicarla, en relación al
autor precisamente como "naturaleza" en su persona.
(1) En la incapacidad por parte de los niños y de enfermos mentales de cumplir la norma
la decisión, al menos para los casos fundamentales, resulta considerablemente clara y
obvia: en la conducta de estas personas domina una subjetividad inmadura o destruida,
y -por ello- el mencionado sentido de la conducta resulta insignificante: lo que se
impone ahí es el aspecto natural, y -todo ello- hasta tanto la Sociedad pueda
"permitirse" esta situación. Las deformaciones generales de la subjetividad, por
ejemplo: las vivencias de los horrores de la Segunda Guerra Mundial compartida por
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millones de personas así como la expulsión de las mismas, no impiden la imputación,
porque la estructura normativa de la Sociedad no podría, en caso contrario,
administrarse en modo alguno.
(2) La interacción entre necesidad social y posibilidad social puede verse muy bien en
los casos de exigibilidad excluida o limitada: (a) La situación de necesidad en relación a
la vida (también otras necesidades de carácter existencia!) puede ser tratado, para quien
sufre la amenaza de muerte, como algo natural -como una existencia natural-, en todo
caso siempre que no halla "originado" él mismo esa situación desoladora (porque, si así
fuera, la inexigibilidad se vería manipulada) y cuando no ostente un estatus de tener que
soportar esa situación de necesidad. Con ello, debería quedar claro que esa situación de
necesidad por parte de aquel que tiene la obligación de soportarla (esto es: de aquel que
no puede invocar su ámbito natural), no se experimenta de manera menor a aquel que sí
pueda llevar a cabo dicha invocación. Del mismo modo, una situación general de
necesidad no puede producir un efecto exculpante. (b) La invocación a lo natural
únicamente puede ser relativa, como sucede en el exceso en la legítima defensa: el
arrebato asténico exculpa ataques contra el agresor que hace tambalear al atacado, pero
no en relación a terceras personas ni tampoco en relación al agresor putativo, que no es
competente de la pérdida que sufre el sujeto que se cree erróneamente atacado. Se
muestra, por ello, (e) por cierto también a propósito del homicidio por arrebato, una
regla en la que es preciso sopesar, de un lado la necesidad de imputación, y de otro la
posibilidad de una exculpación o de una culpabilidad disminuida: en tanto no se trate de
situaciones de arrebato generalizables, especialmente porque pueda atribuirse su génesis
a la propia víctima, puede dominar el ámbito de lo natural. De lo contrario, subsiste la
necesidad de imputación.
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terminado ... De ahí se infiere el idéntico tratamiento para la consumación y para la
tentativa acabada". De manera más radical aun procede Sancinetti: "el injusto no es
nada más que una decisión de voluntad ( ... ). El resultado exterior -al igual que el
movimiento corporal exitoso (¡! G. J)-, no puede asegurarlo el autor en el momento de
la motivación, de la desautorización de la norma; él puede motivarse siempre con
tendencia a una meta determinada; que la meta sea alcanzada o no, va más allá de su
«déficit volitivo», y -por tanto- tampoco puede tener un lugar en el concepto de
injusto".
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acabada o inacabada; si además se produce la consumación, entonces el mismo será,
asimismo, culpable.
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