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DEMOCRACIA Y CIUDADANÍAS GLOBALES

Por Virginia Vargas


Breve acercamiento a la democracia
La mayoría de las democracias realmente existentes en el mundo de hoy pueden ser
consideradas “democracias de baja intensidad”, al estar referidas básicamente a su
dimensión electoral, negando una democracia plural, cotidiana, de múltiples
democratizaciones, extendida a toda la sociedad y las relaciones entre seres humanos y
entre ellos y la naturaleza. No solo en los espacios territoriales, sino también en lo global.
Los profundos vacíos que presenta la conceptualización de la democracia no pueden ser
ignorados. Acechada por posturas fundamentalistas, neoliberales, coloniales, patriarcales
que construyen poderosas articulaciones entre corporaciones, tecnologías y políticos
dedicados a la rapiña, estos actores se apropian transnacionalmente del agua, de los suelos,
de los bosques sin propósitos de uso práctico. Su única meta es ampliar su poder
económico, aunque ello conlleve el no respeto de las soberanías). Actúan en la más
completa impunidad, sin que existan instituciones que les pidan cuentas (Gutiérrez Aguilar,
2017).
La democracia en lo global
El nacimiento de sociedades civiles globales (múltiples y en proceso de formación) reflejan
el creciente impacto de estos procesos globales y, en especial, el de los movimientos
sociales operando a nivel internacional y removiendo los límites de las dinámicas de
exclusión e inclusión.
Indudablemente no todas las incursiones y presencias en estas dinámicas globales son de
corte democrático; lo global también está plagado de conservadurismo, fundamentalismos,
poderes hegemónicos y subordinados. Por ello, en este espacio en construcción —
ambivalente, contradictorio, con influencias y presencias tanto conservadoras como
transformadoras— la importancia de generar polos democráticos a nivel global, capaces de
hacer confluir y potenciar estas agendas específicas, es uno de los retos más urgentes y
atractivos.
Para avanzar, es indispensable que los procesos democratizadores se conviertan en parte
fundamental de las agendas globales. Si bien al coincidir en este espacio iniciativas y redes
de todo el planeta, las presencias multiculturales y pluriétnicas comienzan a ser visibles y
actuantes. Al mismo tiempo, la participación de las diversidades regionales —en cuanto a
clase, género y etnia— no siempre está garantizada.
La democratización del espacio global también responde a la necesidad de extender y hacer
efectivo un sistema normativo transnacional, expresado en una institucionalidad
democrática que sea accesible a los y las ciudadanos/as.
Ciudadanías Globales
Es interesante acercarnos al desarrollo de las ciudanías globales a través de un texto corto
de Michelle Bachelet (2016).
La globalización redefine los límites de las comunidades políticas en las que se había
organizado la ciudadanía, asumida históricamente como dimensión del Estado nación y
como membresía a una comunidad política nacional. En un proceso contradictorio, debilita
y, al mismo tiempo, fortalece a las sociedades civiles nacionales. Las debilita al exponerlas
a localismos y fragmentaciones defensivas y al fragilizar el espacio de deliberación y
negociación en lo público-político. Las fortalece porque las expone a otros derechos, las
universaliza y les ofrece la posibilidad de garantías universales, que van más allá del
Estado-nación. De esta forma, la globalización ha comenzado a abrir una etapa donde
emergen casi dos ciudadanías paralelas: las político nacionales y otra universal y
cosmopolita (Held,1991).

Las y los actores de este espacio global —que están alimentando estas sociedades civiles
globales y construyendo los contenidos de las ciudadanías globales— son muchos y actúan
desde múltiples espacios y con infinidad de estrategias. Son más que actores poblando el
espacio global. Al hacerlo, están generando dinámicas y procesos inéditos, de amplios
significados democráticos, que alimentan estrategias colectivas de cambio.
El proceso de construcción ciudadana en lo global tiene algunas características y dinámicas
comunes al proceso de formación de las ciudadanías nacionales. Solo podemos acercarnos
a su complejidad y a la posibilidad de su realización si ubicamos a la ciudadanía como una
categoría que se va perfilando y ampliando frente a las características de exclusión e
inclusión y a las condiciones históricas y actuales en las que se perfila y ejerce. En su
expansión, desde el fin de milenio, pesan no solo las condiciones socioeconómicas,
políticas y culturales en los estados nacionales, sino también las que van caracterizando el
espacio global.
Este complejo proceso nos indica que la "evolución" y construcción de las diferentes
dimensiones de la ciudadanía no corresponde a un proceso lineal, ni apunta en una sola
dirección. Es más bien un proceso ambivalente, heterogéneo, que contiene, según Fernando
Calderón (1988), fracturas, retrocesos y recuperación de contenidos perdidos. La lucha por
la recuperación de estos contenidos perdidos en lo nacional se comienza también a expresar
con fuerza en lo global.
Las variaciones que se desprenden de estos contextos otorgan a la ciudadanía una
característica fundamental: la de no ser una categoría estática, sino flexible, dinámica, en
relación con su entorno y contextualizada, como lo demuestra la forma en que las diferentes
dimensiones ciudadanas se fueron perfilando y conquistando. Esta característica dinámica
es la que nos permite hablar de la ciudadanía como proceso de "descubrimiento" y
construcción de nuevos derechos, así como una renovada y nunca acabada construcción
sociocultural (Calderón, 1988).
Desde esta mirada la ciudadanía, como concepción y como práctica, como horizonte de
referencia de la sociedad, tiene un enorme potencial transformador. Y es justamente por su
ambivalente y contradictorio contenido que también es un "terreno de disputa",
democrático entre sociedad civil y estado, a niveles nacionales y en el ámbito global.
También entre las mismas sociedades civiles, entre sus expresiones más conservadoras y
más democráticas en lo nacional y lo global. Disputas frente a su carácter restringido,
parcial, excluyente y, al mismo tiempo, frente a los intentos de las y los excluidos de
presionar y negociar por su ampliación y su inclusión. Por ello la ciudadanía es, también,
un principio movilizador. Lo que define el movimiento de la ciudadanía es la dinámica de
exclusión/inclusión en relación a las sociedades, los Estados y sus poderes.
Las formas de expansión de las ciudadanías generalmente han correspondido a un doble
movimiento: desde abajo, a partir de las luchas de diferentes grupos no hegemónicos que
han impulsado incursiones democratizadoras buscando ampliar sus derechos ciudadanos, y
desde arriba, por los intentos populistas y/o modernizantes de los estados nación.
La construcción de la ciudadanía desde abajo no solo ha significado la ampliación real de
los derechos ciudadanos, sino también una expansión simbólica, en las sociedades y en las
subjetividades, del ejercicio de derechos ciudadanos. Participan movimientos sociales que
impulsan la ampliación y consagración de nuevos derechos, generando espacios globales
alternativos que refuerzan el sentido de derechos a nivel planetario.
Las ciudadanías globales “desde arriba” han sido impulsadas desde los organismos
internacionales, las recomendaciones de las Conferencias y Cumbres, y desde la aún
incipiente normatividad global: CEDAW, los diferentes Pactos, Convenciones, Convenios
internacionales, las instituciones de justicia regional y global, además de las
recomendaciones de las Conferencias Mundiales, principalmente la de DDHH, la de
Población, El Cairo; la de la Mujer, en Beijín, la Conferencia Mundial contra el Racismo, la
Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, en Sudáfrica.
Ambas vertientes corren paralelas, pero con permanentes puntos de intersección, de
coincidencia y de "disputa", no solo por obedecer a diferentes lógicas y dinámicas de
actuación sino también por las perspectivas e intereses diferenciados de las que se parte. Es
en estos procesos donde se da el descubrimiento y exigencia de derechos antes de su
reconocimiento o consagración.
Finalmente, esta construcción y/ apropiación ciudadana nos acercan a otra característica
fundamental de la ciudadanía: la existencia no solo de una dimensión objetiva, que se hace
eco de los derechos realmente existentes, sino también de una dimensión subjetiva, que
alude a la auto percepción de las ciudadanías sobre su condición de sujetos merecedores -o
no- de derechos. En el espacio global, es la dimensión subjetiva de la ciudadanía un motor
fundamental para su concreción y ampliación, ya que la apropiación de la idea del derecho
a tener derechos está a la base de la forma en que los derechos globales han comenzado a
expresarse y exigirse.

Bibliografía

Calderón, Fernando. (1988). Potenciar la sociedad para consolidar la democracia. Relaciones


Internacionales, 23(2), 35-42. Recuperado a partir de
https://www.revistas.una.ac.cr/index.php/ri/article/view/7344

Gutiérrez Aguilar, Raquel, (2017). Horizontes comunitario-populares Producción de lo


común más allá de las políticas estado-céntricas. Traficantes de sueños.

Held, David. (2001). Modelos de democracia. Alianza Editorial.

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