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Documento 0b – Generalidades del Aparato Locomotor

El aparato locomotor está constituido por tres grandes sistemas (sistema esquelético u óseo, articular y
muscular) derivados del mesodermo y cuyos componentes se orquestan en torno a una función común: el
movimiento. Podemos describir entonces un complejo de palancas formado por los huesos y las articulaciones
(elementos pasivos) al que se agrega un complejo motor formado por los músculos (elementos activos). Sin duda,
para que estos componentes funcionen de manera óptima, demandan nutrición e inervación, de modo que todos
los órganos implicados en el aparato locomotor deben contar con soporte vascular y nervioso, es decir, vasos
sanguíneos y nervios (aun cuando relevantes, estos órganos no son parte de dicho aparato pues no influyen
directamente en el movimiento). A continuación, analizaremos las características generales de los sistemas
esquelético, articular y muscular.

Generalidades de Osteología

La osteología corresponde al estudio del sistema esquelético, compuesto por huesos y cartílagos, de los
cuales existen diversos tipos, es decir, cuentan con estructura distinta que determina funciones distintas, o
viceversa, desempeñan una función distinta que demanda una cierta forma o estructura.

Aun cuando el movimiento es la finalidad última, los huesos y cartílagos también desempeñan otras
funciones (muchas veces ni siquiera relacionadas con la locomoción, como p. ej. el cartílago de la tuba auditiva).
Los huesos constituyen el andamiaje estructural del cuerpo que sustenta a tejidos blandos y que provee sitios de
inserción a músculos para el movimiento; en cambio, otros huesos ofrecen protección a órganos nobles como es
el caso de la jaula torácica respecto del corazón y los pulmones, o el cráneo respecto del encéfalo. Además, sirven
de depósito de numerosos minerales que son liberados ante necesidades del organismo, contienen médula ósea
roja donde se desarrollan las células sanguíneas, y aloja triglicéridos en la médula ósea amarilla. Como ya se
señaló, el desempeño de estas funciones se relaciona con la forma que el hueso o cartílago presentan; en efecto,
el vínculo estructura-función es un principio básico en el estudio de la anatomía humana, y la ponderación del
impacto de cualquier patología debe hacerse desde la función que la estructura afectada deja de desempeñar.

En el organismo, el conjunto de los huesos se puede organizar esquemáticamente en dos esqueletos. El


primero de ellos, el esqueleto axial o axil, sigue el eje del cuerpo y está formado por la cabeza, la columna
vertebral (esto incluye hueso sacro y cóccix), las costillas, los cartílagos costales, el esternón y parte de los huesos
coxales. El segundo, el esqueleto apendicular, se ancla sobre el axial y está constituido por los huesos de los
miembros superiores e inferiores, con sus respectivas cinturas/cíngulos escapular y pélvico actuando como puntos
de anclaje, raíces o porción fija de los miembros. Por otro lado, los cartílagos se encuentran formando parte de
huesos (tapizando la superficie ósea implicada en una articulación, en la forma de cartílago articular, sin recibir
denominación más específica que esta; también participan como cartílagos de crecimiento), en la pared de
vísceras de la vía aérea (nariz, laringe, tráquea y bronquios), en relación al oído (pabellón auricular, canal acústico
externo y tuba auditiva), como extensión de un hueso (los cartílagos costales median la articulación de las costillas
con el esternón), y como parte de algunas articulaciones (como los meniscos de la articulación de la rodilla, o el
labrum de algunas articulaciones esferoídeas).

Mediante el uso del microscopio y una lupa (y a veces basta el ojo desnudo) se sabe que el hueso es un
órgano con múltiples tejidos (esa es precisamente la definición de órgano), destacando un tipo particular de
células llamadas osteocitos embebidas en una matriz conectiva fibrosa calcificada (este es el tejido óseo
propiamente tal). Estructuralmente se conocen dos tipos de tejido óseo: el hueso compacto, tiene muy pocos
espacios pues las laminillas óseas que lo constituyen están tan densamente apretadas que dan un aspecto
macizo/sólido al hueso, proporcionando la resistencia necesaria para soportar las demandas producidas por el
peso y el movimiento (se sitúa bajo el periostio en la parte externa o periférica de los huesos); y el hueso
esponjoso, siempre ubicado en el interior de los huesos, recibe su nombre porque sus laminillas óseas se disponen
de manera holgada e irregular (formando trabéculas óseas) lo que determina numerosas y pequeñas cavidades
que son ocupadas por médula ósea (ya sea roja o amarilla); dichas trabéculas se disponen siguiendo líneas de
tensión, orientadas de tal manera que son capaces de resistir los esfuerzos a que está sometido un hueso.

Si se emplea la forma del hueso como criterio para clasificarles, se tienen: huesos largos, cortos, planos,
irregulares y neumáticos. Los huesos largos se ubican en el esqueleto apendicular formando palancas. En estos se
reconocen tres regiones: los extremos o epífisis, la zona media o diáfisis, y, en el punto de unión entre ambos, la
metáfisis; esta última está ocupada, en el niño, por el disco epifisiario o cartílago de crecimiento, responsable
del crecimiento del hueso en longitud. En las epífisis, el tejido óseo esponjoso ocupa la zona central estando
cubierto por una delgada lámina de tejido óseo compacto. La diáfisis, ahuecada por el canal/cavidad medular,
presenta mayoritariamente hueso compacto y escaso hueso esponjoso hacia su interior. El canal medular está
ocupado por médula ósea. En los huesos cortos la disposición del tejido óseo es muy similar a las epífisis de los
huesos largos; estos se ubican en manos y pies formando el carpo y tarso, respectivamente. Los huesos planos se
disponen delimitando cavidades que alojan a órganos nobles, brindándoles protección; esto ocurre en el cráneo,
tórax y pelvis. En estos huesos el tejido óseo esponjoso queda incluido entre dos capas de tejido óseo compacto
(como un sándwich), denominadas según su ubicación como tablas interna y externa (en el caso de los huesos
del cráneo, el hueso esponjoso se denomina díploe). Los huesos irregulares, de forma caprichosa, se ubican en la
base del cráneo, cara y columna vertebral; algunos de ellos presentan casi exclusivamente hueso compacto
(especialmente cuando son muy aplanados). Los huesos neumáticos alojan cavidades llenas de aire, como
aquellos huesos de la cabeza que alojan los senos paranasales (cuya inflamación se conoce como sinusitis; p. ej.,
sinusitis maxilar).

A continuación, revisaremos algunas particularidades del hueso, ya sea componentes de él, su forma de
nutrirse y crecer, y algunos accidentes anatómicos que presentan, tales como elevaciones o depresiones en su
superficie.

Los huesos cuentan con periostio, una membrana de tejido conectivo ricamente inervada (por eso
golpearse la “canilla” es especialmente doloroso) que cubre la superficie del hueso, y a través de la cual llega parte
de la irrigación que necesita (en la forma de pequeñas y numerosas arterias periósticas). Además, a partir de las
células que forman el periostio, se diferencian los osteocitos que permiten al hueso crecer en grosor; también
cumple un importante rol en la cicatrización ósea (cirugías de distracción osteogénica se valen de esto, por
ejemplo, para alargar mandíbulas pequeñas). Otra fuente de irrigación importante de los huesos está dada por la
arteria nutricia que ingresa a la cavidad medular por la diáfisis (por esto, es común observar en los huesos largos
la presencia de un foramen nutricio) y por las arterias propias de los músculos próximos. Estas fuentes de
irrigación satisfacen las demandas metabólicas que tienen el tejido óseo per se y la médula ósea que aloja, y
siempre deben respetarse si se persigue mantener la vitalidad del hueso.

Respecto de la médula ósea podemos reconocer dos tipos: la médula ósea roja, formada por tejido celular
a partir del cual se desarrollan las células sanguíneas y ubicada en las cavidades medulares de todos los huesos -
en el caso del recién nacido- y en la cavidad medular de los huesos del esqueleto axial en el caso de los adultos
(destacando vértebras, esternón, costillas, cabezas femoral y humeral, y huesos coxales). La médula ósea
amarilla, formada por tejido celular graso, reemplaza paulatinamente en el adulto a la médula ósea roja de las
cavidades medulares de los huesos del esqueleto apendicular.

Se denomina osificación al proceso que forma los huesos, y esto puede realizarse siguiendo dos patrones:
osificación intramembranosa o directa, donde el hueso se forma directamente a partir de un tejido primordial
llamado mesénquima; y osificación endocondral o indirecta, presente en la mayoría de los huesos, donde el hueso
se forma a partir de un molde de cartílago hialino que previamente se formó desde el mesénquima.

La superficie de los huesos presenta una serie de accidentes o alteraciones en su relieve, ya sea eminencias
o depresiones. Entre las elevaciones o prominencias óseas tenemos procesos, crestas, tubérculos, trocánteres,
líneas, eminencias, cóndilos, epicóndilos y tuberosidades. Las depresiones o defectos óseos reciben el nombre
de cavidades, surcos, incisuras, fosas y fóveas o fositas, según su forma. Algunas elevaciones y depresiones
participan en la articulación de dos o más huesos, teniendo como característica una textura regular y lisa. En
cambio, otras prestan inserción a músculos y ligamentos, siendo su superficie irregular y áspera.

En cuanto a los cartílagos, ellos están especialmente presentes durante la vida fetal pues se presentan en
la forma de modelos cartilaginosos y es precisamente sobre ellos que tienen lugar los procesos de la osificación
indirecta que dan origen a la mayoría de los huesos; luego, durante la adolescencia, destacan pues son
responsables del crecimiento en longitud de los huesos largos (como cartílagos de crecimiento). En la etapa adulta
se les encuentra cubriendo superficies óseas implicadas en articulaciones móviles (cartílago articular) y formando
parte de órganos de la vía aérea (cartílagos nasales, laríngeos, traqueales y bronquiales) y del oído (pabellón
auricular, canal acústico externo y tuba auditiva). Otros cartílagos con mayor preeminencia anatómica son los
cartílagos costales y los discos intervertebrales.

Estructuralmente, existen tres tipos de cartílago: cartílago hialino, el más abundante y más débil (dentro
de su notable resiliencia), cuenta con condrocitos sumergidos en una matriz extracelular donde las fibras de
colágeno son difíciles de visualizar, se encuentra en articulaciones proporcionando superficies suaves y flexibles;
fibrocartílago, el más fuerte de todos, implicado en los discos de las sínfisis (vincula estructuras fuertemente) y
en meniscos articulares, y sus condrocitos están separados por grandes manojos de fibras colágenas; cartílago
elástico, con condrocitos en medio de redes de fibras elásticas, provee fuerza y mantiene la forma de las
estructuras (el cartílago epiglótico, que es parte central de la epiglotis, consta de cartílago elástico y resulta
evidente que estar estructurado de tal forma le permite desempeñar adecuadamente su función de desviar los
alimentos hacia la laringofaringe mientras se deglute, y dejar de hacerlo cuando se respira).

Generalidades de Artrología

Se conoce como articulación al conjunto de elementos o tejidos que permiten la unión entre dos o más
huesos. Es posible clasificar a las articulaciones de acuerdo a su grado de movimiento, movilidad y tipo de tejido
que las compone. De acuerdo a su grado de movimiento se les clasifica como sinartrosis, anfiartrosis y diartrosis,
y de acuerdo a su movilidad se les clasifica como inmóviles, semimóviles y móviles; estas clasificaciones se
complementan entre sí (las sinartrosis son inmóviles, las anfiartrosis son semimóviles y las diartrosis son móviles).
En cambio, la clasificación de acuerdo al tejido o histológica las divide en fibrosas, cartilaginosas y sinoviales según
la naturaleza del tejido que enlaza a dos o más huesos.

Las articulaciones fibrosas pueden corresponder a suturas (inmóviles), sindesmosis (semimóviles) o


gonfosis (semimóviles). Las articulaciones cartilaginosas, en cambio, se subclasifican en cartilaginosas primarias
o sincondrosis (inmóviles) y en cartilaginosas secundarias o sínfisis (semimóviles). Las articulaciones sinoviales,
todas móviles, se subdividen de acuerdo a la forma de las superficies articulares involucradas en numerosos
subtipos.

Las articulaciones inmóviles (sinartrosis) están constituidas por dos extremos óseos más un tipo de tejido
(fibroso o cartilaginoso) que une a estos elementos y que mantiene la rigidez entre las piezas óseas. Este tipo de
articulaciones se encuentran en el cráneo y en los huesos largos en crecimiento; así, las sinartrosis constituyen
puntos en donde se produce crecimiento óseo. En relación al tipo de tejido dispuesto entre los huesos, las
articulaciones inmóviles se dividen en: suturas (sinfibrosis) en las cuales hay tejido fibroso interpuesto, por
ejemplo, la sutura sagital (interparietal); y sincondrosis, en las cuales hay tejido cartilaginoso interpuesto
(cartílago hialino), por ejemplo, la sincondrosis esfenoccipital o la unión diáfisis-epífisis que ocurre en todo hueso
largo en crecimiento (el cartílago de crecimiento también se denomina disco epifisiario). En los sujetos adultos,
las sinartrosis sufren procesos de osificación constituyendo luego las llamadas sinostosis (quedando las piezas
óseas soldadas completamente entre sí; dependiendo de la sutura en cuestión, esto ocurre a determinada edad,
lo que sirve para estimar la edad de un cráneo).

Las articulaciones semimóviles (anfiartrosis) permiten leves movimientos y se reconocen dos tipos de
acuerdo al tipo de tejido interpuesto: las sínfisis, donde los extremos óseos están unidos por un disco de tejido
fibrocartilaginoso, por ejemplo, la sínfisis púbica o la articulación entre los cuerpos vertebrales; y las sindesmosis,
donde las piezas óseas son mantenidas en posición por una membrana o ligamento interóseo de tipo fibroso, por
ejemplo, la articulación tibiofibular distal. La gonfosis es la articulación fibrosa que mantiene al diente, con una
capacidad limitada de movimiento, inserto en su alvéolo mediante el ligamento periodontal.

Las articulaciones móviles (diartrosis) constituyen lo que coloquialmente entendemos por articulación.
Las articulaciones móviles, todas sinoviales, se diferencian de los tipos anteriores porque cuentan típicamente con
superficies óseas recubiertas por cartílago articular enfrentadas a otra semejante con la cual están enlazadas
mediante una cápsula articular, revestida internamente por una membrana sinovial que secreta el líquido articular
que llena la cavidad articular; algunas articulaciones sinoviales cuentan con meniscos, discos y rodetes articulares
o lábrum; del mismo modo, algunas cuentan con ligamentos.

Las caras articulares (o superficies articulares) adoptan diversas formas y están cubiertas por cartílago
articular (hialino o fibroso según la articulación), lo que le da un aspecto liso o pulido a la superficie articular; este
cartílago articular no posee inervación ni irrigación. La cápsula articular une las piezas óseas en cuestión
insertándose en la periferia de sus caras articulares; en este punto presenta continuidad con el periostio de dichos
huesos. La cápsula articular presenta dos partes, una externa llamada membrana fibrosa que se asemeja a un
manguito fibroso, y una parte interna, la membrana sinovial, encargada de producir el líquido sinovial que ocupa
la cavidad articular y que lubrica los extremos óseos a la vez que nutre sus cartílagos articulares. Los meniscos,
discos y rodetes articulares corresponden a piezas fibrocartilaginosas de forma especial, presentes en algunas
sinoviales. Los meniscos articulares, en forma de placa, se insertan en la cápsula articular y se proyectan en el
espacio articular, interrumpiendo la continuidad de la membrana sinovial y en algunos casos de la cavidad articular
(discos articulares); su función es armonizar las superficies articulares y amortiguar presiones. Los rodetes
articulares (también conocidos como lábrum) corresponden a anillos ubicados en el borde de unas pocas caras
articulares (p. ej. en el acetábulo [cavidad cotiloídea] del hueso coxal, o en la cavidad glenoídea de la escápula) y
cuya función es aumentar la profundidad de la cavidad articular y mejorar la retención de la pieza ósea de mayor
movilidad. Los ligamentos corresponden a bandas de tejido fibroso que refuerzan a la cápsula articular,
clasificándose de acuerdo a su ubicación como: intracapsulares, por ejemplo, los ligamentos cruzados de la rodilla,
que están dentro de la membrana fibrosa y fuera de la membrana sinovial; capsulares, corresponden a la mayoría
de los ligamentos y se verifican como engrosamientos de la membrana fibrosa; y extracapsulares, ubicados por
fuera de la cápsula articular haciéndolos muy distinguibles entre sí. Cabe señalar que otras estructuras también
pueden comportarse como ligamentos, es el caso de algunos tendones y músculos que se disponen muy cerca de
alguna articulación de modo tal que contribuyen a mantener las caras articulares en relación (evitando aún más
la posibilidad de una dislocación); sólo los ligamentos no son exclusivos de las articulaciones sinoviales.
La cápsula articular, membrana sinovial y ligamentos presentan vascularización e inervación sensitiva y
propioceptiva que informa al sistema nervioso central sobre el grado de tensión que está soportando la
articulación.

Los movimientos que presenta una articulación sinovial están supeditados a la forma de las superficies
articulares y a la existencia y disposición de sus ligamentos. Estos movimientos son: flexión, movimiento que
disminuye el ángulo formado por el eje de dos huesos; extensión, antagónico al anterior, en que se aumenta el
ángulo formado por el eje de los huesos; abducción, movimiento en el cual el eje del hueso se aleja de la línea
media; aducción, antagónico al anterior, en el cual el eje del hueso se acerca a la línea media; rotación (medial y
lateral), movimiento en el cual el hueso gira alrededor de su eje central hacia uno u otro lado; circunducción,
movimiento complejo en el cual el hueso va pasando sucesivamente por los movimientos anteriores,
describiendo durante el movimiento una especie de cono. Sin embargo, en los miembros existen algunos
movimientos particulares: supinación, movimiento de rotación del antebrazo en el cual la superficie ventral del
miembro superior es llevada hacia adelante, por ejemplo, al llevar la mano hasta la posición anatómica; pronación,
movimiento de rotación que lleva la superficie ventral del miembro hacia dorsal, antagonista del anterior;
eversión es un movimiento en el cual la planta del pie se inclina hacia lateral; e inversión, donde la planta del pie
se inclina hacia medial.

Algunas articulaciones que son constantemente requeridas para mantener la postura del cuerpo
presentan una posición llamada de bloqueo o "de cierre". En esta posición, las superficies articulares son
congruentes y su área de contacto es máxima, la cápsula articular y los ligamentos están tensos y mantienen la
estabilidad de la posición articular. Para mantener esta posición de bloqueo la acción muscular es mínima, de
modo que permite el ahorro de energía.

De acuerdo a la forma de las superficies articulares las articulaciones sinoviales se pueden clasificar en
articulaciones esferoídeas, condíleas, selares, trocleares, trocoides y planas. La articulación esferoídea
(enartrosis), en que un segmento de esfera macizo se corresponde con un segmento de esfera hueco, por ejemplo,
la articulación del hombro o glenohumeral, y la articulación de la cadera o coxofemoral. Estas articulaciones
permiten movimientos de flexión, extensión, abducción, aducción, rotación y circunducción; son poliaxiales ya
que presentan tres ejes de movimiento. La articulación condílea (elipsoídea), en que un segmento elipsoídeo
convexo se corresponde con una cavidad elíptica, por ejemplo, la articulación radiocarpiana o de la muñeca. Esta
permite movimientos de flexión, extensión, abducción, aducción y circunducción, siendo imposible el movimiento
de rotación; son biaxiales, es decir, cuentan con dos ejes de movimiento. La articulación selar (en silla de montar
o encaje recíproco), en que una superficie cóncava en un sentido y convexa en otro se corresponde con otra
recíproca, encajando perfectamente, ejemplo, la articulación esternoclavicular. A este nivel se pueden realizar
movimientos de flexión, extensión, aducción, abducción y circunducción; estas articulaciones son biaxiales. La
articulación gínglimo (trocelar o en bisagra), en este tipo una superficie articular tiene forma de polea, con un
canal y dos vertientes, y se corresponde con una superficie opuesta, por ejemplo, la articulación humeroulnar
(que es parte de la articulación del codo). Permite movimientos de flexión y extensión solamente; son
uniaxiales. La articulación trocoide (a pivote), permiten sólo movimientos de rotación, corresponde a un cilindro
óseo que gira en un anillo osteoligamentoso, por ejemplo, la articulación radioulnar proximal; permiten sólo la
rotación axial, son uniaxiales. La articulación plana (artrodia), en la cual dos facetas óseas levemente cóncavas o
convexas se corresponden permitiendo sólo pequeños desplazamientos entre sí; por ejemplo, las articulaciones
entre los procesos articulares de las vértebras.

En algunas articulaciones la membrana sinovial presenta unas extensiones denominadas prolongaciones


sinoviales que cruzan la membrana fibrosa para ponerse en relación con músculos y tendones; de este modo,
constituyen bolsas serosas que facilitan el desplazamiento de estos elementos. Eventualmente estas bolsas
serosas pueden independizarse de la sinovial articular, formando bursas o bolsas sinoviales entre tendones o
músculos y superficies óseas cercanas.

Generalidades de Miología

Al igual que el hueso, el músculo es un órgano conformado por diversos tejidos. Aun cuando el tejido
muscular es el protagonista del músculo como órgano, él se encuentra soportado por tejidos conectivos en la
forma de epimisio, perimisio y endomisio, que en los extremos del músculo se continúan con el tendón, otro tipo
de tejido conectivo, que enlaza al músculo con el periostio (¡otro tejido conectivo!) de un hueso. Otras estructuras
relevantes formadas por tejido conectivo son la hipodermis, cuyo panículo adiposo aísla al músculo para evitar la
pérdida de temperatura corporal y lo protege contra traumatismos, y la fascia profunda, una especie de envoltura
fibrosa que encapsula a los músculos, mejorando su acción al mantenerlos en su lugar.

El tejido muscular tiene desarrollada la propiedad de contracción, proceso en el cual participan proteínas
musculares, calcio y ATP; durante ella se produce calor, siendo éste uno de los principales mecanismos de
termogénesis del organismo. Los músculos, dada su función, presentan una exquisita vascularización (de ahí que
sean lugar de administración de fármacos intramusculares) e inervación (para el control de los movimientos).
Estructuralmente, se conocen tres tipos de musculatura: musculatura lisa, musculatura estriada cardiaca (o
músculo cardíaco) y musculatura estriada esquelética (o músculo esquelético).

El músculo liso, de carácter involuntario, se encuentra formando parte de la pared de vísceras y órganos
tales como intestinos, bronquios, vejiga, vasos sanguíneos, etc. Su distribución es bastante amplia, incluso se les
encuentra asociados a los pelos (cuya acción se hace evidente cuando “se nos pone la piel de gallina”). Se
caracterizan por desarrollar una contracción lenta y sostenida. Están inervados por el sistema nervioso autónomo,
y sus células son característicamente fusiformes de núcleo central pequeño y citoplasma de aspecto homogéneo.

El músculo cardíaco, de tipo involuntario, posee células que aparecen como continuas unas con otras,
aunque los discos intercalares marcan su separación; su citoplasma tiene un aspecto granuloso con un núcleo
central redondo y grande. Las células musculares cardíacas presentan gran excitabilidad y conductibilidad, lo que
determina que sean capaces de presentar una contracción rítmica con una frecuencia promedio de ochenta veces
por minuto.

El músculo esquelético, de tipo voluntario, desarrolla contracción rápida y característicamente presentan


agotamiento. Está constituido por fibras musculares multinucleadas rodeadas por una membrana celular o
sarcolema; por fuera de esto, y rodeando a cada fibra muscular, se encuentra una capa de tejido conectivo, el
endomisio. Un paquete de fibras musculares forma un fascículo muscular que se encuentra envuelto por el
perimisio y varios fascículos musculares agrupados y rodeados por el epimisio constituyen al músculo
propiamente tal. Sin embargo, por fuera del epimisio y confundiéndose con él, se encuentra la fascia muscular,
extremadamente firme siendo incluso capaz de prestar inserción a fibras musculares.

Por sus extremos, los músculos esqueléticos se insertan en los huesos a través de una estructura
denominada tendón que está constituida por múltiples fibras colágenas que se incrustan en el periostio y la
superficie ósea. Esta estructura, en algunos casos, puede ser excepcionalmente corta o pequeña, pero siempre
está presente en la inserción muscular (aunque no la veamos a ojo desnudo); en otros casos, dicha estructura
puede ser ancha y aplanada, denominándose aponeurosis. Considérese que cuando en los cursos de anatomía se
habla de músculos (y de aquí en adelante en este documento) generalmente se hace referencia a estos órganos
rojos y voluminosos compuestos por fascículos de fibras musculares esqueléticas envainadas en formaciones de
tejido conectivo, cuyos extremos tendinosos se insertan, la mayoría de las veces, en otros huesos y cuya acción
implica el movimiento. En cambio, en otras ocasiones se aludirá a los otros tipos estructurales de músculos: así,
durante el estudio del corazón se mencionarán las características que tiene el músculo cardíaco en el contexto de
la dirección de sus fibras (lo que permite que el corazón se “estruje” con cada contracción) y de la rica conexión
que dichos miocitos tienen entre sí para permitir la propagación del impulso nervioso generado por los
marcapasos con los que cuenta. Por otra parte, el músculo liso aparece mencionado en el estudio de las túnicas
musculares de los diversos tubos que forman parte del aparato digestivo, respiratorio y genitourinario.

Los músculos habitualmente cuentan con una parte carnosa, llamada cuerpo/vientre muscular, que se
caracteriza por ser roja, blanda, gruesa y contráctil, además de ocupar la parte media de un músculo. Por otra
parte, en los extremos de dicho cuerpo se verifican los tendones como estructuras semejantes a un cordón blanco,
estrecho, denso y resistente; esta es la presentación más común de los músculos, sin embargo, existen muchas
otras a la luz de distintos criterios.

Por ejemplo, existen algunos músculos que están formados por dos vientres musculares unidos por un
tendón intermedio, este tipo de músculos reciben el nombre de músculos digástricos. Pese a que los músculos
habitualmente van de hueso a hueso, existe un grupo particular de músculos llamados músculos faciales que
poseen por lo menos una inserción en la piel de la cara o cuello, cuya contracción así determina la expresión facial;
otros músculos están anexos a los órganos de los sentidos: es el caso de los músculos que controlan al globo
ocular, y la transmisión del sonido en el oído.

De acuerdo a su forma, los músculos se clasifican en planos, largos y cortos. Existen diversos músculos
planos, como el diafragma y otros formando paredes musculares en el tórax y el abdomen. Los músculos largos
(p. ej. el músculo bíceps braquial) se ubican en los miembros y permiten una gran amplitud de movimiento. Los
músculos cortos, como el músculo masetero -uno de los músculos que forma parte de los músculos masticadores-
, se ubican en la cabeza y en la columna vertebral, determinando movimientos cortos, pero de gran potencia.

Más allá de la forma de los músculos, ellos también pueden ser clasificados de acuerdo a la región donde
se encuentran o la función que desempeñan (vinculada ineludiblemente a la región). Por ejemplo, entre los
músculos de la cabeza tenemos a los ya mencionados músculos faciales, músculos anexos a órganos de los
sentidos y músculos masticadores. A saber, estos últimos están extendidos entre el cráneo y la mandíbula, son
cortos y poderosos y su función está en íntima relación con la articulación entre las arcadas dentarias superior e
inferior y la ATM (articulación temporomandibular, relevante en el quehacer del odontólogo, fonoaudiólogo y
kinesiólogo); así, el músculo masetero se clasifica como corto según forma, es masticador según su función, y es
de la cabeza según ubicación.

En el tórax, se ubican una serie de músculos planos, como el diafragma y los músculos intercostales, que
participan en la respiración. El músculo inspirador por excelencia es el diafragma, ya que al contraerse incrementa
notoriamente el diámetro vertical del tórax; los músculos intercostales estabilizan el espacio que les da nombre,
evitando que ellos colapsen durante las fases de inspiración y espiración. La relajación del diafragma permite la
espiración de manera pasiva; en cambio, la espiración forzada ocurre especialmente por contracción de los
músculos de la pared abdominal, grupo muscular que también contribuye a cantar, defecar, orinar, estornudar,
toser y parir.

Otro criterio que se emplea en el estudio de los músculos es su textura, en el sentido de observar la
dirección que tienen las fibras musculares que los constituyen: los músculos paralelos están compuestos por
fibras musculares largas y paralelas que van de un extremo a otro (lucen acintados); los músculos fusiformes son
similares, pero su vientre muscular presenta mayor diámetro que sus extremos (de ahí su nombre); en los
músculos circulares las fibras se disponen concéntricamente a un orificio (los diversos músculos esfínterianos son
ejemplos de esto); en los músculos penniformes se observa el patrón de una pluma (donde su tallo correspondería
al tendón, al cual llegan, oblicuamente y por cada lado, las fibras musculares). Las diferencias que los músculos
presentan en su textura responde, en general, a necesidades de amplitud de movimiento (favorecida por fibras
largas, como en los músculos acintados) o de fuerza del movimiento (favorecida por número de fibras, como en
los músculos penniformes).

Otro criterio pone el foco en la cantidad de articulaciones sobre las que un mismo músculo actúa. Así,
existen músculos monoarticulares que mueven sólo una articulación, y músculos poliarticulares que movilizan
varias articulaciones (por ejemplos, aquellos que actúan sobre los dedos pueden mover a las articulaciones del
codo, de la muñeca, metacarpofalángicas e interfalángicas proximal y distal).

Del mismo modo como las neuronas cuentan con el soporte de las células gliales, los músculos cuentan
con diversas estructuras de apoyo que optimizan su funcionamiento, conocidas como anexos musculares. Por
ejemplo, en las regiones donde un músculo o tendón está sujeto a gran roce existen elementos serosos como las
bolsas y vainas sinoviales, anexas a músculo (su parte carnosa) o a tendón, protegiéndolos de la fricción o de
posibles lesiones durante la acción muscular. Por ejemplo, hay una bolsa serosa entre el hueso calcáneo y el
tendón calcáneo, evitando el deterioro de dicho tendón con cada acción de los músculos gastrocnemios y sóleo.
Aunque no son parte del sistema muscular, cabe señalar la existencia de otras bolsas serosas pero no en relación
a músculos, sino a la piel para protegerla de excesiva compresión; p. ej., se observa una bolsa serosa en relación
al olécranon de la ulna (la prominencia del codo) que sería fácilmente ulcerable si nada aliviara la presión sobre
esa zona cuando apoyamos los codos; se conocen como bolsas subcutáneas.

En general, se plantea que cuando un músculo se contrae presenta un extremo fijo, el origen, y otro móvil,
la inserción; así, en los miembros el origen corresponde a la inserción más proximal, mientras que aquella más
distal corresponde a la inserción. El punto es que no siempre es así y el uso de estos términos podría resultar
confuso; efectivamente, los extremos fijo y móvil pueden presentar inversión funcional, vale decir, el extremo fijo
en un tipo de movimiento pasa a ser el punto móvil en otro. Por este motivo, los conceptos origen e inserción han
sido cuestionados y otros autores prefieren hablar de inserción proximal, inserción distal, inserción superior,
inserción inferior, etc. Sin embargo, los conceptos de origen e inserción son útiles al momento de plantear que
existen músculos con múltiples orígenes (por ejemplo, el músculo cuádriceps femoral cuenta con cuatro cabezas
como origen) y múltiples inserciones (por ejemplo, los músculos que controlan la flexión de los dedos se dividen
distalmente en varios tendones, uno para cada dedo).

En la contracción muscular se pueden verificar tres fenómenos: que el músculo activo se acorte,
acercando sus extremos (contracción isotónica) como ocurre p. ej., en la acción del músculo bíceps braquial
cuando se levanta un objeto pesado con el miembro superior; que el músculo se active pero su longitud se
mantenga constante (contracción isométrica) como ocurre en la acción del músculo bíceps braquial cuando se
soporta una carga pesada; y que el músculo, sin dejar de estar activo, permita controladamente que sus extremos
se alejen, elongándose (contracción excéntrica) como cuando con el músculo bíceps braquial se deposita
suavemente una carga pesada sobre una mesa (las lesiones musculares ocurren generalmente durante la
contracción excéntrica).

De acuerdo a su comportamiento en un movimiento, los músculos se clasifican en músculos agonistas,


antagonistas y sinergistas. Los músculos agonistas son aquellos cuya acción produce directamente un
determinado movimiento, por ejemplo, en el contexto de la flexión de brazo el músculo bíceps braquial se
comporta como músculo agonista. Los músculos antagonistas son aquellos que realizan el movimiento opuesto
de los músculos agonistas; por ejemplo, el músculo tríceps braquial en el caso anterior se opone a la flexión del
brazo. Los músculos sinergistas son aquellos que facilitan y cooperan para hacer eficiente la acción de los
músculos agonistas sin realizar la función de estos; por ejemplo, los músculos que estabilizan a la escápula en el
caso anterior, facilitando la flexión del brazo (esto porque el músculo bíceps braquial se inserta proximalmente
en la escápula, de modo que la estabilidad de ella afecta la calidad de su contracción). Como se ve, al momento
de señalar la acción de un músculo se nombra primero al movimiento ejecutado y luego al segmento movilizado
(p. ej., flexión de brazo, extensión de muslo). Otra opción es, luego del movimiento en cuestión, nombrar a la
articulación sobre la que se actúa; siguiendo con los ejemplos anteriores, flexión de brazo es equivalente a decir
flexión sobre la articulación del codo, mientras que extensión de muslo se podría plantear como extensión sobre
la articulación de la cadera.

Los músculos poseen receptores sensitivos que informan sobre dolor y receptores propioceptivos que
informan al sistema nervioso sobre el grado de tensión que desarrolla el músculo y el arco de movimiento
realizado, lo que provee valiosa información acerca de la posición del cuerpo en el espacio. Sin embargo, cuando
se habla de inervación muscular, normalmente se alude a la inervación motora de ellos más que a la sensitiva (que
es la que acabamos de señalar). Los músculos reciben numerosas fibras nerviosas motoras que terminan en las
fibras musculares para estimular su contracción; el conjunto de una fibra nerviosa motora y las fibras musculares
que ella controla se conoce como unidad motora. Esta relación puede ir desde una fibra nerviosa que inerva a
diez fibras musculares (p. ej., los músculos que mueven el globo ocular), o una fibra nerviosa que inerva a
doscientas fibras musculares (p. ej., los músculos del tronco). En el primer caso, en que la relación de unidad
motora es bastante baja, el músculo realiza movimientos bastante finos y delicados, mientras que en el segundo
caso, en que la relación de la unidad motora es bastante alta, los músculos desarrollan movimientos un poco
burdos, pero de gran potencia. La unidad motora responde a la ley del todo o nada, vale decir, un estímulo
desencadena o no la contracción de las fibras musculares, dependiendo de si sobrepasa el umbral de acción. Un
músculo tiene un número elevado de unidades motoras; estas se contraen en forma alternada, determinando en
el músculo un estado constante de semicontracción que se conoce como tono muscular. La inervación para los
músculos esqueléticos llega a través de nervios somáticos mixtos (es decir, motores y sensitivos). Estos nervios
abordan casi siempre al músculo por su cara profunda, sitio en el cual son menos vulnerables.

Existen grupos musculares que se oponen a la acción de la gravedad, estos son los llamados músculos
antigravitatorios o posturales y que se encargan, en el caso del ser humano, de mantener la posición erguida.
Están constantemente requeridos durante la estación bípeda, y son resistentes al agotamiento (para ello, cuentan
con fibras musculares particulares). Estos músculos se ubican: en la cara posterior de la pierna, evitando la flexión
sobre el tobillo; en la cara anterior del muslo, evitando la flexión sobre la rodilla, y en la cara posterior del tronco
y del cuello, evitando la flexión de ambos segmentos.

Finalmente, en la forma de denominar los casi 500 músculos que tenemos se usan diversos criterios que
vale la pena observar para facilitar su aprendizaje. El nombre de un músculo puede aludir a: orientación de sus
fibras respecto de los ejes corporales, teniéndose músculos rectos (músculo recto del abdomen; en realidad la
palabra recto ha sido mal empleada pues muchos músculos presentan fibras rectas), oblicuos y transversos;
tamaño del músculo, teniéndose mínimo (músculo glúteo mínimo), menor, medio, máximo, mayor, largo
(músculo aductor largo), corto, vastos (vasto medial del músculo cuádriceps femoral), etc,.; forma del músculo,
teniéndose con forma triangular (músculos deltoides y escalenos), trapezoide, aserrada (músculo serrato
anterior), orbicular, cuadrada, alargada (músculo grácil), etc.; acción del músculo, teniéndose flexores (músculo
flexor radial del carpo), extensores, abductores, aductores, elevadores (músculo elevador de la escápula),
supinadores, pronadores, tensores (músculo tensor de la fascia lata), constrictores, rotadores, etc.; número de
cabezas, teniéndose músculos bíceps, tríceps y cuádriceps; ubicación, teniéndose abdominales, intercostales,
fibulares, ulnares, etc.; lugar de origen e inserción, por ejemplo, el músculo esternocleidomastoídeo se inserta en
esternón, clavícula y proceso mastoides; otros ejemplos serían otros músculos del cuello, como el músculo
omohioídeo, y de la laringe, como el músculo tiroepiglótico.

Lectura Complementaria:
- “Anatomía con Orientación Clínica”, Moore; 6°, 7° o 8° edición, págs. 19-37.

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