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EDICIONES UNEY

Mi casa de los dioses


Universidad Nacional Experimental del Yaracuy

Dr. Freddy Castillo Castellanos


Rector

Ing. José Luis Najul Saldivia


Vicerrector

Ing. Ramón Sánchez Sivira


Secretario General

Universidad Nacional Experimental del Yaracuy


Zona Industrial Agustín Rivero
Edificio Ciepe, 2do piso
San Felipe, estado Yaracuy - Venezuela
telefax: 0254-2324221-2325675
www.uney.edu.ve
Mi casa de los dioses
ENSAYOS 1962-2002

J. M. Briceño Guerrero

Compiladores:
Miguel Ángel Rodríguez
José Gregorio Vásquez

UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL DEL YARACUY


EDICIONES UNEY
Biblioteca J. M. Briceño Guerrero
Mi casa de los dioses
J. M. Briceño Guerrero
Ensayos reunidos 1962-2002

COMPILADORES:
Miguel Ángel Rodríguez
José Gregorio Vásquez

Primera Edición, 2002

DE ESTA EDICIÓN:
Universidad Nacional Experimental del Yaracuy
Zona Industrial Agustín Rivero
Edificio Ciepe, 2do piso
San Felipe, estado Yaracuy - Venezuela
telefax: 0254-2324221-2325675
www.uney.edu.ve

DISEÑO Y CUIDADO DE LA EDICIÓN:


Centro Editorial La Castalia

CORRECCIÓN:
Genoveva Pedrique

IMPRESIÓN:

Mérida, Venezuela, 2009

HECHO EL DEPÓSITO DE LEY:


ISBN:980-11-0466-3
Depósito Legal: lf23720001002275
ÍNDICE

La madre de las ciencias...................................................... 11


Las dos libertades ................................................................ 17
El teatro No (I) ....................................................................23
El teatro No (II)...................................................................27
A propósito de Alviárez ...................................................... 31
El maestro y el amor ........................................................... 37
El origen del lenguaje ......................................................... 41
Unidad y diversidad de Latinoamérica...............................57
Elogio a la ciudad................................................................ 71
La estrategia cultural de Bello.............................................87
Los inquietantes cuadros de G. Saldate .............................97
Los tres discursos de fondo del pensamiento americano . 107
Recuerdo y respeto para el héroe nacional ....................... 113
Die oelfrage y el discurso secreto ......................................129
Homenaje a Micaela .........................................................133
Filosofía y poesía en Concavidad de horizontes...............135
Dos aguas vivas y un solo cauce ........................................ 141
La legitimidad del poder ................................................... 147
Combate en los trigales.....................................................155
Maracaibo ¿qué tengo yo contigo? ....................................159
La evangelización, la inconclusa ....................................... 191
El hechizo de la tijereta .....................................................195
El alma común de las Américas ........................................199
Cartas a Melanie Klein ..................................................... 221
La situación cultural y la autoconciencia
de Latinoamérica y el Caribe ....................................... 231
Discurso de bienvenida a Don Camilo José Cela ...........243
Retrato de una dama en prístino jardín ........................... 251
Discurso de instalación de la Academia de Mérida .........255
Mi casa de los dioses .........................................................265

7
Latinoamérica ................................................................... 271
Logias pitagóricas ..............................................................285
Mirando la vida .................................................................289
El cuerpo es templo ..........................................................295
Identidad y cultura popular ..............................................301
Mestizaje ............................................................................305
Algo sobre el amor y la feminidad ....................................307
Entre letras blandas y letras duras .................................... 311
Visión de Portuguesa ........................................................323
Ciencias-Humanidades .....................................................333
Integración de la Región Caribe .......................................337
¿Qué es la filosofía? ........................................................... 347

Origen de los textos ..........................................................379

8
PRÓLOGO DE LA UNEY
(FALTA)

PRESENTACIÓN A LA NUEVA EDICIÓN


(FALTA)

9
LA MADRE DE LAS CIENCIAS

Para curarnos en salud aclaramos inmediatamente que el


título de este artículo no expresa ninguna animadversión hacia
las ciencias y que no se ha puesto con el propósito de ofender-
las. Los estudios del profesor Rosenblat han demostrado que la
progenitora, en Venezuela no puede mentarse impunemente si
se usa la palabra que aparece en el título. Sin embargo, no nos
pareció adecuado escribir “la mamá de las ciencias” porque esta
variante infantil, en este caso, implicaría superioridad y auto-
ridad, mientras que nosotros, en lo que sigue nos referiremos
a la suerte que pueda correr, o hacernos correr, cierta analogía
aparentemente muy divulgada.
A la pregunta escrita ¿qué es la filosofía?, la mayoría de los
alumnos de un curso de Humanidades respondió: “la filosofía
es la madre de las ciencias”.
En un interrogatorio oral hecho posteriormente comproba-
mos que daban a esa respuesta un sentido histórico: los primeros
filósofos se ocuparon de temas que hoy en día son objeto de las
ciencias; éstas fueron creciendo, como hijas, hasta llegar a inde-
pendizarse de la madre, constituyéndose en disciplinas autóno-
mas con campos de estudio bien delimitados y métodos propios
adaptados a sus necesidades específicas; siguiendo tal modelo
sociomorfo o bioformo de pensamiento, explicaron que algunas
ciencias son más viejas y otras más jóvenes: estas últimas tienen
todavía problemas para asegurar su existencia independiente.
Reafirmaron el carácter maternal de la filosofía con respec-
to a las ciencias con otro argumento: la investigación científica se
hizo posible porque los filósofos se sobrepusieron al pensamiento
mítico y mágico característico de las “sociedades primitivas” y
desarrollaron el pensamiento lógico y racional característico de
las “sociedades adelantadas”; dejaron de concebir el mundo como

11
campo de batalla de los dioses y los fenómenos de la naturaleza
como efectos de la voluntad antropomorfa de seres invisibles
y caprichosos, accesibles al sacrificio y la plegaria; comenzaron
a pensar en el universo como un todo organizado y coherente
sostenido y gobernado por leyes impersonales, las mismas que
rigen el pensamiento humano; consideraron que era posible
conocer el mundo y orientarse en él racionalmente, sin recurrir
a potencias sobrehumanas. En el curso del diálogo –el interro-
gatorio se había convertido en diálogo– expresaron con claridad
que sin esa actitud, adoptada progresivamente por los primeros
filósofos, ni siquiera se habría soñado con la ciencia.
Sin abandonar la analogía familiar, se preguntó por el
estado de la anciana madre después de tan largos y dolorosos
partos. ¿Está todavía muy conservada a pesar de los largos siglos
de existencia? ¿Mantiene incólume su ímpetu primitivo? ¿Cho-
chea? ¿Pasea sus veleidades seniles entre las poderosas hijas? ¿Ha...
muerto? Una cosa pareció cierta a la mayoría de los estudiantes:
no ha muerto. Porque –argumentaron– se enseña como materia
obligatoria en los liceos, colegios y universidades de todas las
“naciones cultas”; además ha encontrado en cada generación
muy ilustres representantes; los grandes filósofos vivos de la ac-
tualidad son ampliamente conocidos, por lo menos de nombre,
Heidegger, Jaspers, Sartre, Marcel, Rusell. A esta argumentación
podría responderse que el hecho de ser enseñada oficialmente
no prueba por sí solo que esté viva, pues también estudiamos
la cultura del antiguo Egipto ha tiempo fenecida y la incipiente
técnica de los pueblos primitivos ya completamente superada; los
ilustres representantes podrían ser personas de gran curiosidad
arqueológica o psicópatas engrandecidos por una cierta morbo-
sidad colectiva surgida de desequilibrios político-económicos.
Pero el diálogo no fue en esta dirección sino que gravitó
hacia otro problema: ¿qué papel, qué misión, qué objeto le corres-
ponde a la madre en cuestión después del crecimiento y madurez
de las hijas? Varias soluciones fueron propuestas. Orientadora;
pero bastó imaginarse el deslucido papel que haría un filósofo
“orientando” a un químico, a un físico, a un topólogo, a un neu-
rólogo, etc., a cada uno y a todos en sus respectivas especialidades,

12
para rechazar esa posibilidad. Sintetizadora de los resultados de
las ciencias; pero esa función no parece haber sido tomada en
serio por los grandes filósofos actuales; esfuerzos académicos en
ese sentido se realizan en diversas universidades, sin embargo mal
podría llamarse a los que a ello se dedican filósofos en el sentido
más estricto de la palabra. Directora de grupos sociales en sus
luchas; pero tal función corresponde más bien a las ideologías que
son armas teóricas de combate en las contiendas intraculturales.
Confidente y consejera cuando aqueja a las ciencias una crisis
de fundamentos; en otras palabras ancilla scientiarum como
en otra época ancilla theologiae; sobre esta pretendida función
de la filosofía podría decirse lo mismo que sobre la anterior.
Consoladora de los hombres en este “valle de lágrimas”; no cabe
duda de que cumple a veces esa función, aunque menos bien
que la religión, pero no puede decirse que ahí esté su esencia y
su justificación, a menos de creer en ciertas formas aberrantes
de la posición psicoanalítica.
A algunos, influidos sin duda por muy difundidos manua-
les, se les ocurrió decir que la madre de las ciencias personifica la
sabiduría o cuando menos el amor a la sabiduría. Interrogados
sobre el sentido de la palabra sabiduría explicaron que se refería
a la habilidad para conducirse en la vida y resolver acertadamen-
te los múltiples problemas prácticos que plantea la condición
bio-psico-social del hombre. Después de una breve discusión se
convencieron de que tal habilidad puede lograrse en la medida de
lo posible sin recurrir a la filosofía; que ésta, según lo muestra la
historia, puede contribuir más bien a profundizar y agravar esos
problemas destruyendo el equilibrio ingenuo de la simple adap-
tación cultural; que aunque a veces la filosofía se haya movido
en esa dirección, no puede considerarse esa tendencia como de-
terminante y fundamental en una respuesta a la pregunta inicial,
pues semejante definición sería por una parte demasiado amplia,
(Incluiría temas que no son filosíficos), por otra parte demasiado
estrecha (excluiría muchos aspectos de la filosofía).
Cuando se hubo considerado una serie de temas preten-
didamente filosóficos y se hubo demostrado que caían dentro
del campo de la teología o de alguna ciencia particular, alguien

13
insinuó (¡Oh, la analogía!) que si las ciencias tenían madre era
lógico pensar que tuviesen padre y sugirió que tal padre era el
amor al poder, al dominio sobre la naturaleza. Del matrimonio,
pues, o concubinato entre el amor al poder y la filosofía habrían
nacido las ciencias. Otro, guiado por la fuerza de la analogía y
recurriendo a una terminología muy divulgada, creyó observar
en las ciencias un poderoso complejo de Electra que las impulsaba
a repudiar a la madre y enamorarse del padre, logrando incluso
uniones incestuosas que habrían dado origen a la pavorosa técnica
moderna. A partir de este momento comenzaron a aparecerle a
la filosofía, abuelos, tíos, sobrinos, suegras, y cuñados, los cuales
produjeron una hilaridad general. Cuando ésta se hubo calmado
un poco, un estudiante taciturno recordó a todos que no habíamos
respondido a la pregunta inicial y produjo un silencio cargado de
inquietud al formularla nuevamente: ¿qué es la filosofía?
Como nadie osó esta vez romper el silencio, el mismo
estudiante hizo la siguiente triple proposición: renunciemos por
los momentos a una definición y comencemos por considerar
los problemas llamados filosóficos. Dejemos de lado todas las
analogías, símiles, comparaciones, metáforas, parábolas, y proce-
damos en forma conceptual tratando de precisar el significado
de los términos que usemos. Leamos las obras de los grandes
filósofos sin intermediarios porque sospecho que los manua-
les, resúmenes, cuadros sinópticos que hemos consultado
hasta ahora, no han hecho sino confundirnos.
La triple proposición fue aprobada y eso es lo que estamos
haciendo, con humildad, como un viajero que intenta orientarse
en un país desconocido, pero que en cierto modo le pertenece,
recorriéndolo en todas direcciones y hablando con los que ya
lo han explorado, fundado o inventado. ¿No habrá mapas? ¿Ca-
rreteras? ¿Vehículos? ¿Guías? ¡Ah, la analogía! La segunda parte
de la proposición aprobada va a ser la más difícil de poner en
práctica, pues es posible que, sin darnos cuenta, en vez de hablar
con la madre de las ciencias, nos ocupemos de otras hijas suyas
más accesibles que ella misma y las ciencias.

1963

14
LAS DOS LIBERTADES

Para Carmen Rivera M.

Si es cierto que en nombre de la libertad se han per-


petrado muchos crímenes y en su nombre también se han
elevado congéneres nuestros, por su heroísmo, a planos mi-
tológicos, resulta extraño a primera vista que cualquiera se
vea en aprietos si alguien le pregunta: ¿qué es la libertad?
Tal vez se deba esa dificultad a que la pregunta es griega
y el griego nos resulta chino. En otras palabras, esa pregunta
corresponde a una actitud cuyo fundamento axiológico fue
formulado por el hombre más impertinentemente preguntón
de que tengamos noticia, Sócrates, cuando dijo: “una vida no
examinada no es digna de ser vivida”. Sabemos que Nietzsche
comprendió a Sócrates con la clarividencia del odio y que lo
rechazó junto con toda su red sutil de interrogantes. Nietzsche
prefería la espontaneidad vital no examinada y la exaltación
dionisíaca de valores biológicos; para él, la humanidad es una
cuerda tendida entre el mono y el superhombre, y su tránsito
no es empresa intelectual, como la aclaración de conceptos y el
descubrimiento o construcción de metacosmos ideológicos, sino
aventura de supremo peligro, riesgo mortal en que se compromete
íntegramente la cordura y los huesos; “Amo a los que no pueden
vivir sino como extinguiéndose”, canta Zaratustra, “porque sólo
ellos llegan al otro lado”.
Sospechamos, sin embargo, que no es la lectura de Nietzs-
che ni exaltación dionisíaca alguna lo que, al intentar responder
a la pregunta ¿qué es la libertad?, nos hace tartamudear (en el
griego de Sócrates, bárbaros quiere decir tartamudo). ¿Cuál será,
entonces, la causa de este trastorno expresivo? ¿Será acaso que
nuestra vida intelectual transcurre en un estado crepuscular, más
semejante al sueño que a la vigilia? ¿Tendremos a la vez disgusto

15
por el ejercicio del pensamiento y miedo por lo que la conside-
ración de esa pregunta pueda revelarnos?
Abandonemos la introspección porque podría ser una
forma disimulada de sacarle el cuerpo al problema, e inten-
temos responder aunque no sea sino con un tartamudeo por
igual indigno del maestro de Platón y de cualquier aspirante a
superhombre.
La libertad es el poder de escoger entre diversas posibilidades.
De los entes conocidos, uno, el hombre, no está determinado por
leyes inexorables; pero no el hombre en cuanto objeto físico-biológi-
co, sino el hombre en cuanto sujeto moral. Cada momento es una
encrucijada, con cada decisión el hombre va tejiendo, enredando
o desenredando la trama de su vida. En este sentido, todo hombre
por el sólo hecho de ser hombre es libre. Siempre escoge entre dos,
varias o muchas posibilidades y siempre tiene para cada acto por
lo menos dos, aunque no sean sino la de obrar o no obrar.
Tal concepto de la libertad implica que la conducta del
hombre es impredecible, que no podemos saber de antemano
lo que alguien va a hacer porque no hay manera de calcular,
de prever la posibilidad por la cual se va a decidir. La decisión
pertenece a su intimidad, a su personal ejercicio de la libertad,
y esa intimidad es impenetrable.
Sin embargo, basta observar la conducta de los hombres
para darse cuenta de que no hay tal. Basta estudiar una persona
con cuidado para saber lo que hará en las diversas situaciones
que puedan presentársele. A partir de estudios estadísticos es
incluso posible predecir con un alto grado de probabilidad la
conducta de todo un pueblo. Se puede ir más lejos y afirmar
que todos nuestros actos están determinados por causas ajenas
a nosotros mismos en tanto que sujetos morales: el buen o mal
funcionamiento del organismo resulta en buen o mal humor que
determina el tono y las palabras con que hablamos; convicciones
no examinadas que nos fueron inculcadas en la infancia o que
hemos adquirido accidentalmente en el curso de experiencias no
comprendidas, determinan nuestros juicios de valor; lecturas o
discursos que nos han impresionado hipnóticamente determinan
nuestras opiniones sobre problemas que nunca hemos estudia-

16
do debidamente; cualquier demagogo o cualquier “vivo” puede
manejarnos y uncirnos a carros que no son nuestros.
Un argumento más poderoso: si los hombres no fueran
predecibles y por lo tanto determinados, no podría existir ninguna
sociedad humana; en efecto, la relación social se basa en “contar
con” ciertas actitudes y ciertos actos de los demás y con cierta
coherencia y consecuencia en esas actitudes y actos. Cuando se
considera la fuerza vigente de los patrones culturales y se piensa
en la mecánica casi maquinal de las inter-relaciones sociales
basadas en intereses vitales, económicos, políticos, afectivos,
militares, etc., surge la idea de que cada hombre es instrumento,
rueda o resorte, de mecanismos superiores. El hombre nos resulta
homérico: campo de batalla en que se disputan los dioses. Él no
piensa, él no siente, él no hace nada; en él surgen pensamientos
y sentimientos de los cuales él no es responsable, de él surgen
acciones, gestos, palabras. Es un sonámbulo que obedece órde-
nes impersonales dictadas por las circunstancias, es un fantasma
arrastrado y vapuleado por vientos caóticos, un robot manejado
por operarios locos y pugnaces.
Entonces, ¿dónde está la libertad? Es ahora cuando ten-
dríamos que hablar de una libertad segunda que podríamos
definir como el poder de ser causa. Una libertad que no se
limita al poder teórico de escoger entre diversas posibilidades,
sino que implica el poder actuar conscientemente en base a una
voluntad verdadera que no es patrimonio natural del hombre.
Una voluntad que ha de ser conquistada en la más lúcida vigilia,
una voluntad de hombre despierto.
Tendido entre el ser y el deber ser, entre el sueño y la vigi-
lia, entre el automatismo y el acto conscientemente decidido y
efectuado, el hombre ha de crearse una dignidad que no tiene
en su estado natural.
Pero estas reflexiones sobre las dos libertades, ¿no estarán
viciadas por una confusión de planos, por una radical obscuridad
conceptual? ¿No será un tartamudeo de bárbaro deslumbrado
por la luz ática y conmovido por el impulso obscuro de atavis-
mos germánicos? ¿No será conveniente consultar el asunto más
detenidamente con Platón y con Nietzsche?
1963
17
EL TEATRO NO (I)

Para desalentar a los escandeadores de consignas que pu-


dieran ver en el título de este artículo una nueva y para tranqui-
lizar a los amantes del teatro que pudieran presentir un ataque,
aclaramos ante todo que “El Teatro No” en forma alguna debe
interpretarse como “¡el-tea-tro-no!”. NO es el nombre que designa
una forma del teatro japonés. En el Japón, actualmente, pueden
distinguirse cuatro tipos principales de espectáculo teatral: el No,
cuyo repertorio se remonta a los siglos catorce y quince de nuestra
era; el yoruri, o teatro de títeres, cultivado y ennoblecido por los
mejores dramaturgos japoneses del dieciocho y el diecinueve;
el kabuki, o teatro popular imperante desde el diecisiete hasta
principios del veinte; y el drama moderno, independiente ya de
la influencia occidental que le dio origen.
Una vez ubicado el tema, muchos dejarán de leer el artí-
culo: “¡un tema de historia de la literatura! como si no bastara
el pajonal que le hacen tragar a uno en el bachillerato y con el
agravante de que se trata de una literatura extraña, crecida en un
país tan diferente y tan lejano; pero sobre todo ahora, cuando
otros temas, de palpitante actualidad, cortejan nuestra atención
con modales neolíticos”.
No creemos, sin embargo, que esa actitud sea general.
Primero, porque el éxito de los profesores de literatura nunca
es total, siempre quedan algunos interesados en esa materia. Y
segundo, porque hay diferentes tipos de hombres en su posición
con respecto a la “palpitante actualidad”. A algunos les place
sumergirse plenamente en las aguas siempre turbias del presen-
te; otros deambulan sin cesar por los innumerables mundos del
mito, del pasado, del futuro ficticio, del arte, de la ensoñación.
Son casos extremos. Por una parte es cierto que ningún hombre
de hueso y sangre, vivo, puede liberarse de su hic et nunc; pero
por la otra, no es menos cierto que la especie humana no puede

19
soportar mucha realidad... (Eliot, Four Quartets) y que en nuestra
constitución interviene en grande proporción un ingrediente
llamado sueño (we are such stuff as dreams are made of, and
our little life is rounded with sleep. Shakespeare, The Tempest,
Acto 4, Escena I). En este horizonte y bajo esta iluminación,
los hombres se distinguen por su preferencia vocacional, por
el grado de fuerza de su tendencia hacia un extremo o el otro;
pero ninguno de esos dos elementos, realidad y sueño, puede
ser excluido.
El teatro nace y muere sobre ese filo de navaja que sirve de
campo de aparición a todas las formas simbólicas. Es, por una
parte, realidad sensorialmente perceptible, y, por la otra, mundo
de sentido y significación. Además del escenario, con su decora-
ción y sus luces, y de los actores con sus gestos, ademanes, soni-
dos articulados, maquillajes o máscaras, el teatro nos presenta,
además, un todo dinámico de carácter no sensorial, estructurado
estéticamente y que va del analogon mimético de lo real hasta la
creación pura, según los giros de esa agónica danza del símbolo
sobre el filo de la navaja ser-sentido.
Por lo tanto, a nadie puede ser extraño el teatro en general,
símbolo de su propia vida y de su propia danza existencial, ni
tampoco el teatro de un país desconocido y remoto, a menos de
negar la unidad del género humano.
La existencia y virtudes del teatro No comenzaron a ser
conocidas y divulgadas en Occidente en la primera mitad de
este siglo, debido a la poderosa influencia que ejercieron sobre
escritores de la talla de Paul Claudel, T.S. Eliot, W.B. Yeats, Ezra
Pound, y en gran parte mediante las excelentes traducciones de
Arthur Waley.
La palabra No, en japonés, quiere decir talento, de manera
que el teatro es concebido como una exhibición del talento. Y
mucho talento se requiere para escribir y representar esas piezas
maravillosas en que se combinan canto, danza y música instru-
mental, sostenidas por una trama unificante. Sarugaku, el nombre
anterior del No, traiciona su origen secular; pero la influencia
del Zen, no deja nunca de estar presente, y en algunas piezas y
épocas es predominante.

20
En los siglos catorce y quince, el No alcanzó con Kana-
mi Kiyotsugu y su hijo Seami Motokiyo un esplendor aún no
superado.
(En próximo artículo describiremos la estructura de una
pieza No, los recursos estilísticos como el Kakekotoba, las téc-
nicas de escenificación, el comportamiento de los actores y el
sentido cultural y filosófico que penetra en el Japón la actividad
teatral).

1963

21
EL TEATRO NO (II)

A mediados del siglo XIV, la forma dramática llamada


Sarugaku (música monesca) constituida por la presentación de
canto, danza y música, animadamente combinadas, se convierte
definitivamente en lo que hoy conocemos como el No, gracias
a la introducción de una trama que confiere carácter unitario y
estructura sistemática a los diversos elementos. En la fijación de
la forma No intervinieron dos geniales dramaturgos: Kiyotsugu
(1333-1384) y Motokiyo (1363-1444), padre e hijo.
La primera visita al teatro No del espectador occidental
no familiarizado con la cultura japonesa, se caracteriza por
la sorpresa progresivamente creciente de que el espectáculo
dura seis horas y contiene cinco piezas. No es una ilusión del
espectador, desquiciado por novedades exóticas; contiene, en
efecto, siempre cinco piezas, pero esas cinco piezas, además de
constituir unidades gramáticas independientes, se articulan
en un orden de conjunto que los siglos no han podido alterar.
Cada pieza tiene un centro de gravedad invariable.
La primera se ocupa de los dioses; la segunda, de un guer-
rero; la tercera, de una mujer; la cuarta de un loco y la quinta, de
los diablos (rogamos al lector dominar suspicacia y no ver en el
orden de los temas un recuento de las etapas básicas del amor).
Las cinco piezas forman un todo, una especie de superobra
cuyo clímax es la que trata de una mujer.
Quien escribe para el teatro No, no necesita escribir cinco
piezas; una basta; si es aceptada entra al repertorio en una de las
cinco categorías y se combina con otras que pueden ser de otros
autores para formar el programa completo.
Como a cierta parte del público pareció pesado y largo
el programa serio, cuando no trágico, de cinco piezas seguidas,
se instituyó, para aligerarlo, la costumbre de intercalar otras
piezas, además de las reglamentarias, a saber: farsas entre una y

23
otra de carácter cómico para burlarse de las serias. No ha sido
estudiado, que sepamos, el efecto psíquico que semejante técnica
de contrastes prolongados tiene sobre las multitudes. ¿Será un
apaciguamiento por catarsis o por cansancio o por ambos? ¿O
estamos ante un rasgo del psiquismo japonés cuya explicación no
puede producirse a través de nuestras categorías mentales? ¿Podrá
haber un programa No completo, un público que da expresión
ruidosa a su hastío cuando en una película la cámara se detiene
más de medio minuto en un paisaje?
Cada pieza No tiene un protagonista, bailarín principal, y
su ayudante el deuteragonista; los demás personajes no hacen que
el número total pase de cinco. Los diálogos y el texto en general
son brevísimos, de manera que la duración media de una hora
para cada pieza se alcanza por medio de la danza y el canto que
son tan importantes como los diálogos en el teatro No.
Los actores usan máscaras, como en el teatro griego, y su
confección dio lugar a una de las principales artes del Japón.
Ha florecido durante siglos una valiosa artesanía productora de
máscaras y trajes suntuosos, lo cual testimonia de la importancia
dada a los efectos visuales del teatro. El escenario, semejante a un
templo, es de madera pulida, con techo propio y está conectado
con la sala donde se visten los actores por un alto pasadizo donde
los personajes se presentan al decir las primeras palabras de su
papel. El público rodea el escenario por tres lados.
La escenografía es impresionista y simple, en contraste con las
máscaras y los trajes. La música acentúa la palabra hablada sin pasar
al primer plano. En los momentos de suspenso intervienen flautas
y tambores para aumentar la tensión.
Tiene coros como el teatro griego; pero la función del coro
es reemplazar al protagonista recitando su parte cuando éste se
encuentra en plena danza y no puede hablar con efectividad.
Nuestro próximo artículo versará sobre la técnica literaria
y el fundamento ideológico del teatro No.

1963

24
A PROPÓSITO DE ALVIÁREZ

Un tachirense joven, artista adolescente, con humildad y


mansedumbre que no logra ocultar el incendio interior de los
ojos, como pidiendo perdón a los soberbios vacíos por el hecho
de tener talento y ejercitarlo esplendorosamente, expuso una
muestra de su pintura en el edificio central de nuestra universidad
con motivo de la semana de la AETULA.
Ante algunos de sus cuadros, apretados cosmos húmedos
aún y calientes con la humedad y el calor del ansioso vientre men-
tal que los concibió y parió, gran parte del público se preguntó
y preguntó a los demás: “¿qué es eso?”.
“¿Qué es eso?”Tal interrogante podría ser la expresión
verbal de un asombro infantil ante lo nuevo y bello, la manifes-
tación confusa de una emoción estética que trata de encontrarse
a sí misma, salir del deslumbramiento inicial que producen
ciertas obras de arte. En ese caso la contemplación reiterada
podría quizás abrir la sensibilidad al despliegue del mundo
autónomo que es cada cuadro de Alviárez.
“¿Qué es eso?”Tal interrogante, además, podría exterio-
rizar una inquietud intelectual, la voluntad de comprender, de
desentrañar racionalmente el misterio que arde en toda creación
artística. En ese caso significaría el comienzo de un análisis crítico,
de una incursión en la teoría del arte bajo el estímulo de obras
concretas y con la intención de regresar a éstas para darles una
explicación individual, si posible exhaustiva, a partir de construc-
ciones conceptuales omniabarcantes. Eso significaría, aun cuando
no trascendiese, su fase incoativa de vago cavilar.
“¿Qué es eso?” Tal interrogante, sin embargo, podría ser
síntoma de una frustración: “Vamos a las exposiciones de pintu-
ra con el objeto de ver cuadros bellos, pero esos cuadros bellos
deben representar algo que sea inmediatamente comprensible,
verbigracia, paisajes por los cuales sienta uno ganas de pasearse

25
con su amada o hacer excursiones con sus compañeros; retratos
de mujeres cuya piel y formas sean incitación a la lujuria; frutas y
manjares que despierten el apetito; iglesias, plazas, calles, caminos,
personas y animales conocidos que nos produzcan el goce de re-
conocerlos y verlos sublimados y en cierto modo perpetuados por
el arte; escenas de la vida social en las cuales el pintor denuncie la
injusticia, el dolor, la miseria, el atraso a fin de que la sensibilidad
social se agudice de manera que comprenda y sienta la necesidad
de luchar por un mundo mejor dando mate a las fuerzas que se
oponen al progreso de la humanidad. Vamos a las exposiciones
de pintura con el objeto, pues, de ver todo eso y, de acuerdo con
nuestros intereses fundamentales preferimos unas representacio-
nes a otras: paisajes, desnudos, escenas o naturalezas muertas.
Tenemos dos criterios para juzgar la pintura: el uno, material:
nos gustan los cuadros que representan entes o escenas y sugie-
ren ideas que coinciden con nuestras inclinaciones, pasiones,
ideales, deseos, concepciones del mundo; el otro, formal: nos
parece bueno un cuadro en la medida en que lo anteriormente
dicho, en el criterio material, ha sido logrado con claridad y
belleza; así admiramos el parecido con el modelo, el buen uso
de los colores, la distribución adecuada de los volúmenes. Un
cuadro es una obra de arte cuando, gracias al cumplimiento de
las condiciones materiales y formales exigidas por nuestros dos
criterios, produce en el público y especialmente en nosotros
las sensaciones, los sentimientos, las ideas y las inclinaciones
activas que nosotros queremos que produzca”.
Ahora bien, henos aquí frente a unos cuadros extravagan-
tes: “¿Qué quiere decir un caótico laberinto de escaleras y telas
de araña y figuras fantasmales? ¿Por qué se llama “La Maestra” un
cuadro que representa un camisón largo de campana, parado en
medio de la noche, de espaldas a un camino que se pierde en la
sombra después de pasar por un arco en que están dibujadas las
letras A, B, C? ¿Puede llamarse obra de arte a una tabla rectangular
sobre la cual se han clavado con clavos largos, unos tubos de pin-
tura vacíos, unos pedazos de paleta vieja y otros objetos de difícil
definición? ¿Y en todo caso, por qué las cabezas de esos clavos se
encuentran unidas las unas a las otras por alambres viejos? ¿Por

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qué habiendo en Venezuela tela para caballete, telas baratas que
se pueden preparar con almidón y cartones de tamaño y tipos
diversos, por qué habiendo paredes, pinta este pintor pintoresco
sobre una toalla que el común de los mortales, usa para secarse
después del baño? ¿Y ese cuadro tan raro de un camino recto que
pasa al lado de una casa desvencijada en cuyas ventanas hay grandes
agujas de tejer, pasa y es sustituido por otro camino también recto
que parece volver a empezar y corre la misma suerte a manos de un
tercero; y esos colores de los caminos, diferentes para cada uno y
diferentes sobre todo del color de los caminos verdaderos? ¿Qué
quiere decir ese pintor? ¿Qué es eso?”. Ante tamaña frustración,
las diferentes reacciones no tardan en aparecer: agresión, raciona-
lización, regresión, sustitución, dispersión.
Efectuamos una encuesta discreta, no científica por cierto,
entre los que fueron a ver la exposición con el objeto de dilucidar
el significado de la pregunta “¿qué es eso?”. Algunos declararon
prudentemente que no podían emitir juicio alguno porque no
habían consultado todavía a su director de consciencia artística:
se referían a alguna autoridad local o a la página de arte de algún
diario capitalino. Otros señalaron algún cuadro de los “compren-
sibles” indicando que les había gustado por el color. Los de más
allá hicieron chistes de mal gusto. Una jovencita solitaria poseída
por la insólita concepción de que la cabeza de una muchacha no
es sólo para lucir peinados o aparecer despeinada en los sueños
de los adolescentes, expresó su deseo de alcanzar algún día cierta
madurez de la sensibilidad artística que le permitiera ejercer la
autonomía del juicio estético; concebía tal autonomía como la
posibilidad de pararse frente a un cuadro y relacionarse con él
en forma inmediata, sin intermediarios, es decir, sin recurrir a
teorías, exigencias de grupos o autoridades; pensaba llegar a esa
madurez mediante el estudio de la historia del arte, ejercicios
personales de pintura y la búsqueda de la autenticidad en las
propias reacciones, por encima de las corrientes de opinión, los
criterios establecidos, las modas y todo lo que es heterónomo en
la valoración; expresó también, provocando las sonrisas burlonas
de algunos de sus compañeros autosuficientes y arrogantes, que
quizá la experiencia estética no consistía en un comprender como

27
función intelectual, en un traducir conceptual, sino que implicaba
más bien una participación total de la personalidad como en el
juego de azar y en el amor. “Esta pavita tiene cucarachas en la
cabeza”, murmuró uno de los presentes. Y al observarla allí un
poco confundida y desvalida se nos pareció a una posible creación
de Alviarez: “Niña despertando entre sonámbulos”.
Volvimos a ver la exposición y nos pareció oír un mensaje
enigmático que pugnaba por surgir de abismos oníricos hacia la
plena lucidez, con la voz de quien ha visto un más allá real y trata
de inventar el lenguaje que le permita comunicarlo. Observamos
entonces que la luz de los cuadros de Alviárez no procede de
ningún foco ubicable, espacialmente ubicable. Los ilumina algo
así como el resplandor lejano de un incendio intemporal, escon-
dido tal vez, que la humildad y la mansedumbre del atuendo y
del ademán no logran ocultar.
En ocasión de Alviárez cuán deseable un diálogo sobre arte
orientado por la interrogante confusa pero desafiante de gran
parte del público: “¿qué es eso?”.

1964

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EL MAESTRO Y EL AMOR

He oído a muchos maestros afirmar que los escolares deben


superarse a sí mismos y no unos a otros; que, si bien la rivalidad
por los primeros puestos sirve de estímulo, trae generalmente
como consecuencia el “acomplejamiento” de los menos aptos.
Esta consecuencia, dicen, es indeseable porque anula llenando
de resentimientos, temores, sentimientos de insuficiencia; y es
evitable e innecesaria, porque cada educando tiene actitudes,
aptitudes e intereses que, adecuadamente desarrollados, le con-
vierten en miembro útil y feliz de la comunidad.
A los mismos maestros he oído decir que la escuela debe
preparar para la dura vida. Los he oído quejarse a veces de que la
escuela, en su forma actual no cumple esa función.
Por una parte desean los maestros una escuela maternal
que atienda individualmente a los educandos; por la otra aspiran
a preparar para la vida. La contradicción es evidente, porque la
vida no es maternal y los hombres sí tratan de superarse los
unos a los otros –no siempre sin deslealtad– en una lucha
donde triunfan los más fuertes, los más aptos, mientras los
débiles se ven relegados a obscuros submundos alejados de
los centros de poder, comodidad y prestigio. Para colmo de
males, la organización social de muchos países permite que los
que triunfen sean los más fuertes y los más aptos en intrigas,
politiquerías, prevaricación y engaño.
Se impone reflexionar sobre las relaciones entre escuela
y sociedad. Todos dirán que eso es elemental y se considerarán
sabios en ese aspecto. Sin embargo, reflexionando, otra vez,
con frescura, desde el principio, el problema se aclara esquemá-
ticamente como conjunto de posibilidades del deber ser de la
especie humana en cualquiera de sus configuraciones locales o
en su totalidad.

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Para que la escuela llegue a ser lo que debe ser, la sociedad
tiene que cambiar; para que la sociedad llegue a ser lo que debe
ser, la escuela, como formadora de las nuevas generaciones, tiene
que cambiar. Henos aquí ante un círculo vicioso que nos llevaría
a creer en la perennidad del anhelo frustrado, en el lamento
infinito sin posibilidad de redención. Pero el círculo es ilusorio;
en efecto, la sociedad y la escuela cambian, las formas culturales
padecen metamorfosis incesante. ¿Por qué? ¿Hacia dónde?
Apenas podemos presentir o desear una humanidad futura
lúcida y unificada. Extrañas fuerzas, parecidas a la savia de los
árboles y no a mecanismo alguno, circulan por el cuerpo social,
lo alimentan en visceral intimidad y lo hacen desarrollarse, rom-
per la angustia de las crisis, brotar hacia la plenitud buscada ya
desde la seminalidad de los días iniciales, en el despertar de los
grandes orígenes.
Lo que podemos ver y prever es poco: enrevesadas tramas
del presente enredadas con tramas más abscónditas, borrosas
siluetas del porvenir vagamente iluminadas por la esperanza.
El deber ser concebido como sociedad futura describible
ahora, es un espejismo de la mente para dar sentido y justifica-
ción al trabajo y al dolor de los hombres en trance de devenir.
No queremos decir que el trabajo y el dolor no tengan sentido,
sino que la meta es desconocida. Cuando el germen rompe el
cascarón de la semilla, no puede conocer la rosa; es la rosa en
deber ser, es la rosa en impulso sin luz hacia la luz.
Los fuegos fatuos llamados utopías no son sino proyecciones
de una escondida urgencia, el reflejo mental del aguijón infatigable
que dispara a la humanidad hacia sí misma.
Nadie tiene razón con argumentos teóricos. La razón es
instrumental. Después de que el maestro, desde el kindergarten
hasta la universidad, domina la materia de su enseñanza y está
entrenado en las técnicas que a la sazón haya aprendido o inven-
tando, son inútiles –cuando no entorpecedoras– las doctrinas.
Sólo es importante el amor. El amor como dedicación alegre al
servicio, confiere clarividencia, limitada, claro está, pero sufi-
ciente. Si la trama del universo es demasiado complicada para
la mente de un hombre, si sus alfabetos máximos han de ser

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“ardorosamente postergados” (Escalante), la trama y el alfabeto
del deber inmediato se hacen evidentes en el goce de servir.
En Leningrado o en Chicago, en Tombuctú o en Cuenca,
en Nagasaki o Palmarito, lo que hace avanzar a la humanidad
hacia sí misma no son las ideologías transitorias, sino el trabajo
y el dolor cotidiano de los que siembran su anhelo con amor en
el vientre obscuro de la tierra.
Que las muchas pedagogías, metodologías, psicologías, dis-
quisiciones esquemáticas, fichamientos, estadísticas, discusiones
sobre escuela y sociedad, con toda su importancia instrumental,
no impidan al maestro escuchar el fluir de la gran savia, ni le
hagan olvidar que el rosal extiende sus brazos ciegos hacia el sol
por amor a la ignorada rosa.

1964

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EL ORIGEN DEL LENGUAJE
EXPLORACIÓN MITOLÓGICA DEL TEMA

Ante todo, una leyenda maquiritare: “En aquella época


Uanádi, hijo del Sol y máximo héroe cultural, tenía la intención
de crear los hombres para poblar la Tierra, en donde tan sólo
vivían entonces los animales. Hizo a tal objeto una esfera mila-
grosa, hecha de piedra, la cual estaba repleta de gente diminuta
todavía no nacida; desde dentro se oían sus gritos, sus conversa-
ciones, sus cantos y sus bailes. Esta bola maravillosa se llamaba
Fehánna”.
Tres niveles observamos en esta leyenda: el del sol, el del
hijo del sol y el terrestre. La creación del hombre es obra del hijo,
quien no tiene inconveniente en pasar de la intención al acto,
pero trae primero a la existencia una especie de protohumanidad
encerrada en una esfera de piedra. Por obra y gracia del hijo del
sol, la esfera solar se ve repetida analógicamente en la esfera de
lo humano.
Ningún símbolo tan adecuado como ése de la Fehánna
para expresar el carácter unitario de la cultura. Todo está encer-
rado simultáneamente en ella: grito, lenguaje, canto y danza.
Nos recuerda inmediatamente las esferas habitadas de Jerónimo
Bosch y, con fuerza arquetípica, evoca las formas iniciales de la
vida: semilla, óvulo, grano de polen.
El lenguaje, como el grito, la canción y el baile, es consub-
stancial con la condición humana y el todo se encuentra incluido
en un todo mayor que lo trasciende. El mito reconoce la esfera de
lo humano, completa en sí misma –la Fehánna es la más perfecta
de las formas geométricas–; pero reconoce al mismo tiempo su
limitación y la posibilidad de trascender. El mismo mito es un
acto trascendente, abandona la inmanencia esférica de lo humano
para intuir su origen en la voluntad de una divinidad solar que,
al ser concebida de manera antropomorfa, plantea la aporía
genésica: es un maquiritare quien sueña este mito desde la bola

33
maravillosa de su cultura y lo cuenta con recursos lingüísticos
maquiritares enmarcados en la Weltanschauung de su pueblo. No
está en desventaja con respecto a Parménides o Kant en cuanto
a la profundidad de la intuición y los supera en belleza con esta
pequeña joya literaria.
Gran parte de la más profunda especulación occidental
sobre el origen del lenguaje no dice mucho más de lo que dice
este mito, sólo que utiliza recursos creados por la mentalidad
occidental y adaptados a ella.
Mito de los Abaluyia de Kavirondo: “Habiendo creado el
sol y dándole el poder de resplandecer, se preguntó a sí mismo
(Dios): ‘¿Para quién brillará el sol?’ Esto llevó a Dios a la decisión
de crear al primer hombre. Creen los Vugusu que el primer hom-
bre se llamaba Mwambu. Como Dios lo había creado de manera
que pudiera hablar y ver, necesitaba alguien con quien pudiese
hablar. En consecuencia Dios creó la primera mujer, llamada Sela,
quien estaba destinada a ser la consorte de Mwambu.”
Este mito contiene dos intuiciones fundamentales; la una
postula la necesidad del sujeto para la constitución del objeto,
su correlato; es la misma que hizo exclamar a Zaratustra, después
de diez años de meditación y soledad: “¡Oh tú Gran Astro! ¿Qué
sería de tu dicha si te faltasen aquellos a quienes alumbras?”;
sabemos el papel especial, indispensable del lenguaje en esta rel-
ación. La segunda intuición se refiere a la capacidad lingüística
como condición previa a la comunicación humana; no surge
aquélla de ésta sino que al contrario ésta es impuesta por aquélla.
Significativamente, sólo dos atributos de Mwambu, el primer
hombre, se mencionan: ver y hablar, aísthesis y lógos.
Iguales atributos se asignan al hombre en otro mito afri-
cano: “Habiendo puesto en orden el universo y creado, en el
curso de sus viajes, la vegetación de los yermos, así como los
animales, Mawu formó los primeros seres humanos con arcilla
y agua... El hombre, creado de esta suerte, tenía que recibir la
instrucción de los dioses. Cuando el orden de la creación se
relaciona con la semana dahomeyana de cuatro días, se dice que
el mundo fue puesto en orden y que el hombre fue formado el
día ajaxi; al día siguiente, mioxi, la obra fue interrumpida, pero

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apareció Gu, quien había de ser el agente de la civilización. Al
tercer día, odokwi, al hombre le fue dada la vista, el don de la
palabra y el conocimiento del mundo exterior; y al último día,
zobodo, le fueron dadas las habilidades técnicas”. Obsérvese
que la adquisición de las habilidades técnicas es posterior al
don de la palabra.
Más complicados y de mayor elaboración, los relatos an-
tropogónicos del Popol Vuh expresan intuiciones de sumo interés
sobre el origen del lenguaje en la génesis del hombre: “...Entonces
los dioses se juntaron otra vez y trataron acerca de la creación de
nuevas gentes, las cuales serían de carne, hueso e inteligencia. Se
dieron prisa para hacer esto porque todo debía estar concluido
antes de que amaneciera. Por esta razón, cuando vieron que en
el horizonte comenzaron a notarse vagas y tenues luces, dijeron:
‘Esta es la hora propicia para bendecir la comida de los seres que
pronto poblarán estas regiones’. Y así lo hicieron. Bendijeron
la comida que estaba regada en el regazo de aquellos parajes.
Después dijeron oraciones cuya resonancia fue esparciéndose
sobre la faz de lo creado como ráfaga de alhucema que llenó de
buenos aromas al aire. No hubo ser visible que no recibiera su
influjo. Este sentimiento fue como parte del origen de la carne
del hombre...”.
El lenguaje se nos aparece como atributo de los dioses,
anterior a la creación del hombre, con una resonancia capaz de
influir sobre todas las cosas existentes y hasta de formar parte de
la génesis de la carne del hombre, como instrumento y material
antropogónico.
Después de esta singular bendición, cuando las mazorcas
de maíz morado y blanco estuvieron ya crecidas y maduras, “... los
dioses labraron la naturaleza de dichos seres. Con la masa amarilla
y la masa blanca formaron y moldearon la carne del tronco, de
los brazos y de las piernas. Cuatro gentes de razón no más fueron
primeramente creadas así. Luego que estuvieron hechos los cu-
erpos y quedaron completos y torneados sus miembros y dieron
muestras de tener movimientos apropiados, se les requirió para
que pensaran, hablaran, vieran, sintieran, caminaran y palparan
lo que existía y se agitaba cerca de ellos. Pronto mostraron la in-

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teligencia de que estaban dotados, porque, en efecto, como cosa
natural que salió de sus espíritus, entendieron y supieron cuál era
la realidad que los rodeaba... Tuvieron poder para mirar lo que
no había nacido ni era revelado. Dieron señales de que poseían
sabiduría, la cual con sólo querer, la comunicaron al cogollo de
las plantas, al tronco de los árboles, a la entraña de las piedras y a
la hoguera enterrada en la oquedad de las montañas. Estos seres
fueron Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iquí Balam”.
Con mayor plasticidad que el Génesis bíblico, el Popol
Vuh nos presenta a los divinos alfareros trabajando para moldear
y formar la parte física del hombre con masa de maíz, alimento
fundamental de los indios y símbolo de todo alimento terrestre.
Terminado el trabajo de alfarería, los dioses confieren al autómata
(las figuras podían moverse) atributos humanos: pensar, hablar,
ver, sentir, caminar, palpar, es decir, lógos, aísthesis, praxis,
es decir, pensamiento y lenguaje, percepción sensorial, acción
deliberada. Obsérvese el orden, primero lógos (pensamiento y
lenguaje), después lo demás, como si postulara la primacía del
verbo, su carácter de condición previa para la posibilidad de toda
manifestación humana.
Además, la condición humana implica el poder de aproxi-
marse cognoscitivamente a la realidad (como cosa natural que
salió de sus espíritus, entendieron y supieron cuál era la realidad
que los rodeaba), no sólo en lo que respecta al mundo sensible,
sino también en lo que concierne al mundo inteligible, al aspecto
de la realidad que sólo se descubre al intelecto (Tuvieron poder
para mirar lo que no había nacido ni era revelado). También está
el hombre capacitado para intervenir en los órdenes de lo real y,
desde su comprensión, de acuerdo con sus intereses, mediante
su voluntad activa, organizar y cambiar para convertir en mundo
suyo al universo cargándolo de valores afectivos, interpretándolo,
transformándolo en sistema comprensible. Todo ello de manera
espontánea, en virtud del querer natural (Dieron señales de que
poseían sabiduría, la cual con sólo querer, la comunicaron al
cogollo de las plantas, al tronco de los árboles, a la entraña de
las piedras y a la hoguera enterrada en la oquedad de las mon-
tañas).

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“Cuando los dioses presenciaron el nacimiento de estos
seres llamaron al primero y le dijeron: ‘–Habla y dinos por ti y
por los demás que te acompañan: ¿qué ideas tienes de los sen-
timientos que te animan? ¿Es bueno y airoso tu modo de andar?
¿Ejercitas con gracia tu mirada? ¿Es justo y claro el lenguaje
que usas? ¿En toda ocasión lo recuerdas bien? ¿Entiendes lo
que aquí se dice y se sugiere?’... Al oír estas palabras los nuevos
seres vieron que eran cabales sus sentidos y quisieron mostrar su
agradecimiento. Para mostrarlo, Balam Quitzé habló, a nombre
de los demás, de esta manera: ‘–Nos habéis dado la existencia;
por ella sabemos lo que sabemos y somos lo que somos; por ella
hablamos y caminamos y conocemos lo que está en nosotros y
fuera de nosotros’...”
Esta mítica conversación con los dioses describe el
surgimiento de la auto-observación y la reflexión, acompaña-
das de crítica en función de valores estéticos, éticos y lógicos,
para culminar en una aceptación agradecida de la condición
humana, en una lúcida conciliación con la propia existencia,
en un gozoso ejercicio de la función cognoscitiva. La mención
especial del lenguaje, en pie de igualdad con el ser, el saber y el
actuar, nos sume en asombro ante la poderosa intuición de los
creadores de este mito, quienes comprendieron y reconocieron
tan admirablemente el puesto esencial y central del lenguaje en
el mundo del hombre.
“Pero ha de saberse que los dioses no vieron con agrado
las consideraciones que de su propio saber hicieron, con tanta
franqueza los nuevos seres. Por eso los dioses conversaron entre
sí: ‘–Ellos comprenden –dijeron– lo que es grande y lo que es
pequeño y saben la causa de esta diferencia. Pensemos en las con-
secuencias que puede tener este hecho en el ejercicio de la vida.
La energía de esa lucidez ha de ser nociva... Es preciso limitar sus
facultades. Así disminuirá su orgullo... Si los abandonamos y lle-
gan a tener hijos, éstos, sin duda, percibirán más que sus abuelos
y habrá un momento en que entiendan lo mismo que los propios
dioses... Estamos a tiempo para evitar este peligro, que será fatal
para el orden fecundo de la creación’. Luego durmieron a los
cuatro machos y crearon a las hembras; al despertar los machos y

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al verlas, ‘para distinguirlas les pusieron nombres apropiados, los
cuales eran de mucho encanto. Cada nombre evocaba la imagen
de la lluvia según las estaciones. Luego estos seres engendraron a
otros con quienes se empezó a poblar la tierra’ .”
La reflexión excesiva practicada por un individuo cualquiera
lo aleja necesariamente del hacer cotidiano. La división del trabajo
permite que ese alejamiento de unos cuantos sea compensado por
la labor de los otros; éstos pueden proteger a aquéllos y satisfacer
sus necesidades materiales. Pero la dedicación colectiva al ejercicio
reflexivo, la energía de esa lucidez, es necesariamente perjudicial para
el ejercicio de la vida y fatal para el orden fecundo de la creación.
Por eso, las leyes económicas de la vida, los dioses, para garantizar el
florecimiento y reproducción de la humanidad, ponen en juego otras
fuerzas que inclinan hacia la generación, la familia, la vida social, el
progreso, la inmersión en los quehaceres propios del hombre como
ente entre los entes de su mundo. Estas fuerzas están simbolizadas en
el mito por las hembras, cuyos nombres, de origen humano, evocan
la imagen de la lluvia según las estaciones, de la lluvia que alude a las
oportunidades que la naturaleza fecunda ofrece al esfuerzo creador
del hombre para heredar la tierra, para no ser en ella un exiliado,
prisionero del cuerpo. Las comunidades demasiado interesadas en
la reflexión, con desprecio del mundo exterior y sus tareas, han
terminado en la miseria, en teorías de destierro fundamental del
hombre y en ilusiones metafísicas.
Al acercarnos a este mito sin arrogancia cientificista,
encontramos en él una Weltanschauung completa, coherente,
profunda, sabia y hermosa con un lenguaje a la altura de su
originaria función hermenéutica de la existencia.
Levi-Strauss refiere un gracioso cuento terreno sobre el
origen del lenguaje: “Cuando hubo sacado a los hombres de las
entrañas de la tierra, el demiurgo Orekajuvakai quiso hacerlos
hablar. Les ordenó ponerse en fila, uno tras otro, y llamó al lobito
para que los hiciera reír: el lobo hizo toda clase de monerías, se
mordió la cola, pero en vano. Entonces Orekajuvakai hizo venir
al sapito rojo, quien divirtió a todo el mundo con su manera
cómica de caminar. La tercera vez que pasó a lo largo de la fila,
los hombres comenzaron a hablar y a reír a carcajadas”.

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El demiurgo Orekajuvakai no da por terminado al hombre
mientras no lo haya hecho hablar, lo cual logra mediante una
confrontación entre hombres y animales. Además de señalar la
necesidad del lenguaje para la existencia del hombre como tal,
este cuento terreno destaca un factor importante: la risa. Sabemos
que la risa figura entre las expresiones características y exclusivas
del hombre, y esta relación entre risa y lenguaje no es arbitraria
ni accidental. Según Plessner, la risa es genéticamente anterior al
lenguaje y según Alverdes prepara para la comprensión lingüística.
En el libro de Singh y Zingg sobre niños lobos (Wolf-children), se
cuentan hechos que acercan a la realidad las supuestas fantasías
de Kipling en este punto; en ellos nos interesa señalar que los
niños carentes de lenguaje por falta de contacto humano tampoco
pueden reír. En las formas apáticas de la oligofrenia, los pacientes,
que no llegan al lenguaje, son incapaces de reír.
En el poema cosmogónico y antropogónico de los guaraníes,
el lenguaje es asunto de primerísima importancia nada menos que
para el creador mismo: “El Creador, utilizando su vara insignia de
la que hizo brotar llamas y tenue neblina, creó el lenguaje”. En la
siguiente oración, que es una enumeración casi exhaustiva de los
aspectos principales de la cultura (lenguaje, organización social, arte
y religión), describe al lenguaje como esencia de lo humano y asienta
su primacía sobre las demás formas culturales: “Este lenguaje, futura
esencia del alma enviada a los hombres, participa de su divinidad,
crea después el amor al prójimo y los himnos sagrados”. Al constituir
la esencia del alma y participar al mismo tiempo de la divinidad,
el verbo es el mediador entre dios y los hombres; este hecho se ve
reforzado por la creación de divinidades que le sirven de depositario:
“Para formar un ser en el cual depositar el lenguaje, la divinidad, el
amor y los cantos sagrados, crea a los cuatro dioses que no tienen
ombligo y a sus respectivas consortes, que en el futuro enviarán a la
tierra el alma de los hombres”.
Más adelante reitera, con atención especial y exclusiva, el
origen divino del lenguaje: “Habiéndose erguido, de la sabiduría
contenida en su propia divinidad, y en virtud de su sabiduría
creadora, creó nuestro Padre el fundamento del lenguaje humano,
e hizo que formara parte de su propia divinidad”.

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En seguida afirma con singular énfasis que el verbo es
anterior al mundo sensible y al conocimiento: “Antes de existir
la tierra, en medio de las tinieblas primigenias, antes de tenerse
conocimiento de las cosas, creó aquello que sería el fundamento
del lenguaje humano e hizo el verdadero Primer Padre Ñamandu
que formara parte de su propia divinidad”. Sabemos que el
mundo sensible, tal como existe para el hombre, está mediatizado
por el lenguaje, que el conocimiento tiene una estructura lingüís-
tica, contiene una interpretación de la experiencia y sostiene
parámetros axiológicos que guían el juicio y la acción dentro
de coordenadas proyectadas por la condición humana. En este
sentido es importante anotar que, en los mitos, no es infrecuente
la concepción del caos primigenio como un estado prelingüís-
tico de lo real; así por ejemplo, en el Enuma elish, grandiosa
composición mítica aparecida en Mesopotamia hacia la primera
mitad del segundo milenio antes de Cristo, se describe el caos
acuático anterior al orden cósmico como un período “Cuando
al cielo arriba no se le había puesto nombre, ni el hombre de la
tierra firme abajo se había pensado... cuando ningún dios había
aparecido ni había sido nombrado con nombre”. Del caos surgen
dos dioses y el mito dice de ellos: “Lahmu y Lahamu aparecieron
y fueron nombrados”.
El mito guaraní se refiere luego a la motivación y al propósi-
to que presidieron la creación del hombre: “Habiendo creado,
en su soledad, el fundamento del lenguaje humano; habiendo
creado, en su soledad, una pequeña porción de amor; habiendo
creado, en su soledad, un corto himno sagrado, reflexionó pro-
fundamente sobre a quién hacer partícipe del fundamento del
lenguaje humano; sobre a quién hacer partícipe del pequeño
amor; sobre a quién hacer partícipe de las series de palabras que
componían el himno sagrado”. Es indudable que la necesidad
de comunicación, tanto en menesteres técnicos como en amor
y religión, es cosa del lenguaje; el hombre sólo puede vivir en
comunidad portadora y creadora de cultura. Por eso, en el
mito, la tensión estilística y semántica, creada por los párrafos
que acabamos de citar, se libera del siguiente modo: “Habiendo
reflexionado profundamente, de la sabiduría contenida en su

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propia divinidad, y en virtud de su sabiduría creadora, creó a
los Ñamandu de corazón valeroso, los creó simultáneamente
con el reflejo de su sabiduría (el sol)”. No otra es la intuición
de Platón cuando afirma que el sol tiene en el mundo sensible
puesto análogo al que ocupa, en el mundo inteligible, la idea del
bien, fundamento del lógos.
Después de la destrucción de la primera tierra (¿una civi-
lización? ¿un tipo de cultura?), “inspiró a los verdaderos padres
de las palabras almas el himno sagrado para que lo enviaran a la
tierra”. Un himno sagrado, una inspiración unitaria sirve de fun-
damento a la vida de los nuevos hombres y mujeres. “... Después
de estas cosas, dijo a Jakaira Ru Ete: bien, tú vigilarás la fuente
de la neblina que engendra las palabras inspiradas. Aquello que
yo concebí en mi soledad, haz que lo vigilen tus hijos los Jakaira
de corazón grande. En virtud de ello que se llamen Dueños de
la neblina de las palabras inspiradas”. Esta definición del hom-
bre no es menos exacta que la griega y sí más bella; el lenguaje
es origen y actualidad de toda cultura, y el hombre su dueño,
administrador y guardián.
Un prejuicio positivista, que encontró su primera y más
célebre formulación en la “ley” de los tres estadios de Comte,
impidió, durante mucho tiempo, ver en el mito otra cosa que
formas superadas de concebir y expresar la vida, manifestaciones
ingenuas de una humanidad infantil. Un prejuicio teológico
–leider auch Theologie!–, producto de siglos de incesante teodicea
para hacer a la religión romana racionalmente aceptable, cerró
casi por completo la posibilidad de comprender lo que dios,
divinidad y divino significaban en el habla y en la vida de los
pueblos no occidentales. Un prejuicio psicoanalítico, más reciente
que los otros y relacionado genéticamente con ellos, interpretó al
mito como mensaje del subconsciente o inconsciente individual
o colectivo con sus temores ancestrales, instintos tanatofílicos,
pasiones biológicas reprimidas y hasta enredos familiares. Un
prejuicio cultural, alimentado por la arrogancia del poder que la
superioridad técnica dio a Occidente en el mundo, menosprecia
al mito como balbuceo incoherente de la mentalidad prelógica
de pueblos “primitivos”.

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Contra todos esos prejuicios, afirmamos un principio
hermenéutico que puede formularse de la siguiente manera: los
autores de los mitos no eran menos capaces de reflexión que los
filósofos y científicos occidentales, ni la ejercieron con menor
intensidad o resultados menos valederos; al contrario, alcanzaron
niveles que la investigación europea apenas comienza a sospechar.
Mientras se les mire desde afuera y desde arriba, condescendi-
entemente, su verdadero valor permanecerá oculto. El método
correcto consiste en profundizar e intensificar la propia reflexión
central; cuando se llega al grado de lucidez que ellos lograron,
el mito se hace transparente y se revela como creación poética
de intención comunicativa, que utilizó los medios expresivos
disponibles, medios diferentes de los nuestros porque diferentes
eran sus circunstancias y diferente el estilo con que los manejó,
medios eficientes porque establecieron ámbito de comunidad y
vencieron la íntima alienación, llaga secreta de los adoradores
del progreso y de la técnica. A esta comprensión puede seguir
un intento de traducción, sólo que ésta no será accesible a los
que no hayan reflexionado tan auténticamente como los autores
de los mitos.
Es evidente que, para utilizar este principio hermenéutico
y servirse de este método, es necesario respetar a los hombres
que inventaron los mitos, sentir la participación común en la
condición humana y cobrar conciencia de la igualdad y solidari-
dad ante el misterio. Esto es difícil para la mentalidad occidental,
volcada en actitud instrumentalizante hacia el manejo pragmático
del mundo.
Al escribir todo esto hemos pensado especialmente en
los mitos cosmogónicos y antropogónicos y en el puesto que en
ellos ocupa el origen del lenguaje. El muestreo mitológico que
hemos sometido a examen nos entrega los siguientes resultados:
El lenguaje es de origen divino (no es un invento, es un don),
participó en la formación del hombre (sin lenguaje no hay hom-
bre), participa en la constitución del mundo (las cosas comienzan
a ser cuando son nombradas y su coherencia es la coherencia del
sistema sígnico), está por lo menos en pie de igualdad con los
demás rasgos específicos del hombre, existe independientemente

42
del hombre pero éste es su guardián y administrador. El orden
jerárquico es: a) divinidad, b) lenguaje, c) hombre en el mundo.
El lenguaje es mediador entre hombre y dios, hombre y hombre,
hombre y mundo porque es común a todos; el lenguaje es la
garantía única de comunicación.
La contaminación que resulta de la interacción cultural
hace que los mitos pierdan altura, profundidad y coherencia.
Consideremos, en este sentido, el pintoresco cuento siguiente,
que tiene origen mestizo y carácter sincrético: en él el lenguaje
aparece como el rescate pagado por un diablejo, para salvar
su vida y recobrar su libertad, a la mujer que lo atrapó con
invencible magia e intención asesina: “Los hombres, en un
principio, no hablaban: tenían su grito, al igual que los toros
tenían el suyo; al igual que los leones, que las gallinas, que los
pájaros. Una vez, una bruja alcanzó a ver, en el medio de su
fuego, a un diablito pequeño; velozmente lo apretó con una
gran piedra; apagó el fuego, cavó una fosa circular y la llenó de
agua para que su enemigo no pudiera escapar. Chillaba el dia-
blillo, amenazante; la vieja, sorda, afilaba la punta de un hueso
para ensartarlo. Chillaba más el diablillo: la vieja le mostraba la
punta que iba quedando fina como su dedo. Volvió a gritar y a
amenazar el prisionero. La vieja le hizo cosquillas con la punta
de su hueso, en la parte que sobresalía de la piedra. Así siguieron
largo rato hasta que la mujer terminó su tarea. Siguió implacable
bajo los insultos hasta que cayó la noche y recordó que su marido
volvería, que debía cocinarle y que no tenía fuego. Miró al diablo
de reojo y el diablo la miró a ella amenazante. Apurada y nerv-
iosa, tomó su hueso y le hizo un tajo en el cuero a su enemigo.
Como éste se vio perdido, le dijo que le hacía un trato: si ella lo
liberaba le daría un don. La vieja pidió una prueba: los chillidos
del diablejo se convirtieron en palabras. La vieja oía asombrada.
Luego ella misma empezó a hablar. Liberó a su cautivo y el pacto
se mantuvo”.
Este delicioso cuento postula absurdamente la existencia
de una sociedad humana ya organizada, con división del trabajo
y adelanto técnico, pero sin lenguaje. La superficialidad de la
intuición se pone de manifiesto cuando el cuento nos presenta

43
a la vieja en diálogo con el diablejo antes de haber adquirido el
don del lenguaje. Lejos estamos de la alta dignidad reflexiva que
pone de manifiesto el Popol Vuh cuando, después de describir
el caos inmóvil, silencioso y obscuro, afirma: “Entonces vino la
Palabra”. Lejos estamos de la estela rota que se encuentra ahora
en el Museo Británico, donde un Faraón, hacia el año 700 antes
de Cristo, copió el antiguo mito de sus ancestros sobre el dios
Ptah (pensamiento y lenguaje), quien consibió, creó y dirige a
todos los dioses, hombres, animales y demás seres vivientes, quien
con el pensamiento de su corazón y el mandato de su lengua
dio origen a todo lo corpóreo y a todo lo psíquico y a todas las
cualidades de las cosas y a su ordenamiento y armonía. Muy lejos,
ciertamente, de aquel texto que recogió Preuss entre los indios
Uitotos: “En el principio la Palabra dio origen al Padre”, texto
que coincide y concuerda con los pasajes iniciales del Evangelio
según San Juan.
Sin embargo, el cuento de la vieja bruja y el diablejo
contiene la aporía circular en que termina la intentio recta de
la ciencia al enfocar el problema del origen del lenguaje. El
enfoque científico ocupa la segunda parte de este trabajo.

1968

44
UNIDAD Y DIVERSIDAD DE LATINOAMÉRICA

El lenguaje ejerce un poderoso hechizo sobre el pensa-


miento. La existencia de un término hace creer en la existencia
de una realidad a la cual sirve de nombre. Para cada palabra
una cosa, para cada cosa una palabra. El plano de la realidad y
el plano del lenguaje parecen superponerse en una relación de
correspondencia: a cosas substantivos, a acciones verbos, a esta-
dos de cosas y acontecimientos oraciones, a vínculos entre cosas
y entre estados de cosas y entre acontecimientos preposiciones y
conjunciones, a cualidades de las cosas y de las acciones adjetivos
y adverbios... al mundo y a las leyes del acontecer morfología y
sintaxis, al universo real el universo del lenguaje. Entre ambos
planos se sitúa, como intermediario análogo, el plano mental:
imágenes, conceptos, juicios, encadenamiento de juicios... el
universo del pensamiento. Tres planos paralelos y coincidentes
entre los cuales se mueve soberanamente la conciencia humana.
La luz de cada plano ilumina a los otros dos; el que percibe
claramente, piensa claramente; el que piensa claramente, habla
claramente; y lo mismo permutando los términos.
Este primer efecto, simétricamente trifoliado, del hechizo
retrocede hasta casi desvanecerse cuando lo observamos lúci-
damente. La dificultad práctica de separar esos tres planos, la
independencia que cada uno adquiere en los casos en que la
separación es posible –las vastas zonas desconocidas de la reali-
dad, lo inefable, la ficción, la fantasía, las glosomorfías lúdicas
y las inconscientes e involuntarias–, las comprobaciones de la
lingüística comparada sobre la pluralidad y diversidad de los
idiomas del mundo en cuanto a estructura gramatical y forma
interna, la tan amplia y profundamente estudiada participación
del lenguaje en la formación del “mundo objetivo”, son hechos
que, junto con muchos otros, deberían bastar para hacer desapa-
recer la creencia ingenua en una correspondencia del lenguaje

45
con la realidad. Sin embargo, el desenmascaramiento teórico de la
problemática que se oculta tras tan ingenuo simplismo no impide
que en la vida cotidiana sucumbamos, tanto a nivel individual
como a nivel colectivo, ante el hechizo de las palabras, sobre
todo cuando éste se encuentra potenciado por el uso oficial y la
millonaria reiteración de los medios de comunicación de masas.
No es pues ocioso, a menos de utilizar este vocablo en su noble
sentido etimológico, el investigar las grandes palabras de que
nos servimos con frecuencia, para averiguar a qué corresponden
exactamente, para asegurarnos de que no son meros fantasmas
verbales al servicio de sistemas de enajenación.
En este sentido, se justifica la pregunta ¿existe Latinoaméri-
ca? aunque parezca impertinente a quienes se niegan a radicalizar
su pensamiento mediante la problematización de lo aparentemen-
te obvio y prefieren actuar sobre supuestos no analizados.
Es interesante observar que la palabra Latinoamérica surge
bajo la óptica y en el sistema lingüístico de los países imperialistas
durante el presente siglo. Su significado es claro: Latinoamérica
es la parte subdesarrollada del Continente Americano; su fun-
ción dentro de la economía mundial consiste en suministrar
materias primas a los países industrializados y consumir sus pro-
ductos manufacturados. Empresas capitalistas establecen en ella
instalaciones para la extracción de las materias primas, agencias
para la venta de los productos manufacturados y, en algunos
casos, sucursales de fábricas disfrazadas de industria nacional
para aprovechar la mano de obra barata. En este horizonte, la
respuesta a la pregunta es fácil y puede darse inmediatamente:
sí existe esa parte subdesarrollada del Continente Americano,
sí existe Latinoamérica como zona neocolonial y sí cumple la
función indicada dentro de la economía mundial.
Dar una respuesta inmediata es tarea menos fácil cuando
consideramos los significados que la palabra tiene en el uso
lingüístico de los habitantes de la parte subdesarrollada del
Continente Americano. Cuando éstos dicen Latinoamérica
parecen referirse a un ente unitario identificable y definible
por características intrínsecas. Pocas veces llegan a formular esas
características y cuando lo hacen casi nunca se molestan en fun-

46
damentar sus afirmaciones, como si no fuera necesario, como si
fuera tan evidente la unidad de Latinoamérica que el insistir sobre
ella resultara perogrullesco. ¿Tienen razón o han sucumbido ante
el hechizo de la palabra? ¿Tienen un significado propio para esa
palabra o no han hecho sino someterse a la óptica imperialista
adoptando su uso lingüístico y adornándolo, para hacerlo leve en
sus implicaciones, con un fantasma semántico consolador?
Conviene examinar más de cerca esta cuestión y por aspec-
tos antes de lanzarse a una respuesta global.
¿La unidad a la que se alude será acaso geográfica? Es
indudable que no. Los Andes, las costas, las vastas llanuras, las
intrincadas selvas tropicales, los desiertos, son regiones muy
disímiles no sólo por sus rasgos particulares, sino también en
cuanto a la influencia que ejercen sobre los grupos humanos
que las habitan. Además, el mismo tipo de región varía según la
latitud y la longitud. Compárense según su cercanía al ecuador,
a los trópicos o al círculo polar antártico, compárense las costas
del Atlántico con las del Pacífico, las del Caribe con las de Chile,
etcétera.
Si se trata de una referencia geográfica simplemente ubica-
toria en términos muy generales y negativo: Si no es Asia, no es
África, resulta insuficiente para sugerir identidad y unidad pues
las varias regiones de Latinoamérica se diferencian tanto entre sí
como se parecen a regiones similares de otros continentes.
Geográficamente, pues, nos queda sólo el gran marco for-
mado por los confines del Continente Americano con sus islas
desde la Patagonia hasta el Río Grande. Para que esto constituya
una entidad unitaria a la cual nos sintamos pertenecer como a
una especie de gran patria, falta mucho, muchísimo más.
¿A qué se refieren entonces los habitantes de la parte
subdesarrollada del Continente Americano cuando dicen La-
tinoamérica? No es infrecuente oír hablar de una comunidad
de orígenes: todos descendemos de íberos, indios y negros. Esta
engañosa simplificación surge de la ignorancia y se sostiene gra-
cias al hechizo del lenguaje. En primer lugar, eso de íberos se nos
parte en españoles y portugueses, lo de españoles se disgrega en
andaluces, vascos, castellanos, catalanes... Es más, los conquista-

47
dores y colonizadores íberos no sólo eran diferentes en cuanto
a la región de origen sino también en cuanto al momento de su
venida ¿o afirma alguien que eran iguales los de 1492 a los de 1592
y éstos a los de 1692 y éstos a los de 1792? ¿Es que no cambian la
mentalidad de un pueblo las experiencias históricas de siglos? ¿Y
las tendencias separatistas que aún hoy se advierten en algunas
provincias españolas son artificiales y arbitrarias?
Por otra parte, la palabra indios, surgida del error de los
descubridores al creer que habían llegado a la India por el occi-
dente, hace errar aún en nuestros días a media humanidad con
la idea falsa de que los habitantes de América constituían una
unidad étnica o cultural o de ambos tipos. Nada más alejado de
la realidad. Étnicamente, los onas eran tan diferentes de los incas,
como los japoneses de los griegos, los caribes tan diferentes de los
aztecas como los chinos de los ibos, los bororá tan diferentes de los
mayas como los ingleses de los árabes... En cuanto a la cultura se
sabe lo suficiente para poder afirmar de manera rotunda y categórica
que no había unidad cultural. La organización social iba desde los
clanes nómadas hasta los imperios, con los más diversos sistemas de
parentesco; el atuendo personal desde la desnudez hasta el compli-
cado esplendor de túnicas, tocados y calzado; la religión desde las
creencias sin teología hasta el más elaborado monoteísmo; el arte
desde la carencia paleolítica incluso de cerámica hasta la arquitectura
colosal con pinturas murales; el comercio desde el simple trueque
personal hasta el intercambio organizado en mercados con uso de
moneda; la economía desde la recolección, la caza y la pesca hasta la
organización nacional y la planificación regional... pero lo que mejor
puede ilustrarnos sobre la heterogeneidad cultural de los “indios”
es el hecho de que en la América precolombina se hablaban unas
1.230 lenguas de familias tan disímiles como en el Viejo Mundo
la sinotibetana y la bantú; aún actualmente hay tribus indígenas
que viven a pocos kilómetros las unas de las otras y hablan lenguas
totalmente diferentes.
Finalmente, los llamados tan unitariamente “esclavos
negros” pertenecían a grupos étnicos y culturales tan diversos
que en muchos casos lo único que tenían en común era el ser
esclavos.

48
Esta breve consideración de los orígenes nos hace ver
que fueron los más heterogéneos de que se tenga noticia en la
historia de la humanidad. ¿Qué quieren decir, entonces, los que
dicen Latinoamérica pensando en algo que no es pura y simple-
mente la parte subdesarrollada del Continente Americano?
Latinoamérica se caracteriza –afirman algunos– por un
nuevo tipo de hombre, el mestizo, surgido de la mezcla étnica y
cultural; las diferentes razas y culturas se fundieron para producir
un hombre nuevo con una idiosincrasia nueva, una nueva raza,
la raza cósmica, prototipo de la humanidad futura.
Este dislate proviene de la falta de información y de la
ilusión de unidad que crean las palabras. En primer lugar, hay
todavía gran número de aborígenes, millones, que no se han mezcla-
do. En segundo lugar hay países enteros, los del cono sur, formados
de población blanca europea, países donde el mestizaje ha sido
insignificante y en ningún caso da el tono nacional ni determina
el aspecto de la población. En tercer lugar, las vastas regiones de
mestizaje difieren profundamente unas de otras según las caracte-
rísticas de los que intervinieron en la mezcla y la proporción en la
cual intervinieron; así, en algunas regiones la mezcla fue entre negros
y blancos, en otras entre blancos e indios, en otras entre indios y
negros, en otras entre los tres, siempre en proporciones diversas y
siempre, recordemos, con las profundas diferencias que se ocultan
tras las denominaciones “blanco”, “negro”, “indio”, de tal manera
que sería necesario hablar, si en ello se insiste, de muchos nuevos
tipos de hombre, de muchos tipos de mestizo. En cuarto lugar, se
encuentran por todas partes collages étnico-culturales: aldeas de
japoneses, alemanes, italianos; colonias agrícolas extranjeras que
conservan las tradiciones de su país de origen y se aíslan del resto
de la población; “campos” petroleros; villes champignons surgidas
en torno a minas; barrios de inmigrantes en las grandes ciudades, y
en todo caso lo que llaman “colonias” en algunos sitios, la francesa,
la hebrea, la árabe, la inglesa...
La pretendida existencia de la raza cósmica, la unidad del
mestizo se desmorona ante el más ligero análisis; no es una reali-
dad, es una creencia errónea. ¿Dónde hemos de buscar, entonces,
la unidad de Latinoamérica?

49
La guerra de independencia, la gesta emancipadora uni-
ficó –dicen otros– a toda Latinoamérica en la voluntad común
de libertad y soberanía. Mito sobre mito. En la mayoría de los
casos la tal gesta fue dirigida por los criollos contra la burocracia
peninsular que detentaba el poder político y no implicó casi
nunca cambios notables en el status de las demás clases; además
ni en el hecho de ser empresa de los criollos fue homogénea ni
homogeneizante: en México coincidió con movimientos sociales
verticales, el Perú fue “liberado” por tropas extranjeras, en el Bra-
sil no hubo guerra...; en general no se trató sino de una secuela
automática de la decadencia, derrota y desmembramiento de los
imperios ibéricos; las colonias francesas (con excepción de Haití),
inglesas y holandesas no se movieron.
¿Dónde hemos de buscar entonces, ¡oh! dónde, la unidad
de Latinoamérica?
Ha sobrado quien afirme que la unidad latinoamericana está
dada por la religión y la lengua comunes. En cuanto a la religión, bajo
el nombre de catolicismo se pretende identificar a los más dispares
sincretismos. En cuanto a la lengua, olvidan que en la parte del con-
tinente llamada Latinoamérica se hablan varias lenguas, puesto que
incluye a los países hispánicos, al Brasil y a Las Antillas y Guayanas,
inglesas, francesas y holandesas. Por este lado tampoco encontramos
unidad; nos veríamos obligados a partir el concepto y distinguir entre
una América hispánica de discutible unidad, el Brasil, la Guayana, y
Antillas británicas, la Guayana y Antillas holandesas, la Guayana y
Antillas francesas, con cinco lenguas y multitud de cultos sincréticos,
sin contar los millones de aborígenes que todavía hablan sus lenguas
y practican sus religiones.
Algunos optimistas delirantes han hablado de una unidad
de conciencia, la conciencia justamente de constituir una unidad.
Nada más ridículo. La mayor parte de la población de Latinoamé-
rica es ignorante hasta el analfabetismo y no sabe ni siquiera que
la tierra es un planeta en el cual hay continentes y que América es
uno de ellos; las noticias de satélites artificiales y astronautas no
hacen sino enriquecer las mitologías locales. Millones de habitantes
de Latinoamérica sólo tienen conciencia de la miseria, del hambre,
de la enfermedad, de la opresión, de las catástrofes telúricas.

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Mientras más se busca unidad, más se encuentra hetero-
geneidad. Heterogeneidad que penetra destructivamente aun la
conciencia de cada hombre, heterogeneidad que se multiplica e
intrinca con la llegada constante y creciente de nuevas influencias
inconciliables y dispersivas. Todo esto se traduce en inquietud e
inseguridad, en migraciones internas, en un hervir borbotante
de tendencias contradictorias y polivalentes, en movimientos
políticos amorfos, en violencia ciega. Esto sí es general, de ma-
nera que llegamos a la paradójica comprensión de que la unidad
de Latinoamérica está en su heterogeneidad, en su diversidad
irreductible a todos los niveles.
Esto no es, sin embargo, lo que quieren decir los que usan
la palabra Latinoamérica para referirse a un ente unitario identi-
ficable y definible por características intrínsecas. Al no encontrar
tal ente en la parte del mundo que lleva ese nombre y al observar,
no obstante, el perseverante empleo de la palabra con ese signifi-
cado, es forzoso hacer un intento de interpretación por otro lado:
tal vez no se nombra así a un ente real, sino a un ente posible,
imaginable, deseado o presentido. En otras palabras: ¿no será la
unidad latinoamericana un proyecto que tiende a comprometer
la voluntad de los latinoamericanos? En lo que respecta a una
parte de Latinoamérica, la de habla española o Hispanoamérica,
Bolívar concibió un proyecto de unificación y una corriente de
pensamiento bolivariano aún viva lo sostienen aún y algunos de
sus corifeos lo han ampliado para abarcar también al Brasil. Esta
corriente es utópica en la medida en que pretende apoyarse sobre
una supuesta unidad cultural ya existente y obsoleta en la medida
en que excluye por definición amplios sectores del territorio latino-
americano y de su población. Además, por lo general ha perdido
contacto con la problemática actual y ha caído en la sospecha de
servir a los intereses imperialistas. En lo que tiene de positivo será
probablemente absorbida por la otra corriente más amplia y de
proyecto más completo.
El proyecto que se incuba en la mente de los que usan
la palabra Latinoamérica, con significado distinto al que tiene
en labios imperiales, implica una búsqueda de identidad y una
búsqueda de existencia unitaria.

51
¿Cómo es posible que dentro de tan heterogénea hete-
rogeneidad, dentro de tan cambiante y varia diversidad, haya
surgido ese proyecto de unidad, esa búsqueda de identidad y de
existencia unitaria? Considérese que el proyecto es antinatural
en la medida en que se opone a las tendencias localistas, las
cuales se fundamentan en poderosas razones culturales, étnicas,
históricas, geográficas, nacionalistas, lingüísticas... No hay nada,
por ejemplo, en la mentalidad de un argentino promedio, que
lo incline a desear junto con los haitianos un ente unitario; es
más, a muchos les molesta que los clasifiquen dentro de zonas,
prefieren pensarse nacionalistamente como nación de glorioso
destino independiente.
Reconózcase que tal proyecto no podía surgir de las idio-
sincrasias locales; la patria de Bolívar se separó alegremente de
la Gran Colombia tan pronto como pudo; las potencias impe-
rialistas encontraron quienes los ayudaron a inventar el Uruguay
y Panamá; Perú y Ecuador han estado dispuestos a pelearse por
unas leguas de desierto, Centroamérica insiste en ser un mosaico
de nacionalidades; en el interior de los países de gran territorio
ha habido tendencias separatistas...
¿De dónde surgió entonces ese proyecto? ¡Y baste ya de
raza, religión, lengua, origen, destino mesiánico! Ha ido sur-
giendo poco a poco, se ha ido incubando, como reacción y
por oposición a otro proyecto, el proyecto que se esconde en el
nombre. En efecto, aunque es durante el presente siglo cuando se
generaliza el uso de la denominación Latinoamérica, el término
(l’Amérique latine) ya había sido acuñado en la sexta década
del siglo XIX por los ideólogos del Second Empire quienes
estaban empeñados en justificar la expansión capitalista de
Francia con un panlatinismo ad hoc. La latinidad (sic) de
esta región daba derecho a Francia para servirse de ella como
fuente de materias primas y como mercado con el pretexto
de defenderlo del expansionismo anglosajón.
Nos bautizaron, a pesar de nuestra diversidad, con un nom-
bre único para manejarnos mejor conceptual y prácticamente de
acuerdo con sus intereses, y fracasaron después de la desgraciada
intervención en México. Pero el nombre y la intención quedaron

52
para ser llevados a la práctica por otra potencia imperialista que
se sirvió de otros pretextos ideológicos: América para los ame-
ricanos, defensa del continente contra el colonialismo europeo
y, actualmente, defensa del continente contra el expansionismo
comunista conculcador de la libertad.
Al ir descubriendo poco a poco que son víctimas de una
misma opresión, los latinoamericanos más esclarecidos comien-
zan a romper la enajenación ideológica, el hechizo mental que
los imperios lanzan sobre los oprimidos, comienzan a saberse
solidarios y a buscar la unidad del combate, la unidad que
germina en las luchas comunes de liberación.
Las potencias imperialistas “inventaron” (sentido o’gorma-
niano) a Latinoamérica y se han servido de su invención con pingües
beneficios; pero he aquí que los latinoamericanos, al calor de las
luchas de liberación, comienzan a fundirse desde su heterogenei-
dad, comienzan a constituir una unidad, a elaborar su identidad,
comienzan a “inventarse” a sí mismos pero con un signo contrario
al que les dieron, oponiendo a la servidumbre ingenua la voluntad
de independencia.
Los latinoamericanos, con óptica propia, comienzan a crear
un ente unitario definible e identificable por características in-
trínsecas, un ente al cual pueda referirse la palabra Latinoamérica
cuando ellos la usen. Por los momentos se refiere al anhelo y a
sus incipientes manifestaciones.
Sin embargo, ese nacionalismo genésico de Latino-américa
no debe hacer olvidar que su lucha es compartida por pueblos de
otros continentes que se encuentran en condiciones similares,
de manera que lo que se está fraguando actualmente en este
proceso mundial de desenajenación, unificación y liberación,
desborda los intereses particulares de Latinoamérica y apunta
hacia la unidad consciente de la especie humana, hacia la cons-
titución de la identidad del hombre.

1969

53
ELOGIO A LA CIUDAD

El alcalde me ha ordenado pronunciar un discurso de elogio


a la ciudad. De ahí que mi discurso sea un discurso de orden. Pero
cumplo con gusto porque su orden encuentra en mi orden interior
profundas resonancias armónicas. En efecto, me ha expuesto el al-
calde su deseo de que los merideños no sean simples habitantes de
la ciudad sino ciudadanos, es decir participantes conscientes de la
vida de la ciudad; quiere que se sientan responsables de lo que pasa
en ella y ejerzan su derecho a intervenir en los asuntos públicos, no
como quien lucha contra una exterioridad hostil, sino como quien
se ocupa de lo que le es propio.
Semejante deseo del alcalde va en contra del tipo de relación
entre individuo y estado impuesto por la modernidad. El aparato
del estado, los mecanismos de la administración pública, los fun-
cionamientos del gobierno se han alejado tanto de la voluntad y
el sentimiento del individuo que éste los vive como a un golem
inhumano, sobrehumano, al cual hay que acercarse o bien de ro-
dillas o bien en pie de guerra con heroísmo suicida. Para los más
hábiles y habilidosos no es un golem sino un olimpo ilegítimo,
accesible por los caminos de la violencia o de la demagogia.
¿Logrará el alcalde alterar ese tipo de relación entre per-
sona y poder público en lo que respecta a Mérida? No sé. Pero
su intención está tan cerca de mi corazón que la apoyaría aun
cuando supiera que iba a fracasar, pues para mí Mérida no es
sólo una ciudad hermosa en la cual habito con deleite, Mérida es
mi ciudad. Y cuando digo mi ciudad, no quiero decir propiedad
y privilegio: Mérida no es propiedad de nadie aunque muchos
pretendan ser sus dueños, en diferentes campos, con títulos
diversos, todos falsos.
Quiero decir pertenencia porque cuando pregunto por el
lugar geográfico, geométrico, radical nutritivo, emocional de mi
existencia la respuesta es Mérida.

55
El Concejo Municipal, el único concejo que se escribe
con c –esa distinción ortográfica me asombró cuando niño–
tradición antigua y veneranda, expresión a corta distancia de
la voluntad de los vecinos, de los ciudadanos, el único concejo
con esa distinción colectiva que, me asombra ahora, ¿logrará
desgolemizar? No sé. Pero parece querer intentarlo.
Con motivo del aniversario de Mérida vuelve su atención
hacia la vida cultural de la ciudad, hacia las actividades de crea-
ción artística y ha establecido tres premios municipales. Uno de
literatura, otro de artes plásticas y el tercero de música. A través
del Concejo Municipal la ciudad tomará conciencia de sus valores
y los reconocerá.
Los primeros premios ya han sido discernidos.
El de literatura al Dr. Alfonso Cuesta y Cuesta entre otras
razones, por haber dado renombre internacional a la ciudad. De
esto último soy yo testigo: hace exactamente ocho años paseaba yo
distraído por las grandes avenidas de Moscú en el frío creciente
del otoño, cuando me llamó la atención una palabra caliente en
un afiche publicitario de una gigantesca librería; la palabra en
cirílico, era Mérida; me detuve a leerlo: anunciaba la venta de un
libro llamado “Los Hijos” de un eminente escritor residenciado
en Mérida. No sabiendo si era Mérida de España, Mérida de
México o Mérida de Venezuela entré a indagar y cuando ubi-
qué entre los incontables mostradores el que ofrecía el libro en
cuestión me abrí paso entre el numeroso público y leí el afiche
más detallado donde se nombraba el autor: Alfonso Cuesta y
Cuesta, residenciado en Mérida, Venezuela. Lo compré después
de hacer una larga cola. Fue el primer libro de autor hispanoame-
ricano que leí en lengua rusa, lengua que acoge dignamente la
aquilatada y castigada prosa narrativa de nuestro escritor. A mi
regreso obsequié el libro al Dr. Cuesta, quien se sorprendió más
que yo pues no conocía la existencia de esa versión. Los libros
del Dr. Cuesta y Cuesta son hijos adultos que aprenden lenguas
extranjeras, traspasan fronteras por su cuenta, sin permiso y ni
siquiera le envían derechos de autor. Habent sua fata libelli. Él
que no se queja. Mérida se regocija y lo premia.

56
Pero yo veo en este premio un reconocimiento que sobre-
pasa al Dr. Cuesta y Cuesta. A través de él, la ciudad reconoce
a otros eminentes ecuatorianos que la han honrado y servido
con su presencia y trabajo de ciudadanos ejemplares. Pido a mis
amigos ecuatorianos de Mérida que me permitan nombrar sólo
a dos ya muertos: el insigne poeta César Dávila Andrade que
entendió como nadie el esoterismo de la Sierra Nevada y al joven
actor Dimitri Proaño que pasó por Mérida y por la vida como
una estrella fugaz y nos dejó a todos los que lo conocimos una
extraña palabra indescifrable y enigmática escrita para siempre
en el alma.
Pero hay más en este premio. A través de él la ciudad procla-
ma sutilmente, para el buen entendedor, su aceptación y acogida
de los muchos inmigrantes de otros países latinoamericanos que
han hecho pacto con ella y le han entregado su vida y sus talentos
y le han revelado sus tesoros, como ese titiritero genial a quien
no hace falta llamar por nombre, ese titiritero que aprendió a oír
con los niños y nos ha enseñado a oír como los niños.
El premio de artes plásticas a Viscarret sorprende. Es como
si se premiara a la Plaza Bolívar o al amanecer encapotado de La
Pedregosa, presto a estallar en sol y pájaros. Porque Viscarret no
es un acontecimiento en Mérida. Es parte integrante de Mérida
como el agua y las piedras. Que captó, dicen, la luz del paisaje
merideño y el alma de su gente. No es cierto. Él rompió las dis-
tancias. Él es parte de la luz y del alma de Mérida.
Pero también el premio a Viscarret tiene una dimensión
segunda. Es el primer plano de un cuadro cuyo fondo es la aper-
tura íntima de Mérida a los inmigrantes de más allá del Atlántico.
Mérida dice que los acepta y quiere que se integren a ella como
Viscarret. Vienen ya hechos –artesanos y científicos– vienen
formados en el oficio de vivir y se dan a Mérida, pertenecen a
Mérida. Ya tienen voz en el Concejo Municipal, la voz fraternal
y conciliadora de Artidoro Radomile, esa figura quijotesca ya
trasplantada exitosamente a suelo merideño.
Quiero mencionar a otra persona, a una mujer portadora
de la más fina educación y de las más acendradas tradiciones de
la Santa Rusia quien, después de una infancia feliz conoció los

57
horrores de la guerra, del exilio, de las epidemias en la vieja Euro-
pa y encontró en Mérida una patria profunda donde ha florecido
su creatividad pictórica. De ella puede decirse que captó la luz de
la gente y el alma del paisaje. Me refiero a Ieliena Bladimirovna
Romanovich rebautizada en Mérida como Micaela por razones
obvias. El premio a Viscarret ilumina indirectamente a Micaela
y a los ilustres europeos que ella de alguna manera representa y
unifica en su persona.
Lo dicho hasta aquí pareciera señalar a Mérida como una
ciudad que se alimenta de afluentes exteriores con la buena suerte
de recibir excelentes aportes. El premio de música llama nuestra
atención sobre el aspecto autóctono y cordial. Ha sido otorgado
al maestro José Rafael Rivas. Yo opino que el nivel cultural de
un pueblo se mide por el tratamiento que da a sus músicos. En
Venezuela siempre ha sido difícil ser músico excepto para los
pocos que disponen por cuna de seguridades permanentes. Y
sin embargo la cultura musical autóctona es extensa e intensa.
Hay más cuatros en Venezuela que violines en Francia. Pero el
músico profesional tiene que vivir a pulso en un medio que no
respeta suficientemente el arte. Se llega a extremos que hacen
sentir la profesión de músico como una forma de mendicidad.
En semejantes circunstancias cobra perfiles heroicos la figura
de los músicos que han puesto su vocación por encima de la
adversidad. Yo siempre me quito la cachucha cuando veo al
maestro Rivas y cuando pienso en él y el reconocimiento de hoy
me parece mínimo en una ciudad que a estas alturas todavía no
tiene orquesta. Sin embargo, este gesto del Concejo Municipal,
de crear un premio de música y de otorgar el primero al maestro
Rivas me parece ¿será demasiado optimista? la señal de un cambio
favorable de actitud, vale decir, de una elevación del nivel cul-
tural. ¿Se habrá comenzado a comprender la tarea colosal de ser
artista en Venezuela? Colosal no sólo en su aspecto material sino
sobre todo en el desafío terrible a la creatividad bajo influencias
disímiles y contradictorias que ahogan la propia canción, ella
misma difícil de integrar y producir.
¿Habrá comenzado Mérida a través de su Concejo Munici-
pal un proceso de revaloración de sus aspectos? Yo así lo deseo.

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¿Pero hay en todo esto que he dicho un elogio a la ciudad
o un elogio al Concejo y a su alcalde en tanto que expresiones
de los altos intereses de la ciudad? No sé.
En todo caso, no quiero elogiar a Mérida comparándola
con odaliscas y sultanas. A pesar del renacimiento islámico no me
parece adecuado ese lenguaje. No sabría a quién poner de sultán; el
gorro del pico Bolívar es blanco y la conducta de Mérida nunca ha
sido sumisa ni dócil con los dominadores. Tampoco la veo como
pubescente doncella esquiva y tensa a la espera de un caballero azul,
dueño desde siempre de su secreto ardor. Los últimos jinetes que
circulan de vez en cuando por la ciudad tienen graves problemas
con el tránsito cuantioso y acezante de los vehículos de motor.
Y no es que yo no haya sentido el lado amoroso cósmico de la
ciudad. Recuerdo mi azoro y confusión de un día de octubre o
noviembre de 1964, en el patio de la Normal Alberto Carnevali,
rodeado de alumnas, cuando a media mañana vi al sol adolescente
que arrancaba con impaciencia los últimos girones de neblina de
los flancos de Mérida y ponía al descubierto el meneo sensual de
las espigas de Yaraguá. He sido testigo involuntario de las intrigas
y tejemanejes y secreteos de la lluvia, aliada de todos los Calixtos
vegetales. Varias veces me ha rozado las orejas y se ha enredado
en mi barba, el obsceno viento nocturno cargado de polen. No
ignoro que los insectos y los pájaros son órganos venéreos, ni que
el murciélago le sirve al maitín para hacer llegar su simienta a las
orquestas indefensas de la ceiba joven. Yo también he visto. Sé.
Pero ante esos dramas eróticos de la naturaleza me siento como
el niño que despierta en la noche y se levanta en silencio y sor-
prende sin quererlo la agitación insospechada en el dormitorio
de los padres. No puedo elogiar a Mérida en el sentido de un
requiebro. Sería incestuoso y sacrílego.
Para elogiar a Mérida adecuadamente es necesario cono-
cerla, para conocerla es necesario abrirse paso entre los decires
sobre ella y acercársele. Acerquémonos arrancando y desgarrando
imágenes.
En los años sesenta circuló profusamente entre los visitan-
tes de Mérida la idea de que nuestra ciudad era la corteza, la tapa
de otra Mérida subterránea, oculta, de que en la gobernación, la

59
catedral y el rectorado había túneles secretos y que a las nueve de
la noche los dirigentes de la ciudad superficial descendían a la
ciudad entrañable para discutir y decidir los asuntos públicos y
entregarse de paso a otras actividades no necesariamente ligadas
al bien público, pero liberadas de reproche. Yo puedo dar fe de
un solo fenómeno ligado tal vez a esa extraña idea: lo que se dice
en la Plaza Bolívar a metro y medio de las gradas que conducen
a la esquina norte se oye en un pozo de piedra que se encuentra
situado en el extremo del paseo de los escritores frente al Cole-
gio La Salle. Cualquiera puede repetir la experiencia. Abrigo la
esperanza de que el alcalde, mi amigo, me inicie alguna vez en ese
misterio, si existe, y me deje ver esa ciudad nocturna, poderosa
y libertina, perdón, liberada.
Otra imagen muy difundida es la que presenta a Mérida
como ciudad de la godarria y del tronco carcomido. Nunca he
entendido completamente este espinoso asunto; a veces da la
impresión de que se reprocha a ilustres familias de Mérida el tener
ancestros preclaros y tradición. Ningún reproche podría ser más
injusto que éste; el desarrollo desigual de las virtudes ciudadanas
conduce a desigualdades de herencia. A los que no son herederos,
en vez del odio estéril, les queda el privilegio conquistable de ser
ancestros. Por lo que respecta a Don Tulio Febres Cordero ¿cómo
no admitir que es honra y gloria de Mérida? Es necesario ser un
atleta de la mezquindad para no reconocer que es más alto que
nosotros, que no hemos crecido todavía lo suficiente como para
juzgarlo. Yo acepto su grandeza y me siento favorecido por su
sombra. Lo nombro en representación de la pléyade de hombres
eminentes que son legítimo orgullo de la ciudad. El árbol del
tronco supuestamente carcomido no ha dejado pasar ninguna
estación sin generar frutos envidiables y envidiados.
Otra imagen presenta a Mérida como ciudad fanática,
obscurantista, supersticiosa, intolerante de otras creencias.
Si se le reprocha el tener y practicar religión, el reproche es
anacrónico: los prejuicios dieciochescos han sido analizados y
desvirtuados y el positivismo ateo anda hace tiempo de capa
caída en el mundo del intelecto. Si se le reprocha el molestar,
obstaculizar y pretender la aniquilación de toda creencia y

60
práctica, religiosa o no, desaprobada por la Iglesia católica, cabe
preguntarse cómo conciliar ese reproche con el siguiente hecho:
en Mérida trabajan activamente sin sufrir persecución:
Numerosas iglesias evangélicas, de diversas denominaciones,
La iglesia de los santos de los últimos días,
Los testigos de Jehová,
La Resp.: Log.: “Derechos Humanos” Nº 162 ,
Los Caballeros del Águila y del Pelícano,
El Capítulo “Rafael Dalmau” de la Antigua y Mística Or-
den Rosa Cruz,
Una cátedra de la Escuela Magnético Espiritual de la Co-
muna Universal,
La Gran Fraternidad Universal del Acuario en sus líneas
solar y lunar,
Susila Budi Darma, organización Subud del maestro in-
donesio BAPAK,
Una escuela del cuarto camino,
Un grupo teosófico de línea Rudolf Steiner,
Otras organizaciones que no oso nombrar, porque me so-
brecoge un escalofrío de pavor, y todas las agrupaciones políticas
del país.
Otra imagen presenta a Mérida como ciudad turística y
estudiantil. Esta imagen es la menos simpática. No por el tu-
rismo, aunque prefiero la palabra peregrinaje. En compañía de
Don José Ignacio Varela, Don Pedro Nicolás Tablante Garrido
y Elías Francisco Rad Rached recorrí a pie muchas veces todos
los alrededores de Mérida y nada he conocido en el mundo que
pueda comparársele. El ingeniero Luis Alfonso Rodríguez Torres
me mostró desde el camino de El Morro, desde la carretera a La
Azulita y desde el Valle del Chama viniendo de Lagunillas tres
soberbias perspectivas de la ciudad. Antonio Dagnino y Aníbal
Gutiérrez me enseñaron a ver y vivir El Valle Grande y El Vallecito
que conocí buscando a Ernesto Jerez Valero, el poeta de Mérida.
La Pedregosa pudiera conquistar el mundo.
Lo de estudiantil tampoco me choca; al contrario, es mi
ambiente profesional de trabajo y nada me resulta más grato que
la cercanía de los buenos estudiantes.

61
Pero los que dicen Mérida, ciudad turística y estudiantil, lo
dicen por lo general con un tono de propaganda comercial como
si Mérida fuera un producto a promocionar en la sociedad de
consumo sobre una ética algedónica. Perdón. Me resulta cuesta
arriba concebir así a Mérida.
Otra imagen presenta a Mérida como la princesa de las patas
sucias. En agresivo contraste la presenta sentada sobre su trono
aluvional con los barrios pobres y sufrientes al borde de sus ríos y
quebradas, presa quizá irreversible de la contaminación ambiental,
la enfermedad, la miseria, la delincuencia que suben ya hacia las
partes más nobles de su cuerpo.
No comparto las corrientes de pensamiento reduccionista
que definen todo por lo económico y creen haber entendido la
realidad social toda cuando aplican ciertos esquemas de análisis
economicista. Pero hay un aspecto fundamental de orden econó-
mico y no dudo de que este Concejo Municipal tenga interés en
contribuir a lavar los pies de la princesa aunque para ello deba
incomodarla y tal vez transformarla.
Puedo ahora formular la pregunta que hubiera querido
hacer desde un principio: ¿cuál es la imagen científica de Mérida?
La respuesta es: se está formando y hasta tal punto se ha avanzado
en esta dirección que ya no es posible diletar impunemente. Ya
no se puede afirmar cualquier cosa alegremente. Hay en Mérida
distinguidos representantes de las ciencias humanas en estudio
serio de la región. ¿Cómo podría yo entregarme al ejercicio ilegal
de la sociología después de conocer a José Ernesto Torres? ¿Con
qué cara saludaría a Asdrúbal Baptista si me pusiera a pontificar
en economía política? ¿Qué reflexiones psicosociales puedo hacer
sin Oswaldo Romero García y su impresionante tecnología de
investigación? Ciencia regional tiene ya rostro dinámico, inteli-
gente, emprendedor, se llama John William Páez.
Ya hay en Mérida un número crítico de científicos capaz
de llegar a formar la imagen científica integral de nuestra
ciudad. Piénsese en Carlos Domingo, César Briceño, Char-
les Páez, José Vicente Scorza, Bernardo Mommer, Jacqueline
Clarac de Briceño, David Roncayolo, Luis Gerardo Gabaldón
y me duele no continuar esta lista. Sin contar la pujante ge-

62
neración de relevo que se está formando ahora y los múltiples
trabajos de investigación que auspicia el Consejo de Desarrollo
Científico y Humanístico bajo la dirección luminosa de Rafael
Chuecos Poggioli.
Si todos esos esfuerzos se coordinan, y se coordinarán, la
ciudad tendrá su imagen científica integral que tanta falta hace
para orientar la acción.
Mientras tanto yo escojo acercarme a Mérida por un cami-
no que no me es extraño. Un camino apreciado por los sabios,
tolerado por los menos sabios y escarnecido sólo por los tontos.
El camino del mito.
Nuestros ancestros prehispánicos nos hablan de una gue-
rra en el cielo, en la Vía Láctea, y la caída a la Sierra Nevada de
ángeles o dioses vencidos en un combate sideral. Fueron bajando
por El Valle del Chama hasta Lagunillas y se identificaron en
su descenso con las rocas y el agua. La divinidad masculina con
las rocas, la femenina con las aguas. Su signo es el arco iris; sus
efectos benéficos o maléficos según la conducta de los hombres.
El arco y el arca. Extrañamente moderno este mito en nuestra
época de astronautas y ovnis y ciencia ficción.
Una forma degradada y prestigiosa del mito, llamada historia
científica, refiere que unos capitanes y soldados españoles funda-
ron en Lagunillas, sin permiso de sus superiores, una ciudad que
luego volvieron a fundar también sin autorización en La Parroquia
y luego por tercera vez sin orden superior en la meseta que hoy
habitamos nosotros. Sorprende ese recorrido de los capitanes re-
beldes, inversamente análogo al de los dioses vencidos. Recorrido
que hoy se prolonga en el teleférico como si buscara de nuevo la
Vía Láctea.
Una tercera tradición, de origen obscuro, afirma que el
planeta Tierra es un ser vivo con centros psíquicos y que en Mé-
rida en un punto preciso de la columna vertebral andina hay un
centro psíquico de la Tierra, un chacra de muchos pétalos que
se está abriendo en tomas sucesivas de conciencia y poder. Fue él
quien atrajo e incorporó a los dioses vencidos, fue él quien atrajo
y embelesó a los capitanes rebeldes, él quien había concentrado
culturas indígenas, él quien alentó a los que cortaron la mano

63
del Tirano Aguirre, él quien apoyó al Libertador, él quien diri-
gió el Acontecer de Mérida que nos narra en un libro deleitable
nuestro alcalde.
Ese centro telúrico nos atrajo y nos retuvo antes de que
pudiéramos comprender por qué. Trajo a Cuesta y Cuesta y a
Viscarret, a Micaela y a Dávila Andrade, a Radomile y a María
Rosa Alonso, a Lípolis. Alimentó al maestro Rivas y a todo el
linaje de músicos heroicos. Nos enfrenta o nos alía. Nos une o nos
separa, nos aísla o nos mezcla. En Mérida vivimos, nos movemos
y tenemos nuestro devenir. Mérida no surgió de la búsqueda de
El Dorado. Ni es lugar de pasaje, ni encrucijada, ni trampolín.
Mérida es llegadero. Llegadero para una prueba tremebunda.
Estamos sometidos a procesos metabólicos de una entidad supe-
rior de orden telúrico. Merideños: estamos sometidos a procesos
metabólicos de una entidad superior de orden telúrico.
Los que juegan con las letras de las palabras descubren
rápidamente un anagrama de Mérida que resulta de poner la
cuarta letra en segundo lugar: si siguieran el juego tendrían que
agregar inmediatamente i madre, anagrama que resulta de poner
la i en primer lugar antes de la m y leer las cuatro restantes letras
al revés: luego encontrarían mediar, medirá y dirame, de todo lo
cual resulta que al mediar Mérida medirá mi vida con sus metros y
dirame mi talla y mi destino y en la bifurcación de su metabolismo
me asignará una salida escatológica o su seno maternal.
El centro telúrico de Mérida constituye su identidad
esencial y tiende a convertirla en capital de sí misma, por eso
Mérida está lejos de todos los centros que pudieran ser capital
para ella; por eso los merideños por nacimiento o por vocación
(llamado) fracasaremos en la medida en que tengamos nuestro
centro de gravedad en otra parte o seamos pseudocéfalos para
reaccionar ante estímulos exteriores solamente, y triunfaremos
en la medida en que tengamos nuestro centro de gravedad en
nosotros mismos.
Forte, en grito, como los que temen no ser oídos, yo diría
que es necesario fundar ya en Mérida un movimiento separatista
y reclamar la autonomía total.

64
Piano, entre amigos atentos y comprensivos, yo digo que
Mérida debe asumir su identidad, aceptar su diferencia, crear su
propio rostro, ser cabeza de sí misma.
Comulgar con el centro psíquico telúrico de Mérida y
ver con claridad las iniciativas a tomar es un proceso sagrado
que se facilita en la medida en que las autoridades no sean un
golem mecánico manejador de hombres opacos, ni la ciudad un
laberinto consumista, ni sus habitantes prisioneros temerosos,
sino más bien –como Ud. lo quiere Sr. Alcalde– una compleja
unidad de múltiples determinaciones ampliamente comuni-
cadas donde la voluntad colectiva se eleve en sus dirigentes a
centro de consciencia, decisión e iniciativa.
Mérida de los dioses vencidos y de los capitanes rebeldes.
Mérida repudiadora de la pseudocefalia. Mérida de las viejas y
nobles tradiciones asediada por las novedades del siglo. Mérida
de los inmigrantes fecundos. Mérida enterrada en Mérida y ger-
minando a Mérida. Aquí, en la bifurcación de tu metabolismo,
aspiramos a ser dignos de tu maternidad, de pasar a tu circulación
telúrica y por eso hemos decidido que nuestro elogio deje de
ser puramente verbal para ser también y sobre todo un ejercicio
cotidiano de autenticidad.

1979

65
LA ESTRATEGIA CULTURAL DE BELLO

No he terminado de conocer a Bello. Comencé a conocerlo en


la escuela unitaria de una aldea del Estado Barinas, donde el maestro
nos hacia estudiar gramática por Bello y nos obligó a aprender de
memoria largos fragmentos de un poema gigantesco llamado “Silva
a la agricultura de la zona tórrida”, ése que arranca con una formu-
lación intensamente erótica de las relaciones entre el sol y la tierra,
saludando a ésta en su zona de más libidinosa fecundidad.

¡Salve, fecunda zona,


que al sol enamorado circunscribes
el vago curso, y cuanto ser se anima
en cada vario clima,
acariciada de su luz concibes!

Yo no estaba en edad de apreciar el esplendor pagano de


esa lujuria cósmica.
Pasaba después el poema a describir muchos frutos, algunos
conocidos por mí, otros no; me impresionaban la forma de adivi-
nanza, la torsión de las frases, el uso de palabras completamente
ajenas al habla de mis padres y maestros.
No mencionaba al naranjo, ni al mango, ni al guayabo, ni al
anón, ni al tamarindo, ni al mirto, ni al níspero, ni al lechoso, ni
al guanábano, ni al limón, ni al cemeruco. Yo no entendía que se
trataba de un muestreo entre cuyos criterios figuraba, además de
la caricia del sol, el sudor agrícola de los esclavos de entonces. Y
como aún los frutos conocidos por mí que mencionaba, aparecían
bajo una luz extraña, comencé a sentir una distancia abismal entre
la vida ordinaria y la poesía. Yo era un niño campesino; estudiar
significaba abandonar lo que me era familiar para trasladarme a
un ámbito verbal con otras vivencias y otras leyes. El veguero se
quedaba en el campo; el niño educado se muda a la palabra.

67
Continuaba el poema con un largo alegato en verso a favor
de la vida dedicada a las faenas agrícolas y en contra de la vida
en las ciudades. La grandeza de nuestras repúblicas sólo puede
crecer en los campos, cuya influencia saludable es tan propicia
al desarrollo de las virtudes, como el ambiente urbano al crec-
imiento de los vicios. Sin embargo, el maestro nos explicó que
Bello había pasado la mayor parte de su larga vida en Londres y
en Santiago de Chile, ciudades, alejado totalmente de las labores
agrícolas y por fuera de esa zona fecunda que circunscribe al sol
enamorado el vago curso. Se confirmaba así para mí la distancia
abismal entre la vida y la palabra.
Por otra parte, en mi casa, mis padres se desvivían por mu-
darse a una ciudad donde hubiera un liceo, para que yo pudiera
continuar mis estudios. En una ciudad con liceo, Barquisimeto,
vi un retrato de Bello. Se lo representaba sentado, adusto, severo,
serio, en la mano izquierda sostenía un pergamino medio enrol-
lado, la derecha parecía haber dejado momentáneamente una
pluma de escribir que reposaba sobre una mesa; una extraña
casaca negra y una ancha corbata, negra también, dejaban ver un
triangulo de camisa blanca sobre el cual se destacaba una especie
de medalla colgada del cuello; tenía la cara de un hombre maduro
un tanto mofletuda, los inconfundibles ojos de sagitario y una
calvicie vergonzante. Detrás de él, una cortina arrugada no lograba
ocultar estantes repletos de libros y un escritorio. Absorto estaba
yo ante el retrato, cuando el profesor de castellano y director del
liceo me dijo: “Ese es Andrés Bello, el humanista más grande de
América, hombre de talla universal”. Comencé un acercamiento
más adulto a Bello.
Humanista. Conocía las lenguas y las literaturas clásicas
del mundo occidental, conocía las lenguas y literaturas modernas
de Europa. Conocía también la historia y las creaciones de los
pueblos no occidentales. Se familiarizó con las búsquedas del
pensamiento filosófico mediante la disciplina del estudio y el
ejercicio auténtico de la razón, sostenidos por genuino interés en
los temas centrales con que la condición humana inquieta a los
hombres más lúcidos. Procuró con éxito crear objetos verbales
plenos de significación y esplendentes de valores artísticos.

68
Con todos esos méritos y logros, con esa depurada manera
de ser hombre y con su descomunal capacidad de trabajo, se puso
al servicio de las nuevas repúblicas americanas como maestro.
Asumió la novedad de América y creyó que nuestras naciones
podían y debían alcanzar la madurez creadora que les permitiera
convivir en pie de igualdad con las demás naciones cultas del
planeta. Entre la ignorancia de sus discípulos y el saber europeo,
clásico y moderno, construyó él solo toda clase de puentes medi-
ante traducciones, compilaciones, adaptaciones, interpretaciones.
Intervino en la vida pública y en la política, pero desde su nivel
de universitario, no mediante intrigas, conspiraciones, adoctri-
namiento partidista, demagogia y otros juegos de poder, sino
mediante el ofrecimiento de sus saberes y su creatividad sobre
las aporías de la sociedad humana en general y de las sociedades
americanas en particular. Una pregunta me ha asediado con más
fuerza mientras mejor he conocido a Bello: ¿Por qué un hombre
de tantos y tales merecimientos está muerto?
Su cadáver ha sido fragmentado en estatuas, retratos,
estudios eruditos, abrumadoras ediciones críticas de sus obras
completas, celebraciones, homenajes, discusiones de orden, sim-
posios, foros, entrevistas a expertos, mesas redondas.
Lápidas con su nombre muestran su tumba en escuelas,
liceos, calles, bibliotecas, plazas, expendios de alimentos, clubes
deportivos. Está muerto, sin duda.
Estaría vivo, aunque no tuviera estatuas ni se recordara su
nombre, si su semilla hubiera fructificado en América, si lo que
dio sentido a su vida y a su obra diera sentido también a América,
aunque el sentido se hubiera transformado y alejado de él. Si su
elevada lucidez fuera la lucidez de una parte apreciable por lo
menos de la intelectualidad de América.
Pero está muerto; los homenajes, reconocimientos y cultos
son gestos apotropeicos para tenerlo a distancia no en cuanto a lo
que hizo sino en cuanto a lo que significó y pudiera significar.
¿Qué ha sucedido? Por lo general un hombre así no
muere, pasa a la circulación vital de su pueblo, se incorpora con
o sin nombre a la sangre de las nuevas generaciones, brota en
las búsquedas de los adolescentes, afina y sutiliza el oído de las

69
doncellas, irradia en la luz de los ojos estudiosos, fortalece las
asentaderas y los codos del letrado, revoca el nombre de la muerte
y hace ilusorio el tiempo.
¿Qué ha sucedido? Esa es la cuestión que intento desen-
trañar. En vida de Bello se formaron las repúblicas americanas.
La lengua castellana imperaba sobre el continente, donde una
realidad social nueva se regía con instituciones europeas. Bello
vio la necesidad de que lengua e instituciones aceptaran la nove-
dad de América y se adaptaran a ella para no destruirla y sin
destruirse ellas mismas. Los cambios necesarios para facilitar la
manifestación, el desarrollo y la expresión de lo nuevo y diferente
eran cambios lícitos presentes en la lógica implícita de transforma-
ciones simbólicas posibles inherente a la lengua castellana y a las
instituciones europeas, de tal manera que podía hacerse justicia
a lo nuevo sin romper el continuum América-Europa.
No ignoraba Bello que había en América multitud de
naciones no europeas. Tampoco ignoraba el conatus sese preser-
vandi que las hacía renuentes al sacrificio de la identidad. Sabía
además que los pardos eran semicultos: habiendo perdido ya la
integridad de su abolorio indoafricano, no había accedido todavía
a la plena participación en la cultura hispanoamericana. Era claro
para él que los criollos debían cargar con la responsabilidad de
dirigir creadoramente las nuevas repúblicas hacia la integración
cultural, pues de ellos era la coherencia, de ellos la palabra, de
ellos el poder, de ellos la iniciativa.
Porque sabía todo eso y porque era un gran estratega
cultural asumió su tarea histórica y señaló el camino a seguir:
la lengua castellana debía aceptar cambios, pero sin fragmen-
tarse en dialectos. Las instituciones europeas debían aceptar
cambios, pero sin violencias ni precipitaciones que pusieran en
peligro su coherencia y las fragmentaran en múltiples códigos
aislantes. Modelo lingüístico: el habla de la gente culta. Modelo
institucional: el comportamiento de la gente culta informado
por una jurisprudencia concientemente elaborada en atención
a las peculiaridades de la realidad social americana. Gente culta
eran los criollos letrados. Indios, negros y pardos continuarían
así la paideia occidentalizante que los había trabajado durante

70
la Colonia, pero intensificada en un clima de independencia
política y libertad civil propicio a su elevación cultural.
Conociendo el estado mental de la época, no creo que
nadie hubiera podido formular entonces ninguna estrategia
más prudente, ni más cónsona con la imagen que se tenía de las
circunstancias socio-culturales de Hispanoamérica y con lo que
se respetaba axiológicamente.
Tan coherente y tan adecuada era esa estrategia, que los
dirigentes de Hispanoamérica no hicieron más que tratar de in-
strumentarla y los hombres ilustres posteriores a él se limitaron
a tomar su puesto en la lucha.
Con Andrés Bello llega a su punto culminante, a su acmé,
el discurso mantuano.
¿Qué ha pasado desde entonces?
La tarea resultó abrumadora para los criollos. Durante la
Guerra de Independencia se habían desangrado, diezmado y
debilitado. Durante la Colonia, su dependencia de los centros
metropolitanos de decisión y creación les había impedido formar
sus propios centros. Al comenzar la vida republicana, reclamados
por tareas inmediatas y urgentes, no lograron formar centros de
conocimiento y pensamiento. Bello era una golondrina que no
hacía verano. Hasta hoy en día, quien quiera formarse seriamente
en cualquier disciplina científica o humanística tiene que ir a
Europa. Sus universidades hasta la fecha no han desarrollado
departamento respetable de filología clásica. Cosa grave. Un
país perteneciente a la cultura occidental está descabezado si
no mantiene un contacto vivo con sus fuentes originarias en las
lenguas y literaturas del Lacio y de la Hélade.
Por otra parte, la paidea colonial sobre las poblaciones no
europeas de América y sobre los pardos había sido milagrosa, pero
insuficiente. Milagrosa: pocos españoles transmitieron su lengua
y su cultura a poblaciones inmensamente superiores en número.
Consideremos sólo el caso de la ciudad de Mérida, donde estamos
hoy hablando en castellano: para 1564 había 43 encomenderos
con 30.755 indios encomendados. Casi dos siglos más tarde, en
1761, 20 años antes del nacimiento de Bello, Mérida tenía sólo
cuatrocientos vecinos y toda la provincia mil cuatrocientos treinta,

71
mientras en 1579 Vásquez Espinosa contaba 100.000 indios
tributarios. Milagroso el hecho sin antecedente conocido en la
historia de la humanidad en que tantos fueron translinguados
sin retorno por tan pocos, translinguados y transculturados.
Pero insuficiente para la formación de repúblicas integra-
das. Sobrevivía lo no occidental semidigerido por la lengua y las
instituciones de España. Los semicultos pardos envalentonados
por su participación en la Guerra de Independencia y favore-
cidos por los desequilibrios subsiguientes, comenzaron el asalto
al poder, más atentos al ascenso socio económico y político que
a los valores de la cultura criolla. Procuran tomar los puestos de
comando de instituciones que no comprenden y las palancas
de gobierno del estado. Ha habido dictadores y presidentes
ignaros, gobernadores que no pueden hilvanar un discurso,
ministros con mala ortografía, generales dequeístas y oseístas. El
castellano es hablado por grandes sectores de la población como
lengua extranjera mal aprendida por adultos y trasmitida así a
sus descendientes.
Como si la propia debilidad y el asedio incesante de los mul-
tiplicados pardos no fuera suficiente desgracia, los criollos tienen
que atender otro frente: el que les ha abierto la Europa segunda
industrialista de tendencia epistemocrática y tecnocrática por vía
capitalista y por vía socialista.
¿Qué sentido puede tener Andrés Bello en semejantes
condiciones excepto el de ser incorporado a la relación sado-
masoquista que se establece entre alumnos díscolos y maestros
enajenados en institutos cuya finalidad real y única es el as-
censo de los pardos? ¿O la estrategia de Bello sigue vigente?
Suele ocurrir que los milicianos no conozcan la estrategia
ni hayan visto nunca al general; por eso se hacen ideas falsas de
la batalla y agredirían al general si lo encontraran sin las insig-
nias de su rango confundiéndolo con un enemigo. Somos acaso
milicianos neocriollos de Bello sin saberlo.
Pero veamos la cuestión desde el punto de vista de lo que
se ha dado en llamar el pueblo. Cuando las degradadas élites
sean barridas definitivamente y se instaure el poder de un pueblo
semiculto, ¿creará éste una cultura nueva? Es probable. Será

72
necesario. ¿Sobre qué bases? ¿Con el auxilio de alguna potencia
fraternal? ¿Cuál es la estrategia cultural que nos conviene ahora?
Con la excusa de lo urgente posponemos siempre lo fundamen-
tal. Pero alguien tiene que ponerse al margen de la tropelía para
estudiar y pensar. Ese trabajo le toca a las universidades o por lo
menos a algún sector de ellas. Bello estudió y pensó sin participar
en el cuerpo a cuerpo de la revolución y se puso al servicio de las
nuevas naciones. ¿Fracasó? ¿Es su ejemplo despreciable? ¿Debemos
rechazar el metamensaje de su vida más allá de su obra? Quizás sí.
Pero nos toca crear y mantener un nivel de reflexión por encima
de los afanes cotidianos. Nuestro destino está ligado al destino de
nuestra lengua y de nuestras instituciones y aún más profunda-
mente a lo que es nuestro pero no está expresado en esa lengua
ni en esas instituciones. ¿Podremos cambiarlas para hacerlas real-
mente nuestras sin destruirlas? ¿Podremos cambiarlas sin hacerlas
primero plenamente nuestras?
El hombre adusto del retrato vio todo esto y sentado, con
su casaca negra y su ancha corbata negra, su triángulo blanco y su
medalla, entre sus libros y papeles, el rostro un tanto mofletudo
y la calva vergonzante atravesando el abismo que media entre la
vida y la palabra, desde sus poderosos ojos de sagitario parece
decirnos: “Yo hice lo que hice y Uds. ¿Qué están haciendo?”.
Yo por mi parte quiero terminar en el mismo tono pagano
del inicio de la Silva, pero sin poesía diciendo:
Que la zona fecunda de la tierra que hay en nosotros cir-
cunscriba el vago curso al sol enamorado que hay en nosotros
para ver si somos capaces de concebir y parir frutos que sean para
nuestro momento y nuestras circunstancias lo que los de Bello
fueron para la América republicana en su aurora...
Mientras eso no ocurra no habremos conocido bien ni
honrado dignamente al gran humanista de América. Ese es el
reto. Y no acepta regateo.

1981

73
LOS INQUIETANTES CUADROS
DE GERALDINE SALDATE

La exposición fue en Mérida. Hace ya varios meses. En


Santa María. Una exposición colectiva. Nos inquietaron los cua-
dros de Geraldine Saldate. No pocas personas, muy diferentes
unas de otras, artistas algunas, expresaron la misma inquietud,
sin poder explicarla.
¿Por qué no nos limitamos a admirar esos cuadros, a
codiciar su posesión para repetir el goce estético? ¿Por qué no
nos limitamos a disfrutar el enriquecimiento secreto que nos
produce toda obra de arte bien lograda? ¿De dónde esa inquietud
extraña?
La escogencia de los colores –es cierto– y su reducción son
insólitas. Se tiene la impresión de que la pintora usa sólo dos
colores: uno frío, ampliamente variado en matices que van desde
la más concentrada intensidad hasta el borde de la desaparición,
pasando por gradaciones y degradaciones en masas ya cerradas,
ya dispersas, estrechamente juntas o flojamente distanciadas,
con perfiles casi siempre ambiguos; y otro cálido, en matices
claramente diferenciados, de contrastes precisos entre sí y sobre
el fondo frío. El vientre del mar se diría, y, en él, antiguos cara-
coles esplendorosos, confirmados en su esencia por el respeto
de los siglos.
Pero no es ese manejo del color, técnicamente audaz y
admirable, lo inquietante. La bien lograda artesanía tiende
más bien a contagiarnos con la placidez de su universo equi-
librado.
¿Será entonces el mar? ¿La oscuridad de los orígenes acuáti-
cos de la vida? ¿El miedo a las sombrías vastedades que parieron
voraces monstruos, ancestros remotos y terribles de nuestro linaje,
cuyo recuerdo es mejor reprimir para no alborotar a sus vicarios
en el océano interior de nuestra psiquis? La imaginación creadora
de los griegos –tan importante en la cultura occidental– pobló el

75
mar de divinidades. Pensamos en la dulce Tetis y en el tormentoso
Poseidón que atormentó a Ulises infatigablemente y destruyó con
nefasta violencia el carro y los caballos de Hipólito y a Hipólito.
Pensamos en Tritones y Nereidas. Pensamos en aquel toro blanco
que salió de las olas e indujo en adulterio a la reina Pasífae con la
ayuda técnica del discreto y eficiente Dédalo. Pensamos también
en la Atlántida de Platón.
Pero ninguna de estas asociaciones alcanza a inquietarnos.
Más bien nos tranquilizan y regocijan: la psicología profunda, la
investigación oceanográfica y las películas del Commadant Cous-
teau han desmitificado el mar; el mundo mitológico se ha conver-
tido en ámbito de un refinado y alegre turismo intelectual.
Tampoco proviene la inquietud de que cada cuadro sea una espe-
cie de Rorschach unilateral y sublime donde se aglomeran los traumas
inconscientes del espectador. Aunque algo de eso hay, el ambiente sub-
marino o nocturno está logrado con una delicadeza óptica tan agradable
al sentido que más bien apacigua esos asedios y amella esos mordiscos.
Además, el esplendor incoercible de los caracoles y la tersura de la ima-
gen femenina bastarían para mantener la atención en la delectación
sensorial. Por otra parte, el goce intelectual de explorar la estructura
laberíntica originada por el complejo devenir de los colores con sus
ramificaciones, enmotamientos, reflejos, convólvulos, meandros,
grumos, volutas, alvéolos, resacas, arremolinamientos, fibrilaciones,
enmarañaduras, ondas, burbujas, cumulaciones y flameos, en unitaria
majestad, constituiría, como ejercicio formal, una barrera adicional
contra el afloramiento de lo subliminal individual.
No. No es del nivel psíquico de donde proviene la inquie-
tud, aunque lo comprometa por ser inquietud.
Volvemos, pues, al punto de partida: ¿por qué son inquietantes
los cuadros de Geraldine? No hemos avanzado nada, pero hemos
logrado, por decirlo de alguna manera, un avance negativo: sabemos
de dónde no proviene la inquietud. No proviene de ninguna ma-
nipulación técnico-pictórica, ni de las asociaciones que activa en la
imaginación el contenido pictórico, ni de su poder evocatorio sobre
los continentes sumergidos del alma. Nos conmueve esta inquietud
sui generis, pero no reside en la emoción, la provoca desde afuera
por resonancia como efecto secundario.

76
A los que no cultivan la autenticidad en su encuentro con
el arte, a los que se sacuden las inquietudes sin analizarlas, a los
instalados en la superficie por miedo a la verdad, a los muchos
pudiera fatigar esta investigación por parecerles demasiado
prolongada y tal vez ociosa. No así al lector sensitivo que ha
visto o pudiera ver, en plena conciencia y autoconciencia, los
cuadros de Geraldine. Para éste continuamos la investigación,
para éste solo, sobre todo al considerar que las siguientes re-
flexiones molestarán a los muchos, cuyo paladar grosero no
percibe sino majadería en la sutileza.
Los inquietantes cuadros de Geraldine no son inquietos. Ni
la más mínima inquietud los habita. En ellos todo movimiento
se ha contraído a su estado de más íntima latencia. Vemos las
formas hieráticas del movimiento en el equilibrio supremo de
la quietud, traspasadas de paz solemne; el sosiego anida en ellas
calmadamente como en la miel. No hay temblor alguno en la
frondosidad nemorosa, ni viaja el brillo de los refulgentes cara-
coles, sus reflejos son simultáneas apariciones que no revelan
origen, como si las creara y rigiera una armonía preestablecida. La
figura femenina no está detenida por un corte en el movimiento,
a la manera de una instantánea fotográfica: no hay un corte en
el tiempo, sino un cese del tiempo o una rasgadura que pone al
descubierto un asana de lo real.
¿Será la quietud de esos cuadros (percepción obscura al
principio, apercepción clara y distinta luego) lo que inquieta?
De ninguna manera. Pone en evidencia, tal vez por contraste,
una inquietud ya existente en nosotros; nos hace caer en cuenta
de un cierto género de agitación nuestra que sin ella nunca adver-
tiríamos, sin ella, sin esa quietud sui generis.
Son inquietantes, pues, los cuadros de Geraldine; pero no
porque generan inquietud, sino porque la revelan.
Instalados ahora en esa inquietud, mirémoslos de nuevo
desde ella. Liberados de la función que les habíamos atribuido
erróneamente, se alzan ante nosotros en una plenitud cósmica
que nos sume en una nueva perplejidad; cada uno es lleno, com-
pleto en sí mismo, y sin embargo, se vuelve transparente porque
remite a un más allá de sí mismo. ¿A cuál más allá?

77
En un primer momento, cada uno remite a los otros.
Entonces nos amanece la sorprendente compresión de que no
son varios cuadros, sino variaciones de un solo cuadro. ¿Y cuál
es el cuadro originario, primigenio, al cual todos remiten con su
transparencia? Pedimos ver todos los otros cuadros de la pintora,
los que no han sido expuestos y encontramos nuevas variaciones
inquietantes del cuadro originario, pero no a éste. Repasamos los
cuadros ajenos que pudieran haberla “influido”. Empresa ésta
irrealizable exhaustivamente, nos permite empero, de repente,
comprender la verdad: son variaciones de un cuadro que la pin-
tora todavía no ha pintado.
¿Lo que hace pintora a Geraldine es, entonces, el intento
de pintar un cuadro del cual no ha logrado hasta ahora sino
aproximaciones? ¿Lleva en su intimidad la pintora un cuadro
primigenio y su obra es la dispersión de una búsqueda expresiva,
el resultado de ensayos sucesivos por desplegar sobre la tela del
caballete una urgencia estética originaria, todavía insatisfecha?
Eso podría ser cierto para una observación superficial y
apresurada, impaciente por concluir, dispuesta a transarse con
una ilusión de compresión para rehuir la tensión del esfuerzo y
ocultar la impotencia inquisitiva en formulaciones retóricamente
plausibles.
Cada cuadro está bien logrado. Ha alcanzado su plenitud.
No es una aproximación. Ni la copia imperfecta de un modelo.
Ni la búsqueda de un ancestro secreto. Es precisamente gracias a
su perfección individual y desde ella, con la perspectiva de su va-
riación, como cada cuadro remite al cuadro primigenio. Sólo que
el cuadro originario no es de carácter plástico. Geraldine no lo ha
pintado todavía porque no lo pintará jamás. No podría pintarlo
nunca bajo ninguna circunstancia porque no es un cuadro. Es el
vacío limitado que suministra espacio, centro, frontera, sostén a
la dispersión de las variaciones y las llena de sentido.
Al intuir ese vacío circunscrito, lugar de los cuadros,
imposible sin los cuadros, cuadros sin él imposibles a su vez, in-
tuimos también algo más, algo de escalofriante efecto: ese vacío
está también más acá de la inquietud, es su ámbito, la sostiene
aunque no sería sin ella.

78
La inquietud ante los cuadros de Geraldine ¿es la inquietud
del devenir?, ¿es el mismísimo devenir inquieto de nuestra exis-
tencia revelado por el vacío donde se aloja?, ¿tienen esos cuadros
la virtud de remitir al vacío donde se alojan en vez de ocultarlo,
para remitirnos también –silencio espejo del silencio– a la morada
intemporal del tiempo?
Fascinados por el abismo, los volvemos a contemplar.
Rebosan de belleza, dolor y misterio, mientras parecen querer
rebozar la belleza, el dolor y el misterio. En esa tensión arco y
cuerda –logran una resonancia intensa, sostenida y discreta, ajena
a toda estridencia. Su música es suave como un pianíssimo de
viola con sordina.
Belleza contenida –no quieren deslumbrar; los perfiles más
agudamente definidos en el esplendor de los caracoles, aun ellos
desdeñan la violencia y la moderan y mitigan en lo que tiene de
inevitable.
Misterio manso –no quieren amenazar; las formas marinas
más vagamente indefinidas, con todo lo que puedan sugerir en
espantos acechantes y pavorosos peligros, no inspiran miedo,
como si las paralizara y desvirtuara en su potencial de terror algo
más fundamental que los riesgos insondables de la disolución
y la tiniebla.
Dolor sosegado –la figura femenina que habita los cuadros
no piden compasión ni consuelo, ni contagia sufrimiento alguno.
Rostro o máscara, altivamente triste, serenamente triste. Habien-
do asumido el dolor de los umbrales últimos, conocidos por ella
sola, preside ecuánime sobre el fin y el comienzo.
¿Es la ambigua princesa del devenir? ¿O hierofante?
Coagula et solve. Su variable silueta se acerca o se aleja. Se
espesa y define hasta la poderosa y dulce mirada sin ojos, o se
dispersa y desdibuja hasta la irrealidad fantasmal. Gobierna la
identidad precisa de los caracoles y las esencias díscolas, esquivas
de la penumbra submarina. Regia, soberana, solemne, hermosa,
triste, con la tristeza iluminada de quien no puede ya ser engaña-
do por nadie ni por nada, ni no quiere engañar, la princesa ha
asumido también el hechizo genésico de los umbrales últimos
con sabia altivez, sin avaricia de goce.

79
En su mundo talesiano, talásico, la ambigua princesa del
devenir parece decir: “agua eres y en agua te convertirás, pero
puedes dejar un caracol”. ¿Un caracol? Obra de arte del mar. Lo
fluctuante e inestable, lo cambiante y delicuescente engendra lo
firme y decidido, petrifica la ley de su caducidad y de su orto,
fija su palabra inhumana en una arquitectura inamovible donde
resuena toda la música anterior a la música, como si la voluntad
del devenir aspirara a la creación de esencias inmortales.
Desde el centro tranquilo de nuestra inquietud, la am-
bigua princesa del devenir parece murmurar a la inquietud:
“eres un mar, ¿dónde están tus caracoles?”. Rostro o máscara,
la princesa del sentido del devenir parece murmurar, parece
decir desde su corazón vacío: “No, no morirás. Serás como los
dioses por obra del arte, por la obra de arte”.
Nucella Lamelosa Gmelin, Pirámide de Kéops, Bhagavad
Gita, Afrivoluta Pringlei, Ilíada, Catedral de Chartres, Dama de
Elche, Voluta Morrisi, Machu Pichu, El Arte de la Fuga, Popol
Vuh, Taj Mahal, Conus Milne Edwardsi, Piedra de Atures, A las
Parcas, Popule meus, La Divina Comedia...
Pero en un cuadro donde no hay caracol, la princesa del
sentido del devenir, parsimoniosa y sibilina, entre espectrales
crespones, parece agregar (solve): “también los caracoles rever-
tiránse en agua”, y tal vez muy pasito (coagula): “retornará del
agua todo caracol”, mientras vagos y ambiguos reflejos cálidos
del ausente caracol aureolan aquí y allá las protoformas frías de
la penumbra.
Parece decir, parece murmurar, parece agregar. Pero no
habla. No es ella la que habla. ¿Quién habla, entonces? ¿Es el
torbellino rumoroso y nemoroso aprisionado en los caracoles, y
libre, pero disuelto, en el cuadro donde no hay caracol?
Heridos por una sobriedad glacial y definitiva, compren-
demos: en ella, en la doliente, misteriosa y bella princesa no hay
sino su silencio, origen inmóvil y fin indiferente de todas las
voces, corazón de las palabras, el mismo silencio que habita nues-
tra inquietud, silencio espejo del silencio, silencio implacable,
silencio insobornable, silencio inhumano y prohibido, silencio
vacío de los hierofantes.
1980
80
LOS TRES DISCURSOS DE FONDO
DEL PENSAMIENTO AMERICANO

Tres grandes discursos de fondo gobiernan el pensamiento


americano. Así lo muestran la historia de las ideas, la observación
del devenir político y el examen de la creatividad artística.
Por una parte el discurso europeo segundo, importado
desde fines del siglo dieciocho, estructurado mediante el uso de
la razón segunda y sus resultados en ciencia y técnica, animado
por la posibilidad del cambio social deliberado y planificado
hacia la vigencia de los derechos humanos para la totalidad de
la población, expresado tanto en el texto de las constituciones
como en los programas de acción política de los partidos y las
concepciones científicas del hombre con su secuela de manipula-
ción colectiva, potenciado verbalmente con el auge teórico de los
diversos positivismos, tecnocracias y socialismo con su alboroto
doctrinario en movimientos civiles o militares o paramilitares
de declarada intención revolucionaria. Sus palabras claves en el
siglo pasado fueron modernidad y progreso. Su palabra clave en
nuestro tiempo es desarrollo. Ese discurso sirve de pantalla de
proyección para aspiraciones ciertas de grandes sectores de la po-
blación y del psiquismo colectivo, pero también sirve de vehículo
ideológico para la intervención de las grandes potencias políticas
e industriales del mundo en esa área y es, en parte, resultado de
esa intervención: sólo en parte, pues responde también, podero-
samente, a la identificación americana con la Europa segunda.
Por otra parte, el discurso cristiano-hispánico o discurso
mantuano heredado de la España imperial, en su versión ameri-
cana característica de los criollos y del sistema colonial español.
Este discurso afirma, en lo espiritual, la trascendencia del hom-
bre, su pertenencia parcial a un mundo de valores metacósmi-
cos, su comunicación con lo divino a través de la Santa Madre
Iglesia Católica Apostólica y Romana, su ambigua lucha entre
los intereses transitorios y la salvación eterna, entre su precaria

81
ciudadela terrestre y el firme palacio de múltiples mansiones
celestiales. Pero en lo material está ligado a un sistema social
de nobleza heredada, jerarquía y privilegio que en América en-
contró justificación teórica como paideia y en la práctica sólo
dejó como vía de ascenso socioeconómico la remota y ardua del
blanqueamiento racial y la occidentalización cultural a través
del mestizaje y la educación, doble vía simultánea de lentitud
exasperante, sembrada de obstáculos legales y prejuicios escalo-
nados. Pero si el acceso a la igualdad con los criollos quedaba,
en la práctica, cerrado para las grandes mayorías, el discurso
en cambio se afianzó durante los siglos de Colonia y pervive
con fuerza silenciosa en el período republicano hasta nuestros
días, estructurando las aspiraciones y ambiciones en torno a
la búsqueda personal y familiar o clánica de privilegio, noble
ociosidad, filiación y no mérito, sobre relaciones señoriales de
lealtad y protección, gracia y no función, territorio con peaje y
no servicio oficial aun en los niveles limítrofes del poder. Super-
vivencia del ethos mantuano en mil formas nuevas y extendidas
a toda la población.
En tercer lugar el discurso salvaje; albacea de la herida
producida en las culturas precolombinas de América por la de-
rrota a manos de los conquistadores y en las culturas africanas
por el pasivo traslado a América en esclavitud, albacea también
de los resentimientos producidos en los pardos por la relegación
a larguísimo plazo de sus anhelos de superación. Pero portador
igualmente de la nostalgia por formas de vida no europeas no
occidentales, conservador de horizontes culturales aparentemen-
te cerrados por la imposición de Europa en América. Para este
discurso tanto lo occidental hispánico como la Europa segunda
son ajenos y extraños, estratificaciones de la opresión, repre-
sentantes de una alteridad inadmisible en cuyo seno sobrevive
en sumisión aparente, rebeldía ocasional, astucia permanente y
oscura nostalgia.
Estos tres discursos de fondo están presentes en todo
americano aunque con diferente intensidad según los estratos
sociales, los lugares, los niveles del psiquismo, las edades y los
momentos del día.

82
El discurso europeo segundo gobierna sobre todo las
declaraciones oficiales, los pensamientos y palabras que expre-
san concepciones sobre el universo y la sociedad, proyectos de
gobierno de mandatarios y partidos, doctrinas y programas de
los revolucionarios.
El discurso mantuano gobierna sobre todo la conducta
individual y las relaciones de filiación, así como el sentido de
dignidad, honor, grandeza y felicidad.
El discurso salvaje se asienta en la más íntima afectividad y
relativiza a los otros dos poniéndose de manifiesto en el sentido
del humor, en la embriaguez y en un cierto desprecio secreto por
todo lo que se piensa, se dice y se hace, tanto así, que la amistad
más auténtica no está basada en el compartir de ideales o de
intereses, sino en la comunión con un sutil oprobio, sentido
como inherente a la condición de americano.
Es fácil ver que estos tres discursos se interpenetran, se
parasitan, se obstaculizan mutuamente en un combate trágico
donde no existe la victoria y producen para América dos conse-
cuencias lamentables en grado sumo.
La primera de orden práctico: ninguno de los tres discursos
logra gobernar la vida pública hasta el punto de poder dirigirla
hacia formas coherentes y exitosas de organización, pero cada uno
es suficientemente fuerte para frustrar a los otros dos, y los tres
son mutuamente inconciliables e irreconciliables. Entre tanto,
las circunstancias internacionales del mundo tienden, por una
parte, a reforzar el discurso europeo segundo y prestan altavoz al
clamor de desarrollo acelerado hacia un orden racional segundo
apoyado por la ciencia y la técnica, pero el discurso mantuano
se esconde detrás del discurso europeo segundo y negocia su
continuidad con intereses de las grandes potencias beneficiadas
por ese estado de cosas, mientras el discurso salvaje corroe todos
los proyectos y se lamenta complacido.
La otra consecuencia es de orden teórico: no se logra for-
mar centros permanentes de pensamiento, de conocimiento y de
reflexión. Los investigadores y pensadores de América o bien se
identifican con la Europa segunda de tal manera que su trabajo
se convierte en agencia local de centros ubicados en poderosos

83
países exteriores al área, o bien se consumen en actividades
políticas gobernadas por el discurso mantuano, o bien ceden
al impulso poético verbalista del discurso salvaje. Los esfuerzos
científicos de las universidades se desvirtúan en intrigas mantua-
nas; las anacrónicas intrigas mantuanas no logran hacer contacto
con lo real extraclásico más allá de lo necesario para sobrevivir,
un cierto nihilismo caotizante impide la continuidad de los
esfuerzos, y el conjunto de la situación aleja al americano de la
toma de conciencia integral de sí mismo, de su realidad social,
de su puesto en el mundo, de tal manera que mucho menos se
enfrenta nunca auténticamente a los problemas que el universo
en general, la condición humana en general plantean al hombre
despierto.
Ante este panorama de discursos en guerra sin victoria,
sólo queda, en la perspectiva del presente, el escalofrío estético
catártico que produce la contemplación de una tragedia, y, en la
perspectiva del futuro, el genocidio tecnocrático o la esperanza
de una catástrofe planetaria que permita comenzar de nuevo
algún antiguo juego.

1983

84
RECUERDO Y RESPETO
PARA EL HÉROE NACIONAL

Señores:

Cuando supe que yo había sido propuesto como orador


de orden para este acto en representación de la Universidad
de Los Andes y del resto de las universidades del país, me sentí
muy honrado. “Por iniciativa de los rectores de las universidades
nacionales”, rezaba la comunicación oficial, “se ha convenido
celebrar, en este año Bicentenario del Natalicio de El Liber-
tador, varios actos de carácter nacional que testimonien el
recuerdo y respeto de los universitarios por el héroe nacional”.
“Entre los actos”, agregaba, “habrá de celebrarse una sesión en
el Palacio de las Academias en Caracas, el 24 de junio en horas
de la noche, con motivo de cumplirse un aniversario más de la
Promulgación de las Constituciones Republicanas mediante la
cual El Libertador creó la Universidad Autónoma y Republicana
de Venezuela”.
Acepté complacido y abrumado por la ocasión de hablar
ante personas tan distinguidas, sobre un tema tan importante,
en el lugar olímpico de la intelectualidad venezolana. Releí los
Estatutos Republicanos de la Universidad Central de Venezuela
sancionados por Simón Bolívar el 24 de junio de 1827, recogidos
por Ildefonso Leal, ciento cincuenta años más tarde y publicados
por la Universidad Central de Venezuela en junio de 1977 para
celebrar el sesquicentenario de su existencia republicana. No
podía escapárseme que el 24 de junio es también aniversario de
una gran victoria militar de Simón Bolívar y cómo olvidar que
San Juan Bautista, patrono del día, esconde a los dioses paganos
del solsticio estival.
Todo esto, en un año de Cléones y Alantopoles, me ofrecía
fáciles ventajas retóricas para exaltar la figura del Padre de la Pa-
tria en sus innegables méritos militares y civiles; haciendo valer

85
su pensamiento y su obra en lo que tienen de radical y de actual
para nosotros los de hoy; dejando resonar largamente su verbo
de admonición para alimentar la esperanza de días mejores en
que, gracias al coordinado esfuerzo colectivo, llegara a ser fuente
de orgullo para nosotros la nación venezolana, digna hija de
tan digno padre; destacando, en fin, el papel protagónico de la
Universidad Autónoma en tan magna tarea, mientras ponía en
evidencia la referencia astronómica de la fecha como parámetro
cósmico.
Podía, sin duda, declinar esas ventajas retóricas, no muy
cónsonas por cierto con la dignidad académica, y transformar
mi discurso en una especie de ensayo erudito sobre las ideas
de El Libertador en materia cultural, rastreando sus orígenes y
poniendo de manifiesto al mismo tiempo su originalidad, para
colgar un nuevo retrato suyo, hecho de palabras, en este recinto,
continuando así una tradición iniciada por la Universidad Cen-
tral de Venezuela al poner un retrato de Su Excelencia en la Sala
de Sesiones del Claustro, como primera resolución después de
la promulgación de los estatutos. Pero me pregunté si yo quería
prolongar el linaje insigne, multitudinario de los retratistas de
El Libertador, callando lo que sé.
Yo había aceptado decir este discurso, complacido y abru-
mado por el honor. Ahora me preguntaba si no corría peligro
de hundirme en el deshonor y la vergüenza, ante mis dioses,
contribuyendo indirectamente a mantener mentiras convencio-
nales por timidez en el ejercicio de la libertad de palabra. Decidí
entonces que manifestaría respeto a El Libertador y a mis oyentes
diciendo la verdad.
Guíeme Tucídides, el testigo por antonomasia, el escru-
tador y paradigmático atestiguador del devenir humano. En su
i(storiw=n b , XLIII pone Tucídides en boca de Pericles las
siguientes palabras:
Paso a interpretar esta cita como quien interpreta una es-
critura sagrada porque Tucídides, cuando habla del hombre, no
emite conjeturas, sino que pone en verbo para siempre su visión
clara y verdadera de la condición humana. Despliego y explico
la coherencia sintética de su prosa ática en forma analítica por
medio de enunciados distintos:
1. Existen hombres excepcionales (extraordinarios, sobre-
salientes, superiores) reconocibles porque su conducta comuni-
ca con profundos intereses de sus pueblos y de la humanidad
toda al par que interviene poderosamente en las circunstancias
inmediatas.
2. No quedan enterrados en sus tumbas, sino sembrados
en toda la tierra.
3. Su existencia es señalada oficialmente por medio de un
culto expresado en inscripciones sobre piedra, estatuas, home-
najes, ceremonias cíclicamente repetidas, coronas de flores y de
palabras, gestos ritualizados.
4. Su existencia, por otra parte, habita sin señalización en
cada uno, como presencia innominada más cercana a su corazón
que a sus actos.
Sus actos, hechuras y hazañas, fueron el empalme entre su
corazón, conectado con el corazón colectivo, y las circunstancias
históricas donde actuó. El alto centro de pensamiento y afecti-
vidad, llamado aquí corazón, origen de conocimientos ciertos y
voluntad eficiente, producirá, si está vivo, nuevos actos –hechuras
y hazañas– para enfrentar las nuevas circunstancias históricas.

Veamos a Bolívar y a Venezuela a la luz de Tucídides:


1. Simón Bolívar fue sin duda un hombre excepcional.
Comprendió el puesto de América en el mundo y logró cohe-
sionar durante unos tres lustros los discursos heterogéneos del
pueblo para conducir un movimiento de liberación política que
nos hizo pasar de colonias a repúblicas como parte de un movi-
miento planetario hacia la dignidad y la autonomía del género
humano en sus diversas variantes culturales.
2. No quedó enterrado en su tumba, sino sembrado en toda
la tierra. Su nombre y su obra son recordados con admiración y
agradecimiento mucho más allá de su país natal por hombres de
otras patrias y de otras lenguas, que se inspiran en él.
3. Su existencia es señalada, recordada, alabada, adorada
por un culto oficial que llega a su fortíssimo durante este año
bicentenario de su natalicio al cual pertenecen este acto y este
discurso.
4. Su existencia habita sin señalización en cada uno de
nosotros como presencia innominada más cerca de su corazón
que de sus actos. En todos –aunque en algunos de manera muy
débil– alienta el anhelo de plenitud, “de libertad y de gloria” como
diría él. Colectivamente, tal como pudo verlo Augusto Mijares,
hay un estrato del psiquismo nacional donde germinan de manera
silvestre las virtudes humanizantes sin las cuales ningún país llega
a ninguna parte.
Y sin embargo, me veo obligado a decir algo que no es
contradictorio con lo anterior pero sí paradójico y menesteroso
de explicación, no sólo en el discurso sino también y sobre todo
en la realidad. Yo no he estudiado en vano, yo no he vivido en
vano, yo no he tratado de comprender a mi país en vano. Yo sé
que Simón Bolívar no es el Padre de la Patria. Yo sé también que
Venezuela no es una patria.
Este país pertenece a una región del mundo que dejó de ser
colonia española gracias a la gesta emancipadora encabezada por
Bolívar; pero se constituyó como estado separado en contra del
pensamiento y la voluntad de Bolívar, en contra de todo lo que
Bolívar significó para sí mismo, en contra del corazón de Bolívar.
Venezuela por no ser más colonia española da testimonio de la
gran victoria de Bolívar, pero por ser estado separado de la Gran
Colombia da testimonio del gran fracaso de Bolívar. Su propia
victoria militar, más que su enfermedad y su muerte lo hicieron
fracasar como organizador de estados, porque los heterogéneos
discursos que logró cohesionar para la primera tarea, al disper-
sarse de nuevo sin el freno español y sin el suyo, sólo válido en
guerra, condujeron a la multiplicidad caótica que hoy nos impide
pronunciar palabras salidas del corazón colectivo, palabras que
él sí oyó y dijo pero nosotros no queremos oír, hipnotizados por
pequeños poderes.

88
Nacida traumáticamente de la fragmentación de un gran
sueño, Venezuela es un ámbito geográfico y administrativo. Los
despojos territoriales nunca le han dolido realmente porque no es
el cuerpo de una patria, sus límites son imprecisos y negociables
como propiedades materiales no irrigadas por sangre común, no
inervadas por un sistema vivo. Dentro de ese ámbito geográfico
y administrativo hay muchas patrias pequeñas, amados terruños
alimenticios que no llegan a configurar un todo orgánico, yuxta-
puestos, imbricados, superpuestos, interpenetrados se continúan
más allá de las fronteras sin sentirlas.
Tal situación en sí misma no entraña una desgracia irreme-
diable y tal vez no es una desgracia. Muchas patrias han comen-
zado siendo conglomerados de pequeñas patrias recíprocamente
hostiles. Otras han comenzado como fragmentos de un todo
despedazado. Lo múltiple y diverso puede articularse en una
totalidad de sentido donde las partes conservan individualidad
autonómica o se van fundiendo en unidad superior donde que-
dan superadas y conservadas. La culpa edípica puede asumirse
conscien-temente transformándola en responsabilidad adulta. El
hombre es músico y puede componer estados polifónicos; tendrá
que componerlos.
Ese estado de cosas no es nuestro problema fundamental.
Cuando nos observamos a la luz de Tucídides vemos claramente
la fractura, el quiebre radical de nuestro país. A saber: la dis-
continuidad escenificada históricamente por nosotros entre los
enunciados tercero y cuarto vistos en el despliegue y explicación
de la frase puesta por Tucídides en boca de Pericles. El culto ofi-
cial a Bolívar, característico y definitorio del estado republicano,
no guarda continuidad con la presencia innominada de Bolívar
en nosotros más cerca de su corazón que de sus actos. El poder
político venezolano, después del corto lapso de estupor que siguió
al parricidio, recuperó el cadáver de Bolívar y lo hizo objeto de
un culto supersticioso que encubre el terror de su resurrección
y garantiza su muerte separándolo de la tierra donde podría
germinar. La presencia viva e innominada de Bolívar, común a las
muchas patrias pequeñas, permanece en estado embrionario porque
no tiene acceso a la toma de decisiones, no tiene respiradero político.

89
El culto a Bolívar es una fachada; el poder político se asumió como
reparto y rapiña, erigido sobre el desvencijado aparato institucional
de la colonia española, apuntalado por instituciones emprestadas a la
Europa segunda. Se afianzó e hizo escuela un linaje hasnamousiano
de hombres de presa que sólo conocen la pandilla como forma de
organización y la astucia como virtud suprema.
He sufrido cincuenta años de historia de Venezuela; para
comprenderlos he tenido que ir más allá de la rimbombante y
hueca retórica de los militares convertidos en déspotas, más allá
del asqueroso parloteo de los demagogos, más allá de los plantea-
mientos ideológicos precariamente legitimadores de los poderosos
y de los aspirantes al poder. Siempre he visto el deseo de servir a
la formación de la patria atropellado por intereses egoístas, pero
renaciendo siempre. Todo el que quiere servir a un propósito
común encuentra que su vida es una aventura individual en un
mundo caótico.
Me limito a los últimos cincuenta años por la cercanía
vivencial y no puramente académica. Dos circunstancias los
han caracterizado: el sostenido crecimiento demográfico y el
acelerado aumento simultáneo de los recursos fiscales. Ante
esas dos circunstancias hubiera podido esperarse de parte de los
dirigentes del país una acción creadora de cultura, prosperidad y
patria. Por una parte, una gran población mestiza descendiente de
esclavos negros, indios derrotados y blancos de orilla, en pésimas
condiciones de vida, habitada por un anhelo legítimo y ciego de
superación; por otra parte, grupos privilegiados constituidos por
descendientes de mantuanos, neocriollos y arrivés del caudillismo
militar, que no sintieron nunca a los otros como integrantes de
la misma patria porque no hay noción de patria. ¿Cómo hubiera
podido esperarse de ellos una acción creadora que fuera más allá
de sus intereses de grupo concebidos con ojo de ratón? Claro
está que concebidos con ojos de águila y en contexto mundial
los hubieran llevado a intentar por lo menos la formación de un
estado respetable con ciudadanos capacitados para vivir y no sólo
sobrevivir. No ocurrió así; no ha habido constructores de patria
ni estadistas. Pero como el sostenido crecimiento demográfico
potenciaba la peligrosidad social del legítimo y ciego anhelo de

90
superación, mientras el acelerado aumento simultáneo de los
recursos fiscales, remota herencia tectónica validada por la civi-
lización industrial, posibilitaba la movilidad vertical y horizontal,
y permitía aliviar, disminuir, engañar, postergar la peligrosidad
social de los pobres, se perpetuaron y afianzaron las reglas del
abyecto juego político que nos hizo nacer como ámbito territorial
y administrativo que no como patria. Sobre los caudillos militares
fueron prevaleciendo caudillos civiles, más aptos, en las nuevas
circunstancias, para el reparto entre los que lograran movilizarse
verticalmente por medio de partidos constituidos ad hoc, en-
cargados de enseñar a círculos más amplios las reglas del juego,
garantizar su cumplimiento y premiar según ellas a las pandillas
más aptas en el manejo de la violencia y la astucia.
Como, además, en el mundo actual circulan ideas por
todas partes, se procedió al encubrimiento ideológico de esa
situación de hecho con doctrinas de valor estrictamente retórico,
pastiches verbales, cacareo de progreso, desarrollo, planificación,
revolución como ritual manipulatorio.
Para entender este acontecer no hace falta utilizar categorías
específicamente humanas; bastan las mismas que se utilizan para
entender etológicamente la conducta de poblaciones de peces o
de insectos. Y quizás es demasiado, tal vez bastarían también las
leyes de la hidráulica.
Un hombre se hace hombre cuando construye dentro de sí
mismo un nivel de reflexión que le permite volverse consciente
del destino, es decir, de lo que en él es condicionamiento bio-
lógico y cultural para elevarse al ejercicio de su libertad y de su
creatividad. Un país se hace patria cuando construye dentro de
sí centros autónomos de autoconocimiento y autocomprensión
que iluminen sus centros de acción para integrarse asumiéndose
en plenitud, orientarse en el universo y dirigir deliberadamente
su conducta; así, ésta será no la resultante mecánica de una
combinatoria subhumana de fuerzas históricas, sino el producto
de decisiones enraizadas en un ámbito de valores espirituales, es
decir propiamente humanos.
La patria germinal habita en ese nivel del psiquismo colec-
tivo donde anida la presencia innominada de Bolívar, más de su

91
corazón que de sus actos pasados, pero no puede desarrollarse
porque el ámbito de su despliegue –la actividad política, el ma-
nejo de los asuntos públicos– está ocupado por el culto oficial a
Bolívar, un culto rigurosamente farisaico, que no guarda ninguna
relación de continuidad con el nivel fundamental, no lo expresa,
no lo prolonga, no es su manifestación auténtica, más bien lo
oprime y lo pasma permitiéndole participar sólo en la medida
en que puede corromperlo y desvirtuarlo mediante la siniestra
pedagogía del abyecto juego.
En todas las esferas de nuestra vida pública puede ob-
servarse y señalarse esta discontinuidad, pero hay una que nos
concierne a los aquí presentes de manera cordial y capital. En el
mundo actual ¿cuáles son los centros de conocimientos, reflexión
y autocomprensión que iluminan al estado y al pueblo? Sin duda
aquéllos donde se cultivan las ciencias y las humanidades. Entre
nosotros ¿qué institución se encarga de ese cultivo? La universidad
primariamente, se supone. ¿Qué ha pasado con la universidad?
Durante los últimos veinticinco años, para limitarnos a lo vi-
vencial, dos circunstancias han influido sobre ella: el sostenido
crecimiento de la matrícula estudiantil y el aumento gigantista
de los recursos financieros. ¿Qué ha hecho ante esa situación?
Adaptarse pasivamente a la mecanicidad del estado. Ha sido canal
selectivo para el ascenso socioeconómico, sus símbolos habilitan
para una mayor participación en el reparto. Ha sido efebofrura,
su ámbito contiene, retiene y entretiene a jóvenes que en su gran
mayoría no obtendrán patente porque la movilidad vertical no
es ilimitada ni mucho menos. Ha sido sinecura para la ociosidad
estéril. Ha sido retaguardia logística y centro de reclutamiento
en aventuras políticas, paramilitares y hasta hamponiles. Ha sido
campo de entrenamiento para los cachorros del sistema. Ha sido
fuente de financiamiento para clientelas partidistas. La habitan
sectas dogmáticas anti-intelectuales, roscas burocráticas, gremios
insaciables, clubes políticos, asociaciones de compadres, cofradías
de borrachos –su nombre es legión– la parasitan golosamente,
en disputa, la empujan en todas direcciones y ella se agita como
un pelele sin ritmo ni concierto. Nadie toma decisiones, las
decisiones son la resultante mecánica de las fuerzas en juego

92
a través de una inextinguible polisinodia laberíntica donde se
diluye homeopáticamente toda responsabilidad.
¿Qué hay de los centros de conocimiento y reflexión?
¿Qué pasa con las ciencias y las humanidades? Se les rinde un
culto verbal rigurosamente farisaico. Los pocos que se dedican
a esas actividades exóticas, extravagantes y ridículas quedan
ipso facto al margen de todo lo que cuenta como importante,
expuestos a cualquier desmán en cualquier momento a menos
que se acostumbren a hacer ejercicios de humillación ante
pequeños déspotas engreídos, se hundan en la clandestinidad
o libren una continua guerra defensiva que los desgasta y los
amarga disminuyendo su capacidad creadora.
Increíble todo esto tal vez para un observador externo, o
por lo menos exagerado. ¿Cómo puede una institución alejarse
tanto de su esencia sin que la disonancia la destruya? Aquí es
cuando entra a actuar la ideología en su función amortiguadora
de la contradicción y encubridora de la fractura. El derecho al
estudio. La universidad reflejo del país. La protección al indigen-
te. La autonomía garantiza la libertad mental y el desarrollo de
una actitud crítica. La revolución. Pero ya ni esos mecanismos
de autojustificación hacen mucha falta porque la mayoría de los
universitarios ha olvidado o nunca supo lo que es universidad.
Sin embargo, un hecho milagroso de observar en la vida
universitaria nos cura de todo pesimismo radical: en medio
de ese océano de circunstancias adversas hay una micronesia
de humanistas y científicos que, exiliados en su propia casa de
estudios, mantienen en lo individual las virtudes y las prácticas
correspondientes a la esencia de la universidad.
En resumen, nuestra relación con Bolívar representa, sim-
boliza y encarna la situación histórica de nuestro país en todas
sus esferas, incluyendo la esfera universitaria. Por una parte un
ámbito donde germinan tercamente las virtudes humanizantes y
formadoras de patria. Allí late y sueña nuestro futuro vigor. Por
otra parte, oprimiendo al anterior, un ámbito político, adminis-
trativo, burocrático, estatal, caracterizado por la inconciencia de
su destino, es decir, por la inconciencia de su propia mecanicidad,
ciego y sordo a las posibilidades de la libertad creadora. Allí se

93
agita y patalea un reiterado fracaso incapaz de reconocerse como
tal, demasiado envilecido moralmente como para avergonzarse y
retirarse, pero suficientemente fuerte como para continuar su triste
espectáculo. El primer ámbito es morada de Bolívar en el sentido
del cuarto enunciado que hemos desentrañado de la frase puesta
por Tucídides en boca de Pericles. El segundo ámbito es sede de
un acontecer mecánico que no se reconoce a sí mismo porque se
enmascara en pronunciamientos farisaicos cuya falsedad no alcanza
a ver; esa es la morada de Bolívar en el sentido del tercer enunciado,
pero tan carcomida y precaria en Venezuela que no puede albergar
adecuadamente el recuerdo del héroe aunque lo alimente con ince-
santes estatuas, coronas, discursos, títulos, homenajes, ceremonias.
Más bien ha hecho de él un alma en pena, que se presenta en las
sesiones mediumnímicas de los cultos mágicos-religiosos del pueblo
como un espíritu neurasténico, impaciente, desequilibrado, que tose
lastimosamente y grita órdenes absurdas.
Pudiera pensarse que la variante venezolana de la trage-
dia, inherente según los griegos a la condición humana, está en
esa ruptura, en esa discontinuidad, en esa separación entre la
heterogénea nobleza del pueblo y la actuación de los poderes
públicos.
Pero no se pensaría correctamente, porque lo característico de
la tragedia no es solo su desgracia y su dolor, sino también y sobre
todo su inevitabilidad. Y la situación de Venezuela en general y de
su universidad en particular tiene remedio.
Recordemos los dos primeros enunciados: 1. Existen
hombres excepcionales reconocibles porque su conducta comu-
nica con profundos intereses de su pueblos y de la humanidad
toda al par que interviene poderosamente en las circunstancias
inmediatas.
El manejo de los asuntos públicos requiere de hombres
excepcionales. Si no somos tales, adiestrémonos en el arte de
reconocerlos para apoyarlos y seguirlos; si parecen o pretenden
serlo sin serlo, que nuestro desprecio sea manifiesto, en escala
nacional y en escala institucional.
2. No quedan enterrados en sus tumbas sino sembrados
en toda la tierra.

94
Sepan nuestros dirigentes y su abigarrada progenie que el
ocupar altas magistraturas no salva de la mediocridad ni de la
muerte. No es un nombre en una lista de gobernantes ni un retrato
en una galería de directores lo que puede dar sentido a una vida
estéril e intrascendente. Más bien ponen de manifiesto su vacui-
dad. La tierra no puede hacer germinar lo que no es semilla. Un
corazón vacío no puede hacer acto de presencia junto al corazón
del pueblo. Es preferible el anonimato de los humildes que se
convierten en humus alimenticio para las virtudes humanizantes
donde se esconde y sueña el futuro vigor de la patria.
Se convino celebrar este acto para testimoniar “el recuerdo
y respeto de los universitarios por el héroe nacional”.
Recuerdo y respeto, he comprendido estas dos palabras
etimológicamente. Recordar viene de cor, cordis, corazón; signi-
fica volver a traer algo o alguien al corazón, desplazar de nuevo
el corazón hacia algo o alguien; una operación del afecto.
Respeto viene de respicio, respixi, respectus; significa mirar
hacia atrás, hacia adentro; volver a mirar, considerar, referirse a,
respectar; una operación del intelecto.
Esta ha sido mi manera de expresar recuerdo y respeto por
el héroe nacional. He preferido un discurso testimonial a un
discurso epidíctico. Lo he hecho con ira y lucidez, como lanzan-
do una pedrada contra el enemigo más fuerte, último recurso
para no cubrirme de deshonor y de vergüenza ante mis dioses.
Si, además, he logrado expresar algún estrato del intrincado
psiquismo universitario, no a mí corresponde juzgar, si no a la
conciencia de mis pares, perturbada como la mía por Cleones
y Alantopoles.
Termino repitiendo la frase de Tucídides, esta vez, empero,
como responso a Bolívar en la lengua que dio origen y esencia a
universidades y academias:

1983

95
DIE OELFRAGE
Y EL DISCURSO SECRETO

La propiedad total del subsuelo ha convertido al Estado


venezolano en receptor único de la renta petrolera y en su dis-
tribuidor omnímodo. El notable economista alemán Bernard
Mommer, máximo y óptimo conocedor de esta cuestión, me
ha preguntado qué efectos ha tenido la condición de rentista
en el sistema de actitudes y discursos pre-petroleros de nues-
tro país. Abordo el tema de manera apretada y esquemática
en los estrechos límites de este artículo.
Entre los pardos, la tendencia centrípeta hacia la condición
de mantuano se ha acelerado por facilitación. La política partidista
y las universidades, multiplicadas, se concentran en un sola de las
funciones que tenían anteriormente: el ascenso socio-económico.
Puestos públicos elevados y diplomas universitarios se han conver-
tido en títulos de nobleza, gracias al sacar, sinecuras, prebendas...
que permiten ser importante e inútil cuando no abiertamente
dañino. Pero como la condición de mantuano, además del
privilegio y el derecho al ocio, incluye la posesión de virtudes
como la dignidad, el respeto a sí mismo, la práctica religiosa, la
honorabilidad, el sosiego, la distinción en el trato y la elegancia
discreta, los neomantuanos, carentes de todas ellas, resultan falsos
mantuanos, nuevos ricos presuntuosos, ignorantes de su propia
inautenticidad e ilegitimidad por falta de una iniciación correcta,
necesariamente lenta en la deseada condición de criollo.
Por su parte, la actitud de identificación con la Europa se-
gunda y el discurso europeo segundo se ha intensificado tanto que
el dinero consagrado a la educación científica de toda la población
y a los congresos científicos supera las cantidades consagradas
por los países europeos al mismo fin, todo ello coronado por un
programa original, mundialmente famoso, de estímulo a la inte-
ligencia. Los más recientes inventos, procedimientos y productos
de la tecnología europea segunda han sido importados y utilizados

97
en todas las ramas de la actividad pública y privada. Pero esos
insumos y consumos, de ninguna manera han contribuido a la
formación de centros de trabajo creador, ni siquiera al fomento
de la actitud científica. Hasta ahora solo tenemos fachadas de
centros de investigación donde, en el mejor de los casos, algún eu-
ropeo segundo auténtico agoniza maltratado, en exilio, mientras
los otros utilizan los emblemas de la ciencia como armas mágicas
para hacerse valer en la lucha por mayores rentas y privilegios. En
el lugar de la vocación de verdad características de la ciencia está
la vanidad de los pardos en ascenso con su incesante intriga por
pequeños poderes siempre dispuesta a pasar a puestos políticos
con abandono real del trabajo científico y mantenimiento ritual
de las denominaciones académicas.
Desde otro lado, el discurso salvaje ha llegado al tope de
su fortíssimo. Indisciplina, criminalidad, irrespon-sabilidad, des-
orden general, afirmación de la chabacanería desde las más altas
instancias políticas, impunidad, son notas habituales de nuestra
cotidianeidad. Pero esa plenitud de manifestación es sólo parcial:
los valiosísimos contenidos subversivos y creadores del discurso
salvaje, los que tienen que ver con la conservación de tradiciones
no occidentales y con la apertura de nuevas formas de convivencia
aptas para un futuro vigor no participan del fortissimo.
Nos encontramos ante un discurso salvaje envilecido,
subvencionado, subsidiado para que oculte en su trivialización
los manejos de astutos pardos empeñados en ser mantuanos,
incapaces de siquiera comprender el colonial sistema de aspira-
ciones que los mueve.
Sin embargo, aunque todo este desbarajuste es, de hecho,
un efecto de la condición de Estado rentista, no es un efecto
necesario. La misma coyuntura podía haber tenido otros efectos
si los dirigentes del país hubieran sido diferentes; pero todos son
de la escuela de Carujo. Simón Bolívar, Andrés Bello y Simón
Rodríguez no hicieron escuela en Venezuela. Murieron en el
exilio y viven actualmente en el exilio, mientras se toman las
más severas medidas para evitar por todos los medios su regreso,
erigiéndoles reiteradas estatuas apotropeicas.

98
Porque no hay estadistas, el devenir del país seguirá su cur-
so obedeciendo leyes subhumanas de orden hidráulico. Queda,
como reserva de un futuro vigor, el estrato de la vida colectiva que
Augusto Mijares comenzó a ver poco antes de que la ceguera, la
muerte y el olvido lo aniquilaran, ese estrato donde se mantienen
tenazmente los saberes de supervivencia y las virtudes humanizan-
tes, pero ya el hocico nefasto de intelectuales estériles y artistas
fracasados ha comenzado a husmearlo y se ha propuesto la sucia
tarea de “rescatarlo”, es decir, de convertirlo en espectáculo, en
objetos con precio, en capital demagógico.
Aquí está la verdadera frontera del combate entre los tres
grandes discursos que gobiernan la vida nacional, por una parte,
y, por la otra, un discurso secreto que albergará el futuro vigor
en la medida en que se mantenga secreto, secreto como la savia
y la sangre. A diferencia del que es excretado del subsuelo por
tubos metálicos.
Die Oelfrage, Mérida, Venezuela, octubre 1982, libro en
que el economista alemán Bernard Mommer expone los resul-
tados de doce años de investigación sobre la cuestión petrolera
en nuestro país.

1984

99
HOMENAJE A MICAELA

Atravesó guerras, revoluciones, hambres, pestilencias, pri-


siones, dictaduras. Asimiló, por afinidad, lo poco que las culturas
tiene de aspiración y anhelo. Sufrió cuanto ellas suelen tenen de
hostil y cruel. A pesar de que su sensibilidad la predisponía para
todos los quebrantos, participó en el espectáculo del mundo, sin
que éste la destruyera porque prefirió comprender antes que ser
comprendida y amar le pareció más bien aventurada cosa que
ser amada. Un destino alienante la separó de quienes hubie-
ran podido acompañarla siempre; le arrebató implacable todo
cuanto pudiera proporcionarle el goce familiar y descansado de
los apegos permanentes y le ofreció sólo el rescoldo fugaz de las
amistades pasajeras.
Pero ella tenía amor aun para la soledad y la fecundó con
su incesante voluntad de creación artística. Alguna obscura vo-
cación, que otros también hemos oído, la atrajo hasta la ciudad
colocada sobre un monte y obscuramente comprendió que toda
su vida había sido preparación y prueba para un contacto sobre-
humano. Con facilidad aprendió el lenguaje de las montañas y
las nubes. Sintió íntimamente las radiaciones de ese poderoso
centro magnético, de ese chacra ubicado en la columna vertebral
de América y de la humanidad futura, y se convirtió en traductora
plástica de sus mensajes telúricos. En sus inesperadas acuarelas,
inesperadas en un mundo de vacío formalismo, se expresa así
el trasfondo eslavo con toda su poderosa plenitud sentimental e
imaginativa. En ella afloran los contenidos más sutiles de la cul-
tura, profundas intuiciones teosóficas, y la madurez de una vida
intensa. Pero es la revelación de Los Andes, el descubrimiento y
expresión de lo que ellos no quieren ya más esconder y derraman
a través de su mediumnidad para el futuro, lo que confiere a
estas acuarelas el misterioso encanto de las voces que resuenan
siempre en nuestro interior, derrotando nuestra capacidad para

101
interpretarlas racionalmente. La encontramos ante el altar de
picos que traza en el signo de Acuarius sobre el cielo, entregada
a ritos de contemplación que desdeñan el aparato de las religio-
nes oficiales, nada tienen que ver con teologías, y penetran en
resplandor de lucidez las más humildes actividades cotidianas, el
aquí y ahora, desde esa otra dimensión que irrumpe en el tiempo
y lo ilumina de eternidad.

1986

102
FILOSOFÍA Y POESÍA
EN CONCAVIDAD DE HORIZONTES

El último libro de Elizabeth Schon, Concavidad de horizontes:


conca: cuenca, cuenco, concha marina; concavidad, resultado de
cavar en compañía. Horizonte: límite último, separación extre-
ma, frontera circular formando cuenco para todo lo que puede
contener la cuenca del ojo. Concavidad de horizontes, copas de
todas las miradas posibles en cuanto exploran lo dado por el
ser, lanzadas desde el cristal puro y vacío de ningún comienzo;
sabiduría del más allá que se revierte sobre su propio origen y se
tranquiliza en la paz sencilla de la verdad.
Hasta aquí algo de la resonancia de los nombres. Lo pre-
sento ahora en cuanto objeto: libro de 176 páginas; portada,
contraportada según diseño de Catherine Goalard; editado por
la Dirección de Cultura de la UCV, en la serie Poesía; impreso en
junio de 1986, en la Imprenta Universitaria de la UCV, pvp 55;
dedicado a Ernesto Mayz Vallenilla y con prólogo del agraciado
filósofo mismo; dividido en cinco partes. Los poemas de las 4
últimas partes no llevan título, los dieciséis poemas de la primera
parte se llaman ¿dónde el amor?, la calma, la prudencia, la pa-
ciencia, la debilidad, la mansedumbre, la astucia, la voracidad, la
falsedad, la vanidad, la paz, el pensamiento, el poder.
El último poema de la primera parte, El Poder, está de-
dicado a Ernesto Mayz Vallenilla como todo el libro, pero éste
especialmente en relación con su libro El dominio del poder.
Dice así:
Poder es cacería. Cacería es presa moribunda, animal para
conservar: trofeo que no siempre abastece la necesidad amorosa de los
hombres.
La cacería ofrece su alimento a cada habitante del mundo: espa-
cio, albergue, comunicación, fruto.
Pero el corazón no cesa de exigir porque la presa es distancia de
horizonte, óvalo de tierra, círculo del sueño.

103
Los arpones del pensar se enfilan, se tienden hacia ella.
Cacería por el cielo, el agua, la tierra y luego, más poder,
más cielo, más tierra, más inmensidad.

No concluye.
Poder sobre lo remoto y lo cercano.
Sobre la extensión y la miseria.
Sobre la plenitud y el anhelo.
Sobre el amor y la dulzura.
Sobre la justicia y el equilibrio.
La luna aposenta en las manos.
Saturno resplandece en las avenidas.
Pero el pájaro y el árbol pierden la libertad.
Oculto, yace lo ínsito, insistente.
Poder.

Y como si lo fuese todo y nadie fuera capaz de sentir la


redondez terrestre y menos conservar la voz dulce de cada noche
y cada despertar.
Sólo que las redes lanzadas para retener la cacería están
llenas con grandes huecos. La cacería puede traspasar la red y
desaparecer en lo infinitamente igual, en lo infinitamente único
de lo único por cazar: el Ser.
Trataré ahora de presentarlo por dentro como objeto ar-
tístico y filosófico desde dos vertientes. Sírvame de transición el
poema que acabo de leer.
Primera vertiente: desde la Antigüedad Clásica hasta
nuestros días grandes pensadores, en el linaje de los filósofos,
sintieron la necesidad de dialogar con los poetas como si los
poetas llegaran por otros medios a las aporías de los filósofos y
convirtieran la perplejidad fundamental del asombro en trance
creador. Heidegger dedicó asiduamente los últimos años de su
vida a ese diálogo.
Por otra parte, muchos de los más notables poetas de la tradi-
ción occidental han sido muy versados en la problemática filosófica
y recibieron de ésta una poderosa ejercitación en la claridad intelec-
tual que les limpió la mente de las vulgares y falsas confusiones que

104
caracterizan al poetastro, para llevarlos a las confusiones radicales
y auténticas en que nos sume la condición humana inicialmente
cuando es descubierta desde la lucidez autoconsciente.
Bergson por su lado propugnó y practicó el recurso al
lenguaje poético como salida del filósofo hacia sí mismo, hacia
los otros y hacia el ser.
Además algunos filósofos han sido poetas de primera
magnitud, Heráclito, por ejemplo, Xenófanes, Platón y
Nietzsche.
Elizabeth Schon, cultivando desde su más temprana juven-
tud las disciplinas filosóficas y manteniendo todo el tiempo ese
cultivo con lealtad y acribia, pero desplegando en su creatividad
un quehacer poético pulcro, es sin duda en nuestra historia lite-
raria la primera en elevarse al punto de encuentro de la filosofía
y la poesía. De esa altura se derraman estos poemas desnudos,
para los cuales la vestidura sería impúdica.
Segunda vertiente: esquematizando diré ante todo que
nuestra relación ordinaria con el lenguaje hace de él un mediador
que nos entrega un mundo codificado por el sistema de patrones
culturales. De alguna manera el lenguaje sustituye al mundo y
crea un ámbito artificial adecuado para los juegos culturales del
hombre. Pero el poeta y el filósofo escapan a esas redes y llegan
a las cosas mismas en su revelación preverbal, en su evidencia,
en su alétheia.
Entonces se produce inevitablemente, por necesidad, un
pavoroso conflicto: quedarse sin palabras es casi abandonar la
condición humana para convertirse en un Dios o una bestia. La
palabra es esencial para el hombre. No puede concebir ni con-
cebirse sin palabras. Pero el lenguaje ordinario no es apto para
contener la alétheia. Crear un lenguaje sólo comprensible para su
creador es el más cruel encierro de la esquizofrenia. ¿Qué hacer
entonces? Los filósofos crean un metalenguaje que tiene como
metalenguaje al habla cotidiana y logran la auténtica comunica-
ción entre los que cultivan sus disciplinas. Los poetas tienen que
recrear el lenguaje ordinario para que, sin dejar de ser lenguaje
accesible a todos, contenga la belleza de las cosas mismas y remita
a la luz preverbal de la alétheia.

105
Elizabeth Schon utiliza las formas más simples del lenguaje
ordinario y las palabras más corrientes, de tal manera que en ellas
esplende la belleza de una sabiduría fundamental. Su recurso
creador no altera el léxico ni la sintaxis ni la morfología. Tampoco
los aumenta, más bien los limita, los empobrece, los desnuda. Así
los vuelve humildes, transparentes para la luz del ser y les confiere
una dignidad muy superior a la que tienen normalmente como
portadores de configuraciones culturales transitorias provisiona-
les, precarias, inauténticas. ¿Cómo logra ese acto de taumaturgia
alquímica? Me detengo y me callo ante ese misterio.
Sólo diré que si yo nunca hubiera leído nada de Elizabeth
Schon, una sola línea de este poemario bastaría para reconocerla
como belleza esplendente protegida en la casa de nuestro señor
el verbo. Leo esa línea para terminar y deseo que quede abierta
para siempre la concavidad de horizontes que ella ofrece a nues-
tro corazón.
“La presencia del amor sin abalorios ni recursos jamás es
astuta ni voraz”.
1987

106
DOS AGUAS VIVAS Y UN SOLO CAUCE

Viola violín violáceo violación violencia.


Ponen los niños a estudiar violín desde muy pequeños,
los obligan los premian los castigan. Cuando llegan a grandes lo
abandonan para defender su integridad, su derecho a la vida. O
quedan convertidos en monstruos. Los violines largos del otoño
hieren mi corazón con una languidez monótona.
Yo había trabajado en Mérida hace muchos años como
profesor de violín. Después triunfé mundialmente y me convertí
en virtuoso internacional. Todos los años toco en las más gran-
des y cultas capitales del mundo. Pero no he olvidado a Mérida.
Siempre vuelvo a dar conciertos y cada vez que vengo venía el cura
de Jají a pedirme le tocara en la iglesia. Al fin accedí. Cuando
llegué al pueblito con mi smoking, mi corbatica y mi stradivarius,
un domingo en la mañana, el cura me estaba esperando con dos
campesinos alpargatudos y ensombrerados, un hilo de chimó les
salía de la comisura de los labios y bajaba lento por la barbilla mal
afeitada de la arrugada cara. Estos son los músicos que lo van a
acompañar, dijo el cura. ¿Qué va a tocar?, quisieron saber ellos.
Pues repasé las partitas para violín solo de Juan Sebastián Bach,
no me quedó más remedio que decir. ¿Las par... qué? ¿De Juan
Sebastián qué? Bueno usted arranca y nosotros lo seguimos. Yo allí
parado; esos alpargatudos detrás de mí con esos instrumentos de
ínfima calidad y destartalados; los arcos eran arcos por la fuerza
de la palabra. Menos mal que no había testigos incómodos, ni
fotógrafos, ni nadie estaba grabando. Arranqué pues. Cuando
oigo detrás de mí –casi me quedo paralizado– una segunda voz
y una tercera que en nada quebrantaban la armonía, más bien
agregaban a la pieza una dimensión inesperada, grata, feliz. Yo
no soy capaz de hacer eso y soy number one en el mundo ¿Hubo
algún error en mi formación?
Vielero vielista violero violinista, violonero fiddler
geiger.
Después de hacer una interpretación magistral del con-
cierto de Brahms para violín, el maestro José Francisco del
Castillo, el mejor violinista que hemos tenido, privilegio de
nuestra generación poder oírlo, técnica y musicalidad en sumo
grado, nobleza y profundidad de alma que rechazó el oficio de
virtuoso internacional para formar violinistas, José Francisco del
Castillo, amoroso maestro, dijo al Profesor Fulgencio Hernández,
cuando éste hubo acompañado algunas piezas que nunca había
oído antes. Admiro y envidio su talento armónico. El profesor
respondió, yo por mi parte admiro y envidio la excelente forma-
ción que usted tiene, además del talento.
Ay Neckar Ay Rin Ay Mar del Norte. Cosas más grandes
quisiste tú también, pero el amor nos doblega a todos. Por
mi pueblo pasaron unos saltimbanquis y dejaron olvidado un
violín. Las músicas acordadas que tañían. Yo nunca había visto
nada parecido, pero adiviné que era para tocar. Me lo puse en la
boca del estómago y comencé a darle con el arco pisándole las
cuerdas en el pescuezo. Saqué el himno nacional, los pollitos,
saqué tres ovejas en una cañada, al árbol debemos y niño lindo.
Ese muchachito tiene sentido para la música, me mandaron a
Rubio. Aprendí las notas aprendí a encaramarme el violín en el
hombro contra la vena arteria aprendí cambios de posición de
la mano izquierda y vibrato, aprendí los secretos del arco; a los
quince años me querían mandar para Bélgica con una beca. No
puedo ir, mi abuelita está grave, ella me crió, no quiero dejarla
morir sola; pero embuste, es que tenía una novia. Mi papá era
abogado, cuando vio que a mí lo que me gustaba era el violín dijo
Para qué trabajo yo, me sacó de la escuela y me mandó a Nueva
York a estudiar con Galamian; allí me quedé hasta que el maestro
dijo No tengo nada más que enseñarte. Espero decir lo mismo
algún día a mis discípulos. Mi papá subió conmigo la cuesta del
Río Turbio y me llevó a la escuela de música, este muchacho no
quiere servir para nada, que se vuelva músico que ese es oficio de
vagos. Escoja instrumento, ¿le gusta el violín? ¿En eso se puede
sacar todo? Sí. Sí. Después fui a Francia. Soy primer violín y he

108
sido director de orquesta. Sí serví para algo. El General Gómez
me dio una beca. Le toqué a CAP con un violín remendado y él
ordenó que me dieran uno nuevo. Escójalo usted.
Fíjese bien, el violín es una mujercita estilizada y el arco un
falo transfigurado que le hace cosquillas. No, el arco es un arco
y el violín es una flecha transfigurada para tumbar a los ángeles.
Usted tiene una vulva en la frente y usted tiene ganas de matar;
el violín lo que es es un instrumento perfecto, no se le puede
agregar nada ni quitar nada después de Stradivarius. Stradivarius
Amatti y Guarnerio tenían sus talleres en la misma calle del pue-
blito. Amatti puso un letrero Aquí se hacen los mejores violines
de Italia; Guarnerio puso un letrero Aquí se hacen los mejores
violines del mundo; Stradivarius puso un letrero Aquí se hacen
los mejores violines de esta calle. El violín es demasiado agudo
y muy estridente, para tocarle a gente de sensibilidad obtusa;
la viola es más noble, para tocar en espacios pequeños a gente
distinguida; el violín es una viola putiada.
Yo le llevé mi violín a un lutier de la Rue de Rome en París
para que le corrigiera el defecto que le impedía dar un sonido
bello. A los tres días me lo devolvió. Este violín no tiene ningún
defecto, no le falta nada; aunque a decir verdad y a juzgar por el
amo sí le falta algo: le falta violinista. Pero el maestro del Castillo
me dijo el violinista puede hacerse.
Sol re la mi, cuatro cuerdas, cuatro arcángeles, cuatro
puntos cardinales, cuatro evangelistas. Cuatro humores, cuatro
vientos. Los trastes están en el oído del músico. El arco es de per-
nambuco y cola de caballo, la tabla de abajo y los armazones son
de haya o arce, la tabla de arriba es de abeto o cedro y aguantan
doce kilos de presión. En Mérida hacen violines de fresno como
las lanzas de la Ilíada. Mi violín es un violín de Ingres.
Rimbaud dijo: cuando esos hombres levantan el brazo, es
el infierno. Hay violinistas de violín olfativo; cuando levantan el
brazo un olor estridente asalta al compañero. La música extrema-
da por vuestra sabia mano gobernada. Que soy la oveja perdida.
Don Manuel, perdone que se lo diga, pero usted algún día va a
morir y entonces quién va a tocar violín en las paraduras. Usted
tiene diez hijos, por qué no le enseña a alguno de ellos. Perdone,

109
doctor, pero nadie se vuelve violinista porque el papá sea violinista
y lo enseñe. Cómo no, se han visto muchos casos, los Marchán,
Juan Martínez es una potencia musical que se ejerce ante todo por
vía familiar, la familia Bach... Perdone otra vez, doctor, eso será
en otros países; en La Pedregosa aprende el que quiere aprender;
tiene que venirle de nación y tiene que aprender en secreto; la
primera vez que toca es porque ya sabe. Pero ¿cómo aprende sin
maestro? Aprende por el sentido; el sentido lo va enseñando. Si
no tiene sentido nadie se lo puede dar y si lo tiene no necesita
maestro. Cato Havas, la excelsa violinista húngara, oyó a un gita-
no tocar un violín de sonido angelical. ¿Qué se fiso aquel trovar?
Obra perdida de un gran lutier, pensó y gastó una gran suma
de dinero para comprárselo al astuto gitano que subía y subía
el precio. Examinado por expertos en París, el violín resultó ser
de serie, de ínfima calidad y en mal estado. ¿De dónde le venía
el sonido al gitano? La señora Havas abandonó los conciertos y
montó una clínica para aliviar las neurosis de los virtuosos y los
terrores inconscientes que los acosan. Los virtuosos que conocí
envidian a los violineros y lamentan no poder compartir la música
del pueblo. Un niño sin talento en Berlín puede llegar a una pe-
ricia técnica respetable gracias a los buenos maestros y las buenas
escuelas; si triunfa en grande, termina con suerte en la clínica de
la señora Havas. En cambio, la selección de un violinero en La
Pedregosa es, en algún sentido, darwiniana. Vocación poderosa,
talento desnudo, disciplina autoimpuesta. Además, el violinero
está más ligado a la religión, a la embriaguez y a la muerte que al
arte como espectáculo o como recurso pedagógico de la educación
sistemática. Querer “rescatarlo” es hacerle violencia. Dos aguas
vivas que al mezclarse y contaminarse y enfermarse mutuamente
conducen quizá a un futuro vigor de integración. ¿Quién cree
eso? Yo sí. Yo no. Alma de cedro como el templo de Salomón.
Ven del Líbano. Viola violín violáceo violación violencia.

1990

110
LA LEGITIMIDAD DEL PODER

Babele. Uno sciame si copula nel sangue


G. Ungaretti

Legitimidad es la cualidad que tiene el poder cuando es


ejercido por derecho divino y por mandato divino. Si esplende
esta cualidad, los gobernantes conocen con absoluta claridad su
misión, poseen las virtudes necesarias para sus tareas y disponen
de los medios para cumplirlas, mientras los gobernados com-
prenden y sienten, sin dudas de ninguna especie, la autoridad
sobrehumana de los gobernantes, su justicia inequívoca y su in-
falibilidad, al par que prestan con entusiasmo su colaboración y
obedecen de todo corazón las decisiones emanadas del poder.
Los gobernantes conocen con absoluta claridad su mi-
sión porque Dios, al escogerlos, les revela sus designios desde
el torbellino de la consciencia iluminada, y, en la actividad
cotidiana, les indica por visiones y sueños cuál camino tomar
en cada encrucijada. Poseen las virtudes necesarias para sus
tareas porque la Fuente de toda Virtud brota en ellos por los
canales convenientes en forma de energías y carismas capaces
de vigorizarlos para la acción oportuna. Disponen de los medios
para cumplirlas porque trabajan para Alguien que es dueño de
todos los recursos y los provee en la medida en que van siendo
requeridos. Está escrito que, si el Señor no construye la casa,
en vano se afanan los edificadores.
Los gobernados comprenden y sienten, sin dudas de nin-
guna especie, la autoridad sobrehumana de los gobernantes; la
comprenden no de manera discursiva sino por la receptividad
de la razón intuitiva para los mensajes de lo divino que la supera
y la incluye; la sienten porque asienten y consienten en su afec-
tividad mandatos aliados a su anhelo por un rayo de Tiniebla;
sin dudas de ninguna especie, pues no se trata de un cálculo
de probabilidades, ni de apuestas en un juego de azar, sino del
111
manifestarse un instinto de salvación dirigido certeramente hacia
la obscura meta. Comprenden y sienten sin dudas de ninguna
especie la justicia inequívoca de la autoridad sobrehumana porque
justicia del poder legítimo no es un suum quique definido a partir
de esquemas, sistemas y criterios discursivamente comprensibles,
antes bien es suum quique misterioso e inescrutable sin orillas para
la disidencia o el disentir. Comprenden y sienten, sin dudas de nin-
guna especie, la infalibilidad de la autoridad sobrehumana porque
lo sobrehumano, en este contexto, se identifica con lo divino que
a su vez es concebido como bueno en grado sumo, todopoderoso,
eterno y perfecto. Prestan con entusiasmo su colaboración, es decir,
actúan auténticamente, desde sí mismos, sin compulsión externa,
en virtud de una armonía entre lo sagrado y digno del individuo
con lo sagrado y digno del sentido supraindividual de la existencia;
por ende, al obedecer de todo corazón las decisiones emanadas del
poder, se obedecen a sí mismos, coincidiendo la orden superior con
el impulso espontáneo y profundo de cada uno.
Si esplende la legitimidad en el poder, su autoridad irradia
majestad, honor, belleza en límpida y pulcra respetabilidad con la
alegría sosegada de lo sano y firme. Además, no necesita ubicar
permanentemente su centro de decisión y comando en un solo
individuo o en una familia sola; cualquier hombre puede ser
oriente para ese sol y desde cada nueva ubicación, según sople la
voluntad de Dios, se articulará en armonía musical la conducta
individual y colectiva siguiendo patrones de coherencia sucesiva
y diversa, sin conflicto y sin envidia.
Pero si no hay Dios porque nunca lo hubo o porque ha
muerto; o si existe pero no gobierna los asuntos humanos porque
ha abandonado a los hombres, entregándolos a la abominable
libertad de actuar en ignorancia bajo la presión incesante de
la necesidad y el deseo; en suma si Dios está ausente, entonces
ningún poder es legítimo porque no puede ser justo, ni puede
contar con el asentimiento de todos los gobernados ya que nin-
guna concepción humana de la justicia es obligante para todos
los hombres, enferma como está de relatividad perspectívica,
y ningún asentimiento es permanente, enfermo como está de
veleidad por falta de raíces en lo eterno.

112
En ausencia de Dios ningún poder humano es legítimo,
excepto el del sabio, el del hombre divinizado por la ciencia; pero
en este caso se trata de una legitimidad secundaria, restringida a
círculos pequeños donde la diferencia en nivel de conocimiento
confiere autoridad e impone obediencia si logra establecerse
una relación de amor y respeto para suprimir la odiosa libertad
y la odiosa servidumbre, como ocurre a veces en el círculo de la
familia, en el círculo de los maestros y en el gobierno de pequeñas
etnias monárquicas. Se forma un cuerpo protegido que tiene a la
intemperie sólo la cabeza. Tal legitimidad intrahumana, aunque
secundaria e inestable, presenta un parentesco de afinidad y analogía
parcial con la primaria y propiamente dicha.
Queda una forma terciaria de legitimidad: la que el poder
se da a sí mismo mediante la legitimación.
En el panorama de las organizaciones sociales de nuestros
días y en el panorama de las organizaciones sociales conocidas por
noticia histórica, el poder tiene que afincarse en sí mismo, en su
fuerza impositiva y ésta dura mientras puede imponerse, lo cual
da lugar a la sucesión de poderes en una lucha continua entre
aspirantes. Pero tal lucha y tal sucesión están acotadas y signadas
por la estructura de Estado sobre la cual se manifiestan y de la cual
obtienen su legitimación. La estructura del Estado, como sistema
de instituciones corroboradas por la duración multigeneracional,
ofrece el marco legitimante para los cambios superficiales de poder
porque es, a su vez, un poder más profundo y más largo que se
arraiga en los códigos de la cultura desplegados, afinados y confir-
mados históricamente a partir de orígenes oscuros en el tiempo,
pero aclarables tal vez mediante la exploración de los fundamentos
de la condición humana. Los códigos de la cultura, en efecto,
presentan un sistema unitario de elementos escogidos entre las
posibilidades permitidas por la condición humana, mientras las
reglas de conducta individual y colectiva, con elementos escogidos
de similar manera, se asemejan –fenómeno extraño e inquietante–
a la morfología y a la sintaxis respectivamente.
La estratificación esquemática Gobierno-Estado-Cultura-
Condición humana, como método, nos permite ver al discurso
explícito de legitimación que acompaña con frecuencia al poder

113
en su ejercicio político como superficial, tanto así que en mu-
chos casos resulta superfluo, puede obviarse y se obvia, excepto
en círculos obsesionados por la discursividad partidista. Nos
permite ver, además, al discurso legitimador del sistema insti-
tucional de un Estado como ciego para sus orígenes axiológicos
en el seno de una cultura y, por ende, al servicio ideológico de
valores culturales tácitos, de tal manera que, en el mejor de
los casos, al desenmascarar “ideologías”, ideologiza órdenes
silenciosas de la matriz cultural racionalizándolas, conceptua-
lizándolas y verbalizándolas.
La visión permitida por este método de estratificación nos
lleva al nivel más profundo de la cultura. Aquí se encuentran
los discursos penúltimos. Al interrogarlos sobre su legitimidad
responden con conatos de legitimación que se fundan en la ma-
jestad de la tradición milenaria, en los bienes que proporcionan
al hombre, en la convicción que los hace parecer justos, en la fe
de antiguos sabios, en la ilusión de identidad engendrada por
la repetición. Conatos todos incapaces de contener el asedio de
argumentos relativistas provenientes de la historia y de la antropo-
logía. Quedan, como refugios, el racismo, el evolucionismo social
unidireccional, el progresismo, el destino manifiesto, la apelación
a situaciones de hecho con su conatus sese preservandi. Refugios
bien precarios en el momento de una justificación sub specie
aeternitatis ante la razón imparcial que sólo puede suministrar
imperativos hipotéticos fundados en valores transracionales que
informan diferentemente a las diferentes culturas.
Al descender al cuarto estrato para buscar los fundamentos
de la legitimación del poder en la condición humana, encontra-
mos que ésta tiene como centro el lenguaje, centro despedazado
en lenguas, como fragmentado por alguna catástrofe babélica,
pero de virtualidad mentable. Lenguas capaces cada una de
articular las representaciones de sus hablantes en un tejido de
ficticia coherencia, donde se urden y traman la sabiduría y la
locura, generando un dudoso y cambiante sentido de corrección
que comunica su ambigüedad a todas las organizaciones de los
hombres.

114
El lenguaje, centro de la condición humana, está, además,
dividido en su esencia por una división abisalmente más impor-
tante que la división en lenguas: la diferencia trascendental entre
todo lo que pueda saberse con él o de él y la naturaleza del habla
que crea todos los ámbitos posibles de revelación pero mantiene
su origen en la obscuridad y el misterio de tal manera que no pue-
de ni siquiera nombrarse a sí misma sin desvirtuarse y falsearse;
ella, que irradia lo poco o mucho de sentido intrahumano que
hay en cada cosa, no puede oblicuarse lo suficiente, en su finitud
y por su finitud, para saber de dónde viene.
Ahora bien, todo discurso de legitimación ha de hacerse
con el lenguaje y en una lengua, y se trata de un discurso que no
concierne sólo a la facticidad periférica iluminada por el habla
sino también al hablante mismo como integrante, también en su
nivel no fáctico, de la sociedad cuyo poder ha de ser legitimado.
De ahí la tendencia a manejar lo no fáctico como si fuera fáctico,
cediendo a la tentación manipulatoria, para intentar otra y otra
vez la reconstrucción de la torre fulminada. Como todo poder
humano sobre lo humano es usurpado –por castigo, por necesi-
dad o por ambición– el discurso legitimador de tal poder es por
fuerza de mala fe y se emparenta fraternalmente con el diseño
de técnicas psicosociales, comerciales, políticas, administrativas,
educativas e ideológicas, aptas para manipular; con el estudio
de los recursos que logran el asentimiento y consentimiento y
evitan el resentimiento y los malos presentimientos, pero sin
llegar al sentimiento de lo legítimo. Sin suprimir ese temblor
lastimoso que hace estremecer permanentemente los precarios
fundamentos de todo poder del hombre sobre el hombre.
Todo ello en la orfandad y la intemperie, en el desamparo
por la ausencia de Dios.
Super flumina Babylonis...

1989

115
COMBATE EN LOS TRIGALES

Vincent van Gogh, van Gogh el que vence, Vicente de


Gogh, Bangó, Fangó, Fango, Gogó. Loco era dicen, arranques
de violencia le daban, oreja se cortó, a un amigo querido quiso
convertir en sol cuello cortado, en depresiones abismales se
hundía, temblor estilizado es su técnica, 200 francos por La
Viña Roja única plata que hizo, único amor compartido varios
meses viviendo con una prostituta sucia enferma y preñada, en
un manicomio estuvo recluido, se pegó un tiro en el pecho a los
37 años y tardó dos días para morir.
Querido Teo: tengo 22 años, todavía no he descubierto
mi vocación, no sé que algún día voy a ser pintor. Úrsula me
dio calabazas, pelié con todos mis protectores, me botaron
del trabajo. Tengo muchas preguntas y ninguna respuesta.
Tengo varios meses pensando en esta frase de Renán: Para
hacer algo en el mundo hay que morir a sí mismo; el hombre
no nació para ser feliz; nació para hacer grandes obras, para
alcanzar la nobleza de ser útil, para salir así de la mediocridad y
la vulgaridad.
Teo querido: en mí no hay nada claro y definido. Soy un
torbellino de posibilidades. Quiero ser digno de la idea que yo
me haga de mí mismo, del ideal que me proponga, pero no sé
qué idea hacerme ni qué ideal proponerme.
Después de angustias religiosas y devaneos místicos,
a los 27 años, descubrió su vocación. Decidió ser pintor y
vivir de la pintura. Logró lo primero con creces. En sólo diez
años mil cuadros inmortales. Tempestad vegetal sus girasoles.
Dostoievski sobre tela sus autorretratos. Hora inicial de la
conflagración heraclitiana sus paisajes. Duda estremecida fe
trémula del creyente sus iglesias. Pero vivió de su hermano
Teo, fe firme. Recién casado murió Teo de la muerte de su
hermano, como los amantes en las fábulas.

117
Siempre estudió. Quería instruirse. Como otros luchan
contra la injusticia, él luchó contra la locura. Cuando ganaba
pintaba, cuando perdía no sabía nada.
Querido Teo: yo estaba pintando un campo de trigo; luz
deslumbrante en los ojos, amarillo terrible en la paleta; de repente
vi un segador, encarnizado diablo. Nosotros el trigo, la muerte
el segador.
Locura, heraldo negro de mi muerte, si lo venzo la venzo.
En mi trabajo arriesgo mi vida; en él mi razón ha naufragado a
medias. Tablero de ajedrez, alternancia de escaques negros y amari-
llos. Locura o clara lucidez. Perdió. Ganó. Un solo verano concedido
y un otoño. Con la mediocridad pagamos la comodidad y el placer.
Una vez fue como los dioses. Nada más hace falta.
La tristeza durará toda la vida, alcanzó a decir. Pero no había
nacido para ser feliz. Nací para hacer grandes obras para ser útil
a los demás y así superar la vulgaridad. Amaré pues fielmente
lo que es digno de ser amado; no gastaré mi emoción en cosas
insignificantes frívolas y ligeras; buscaré siempre la luz; pelearé
contra el segador de los trigales.
Bangó, Fangó, Fango, Vicente, Vincent: a cien años de
tu sangre te saludamos con agradecimiento y con vergüenza.

1990

118
MARACAIBO ¿QUÉ TENGO YO CONTIGO?

No conozco mi origen. Desde que puedo recordar, estoy


aquí, acostado boca arriba sobre mi caparazón, lisa y estremecida
la barriga, sin patas, a la merced del sol y de los vientos, ladeada la
monstruosa cabeza con el pico rapaz sorbiendo limón, occipucio
prominente, coronilla puyuda, fontanelas abiertas.
Yo venía del Apure y no había visto el mar. Tú no eres
más que el Apure y eres menos que el mar. Marcito, mar chu-
cuto. Balsa vi y usé, bongo enorme y plano amarrado con cable
y polea a otro cable, bongo con acera, un bonguero lo mueve
clavando una pértiga en el fondo del río y caminando por la
acera; balsa endeble, el río se la lleva cuando le da la gana. Pero
tú tienes ferry, barco bobo, capón, amarrado a su vaivén por el
miedo a los mares verdaderos. Eres muy bolsa, no quiero que
me gustes. Busco el mar; como el Apure.
Maracaibo city. Estuario de Maracaibo. Cuenca de Mara-
caibo. El estuario está constituido por cuatros zonas hidráulica y
ecológicamente interdependientes: el lago propiamente dicho con
un espejo de agua de doce mil cuatrocientos kilómetros cuadra-
dos; el estrecho, de cuatrocientos ochenta kilómetros cuadrados;
la bahía, de seiscientos cuarenta kilómetros cuadrados; el golfo, de
doce mil ochocientos kilómetros cuadrados, pero como parte del
estuario sólo deben considerarse las fontanelas San Carlos-Zapara
y Cañonera-Cañonerita, y el área del golfo que las rodea.
En el espejo del lago podría bañarse cómodamente la
sagrada Creta (8.259km2) con todo y laberinto, con todo y Mi-
notauro, con todo y Dédalo y Teseo y Ariadna y Minos y Pasifae.
Ningún pico en el fondo de la bañera le puyaría el trasero. Mil
quinientas cuadras en dirección norte sur (entre los 9º00’ y 10º30’
de latitud norte). Mil cien cuadras en su parte más ancha en
dirección oeste este (entre los 71º00’ y 72º20’ de longitud oeste).
Profundidad media, veinticinco metros aproximadamente, un

119
cuarto de cuadra; profundidad máxima, treintidós metros frente
a La Ceiba; no llega al treintitrés masónico, como sí llegan mu-
chos maracuchos. Las aguas más salinas y más frías en el fondo,
menos salinas y más calientes hacia la superficie. Con esos baños
se le quitarían a la sagrada Creta los temblores y los terrores; no
hay aquí toro subterráneo mugiendo ni toro fatídico de brillo
seductor. Oiría los bramidos inocentes del ganado a su espalda
si se bañara mirando al norte.
Desde que puedo recordar, tengo en el medio de la barriga,
en lo profundo, pegado a mi caparazón, un plexo cónico que
anualmente se me pone chiquito como si quisiera desaparecer y
anualmente se me pone grande como si quisiera emerger. En él,
intento guardar la sal que se me mete por el martirizado cuello.
En torno a él giran mis emociones contra las agujas del reloj,
porque quisieran remontar el tiempo hasta la madre que las
conformó y aprisionó. Dentro de él digiero los sabores y saberes
que me penetran por los costados ápodos, el fundillo sin cola,
la temblorosa piel desnuda y las abiertas fontanelas. Los digiero
y les doy vuelta, incesantemente, con el absurdo deseo de dar
forma firme a mi líquida sabiduría de borracho.
¿Qué tengo yo contigo? ¿Nos hemos visto antes? ¿Por qué
me parece que somos familia? De bolsa no soy familia.
El pescuezo tiene cuatrocientas cuadras de largo y el
ancho varía entre sesenta y ciento setenta cuadras. La profundi-
dad media es de diez metros con un solo patrón de corrientes
superficiales. La cabeza, la bahía de El Tablazo, cabeza de ave
de rapiña, plana y llana y deforme por el tablazo que le dieron,
tiene doscientas setenta cuadras promedio este oeste y doscientas
cuarenta promedio norte sur; profundidad media: ¡tres metros!
y doce patrones de corrientes superficiales; quedó atolondrada
y turulata, viendo estrellitas y le brotaron chichones. El golfo, de
Venezuela en discusión, se le mete por las fontanelas; pero las
fontanelas regurgitan. Dragando y dragando, dragaron un canal
de navegación de mil cuadras de largo y trece metros de hondo
para conectar el golfo con el lago y el lago con el golfo, y siguen
dragando para mantener lo estragado.

120
Mira, acabo. Eyaculo anualmente un promedio de cuarenta
por diez a la nueve metros cúbicos. Pero, como el mismo conducto
me sirve de cloaca y de esófago, estoy siempre atragantado: las
mareas del golfo se propagan hasta el extremo de mi barriga, pero
se me enfotan en la cabeza por los doce patrones de corrientes, de
tal manera que se produce un desfasamiento de unas tres horas
entre las mareas en la fontanela principal San Carlos-Zapara y
los caudales del guargüero; al cambiar la marea, la corriente se
invierte, pero, debido al retardo de tres horas, cuando la marea
baja yo trago y cuando sube yo vomito. Rima a Baco.
Si alguien se ajusta un midepasos electrónico en las
piernas y los pies, conectado a una computadora de bolsillo, y
se pone a caminar desde Sinamaica bordeando el estuario y le
da la vuelta completa al lago y llega hasta el río Matícora, leerá
en la pantallita que ha recorrido mil ciento cincuenta y cinco
kilómetros; y si tenía un dispositivo adicional para ir marcando
los tipos de costa, descubrirá que más de la mitad son de costa
cenagosa, y que otro trecho, equivalente a más de la mitad de esa
más que mitad, es de pantanos estuarinos, de costa anegadiza y
de playa arenosa en tres tajadas casi iguales, y que otro trecho,
equivalente a un poco menos de la mitad de una de esas tres
tajadas, es de médanos. Y si marcó en el dispositivo adicional las
costas urbanizadas, verá que comprenden doscientos cuarenta y
un kilómetros. Si el esfuerzo de tan larga caminata no le reduce
la capacidad de observación ni la agilidad de anotación, sabrá
que hay doscientos quince kilómetros de manglares, ciento dos
kilómetros de otras embriofitas, ciento treinta y cuatro kilómetros
y medio de palmeras o cocoteros y doscientos sesenta y siete de
otra vegetación arbórea. A mí abarcó.
Del pescuezo hacia abajo soy todo barriga, pero en la parte
alta izquierda, del pecho pudiera decirse, debajo de mi hombro
izquierdo caído, ven mi corazón los pilotos de aviones y los astron-
autas desde sus satélites artificiales, y la luna y el sol y las estrellas.
Yo lo sé en mí. No como bomba, que para eso me valgo de otros
recursos, sino como afloración masiva de algas verdiazules. Y
en él me preparo para una nueva vida si me sigue molestando
ese chacra postizo que se me ha pegado en el lado derecho del

121
pescuezo. Ese chacra postizo, venenoso, que en cuarenta años me
ha hecho envejecer mil siglos. Una nueva vida para mí preparo
y una muerte antigua para él y su prole; pues tiene hijos de su
misma calaña, sobre todo en mi costado izquierdo, que están
matando junto con él a mis hijas Chlorophyta y Chrysophyta,
pero no pueden con Cyanophyta, la de mi corazón, y su guedeja
de Anacystis. Ingrato; yo le di todo; criaba amo.
En secreto, por lo profundo del pescuezo y de la cabeza, yo
recibo agua salobre del golfo y la utilizo para formar y mantener
el plexo cónico que tengo en el fondo de la barriga, mi plexo
solar, mi plexo digestivo. Allí atrapo las materias extrañas a mi
equilibrio vital, las transmuto, las asimilo, las digiero.
En público, por todos lados, pero especialmente por donde
estaría mi pata derecha trasera si la tuviera, recibo agua insípida,
agua que ha sido tenue vapor, leve nube, nívea nieve, miríada de
gotas en el viento; agua que conoce la furia de los rayos, agua que
genera torrentes montañosos y ellos bajan, adolescentes, carajian-
do los cerros hasta aquietarse adultos y llegar a mí mascando el
agua, chochos, caminado a tientas por lagunas, ciénagas, maris-
mas y pantanos. Por ellos sé de las alturas y de sus moradores y
del sobaco de Los Andes. Oí, caramba. Agua insípida, agua que
ha visitado el cielo; yo la pongo a girar en mi barriga contra las
agujas del reloj, en torno al plexo cónico, buscando el origen
de mis emociones, y la purifico de inmundicias terrestres y an-
trópicas, la asimilo a mi pureza. Cuando ella prevalece sobre la
salobre, en esas pocas semanas, los cientos de miles de microbios
del chacra postizo hacen fiestas.
Pero mayores informaciones me da el agua del golfo, conec-
tada sin solución de continuidad con todos los mares del mundo,
mares donde van a parar todos los ríos, derechos a su acabar y
consumir. Por ella conozco la forma de la tierra, su esplendor, sus
sufrimientos, la magnitud del cáncer que la aqueja. Oí, caramba.
Por metástasis vino a pegárseme este chacra postizo. Mi cabeza ya
plana y llana y horadada por el tablazo procesa todas esas infor-
maciones; por eso es turulata, atolondrada, y tiene doce patrones
típicos de corrientes superficiales. Cabeza machucada de ave que
fuera de rapiña, y sorbe ahora limón por su pico inofensivo.

122
Desde que puedo recordar, siempre he recibido inmundi-
cias de los ríos, de las plantas, de los animales, de los hombres,
de las minas, de los peos y excrementos blandos de la tierra, pero
yo sé limpiarme: advección, esparcimiento, evaporación, disolu-
ción, emulsificación, dispersión, autooxidación, biodegradación,
hundimiento-sedimentación, volatilización, expulsión hacia
el golfo, y quedo tan campante. Pero, en los últimos tiempos,
hombres de otras latitudes han desarrollado una civilización que
no puede vivir sin los peos y excrementos blandos de la tierra.
Debajo de mí, la tierra está podrida de antiquísimos banquetes
colosales, no digeridos, no expulsados, tiene las mayúsculas tripas
repletas hasta reventar de materias fecales y gases malolientes,
con mezquina salida en menes, sin ano conveniente. Como
consecuencia, heme aquí acribillado de perforaciones, atravesado
de tuberías, surcado por tanqueros. Llévatelo todo. Ojalá se lo
llevaran todo, pero se les derrama en mi barriga. Y de pasada
han hecho crecer ese chacra postizo pegado a la derecha de mi
cuello, ese chacra cagón que me derrama en el gañote millones
de toneladas de excremento y desechos industriales y basura. Y
sus hijitos que no se le quedan atrás. Sé limpiarme, pero con
tanta inmundicia no puedo. Sin embargo, no moriré. No tengo
patas para irme, ni brazo para quitármelos de encima. Pero mi
corazón verdeazul me instruye: no es impotente mi rabia, no
envejezco para morir, sino para pasar a otro equilibrio vital no
apto para hombres. Mi rabia es victoriosa. Coma rabia, sucio
chacra postizo. En última instancia el problema es suyo. No mío.
Y suyo también, civilización coprófaga y coprógena, incapaz de
administrar energía sin destruir su propio medio ambiente vital.
Coma rabia Ud. también.
¿Qué tengo yo contigo? ¿Por qué me atraes? No quiero que
me gustes. Vengo del Apure, como él busco al mar. ¿Por qué
me detengo en tus márgenes a contemplarte? ¿Por qué te miro
embelesado, estúpido, desde este ferry cobarde y destartalado y
sucio? El Apure, río franco y amoroso, recoge a sus hermanos más
pequeños y se mete con ellos en el seno de su hermano mayor,
el Orinoco, para ir al Atlántico y perder identidad hasta que el
viento impuro lo lleve de nuevo a las montañas; acepta el eterno

123
retorno de lo idéntico, dice sí a los ciclos simples de la vida y de la
muerte. Pero tú recoges a tus ríos, a los grandes, a los medianos,
a los más chicos y los pones a girar con perversa lujuria en torno
a tu plexo salobre, mar fingido, y complicas los ciclos de la vida y
de la muerte; construyes una biocámara enrevesada, un extraño
alambique, como si quisieras generar y conservar contra natura
una sabiduría propia tuya estructurada en torbellino de borra-
cho, mira a Baco, maya cobra; corroes como mar las obras de los
hombres, teredo, a broma caí. Y esa culebra, recta en el estrecho,
enrollada en la bahía, saliendo al golfo, con doble curso, boa ma-
rica atragantada. El golfo mismo es una mediación retardando la
llegada a mar abierto. Y el Caribe mismo, mar interno, plagado
de islas de barlovento y sotavento y de ciclones y de praderas de
sargazo ayuda también a retener la eyaculación liberadora. ¿Quie-
res acaso construir mediante ese enfoscamiento alquímico una
identidad sublimada que te permita pensar como los hombres,
compartir su mundo parasitario, abandonar la inocencia de las
aguas? Yo apartaba los ojos para no ver más tu vientre malsano,
pero amor cabía en mi pecho. Ya cuando niño, llanero del llano
adentro, en las noches sin luna, me fascinaba y asustaba tu colosal
cocuyo, luciérnaga frenética. ¿Qué tengo yo contigo? ¿Será que
yo tampoco quiero ir directamente al mar? ¿Será que yo también
pongo a girar las aguas de mi vida en torno a un núcleo salobre
para construir una pequeña sabiduría pretenciosa? ¿Enredo yo las
aguas en mi cabeza machucada con la ilusión de burlar los ciclos
de la muerte? Solo palabras. Mi boca ara en el mar.
Por la connivencia y contigüidad de las aguas, sé mucho
del mundo. Las aguas se comunican las unas a las otras todos sus
saberes y sabores. A través de las corrientes profundas, a través
de las olas infatigables, a través del millonario lenguaje sonoro
que los hombres no entienden, sisibuteo siseante. Además,
comparten información por la comunión inmóvil en la esencia
única común a todas.
Sé mucho de mi forma por el contacto con la tierra de
mi caparazón invertido, por el contacto con los bordes que me
ciñen de diversas maneras. Me sé boca arriba como si alguien me
hubiera dado un tablazo en la cabeza y me hubiera volteado y me

124
hubiera cortado las patas para que yo no pudiera desplazarme.
¿Un cazador olvidadizo? ¿Por qué así me dejaste y no tomas el
robo que robaste?
Sé de mis cercanías mías, ampliaciones de mi cuerpo, sé de
mi casa propia, por los mensajes de los ríos, y la lluvia.
Sé mucho por la íntima complicidad de las aguas. Pero
siempre quise verme desde afuera, desde un elemento extraño
a mí; quise transcenderme, conocerme desde una alteridad más
extraña que la alteridad de la tierra y el viento. Después de todo, la
tierra y el viento son mi hermana y mi hermano; en cierto modo
forman parte de mi constitución a pesar de la diferencia, debido
a la diferencia. Quise verme desde el ojo vacío e instantáneo de la
luz, transcendiendo yo mi naturaleza, volviéndome luz yo mismo,
por lo menos en parte suficiente para ese fin. Y lo logré.
En esa parte de mi cuerpo donde debió estar mi pata trasera
derecha si la hubiera tenido, ay de mí, quelonio ápodo con rapaz
cabeza machucada, en esa parte fui invadido por la tierra que
depositan sin cesar mis grandes afluentes, pero de tal manera que
yo también la invadía; así se formó una región tierra-agua abajo,
agua-aire en el cielo y una chispa poderosa reventó en el espacio,
y yo me transmuté en fugaz fogonazo, me volví fuego fugaz.
No pude mantenerme de manera continua como era mi
deseo, pero logré revivir para morir de nuevo a los pocos instan-
tes; renací, volví a morir, volví a nacer y mi consciencia exaltada
a luz se convirtió en intermitente y poderoso fogonazo, en
mediodías efímeros, y me vi. Me vi con ojos pavorosos míos,
parpadeantes de terror y de furia inexorable. De día me los
devora el ojo invencible del sol; pero de noche, mientras más
oscura mejor, yo soy, para mí mismo y mis alrededores, sol
tembloroso y discontinuo, sol inmortal por ráfagas, y vulnero
y asusto la noche con fulgurantes fogonazos.
El lago es centro de una cuenca hidrográfica de ochenta
y nueve mil setecientos cincuenta y seis kilómetros cuadrados,
ubicada entre los 8º22’ y 11º51’ de latitud norte y entre los 70º30’
y 73º24’ de longitud oeste, que incluye todo el estado Zulia, gran
parte de los estados Táchira, Mérida y Trujillo trece mil ciento tres
kilómetros cuadrados de territorio colombiano en la subcuenca

125
del río Catatumbo. La parte venezolana es el 85,4% del total de
la cuenca y el 8,4% del territorio nacional.
La cuenca está enmarcada en el sur y el sureste por la
Cordillera de Los Andes, en el oeste y nordeste por la Sierra de
Perijá, en el este por las estribaciones de la Serranía de Coro.
La cuenca es una amplia fosa de hundimiento, geológica-
mente joven; sus elementos son parte de sistemas orogenéticos
continentales aún no totalmente estabilizados. La pendiente
desde las cumbres hasta el lago es de relieve montañoso que se
vuelve quebrado en alturas inferiores a los trescientos metros y
luego plano en extensas planicies aluviales con frecuentes áreas
cenagosas.
Limón, Socuy, Matícora: las pesadillas de la muerte son
peores que los dolores de la vida. Palmar, Apón, Aponcito, Yasa,
Tocuco, Negro, Santa Ana, Aricuaisa, Lora, Oro, Bravo, Cata-
tumbo, Socuavo, Tarra, Zulia, Pamplonita, Táchira, Escalante,
Chama, Guaruríes, Motatán, Misoa, Machango, Pueblo Viejo,
ríos del lago, ¡qué trabajo para llegar no a la muerte, sino a girar
en torno a un cono salobre, plexo digestivo, y salir por eructos
vergonzantes hacia una cabeza cloaca y hacia un golfo triste!
Largo el estrecho y engañoso; se parece a Juan Parao, el del ca-
ballo jerrao con el casquillo al revés, pa’ que lo busquen pa’ un
lado cuando pal’ otro se jué; de navegarlo, los marinos cretenses
hubieran puesto a sus barcos velas submarinas, para aprovechar
las corrientes profundas.
Esa herradura montañosa, abierta hacia el norte, per-
tenece toda a la Cordillera de Los Andes, pues la Sierra de
Perijá y la Serranía de Coro son ramales de la misma. Pero es
una herradura choreta, pues se tuerce hacia el suroeste hasta
la depresión del Táchira, rellenada por sedimentos terciarios.
Esta depresión se encuentra en el sobaco de la bifurcación an-
dina que va por un lado a la Cordillera Oriental de Colombia-
Sierra de Perijá con rumbo norte, y por otro lado a Los Andes
venezolanos con rumbo noreste.
El lado menos alto de la herradura choreta es la Serranía
de Coro; su relieve es más bajo, sus pendientes menos fuertes,
no se eleva más arriba de los mil novecientos metros sobre el

126
nivel del mar. Por ahí y por más al norte entran en la cuenca los
vientos alisios que generalmente soplan desde noviembre hasta
abril. La Sierra de Perijá, en cambio, alcanza una altura de tres mil
cuatrocientos metros y el área que se encuentra en la cuenca es de
ocho mil cuatrocientos kilómetros cuadrados, de difícil acceso por
las fuertes pendientes. Los vientos alisios tienen dificultad para
subirla y cogen rumbo hacia el sur bordeándola. Pero por ahí se
encuentran con la abrupta Cordillera de Los Andes, abrupta y
elevada, que llega hasta los cincos mil metros de altura y tiene un
área de dieciséis mil kilómetros cuadrados en la cuenca del lago.
Los alisios soplan entonces hacia el noreste, luego hacia el norte
dando lugar a una circulación ciclónica dentro del perímetro de
la cuenca, en sentido contrario a las agujas del reloj. La embestida
de los ríos y la fuerza de Coriolis colaboran. Pero soy yo quien
dirige todo eso para lograr la rotación del agua en mi barriga en
torno a mi plexo salobre, mi cono digestivo.
Los vientos locales resultan del calentamiento desigual de
las masas de tierra y agua durante el día. La tierra responde más
rápido que el agua a las caricias del sol; el aire del lago sopla hacia
las playas de día para refrescarlas. Pero de noche el agua, de lenta
lujuria, se mantiene caliente y el aire de las playas sopla hacia el
lago para refrescarla. Los amores del sol son perversos.
La herradura choreta no sólo obstaculiza el desplazamiento
de las masas de aire y las obliga a circular en el interior de la cuen-
ca; también las obliga a escalar sus abruptas laderas y ellas, que
llegan ya calentadas por el lúbrico sol, se condensan y se derraman
bramando en frecuentes aguaceros cuando se enfrían al ascender
o chocan con masas de aire frío en las frígidas cumbres. Climax
interruptus. Brama, cayó. Tan represiva la herradura choreta; ni
el sol puede con ella.
Cómo seré de terrible que aun ahora me asusto a veces yo
mismo cuando veo mis reflejos en la laguna Mirador, en la Ocla,
en la Maneti, en la Estrella, en Lagunetas, en la ciénaga de Juan
Manuel de Aguas Claras, en los múltiples y tortuosos ríos que
huyen fruncidos de terror, y en mi barriga misma, espejo de agua
convertido en mar de llamaradas. Cómo no se van a asustar los
otros, aunque la costumbre les amelle el pavor.

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Desde hace milenios observo y examino mi cuenca toda;
me doy cuenta de todo lo que allí sucede; pero mi vista alcanza
hasta el mar que está al norte y también me asomo por encima
de la cerca en herradura y miro lejos en todas direcciones. Me
ven desde las llanuras del oeste y del este, me ven desde el sur
y especialmente desde el sureste, desde más allá de los grandes
ríos donde me pierdo en una selva colosal: si me ves eres visto
por mí. Leo tu pensamiento, pero tú no puede leer el mío. Llego
hasta donde llega mi luz; mi luz es mi consciencia trascendente,
mi consciencia elevada a una dimensión inicialmente ajena, a
un elemento diferente de mí, por origen.
Tú que has venido a visitarme desde un gran río, más gran-
de que los míos, en las llanuras del sureste, tú que has venido a
visitarme con sentimientos encontrados y pensamientos contra-
dictorios, tú que desde niño te interesas por mí sin comprender
tu corazón, tú que me hablas sin sospechar que te escucho, oí
caramba, no creas que no te he visto. Si pusieras cuidado sabrías
de mi dolor y de mi queja y de mi rabia altiva contra muchos
representantes de tu raza, y tal vez te aliarías conmigo que soy
monstruoso y único contra ellos, que son tus congéneres. Mi
destino me ha hecho grande y lúcido, capaz de inmensa sabiduría,
largamente longevo, pero me ha negado los medios de defensa
y agresión ante enemigos externos. Cualquier insecto está mejor
armado que yo.
Durante un tiempo desmesurado que no me ocupé de
meter en calendarios, no hubo hombres en mi cuenca. Un buen
día comenzaron a llegar desde el noroeste y poblaron mi oeste, mi
sur y mi este; cultivadores de la tierra. Otros llegaron del noreste
y poblaron mi norte; pastores o pescadores; o a mi cabra, o a mi
barca. Se integraron a mi vida, fui feliz. Más tarde vinieron otros,
cubiertos de armadura, con caballos, desapacibles y violentos,
fundadores de ciudades; conquistaron, mataron o esclavizaron a
los anteriores y terminaron formando con ellos un solo pueblo.
Un solo pueblo, pero con predominio del que llegó de último.
Los anteriores sobrevivieron dentro del vencedor por mestizaje.
El vencedor cambió; no pudo asimilarlos completamente; ellos
conservaron en su seno una identidad disfrazada; él impuso su

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lengua y sus instituciones pero ellos las reinterpretan y las ejercen
desde sus propias tradiciones dando lugar a una estratificación de
creencias y conductas, a una nueva manera de ser no homogenei-
zada aún, que a veces se revuelve cuando los apellidos amanecen
atravesados.
Un solo pueblo. Pero los que no sobrevivieron dentro
del vencedor por mestizaje, sino que resistieron desde afuera,
han estado sufriendo una lenta agonía a manos de guerreros,
misioneros, colonos, enfermedades del vencedor, hacendados,
guerrilleros, el IAN, los políticos.
Un solo pueblo. Pero los que no sobrevivieron dentro
del vencedor por mestizaje, ni resistieron desde afuera, sino
que lograron una cierta forma de convivencia, conservando
mal que bien su lengua y sus instituciones, se encuentran en
condiciones de inferioridad y dependencia luchando una lucha
sorda en que llevan todas las de perder, aunque mantienen su
presencia inconfundible y hacen valer abiertamente su diferen-
cia, su exterioridad con respecto al vencedor mestizado.
Todo esto ha sido casi inofensivo para mí. He sido casi feliz.
No es algo que yo no pueda manejar. Además, durante varios
siglos he gozado de un gracioso espectáculo que me ha hecho
sentirme superior en inteligencia a los hombres: Los vencedores,
más o menos mestizados con los vencidos y con negros esclavos
que trajeron de allende el mar, se fueron estableciendo en las
planicies, en el pie de monte, en los valles altos y en las mesetas
de mi cuenca, al mismo tiempo que fundaban puertos sobre mis
bordes y muy especialmente el que se volvió chacra postizo.
Comenzaron a producir y siguieron produciendo con
admirable aplicación no sólo lo que les hacía falta para su
sustento sino también mercaderías exportables. Conozco los
nombres de los centros de producción o de acopio o de ambas
actividades. San Cristóbal, San Antonio del Táchira, La Grita,
Bailadores, Mérida, Ejido, Trujillo, Perijá, La Guajira, Cúcuta,
San Faustino y, desde el otro lado de la herradura, pero no lejos,
Barquisimeto, Tocuyo, Carora, Coro, Barinas.
Algunos nombres de puertos se me han grabado en la me-
moria: Gibraltar, Palmarito, La Ceiba, Santa Rosa, Los Cachos,

129
Bobures, Lagunillas, Cabimas, Altagracia, Moporo, Tomoporo,
Bachaquero y el que no quiero recordar. Los nombres de las
mercaderías zumbaban reiteradamente, como abejas, por el aire
de la cuenca y me hacían cosquillas en la barriga: tabaco, azúcar,
mieles, panelas y dulces, cacao, añil, café. Cacao, tabaco, caña
de azúcar. Cacao, panelas, azúcar, tabaco, maíz, trigo, legumbres.
Cacao, caña de azúcar, panelas, algodón, tabaco, maíz, yuca. Ca-
cao, papelones, mieles, tabaco, trigo, ganado vacuno, caballar,
mular y ovino. Caña de azúcar, papelones, cacao, maíz. Azúcar
blanca y morena, cacao, trigo, ganado menor, lana, legumbres,
cueros curtidos. Cacao, cordobanes, azúcar blanca y morena,
papelones, ganado menor. Azúcar blanca y morena, cordobanes,
suelas, tejidos de lana, trigo, harina de trigo. Lana, cordobanes,
burros, mulas, palo de Brasil, grana silvestre, cera negra, hama-
cas, pita. Ganado mayor, menor, mulas, sal, cueros, palo brasil,
tasajo. Tabaco, azúcar, mieles, ganado. Maderas, ganado mular,
yeguas, queso, carne.
Mulas, ganado, caballos, burros, palo brasil, cueros, sebo,
carne, sal. Cacao, añil.
No como ni uso nada de eso. Lo miro como gallina que
mira sal. Todo eso llegaba al puerto que no quiero nombrar y de
allí era enviado en barcos no sé hacia dónde. Por el mismo puerto
innombrable recibían mercaderías extranjeras que eran enviadas
por los otros puertos hacia los centros de producción y acopio
que he nombrado. Nada más sencillo: producción, transporte,
ganancia, exportación, importación, la felicidad para hombres
trabajadores protegidos por mi fértil cuenca.
Pero no. Surgieron diferencias. Primero las naturales entre
productores y comerciantes, entre ciudades de la serranía y puer-
tos, entre lugares frescos o fríos y lugares calientes o candentes.
Aquellos encontraban a éstos parlanchines, agitados, procaces.
Éstos encontraban a aquéllos reticentes, bobos, pretenciosos.
Aquéllos estimaban el orden, éstos la aventura; aquéllos la
meditación, éstos el movimiento; aquéllos el tres por cuatro,
éstos el seis por ocho. Pero se complementaban y necesitaban
mutuamente. Coincidencia y armonía de los opuestos en el
plano económico.

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Surgieron también rivalidades políticas. El centro de poder
se desplazaba de la sierra al puerto innominable y viceversa, o
todos o en parte caían bajo centros de poder que estaban allende
la herradura hacia el este o hacia el oeste. ¡Qué nación autónoma,
autárquica, completa y poderosa hubiera sido la de mi cuenca si
hubiera logrado integrarse!
¡Qué hermosa sería si lograra integrarse bajo mi protección!
Soy sede que ni mandada hacer para una gran nación. Pero mis
habitantes, los de arriba y los de abajo, se han estado zahiriendo
y ofendiendo y satirizando, mientras otros los dominan. No
sé de qué asombrarme más, si de su estupidez o de su malicia.
Aunque pienso a veces que su malicia es una forma de estupidez.
No han sabido correlacionar sus intereses, gastan su ingenio en
agredirse, tal vez ni se han dado cuenta de su pertenencia a un
nicho ecológico y geopolítico común. Un muchacho del lago fue
a una escuela de la sierra, todos los compañeros le pegaban; iba
marcao. Pero también iba marcao el andino que bajó a estudiar
en el puerto.
Esas diferencias, aun manteniéndose y acentuándose, no
hubieran impedido la conformación de una unidad estadal supe-
rior, energetizada por antagonismos armonizados en complemen-
tariedad. Gracioso espectáculo. Amor cabía en mí para todos. Yo
era feliz. Pero los intereses de una civilización que no puede vivir
sin los peos y el excremento blando de la tierra trajeron como
consecuencia que yo esté acribillado ahora por más de cinco mil
pozos productores y atravesado por más de veinte mil kilómetros
de tuberías sublacustres peorras mionas y cagonas; trajeron como
consecuencia que se arruinaran los centros productores de las
alturas; trajeron como consecuencia que se agigantara ese chacra
postizo y me esté asfixiando y me ponga la argolla del esclavo;
trajeron como consecuencia que, por ganar tierras de pastoreo
para dar de comer a tanta gente, se haya talado masivamente mi
lujuriosa selva; ésta es la región del país donde la intervención
antrópica ha sido más amplia y más destructiva; trajeron como
consecuencia que, a pesar de sacarme más de millón y medio de
barriles diarios, tres cuartas partes de la producción nacional,
yo tenga más de la mitad de mi población humana en pobreza

131
crítica; trajeron como consecuencia que yo esté en vías de pasar
a otro equilibrio vital no apto para hombres, así me lo ha dicho
mi corazón verdeazul.
El espectáculo ya no es gracioso. Cambio ara. No soy feliz.
Acíbar amo, pero no tanto. Una noche de éstas voy a apagar mi
ojo relampagueante para no ver más tanta estupidez. Con un
poco de inteligencia y de virtud todo pudo ser diferente. Da rabia.
Coma rabia mía esa civilización que no sabe administrar energía
sin destruir su medio ambiente. Si tú me oyeras, niño candoroso
de afectos encontrados, tal vez no fuera demasiado tarde.
El lago es una bolsa muy bolsa, no puede producir grandes
inundaciones, ni trombas ni géiseres, ni siquiera marejadas, no
pasa de marullos; si pensara no podría pensar más que bolserías.
La primera vez lo visité, yo iba con un colportor, Euro, que se
detenía en todos los pueblitos para vender biblias baratas de la
Sociedad Bíblica. Tenga cuidado en el ferry para que no se le
caiga la muleta por la borda. ¿Por qué, si el petróleo es una gran
riqueza, la gente es aquí tan pobre? No supo Euro explicarme. Yo
iba a pasar vacaciones casa de un tío maracucho, Hipolimnio, que
en un viaje al llano se enamoró de mi tía Orosia, predestinada
por el nombre a terminar en Maracaibo. Él tenía un puesto de
mercancía seca en el mercado y un eficientísimo socio llamado
Epilimnio. Qué cantidad de cosas diversas, y se confundían con
las de las otras tiendas, qué gentío, qué algarabía, por qué habla-
rán tan duro, y esas palabrotas. Más bien que te sientes en este
rinconcito y pongas las muletas debajo de la armadura.
La casa de habitación era alta, sombría y fresca; en el patio
central los árboles y las plantas ornamentales no dejaban ver el
cielo. El patio de atrás daba a la playa. Mi prima Anabáena, la
mayor, y su hermana Anacystis me ayudaban a entrar en el agua
tibia y agradable; una boya indicaba hasta donde podríamos me-
ternos, boya: marca. Unas vecinas pequeñas, las Foraminíferas,
nos acompañaban; estaban entusiasmadas con sus estudios de
escuela primaria y hablaban siempre de fechas. Nadie se burló
de mí. A mi primo Fitoplancton le daban permiso para sacarme
a pasear, pero sin ir muy lejos. Nosotros lo llevamos después por
todas partes en la camioneta.

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Y me llevaron. Capitán chico, Santa Rosa de Agua, Santa
Rosa de Tierra, Punta Santa Lucía, El Empedrao, El Saladillo.
Conocí las cuatro reinas de la ciudad: Bárbara y Concha, Chingua
y Lucía; cuatro caras de Roma, la gran ramera del Apocalipsis,
comentó mi tío que era evangélico: ¿no serán más bien cuatro
caras de Pulowi? dijo Epilimnio que era espiritista. El Teatro
Baralt. La plaza donde Udón Pérez se pregunta a cuál de los dos
bares va a entrar. La aduana, los depósitos de los muelles, las
casas comerciales extranjeras. El hotel donde se hospedó Carlos
Gardel. La casa donde se edita La Estrella de la Mañana. Julio
Moros. Asdrúbal Ríos. Germán Núñez Bríñez. El Hotel del Lago.
Los Belloso. Numa P. León. Almacén de los Steinvorth. Almacén
de los Dall’Orso. La Zulianita, Atlantes de Mármol de Leiderman
Hermanos. Casa Mac Gregor, Casa de la Capitulación. Palacio de
las Águilas. Villa Adriana. Villa Atlántida.
Conocí un patiquín encorbatao, Oscar Guail, con pañue-
lito de tres picos en el bolsillo del corazón; era maracaibense.
Conocí a Mílmero Urdaneta, dueño de una gran tienda importa-
dora de casimires ingleses; era marabino. Mi tío Hipolimnio era
maracucho, y yo, si seguía yendo y me gustaba, me iba a volver
maracaibero.
Quiero conocer a Alejandro Fuenmayor porque aprendía
sus libros de memoria. Qué molleja, sobrino, ¿y no quiere cono-
cer también a los Barboza de la Torre? Esa gente no es clientela
mía.
Me llevaron a Sinamaica. Palafitos. Pescadores. Añú o parau-
janos. No confundir con los Wayuú o guajiros, esos son pastores
y comerciantes muy peligrosos, el que les echa una vaina se las
paga. Tío, vamonós que me duelen las piernas.
Las Foraminíferas sabían todo al caletre. El primer español
que entró al lago fue Alonso de Ojeda en 1499, siete años des-
pués del descubrimiento de América; lo acompañaban Américo
Vespucio quien no sabía para entonces que su nombre iba a ser
inmortal y Juan de la Cosa, sin malos pensamientos. Alonso
volvió en 1502 y en 1505. Le gustó la cosa. Coquibacoa.
La ciudad fue fundada tres veces. Primero la fundó Am-
brosio Tododedo, gobernador alemán de Venezuela, en el sitio

133
de los Haticos, en 1529, con el nombre de Nuestra Señora de la
Laguna. Kuruvinda. Don Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez
la bautizó Villa de Maracaibo. Hasta el nombre le ha dado Mara-
caibo a Venezuela, sin mucha reciprocidad. La Ranchería.
Alonso Pacheco la refundó en 1569 a media legua de La
Ranchería en una salina. Ciudad Rodrigo. El Saladillo.
El Capitán Pedro Maldonado la rerefundó en 1574 entre
las dos bahías pequeñas de Punta Arrieta, con el nombre de
Nueva Zamora. ¡Y yo que soy del estado Zamora! Para afianzar
el tráfico comercial del Nuevo Reino de Granada con el Caribe.
El empedrao de Santa Lucía. No dio resultado. El único tráfico
comercial que se ha afianzado por ese lado con el Nuevo Reino
de Granada es el contrabando guajiro.
¡Qué caletreras esas Foraminíferas! Pero cómo hago yo para
saber si todo eso es verdad o embuste.
Una vez salí solo. Fui lejos. Me cansé mucho. Me senté
en un banco de una plaza triangular. De un lado estaba una
iglesia. Del otro una escuela maracaibense. Pero pasaron unos
muchachos maracuchos y me dijeron: Ayúdame-a-ser-útil, tullío,
güebo frío, metete la muleta por la jeta. La muleta es pa’tu vie-
jeta, les respondí. Íbamos a pelear, pero en eso llegó mi primo
Fitoplancton que me andaba buscando y los dispersó: los voy
a llevar a peos hasta El Portachuelo.
Otra vez me quedé solo mucho tiempo en la playa oyendo
el levísimo murmullo de las leves olas y me fue pareciendo que
hablaban y que yo podía entenderlas. Yo estaba lelo, como entre
dormido y despierto y me pareció que el lago era un ser vivo, ani-
mado, capaz de sentimientos y de pensamientos, una gran bestia
inteligente y triste, un enorme monstruo melancólico, tullido,
eternamente acostado bajo el sol, sin patas ni muletas, rumiando
soledades. Me pareció que me hablaba a mí, que entendía lo que
yo pensaba sobre él y que me quería decir algo en el leve susurro
de sus aguas. Me asusté mucho: ¡Mamá! ¡Tía! ¡Tía Orosia!
Recuerdo la época de los piratas. ¡Qué tiempos aquéllos!
Sus ágiles bajeles se me metían por las fontanelas, me atravesaban
la cabeza con movimientos nerviosos, saqueaban y quemaban la
ciudad que ahora prefiero no mencionar, me atravesaban hacia

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el sur cosquillándome la barriga. Sus nombres como cigarrones,
sus voces de mando como avispas. Heinrich Gerhardt. William
Jackson. Jean Manuel Nam. Montbaas. François David Nau.
Miguel el Vascongado. Henry Morgan, Frank Grammont. A
sangre y fuego en la ciudad todavía no aciaga para mí. A sangre
y fuego en Gibraltar. Órdenes de maniobra. Maldiciones. Fuego
disperso de mosquetes y arcabuces. Disparos de cañón. Mástiles
quebrados. Muertos pensativos flotando blandamente. Sangre en
las algas. Un buque. Tres buques. Once buques. Mil soldados.
Botín. Prisioneros. Rescate. Treinta mil duros. Batalla naval.
¿Piratas o filibusteros o bucaneros o corsarios? De noche mi agua
los sentía fondeados victoriosos, balanceándose gallardamente,
y mi ojo parpadeante veía marineros ebrios en la playa, hartazgo
y lujuria en la quebrada tiniebla.
Gracioso espectáculo para mí. Ejercicio de supervivencia para
mis habitantes. Unos niños de pecho inofensivos en comparación
con los que vinieron después mascando chicle, olorosos a talco
menen, con teodolitos, planos, taladros, autoridad oficial, dólares.
Quién no viera, pa’no verte. Nitrógenos y fósforo. O mi baraca, o
mi acabar. Rima acabó.
Me fui. Volví. Siempre con Euro. Itinerario de colportor.
No es prudente que ese muchacho viaje solo. Comíamos y dormía-
mos en casas muy humildes donde le daban hospedaje porque era
evangélico. Conocí la infinita fraternidad de los pobres, y su sentido
del humor, más grande que la miseria y que la enfermedad y que la
muerte. Durante varios años pasé las vacaciones escolares casa de mi
tío Hipolimnio y mi tía Orosia y mis primas Anabáena y Anacystis y
mi primo Fitoplancton. Me fui volviendo medio maracaibero. Los
muchachos maracuchos de la calle más bien se hicieron amigos míos
cuando me acostumbré a no ponerme bravo porque me llamaran
Polio o Muletica en vez de Cabir.
Aprendí a orientarme: 5 de Julio, Bella Vista, Cecilio
Acosta, Doctor Portillo, El Milagro, Las Delicias, Allá Abajo,
Iglesia El Redentor, El Hipódromo, El Zoológico, Estadio Ale-
jandro Borges, Gavilanes, Pastora, Centauro, Luis Aparicio, Vía
El Moján, Atracadero del Ferry, La Cieguita. El señor Epilimnio
me llevó a La Cañada en piragua. No hubo marullos. Café con

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plátano verde asao, pollo en coco, carne en coco, chivo en coco,
pescao en coco, iguana en coco, mandocas. Vía Perijá.
María Coba amó a Cabir. Amaba rico. Uno apartaba las
algas para beber el agua del lago. Se dejaban las puertas de la calle
abiertas de noche cuando hacía mucho calor. Los mancebos. Hay
detalles que a las mujeres se les pasan y a los maricos no.
Los ojitos de Lucía parecen dos paraparas y el reflejo de su
cara parece la luz del día.
Urdaneta. Finol. González. Dempaire. Esteva. Paz.
Ortega. Rincón. Fuenmayor. Montilla. Belloso. Atencio.
Fernández. Cardozo. Aparicio. Villalobos. García. Portillo.
Ríos. Villasmil. Barboza. Naveda. Perozo. Bravo. Blanco.
Bracho. Los laberintos de la sangre. El lienzo de Penélope en
Creta. Creta bañándose en el lago para curarse los temblores
y terrores vacunos. San Benito comprendió que yo me estaba
muriendo y en mi corazón metió a La Chinita sonriendo.
Las Foraminíferas se hicieron famosas en la escuela y
en todo el vecindario por su prodigiosa memoria de fechas y
acontecimientos históricos; pero al pasar al bachillerato abando-
naron la historia y comenzaron a interesarse apasionadamente
por una materia que no figuraba en el pénsum: la geología.
Se caletriaban unos libros del papá y se los recitaban a quien
quisiera oír. Ellas decían que eso también era historia, pero
sobre acontecimientos más dilatados que duraban millones
de siglos. Nadie les creía, pero las buscaban con mucho
respeto cada vez que nacía un niño para que recitaran sus
caletrazos. El barrio se llenó de Cámbricos, Devónicos, Oli-
gocenos, Cretáceos Superiores, Carboníferos, Cuaternarios,
Silúricos y Pérmicos.
Yo le pregunté una vez a la mayor, turbado por las trans-
formaciones epirogenéticas y orogenéticas de su cuerpo y por
las transgresiones y regresiones de su afectividad (Maracaibo,
¿qué tengo yo contigo?), le pregunté si había alguna conexión
geológica entre la cuenca terciaria Maracaibo-Falcón y la cuenca
terciaria Barinas-Apure. Me miró con picardía. Vai pues. Sintió
la actividad ígnea y el metamorfismo de mis palabras.

136
Esas dos cuencas, Cabir, formaban parte del gran geosincli-
nal septentrional andino que se extendía desde Venezuela hasta
el Perú. Comenzó a formarse a principios del Mesozoico debido a
un hundimiento diferencial de un ancha zona, limitada al sureste
por el escudo Guayano-Brasilero y su prominencia fálica en los
macizos ígneo-metamórficos del arco de El Baúl; y al noroeste por
la región fronteriza Guajira-Paraguaná. Esas dos regiones fueron
muy poco afectadas por orogénesis después del Paleozoico; cons-
tituyeron elementos positivos durante el Mesozoico y el Terciario;
pero la zona intermedia fue de máxima orogénesis.
Muy movido el geosinclinal durante el Mesozoico. Le-
vantamientos, hundimientos, sedimentaciones y erosiones con
cambios litológicos continuos, transgresiones, regresiones. Pero
hacia el fin del Eoceno, hace menos de setenta millones de años,
ayer, una pronunciada perturbación orogenética comenzó a
dividir el geosinclinal septentrional andino en varias cuencas
de sedimentación que estuvieron interconectadas en ciertas
épocas del Terciario superior. En la región de Mérida se inició
un levantamiento que produjo una serie de fallas escalonadas
y estructuras de pilares y fosas.
La Foraminífera mayor habló de areniscas y arcillas epine-
ríticas, y de lutitas y calizas infraneríticas, de faces litológicas y
trampas estratigráficas. La gente anotaba.
Durante todo el Terciario continuaron las perturbaciones
orogenéticas, olvidé los detalles, con un período de intenso
diastrofismo en el Plioceno superior, hasta que, ya entrada la era
Cuaternaria, en las postrimerías del Pleistoceno, hace apenas un
millón de años, tuvieron lugar los últimos disturbios orogenéticos
regionales que rejuvenecieron y levantaron la Sierra de Mérida
hasta su posición actual, confirmando la separación entre la
cuenca de Maracaibo y la cuenca Apure-Barinas.
Entendí con dolor: la Foraminífera mayor me daba ca-
labazas; entre ellas y yo se había interpuesto Perucho, ese guate
pereque, ese condenado gocho que desde hacía días estaba mero-
deando por la cuadra y le hablaba por la ventana. Ante sus ojos,
el que yo sepa cien poemas de memoria no compensa mi defecto
físico. De acuerdo con la geología –le pregunté– ¿es posible que

137
en edades futuras se hundan Los Andes y vuelva a formarse un
geosinclinal sin separación entre Maracaibo y el Apure? Tuvo que
decir que sí. Los andinos siempre miran atentamente el lago para
ver si distinguen la cara de Juan Vicente Gómez, El Bagre.
Pero ya era fin de septiembre. Comenzaban las clases. Euro,
viento del este, me vino a buscar. Durante el regreso nos agarró
el cordonazo de San Francisco. Pasé muchos años sin volver, en
países lejanos. Cuando llegaba agosto me entraba una nostalgia
gastronómica, barriga de camposanto, morcón roto, bolsa, hicotea
boca arriba, y soñaba con el hervido cruzado res-gallina, con el
de armadillo, con el de bocachica. Mondongo en el mercado: si
no lo suda no lo pague. Dos iguales. Uno y uno. Bollos pelones.
Funche de avío. Arepas de yuca con queso. Pámpano-lisa-boca-
chica-armadillo-palometa-róbalo-corvina-bagre frito. Toruno en
coco. Palomita-venado-matacán-cochino e monte-iguana en coco.
Conservas de leche-conservas de plátano maduro-hicacos-limon-
zón en almíbar-calabazate-huevos chimbos-majarete-manjar-arroz
con leche me quiero casar. Un complet pommes frites. Wienersch-
nitzel. Gulasch. Schisch quebab. Taramá. Ein Stück Sacher-torte,
bitte. Chile con carne. Cheese cake. Tortelini. Borsch. Lumpias,
Chopsuey. Quipe nai. Cuando vuelva me voy a desquitar.
En el subsuelo de Creta muge un dios que la hace temblar.
En las playas de Creta merodea un dios que la enamora con sus
cuernos dorados. En el centro de Creta brama un hombre-dios,
becerro encarcelado por la madre en un cono ciclónico. Creta,
báñate en el lago mirando hacia el norte. Detrás de ti y a tu lado
izquierdo escucharás más de tres millones de bramidos. Detrás de
ti y a tu lado derecho verdean los cultivos. Pon tu centro ciclónico
en el cono salobre. Ordena a Dédalo que se ponga al servicio del
hombre-dios liberado. Tu progenie mestiza asombrará la tierra y
la iluminará.
Cuando regresé después de muchos años ya era Maracaibo
city. Puente chucuto, dogal en el pescuezo del lago. Con sólo
transgredir un umbral se pasaba del invierno al verano o del ve-
rano al invierno. Las Pulgas. El Saladillo, transtocado; mis tíos,
nevados; Anabáena, cancerosa; Anacystis, rozagante y lozana; la
Foraminífera mayor y Perucho me presentaron a Safo, a Minos,

138
a Pasifae y al pequeño Pericles. Fitoplancton se consumía en una
oficina. Las eras geológicas se habían vuelto más largas. La me-
moria prodigiosa se había trasladado a la Grecia antigua, mitad
historia, mitad mito. Conocí las élites sutiles de la ciudad.
Le pedí al señor Epilimnio que me llevara a La Cañada
en piragua. Me acordé de cuando él me llevaba cargado por la
planchada hasta el baño, no fuera a trabárseme la muleta en los
intersticios de las tablas y esperaba que yo me hubiera bañado y
me volvía a traer. Llévame a La Cañada en piragua. No quería.
Ya casi no se usa. No hace buen tiempo. Es peligroso. Insistí.
A mitad de trayecto, negros nubarrones, el agua comenzó a
agitarse. Marcito, mar chucuto, pero capaz de grandes arrecheras.
Deje que se me desarrolle esta arrechera. El lago gentil hecho
una furia. Te lo dije, Cabir. Se apagó y se ahogó el motor fuera-
borda. Quedamos a merced del marullo. La muleta, de fresno
como las lanzas de la Ilíada, con empuñadura de marfil como la
torre de Penélope, mi muleta preferida, comprada en un bazar
de Estambul, mi muleta mía de Polio Muletica se cayó al agua y
se hundió para siempre.
Y ahí sí es verdad que me entró el pánico. Esa piragua a la de-
riva, desprevenida paloma derribada por la tormenta, con un piloto
anciano y un pasajero lisiado, impotentes los dos en el marullo, muy
bien podía hacer agua, voltearse, hundirse. Entre mis temores no
figuraba morir ahogado y menos en un lago bolsa. Pero de repente
creí oír lamentos y gemidos, como si la gran bestia líquida desde lo
profundo clamara, desde su corazón herido que regurgitaba allá lejos
floraciones amargas de algas verde azules, bajo su hombro izquierdo
caído. Comprendí su rabia y su dolor, y no fui distinto del niño
que se asustaba mirando los delirios de fuego sobre el Catatumbo,
ni del que se aterró en una playa tranquila y llamó a la mamá y a
la tía Orosia. Pero en mi interior hubo un salto de consciencia.
Viéndome allí desvalido en esa piragua zozobrante, no sentí más
el miedo de la muerte, me sentí pariente de esa gran bestia mi-
lenaria y no me importó lo que pudiera pasarme: había visto en
un destello la hermandad de todos los seres, y el poder verla me
daba la sensación de estar elevado por encima de un niño que se
duerme cansado de llorar. Sobrevivimos.

139
Vueltos a nacer, visitamos La Cañada. Cabir amó a María
Coba, y regresamos por carro, más peligroso que en piragua. Por
primera vez entraba yo a la ciudad por tierra. Antes de entrar, ya
entraba. Penetrábamos en un cuerpo invisible, nos hundíamos
en una presencia poderosa. Nos paramos en Las Pulgas. Colgado
del brazo de Epilimnio y cojeando, compré un bastón nudoso
de membrillo. ¿Cuál es el animal que camina en tres patas a
mediodía? Pagué sin regatear. Maracaibo city. Sólo puede hablar
contigo el que ha hablado con el lago. Le leí el pensamiento: muy
rico o muy pendejo. Yo hablé con el lago. Me hizo una rebaja no
pedida y me formuló un deseo no esperado: que tengáis siempre
aquél como éste. Epilimnio, vamos a dar unas vueltas por ahí en
carro. ¡Qué molleja! ¿No te bastó el marullo?
Maracaibo city. Más de tres cuartas partes de la producción
nacional de petróleo. Roca miaba. Más del sesenta por ciento de la
producción nacional de leche. Brama, cayó. Diecinueve millones
de kilos de producción pesquera, ahora en bajada. Oh, barca mía.
Connubio con todos los países del mundo. Abrió cama.
Ciudad de los excesos te llaman, y no puedo contradecirlos
porque hipérbole y litote extrema son tus formas normales de
expresión.
Ciudad formada de pedazos heterogéneos no armonizados,
es la descripción que hacen de ti tus detractores. ¿Cómo hago
para defenderte? Yo mismo he caminado por una avenida tuya
mirando las vitrinas lujosas de cosmopolitas boutiques y de re-
pente la calle cesa y hay un terreno baldío con arbustos espinosos
y chivos, y más allá sigue la calle aldeana de hace un siglo. Cómo,
si veo lado a lado edificaciones coloniales españolas, antillanas,
neoclásicas, Bauhaus, Manhattan. Cómo, si frente a una fábrica
donde operarios uniformados manejan máquinas del siglo vein-
tiuno, hay una bodeguita donde venden funche relleno de hico-
tea. Si frente a la Basílica una elegante señora vestida de blanco,
con sombrero blanco de alas anchas, conduce a su bebé en un
carrito blanco, mientras a su lado un heladero harapiento toca
su campanita, tres rapazuelos torean los carros y un distinguido
caballero de corbata y leontina se atusa los bigotes.

140
Me dicen que eres inconsciente e incapaz de velar por tu
propio bien, y tengo que quedarme callado. Ante mis ojos los pa-
santes quiebran y arrancan los arbolitos que el Concejo Municipal
siembra en las avenidas y botan desperdicios en cualquier parte,
mientras tus ciudadanos poderosos no logran salvar el lago ni
detener la intervención destructiva sobre bosques, ríos, indios.
Me dicen que eres grosera, vulgar, sin refinamiento, y yo
bajo la cabeza. Los vendedores de ropa íntima en el mercado se
ponen un blúmer rojo y negro en la cabeza para protegerse del
sol o en el cuello para que no se les ensucie la camisa y, cuando
pasa una muchacha bonita, se lo restregan en la cara, en los so-
bacos, en la entrepierna mientras producen con la boca ruidos
de lamer, chupar, sorber, gimiendo mamacita mamacita. Cuando
una mujer va a pasear o hacer diligencia por ciertos barrios tiene
que salir con la vaselina puesta y regresa a la casa en cuatro patas.
Ud. tiene la capacidad y yo la firmeza. Parir es como cagar un
coco. Ay, china, quién fuera tachón pa pegarse a tus tachiras. Las
mujeres están siempre halándose la liguita de las pantaletas y los
hombres se acomodan en público el bulto de la bragueta. Suelen
dejarse al aire la barriga cervecera que no les permite verse el pipí.
Ponen en el carro un retrato de los hijos con un letrero, papá no
corras, al cual nunca hacen caso. Los del avión siniestrado no
quedaron ni pa diablito. En el carrito por puesto leen en voz alta
el periódico y lo comentan jocosamente, sin conocer a los otros
pasajeros. Se ponen sobrenombres crueles, polio muletica, para
sentirse en confianza y aceptar los defectos de los otros. Yo doy
el chiquito para no salir preñada.
Habiendo soportado todo eso, me yergo apoyado en mi
bastón de membrillo y doy el frente a tus detractores, Maracaibo
city, y les digo:
Muerden la mano que les da de comer. Sus excesos verba-
les son propios del que está haciendo trabajo duro y sucio para
generar alimentos a partir de materias indigeribles, del que tiene
que bregar para transmutar y dar.
La ven heterogénea porque ven su proceso digestivo sin
comprenderlo. Le ha tocado digerir el mundo. La han atragan-
tado con pedazos de culturas disímiles y ella los está asimilando.

141
Uds. son incapaces de verla a ella, que terminará por imponer
la unidad de su espíritu a toda esa diversidad.
Miren bien. Es cierto lo que han visto pero no han visto
hondo. Es irrespetuosa de arbolitos porque desprecia las medidas
pequeñas, exteriores, ornamentales; porque sabe la grandeza real
que está gestando. Miren bien y verán ciudadanos infatigables que
relevarán a los ahora poderosos. Miren bien y verán el aumento
de conocimientos y virtud en las nuevas generaciones, pero con
reciedumbre. No es, ni será una ciudad blandengue, sentadita,
muy arregladita, en su ventanita, viendo pasar los posibles pre-
tendientes. Pero nunca cupo tanto candor en unos ojos.
La vulgaridad que los ofende es afirmación de libertad y
autonomía. Es ruda autenticidad. A partir de ella y sólo a partir
de ella pueden desarrollarse refinamientos genuinos y no copias
ni adornos postizos. Acérquense a sus intelectuales, científicos y
artistas. Están al día en todo lo que se hace en el mundo; com-
prenden, valoran y respetan; pero no son imitadores; tienen rostro
propio, se nutren de su propia tierra y de su propia sangre.
Tienen su centro de gravedad en sí mismos.
Maracaibo city, heterogénea, vulgar, caótica, alegre, crea-
dora, orgullosa de estar viva y peleando, original, poderosa,
auténtica, te he comprendido y te amo. Lamento no ser de los
tuyos. Adiós.
Pero maracaibero vuelve. Hasta la vista.

1991

P.S.: Este trabajo se inspiró en la obra científica del Ingeniero Gustavo


Parra Pardi.

142
LA EVANGELIZACIÓN, LA INCONCLUSA

“A partir del descubrimiento de América por Cristóbal


Colón, Europa comenzó a expandirse hacia estas tierras. En-
contró un nuevo ámbito geográfico hacia donde crecer. Pero
estas tierras no estaban deshabitadas. Vivían aquí unos pueblos
bárbaros que no conocían la civilización, ni mucho menos el
corazón de la civilización: la religión verdadera. Entonces los
europeos se propusieron evangelizar a estos salvajes y se traje-
ron de África a otros hombres no menos salvajes para hacerlos
disfrutar los supremos beneficios de la fe cristiana”.
“Este año, 1992, esa labor misionera cumple cinco siglos.
Pero no ha terminado. Mucho se ha logrado, es cierto: este es
un continente cristiano donde florece la civilización europea (el
adjetivo es redundante) y donde se hablan lenguas europeas. Sin
embargo, los salvajes, por lo menos en parte, se han mostrado
reacios a aceptar la generosa oferta europea”.
“No sólo quedan todavía grupos humanos hundidos en sus
supersticiones ancestrales y en sus costumbres primitivas. Tam-
bién entre los aparentemente civilizados se conservan creencias y
usos precristianos disimulados bajo las palabras y las instituciones
que han adoptado. No se sabe si por estupidez congénita o por
taimada resistencia; lo cierto es que persisten en sus antiguos
errores con diferentes grados de intensidad y deliberación”.
“Por otra parte, debemos señalar y destacar un hecho de
capital importancia: no todos los europeos que vinieron a Amé-
rica eran cristianos puros, como no lo son los que han seguido
viniendo. Los de España y Portugal eran cristianos puros; pero
los del norte de Europa habían caído en la herejía protestante.
Así tenemos por un lado la América sajona y por otro lado la
región llamada Latinoamérica. Esta última, agraciada con la fe
verdadera, limpia y pura de la Santa Iglesia Católica, Apostólica
y Romana, además de sufrir internamente la resistencia de sus

143
salvajes, se ve confrontada con la policéfala invasión de sectas
evangélicas incansablemente proselitistas provenientes del norte.
Según ciertas estadísticas están logrando ya una conversión por
minuto en nuestra América Latina”.
“Como si todo esto fuera poco, a partir de la Revolución
Francesa y de la Revolución Industrial, otras sectas, de carácter
político y social sobre todo, con el sello de la modernidad y los
heterogéneos nombres de socialismo, libre empresa, naturismo,
hedonismo, ateísmo, revolución ya, tráfico de drogas, nos invaden
agresivamente trayendo confusión a la grey del Señor”.
“No terminan aquí las dificultades. Del Lejano Oriente,
desde hace varias décadas, han comenzado a llegar diversas
formas de budismo, taoísmo, hinduismo, tantrismo, sufismo,
bahaísmo, además de cultos sacrílegos a hombres mortales
como el que se le rinde a un tal Sai Baba, o al obeso gurú
Maharayi. Algunas de esas sectas se enmascaran con técnicas
terapéuticas o artes marciales y todas se ven favorecidas por
la nefasta libertad de cultos y la desatinada educación laica.
Hasta los mahometanos quieren hacer mezquitas en nuestras
tierras ¿olvidaron acaso al Cid y a Carlo Magno y a Rolando
y a la Reina Isabel?”.
“No olvidemos nosotros tampoco que los pérfidos judíos,
asesinos de Cristo, cuando fueron expulsados de España y Portu-
gal, vinieron en no pequeño número a América como marranos
y han osado continuar sus prácticas religiosas, ciegos para la luz
del Redentor”.
“Digámoslo claramente. No sólo no ha terminado la
evangelización después de quinientos años. Se enfrenta a nuevos
obstáculos. Hacen falta por lo tanto nuevas cruzadas y nuevas
inquisiciones, pero de otro género. Es urgente tomar las riendas
del poder político, del poder económico, del poder militar,
de la educación pública, de los medios de comunicación de
masas, de la policía. Que todos esos réprobos, que todos esos
sectarios sientan el olor a chamusquina de las santas hogue-
ras. Firmes y adelante, huestes de la fe, sin temor alguno que
Jesús nos ve”.

144
Todas estas cosas me las dijo un loco recluido en el hospital
psiquiátrico de Barquisimeto. Creo que además de loco es un poco
obtuso. No me parece que haya comprendido con prístina claridad
el sentido profundo del evangelio.

1992

145
EL HECHIZO DE LA TIJERETA

Tres puntas tiene Charles Páez.


Una hacia la ciencia y la tecnología. Por ella ha hecho estudios
académicos terminales hasta llegar a la frontera de la investigación
en ingeniería electrónica. Con ella penetra en lo desconocido y lo
desea junto con sus pares del mundo entero.
Otra hacia las humanidades. Por ella ha cultivado desde
muchacho, sin pausa, la historia, las letras y la filosofía. Con ella
ha compartido la búsqueda de los pensadores y artistas de todos
los tiempos.
Otra hacia la política como intento de participar en los
asuntos públicos al servicio de causas profundamente pensadas
y sentidas. Por ella militó adolescente en una noble empresa
aplastada por el terror de sus mayores. Con ella mordió el polvo
y saborea la amargura del outsider en una universidad sin ima-
ginación, en un país sin estadistas.
Tres puntas tiene Charles Páez. Tres puntas de un triángulo
equilátero horizontal. Pero su corazón se elevó desde el centro y
construyó una cuarta punta de tres vértices y de tres aristas para
formar el tetraedro simbólico de Platón. La metáfora del hombre
que convierte en sabiduría los conocimientos, los pensamientos y
sinsabores del vivir auténtico. En sabiduría y en poder. Un poder
de otro género, distinto del buscado y conquistado por las almas
mezquinas. Sabiduría y poder para gobernar armoniosamente la
propia vida y para irradiar estímulos hacia los gérmenes de verdad,
perfección y justicia que habitan en los jóvenes.
Abierto a lo humano universal, atento a las luchas de la
humanidad actual con observación participante, tiene su sede en
Mérida. Mérida desde la Sierra Nevada hasta Barinas y hasta el
Lago de Maracaibo; por la Sierra Nevada hasta Táchira y Trujillo,
en redondo hacia todos los caminos del mundo. Mérida, donde
es gloria vivir y consuelo morir. Mérida con su forma ruda y ex-

147
traña de ser maternal, con su ternura tosca de madre sin afeites
ni modales postizos. Quiso cantarla.
Pero Mérida es multifacética, polisémica, plurivalente, ple-
tórica de esplendores diversos cuya unidad originaria es inefable.
¿Cómo cantarla? Canta, oh musa la dispersión de la belleza y su
luz única, yo envuelto y traspasado por ella, turbado te lo pido.
La punta científica de Charles Páez exploró los discursos
precisos de la geología, de la botánica, de la zoología, de la po-
tamología y la hidráulica, de la edafología, de la meteorología y
de la geodesia en todo lo que saben decir acerca de Mérida. De
tal estudio podía surgir un tratado científico interdisciplinario.
No un canto.
La punta humanística de Charles Páez reunió y amplió sus
conocimientos de historia regional, repasó los letrados, artistas
y pensadores locales, se sumergió en la cultura popular, desveló
los trabajos de las ciencias sociales. De tal estudio podía surgir un
ensayo tal vez luminoso. No un canto.
La punta política de Charles Páez revivió sus propias luchas,
las comprensiones y visiones que el poder partidista dominante
excluye de su praxis, los anhelos del pueblo confundido y des-
orientado por demagogos, la riqueza millonaria de posibilidades
que bulle en las virtudes de los campesinos y ciudadanos. De tal
estudio podía surgir un discurso político capaz tal vez de encender
apagadas hogueras. No un canto.
Desde su corazón elevado a cuarta punta de tetraedro vio el
panorama. Por cualquiera de las tres puntas anteriores, la mirada
era parcial, y aun combinando el trabajo de las tres quedaría por
fuera su vida íntima familiar que, sin embargo, estaba entretejida
con todo eso. Quedaría por fuera también su intimidad secreta
que, sin embargo, se comunicaba por mil arterias y venas con
la intimidad telúrica de Mérida. Más quedaría por fuera su yo
cogitante, epifenómeno tal vez de la unidad inefable.
Aporía. Perplejidad de canto paralizado.
Pero entonces apareció la tijereta. Tijera pequeña. Doble
zarcillo de las vidas. Cortapicos. Manera de golpear el balón
haciendo un movimiento con las dos piernas, Charles Páez fut-
bolista, parecido al hecho con unas tijeras al manejarlas. Decir

148
tijeretas, porfiar tercamente. Tijeretas han de ser. Ave migratoria
con la cola y las alas en forma de tijera, pico plano cortante. Vie-
ne de muy lejos, vuela hacia muy lejos; pero al pasar por Mérida
recorta la velocidad, gobernada por una fuerza centrípeta, corta
una trayectoria lenta en espiral expansiva oeste norte este sur
oeste, Mucubají, Lagunillas, Timotes, Pedraza, San Cristóbal y
acorta camino hacia Bogotá.
¿Qué fuerza misteriosa atrapa así su vuelo y la hace tijere-
tear de esa manera? Hace siglos algunos indios comprendieron
una intuición extrañable. Supieron quién hacía el signo y lo
siguieron, lentamente. Marcaron su camino con petroglifos,
poemas indelebles. Allá lejos en el lugar marcado, se sembraron y
florecieron en canciones de oro. Al correr de los años regresaron
de nuevo como guías para los fundadores de ciudades. Al correr
de los tiempos regresaron de nuevo con la antorcha comunera
que nadie podrá extinguir. Al correr de los años regresaron con
Bolívar y en el centro de la espiral proclamaron por boca de ese
solo heraldo la palabra libertad.
Mientras tanto, la tijereta sigue cortando su ruta, sigue
cortando los tiempos, sigue dando testimonio de un germen
intemporal que genera el signo del destino. El soñador sueña el
sentido de la espiral desde las flores de oro de los páramos, oro
de carne y savia. El despierto quiere llegar al germen.
El tetraedro de Charles Páez se envolvió en la espiral,
rompió las propias estructuras, abolió los límites de disciplinas
y géneros, se hizo blando para los impulsos germinales, aceptó el
despliegue de la diversidad multifacética, polisémica, plurivalente,
abrigada en la unidad inefable, hasta convertirse en este canto
que Mérida se canta a sí misma por su voz encantada.

1992

149
EL ALMA COMÚN DE LAS AMÉRICAS

Yo hablo en voz muy baja, por eso tengo que usar este mi-
crófono, si no, no me oyen. Yo, reconozco y, ¡agradezco! la señal
de estimación que me hacen por venir a oírme, pudiendo hacer
muchas otras cosas, tal vez más interesantes en esta misma hora...
A menos que alguno de ustedes se haya equivocado, creyendo que
es alguna presentación de planchas o algo así... de modo que les
recuerdo que ésta es una conferencia para exponer ciertas ideas
sobre América y no hay nada que ganar probablemente aquí.
Estoy hablando en situación físicamente incómoda porque
esta mesita y esta silla fueron puestas así de urgencia a última
hora y además estoy... además del nerviosismo que me produce
siempre hablar en público... porque tengo dos hojas de puerta
que están sostenidas precariamente sobre unos papeles... si se
sueltan me dan un golpe a mí... ahora, estoy calculando que el
golpe me lo darían en el hombro, de modo que no sería un golpe
mortal... pueden soltarse...
Voy a hablar con mucho cuidadito, sin accionar, porque
si acciono voy a tocarlas y al tocarlas me pegan... Quizás sea eso
simbólico: que yo deba hablar sobre América en estas condicio-
nes...
El tema de mi conferencia es “El alma común de las Amé-
ricas”... Yo había pensado inicialmente escribir la conferencia, y
muchas veces he leído conferencias escritas con anterioridad, pero
hay algo en una conferencia que es diferente de un artículo y es
la posibilidad de comunicación directa con el oyente... De modo
que voy a hacerlo más bien ayudado sobre la base de una chuleta
que traje para una exposición, así, improvisada... y dando ocasión
al final de que pueda haber preguntas, objeciones, críticas...
Fíjense que eso del “alma común de las Américas”, yo digo
“las Américas”, porque ese plural está inspirado, por una parte,
por la geografía, donde se dice “América del Norte”, “América

151
del Centro” y “América del Sur”; también tiene que ver con la
cultura, donde se dice “América Latina”, “Angloamérica”... esas
distinciones, en cuanto a “América Latina” que fue una designa-
ción inventada por los franceses cuando tenían interés en tener
poder político y militar sobre América en época de Maximiliano...
Se distingue “Iberoamérica“... en dos partes: “Luso-América“ e
“Hispano-América“... estando nosotros en “Hispano-América”...
hay un problema con el “Caribe”... no hallan como llamarlo
y para incluir el Caribe “Latinoamérica y el Caribe”... debido
a su complejidad tiene ese nombre separado. Y también por
unos asuntos lingüísticos se dice “América de habla inglesa”,
“América de habla española”, “América de habla portuguesa”...
Y también hay una pluralidad en la designación de América... de
origen como... histórico, podría decirse y se la llama, “América
pre-colombina”... lo cual en cierto modo es como... un absurdo...
porque antes de Colón no había “América”...
Aunque la designación de “América” está ligada a un geógra-
fo italiano... habiendo triunfado ese nombre en América; cuando
se dicen “las Américas”, América del Norte, América del Sur... hay
un plural ahí... ese plural me resulta interesante... pero detrás de ese
plural hay un singular: “América”... es decir: el nombre común a las
tres Américas, el de “América”.
Yo mismo, en mis estudios y los estudios que he leído, hago (y
hacen) énfasis en las diferencias de América y una de las diferencias
más notorias, observadas y expuestas esas diferencias, es la que
hay entre Norte-América, particularmente los Estados Unidos de
América y la América Latina, nombre éste francés que por fin ha
triunfado e impuesto y se dice “Latinoamérica”... ¿no?... Cuando
uno dice “americano” en Europa se entiende que es de los Estados
Unidos de América; para que sepan que uno es de Suramérica,
hay que decir que es de la América del Sur, “suramericano”... y
a mí me parece que es comprensible que haya esa cantidad de
diferencias...
Sin embargo, yo no voy a centrar mi exposición sobre las
diferencias, sino sobre las semejanzas, sobre la igualdad... el tema
me es extraño a mí mismo, que también estoy acostumbrado a
ver las diferencias... pero me ha sorprendido, en los últimos

152
años, el enorme parecido... yo pudiera decir: la igualdad que
hay entre los Estados Unidos de América, capital Washing-
ton, y nosotros... y me ha sorprendido porque contradice lo
que nosotros vemos que es una enorme diferencia además,
diferencia de interés... en fin... para hacer más comprensible
lo que yo quiero expresar, voy a decir lo que yo entiendo por
semejanza y por diferencia.
Yo creo que, en los asuntos humanos, todos los hombres
somos iguales, en cuanto a que pertenecemos a la especie hu-
mana; entonces, todas las características de la especie humana
están presentes en cada individuo, cualquiera que sea su cultura,
cualquiera que sea la época histórica... hay que partir de una
especie de unidad de la especie humana, en todas sus caracte-
rísticas, presentes en todo hombre... El extremo opuesto de esa
unidad específica y esa igualdad en que todos los hombres son
iguales porque comparten las características de la especie, está el
individuo... ahora... un individuo tiene todas las características
de la especie, más lo que él haya desarrollado en su individua-
lidad; esto es característico de la especie humana... y en esto se
diferencia de las demás especies conocidas... característico esto,
que un individuo puede diferenciarse mucho de otro y puede
hacer cosas inesperadas... un caballo no llega a diferenciarse
muchísimo de otro caballo... Schopenhauer decía que el gato
que maullaba sobre el techo de la casa en que él estaba, era el
mismo gato que maullaba en Egipto... es decir, no llega a haber
un apartamiento... una novedad... una acumulación de rasgos
distintos de los que son comunes a la especie en los animales...
en cambio en el hombre sí, es evidente para todos nosotros que el
desarrollo de una individualidad, por encima de las características
universales y comunes a la especie, puede ser gigantesco... tengo
la experiencia de conocer personas geniales, muy creativas, o
personas sumamente originales en su manera de comportarse...
El filósofo danés Kierkegaard decía que en el hombre el individuo
tiene primacía sobre la especie y en los animales la especie tiene
primacía sobre el individuo... es decir, que cada individuo en
una especie es un ejemplar de la especie... un ejemplo, un caso
particular, muy parecido a los demás, mientras que en el hombre

153
el individuo alcanza una diferencia tan grande que, según él, en
la especie humana el individuo tiene primacía sobre las caracte-
rísticas que son comunes con todos.
Ahora bien, entre lo que es la especie, común a todos los
hombres y lo que es la diferencia individual, lograda a veces en
forma espectacular por ciertos ejemplares de la especie humana,
hay una gama de semejanzas y diferencias, por ejemplo: las que son
dadas por la cultura, es decir, además de las características comunes
con todos los hombres de la especie humana, una persona tiene las
características comunes de las que han sido educadas en un mismo
ámbito cultural, o en una misma época histórica, eso también es
común... El asunto está, entonces, en qué nivel se sitúa uno cuando
va a hablar de la igualdad o de la diferencia entre hombres o entre
naciones o entre partes del mundo o entre culturas, en qué nivel va
a poner uno aquello... si lo pone en el nivel de la especie humana
tiene que retroceder, ante la posibilidad de abarcar diferencias,
todos nosotros somos iguales... si lo pone en el nivel del individuo
tiene que retroceder ante la idea de ir a decir que todos los hombres
son iguales, al contrario, habría que decir que cada individuo es
diferente, que cada hombre es algo único, irrepetible, singular...
ahora... si se pone en el nivel de la cultura... entonces habría la
similitud de pertenecer a una cultura y, especialmente, de hablar
una lengua determinada... y dentro de ese ámbito, entonces,
señalar diferencias... las diferencias entre los Estados Unidos de
América, el Canadá, el Caribe, la Argentina y todos los países
que ocupan este Continente... esas diferencias, sin duda que
son enormes cuando se plantean en el nivel de la cultura, el
nivel político y sobre todo en el nivel de las relaciones que,
entre nosotros, han sido dolorosas sobre todo con los Estados
Unidos de América...
Hay una aversión justificada, justificada en primer lugar
por una especie de resentimiento... cuando Humboldt estuvo
en América y visitó América del Sur y América del Norte vio
que estos países que, hoy, se llaman “Latinoamérica”, eran
mucho más cultos y refinados que unas factorías que encontró
en Norteamérica... y al cabo de un siglo: el desarrollo poderoso
de la industria, de la economía, de la milicia americanas hizo

154
que estos países quedaran en condiciones de inferioridad con
respecto a ellos y que pudieran ser manipulados y controlados
por ellos; además de que hubo una expansión territorial de los
Estados Unidos hacia el sur que tomó parte de México, parte de
las Antillas, literalmente, con ejércitos y luego una conquista,
por otros medios, de los territorios que están más al sur... y esto
justifica, pues, esta especie de resentimiento con respecto a ese
país, más atrasado que nosotros hace siglo y medio, que se volvió
una potencia mucho más fuerte que nosotros y de gran impacto
mundial... mientras que nosotros pertenecemos a una cosa lla-
mada “Tercer Mundo” , que es... con seguridad... inferior... Por
otra parte ha habido agravios directos... hay también motivos de
defensa, porque continúa una actitud, por parte de los Estados
Unidos, de penetración y de dominio... con cualquier pretexto...
de modo que nosotros somos como... pertenecientes a los Esta-
dos Unidos... y nuestra dignidad en general y nuestra dignidad
histórica... la forma en que comprendemos nuestros intereses...
hace que tengamos, justificadamente una aversión a los Estados
Unidos y que estemos de alguna manera, en guerra, contra los
Estados Unidos.
Dicho esto, quiero decir que esas diferencias son de carác-
ter histórico, desdeñables, transitorias... importantes... pero no
esenciales... son superficiales.
Habría que tratar de buscar, en un nivel más profundo, lo
que hace que los Estados Unidos de América y el Canadá, que
parecen tan distintos a nosotros, sin embargo y pese a ello, pueda
yo mostrar la identidad, pudiera yo decir, quizá exagerando un
poco la cosa con esa palabra, pero justificándome también con
que pertenece al lenguaje corriente y que cuando una persona
es muy parecida a otra dicen que es “idéntico”... mentira, no es
idéntico, pero, es tan parecido que, para enfatizarlo dicen que es
“idéntico”... bueno... con esa limitación digo yo que los america-
nos del norte son “idénticos” a nosotros, como quien tiene un
hermano gemelo.
Y paso entonces a considerar esta similitud...
Entonces, mi “alma común”... yo tendría que decir un poco
sobre esa palabra “alma” ¿no?... la palabra en latín, que debió

155
pasar al español y pasó parcialmente, “ánima”, para designar la
parte emocional y afectiva del hombre y de la especie humana y
del universo, porque había también el “Anima Mundi” el “Alma
del Mundo”, que decían en la Edad Media siguiendo influjos de
Platón... Ahora... “Alma”... no decimos “Anima” sino “Alma”...
esa “Alma”... claro, debe interpretarse como una derivación de
“Anima”... sin embargo la palabra “Alma” existe en latín y signi-
fica “nutricia”, lo que nutre, lo que alimenta. La palabra “alma”
está ligada con la palabra “alumno”: “el que es alimentado por
otro”... intelectualmente en el caso de los estudios... y, el que es
alimentado por una nodriza, por ejemplo; de modo que el “alma
común” de América, etimológicamente sería lo que alimenta la
totalidad de América en ese nivel de lo... afectivo y emocional.
Pero claro, sabemos que todos los contenidos del hombre tienen
expresión en el ámbito de lo emocional.
Entonces voy a señalar siete rasgos... en que... ¡todos! los
habitantes de América son idénticos:
Primero: en que el estrato dominante, en todos los países
de América, es criollo... esto no tiene excepción... “criollo” quiere
decir que ha nacido la gente en América, pero tiene ancestros
extranjeros... y más concretamente europeos... entonces: “criollo”
quiere decir que los ancestros son europeos, pero que la persona,
en particular, nació o se crió en América o desciende de europeos
mudados y quedados aquí... Entonces, el estrato dominante, que
gobierna, que ocupa los puestos importantes en la política, en
el comercio, en la guerra, es criollo... Ahora, eso de decir que
es criollo, ya plantea algo extraordinariamente importante: ser
criollo significa ya una enormidad. Basta haber vivido años en
Europa para darse cuenta con claridad de lo que uno antes no
había notado, de qué significa ser criollo. Ser criollo significa “es-
tar apartado de un origen”, “haber venido a menos” por haberse
apartado de ese origen... Tanto así que un pensador, Murena,
dice: que el Pecado Original de América y lo que causa su dolor
es que está gobernada... poseída... por hombres que abandonaron
Europa y se vinieron... abandonaron sus centros de creatividad y
hay por lo tanto, en todo criollo como una especie de nostalgia
del origen... y respeto por los lugares de origen... y una cierta

156
incapacidad para crear con independencia del origen... de modo
que está reducido como a estar buscando la manera de “estar
al día” con lo que se hace en los países de origen, que ha dado
lugar a una gran cantidad de fenómenos que yo he estudiado
durante muchos años con mucho cuidado y atención, delicadeza
y perseverancia... ¡Me alabo yo mismo! que he dicho eso... de
verdad lo he hecho... Entonces hay una serie de características
del criollo que tiene que ver con su posición con el resto de los
países... la relación con la misma Europa de los criollos de América
es algo común, tiene características similares... Viviendo yo en los
Estados Unidos me sorprendí de la identidad de las relaciones con
Europa... Entonces... es una cosa como que nosotros venimos de
un origen noble pero estamos por debajo de ese origen, aunque
estamos relacionados con ese origen... a diferencia de otra gente
que habita en este Continente... que serían los negros, los indios y
los mestizos... Entonces, no quisiera yo prolongar mucho, aunque
el tema me apasiona... ¿cuáles son las consecuencias que tiene para
la vida intelectual, artística, política... el hecho de ser criollos y que
el estrato dominante de América sea el de los criollos?
¡Bueno!... Segunda característica: que hay una relación
con culturas aborígenes... Esa gente que vino de Europa entró
en relación, de diversas maneras, con culturas que ya estaban
aquí, que si las exterminaban, que si las penetraban, que si las
destruían, que si se combinaban con ellas... pero sin duda alguna
esa relación marca a todos los habitantes del Continente ameri-
cano... el hecho de que haya unas culturas anteriores a la venida
de esos europeos y que esas culturas estén ahí y algunas estén
vivas y presentes a través de sus representantes, sus portadores y
de su gente y otras están presentes a través del mestizaje... están
presentes a través del mestizaje cultural... están presentes a través de
la influencia que tienen sus símbolos sobre el alma colectiva... esa
relación con algo anterior de América que, de alguna manera, fue
injustamente maltratado, despreciado, dominado, destruido... pero
no completamente porque la conquista allí... hay como... como
un remordimiento... como un problema sin resolver... y fíjense
que ahora, con una actitud criolla... las actitudes criollas son de
Europa Segunda y Europa Primera... el criollo se identifica con la

157
Ilustración o con las costumbres propias de diferentes países de
Europa, tradicionales... Entonces... ese “criollismo” tiene que ver
con la Ilustración o con la tradición y en ciertas partes de América
predomina una relación con la Ilustración y en otras una relación
con la tradición, pero en ambas están presentes ambas relaciones
del criollo con Europa... Entonces ahora nos encontramos con que
nosotros estamos celebrando quinientos años de la evangelización,
ahí se muestra ya decididamente, que... no está hablando América
al decirse esas palabras... está hablando un estrato, un sector, un
grupo de intereses y... claro, no puede reunirse a toda la América
bajo la celebración de “Cinco Siglos de Evangelización”... esos
“Cinco Siglos” pueden verse de manera muy diferente... hubiera ha-
bido formas más inteligentes de definir esos “Quinientos Años”...
de encuentro de culturas, de posibilidades, de cosas nuevas... no
trato más eso...
Repito entonces el segundo rasgo común a toda la gente
que vive en América... desde el Canadá hasta la Patagonia... una
relación con culturas autóctonas de América y... siempre traumá-
tica... y que ha dejado una desazón, una cuestión no resuelta...
Tercer punto común a toda América, aun en los lugares
donde no se vea aparentemente... es una relación con África,
por haberse traído muchos millones de africanos como escla-
vos... que por aquí fue así... que por allá fue de otra manera...
pero ahí está, trabada, una relación con africanos que fueron
traídos como esclavos... que se arregla, que se compone... que si
mestizaje... que participación no pública, que no... que diferen-
cia... que negritud... que nos vamos... que nos quedamos... pero
ahí está, clavada, inevitablemente, una relación ¡no resuelta!...
a pesar de que han pasado estos cinco siglos y que ha habido
mestizaje y cambios de posición y todo eso... ahí está aquello,
común a toda América... esa relación con África, una relación
traumática también y que permanece, permanece allí... de ma-
nera ¡indisimulable!
Luego, como cuarto rasgo común a toda América, el “Alma
Común de las Américas”, que incluye a todos los países de Amé-
rica... es el mestizaje étnico y el mestizaje cultural fracasados... No
ha habido en América un mestizaje que produzca un “nuevo tipo

158
humano”... ni una nueva cultura... sino que la relación entre las
diferentes culturas, o un mestizaje étnico... digamos, que se casen
los negros con blancos, indios con negros... todo el asunto del
mestizaje... no ha dado un tipo humano nuevo, no ha producido
una cultura nueva, no ha producido valores nuevos... ha quedado
en un estado de mutuo antagonismo de los diferentes elementos...
de modo que puede decirse que, sea ya por estratificación de di-
ferentes factores culturales o por diferenciación en un punto y en
otro... en todo caso ha habido un fracaso del mestizaje, ha habido
un mestizaje fracasado, tanto étnica como culturalmente... Eso es
común a toda América.
Quinto punto: la falta de Estado. En América no hay Es-
tado... tengo que explicar esto, porque comprendo que debe ser
sorprendente, puesto que todos estos países son... “estados”...
Entonces tengo que definir y explicar por qué digo yo eso, que
no hay Estado: yo entiendo por “Estado” la configuración, en
instituciones de un modo de ser colectivo... eso entiendo por “Es-
tado”. Un pueblo que se desarrolla, tiene ciertas características,
experiencias históricas, tiene... sobre todo, creación artística... y es
decisivo eso en el desarrollo de un pueblo y poco a poco va con-
figurando estructuras y organizaciones, que se llaman “Estado”...
Pero en América no hay Estado en ese sentido, sino que hay una
estructuración, parecida al Estado, pero que no corresponde al
desarrollo de estos pueblos, sino que representa a otros pueblos
de otra parte; por ejemplo de Europa... o una aspiración a cierta
manera de “ser pueblos”... y esas estructuraciones, que llaman
Estado, del quehacer colectivo, dejan por fuera a la mayoría de la
población de todos estos países, incluyendo los Estados Unidos
de América. Todo lo que se ve como “Sistema de Instituciones”
está representando una parte, mas no la totalidad, lo cual crea una
especie de ghettos, porque las estructuras oficiales no representan
a la gente... aunque ustedes crean que en Estados Unidos sí... en
Estados Unidos hay una cosa que se llama: “W.A.S.P.” (White-
Anglo-Saxon-Protestant) y el conjunto de instituciones tiene que
ver con eso, de modo que más de la mitad de la población está
fuera de eso... hay una enorme cantidad de población de origen
negro, de origen indio, de origen latinoamericano; no asimilada

159
dentro de eso, en situaciones de no pertenecer... entonces tiene
que confrontarse como alguien dominado, peleando contra eso...
y en América, en algunos países, en Venezuela por ejemplo, las
estructuras del Estado de ninguna manera corresponden a una
forma de ser colectiva... sólo hay la representación parcial de
nuestro ser.
En esto está también lo de la “corrupción” que es tenido
por esencial y de una importancia política y económica, es algo
que debería justificar una revolución violenta... pero no es un
fenómeno esencial... en una exposición sobre la corrupción estaba
presente el profesor Gianfranco Spavieri y dijo que todo lo que
estaban diciendo ahí se practicaba en Italia, y con las mismas
características, y en mayor grado, y sin embargo, Italia es un país
que ha logrado enorme prosperidad en los últimos tiempos,
después que estaba “pidiendo limosna” después de la guerra; en
la miseria conocí yo a Italia y hoy es un país enorme, próspero
y, a pesar de todos esos fenómenos de corrupción, ha alcanzado
la prosperidad... decía el profesor Spavieri, con razón... Pero
debe haber otra razón... ¿cuál será?... es posible que sea que en
Italia sí hay Estado, en Italia sí hay una especie de configuración
institucional que representa a la totalidad del pueblo italiano,
de tal manera que se sienta pertenecer a eso y no sienta que son
estructuras hostiles.
Ligado con ese quinto punto... el sexto punto es la pre-
sencia de un Discurso Salvaje... Entiendo por Discurso Salvaje
una oposición, sorda, continua y astuta a cualquier plan que se
haga del orden colectivo y... responde ese Discurso Salvaje, en
su parte mental, en la medida en que se conjuga, y esa conducta
salvaje en la medida en que se manifiesta en acto, corresponde al
darse cuenta de que la eticidad colectiva no existe, o sea, que el
supuesto Estado no es ningún Estado, sino un aparato opresor,
diferente, que no representa los intereses comunes de la gente,
sino que deja siempre a la mayoría de la población por fuera. Es
un aparato que es... asaltado, tomado por asalto... apropiado por
asalto democrático por grupos que no tienen ni la menor idea
de lo que significa la eticidad colectiva.

160
Ese Discurso Salvaje se manifiesta en una oposición a la
eficiencia; y el hecho de que los Estados Unidos de América hayan
progresado mucho en su tecnología... pudiera hacer creer que allá
no existe ese Discurso. Sí existe, poderosamente... enorme... lo
que pasa es que el otro Discurso sigue dominando y éste queda
como discurso en oposición... Él surge continuamente en toda
clase de movimientos... en el campo del arte... en la literatura...
artes plásticas... y también en el campo de la política y luego en
actitudes personales... Para mencionar un solo movimiento de
esos: el “movimiento hippie”... y además los movimientos de
orden musical y artístico, en la medida en que se han podido ma-
nifestar, son contrarios a la organización dominante del Estado...
contrarios y opuestos; de manera que hay un enorme fermento de
rebeldía... y es más amenazante para el sistema norteamericano
que todos los países del mundo que se aliaran contra él... es más
peligroso para él que nosotros... es la propia resistencia interna,
el propio Discurso Salvaje...
Entre nosotros el Discurso Salvaje tiene tales características
que uno, prácticamente, no puede hacer nada... cualquier em-
presa que se inicie... no llega lejos porque hay una oposición a la
misma... ¿Por qué hay una oposición?... Porque es una empresa de
embuste, por no representar los intereses de la mayoría... puede
marchar, caminar durante cinco años, diez años, durante quince
años, durante treinta años... pero no creo que alcance más allá
de una generación, nunca en América... porque no representa
a la gente... Cuando la esperanza le haya dado cierto valor... la
marcha de los acontecimientos demuestra que eso no es así... y
continúa, mientras tanto, actuando ese Discurso Salvaje.
Y como séptimo punto, común a toda América, en mi
manera de ver las cosas, es una esperanza y una ilusión de nove-
dad, siempre ha habido eso. La esperanza de que, dadas todas
estas condiciones, de las cuales yo he hablado, pueda surgir en
América... algo nuevo... y que América encuentre soluciones que
son convenientes para el mundo, porque el mundo ¡todo!... ya no
visto por países separados que tienen Estado o no tienen Estado,
visto en general, es parecido a América, o sea: tienen unos sectores
dominantes que no representan a la mayoría de la humanidad y

161
hay una pluralidad, una heterogeneidad cultural y un mestizaje
frustrado... muchas cosas características, no ésa de los criollos
que es muy característica, especialmente de América...
Y esa esperanza de novedad se convierte a veces en una
ilusión de novedad, o sea... la creencia de haber inventado algo
nuevo, o de estar inventando algo nuevo, cuando en realidad lo
que se está haciendo es algo característico del primer orden (¿el
de la Europa Primera?) que tiene que ver con Europa... en todo
caso... ¿cómo será eso? Para darles un ejemplo... porque puede
ser que no entiendan esto... estaba estudiando... estaba traba-
jando... en un postgrado... un profesor de Mérida... notable...
distinguido, un científico... en la Universidad de Princeton,
de Estados Unidos, una de las universidades más notables... él
tenía varios años que iba, volvía a Mérida, iba a trabajar allá y
notó, en el curso del tiempo, que no había relevo, los profesores
eran eminentes profesores que habían venido de Alemania, de
Francia, de Inglaterra y no había relevo, se formaba gente allí, se
profesionalizaban y se iban a trabajar en las industrias, en el co-
mercio... entonces él le preguntó al Rector... le dijo: “mire Doctor,
yo me he fijado que aquí estos profesores, alemanes, franceses,
italianos, ingleses, están así como envejeciendo... se irán a jubilar
pronto... o a morir y no veo el relevo”... y el Rector le respondió
inmedia-tamente: “el relevo está ahorita allá, en París, en Berlín,
en Londres, en Roma, están estudiando allá”... “¿cómo va a ser?...
¿ustedes mandaron estudiantes?”... “No, están estudiando allá por
su cuenta, cuando esta gente se vaya a jubilar nosotros manda-
mos unas comisiones allá... gente joven, esos profesores les dan
ofrecimientos de trabajo que no pueden rechazar... de modo que
sustituimos las élites científicas con los propios europeos nuevos
que volvemos a traer... no necesitamos formar aquí gente espe-
cial”... Esta es una actitud completamente de criollo, es decir,
el asunto viene de Europa... ¡Es curioso eso! Cuando uno ve
que hay tantos inventos y tantas cosas en los Estados Unidos,
tiende a creer que hay algo nuevo... y no hay... y nosotros, por
ejemplo, también tendemos a creer que hay algo nuevo... en
arte... literatura, cosas así... nos ilusionamos... Ese es el efecto
con cosas como “el barroco” en la literatura latinoamericana,

162
el “realismo mágico”... cosas así... No ha habido en América,
salvo indicios de algo... una cuestión verdaderamente nueva.
¿Por qué?, porque nosotros somos por una parte criollos, con
todos sus problemas, por otra parte somos autóctonos de Amé-
rica, con todo lo que eso significa, también somos africanos,
aunque no vemos siempre esa tendencia... Tenemos en nuestra
alma común un mestizaje frustrado, no tenemos Estado que nos
represente y... lo que nos queda es un Discurso Salvaje y una
actitud de obstrucción, interrumpida a veces por la esperanza,
por la ilusión de novedad...
Esto es lo que pienso decir... si me quieren preguntar algo...
me gustaría mucho responder o... dialogar sobre eso. (Véase nota
final).
Respuesta a la primera pregunta:
Lo común de nosotros es la... heterogeneidad... o sea, que....
lo común del alma americana es que no hay alma común... hay
una contradicción de cosas, claro, existe la esperanza de que de
ahí podría salir una cultura nueva, por ejemplo, grandes creacio-
nes, yo así.. ¡lo espero! también y a veces me ilusiono, pero, de
hecho, no hay nada de eso...
Respuesta a la segunda pregunta:
Hay muchas cosas que no sé, pero, una, yo la sé... En primer
lugar te digo que no... nada es inevitable en tanto ser humano,
ha sido inevitable que algo se produzca, pero no es necesario que
continúe así, las cosas siempre pueden cambiarse, sin duda alguna...
Yo sé que no es por vía de los planes que hasta ahora han hecho las
ideologías políticas, los partidos políticos, los militares de América y
los industriales, que por ahí no es la salida... Y esa cosa de las raíces
indígenas que nos encontramos aquí en el Museo de Arqueología,
yo... personalmente pienso que debe ser estimulada y buscada en
su parte profunda, entrañable de nuestro ser. El identificarse con
esas raíces, como para tener un proyecto basado en ellas dejaría por
fuera... aquella parte de nosotros... ¡enorme! que vino de Europa y
que forma parte, entrañable de nuestro ser... Volverse uno europeo
completo, restaurar el orden también deja por fuera a los indios,
a los negros; o sea que yo... personalmente, pienso, que aquí la
salida no está en manos de los políticos ni de los economistas...

163
sino de los artistas... pienso eso con enorme claridad, para mí es
absolutamente claro que Grecia es hija de Homero, que la Italia
que nosotros conocemos ahora es hija de Dante y que la Alemania
que nosotros conocemos es hija de Lutero, de Goethe y de los
escritores que empezaron a escribir en un idioma común... Yo
veo que es solamente el artista, el artista plástico o el artista de
la palabra o el músico, el que puede llegar a una cosa nueva, a
una síntesis nueva, a una nueva formulación...
El reflejo de una identidad americana en formas de Estado,
de una eticidad... Entonces, el gran peso aquí recae sobre los artis-
tas, a través de un trabajo artístico, que no puede ser planificado,
favorecido ni estimulado, que no puede ser esperado, como quien
espera un Mesías, sino que él... no sé, hay un misterio en eso, yo
creo que en el arte hay un misterio y que en ese misterio está la clave
incomprensible... de una posible identidad futura de América...
El discurso político de América es la continuación de esta
pluralidad, de esta heterogeneidad... deja por fuera más de la
mitad, es terrible ¿no?, no hay una cosa que sea representación
común de todos.
Ahora, en mi observación y en mi estudio de la Historia
Universal, hasta donde he podido observar en los muchos años
que he vivido ya... yo veo que el asunto es por el lado del arte...
De modo que si de alguien puede esperarse eso (pero no en el
sentido de estársele imponiendo con un: ¡apúrese pues, haga
eso!) es de los escritores, poetas, de los artistas plásticos, de los
músicos... su creatividad con otros instrumentos, por ejemplo: en
el cine, todo lo que esté a su disposición en el cine, en cuestiones
de electrónica... es decir el uso de todos los materiales que estén
a su disposición, pero que el trabajo es difícil ¡no! .. Y si de mí
dependiera, yo favorecería el trabajo de los artistas, en todos
los campos... y eso no porque yo crea que favorecerlos daría
resultado, podrían burocratizarse y quedarse también... Alguien
que protege a los artistas los convierte en una cosa así de tener
sueldo fijo y cosas de esas... y no porque yo crea que el arte
necesariamente es hijo del dolor, pero es visto que los grandes
artistas como que son capaces de producir en condiciones muy
incómodas... Dante escribió “La Divina Comedia” arrimado, en

164
casas de amigos, en sitios... viviendo pobremente en pensiones... no
digo yo que sea necesario que eso sea así, pero lo que digo es que, el
sólo hecho de que los artistas tengan garantizada su comodidad... en
cuanto a no preocuparse por los problemas económicos, no garantiza
que vayan a hacer grandes obras de arte... puede salir una cosa así
como el “Realismo Socialista” o eso... En nosotros no conduciría a
nada firme... El “Realismo Socialista” dejaría por fuera las esculturas
de los indios que son... no correspondientes al tamaño de la figura
humana, sino aplanaditas...
Cuando querían ayudar a una señora que hacía cerámica
en La Mesa de los Indios le llevaron el “Canon” de Policleto
para que corrigiera esas estatuillas así, achataditas y anchitas,
para que viera ¿no?, que el tamaño del cuerpo humano debe
ser siete veces la cabeza... la distancia entre el nacimiento del
pelo y el nacimiento de la nariz debe ser de igual tamaño de la
nariz y ese igual también es la distancia entre las fosas nasales
y el mentón, cosas así... se lo llevó el director de Corpoandes...
y le llevó un horno que podía graduar la temperatura para que
no siguiera quemando esas estatuillas amontonándoles leña en-
cima y quemando esa leña durante tres días; porque... las piezas
quedaban irregularmente cocidas... ¿ah?. O sea que, hay, en los
planes que se hacen de ayudar a los artistas cosas muy parecidas
a esa, ¿no?... y el arte no puede existir sin libertad y esa libertad
tiene que ser ilimitada... no debe haber ningún tipo de exigencia,
entonces, creo yo, que le convendría, quizá, al arte, ser rebelde...
no formar parte de ningún CONAC, ni de ningún INCIBA, no
depender de eso... aunque también comprendo que tienen que
utilizar esos recursos, sobre todo en ciertas formas de arte que...
de ninguna manera podrían hacerse sin grandes contribuciones
económicas, como el cine, muy caro está... Y ahora la pintura
está carísima, ¿no?.. basta preguntar cuánto cuesta un tubo de
pintura... ¿no? Yo digo eso es porque yo estoy más cerca de los
que escriben y... uno en última instancia se puede conformar con
una resma de papel... y hasta pueda conseguirla ya imprimida y
escribir por el dorso, de papel ya utilizado, un lápiz, un bolígrafo...
que... necesita menos, pero todos los demás artistas sí necesitan
muchísimos recursos.

165
Respuesta de la tercera pregunta:
No veo cómo... cada una de esas cosas obstaculizan la otra...
la herencia europea es contraria a la herencia indígena... no... se
combina... no veo yo como pudiera combinarse, además no ha
habido intento serio de combinar eso y los resultados de la mezcla
espontánea creo que han fracasado, no... no ha habido... ha habido
ciertos resultados, ciertas manifestaciones, pero no así... que dé lugar
a una eticidad... a que haya unas estructuras estatales, representati-
vas, o sea, que sean frutos del ser colectivo... sino un... aparato ahí
montado así, que representa intereses de una parte... y también de
una parte extraña a nosotros además. Puede ser que gran parte de
lo que esté representado ahí sea... ¡ajeno a la totalidad! de todos
estos ingredientes de América... pero... no es que sea yo pesimista,
sino que veo que la situación es difícil y que es bueno verla ¿no?...
no es bueno engañarse... verla con toda su plenitud... yo he tratado
de analizar eso desde muchos puntos de vista, por ejemplo... no es
que me esté haciendo una “cuña”, para eso no es necesario hacer
“cuñas”, puedo decirlo abiertamente que he analizado eso en Europa
y América en el pensar mantuano, por ejemplo; esas relaciones del
criollo con la metrópoli.
Bolívar fue a España y compró unos zapatos que solo po-
dían ponerse los que tuvieran el título de Conde, unos zapatos
con un espejito... y lo arrestaron... porque en su problema, él
quería parecer Conde ahí, como los españoles... pero así están
los intelectuales creyéndose franceses, ingleses, italianos... y luego
viene una cosa de tipo popular también, hay sectores de América
que quieren ser más europeos que los europeos... es espantoso, es
notable aquello... especialmente en los extremos del continente,
en el extremo sur y en el extremo norte, el Canadá, es espantoso,
pavoroso... ¿no?... tiene una cosa que choca a nosotros, que esta-
mos en el medio y que tenemos lo mismo pero... de otra manera,
así como más mitigada, digamos, como mejor humor ¿no?, en
tomar tan en serio el asunto.
1992

Nota: las preguntas hechas al conferencista no serán transcritas por dificultades


de audio. Sólo se transcriben las respuestas.

166
CARTAS A MELANIE KLEIN

Et j’ ai joué de bons tours a la folie.


Rimbaud

El autor
Quien lea este libro tendrá que medirse con la inteligencia
de Rangel Crazut, su autor. Tarea fácil, en apariencia, porque el
autor finge limitarse a entregar unos manuscritos recibidos de
Ángel Cruz el 8 de enero de 1977, y porque el lector pudiera
contentarse con la lectura superficial, entretenida y amena, de
unas cartas y un ensayo de Ángel Hinkend, abuelo de Ángel Cruz,
escritos en Churuguara, Estado Falcón, entre 1920 y 1925.
Tarea difícil, en realidad, porque la inteligencia del autor
se despliega en varios niveles que van desde la concepción psi-
coanalítica del hombre y en particular del niño hasta la más in-
trincada antropología filosófica, pasando por una fenomenología
despiadada de la condición humana. La secuencia de las cartas y
el ensayo complementario conmueven, sin escape posible, estratos
fundamentales de la mente del lector obligándolo a la reflexión, y
estratos profundos de su estructura afectiva poniendo en peligro
los asientos de su equilibrio psíquico.
Difícil en verdad, tras la cuidada prosa –parodia a veces
sutil, a menudo exacerbada del estilo científico– acechan la sátira,
la ironía, el sarcasmo; a la vuelta de una frase inocente puede
mordernos sin amago la burla más cruel; un adjetivo inusitado
revela el doble sentido de afirmaciones que antes parecían sim-
ples; la seriedad de convicciones generalmente compartidas estalla
en carcajadas al ser destruida por una comprensión más alta. Sin
embargo, algo omnipresente en el libro impide que el lector se
sienta maltratado, rechazado, despreciado, vejado: el humor chis-
peante del autor, humor alegre y saludable que puede ser siempre

167
compartido con deleite y produce amistoso interés por conocer
el pensamiento de fondo bajo los juegos del ingenio.
Tarea dificilísima, sobre todo si se considera que el autor es de
esas personas que, según el dicho popular, vienen o ya han regresado
cuando uno va. Esta característica pudo haberle causado graves pro-
blemas con los demás y, sobre todo, consigo mismo. Necesariamente
ha vivido y vive entre personas por lo general menos veloces que él.
Pudo ser presa de la arrogancia, el hastío y los conflictos generados
por el resentimiento de los otros. Pero encontró una salida: la acti-
tud lúdica; juega como buen prestidigitador con objetos mentales y
verbales considerados preciosos, sin quebrarlos nunca de verdad y sí
sólo relativizándolos y ayudando a quitarles la falsa gravedad.
Pudo encontrar esa salida porque tiene, además de las
virtudes dianoéticas, otras virtudes, las de la calidad humana,
y sabe reconocerlas y estimarlas en los demás por encima de la
opacidad retórica. Conoce como nadie el valor de la amistad y,
como nadie, es generoso. Hacer frente a su inteligencia es tarea
difícil, pero grata.

La historia y los personajes


El autor de las Cartas a Melanie Klein y los equinoccios
concomitantes es, según la ficción de Crazut, Ángel Hinkend. Era
extranjero; tal vez austríaco o alemán, quizá holandés. Vivió en
Churuguara, Estado Falcón, donde asombró a los aldeanos con
sus muchos saberes y destrezas. Fungió de médico, físico, químico
y filósofo. Hablaba con fluidez las principales lenguas de la Eu-
ropa occidental. Fue importante en el acontecer de Churuguara
y de las ciudades circunvecinas. Murió en condiciones extrañas.
Lo encontraron muerto en el fondo de un barranco y no se supo
si por accidente o por homicidio.
Su hija Angelina Hinkend de Cruz sintió siempre por él
gran respeto y admiración; lo amó con veneración. Fue ella quien
conservó sus manuscritos y al morir en 1956, los legó a su hijo
Ángel Cruz, quien no los entendió, pero los consideró importan-
tes y se los dio a Crazut en 1977, antes de irse a Centroamérica,
donde temía o esperaba morir. Quiso que sólo la noticia cierta
de su muerte autorizara a Crazut para publicarlos.

168
Ángel Cruz recibió versiones contradictorias sobre la vida
de Ángel Hinkend, su abuelo, a quien no conoció personalmente:
su madre Angelina se lo presentaba como sabio y filántropo, mien-
tras que su padre le contaba una historia muy diferente. Según
su propio yerno, Ángel Hinkend como médico, físico, químico
y filósofo no pasaba de ser un vulgar charlatán que explotaba la
ignorancia y la ingenuidad de los aldeanos. No vino a Churuguara
por filantropía, sino por encargo de la Casa Blohm de Ciudad
Bolívar, con el objeto de buscar en la Sierra del Estado Falcón las
ruinas de un pueblo llamado Hitoua, donde Ambrosio Alfinger
había enterrado una inmensa fortuna de esmeraldas. Acaso, lo
mataron tratando de arrancarle el secreto de las esmeraldas.
Ángel Cruz era tan poco instruido que vino a saber quién
era Melanie Klein en 1961 cuando ella murió y los periódicos
reseñaron su vida y su obra. De ahí sacó que las cartas debían
ser importantes.
De la lectura de las cartas mismas surge una imagen ines-
perada y asombrosa de Ángel Hinkend. Leyendo entre líneas se
ve que tuvo una participación destacada en el movimiento psi-
coanalítico de principios de siglo y que conoció personalmente
a sus más distinguidos representantes comenzando por Freud,
el maestro. Trata a Melanie Klein en términos cordiales y hasta
cariñosos pero como quien se dirige a una compañera de infe-
rior jerarquía científica; se permite instruirla y darle consejos, y
le comunica como a una discípula los resultados de sus propias
investigaciones.
No explica por qué abandonó los círculos académicos de
Europa, ni por qué escogió a Churuguara como residencia, una
aldea tan ajena a la ciencia y tan amiga de la violencia. Sobre lo
primero, sin embargo, puede conjeturarse que quiso distanciar-
se físicamente y no sólo mentalmente del maestro. Las críticas
más agudas y certeras que se han hecho a Freud están en estas
cartas, críticas a Freud como científico y como persona. Sobre lo
segundo, acaso quiso el estímulo del peligro para sus reflexiones:
nadie puede vivir en Churuguara y no sentir el acecho continuo
de la muerte cruenta generadora de lucidez.

169
Las ideas
De muy rico en ideas, de opulento, pudiera calificarse este
libro. Cuando se le relee con atención se descubre, además, una
arquitectura teórica de impecable coherencia. No sólo muchas
ideas contiene, sino que las tiene articuladas en torno a una
concepción central que las ilumina a todas unitariamente; tanto
así, que en una tercera lectura aparecen como el despliegue floral
de un esperma único en el óvulo de la palabra hasta la plenitud
de la obra.
No quiero robar al lector al placer de descubrir por sí mis-
mo esa concepción central. Tampoco quiero hacer un resumen
o una esquematización de esas ideas, como ciertos críticos que
pretenden hacer innecesaria la lectura del libro repitiéndolo en
forma abreviada. De todos modos, tal empresa es imposible en
este caso: las ideas forman un tejido orgánico, un encaje vivo, de
tal manera que al separarlas y reordenarlas con cualquier método
de análisis y síntesis que no reproduzca el mismo orden que ellas
tienen en el texto, equivaldría a despedazar un organismo para
comprenderlo, empresa absurda. Por otra parte, para respetarlo
debidamente habría que copiarlo exactamente, y ésa es tarea de
la imprenta.
En cambio, sí es posible y conveniente dar algunas señales
sobre el contenido e insinuar alguna interpretación para aguzar el
apetito del lector, pero como quien habla a alguien de un amigo
para provocar el deseo de conocerlo. Esa tarea sí me compete y
voy a tratar de cumplirla.
Se mantiene el respeto por Freud como descubridor de
un continente nuevo para la investigación científica, pero se
cuestionan algunas de sus tesis fundamentales y muchas de sus
conclusiones. Además, según Hinkend, fracasó como persona
porque la embriaguez del éxito deseado los apartó de sus búsque-
das fundamentales y lo hizo derivar hacia los sórdidos negocios
del prestigio.
Se mantiene un vivo interés por los trabajos de Melanie
Klein debido, sobre todo, a su concentración en el niño. Digo
sobre todo porque la lectura atenta de las cartas revela que
Hinkend no sentía mucho respeto ni por las tesis ni por los

170
métodos de Melanie Klein, sino por sus temas, los relativos a la
afectividad y la conducta del niño. Las rigurosas investigaciones
del propio Hinkend, llevadas a cabo en los más refinados centros
académicos de Europa y en Churuguara, ponen al niño como
encrucijada de todas las claves antropológicas, pero no como
lugar de traumas y complejos heterónomos, no como víctima
de ambivalencias internas y maltratos externos, sino como lugar
prístino y traslúcido para la comprensión del ser humano como
morbus naturae incurable. Sobre esa base propone a Melanie
abandonar la terapia a favor de la pedagogía.
El tono de las cartas es amistoso, a veces hasta cariñoso
con respecto a Melanie, aunque siempre condescendiente. Con
respecto al psicoanálisis es en cambio erístico, controversial y
polémico, pero sin salirse de su ámbito. El autor logra con sutil
ironía o con brutal sarcasmo dejar en claro sus diferencias. Sin
embargo, en las cartas donde informa detalladamente sobre al-
gunas de sus investigaciones, el tono está gobernado por la más
pura acribia científica.
Todas las cartas en su conjunto son una preparación para
la segunda parte del libro, el ensayo titulado Los equinoccios
concomitantes, donde despliega su concepción central. Las cartas
son heurísticas, en ellas puede seguirse el decurso de sus búsque-
das y de sus hallazgos. En ellas es, a veces, confidencial y parece
esperar de Melanie una comprensión femenina, ¿de amante?, al
par que menciona a Karl, compañero de ella, sin hostilidad. El
ensayo, en cambio, es una exposición sistemática.
Como he dicho, no voy a exponer el contenido del ensayo;
pero sí quiero referirme a una actitud del autor que me impresio-
nó mucho. Se trata de su actitud, tal como yo creí comprenderla,
ante la locura. No me refiero a los trastornos psíquicos de origen
orgánico patológico como tumores cerebrales, por ejemplo, sino
a la locura tal como ha sido tematizada por los historiadores de la
psiquiatría, por la antipsiquiatría y por la etnopsiquiatría como
rama de la antropología cultural.
El autor parece considerar la salud mental o la normali-
dad psíquica como codificación colectiva, cultural –histórica y
sociológicamente explicable, fundada en imperativos biológicos–,

171
de un estado patológico natural característico del ser humano
en su esencia. De acuerdo con eso, loco es aquél en quien esa
codificación se ha roto; loco es aquél que ha salido del refugio de
su cultura para sentir en plenitud y al desnudo la condición hu-
mana. Tal paso a la intemperie genera una angustia insoportable
que va desde el desasosiego hasta la desesperación. Los síntomas
todos de la demencia pueden explicarse como defensas diversas,
algunas codificadas culturalmente por tanto aprendibles, contra
la intemperie humana en su estado puro y originario; dado que
el retorno a la normalidad es problemático, es en extremo difícil
fingir no haber vivenciado lo que se ha evidenciado; pero cada
locura es una forma de intentarlo.
En contraste con el loco, algunos hombres sí son capaces de
soportar tanta realidad y pueden jugar con la locura sirviéndose
del humor y de la risa, tal vez también de una forma de amor
desconocida por los “sanos”. Hinkend es uno de éstos.

El estilo
Lo que más sorprende en el estilo de Hinkend es el uso
inmoderado de palabras extrañas. Digo de Hinkend porque el
estilo también es fingido por Crazut para adaptarlo al personaje y
a sus temas; en otras obras ha fingido otros estilos. Digo palabras
extrañas para referirme por una parte a los términos técnicos del
psicoanálisis en sus diversas variantes, pues, aunque algunos se
han vulgarizado, muchos pertenecen a la jerga secreta de los psi-
coanalistas profesionales.
Pero, por otra parte y de manera muy especial, me refiero a los
términos técnicos de un género de investigación que no ha llegado
ni al gran público ni a los especialistas. El autor tuvo acceso, sin
duda, a una bibliografía prohibida. Nadie ignora que numerosos e
importantes trabajos científicos han sido retirados de la circulación
o nunca fueron publicados porque contradicen peligrosamente
la ideología dominante o porque se sirven de métodos y recursos
inaceptables para los prejuicios morales de la época. Suele ocurrir
también que sean acaparados por grupos de poder económico o
político o militar en vistas a la manipulación colectiva.
172
Hinkend tuvo acceso a esa bibliografía prohibida, en el
campo de su interés. Pero con justificable prudencia se empeña
en ocultar sus fuentes refiriendo ciertos conocimientos ambi-
guamente a obras de escasa circulación, sobre todo en lo que
respecta a ciertos artilugios tecnológicos. Construye además él
mismo términos técnicos de difícil etimología como si quisiera
desanimar al lector superficial o poco culto. Parece tener en la
mira a lectores sutiles ya comprometidos en búsquedas similares a
la suya. Todo eso da a su estilo un sesgo criptográfico de singular
encanto literario.
Sin embargo, esos obstáculos verbales, puestos allí deli-
beradamente para desafiar la inteligencia del lector o exigidos
por la necesidad terminológica de la ciencia, no impiden la
captación de la concepción central y de su despliegue en la
opulenta florescencia de las ideas y temas particulares.
El decurso de los períodos, con irreprochable sindéresis,
acompaña en férrea disciplina a la marcha del pensamiento; aún
en los lugares más escabrosos del discurso mantiene la claridad
sintáctica ajena al anacoluto.

Rangel Crazut Hinkend


Una cosa es segura: nos encontramos ante la sabiduría
de un hombre que no ha vivido en vano para los intereses del
espíritu. La heterogeneidad de lo vivido ha sufrido un proceso
alquímico que la ha transmutado en quinta esencia asimilable,
alimenticia para la razón, donde el mercurio del humor atenúa
los antiguos venenos de la humana condición. Declaro que
es un esplendoroso regalo, un gesto más de generosidad por
parte de quien ha sabido darse pródigamente.
El poder de la ficción por poco nos hace olvidar que el
libro lo escribió Rangel Crazut. Pero el nombre del personaje
principal, Hinkend, nos hace recordar que a Crazut lo llaman
“El cojo” por un defecto físico, y Hinkend significa cojo. Lo de
Ángel no sabemos si es autoconocimiento o narcisismo. Será
que se concibe a sí mismo como un ángel cojuelo que curiosea
inocentemente en los repliegues del alma infantil y en los labe-
rintos del adulto.

173
En todo caso, sus amigos y sus detractores, cuando hablan
de él, recuerdan el juicio de la sabiduría popular: no hay cojo
bueno, donde bueno sugiere ingenuo, tonto, bobo, connotacio-
nes que no complacían a Alonso Quijano el bueno.

1992

174
LA SITUACIÓN CULTURAL Y LA AUTOCONSCIENCIA
DE LATINOAMÉRICA Y EL CARIBE

No hablaré de economía, ni de política, ni mucho menos


de economía política, sino de la situación cultural de Latinoamé-
rica y el Caribe, porque una red sutil de antagonismos culturales
envuelve, penetra y sobredetermina tanto las relaciones políticas
y económicas de nuestra región como la incoherente y sombría
autoconsciencia que se manifiesta en sus expresiones intelectua-
les y artísticas; incoherente y sombría cuando se la mira desde
la pasión de unidad de la razón. Y esto en mayor medida, con
más tensa intensidad y con más intrincada complejidad que en
cualquier otra región del mundo actual.
Los componentes culturales europeos, indígenas y africanos
–ya cada uno múltiple de entrada– se repartieron, combinaron y
configuraron de manera tan diversa que el resultado actual está
caracterizado por la heterogeneidad. Heterogeneidad horizontal:
en la vasta extensión territorial las diferencias se despliegan no
como variantes de una cultura, sino por el grado de participación
en la mezcla de culturas distintas en su esencia. Heterogeneidad
vertical: no hubo síntesis, sino estratificación de formas culturales
en insegura simbiosis donde cada una pugna por preservar su
identidad y todas se deforman las unas a las otras. Heterogenei-
dad íntima: la consciencia individual y la consciencia colectiva
desplazan fácil y frecuentemente sus centros de valoración; en
consecuencia, el mismo estado de cosas, cual una anamorfosis,
ofrece a la vista una imagen deforme y confusa o regular y aca-
bada según la actitud que se adopta al cambiar de identificación
cultural.
La cultura oficial es la europea occidental cristiana con
su no terminada lucha entre la Europa primera y la Europa
segunda, aunque entre nosotros con un predominio claro de la
Europa primera, porque a ésta correspondió fundar y constituir
lo que ahora son estados latinoamericanos y del Caribe, en la

175
medida en que son estados. Llamo Europa segunda a la surgida
de la revolución francesa, de la revolución industrial, de la revo-
lución electrónica, de la ilustración con su desacralización de las
relaciones humanas y el creciente desarrollo de la actitud cien-
tificotecnológica con sus mecanismos de manipulación. Llamo
Europa primera a la tradicional, anterior a la segunda pero no
completamente superada.
La cultura europea occidental cristiana, al establecerse
en América, produjo en sus portadores el sentimiento semi-
inconsciente de haber venido a menos, de ser menos. El aleja-
miento geográfico de los centros originarios y de sus fuentes de
creatividad los empobreció en efecto espiritualmente con respecto
a las metrópolis. Los cambios de éstas no podían ser seguidos
desde tan lejos sino con retardo y con disminución de calidad.
Los controles culturales debilitados por la distancia y las nuevas
experiencias con las novedades naturales y humanas del nuevo
mundo deformaron no poco los patrones de conducta y dieron
lugar a una cultura occidental cristiana de segunda, la criolla,
con graves consecuencias para la autoestima.
Por otra parte, la nueva situación abría horizontes es-
plendorosos, la posibilidad de crear nuevas formas de vida, más
ricas y poderosas que las europeas y en todo caso autónomas,
inervadas e irrigadas desde nuevos centros de creatividad.
Esto último no ha ocurrido sino de manera embrionaria y
conativa, tal vez abortiva; pero la posibilidad se mantiene abier-
ta mientras predomina el deseo de identificarse con Europa y
alcanzar su altura.
Tal situación ambigua ha producido una actitud ambivalen-
te con respecto a lo nuevo de América: estimación y desprecio,
alternativamente, por lo insostenible de la simultaneidad. Tal
actitud ambivalente, de estimación y desprecio, se puede observar
también con respecto a lo diferenciado de los nuevos países en
relación con Europa.
Las culturas indígenas de América, derrotadas y desarticu-
ladas por la invasión europea, no perecieron. Mantuvieron en
diferente medida su identidad, desde la supervivencia separada
con diversos grados de penetración hasta la aparente desaparición

176
en el mestizaje cultural donde sobreviven sin embargo como es-
tratos superficialmente mimetizados, como patrones de conducta
alternativos, como falso folklore, como niveles profundos del
alma colectiva; pugnan por no morir y ofrecen una resistencia
soterrada, astuta, lábil, incesante a la cultura criolla tiñéndola
de colores no europeos, desviándola de sus objetivos. Al mismo
tiempo, seducidas por el prestigio y el poder del dominador,
tienden a identificarse con él, a occidentalizarse, a abandonar
para siempre sus tradiciones, y esa ambivalencia las debilita más
que la esclavitud.
Los representantes de las culturas africanas, separados de
ellas con trauma, desarraigados, entremezclados por la servidum-
bre, despojados de toda soberanía y autonomía, lograron sin
embargo conservar actitudes, palabras, inclinaciones artísticas y
algunos dioses tenaces vestidos con harapos de mito y rito, girones
de memoria que buscan restaurar su esplendor desgarrado. Al
mismo tiempo, aprovechando los vientos verbales de igualitarismo
y democracia, procuran alcanzar mejores condiciones socioeco-
nómicas dentro de la cultura criolla mientras ésta les presenta
una oposición interminable apenas disimulada por el discurso
agujereado de los derechos humanos.
Los inmigrantes asiáticos contribuyen en la complicación
del estado de cosas que estamos describiendo.
Todas estas presencias culturales, o grupos de presencias,
se han interpenetrado hasta tal punto que, paradójicamente, las
regiones donde no hay negros están llenas de negros, las regiones
donde no hay indios están llenas de indios, las regiones donde
no hay criollos están llenas de criollos, las regiones donde yo
no estoy están llenas de mi alma y mi alma está llena de todas
ellas. Aun los enclaves puros son impuros.
En común tenemos todos el origen remoto; también los
indios son inmigrantes en América. Pero no tenemos Ítaca.
Estamos lejos de Ur y lejos de la tierra prometida, leprosos de
esperanza fallida, corroídos de nostalgia imprecisa.
La unidad es la pasión de la razón, dijo Kant. Nosotros
somos racionales. Pero la autoconsciencia latinoamericana y
del Caribe no logra constituirse de manera unitaria. Está que-

177
brada, se despedaza en identificaciones parciales que dejan por
fuera gran parte de la propia realidad, no logra aprehenderse a
sí misma en plenitud, se dispersa en visiones fragmentarias.
La autoconsciencia latinoamericana y del Caribe es com-
parable a una mujer poliándrica que mantiene relación erótica
ambivalente y sadomasoquista con tres amantes distintos, de tal
manera que sucesivamente ama a cada uno y desprecia a los otros
dos, ama a dos y odia al tercero, odia simultáneamente a los tres,
pero no puede amar ardientemente a los tres juntos. Los amantes
están dentro de ella; el sexo es la garganta; lo presta con pasión
y por capricho para la cópula reversa que genera, reproduciendo
o creando, nuestra heterogénea literatura.
En este enredo tremebundo con ribetes de pesadilla dantes-
ca que Jerónimo Bosch hubiera pintado con acierto, las ciencias
sociales de la Europa segunda, especialmente la antropología
cultural, han recogido valiosa información, digna de la más atenta
atención, a pesar de que el método científico mismo contiene
prejuicios etnocéntricos difíciles de erradicar y a pesar de que
sus resultados se presten para la intervención manipulatoria de
orden político económico e ideológico por parte de las grandes
potencias.
En la aclaración de esta problemática, tiene también
gran importancia el estudio de las manifestaciones artísticas en
general. Digo esto de parte de quien quiere comprender y no
simplemente dejarse arrastrar por las fuerzas inconscientes de
diversos orígenes que gobiernan la conducta no liberadamente
reflexiva. Esta compresión no puede salir del discurso oficial
donde campea una actitud superficial irresponsable gobernada
por intereses imperiales. De lo que se trata no es de afianzar ni
divulgarle discurso oficial para cumplir sus fines, sino de encon-
trar la estructuración real y las tendencias que puedan conducir
desde la heterogeneidad caótica hacia una forma de autonomía
y soberanía que permita el despliegue de esas estructuras y ten-
dencias en la coherencia de lo múltiple conquistada a partir de la
diversidad y sin suprimirla. Lo que rechazamos es la imposición
de moldes foráneos sobre una realidad cultural que tiene derecho
a crear sus formas propias de integración.

178
La artesanía, la arquitectura, las artes plásticas, la danza y
la música, en la medida en que pertenecen a la cultura popular
son expresiones auténticas de una autoconciencia en formación.
Tan importante como ellas es la tradición oral de las culturas do-
minadas o sus restos presentes en la cultura popular y las nuevas
creaciones dentro de ésta.
Pero como está presente con fuerza imperiosa la cultura
oficial acogotada ella misma por moldes foráneos y quiere re-
servarse para sí sola el nombre de cultura, debemos aceptar que
es parte también y muy vigorosa de nuestra situación cultural
y tendrá efecto tremendo tanto en nuestro desarrollo futuro
como en la comprensión plena que buscamos.
Debemos y podemos lograr que el ámbito académico,
centro de conocimiento y pensamiento, no quede limitado al
tipo de actividad teórica propiciado por el discurso dominante,
sino que se abra para considerar la heterogénea realidad cul-
tural que nos caracteriza y busque la plenitud de la autocons-
ciencia de modo que la erótica mujer poliándrica deje de ser
ambivalente, caprichosamente cambiante, sadomasoquista, y
se convierta más bien en una latitud amplia, tibia y maternal
donde pueda encontrar aire respirable la totalidad de nuestro
ser con sus antagonismos y contradicciones en su tambaleante
peregrinaje hacia la luz.
En el ámbito artístico como expresión de la autoconscien-
cia, ocupa puesto especial la danza, sobre todo cuando se libera
de la música y da salida libre a impulsos interiores disímiles y
enrevesados que busquen y encuentren alguna forma de cohe-
rencia orientados por valoraciones estéticas propias, creadoras
de su propia música. Ocupa la danza ese puesto especial porque
mientras el artesano, el arquitecto, el artista plástico, el músico,
trabajan con materiales naturales o artificiales inconscientes, el
bailarín trabaja con su propio cuerpo, el objeto más cercano a la
consciencia entre todos los objetos del mundo. Mientras aquellos
imponen a materiales exteriores el gesto del espíritu, el bailarín
gestualiza en la materia viva de su cuerpo los más sutiles y secretos
movimientos de la interioridad, cuando el cuerpo se libera de los
afanes ordinarios y obedece a lo oculto caótico que al esplender

179
en acto se estructura, se organiza, se objetiva en espejo viviente
del recóndito drama.
Pero en la expresión de la autoconsciencia ocupan puesto
aparte, singular y terrible, agonal y trágico, las artes de la palabra.
Singular, porque el artista de la palabra utiliza un material ya ha-
bitado por el espíritu, más, creado por el espíritu, más aún, utiliza
al espíritu mismo en una de sus manifestaciones, pues tiene su
punto de partida en parte del lenguaje ordinario donde dormitan
los sistemas arquetipales del ser colectivo, de la comunidad. Te-
rrible, porque la palabra común, al ser despertada por el artista,
abandona la región más trasparente del habla y desencadena tres
terrores implacables: el terror de la voz sola, el terror de la cosa
sola y el terror de sí mismo; asediado por la locura, la muerte
y la angustia trabaja el verdadero artista de la palabra. Agonal,
porque han de luchar sin tregua contra la palabra misma envile-
cida por la rutina, los ripios, los sonsonetes, la mecanicidad, las
supersticiones estéticas, los latiguillos, la expectativa de los necios
y la resistencia sorda de los muchos que se niegan a abandonar la
región más transparente. Trágico, porque en el mejor de los casos,
cuando florece en plenitud la gran obra, las corroe y debilita un
no sé qué que quedan balbuciendo, y al final las derrota el gran
silencio cisverbal, guardián de lo inefable.
A pesar de tan incómodo puesto y gracias a él, las artes de la
palabra son expresión privilegiada de la autoconsciencia.
A las artes en general no se las puede planificar, no se les
puede fijar metas sin agredirlas y desvirtuarlas. Pero sólo de ellas
cabe esperar la integración real de nuestros múltiples y diversos
componentes culturales, la integración de nuestra herencia.
Mientras tanto las ciencias sociales generan un tipo de
conocimiento ambiguo en su destino. Por una parte, siendo un
conocimiento de orden conceptual puede desembocar en mani-
pulación tecnológica de cualquier signo con el triste resultado de
manejar como objetos las consciencias desde una racionalidad
ajena a las profundidades abisales de la subjetividad creadora,
empobreciendo y aherrojando la sagrada libertad del espíritu.
Pero, por otra parte, puede iluminar lo iluminable con esa luz
y generar el espacio que facilite no la síntesis de los elementos

180
sino la creación nueva donde quede amparada la diversidad en
la coherencia de una autoconsciencia plena.
Mientras tanto, las gestiones políticas y económicas, actuan-
do como actúan en la superficie más superficial de nuestro mun-
do, pudieran no hacer otra cosa que administrar la mecanicidad
de lo determinado y degradar lo degradado, a menos que desde
lo profundo surgieran hasta esa superficie esos raros artistas de
la gestión pública que merecen el nombre de estadistas porque
no se limitan a lo personal inmediato sino que se amplían a lo
colectivo presente y se tienden hacia el futuro y la posteridad
iluminados por el sol negro que habita en el fondo del pueblo y
por el sol blanco de la razón universal.
La consciencia académica enfocada hacia nuestra realidad
produce el conocimiento científico necesario para el desarrollo
pleno de nuestra autoconsciencia, conocimiento necesario, in-
dispensable, pero no suficiente: lo aqueja una ceguera congénita
para lo singular y único.
Pero cuando la consciencia académica se orienta además
hacia nuestro arte en general, y en particular hacia nuestra
heterogénea literatura, está más cerca de alcanzar la plena au-
toconsciencia, porque ésta puede amanecer en el mundo frío
del intelecto sólo después de haberse generado en la caliente y
sanguínea dimensión de las artes.
La vigilia, la espera y la moratoria ad indefinitum de la cons-
ciencia académica enfocada hacia nuestra heterogénea literatura
está representada por los centros de investigación y reflexión dedi-
cados a ese propósito. Pero ha faltado un centro integrado donde
los equipos de trabajo hayan vencido las barreras lingüísticas. En
Latinoamérica se habla español, portugués y numerosas lenguas
indígenas, algunas con millones de hablantes; en el Caribe y las
Guayanas, inglés, francés, holandés, patois y papiamento. Todo
esto sin contar las minorías de origen extracontinental, hablantes
de otras lenguas. En todas ellas ha habido y hay y habrá artistas
de la palabra.
Ha faltado un centro integrado cuyos equipos de trabajo
hayan vencido la barrera criolla que consiste en atender sólo a las
manifestaciones literarias del importante estrato criollo, el estrato

181
dominante. Aun haciendo violencia a la etimología de la palabra
literatura es necesario prestar atención a las tradiciones orales, so
pena de excluir expresiones legítimas de nuestra realidad cultural
que tienen derecho a participar en la formación de la autoconscien-
cia plena. La barrera criolla tiende a prolongar la separación y la
fragmentación con sus ridículos pujos exclusivistas e imperiales.
Ha faltado un centro integrado con equipos de trabajo capaces
de superar la barrera epistemológica europeizante que consiste en
aplicar mecánicamente las modas metodológicas de Europa en este
campo y adoptar sus prejuicios.
Es necesario inventar nuevos métodos y nuevos paradigmas
porque el objeto de estudio así lo requiere en ocasiones. Si nuestra
heterogénea literatura no puede ser aprehendida adecuadamente
por los aparatos teóricos disponibles, peor para los aparatos teó-
ricos; no se hicieron para ser servidos sino para servir.
He querido decir con énfasis que la situación cultural de La-
tinoamérica y del Caribe está caracterizada por la heterogeneidad
y muy lejos de la integración. He querido decir con énfasis que,
paralelamente, la autoconsciencia de Latinoamérica y del Caribe
se encuentra en pedazos, disímiles, mutuamente excluyentes. He
querido decir con énfasis que la integración en ambos niveles es
cosa de artistas y que la consciencia universitaria en la medida
en que está dirigida a la autocomprensión teórica, hace bien en
dirigir su atención a las manifestaciones artísticas de nuestra
región, y en particular a la literatura, pero de tal manera que no
se acuartele en enfoques parciales de pretensión hegemónica.

1992

182
DISCURSO DE BIENVENIDA
A DON CAMILO JOSÉ CELA

Señores:
Cuando me llegó la noticia de la visita de Camilo José Cela
y la encomienda de presentarlo y saludarlo, yo estaba leyendo con
mis alumnos de Letras Clásicas la trigésima y última oda del tercer
Libro de Odas de Quintus Horatius Flaccus. No quise desestimar
ese sincronismo –pudiera ser verdad la secreta relación mántica
entre hechos diversos pero simultáneos– y me puse a examinar
y considerar el posible parentesco entre la oda y Cela.
La oda, de metro asclepiadeo, comienza así:

Exegi monumentum aere perennius,


regalique situ Pyramidum altius,
quod non imber edax, non Aquilo impotens
possit diruere, aut innumerabilis
annorum series et fuga temporum.

En la traducción, traidora como todas, de Román Torner


Soler:

Acabé un monumento más perenne que el bronce


y más alto que las pirámides por reyes levantadas,
que ni la lluvia roedora ni el Aquilón violento
demoler podrán, ni la serie innumerable de los años,
ni el curso fugitivo de los tiempos.

Recordé ente otros émulos a Ovidio en el final de Las


Metamorfosis:

Iamque opus exegi, quod nec Iovis ira nec ignis


Nec poterit ferrum nec edax abolere vetustas.

183
…y al sublime mulato moscovita:

y me pregunté si convenía a Cela decir tal enormidad. No me


cupo la menor duda. La obra de Cela, majestuosa en cantidad
y calidad, sobrevivirá a los reconocimientos, homenajes y pre-
mios actuales, que tan fácilmente se vuelven formas de olvido,
resistirá la acción de Hieropas, porque transmuta los venenos
crudos y crueles de la vida, aceptados en su máxima virulencia,
con la alquimia del arte, arte presidido por un género extraño
de ternura, de tal manera que lo terrible llega a ser fuente de
gozosa afirmación vital.

La oda continua:

non omnis moriar multaque pars mei


vitabit Libitinam; usque ego postera
crescam laude recens, dum Capitolium
scandet cum tacita virgine Pontifex.

No moriré yo todo y de mí, gran parte


esquivará a la diosa de la Muerte; remozado siempre
creceré en la fama de los venideros, mientras el pontífice
suba al Capitolio con la Vestal silente.

Aquí no se trata ya de la permanencia de la obra sino de


la inmortalidad del autor. Convertida su alma en obra artística,
el poeta cree poder vivir literalmente y rejuvenecerse en la fama
de los venideros, fama viene de fhmi/ hablar, por tanto, en
el habla de los venideros, es decir, de las generaciones futuras.
Mientras el pontífice máximo suba al Capitolio en silencio con
la primera vestal: las vestales eran las sacerdotisas de Vesta, diosa
del hogar doméstico; esto es una metonimia, por tanto mientras

184
haya instituciones, vida humana socialmente organizada. Resu-
miendo: viviré en la lengua mientras haya cultura.
Concediendo que sea posible convertir el alma en verbo
con preservación en él de la consciencia individual hasta el punto
de poder decir “quien toca este libro me toca a mí” sin metáfora,
¿convendría a Cela decir esa segunda enormidad? Respondo
conmovido por la respuesta: no menos que a Horacio; leyendo
a Cela yo he tocado el alma poderosa de un hombre capaz de
enfrentarse a Libitina en esos términos.
Pero la oda de pies asclepiadeos sigue caminando:

dicar, qua violens obstrepit Aufidus


et qua pauper aquae Daunus agrestium
regnavit populorum, ex humili potens,
princeps aeolium carmen ad Italos
deduxisse modos.

Celebrado seré allí donde el raudo Áufido


rueda ruidoso, y el sediento Dauno señoreó pueblos agrestes
como el primero que, triunfando de mi humilde origen,
adapté el verso eolio al metro itálico.

Celebrado seré, literalmente, seré dicho, nombrado, seña-


lado por la palabra. Aquí la referencia es espacial: será celebrado
en Venusa, su lugar natal, en Apulia donde corre el río Áufido y
donde en otros tiempos reinó un tal Dauno sobre pueblos agrestes.
Manteniendo la analogía impuesta por el sincronismo diremos que
Cela será celebrado en España. Ebro, Tajo, Mino, Duero, Guadiana,
Guadalquivir, ríos de España, qué trabajo ir a la mar, a morir. Pero
en España gobernaron unos reyes en cuyos dominios no se ponía el
sol, incluían a nuestra Mérida y sus ríos estrepitosos, sincrónicamente
desbordados con la llegada de Cela: Chama, Mucujún, Albarregas,
Milla, Pedregosa, Mucuy. Esos dominios son ahora gobernados por
la lengua española y los riega el río verbal de Cela que se ha desbor-
dado hacia otras lenguas. La tercera enormidad dicha por Horacio
se ha cumplido ya con creces en Cela. Aquél porque pudo cantar
en latín con los metros líricos de Grecia; éste porque como artista

185
de la palabra recuperó para las letras castellanas un continente de
la lengua española rechazado por la pudibundez y el tabú, y porque
tradujo a escritura indeleble su implacable percepción de la vida
humana y en particular de un aspecto de esa vida hasta entonces
exiliado por el buen decir y por el bello decir.

Ex humili potens.

triunfando de mi origen humilde.

Todos tenemos nuestro origen en el humus de la lengua


materna, en él vivimos, nos movemos y somos, no hacemos más
que revolcarnos y repetir; pero algunos logran modelarlo en án-
fora para contener los vinos del espíritu. Horacio uno de ellos.
Con nosotros hoy otro.
La oda termina diciendo a la musa con suprema irreve-
rencia:

sume superbiam
quaesitam meritis et mihi Delphica
lauro cinge volens, Melpomene, comam.

Tolera, Melpómene, esta arrogancia mía


ganada con mis méritos y, de grado,
ciñe mis sienes con el laurel de Apolo.

Sobre la enormidad de los méritos de Cela y sobre la enor-


midad de sus irreverencias no hace falta de momento ningún
otro comentario mío.
Cuando terminé de explorar la sincronía entre la llegada
de Camilo José Cela y la oda de Horacio, me sentí insatisfecho.
Algo había en todo eso de incongruente e inaceptable, casi dis-
paratado. Una diferencia radical pugnaba por manifestarse. Y
no es que yo no viera la raigambre platónica de Horacio. Todo
amor como amor de la inmortalidad que pugna por manifestarse
a través de los hijos y, en su forma elevada, a través de la obra,
la gran obra engendrada a partir de una intuición profunda.

186
Resuenan en mí las ultimas palabras de Diotima referidas por
Sócrates en el Simposio:

Me ha parecido siempre, en la misma línea de pensamien-


to, una maravilla el poema de Hölderlin a las Parcas donde se
consuela de la muerte si le es dado crear:

einmal wär ich wie Götter, und mehr bedarf’s nicht.

También Shakespeare aspiró a esa inmortalidad y ofrece al


amado en un soneto compartirla con él:

So long as men can breathe, or eyes can see,


So long lives this, and this gives life to thee.

Pero yo veo en todos ellos y en el propio Platón una in-


capacidad para el disfrute de la vida, un cierto tipo de relación
conflictiva con la muerte, un intento de vencer a Libitina a
punta de poemas, narraciones, ensayos filosóficos, impacto en
las generaciones futuras. Yo no encuentro ninguna de esas acti-
tudes por ninguna parte en la obra de Cela, sino más bien una
aceptación voraz y omnívora de toda la experiencia vital en todas
sus manifestaciones, incluyendo la muerte. Una actitud cercana a
la de Homero, más sabio que todos nosotros, cuando hace decir
a Aquiles respondiendo a Odiseo que lo elogia en el más allá:

y la de Nietzsche como Ja-Sager aunque haya un eterno retorno


de lo idéntico. Habiendo percibido esa radical diferencia entre
Cela y Horacio, decido olvidar aunque sea por poco tiempo a la

187
pelona, esa gris esposa inevitable de todo hombre, y recordar a la
catira, la iluminada por el sol, la querida, para acoger y celebrar
la presencia viva aquí y ahora de Camilo José Cela y decirle sin
ambages: lo recibimos como corresponde a su grandeza, es decir,
según los cuarteles, con envidia, con rencor, con admiración, con
asombro, con cariño, pero de ninguna manera con indiferencia
y le agradecemos de todo corazón el impacto vitalizante que su
visita nos produce.

1993

188
RETRATO DE UNA DAMA EN PRÍSTINO JARDÍN

A Loki Schmidt

En Mérida, rumbo al Jardín Botánico, la vi. Conmovida por


florecillas silvestres que la mirada común desprecia. La atención
capturada por minúsculas maravillas vegetales, como una niña
que juega por primera vez con las palabras de la tierra tropical.
Aquella de más allá, la amarilla, con cinco pétalos; ésta, de
hojas carnosas y desnudas; la otra, de impúdicos pistilos; y tú,
blanco lirio desconocido sobre la elegancia del tallo ¿por qué te
alzas tan arrogantemente y me llamas? ¿qué me quieres decir?;
y tú, orquídea insospechada ¿en qué alambiques destilaste los
laberintos de cristal y de fuego donde escondes y exhibes los
amargos placeres del amor? Y a ti, maceta policéfala, ¿quién te
dio potestad para que encarcelaras los sueños del crepúsculo?
¿contra quién desenvaina tu compañero sus espadas de jade?
Campanadas de sol me enlazan desde el prado, ¿quieren que
me quede cantando para siempre los himnos inagotables de
la vida?
Respirando hechizos silvestres caminaba hacia el Jardín
Botánico. Erguida y grácil. Sin encogimiento y sin arrogancia.
De Hamburgo había venido. Dos horticultores y un botánico
expertos la escoltaban.
En Hamburgo nació, poco después de terminada la Primera
Guerra Mundial. Sufrió largamente todos los males que la carne
hereda, potenciados por el devenir histórico de su país en el siglo
XX; la inflación, la depresión, la agitación política, el nazismo,
los horrores de la Segunda Guerra Mundial, la post-guerra, los
ingentes esfuerzos de la reconstrucción, la ocupación por ejércitos
extranjeros triunfantes, la división de la patria en dos mitades.
Dos pasiones fieles la han acompañado siempre: biología
y música. Ella a su vez ha acompañado fielmente, como esposa y

189
colaboradora, a uno de los estadistas más notables del mundo ac-
tual; en su compañía ha tenido trato personal con todos los reyes,
presidentes, dictadores, autoridades religiosas, jefes supremos de
ejércitos y potentados económicos de la tierra contemporáneos
suyos. Su corazón, capaz de enfrentarse, sereno, a los más álgidos
problemas de la cúspide política, tiembla de emoción ante un
brote de magnolia.
Entre araguaneyes, bucares, fresnos, ceibas, la vi. Señora, y
usted ¿qué busca por estas tierras floridas, tan lejos de su mora-
da? Con los ojos llenos de jazmines, y crisantemos en la voz, me
respondió pensamientos fragantes. Vine a firmar un convenio de
colaboración e intercambio de personal entre el Jardín Botánico
de Hamburgo y el Jardín Botánico de Mérida para completar
un cuadrilátero científico cuyos otros dos ángulos son el Jardín
Botánico de San Petersburgo en Rusia y el Jardín Botánico de
Jerusalén en Israel.
Miré por una ventana. El Rector la recibió y el Decano de
las Ciencias y dos ministros de Estado y el doctísimo Ricardi,
fundador del jardín nuestro, con su pupilo Gaviria. Muchos
grandes profesores y diligentes alumnos la miraban y escucha-
ban. Después de firmar papeles visitaron el herbario, Ricardi de
Cicerone, y una planta inauguraron de purificación de las aguas
en un terreno que Eldrys consiguió para el jardín.
En un descuido de todos me la llevé a un cafetal y no sin
cierto reproche le dije: Señora mía, ¿por qué tanto protocolo si
todo el estado Mérida es un jardín natural?
La naturaleza es un tesoro que no todos los hombres reco-
nocen como tal, ni conocen, ni saben apreciar. Por eso ha sido
víctima de grandes despojos y matanzas que ponen en peligro
la propia vida humana. Un jardín botánico concentra, ilustra,
expande y difunde el conocimiento científico de la naturaleza.
Así puede disolver la ignorancia y desarrollar la sensibilidad. Al
cultivarlo cultivamos el alma del pueblo junto con la nuestra.
Me está dando una lección y yo ya no soy alumno.
Esto no es sólo, ni originariamente, un trabajo escuetamen-
te científico. A mí me mueve más el amor por la belleza y por la
vida. No es el deber desnudo lo que impulsa sino también y más

190
fuertemente el placer que siento con todo esto. Voy a dedicar
todo el tiempo restante de mi visita a disfrutar el contacto directo
con la vegetación y la gente de esta tierra, que antes de venir ya
amaba y ahora queda ligada a mí con vínculo entrañable.
Ahora sí nos entendemos. Le di un grano de café y una flor
de guayacán. Conmigo cuente señora. Yo conozco los caminos
de los montes y los valles, conozco las estaciones y las cuevas
de refugio. Siéntase en casa segura. La vinieron a buscar y yo
me quedé contento bajo naranjos cargados. Auf Wiedersehen,
meine Dame.

1993

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DISCURSO DE INSTALACIÓN
DE LA ACADEMIA DE MÉRIDA

Señores:
Ha nacido la Academia de Mérida. Suenan campanas de
júbilo en el corazón de los merideños despiertos. Pájaros de
fuego y sueño levantan vuelo hacia el futuro. Fiesta de néctar y
ambrosía en los labios de los que saben bendecir. Después de
los proyectos, los anhelos, las discusiones, los malentendidos, la
desconfianza, el escepticismo y los dolores de parto, ha nacido la
Academia de Mérida. Tiene existencia: se le ha dado personalidad
jurídica, membresía, sede, patrimonio. Tiene esencia: se le ha
dado definición, estructura, leyes de funcionamiento, finalidad.
La recién nacida encarnará, coordinará, potenciará ciertos actos
de estímulo y gobierno cultural indispensables en nuestra ciudad
crecida ya y diversificada en las disciplinas más altas del espíritu
humano, actos que hasta ahora habían sido sólo conativos o
esporádicos y dispersos.
La Academia de Mérida acaba de nacer, es nueva, estrena
vida. Sin embargo es vieja, muy antigua. Su propio nombre revela
el linaje y la carga genética. Nos remite a tiempos legendarios de
la Grecia arcaica cuando no había todavía separación entre los
dioses y los hombres. Deme licencia el rigor científico de los dis-
tinguidos académicos aquí presentes y el sentido práctico de los
eficientes organizadores para remontarme a esos tiempos lejanos,
tan lejanos que anidan en el misterio de nuestra propia sangre,
y para explorar en acercamiento cratílico moderado, alegórico
restringido, el origen remoto de la que hoy renace entre nosotros
y con justicia celebramos.
Al igual que sus significados, la palabra academia está ligada
íntimamente, con intimidad libidinosa, a la vida de una mujer
bella, la mujer cuyo rostro hizo zarpar mil naves. En efecto, es
historia sagrada, es mito, que Helena, la hija de Leda y el Cisne
olímpico, dotada de nefasta belleza, fue codiciada y cortejada

193
por más de cien héroes. Se sabe que casó con el rubio Menelao;
raptada por Paris le dio a éste cinco hijos y la guerra de Troya y
la muerte; después de nupcias de una sola noche con Déifobo
lo entregó a su esposo triunfante durante la reconciliación, vivió
feliz como reina de Esparta, recibió la inmortalidad en las Islas
de los Bienaventurados, donde traicionando de nuevo a su es-
poso se casó con Aquiles en la Isla Blanca y le dio un hijo alado,
Euforión, fulminado por Zeus. Los ancianos de Troya, Príamo
a la cabeza, juzgaron que una sola sonrisa suya justificaba diez
años de matanza. Se sabe que según otra versión Helena de
Troya era un Androide, mientras la verdadera permanecía fiel
y esperaba en Egipto y fue siempre leal a Menelao, nombre que
significa “pueblo de la mente”. Lo que no se sabe comúnmente
es que cuando ella estaba en el primer esplendor de su belleza
y era virgen la raptó Teseo el vencedor del Minotauro, el que
abandonó a Ariadna. La raptó y se la llevó al Ática donde tuvo
de ella una hija, Ifigenia como la de Agamenón, luego la dejó
escondida mientras viajaba al Hades. Entonces los hermanos de
Helena, los Dióscuros, gemelos ellos, Cástor el mortal y Pólux
el inmortal, vinieron a rescatarla. Los ayudó en esa operación
Hecádemos, llamado más tarde Acádemos quien averiguó
dónde estaba escondida y reveló el sitio a los Dióscuros. Ese
Hecádemos, más tarde Acádemos es a veces identificado con
Ejemos o Ejédemos rey de Arcadia, tierra de la inocencia y de la
dicha, donde sin embargo “también estoy yo” dijo la muerte.
Analizando las posibles raíces de Hecádemos, Acádemos,
Ejemos, nos encontramos con que podrían significar curación
o remedio del pueblo, tribu lejana, gente voluntaria, sostén;
reuniendo esas ideas tendríamos gente que va lejos voluntaria-
mente para encontrar remedio, o el que se esfuerza libremente
por conseguir la curación del pueblo.
Los mitos son poliédricos y se han prestado a numerosas
interpretaciones según la clave utilizada. Pero una de sus facetas
más importantes es la expresión de contenidos profundos del
alma colectiva que se nos presentan como un tejido de imáge-
nes, palabras, relatos; tejido complejo y multívoco preñado de
sentidos enigmáticos. Si vemos en Helena, como ya se vio en la

194
Antigüedad Clásica, el símbolo de la ciencia y la sabiduría, pues
los griegos tendían a identificar el bien, la verdad y la belleza en
concepción unitaria, entonces el enrevesado mito de Helena se
eriza de incitaciones hermenéuticas. Las imágenes y las etimolo-
gías de los nombres de personas y lugares calzan en un patrón
de conjunto. El relato entrega mensajes. Aquí puede leerse un
discurso coherente sobre el conocimiento y sus relaciones con
el bien del pueblo pero también con el poder político, el poder
militar, el poder religioso y la traición reiterada de grado o forzada
al legítimo esposo, el pueblo de la mente, y sobre el trabajo de
rescate en particular de Acádemos.
Dejo de lado esta fascinante lectura donde se encuentran
las categorías fundamentales de la actual sociología de la ciencia,
para señalar un solo hecho relacionado con ese mito, un hecho
asombroso de todo asombro: ese Acádemos fue el héroe epónimo
de un pequeño territorio situado al noroeste de Atenas, muy cerca
de la ciudad protegida por Atenea diosa de la sabiduría, y en ese
pequeño territorio fundó su escuela un maestro cuya doctrina
antropológica central proclama que el alma humana es infirme
porque está enferma y que su enfermedad es la ignorancia y que
el remedio es la ciencia. También señaló la forma más elevada
de ignorancia, a saber, la ignorancia de la ignorancia, el no tener
consciencia de la ignorancia, y esa consciencia es conditio sine
qua non para la investigación.
El pequeño territorio llamado Academía o mejor Academia
por su héroe epónimo Acádemos estaba situado a seis estadios
del Dipylon, la puerta mayor de Atenas hacia el noroeste, y la
ruta hacia él atravesaba la parte exterior del Kerámeikos, el barrio
de los artesanos.
Desde mucho antes del nacimiento de Platón se encon-
traba allí un santuario de Atenea rodeado de amplio témenos
o patio sagrado. En el témenos se erguían los doce olivos
sagrados llamados moríai, uno de ellos había sido obtenido
por acodamiento del olivo plantado por la propia Atenea en
la acrópolis cabe el Erectéion. Zeus Morios los protegía y por
eso en su advocación de Zeus Kataibates (Zeus Descendente)
tenía un altar junto a ellos. También había allí culto y templo

195
para Prometeo el que entregó a los hombres el fuego de los
dioses. Justo a la entrada del pequeño territorio había un pe-
destal antiguo con imágenes grabadas de Prometeo y Hefesto
dios de la tecnología. Servía como punto de partida para las
carreras de antorchas durante las lampadodromías. Los altares
de las Musas, de Hermes y de Heracles nos recuerdan que allí
se encontraba uno de los tres grandes gimnasios de Atenas.
Debió ya existir en tiempo de los Pisistratidas pues en su
entrada había una estatua y un altar de Eros con dedicatoria
de Jarmos, miembro de esa familia. La inscripción decía en
dístico elegíaco:

Poikilomh/xan /(Erwj, soi to/nd ) ¡oru/sato bwmo/n


xa/rmoj ¡epi skieroi=j te/rasi gumnasi/ou

¡Oh Amor, dios de tantos y tan variados ardides, Jarmos


te construyó este altar en los sombreados aleros del gimnasio.
Además, la Academia, ese pequeño territorio fue el primer
modelo famoso de un parque público. En tiempos de Cimón
se cavaron acequias y se logró que hubiera un opulento césped
y umbrosos y frescos bosquecillos de plátanos, álamos blancos y
olmos. Las acogedoras alamedas invitaban al paseo y la conver-
sación reposada.
A Platón le gustó el sitio y era allí donde se reunía con sus
discípulos para hacer sus exposiciones, sus lecturas y sus diálogos
fecundos. Tanto le gustó que al regresar de su primer malhadado
viaje a Sicilia compró un terreno aledaño al parque y con su pro-
pio pecunio hizo levantar una edificación que contenía entre otras
dependencias un salón de clase (exedra) y un muséion, Templo a
las nueve Musas: a las inspiradoras hijas del Poder Supremo y la
Memoria: Clío Musa de la historia, Euterpe de la música, Talía
de la comedia, Melpómene de la tragedia, Terpsícore de la danza,
Erato de la elegía, Polimnia de la poesía lírica, Urania de la astro-
nomía y Calíope de la elocuencia. Tanto le gustó que fijó allí su
residencia a pesar de que tenía casa en Atenas. Allí murió y allí
fue enterrado. Allí celebraron sus discípulos durante diez siglos
la fecha de su nacimiento cada año el día 7 del mes Targuelion
hasta que el emperador Justiniano el año 529, en nombre del
cristianismo, disolvió la escuela y confiscó sus bienes.
Desde un principio la escuela se llamó Academia por el
parque público que en cierto modo le servía de campus.
Allí se formó, con antecedente pitagórico, lo que podría-
mos tal vez llamar el código genético de todas las instituciones
posteriores dedicadas a la búsqueda del conocimiento, a su trans-
misión de maestro a discípulo, a su difusión y a su aplicación, en
Europa y en las demás partes del mundo hasta donde ha llegado
la influencia europea. Esto es válido para el liceo de Aristóteles y
su descendencia medieval; a este respecto se cuenta que cuando
comenzaron las disidencias y tal vez los agravios de Aristóteles, el
maestro dijo con filosófica ecuanimidad: Aristóteles nos agrede
como los potrillos que dan coces a la madre.
Es válido para la escuela de Alejandría y demás escuelas
del helenismo.
Se sabe además que algunos académicos después de la
cristiana disolución de la escuela la reconstituyeron en Constan-
tinopla donde funcionó hasta el año 1453 cuando esa ciudad fue
tomada por los turcos. Entonces los académicos bajo la dirección
de Pleton, maestro a la sazón, se trasladaron a Florencia donde
fueron acogidos por Cosimo de Medici y Marsilio Ficino. Desde
entonces hasta nuestros días ha continuado sin interrupción el
empeño por encontrar a Helena bajo la égida de aquel Hecádemos
que no la buscó para violarla sino para curar al pueblo.
¿Pero cómo era la Academia en sí misma? Era polifacética.
Distingo siete aspectos o facetas sin conferir jerarquía a la enu-
meración.
1. Era una especie de cofradía cuasi religiosa donde se
trataban temas relacionados con los cultos mistéricos de Grecia
y donde se estudiaban doctrinas sobre el hombre y el universo,
temas y doctrinas en parte confiadas a la escritura y por lo tanto
públicas, en parte de estricta comunicación oral, iniciática po-
dríamos decir, y por lo tanto secretas. Este aspecto es dominante
en ciertas asociaciones académicas que han existido hasta hoy en
el mundo occidental.
2. Lugar de encuentro periódico para sabios y artistas
con el objeto de comunicarse mutuamente sus pensamientos y
los resultados de su trabajo, sometiéndolos así a consideración,
discusión y crítica entre iguales. Así puede colegirse de los diálo-
gos de Platón y de otras fuentes. Este aspecto es dominante en
diversas academias actuales frecuentemente con especialización
por disciplinas. También es dominante en todos los congresos
académicos.
3. Centro de investigación multidisciplinaria. Se sabe que
en la Academia de Platón se hicieron los primeros estudios siste-
máticos en las materias que hoy ocupan a las ciencias naturales
y a las ciencias sociales. Es notable por otra parte la importancia
dada por Platón a las ciencias formales. Su escuela tenía un
letrero que decía:

Ou)deij a)gewme/trhtoj ei)si/tw

Tres palabras que me veo obligado a traducir con diez. No


entre aquí nadie si no es versado en matemáticas. Se entiende
la importancia de las matemáticas en el quehacer metodológico
de las ciencias, pero había algo más, la concepción pitagórica del
número como esencia de todas las cosas, y algo más todavía, lo
que se ha estado haciendo con particular empeño en tiempos
modernos en el límite extremo de las matemáticas con la lógica
pura: la fundamentación a priori de todas las ciencias. Este as-
pecto es dominante en las universidades dignas de ese nombre y
en todos los demás institutos de estudios superiores.
4. Centro de enseñanza y aprendizaje en el más alto nivel.
Este aspecto, esencial porque sin él no habría continuidad de la
empresa académica en el fluir de las generaciones, es codominan-
te en todos los centros de investigación y dominante único en las
escuelas dedicadas a la formación de profesionales en actividades
totalmente codificadas y cerradas. Así existen academias milita-
res, academias de corte y costura, academias de artes culinarias,
academias de equitación y esgrima, etc.
5. Foro donde podía juzgarse con autoridad la producción
científica y artística de los contemporáneos. Este aspecto ha sido

198
dominante en muchas academias modernas. Por desgracia, y
para su propio desprestigio, algunas de éstas suelen encasillarse
en rígidos paradigmas y criterios dogmáticos que les han impe-
dido reconocer lo bueno nuevo si no se ajusta a sus esclerosadas
exigencias.
6. Fuente continua de estímulo, fomento y animación para
todos los que tienen vocación y talento para las tareas académicas.
Este aspecto fue de gran trascendencia en la antigüedad clásica
y hoy en urgente necesidad. Es dominante en nuestro medio
para el Conac, el Conicit, los CDCHT, las casas de cultura, los
ateneos, etc.
7. Casa espiritual segura para los que dedicaron su vida,
con fruto bueno y visible, a las ciencias y a las artes.
Señores, ante la cuna de esta recién nacida Academia de
Mérida aún con olores obstétricos, me pregunto cuáles son los
rasgos de su abuela griega dominantes en ella o para mantener
la otra metáfora cuáles son los genes dominantes dentro del
gran código de acuerdo con su esencia y respondo sin vacilar: el
segundo, el quinto, el sexto y el séptimo.
Agradezco la oportunidad que he tenido de mostrar so-
meramente el lugar, las circunstancias, los actores del origen
remoto de la Academia y la persistencia de sus rasgos esenciales
en el retoño actual.
Para terminar quiero dar mi sentida felicitación a la triple
causa eficiente de este nacimiento tan digno de Mérida: Fundacite,
la Gobernación del Estado Mérida y el Consejo Universitario, así
como a sus personeros aquí presentes.
Ellos han erigido en los sombreados aleros de la antigua
Casa de los Gobernadores un altar al Eros helénico de tan múl-
tiples y sutiles recursos.

1993

199
MI CASA DE LOS DIOSES

Cuatro puertas tiene la casa de los dioses: el sueño, el


trance, la pasión y la angustia.
Si yo tuviera sólo percepción e instinto, sería feliz; los
animales son ateos. Pero mi casa mía de razón, construida por
mí mismo, pinche arquitecto, tiene tres defectos.
El primero, que es precaria; me veo forzado a repararla
continuamente; a veces se me cae y debo recomenzar la cons-
trucción.
El segundo, que mi luz es mezquina; no me alcanza para
ver los rincones, los pequeños agujeros, las hendijas y rendijas,
las junturas y las suturas; en consecuencia me invaden arañas,
musarañas, hormigas, ratones, mariposas nocturnas de gran ta-
maño, sabandijas que no logro identificar, hasta culebras.
El tercero y principal, que está situado muy cerca de la casa
de los dioses, eso no puedo evitarlo, yo no escogí el lugar; pode-
rosos y dañinos vecinos, salen cuando les da la gana, devastan
mi huerto, desordenan mi redil, conmueven cimientos, derriban
muros, la mayoría de las veces ni me doy cuenta en el momento,
creo actuar yo mismo.
Pero yo también –debo confesarlo– les invado la casa. Sin
intención, es cierto, espontáneamente; actúo así por naturaleza;
pero a veces a propósito: quiero conocerlos, quiero descubrir las
claves de su poder y si es posible hurtarlas para conciliármelos o
vencerlos. Hasta ahora no parecen haber advertido mi explora-
ción furtiva. Procedo con máxima prudencia y mi insignificancia
me protege. Así he logrado averiguar algunas cosas.
En la puerta del sueño ladra un dios perro, pero nunca
intenta detenerme. Tan pronto como entro caigo deslizándome
por un escarpado tobogán. Llego al ocaso, tierra negra, campo
sin luz. Sombras amenazantes. Horrísono fragor de titanes
prisioneros. Ambiguas voces proféticas. Memoria más allá de

201
la memoria. Islas de tiniebla donde muertos felices dialogan
en paz. Ríos de gemido, lagos de dolor, diosas desnudas que
siempre tienen los pies húmedos prodigan la muerte con la
izquierda y regatean la inmortalidad con la derecha. Pálidamen-
te fosforece el rey en su trono y mira con desgano el grano de
granada de la esposa. Es entonces cuando se apodera de mí el
espanto y corro cuesta arriba, trepo quebrándome las uñas. En
la salida, el perro, de cincuenta cabezas sí me ataca. Despierto
gritando sudoroso, recordando confusas historias imposibles.
Nunca puedo mirar los ojos de nadie sin cruzar el umbral de
esa puerta.
En la puerta del trance vuela un dios garza. Este siempre me
favoreció, aunque no sé por qué. Yo acepto su favor, qué remedio,
todos son más fuertes que yo, pero con desconfianza y temor. Me
monta sobre su cuello, me enceguece para que se me abran los oídos
y me pasea por un ámbito de formas abstractas inestables que van
desde complejas estructuras musicales hasta el fugaz chillido de las
ratas. Guerra de conceptos en tropel o en formación militar. Doble
espada. Asedio de fortificaciones metafísicas. Y las siniestras ideas,
aves devoradoras de hombres. Es la región del este donde agudas
sílfides danzan para contrarrestar la gravedad de los silfos.
A veces el dios garza me concede la visión de lo pasado, de
lo futuro, de lo ausente con todo lo que tiene siempre de terrible y
me acerca al límite extremo de su mundo: el umbral de la locura.
Devuélveme, pájaro divino, a la estrechez de mi casa, a la solidez
de mi día. No puedo sobrevivir en la transparencia engañosa,
aterrado por silbidos de flecha, por zumbidos de arco. No esté yo
al alcance del que hiere de lejos. En mis afanes cotidianos hasta
una pluma de escribir me hace temblar.
En la puerta del norte nada un dios foca. Pequeño y torpe
nada sobre la cola del inmenso dios líquido, del dios lleno de
dioses, del dios borracho en cuyo cuerpo fermentan las estrellas.
Yo bebí de ese dios frío y conocí fuentes, manas, manantiales y ríos
subterráneos, torrentes, cataratas, trombas, mareas, marejadas,
resacas, géiseres, ríos verticales, corrientes de la profundidad, la
guerra infinita de los deltas. Violencia fría. Los lagos, lagunas,
marismas, pantanos y esteros son torbellinos dormidos, violencia

202
soñadora. Toda pasión es fría, la embriaguez desamparo. Peque-
ña y torpe dios foca, ayúdame a vomitar y no me dejes entrar
de nuevo por tu puerta. Sufro de hidrofobia, me escondo de la
lluvia, inyéctame suero fisiológico.
En la puerta del fuego nadie aparece. Ante mí se extiende
una llanura ilimitada. Arena candente azotada por pequeños
meteoros disparados en ráfagas desde un cielo deslumbrante,
blanco de plata fundida. Yo mismo, convertido en llama, deam-
bulo despavorido por un paisaje que es igual en todas direcciones
excepto cuando las ráfagas arrecian. No siento frío ni calor. ¿Es el
aliento de algún dios ígneo que respira sobre mí? Pero no percibo
ninguna presencia, ni humana, ni animal, ni divina. Como no
hay placer, ni dolor, ni amenaza, ni peligro alguno a la vista, me
tranquilizo y me quedo quieto. Sólo desolación. Sol solo de la
soledad. No puedo ni quiero moverme. Eternidad atroz de la luz
en la luz. Si algo añoro vagamente es el soplo de un viento que
me apague.
De regreso, entre las sabandijas familiares de mi casa, ya no
cocino ni fumo. Medito largamente y comienzo a comprender,
tal vez a recordar. Las puertas de los dioses están en los linderos
cuadrados de mi casa. He construido mi precaria morada en un
terreno situado justamente en el centro de la casa de los dioses.
¿Me habré yo refugiado en el pequeño patio central de mi propia
casa, ¿mi prisión?, enajenando los espacios más insoportables de
insoportable laberinto? Y si es así, ¿quién me encerró, por qué,
de dónde soy? Creo recordar: un demiurgo malvado edificó este
infierno para mí. Yo no tengo miedo. No tengo nada que per-
der. Aceptaré los dioses de mi casa total, asumiré mi reino, me
volveré poderoso, cuádruplemente poderoso para enfrentarme al
demiurgo malvado, si me encerró es que no pudo suprimirme,
y desafiarlo a combate abierto. Pero una extraña comprensión
se abre paso en mí: el demiurgo me necesita, sólo yo puedo
redimirlo.
Me lleno de soberbia al cobrar consciencia de mis poderes
olvidados. He vencido parte del olvido, pero me falta mucho
todavía. Reúno mi valor para un esfuerzo supremo y veo: yo soy
el demiurgo malvado.

203
Resolución: gobernaré los dioses de mi casa y con ellos
y con la casa total convertida en nave espacial me elevaré hasta
mi vagamente recordado padre y lo obligaré a responderme una
pregunta.

1994

204
LATINOAMÉRICA

Pienso que el carácter ceremonial que tiene esta introduc-


ción del Seminario no permite entrar en asuntos que tengan
un carácter polémico, por ejemplo, las profundas críticas que
yo tengo que hacerle al CENDES y al CEPSAL. Por lo tanto,
voy a dirigir mi intervención en otro sentido, que es el de tratar
de presentar lo que yo veo como el fondo sociocultural de Lati-
noamérica en general y de Venezuela en particular, fondo que
considero no ha sido tomado en cuenta debidamente ni por los
políticos, ni por los investigadores en Ciencias Sociales.
Voy a hacer una aproximación a Latinoamérica desde tres
puntos diferentes. Voy a hacer, primero, una aproximación desde
lo más íntimo; en seguida, una aproximación desde lo más lejano
y, en tercer lugar, una aproximación desde lo más doloroso.

Desde lo más íntimo


Cuando era adolescente –hace muchísimos años– me inte-
resó profundamente el conocimiento de mí mismo. Yo fui de ese
tipo de jóvenes que consideran importante que uno se conozca
a sí mismo. Y que le hacen caso al oráculo de Delfos que dijo,
“conócete a ti mismo”, y consideran que eso es importante.
Yo, entonces, me di a esa tarea. Y, para mi gran sorpresa
–después de estar mucho tiempo en ese plan– descubrí que las
cosas más íntimas mías, mi yo, no era unitario, o sea, que yo no
era una persona sola, sino como que estaba dividido internamente
–¡No vayan a creer que era un caso esquizofrénico!– creo que
más bien era un caso normal y comparable a todo el mundo, es
decir, que cuando decía “yo”, no era uno solo, siempre, el que
decía “yo”. Había varios que se arrogaban ese pronombre, “yo”. Y,
como si tomaran el poder entre un número difícil de precisar de
“yoes”. Esos “yoes” a su vez representaban pasiones, tendencias,

205
instintos, aspiraciones, temores, angustias, característica, todo
eso, de mi propia persona.
Luego, paso yo, en la profundización de ese examen de mí
mismo, y de ver esa pluralidad de “yoes” que me componían, a
reconocer que era difícil gobernar, que era también difícil (po-
niéndome yo como observador de esa pluralidad y organizador
de ella) instaurar un sistema que permitiera la participación
jerárquica de todas en reconocimiento de su importancia y
nunca tuve la aspiración tiránica de suprimir alguno de esos
“yoes”, sino más bien, de organizarlos.
Pasando el tiempo, descubro que ninguno de esos “yoes”
me pertenecía en absoluto, que todo lo que llamaba “yo” no era
la propiedad de una entidad separada, sino que todos y cada
uno representaban fuerzas que estaban presentes en la sociedad
donde me había criado, que es Venezuela. Crecí como niño en
los Llanos de Venezuela y como adolescente en Barquisimeto.
Esta toma de consciencia de que todas esas cosas no eran
mías, incluso lo estrictamente orgánico y biológico de mí, lo
instintivo no era universalmente humano, sino, que, ya estaba
asumido por mí de manera enseñada, dictada en el proceso de
socialización y aculturación. Esta toma de consciencia se me hizo
más fuerte porque siendo muy joven tuve que vivir en países
extranjeros que no pertenecen al ámbito latinoamericano y, en-
tonces, vi que los demás también me percibían como latinoame-
ricano, no me percibían como un hombre igual a ellos, o sea, que
es como si un hombre universalmente humano, existiera como
un nivel básico de todos los hombres, pero, por encima de ese
nivel, se configura y se perfila una particularidad que depende de
las condiciones socio-culturales de la formación de la persona.
Y fue evidente para mí al encontrarme con gentes de otras
lenguas y otras culturas, que yo pertenecía a este ámbito latino-
americano y me pareció que debería entonces estudiar a Lati-
noamérica, es decir, que lo que yo estaba viendo en mí, cuando
quería conocerme a mí mismo, era un retrato pequeño, difícil de
descifrar, de algo que estaba escrito en letras grandes en los países
de eso que se llama, o que llamaban los franceses del siglo pasado
“Latinoamérica”, porque antes esto no se llamaba Latinoamérica.
Se llamaba “América” y, a nosotros, los españoles nos llamaban
“los americanos” o “los indianos”. Cuando yo fui a estudiar en los
años 50 a Austria y Alemania a mí me decían Südamerikanish; no
me decían Lateinamerikanish. Ese Lateinamerikanish ahora se ha
impuesto y se usa oficialmente en las Naciones Unidas, con una
pequeña variante que dice “Latinoamérica y el Caribe” porque
resultaba difícil explicar ese asunto de la pluralidad de culturas
que hay en el Caribe. Sin embargo, esa palabra “Latinoamérica”
deja por fuera la cultura prehispánica de América.
Me pareció también que no bastaba la reflexión psicológica, ni
la reflexión filosófica, sino que había que auxiliarse con médicos, con
historiadores y con antropólogos. Lo de los médicos lo digo porque
no me fue difícil darme cuenta, en mi adolescencia, de que muchos
pensamientos míos provenían de dificultades en la salud. O, por lo
menos, que la adopción, el acercamiento a ciertos pensamientos era
producido por cuestiones de origen orgánico. Tanto en cuanto a la
salud, dificultades de salud, cosas pequeñas en apariencia como estre-
ñimiento, mala digestión, podían hacer que yo me acercara y sintiera
como más evidentes ciertas ideas; y estados de exaltación orgánica
también, por encontrarme en buena salud, con buen ejercicio de los
miembros del cuerpo me hacían que aceptara otras, por lo que me
pareció que era importante para un filósofo tener relaciones con un
médico, en el sentido de que pueda pensar con mayor libertad y no
ser dirigido en su pensamiento por cuestiones de carácter orgánico,
que en todo caso deberían ser corregidas.
Lo de los antropólogos me fue extraordinariamente intere-
sante porque se ocupan siempre de culturas diversas. Y los histo-
riadores, es realmente fundamental. Con esto de los historiadores
paso a la segunda parte de mi exposición que es un acercamiento
a nuestra región cultural que se llama Latinoamérica desde lo
más amplio que yo pueda.

Desde lo más lejano


Desde lo más amplio que yo pueda, ubico como fenómeno
a Latinoamérica en general y a Venezuela en particular dentro de
un fenómeno universalmente humano que cada día me parece
más importante y menos considerado, que es la migración.
Si yo tuviera que darle un nombre al hombre, no diría eso
de “zoon politiko/n”, que puede aplicarse también a sociedades de
insectos, y tampoco eso de “homo faber”, ni todas esas cosas que
se han inventado. Yo diría más bien que es un “homo migrans”.
Es decir, que lo característico del hombre para mí como cosa
central es que migra. Hasta donde se sabe, el hombre surgió,
la hominización se produjo en África y, desde allí, el hombre
ha migrado a todas partes del mundo.
América, en particular, es un continente de inmigrantes,
porque aquí no hubo hominización, vinieron los indios como
inmigrantes y luego vinieron los europeos como inmigrantes.
Por eso me parece que tiene hondas resonancias ese poema de
Gerbasi que se llama Mi padre El Inmigrante y que lo pone en
los extremos: “venimos de la noche y hacia la noche vamos” y,
en ese intermedio, tendríamos que examinar el problema de la
migración.
En la historia y prehistoria de la humanidad veo dos mo-
mentos particularmente importantes: uno es la segunda parte
del segundo milenio antes de Cristo y el otro, la segunda parte
del segundo milenio después de Cristo. De acuerdo con lo que
sabemos por los arqueólogos, en el segundo milenio antes de
Cristo y especialmente en su segunda mitad hubo grandes mi-
graciones indoeuropeas que dieron lugar, en la India, a la cultura
sánscrita, en Persia, a la cultura persa, en Grecia, a la cultura
griega, en Italia, a la cultura latina. Son hechos muy importantes
que se produjeron, sobre todo, en la segunda parte del segundo
milenio antes de Cristo.
Esos desplazamientos de hombres deberíamos recordarlos.
Nosotros somos descendientes de hombres que han migrado
mucho a pie, por mar, por caballo, y últimamente, también por
el aire. Y en estos momentos se están produciendo sobre la tierra
grandes migraciones. Hay grandes cantidades de familias que
se están desplazando de un lugar a otro en condiciones de gran
miseria, en algunos casos, y de gran dolor.
La migración importante en la segunda mitad del segundo
milenio después de Cristo, o sea desde el siglo XV hasta nuestros
días, yo creo que el fenómeno más importante que ha ocurrido

208
allí no es la guerra atómica ni nada de eso. Es la migración euro-
pea, el hecho de que los europeos comenzaron a migrar en masa,
por millones a todas partes del mundo y de manera conflictiva
y dominante. Así, por ejemplo, desde comienzos del siglo XVI
hubo desplazamientos de poblaciones europeas hacia América,
sin contar con que también fueron hacia otras partes del mundo,
pero, vamos a considerar hacia América y ese fue un movimiento
dominante. Sabemos, al estudiar las migraciones de pueblos, que
se produce siempre una relación curiosa, extraña, que no termina
de estudiarse a fondo, entre los que se quedan en la metrópolis
y los que viven en las colonias. Entre los atenienses y los colonos
griegos del mar Negro o los colonos de Esparta en el Sur de Italia
o en Sicilia, había unas relaciones curiosas que en parte eran de
dependencia y, en parte, eran de rebeldía y había cuestiones de
tipo legal sobre las fiestas religiosas que tenían que cumplirse.
Generalmente, los que se van, se encuentran como lejos
de los lugares donde están los centros de creatividad y tienen
una relación de dependencia con respecto a lo que se hace en la
metrópolis: los europeos que vinieron a América, tanto a América
del Norte como del Sur, mantuvieron y mantienen hasta hoy en
día esa relación de dependencia. Los centros de creatividad están
en la Metrópolis, es decir, en el país madre y de ahí es de donde
pueden recibir las indicaciones sobre lo que hay que hacer. Se
produce un sistema de repetición y de imitación, una sensación de
ser como “de segunda”, de no tener una plenitud de lo humano,
sino que es una especie de relación como de protegido-protector,
de hijo a padre. Y las guerras de independencia, no modificaron
esta situación.
Una característica fundamental de América, en general, y,
en particular, de Latinoamérica y, más en particular, de Venezuela
es, sin duda, esta dependencia. Y esta dependencia es explicable
y creo que también razonable porque una vez que un pueblo
migra pueden pasar varias cosas. Una es que cree una cultura
nueva al mezclarse con otros pueblos que están ahí. Por ejemplo,
los indoeuropeos de la primera invasión indoeuropea a Grecia
encontraron una civilización talasocrática en Creta y, en combi-
nación con ella, fundaron el imperio creto-micénico de donde

209
vienen los Aqueos de los cuales habla Homero. Esta cultura es
distinta de la que ellos traían, diferente, como diferente fue la que
se produjo cuando hubo la segunda ola migratoria indoeuropea,
la que dio lugar a Esparta y a los Dorios.
En la llegada a América de los europeos hubo más bien
una tendencia a continuar a Europa en América, obteniendo
ciertas ventajas de tipo europeo, de aspiraciones de tipo europeo,
de tal manera que el contacto con los habitantes inmigrantes
anteriores, los indios, no dio lugar, y creo que no va a dar lugar
a una cultura nueva. Y también hay la tendencia a devolverse, a
que lo que sí ha cambiado no siga cambiando, sino que se pro-
duzca un retorno a la madre; hay algo así de “vuelta a la madre”
en toda América. Y esto ha significado una gravísima dificultad
para entender estas cosas.
La Europa misma en América se dividió en dos. Una
división europea se mudó para América, porque los españoles y
los primeros habitantes de América del Norte y los portugueses
también en Brasil tenían una manera de ver las cosas, una cul-
tura europea de tipo distinto a la que comenzó a formarse con
la Revolución Francesa, en el campo político, y la Revolución
Industrial, en el campo económico. Este cambio tan grande y tan
tremendo que Europa no ha superado todavía pone al descubier-
to esa división entre un tipo de cultura que podríamos llamar
europea uno, europea primera, y un tipo de cultura europea
segunda, que tiene que ver con el discurso de “las luces”, de la
Ilustración, la ciencia y la tecnología, el progreso y, habría que
incluir allí, el socialismo y las diferentes formas de planificación
de la vida colectiva. Lo cual es muy diferente a las tradiciones ya
desacralizadas que tenían los primeros pobladores de América
venidos de Europa y los pobladores de América anteriores, es
decir, los aborígenes de América.
Por ahí habría dos discursos europeos en América en conflicto
que serían, el discurso de “las luces” y el discurso de los señores. Esto
del discurso de los señores me lleva a mí a la tercera y última parte
de mi exposición: el acercamiento a América.

210
Desde lo más doloroso
Una cosa triste y lamentable ocurrida en América, y nos
tocaría a nosotros hacer algo por eso y no lo hacemos, es que en
ese contacto de los europeos con América, se formó un sistema
de esclavización, de destrucción de las culturas que estaban antes
en América y de esclavización de sus integrantes, además de haber
provocado una inmigración pasiva de esclavos de África. Y esa
relación amo-esclavo por parte de los europeos en América no
ha sido resuelta.
Aun cuando en el siglo pasado, por influencia de la Europa
segunda, por el discurso de “las luces” hubo la supresión formal
de la esclavitud, la esclavitud no cesó. Yo tengo suficiente edad
para haber visto que los que antes eran esclavos en las haciendas
y luego pasaron a ser libres, pasaron a una situación peor que
la que tenían cuando eran esclavos, porque pasaron a la depen-
dencia de un salario pequeñísimo, que nunca alcanzaba para
sus necesidades y que los hacía estar vendidos a los dueños de la
hacienda por generaciones pues lo hijos heredaban las deudas
de los padres.
Los movimientos políticos que ha habido para remediar
esa situación me parece que no han logrado nada en absoluto;
quiero decir esta idea con mayor claridad para que no se crea que
es una estridencia mía. Arquitectónicamente puede verse esto
muy fácilmente. En la época de la colonia, ¿qué veía alguien que
vivía en América? Veía la casa de los señores y las barracas de los
esclavos, una hacienda, una casa colonial como conocemos que
son y, cerca de ahí, una barracas donde vivían los esclavos y se
criaban los niños como perritos, como animales, y estaban a la
merced del señor.
Pasan todos estos siglos y llegamos al año 1995. ¿Qué vemos
nosotros al mirar? Vemos las casas de los señores y las barracas de
los esclavos. Yo no veo diferencia, yo creo que las condiciones son
peores. Hay una urbanización donde viven los señores y, al lado,
siempre hay algo que es equivalente a las barracas de los esclavos.
Creo que un estudio de historia de la arquitectura podría detectar
una línea que va desde la barraca de los esclavos hasta la construc-
ción de los ranchos.

211
Luego, este hecho real, tangible, visible, está acompañado
por un hecho interno, psíquico, que es que nosotros estamos
acostumbrados a sentirnos internamente como señores o como
esclavos. Y luego hay en la gente que toma el poder –habría que
hacer una reflexión más profunda sobre el poder, no sobre los
mecanismos de poder, habría que hacer una reflexión sobre qué
es el poder y para qué sirve además de para satisfacer a pequeños
yoes internos, viles y mezquinos, incapaces de reconocer a los
otros que hay en ellos mismos y mucho menos a los que hay por
fuera– en Venezuela, en cualquier nivel que lo tomen, que se
comportan como amos y tratan a los demás como esclavos. Y los
demás se sienten también como esclavos y se comportan como
tales. Así yo he observado que los que toman el poder respetan
a los otros que están en el mismo juego político pero no, a aque-
llos que se supone que van a representar. De tal manera, que el
juego democrático ha sido una farsa engañosa para los otros que
siguen siendo esclavos; ¿cómo se explica que después de treinta
y cinco años de democracia siga habiendo la misma situación
de separación tremenda, dolorosa, vergonzosa, entre una urba-
nización y un barrio? Yo, profesor universitario, pertenezco a un
nivel económico, que me permitió hacer una casa. ¿Y qué hay
detrás de mi casa? Un barrio, ¿eso sólo? ¿Y cómo es ese barrio?
Bueno, como las casas de los esclavos. ¿Qué hace la gente que
vive ahí? Consigue trabajo para cortarme a mi la grama y a los
demás profesores le trabajan en la cocina a la señora.
Y otra cosa que he observado con asombro es que personas
que tienen una ideología igualitaria y hasta revolucionaria no
sienten ninguna contradicción de tener en la casa una sirvienta
mal pagada y mal tratada y disgustarse porque la señora dice que
quiere tener el domingo libre. Eso lo he visto yo en personas que
incluso están peleando a favor de una revolución social ¿Por qué
pasa eso? Porque hay trastiendas psíquicas no analizadas. Alguien
toma el poder con una ideología de la Europa segunda, de “las
luces”, pero detrás está la vieja ideología española de los seño-
res, de los que mandan. Entonces la ideología le está sirviendo
sólo como manera de ascender socialmente y llegar a ser señor
él también y mi vida ha sido larga como para ver que a grandes

212
luchadores políticos que quieren hacer la revolución, la lucha
política les ha servido para ascender económicamente y social-
mente y convertirse en señores y tener esclavos.
Creo que, aun cuando pudiera parecer fuerte eso de
“esclavos”, si se piensa en la palabra como una condición de
inferioridad y de necesidad de servicio para poder sobrevivir,
se podría aceptar, no pensándolo como esclavo en el sentido de
que tenga cadenas amarradas a los pies, pero hay otras cadenas
y otras dificultades.
Veo que en los liderazgos ha habido un discurso europeo
segundo, un discurso de la Ilustración, de “las luces” y, en la
práctica, se mantiene dentro de los propios dirigentes otro
discurso, secreto, tal vez inconsciente ¿Qué le queda entonces
a los esclavos? Les queda un discurso salvaje. Y yo entiendo por
discurso no un proceso verbal ni siquiera un proceso intelectual,
además que la palabra “discurso” no tiene nada que ver con
la palabra “palabra” ni con la palabra verbo, ni con la palabra
hablar. Discurso tiene que ver con currere, dis-currere, como
una forma de moverse rápidamente por aquí, por allá. Entonces
yo llamo discurso no sólo los pensamientos y las palabras, lo
que está formulado verbalmente, sino el estilo de actuación,
los actos y, más profundamente que los actos, los sentimientos
y las valoraciones.
Hay un nivel profundo en el que las valoraciones son de
la Europa primera, son de la España inicial, son de los señores,
de los amos y siguen siendo. Y, luego, hay otro discurso que es
europeo segundo, que es el que adoptaron los libertadores, por
lo menos en forma verbal, y luego tenemos ese discurso salvaje,
creo que en nosotros mismos, en nuestra interioridad, nuestra
intimidad están presentes esos discursos, esas maneras de sentir
y de comportarse y en un mismo día es posible que nosotros pa-
semos de un discurso de señor a un discurso salvaje o al discurso
europeo segundo. El más verbalizado es el europeo segundo; el
europeo primero queda allí un poco sin decirse y el otro queda
dirigiendo acciones de tipo destructivo que son las únicas que
puede hacer.

213
Entonces, ¿cómo es posible que ese discurso salvaje, de
donde podría salir de parte de los vencidos y de los oprimidos
una actividad de cambio, esté reducido por vía oficial y con la
complicidad de los que se dicen de izquierda? Esto, debo decirlo,
está reduciendo lo que pueden hacer o a una violencia caótica
y criminal o a la más oscura superstición. O sea que se está fo-
mentando entre la gente más miserable, más perseguida y más
sufrida estas dos cosas: o la violencia inútil, cruel, o la superstición
religiosa más obscura y obscurantista.
Al reflexionar sobre liderazgo y sobre poder y sobre la po-
sibilidad de que un liderazgo hasta ahora existente en Venezuela
sea sustituido por otro, yo insistiría en que hay una sordera, una
sordera especialmente característica del CENDES y del CEPSAL
y de todas las instituciones que se ocupan de esta investigación.
El que disiente es considerado enemigo en un primer momen-
to; en un segundo momento es considerado malvado y, en un
tercer momento, es considerado delendo, es decir que debe
ser destruido. Hay una dificultad para aceptar al otro, hay una
dificultad para el diálogo, asumen una ideología cualquiera y
se ponen ciegos a cualquier otro pensamiento, a cualquier cosa
que se les muestre si está fuera de los parámetros de esa ideología
fanáticamente asumida.
No creo que sea bueno, para la ciencia, para el conocimien-
to ni para la formación de un nuevo liderazgo, que haya ese en-
cierro, ese cierre en el seno de una ideología o de una actitud que
puede ser también una superstición metodológica, una arrogancia
cientificista y que no haya campo, no haya oído, para las otras
cosas que deben ser oídas. Que no haya diálogo sino el interés
de borrar a todo lo que sea diferente. Sugeriría entonces como
conclusión, como deseo, que este simposio tuviera suficiente
amplitud para no encerrarse en supersticiones metodológicas
y en ideologías.

1995

214
LOGIAS PITAGÓRICAS

En Venezuela, el Estado –el sistema oficial de instituciones


públicas– es totalmente ajeno y extraño a la Psique colectiva. No
que Él no La gobierne suficientemente, ni que no La haya con-
formado en alguna medida a su imagen y semejanza. Pero ni Él
es exteriorización formal de las estructuras creadas por Ella en Su
devenir histórico; ni Ella se ha dejado penetrar y articular por Él
como para formar pareja fecunda.
Además, Él no empreña porque es heterogéneo es incoherente
en sí mismo como el monstruo de Frankenstein; y Ella sólo podría
ser fértil en connubio incestuoso con el hijo partenogenético de sus
entrañas. Él procura construir algún género de virilidad eficiente
automedicándose vitaminas y afrodisíacos de origen científico y
sometiéndose a intervenciones quirúrgicas recomendadas por la
tecnología foránea; Ella lo voltea, sin frutos, con fantasmas del
multivario pasado, con supersticiones y terrores ancestrales, con los
míseros héroes evacuados por la industria televisiva, y se consuela
a menudo con ese falo de madera perfumada que Le venden las
doctrinas soteriológicas. Él la maltrata interminablemente, sin darse
cuenta, con su abrazo abrasador, dogal de hielo burocrático (los fue-
gos del infierno son fríos); pero Ella ha logrado exudar una especie
de cataplasma proteico, plástico, pegajoso y caliente que alivia, mitiga
y amortigua los rigores del coito.

Las visiones
Hasta tal punto se ha agudizado en las últimas décadas esa
alienación crónica entre la Psique colectiva y el Estado, alienación
constitutiva, que la mayoría de los venezolanos intuye al Estado,
aunque no pueda conceptuar ni verbalizar esa intuición, intuye
al Estado como una especie de monstruosa álter natura, como si
el Estado fuera parte de las cosas no humanas del universo y no
dependiera por tanto de la voluntad de los hombres.

215
En consecuencia, la mayoría de los venezolanos se com-
porta ante el Estado como ante los fenómenos atmosféricos y
telúricos, y ante las condiciones geográficas, clima, relieve, flora,
fauna. Con una significativa diferencia y terrible: mientras la
naturaleza está emparentada con el hombre y presenta ritmos,
regularidades, continuidad, ofreciendo siempre la posibilidad de
relacionarse con ella de manera racional y afectiva; el Estado, en
cambio, es un ensamblaje destartalado de máquinas de diversos
tiempos y países, máquinas cortadas de su origen humano e inter-
conectadas con perversa racionalidad, máquinas de movimientos
espasmódicos y epilépticos, máquinas que exigen de sus choferes
una conducta demencial.
El fracaso monumental de la ciencias económicas y sociales
del país para comprender tal estado de cosas y el fracaso resonante
de los políticos para cambiarlos, ese doble fracaso ha entregado
el imaginario colectivo a visiones apocalípticas y escatológicas de
raigambre mítica, y le ha impuesto el recurso a artes adivinatorias
y prácticas apotropeicas, rameras de la angustia.
Los más inteligentes dejan fluir el pensamiento analógico
con intención catártica, y generan visiones de otro tipo. Así, el
doctor Manuel Oropeza, experto en manicomios, visualiza a
Venezuela como un gigantesco asilo para enfermos mentales,
financiado por la renta petrolera, donde predominan en altísimo
porcentaje los maniacodepresivos, polarizados los unos en la fase
maniaca (esos son los dirigentes en todas las actividades públicas
y privadas), y polarizados los otros, los más, en la fase depresiva
con ingredientes paranoides; aquí y allá pequeños círculos de
autistas catatónicos; en el aire, el tartamudeo idioléctico de
esquizofrénicos tranquilos, y en cualquier momento el asalto de
los locos de hambre.

Escondrijos y refugios del vigor


Los pocos que en atroz sobriedad han cobrado consciencia
de esta situación comprenden la irremediable impotencia en
que se encuentran para intervenir eficazmente en los asuntos
públicos, sienten su vida como una aventura individual en un

216
mundo caótico y se entregan a largas y fatigantes sesiones de
autoflagelación.
Sin embargo –éste es sin duda el fenómeno más dignifi-
cativo de la Venezuela actual– en todos los campos de la vida
nacional, los pocos cuerdos han dado la espalda a los maniacos,
depresivos, esquizofrénicos, han guardado el látigo y se están orga-
nizando en pequeños grupos, cual espontáneas logias pitagóricas,
para comprender y hacer lo que esté al alcance de sus posibilidades
y les incumba por ubicación y vocación. Muchos son grupúsculos
semisecretos y todos deben mantener ese bajo perfil.
¿Se constelarán en organizaciones futuras poderosas?
¿Lograrán desmantelar las máquinas de la monstruosa álter
natura? ¿Partearán las partenogénesis de la Psique? ¿Criarán
sabiamente al venidero cónyuge incestuoso? Tal vez sí. O no.
En todo caso no es prudente turbarlos con investigaciones de
“esa cosa horrible que llaman sociología”, como no es prudente
desenterrar las semillas para ver si están germinando.

1995

217
MIRANDO LA VIDA

Vibra entre mis manos un texto encantador. Se llama Mi-


rando la vida. Lo escribió Garabet Ibrãileanu (1871-1936) quien
dirigió en Rumania, su patria, la importante revista literaria Viata
Romaneasca durante 27 años. Lo tradujo al español Eduardo
Briese. Consta de segmentos cortos; numerados del 1 al 211; el
más largo, en mucho, más largo que cualquiera de los demás, tiene
122 palabras en la traducción; el más corto 7. Cada segmento es
completo, cerrado, independiente, autónomo y puede ser leído
por separado. No hay un eslabonamiento secuencial; pero en
el conjunto se pone de manifiesto y brilla un discurso incisivo,
penetrante, ingenioso sobre la condición humana. Lo preside
una mirada implacable, fiel sólo a su propia lucidez y decidida a
no aceptar compromisos de ninguna especie.
Este discurso de fondo sobre la condición humana tiene
como temas preferidos el conocimiento y la inteligencia, la moral
y el interés, las mujeres y la muerte.
Tratando de descubrir la clave de su encanto, nos pregun-
tamos si acaso contiene una representación exacta, científica
pudiera decirse, de la vida humana y nos enseña, por fin,
quiénes somos. Nos vemos obligados a responder negativa-
mente: algunos juicios generalizan observaciones particulares
de manera inaceptable en buena lógica; otros tienen un sesgo
deformante producido tal vez por amargas frustraciones del
autor; no faltan los que son válidos sólo en las circunstancias
histórico-culturales de su vida; dos o tres son falsos.
Pero a veces el valor de un texto no proviene de su con-
cordancia con lo real, sino de su coherencia interna; puede
tratarse de una hermosa estructura conceptual, seductora por
su impecable ajuste, por su “terrible simetría”, por el acuerdo
unitario de las partes. ¿Es ése el caso en el texto de Ibrãileanu?
Por segunda vez nos vemos forzados a responder negativamente:

219
el autor afirma que la conducta humana está predeterminada
por fuerzas desconocidas, con lo cual niega la libertad; pero da
consejos sobre la mejor manera de comportarse, con lo cual
supone que el hombre es libre para dirigir sus actos. Habla
con la seguridad de quien conoce a ciencia cierta verdades
fundamentales; pero proclama que nos rodea la más tenebrosa
ignorancia y que lo máximo de nuestro conocimiento es compa-
rable al salto de una rana que quisiera darle la vuelta al planeta.
Parece estimar la consciencia, la reflexión, los valores morales;
pero su cinismo no conoce límites y recomienda comportarse
como un chimpancé.
Sin embargo, ya terminé la tercera lectura y me sigue
gustando, tanto así que he aprendido de memoria, sin propo-
nérmelo, muchas de sus formulaciones. ¿Dónde está la clave de
su encanto?
Ahora veo claro: está precisamente en esa mezcla de
sabiduría y locura, de razón y sinrazón, tan característica del
hombre auténtico que no se engaña a sí mismo; en el estímulo
para liberarnos de la pedantería y la arrogancia en que tan a
menudo caen la ciencia y la filosofía; en el aflojamiento de
tensiones y crispaciones provocadas por la sobrevaloración de
nosotros mismos y por el espíritu de seriedad que nos hace
sufrir inútilmente por causas en apariencia importantes pero
en verdad ridículas si se las mira con humildad.
Su estilo es en verdad un estilo: punzón agudo. Cada
segmento de su texto nos puya como una aguja de acupunctu-
ra y, como ésta, deshace los nudos que detienen el fluir de
la energía psíquica. Los prejuicios se disuelven. Nos vemos
obligados a repensar nuestras creencias, a considerar nuestras
actitudes estereotipadas, a repreguntarnos las preguntas que
teníamos por respondidas. El efecto es saludable: saltamos
por el cosquilleo o por el leve dolor, nos despertamos de la
modorra dogmática, nos frotamos los ojos del espíritu y es
grato sentir ese estímulo vitalizante.
Desde el punto de vista literario, los 211 segmentos de
este texto encantador oscilan entre el aforismo y el epigrama, y
se mueven muy cerca de las máximas.

220
Los primeros aforismos conocidos son los de Hipócrates.
Recordamos el primero: “La vida es corta, el arte largo, la ocasión
súbita y arriesgada, la experiencia engañosa, el juicio difícil. No
sólo el médico, también el paciente, sus familiares y los instru-
mentos deben estar listos para hacer lo necesario”. Hipócrates
amonedó en aforismos todo lo que sabía de medicina. En 1066
hizo lo mismo Joannes de Meditano; en 1709 Hermann Boerha-
ave hizo otro tanto. Después se pasó a las exposiciones sistemáticas
en tratados académicos. Sobre la condición humana no se ha
llegado a esto último; es comprensible que Garabet Ibrãileanu
se incline con frecuencia hacia el aforismo.
Los griegos inventaron el epigrama: inscripción grabada
en un monumento. Desde la Antología Griega: verso breve y
meduloso, a menudo sorprendente, sobre cuestiones de moral.
Por extensión cualquier sentencia llamativa que pretenda expresar
una verdad de manera sucinta y percutiente. Catulo comenzó el
epigrama latino; Marcial le dio forma final en 1500 versos mor-
daces y a menudo indecentes. Desde entonces no ha cesado este
género. Lo cultivaron entre muchos otros Marot, Ben Johnson,
La Rochefoucauld, La Bruyère, Voltaire, Dryden, Pope, Swift,
Coleridge, Goethe, Wild, Shaw. Un cierto cinismo lo preside a
menudo: reconoce precio a las cosas, pero no valor; y una cierta
amargura: quisiera que hubiera valores morales auténticos. Ga-
rabet Ibrãileanu se inclina hacia el epigrama; es comprensible,
porque blasfema, contra la hipocresía oficializada y la desnuda
con fulgurantes comprensiones.
La máxima aconseja. Ibrãileanu, con paradójica ternura
quiere ayudarnos a vivir. Gracias. Creo que lo logra.
Vibra entre mis manos un texto encantador. Se llama Mi-
rando la vida. Quiero que mis amigos miren la vida con Garabet
y piensen en Rumania, ese país hermano que tanto ha creado
para los apetitos del espíritu.

1995

221
EL CUERPO ES TEMPLO

A petición del gran amigo Luis Gerardo Gabaldón, egregio


científico social y poeta, escribo estas líneas a manera de prólogo
para éste su primer poemario publicado. Las escribo también con
una intención que ahora callo, pero revelaré al final.
El cuerpo es templo del Espíritu Santo -reza la sagrada es-
critura. Ahora bien, podría pensarse que el Espíritu Santo oficia
en su templo de manera diferenciada según las partes: cerebro,
aparato digestivo, aparato circulatorio, piel, linfa, órganos de
los sentidos... y que la respiración, por ejemplo, la asimilación
de los alimentos, la sudoración, el secreto trajín de las glándulas
endocrinas, son operaciones sagradas del Espíritu encaminadas
al mantenimiento de la vida orgánica y a la realización, por ese
medio, el cuerpo, de fines superiores, más importantes que la
vida misma.
No otra cosa debieron pensar los sacerdotes egipcios. Es
fama que construían sus templos siguiendo las estructuras de un
cuerpo humano acostado en posiciones diversas: boca arriba,
boca abajo, de lado, con las extremidades recogidas o extendidas
según los lugares de Egipto donde los edificaban. Egipto mismo
concebido como un cuerpo humano que mira hacia el cielo con
la cabeza hacia el norte y el sol naciente a la izquierda.
Por otra parte, en otro ámbito histórico y cultural, nadie
ignora que las catedrales góticas, dedicadas todas a Nuestra
Señora, siguen el mismo modelo. Los feligreses entran desde
occidente por los pies; en el centro de la nave central, un labe-
rinto simula el dédalo intestinal estilizándolo; el sacerdote dice
misa en el lugar del corazón mirando hacia el oriente; en torno
al cerebro un deambulatorio da paso a múltiples capillas y a la
cámara del tesoro, la más oriental; dos torres como senos su-
blimados o quizás como piernas levantadas y una aguja fálica
coronan la construcción.

223
El cuerpo es templo del Espíritu Santo -reza la sagrada escri-
tura . Pudiera pensarse también que el Espíritu Santo oficia en su
templo de manera diferenciada según las edades. La niñez, la ado-
lescencia, la juventud, la madurez y la senectud no son vehículo
igual para las palabras, las emociones, los pensamientos, los actos
y los conflictos que exaltan y desgastan, ennoblecen o envilecen
y enferman al cuerpo. Sin olvidar las relaciones cruzadas; los
ancianos viven una segunda infancia; los adultos experimentan
ternuras y dicen palabras propias de impúberes; las niñas en la
primera comunión se adornan con plantas fanerógamas y portan
un cirio cuyo simbolismo yónico y lingámico ignoran...
El cuerpo es templo del Espíritu Santo -reza la escritura
sagrada. Podría pensarse, ¿por qué no?, que el Espíritu Santo
oficia en su templo de manera diferenciada según el género y
el número, es decir, según que el cuerpo sea de hombre o de
mujer y según que esté solo o en cópula con otro u otros. De los
amantes dice Platón que, si un Dios les preguntara lo que más
desean, responderían que desean fundirse en uno y que acepta-
rían cualquier forma impensable de cirugía unificadora. Según
el mito puesto por Platón en boca de Aristófanes, el cuerpo del
ser humano era inicialmente cuerpo de pareja; esa completud los
volvió arrogantes hasta el punto de querer tomar el cielo por asal-
to. Un acto divino de atroz cirugía separadora los partió en dos,
con amenaza de partirlos de nuevo si persistían en su arrogancia;
desde entonces cada mitad busca, despavorida, su otra mitad con
infinito afán; la probabilidad de equivocación es altísima y cada
error renueva la pavura del originario corte primitivo, pero los
reiterados fracasos no logran extinguir la llama del anhelo que
inexorablemente busca reconstruir la unidad desgarrada.
En otro mito cuenta Platón que las almas, antes de cada
encarnación, participan en una difícil procesión que tiene por
objeto llegar a un lugar hiperuranio para ver lo verdaderamente
real: las ideas. En ese empeño forman parte del séquito de algún
dios. Las que estuvieron en el séquito de Afrodita sienten durante
su vida terrena un más intenso ardor en la búsqueda erótica; nada
les interesa más que el cuerpo ajeno y los placeres de la carne.

224
Estos mitos platónicos, mientras intentan explicar, logran
describir la misteriosa situación de los amantes, lo cual tal vez
era su verdadero propósito. Situación misteriosa en efecto, pues
si fuera pura presión endocrina, se podría resolver con la mas-
turbación manual o vaginal; si fuera sólo instinto o genio de la
especie, bastaría la reproducción; si fuera nada más intercambio
en la mecánica social, se limitaría a negociaciones matrimo-
niales; si no fuera otra cosa que lujuria, se satisfaría con la pericia
científica y la habilidad técnica de expertos en placer. Pero no.
Es un agua que multiplica la sed. Todas las experiencias en esa
misteriosa situación, aun las mejores, dejan a sus actores en sutil
y dolorosa perplejidad por un extraño –no sé qué que quedan
balbuciendo. Es como si a porfía se buscara alguna ilusoria co-
incidencia de los opuestos, una dudosa palíntonos armonía, un
equilibrio para siempre inestable, un esquivo paraíso mil veces
conquistado, mil veces perdido y mil y una veces codiciado.
Umbral agónico y agonal.
Pitágoras, inventor de la palabra filósofo y quizás de la filo-
sofía, enseñó que el número es la esencia del todo y de todas las
cosas. Cuando le preguntaron cuál es el número del universo
mismo, dicen que dijo: “El dos”. De acuerdo con eso el mundo
existe por polarización de una neutralidad, previa o simultánea. La
tradición hermética de la época alejandrina enseñó que el hombre
es microcosmos, una miniatura del macrocosmos, el universo en
pequeño con correspondencia biunívoca de las partes. Si entende-
mos al hombre como pareja aristofánica partida en dos, entonces
el hombre representa en nuestra escala la tensión cosmogónica de
la dualidad. Si tal tensión continúa, persiste el universo. Si cesa,
perece el universo. Pero el número de los amantes perfectos es
el tres. La consciencia de la separación dual se eleva a un tercer
punto y construye el triángulo equilátero de la consciencia divina.
El umbral de salida hacia arriba.
Los místicos, de quienes se dice, y dicen ellos mismos, que
tienen un saber no sabiendo y un entender no entendiendo acerca
del hombre y el universo y Dios y todo y nada, suelen recurrir,
cuando son poetas, a la experiencia erótica como metáfora. Pero
¿qué tal si la experiencia mística es metáfora de la experiencia

225
erótica perfecta in spe? Los grandes amadores, cuando son poetas,
transmutan y subliman en el alambique del lenguaje lo que de
otra manera fermentaría por ahí en rojeces amargas y turpitudes
embriagantes. En el éxtasis amoroso de los cuerpos hay a la vez
unión y dolorosa tensión de dualidad. Pero ¿quién desea de todo
corazón la neutralidad de lo eternamente unitario.
El cuerpo es templo del Espíritu Santo -reza la sagrada es-
critura. Bella y verdadera frase. Sin embargo, en nuestra cultura
estamos sometidos a dos presiones opuestas de índole malsana
que nos impiden comprender y no nos dejan vivir, ¡ay de mí,
infelice!, los misterios del amor. Por una parte, se nos ha incul-
cado durante siglos que todo lo relacionado con el cuerpo, y
especialmente con el sexo, es pecaminoso, sucio y vergonzoso, de
tal manera que cuando somos sumisos racionalizamos la sumisión
en moralidades represivas y perversiones religiosas, y cuando no
lo somos algo nos queda en sentimientos de culpa. Por otra parte,
nos bombardean continuamente con incitaciones sexuales de la
más grosera calaña, sexo al servicio del comercio, de la política,
del narcotráfico y de atroces tantrismos, de tal manera que los
incautos suelen entregarse a las formas infrahumanas del sexo,
rompiendo los más bellos códigos de dignidad, honor y buen
gusto. De no ser por esas dos presiones malsanas, yo podría decir
sin peligro: El Espíritu Santo es la fuerza divina que actúa en los
cuerpos carnales para engendrar la palabra de salvación. No es por
accidente que el Espíritu Santo es simbolizado por una paloma,
pájaro de Afrodita. No es por accidente que los órganos sexuales
del hombre y la mujer tienen nombres de pájaros. Algo ha de
volar. El Espíritu Santo engendra al Salvador en una virgen. La
Virgen es la pareja que logra resistir a la represión religiosa y a la
pornografía. El Salvador es el Verbo. El Verbo que se hizo carne
y habitó entre nosotros, pero las tinieblas no lo comprendieron.
El Salvador es el poema, la obra de arte que se gesta en la inti-
midad de la carne, en los cuerpos que se aman fecundados por
el Espíritu Santo.
He escrito estas líneas a manera de prólogo para el primer
poemario publicado del gran amigo y egregio científico social
y poeta erótico. Las he escrito también con la intención de

226
familiarizar al lector con algunas consideraciones que intentan
adentrarse en el sentido de la experiencia erótica y en el origen
de la poesía amorosa, a fin de que este bello poemario no enajene
a lectores desprevenidos impidiéndoles el goce de encontrarse
consigo mismos.

Mérida 1995, bajo él signo de Libra

227
IDENTIDAD Y CULTURA POPULAR

I
Veo en la compulsión a la repetición (Wieder-holungszwang
la llamó Freud) una manifestación extrema, patológica tal vez,
de la necesidad de auto-reconocimiento y reconocimiento por
parte de los otros. La necesidad de ver en el yo y en el nosotros
continuidad, permanencia, unidad bajo la discontinuidad, imper-
manencia y multiplicidad del devenir, la necesidad de identidad
es tan poderosa y urgente que puede recurrir a medidas drásticas
para garantizar el auto-reconocimiento y el reconocimiento de
los otros. Esto es comprensible si pensamos que la alternativa es
la locura.
La identidad de la especie no basta. El énfasis en lo uni-
versal desestima las diferencias individuales y en la noche de
lo universal todos los gatos son pardos, como podríamos decir
parafraseando a Hegel. No es la humanidad ante los dioses
reales o ficticios, ni ante la naturaleza subhumana lo que puede
responder satisfactoriamente la pregunta ¿quién soy? o ¿quiénes
somos? La pregunta por la identidad pide señalamiento de dife-
rencias, de caracteres propios ante otros hombres o ante otros
grupos humanos.

II
Veo en nuestra sociedad una cultura dominante y la supervi-
vencia de culturas dominadas que persisten no sólo por fragmentos
sino también en el esquema fantasmal de una totalidad virtual que
se actualiza en facetas, algunas permanentemente visibles, otras in-
termitentes, otras esporádicas, pero todas aprovechando resquicios,
fisuras y grietas de la hegemonía. Esa supervivencia de culturas domi-
nadas en alianza con formas abandonadas de la cultura dominante
y en fornicación adúltera con la propia cultura dominante es lo que
entiendo por cultura popular.

229
III
Veo que en esa heterogeneidad de la cultura popular se
pone de manifiesto una heterogeneidad insostenible de iden-
tidades incompatibles. Se pone de manifiesto también, como
revulsivo implacable, la necesidad de lograr una autoconcepción
unitaria que armonice, integre y jerarquice los contenidos dis-
ímiles para producir una identidad coherente. La pasión de la
razón es la unidad, dijo Kant. La pasión de la identidad es la
coherencia, digo yo. Veo, por tanto, que es el ámbito de la cul-
tura popular donde además de la conservación de lo dominado
o desechado heterogéneo se opera la creación de una identidad
nueva que incorpora también a la cultura dominante curándole
los pujos de universalidad abstracta para que forme parte de
una individualidad cultural concreta capaz de enfrentarse a
las otras del mundo con rostro propio. El rostro propio de sus
creaciones artísticas, testimonios autoconscientes de un quien
auténtico.

IV
Veo como cultura dominante en nuestros días la cultura
de la razón segunda. Entiendo por razón segunda no la mera
facultad racional presente en todo hombre, sino la forma que
la razón revistió en Occidente al tomar consciencia de sí, desde
los griegos hasta la Ilustración, y al engendrar la ciencia y la
tecnología. La cultura dominante resulta insatisfactoria cuando
intenta constituir identidad. Sus tendencias actuales: el modo de
producción industrial, el desarrollo de las firmas transnacionales,
la mundialización de las finanzas, del mercado y de la informa-
ción, propenden a homogeneizar las formas de vida del planeta
sobre las bases del consumo y la simplificación de la condición
humana. Sus tendencias actuales propenden más bien, pues, a
despojar a los grupos humanos de su identidad, disolviéndola
en una humanidad abstracta, artificial, gobernada por los me-
canismos del sistema económico actual. Mucho menos podría
ayudar a constituir identidad.
V
No veo cómo la cultura popular va a lograr lo que yo espero
de ella. Pero lo espero con fe irracional. Sé, además, que el arte
es impredecible e inmensamente poderoso.

Bibliografía

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les structures du sacré”, en : Mircea Eliade. Dialogues avec le
sacré (coll. Homo Religiosus), De. NADP, París.

1996

231
MESTIZAJE

Dado el mestizaje étnico, universal y apasionado, desde


tres focos de pureza (o impureza homogeneizada) hasta la total
ausencia, pasando por todos los grados cuantitativos de parti-
cipación en una mezcla que exhibe sobre el territorio todas las
combinaciones posibles; dado el mestizaje cultural, evidente en
mil sincretismos, pero sobre todo en laberínticas estratificaciones;
dada la multiformidad de los encuentros, entre la lucha a muerte
y la ternura, y de las convivencias, entre el amor hipócrita y el
odio sublimado; dada la inteligencia creadora, hubiera podido
esperarse en América el nacimiento de un tipo nuevo de hombre,
el florecer de una cultura nueva, el brillo de un paradigma nue-
vo, capaz de asumir y conservar superando todos los factores en
juego, capaz de conducir la heterogeneidad hacia la coherencia,
pero no ha sido así; el devenir de América nunca ha apuntado de
verdad verdad en esa dirección; América es el extremo occidente
de Occidente, su frontera occidental en expansión.
El mestizaje en América es un proceso digestivo de Occi-
dente para asimilar pueblos, culturas, territorios inicialmente
extraños. Un proceso digestivo bastante dispéptico que tiende
inexorablemente al fortalecimiento y engrandecimiento del pa-
radigma occidental. América es bolo alimenticio convirtiéndose
por alambiques digestivos en carne viva de Occidente. Lo no
asimilable será defecado, ya se está convirtiendo en doloroso
bolo fecal, parasitoso y pestilente.
Cuando este proceso termine, cuando el mestizaje no sea
ya sino el recuerdo de un banquete, sólo quedará de lo extraño
un matiz, una mueca coqueta en el hermoso rostro remozado
de Europa.

1997

233
ALGO SOBRE EL AMOR Y LA FEMINIDAD

Sólo a retazos es lícito hablar sobre este tema: los retos


son muy grandes. Masculino –y– femenino está más cerca de
macho –y– hembra que de hombre –y– mujer. Este último par
es a menudo ambiguo y tornátil.
El útero ya combatió por la especie. Combatió contra
inundaciones y terremotos, contra epidemias y guerras, contra
el amor al peligro y la gloria, contra el fanatismo y la sabiduría,
contra la estupidez de los políticos, contra el helado rigor de la
ciencia. Triunfó. Seis mil millones de individuos y el rancho
ardiendo. Ahora busca y encuentra otras tareas. ¡Muy machistas,
temblad!
Mahoma dijo: la mujer fue hecha de una costilla; la cos-
tilla es un hueso curvo; si tratas de enderezarlo, se quiebra. Sé
paciente con la mujer.
Pero yo le pregunto a Mahoma: ¿Cómo pudiste olvidar la
arcilla roja?

Los niveles del amor son siete, en orden ascendente:


1. Atracción orgánica, vital, vegetal, animal. Esplendor en
la hierba. Y mineral, pues mueve al sol y a las demás estrellas.
2. Enganche emocional. ¡Ay Francesca!
3. La amistad cultivada como un jardín. ¡Cuánto te debe-
mos, Epicuro!
4. El intercambio libidinoso de ideas y pensamientos te-
niendo, por arriba, la verdad, y, alrededor, las tareas libremente
escogidas y compartidas.

Me callo los otros tres; pero adelanto que ninguno de


ellos tiene que ver con la codificación de los afectos que cada
cultura hace, ni con los patrones de conducta adquiridos en
cada sociedad.

235
De un nivel a otro es más difícil subir que bajar; fácil en-
cerrarse en uno de ellos. Pero tú debes aprender a subir y bajar,
separando lo sutil de lo espeso.
Las vocales eróticas:
O: La mujer cerrada y sola. Soy la redondez del mundo, sin mí
no puede haber Dios, papas y cardenales sí; pero pontífices no.
I: El hombre solo y frío.
U: La mujer abierta.
E: El hombre penetrando en la mujer abierta.
A: La pareja perfecta. Media mujer erguida y el hombre
entero se inclinan el uno hacia el otro para no caer y morir. Se
sostienen formando un ángulo que apunta hacia el cielo. Forman
techo, casa; el piso de arriba para Dios; el de abajo para el mundo;
se separan uniéndose a la altura del plexo solar, con un vínculo
que nadie puede comprender; ni siquiera ellos mismos.
En Barquisimeto, el 48, en la escuela mixta de Casta J. Rie-
ra, quien según Don Chío no era ni casta ni Riera (le dejó la J.),
una enviada de Madame Blavatsky, hojeando la revista ALAS, una
enviada bella como la luna llena de Safo y deslumbrante como el
hermano mayor de Francisco, nos dijo a nosotros, unos muchachos
facinerosos de mugrosa mollera, nos dijo: la humanidad es un
pájaro que vuela con dos alas, la una masculina, la otra femenina;
la femenina ha estado hasta ahora disminuida en su impulso por
sutiles amarres; por eso el pájaro no ha hecho más que volar en
círculos mezquinos. Yo vengo a anunciar que a partir de hoy, el ala
femenina comienza a romper sus amarres. Cuando vosotros seáis
viejos, y espero que limpios, las mujeres habrán invadido todos los
campos antes reservados a los hombres, y el año 2020, ojalá viváis
para entonces, el pájaro volará hacia su meta verdadera con dos alas
de igual fuerza. Os anuncio la Nueva Era.
Las siete palabras de la feminidad (no coinciden con los
siete niveles del amor):
1. A que no me alcanzas.
2. Quédate sumiso y obediente a mis pies, esclavo.
3. Sé un bebecito, que te voy a cuidar.
4. ¿Dónde podrás esconderte que no te alcance
mi venganza?

236
5. Tengo dos puertas. Te abro la del infierno.
Abre tú la del cielo.
6. Sin mí no puedes crear. Trátame bien.
7. Los que saben dicen ELLA cuando piensan en Dios.

Si quieres ser coherente, renuncia a comprender. Y a la


visconversa.

1997
ENTRE LETRAS BLANDAS Y LETRAS DURAS

En la luna nueva que hoy se acerca al plenilunio, cuando


yo estaba por escribir esta conferencia, vi en sueños al Bafometo
de los templarios. Se parecía a los arcanos mayores del Tarot de
Marsella. En el brazo izquierdo, dirigido hacia la tierra, tenía
escrita la palabra Coagula. En el brazo derecho, dirigido hacia
el cielo, tenía escrita la palabra Solve.
En Venezuela, por lo general, al considerar la universidad,
se toma en cuenta su papel en la formación de profesionales.
Nada más justo. Esa es la responsabilidad que la universidad ha
asumido ante el Estado y ante el pueblo. Esa es la justificación de
su existencia como institución sostenida con fondos del tesoro
público. La nación tiene derecho a juzgarla según la calidad, el
decurso y los resultados de esa función profesionalizante. Intentar
legitimarse en otros términos y sobre otras bases es un procedi-
miento de mala fe. Ni la universidad ha ofrecido otra cosa hasta
ahora ni nadie le ha pedido otra cosa. Todo joven que en ella se
inscribe busca obtener un título para integrarse al –así llamado
en grosero lenguaje economicista– mercado de trabajo. Esa es
también la expectativa de sus padres, demás familiares, amigos
y vecinos. La recompensa esperada, y en gran medida cumplida,
explica el acrecentado aflujo de estudiantes.
En Venezuela, por lo general, al considerar la universidad, no
es frecuente en cambio plantear en serio las siguientes preguntas.
Primero: ¿se agota el sentido de la universidad en la profesiona-
lización, de tal manera que las demás actividades que realiza o
pudiera realizar están en función de ese servicio público? Con
otra formulación ¿Qué sería, o sería algo, la universidad si no se
le hubiera encomendado formar profesionales o ella no aceptara
esa misión? Segundo: el trabajo actual de la universidad ¿no podría
ser realizado de manera más ágil, más eficiente y menos costosa
por otras instancias ya existentes o creables ad hoc?

239
Suele responderse a lo segundo que las profesiones
modernas, las que el país necesita, tienen como fundamento
las ciencias y las humanidades. No podrían formarse profesio-
nales competentes si el centro de formación no fuera centro
de conocimientos y reflexión, pues los profesionales aplican a
los problemas de su campo de acción resultados logrados en el
empeño académico, empeño caracterizado por la investigación
y la invención. Aun cuando la formación de profesionales se
concibiera como entrenamiento y adiestramiento para tareas
concretas del quehacer colectivo, no sería buena si se basara
en logros de segunda mano, superados ya y repetidos con gesto
automático carente de su sentido dinámico originario. Ade-
más, sólo la existencia de centros de conocimientos y reflexión,
caracterizados por la investigación y la invención posibilita el
llegar comprensivamente a las condiciones sociales de donde
surge la presión por profesionales y el intervenir adecuado,
de orden académico, en la solución de problemas.
Pasemos por alto el carácter farisaico de estas afirmaciones
en boca de muchos dirigentes universitarios a quienes mueven
otros resortes. Pongamos entre paréntesis nuestra realidad uni-
versitaria donde fuerzas no académicas han tomado el poder
y la gobiernan en función de intereses ajenos a la institución.
Consideremos sólo lo significado en la respuesta a la segunda
interrogante.
De esa respuesta resulta que la formación de profesionales
es función de la universidad en sus relaciones con el Estado y con
el pueblo, y que para efectuarla debidamente se apoya en haceres
que le son propios y le dan derecho a asumirla desde una dignidad
y una legitimidad que no pueden ser contestadas ni competidas
por otras instancias, a menos que esas otras instancias practicaran
los mismos haceres, pero en tal caso serían también universidades
y sólo quedaría una pelea denominacional.
El pasar por alto, el paréntesis y la atención a la respuesta
de la segunda interrogante nos permiten evadir discusiones sub-
alternas y acercarnos a la primera interrogante. Una respuesta se
ha asomado ya: la universidad tiene haceres que le son propios,
una intimidad funcional, una esencia constituyente, una indi-

240
vidualidad, en suma, una identidad que la faculta, entre otras
cosas, para formar profesionales, pero no es la formación de pro-
fesionales lo que la define intrínsecamente y podría ser sin ella,
así como un compositor puede montar una escuela de música
por requerimiento del Estado o por propia iniciativa, pero no es
eso lo que lo hace compositor sino el componer.
¿Y cuáles son esos haceres que sí definen a la universidad?
¿Será posible que algún universitario los ignore? Hundidos
en el apremio de una docencia precipitada, acogotados por la
masificación, confundidos por las fuerzas no académicas que
gobiernan la universidad ¿habrán cortado los universitarios el
vínculo que los une a su esencia? ¿o será que por circunstancias
históricas y sociales la universidad venezolana, sin una dirigencia
esclarecida, sin defensores, ha admitido en su seno mayorita-
riamente a personas de otras vocaciones y otras aspiraciones
extrañas a lo académico, a las cuales convendrían mejor otras
regiones del quehacer colectivo?
Dejemos también de lado y entre paréntesis todas estas
preguntas porque ellas esperan todavía el estudio que las responda
y porque están por fuera de nuestro propósito en esta exposición
aunque la asedian.
Todas, excepto la primera: ¿cuáles son esos haceres que sí
definen a la universidad?
Ulises se lo dijo a Dante, en el Infierno, desde una llama,
al referir su arenga del último viaje:

Considerate la vostra semenza


fatti non foste a viver come bruti,
ma per seguir virtute e canoscenza
Inferno, canto XXVI, m 118-120

Son los haceres que se engendran cuando la “pequeña


vigilia de nuestros sentidos” está gobernada por la voluntad de
saber, cuando lo que se busca es ciencia y consciencia, conoci-
miento y comprensión.
Dos direcciones tiene esa búsqueda. Una hacia los entes
que hacen frente en el mundo. Otra hacia el hombre mismo

241
que los enfrenta como anthropos. Un camino, hodós, tiene esa
búsqueda, y una manera de caminar, méthodos, la disciplina de
la palabra, un rigor en su manejo que llega a construir lenguajes
técnicos o artísticos según las necesidades de la búsqueda.
Requerido por el compromiso de servir al Estado y al
pueblo, no olvide el universitario su identidad, el fondo desde
el cual puede ser útil.
Partido en la pluralidad de disciplinas, especiali-zaciones,
ramas, escuelas, facultades, departamentos, pluralidad ordenada
por la distribución vocacional de tareas parciales en la gran tarea
única, no olvide el universitario la unidad de donde proviene y
hacia donde revierte su esfuerzo. Lo que caracteriza a la univer-
sidad es sí-ver-unidad.
Nuestra unidad se despliega trinitariamente en tres haceres:
historia, letras, filosofía. Tres aspectos de lo mismo y fuente de
cualquier otra división, distribución, clasificación surgida en el
devenir universitario según los avatares del devenir en general.
Historia: esta palabra nombra corrientemente al devenir
en general, sobre todo en su éxtasis pasado, y en particular al
devenir humano. También nombra a la memoria, estudio y cien-
cia de ese devenir. Pero este uso corriente restringe el significado
etimológico. La palabra historia proviene de la raíz id- que se
encuentra en: “eídos-oida” del griego, en veda del sánscrito y
video del latín; designa todo intento de conocer, toda indagación
de lo que está ante los ojos o puede ponerse ante los ojos como
objeto de investigación. Designa también el testimonio acerca de
esa búsqueda y sus resultados.
La uso aquí etimológicamente para abarcar las ciencias de
la naturaleza y las ciencias de la cultura.
Filosofía. Escojo entre la multitud de significados el que
corresponde a mi intención significativa: armonía con el todo
desde el centro de sentido que en ningún caso puede ponerse ante
los ojos y desde el cual surge toda posibilidad de fundamentación
unitaria para las ciencias, toda comprensión de los valores y toda
sabiduría de la vida.
Letras. El lenguaje es el camino del hombre en general y
las lenguas son los modos de caminar de las culturas; las letras

242
son el camino del universitario en particular y el método es su
manera de caminar.
Desde la filosofía, las letras avanzan indagatoriamente
hacia los entes que hacen frente en el mundo y, al avanzar, se
solidifican en método.
Métodos heurísticos que son configuraciones inquisitivas
de la palabra; aún los instrumentos de laboratorio y los aparatos
de observación son hipóstasis metódicas del verbo.
Métodos etiológicos que persiguen la inteligibilidad
de las relaciones entre fenómenos mediante dispositivos
logoicos.
Métodos sistemáticos que organizan en un todo coherente
los conocimientos adquiridos bajo la égida de modelos teóricos,
teorías y paradigmas, capaces, además de orientar y optimizar el
esfuerzo heurístico, así como de generar estructuras etiológicas.
Por otra parte, en la filosofía misma, las letras se solidifican
en los filosofemas que nos entrega la tradición, en las escuelas
de pensamiento, en los estilos de raciocinio, en la pluralidad de
enfoques e instalaciones desarrollados con sutileza y rigor por
novecientas generaciones de filósofos.
Por otra parte, en fin, las letras se solidifican a través de
un hacer autónomo que, no estando al servicio de la historia ni
de la filosofía en cuanto oficios especializados, es historia y filo-
sofía como literatura, como poesía, ámbito donde se resguarda
la gestualidad plena y libre del hombre en su integridad. En la
universidad, las letras se vuelven hacia sí mismas como obra rea-
lizada y se solidifican en filología, hacía sí mismas como medio
y se solidifican en lingüística.
Henos aquí, con todo esto, en el reino de las letras duras.
Unas más duras que otras según el sentir de sus cultivadores o
de sus detractores en un clima dominado por la aspiración a la
dureza infrangible.
También se solidifican las letras universitarias en el discurso
conductual interno y en el discurso que gobierna las relaciones
de la institución con el Estado y con el pueblo.
El Bafometo apuntaba hacia la tierra con el brazo izquierdo
donde estaba escrita la palabra Coagula.

243
La universidad está consolidada, solidificada, endureci-
da, paralizada en batracomiomaquias, coagulada en coágulos
que muchas veces ni siquiera son sus propios coágulos.
Pero el otro brazo del Bafometo estaba alzado y tenía escrita
la palabra Solve.
El endurecimiento de las letras es altamente saludable
para los fines específicos de la universidad en la realización
de su esencia. Pero todos sabemos que los métodos más útiles
heurísticos, etiológicos y sistemáticos entraban, a la larga, en la
propia marcha que los originó, amenazando con convertirla en
gesto hierático.
Sabemos que ello termina en crisis de fundamentos, en
sustitución de paradigmas y teorías, en renovación de enfoques,
en replanteamiento de propósitos. Lo que sirvió de medio para
la visión se convierte en objeto de visión nueva y de revisión.
Es la hora de las letras blandas, las poderosas, las capaces de
engendrar.
Esa hora suena para cada ciencia, para cada teoría, para
cada filosofema, para cada estilo.
Esa hora suena también para los discursos conductual
interno y relacional externo.
Está sonando para esos dos discursos de la universidad
venezolana, endurecido el interno por la batracomiomaquia, en-
durecido el externo por el intercambio servidumbre-presupuesto.
Durante un ciclo completo de Saturno se han estado coagulando
esas letras. Basta. El brazo alzado del Bafometo dice Solve.
No es legítimo que la universidad sirva al Estado porque la
universidad, en su esencia, no es un órgano ni un instrumento
del Estado. La universidad, en su esencia, proviene del fondo
último de la condición humana con igual originariedad que el
Estado. La voluntad de saber no es menos radical que la necesidad
de organizarse, ni depende de ella, sino que se constela con ella
manteniendo su propia especificidad. De potencia a potencia
deben ser las relaciones entre Estado y universidad, no de amo
a esclavo.
Pero en la práctica son y serán de amo a esclavo –aunque
el esclavo sea díscolo, renuente y rebelde– mientras la universi-

244
dad no se afinque en su propia esencia. Porque se ha asumido,
primariamente, como instancia de profesionalización se ha con-
vertido en órgano del Estado y los universitarios se han vuelto,
en no pequeña medida, burócratas cansados, empleados públicos
enajenados y sindicaleros, impacientes de jubilación.
Con palabras de Odiseo Elitis: “¿Qué quieres, qué buscas,
dónde está la señal que se te cayó de las manos?”.
Se ha asumido también como instrumento del cambio
social –ilusión persistente y feroz de la universidad latinoame-
ricana– para ser instrumento de potencias afianzadoras y acre-
centadoras de la injusticia. La universidad no es instrumento
de tal cambio ni de ningún otro, porque, en su esencia, no es
instrumento, sino sujeto agente de una sublevación muchos más
audaz y ambiciosa que la de los héroes políticos, tal vez trágica, la
sublevación contra el destino que nos hizo ignorantes y débiles.
La universidad sirve al cambio social desde su propio centro por
irradiación, no porque se agote en luchas seculares.
Se ha asumido además como educadora del pueblo. ¡Qué
arrogante! ¡Cuánta ignorancia de sus limitaciones! Como si el
pueblo supiera menos que ella. ¿De dónde vendrá esa sobrevalora-
ción nunca cuestionada del tipo de conocimiento producido por
ella? ¿Será de la industria acrecentada, de la tecnología militar?
¿Cuándo se verá que ésas son perversiones del hacer universita-
rio impulsadas por fuerzas externas? ¿Pueden llamarse todavía
universitarios los que están entregados a tan nefastos errores? La
universidad es, sin duda, ámbito de una paideia. Pero al ponerse
al servicio de la civilización industrial no la comunica al pueblo
sino que lo envilece y contribuye a destruir sus valores, pues otros
intereses gobiernan el proceso, no los propios de la universidad,
ni los del pueblo.
Lo que se llama oficialmente educación es amaestramiento
hasnamousiano, condicionamiento para la deshumanización.
Además, puede mecanizarse y automatizarse. No necesita de la
relación erótica maestro-discípulo. La paideia clásica universita-
ria procura el despertar, el aumento de consciencia, el asumir
la libertad por el camino de las letras. Letras que se solidifican
en método y se disuelven en luz, letras que se endurecen porque

245
sin endurecerse no pueden actuar y que se ablandan porque sin
ablandarse no pueden actuar.
La universidad es la casa del letrado y del escriba buscador
de virtute e canoscenza a través de las letras. Si a alguno le parece
mezquina esta condición, poco importante, sin glamour, puede
que tenga vocación de estadista, o de héroe militar, o de reden-
tor; que la ejerza en el sitio donde pueda demostrar su talento y
medirse con la tarea admirada y deseada. No llene esta modesta
casa de vanas palabras, porque podríamos creer que sustituye el
combate real por un combate ficticio en lugar protegido.
La casa del letrado está invadida por potencias surgidas
de otras áreas de la condición social del hombre. El escriba en
nosotros está asediado por potencias surgidas de otras áreas
de la condición humana individual. El intento de esclavizar al
letrado y al escriba es peligroso para la dignidad del hombre en
general porque mediatiza y tiende a suprimir la posibilidad de
visión unitaria y de acción creadora integral y lúcida, porque es
intento titánico de mantener en fragmentos el cuerpo sagrado
de Dionisio.
Pero es intento condenado al fracaso, porque el letrado y el
escriba, en la sociedad y en nosotros, salvaguardan su identidad.
En el peor de los casos encuentran refugio último en las cavernas
que bostezan frente al desierto y desde allí regresan, transfigura-
dos en profetas y visiones, cuando se alza el brazo derecho del
Bafometo enfurecido.

1998

246
VISIÓN DE PORTUGUESA

El conquistador español vino con su mujer. Compañía


difícil de explicar: en la escuela nos enseñaron que los conquista-
dores habían dejado a sus amigas, amantes, concubinas, esposas
en Europa, y se habían venido rueda libre.
Se comprende: la exploración y conquista del Nuevo Mun-
do no era tarea para mujeres; por lo menos no para mujeres tal
como estaban educadas en ese entonces.
Sin embargo, la leyenda afirma que ese conquistador en
particular sí vino con su mujer, lusitana ella por cierto.
Ya en América, vinieron desde la Ciudad Madre, desde
Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción de El Tocuyo.
Exploraron el piedemonte oriental de Los Andes, donde
los ríos descienden malhumorados injuriando y golpeando los
cerros con gran gorgoteo, a borbollones, para tranquilizarse en
tierra llana, para profundizar y potenciar su impulso, para invadir
e inundar las indefensas orillas en las diástoles pluviales.
Los soldados respetaban a la mujer del jefe porque lo
respetaban a él.
Quien seduce a una mujer casada, o se deja seducir por
ella, irrespeta sólo al esposo. Los furiosos soldados sabían que
tal conducta no podía ser impune. Amaban y temían al superior
por derecho de fuerza y de inteligencia.
Luis de Camoens viajaba, sufría y escribía mientras esta
mujer de su raza, esta lusíada, miraba desde sus grandes ojos
verdes el Nuevo Mundo que se desnudaba ante su alma.
Veía hacia el oeste los picos, sabios ancianos, jueces permi-
sivos. Hacia el este la tierra acostada, deslizándose con lujuria, bus-
cando en vano el horizonte. Veía al altísimo cielo deslumbrando
y calentando con su gran luminaria, o reventando y rezongando
herido por la ira todopoderosa del relámpago, o contando mis-
terios y piedras de colores en el aura de la luminaria menor.

247
Veía esa vastedad tan distinta de su tierra natal y se
perdía en ella. Pero se reencontraba en la aceptación de la
extrañeza.
Me asombro pero no me enajeno: también yo pertenezco
a la naturaleza y soy extraña.
Vio al araguaney que en la fiebre del orgasmo se desnuda
de hojas para ser sólo flor de amarillo intenso y fruto fálico de
alado semen.
Vio el recto fuste y la redonda copa de la caoba, sus melí-
feras flores, sus frutos que reclaman sol para transformarlo en
madera preciosa.
Vio el paranoico jabillo siempre a la defensiva, evitó su
tronco espinoso y el veneno de sus hojas, de su látex y de sus
semillas.
Vio el erecto jobo y disfrutó sus drupas amarillas de pulpa
ácida y sabor agradable.
Descansó bajo la copa grande ancha y tendida del samán,
sentada contra su torcido fuste, mirando el escroto lineal de sus
semillas.
Vio al musicalísimo cedro, que, como único, convierte su
fruto en flor de madera.
En la vega de los ríos y cerca de los pantanos vio al apamate
de espectacular floración creador de mariposas vegetales lanzadas
hacia lo lejos con lujuria.
Espanto y susto le causaron con su prestigio antiguo, con su
terror sagrado, la cascabel, la coral, la cuatronarices, la mapanare,
la tragavenado y la anfisbena ciega, la morrona.
Asombro y regocijo los inquietos y bulliciosos monos, ca-
ricatura de hombre. Curiosidad y maravilla algunos animales de
la fauna silvestre: el chigüire, ratón gigante de truncado hocico
y ojos retraídos, gran nadador; la rechoncha lapa de nocturnas
andanzas y compleja madriguera que a veces roba al cachicamo;
el picure, casi conejo diurno de monstruosos dedos y largas cer-
das que para sobrevivir se inmoviliza, corre laberínticamente o
se encueva; la tímida y solitaria danta de larguísima gestación,
parto lentísimo y contacto sobrehumano; el venado caramerudo
que se quita la cornamenta cuando entra en período de fertilidad

248
y que ha sobrevivido, nadie sabe cómo, a la destrucción de los
bosques y a la incesante cacería; el cachicamo con su aspecto de
caballero feudal o máquina de asalto en las guerras antiguas, con
sus patas delanteras de cuatro garras para construir profundas
galerías que la lapa le robará tal vez, con su orina de marcar
territorios como los perros; la perezosa iguana, lagarto generoso
que reparte sus huevos en el mes de febrero; el tigre que arde en
las selvas de la noche, que tiene escritas en la piel las leyes de la
muerte, que irradia por sus bellos y terroríficos ojos los mensajes
ciertos del destino.
Placer y alegría sensual el pato silbador, güirirí cariblanco,
gran zambullidor, paradigmático señuelo para atrapar al gavilán;
el pato real de cara verrugosa; la paloma sabanera de veloz vuelo
bajo sin miedo a espinares y cardonales; el zamuro, augusto pla-
neador y limpiador de los campos; la garza, pedazo de amanecer
arrancado a mundos perfectos de otra dimensión...
Y lo más importante, conoció hombres, personas, seres hu-
manos, gente autóctona con habla, hábito, color, comida, gobiernos
desconocidos en Europa. Algo en ella se ablandó, los ojos verdes
se nublaron de oro. ¿Previó acaso el mestizaje futuro? ¿presintió el
palpitar de una cultura por nacer? ¿pre- escuchó nuevos cantos? Lo
cierto es que tomó el polo de la misericordia cuando los conquista-
dores y frailes tomaron el polo del rigor, espada y cruz, dos formas
de la misma violencia.
Apenas pudo sofrenar la incontinencia de los guerreros y
la furia evangelizadora de los frailes; pero se consolaba pensan-
do que en el vientre de las indias violadas y en la mente de los
convertidos por la fuerza se gestaba un pueblo mestizo capaz de
crear formas más humanas de humanidad.
Esos indígenas que temían a los caballos habían estado
talando y quemando bosques durante siglos para hacer conucos
y, de esa manera, involuntariamente, habían abierto llanuras.
Los imaginó a caballo, miedo domado, pastoreando gana-
dos que ella haría venir de España en los próximos barcos.
Imaginó potros, yeguas, burros, mulas entre el bramar man-
trámico de las vacas y el llamado infantil de los becerros.

249
Imaginó grandes cuencos rebosantes del liquido perlino
de la consorte del toro, como diría algún culterano.
Imaginó grandes sementeras de cereales traídos de Europa
para complementar el maíz, y muchas otras plantaciones genera-
doras de prosperidad.
Todos le decían La Portuguesa por cariño, como hoy en día
decimos La Cumanesa o La Gringa. Ella se acostumbró a que la
llamaran así; percibía el respeto y el afecto encerrados en esa deno-
minación y comenzó a pensar en sí misma como La Portuguesa y
olvidó su nombre de pila cuando comenzaron las fiebres al borde
de ese gran río desconocido donde decidió establecerse.
Soñaba despierta y deliraba, pero en su delirio sólo había
visiones de futuro mestizo y próspero.
La llamada al gran río desconocido significó para ella un
encuentro consigo misma. En primer lugar, el río mismo le resultó
familiar, ya visto, y no por el parecido con los ríos de su tierra, sino
por la correspondencia entre el palpitar externo de su corriente
y el palpitar interno de su intimidad. Misterio de amor.
Un indio aprendió de ella a no temerle a los caballos y a
montarlos.
De él aprendió ella a confiar en las largas canoas delgadas
y a manejarlas. Intercambiaron caballo por canoa, cabalgar por
navegar, trote por desliz, gripe por malaria.
Su vida y la del río se unieron. No sabía nadie entonces
que ese río recoge la casi totalidad de las corrientes de agua de la
región y las lleva en su seno al Apure, al Orinoco, al Atlántico.
No supo nadie el nombre indígena del gran río, o lo olvidaron,
todos lo llamaron el río de La Portuguesa. No supo nadie que ese
nombre se extendería a toda la región, eclipsando los nombres
prehispánicos, los nombres de la vieja España, los nombres de
héroes, los nombres de santos, los nombres de caudillos.
Triunfó el cariño por una mujer. Triunfo raro.
Así, el estado Portuguesa es el único estado de Venezuela
con nombre de mujer.
En consecuencia tal vez, ha sido estado de inmigrantes, de
gente que viene de otra parte, a veces de muy lejos y no siempre
del mundo hispánico. Gente que viene a enriquecerlo.

250
Por cierto, desde un principio hubo inmigrantes por-
tugueses laboriosos y honestos, creadores de prosperidad, sin
protagonismo político.
Los nombres de lugares han engendrado un paisaje toponí-
mico mestizo: Apure, Agua Blanca, San Rafael de Onoto, Esteller,
Píritu, Goanagoanare, Córdoba, Papelón, Boconoíto, Guanarito,
La Trinidad, La Capilla, Ospino, Aparición, Hacarygua, Payara,
Pimpinela, Biscucuy, Concepción, Paraíso, Chabasquén, San Ra-
fael de Palo Alzado, Villa Bruzual, Turén, Canelones, La Misión,
Nueva Florida, Santa Rosalía, Santa Cruz, Virgen de Coromoto.
Nombres que se pueden leer como leyendo un poema; lo mismo
que los nombres de los ríos, además de La Portuguesa, Guanare,
Las Marías, Morador, Ospino, Guache, Acarigua, Sarare, Cha-
basquén, Tucupido, Boconó...
Encontraron la canoa vacía río abajo. Algunos pensaron
que se ahogó al bañarse cerca de un remolino, o que le dio un
calambre, o que se deshizo y se integró al agua, al viento, a la
tierra, al fuego de la región. Todos sintieron el vacío de su au-
sencia y la nostalgia.
Esto explica quizás, por lo menos en parte, la frecuencia
con que los habitantes del estado ven vírgenes surgiendo de los
ríos, de la corteza de los árboles, del carbón de las quemas, de
las nubes, de los sueños.
Fue valiente. Se adelantó en cuatro siglos a los movimientos
de liberación femenina. Fue rebelde. No se adaptó a lo que se
esperaba de ella como mujer e hizo obra social de comunicación
entre los sectores humanos, oponiéndose sutilmente a los inte-
reses de trono y altar. Rebeldía y valor tuvo siempre el estado
de La Portuguesa; son testigos de su carácter policéfalo que se
manifiesta en haber cambiado de capital cuatro veces, tiene
actualmente varias capitales según el punto de vista; y algunas
fechas memorables en la historia reciente: diciembre 5 de 1813
el sol de Araure dio un triunfo grande a los patriotas de Bolívar;
septiembre 1 de 1866 afirmación de identidad y autonomía
como estado; mayo 7 de 1929, el general José Rafael Gabaldón
y un grupo de combatientes enfrentaron las tropas del gobierno
nacional en las calles de Espíritu Santo del Valle de Goanagoa-

251
nare, lugar de gaviotas, tierra entre dos ríos; septiembre de 1952
vio la rebeldía de campesinos alzados, aniquilada en la famosa
masacre de Turén.
La comunicación social fue siempre estimada. Baste pensar
que, habiendo llegado la primera imprenta a Guanare a fines de
1824, ya el 9 de enero de 1825 apareció el primer periódico La
Aurora de Apure, seguido en el curso del siglo XIX por Bandera
Blanca en 1827, El Guanareño y El Llanero Libre en 1830, El
Sol de Abril en 1870, El Guanareño Ilustrado en 1874, El Sol de
Occidente en 1888, La Concordia en 1890, La Regeneración de
Zamora en 1894, El Elector y La Época en 1895, El Correo del
Estado Portuguesa en 1899.
Actualmente leemos El Periódico de Occidente, El Regio-
nal y La Hora en Guanare; Última Hora en Acarigua.
Y como radiodifusoras: Radio Mundial 960, Onda 1.030
y Radio Estelar en Guanare; Radio Acarigua en Acarigua, Radio
Turén en Turén; Radio Portuguesa en Araure.
También en 1825 se fundó el primer Colegio Nacional
del país en un convento franciscano del siglo XVII, donde ahora
tiene sede un vicerrectorado de la Universidad Experimental
de Los Llanos Ezequiel Zamora. En la región hay núcleos de la
Facultad de Agronomía de la Universidad Central de Venezuela,
de la Universidad Experimental Simón Rodríguez y de la Uni-
versidad Nacional Abierta. También el Instituto de Tecnología
del Estado Portuguesa.
Para la difusión cultural el estímulo a la creatividad en el
estado de La Portuguesa encontramos el Ateneo Popular de Gua-
nare y las Casas de la Cultura de Guanare, Acarigua, Boconoíto,
Ospino, Píritu y Turén. Y la tribu indestructible de los poetas y
artistas, la cadena de Homero, la cadena de Policleto, la cadena
de Frinis y Timoteo. Y la tribu de los artesanos que, si colapsara
la civilización tecnológica actual, garantizaría la supervivencia
de la humanidad.
El estado de La Portuguesa tiene una superficie total
aproximada de millón y medio de hectáreas, de las cuales el
55% es particularmente apto para la agricultura, el 35% es más
propicio para la actividad pecuaria y forestal, y el 10% restante

252
tiene función conservacionista y protectora. Ha estado creciendo
en las últimas décadas la actividad agroindustrial.
Como visitante, como amigo, como llanero he sido testigo
estético, no participante, de la gigantesca actividad agropecuaria e
industrial, y, como testigo participante, de la actividad cultural.
Pero mi condición de testigo estético ha sido potenciada y
cualitativamente mejorada por la mediación de unas dos mil fo-
tografías recogidas por el ojo y el lente de Hernán Rivero, insigne
artista de la cámara. Me ha revelado insospechados momentos y
matices de los cultivos, de la cría, de la industria y del escenario
natural donde se insertan.
De esas dos mil unas cuantas (selectas de difícil selección
porque todas son buenas) aparecen en este libro que privilegiará
a quien lo tenga en sus manos ante ojos sensibles a la belleza.
Conductor de tractores: corta la tierra con delicadeza
porque estás horadando el cuerpo sagrado y fértil de La Portu-
guesa.
Cosechador: corta con suavidad para no maltratar los
nervios generosos de La Portuguesa. Ordeñador: ordeña con
cariño porque todas las ubres son los senos multiplicados de La
Portuguesa.
Y tú que te detienes a contemplar el paisaje ¿no sientes un
estremecimiento erótico y un leve fuego bajo la piel?

1999

253
CIENCIAS-HUMANIDADES

Dedicado a Horacio López Guédez

La investigación en Humanidades difiere dimensio-nalmente


de la investigación científica. Mientras ésta busca el aumento del
conocimiento en áreas específicas, aquélla busca desentrañar el
sentido de la vida humana.
Las Ciencias se sirven del método heurístico, etiológico
y sistemático, desarrollado y afirmado, en la época moderna,
desde Galileo hasta nuestros días. Las Humanidades se sirven
del estilo hermenéutico, filológico y dialógico practicado, en la
época moderna, a partir de Erasmo de Rotterdam.
Las Humanidades se han desarrollado como Filosofía,
Letras e Historia sobre las tres vertientes de lo humano dadas
por los pensamientos, las palabras y los hechos de los hombres,
todo en dimensión de sentido unitario.
Sin embargo, a pesar de esta diferencia fundamental, las
Ciencias no están desconectadas de las Humanidades porque
su devenir transcurre en un ámbito de sentido que las alberga,
las define y las orienta sin convertirse jamás en su objeto; ni las
Humanidades están separadas de las Ciencias porque la informa-
ción que las nutre puede provenir, y proviene, en gran parte, del
trabajo científico, sin convertirse jamás en su finalidad.
El científico se encuentra, en los límites y en las bases de sus
actividades, con cuestiones netamente humanísticas; el huma-
nista se encuentra necesitado de información científica no sólo
en cuanto a los resultados de la investigación sobre el universo
y la sociedad, sino también en cuanto a su propia inserción en
el diálogo que lo hace humanista. De ahí que con frecuencia el
científico se doble en humanista sin confundir las dimensiones
y el humanista en científico, especialmente en aquellas áreas
que posibilitan el acceso a la propia tradición humanística y

255
en las que tratan los aspectos de lo humano susceptibles de ser
manejados con el método científico.
La universidad es la casa de las Ciencias y de las Humani-
dades. El desarrollo de esas actividades es su esencia, aunque se
comprometa legítimamente en funciones sociales como la profe-
sionalización, la pedagogía y la tecnología, funciones que le dan
proyección colectiva y demuestran su utilidad práctica; pero que
la destruyen si sustituyen su esencia en vez de surgir de ella.
Es vital cuestión de supervivencia para la universidad el
fomento de la investigación en Ciencias y Humanidades. Para
la buena marcha de esa actividad, el apoyo institucional debe
discernir entre la indagación científica y la humanística pues la
primera busca conocimientos y la segunda desentrañamiento de
sentido. La primera debe servirse del método científico, ubicarse
en la frontera de lo ya hecho, demostrar su validez ante la co-
munidad científica, medirse en la prueba de lo real. La segunda
debe insertarse en el discurso teórico de sus disciplinas y ceñirse
al rigor de sus métodos específicos que en cada caso deben ser
formulados, pues el estilo indagatorio de las Humanidades es
plural, polisémico y controversial.
Conviene evitar el error de confundir Humanidades
con las Facultades de Humanidades; estas últimas son en
Venezuela destartalados pedagógicos y base logística del
quehacer partidista donde agonizan exiliados gérmenes del
Humanismo.

2000

256
INTEGRACIÓN DE LA REGIÓN CARIBE

La hipótesis fundamental de este artículo es que ya hay de


hecho integración en la región que se ha convenido en llamar
Caribe, aunque quizás otros nombres fueran más adecuados, pero
predominó, no sin razón, la deslumbrante presencia de ese mare
nostrum americano y, tal vez, el recuerdo de los que se creían ser
los detentadores únicos de la condición humana.
Es práctica inveterada de los filósofos, a cuya tribu pertenez-
co, la de definir los términos principales que van a usar en una
exposición. Entiendo por integración el interrelacionamiento de
elementos inicialmente dispares y dispersos de tal manera que
el resultado presenta características unitarias sin que las partes
pierdan individualidad gracias a ciertos factores aglutinantes que
forman un ámbito de estrecha participación con grados diversos
de asimilación, hasta un punto en que el conjunto adquiere rostro
propio y capacidad de expresión y diálogo. Conviene aclarar que
la unidad en la diversidad (epluribus unum) no aplana los elemen-
tos sino que más bien los complejiza y enriquece de tal manera
que su presencia individual, si así lo quiere el análisis, es mucho
más poderosa y significativa que cuando existían separadamente.
Paso a considerar los factores aglutinantes que catalizan y hasta
pudiera decirse, generan la integración, al crear un ámbito común
en cuyo seno la comunicación se vuelve inevitable.

I. Factores geográficos

1.- El mar
La gente que está continuamente en contacto con el mar
desarrolla rasgos de sensibilidad, costumbres sensoriales, maneras
de expresarse, actitudes emocionales, propensiones pasionales,
preferencias sexuales, sentido rítmico muy diferentes de la gente
que vive en la tundra, en los límites del desierto, en las cercanías
257
de los polos, en las montañas, en la estepa o en las llanuras. En
nuestro caso, además, se trata de un mar cerrado con cadenas de
islas grandísimas, grandes, medianas, pequeñas, pequeñísimas y
fértiles islotes, con distancias fáciles de vencer por vía directa o
por el arco de los empalmes indirecto cuando se dispone sólo de
embarcaciones pequeñas. Conocida es además la doble embriaguez
de ese mar, la que resiente, mar cara de ron, cara de borracho, y
la que produce, pregúntele a Saint-John Perse.

2.- El clima
La temperatura siempre cálida facilita y alivia los cuidados
de la vestimenta. No es necesario pasar varios meses del año en-
vuelto en varios kilos de ropaje incómodo, como sí es el caso entre
los que viven sobre el Mar del Norte, el Estrecho de Magallanes
o las costas de Terranova. Tampoco es necesario construir casas
muy sólidas ni impasibles a la brisa. Piénsese en un niño en las
costas del Báltico en época de invierno y otro en la costa de la
Martinica para la misma época. Cuántos recuerdos diferentes;
en cambio todos los que pasan su infancia en el Caribe tienen
los mismos recuerdos en cuanto a sensaciones corporales, lo cual
influye sin la menor duda sobre la forma de percibir el mundo,
sobre la Weltanschauung con el refuerzo adicional de la vida
adulta. Un fondo común físico-orgánico para todos los caribeños;
cosa no despreciable si se toma en cuenta la base físico-orgánica
del mundo afectivo e intelectual, sobre todo en los armónicos
del sentir y del pensar aun desde antes de su separación, cuando
eran un solo tronco vivencial.

3.- La meteorología
Común a todos los caribeños es la experiencia de los ciclos
de la lluvia y de los vientos, y muy en particular el espanto de
los ciclones con nombre de mujer y la erótica perversa de sus
coletazos. Común también el conocer los desmanes de la tierra
y el agua, el recordarlos y el temerlos. ¿Quién que es caribeño no
ha sufrido la violencia salvaje, la belleza mortal de los huracanes?
¿Quién que es caribeño no lleva en la memoria y en la respiración
la marca temblorosa de esos días aciagos cuando la mansa brisa
maternal se convirtió en demonio implacable? Por esa marca nos
reconocemos aunque no hablemos de ello, aunque ni siquiera
digamos la palabra.

4.- Flora y fauna


El imaginario de todo caribeño está penetrado y densamen-
te poblado por las múltiples y variadas formas de la vegetación
que con polícroma lujuria invaden los más íntimos repliegues
de la sensibilidad auxiliados por ese sol “como para locos” que a
veces acentúa los más ínfimos detalles de las plantas y animales,
y a veces los anega y los convierte en esteros de luz para Armando
Reverón. Todo caribeño, blanco, mulato o negro, libanés o culí
comparte con todo caribeño la embriaguez recurrente de insectos,
pájaros, peces, flores, aromas y sabores de la naturaleza. Todo
eso sin contar las ebriedades derivadas por industria humana de
plantas como café, caña de azúcar tabaco...

II. Factores históricos


No pretendo contar la historia del Caribe ni siquiera en
forma extremadamente resumida y somera pues tal tarea des-
borda los límites de este artículo y es innecesaria para sus fines.
Baste hacer énfasis en ciertos rasgos de ella que, al ser comunes
para todos los pobladores de la región, contribuyen a constituir
el ámbito común que ha estimulado desde siempre el proceso
de integración.
En primer lugar debe observarse que todos los habitantes
del área han venido de lejos; no hubo, hasta donde sabemos,
hominización en América; las poblaciones precolombinas
llegaron hasta allí después de larguísimos desplazamientos, lo
mismo puede decirse de los colonos que llegaron después del
descubrimiento a partir de Colón; esto es válido para todos lo
habitantes de América, pero en el Caribe los asentamientos eran
necesariamente próximos los unos a los otros y esa proximidad
propiciaba, es más, obligaba a enfrentamientos de carácter pací-
fico comercial de intercambio o bélico guerrero con relaciones
cambiantes de dominación y servidumbre, todo lo cual conduce
al conocimiento mutuo, a la circulación de costumbres y valores,
a la integración.
En segundo lugar, debe observarse que los pobladores de
la región proceden de orígenes étnicos y culturales diferentes en
extremo, de tal manera que las relaciones de todo tipo implica-
ban, exigían gigantescos esfuerzos de comprensión y tolerancia
aunque se cortaran nudos gordianos con espada feroz; implicaban
y exigían, implican y exigen, el reconocimiento de diversidad y
similitud; implicaban e implican, exigían y exigen integración.
En tercer lugar, la esclavitud. La multimillonaria migración
pasiva de africanos encontró punto de llegada, punto de uso y
punto de distribución en el Caribe, de tal manera que éste se
convirtió en el escenario por excelencia y por antonomasia del
tráfico de esclavos, y ya sabemos, gracias a Hegel, que la dialéctica
del amo y del esclavo conduce necesariamente a la disolución
misma de esos roles, a la disolución pacífica o violenta de eso
antagonismos, al desplazamiento de los nudos del conflicto, y,
agreguemos, a la integración.
En cuarto lugar, el imperialismo. La cambiante hegemonía
de potencias europeas sobre diversas partes del área, seguida por
la creciente influencia de los Estados Unidos de América con el
desplazamiento de su frontera hacia el sur y su cada vez mayor
intervención, sobre todo después de la guerra hispanoamerica-
na, todo esto ha creado un estado de cosas comandando desde
lejos, una teledependencia -si usamos esa palabra centauro-, de
tal manera que todos los países del área se ven abocados a una
subordinación común ya sea que la acepten o la rechacen, y al
compartir esa desgracia han caminado también por esa vía do-
lorosa hacia la integración.
En quinto lugar, el mestizaje acompañado de laberíntica
transculturación. Los pocos núcleos de raza “pura” que todavía
quedan son erosionados continuamente por el sexo; se avanza
así una integración aún más estrecha que la ya existente con
la separación de los “puros”, pues aún estos comparten ya su
imaginario y su afectividad con los “impuros” a despecho de su
orgullo de raza superior.

260
En sexto lugar, el devenir de esos pueblos en su relación
con la naturaleza ha producido tres factores de integración que
tienden a integrar al resto de la humanidad, los ha producido no
porque sean originales suyos sino porque les ha puesto su sello
indeleble; ellos son el café, el tabaco y el ron; sin comentario.

III. Factores artísticos


En este punto no es posible ni siquiera señalar rasgos parti-
culares pues el desarrollo de la música, de la poesía, del baile, de
la pintura, del arreglo floral y de la vestimenta se ha caracterizado
por una creatividad desbordada que supera con creces la de otras
áreas culturales en el mismo terreno y que presenta la particula-
ridad de ser aceptada inmediatamente por todo el Caribe. Baste
señalar como ejemplo que la invención del merengue equivale
en su ámbito cultural al de la Crítica de la Razón Pura en el
suyo, y así como en el Caribe se encuentran pequeños grupos
estudiando trabajosamente a Kant, así en Europa se encuentran
pequeños grupos aprendiendo torpemente a bailar el merengue.
Pero lo que nos interesa sobre todo en este punto es señalar que
las creaciones artísticas locales se difunden inmediatamente por
toda el área y constituyen un poderoso factor de integración. Lo
creado por uno es compartido jubilosamente por todos.

IV. Factores lingüísticos


Español, inglés, francés, holandés, árabe y hindi son len-
guas vivas en el Caribe, cada una de ellas con un acento particular
caribeño aun en hablantes supuestamente “puros”, acento que es
inmediatamente reconocido por las poblaciones de donde proce-
den esos hablantes. Se hablan además el creole y el papiamento,
creaciones locales de gran interés para el lingüista. Pero lo que
cabe señalar aquí es la comunicación que se logra entre todas
esas lenguas; ninguna es lingua franca en todas partes del área,
pero en todas se logran compromisos de comunicación que no
fallan y contribuyen a la integración cultural y económica, pues
en este último orden se producen intercambios espontáneos de
carácter informal que una integración en libertad política haría
extensos y fecundos.
261
V. Factores religiosos
Si distinguimos entre institución religiosa, religión y reli-
giosidad, debemos decir que aun cuando hay varias religiones de
origen europeo, africano, americano y extremo-oriental y aunque
algunas de esas religiones estén representadas por instituciones
religiosas organizadas y conectadas con otras áreas del mundo,
sin embargo se ha desarrollado una religiosidad difusa que no
puede definirse como sincretismo. Sincretismo hay en el nivel
de las religiones, pero nos referimos a una actitud religiosa un
tanto panteísta, supersticiosa, fraternal y gozosa que no puede
descomponerse en elementos ajenos reestructurados sino que
tiene una fuerza propia unitaria y poderosa, y es esa religiosidad
difusa la que proporciona el caldo de cultivo más importante para
la integración emocional y sentimental. Esto amerita considera-
ción separada y exige tratamiento amplio y profundo más allá
de lo que este espacio nos permite; pero valga por los momentos
el simple señalamiento a la espera de apropiada exposición y
demostración en otro lugar.

VI. Factores gastronómicos


Hemos llegado al punto culminante de este artículo, cul-
minante por su posición y por su importancia. La esencia de la
identidad caribeña, la concreción de todo lo dicho anteriormente
y de todo lo que no pudo ser dicho está aquí, el fundamento de
la integración ya lograda y de la que falta por lograr está en el
surgimiento de una cocina original, la creación de un arte culina-
rio difícilmente separable de lo que hemos llamado religiosidad
difusa. Quienes estudian el Caribe con la pretensión de llegar
a resultados importantes con recursos científicos e intelectuales
solamente están condenados al fracaso mientras no bailen, beban
y coman en compañía de caribeños auténticos y desenfadados.
El Caribe no entrega su ser a seres abstractos.

Conclusión
Sobre la base de lo expuesto, es evidente que ya existe
integración en el área caribeña, pero se trata de una integración

262
incompleta porque el territorio está dividido en sectores de po-
der económico y político dependientes de potencias exteriores
al área. Priva el interés de esas potencias sobre el interés local
de intercambios locales fecundos y capaces de engendrar autó-
nomamente relaciones con el exterior desde toma de decisión
autónoma. Hemos llamado a ese estado de cosas teledependencia,
palabra centauro fea como aquello que designa. No vemos cómo
ese estado de cosas pueda cambiar hacia un integración completa,
a menos que el proceso de globalización aniegue y niegue el papel
hegemónico de las grandes potencias y dé lugar a una auténtica
fluidez de intercambios que apunte hacia una integración de toda
la humanidad. Esto parece utópico y el proceso de globalización
tal vez no esté en manos de nadie; pero una gran cantidad de
imponderables en escala mundial hace campo a la esperanza,
esperanza pequeña, pero esperanza al fin, no otra cosa queda a
la impotencia del hombre.

2002

263
¿QUÉ ES LA FILOSOFÍA?

Además de sufrir una gran desorientación vocacional,


profesional, política, social, artística y hasta sentimental los ve-
nezolanos estamos desorientados fundamentalmente en lo que
respecta a nuestro propio ser.
El estudio de la Filosofía está necesariamente ligado a la
totalidad de la problemática humana; por eso nos conduce tarde o
temprano a reflexionar sobre nuestro ser y a buscar el sentido que
el pensamiento filosófico mismo pueda tener entre nosotros.
Este trabajo, aunque sugiere algunas hipótesis, no ofrece
soluciones; se justifica como intento de plantear el problema de
la Filosofía en Venezuela y de iniciar un diálogo al hacer más
notoria la desorientación.
En la primera parte describe a grandes rasgos la condición
humana y la cultura, como horizonte necesario del problema a
tratar; en la segunda, traza un perfil de la Filosofía dentro de esa
perspectiva; en la tercera, enfoca directamente el tema en base a
la preparación realizada en las dos primeras partes.
Dada la naturaleza de la serie de publicaciones en que
este trabajo aparece, hemos prescindido de todo aparato técnico
académico.

J. M. B. G.
Mérida, mayo de1962.

La Filosofía y Nosotros

I
La filosofía es posibilidad, actividad y producto del hombre.
Para señalar sus caracteres específicos es necesario considerar previa-
mente la condición humana en su conjunto, ya que los diferentes
aspectos de ésta se sostienen y definen mutuamente constituyendo
265
un sistema, en el cual cada parte sólo tiene individualidad y sentido
por sus relaciones de interdependencia con las demás.
Una comparación, no poco simplista, del hombre con los
demás entes nos aclara, por contraste, su condición. Mientras
los minerales obedecen leyes físicas ineludibles, los vegetales
tienen un ciclo vital perfectamente determinado y los animales
están ligados a su mundo circundante por relaciones de inte-
racción casi invariables, gracias a los automatismos del instinto,
el hombre, aunque en su aspecto físico-biológico comparte
con ellos la misma servidumbre a leyes naturales, se distingue
por un alto grado de indeterminación en lo que se refiere a su
conducta. No dispone de mecanismos instintivos que le asegu-
ren la supervivencia, o ellos no son, al menos, suficientes para
asegurarla. No es como las golondrinas, que encuentran sin
brújulas ni mapas los lugares que buscan. El proverbio nuestro
“Nadie nace aprendido” describe perfectamente esta situación.
En efecto, el hombre necesita adquirir por aprendizaje lo que
no le es dado por nacimiento. De aquí la necesidad absoluta
que tiene de vivir en sociedad y compartir la cultura que es
transmitida de las generaciones adultas a las generaciones en
formación mediante el proceso educativo. Cada hombre es
portador, transmisor y, a veces, creador de cultura.
Por cultura entendemos aquí no el refinamiento de las
costumbres, el intelecto y los sentimientos por su depuración y
pulimento de acuerdo con criterios y fines ético-estéticos; sino
todo lo que el hombre ha creado y su actividad creadora -cultura
culturante y cultura culturada.
En el concepto de cultura incluimos la técnica, la religión
y los mitos, la moralidad y el derecho, el arte.
La técnica incluye métodos de adquisición: caza, cría, pesca,
agricultura, minería; medios y procedimientos de fabricación:
alimentación, vestido, habitación, armamento, medicinas; etc.
Varía cuantitativa y cualitativamente según las sociedades, pero
conserva el mismo sentido y cumple las mismas funciones.
Creencias y mitos sobre el más allá, el destino del hombre,
etc., acompañados de dogmas, tabúes y ritos son también parte
de la cultura.

266
La existencia del hombre en sociedad está sometida siempre
a reglas de comportamiento, sobre todo a prohibiciones, encami-
nadas al mantenimiento de un orden, sin el cual no puede haber
comunidad, pero que no es dado naturalmente, sino que tiene
que ser creado y mantenido por el hombre. Cuando esas reglas se
precisan y aclaran, con el objeto de organizar conscientemente la
vida social, se convierten en Derecho, que puede ser el derecho
consuetudinario o el derecho escrito de las leyes y códigos.
Las creaciones culturales, ya descritas a grandes rasgos, llevan
implícita, en mayor o menor grado, la realización de valores propia-
mente estéticos. Estos pueden desligarse de todo fin ritual, mágico
o técnico y conducir a la creación de obras puramente artísticas.
Las diferentes formas culturales –instrumentos de cocina y
modo de comer, canciones de cuna y vasos ornamentales, fiestas
profanas y ritos sagrados, el cultivo del rosal y la fabricación de
venenos, conocimientos sobre la lluvia y trato de animales do-
mésticos, pornografía catártica y constituciones- están sostenidas
y son llevadas por una visión del mundo y de la vida, concep-
ciones sobre el sentido de la totalidad y el puesto del hombre
en ella, valores. Dicho más radicalmente: la condición humana
conlleva, como estructura específica, una comprensión del ser
y del no ser, del todo y la nada, del mundo y del hombre, del
sentido de la vida. Sobre esa comprensión descansa la posibilidad
misma de la cultura. Esa comprensión orienta la conciencia -el
darse cuenta- cuya esencia y manifestación es el lenguaje, espejo
viviente del universo.
La cultura, que constituye un todo supraindividual, posee
dinamismo propio y tiende a perpetuarse por tradición, mediante
una especie de inercia, logrando períodos más o menos largos de
equilibrio; pero está siempre expuesta a cambios traumáticos y
épocas de crisis, provenientes de contradicciones internas, inven-
tos revolucionarios, agresiones externas o catástrofes naturales.
Y, aun sin todos esos inconvenientes, cambia perceptiblemente
en cada generación porque su dimensión es el tiempo, su modo
de ser el devenir.
La finitud y la precariedad de la cultura son reflejo de la
finitud y precariedad del hombre. La cultura está siempre ex-

267
puesta a ser desarticulada, desmantelada, destruida; el hombre
a quedarse a solas con su libertad y su radical angustia.
Pero aun al que le ha tocado en heredad una cultura en
estabilidad relativa y, por lo tanto, puede engañarse con respecto
a su propia condición, no deja de ocurrirle tarde o temprano,
por las frustraciones inevitables de la vida individual, o por una
sensibilidad muy aguzada, o por una gran capacidad de asom-
bro, no deja de ocurrirle, alguna vez, que tenga el tremebundo
confrontamiento consigo mismo y vea, cuando menos al destello
fugaz de una intuición momentánea, la contingencia de su ab-
surda existencia, acechada continuamente por todo género de
peligros, condenada a dejar de ser, finita.
La condición humana es fundamentalmente incómoda
porque requiere incesantes esfuerzos conscientes, trabajos y preocu-
paciones que nunca conducen a la seguridad definitiva. “Las zorras
tienen cavernas, y las aves del cielo nidos; mas el hijo del hombre no
tiene donde recueste su cabeza”. Por eso los dos mitos cardinales de
la condición humana son el paraíso perdido y la utopía: Hubo un
tiempo en que la humanidad vivió armoniosamente, la felicidad era
posesión de todos, no existían ni la miseria ni la enfermedad ni la
injusticia ni la angustia; o, la humanidad alcanzará esa armonía por
la llegada de un salvador o como culminación de un proceso histórico
ineluctable o debe alcanzarla por sus propios esfuerzos. Nostalgia del
insecto o anhelo de divinización; las abejas y los inmortales no tienen
problemas sociales. Los dos grandes mitos son uno: híbrido horrendo
de arcángel y serpiente, el hombre está humillado por haber caído
de un previo encumbramiento o por no haberlo alcanzado todavía.
Cada individuo, cada pueblo intuye y formula, con mayor o menor
claridad, el gran mito. Dicho en otra forma: concibe ideales y valores
ante los cuales la realidad vivida queda ensombrecida. De aquí el
impulso hacia nuevas formas y el proyecto. El hombre es un hacedor
de proyectos, los cuales están siempre expuestos a la frustración.
Lo que da sentido al quehacer humano, orientando y sos-
teniendo los proyectos, es el conjunto de cosas que se consideran
dignas de ser buscadas, conquistadas o preservadas, realizadas: los
valores. Valores son la verdad, la comodidad, la justicia, el poder,
la salud, la belleza, el orden, la seguridad, el placer, el honor, la

268
gloria, etc. Tanto en los individuos como en las comunidades
predominan unos valores sobre otros formando una jerarquía.
Frecuentemente hay conflictos entre los valores; a veces crisis
general seguida de reorganización; casi nunca -aunque quizá más
a menudo de lo que se cree- un completo nihilismo axiológico
con vocación de caos y de muerte.
A medida que crece y se integra a la vida colectiva me-
diante la educación -espontánea o sistemática-, el hombre
hereda los bienes y valores de la cultura a que pertenece. Es
asombroso observar cuán poco originales somos, casi todo
lo que tenemos nos ha sido dado: cada individuo “forma-
do” se parece a un tipo, cae bajo un tipo categorial, para el
cual había heredado las condiciones biopsíquicas y el molde
cultural correspondientes; parece como si la educación no
consistiera más que en aprender un papel, un conjunto de
roles, para tomar parte en una gran labor teatral donde pocas
veces es necesario improvisar y cuyo sentido está dado por el
juego de los valores transitorios de la cultura. Los conflictos
del individuo, cuando no provienen de crisis de desarrollo o
dificultades de adaptación, son reflejo de conflictos intra o
inter-culturales; pocas veces tienen su origen en la dolorosa
actividad creadora del espíritu en lucha con la materia.
Pero esa ilusión teatral se explica por la ya señalada tenden-
cia de la cultura a perpetuarse mediante una especie de inercia
(la tradición); es posible sólo en largos períodos de relativa estabi-
lidad; se desvanece al considerar que todas las formas culturales
son creación del hombre, finitas como él, como él destructibles;
el ser humano puede verse en cualquier momento ante un teatro
caído, abandonado a su indeterminación, en ejercicio ineludible
de su libertad creadora. Pobre de él si se había convertido en actor
mecanizado o marioneta.
De todas maneras, cualquiera que sea ese estado de la
cultura -naciente, en plenitud de realización formal, fenecien-
te- el hombre vive siempre en un mundo cultural y quizá lo que
llamamos universo no sea sino, en un sentido más profundo,
obra arquitectónica del hombre, verbo humano objetivado en
el seno de la tiniebla primordial y el misterio.

269
Pero la cultura no es homogénea. Pasa con ella lo que pasa
con el lenguaje: el lenguaje es prerrogativa del hombre en general,
pero se nos presenta siempre en la pluralidad de los idiomas.
No cabe duda que los pueblos son distintos y su peculiar
idiosincrasia limita en gran parte las posibilidades de manifesta-
ción formal. Esa idiosincrasia señala las direcciones de desarrollo
y contiene en potencia las formas que se actualizan en el trans-
curso del tiempo. Desde esta perspectiva puede comprobarse
que ha habido culturas acabadas, culturas que han agotado,
por decirlo así, sus potencialidades. Un análisis estructural de
los idiomas o lenguas nos muestra con gran claridad que, antes
de toda reflexión teórica, ya tienen los pueblos o comunidades
lingüísticas una concepción articulada del mundo y de la vida.
Dicha concepción anuncia en cierto modo cuáles van a ser las
líneas de desarrollo del pueblo en cuestión.
La cultura dentro de la cual se “forma” un individuo de-
termina en alto grado su estilo de vida, marca para siempre su
quehacer, modela su sensibilidad y su actitud valorativa, da un
aire característico a su pensar. El individuo, por su parte, puede
ser factor importante en el devenir cultural; está en condiciones
para ello debido al intrincamiento de determinación y libertad tan
característico de la condición humana, pero los auténticos creadores
de formas culturales son pocos. Además, la aparición de esas formas
ocurre en el ámbito de la comunidad y de una manera que no es clara
y conscientemente intencional; la acción del individuo se mueve en un
horizonte cultural ya dado. Es como si pudiera hablarse de creación
colectiva, de los pueblos como entidades personoides.

II
¿Cómo ubicamos la filosofía en el horizonte de lo expuesto?
¿Qué lugar ocupa en este contexto? Distinguimos tres conceptos
de filosofía: 1) filosofía como dynamis, 2) filosofía como enérgeia,
3) filosofía como ergon. El uso que se da aquí a estas palabras
griegas no coincide con el que de ellas hace Aristóteles; las em-
pleamos como recurso lingüístico para dar énfasis a la distinción
conceptual que intentamos.

270
1- Hemos visto que la condición humana se caracteriza
por cierta indeterminación fundamental, manifestada en la
necesaria creación de la cultura, y que ésta presupone siempre
visión del mundo, concepción de la vida, ideas o creencias sobre
el puesto del hombre en el universo y el papel que está llamado
a desempeñar. Aunque no se conviertan en objeto de una toma
de consciencia problematizante, estos supuestos sostienen y
orientan las manifestaciones culturales y hallan su expresión en
los diferentes aspectos de la lengua.
Así como la lengua sirve de medio para la comunicación y,
como medio, es más eficiente cuanto más transparente sea; pero
está constituida por un vocabulario (expresión de las representa-
ciones y conceptos de la comunidad), un sistema fonético y un
sistema formal (espejos del modus cogitandi colectivo) que no se
pueden poner en cuestión, en el habla cotidiana, sin entorpecer la
función comunicativa. Así la cultura es medio de supervivencia y
realización para el hombre, que la crea, la vive, la utiliza, la trans-
mite; pero conlleva, como principio y fundamento, los supuestos
ya anotados, que no se convierten necesariamente en objeto de
estudio, sino que más bien tienden a permanecer ocultos.
A estos supuestos que sostienen y orientan la cultura, a
estos supuestos que configuran las estructuras de la lengua, a estos
supuestos que sólo son posibles dada la condición humana y la
comprensión de la totalidad en ella implícita, a estos supuestos
que tienden a operar en secreto llamamos filosofía como dynamis,
y más estrictamente a la comprensión de donde surgen.
La filosofía como dynamis es universalmente humana:
todos los pueblos tienen visión del mundo, concepción de la
vida, ideas o creencias sobre el puesto del hombre en el univer-
so y el papel que está llamado a desempeñar, enraizadas en la
comprensión con-dicha o con-dada en el hecho de ser hombre,
en la con-dicción o con-dación humana. (Séanos permitido este
juego derivativo).
2- Todos los supuestos de la cultura son estructuraciones de la
comprensión primordial, pero no son permanentes y declinan con
mayor o menor rapidez para dar paso a nuevas estructuraciones,
podríamos decir a nuevos mundos. Ésta su transitoriedad se debe

271
en última instancia a que existen en el tiempo. Cuando declinan, la
situación es propicia para una toma de consciencia que descubre su
problematicidad. Semejante toma de consciencia no es espontánea
porque la intención y la atención del hombre están generalmente
dirigidas hacia el llamado mundo exterior y ocupadas en quehaceres
culturales; de allí que se facilite más en épocas críticas, pero otros
motivos pueden provocarla: el miedo a la muerte, el asombro, el
encantamiento producido por el esplendor de las cosas, la angustia
vital, el hastío y la cuita existencial.
Esta toma de consciencia, que problematiza lo hasta enton-
ces inadvertido por obvio, puede conducir a una reflexión crítica
que se enfrenta a los problemas descubiertos y trata de darles una
solución inteligible, orientada hacia una interpretación coherente
de la totalidad, interpretación que se problematiza a sí misma y
trata de justificarse racionalmente.
El que así reflexiona pretende remontarse a los prime-
ros principios y opera en forma conceptual. Habrá triunfado si
logra darse una explicación razonante, autofundamentante de la
totalidad, acompañada por las instrucciones correspondientes
sobre la forma adecuada de conducirse, o, por la prueba de la
infundamentabilidad de tales instrucciones.
Sin embargo, en el transcurso de esa reflexión total fun-
damental y final no deja de haber supuestos más profundos que
pasan inadvertidos y que corresponden a pre-juicios, a decisiones
previas, de los cuales el reflexionante por no darse cuenta no se
“da cuenta”, de manera que puede tener la ilusión de haber alcan-
zado su meta cuando en realidad se encuentra muy lejos de ella.
Es más, sabemos que la reflexión racional parte necesariamente
de supuestos irreductibles, se mueve dentro de límites ya dados.
He aquí la finitud de la reflexión racional.
Cuando el problematizador radical de lo obvio y de sí
mismo inicia auténticamente la actitud y actividad reflexivas,
se lanza ipso facto in medias res; todas las cuestiones, por su
estrecha relación e interdependencia, forman una sola: sin
embargo es posible y, por razones metodológicas, conveniente
distinguir aspectos en ese todo sistemático. Distinguimos tres.
Podrían distinguirse más o menos; pero ninguna de las divisiones
aspectales que se pueden proponer es absolutamente necesaria;
todas subllevan inevitablemente una decisión, en último análisis
irracional, sobre el criterio distinguidor. Distinguimos pues,
tres, siguiendo aproximadamente la acentuación que se observa
en la historia de la filosofía: a) reflexión sobre el ser, b) reflexión
sobre el conocimiento, c) reflexión sobre el valor.
a) Se trata de un intento racional de concebir la totalidad
de lo que es y el significado de Ser. Implica este intento una re-
nuncia previa a toda ayuda sobrehumana, concíbase ésta como
se quiera, por ejemplo como una revelación divina; implica,
además, complementariamente, la decisión previa de apoyarse
en el poder de la razón y operar de manera conceptual, es decir,
utilizando sólo recursos humanos.
El pensamiento científico, que consiste en dividir la reali-
dad llamada exterior en campos bien delimitados para estudiarlos
de acuerdo con un método preciso, sobre supuestos aceptados e
indiscutidos, persiguiendo un saber sistemático con posibilidad
de plena realización, el pensamiento científico es una derivación
y degradación del pensamiento filosófico y sólo puede surgir y
desarrollarse sobre bases puestas por la filosofía. La idea, por
ejemplo, de que el universo es un todo coherente, gobernado
por leyes accesibles al entendimiento humano -supuesto im-
prescindible de la investigación científica- tiene su origen en el
pensamiento filosófico y es sólo posible cuando éste se sobrepone
al pensamiento mítico.
b) El poder de la razón misma se ha problematizado y el
conocimiento de la totalidad se ha puesto en tela de juicio al
volverse el pensador sobre sí mismo, escindiendo sujeto y objeto,
para preguntarse sobre la esencia del conocimiento, su origen, su
extensión, sus tipos y, sobre todo, su validez: concepto y garantía
de la verdad.
En un principio, los esfuerzos encaminados a concebir la
totalidad racionalmente se hicieron sobre un supuesto indiscu-
tido, pero formulado desde muy temprano en la historia de la
filosofía. Parménides escribió en forma lapidaria: “lo mismo es
pensar y ser”. La estructura del ser y la de la razón son la misma.
Aunque sin justificación, había allí, en semilla o en botón, una

273
teoría del conocimiento. Pero no pasó mucho tiempo sin que el
problema se convirtiera explícitamente en objeto de la reflexión que,
después de múltiples ensayos, culminó en el monumental trabajo
de Manuel Kant. De la “revolución copernicana” que este hombre
produjo en el filosofar, con su tratamiento del problema gnoseoló-
gico, no se ha recuperado todavía el pensamiento filosófico: los más
grandes pensadores actuales viven a la sombra de Kant.
No está de más apuntar que la ciencia, por su propia
existencia, plantea problemas gnoseológicos, no en cuanto a
su desarrollo interno o a su progreso ya que puede encarar sus
dificultades y crisis inmanentes con los recursos de que dispone,
sino en una dimensión diferente: la de sus fundamentos. Cada
ciencia recibe de regalo el principio, el objeto, el método; pero
la filosofía que tiene que buscar siempre su propio principio y
cuyos métodos y objeto son problemáticos, investiga, en ocasión
de las ciencias, sin negar la validez que éstas tienen dentro de sus
respectivos límites, sus condiciones de posibilidad, las razones que
permiten su existencia y la sostienen. ¿No son acaso las ciencias
creación del hombre? La filosofía yendo al origen, estudia el hecho
del surgimiento de la ciencia y las condiciones que, en última
instancia, lo posibilitan en el mundo del hombre.
c) El mundo del hombre está estructurado valorativa-
mente. Su arquitectura está configurada por el sistema de
valores predominante. Éste determina el grado de importancia
que se da a cada actividad, la atención preferencial que se
dedica a unos objetos sobre otros e, incluso, la visión misma
de los entes. Cada cultura y dentro de ella cada época -es cie-
ga para ciertos aspectos de la llamada realidad exterior y, en
cambio, muy vidente para otros. El estudio del vocabulario,
la morfología y la sintaxis de las diferentes lenguas muestra
este hecho con asombrosa claridad.
Pero cada cultura tiene, bajo todos los cambios en su estruc-
tura valoral exteriorizada, un fundamento valoral menos mutable
que no puede destruirse sin producir el derrumbe de todo el
edificio cultural, cuyas formas desarticuladas e individuos pasan
a ser, en el mejor de los casos, material bruto en el desarrollo de
culturas vivientes.

274
La reflexión filosófica, como tercer aspecto dentro de la
triple división que hemos escogido, se dirige hacia el valor, lo
tematiza, lo problematiza, toma consciencia de su orden jerarqui-
zado, trata de descubrir su naturaleza, de determinar su modo
de ser distinguiéndolo de los entes cósicos.
Desde esta perspectiva se presentan tremendos problemas:
¿Hasta qué punto dependen los conocimientos -y la teoría misma
del conocimiento- de valores subyacentes a la actividad cognosciti-
va? ¿Hasta qué punto está la concepción filosófica de la totalidad,
del ente y del sentido de Ser dominada por valores previamente
dados, en inadvertida vigencia? ¿No están las ciencias sustentadas
y dirigidas por un valor supremo -la verdad- cuya naturaleza es
problemática? ¿No parte la filosofía misma de una valoración del
intelecto, de la razón, de lo conceptual, no se ha dado acaso en
un ámbito cultural definido? Pero también se puede preguntar
en dirección contraria: ¿No afecta el conocimiento la vigencia y
hasta la validez de los valores relativizándolos? ¿No ha destruido
ya muchos? o: La comprensión originaria del Ser, la luz natural
neutra ¿no será previa a los valores? ¿No dará la interpretación
primigenia y absurda de esa comprensión las estructuras básicas
sobre las cuales encuentran los valores su posibilidad de existen-
cia? o: ¿Hay valores ya dados en la desnuda condición humana,
o son secundarios en orden de fundamentación, creados? ¿Es el
valor una posibilidad de necesaria, pero variable realización? ¿
Hay una jerarquía absoluta de valores?
A esta reflexión crítica sobre el Ser, el conocimiento y el
valor -empresa teórica, conceptual, dirigida hacia la totalidad, bus-
cadora de su propio principio, problematizadora de lo obvio-; a
esta reflexión crítica en su actu-alidad, en su act-ividad, mientras
sucede, mientras pone en movimiento al ser del meditador; a
esta reflexión crítica, en esta forma concebida, llamamos filosofía
como enérgeia o filosofar.
3- Ahora bien, la filosofía como enérgeia conduce gene-
ralmente a la producción de obras filosóficas. Los pensadores
han ensayado respuestas a sus propias preguntas, soluciones a
sus problemas teóricos y los han comunicado de viva voz o por
escrito. Esas respuestas y soluciones tienden a articularse dentro

275
de un todo coherente, dentro de un sistema de pensamiento. Per-
duran pasando por tradición de maestro a discípulo y adquieren
cierta estructura cósica, son semejantes a objetos fabricados, a
productos técnicos.
Los que adoptan un sistema filosófico suelen organizarse
en escuelas que tienen por objeto el estudio, perfeccionamiento y
difusión de aquél. Los integrantes de una escuela encuentran, en el
sistema que propugnan, una estructuración racional de su concep-
ción del mundo y de la vida y de su actitud ante ellas. Cumple pues
el sistema una función estructuradora y orientadora del pensamiento
y de la acción, además de proporcionar un esquema teórico dentro
del cual se puede ubicar, simplificándola y distorsionándola, toda
la experiencia.
Un sistema filosófico puede degradarse aun más: puede
simplificarse y aplanarse para lograr una divulgación más amplia
y fácil y convertirse en expresión y justificación de los intereses
y valores de una clase social determinada, y servir como arma
para conservar privilegios o para destruirlos, en las luchas intra-
culturales.
A los productos del filosofar, a los sistemas de pensamiento,
con su carácter de artefacto y su tendencia a sufrir degradaciones
progresivas -refugio contra la intemperie existencial del hombre,
organización de los contenidos de la consciencia desmitificada
para mantener el equilibrio psíquico, arma intelectual de grupo-;
a los productos del filosofar, pues, llamamos filosofía como ergon
o filosofías y, en sus degradaciones más bajas, ideologías.
La filosofía como ergon tiene como perspectiva el poder
ser utilizada como instrumento, manejada como cosa en el que-
hacer cultural.
Pero no sólo los sistemas son producto del filosofar. La re-
flexión crítica ya considerada inventa métodos, maneras de tratar los
problemas; métodos y maneras que pueden adquirir cierta rigidez
ajena a la filosofía como enérgeia, sobre todo cuando se usan de
segunda, tercera o cuarta mano. Son los modelos de filosofar; a ellos
los incluimos también en la filosofía como ergon.
Sin embargo, la forma más sutil en que se presenta la
filosofía como ergon es el estilo que caracteriza a la tradición

276
filosófica desde sus comienzos. Ejemplo: se ha estilado siempre
tratar el problema de la totalidad mediante divisiones topológi-
cas, agotar el todo mediante su repartición en los departamentos
de un esquema fundamental; así nos encontramos con mundo
visible-mundo inteligible, materia-forma, cosa en sí-fenómeno, res-
cogitans-res extensa, sujeto-objeto, etc. A esta división conceptual
se agrega la búsqueda de un ente supremo, ente de los entes, ente
originario que sirva de coronación a una jerarquía arquitectónica
de la totalidad intelectualmente reconstruida.
La filosofía como enérgeia, el filosofar surge dentro de una
tradición caracterizada por un estilo, modelos y sistemas, surge
dentro de la filosofía como ergon. Un amplio conocimiento de la
tradición, sin filosofar, además de ser necesariamente superficial,
no pasa de ser árida erudición. Un filosofar que ignora la tradi-
ción es diletantismo: no logra la buscada relación directa con los
problemas porque se encuentra bajo el imperio de la tradición,
tanto más fuerte por cuanto opera secretamente desde la lengua,
mundo que nos toca en heredad donde se han sedimentado los
pensamientos más altos gastándose y banalizándose. Sin embargo,
es interesante lo que resulta del diletantismo unido a la genialidad
como en el caso de Federico Nietzsche, quien si bien estaba en
muchos aspectos por debajo del nivel ya alcanzado en la tradición,
se elevó sobre ella en ciertos puntos a alturas quizá no logradas
todavía por el pensamiento contemporáneo. Deprimente es, en
cambio, la erudición unida a la mediocridad como en el caso de
tantos profesores e historiadores de la filosofía; pero su función
como conservadores de la tradición no es de despreciar.
De manera, pues, que el filosofar (filosofía como enérgeia),
se apoya en la tradición (filosofía como ergon) y se manifiesta
como diálogo. Pero en ese diálogo el ergon al ser representado
en su origen, conduce a la primitiva enérgeia que lo produjo
y que es la misma del filosofante, del nuevo interlocutor en el
siempre renovado decir-contradecir-condecir actual y lúcido.
Sólo que es muy difícil, por no decir imposible, “desergonizar”
la tradición completamente; su poder tiene como vimos, formas
sutilísimas de vigir inadvertidamente. He aquí un aspecto de la
finitud del pensador.

277
Ahora bien, lo que hemos descrito bajo los títulos: “filosofía
como enérgeia” y “filosofía como ergon’’ no es universalmente
humano. Se trata de posibilidades humanas realizadas sólo en el
ámbito de una cultura: la occidental. En efecto, el filosofar es una
creación de los griegos, la tradición filosófica comenzó en Grecia;
luego se extendió por toda la Europa occidental, cuya cultura
está marcada indeleblemente por el espíritu griego. En todo el
esplendor de su florecimiento diverso y diferenciado, la llamada
cultura occidental despide una fragancia helénica; atravesando
el tiempo, sus raíces más vitales se nutren en el suelo de Atenas,
y tienen aire ático sus creaciones más altas, como peloponésico
estruendo sus más hondas caídas. Si nos viéramos obligados a
resumir en una sola palabra el destino de Occidente, diríamos
“Filosofía”. Un ejemplo: fue la concepción filosófica griega de
la totalidad como universo gobernado por leyes, accesible al
entendimiento humano, inteligible, lo que posibilitó el surgi-
miento de las ciencias y su prometéica aplicación. Los griegos
son responsables de ese signo tremendo y ambiguo que marca a
la Era Atómica.
Cuando al comienzo de este trabajo enumeramos los as-
pectos de la cultura en general no pretendíamos ser exhaustivos;
sin embargo, la omisión de los aspectos filosofía y ciencia fue
intencional. La filosofía y las ciencias son griegas. La técnica,
dondequiera que se presente, supone prescripciones, recetas que,
contempladas desde otra perspectiva, se convierten en fórmulas
científicas, teoremas, leyes; pero esa otra perspectiva apenas en-
trevista por otros pueblos, fue abierta amplia y definitivamente
por los griegos con su valoración del saber y del comprender
como fines.
La gran civilización técnica, que tiende actualmente, por
diversos medios, a imponerse sobre todo el globo terráqueo, no es
concebible sin el desarrollo de las ciencias puras, nacidas en Gre-
cia, alimentadas y llevadas adelante por la cultura occidental.
Poniendo ahora las cosas en su puesto hemos de decir: la
cultura occidental no es el camino necesario de la humanidad.
Grandes pueblos han vivido durante milenios sin filosofía y sin
ciencia porque han realizado otras posibilidades humanas más

278
cónsonas con su idiosincrasia y con su peculiar interpretación
del sentido de Ser.
Una noción muy difundida de cultura en general la pre-
senta como creación universalmente válida que tiene un centro
generador móvil; se la compara, haciendo gala de pésimo gusto,
con una antorcha que va pasando de la mano de un pueblo a la
de otro; se mueve de oriente hacia occidente, nos dicen, como
el sol; cada pueblo hace “contribuciones” más o menos im-
portantes; algunos están a la vanguardia, otros se han quedado
rezagados; existen pueblos “primitivos” que tienen por fuerza
que civilizarse con la ayuda de sus hermanos mayores, y otros
aún “subdesarrollados” que han de multiplicar sus esfuerzos
para participar plenamente de los bienes y valores creados por
Occidente, los únicos que pueden sacar a la humanidad de la
“barbarie” para conducirla a su más alto destino.
No es difícil desenmascarar esta noción como sutil ideolo-
gía occidentalizante erizada de juicios de valor. Sin esos juicios
de valor ¿cómo se podría despreciar la cultura de los guahibos, la
de los hotentotes, la de los esquimales, la de los motilones? ¿No
son ellos también seres humanos que han inventado su forma
de vida, sus palabras de terror, combate y esperanza, su danza de
inestable equilibrio entre el ser y la nada, su cultura? ¿De dónde
surge esa desmedida arrogancia que lleva a la cultura occidental
a convertirse en juez y emperatriz de todas las demás?
La expansión de la cultura occidental se debe a contradic-
ciones internas y a su espíritu fáustico y se apoya en el poderío
técnico logrado sobre todo después del Renacimiento. Abusando
de sus deletéreos artefactos y en olímpico desprecio de los valores
de otros pueblos, los occidentales han destruido sin titubear;
no hay lugar donde hayan entrado sin desmantelar no sólo las
formas exteriores de las culturas no europeas, sino y sobre todo
su arquitectura interna hecha de materiales sagrados.
Las culturas no europeas han sido derrotadas debido a su
inferioridad técnica y a su deslumbramiento ante los grandes
juguetes mecánicos de Occidente abalorios modernos que los
llevan a olvidar sus valores más altos.

279
La única esperanza de los pueblos así derrotados consiste en
tratar de conseguir que su derrota sea completa y definitiva. Nos
explicamos: con sus templos profanados, sus dioses pisoteados,
su quehacer tradicional desarticulado, su concepción del mundo
dislocada por implacables invasores, los pueblos “subdesarrolla-
dos”, para librarse de la esclavitud, tienen que adoptar las formas
culturales de sus opresores, usar sus armas materiales e ideoló-
gicas, aprender su ciencia y su técnica, emplear sus métodos de
organización social. En caso de triunfo (independencia político-
económica, autodeterminación), la derrota cultural no podría
ser mayor: transformación completa de acuerdo con patrones
extraños a su idiosincrasia, renuncia a sus rumbos creadores más
auténticos, enajenación de sí mismos. Para vencer a los pueblos
colonialistas e imperialistas de Occidente, es necesario dejarse
derrotar por su cultura.
Entre las cosas que les toca aprender, importándola como
ergon (pero en la esperanza de ejercerla un día como enérgeia) a
semejanza de sus amos y enemigos, está la filosofía, nervio central
y destino de Occidente.
Repitamos que la cultura occidental no es el camino que
aguarda a toda la humanidad, al cual se llega por determinismo in-
trínseco, sino la posibilidad humana realizada por Europa. Si hoy
nos vemos ante la universalización de lo occidental, ello se debe
a la fuerza expansiva y gran poderío técnico de esa cultura.
Porque la filosofía como dynamis no conduce necesaria-
mente a la filosofía como enérgeia. La filosofía como dynamis es
también arte como dynamis, religión como dynamis, mito como
dynamis y puede conducir a formas no filosóficas de enérgeia en
la reflexión sobre la totalidad. Los mismos motivos existenciales
que conducen a la filosofía, pueden conducir a otras manifesta-
ciones, y ¿quién sabe que la condición humana no puede abrirse
a horizontes hasta ahora desconocidos?

III
Y ahora llegamos a un punto en que podemos formular
con sentido una pregunta muy importante: ¿Pertenece nuestra
patria, Venezuela, a la cultura occidental? De la respuesta a esta

280
pregunta depende nuestra relación con la filosofía, con la única
tradición filosófica del mundo, la occidental. Guillermo Morón
dio a esa pregunta, en una de sus obras, la siguiente formulación:
“¿Venimos de los griegos?”; formulación concisa, desafiante, plena
de sugerencias.
Respondemos: Venezuela (podríamos decir Latinoaméri-
ca) está emparentada con la cultura occidental y descendemos de
los griegos por línea bastarda. Somos un pueblo mestizo de cultura
sincrética, surgida del encuentro traumático de tres tradiciones:
la occidental, la india y la negra. Triunfó la occidental. La india
y la negra fueron desmanteladas, desarticuladas, humilladas. To-
das nuestras instituciones son creación de la cultura occidental;
hablamos una lengua europea.
Pero ese triunfo es más superficial de lo que pudiera creerse:
las formas culturales que tenemos no han calado profundamente
en el material humano que intentan configurar.
Distinguimos, pues, por una parte, formas culturales
europeas más o menos modificadas, y, por la otra, el material
humano mestizo.
Las formas culturales europeas fueron creadas por los pue-
blos occidentales en el transcurso de largos siglos de experiencia;
desarrolladas y afirmadas en el enfrentamiento con sus propios
problemas, son la manera peculiar en que esos pueblos han ido
resolviendo sus problemas vitales. Entre nosotros tienen un afin-
camiento parcial, nos quedan flojas o apretadas; no son nuestras
a pesar del bastardo parentesco que nos une a sus creadores.
El material humano no es de por sí totalmente amorfo,
antes por el contrario está estructurado aquí y allá por restos
fragmentarios de culturas no europeas; ni pasivo: lo animan fuer-
zas creadoras que tienden a constituir y expresar la idiosincrasia
mestiza, pero que no lo logran porque se encuentran oprimidas,
inhibidas, enceguecidas por las formas europeas imperantes.
Esa nuestra idiosincrasia mestiza, que no ha podido mani-
festarse positivamente en la creación de formas culturales propias,
se manifiesta, sin embargo, negativamente de múltiples maneras
como oposición, obstáculo y entorpecimiento de las instituciones
que nos rigen. Así tenemos: en el trabajo, el “manguareo”; en

281
la educación sistemática, la “paja” o el “caletrazo” mal digerido
de manuales por parte de los profesores, el “apuntismo’’ y el
“vivalapepismo’’ por parte de los estudiantes; en la vida social,
la “mamadera de gallo”; en la producción literaria y artística, el
“facilismo” (los signos de un estilo literario y un lenguaje plásti-
co propios se encuentran, pero hay que buscarlos mucho); en la
política, el “bochinche”, el “caudillismo”, el “golpismo”; en las
posiciones de responsabilidad el “paterrolismo” y el “guabineo”;
en la lucha por el mejoramiento personal, el “pájaro-bravismo”,
el “compadrazgo” y la “rebatiña”; en la religión, el “ensalme”, la
“pava”, la “mavita”, el “cierre”, los “muñecos” y las “lamparitas”;
etc., etc. Es evidente, por otra parte, que en los proyectos, queha-
ceres y opiniones predominan la emoción sobre el pensamiento,
la magia sobre la razón, el mito sobre la historia, la corazonada
sobre el cálculo frío.
Es asombroso lo que puede revelar la observación atenta de
la arquitectura y la decoración interna en los diferentes medios
sociales de nuestro país. La arquitectura, concreción de todos los
aspectos de la cultura y camino hacia ellos, no ha sido utilizada
hasta ahora como medio de autocomprensión nacional.
Un estudio de la lengua española en Venezuela, que fuera
más allá de lo pintoresco y se dirigiera lúcidamente a los cambios
fonéticos y sobre todo sintácticos, mostraría la presencia de facto-
res que no pueden explicarse recurriendo solamente a las condi-
ciones generales del cambio lingüístico intracultural. Un sistema
simbólico como la lengua, usado por un pueblo que no lo creó y
que por lo tanto no encuentra expresada en él su idiosincrasia,
experimenta cambios peculiarmente sutiles, especialmente cuan-
do recursos artificiales como la escritura y los medios modernos
de difusión oral, mantienen aparentemente su integridad. Tal
es el caso del idioma español en Venezuela (podríamos decir en
Latinoamérica); pero los estudios hasta ahora emprendidos son
miopes; más allá de la colección de “americanismos”, los pasos
dados son tímidos y cortos porque les ha faltado una hipótesis
de trabajo de gran aliento.
Ahora preguntamos: si esas oscuras fuerzas creadoras, que
constituyen lo más auténtico de nuestro ser y que no han podido
manifestarse sino negativamente, tuvieran libre campo de acción,
fueran liberadas de la red de estructuras formales que las ocultan
y oprimen ¿a dónde conducirían? ¿qué nuevas formas generarían?
¿a qué cultura insospechada darían nacimiento? Es de imaginar
que entonces pelearíamos combates íntima y auténticamente
nuestros, con total compromiso, en ejercicio de nuestra originaria
libertad, con la más genuina autonomía existencial.
Pero cualquier respuesta a estas preguntas es ociosa, ya
que, por las razones anotadas para los pueblos no occidentales,
reforzadas en nuestro caso por el parentesco señalado y por la
no estructuración autónoma de nuestra idiosincrasia, todas las
actividades conscientes de la nación están dirigidas hacia el logro
de la plena vigencia de las formas de vida y valores creados por
la cultura occidental.
En efecto, la gestión de los gobiernos, los programas de los
partidos políticos, la aspiración formulada de la gente bien -a pesar
de las profundas diferencias con respecto a método- tienden a la
realización de una vida larga, saludable y cómoda para todos; al de-
sarrollo ilimitado de las ciencias y de la técnica para conocer bien
el medio físico-biológico-histórico-psíquico y dirigirlo racional-
mente poniéndolo “al servicio del hombre”; al refinamiento del
espíritu mediante el cultivo de las artes, las letras y el pensamiento
europeos; etc. Poner en duda la suprema jerarquía de este ideal
significaría desafiar la ira de los dioses, poseer una absurda voca-
ción de martirio o estar irremediablemente loco. ¿Quién podría
u osaría en nuestro país oponerse, por principio a la erradicación
de las enfermedades y de la ignorancia; a la industrialización; a la
introducción del logos, de la ratio, del cálculo, de la planificación
en la agricultura y la cría, en la construcción de viviendas, en la
producción de bienes de consumo; a la transformación de nuestra
mentalidad mágica en una mentalidad lógica? Los estadistas, los
políticos, los economistas, los maestros y profesores, con mayor o
menor buena fe y acierto, están embarcados en esta empresa. Los
divide, en el fondo, la diferente interpretación de la propiedad y
de la libertad, diferencia que refleja el conflicto actual entre las
grandes potencias.
¿No se consagra definitivamente un intelectual, un artista,
un investigador científico si sus obras son aceptadas y admira-
das en Europa como “contribuciones originales” en el campo
respectivo? ¿Y no debería ser su aspiración mínima estar “al día”
con los movimientos europeos en la rama del hacer cultural a
que se dedica?
Ante semejante estado de cosas, la filosofía en Venezuela
puede concebirse de varias maneras:
a) Como una de las tantas cosas y actividades que im-
portamos como ergon, en el deseo esperanzado de practicarla
un día como enérgeia para llegar al más alto nivel de la cultura
occidental. Ésta no nos es extraña: su participación en nuestro
surgimiento como pueblo y como república ha sido de la máxima
importancia. La adquisición de la tradición filosófica europea y
el intento de desarrollarla entre nosotros son deberes inaplaza-
bles, porque de lo contrario nos moveríamos en un diletantismo
intelectual vergonzoso que no nos dejaría ocupar puesto alguno
en la mesa donde dialogan los grandes pensadores de la cultura
buena y verdadera. Tenemos escuela de filosofía en las faculta-
des de Humanidades de Caracas y Maracaibo; en el bachillerato
humanístico la materia filosofía se explica durante un año; en
otras escuelas y facultades no deja de haber de vez en cuando
un curso de introducción a la filosofía o historia de las ideas.
Ilustres españoles han sacrificado su vida en el noble empeño
de enseñárnosla. Si hoy en día imitamos en forma balbuciente al
último filósofo que haga “bulla” en Europa o nos concentramos
en el estudio de algún grande del pasado, con ostentación y aires
de profundidad, llegará el día en que tengamos contacto directo
con el espíritu de esa tradición y podamos encarnarlo.
b1) Debe enseñarse una sola filosofía (ergon) la que ha
sido diseñada para conducir al hombre a su completa libera-
ción; la que en conocimiento de las leyes que rigen la historia,
puede predecir el porvenir; la que hace consciente a cada quien
del momento histórico en que le ha tocado vivir y le señala su
papel; la que se apoya en el desarrollo de las ciencias apoyándolo
a su vez; la única que tiene la historia a su favor. La verdad sobre
el mundo y el hombre se conoce ya, sólo hace falta difundirla,

284
predicarla. Cualquier falla que se crea o se quiera ver en su lumi-
nosa estructura, depende del lente interesado con que se mira.
Cualquier falla auténtica será pulida, corregida, dejada atrás,
pues no se trata de una anquilosada estructura dogmática, sino
de un sistema orgánico en perpetuo movimiento dialéctico; sólo
las leyes fundamentales, máxima conquista del intelecto humano,
permanecen inalterables porque son las leyes de desarrollo de la
realidad misma.
b2) Debe enseñarse una sola filosofía (ergon) la que es
antesala de la fe y, por lo tanto, de la salvación del alma; la que,
en conocimiento de la revelación divina, es capaz de orientar a
cada hombre durante su tránsito por la tierra y prepararlo para
la eternidad; la que, sin negar la razón, la transciende por el
amor; la única que tiene a Dios de su parte. La verdad sobre el
mundo y el hombre se conoce ya, la revelación ha sido explicada
y estructurada racionalmente sobre bases sagradas; sólo hace falta
predicarla, difundirla, vivirla. Aunque el reino del hombre no es
de este mundo, se puede y se debe remediar lo que es remediable,
la injusticia social, la miseria; pero no por la violencia, sino por
la comprensión y el amor. Existe ya una doctrina clara y bien
articulada para lograr este fin.
(b3), (b4), (b5), (b6), etc.
c) La filosofía -y todo lo que “por allí humea”- es cosa abs-
trusa que no sirve sino para complicarse la vida.
d) Sin despreciar la tradición filosófica europea -hemos
dedicado y dedicaremos largos años a su estudio; donde quiera
que se filosofe auténticamente habrá de recorrer el pensador
sus laberínticos caminos, sufrir sus aporías-; sin menospreciar
la estremecedora potencia de las ideologías como artefacto de
combate en las luchas intraculturales que producen el cambio,
impulsadas por tremendas contradicciones y en rumbo hacia
ideales inciertos y cambiantes -los grupos, clases, pueblos en pugna
tienen el derecho y la necesidad de forjarse armas ideológicas-;
sin escarnecer al hombre que nace, crece, se reproduce y mue-
re de acuerdo con los patrones culturales que lo “formaron”,
jamás poniéndolos en tela de juicio, asomándose nunca a sus
propios abismos -ser hombre es de por sí ya bastante difícil como

285
para agregarle adrede los problemas de la reflexión filosófica;
los muchos aceptan la parte que les toca, se enardecen en su
puesto de combate o se encogen bajo los golpes, saborean su
mendrugo de amor y pagan puntualmente su cuota de dolor
a la vida, no reintrogrediendo intencional y explícitamente su
situación-; sin agredir, en suma, ninguna de esas concepciones
y actitudes, dejándolas vivir en su plano, distanciándolas como
dados, consideramos que es posible y urgente para los que en
nuestro país se aplican a la reflexión filosófica romper la ena-
jenación involucrada en el hecho de instalarse totalmente en
cualquiera de ellas, buscar nuestros estratos más profundos y,
en aceptación de lo que somos como pueblo, emprender la
interpretación de nosotros mismos.
Más acá de los conflictos intraculturales, más acá de la
tradición europea, más acá de las formas indias y negras que en
extraño sincretismo conviven con las occidentales, más acá de
la cultura que no hemos inventado está nuestra idiosincrasia de
pueblo, la concreción singular de lo humano en esta tierra nues-
tra. Pero más acá aun, aquí mismo, centro primigenio, nuestra
libertad y nuestra finitud irremediables.
Hemos alienado nuestra radical libertad, por eso las oscuras
fuerzas creadoras de nuestro pueblo no pueden manifestarse sino
negativamente. A un enfrentamiento de nuestra libertad consigo
misma sólo podemos venir por un camino de regreso que atraviese
lúcidamente todos los estratos hasta llegar aquí.
Al rechazar y condenar las manifestaciones negativas de
nuestra idiosincrasia -oscura y pertinaz defensa en que fulgura la
sangre fecunda de dioses mestizos degollados- no hacemos sino
enajenarnos más y más.
Para que pueda surgir un filosofar venezolano o un filosofar
en Venezuela, una reflexión genuinamente nuestra dirigida a la
totalidad, interpretadora del ser y la nada, del conocimiento y
del valor, para saber o hacer nuestro destino, para decir nuestro
Ser y ser nuestro Decir tenemos que emprender un largo viaje
hacia nosotros mismos.

286
ORIGEN DE LOS TEXTOS

LA MADRE DE LAS CIENCIAS


En Paideia (Revista de la Escuela de Educación), Mérida, Univer-
sidad de Los Andes, Año I, Nº 1, mayo, 1963; pp.7-10.

LAS DOS LIBERTADES


En Paideia (Revista de la Escuela de Educación), Mérida, Universi-
dad de Los Andes, Año I, Nº 2 y 3, junio-julio, 1963; pp.13-16.

EL TEATRO NO (I)
En Paideia (Revista de la Escuela de Educación), Mérida, Universi-
dad de Los Andes, Año I, Nº 4, octubre, 1963; pp.71-73.

EL TEATRO NO (II)
En Paideia (Revista de la Escuela de Educación), Mérida, Univer-
sidad de Los Andes, Año I, Nº 5, enero, 1964; pp.77-79.

A PROPÓSITO DE ALVIÁREZ
En Paideia (Revista de la Escuela de Educación), Mérida, Univer-
sidad de Los Andes, Año I, Nº 6, mayo, 1964; pp.19-22.
EL MAESTRO Y EL AMOR
En Paideia (Revista de la Escuela de Educación), Mérida, Univer-
sidad de Los Andes, Año I, Nº 5, enero, 1964; pp.41-43.

EL ORIGEN DEL LENGUAJE


El origen del lenguaje. Exploración mitológica del tema. En
Actual, Nº 2, Mérida, Universidad de Los Andes, mayo-agosto,
1968; pp.178-186.

UNIDAD Y DIVERSIDAD DE LATINOAMÉRICA


En Anuario de Estudios Latinoamericanos, Nº 2, México, Centro
de Estudios Latinoamericanos, 1969; pp. 161-168.

287
ELOGIO A LA CIUDAD
Discurso de Orden con motivo del 421º aniversario de la fun-
dación de la ciudad de Mérida, en el Concejo Municipal del
Distrito Libertador del Estado Mérida, el 09 de octubre de 1979,
Mérida, Imprenta Oficial, 1979, 15 pp.

LA ESTRATEGIA CULTURAL DE BELLO


Discurso pronunciado en el paraninfo de la Universidad de Los
Andes en acto académico en ocasión del bicentenario de Don
Andrés Bello, publicado en Frontera, Mérida, 08-12-1981; p. 5.

LOS INQUIETANTES CUADROS DE G. SALDATE


En Azul (Órgano divulgativo de la Universidad de Los Andes),
Mérida, Rectorado de la Universidad de Los Andes, Talleres
Gráficos Universitarios, Nº 6, octubre, 1981; pp. 30-31. [Reseña-
síntesis del folleto escrito por J. M. Briceño Guerrero para la
exposición de Geraldine Saldate en la Galería “La Otra Banda”
de la Universidad de Los Andes]

LOS TRES DISCURSOS DE FONDO DEL PENSAMIENTO AMERICANO


En Boletín Antropológico, Nº 4, Mérida, Centro de Investigaciones
del Museo Arqueológico “Gonzalo Rincón Gutiérrez”, Universidad
de Los Andes, noviembre-diciembre, 1983; pp. 61 y 62.

RECUERDO Y RESPETO PARA EL HÉROE NACIONAL


Discurso pronunciado en el Palacio de las Academias el 24 de Junio
de 1983, con motivo del Homenaje de las Universidades al Liber-
tador en el Bicentenario de su natalicio, Mérida, Ediciones AZUL,
Rectorado, Universidad de Los Andes, julio, 1983; 19 pp.

DIE OELFRAGE Y EL DISCURSO SECRETO


En El Nacional (Papel Literario), Caracas, 20-04-1984; p. 6.

HOMENAJE A MICAELA
En el folleto Micaela. Exposición Colectiva. Homenaje a Micaela,
Mérida, Museo de Arte Moderno, octubre, 1986; p. 1 (Es la
presentación del folleto y la exposición colectiva).

288
FILOSOFÍA Y POESÍA EN CONCAVIDAD DE HORIZONTES
(Poemario de Elizabeth Shön, dedicado a Ernesto Mayz Vallenilla,
Caracas, U.C.V., 1986), en El Nacional, Caracas, 25-04-1987,
p. C-2.

DOS AGUAS VIVAS Y UN SOLO CAUCE


Texto publicado en el libro conmemorativo del II Festival de
violines de Tovar Estado Mérida,1989.

LA LEGITIMIDAD DEL PODER


En Legitimidad y Sociedad (Edición e introducción: Luis Gerardo
Gabaldón), Caracas, Alfadil-Universidad de Los Andes, colección
Trópicos, Nº 19, 1989; pp. 17-21.

COMBATE EN LOS TRIGALES


En Frontera (sección Amanecer Literario. Vértice), Mérida, 29-
07,1990; p. 6B.

MARACAIBO ¿QUÉ TENGO YO CONTIGO?


En Visiones del Zulia, Caracas, Oscard Todtmann editores, sin
fecha de impresión indicada; pp. 25-46. (texto en castellano) y
47 y 48 (Versión al inglés por Usha Bali).

LA EVANGELIZACIÓN, LA INCONCLUSA
En Correo de Los Andes (Suplemento Correo Cultural), Mérida,
18-10-1992; p. 1.

EL HECHIZO DE LA TIJERETA
(Tres puntas tiene Charles Páez), en El Vigilante, Mérida, 14-02-
1992; p. 9.

EL ALMA COMÚN DE LAS AMÉRICAS


[Transcripción de la conferencia y respuesta a tres de las pregun-
tas que se hicieron], en Boletín Antropológico, Nº 24, Mérida,
Centro de Investigaciones del Museo Arqueológico “Gonzalo
Rincón Gutiérrez”, Universidad de Los Andes, enero-abril, 1992;
pp. 7-19.

289
CARTAS A MELANIE KLEIN
Prólogo al libro Cartas a Melanie Klein de Ángel Hinked, Caracas,
Fundación Editorial Universitaria de Venezuela, 1992; pp. 7-17.

LA SITUACIÓN CULTURAL Y LA AUTOCONCIENCIA


DE LATINOAMÉRICA Y EL CARIBE
Publicado en Revista Nacional de Cultura. Caracas, Nº 285,
CONAC, Año LIII, abril-mayo-junio, 1992.
Publicado en Montalban. Caracas, Nº 84. UCAB. Facultad de
Humanidades y Educación. Instituto Humanístico de Investi-
gación, 1992; pp. 25-31.
En Correo de Los Andes (Suplemento Aleph Nº 28), Mérida,
01-08-1993; pp. 1,4 y 5.

DISCURSO DE BIENVENIDA A DON CAMILO JOSÉ CELA


(Discurso pronunciado en la antigua Casa de los Gobernadores
del Estado Mérida, el día 2 de julio de 1993). En Cuadernos.
Cátedra libre ULA-2000, Mérida, 1993; pp. 4-10.

RETRATO DE UNA DAMA EN PRÍSTINO JARDÍN


En Diario El Vigilante, Mérida, 14-10-1993. p. 7.

DISCURSO DE INSTALACIÓN DE LA ACADEMIA DE MÉRIDA


Publicado en 1993 en los Boletines de la Academia de Mérida.

MI CASA DE LOS DIOSES


En Suplemento Bajo Palabra Nº 100, de El Diario de Caracas,
Caracas, 05-06-1994; p. 3.

LATINOAMÉRICA
Clase Magistral. Publicada en Revista Venezolana de Ciencia
Política. CEPSAL, Centro de Estudios Políticos y Sociales de
América Latina, Universidad de Los Andes, Facultad de Ciencias
Jirídicas y Políticas. Nueva Etapa. Nº 10, Mayo-Agosto, 1995.

LOGIAS PITAGÓRICAS
En El Nacional (Edición 52 aniversario) Caracas, 03 de agosto
de 1995. P. 4.
290
MIRANDO LA VIDA
Prólogo al libro Mirando la vida de G. Ibraileanu. Universidad
de Los Andes, Vicerrectorado Académico, Consejo de Publica-
ciones, Mérida, 1995; pp. 7-13.

EL CUERPO ES TEMPLO
Prólogo al libro Susurros y gemidos. Poemas para mujeres de
Luis Gerardo Gabaldón. Universidad de Los Andes, Consejo
de Publicaciones, Mérida, 1995; pp. 7-13.

IDENTIDAD Y CULTURA POPULAR


En Imagen. Consejo Nacional de la Cultura CONAC. Caracas,
enero, 1997. Nº 100-119. Homenaje. pp. 14-15.

MESTIZAJE
En El Nacional (Papel Literario), Caracas, 07-11-1997. P. 4.
ALGO SOBRE EL AMOR Y LA FEMINIDAD
En Quinto Día. [1er Aniversario] Caracas, 10-10-1997. p. 61.

ENTRE LETRAS BLANDAS Y LETRAS DURAS


En Hoy Viernes. Periódico de la Universidad de Los Andes,
Mérida, abril, 1998, p. 4.

VISIÓN DE PORTUGUESA
Textos al libro Visión de Portugesa. Con fotos de Hernán (Chino)
Rivero. Gobernación del Estado Portugesa. Caracas, 1999.

CIENCIAS-HUMANIDADES
En Presente y Pasado. Revista de Historia. Escuela de Historia de
la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de
Los Andes. Año V, Nº 9, Mérida-Venezuela, enero-junio 2000.
pp. 190-192.

INTEGRACIÓN DE LA REGIÓN CARIBE


Presentado como Ponencia en el Simposio “Integración regional
en América Latina y el Caribe: entre el regionalismo abierto y la
globalización”, en el Congreso Foro Mundial: X Congreso de la

291
Federación Internacional de Estudios sobre América Latina y el
Caribe (X FIFALC), realizado en Moscú, del 25 al 29 de junio
de 2001.
En Boletín Antropológico, Nº 54, Centro de Investigaciones del
Museo Arqueológico “Gonzalo Rincón Gutiérrez”, Universidad
de Los Andes, enero-abril, 2002; pp. 535- 542.

¿QUÉ ES LA FILOSOFÍA?
Libro publicado en 1962 por Publicaciones del Departamento de
Orientación Profesional y Vocacional de la Universidad de Los
Andes, Mérida-Venezuela, p.37. Reeditado en 1999, 2000, 2002
por Ediciones Puerta del Sol, Mérida-Venezuela, en 2007 fue pub-
licado por el Centro Editorial La Castalia, Mérida-Venezuela.

292
Esta segunda edición de
Mi casa de los dioses de J. M. Briceño Guerrero
se terminó de imprimir

293

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