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DESCARTES (1.596–1.

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EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO: EPISTEMOLOGÍA

Descartes, siglo XVII, es el fundador de la Filosofía Moderna y principal pensador


de la corriente filosófica del Racionalismo. El racionalismo es una doctrina
gnoseológica y metafísica del siglo XVII y XVIII defendida también por filósofos como
Malebranche, Spinoza y Leibniz cuyas características más destacadas son las siguientes:

a) La razón, frente a los sentidos, es la única fuente de conocimiento verdadero.


b) Confianza absoluta en la capacidad cognoscitiva de la razón. El alcance de la
razón es ilimitado. Podemos conocer la totalidad de la realidad.
c) Innatismo cognoscitivo. Existen las ideas innatas. La razón partiendo de sí
misma, de sus propios principios, y sin recibir contenido de fuera (los sentidos)
posee la capacidad de construir sus conocimientos.
d) Correspondencia entre el orden del pensamiento y el de la realidad. Esto
significa que cuando razonamos correctamente las ideas que surgen en nuestra
mente se corresponden perfectamente con la realidad extramental, con las cosas
tal y como son en sí mismas.

El Barroco, época a la que pertenece Descartes, se caracteriza por la ruptura y


negación de todo el pasado filosófico. Así, el realismo aristotélico y la filosofía
escolástica reciben duros golpes, y dejan de ser el punto de apoyo de cualquier idea. En
esta situación de naufragio en la que se encontraba la filosofía, Descartes se propone
crear una filosofía segura y firme, una filosofía de validez universal, utilizando un
nuevo método y prescindiendo de toda la filosofía anterior. De este modo, se impone a
sí mismo la necesidad de empezar de cero, haciendo tabla rasa del pasado, y para ello
abandona todo el cúmulo de saberes medievales, rechazando la autoridad de los
filósofos anteriores y de sus incontables comentaristas.
Para Descartes el fracaso de las filosofías anteriores (el realismo aristotélico y la
filosofía escolástica) no se debía a la incapacidad de la razón para resolver problemas
filosóficos, sino a que no se había utilizado un método adecuado; por ello, consideró
necesario encontrar un nuevo método, un nuevo camino, que nos llevara al
descubrimiento de la verdad, a conocimientos auténticos. Se trataba, por tanto, de
establecer cómo utilizar la razón, facultad común a todos los seres humanos, para que
sea eficaz.
En la búsqueda de ese nuevo método Descartes centrará su atención en el
procedimiento o método matemático, ya que el saber matemático, las matemáticas, se
presenta como un saber paradigmático, modélico, riguroso y exacto, en el que no cabe
pluralismos ni disparidad de ideas.
El método matemático consiste en el uso de la intuición (llegar a descubrir lo
evidente: los axiomas) y de la deducción (deducir otras verdades a partir de la verdad
evidente: los teoremas). Para Descartes estos son los dos únicos modos de conocer o
razonar que nos llevan a la verdad: la intuición y la deducción. Así, armado con este
método, que tan fecundo se ha mostrado en las matemáticas, el filósofo francés intentará
edificar una filosofía a modo de ciencia o saber universal (Mathesis Universalis).
En la segunda parte de su obra el Discurso del método Descartes establecerá que
dicho método se compone de cuatro reglas, fases o pasos:
1. La evidencia como criterio de verdad. En esta primera regla del método a
seguir por la filosofía Descartes propone la evidencia como criterio de verdad: lo

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verdadero es lo evidente. La evidencia se define por dos características
esenciales: la claridad y la distinción. Lo claro y lo distinto es aquello que no
puede ponerse en duda, y, por tanto, su verdad aparece y es aceptada
inmediatamente por la razón, se intuye. En esta primera regla también apunta
Descartes que habrá que evitar dos vicios fundamentales en la búsqueda de la
verdad: la precipitación y la prevención. La precipitación consiste en tomar
por verdadero algo que no es evidente, sino confuso. La prevención consistirá en
negarse a aceptar como verdadero algo claro y distinto, algo evidente.
2. El análisis o “resolución”. La regla del análisis consiste en reducir lo complejo a
sus componentes más simples, que pueden conocerse intuitivamente. Esta regla
del método permitirá descubir o intuir las naturalezas simples o los primeros
principios.
3. La síntesis. La palabra síntesis deriva del griego y su significado primario es el
de “composición”, y equivale a la unión o integración de diversos elementos. En
la regla de la síntesis Descartes insiste en el orden, porque para él el orden va
ligado a la deducción: a partir de verdades intuidas, inicia un ordenado proceso
de deducción. Así, la regla de la síntesis parte de los elementos simples
(primeros principios o naturalezas simples), conocidos por intuición, y se
construyen argumentos o deducciones más complejas.
4. La enumeración. Esta regla impone hacer recuentos, es decir, comprobar el
análisis, y hacer revisiones, esto es, comprobar la síntesis. Este proceso significa
recorrer todas las verdades individuales y alcanzarlas en una sola mirada.
Consiste, por tanto, en la comprobación de los análisis y las síntesis ya
realizadas, revisándose todos los pasos dados para comprobar que no se han
cometido errores en el razonamiento.

Descartes es muy cauteloso en la búsqueda de esos primeros principios que, al igual


que los axiomas en las matemáticas, sirvan de punto de partida sólido y verdadero. No
quiere correr el riesgo de que el edificio del saber se derrumbe porque los primeros
principios adolezcan de algún defecto. Esos primeros principios tienen que ser evidentes
e indudables (recuerda la 1º regla del método cartesiano). De ahí que use Descartes la
llamada duda metódica para eliminar toda falsa verdad y ver si queda algo que
realmente sea capaz de resistir la duda. La duda metódica es una exigencia del método
en su momento analítico y posee dos características: es universal (aplicable a todo
aquello sobre lo que se pueda duda) y teorética (no afecta a la vertiente práctica: por
eso Descartes, mientras que se duda, defiende una moral provisional, porque más vale
tener un orden religioso, político y moral, aunque sea discutible, que no tener orden en
absoluto). La duda metódica es un procedimiento metodológico para buscar la
verdad y consiste en someter sistemáticamente a duda nuestras opiniones y
conocimientos para descubrir aquello que se resiste a la duda, una idea indubitable.
Comienza Descartes, por lo tanto, por dudar de todos los conocimientos y considerar
como falso, al menos en principio, todo cuanto pueda ponerse en duda. Descartes
presenta la duda de forma escalonada, y va amplificando su potencia, adquiriendo cada
vez ésta más radicalidad. Así, estableció los siguientes niveles de duda (razones o
motivos para dudar):
1. La falacia de los sentidos. Como buen racionalista, Descartes de lo primero que
duda es de los datos de los sentidos. Duda de ellos porque ha observado que
muchas veces los sentidos nos han engañado y “es prudente no fiarse nunca por
completo de quienes nos han engañado alguna vez”: si mis sentidos me engañan,
no puedo confiar completamente en ellos. Los sentidos no constituyen para

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Descartes una fuente válida para alcanzar la verdad. Así, Descartes dudará de la
existencia del mundo externo.
2. Imposibilidad de distinguir el estado de vigilia del estado de sueño. La
confusión de la realidad con la apariencia o el sueño era un tema ya abordado en
la literatura con Calderón de la Barca en obras como “La vida es sueño”
publicada en 1636, o “El gran teatro del Mundo”, en las que la vida se representa
como sueño, y es bastante probable que Descartes se inspirara en ellas a la hora
de fijar este segundo motivo de duda. En este sentido, se plantea que si bien
podemos dudar de los datos de los sentidos, parece que no podemos dudar de
que estamos aquí, en esta habitación, con un papel entre las manos y rodeados de
un conjunto de objetos. Pero, se pregunta a continuación, ¿no me ha sucedido
acaso haber soñado de noche que estaba en este mismo sitio y haciendo lo que
ahora me parece que hago, cuando en realidad estaba metido en la cama y
soñando? Bien podría ser que ahora esté también soñando, ya que “no hay
indicios ciertos para distinguir la vigilia del sueño”. Así, si he llegado a creer
que estoy despierto mientras duermo, no puedo estar completamente seguro de
no estar durmiendo ahora. Aquí, duda Descartes de la existencia de su propio
cuerpo.
3. Hipótesis metafísica del genio maligno. Pero aún en el caso de que estuviera
soñando y de que las cosas que creo ver y hacer no sean más que ilusiones,
habrá, sin embargo, algunas cosas que son verdaderas y universales. Por
ejemplo, la aritmética y la geometría contienen algo de cierto e indudable, pues
duerma o esté despierto, siempre dos y tres sumarán cinco y el cuadrado no
tendrá más de cuatro lados. Pero tampoco estos principios se sustraen a la duda,
porque también su certeza puede ser ilusoria. Dios, que es omnipotente, puede
hacer con nosotros lo que le plazca e ignoramos si Él no desea que nos
engañemos siempre, incluso en aquellas cosas que nos parecen evidentísimas. Y
si pareciese contradictorio que Dios, “que es la bondad suma y la fuente suprema
de la verdad”, nos pudiera engañar, podemos suponer que un cierto genio o
espíritu maligno, sea quien nos engaña. Así, Descartes, postula la existencia de
un ser tan poderoso como engañoso, el Genio Maligno, omnipotente y falsario,
que ha puesto todas sus energías para hacerme creer que dos y tres sumarán
cinco cuando en realidad no es cierto. Con esta hipótesis duda del
conocimiento matemático.

El recurso del genio maligno permite dudar de todas las cosas, por más ciertas y
evidentes que parezcan. En tal momento, nada logra resistir la duda. La duda de
Descartes es absolutamente universal. Pero ella le va a llevar a una verdad
absolutamente cierta, esto es, un punto fijo al que calificará de inquebrantable.
En efecto, si duda de todo, al menos es cierto que duda, y como dudar es un acto del
pensar, piensa. Y si piensa, existe en tanto ser pensante. Es el famoso “Pienso, luego
existo” (cogito ergo sum), que da a Descartes no sólo una verdad indudable, sino
también el punto de arranque de toda su filosofía (recordemos los axiomas del método
matemático).
San Agustín, en el siglo IV, ya había empleado un principio semejante en su disputa
con los escépticos cuando afirmó “si me engaño, existo”. En este sentido, lo novedoso
en Descartes no era el principio en sí, sino su utilización, ya que lo fija como el
fundamento de su sistema. Es importante señalar que el “Pienso, luego existo”, no es
propiamente un argumento o deducción, sino una idea clara y distinta que tiene su
origen en una intuición intelectual.

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Pero, ¿es tal proposición realmente verdadera y absolutamente indudable?
Evidentemente lo es. Cuando quiero dudar de la verdad de semejante proposición lo
único que consigo es confirmar su verdad, pues si dudo, pienso, y no puedo pensar sin
ser. Aún la hipótesis del genio maligno, por más poderoso que fuera, no podría
engañarme en este punto, ya que para engañarme tengo que existir. Él podrá engañarme
y hacerme creer que es real lo que veo, cuando en verdad se trata de una mera ilusión; o
hacerme creer que son ilusorios los principios matemáticos. Pero engañado o en la
verdad sobre estas cuestiones, lo indudable es que yo existo como ser pensante, y su
poder, por más grande que sea, se estrella contra esta verdad.
O, para decirlo con términos más rigurosos, la duda puede alcanzar el contenido del
pensamiento, lo que estoy pensando, pero no al pensamiento mismo. El hecho de pensar
es indudable, aunque podamos dudar, por el momento, de lo que estamos pensando.
Puedo dudar de la existencia de lo que veo, imagino o pienso, pero no puedo dudar que
lo estoy pensando y que, para pensarlo, tengo que existir.
Hay que señalar, sin embargo, que hemos llegado a la evidencia de nuestra
existencia, pero en cuanto ser pensante, no que existo como un ser físico, corporal
(extenso). Sobre la existencia del cuerpo subsiste la duda ya señalada y, como veremos,
para llegar a la demostración de la existencia del cuerpo (del nuestro, y de los
existentes en la llamada realidad exterior) tendrá Descartes que probar primero la
existencia de Dios.
Así, puedo imaginar que no tengo cuerpo, pero hay algo que no puedo separar de mí,
a saber, el pensamiento. Soy, pues, una cosa verdaderamente existente, mas ¿qué cosa?
una cosa que piensa (res cogitans)
Pero, ¿qué es una cosa o sustancia que piensa? Descartes responde: una sustancia
que piensa es “una cosa que duda, que concibe, que afirma, que niega, que quiere, que
no quiere, que imagina también y que siente”, lo que es lo mismo, una sustancia que
piensa es “un espíritu, entendimiento o razón”. Luego, ¿qué soy? Está claro, soy una
esencia o una naturaleza espiritual de carácter racional.
Examinando esta primera verdad, es decir, “el yo pienso”, descubrirá también el
criterio de verdad y de certeza, al preguntarse por qué esa proposición es
absolutamente indudable. Su respuesta será: porque cuando la examino atentamente,
percibo clara y distintamente que lo es. Y de ahí deduce su criterio de verdad y de
certeza: la claridad y la distinción. Lo cual significa que todo lo que concibamos de
modo claro y distinto es verdadero. Descartes, al descubrir este criterio de certeza va a
dejar atrás, como se verá a continuación, el solipsismo al que parecía estar abocado.
Sobre esta certeza originaria (pienso, luego existo), debe fundarse cualquier otro tipo
de conocimiento.

EL PROBLEMA DE DIOS Y LA REALIDAD

El próximo problema que acometerá Descartes será la existencia de Dios. Tiene que
partir de la única verdad que posee, la certeza de la propia existencia como cosa
pensante, la existencia del yo como sujeto pensante, como razón, entendimiento (res
cogitans). Esta existencia indudable del yo no parece implicar, sin embargo, la
existencia de ninguna otra realidad.
Veamos el siguiente ejemplo: “Yo pienso que el mundo exterior existe”. Tal vez el
mundo no exista decíamos (según Descartes podemos y debemos, por el momento,
dudar de su existencia). Lo único absolutamente cierto es que yo pienso que el mundo
existe.

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Esto nos muestra que contamos con dos elementos: el pensamiento como actividad y
las ideas (contenidos) que piensa el yo. Si volvemos al ejemplo anterior, yo pienso que
el mundo existe, se ponen de manifiesto tres factores: el yo que piensa, cuya existencia
es indudable; el mundo como realidad exterior al pensamiento, cuya existencia es
dudosa y problemática; y las ideas de “mundo” y “existencia” que indudablemente
poseo, ya que, si no las tuviera no podría pensar que “el mundo existe”.
De todo esto hay que concluir que, según Descartes, el pensamiento piensa siempre
ideas. Hay que partir de las ideas. Y Descartes distingue tres tipos de ideas:
1. Ideas adventicias, es decir, aquellas que parecen provenir de nuestra
experiencia externa (árbol, hombre, colores, sonidos...). Hemos dicho parecen
proceder porque aún no tenemos certeza de la existencia de una realidad exterior
distinta del pensamiento.
2. Ideas facticias, es decir, aquellas ideas que construye la mente a partir de otras
ideas (por ejemplo, la idea de un caballo con alas).
3. Ideas innatas. Existen, sin embargo, algunas ideas que no son ni adventicias ni
facticias. Ahora bien, si no pueden provenir de la experiencia externa (si la
hubiera) ni tampoco son construidas a partir de otras, ¿cuál es su origen?, ¿de
dónde proceden? La única respuesta posible es que el pensamiento las posee en
sí mismo, es decir, son innatas. Ideas innatas son, por ejemplo, las ideas de
“pensamiento” y la de “existencia”, que ni son construidas por mí ni parecen
proceder de experiencia externa alguna, sino que me las encuentro en la
percepción misma del “pienso, luego existo”.
En su obra Meditaciones metafísicas presenta las siguientes demostraciones de la
existencia de Dios:
a) Entre las ideas innatas descubre Descartes la idea de “Infinito”, que se apresura
a identificar con la idea de Dios. Mas, ¿cómo puedo yo, que soy un ser finito,
haber producido la idea de un ser infinito, si lo más no puede derivarse de lo
menos? Es necesario concluir, por lo tanto, que Dios existe, pues sólo una
sustancia verdaderamente infinita puede ser la causa de la idea de “Infinito” o
“Ser Infinito” que encuentro en mi pensamiento. Dios existe como la causa de la
idea de Infinito que encontramos en nuestro interior.
b) Por otra parte, Dios es causa no solo de su idea en mí, sino de mi existencia. Y
esta sería la segunda prueba que presenta en su obra Meditaciones metafísicas.
Tengo en mi mente la idea de un ser sumamente perfecto, luego no me he dado
la existencia a mí mismo, porque si me hubiera dado la existencia a mí mismo,
no tendría imperfecciones, ya que me hubiera dado todas las perfecciones
contenidas en tal idea. Tampoco puedo deber mi existencia a mis padres o a
otros seres imperfectos, porque dado que ellos también son imperfectos, no han
podido poner en mi mente la idea de un ser perfecto, es decir, la idea de Dios, ya
que de lo inferior no puede surgir lo superior. Luego solo Dios puede ser causa
de mi existencia y, por lo tanto, existe.
c) En la quinta Meditación ofrece Descartes otra prueba de la existencia de Dios,
es el llamado “argumento ontológico”, que ya había sido propuesto por San
Anselmo en el siglo XI. Descartes lo argumenta así: tengo la idea de un ser
sumamente perfecto. Su existencia es inseparable en él de su esencia. En efecto,
si su esencia es la de ser sumamente perfecto, no le puede faltar ninguna
perfección; por lo tanto, no le puede faltar la existencia, que es una de esas
perfecciones.
Santo Tomás y la tradición escolástica hacían descansar las pruebas de la existencia
de Dios en la existencia del mundo sensible. Descartes, como vemos en los argumentos

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expuestos, intenta probar la existencia de Dios partiendo de la propia existencia como
ser pensante y tendrá que apoyarse en Dios para probar la existencia del mundo exterior.
Descartes no se detuvo a analizar la esencia divina, ya que los atributos esenciales
que definen a Dios son muy claros: la perfección y la infinitud. Sin embargo, lo
describió como una sustancia eterna, inmutable, independiente, omnisciente,
todopoderosa y creadora de todas las cosas que existen, si es que realmente existen.
Ya hemos podido comprobar la certeza de nuestro conocimiento sobre el yo y sobre
Dios. Ahora queda solucionar el problema de la existencia de las cosas corpóreas.
Para ello Descartes procede, una vez más, considerando las ideas, en este caso, las ideas
de las cosas sensibles, y la pregunta es ¿cuál es la causa que produce dichas ideas y de
la cual proceden? Yo no puedo ser la causa que produzca esas ideas, ya que yo no soy
más que una cosa que piensa y, en último término, se presentan en mí en contra de mi
voluntad. Esa causa y origen de las ideas debe ser, por tanto, distinta de mi
pensamiento. Dicho de otro modo, la sustancia pensante no puede ser origen de dichas
ideas; debe existir otra sustancia que provoque en mi pensamiento dichas
representaciones (ideas). Y esa sustancia no puede ser más que un cuerpo, es decir, una
naturaleza corporal en la cual esté contenido realmente lo que en las ideas está
contenido representativamente. Descartes argumenta que Dios o sustancia infinita,
sumamente perfecta, no me engaña, porque el engaño es un defecto, por tanto Él me ha
dado una fuerte inclinación a creer que tales ideas me son enviadas por las cosas
corporales y el mundo ahí fuera existe realmente. En otras palabras, la existencia del
mundo queda demostrada a partir de la existencia de Dios: puesto que Dios existe y es
infinitamente bueno y veraz, no puede permitir que yo me engañe al creer que el mundo
existe, luego el mundo existe. Dios aparece así como la garantía de que a mis ideas de
mundo le corresponde realmente un mundo, una realidad extramental, distinta del
pensamiento y de Dios (concepción tripartita de la realidad). La sustancia extensa o
realidad extramental incluye tanto el mundo físico como el orgánico: todo lo vivo, y por
supuesto, el cuerpo humano.
(Por la misma razón, o sea, en virtud de la veracidad divina, debo admitir que tengo
un cuerpo y que estoy estrechamente unido a él. Esta unión presupone una distinción
real entre espíritu o pensamiento y cuerpo, en cuanto yo puedo pensar en existir como
pura sustancia espiritual sin admitir en mí ninguna parte o elemento de otra naturaleza;
y por otra parte, debo reconocer al cuerpo caracteres, como la divisibilidad, mientras
que el alma o sustancia pensante es indivisible y no tiene partes. El ser humano está
constituido pues por dos entidades distintas: un cuerpo físico y el alma.) Este párrafo
conviene incluirlo en el problema del ser humano.
(La realidad extramental o sustancia extensa no posee, sin embargo, todas las
cualidades que percibimos en ella. Descartes establece, al igual que lo hizo Galileo y
autores posteriores como Locke, la distinción entre cualidades objetivas (primarias) y
cualidades subjetivas (secundarias). Las cualidades objetivas las poseen los objetos
físicos, son las cualidades propias de la sustancia y son matematizables, entre ellas,
Descartes incluye la magnitud, la figura, el movimiento, la situación, el número, etc; las
cualidades subjetivas son las cualidades de la sensibilidad, no existen en los objetos
físicos, y como ejemplo incluye el color, el olor, el sabor, el sonido, etc.) Y este otro es
más propio del problema de la realidad.
Descartes acepta la definición aristotélica de sustancia como aquello que no
necesita de ninguna otra cosa para existir, que tiene una existencia independiente:
“Cuando concebimos la sustancia, concebimos únicamente una cosa que no tiene
necesidad más que de sí misma para existir” (Principios de Filosofía). En este mismo
texto donde define la sustancia, Descartes reconoce que, tal como se ha definido, podría

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dar lugar a algún error porque puestos a hablar de la sustancia en este sentido, sólo
existiría una, que fuera realmente autónoma, independiente: Dios o Sustancia Infinita.
Parece claro que tanto la sustancia material o extensa (lo extenso equivale a
corporeidad, el lugar que ocupa) como la sustancia pensante necesitan a Dios para
existir, en cuanto que son sustancias creadas.
Así, según Descartes, el término sustancia sólo es aplicable, en sentido propio, a
Dios, pero afirma que, en sentido analógico, puede aplicarse también a aquellos seres
creados que sólo necesitan del concurso divino para existir.
Así distingue dos sustancias creadas: el Yo o sustancia pensante (res cogitans) y los
cuerpos o sustancia extensa (res extensa). La res cogitans y la res extensa, si bien
necesitan del concurso divino, no necesitan en cambio de otros seres creados para existir
y, en este sentido, cabe decir que son sustancias, independientes y autónomas.
Al concepto de sustancia le añade Descartes el de atributo y modo. El atributo es la
esencia de la sustancia. Así, habrá dos atributos principales de la sustancia finita: la
extensión (res extensa, mundo material) y el pensamiento (res cogitans, alma). El
atributo de Dios es la infinitud. Por su parte, el modo sería la forma en la que se da el
atributo: los modos de la extensión serían, por ejemplo, el tamaño, el volumen, la
figura… mientras que el pensamiento tendría modos como por ejemplo dudar, afirmar,
negar, creer, etcétera. Dios no tiene modos, porque los modos son modificaciones de la
sustancia y Dios es inmutable, no cambia.
(Según Descartes, el universo es una gran máquina sometida a leyes
(mecanicismo cartesiano). Todo queda reducido a materia (extensión) y movimiento.
Con esta metáfora, a menudo hará referencias a Dios como el gran relojero del mundo,
encargado no sólo de construir el universo, sino de mantenerlo en funcionamiento.
Descartes concibe su sistema como una pirámide de proposiciones con los principios
más generales en el vértice. Esos principios más generales son principios filosóficos
(metafísica) y de ellos se derivan las leyes científicas (física). Así, la física que
desarrolla Descartes es de carácter deductivo y no cuenta con la experimentación.
El principio filosófico más general es “pienso, luego existo”, le sigue “todas las
ideas claras y distintas son verdaderas”, la existencia de Dios y la existencia del
mundo. A continuación, se pregunta Descartes qué es lo claro y lo distinto, lo evidente
en los objetos físicos y responde que es la idea de extensión o materia y la idea de
movimiento. En este sentido, Descartes concibe la naturaleza (orgánica e inorgánica) en
términos de materia y movimiento, que son cualidades primarias que pueden ser
sometidas a leyes. Estas leyes son las siguientes:
a) La inexistencia del vacío. Esta ley se deriva de la idea de extensión o materia y
se opone con ella al atomismo. El espacio es un continuo de materia y, por tanto,
no existe el vacío.
b) Toda acción es por contacto. Si el espacio es un continuo de materia, toda
acción es por contacto. Con esta ley Descartes niega la fuerza de la gravedad
(atracción a distancia a través del espacio vacío entre agregados de materia).
c) Principio de conservación del movimiento-reposo. La primera causa del
movimiento es Dios y éste conserva siempre la misma cantidad de movimiento-
reposo, debido a su inmutabilidad, Dios no cambia y tampoco modifica su obra,
sino que la conserva siempre igual.
d) Principio de inercia. Un cuerpo permanecerá en reposo o en movimiento en
línea recta mientras que no exista otro cuerpo que actúe sobre él. Esta ley
también se deriva de la inmutabilidad divina.
La estructura y funcionamiento de los cuerpos tanto físicos como orgánicos
pueden explicarse, según Descartes, siguiendo el principio de causalidad y las leyes

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de la mecánica. En esto consiste el mecanicismo de Descartes.) Esta parte pertenece
también al problema de la realidad, si bien conviene extraer para el problema de Dios
algunas cuestiones, como por ejemplo: Dios es concebido como el gran relojero del
mundo... y aquellas leyes físicas que guarden relación con la inmutabilidad divina.

ANTROPOLOGÍA

La antropología de Descartes parte de un dualismo sustancial entre res cogitans y res


extensa. Así, el ser humano es un compuesto de dos sustancias: la sustancia pensante
(alma) y la sustancia extensa (cuerpo).
Ahora bien, para Descartes, el alma o la subjetividad, que como ya se ha visto se
convierte en el fundamento de su filosofía, es la parte más importante del ser humano,
en tanto que ella es la protagonista del pensamiento y del razonamiento; ciertamente, la
primera verdad que descubre en su filosofía es la res cogitans y la presenta como
independiente de la res extensa, sosteniendo que el alma, realidad inextensa, es
pensamiento, distinta e independiente del cuerpo, y su separación de este no provoca la
muerte. En otras palabras, como el entendimiento tiene una idea clara y distinta de la
sustancia pensante y una idea clara y distinta de la sustancia extensa, es evidente, según
Descartes, que se trata de dos sustancias distintas, autónomas e independientes, y que el
alma puede subsistir sin el cuerpo, esto es, que de la muerte del cuerpo no se sigue la
muerte del alma, ya que para él el alma es indivisible y no tiene partes, mientras que el
cuerpo se caracteriza por su divisibilidad. Así, la inmortalidad del alma se debe a que al
ser indivisible es incorruptible; esta prueba es semejante a la formulada por Platón sobre
la simplicidad del alma.
Esta posición de Descartes, según la cual cuerpo y alma son sustancias autónomas e
independientes, tiene importantes consecuencias: por un lado, como acabamos de ver, la
afirmación de la inmortalidad del alma; y, por otro lado, la afirmación de la libertad del
ser humano. En efecto, el alma, en tanto que sustancia pensante, queda excluida del
mecanicismo, el determinismo y la necesidad propia de los cuerpos (sustancia extensa):
es plenamente autónoma.
El cuerpo, como toda la realidad física, actúa como una máquina (tal y como
defiende el mecanicismo) y no puede comportarse de forma libre. El alma (el cogito),
que es inmortal, actúa de forma libre y debe gobernar a esa máquina. Así, afirmará un
dualismo según el cual alma y cuerpo mantienen una lucha permanente.
Descartes intentó explicar el modo en que el alma podía controlar al cuerpo.
Descartes creía que los animales no humanos eran simples máquinas sin pensamiento
o espíritu, esto es, que pertenecían plenamente a la realidad extensa, y que estaban
enteramente sometidos a las leyes mecánicas, al igual que toda la naturaleza, así el
cuerpo era una realidad susceptible de ser medida y expresada mediante fórmulas y
principios que permitían explicar y predecir su funcionamiento (determinismo); así, los
animales carecían de un principio intríseco de vida –como sostenía Aristóteles- y serían
semajentes a máquinas o mecanismos autómatas, viéndose reducidos a extensión y
movimiento local, como todas las cosas corpóreas. El cuerpo humano también era
una máquina que operaba exactamente bajo los mismos principios. Sin embargo, al
contrario que otros animales, los cuales estaban constituidos exclusivamente por la
sustancia extensa, el ser humano había recibido un alma. Ésta recibía información
acerca del mundo a través de los sentidos del cuerpo, pensaba acerca de las cosas
percibidas y tomaba decisiones sobre sus acciones. Cuando quería mover el cuerpo, lo

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hacía actuando sobre el cerebro, el cual, a su vez, movía los músculos. O sea, que el
alma inmortal, actúa de forma libre y debe gobernar al cuerpo (máquina).
Descartes formuló el primer modelo fisiológico de la conducta. Lo basó en el
mecanismo que activaba las estatuas de las grutas de los Jardines Reales, al oeste de
París. De joven sentía una gran fascinación por los mecanismos ocultos que hacían que
las estatuas se movieran y bailaran cuando los visitantes pisaban placas que no estaban a
la vista. Las estatuas se movían gracias a cilindros movidos a su vez por la presión del
agua. Descartes creía que los músculos del cuerpo también funcionaban gracias a
mecanismos hidráulicos. Cuando ejercemos una fuerza con nuestras extremidades los
músculos parecen aumentar de tamaño. Descartes llegó a la conclusión de que este
incremento tiene lugar porque se bombea fluido a los músculos a través de los nervios.
Descartes opinaba que el mecanismo que dirigía el fluido hacia los nervios
adecuados era el cuerpo pineal, un pequeño órgano situado por encima del tronco del
encéfalo, donde tenía su sede el alma. El cuerpo pineal actuaba como un pequeño
mando: cuando se inclinaba ligeramente en varias direcciones, abría poros que
permitían que el fluido entrara en los nervios e inflara los músculos.
Dado que los animales carecían de alma, Descartes creía que su modelo explicaba
por completo la conducta de los mismos, siendo así todos sus movimientos
involuntarios. Los humanos, sin embargo, poseían alma, además del cuerpo. La
glándula pineal, que controlaba los movimientos de los fluidos a través de los nervios
hasta los músculos, constituía el lugar donde el alma interactuaba con el cuerpo.
Cuando el alma deseaba que se realizara una determinada acción, inclinaba a la glándula
pineal del modo adecuado, y los músculos necesarios para llevar a cabo la acción se
hinchaban. Así, Descartes creía que el alma controlaba el movimiento de los músculos a
través de su influencia sobre el cuerpo pineal. Esto es, la relación entre las dos
sustancias se da a través de la glándula pineal, haciendo posible al alma gobernar el
cuerpo, el alma ejercía así un control voluntario sobre el cuerpo.
La originalidad de Descartes en relación a su concepción dualista del ser humano
estriba en que antes de él cualquier función vital de los organismos se explicaba por la
existencia del alma, así el alma se concebía en relación con la vida, como si se dieran
diversos tipos de vida: vegetativa, sensitiva y racional. Para Descartes, en cambio, el
alma será pensamiento pero no vida. En este sentido, antes de él nadie pensaba que los
actos animales y humanos pudieran deberse a la influencia de estímulos ambientales,
sino que se debía siempre a la existencia del alma. Se produce así con él un cambio de
perspectiva al formular una visión de los actos: voluntarios e involuntarios. Algunos
actos como los reflejos, serán reacciones automáticas e involuntarias a estímulos
externos y otras acciones son voluntarias, gobernadas por el alma (entidad no física) y
debidas a que la persona elige libremente comportarse así.
Según Descartes, los estímulos ambientales son detectados por los órganos
sensoriales y transmitidos al cerebro por medio de los nervios. Desde el cerebro surge el
impulso para actuar a través de los músculos, que realizan la acción involuntaria, propia
de los animales que sólo disponen de este mecanismo de conducta. Todos sus
comportamientos son respuestas reflejas a estímulos ambientales.
En cambio, los actos voluntarios, propios del ser humano, son originados por el
alma, que se encuentra conectada al cuerpo por medio de la glándula pineal, donde
interactúan lo físico y lo mental. Debido a esta interacción, la mente podía realizar actos
voluntarios y ser consciente de los involuntarios.
Se ha de tener en cuenta que el dualismo antropológico que plantea Descartes se
caracteriza por establecer un vínculo más estrecho entre alma y cuerpo que la teoría
antropológica dualista de Platón. En este sentido, Descartes se opone a la metáfora

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platónica del navio, porque sería insuficiente. Si el alma es como el piloto del navío,
esto puede explicar de algún modo la conexión entre el alma y el cuerpo en el plano de
la acción, pero no en el de las pasiones o afecciones, puesto que un daño en el barco, es
decir, en el cuerpo no implicaría un dolor en el piloto (alma). Por ello, en Descartes se
debe hablar de un interaccionismo en lo que a la relación alma-cuerpo se refiere. Las
acciones, originadas en la voluntad (alma), y las afecciones (las percepciones, los
sentimientos y las emociones) son provocadas por el cuerpo y recibidas por el alma; es
decir, dos sustancias diferentes entre sí ejercen una influencia mutua, tanto en el sentido
del alma sobre el cuerpo (acción) como del cuerpo sobre el alma (pasión).
Como han indicado los filósofos posteriormente, la teoría de Descartes contiene una
contradicción intrínseca. Si el alma o la mente no forma parte del mundo físico, no
puede ejercer la fuerza necesaria para mover objetos físicos. Por tanto, no puede
interactuar con la materia. De otro modo, si el alma o la mente posee propiedades
materiales que le permiten interactuar con el cuerpo, tiene que ser física, como el
cuerpo. Lógicamente, las dos posibilidades no pueden ser ciertas. Precisamente, en la
relación epistolar que Descartes mantuvo con la princesa Isabel de Bohemia, se observa
cómo ésta le plantea el problema en los siguientes términos: “Cómo es posible que el
alma del hombre lleve a los espíritus del cuerpo a realizar las accciones voluntarias, si
no constituye más que una sustancia pensante y, por lo tanto, no posee un punto de
incidencia que le permita imprimir el movimiento?... Observo que los sentidos me
muestran que el alma mueve al cuerpo, pero no me demuestran cómo ocurre esto. Por lo
tanto, pienso que hay algunas propiedades del alma que os son desconocidas, y que
quizás pueden echar por tierra lo que vuestras Meditaciones metafísicas me han
demostrado con tan buenos argumentos acerca de la inextensión del alma.”

EL PROBLEMA DE LA MORAL: ÉTICA

De acuerdo con su metáfora del árbol del saber, la moral era representada como la
rama más elevada de ese árbol, situándola por encima de la mecánica y de la medicina,
las otras ramas que surgían del tronco de la física; pero esa moral definitiva, como
moral derivada de la aplicación de su método, nunca llegó a sistematizarla. En este
sentido, Descartes sólo elabora una “moral provisional” que emerge como cuestión
central en su obra Discurso del método, justamente cuando está planteando la duda
metódica como una exigencia del método en su momento analítico, duda que, como ya
sabemos, le lleva a rechazar todo el conocimiento recibido en su educación y a
encontrar finalmente su primera verdad. En ese momento establece que tal duda ha de
ser teórica, esto es, no debe afectar a la vertiente práctica, y es entonces cuando expone
su “moral provisional”, que debe entenderse como un conjunto de preceptos que se ha
de seguir mientras se investiga en el ámbito teórico, ya que mientras se busca la verdad
el ser humano no puede quedarse sin criterios ni valores morales, y más vale tener un
orden religioso, político y moral, aunque sea discutible, que no tener orden en absoluto.
Así, la moral que Descartes defiende en esta obra es provisional en el sentido de que
no es todavía una moral derivada del método, y estaría a la espera de ser revisada y
confirmada posteriormente, si bien, como ya se ha apuntado, nunca llegó a esa revisión
y confirmación, o sea, a ese moral definitiva.
La moral provisional del Discurso del método quedó formulada en cuatro máximas:
1) Obediencia a las leyes y a las costumbres del propio país, así como a la
religión en que uno se ha educado: “Obedecer a las leyes y costumbres de mi
país, conservando con firmeza la religión en la que Dios me ha concedido la
gracia de ser instruido desde mi infancia y rigiéndome en todo lo demás según

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las opiniones más moderadas y más alejadas del exceso, que fuesen comúnmente
admitidas en la práctica por los más sensatos”. La sumisión a las leyes del país
está dictada por la necesidad de tranquilidad, sin la cual no es posible la
búsqueda de la verdad. Esta regla expresa como virtud clave la moderación y la
búsqueda de un término medio ante la diversidad de opiniones. Para Descartes,
la sensatez y la moderación son fundamentales para alcanzar la serenidad de
espíritu necesaria en la búsqueda de la verdad, porque su prioridad es esta
búsqueda de la verdad.
2) Resolución y firmeza en la toma de decisiones: “Ser lo más firme y resuelto
que pudiera en mis acciones y no seguir con menos constancia las opiniones más
dudosas cuando me hubiera determinado una vez a ellas”. Con esta regla se
propone ser diligente a la hora de actuar, siguiendo los conocimientos más
probables; es decir, una vez que se ha decidido algo, se debe actuar como si
fuera lo más seguro, ya que la duda se presenta como el peor enemigo para la
vida cotidiana. En esta regla la virtud clave es la firmeza para llevar a cabo la
decisión tomada.
3) Dominio de sí mismo. “Tratar siempre de vencerme a mí mismo más bien que a
la fortuna, y de cambiar mis deseos antes que el orden del mundo; y
generalmente de acostumbrarme a creer que no hay nada que esté enteramente
en nuestro poder más que nuestros pensamientos”. Se trata de dominar los
propios deseos y pasiones, ya que, como no podemos cambiar el mundo a
nuestro gusto, hemos de amoldar nuestros deseos a la realidad; o sea, el ser
humano ha de afrontar y aceptar lo que su voluntad no puede cambiar. La virtud
que encierra este precepto es el autodominio.
4) La cuarta y última máxima o precepto es una especie de conclusión de las
anteriores: elección de la mejor forma de vida, de la profesión a la que uno
quiere dedicarse. Se trata de elegir la mejor de entre todas las ocupaciones
posibles, que para Descartes será el “cultivo de mi razón” y el “conocimiento de
la verdad”, es decir, la vida teórica o contemplativa, dedicada a la investigación
científica y filosófica.
Todas estas reglas tienen claras resonancias estoicas (II y III), aristotélicas (I y IV),
socrático-platónicas (IV) y escépticas (I). Pero el propósito de estas está en conseguir
libertad para poder investigar y desarrollar su profesión como investigador de la verdad.
Esta moral calificada de provisional aparece más tarde en su obra, en concreto en las
cartas con Isabel de Bohemia y en Los principios de la filosofía. No obstante, en las
cartas a Isabel de Bohemia se observa las siguientes modificaciones: la obediencia a las
leyes y a las costumbres del propio país no se menciona, y tampoco la cuarta regla, y
aparece un primer precepto referido al buen uso de la razón. Y llega a la conclusión de
que la moral consiste en la firmeza, en el autodominio y en el empleo correcto de la
razón, a través del método.
Para Descartes la libertad radica en el alma, y es una característca propia y
exclusivamente humana, que se percibe de manera evidente e inmediata (idea innata),
mientras que los cuerpos están determinados por leyes físicas.
La libertad, según Descartes, se presenta como el fundamento de la moralidad, al
reconocer que sólo la acción libre es digna de elogio o de crítica; de tal modo que si
alguien actúa mal sin ser libre, no puede ser censurado; y tampoco sería digna de elogio
una buena acción sin libertad, realizada por coacción.
Las pasiones, para Descartes, forman parte del cuerpo, son irracionales e
involuntarias, y deben ser controladas por la razón. Pero esto no implica que sean malas
per se: “Porque vemos que son todas buenas por naturaleza, y que no tenemos que evitar

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más que su mal uso o sus excesos” (Tratado de las pasiones del alma). Y Descartes
considera que con un buen uso de la moral, esto es, mediante la libertad, el autodominio
y la firmeza, se puede emplear las pasiones para lograr la mayor alegría posible
(felicidad).
Descartes clasifica las pasiones en tres grupos: pasiones fisiológicas (admiración,
cólera, alegría y tristeza), pasiones propiamente psicológicas (deseo, esperanza, temor y
amor-odio) y pasiones morales. En esta última categoría se encuadran aquellas que se
relacionan con el libre albedrío en nosotros y en los demás, y llevan de un modo
demasiado manifiesto el sello del alma como para ser explicadas simplemente a través
de la máquina del cuerpo. Entre estas pasiones denominadas morales destaca y estudia
la generosidad. En este sentido, se podría afirmar que Descartes esboza una ética de la
generosidad cuando define esta pasión con los siguientes rasgos: autoestima, dominio de
la propia voluntad (libertad), resolución de utilizar bien la propia voluntad, y empatía y
respeto hacia los demás. En esta ética de la generosidad se recogen las reglas II (firmeza
o resolución) y III (autodominio), y se proyectan en las relaciones con los demás.
En conclusión, con el desarrollo de la perfección del alma se consigue la felicidad.
Descartes identifica el desarrollo de la perfección del alma con el desarrollo de la
libertad. La libertad se consigue con el dominio y guía de los deseos y pasiones que
surgen del cuerpo, que son irracionales, ya que es entonces cuando el sujeto no se
encuentra dominado por la sustancia extensa sino que gobierna en él su cogito. La
libertad es así concebida como la realización por la voluntad de lo que propone el
entendimiento como bueno y verdadero. La libertad consiste, por tanto, en una acción
voluntaria y racional, de tal modo que solo va a actuar libremente el ser humano cuando
su voluntad se someta a lo que el entendimiento le indique.

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