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NIETZSCHE (1844-1900)

LA FILOSOFÍA DE NIETZSCHE: EL VITALISMO

El vitalismo, corriente filosófica de gran importancia a lo largo de la segunda mitad


del siglo XIX y principios del XX, en la que hemos de situar a Nietzsche junto a un
conjunto de filósofos entre los que destacan Bergson y el español Ortega y Gasset,
surge como una reacción contra el racionalismo e idealismo que comenzó con Sócrates
y Platón y había culminado en Hegel, y contra la absolutización de la ciencia llevada a
cabo por el positivismo de Comte como única forma de entender el mundo. Los
vitalistas exaltan la vida y la considera como realidad radical y fundamental, como lo
sustancial del ser humano.
El vitalismo es una forma de irracionalismo, es decir, niega la primacía de la razón
en la Naturaleza y en las actividades humanas. Se trata de conocer la realidad
prescindiendo del razonamiento y utilizando la vivencia intuitiva, o sea, en vez de
razonar sobre las cosas hay que tener experiencias vitales de ellas o con ellas, guiándose
sobre todo por el sentimiento y no por las ideas o preceptos racionales que generalmente
contradicen los impulsos vitales. Así, el ser humano se transforma en artista o creador
de la vida.
La filosofía vitalista se distingue en principio de las filosofías tradicionales por
entender la realidad como proceso, es decir, conciben al Ser en devenir, por ello son
herederos de Heráclito.
Por último, para los filósofos vitalistas la vida constituye el único criterio que sirve
para jerarquizar los valores (morales, sociales, religiosos...). Todos los valores deben
ser interpretados a la luz del valor fundamental de la vida. Las continuas crisis del siglo
XIX condujeron a un reexamen de los valores morales, políticos y religiosos del
Antiguo Régimen, por ello el tema de los valores aparece en los autores de esta época y
Nietzsche proclamará una “inversión” o transmutación de todos los valores.

ONTOLOGÍA Y EPISTEMOLOGÍA

Nietzsche parte de una crítica radical de la cultura occidental: la considera


decadente y basada en una ficción (un mundo supraempírico o sobrenatural) que hay
que desenmascarar con el método genealógico (rastrear el origen de los conceptos y
mostrar los instintos que hay tras ellos). Con este método buscará el origen de la
situación enajenada que vive el ser humano.
En su primera obra, El origen de la tragedia en el espíritu de la música, (con la que
comienza su trayectoria como filósofo, desmarcándose así de los métodos puramente
positivistas y eruditos de la filología clásica) reconoce la vida como valor
fundamental y expresa su convicción de que la cultura occidental ha rechazado la vida
o le ha tenido miedo. Nietzsche establece que el origen de la formación de la cultura
griega se sitúa en la contraposición entre el dios Dionisos y el dios Apolo. Dionisos es
el dios de la embriaguez, del caos, de la música, de la vida, mientras que Apolo es el
dios del orden, de la armonía, de la proporción ordenada; o sea, lo dionisíaco se
relaciona con la fuerza vital, con los valores de la vida y lo apolíneo con la fuerza de la
razón. Para Nietzsche el valor de lo dionisíaco imperaba en la civilización griega
presocrática, fundamentalmente en los filósofos presocráticos (sobre todo en Heráclito
con su amor al devenir), y en los poetas de la tragedia griega (Esquilo, Sófocles y
Eurípides), que no se preocupaban de hacer valoraciones morales, ni de buscar ningún
consuelo ni ninguna seguridad ante el sinsentido del mundo, y admitían la fuerza de la

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existencia, de la libertad, de la contradicción y de las pasiones, y el sí a la vida. En las
tragedias griegas, ni el mundo ni la existencia tienen ningún sentido, y sólo tendrá el
sentido que cada uno le quiera dar; en éstas, los aspectos de azar, de indeterminación, de
lucha, de sufrimiento, y de destrucción, pero también de construcción, forman parte de
la estructura del mundo y de la existencia; no obstante, esta forma de existencia no se
presenta como una invitación a la resignación o al fatalismo, sino más bien se ha de
entender como un estímulo para fortalecerse y autosuperararse personalmente, haciendo
pleno uso de la libertad; ciertamente, el héroe de las tragedias griegas se resiste a su
destino que amenaza con aplastarlo, se opone a él con su voluntad activa, con su querer,
lo contrario, por tanto, a una resignación pasiva y fatalista; las tragedias griegas invitan,
pues, a aceptar la vida con coraje y con valentía, sin autoengaños ilusorios de salvación
y de redención. Lo dionisíaco representa, por tanto, la fuerza instintiva y de la salud, la
ebriedad creativa, la libertad y la pasión, y es símbolo de una humanidad en pleno
acuerdo con la naturaleza. Pero pronto lo dionisíaco sería sustituido por lo apolíneo,
esto es, la fuerza de la vida por la fuerza de la razón, cuando Sócrates inventa la
conciencia como guía de la vida humana para alcanzar la felicidad, es decir, cuando la
virtud se convierte en razón, en represión, en inhibición de los instintos y de las
pasiones. Así, acontece el rechazo de la forma de existencia dionisíaca y se instaura
desde entonces la forma de existencia apolínea, desde la que se niega, y se rechaza todo
aquello que favorece y refuerza la vida. Según Nietzsche, Sócrates se mostró hostil a la
vida, quiso morir; dijo no a la vida, y abrió un período de decadencia que dura hasta
nuestros días. De ahí que el objetivo de la parte crítica de su filosofía sea reivindicar
el valor del olvidado Dionisos. Esta crítica afecta a la moral y a la religión, pero
también, como veremos a continuación, a la metafísica, al lenguaje, a la filosofía y a la
ciencia.
Nietzsche critica la metafísica tradicional porque esta concibe la realidad como
algo estático, fijo e inmutable, y, para él, gran admirador del filósofo presocrático
Heráclito, la auténtica realidad es caos, desorden natural, devenir y multiplicidad.
Se opone así a aquella filosofía que afirma como verdadera realidad de las cosas a las
esencias, las sustancias: algo inmutable, estático y permanente, y que se caracteriza por
distinguir entre una realidad verdadera (lo suprasensible) y una falsa, aparente (lo
sensible).
En su crítica a la metafísica Nietzsche denuncia el triunfo de lo suprasensible, la
imposición de otro mundo (mundo de las Ideas) como un error fundamental en la
historia del pensamiento, debido a que, para él, lo suprasensible no deja de ser una mera
ilusión. Critica así el dualismo, la escisión de la realidad en realidad verdadera y
realidad aparente. Considera que tal dualismo ha presidido el desarrollo de la tradición
filosófica desde Sócrates (que impuso el pensamiento lógico y racional) y Platón (que
infravaloró el mundo sensible y creó la ilusión del mundo verdadero), continuando con
el pensamiento cristiano (mundo celestial y mundo terrenal) y la modernidad (que nos
ha proporcionado otros dispensadores de sentido que han querido ocupar el lugar de
Dios: la razón, el progreso, la ciencia...)
Propone Nietzsche como solución a tal dualismo, una inversión de la metafísica
tradicional o del platonismo. Así se expresa en los siguientes términos: “mi filosofía
es platonismo al revés: cuanto más alejado de lo que tiene ser verdadero, tanto más
puro, más bello, más bueno”. Se trata, por tanto, de centrarnos en ese mundo sensible (el
mundo de la vida) marcado por el caos, la discontinuidad, la contradicción, la
multiplicidad, el devenir, etc.; y eliminar el mundo de las ideas, en cuanto que ahí no
está la verdad sino el error. Para Nietzsche la apariencia es lo único que existe, y los

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conceptos metafísicos (sustancia, causa, finalidad, cosa en sí...) nos alejan de esta única
realidad.
Así, según Nietzsche, la invención de este otro mundo superior es producto del
resentimiento y temor hacia la vida, justamente, el miedo que inspira la vida y la
incapacidad para soportar el mundo tal y como es, lleva a forjar esa ficción, y los
filósofos son en realidad unos resentidos. Este impulso contra la vida es denominado
por Nietzsche Voluntad de Verdad y consiste en utilizar la razón para afirmar la
supremacía de las esencias, lo estático, vengándose así del devenir de la realidad, de la
vida que no se puede dominar. Frente a esta Voluntad de Verdad, Nietzsche defenderá
la Voluntad de Poder que es asumir, aceptar y enfrentarse a la realidad cambiante
afirmando una perspectiva de forma temporal para poder vivir más plenamente. Con la
Voluntad de Poder se reconoce la imposibilidad de captar la realidad como algo estable
y de que exista, por tanto, la verdad, admitiendo las distintas perspectivas de la
realidad para potenciar la propia vida.
Nietzsche afirma la realidad como devenir sin finalidad ni meta, se opone, por tanto,
de forma radical a cualquier concepción teleológica de la realidad. La realidad es
cambiante y múltiple, y se le presenta al ser humano a través de perspectivas y estas
perspectivas son individuales e incluso propias de cada momento de la vida. Por ello, no
hay una perspectiva verdadera y la “Voluntad de Verdad” es falsa.
La cultura occidental ha supuesto que el lenguaje nos permite un conocimiento
objetivo de la realidad. El método genealógico de Nietzsche (que va hacia el pasado
para pensar el presente, y que utiliza para desenmascarar la ficción) descubre que los
conceptos no son en realidad más que metáforas, y que, por tanto, no es posible un
conocimiento objetivo de la realidad. Estas metáforas se generan a través de un proceso
que se va alejando cada vez más del original, la cosa real. La primera metáfora es la
imagen mental conformada por nuestra percepción. A su vez, esta imagen la
convertimos en palabra que expresa nuestra forma individual y original de captarla,
siendo así la metáfora de la primera metáfora. Y así, sucesivamente. Estas metáforas se
convirtieron en conceptos cuando ya no expresan esa vivencia personal y original
quedando fijadas por el uso y la costumbre. Esto sucedió por la necesidad y el deseo del
hombre de vivir en sociedad. Para ello se hizo un pacto llegando a una convención en
el lenguaje. Se establecieron así los nombres y significados de las cosas imponiendo
ciertas convenciones como las correctas pero no buscando la verdad sino la seguridad
ante el devenir. Por tanto, el concepto se hace común, por un pacto entre los individuos,
y lo denominamos verdad, y mentira lo que se sale de ese pacto. Con el tiempo se
olvidó el origen metafórico, afirmándose erróneamente el concepto universal (la
esencia) como la verdadera realidad. Pero conocer es sustituir la realidad por metáforas
de metáforas de metáforas, las teorías no reflejan el mundo, sino que lo sustituyen
metafóricamente.
Así, la filosofía al tratar de los conceptos más abstractos llama “verdad” a lo más
alejado de la realidad: lo creado al final del proceso por el pensamiento, el producto más
imaginativo. Nietzsche considera la historia de la filosofía como un error filológico,
ya que confunde lenguaje con realidad. También las ciencias positivas que matematizan
lo real son criticadas por él, pues sólo expresan la realidad cuantitativamente sin atender
a las diferencias reales y cualitativas; precisamente, su crítica también va dirigida a la
visión mecanicista y determinista propia de la ciencia de su época (física de Newton);
considera así que la “verdad científica” desciende directamente de la ilusión platónica.
En definitiva, el pacto nos ha permitido “domesticar” la realidad, y gracias a él tenemos
un lenguaje que nos permite pensar y desarrollar la filosofía y la ciencia, pero no
constituyen éstas un conocimiento real.

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Si los conceptos no nos ofrecen la verdad, entonces no hay valores absolutos. La
noción de verdad de Nietzsche es perspectivista, subjetivista, toda percepción e ideación
tiene lugar desde una perspetiva particular: para cada individuo la verdad es su
perspectiva. Frente a la ciencia positiva de su tiempo, que reducía la verdad a hechos
objetivos, Nietzsche considera que “no hay hechos, sino interpretaciones”, y todas
igualmente válidas.
Así, para Nietzsche no hay verdad absoluta y sólo podrá considerarse “verdad”
aquello que favorece la vida. Por ello, exaltará el poder de la metáfora como una
perspectiva que se reconoce como tal, que selecciona e interpreta sin que la metáfora se
identifique nunca con la realidad. La metáfora se sabe perspectiva que nos ayuda a vivir
plenamente.

EL PROBLEMA DE DIOS

Nietzsche parte de una crítica radical de la cultura occidental: la considera


decadente y basada en una ficción (un mundo supraempírico o sobrenatural) que hay
que desenmascarar con el método genealógico (rastrear el origen de los conceptos y
mostrar los instintos que hay tras ellos). Con este método buscará el origen de la
situación enajenada que vive el ser humano.
En su primera obra, El origen de la tragedia en el espíritu de la música, (con la que
comienza su trayectoria como filósofo, desmarcándose así de los métodos puramente
positivistas y eruditos de la filología clásica) reconoce la vida como valor
fundamental y expresa su convicción de que la cultura occidental ha rechazado la vida
o le ha tenido miedo. Nietzsche establece que el origen de la formación de la cultura
griega se sitúa en la contraposición entre el dios Dionisos y el dios Apolo. Dionisos es
el dios de la embriaguez, del caos, de la música, de la vida, mientras que Apolo es el
dios del orden, de la armonía, de la proporción ordenada; o sea, lo dionisíaco se
relaciona con la fuerza vital, con los valores de la vida y lo apolíneo con la fuerza de la
razón. Para Nietzsche el valor de lo dionisíaco imperaba en la civilización griega
presocrática, fundamentalmente en los filósofos presocráticos (sobre todo en Heráclito
con su amor al devenir), y en los poetas de la tragedia griega (Esquilo, Sófocles y
Eurípides), que no se preocupaban de hacer valoraciones morales, ni de buscar ningún
consuelo ni ninguna seguridad ante el sinsentido del mundo, y admitían la fuerza de la
existencia, de la pasiones, y el sí a la vida. En las tragedias griegas, ni el mundo ni la
existencia tienen ningún sentido, y sólo tendrá el sentido que cada uno le quiera dar; en
éstas, los aspectos de azar, de indeterminación, de lucha, de sufrimiento, y de
destrucción, pero también de construcción, forman parte de la estructura del mundo y de
la existencia; no obstante, esta forma de existencia no se presenta como una invitación a
la resignación o al fatalismo, sino más bien se ha de entender como un estímulo para
fortalecerse y autosuperararse personalmente, haciendo pleno uso de la libertad;
ciertamente, el héroe de las tragedias griegas se resiste a su destino que amenaza con
aplastarlo, se opone a él con su voluntad activa, con su querer, lo contrario, por tanto, a
una resignación pasiva y fatalista; las tragedias griegas invitan, pues, a aceptar la vida
con coraje y con valentía, sin autoengaños ilusorios de salvación y de redención. Lo
dionisíaco representa, por tanto, la fuerza instintiva y de la salud, la ebriedad creativa, la
libertad y la pasión, y es símbolo de una humanidad en pleno acuerdo con la naturaleza.
Pero pronto lo dionisíaco sería sustituido por lo apolíneo, esto es, la fuerza de la vida
por la fuerza de la razón, cuando Sócrates inventa la conciencia como guía de la vida
humana para alcanzar la felicidad, es decir, cuando la virtud se convierte en razón, en
represión, en inhibición de los instintos y de las pasiones. Así, acontece el rechazo de la

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forma de existencia dionisíaca y se instaura desde entonces la forma de existencia
apolínea, desde la que se niega, y se rechaza todo aquello que favorece y refuerza la
vida. Según Nietzsche, Sócrates se mostró hostil a la vida, quiso morir; dijo no a la vida,
y abrió un período de decadencia que dura hasta nuestros días. De ahí que el objetivo de
la parte crítica de su filosofía sea reivindicar el valor del olvidado Dionisos. Esta
crítica afecta a la metafísica, a la moral, al lenguaje, a la ciencia, y, por supuesto,
también a la religión, que será el tema que nos ocupe a continuación.
La religión es para Nietzsche una forma de decadencia que se ha de superar. Es el
triunfo de los esclavos, del igualitarismo, de los valores bajos y plebeyos. La religión
construye un espacio celestial y divino que Nietzsche lo considera como un buen
pretexto para despreciar con ahínco el nuestro, para aplastar la carne y desvalorizar el
cuerpo, para darle la espalda a la vida. Por ello, escribió: “aborrezco el cristianismo con
odio mortal”. El cristianismo, según Nietzsche, es platonismo para el pueblo, que coloca
el sentido de la vida fuera de la vida misma. Es una moral de renuncia que convierte en
valores los sentimientos del rebaño, contrarios a la vida, y considera como pecado todos
los valores y los placeres de la tierra. Surge así el ideal ascético, que consiste en la
negación de la vida.
Así, Nietzsche critica a la moral platónico-cristiana de antinatural por ir en
contra de los instintos naturales y vitales. Esta moral suplanta a la moral de los señores,
que afirmaba la vida (se decía un sí a sí mismo), y defendía valores como la fuerza, la
salud y todos los instintos aristocráticos, nobles y vitales. A esta moral antinatural le
otorga el nombre de “moral de los esclavos” o moral del cristianismo, en cuanto que le
falta al hombre la libertad para el total despliegue de todo lo que pide la naturaleza y la
vida; es la moral que dice sí a otro, propia del hombre plebeyo, servil, que forma parte
del rebaño y, puesto que no puede alcanzar los valores de los señores, se siente
envidioso, molesto o enojado, y crea, por tanto, unos valores que niegan la vida y que
son producto de ese resentimiento. Desde esta moral se exalta la debilidad, la
enfermedad y la pobreza como los valores más dignos para alcanzar la suprema
felicidad futura del reino de Dios. Esta moral contranatural se ha impuesto en Occidente
y ha creado una civilización enemiga de la vida. Su base filosófica se encuentra en el
platonismo y el cristianismo. Para Nietzsche tal moral es síntoma y expresión de la
decadencia de la cultura occidental. Con su pensamiento pretende desenmascarar una
trama urdida por los débiles como legitimación de su resentimiento contra los fuertes.
Así, Nietzsche propone la idea de que haya individuos superiores que vayan alcanzando
lo mejor, la experiencia, la dureza espiritual, el arrojo, que miren las cosas tal y como
son, sin complacencias ni compasiones, se trata de querer recuperar la fuerza y la
insolidaridad individual frente al mundo de armonías, de consuelos y apoyos a los
débiles; por tanto, la clave para superar esa forma de decadencia que es la religión está
en la transvaloración de la moral cristiana (invertir los valores que niegan la vida).
En el proceso de secularización de la cultura europea a partir del Renacimiento
pensadores anteriores a Nietzsche (el poeta alemán Jean Paul a finales del s. XVIII y los
materialistas ateos del Siglo de las Luces) esculpieron ya el lema “Dios ha muerto”,
pero su significado no fue asumido en la plenitud de sus consecuencias hasta Nietzsche.
Efectivamente, cuando Nietzsche anuncia la muerte de Dios, con su expresión
“Dios ha muerto” en el libro tercero de su obra la Gaya Ciencia, “Dios” significa la
muerte del Dios Cristiano, pero también de todo lo que ha tratado de ocupar su lugar
negando la vida: la Razón, el Progreso, el Socialismo, la Ciencia. “Dios” representa
aquí a cualquier otro absoluto que esté dispuesto a reemplazarle como fundamento de la
vida; y se convierte así en la máxima y más imperiosa necesidad de toda la cultura
europea, incluso secularizada: la necesidad de una norma ideal por la que poder regirse,

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una norma dispensadora de sentido, que permite conocer y unificar coherentemente la
realidad, y que le proporciona al ser humano tranquilidad intelectual, coherencia, verdad
y un sentido global del universo. Esa es, a sus ojos, la razón por la que los pensadores
modernos que, por una parte, niegan la idea de Dios, se apresuraron, por otra, a buscar
en la Razón, en el Progreso, en el Socialismo, en la Ciencia, otros tantos sustitutos de
ese Dios muerto.
Así, Nietzsche es quien da toda su auténtica fuerza provocativa a la tesis de la
muerte de Dios al mostrar que el lugar que Dios, al morir, ha dejado vacío no puede ser
ocupado por ningún otro ideal, ya que la auténtica significación de su muerte, de su
asesinato por el hombre no es otra cosa que la de la muerte de todos los valores
absolutos, que supone renunciar a cualquier criterio moral externo y situarse “más allá
del bien y del mal”.
Tras la muerte de Dios, tal y como la entiende Nietzsche, aparece el nihilismo
(negación de valores). El nihilismo, según Nietzsche, es “la consecuencia necesaria del
cristianismo, de la moral y del concepto de verdad de la filosofía”. Y cuando cae la
máscara que oculta las ilusiones, no queda nada: estamos ante el abismo de la nada. Se
desvanecen “las mentiras de varios milenios”, y el ser humano se ve exento de los
engaños propios de la ilusión, pero se queda solo. No hay valores absolutos, no existe
ninguna estructura racional y universal que pueda servirle de apoyo, ni ninguna
providencia. Nietzsche distingue dos tipos de nihilismo:
 Nihilismo pasivo. Es el del hombre incapaz de asumir la muerte de Dios y el
hundimiento de todos los valores occidentales. La desorientación le lleva a la
angustia y a la desesperación. En su obra “Así habló Zaratustra” describe al
“hombre que ha matado a Dios” como “el más desdichado de los hombres”; y
antes de que redescubra la riqueza infinita de la tierra y de la vida corporal, la
pérdida de Dios, la máxima ilusión que haya existido nunca, el ser humano
experimenta al principio un terrorífico desamparo.
 Nihilismo activo, que Nietzsche lo describe en su obra como la contemplación
de una “nueva aurora”, consiste en asumir la muerte de Dios y contribuir
activamente a que los valores caigan, sin esperar a que se derrumben, creando
valores propios y dando sentido así a la propia vida. Consistirá en la más
asombrosa posibilidad de crear, más allá de todo límite, en la apertura de un
horizonte infinito.
En su obra “Así habló Zaratustra” Nietzsche cuenta la historia de una especie de
ermitaño con un candil que paseando entre los hombres va aclamando: “Dios ha
muerto”, y nadie se ha dado cuenta, ni le da la más mínima importancia. Las personas se
ríen y le preguntan: “Ah, pero, ¿estaba enfermo?”. El hombre del candil anuncia que
Dios ha muerto y tras recibir por respuesta indiferencia y las bromas de aquellos a quien
anuncia esa muerte, reflexiona que los hombres, que son los que han matado a Dios, no
se han dado cuenta y que, en el fondo, no quieren darse cuenta, porque esa muerte ha
quitado todo sentido a lo que hasta ahora era importante. Y a partir de dicha muerte,
cada ser humano va a tener que sostener por sí mismo el sentido del mundo, del
discurso. No vamos a poder aferrarnos ya a un gran sentido cósmico, a ningún absoluto;
de ahí la importancia de alcanzar esa madurez superior intelectual que él llamó
superhombre.

EL PROBLEMA DEL HOMBRE

Incluir aquí tb, aunque resumidamente, la diferencia que establece Nietzsche


entre la actitud dionisíaca y la apolínea.

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La antropología de Nietzsche afirma una visión pesimista del hombre, un animal
cuya única arma para defenderse del mundo es la inteligencia. El hombre es un ser
débil, resentido, delicado e indigente y sin embargo se cree el centro de la naturaleza.
Por ello, Nietzsche considera que el hombre debe ser sólo un puente hacia el
superhombre. El hombre sigue un proceso evolutivo, es algo cambiante (en tanto que
es vida) y tras una serie de transformaciones conseguirá superarse a sí mismo en el
superhombre, aquel que tiene voluntad de poder, no de verdad.
Zaratustra es el personaje que en la parte “positiva” de la filosofía de Nietzsche da
respuesta a la decadencia de la cultura occidental mediante la llegada del superhombre,
la trasmutación de los valores, la voluntad de poder y el eterno retorno. Y es que
Nietzsche está plenamente seguro de que todo está ya preparado para la superación de
toda forma de nihilismo y la llegada o surgimiento del superhombre, con su voluntad de
poder (capacidad de crear valores que favorezcan y refuercen la vida) y que admite con
fuerza y con firmeza el eterno retorno de lo mismo.
Zaratustra, profeta de los tiempos futuros, anuncia el tiempo del último hombre, que
ha visto cómo se hundían sus valores y ha caído en el nihilismo pasivo. Ha de llegar,
por tanto, el superhombre, capaz de asumir la muerte de Dios y crear sus propios
valores, capaz de realizar la transvaloración de los valores (invertir los valores que
niegan la vida), recuperando la inocencia primitiva (es decir, situándose más allá de
toda moral, más allá del bien y del mal). El superhombre (“animal magnífico” que
permanece “fiel a la tierra”) será, por tanto, producto de la evolución desde el hombre
(“animal enfermo”) débil, racional y dominado por la Voluntad de Verdad, hasta un
hombre fuerte, instintivo, con Voluntad de Poder, destructor y creador constante que
acepta lo trágico de la vida, su devenir, multiplicidad y sus diversas perspectivas. Esta
evolución pasa por tres estadios:
 El camello que acepta la carga que le impone la moral tradicional y debe
convertirse en león.
 El león, el nihilista que se rebela frente a todo, o sea, se niega a aceptar la carga
de la moral y conquista su libertad, pero no es capaz todavía de crear sus propios
valores y debe convertirse en niño.
 El niño, símbolo de la inocencia, que hace de la vida un juego; es el
superhombre que tiene la Voluntad de Poder y admite la vida como un eterno
retorno.
En este sentido, el hombre, como naturaleza débil y resentida, no desea ser autónomo
ni libre y se subordina a distintos amos a los que obedece (animal de rebaño); por ello,
según Nietzsche, debe dar paso al superhombre, que por su naturaleza fuerte y noble,
posee el privilegio exclusivo de la libertad. La figura del superhombre la identifica
Nietzsche con la moral natural, sana, que se rige por un instinto de vida. El
superhombre, “un espíritu libre”, vive como un niño inocente la fuerza de la vida, se
rige por el testimonio de los sentidos y por la vivencia intuitiva, y no por la razón, ya
que los considera como los únicos medios de asir la realidad y conocer la vida. En
concreto, la vivencia intuitiva sería una intuición de tipo estético, contrapuesta al uso
lógico de la razón, que se expresaría en el ámbito artístico, literario o musical, y que
hace del superhombre una fuerza creadora. El superhombre es fiel a la tierra y a sus
sentidos, y no da fe a quienes hablan de esperanzas sobrenaturales, es fiel, por tanto, a la
fuerza misma de la vida antes de cualquier calificación moral; supera la distinción entre
el bien y el mal, creando su propia escala de valores, esto es, transmutando los valores,
invirtiendo los valores que han dominado la cultura occidental. Así manifiesta el
superhombre su voluntad de poder (capacidad de crear valores que favorecen y
refuercen la vida), haciéndose creador de sus propios valores, sustituyendo la moral de

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los esclavos por la moral de los señores, caracterizada por la exaltación de la fuerza, la
salud, la diferencia, la jerarquía, la libertad creadora, lo noble y lo aristocrático, los
instintos primarios de la vida. En esta moral se afirma de un modo incondicional la vida
y sus instintos vitales y se critica radicalmente cualquier igualitarismo, reduccionismo o
ideal; superándose así los elementos propios de la moral de los esclavos: el ser animal
de rebaño y el resentimiento (moverse por envidias). El superhombre se afirma a sí
mismo en su propia individualidad y convierte su vida en un proceso creativo. El
superhombre es, por tanto, una naturaleza fuerte y noble, un espíritu auténticamente
libre, que se despide de toda creencia sobrenatural o supraempírica, de todo deseo de
certezas, y de seguridad; y que se ejercita, entonces, en bailar hasta el borde del abismo.
El concepto del eterno retorno se refiere al modo en que el superhombre interpreta
el devenir. El eterno retorno es la máxima afirmación de la vida. Requiere un amor fati
(amor por el destino, aceptar nuestra vida y amarla), de manera que cada momento sea
vivido deseando que se repita eternamente. No se trata de la repetición idéntica de los
mismos acontecimientos de manera cíclica, sino de un test para poner a prueba la
voluntad: ¿es mi deseo lo bastante fuerte para que quiera también que todo lo que
resulte se repita indefinidamente? Para Nietzsche, amar la vida es amar que se repita
hasta el infinito. En otras palabras, la teoría del eterno retorno expresa la resuelta
voluntad de Nietzsche de aceptar el mundo. El universo está cerrado en sí mismo, su
significación es puramente inmanente, y el hombre verdaderamente fuerte (el
superhombre), el auténtico hombre dionisíaco, afirmará este universo con firmeza, con
coraje y aun con alegría, despreciando el escapismo como una manifestación de
debilidad.

EL PROBLEMA DE LA MORAL: ÉTICA

Nietzsche parte de una crítica radical de la cultura occidental: la considera


decadente y basada en una ficción (un mundo supraempírico o sobrenatural) que hay
que desenmascarar con el método genealógico (rastrear el origen de los conceptos y
mostrar los instintos que hay tras ellos). Con este método buscará el origen de la
situación enajenada que vive el ser humano.
En su primera obra, El origen de la tragedia en el espíritu de la música, (con la que
comienza su trayectoria como filósofo, desmarcándose así de los métodos puramente
positivistas y eruditos de la filología clásica) reconoce la vida como valor
fundamental y expresa su convicción de que la cultura occidental ha rechazado la vida
o le ha tenido miedo. Nietzsche establece que el origen de la formación de la cultura
griega se sitúa en la contraposición entre el dios Dionisos y el dios Apolo. Dionisos es
el dios de la embriaguez, del caos, de la música, de la vida, mientras que Apolo es el
dios del orden, de la armonía, de la proporción ordenada; o sea, lo dionisíaco se
relaciona con la fuerza vital, con los valores de la vida y lo apolíneo con la fuerza de la
razón. Para Nietzsche el valor de lo dionisíaco imperaba en la civilización griega
presocrática, fundamentalmente en los filósofos presocráticos (sobre todo en Heráclito
con su amor al devenir), y en los poetas de la tragedia griega (Esquilo, Sófocles y
Eurípides), que no se preocupaban de hacer valoraciones morales, ni de buscar ningún
consuelo ni ninguna seguridad ante el sinsentido del mundo, y admitían la fuerza de la
existencia, de la pasiones, y el sí a la vida. En las tragedias griegas, ni el mundo ni la
existencia tienen ningún sentido, y sólo tendrá el sentido que cada uno le quiera dar; en
éstas, los aspectos de azar, de indeterminación, de lucha, de sufrimiento, y de
destrucción, pero también de construcción, forman parte de la estructura del mundo y de
la existencia; no obstante, esta forma de existencia no se presenta como una invitación a

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la resignación o al fatalismo, sino más bien se ha de entender como un estímulo para
fortalecerse y autosuperararse personalmente, haciendo pleno uso de la libertad;
ciertamente, el héroe de las tragedias griegas se resiste a su destino que amenaza con
aplastarlo, se opone a él con su voluntad activa, con su querer, lo contrario, por tanto, a
una resignación pasiva y fatalista; las tragedias griegas invitan, pues, a aceptar la vida
con coraje y con valentía, sin autoengaños ilusorios de salvación y de redención. Lo
dionisíaco representa, por tanto, la fuerza instintiva y de la salud, la ebriedad creativa, la
libertad y la pasión, y es símbolo de una humanidad en pleno acuerdo con la naturaleza.
Pero pronto lo dionisíaco sería sustituido por lo apolíneo, esto es, la fuerza de la vida
por la fuerza de la razón, cuando Sócrates inventa la conciencia como guía de la vida
humana para alcanzar la felicidad, es decir, cuando la virtud se convierte en razón, en
represión, en inhibición de los instintos y de las pasiones. Así, acontece el rechazo de la
forma de existencia dionisíaca y se instaura desde entonces la forma de existencia
apolínea, desde la que se niega, y se rechaza todo aquello que favorece y refuerza la
vida. Según Nietzsche, Sócrates se mostró hostil a la vida, quiso morir; dijo no a la vida,
y abrió un período de decadencia que dura hasta nuestros días. De ahí que el objetivo de
la parte crítica de su filosofía sea reivindicar el valor del olvidado Dionisos. Esta
crítica afecta a la metafísica, al lenguaje, a la ciencia, a la religión, y, por supuesto,
también a la moral, que será el tema que nos ocupe a continuación.
Nietzsche condena el cristianismo y somete a la moral platónico-cristiana a una
crítica muy profunda. Esta crítica queda explicitada, en especial, a través de dos de sus
obras: Más allá del bien y del mal y Genealogía de la moral.
Nietzsche critica a la moral platónico-cristiana de antinatural por ir en contra de
los instintos naturales y vitales. Esta moral suplanta a la moral de los señores, que
afirmaba la vida (se decía un sí a sí mismo) y defendía valores como la fuerza, la salud
y todos los instintos aristocráticos, nobles y vitales. A esta moral antinatural le otorga el
nombre de “moral de los esclavos”, en cuanto que le falta al hombre la libertad para el
total despliegue de todo lo que pide la naturaleza y la vida; es la moral que dice sí a
otro, propia del hombre plebeyo, servil, que forma parte del rebaño y, puesto que no
puede alcanzar los valores de los señores, crea unos valores que niegan la vida y que
son productos del resentimiento. En su obra Genealogía de la moral, considera
Nietzsche que la moral de los esclavos impone sus valores ascéticos precisamente
condenando como malos los valores vitalistas, es decir, los que afirman y ensalzan el
disfrute de la vida, el placer, la libertad, etc. Desde esta moral se exalta, pues, la
debilidad, la enfermedad y la pobreza como los valores más dignos para alcanzar la
suprema felicidad futura del reino de Dios. Esta moral contranatural se ha impuesto en
Occidente y ha creado una civilización enemiga de la vida, al considerar como pecado
todos los valores y los placeres de la tierra. Su base filosófica se encuentra en el
platonismo y el cristianismo. Para Nietzsche tal moral es síntoma y expresión de la
decadencia de la cultura occidental.
El fundamento de esta moral ha sido Dios, lo que llevará a Nietzsche a rechazarle.
Dios ha sido la gran objeción contra la vida y es necesario para dar valor a la vida
negar a Dios. Y esto ha ocurrido en la época moderna donde Dios ha muerto. Con ello,
todos los valores tradicionales se derrumban, se quedan en nada, surgiendo una nueva
época dominada por el nihilismo. El nihilismo, según Nietzsche, es “la consecuencia
necesaria del cristianismo, de la moral y del concepto de verdad de la filosofía”. Cuando
cae la máscara que oculta las ilusiones, no queda nada: estamos ante el abismo de la
nada. Se desvanecen “las mentiras de varios milenios”, y el ser humano se ve exento de
los engaños propios de la ilusión, pero se queda solo. No hay valores absolutos, no

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existe ninguna estructura racional y universal que pueda servirle de apoyo, ni ninguna
providencia. Nietzsche distingue dos tipos de nihilismo:
 Nihilismo pasivo. Es el del hombre incapaz de asumir la muerte de Dios y el
hundimiento de todos los valores occidentales. La desorientación le lleva a la
angustia y a la desesperación. En su obra “Así habló Zaratustra” describe al
“hombre que ha matado a Dios” como “el más desdichado de los hombres”; y
antes de que redescubra la riqueza infinita de la tierra y de la vida corporal, la
pérdida de Dios, la máxima ilusión que haya existido nunca, el ser humano
experimenta al principio un terrorífico desamparo.
 Nihilismo activo, que Nietzsche lo describe en su obra como la contemplación
de una “nueva aurora”, consiste en asumir la muerte de Dios y contribuir
activamente a que los valores caigan, sin esperar a que se derrumben, creando
valores propios y dando sentido así a la propia vida. Consistirá en la más
asombrosa posibilidad de crear, más allá de todo límite, en la apertura de un
horizonte infinito.
Zaratustra es el personaje de la filosofía de Nietzsche que anuncia el tiempo del
último hombre, que ha visto cómo se hundían sus valores y ha caído en el nihilismo
pasivo. Ha de llegar, por tanto, el superhombre, capaz de asumir la muerte de Dios y
crear sus propios valores, capaz de realizar la transvaloración de los valores (invertir
los valores que niegan la vida), recuperando la inocencia primitiva (es decir, situándose
más allá de toda moral, más allá del bien y del mal). El superhombre será, por tanto,
producto de la evolución desde el hombre débil, racional y dominado por la Voluntad de
Verdad, hasta un hombre fuerte, instintivo, con Voluntad de Poder, destructor y creador
constante que acepta lo trágico de la vida, su devenir, multiplicidad y sus diversas
perspectivas. Esta evolución pasa por tres estadios:
 El camello que acepta la carga que le impone la moral tradicional y debe
convertirse en león.
 El león, el nihilista que se rebela frente a todo, o sea, se niega a aceptar la carga
de la moral y conquista su libertad, pero no es capaz todavía de crear sus propios
valores y debe convertirse en niño.
 El niño, símbolo de la inocencia, que hace de la vida un juego; es el
superhombre que tiene la Voluntad de Poder y admite la vida como un eterno
retorno.
La figura del superhombre la identifica Nietzsche con la moral natural, sana, que
se rige por un instinto de vida. El superhombre, “un espíritu libre”, vive como un niño
inocente la fuerza de la vida, se rige por el testimonio de los sentidos y por la vivencia
intuitiva, y no por la razón, ya que los considera como los únicos medios de asir la
realidad y conocer la vida. En concreto, la vivencia intuitiva sería una intuición de tipo
estético, contrapuesta al uso lógico de la razón, que se expresaría en el ámbito artístico,
literario o musical, y que hace del superhombre una fuerza creadora. El superhombre es
fiel a la tierra y a sus sentidos, y no da fe a quienes hablan de esperanzas sobrenaturales,
es fiel, por tanto, a la fuerza misma de la vida antes de cualquier calificación moral;
supera la distinción entre el bien y el mal, creando su propia escala de valores, esto es,
transmutando los valores, invirtiendo los valores que ha dominado la cultura occidental.
Así manifiesta el superhombre su voluntad de poder, haciéndose creador de sus
propios valores, sustituyendo la moral de los esclavos por la moral de los señores,
caracterizada por la exaltación de la fuerza, la salud, la diferencia, la jerarquía, la
libertad creadora, lo noble y lo aristocrático. En esta moral se afirma de un modo
incondicional la vida y sus instintos vitales y se critica radicalmente cualquier
igualitarismo, reduccionismo o ideal; superándose así los elementos propios de la moral

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de los esclavos: el ser animal de rebaño y el resentimiento (moverse por envidias). El
superhombre se afirma a sí mismo en su propia individualidad y convierte su vida en un
proceso creativo. El superhombre es, por tanto, una naturaleza fuerte y noble, un
espíritu auténticamente libre, que se despide de toda creencia sobrenatural o
supraempírica, de todo deseo de certezas, y de seguridad; y que se ejercita, entonces, en
bailar hasta el borde del abismo.

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